nefilim, el beso del amanecer - leah cohn

Upload: luis

Post on 15-Jul-2015

2.940 views

Category:

Documents


12 download

TRANSCRIPT

Cuando la joven estudiante de msica Sophie conoce en Salzburgo al virtuoso y enigmtico violonchelista Nathanael Grigori, lo que siente es amor a primera vista. Sin embargo, al terminar el verano l la abandona de forma repentina.

A Sophie lo nico que le queda es la hija que han tenido en comn, Aurora, quien al cumplir los siete aos sufre una extraa transformacin. Lo que Sophie no sabe es que la nia ha reavivado una antigua lucha entre el bien y el mal...

No en vano Nathanael y Aurora no son seres humanos normales, sino nefilim, inmortales, y deben cumplir una misin secreta.

EN ESTE ABSORBENTE DEBUT LITERARIO, LEAH COHN LO TIENE TODO DE SU LADO: UNAS GRANDES DOTES NARRATIVAS, EL AMOR, EL MISTERIO Y A LOS NEFILIM, LAS NUEVAS CRIATURAS CELESTIALES.

Cuando los ngeles, los Hijos del Cielo, vieron a las hijas de los hombres tan guapas y dulces, tuvieron tanto deseo de ellas, que dijeron: Busquemos mujeres entre las hijas de los hombres y tengamos descendencia con ellas. Cada uno busc entonces una mujer y la dej embarazada, y dieron a luz gigantes que devoraron el fruto del trabajo de los hombres y luego se volvieron contra stos para matarlos y devorarlos. Los hombres entonces se quejaron de lo que los Impos haban hecho con la tierra. Los arcngeles Gabriel, Uriel, Rafael y Miguel miraron desde el cielo y vieron toda la sangre que se derramaba sobre la tierra y llevaron el asunto ante el Eterno. Entonces el Seor dijo: Id contra los Bastardos, los Rechazados. Eliminad a estos hijos de los ngeles cados y dejad que se enfrenten entre ellos para que se eliminen en la lucha. Los padres de esos hijos esperaban que tuvieran una vida eterna, pero este deseo no les ser concedido. Libro de Enoc Evangelios Apcrifos

PRLOGO

La vio y enseguida supo quin era.Un medioda bochornoso dio paso a una tarde templada; las campanadas de las numerosas iglesias de la ciudad anunciaban el fin de la jornada laboral: las de la catedral, atronadoras y fuertes, las de la iglesia franciscana, ms claras y suaves. Junto a l discurran por el muelle las habituales cuadrillas de obreros, y entre ellos un coche de caballos chirriante cargado de turistas japoneses que recorran el casco antiguo. Todos aquellos ruidos se extinguieron en cuanto la vio. Y las masas humanas que en aquel momento desfilaban sin descanso parecan haberse vuelto invisibles. Un escalofro le recorri el cuerpo. Cuando apenas se haba alejado cinco pasos, se levant de uno de los bancos del Salzach y fue tras ella. Tena la mirada clavada en su espalda, como si una soga invisible lo impulsara a seguirla. Daba igual adonde fuera, hacia dnde se dirigiera, qu planeara, cmo viviera: a partir de aquel momento la seguira y jams la dejara escapar. Le bast una fraccin de segundo para entrever los rincones ms ocultos de su alma. Era una de las elegidas. Y l la haba encontrado, ya fuera por casualidad o gracias a un plan urdido por un remoto poder del destino. Se senta electrizado, avanzaba a pasos cada vez ms grandes y se le aceleraba la respiracin, aunque, cuando se recuper un poco del impacto de aquella repentina revelacin, logr dominar la emocin. No deba llamar la atencin, no poda presentarse sin ms. Todava no. Era una de las ventajas de vivir una vida tan larga, tan angustiosamente larga, de hecho, que despus de tanto tiempo no slo poda confiar en la infalibilidad de su instinto, sino que, adems, la magia del amor ya no le cegara ni le anulara la fuerza de voluntad como antes. Controlaba sus sentimientos, aunque fueran intensos, los ms intensos, fascinantes, vivos, ansiosos.

Disfrut de su maravilloso olor, grab cada detalle de su silueta. Otras personas superficiales, precipitadas, indiferentes, carentes de su mirada cultivada tal vez no se habran fijado en ella ni se habran percatado de su belleza, de la delicadeza de sus rasgos, la claridad de su piel, su cabello rubio y ligeramente rizado, el color miel de sus ojos, su caminar suave y silencioso, la elegancia de sus movimientos. Tena la cabeza un poco ladeada, pero los hombros erguidos, y erizado el vello de los desnudos antebrazos. Sus manos eran delgadas y finas. No se le marcaban las venas ni se apreciaban en ella arrugas o surcos que entorpecieran el aspecto alabastrino de su tez. An era joven, una cra, probablemente no haba cumplido los veinte aos. Ella caminaba con obstinacin, y no se detuvo frente a un escaparate ni ante la mujer que venda pequeos tteres a los que haca bailar. Tampoco permiti que un grupo de jvenes que gritaban, mientras se pasaban cigarrillos y botellas de cerveza, la distrajera de su camino. Cuando l vio que una gota de cerveza le salpicaba la blusa clara, sinti rabia ante tanta desconsideracin y falta de respeto. Sin embargo, tambin logr contenerla, igual que la necesidad de dirigirse a ella, agarrarla. Lo que no consigui reprimir fue el grito que profiri al topar con una sombra. Una silueta del mismo tamao que l, igual de grcil, delgada y, al parecer, fuerte, se interpuso en su camino. Abri los ojos de par en par y durante unos segundos se qued paralizado. La desazn, el asco y el odio surgieron de lo ms profundo de su alma. Aquellos sentimientos eran viejos, antiqusimos conocidos, y aun as no desaparecan, sino que eran cada vez ms intensos. Le apretaban el cuello. T! exclam con voz ronca. El delicioso olor de la chica se evapor, su cabellera rubia desapareci entre la multitud. Se alej de l, y con ella se desvaneci el triunfo de haberla encontrado. No des ni un paso ms! exclam el otro con expresin amenazadora y aire siniestro. Qu me hars si no? replic l entre dientes. Sinti una mano en el cuello que le apretaba sin compasin. Una mano caliente. Cmo odiaba ese calor! Le recordaba a la frialdad de su propio cuerpo. Apart la mano con brusquedad, al tiempo que desviaba la mirada con disimulo hacia el cinturn del otro. Por supuesto, iba armado. Cmo no? Lo que odiaba, ms an que el calor del otro, era la sensacin de sentirse constantemente acechado y perseguido, la certeza de que siempre, incluso en un momento mgico como aqul, se encontrara con un adversario. Lrgate! le orden el otro. No se te ha perdido nada aqu!

Mir alrededor y decidi que deba evitar una lucha encarnizada delante de tanta gente. Eso tambin se lo haba enseado su larga vida: era mejor trabajar en su obra a escondidas y sin testigos. La paciencia es una virtud mayor que la temeridad de meterse en una pelea inoportuna. Se midieron en silencio durante un rato, luego l asinti, supuestamente abatido. Sin apartar la mirada de su adversario, se retir dando pasos pequeos. En cuanto se hubo alejado unos diez metros, se dio media vuelta y desapareci a toda prisa en el laberinto de callejuelas retorcidas. S, se jur a s mismo, lo prudente era retirarse, pero eso no significaba que fuera a renunciar a ella. Luchara por ella hasta derramar la ltima gota de sangre o lo que fuera que corriera por sus venas.

CAPTULO 1

El da en que conoc a Nathanael Grigori, y en el que mi vida termin y empezal mismo tiempo, era inestable y borrascoso. Llevaba toda la semana lloviznando con frecuencia, y la Getreidegasse de Salzburgo se haba convertido en un mar ondulante de paraguas. Los paraguas de los guas se elevaban entre los grupos de turistas. La gente se aglomeraba, como de costumbre, ante la casa donde naci Mozart, pero esa maana consegu abrirme paso entre el gento sin llevarme ningn codazo. Viva en un pequeo piso en la calle Goldgasse que comparta con mi amiga Nele. Sal de all y, al llegar al puente de Makartsteg, atraves hasta la otra orilla del Salzach, el ro marrn verdoso que discurra por debajo con un murmullo. Llevaba las partituras bajo el brazo, como siempre, y mientras caminaba iba repasando de memoria la Sonata para piano op. 31, n 2 en re menor de Beethoven, una de las piezas que tendra que tocar en el examen de primer ciclo, para el que faltaban pocas semanas. Slo de pensarlo me echaba a temblar y me sudaban las manos. No me consolaba que esa misma maana Nele hubiera dicho con una conviccin frrea que eso sera pan comido para m. Acaso no haba superado los primeros siete semestres de mis estudios de piano sin esfuerzos y casi siempre con las mejores notas?, deca. Me habra aceptado como alumna un profesor como Rudolph Wagner tres aos antes entonces tena diecisis aos de no haber visto en m un talento extraordinario? Normalmente no enseaba a estudiantes de primer ciclo, sino a futuros licenciados que no slo eran mayores que yo, sino que tocaban en pblico ms a menudo. Para m, sin embargo, saber que haba hecho una excepcin conmigo era una carga ms que un honor. Me apasionaba tocar el piano siempre y cuando estuviera sola, pero en cuanto haba alguien escuchando, se me formaba un nudo en la garganta por el miedo a equivocarme. Y ese miedo no eran capaces de quitrmelo ni el profesor Wagner, que sola pedirme entre resoplidos que procurase controlar un poco los nervios, ni por supuesto Nele, que deca que, a juzgar por mi cara, pareca que en lugar de ir a clase fuera a mi propia ejecucin. Qu saba ella! Al fin y al cabo, no se dedicaba a la msica. Estudiaba psicologa, y adems sin mucho esmero, porque, aunque era casi cinco aos mayor que yo, no tena las cosas claras: unas veces quera dedicarse a la publicidad, otras a la investigacin, y otras proclamaba a los cuatro vientos que sera

trabajadora social y ayudara a jvenes drogadictos a encauzar su vida. La cuestin es que ella no tena una idea muy clara de lo que quera hacer en la vida. Yo s. Desde que tengo uso de razn s que quiero ser pianista. Mi clase particular con el profesor Wagner comenzaba a las tres de la tarde, as que an quedaban dos horas que poda aprovechar para calentar en alguna de las salas de estudio. Aunque en nuestro pequeo piso tambin tenamos un piano, si poda organizarme, prefera practicar en uno de los Bsendorfer o Steinway de cola de la escuela. Llegu a la Mozarteum, en los Mirabellgarten, un inmenso edificio cbico que albergaba bajo su techo aulas, archivos, salas de conciertos y estudio. En los anodinos pasillos del primer stano esperaban las disonancias que sola crear la mezcla de melodas, el olor a polvo de las partituras y unos cuantos estudiantes que hablaban entre susurros de camino a sus clases. Pas presurosa por su lado sin llamar la atencin. Saba el nombre de la mayora de mis compaeros, y con algunos tocaba con regularidad, pero me costaba encontrar amigos de verdad. Una vez o por casualidad que me llamaban la japonesa. Fui tan tonta que me sent muy halagada porque pens en esas estudiantes asiticas que por lo general son muy trabajadoras y perfeccionistas. Despus coincid en clase de historia de la msica con Jan Meyer, estudiante de clarinete, y me explic que el apodo distaba mucho de ser una alabanza. La conversacin empez porque l se haba perdido las ltimas clases y me pregunt si poda copiar mis apuntes. Cuando vio que no slo estaba dispuesta a prestrselos de buen grado, sino a explicarle los puntos ms importantes, me mir asombrado. T no eres as! Y cmo soy? Bueno, ya sabes... como las japonesas. Frunc el entrecejo. Pero si son de las mejores estudiantes! Por eso! exclam l. Al ver que mi confusin era cada vez mayor, se ech a rer y me explic entre carcajadas que me tena por una empollona triste, anticuada y bastante tmida. Yo me sent profundamente herida, pero intent disimularlo y forc una risa, que a mis odos sonaba igual de tensa que la suya. l pos la mano en mi hombro con dulzura. No te ofendas me dijo. No estoy ofendida! me apresur a replicar entre avergonzada y furiosa. l se ech a rer de nuevo y a m se me encendieron las mejillas hasta que, al final, exclam enfadada: Es que no tenis nada mejor que hacer que reros de m? Y acto seguido baj la mirada para evitar que viera mis lgrimas.

Esa clase de episodios no me ayudaban a ganarme las simpatas de los dems ni me animaban a mostrarme ms sociable. Haca mucho tiempo que ya ningn compaero me invitaba a acompaarlos a un bar o a alguna de las muchas fiestas de estudiantes. Por eso me sorprendi tanto que, de repente, ese da alguien saliera de entre la multitud y gritara mi nombre. Tras orlo varias veces me di cuenta de que, efectivamente, se refera a m, y me volv vacilante. Sophie! Sophie, espera! Quien apareci corriendo hacia m era Hanne Lechner, una estudiante de canto tan vanidosa y arrogante como si hubiera cantado varias peras en el Met. Los mismos compaeros que se rean de m y me llamaban japonesa dudaban a sus espaldas de que tuviera una voz tan buena como deca. Conmigo, sin embargo, siempre se haba mostrado muy amable, probablemente en parte porque yo no era cantante y no le haca la competencia. Su estatura meda ms de un metro ochenta y su imponente voz me intimidaban, y en su presencia me daba la sensacin de que tena que encoger el estmago y bajar la cabeza porque apenas quedaba espacio a su alrededor. Es que... tengo que ensayar... Como todos replic, y me bloque el paso sin inmutarse. Se inclin hacia delante en confianza y me susurr al odo: Te has enterado de que viene a tocar Nathanael Grigori? Su aliento era clido y ola a los caramelos de menta que chupaba con la misma ostentacin con que se enrollaba el pauelo de colores al cuello. As era como conservaba su delicada voz, algo que explicaba con todo lujo de detalles siempre que encontraba la ocasin, quisieran orlo los dems o no. Negu con la cabeza. Nunca haba odo ese nombre. Pues a ti debera interesarte especialmente prosigui Hanne. T tambin tocas el chelo, no? En efecto, haba tocado el violonchelo durante varios aos, pero desde que estudiaba piano, mi gran pasin, apenas tena tiempo. De todos modos, como en la escuela nos obligaban a tomar clases conjuntas adems de las individuales, a veces aprovechaba para tocar con una chelista de Hamburgo. S me apresur a decir, y empec a tramar la manera de deshacerme de ella sin parecer maleducada. Pero no conozco a ningn Nathanael Grigori aad enseguida, aunque mis palabras no tuvieron el efecto que esperaba. Por Dios, Sophie! exclam Hanne con histrionismo, lanzndome a la cara una bocanada de aliento mentolado ms caliente todava. En qu mundo vives? Nathanael Grigori ha ganado el premio Leonard Bernstein de este ao! El Leonard Bernstein era, en efecto, uno de los premios de msica ms importantes para jvenes artistas. Y eso no es todo continu Hanne, adems obtuvo el primer puesto en el concurso de violonchelo Leonard Rose, el premio Eugene Istomin, y hace unos aos

fue nombrado por la fundacin Pro Europea mejor artista novel. Imagnate, si a los once aos ya lo haban admitido en la escuela Yehudi Menuhin de Londres! Y qu hace en Salzburgo? quise saber. Hanne se encogi de hombros y empez a hacer minuciosos nudos en el pauelo. Ni idea. A lo mejor tiene algn compromiso en los festivales de verano. O tal vez ha venido a tomar unas horas de clase con alguno de los profesores. No s si ha terminado los estudios, con lo joven que es... Debe de tener veinte y pocos. Tengo que estudiar... repet, cada vez ms impaciente. Vamos, ven a echarle un vistazo! Al margen de la msica, no se ven muchos hombres como l. Ese chico es un regalo para la vista, incluso para una cegata como t, que va por la vida con una venda en los ojos. Cegata. Al menos no me haba llamado japonesa, aunque en el fondo quisiera decir lo mismo: que era una aburrida. Nadie intercambiaba conmigo ms palabras que las justas. Nadie quera perder el tiempo conmigo. Disimul la dolorosa sensacin de humillacin que empec a sentir apretando los labios, y con ello perd la oportunidad de huir de Hanne. Antes de que pudiera negarme, ya me haba arrastrado con ella, as que la segu, por un lado porque albergaba la esperanza de que as resultara ms fcil deshacerme de ella, y por el otro porque no me atreva a desafiar su autoritarismo. La mano caliente y grande de Hanne sobre mi brazo me resultaba desagradable, pero prefera morir antes que demostrrselo. De camino sigui hablndome de Nathanael Grigori. Ya ha tocado con muchas orquestas grandes. Hace poco actu con la Sinfnica de Varsovia y luego con la Orquesta de Cmara de Alemania. Tambin he odo que dio un concierto en el Royal Festival... De pronto call. O tal vez no call, sino que yo simplemente dej de escucharla porque otra cosa cautiv por completo mi atencin. Hanne no era la nica que quera or tocar a Nathanael Grigori. Delante de una de las salas de estudio se haba congregado una multitud que no paraba de crecer. La puerta estaba abierta de par en par, pero nadie se atreva a cruzar el umbral. Hanne fue la nica que tuvo el descaro suficiente para abrirse paso entre los dems y entrar en la sala conmigo de la mano. Yo, que en aquel instante no pude oponer resistencia, qued paralizada al escuchar la msica que llegaba a mis odos. Sergui Rajmninov. Rajmninov era, junto con Stravinsky y Chopin, mi compositor preferido. Y al que menos justicia haca yo, o eso tema a menudo. Unos aos antes haba tocado en un concurso musical el Segundo concierto para piano y, pese a quedar en tercer puesto, das ms tarde segua repasando de memoria todos los pasajes que podra o, mejor dicho, debera haber tocado mejor. En una de las actuaciones en la Mozarteum interpret

las Variaciones sobre un tema de Chopin, opus 22 y, cuando el profesor Wagner se me acerc por detrs con cara de entusiasmo y exclam Excelente! Excelente!, no me sent aliviada ni halagada, slo pens que menta. Por supuesto, eso no se lo dije, intent rer alegre y relajada, y al parecer no not lo desganada y forzada que era en realidad mi risa. Apenas pude seguir los elogios que me dedic a m, su estudiante ms joven, ante su crculo de colegas. No paraba de pensar que haba destrozado la pieza. Como siempre, cuando tocaba en pblico no lograba demostrar toda mi capacidad. No era buena. No lo suficiente. Nathanael Grigori y su acompaante estaban tocando en ese momento la Sonata para piano y chelo en sol menor de Rajmninov. No era la primera vez que la oa, y saba la cantidad de dificultades que contena la pieza, no slo en cuanto a la tcnica, sino sobre todo respecto de la interpretacin. En ningn otro compositor era tan sutil la frontera entre la melancola y la cursilera, no se puede abordar esa msica de una forma prosaica y objetiva. Pero cuando uno se deja llevar demasiado pronto por las emociones oscuras, tristes y furiosas de los rusos, corre el peligro de exagerar. Justo en mi secuencia favorita del primer movimiento es fcil caer en la tentacin de darle un aire de banda sonora sentimentaloide, en vez de provocar esa profunda nostalgia, dolorosa y agridulce, nada edulcorada. Nathanael Grigori dio en el clavo. La variedad de timbres y matices distintos, que hasta entonces nadie me haba hecho percibir, me fascin. El chelo de Grigori, suave y aterciopelado, me hablaba con un murmullo ronco, penetrante y oscuro, entre gemidos y suspiros, tierno y brillante, s, todo a la vez. La msica era mi vida. Todo lo que haca iba dirigido a esa gran pasin. Sin embargo, rara vez escucharla era una experiencia sensorial tan intensa. Me flaqueaban las piernas y tena las manos hmedas, me temblaban los labios y los latidos de mi corazn haban alcanzado unos lmites insospechados cuando, por fin, el chelo y el piano enmudecieron. Hasta ese momento no haba visto a Nathanael Grigori. Llevaba con la mirada en el suelo desde el instante en que Hanne me haba metido a rastras en la sala, como si mis sentidos, hasta tal punto entregados al odo, no soportaran ms estmulos. Primero desvi la mirada hacia el pianista. Estaba exhausto y se enjugaba el sudor del rostro con un pauelo, con un gesto ms propio de un obrero que de un pianista. Por un momento pens que Nathanael Grigori tambin lucira un aspecto bastante comn, que su apariencia no se correspondera con la fuerza y la magia de la msica que era capaz de crear, y que por lo tanto me llevara una inevitable decepcin. Pero no poda dejar de mirarle. Hanne no haba exagerado. Ni siquiera una ingenua ciega como yo poda pasar por alto su increble atractivo, aunque no fuera una belleza viril y fsica como la de Juan, por ejemplo. Juan Calisto era un estudiante de derecho de Madrid cuyas aventuras con sus compaeras de estudio normalmente no duraban ms de una semana. Nele senta un orgullo increble por haber conseguido alargarlo dos semanas, y en aquella poca me encontr varias veces a Juan medio desnudo en nuestro bao.

Yo sola bajar la vista enseguida, avergonzada, pero haba llegado a ver ms de una vez sus impresionantes abdominales sobre los tjanos cados. Era muy moreno, rebosante de vida y energa, y deba de creer que eso era suficiente para ganarse las simpatas de los dems porque, por lo menos a m, nunca me dirigi unas palabras amables y educadas, aunque tal vez se debiera a que siempre, incluso en el bao, tena un cigarrillo entre los labios carnosos. Nathanael Grigori, en cambio, con su rostro excesivamente delgado y plido, las ojeras oscuras bajo los ojos y su complexin nervuda y flaca, posea una belleza anacrnica, decadente. Los actores con ese aspecto protagonizaban pelculas de poca donde el hroe no era el Zorro, gil y avispado con la espada, sino un dandi de gusto refinado de la alta sociedad inglesa del siglo XVIII. Una de esas ficciones donde juegan al ajedrez ensimismados, escriben poemas a la piel desnuda de su amada o se desahogan con ideas romnticas de la muerte, que siempre era temprana, como consecuencia de una tuberculosis interpretada de forma pintoresca, y no de un trivial accidente de equitacin. Haca poco que haba visto una de esas pelculas con Nele y, despus, mientras comamos pizza, yo manifest la fascinacin que me produca el protagonista. Nele dijo que no era hombre para ella, que podran atarla a l y no pasara nada, pero esboz una sonrisa bondadosa porque era la primera vez que me oa hablar de un hombre con tanta efusin. An caba la esperanza de que no terminara siendo una profesora de piano rancia como Rottenmeier. La seorita Rottenmeier no daba clases de piano! exclam yo, escandalizada. Nele se limit a sonrer. Era broma puntualiz. No poda hacer otra cosa que mirar embobada a Nathanael Grigori, y en slo unos segundos me quedaron grabados todos los detalles: los pmulos elevados, la nariz delgada y puntiaguda, las cejas bien dibujadas que se elevaban con claridad en el plido rostro. El pelo cortado a capas, ligeramente ondulado, le llegaba hasta el mentn y era de color castao oscuro satinado. Hojeaba las partituras, con el chelo apoyado en la rodilla izquierda. Tragu saliva con dificultad. Es probable tambin que carraspease. Algn ruido deb de hacer, porque en aquel momento alz la vista. Recorri la sala con la mirada, como si se diera cuenta entonces de dnde estaba y cuntos oyentes se haban reunido en torno a l, y finalmente se detuvo en m. Durante un rato sus penetrantes ojos azules se posaron en m yo ni siquiera respir, y acto seguido baj la cabeza y un mechn de pelo le cay sobre la frente limpia y tersa. Hemos terminado. Hablaba en voz baja, casi en un susurro. El pianista pareca sorprendido se haba vuelto a guardar el pauelo, aunque tambin aliviado. Nathanael no volvi a levantar la mirada mientras guardaba el chelo con cuidado y lo acariciaba un par de veces con cario, como si fuera un ser vivo. Por fin se dirigi

hacia la puerta con la mirada baja. La mayora de la gente se haba dispersado con discrecin, en cambio yo segua al lado de Hanne y, a pesar de que un instante antes ni lo pensaba, en ese momento s lament que hubisemos traspasado el umbral. Es que Nathanael Grigori haba dejado de tocar porque se senta incmodo? Pens que tal vez deba disculparme o por lo menos decirle lo mucho que me haba cautivado su actuacin, pero no encontraba las palabras adecuadas. Era imposible describir el hechizo de su msica! Al fin y al cabo, el mayor reconocimiento para un msico no era, ms que los aplausos, el silencio contenido que se apoderaba de toda la sala de conciertos cuando apenas se haba extinguido la ltima nota? Al ver que se acercaba, sent que me arda el rostro y dese que l no lo notara. Entonces se detuvo, pero no por m, sino porque Hanne le cerr el paso. Excelente! exclam entusiasmada. A diferencia de m, estaba claro que no tema decir trivialidades ni parecer arrogante. Alc la vista. La curiosidad de ver qu impresin daba Nathanael Grigori de cerca venci a la timidez. Sus labios esbozaron una sonrisa entrecortada y estrecha, pero no le lleg a los ojos. Ya no eran penetrantes, sino fros y reservados. Desvi la vista de Hanne hacia m, luego la volvi a mirar. Asinti con un leve gesto de la cabeza y se fue sin pronunciar palabra. Pese a que no haba dicho nada despectivo, me sent tan repudiada y avergonzada que dese que me tragase la tierra. Pareca que a Hanne le pasaba lo mismo, pero no reaccion con timidez sino con indignacin. Pero qu arrogante! exclam con desprecio, y sacudi el cabello largo y liso. Yo la segu rpido hacia fuera. Sorprendida, advert que Nathanael Grigori se haba parado al final del largo y oscuro pasillo y se haba vuelto. Esa vez no vio primero a Hanne, sino que tena la mirada fija en m, y ya no pareca fro ni calculador, sino desconcertado. No resist mucho tiempo. Me desped rpido de Hanne y me march corriendo. Cuando llegu a la sala de estudio, me ardan de nuevo las mejillas.

Al cabo de dos das volv a ver a Nathanael Grigori en el MOZ, el comedor universitario de la Mozarteum. Al entrar en la lbrega sala atestada de mesitas rojas, no advert su presencia, slo la del pianista que lo haba acompaado la ltima vez. Lo vi junto al mostrador, con las partituras bajo el brazo. Haba pedido un caf con leche y, cuando quiso coger la taza, varios papeles se le cayeron al suelo. En vez de agacharse, permaneci confuso un rato y mantuvo la taza en equilibrio como si, ahora que se la haban dado, no pudiera soltarla sin ms. Me dio lstima verlo tan torpe, as

que enseguida me arrodill para recoger las partituras. Cuando me levant y se las entregu, advert que tena la frente cubierta de sudor. Gracias murmur, vacilante. El caf se haba derramado. En vez de aceptar por fin las partituras, se llev la mano libre al bolsillo del pantaln y sac el monedero para pagar. Yo apenas poda disimular la sonrisa ante tanta torpeza, de modo que dej las partituras en una de las mesas. Tard una eternidad en llevar por fin la taza hasta all. Entretanto, se haba derramado an ms caf. Si Nele hubiera estado all se habra redo de l con crueldad. Le diverta contar chistes graciosos sobre msicos, como si todo aquel que tocara un instrumento fuera un idiota redomado en los dems aspectos de la vida. Sin embargo, tena la delicadeza de hacer una excepcin conmigo. Al fin y al cabo tambin era la que llenaba la nevera, ordenaba el saln y limpiaba el bao con regularidad. Gracias repiti, se present como Matthias Steiner y pregunt de repente: T eres Sophie Richter, verdad? Tocas con el profesor Wagner? Asent enseguida, sonriente, pero no por su torpeza, sino porque me abrum el que hubiera odo hablar de m. Pero por qu? Qu habra dicho de m el profesor Wagner? Que tena talento pero no era lo bastante buena para tocar en pblico? Que haba sido un error aceptarme como alumna? Baj la cabeza, intent disimular los miedos habituales, o por lo menos no mostrarlos abiertamente, y entonces vi a Nathanael. Estaba a cierta distancia, en la zona de entrada al comedor, y nos haba estado observando desde all. Volvi a esbozar una sonrisa, como el da anterior, pero esta vez no era fra, sino sarcstica. Los ojos, bajo la luz tenue, no parecan tan claros y radiantes, pero aun as no pude evitar responder hechizada a su mirada. Se acerc a nosotros despacio, con la funda del chelo en la espalda. Llevaba la misma ropa del da anterior: pantalones negros y jersey gris, y encima un abrigo oscuro y holgado. Imagnate le dijo Matthias Steiner, toca con el profesor Wagner. Un buen hombre. Estaba dispuesto a soltar una larga retahla de elogios, pero Grigori le interrumpi. Ya lo s se apresur a decir. Sophie Richter, verdad? Me salud con la cabeza, ante lo cual yo automticamente me ruboric. Cmo saba mi nombre tambin l? Es que el da anterior haba querido saber, enojado, quin lo haba molestado mientras tocaba el chelo? Sin embargo, por el tono de su voz, no pareca molesto. T tambin quieres un caf? pregunt Matthias. Rehus y acto seguido, para mi sorpresa, vi que la invitacin no iba dirigida a m, sino a Grigori. l sacudi la cabeza. Como el da anterior, sobre la frente despejada le cay un mechn de pelo castao oscuro que se apresur a apartar.

Quiz... dijo de pronto, y me mir fijamente con sus ojos azules podramos tocar juntos algn da. Apenas levant la voz, que sonaba un tanto ronca. Sent un cosquilleo en el antebrazo que me subi por la espalda hasta la nuca. Matthias cogi el azcar, y al verterlo con brusquedad en la taza de caf, unos cuantos grnulos se esparcieron por toda la mesa. Yo me qued con la mirada fija, mientras intentaba tomar una decisin. Pensar en la mera posibilidad de tocar con Nathanael me aceleraba el corazn, se era el problema. Si me ruborizaba slo con hablar, cmo iba a tocar con l? Record las palabras del profesor Wagner: Siempre esos nervios! Tu tcnica es excelente, tienes una gran sensibilidad y un odo extraordinario, y en la teora musical eres una de las mejores. Pero esos nervios... Cuando se quejaba con vehementes gestos y sacuda la cabeza hasta que el cabello frgil y canoso se le disparaba enmaraado en todas direcciones, yo deseaba disculparme una y mil veces. Sin embargo, no poda evitarlo: quera ser pianista porque amaba el piano, no los grandes escenarios. Todas y cada una de las siete actuaciones que tuve que realizar durante mi primera etapa de estudios fueron acompaadas de tantas noches en vela que despus siempre anunciaba que abandonara los estudios. Es decir, delante de Nele yo insinuaba algo que haca que me tomara por loca y exclamara a voz en grito, convencida, que nadie tocaba el piano con tanto entusiasmo y entrega como yo, as que hiciera el favor de seguir. Delante del profesor Wagner no me atreva ni siquiera a mencionarlo. Qu te parecera? Tienes tiempo? Su mirada, aunque fra y dura, era seductora. Abr la boca, quera decir algo. Sin embargo, no haba pronunciado ni la primera slaba cuando Hanne se abalanz sobre m. No la haba visto entrar en el comedor, y cuando me abraz con tanto mpetu, como si furamos amigas ntimas, me estremec por dentro. En una mano sujetaba una botella de zumo medio llena, pero eso no le impidi besarme primero en la mejilla derecha y luego en la izquierda. Sospechaba que la euforia con que me salud slo era un pretexto, y en efecto no atraje su atencin mucho tiempo. Yo se dirigi sin saludar a Nathanael. A m me encantara tocar contigo. El piano es una asignatura secundaria para m, pero creo que sera divertido. Para m, divertido era un concepto que no encajaba con la msica, y mucho menos con la manera de tocar el chelo de Nathanael Grigori. Lo que ms me irritaba era que se tomase tantas confianzas con l. Es cierto que los estudiantes estaban habituados a ello, pero en ese momento me pareci de mala educacin. No se haba quejado el da anterior de que Grigori era un arrogante? Era obvio que haba cambiado de opinin durante la noche. l adopt de nuevo una mirada fra.

Si hubiera querido tocar contigo, te lo habra hecho saber aclar con brusquedad, con esa voz ronca cuyo timbre me perseguira durante horas. O resoplar a Hanne, y no pude contener una sonrisa. Un instante antes no haba sabido reaccionar a su oferta, y ahora me invada una sensacin de triunfo hasta entonces desconocida que por un momento ahuyent todos mis miedos. No quera tocar con Hanne. Quera tocar conmigo. Por qu no? dije. Podramos intentarlo. Hanne solt un bufido, escandalizada, pero Nathanael hizo como si no la oyera. Maana a las tres? Cuando an estaba asintiendo, l se volvi y sali del comedor tan despacio como antes se haba acercado a nosotros. Advert que Hanne tena un insulto en la punta de la lengua, pero Matthias se anticip. Le dio un sonoro sorbo a su caf con leche. No hay quien se lo beba se lament, aunque ya haba vaciado la taza. Este mejunje est demasiado dulce.

A la maana siguiente yo me levant destrozada, y Nele, de los nervios. Yo sola tocar el piano en nuestro piso slo hasta las diez de la noche. Sin embargo, aquella noche no pude despegar los dedos del teclado hasta la una, aunque eso significara tener que aguantar los gruidos de Nele despus. Eres una empollona! protest. Si ya ests desquiciada por el examen de primer ciclo, no sobrevivirs a las siguientes semanas. Reljate! No era la primera vez que resoplaba y grua impaciente cuando yo me pasaba horas practicando. Delante de los amigos explicaba bastante a menudo el martirio que supona vivir con una pianista en ciernes. Sin embargo, ms de una vez la haba sorprendido en la puerta de mi habitacin escuchando, a veces con lgrimas en los ojos a causa de la emocin. Y cuando en una oportunidad una vecina se quej del constante tecleo, Nele se plant ante ella y exclam indignada: Tecleo! Bah! Si le molesta es que tiene el odo de madera! Sophie es una pianista excepcional! Debera alegrarse de no tener que pagar por escucharla! Aquella maana nadie hablaba de lo excepcional, sino de mi perfeccionismo enfermizo. Estuve a punto de confesarle que aquella sesin nocturna no tena nada que ver con el examen, sino con el chelista ms atractivo y genial que haba conocido nunca, que quera tocar precisamente conmigo, s, eso es, conmigo, Sophie Richter! Sin embargo, decid no contrselo. Nele habra comprendido mejor por qu me haba quedado ensayando hasta esas horas, pero probablemente a cambio habra querido

hablar con todo detalle sobre cmo me iba a vestir para la ocasin y cmo tena que peinarme. Tena ideas muy precisas sobre esas cosas y, si se trataba de un hombre guapo fuera un chelista genial o no, poda tolerar que yo destrozara una obra de Rajmninov, pero nunca que me presentara vestida de gris. Sin embargo, como ella no saba nada de mi cita, sal de casa con las bailarinas de siempre, una falda de color azul oscuro y una blusa blanca. Llevaba el pelo recogido en una sencilla trenza. Entr en la Mozarteum por lo menos con media hora de antelacin, y all me di cuenta de que en realidad no saba dnde deba encontrarme con Nathanael Grigori: haba quedado con l a una hora a decir verdad l haba dicho una hora y haba dado por supuesto que yo no tendra otros compromisos, pero no habamos acordado en qu sala de estudio tocaramos. Desconcertada, empec a recorrer el pasillo arriba y abajo, hasta que decid entrar a ensayar un rato y salir despus al vestbulo a buscarlo. Desde el da anterior a medioda haba estado trabajando con insistencia en la sonata de Rajmninov. Ya la haba tocado varias veces, tambin lo haba intentado con el chelo, pero faltaba algo para que tuviera el efecto adecuado, segn dijo el profesor Wagner. Me sumerg en el tercer movimiento, que empezaba con un largo pasaje para piano, en mi opinin una de las partes ms bonitas, no tan melanclica y oscura como otras, pero muy delicada, tambin un tanto veleidosa, como si el compositor no pudiera decidirse por el modo mayor o menor. Como siempre que tocaba slo para m, el piano era mi mejor aliado. Los dedos parecan fundirse con las teclas, la msica me inundaba la cabeza primero, s, y luego todo el cuerpo. El mundo entero pareca quedar reducido al instrumento y a m, y no haba nada que me molestara, me intimidara ni me diese miedo. Viva por aquellos escasos momentos en los que no tena que demostrar nada a nadie, ni estaba a merced de una crtica, en los que poda entregarme por completo a mi pasin. Compensaban el suplicio de las actuaciones en pblico. Slo cuando me detuve, los sonidos enmudecieron y retir las manos de las teclas, volvieron a apoderarse de m las viejas dudas. Por qu en el undcimo comps siempre tocaba un sol en vez de un fa sostenido? Poda transmitirse el efecto de la msica con mi tempo? Se acercaba mi interpretacin a la cantidad de emociones, ambientes y magia que transmitan las notas del chelo de Grigori? Pens si no sera mejor excusarme con l en vez de hacer el ridculo ms espantoso, a lo mejor haba cambiado de opinin y ni siquiera se presentaba, y no es que me diera miedo, era mi esperanza. Volv a empezar con el andante desde el principio, hasta que llegu al comps en el que entraba el chelo. De pronto retir las manos: en aquel preciso instante son de verdad un chelo que haba entrado en mi interpretacin con total naturalidad.

Me di la vuelta con tal mpetu que estuve a punto de caer del taburete. Nathanael Grigori sostena tranquilamente el chelo detrs de m, con la funda del instrumento abierta a los pies. Cmo... has entrado? Yo tena la puerta a la vista mientras tocaba y, por muy concentrada que estuviera, habra notado que alguien entraba en la sala. Esboz una sonrisa. El azul de sus ojos me pareci ms brillante e intenso an de lo que recordaba. Llevaba los mismos pantalones negros que en nuestro primer encuentro, pero en lugar del jersey gris vesta camisa blanca. Se haba quitado el abrigo. Estabas tan concentrada en tu interpretacin que ni siquiera has advertido mi presencia. Costaba de creer, pero me pareci absurdo discutrselo. Tal vez s... quiz me haba despistado durante unos segundos. Ah... murmur, confusa. Tienes el examen de primer ciclo en dos meses? pregunt de pronto. Asent. Me muero slo de pensarlo fue lo nico que alcanc a decir, y al cabo de un instante me arrepent de mis palabras. Qu inconsciente, precipitado e inmaduro era reconocerlo as! Adems, es que algo podra superar, aunque fuera el examen de primer ciclo, los nervios que senta en su presencia? Sus finos y largos dedos se extendan con suavidad sobre las cuerdas sin emitir un solo sonido. Se me pas por la cabeza que probablemente ya estaba arrepintindose de haberme pedido que tocara con l. Seguro que estaba buscando desesperadamente una excusa... En cambio, dijo con amabilidad: No tienes por qu. Uno se imagina un examen as mucho peor de lo que en realidad es. Bueno, podramos dejarnos de formalidades, no? Y llmame Nathan, no Nathanael. Para qu hacer el esfuerzo de pronunciar un nombre tan largo? Asent de nuevo, con la boca seca, y, por miedo a que se me escapara algo ms embarazoso o indiscreto, anunci con relativo entusiasmo: Me gustara tocar Rajmninov. Seal las partituras que tena abiertas enfrente de m. Me lo imaginaba repuso con sorna. Pas las hojas hasta el primer movimiento. Me temblaban las manos, pero en cuanto roc las teclas remiti un poco.

Los primeros compases de la Sonata en sol menor sirvieron como primer contacto. El chelo y el piano parecan tantearse con precaucin, ni muy meldicos ni muy rpidos. Generaban sonidos profundos y agudos, pero mantenan una distancia de cortesa sin arrastrarse el uno al otro. Respir hondo, intent controlar los nervios y, para mi sorpresa, result mucho mejor de lo que esperaba. Despus de unos sonidos ya se haban desvanecido mis miedos e inseguridades, los dedos se movan como si tuvieran vida propia y las dudas sobre m misma estaban olvidadas. Lo que sucedi a continuacin es difcil de describir. Por supuesto, yo tambin haba probado las mieles artsticas cuando tocaba con otros, no slo cuando tocaba sola, conoca la embriaguez, la absoluta entrega a la armona. Pero para lograr esa sensacin de felicidad tena que esforzarme mucho: necesitaba una concentracin extraordinaria, un esfuerzo fsico extremo y luchar contra las dudas constantes de si cumplira las expectativas de los dems. Con Nathanael Grigori todo flua por s solo. No, no era perfecta, hubo sonidos que no encajaban, y tempos que no respet, pero esos errores no molestaban. No importaban por la facilidad que l me transmita, por el virtuosismo que, sencillamente, me arrastraba, lo quisiera o no. No iba a la zaga de su magistral interpretacin, ms bien l me empujaba y me regalaba la sensacin de ser su igual. El hecho de que eso no me pareciera un signo de arrogancia sino, por lo menos en ese momento, de una profunda naturalidad, muestra lo desprendida y ausente que estaba. Era como si abriera unas alas por completo que hasta entonces slo se hubieran extendido a medias, y me llevaran sin esfuerzo, de modo que ni una sola vez tuve miedo de caer. Libre y ligera como una pluma, poda alzar el vuelo en la inmensidad del cielo y despojarme de toda la carga que me oprima. En cuanto terminamos el primer movimiento, se hizo el silencio entre nosotros, un silencio que me resultaba tan ajeno como aquella msica increble: profundo, intenso, satisfactorio, y al mismo tiempo tan lleno de deseo, de apremio por continuar, al precio que fuera. Tena la sensacin de que, en lugar de sangre, corra adrenalina por mis venas. Se oy un suspiro, y al cabo de un rato comprend que sala de mi garganta. Cunta calidez haba sentido! Me volv despacio. Nathanael estaba all sentado, tan tranquilo como antes, y no pareca nada cansado ni extasiado como yo. Tena la mirada de sus ojos azules velada por el desconcierto y una tristeza cuya causa yo no comprenda. Ha sido increble dije. Mi voz son penetrante a mis odos, y me acord de la voz de Hanne al calificar la interpretacin de Nathan de excelente. Me pareci una banalidad, pero no se me ocurra nada mejor para describir mi entusiasmo y veneracin. Nathanael no dijo nada. Se arrepiente. Le he desilusionado. No quiere tocar ms conmigo, pens, atemorizada.

Entonces levant el arco, me hizo una seal con la cabeza, y empezamos con el segundo movimiento, el allegro scherzando.

Aquellos das pensaba mucho en el amor. A veces le pareca un compaero tierno, clido, amable. Otras el enemigo ms peligroso, por traicionero, al que jams se haba enfrentado. Seduca, conmova, engatusaba, tentaba, para luego darle una estocada sin compasin. No slo apareca acompaado de la cercana, la intimidad y la patria, sino tambin de la impotencia, el dolor, la desesperacin y los celos. Slo una vez en toda su existencia haba querido, entregado y perdido tanto. Durante mucho tiempo haba intentado desterrar todos esos recuerdos de su vida. En aquel preciso instante los evoc: el doloroso y amargo final, as como la felicidad del principio. Entonces ni l mismo se habra credo capaz de deshacerse de aquella maldicin que lo persegua desde su nacimiento. Pero esa desdicha le pareci por un breve instante, muy breve, una bendicin. Sophie... Tal vez ella tambin fuera una bendicin. Ojal ella pudiera amarlo. Aun sabiendo la verdad sobre l. Y si sus adversarios no se interpusieran en su camino de nuevo. Sophie...

Cada vez que tocbamos juntos me daba miedo que fuera la ltima. A pesar de que quedbamos para otro encuentro, yo contaba en secreto con que Nathanael pronto se hartara de tocar con una estudiante. Adems, por qu? Yo no haba dado conciertos importantes ni tena experiencia en grandes escenarios. S, seguro que en algn momento dejara de aparecer en la sala de estudio. Intentaba prepararme de antemano para el desengao, y estaba decidida a tratarle con la mayor naturalidad posible, en caso de que en un futuro nos cruzramos por casualidad en la Mozarteum. Me comportara como si nunca hubiramos intercambiado palabra, por supuesto no demostrara mi vulnerabilidad, incluso le sonreira. Para sentirme ms segura, practicaba esa sonrisa frente al espejo del bao, pero cuanto ms me esforzaba por que pareciera natural, ms forzada e insegura me sala. Sin embargo, por suerte no fue necesario sonrer: Nathanael acuda una y otra vez, y nuestras sesiones regulares se convirtieron en una costumbre. Adems, antes de cada encuentro estaba hecha un flan, pero, con el tiempo, aunque no fuera una rutina, s adquir la confianza de que esa inslita liviandad que haba percibido la primera vez que tocamos juntos no haba sido algo aislado. Aunque yo normalmente acuda con puntualidad a la sala de estudio, Nathanael siempre llegaba antes que yo. Salvo un breve saludo, por lo general, no deca nada. De

vez en cuando, comentbamos alguna secuencia, hablbamos de cules eran los puntos complicados y cmo queramos interpretarlos. l se contentaba con dejar hablar al chelo, y yo me concentraba en el piano. Cuando me marchaba, clavaba su penetrante mirada en m a menudo tena la sensacin de que iba a atravesarme con los ojos, pero la despedida era ms bien escueta. Al principio me bastaba con estar con l y entregarme por completo a la maravillosa msica que crebamos juntos. Pasadas varias semanas me atrev a hacerle por primera vez una pregunta que no tuviera que ver con nuestra siguiente cita. Hasta entonces mi inseguridad siempre haba superado la curiosidad, pero en aquel momento saqu a la luz por fin algo que me quitaba el sueo. Cunto tiempo vas a quedarte en Salzburgo? No lo s se limit a contestar. Me cost lo indecible hacer de tripas corazn, pero ya que haba llegado tan lejos no quera rendirme sin ms, de modo que, tras vacilar por un instante, le pregunt: Qu hacas antes? Hanne me lo haba contado a grandes rasgos, pero disimul cuando empez a detallar, de forma telegrfica y sin el menor entusiasmo, algunos de los grandes escenarios en los que haba tocado. Imagino que debe de ser bonito tocar con esas ilustres orquestas... murmur, enojada conmigo misma por que no se me ocurriera nada ms ingenioso. No importa dnde, ante quin ni con quin contest l con sobriedad; el chelo sigue siendo el chelo. Estaba dispuesta a hacer una nueva pregunta, pero antes de que pudiera formularla, me interrumpi con una brusquedad extraa: Sigamos tocando! No poda haberme dejado ms claro que no quera hablar de l, en absoluto. Not que el rubor me cubra la cara, y me puse a pasar las partituras con las manos temblorosas. Sin embargo, en vez de empezar a tocar, cuando encontr la hoja correcta, l dej caer el arco del chelo y me mir desconcertado. Pareca consciente de la brusquedad con la que se haba comportado, as que empez era obvio que quera demostrar que no era su intencin a hacerme preguntas, aunque eran ms bien retricas. Ests en el sptimo semestre, verdad? El profesor Wagner parece entusiasmado contigo. Ya has logrado muchas cosas para ser tan joven, porque no tienes ni veinte aos, no? Pese a que emple un tono muy amable, contest con monoslabos sin poder evitar que mi rubor fuese en aumento. El hecho de que mencionara mi edad slo poda

significar que me consideraba poco ms que una nia. Y as era como yo me senta en ese momento: como una nia torpe, ingenua y tensa. Pero luego dej de hacer preguntas y seguimos tocando y, como siempre que poda entregarme a nuestra msica, la inseguridad se evapor. Al principio pensaba que Nathanael Grigori slo era tan callado e inaccesible conmigo, pero un da, cuando salamos de la sala de estudio, lo abord Matthias, que, como siempre, estaba tan sudado como si saliera de la obra. Era evidente que estaba esperando a Nathanael para comentar algo con l, pos con alegra la mano sobre su hombro y se acerc tanto a su cara que Nathanael seguro que sinti su aliento hmedo. Matthias se puso a parlotear animado sin ms, pero Nathanael instintivamente retrocedi. Se lea la aversin en su precioso rostro, luego los rasgos se endurecieron. Ante el torrente de palabras que el pianista verti sobre l, l se limit a contestar con un s o un no antes de darse la vuelta y salir corriendo por el pasillo como si lo persiguieran. Ms adelante reproduje mentalmente una y otra vez esa escena, y me preguntaba si aparecera en su rostro esa misma expresin de repugnancia si yo lo tocara por casualidad. Ya me haba resignado a que jams tendramos una conversacin como es debido, cuando un da despus de tocar me pregunt si quera tomar un caf con l. Yo estaba guardando las partituras en el bolso, y su invitacin lleg tan de repente que las hojas se me escurrieron de la mano por la sorpresa. Me arrodill enseguida para recogerlas, y al levantarme me golpe la cabeza contra el piano. Nathanael intent en vano reprimir una sonrisa que le haca parecer ms joven, despreocupado, no tan serio, reservado y misterioso. Slo si tienes tiempo... aadi. Pues claro que tengo tiempo! exclam, y de inmediato me avergonc de mi exceso de entusiasmo. Bajamos en silencio. Me dola la cabeza, pero evitaba tocarme la zona del golpe. El incidente me resultaba tan embarazoso que no quera ni recordarlo. Esperaba que furamos al MOZ, pero Nathanael tena en mente otra cosa. Abandonamos la Mozarteum y al cabo de unos minutos llegamos al hotel Stein, desde cuya terraza se vea todo el centro histrico de Salzburgo y los alrededores de la ciudad: las cpulas de las iglesias y de la catedral, el Mnschberg y la fortaleza de Hohensalzburg, al oeste el monasterio de los capuchinos y, detrs, el Gaisberg. A pesar de que llevaba tres aos viviendo all, era la primera vez que iba y disfrutaba de las vistas. Nathanael, en cambio, no pareca muy impresionado. Slo pase la mirada un instante, luego ocup un sitio de espaldas a la barandilla, en vista de lo cual yo tambin me sent enseguida. El corazn empez a latirme a toda velocidad cuando me mir, pero no lo notaba palpitar en el pecho sino en la garganta, y con tanta fuerza que cre que se me iba a salir por la boca. Ya entonces me costaba respirar, pero ms me cost despus, cuando surgi una sonrisa inesperada en su rostro. Era de cortesa? Burlona? Amable?

Cuando se acerc el camarero, yo ped un caf con leche y l agua. A pesar de los nervios me ruga el estmago del hambre aquel da apenas haba comido, y cuando vi que el camarero llevaba unos pedazos de tarta Sacher y de manzana a la mesa contigua, no pude evitar lanzarles una mirada ansiosa. El chico se dio cuenta y pregunt si tambin quera pastel. Sacud la cabeza, confusa, sin saber qu hacer con las manos. Deba apoyarlas en la mesa? Esconderlas debajo? Tmate un trozo dijo Nathanael para animarme. T... dije yo con voz ronca, pero t tampoco comes nada. Su sonrisa se volvi ms amplia. Mejor que no. Por qu? pregunt, y luego aad algo que pasados unos das seguira abochornndome: Es que te preocupa tu figura? No s cmo haba llegado a esa conclusin, seguramente porque haba pedido agua. Me retract con la misma brusquedad con que haba pronunciado aquellas palabras. Lo siento murmur, y baj la mirada. l solt una carcajada y, entre risas, dijo: No, es por otros... motivos. Cuando el camarero regres con las bebidas, me concentr por completo en mi caf con leche, pero lleg un momento en que ya no poda removerlo ms y le di un sorbo con cuidado. Al levantar de nuevo la mirada, vi que me observaba de esa manera que, sin ser desagradable, resultaba tan peculiar. Con la misma espontaneidad con que hasta entonces se haba guardado de hablar, comenz a formular preguntas: quera saber dnde viva y con quin, si siempre haba vivido en Salzburgo, qu me pareca la ciudad, cundo haba empezado a tocar el piano. Ese ltimo era mi tema, el nico del que poda hablar sin titubeos ni timideces. Le habl de mis primeras clases cuando tena slo cuatro aos, y de la sensacin entonces abrumadora de poder producir esos sonidos maravillosos, de los primeros profesores que me haban dado clase, de los compositores que ms me gustaba interpretar, de las actuaciones y la energa que me costaban, de la esperanza de no decepcionar al profesor Wagner. Le expliqu los momentos mgicos en los que me imaginaba entregndome por completo a la msica, cuando los latidos de mi corazn se amoldaban a su ritmo y pareca que literalmente la inspirara con cada fibra de mi ser. Entonces me senta insignificante al pensar que alguien haba creado algo tan grandioso, privilegiada al poder recorrer ese angosto camino que conduca directamente al cielo, y feliz de haber encontrado mi vocacin, aunque a veces tuviera que superar dificultades para seguirla.

Me arda la cara, pero ya no a causa de la timidez, sino de la pasin. Se te nota dijo Nathanael de pronto. El qu? Ese... entusiasmo. No lo pierdas! Mucha gente no siente eso por lo que hace. La cara de despreocupacin dio paso a una profunda arruga en la frente. Pero t... tambin vives para la msica. Sus rasgos se ensombrecieron an ms. Eso era antes murmur. Vi que an tena el vaso lleno, haba bebido slo un sorbo. Qu quieres decir? pregunt. Pero t eres... No tiene importancia me interrumpi con aspereza. En cualquier caso, me alegro de que nos hayamos encontrado. Me beb el caf, y l llam al camarero y pag. Al levantarnos, nuestras manos se rozaron. Apart la ma de inmediato, como si me hubiera quemado, y busqu su mirada. Y si apareca en sus ojos la misma aversin que cuando lo haba tocado Matthias? Pero no vi nada parecido, sus ojos azules brillaban y su rostro pareci ganar algo de color. Tal vez fuera ridculo darle tanta importancia a un gesto tan pequeo, pero por un instante tuve la sensacin de que al fin poda respirar tranquila en su presencia y flotaba de felicidad. A partir de entonces empezamos a ir ms a menudo a tomar caf. Unas veces nos sentbamos en la terraza del Stein y otras en el Bazar o el Frst. En una ocasin fuimos a dar un paseo por la orilla del Salzach, y otro da, despus de tocar juntos, esa vez por la tarde, Nathan me invit a una pizzera. l pidi algo de comer, pero slo tom unos bocados, luego revolvi el resto de la comida en el plato con gesto desganado y se limit, como siempre, a beber agua. Yo tampoco com apenas nada, estaba demasiado emocionada, sin embargo su falta de apetito me desconcertaba. Rechazaba la comida con repulsin, como si le fastidiara verse obligado a beber y comer algo con regularidad. Sin embargo, pese al escaso apetito, jams pareca debilitado, al contrario: todos sus movimientos eran siempre perfectamente serenos y tranquilos. Ni siquiera despus de horas tocando el chelo daba muestra alguna de agotamiento. Y jams sudaba, ni cuando caminaba bajo un sol abrasador. Sin embargo, haba algo ms que me irritaba. En cada encuentro se mostraba ms abierto, amable y locuaz por lo menos en cuanto a m y a la msica, porque de s mismo no hablaba nunca, pero a veces se quedaba callado a media frase y sus rasgos adoptaban una expresin melanclica y ausente. Era como si de pronto hubiera odo algo que slo era percibible para l, o visto algo invisible para el resto de los mortales. Nunca se mostraba inquieto ni nervioso slo una vez vi que le temblaran las manos, y eso fue mucho tiempo ms tarde, y no obstante me daba la impresin de que senta un profundo desasosiego, de que era infeliz.

A veces, cuando estaba con l, tena la sensacin de que aquella tristeza me invada como una ola negra e inevitable que ahogaba cuanto alcanzaba, una forma de desesperacin, violenta y absoluta, como no haba sentido jams. En esas ocasiones me faltaba el aire, me senta tensa, impotente y vulnerable, y, aunque disfrutaba cada segundo que pasaba con l, me asaltaba la imperiosa necesidad de huir lo ms lejos posible. No obstante, la mayor parte de las veces ese arrebato slo duraba unos instantes, tras lo cual desapareca la oscuridad de su semblante y yo volva a sentirme como en los momentos en que su msica me daba alas: despierta, eufrica, sensible, despreocupada. Entonces lleg el da yo ya no contaba con ello en que estuve esperando a Nathan durante horas en la sala de estudio. No apareci. Hice lo imposible por convencerme de que haba memorizado mal la fecha, pero en el fondo saba que no era cierto. Pasada una hora que se me hizo interminable, otros estudiantes reclamaron la sala. Yo empec a recorrer el pasillo arriba y abajo, ofuscada, incapaz de irme de la Mozarteum. Me haba propuesto firmemente no molestarme con l si llegaba un da en que no quisiera seguir tocando conmigo, pero ahora no poda dejarlo pasar sin ms, sin que me diera una explicacin. Y aunque no estuviera dispuesto a hablar conmigo de su decisin, por lo menos quera verlo y or su voz, si no poda ser el chelo! Vaya exclam Hanne, tu dolo te ha plantado? Como no la haba visto acercarse, me sobresalt. Se arrim a m como si quisiera darme un abrazo de consuelo, pero, en cambio, dijo con tono mordaz: No me extraa. Qu iba a hacer l con una chica como t? Me limit a mirarla, indefensa. Aunque se me hubiera ocurrido algo que contestar, me lo habra callado. Me dola la garganta como si me hubiera tragado un trozo de cristal. Al fin y al cabo, l tambin es un tipo raro prosigui ella con indiferencia. Lo nico que sabemos de l es lo que aparece en la biografa de nuestra pgina web. Parece que nadie lo conoce bien. En realidad puedes estar contenta de haberte librado de semejante tipo. Aunque fui incapaz de pronunciar palabra, consegu zafarme de ella y, cuando me hube alejado unos diez pasos, susurr: Djame en paz. Aquel da no tena sentido quedarse en la Mozarteum, pero a la maana siguiente me present puntualmente y recorr de nuevo el pasillo arriba y abajo, frentica, en busca de Nathan. Me salt una clase y una audicin, aunque despus ya no me atrev a faltar a la clase del profesor Wagner, que me ri con una dureza inusual por mi falta de concentracin. Yo no paraba de disculparme, pero no poda contenerme: tena los dedos rgidos y desmaados, y las partituras se desdibujaban ante mis ojos.

Durante todo el medioda y la maana siguiente estuve yendo de una sala de estudio a otra, pero no encontr a Nathan en ningn sitio. En el comedor, donde lo fui a buscar por ltimo, ped un t, pero no me lo tom, slo remov la taza llena, aferrada a la esperanza de que le hubiera pasado algo tan urgente como inevitable que lo hubiera obligado a irse de Salzburgo. Y no haba podido avisarme a tiempo porque no tena mi direccin ni mi nmero de telfono. S, deba de ser eso! A ltima hora de la tarde del tercer da me encontr por los pasillos de la Mozarteum no a Nathan, sino a Matthias Steiner. Lo abord y, sin saludarlo siquiera, cansada de ser educada o hacerme la indiferente, le pregunt si saba dnde estaba Nathanael Grigori. Se encogi de hombros. Ni idea murmur lacnicamente, pero me dio su direccin. Nathan viva en el cruce de Linzergasse y Priesterantsgasse, no muy lejos de all. Fui corriendo y llegu casi sin aliento. Repas los nombres del portero automtico y me detuve ante un timbre con las iniciales N. G. por toda indicacin. Tuve que contenerme para no ponerme a llamar al interfono como una desesperada. Por mucho que me costara esperar, no quera presentarme ante l empapada en sudor y jadeando. As pues, aguard a recuperar el aliento y llam. Nadie me abri. Me qued hasta que oscureci, sin parar de llamar, aunque sospechaba que era intil, y luego me fui a casa a paso lento, desanimada y abatida. Me esperaba una noche agitada. Pasada la medianoche logr conciliar el sueo, pero a las cuatro de la maana volv a despertar. Sin pensar lo que haca, me vest como si fuera sonmbula y sal de casa para dirigirme de nuevo a Linzergasse. Loca, loca, loca!, resonaba en mi cabeza al ritmo de los pasos, estaba obsesionada con l, no poda apartarlo de mis pensamientos! Hasta entonces slo una cosa poda generar en m semejante determinacin: tocar el piano. Sin embargo, durante los ltimos tres das apenas haba practicado, y ahora me lo reprochaba, loca, loca, loca!, a pesar de lo cual no poda reprimir el ferviente deseo de ver a Nathan. Cuando llegu era noche cerrada. Esper a recuperar el aliento y volv a llamar. Durante unos minutos no pas nada, y ya iba a desistir cuando de pronto apareci una sombra tras la puerta de cristal de la entrada. En vez de abrir con el portero automtico desde su casa, Nathan haba bajado. Qu haces aqu? pregunt sin saludarme. Al verlo sent un alivio casi doloroso. Fue como si, despus de estar sumergida durante mucho tiempo en agua fra, hubiera recobrado la sensibilidad en el cuerpo. Sin embargo, el alivio no dur mucho, ya que enseguida se convirti en horror: bajo la deslumbrante luz de la lmpara que iluminaba el pasillo pareca otra persona. Estaba delgado y dbil, como si hubiera perdido varios kilos en esos pocos das, y caminaba encorvado, como si arrastrara una pesada carga. Tena el rostro desfigurado, como si se hubiera puesto una finsima mscara de cera que lo haca aparecer todava ms plido,

cansado y, en cierto modo, sin vida, y mataba por completo el color y el brillo de sus ojos. Durante un rato no pude hacer ms que observarlo atnita. Qu haces aqu? volvi a preguntar. Me restregu las manos en un gesto de impotencia. Hasta entonces no me haba percatado del fro que haca aquella noche. Yo... slo quera saber si... estabas bien... tartamude. Me haba parecido inevitable ir hasta all y, sin embargo, en ese instante deseaba que me tragara la tierra. Cmo se me ocurra sacarlo de la cama a esas horas de la madrugada! A juzgar por su lamentable aspecto, probablemente estuviese enfermo, y yo lo haba despertado! Baj la cabeza y di un paso atrs. Lo siento... murmur, y de nuevo resonaron en mi mente las mismas palabras: loca, loca, loca!. Al volverme, estuve a punto de caer. La calle estaba desierta y en la escalera reinaba un silencio sepulcral. No quiero verte de nuevo por aqu! me grit. Su voz sonaba glida, inexpresiva. Poda haber una ofensa mayor? Debera haber imaginado que le iba a molestar... Ya no quiere tocar conmigo... es eso... Pens en la sonrisa que haba estado ensayando frente al espejo, y en que deba fingir ante l que me era indiferente, pero ahora era imposible salvar la situacin y volverme hacia l por ltima vez. Slo poda huir, aunque no a la velocidad a que haba ido hasta all. Me costaba dar un paso tras otro. Senta que su mirada me quemaba en la espalda. Como no haba odo que se hubiera cerrado la puerta, estaba segura de que segua observndome desde la entrada, y de pronto tropec. Antes de que cayera l ya estaba a mi lado. Me agarr del brazo y me ayud a enderezarme. No lo haba odo acercarse, haba corrido hacia m en absoluto silencio. Me estremec del susto. Sophie, espera! La voz ya no sonaba fra, sino ms bien triste y apesadumbrada. Me solt y, a pesar de su reclamo, segu caminando, incluso aceler el paso. De nuevo corri tras de m, me toc los hombros, primero vacilante, cauto, luego me agarr con fuerza y me oblig a detenerme. Sophie! Hay tantas cosas que no puedo contarte... Hizo una pausa y prosigui: Pero... no quera herirte. Lamento haberte dejado plantada, y lamento an ms haberte ofendido as. Pero eso no significa que no quiera tocar contigo! Para m es muy importante que sigamos colaborando... Nathan, a quien hasta entonces siempre haba visto tan sereno y dueo de s mismo, de pronto se mostraba desazonado. Eso me dio coraje para volver a mirarlo a la cara.

Por qu? pregunt. Por qu quieres tocar conmigo? No s nada de ti, slo que eres un chelista con talento y mucho xito. Yo, en cambio, soy una simple estudiante. Entonces, por qu? Yo temblaba bajo sus manos, pero por dentro estaba tranquila. Madre ma, qu preguntas haces, Sophie. Esboz una sonrisa. Haca mucho tiempo que no conoca a una mujer tan extraordinaria como t. Estaba segura de que se burlaba de m. Sin duda era una pianista entusiasta, tal vez con un talento extraordinario, pero ni mucho menos una mujer extraordinaria. No me senta especialmente guapa ni segura. Por experiencia saba que la gente se fijaba en las mujeres como Hanne o Nele, pero no como yo. Sin embargo, no haba rastro de burla en su mirada, sino un afecto profundo y sincero. Nathan... murmur. Al cabo de un instante ya daba igual lo absurdas que sonaran sus palabras. Podra haberme dicho cualquier cosa que le habra credo. Me estrech entre sus brazos con ms fuerza, y dej de temblar. El azul de sus ojos volva a ser penetrante y claro. Me pareca percibir su brillo en mi frente, en la nariz y las mejillas. Acerc la cara a la ma, y se detuvo en el ltimo momento. Sent su aliento, y salv la ltima distancia que nos separaba, impulsada por la misma extraa fuerza que me haba hecho cruzar Salzburgo de noche y llamar a su puerta. Nuestros labios se encontraron, clidos y suaves. l desliz las manos por mi cuello y lo acarici. Sent en la espalda un cosquilleo que se transform en escalofro. La presin de sus labios, titubeante al principio, se volvi ms urgente. Abr la boca, lo sabore y segu sintiendo escalofros, que ahora resultaban agradables. Nuestras lenguas se encontraron un instante, saladas, cosquilleantes, fogosas. La sensacin fue rara, casi demasiado intensa para resistirse a ella, de modo que me apart. Sin embargo, no aguant mucho tiempo sin sentirlo y saborearlo, sin disfrutar de esa cercana e intimidad. La segunda vez acerqu la boca con mayor mpetu, con pasin e impaciencia. Cuando nuestras lenguas se encontraron, ya no fue extrao. Nuestros labios parecan fundirse, igual que nuestros cuerpos, en uno solo. Cuando finalmente nos separamos, ya no estbamos a oscuras. A lo lejos comenzaba a vislumbrarse una luz griscea sobre el manto oscuro de la noche. Por una estrecha franja surga un resplandor rojo que baaba de una luz tenue las azoteas de la ciudad, las torres de las iglesias y el barrio alto de Salzburgo. El nuevo da an dudaba, tiritando en el fro aire matinal, si despojarse de su camisn. En el cielo seguan acumulndose nubes de un violeta oscuro, hasta que al fin fueron arrancadas de golpe, como una molesta cortina, y tras ellas apareci el flgido crculo del sol naciente.

CAPTULO 2

Ms tarde Nele me cont que durante aquellas semanas yo iba por la vida comouna sonmbula. Nunca escuchaba con atencin, apenas me daba cuenta de su presencia, lo nico que me afectaba era Nathan y la msica, que en realidad eran inseparables. Nathan representaba la msica misma, perfecta, celestial, apasionante, ensimismada, nostlgica, divina. El tiempo que no poda pasar con l era insoportable, como un gran vaco en mi vida que deba superar de algn modo. No me di cuenta de que por aquel entonces Nele tena una aventura con un estudiante de biologa de msterdam. Adems, el inminente examen de primer ciclo ya no me daba miedo. De haber estado ms despierta y atenta, habra advertido mucho antes esas seales misteriosas que slo ms tarde, mucho ms tarde, supe interpretar. Entonces me pasaban por alto muchas cosas que podran haberme puesto en alerta y haberme preparado para lo que estaba por venir. Pero una noche not algo. Durante el camino de regreso a casa, segua embelesada. Primero Nathan y yo habamos tocado juntos, luego fuimos a pasear a la Kapuzinerberg. S que me admir su forma fsica porque a m apenas me llegaba el aire para hablar tras la empinada cuesta, mientras l contemplaba, tranquilo y meditabundo, el Salzburgo vespertino. El aire era ntido y templado. Las moscas zumbaban alrededor, mejor dicho, sobre todo a mi alrededor, porque yo estaba sudada, y Nathan no. No hablamos mucho, pero me rode con el brazo con cuidado. Esperaba que me besara, como aquella vez al alba, pero, aunque no lo hizo, no tuve la sensacin de que faltara algo, de que aquel momento no fuera de perfecta felicidad, plenitud y ternura. Besarle era emocionante, estar muy cerca de l un placer un poco menos excitante, pero, precisamente por eso, ms relajado. Nele, ests ah? grit al entrar en el piso. Estaba segura de que estaba en casa, me pareci notarlo. Sin embargo, no contest cuando volv a llamarla, y en su cuarto slo encontr el caos habitual: montaas de apuntes y copias, trastos, cajas de pizza vacas y latas de refresco. Segu avanzando y abr la puerta del saln. En el umbral me di la vuelta.

Sent fro, un fro glido. El saln estaba a oscuras, la casa de enfrente proyectaba sombras alargadas sobre la nuestra y ahuyentaba los rayos del sol. Cuando nos bamos de Salzburgo en invierno durante las vacaciones del semestre y no encendamos la calefaccin, despus siempre nos esperaba un congelador. Pero no era invierno, las noches eran frescas, pero no fras, y aun as la habitacin estaba tan fra que se me puso la piel de gallina. No consegu desentumecerme hasta que empec a tiritar. Fui corriendo hacia la calefaccin y la encend. La tubera empez a borbotear, pero tena tanto fro que no quise esperar a que el radiador se calentara. Sal corriendo del saln y cerr la puerta con fuerza tras de m. Enseguida volv a sentir calor, pero segua estando incmoda. Vacilante, fui de una habitacin a otra, sin saber qu o a quin buscaba. Todo pareca normal, el aseo, el bao, la minscula cocina en la que slo caba una persona. Tuve que hacer de tripas corazn para bajar el pomo de la puerta de mi habitacin. Suspir aliviada al notar que en sta reinaba una temperatura normal, pero me qued de piedra al desviar la vista hacia el escritorio. Yo siempre era ms ordenada que Nele, y en comparacin mi cuarto estaba casi perfectamente arreglado, pero nunca era meticulosa, aunque Nele a veces me acusara de eso en broma. Sin embargo, mis papeles sobre todo partituras, pero tambin un par de manuscritos y documentos estaban apilados con mucho cuidado en el escritorio, como si alguien hubiera medido las distancias con regla y hubiera comprobado hoja por hoja que las esquinas coincidieran milimtricamente. Me acerqu titubeante y me qued un rato frente al escritorio, sin atreverme a tocar la primera hoja. Estara fra? Alguien haba removido mis partituras para luego esmerarse en volver a colocarlas? O es que la imaginacin me estaba jugando una mala pasada? Cuando lleg Nele un poco ms tarde, se rio de m. En el saln haca fresco, pero no un fro glido. Yo iba por detrs de ella a mucha distancia mientras examinaba todo el saln. Se supone que aqu hace fro? Se volvi hacia m y sacudi la cabeza. Seguramente te sientes helada porque no ests cerca de tu Romeo. De pronto me avergonc de haberme mostrado tan temerosa. Ahuyent todos los pensamientos sobre el fro e intent dejar de inspeccionar con recelo el escritorio. Al da siguiente no se lo expliqu a Nathan. Al cabo de tres das el fro del saln ya estaba olvidado. Cuando Nele me comunic por la tarde que no dormira en casa probablemente iba a casa del estudiante de biologa de msterdam, no me dio miedo, al contrario, me alegr de poder practicar sin que me molestaran. Aprovech cada minuto que me quedaba hasta las diez de la noche, despus me di un generoso bao y me acost poco antes de medianoche. Desde que conoca a Nathan, dorma mal y poco, pero como no estaba del todo cansada decid leer un poco. Apenas poda concentrarme en las palabras. No paraba de pensar en Nathan, en el tiempo que habamos pasado juntos, y sonrea para

mis adentros: contenta, como dira yo, como una boba, como habra dicho Nele, en tono de mofa. Cuando me despert estaba muy oscuro. No recordaba haber apagado la lamparilla de noche. El libro, cerrado, estaba entre la barbilla y el pecho. Uno de los cantos se me haba clavado en la piel y me haca dao. Dej el libro a un lado y me frot en la zona dolorida. Me haba quedado dormida medio sentada, as que me incorpor para colocar bien la almohada. En aquel momento lo o: voces, varias voces, apenas ms audibles que un susurro, pero furiosas. Dej caer la almohada. Las voces parecan venir directamente del pasillo. Hablaban entre s cada vez ms rpido, entre los susurros slo se distingua un bisbiseo, pero ninguna palabra. Hola? Me fall la voz. Lo nico que logr emitir fue un graznido, pero fue suficiente para que los susurros y murmullos cesaran por un instante. Aguc el odo en tensin. Silencio sepulcral. Entretanto la vista se me haba acostumbrado a la oscuridad, y en mi cuarto todo pareca estar como antes. Busqu a tientas la lamparilla de noche, intent encenderla, pero por mucho que apretara el interruptor segua a oscuras. De pronto me dio un vuelco el corazn. No haba luz. Alguien haba cortado la corriente. Me levant, fui de puntillas hasta la puerta y apliqu el odo a sta. Todo segua en silencio. La linterna... Se me ocurri que en algn sitio del piso tenamos una linterna para casos de emergencia como aqul... Sin embargo, cuanto ms me preguntaba dnde estara, ms vueltas absurdas daban mis pensamientos. De pronto se oy otro ruido, y no pude evitar soltar un grito. Esta vez no era un susurro ni un murmullo, sino un estruendo. Se haba cerrado una puerta, y en un primer momento tuve la certeza de que se trataba de la de nuestra casa. Temblorosa, me precipit al pasillo a oscuras, mir en todas direcciones, presa del pnico, y por fin comprend que los sentidos me haban engaado. Los susurros se reanudaron, pero, al igual que el portazo, no venan de nuestro piso, sino de la escalera. Recorr el pasillo tiritando y me di un golpe en el codo con una cmoda. Del perchero colgaba mi chaqueta, cuyo contorno, en la oscuridad, pareca la silueta de un ahorcado. Introduje la llave en la cerradura de la puerta de casa y la hice girar dos veces, busqu a tientas el pestillo de seguridad, que casi nunca utilizbamos, y lo corr. Luego desvi la vista hacia la mirilla. Las voces fueron subiendo de tono, pero, pese a que se

oa a varias personas que cuchicheaban en la escalera, delante de casa tambin estaba oscuro. Qu haca aquella gente ah a oscuras? Un momento de lucidez me permiti dominar el pnico, cada vez mayor. A ver, idiota!, me reprend. Por supuesto que en la escalera tambin estaba oscuro! No haba corriente! Los dems inquilinos de la casa se haban dado cuenta mucho antes que yo de que se haba ido la luz y seguro que ahora discutan sobre qu hacer. La tensin se convirti en una risa nerviosa. Quera volver a acostarme rpido y entrar en calor bajo la colcha. Sin embargo, an no me haba separado de la puerta cuando se desat un ruido ensordecedor. O jadeos y gemidos, pasos rpidos y un crujido fuerte, sacudidas, empujones, patadas. De nuevo se cerr una puerta, se oyeron suelas de zapatos que chirriaban contra el suelo de linleo, una curiosa rascadura y un tintineo. Esto ltimo son como si se rompiera una cantidad enorme de porcelana. Volv a acercarme a la mirilla, pero, una vez ms, lo nico que distingu fue una gran negrura, as que me retir, asustada, no slo por los inquietantes ruidos, sino porque de pronto tuve la certeza de que haba alguien justo enfrente de mi puerta, que respiraba despacio y me miraba fijamente. Un escalofro recorri mi espalda y, a pesar de estar tiritando de fro y miedo, sent las palmas de las manos empapadas en sudor. De pronto aquella figura extraa se puso a hablar conmigo. Su particular voz no sonaba humana, sino como el siseo de una serpiente, pero aun as me pareci entender cuatro palabras que me susurr a travs de la puerta. l es el impostor. El eco de aquella breve frase no cesaba en mis odos. Tena la sensacin de que se iban a desgarrar, y esta vez no hice ninguna reflexin sensata que me salvara del pnico. Fui corriendo al saln, y de camino roc la chaqueta que colgaba del perchero y ste cay al suelo con gran estruendo. Sin embargo, aquel sonido era suave en comparacin con el angustiante estrpito que se produjo en la escalera. En el saln busqu a tientas el telfono. El auricular se me resbal varias veces y, cuando por fin logr marcar, no recordaba el nmero de emergencias. En algn momento logr contactar con la polica. Mientras los gemidos, patadas y ruidos continuaban, tuve que tranquilizarme, dar mi direccin y explicar qu estaba pasando. S que balbuce mi nombre, pero no recuerdo cmo mat el tiempo hasta que por fin apareci la polica.

Cuando aparecieron los dos agentes de polica, el ruido ya haca tiempo que haba cesado y yo me haba vestido. Toqu el interruptor del pasillo sin querer, y las

bombillas se encendieron enseguida. Una vez controlados los nervios, decid que probablemente no se trataba de un apagn, simplemente mi lamparilla de noche se haba estropeado. Eso no explicaba en absoluto qu hacan todas aquellas personas a oscuras en la escalera. Slo cuando los agentes llamaron abajo y comprob el portero automtico me atrev a abrir despacio la puerta de casa. Una luz gris penetraba por la ventana de la escalera, no se oa ni se vea a nadie; todo pareca normal. O los pasos de los policas y tambin que de pronto se quedaban quietos. Me inclin sobre la barandilla de la escalera. Estoy aqu! Sophie Richter! Mi voz sonaba dbil. Yo les he llamado. Un robusto agente alz la mirada hacia m, el otro se haba agachado sobre algo y pareca estar observndolo con detenimiento. Qu curioso le o decir. Es tan... oscura. Esto tiene que verlo la polica cientfica. Me puse las zapatillas y me acerqu a ellos. Cuando los alcanc, el fornido de uniforme verde revolvi algo y sac un mvil que pareca bastante grande y anticuado. Y si tiene algo que ver con los asesinatos de Untersberg? pregunt el otro con gesto pensativo. Asesinatos? pregunt yo, consternada. No es tan importante fue la parca explicacin del gordo, que desvi la mirada hacia m. Usted es Sophie Richter? Era una pregunta muy normal, pero por un momento me puse nerviosa, como si tuviera que aprobar un examen. S balbuce. S, he llamado al or el ruido... Qu ruido? No s cmo describirlo. Sonaba de un modo muy particular, como un... fragor. Como si se rompiera una vajilla, pero... Hice una pausa al ver la mirada ms que escptica que intercambiaron. Es que no me crean? Me tomaban por una histrica? Lo cierto, sin embargo, es que era as como me senta en aquel momento. Esos asesinatos en Untersberg... dije, nerviosa no saba nada de eso. Durante las ltimas semanas han desaparecido algunos excursionistas me contest el otro agente, un poco ms amable. Los encontraron mucho despus y... Algunos excursionistas? lo interrump horrorizada. Es evidente que han sido vctimas de un crimen violento. Fueron... Esa vez no fui yo quien le interrump, sino su colega, que pareca de mal humor.

Eso no tiene nada que ver con esto exclam. Adems, si le interesa, puede informarse en cualquier peridico. Hace das que los periodistas no hablan de otra cosa. Mejor explquenos con ms detalle qu ha odo. Bueno... empec, pero guard silencio. Mi mirada haba topado con aquello que los haba retrasado. Sobre el suelo gris de linleo y en una parte de la pared clara haba una delgada mancha de sangre. Si se observaba de cerca se vea que estaba compuesta de muchas gotitas. Sin embargo, la sangre no era de color rojo intenso, sino oscura, casi negra, como si llevara horas bajo el sol ardiente. Dios mo! exclam, horrorizada. Vamos, venga. El oficial amable me agarr del brazo con suavidad y me condujo arriba. Hablaremos en su casa.

Durante la maana acudieron ms agentes a examinar la mancha de sangre. Cuando habl con uno de ellos ms tarde, ya no comentaban la conexin con la serie de asesinatos. Probablemente prevaleca la sospecha de que dos vagabundos borrachos se haban peleado con botellas de cerveza vacas, uno haba herido al otro y luego haban huido los dos. Interrogaron a todos los residentes del edificio, pero como nadie poda completar mi testimonio, no siguieron el caso. Nele se enfad cuando se lo expliqu. Eso es porque esos idiotas nunca cierran la puerta del edificio con cerrojo! Imagnate que llegas a casa de noche y te encuentras con un borracho! Estuvo un rato inmersa en sus fantasas salvajes sobre todo lo que podra haber pasado. Slo dedic un comentario casual al hecho de que yo todava tena el susto en el cuerpo: Tienes muy mala pinta. Has odo hablar de la serie de asesinatos en Untersberg? pregunt. Nele me mir con una mueca de impaciencia. Todo el que no va cegado de amor por la vida ha odo hablar de eso. Han desaparecido algunas personas, y las han encontrado muertas al cabo de una semana. Yo segua tiritando de fro, aunque ya me haba puesto dos chaquetas. Cmo? Cmo las encontraron? No! Cmo las asesinaron! Nele se encogi de hombros.

Por lo visto les abrieron el trax y les extrajeron el corazn. Pero para entonces ya estaban muertas. Probablemente se trata de un asesinato ritual. No sonaba horrorizada, sino ms bien fascinada, como si estuviera resumiendo la trama de una pelcula de terror muy recomendable. Sacud la cabeza, asqueada; no quera profundizar en el tema, y Nele sigui despotricando sobre los vecinos, que no cerraban bien la puerta del edificio por las noches. Al final recog mis cosas y me dirig a la Mozarteum.

Contempl su imagen en el espejo, y su aspecto le repugn. Los ojos. Como siempre, se le notaba en los ojos. La mayora de las veces poda ocultar perfectamente quin era, pero una noche como la de ayer haca mella. En el blanco de los ojos estallaban multitud de venitas, y la sangre que sala de ellas no era roja, sino azulada. Pareca que le hubieran tirado gotas de tinta en los ojos. Baj la cabeza y solt un gruido involuntario, levant la mano y la cerr en un puo. Antes de saber lo que estaba haciendo le dio un puetazo al espejo y lo destroz. Con un suave tintineo, cayeron al suelo miles de pedazos que dejaron un agujero. Slo el marco del espejo haba quedado intacto. Respir hondo y por un momento se avergonz de su debilidad. Se arrepenta de haber entrado en la pelea aquella noche. Haba salido airoso, pero segua siendo una imprudencia y, sobre todo, no tena sentido: era demasiado pronto para forzar la decisin, y tras la sensacin de embriaguez slo quedaban un vaco, cansancio, hasto. Retrocedi, contempl el plateado mar de cristales y luego se mir las manos. Estaban intactas. Cmo iban a herirle unos ridculos fragmentos de cristal? Suspir y pens en ella para calmarse. Pens en su olor, su msica, sus pasos suaves, su gil figura. Record sus gestos, que parecan un tanto asustadizos cuando se apartaba el pelo rubio, la arruga de la frente cuando se concentraba, y su clida sonrisa cuando se pona contenta. Cuando volvi a abrir los ojos, la imagen que haba evocado se desvaneci, y vio su propio rostro, tal como se reflejaba en los fragmentos del suelo. En ninguno en concreto se vea del todo, su rostro pareca disgregado, descompuesto en muchas partes que no encajaban. As soy pens. Descuartizado. Iba de un lado a otro sin rumbo en aquel inmenso ocano, infinito, vasto y vaco, de cuyas insondables profundidades siempre surgan enemigos insidiosos. Slo le consolaba la idea de un puerto de salvacin.

Solt un gemido, volvi a cerrar la mano en un puo, pero esa vez, en lugar de golpear el espejo, quiso hacerse una promesa a s mismo. Decidi que no sera as para siempre. Llegara un da en que cambiara su suerte.

El inquietante barullo en la escalera y la noche de escalofros ya casi estaban olvidados. Despus de mayo lleg un junio ms clido y soleado. Tal vez no siempre hiciera calor y sol, a lo mejor tambin llova de vez en cuando, pero yo no me daba cuenta, y precisamente por eso tampoco me molestaba. No me import que en una ocasin nos quedramos sin corriente al medioda y esa vez no eran imaginaciones mas, como aquella noche, tras lo cual Nele vaci el congelador y propuso, muy seria, que nos lo comiramos todo porque de lo contrario se echara a perder. Lstima que los arndanos, la salsa boloesa y las espinacas no combinaran bien. No me molestaba que las legiones de turistas fueran cada da ms numerosas en la Getreidegasse, ni que una vez me insultara una seora con traje amarillo porque pensaba que le haba clavado una cmara en la espalda. Me dio igual que una maana el suelo del comedor universitario apareciera cubierto de colillas, restos de una fiesta de estudiantes clandestina a cuyos organizadores todo el mundo encubra, y me preguntaran quin la haba organizado. Era la nica que no menta al decir que lo ignoraba, pero aun as no me libr de la mirada furiosa de la propietaria del MOZ. Poco antes me habra muerto de vergenza y me habra sentido culpable, aunque no fuera culpa ma. Ahora ya no. Nunca haba vivido, visto, sentido ni olido con tanta intensidad, y al mismo tiempo jams haba estado tan ciega a todo lo que suceda alrededor. A veces Nathan y yo bamos a pasear a los Mirabellgarten, y, sobre todo en el laberinto de los setos altos, tena la sensacin de que estbamos solos en el mundo, un mundo multicolor, de un verde tan suntuoso que ola a verano y emanaba felicidad. Era feliz cuando simplemente pasebamos tranquilamente juntos, feliz slo de poder contemplarlo. Lo nico que me daba miedo eran los momentos breves y extraos en que de pronto Nathan pareca taciturno, ausente y melanclico, pero no duraban mucho, y por otra parte fui acostumbrndome a ellos. Empez a confundirme otra cosa: a veces, cuando pasebamos juntos por Salzburgo, se paraba de repente, se daba la vuelta, nervioso, y buscaba con la vista por todas partes, como si sintiera que alguien lo segua. En esos momentos se le marcaban arrugas de preocupacin en la frente, e incluso cuando seguamos caminando me daba la impresin de que esperaba or pasos que se acercaban a nosotros. Una vez reun el valor para preguntarle qu o quin lo inquietaba tanto. Qu te pasa? Sin embargo, cuando pos su mirada en m, lo vi como ausente, como si despertara de un sueo tenebroso. No es nada.

Parece que... No pude seguir hablando, porque en ese preciso momento se inclin hacia m y me bes, como aquella vez al amanecer, delante de su casa. De nuevo sent su aliento clido en mi rostro, sabore sus labios, me estremec y al mismo tiempo sent un calor abrasador. Cuando finalmente me solt, me temblaban las rodillas. Nos estuvimos mirando un rato, fascinados, luego me acerqu a l, lo bes y l me correspondi de inmediato. A partir de entonces apenas hablamos, nos besbamos tan a menudo y con tanta naturalidad e intensidad que no quedaba tiempo para hablar. Nos besbamos delante de la puerta de casa, en la Goldgasse, cuando me acompaaba por la noche, en los pasillos del Landertheater, donde vimos una pera, y en un banco de Mnchsberg, desde donde se vea la escuela Felsenreitschule, el parque Frtwngler y el colegio benedictino. Una tarde en Mnchsberg pareca que no quera soltarme, y no slo me bes en la boca, me lami los lbulos de las orejas, durante tanto tiempo y con tal intensidad que se me contrajeron las entraas. Me arrim a l, sent cada fibra de su cuerpo, no recordaba haber estado tan vida de algo como del sabor de sus labios, su piel clida y suave, el cabello sedoso y un poco rizado en mis manos. Quera sentirlo, no slo en mi rostro, en la boca, sino en todas partes, as que agarr sus manos y se las deslic por el cuello hasta los pechos. Entonces se me qued mirando y se apart con delicadeza y decisin. Hay tiempo murmur con voz ronca. Mejor... no precipitar las cosas. Asent con las mejillas ardiendo y contempl el atardecer de Salzburgo. Todo me pareca extrao, una ciudad desconocida, como si jams hubiera pisado sus calles y callejones ni odo taer las campanas de las iglesias. El mundo de Nathan y mo era nico, separado y liberado de todo, pero cuando despertaba de nuevo a la realidad me senta fra y sola. Sin embargo, no pasbamos mucho tiempo separados. Despus del beso al amanecer delante de su casa, estuvimos vindonos todos los das durante dos semanas. Tiempo ms tarde, llegu a pensar que su ternura y los numerosos besos tal vez slo tuvieran como objetivo eludir todas mis preguntas. Durante aquellas semanas viv nicamente para estar cerca de l, para sentir la pasin que despertaba en m. Estaba atrapada en una ola de felicidad, convencida de que no poda ser ms feliz. Por eso me result an ms duro cuando de pronto Nathan se fue. A mediados de junio desapareci por segunda vez, sin avisar, sin una nota ni una explicacin. Nos habamos despedido delante de la Mozarteum y al da siguiente ya no lo vi. l saba dnde viva, y tena mi nmero de telfono, pero no dio seales de vida. La primera vez, que desapareci tres das, se me hizo insoportable. Ahora ya haba pasado una semana, y los das transcurran con tanta lentitud que me pareca un ao entero. No paraba de repetirme que la primera vez haba vuelto, e intentaba ensayar para mi examen final y comportarme ante Nele como si no me importara. No podra aguantar ni sus bromas bienintencionadas ni sus indirectas sobre mi amado, que, segn ella, para m era poco menos que un Dios, algo que bsicamente era un error, ya que un hombre siempre es un hombre. Sin embargo, cada da estaba ms

asustada: y si no regresaba? Cmo iba a vivir sin su msica, sus besos y sus caricias, sin esa forma de mirarme entre pensativa y melanclica? Nathan me haba dado a entender que no volviera a buscarlo a su casa nunca ms, pero despus de esa semana me daba igual. Mi desesperacin forz la decisin de no seguir de brazos cruzados. Quera una explicacin! Me la deba! Y no volvera a sonrojarme, a sentirme culpable, cuando me lo encontrase! Por lo menos, sa era mi intencin. Justo cuando llegu a su casa en Linzergasse, una mujer sala del edificio, as que aprovech y entr corriendo sin llamar al interfono. Sub mirando todos los nombres que figuraban en las placas de las puertas, todos de desconocidos, hasta que, en el tico, encontr las iniciales N. G. En lugar de llamar al timbre, aporre la puerta mientras gritaba su nombre. Mis gritos, al principio un poco contenidos y reservados, se volvieron ms fuertes y enrgicos y, al ver que no haba reaccin alguna, empec a vociferar, cada vez ms desesperanzada y cegada por la rabia: Nathan! Nathan, dnde ests? No puedes hacerme esto! No puedes irte sin ms, sin decir nada! Me preocupas. Si no quieres estar ms conmigo, dilo, pero no huyas de m! Slo quiero saber si ests bien! No tena esperanzas de verle, pero no paraba de hablar, de llamarlo. Mientras estuviera inmersa en aquella vorgine de palabras, no senta malestar ni turbacin. De pronto se abri la puerta y apareci Nathan. Adems de aporrear la puerta con fuerza, estaba apoyada contra ella, de modo que a punto estuve de perder el equilibrio y caer sobre l. Recuper el equilibrio justo a tiempo. Me qued mirndolo y me apart, tan consternada como aturdida. Nunca lo haba visto as, vestido slo con unos pantalones negros, con el torso desnudo. Siempre me haba parecido muy delgado y nervudo, pero ahora vea sus imponentes msculos. No entenda cmo me poda haber pasado por alto cuando lo abrazaba, pero posea unos hombros, un vientre y unos antebrazos fuertes y marcados, de una belleza perfecta. Se me ocurri que una figura as slo se consegua a base de horas de entrenamiento diario, tiempo que un chelista debera aprovechar para otras cosas. No poda apartar la mirada de l, y mi asombro era tal, que ni siquiera pens en avergonzarme por verlo medio desnudo. Sophie... Dnde diablos estabas? Sophie... Tena los ojos como hundidos en las cuencas. Mir alrededor en la escalera, inquieto, luego me agarr de los brazos, me hizo entrar en el piso y cerr la puerta. No deberas haber venido... No pareca molesto ni receloso, ms bien abatido.