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Hoy pocos recuerdan a NikolaTesla, pero gracias a él se enciendela bombilla del techo cuandopulsamos un interruptor. Fue eldescubridor del campo magnéticorotatorio, la base de la corrientealterna que hoy ilumina el mundo;pero también el padre detecnologías visionarias en su épocacomo la robótica, la informática olas armas teledirigidas. Nikola Teslaes el paradigma del inventor genial,la mente creativa sin perspicaciapara los negocios, y su vida es lahistoria de un fogonazo de luz que

iluminó a todos los que lo rodearon,para apagarse de forma triste…yresurgir hoy, con el homenaje y elrecuerdo de los científicosmodernos que reconocen a Teslacomo “el padre de la tecnologíamoderna”.

Margaret Cheney

Nikola TeslaEl genio al que le robaron la luz

ePUB v1.0Chachín 14.03.12

Título original: Tesla Man Out of Time

© Margaret Cheney, 1981. All rightsreserved Edición original: Touchstone,2001.© Turner Publicaciones S.L., 2009Primera edición: diciembre de 2009Traducción: Gregorio Cantera, 2009

Para Barbara Nelson y Alien Davidson

Tesla patentó en la década de 1920este aeroplano, cuyo funcionamiento seasemeja mucho a la aeronave dedespegue y aterrizaje en vertical(V/STOL: Vertical/Short Take Off), queen la década de 1980 la Armadaestadounidense consideraba “laaeronave subsónica de la próxima

década”. Esta última es un jet consofisticado equipamiento electrónico,pero el concepto básico es igual al delavión de Tesla, que nunca llegó aconstruirse.

PRÓLOGOEL PADRE OLVIDADO DE

LA TECNOLOGÍAMODERNA

La figura de Nikola Tesla fue tanintrincada y compleja como susinventos. Muchos de sus estudios yplanteamientos no pueden entenderse sinconocer su historia, su personalidad ytrastornos, sus viajes, su época y a suscoetáneos. Eso es lo que aquí se recoge.

No se trata de un recorrido por suprolífico trabajo, sino de un profundoviaje a su extraordinaria mente.

Casi cualquier texto documentadoque se ha escrito sobre Tesla destaca elolvido tan injusto que sufrió en vida y lafalta de reconocimiento que recibe aúnhoy por la mayoría de su inventos,incluso de los cientos que le sonreconocidos en sus patentes. Este olvidoes todavía mayor si lo decimos enespañol. Apenas hay literatura en esteidioma que dé a conocer al investigadorque más ha influido en el desarrollo dela tecnología moderna.

Por eso la publicación de esta

biografía de Nikola Tesla no podría sermás oportuna y acertada. Esperada ynecesaria, alimenta esa sensación de quepoco a poco el mundo comienza areconocer la figura de tan genialinventor, que en muchas ocasiones seanticipó a un tiempo que él mismoestaba haciendo progresar.

La historia de Tesla trata de unafascinante transformación, de cómo elmundo pasó a sustentarse en latecnología. Enseña cómo el empeño ylos sueños pueden llevar la voluntadhumana más allá de los contratiempos ylas desgracias.

Y sobre todo es una lección. De

cómo muchos grandes avances de losque disfrutamos hoy, casi sinapreciarlos, surgen de un pequeñonúmero de mentes geniales, curiosas,sacrificadas y trabajadoras —muchasveces diferentes— que las sociedades,lejos de olvidar, deben cuidar comoregalos valiosos que, de vez en cuando,dan un buen impulso a nuestro avancecomo civilización.

Una reciente exposición sobre losinventos de Nikola Tesla se refería a élcomo “el genio que iluminó el mundo”.Es cierto: a él le debemos que unahabitación a oscuras se llene de luz consólo pulsar un interruptor, aunque se

encuentre a cientos de kilómetros dedonde se produce la electricidad.

Genio asombroso, visionario einteligente como pocos, Tesla fue sinembargo un personaje misterioso,oscuro y controvertido. A lo largo de suvida como inventor hizo posibleingenios tales como las transmisionesinalámbricas que dieron lugar a la radio,las bobinas para el generador eléctricode corriente alterna, el motor eléctricode inducción, el alternador, el controlremoto…

Aunque pocos de estos ingenios sonreconocidos como suyos por el público,sus inventos prácticos y funcionales son

los cimientos de las civilizacionestecnológicamente avanzadas de unamanera tan decisiva que de Tesla se hallegado a decir que fue “el inventor delsiglo XX”.

Sin embargo, la personalidad deTesla, Cándida y llena de ideales,obsesiones y trastornos —la mismagenialidad que impulsaba su enormetalento y su inagotable capacidad detrabajo—, propició que otros seaprovecharan de su esfuerzo y le privóde obtener beneficio de sus creacioneshasta el punto de acabar arruinado yviviendo de créditos que era incapaz depagar.

Hoy muchos de quienes se interesanpor la figura de Tesla descubren cómofue robado y maltratado por supuestosrespetables de la época —como Edison,Westinghouse o J. P. Morgan— y hacensuya la frase “a Tesla le robaron”, parareivindicar un mayor reconocimiento asu figura. Esa frase puede leerse hoy encamisetas, pintadas, firmas de internet eincluso aparecía escrita en una pizarrade la popular serie de televisión House.

La época más productiva de Tesla—y dolorosa en varios aspectos—comenzó en 1884 cuando, después deestudiar ingeniería mecánica y eléctricaen Austria y física en Checoslovaquia y

de trabajar en varias compañíaseléctricas y telefónicas de Europa, llegóa Nueva York. Tenía veintiocho años,unos pocos centavos y una carta derecomendación para Thomas Edisonescrita por uno de sus socios que decía:“Querido Edison: conozco a dos grandeshombres y usted es uno de ellos. El otroes este joven”.

Edison contrató a Tesla con el fin deque mejorara los diseños de susgeneradores de corriente continua, queera el sistema eléctrico que estabacomenzando a utilizarse de formageneral para iluminar Nueva York yotras ciudades del país. Pero en aquella

época Tesla estaba más interesado en elestudio de la corriente alterna, algo queEdison veía como competencia a susinstalaciones de corriente continua.

Durante el tiempo en que trabajópara Edison, Tesla le proporcionódiversas y lucrativas nuevas patentes.Cuando Tesla alcanzó sus objetivos,Edison se negó a pagarle la recompensaprometida de cincuenta mil dólaresalegando que aquello había sido “unabroma americana”. Peor aún, se negó asubirle el sueldo a veinticinco dólares ala semana, lo que hizo que Tesladimitiera, disgustado y decepcionadopor el que hasta entonces había sido su

héroe.En 1887 la Western Union Company

le proporcionó fondos con los que pudodedicarse a investigar y trabajar en eldesarrollo de los componentesnecesarios para generar y transportarcorriente alterna a largas distancias.Esta tecnología es básicamente la mismaque se utiliza hoy en todo el mundo.Entre estos desarrollos se encontrabanlas bobinas y el motor de inducción,presentes de forma masiva en latecnología actual.

En aquellos años GeorgeWestinghouse, inventor de los frenos deaire para los trenes y propietario de The

Westinghouse Corporation, le compró aTesla sus patentes para la manipulaciónde la energía eléctrica y le ofrecióademás el pago de royalties por laexplotación de la energía eléctrica quese generase con sus inventos. Estosupuso un respiro económico paraTesla, quien pudo dedicarse aldesarrollo de otros inventos en supropio laboratorio.

La comercialización de la corrientealterna basada en los trabajos de Teslafue el inicio de la “guerra de lascorrientes” con Edison. Edison defendíael uso de su corriente continua (elestándar entonces en EE UU) mientras

que Tesla defendía las ventajas de lacorriente alterna, que fue la quefinalmente se impuso y la que está hoyen los enchufes de todo el mundo.

Durante la “guerra de las corrientes”por el monopolio de la distribución deelectricidad, Edison se encargó dedesprestigiar la corriente alterna —conforme se iba imponiendo su uso—,argumentando que era peligrosa. Edisonlo demostraba electrocutandopúblicamente perros, caballos y otrosanimales. De hecho fue Edison quien en1903 propuso que la mejor forma dematar a la elefanta Topsy —que habíacausado la muerte de tres personas—

era una fuerte descarga de corrientealterna. Hoy muchos consideran queEdison fue el verdadero inventor de lasilla eléctrica.

En 1887 Westinghouse fuecontratado para construir una centraleléctrica en las cataratas del Niágara,donde se aplicó la tecnología deproducción y transporte de electricidadalterna desarrollada por Tesla. Allí hoyse erige un monumento en honor deTesla, en el lado canadiense de laconstrucción.

Pero debido al coste económico quehabía supuesto para Westinghouse lacarrera tecnológica en favor de la

corriente alterna, le pidió a Tesla querenunciase a recibir los crecientesroyalties a los que tenía derecho por lageneración de electricidad. En un gestomagnánimo y torpe, Tesla accedió yrompió el contrato que le unía aWestinghouse como agradecimiento aquien le había apoyado tras el fiasco deEdison. Desde ese momento, losproblemas económicos de Tesla seconvertirían en una constante durante elresto de su vida.

Aquella aún no sería la última vezen que Tesla vería cómo otro sebeneficiaba de su trabajo. En 1909Marconi recibía el premio Nobel por el

invento de la radio. El aparato con elque Marconi transmitió la primera señalde radio que cruzó el océano Atlánticoen 1901 utilizaba hasta diecisietepatentes propiedad de Tesla, quien yallevaba varios años probando la emisióny recepción de señales de radio y quienreclamó los derechos de la patente.

No fue hasta 1943, ya muerto Tesla,cuando la Corte Suprema de EE UUreconoció la prioridad de Tesla sobre lapatente de la radio, la cual hoy mantiene.Aunque el debate pervive, ya que noestá claro si ese gesto pudo estardestinado más bien a evitar la demandaque Marconi había iniciado contra el

Gobierno de EE UU por utilizar su radiodurante la guerra. En 1989 el grupo demúsica “Tesla” dedicó la canción TheGreat Radio Controversy a estapolémica.

En los años siguientes, Tesla seconcentraría en la experimentación,especialmente en el campo de las ondasde radio y de las altas frecuencias. Eltrabajo con altas frecuencias permitió aTesla desarrollar algunas de lasprimeras lámparas fluorescentes deneón. Por aquel entonces tomó tambiénla primera fotografía en rayos X.

Pero estos inventos palidecían encomparación con lo que descubrió en

noviembre de 1890, cuando consiguióiluminar un tubo de vacío sin cables,haciéndole llegar la energía a través delaire. Éste fue el comienzo de la granobsesión de Tesla: la transmisióninalámbrica de energía.

La transmisión inalámbrica deenergía, de forma funcional y práctica,es una de las grandes asignaturaspendientes de la tecnología moderna.Aún hoy es investigada por numerososcientíficos, que en lo últimos años hanpresentado tímidos avances.

En 2007, varios investigadores delInstituto Tecnológico de Massachusettslograban iluminar una bombilla de 60

vatios situada a unos pocos metros de lafuente eléctrica. Por supuesto, paralograrlo utilizaban las llamadas bobinasTesla, que se utilizan para transmitir laelectricidad sin hilos basándose en laresonancia, haciendo vibrar ambasbobinas, la emisora y la receptora, a lamisma frecuencia.

Tesla dedicó muchos años a cumplirsu gran sueño. Quería transmitir energíade forma aérea, sin cables,aprovechando la conductividad de laionosfera, la capa superior de laatmósfera. Su intención era distribuirlagratuitamente por todo el planeta parauso y beneficio de todo el mundo.

Para conseguirlo construyó unaenorme torre de más de sesenta metrosde altura llamada Wardenclyffe Tower,popularmente conocida como “la torrede Tesla”, con la que intentó demostrarque era posible enviar y recibirinformación y energía sin necesidad deutilizar cables. Sin embargo, la falta depresupuesto impidió que la estación deradio se terminara siquiera de construir.Nunca llegó a funcionar del todo y latorre fue derribada, aunque Teslacontinuó trabajando en los edificios delcomplejo.

Situada a unos cien kilómetros deManhattan, la torre debía su nombre a

James S. Warden, abogado y banqueroque ofreció los terrenos para que Teslapudiera desarrollar su idea. Tras lamuerte de éste, el complejo deWardenclyffe pasó por distintospropietarios. La multinacional Agfa fuehasta 1992 el último inquilino de lasinstalaciones, abandonadas desdeentonces y puestas a la venta en 2009.Actualmente los jóvenes de la zona sereúnen en su interior para beber cerveza.

Hoy, el Tesla Science Center y elgobierno del condado de Suffolk, en elque se ubica, estudian hacerse con ellugar, restaurarlo y convertirlo en uncentro educativo y un museo científico.

“Dar a esas instalaciones cualquier otrodestino sería un insulto a la memoria delgenio”, escribía Dan Nosowitz eninternet.

En el edificio principal delcomplejo se colocó en 1976 una placaconmemorativa con motivo del 120aniversario del nacimiento del inventor.

Dos ejemplos de inventos quecontribuyeron al oscurecimiento de lafigura de Tesla fueron la máquina degenerar terremotos —que trataron dereproducir sin éxito en la serieCazadores de mitos del canal DiscoveryChannel— y en mayor medida elpopularmente conocido “rayo de la

muerte de Tesla”.Sobre el papel, el rayo de la muerte

consistiría en un pulso electromagnéticomuy potente, capaz de derribar una flotade diez mil aviones situada acuatrocientos kilómetros de distancia.Tesla creía que si entregaba esta arma acada país para que lo utilizase comoarma defensiva terminarían las guerrasque él tanto odiaba.

En 1908, una explosión miles deveces más potente que la bomba atómicade Hiroshima arrasó decenas demillones de árboles en un área de másde dos mil kilómetros cuadrados enTunguska, en Siberia. Actualmente, la

teoría más aceptada al respecto es quese debió a un meteorito que se destruyóen la atmósfera a varios kilómetros dealtura. Pero los medios de entonces notardaron en relacionar la enormeexplosión con “el rayo de la muerte”.

Aquel episodio tergiversócompletamente la imagen que ha llegadohasta nuestros días de Tesla, quien a lolargo de los años ha inspiradonumerosos inventos y personajes deficción que reflejan su lado másmisterioso. Su influencia es reconocible—directamente o a través de susinventos o ideas— en multitud de librosy cómics, obras de teatro, películas y

videojuegos. Títulos como TombRaider, Command & Conquer, Returnto Castle Wolfenstein o Quake hacenuso y referencia a sus inventos, reales ono, sobre todo con fines bélicos:cañones, escudos de energía, arcosvoltaicos o potentes e inagotablesfuentes de electricidad.

En 2006 se podía ver el personajede Tesla en la película The Prestige (Eltruco final), interpretado por DavidBowie y utilizando un inventoimposible: una máquina capaz de hacercopias de objetos y de personas. Aunqueen esta película Tesla no esprotagonista, su presencia es esencial en

el argumento. Justo como lo fue elpropio Tesla en el desarrollo de latecnología moderna.

Pero también hay reconocimientosmás benévolos y acordes con lasintenciones de la tecnologíadesarrollada por Tesla. Tesla Motors,fabricante de vehículos totalmenteeléctricos, hace honor con su nombre alinventor del motor de inducción(Francia, 1882), que funciona concorriente alterna. Los motores deinducción son el tipo más utilizado enaplicaciones industriales, ya quepresentan numerosas ventajas respecto alos motores de corriente continua. Son

perfectos para utilizar en vehículoseléctricos por su robustez y fiabilidad, yporque permiten ajustar la velocidad degiro.

Aunque la mayor parte de losinventos de Tesla están relacionadoscon la ingeniería eléctrica y elelectromagnetismo, su trabajo abarcómúltiples disciplinas, entre otras larobótica, la balística, la mecánica, laciencia computacional y la física nucleary teórica.

De hecho utilizó sus conocimientos ypatentes de radio y de comunicacionessin cables para construir un barcoteledirigido con la idea de incorporar su

desarrollo a los torpedos (aplicados hoydía a los misiles guiados) y otrosingenios relacionados con la robótica,que él describía como “hombresmecánicos diseñados para ayudar a loshombres en las tareas más tediosas”.

Estos desarrollos resultaron sinembargo adelantados a su tiempo y enaquella época no tuvieron aplicacionesprácticas. Hoy, por el contrario, muchosinventos de Tesla o dispositivos que élinvestigó, adaptó o perfeccionó son labase tecnológica de numerosos avancesde los que nos beneficiamos cada día:las telecomunicaciones, la radio y latelevisión, el horno microondas, los

ordenadores (que comenzaronfuncionando con tubos de vacío, de losque Tesla desarrolló diversasvariantes), las pantallas de tubo detelevisores y monitores, la dinamo y elalternador, la bobina de encendido paramotores de combustión, el transformadorpara convertir corriente alterna encorriente continua (utilizado, porejemplo, en los cargadores de móviles ybaterías), la propulsión eléctrica, elmedidor de corriente y de fluidos, losindicadores de velocidad para vehículosy barcos…

El invento del radar se basa en losestudios de Tesla; también él desarrolló

los generadores de rayos X y suaplicación en medicina tal cual se utilizahoy en día; construyó una versiónprimigenia del moderno microscopioelectrónico. Incluso algunos de susexperimentos sugerían que debía existirlo que desde 1977 llamamos quark, unade las partículas elementales,constitutiva fundamental de la materia.

Muchos de las lámparas que se hanvenido utilizando en los últimos cienaños se las debemos a Tesla: laslámparas fluorescentes —en las que sebasan también las lámparas de bajoconsumo—, las luces de neón y las dearco voltaico. Incluso perfeccionó el

diseño original de la bombillaincandescente convencional —desarrollada por Warren de la Rue en1840 a partir del principio ideado porHumphry Davy en 1809— para aumentarsu eficiencia y duración.

Gracias a la aplicación de susdescubrimientos en electromagnetismo,la medicina también puede indagar elinterior del cuerpo humano y obtenerimágenes por resonancia magnética,llamadas tomografías, de los tejidosinteriores que, entre otras cosas,permiten detectar anomalías yalteraciones como el cáncer.

En 1960 Nikola Tesla pasó a formar

parte de la reducida lista deinvestigadores que tienen el honor dedar nombre a una unidad de medida. Enel Sistema Internacional de Unidades,los teslas miden los campos magnéticos.

Aún hoy algunas de sus ideas, comosus diseños para fabricar una turbina sinaspas y una bomba sin ningún tipo departe móvil (modelada a partir de undiodo) continúan intrigando a losingenieros contemporáneos.

Nikola Tesla murió de un infarto enNueva York el 7 de enero de 1943 en lahabitación del hotel en la que vivía.Murió arruinado, solo y olvidado por lamayoría.

Al menos esto último es algo queaún se puede corregir.

Nacho PALOU

Editor de microsiervos.comNoviembre de 2009

INTRODUCCIÓN

A pesar de la refulgente aureola y delfavor público que lo acompañaron en elmomento más alto de su notoriedadcomo investigador e ingeniero, NikolaTesla siempre llevó una vida personaldiscreta. Como hombre retraído que era—soltero empedernido, trabajadorautónomo, libre de compromisosempresariales y poco dado a lamezcolanza de ambientes—, llevaba una

vida particular impenetrable paraquienes lo rodeaban. No pocos serán,pues, los obstáculos que haya de salvarel biógrafo que pretenda relatar lacarrera de uno de los nombres másseñeros en el campo de la ciencia y dela ingeniería, si ésta pasa por alaislamiento voluntario del personaje encuestión. Casi inmediatamente despuésde su fallecimiento —acaecido en 1943,a los ochenta y seis años de edad—,apareció la primera biografía de Tesla,Prodigal Genius, de John J. O'Neill,redactor jefe de la sección de ciencia deThe New York Herald Tribune. Dadaslas dificultades a las que se enfrentaba

quienquiera que pretendiese desvelarotras facetas de interés del científico,durante muchos años fue la únicabiografía disponible de Tesla.

Al finalizar la Segunda GuerraMundial, se enviaron a Belgrado, capitalde la entonces Yugoslavia, su país natal(aunque, en realidad, Tesla eraciudadano estadounidense), montañas depapeles procedentes de su biblioteca,que encontraron acomodo en un museoestatal que lleva su nombre. Lascircunstancias que rodearon el trasladode este legado tienen interés, pero nonos extenderemos aquí en esta cuestión.Bastará con reseñar la distancia física

que separa dicho museo de cualquierposible biógrafo estadounidense, por nomencionar las muchas restricciones quese encuentran los investigadores quepretenden acceder al material allíarchivado.

En 1959, aparecieron dos somerasbiografías de Tesla. Los dibujos de laportada y las ilustraciones del libro dela doctora Helen Walter, destinado alpúblico juvenil, ni siquiera se parecíanmucho al científico.

Por otro lado, el ensayo de MargaretStorm, autoeditado e impreso en tintaverde, daba por sentado que Tesla era laencarnación de un ser superior,

¡procedente del planeta Venus por másseñas! También destinada a jóveneslectores, en 1961 salió a la luz unabreve biografía, firmada por ArthurBeckhard: en la solapa, el nombre deTesla aparecía mal escrito (en carta a unamigo, el inventor comentaba que nadale gustaría tanto como dirigir todas lasdescargas eléctricas de su laboratoriosobre quienes le alteraban su apellido);y poco, por no decir nada, refiere de losavatares de la vida del científico a partirde 1900 (Tesla tenía cuarenta y cuatroaños por entonces). Ninguna de estasbiografías aportaba nuevos datos: noeran sino un refrito de la de O'Neill,

como pone de manifiesto la persistenciaen determinadas y erróneasapreciaciones que las investigaciones seencargarían más tarde de desmentir.

En 1964, veinte años después de queapareciese la biografía de O'Neill, InezHunt y Wanetta Draper, residentesambas en las proximidades de ColoradoSprings, publicaron Lightningin HisHand: The Life Story of Nikola Tesla.Como el propio O'Neill nunca pisó lalocalidad donde, en 1899, Tesla instalóel laboratorio en el que llevó a cabo unaserie de experimentos relacionados conla electricidad que, incluso a día de hoy,dejan boquiabiertos a científicos del

mundo entero, el redactor no dispuso deinformación de primera mano acerca delas relaciones de entonces entre Tesla ysus convecinos. En cierto modo, puededecirse que, gracias a la biografía deHunt y Draper, ilustrada con numerosasfotografías, Tesla se convirtió en unpersonaje de carne y hueso. Fieles alpropósito que les había guiado a la horade redactarlo, el libro constituía antetodo un compendio de las andanzas delcientífico en los seis meses que pasó enSprings.

Disponiendo ya, tras la aparición deProdigal Genius de O'Neill, de laexposición biográfica mejor

documentada y, probablemente, la mejorque podía haberse escrito en aquellaépoca, si exceptuamos a KennethSwezey, escritor de divulgacióncientífica y amigo íntimo de Tesladurante los últimos veinte años largosde su vida, ¿qué razones impulsarían aalguien a escribir una nueva biografía deTesla? Con la ventaja añadida queproporciona el paso del tiempo, sinembargo, la biografía de O'Neill se nosantoja endeble a la hora de abordar ladimensión humana de Tesla, y coja en lotocante a sus relaciones con colegas yamigos. Aunque el autor y Teslamantuvieron una relación de amistad, lo

cierto es que Tesla guardaba lasdistancias, y sólo a costa de enormesesfuerzos O'Neill llegaba a atisbar algode las inquietudes que preocupaban alinventor, situación más que incómodapara cualquier biógrafo.

Es ingente la información que hasalido a la luz desde que O'Neillpublicase su biografía, datos que, apartede lo que ya sabíamos de Tesla, abrennuevas perspectivas. Muchas de laspreguntas que se formulaban losestudiosos de su trayectoria ya hanencontrado respuesta, pero con ellas sehan planteado nuevos enigmas. Graciasa las leyes que facilitan el libre acceso a

la información, hemos podido saber delenorme interés con que el GobiernoFederal seguía sus trabajos. ¡Quéremedio! En pleno fragor de la SegundaGuerra Mundial, durante lasconferencias de prensa, en más de unaocasión, Tesla dejó pasmados a losinformadores con sus comentarios sobreel desarrollo de armas de haces departículas capaces de desintegraraviones, o con cuestiones relativas a latelegeodinámica y otros conceptos igualde avanzados para la época. Si setrataba de afirmaciones empíricas o demeras especulaciones, el GobiernoFederal siempre se mostró cauto.

Capítulo aparte merecen lasderivaciones que llevaron a cabodistintos organismos federales sobre lostrabajos de Tesla.

Haciendo memoria acerca de cuándoempezó a interesarme la figura de Tesla,recuerdo la admiración con que ya enmis años de estudiante de secundariaseguía sus investigaciones sobre altasfrecuencias y altos voltajes, esas por lasque alcanzaría renombre mundial.Tampoco olvidaré nunca lo mucho queme costó hacerme con ejemplares de suspublicaciones técnicas, o identificar lasreferencias de quienes habían escritosobre los trabajos de Tesla. Aquella

situación cuajó en un proyecto quehabría de mantenerme ocupado durantevarios años: la preparación de uncatálogo exhaustivo (publicado comobibliografía en 1979, y del que fui unode los editores) de los escritos de Teslay de las publicaciones sobre su obra.Como mi interés por sus investigacionessobre altas frecuencias y altos voltajesno disminuyeron durante la época en quecursé los estudios de ingenieríaeléctrica, estas inquietudes me llevarona conocer a algunas personas que habíantrabajado para él, como Dorothy Skerritty Muriel Arbus, que habían sidosecretarias suyas, o técnicos de

laboratorio, como Walter Wilhelm. Conel paso del tiempo, tuve la oportunidadde tratar a alguno de sus amigospersonales, así como a otras personasque habían conocido a Tesla.

A medida que se acercaba elcentenario de Tesla (1956), todoapuntaba a que el evento les importabamuy poco a las más eminentesagrupaciones de científicos e ingenierosde Estados Unidos. Con la ayuda deSkerritt, Arbus, Wilhelm y otraspersonas que habían manifestado suinterés, fui cofundador de la SociedadTesla, con el único objetivo de poner enmarcha y coordinar las actividades que

marcarían el centenario de sunacimiento. Agotados los fastosconmemorativos, la Sociedad sedisolvió; pero, tras los años de silencioque siguieron a su muerte, la sociedadcivil tomó de nuevo conciencia de lainfluencia de Tesla: se produjo unrenovado interés por los hallazgos quehabía predicho y demostrado,descubrimientos que no pudierondesarrollarse en su día por falta demedios tecnológicos en áreas tanimportantes como las ciencias demateriales.

Inspiración: ése fue el ejemplo quenos dejó, para que otros inventores no

cejasen en su empeño, el mismo acicateque el conjunto de su obra ofrece a losespecialistas técnicos de nuestro tiempo.Con ocasión del septuagésimo quintoaniversario de Tesla (1931), suscoetáneos llegaron a decir que susconferencias eran tan geniales eimaginativas a la hora de plasmarlas enproyectos concretos como lo habían sidocuarenta años atrás, en el momento enque las había dictado.

Pocos son los progresos que se hanrealizado en los campos de laingeniería de la energía eléctrica ode la transmisión de señales por

radio que no guarden algunarelación con las geniales ideasdesarrolladas por Tesla. Desdeluego, pocos son los hombres que,en el curso de su vida, ven cómo seplasman en la realidad losresultados de imaginación tanfecunda.

E. F. W. ALEXANDERSON

Cuando se repasa la obra de Tesla,es imposible no sentir asombroante la avalancha de ideasprecursoras de posterioresdesarrollos en el campo de las

ondas.

Louis COHEN

Inventor prolífico, resolvió elproblema fundamental de laingeniería eléctrica de su tiempo, yregaló al mundo el motor polifásicoy el sistema de distribución de laelectricidad, una auténticarevolución en el campo de laenergía eléctrica y base delincreíble desarrollo que ésta haconocido. El trabajar para ustedcon ocasión de la históricaconferencia sobre altas frecuencias

que dictó en la Universidad deColumbia y el trato que hemosmantenido en adelante, han dejadoen mí una huella indeleble y hanconstituido un ejemplo que hacambiado mi forma de ver la vida.

Gano DUNN

Como una llama imperecedera,avivó en mí el recóndito interésque albergaba hacia los gasesconductores. Como ya tuve ocasiónde comentarle en 1894 a ese amigoque tenemos en común, su libro[…], en el que se recogen sus

conferencias, seguirá siendo unclásico dentro de cien años. Nadame ha hecho cambiar de opinióndesde entonces.

D. MCFARLAN MOORE

Recuerdo con toda claridad elentusiasmo y la admiración con queleí, hace ahora más de cuarentaaños, su exposición sobre losexperimentos con alta tensión quehabía realizado. Se trataba de unaspruebas tan originales comoosadas, que abrían nuevoshorizontes para el pensamiento y la

experimentación.

W. H. BRAGG

Tres son los aspectos de la obra deTesla que suscitan especialadmiración: la importancia de losresultados en sí mismos, habidacuenta de sus consecuencias para lavida diaria; la claridad lógica y lapureza del discurso en que sustentasus argumentos hasta alcanzarconclusiones novedosas; laperspicacia y la genialidad, elarrojo casi me atrevería a decir, ala hora de encarar problemas

abstrusos, abriendo nuevos caucesal pensamiento humano.

I. C. M. BRENTANO

Para el lector de nuestros días, enlos escritos de Tesla aúnresplandece con viveza la chispadel genio. Tesla era un visionario,de eso no cabe duda. Esta biografíaconstituye un claro ejemplo de losenormes obstáculos que ha desuperar el investigador que intentedar a conocer una vida tanapasionante como la suya.

Leland ANDERSON

Denver, Colorado.

IUN MODERNO PROMETEO

A las ocho en punto un caballero denoble aspecto, entrado ya en la treintena,sigue los pasos de un camarero hasta lamesa que normalmente ocupa en el PalmRoom del hotel Waldorf-Astoria. Condisimulo y a despecho de la privacidadque busca el renombrado inventor, lamayoría de los comensales se quedamirando a ese hombre de buena estatura,

delgado y bien arreglado.En su mesa, y como de costumbre,

dieciocho impolutas servilletas de lino.Hacía tiempo que Nikola Tesla habíarenunciado a analizar su debilidad porlos números divisibles por tres, lamorbosa repulsión que le inspiraban losmicrobios o, ya puestos, el tormento querepresentaban las innumerables einexplicables obsesiones que loreconcomían.

Distraído, desdobló una tras otra lasservilletas y procedió a frotar los yarelucientes cubiertos de plata y lascopas de cristal, dejando una pequeñamontaña de tela almidonada encima de

la mesa. A medida que le presentabanlos platos, calculaba mentalmente elvolumen del contenido de cada uno antesde dar el primer bocado; si no lo hacía,no disfrutaba de la comida.

Quienes acudían al Palm Room conel único propósito de observar alinventor quizá reparasen en que nomiraba la carta. Como siempre, lehabían preparado de antemano el menú,siguiendo las indicaciones que habíadado por teléfono, y no se lo servía uncamarero, sino el maestresala enpersona.[1]

Mientras el joven serbio cenaba sinmucha hambre, William K. Vanderbilt se

acercó un momento para afearle que noocupase con más frecuencia el palco desu familia en la ópera. Al poco dehaberse alejado, un caballero conaspecto de intelectual, barba a lo VanDyke y unas gafas de cristales al aire, seacercó a la mesa de Tesla y lo saludócon sincero afecto. Aparte de dirigir unarevista y escribir poesía, RobertUnderwood Johnson era un hombre quebuscaba ascender en la escala social, unvividor bien relacionado.

Sin dejar de sonreír, Johnson seinclinó y le susurró al oído el últimochisme que circulaba entre lascuatrocientas mayores fortunas del país:

al parecer una recatada estudiante, AnneMorgan, bebía los vientos por elinventor, y no dejaba de importunar a supapá, J. Pierpont, para que se lopresentase.

Tesla esbozó una tímida sonrisa, yse interesó por la esposa de Johnson,Katharine.

—Kate me ha rogado que le invite elsábado a comer con nosotros —repusoJohnson.

Hablaron un momento del otrocomensal que estaría presente, unapersona del agrado de Tesla, en sentidoplatónico: una encantadora y jovenpianista llamada Marguerite Merington.

Tras saber que también ella asistiría,aceptó la invitación.

Cuando el periodista se hubodespedido, Tesla reparó en el postre ytrató de estimar el volumen delcontenido del plato. Apenas habíaconcluido sus cálculos cuando unbotones se acercó a su mesa y le entregóuna nota, en la que reconoció lavigorosa caligrafía de su amigo MarkTwain.

“Si no tiene nada mejor que haceresta noche —había escrito el humorista—, a lo mejor podemos vernos en elPlayers' Club”.[2]

Al pie, Tesla respondió

apresuradamente: “Lo siento, pero tengotrabajo. Si desea pasarse por milaboratorio a eso de la medianoche, creoque pasará un rato inolvidable”.

Eran, como siempre, las diez enpunto cuando Tesla se levantó de lamesa para perderse en la irregulariluminación de las calles de Manhattan.

Mientras daba un paseo hasta ellaboratorio, se adentró en un parquecilloy emitió un leve silbido: se oyó un batirde alas en lo alto de las verjas de unedificio cercano y, al cabo, una blanca yfamiliar silueta se acercó revoloteando yse posó en su hombro. Tesla sacó unabolsa de alpiste del bolsillo, dio de

comer a la paloma en la mano, y la dejóperderse en la noche, enviándole unbeso de despedida.

Pensó un momento en lo que iba ahacer a continuación. Si continuabaalrededor del edificio, tendría querodearlo tres veces. Suspiró hondo, diomedia vuelta y se dirigió al laboratorio,en los números 33-35 de la QuintaAvenida Sur (Broadway Oeste, en laactualidad), no lejos de Bleecker Street.

Tras haber traspasado a oscuras elumbral de la nave, conectó el interruptorgeneral. Al encenderse, unas lámparastubulares colocadas en las paredesiluminaron un sótano cavernoso atestado

de fantásticas máquinas. Losorprendente era que no estabanconectadas al cableado eléctrico quediscurría por el techo; nada deconexiones, toda la energía queconsumían procedía del campo de fuerzacircundante, de forma que podía hacersecon cualquiera de las lámparas que noestaban fijas y desplazarse a su antojopor el taller.

Un extraño artilugio comenzó avibrar silenciosamente en un rincón.Satisfecho, Tesla entrecerró los ojos.Bajo una especie de anaquel, se habíapuesto en funcionamiento el másdiminuto de los osciladores: sólo él

estaba al tanto de la asombrosa cantidadde energía que generaba.

Pensativo, desde la ventana, sequedó mirando las oscuras siluetas delas casas de abajo: sus vecinos,honrados trabajadores inmigrantes,descansaban tranquilos. La policía lehabía transmitido las quejas recibidaspor los resplandores azulados que salíande las ventanas y los fogonazoseléctricos que se observaban desde lacalle durante la noche.

Tesla se encogió de hombros y sepuso a trabajar. Realizó una serie demicroscópicos ajustes en una de lasmáquinas. Tan embebido estaba que ni

siquiera se dio cuenta de la hora hastaque oyó que alguien llamaba a la puertade la calle. Entonces, bajó a toda prisapara dar la bienvenida al periodistainglés Chauncey McGovern, delPearson's Magazine.

—Me alegra que haya encontrado unhueco, señor McGovern.

—Mis lectores me lo agradecerán.En Londres, todo el mundo habla delNuevo Mago del Oeste, y le doy mipalabra de que no se refieren al señorEdison.

—Entonces suba; veremos si puedomostrarle algo que avale esa reputación.

Ya se disponían a subir por la

escalera cuando, en la puerta de laentrada, escucharon una risotada y unavoz familiar para Tesla.

—Aquí está Mark.Abrió la puerta de nuevo y saludó a

Twain que, en compañía del actorJoseph Jefferson, acababa de llegar delPlayers' Club. Los ojos de Twainbrillaban de excitación.

—Que empiece el espectáculo,Tesla. Ya sabe lo que opino yo.

—Pues no. ¿Qué opina, Mark? —lepreguntó el inventor, con una sonrisa.

—Pues lo de siempre, y ya verácomo pronto alguien utilizará mismismas palabras: un trueno es

grandioso, impresionante; mas es el rayoel responsable de todo.

—Entonces, amigo mío, esta nochevamos a trabajarnos una buena tormenta.Adelante.

“Si alguien pisa por primera vez ellaboratorio de Tesla y no se le encoge elcorazón, es que posee un aplomo mentalfuera de lo común…” —recordaríaMcGovern más tarde.

Imagínense sentados en unaespaciosa nave bien iluminada,repleta de extraños artefactos. Un

hombre joven, alto y delgado, seles acerca y, con un simplechasquido de los dedos, crea alinstante una bola que emite unallama roja y la sostienetranquilamente en las manos. Alcontemplarla, lo primero que lesllama la atención es que no sequeme los dedos. Al contrario: sela pasa por la ropa, por el pelo, ladeposita incluso en el regazo de lasvisitas, hasta que, por fin, guarda labola de fuego en una caja demadera. Más se sorprenderáncuando observen que no hay nirastro de chamusquina, y tendrán

que frotarse los ojos paraconvencerse de que estándespiertos.[3]

McGovern no fue el único enmostrar su desconcierto al contemplar labola de fuego de Tesla. Ninguno de suscontemporáneos encontró justificaciónpara aquel efecto que repitió tantasveces. Tampoco, a día de hoy,disponemos de una explicaciónplausible.

Una vez que la extraña llama seextinguió tan misteriosamente como sehabía producido, Tesla apagó las luces yla nave quedó a oscuras, como una

cueva.—Ahora, amigos míos, permítanme

que les proporcione un poco de luz.De repente, una extraña y

maravillosa luz inundó el laboratorio.Sorprendidos, McGovern, Twain yJefferson miraron a su alrededor, perono encontraron nada parecido a unafuente luminosa. Por un momento, elperiodista pensó si aquel sorprendenteefecto no guardaría relación con aquelotro que, al parecer, Tesla habíaproducido en París, haciendo que seiluminasen dos enormes platos, carentesde fuente de alimentación, situados aambos lados del escenario (nadie hasta

hoy ha conseguido un efecto similar).Con todo, el espectáculo de luz no

era sino el entremés para los visitantes.Bastaba la tensión que podía leerse en elrostro de Tesla para imaginar laimportancia que otorgaba al siguienteexperimento.

Sacó un animalito de una jaula, locolocó en el tablero, y lo electrocutó deinmediato; el voltímetro marcaba milvoltios. Retiraron el cuerpo del animal.A continuación, con una mano metida enel bolsillo, él mismo saltó con agilidadal tablero. La aguja del voltímetrocomenzó a subir lentamente hasta indicarque una descarga de dos millones de

voltios circulaba por aquel hombrejoven y de buena estatura, sin que éstemoviese un solo músculo: Tesla emitíaun perceptible halo de electricidad,formado por una miríada de lenguas defuego que emanaban de su cuerpo.

Al ver el gesto de sobresalto deMcGovern, tendió una mano alperiodista inglés, quien así refirió laextraña sensación que experimentó: “Meagité como si estuviese aferrado a losbornes de una potente batería eléctrica.Nuestro joven inventor se habíaconvertido, literalmente, en un cableeléctrico viviente”.

El inventor se bajó de otro salto del

tablero, desconectó la corriente yprocuró tranquilizar a los presentesafirmando que no era más que un truco.

—¡Bah! Pequeñeces que noconducen a nada, sin importancia para elvasto mundo de la ciencia. Si tienen labondad de acompañarme, les mostraréalgo que, en cuanto consiga ponerlo apunto, supondrá una verdaderarevolución en nuestros hospitales y, sime apuran, hasta en nuestros hogares.

Guió a los visitantes hasta un rincóndonde había un extraño tablero montadosobre una capa de goma; accionó uninterruptor y aquella cosa comenzó avibrar rápida y silenciosamente.

Muy decidido, Twain dio un pasoadelante.

—Permítame que lo pruebe, Tesla.—No, no; aún está en fase de

experimentación.—Se lo ruego.—Está bien, Mark, pero no esté

mucho tiempo. Bájese cuando yo se loindique —dijo Tesla, riendo para susadentros, al tiempo que le hacía un gestoal ayudante para que cerrase elinterruptor.

Con el traje blanco y el lazo negrotan propios de él, Twain comenzó aagitarse y a vibrar sobre el tablero comoun gigantesco abejorro.

Encantado, no dejaba de dar vocesmoviendo los brazos sin parar. Losdemás le observaban, divertidos.

Pasado un rato, el inventor le dijo:—Bueno, Mark, es hora de bajarse.

Ya lleva un buen rato.—Ni soñarlo —repuso el simpático

escritor—. Me lo estoy pasando engrande.

—Más vale que lo deje ya. Hágamecaso: es lo mejor que puede hacer —insistió Tesla.

—No me bajaría de aquí ni una grúa—replicó Twain, sin dejar de reír.

Apenas había acabado de decirlo,cuando se le cambió la cara. Dando

tumbos, se acercó al borde del tablero,con gestos desesperados para que Teslaparase aquel artefacto.

—Deprisa, Tesla. ¿Cómo se paraesto?

Sonriente, el inventor lo ayudó abajar y le indicó a toda prisa dóndeestaba el baño. De sobra sabían tanto élcomo sus ayudantes del efecto laxantedel tablero vibrador.[4]

Ninguno de los presentes se habíaofrecido como voluntario para repetir elexperimento de alto voltaje que Teslahabía llevado a cabo ante sus ojos.Nunca se habrían atrevido. En cambio,le atosigaron a preguntas para que les

aclarase cómo era posible que no sehubiera electrocutado.

A una frecuencia lo suficientementealta, les explicó, la corriente alterna dealto voltaje fluye por la capa externa dela piel sin dejar secuelas. No se trataba,sin embargo, de un experimento alalcance de simples aficionados, lesadvirtió. Si los miliamperios alcanzasenel tejido nervioso, las consecuenciaspodrían ser fatales; sin embargo, esosmismos amperios, repartidos a lo largoy ancho de la epidermis, eran tolerablesdurante cortos periodos. La penetraciónbajo la piel de una débil corrienteeléctrica, alterna o continua, bastaba

para matar a una persona.Ya amanecía cuando Tesla se

despidió de sus invitados. No obstante,antes de que diera por concluida lajornada y se acercara paseando al hotelpara descansar un rato, las luces dellaboratorio permanecieron encendidastodavía una hora más.

IIEL JUGADOR

Nikola Tesla nació a las doce en puntode la noche del 9 al 10 de julio de 1856,en el pueblo de Smiljan, provincia deLika, Croacia, una región situada entreel macizo de Velebit y la ribera orientaldel Adriático. Vino al mundo en unacasa pequeña, adosada a la parroquiaortodoxa serbia que atendía su padre, elreverendo Milutin Tesla, quien, en

ocasiones, escribió artículos bajo elpseudónimo de “El hombre justo”.

Tanto desde un punto de vista étnicocomo religioso, ningún otro país de laEuropa Oriental era tan diverso como laYugoslavia de entonces. En Croacia, losserbios Tesla pertenecían a la minoríaracial y religiosa de una más de lasprovincias del imperio austro-húngarode los Habsburgo, cuyos habitantessobrellevaban como mejor podían suférreo régimen político.

Por lo general, las minoríasdesplazadas a otros entornos suelenmostrarse intransigentes en elmantenimiento de sus propias

tradiciones. La familia Tesla no era unaexcepción. Sus miembros concedíanmucha importancia a los cánticosmilitares, la poesía, los bailes popularesy las leyendas, la vestimenta y lasfestividades religiosas de Serbia.

Si bien, en aquella región y enaquella época, el analfabetismo era lonormal, sus habitantes eran una felizexcepción: admiraban y alentabannotables proezas memorísticas.

En la Croacia que Tesla conoció ensu niñez, las posibilidades de saliradelante se reducían prácticamente a lasfaenas del campo, el ejército o laiglesia. Los hijos de las familias de

Milutin Tesla y de su esposa, DlukaMandić, originarias ambas del oeste deSerbia, habían engrosado las filas delejército o la iglesia a lo largo degeneraciones; a su vez, las hijas sehabían casado con militares o clérigos.

Aunque en un primer momentoMilutin había ingresado en la academiade oficiales del ejército, hubo deabandonarla por indisciplina, paraabrazar a continuación la carreraeclesiástica. Desde su punto de vista,ése era el futuro deseable para sus hijosDañe (o Daniel) y Nikola. En cuanto asus hijas, Milka, Angelina y Marica, elreverendo Tesla confiaba en que Dios

en su providencial sabiduría permitieseque casaran con hombres de iglesia,como él.

No era fácil la vida de las mujeresyugoslavas: en ellas recaían las tareasagrícolas más ingratas, y tenían quesacar adelante a sus hijos ocupándose,además, de la familia y de las laboresdomésticas. Tesla solía decir que de sumadre había heredado la memoriafotográfica y la inventiva, lamentandoque le hubiera tocado vivir en un país yen unas circunstancias en que talescualidades no se apreciaban en unamujer. Su madre había sido la mayor deuna familia de siete hijos; al quedar

ciega la abuela del inventor, hubo deocuparse de todo, sin tiempo, pues, parair a la escuela; sin embargo, o quizá poresa misma razón, había desarrollado unamemoria prodigiosa, que le permitíarecitar al pie de la letra repertorioscompletos de poesía europea, tanto laclásica de su pueblo como de otrospaíses.

Tras contraer matrimonio, sus cincohijos no tardaron en llegar. El mayor fueDaniel; Nikola, el cuarto. Como elreverendo Milutin Tesla escribíapoemas en sus ratos libres, el muchachocreció en un hogar donde hasta ellenguaje diario era cadencioso, y las

citas bíblicas o poéticas tan naturalescomo asar mazorcas de maíz sobrebrasas de carbón vegetal en verano.

De joven, Nikola se dio también a lapoesía. Más adelante, se llevaríaconsigo algunos poemas a EstadosUnidos, si bien nunca consintió enpublicarlos: los consideraba demasiadoíntimos. De mayor, en veladasinformales, le encantaba sorprender apersonas a quienes acababa de conocerrecitándoles poemas de su país deorigen (en inglés, francés, alemán oitaliano). Aunque muy de vez en cuando,siguió escribiendo versos durante todasu vida.

Desde muy joven apuntaba manerasde genio como inventor. A los cincoaños, construyó una rueda hidráulica quepoco tenía que ver con las que habíaobservado en el campo: lisa y carente depaletas, giraba al paso del agua comolas demás. Algo que, sin duda, habría derecordar más adelante cuando diseñó sugenial turbina sin aspas.

Otros experimentos, sin embargo, notuvieron tanto éxito. En una ocasión, seencaramó al tejado de la cuadra,blandiendo el paraguas familiar ydejando que lo hinchase la fresca brisaque llegaba de las montañas, hasta que,en un momento dado, se sintió tan

liviano y tan mareado que pensó quepodía volar: se precipitó al suelo,perdió el sentido y su madre tuvo queacostarlo.

Tampoco podría afirmarse que sumotor accionado por dieciséisescarabajos fuera un éxito incontestable.Consistía en un artilugio hecho deastillas colocadas en forma de aspas demolino, con un eje y una polea sujetos aunos escarabajos verdes. Cuando losinsectos, pegados entre sí, batieran losélitros a la desesperada como eraprevisible, el ingenio estaría encondiciones de elevarse por el aire. Tallínea de investigación quedó aparcada

para siempre, en cuanto apareció unamiguito al que le gustaban losescarabajos verdes y que al ver un tarrorepleto comenzó a llevárselos a la boca.El jovencísimo inventor acabóvomitando.

Se dedicó a continuación adesmontar y ensamblar de nuevo losrelojes de su abuelo. Andando eltiempo, recordaría lo poco que le habíadurado aquella afición: “Siempreconcluía con éxito la primera operación,pero no solía atinar en la segunda”.Treinta años habrían de pasar antes deque volviese a hincarle el diente a lamecánica relojera.

No todos los disgustos de aquellosprimeros años tuvieron que ver con laciencia. “En mi pueblo natal —recordaría años más tarde—, había unaseñora rica, una buena mujer, un pocopretenciosa, que solía acudir a la iglesiaaparatosamente maquillada, muyperipuesta y acompañada de numerososcriados. Un domingo, cuando acababande tocar la campana de la iglesia, eché acorrer escaleras abajo y me tropecé conla cola de su vestido, que se rasgó conun chirrido similar al de una salva demosquetería disparada por reclutasbisoños”.[5]

Su padre, lívido de cólera, sólo le

propinó un cachete en la mejilla, “elúnico castigo corporal que me infligió yque, sin embargo, aún me parece sentir”.Tesla aseguraba que había pasado unapuro y una vergüenza indescriptibles;desde aquel incidente, todo el mundo lomiraba como a un apestado.

Pero un golpe de suerte le permitióredimirse a ojos de sus vecinos. Elpueblo acababa de comprar una bombade incendios y de dotar de uniformesnuevos a los bomberos, ocasión quehabía que celebrar como Dios manda. Elayuntamiento organizó un desfile, en elque no faltaron los consabidosdiscursos; a continuación, se dio la

orden de bombear agua para estrenar elequipo. Ni una gota salió de lamanguera. Mientras los prohombres dela localidad aguantaban el tipo comopodían, nuestro brillante joven se acercóhasta el río y, tal y como habíasospechado, observó que la toma deagua se había atascado. Enmendó elproblema, y la manguera puso como unasopa a los emocionados proceres de lalocalidad. Mucho tiempo después, Teslarecordaría que “ni Arquímedescorriendo desnudo por las calles deSiracusa causó tanta sensación como yo.Me sacaron a hombros; me convertí enel héroe de aquella jornada”.[6]

En la bucólica localidad de Smiljan,donde pasó sus primeros años, elinquieto muchacho de cara pálida yangulosa y cabellos revueltos y muynegros llevó una vida que bien podríacalificarse de afortunada. Igual que añosmás tarde trabajaría con energíaeléctrica de muy alto voltaje sin sufrirpercance alguno, en aquella etapa de suvida, más de una vez se encontró alborde de graves peligros.

Con memoria telescópica, y quizáuna pizca de imaginación, relatabacómo, hasta por tres veces, los médicoslo desahuciaron; que a punto estuvo deahogarse en numerosas ocasiones; que

una vez casi lo cuecen vivo en una tinajade leche caliente; que poco faltó paraque lo incinerasen, y que hasta habíanllegado a enterrarlo (pasó una noche enuna antigua sepultura). Carne de gallinay pelos de punta por culpa de unosperros rabiosos, enfurecidas bandadasde cuervos y afilados colmillos de cerdoamenizan, entre otras, este repertorio detragedias inconclusas.[7]

Y eso a pesar de que su hogar sehallaba en un paraje bucólico, idílico:ovejas paciendo en los pastos, arrullosde palomas en el palomar y los pollosque tenía que atender el pequeño. Por lamañana, extasiado, contemplaba la

bandada de gansos que partía alencuentro de las nubes, la misma que, alponerse el sol, regresaba desde loscampos que había visitado en busca dealimento, “en orden de batalla, en unaformación tan perfecta que hubieraavergonzado a la mejor escuadrilla deaviadores de nuestro tiempo”.

A pesar de la espléndida belleza quecontemplaba a su alrededor, tambiénacechaban ogros agazapados en lacabeza de aquel niño, la imborrablehuella de una tragedia familiar. Hastadonde podía recordar, toda su vidahabía estado marcada por la profundainfluencia de su hermano, siete años

mayor que él. Daniel, un chicoestupendo, el ojito derecho de suspadres, perdió la vida a los doce añosen un inexplicable accidente.

La causa inmediata de la tragediapudo haber sido un magnífico caballoárabe, regalo de un buen amigo de lafamilia. Mimado por todos, le suponíandotado de una inteligencia casi humana.Lo cierto es que, en una ocasión, lahermosa criatura había conseguido quesu padre saliera ileso de una montañainfestada de lobos. De hacer caso a laautobiografía de Tesla, sin embargo,habríamos de concluir que Daniel muriópor culpa de las heridas que le infligió

el caballo. En conclusión, no sabemos aciencia cierta qué ocurrió.[8]

A partir de ese momento, cualquiercosa que hiciera, nos dice el propioTesla, quedaba empañada por elrecuerdo del prometedor hermanofallecido. Sus propios logros “sóloservían como pretexto para que mispadres lamentasen aún más su pérdida.De modo que, si bien nadie pensaba demí que fuera tonto, no desarrollé unagran confianza en mí mismo durante lainfancia…”.

Disponemos de otra versiónpsicológicamente más compleja, sobrela muerte del hermano mayor de Tesla,

según la cual Daniel murió aconsecuencia de una caída por lasescaleras que llevaban al sótano. Secuenta que, en pleno delirio, acusó aNikola de haberlo empujado. Comomurió a causa de una herida en lacabeza, probablemente un derramecerebral, hay quien da por buena estaexplicación. A estas alturas, resultaimposible saber cuál fue la realidad.

Es cierto que, durante mucho tiempo,Tesla sufrió pesadillas y alucinacionesque tenían que ver con el fallecimientode su hermano. Nunca se especifican conclaridad tales experiencias, pero se tratade episodios recurrentes que aparecen

en diferentes etapas de su vida. Sepuede creer, por tanto, la hipótesis deque un chaval de cinco años, incapaz decargar con esa culpa, hubierareinterpretado los hechos a su manera.

En cuanto al grado en que ladesaparición de Daniel pudo haberinfluido en la extraordinaria panoplia defobias y obsesiones que Nikoladesarrollaría más adelante, sólopodemos elucubrar. Lo único quesabemos con certeza es que, al parecer,algunos de los rasgos de su carácter,excéntrico por demás, se pusieron demanifiesto desde su más tierna infancia.

Por ejemplo, aunque las joyas y las

refulgentes facetas de las rutilantespiedras preciosas que las adornabanreclamaban poderosamente su atención,no soportaba que las mujeres llevasenpendientes, sobre todo si eran de perlas.El olor de una bola de alcanfor encualquier parte de la casa ledesagradaba en extremo. Cuandoinvestigaba, si arrojaba trocitos depapel en un plato que contuviese unlíquido, sufría de un singular yespantoso mal sabor de boca. Cuandopaseaba, contaba los pasos que daba,igual que el volumen de los platos desopa, de las tazas de café o de losalimentos sólidos que tomaba. Si no lo

hacía, no disfrutaba de la comida; de ahíque prefiriese comer a solas. Si acaso,lo más preocupante, en cuanto a lasrelaciones físicas se refiere: asegurabaque no podía tocar el cabello de otraspersonas, “salvo, quizá, con el cañón deun revólver”.[9] Con todo, no es posibleestablecer con precisión cuándocomenzaron a manifestarse éstas ymuchas otras manías.

Según su propio testimonio, desdemuy pequeño se sometió a una férreadisciplina para sobresalir en todo, conla esperanza de aliviar a sus padres porla pérdida de Daniel. Trataba de ser másaustero, más generoso y estudioso que

sus compañeros, sacándoles ventaja entodos los campos. En su opinión, comoexplicaría más adelante, fue la negaciónde sí mismo y la represión de susimpulsos naturales lo que le llevó adesarrollar tan extrañas manías.

Si de verdad el carácter de Teslacomenzó a cambiar entonces, lossíntomas no se manifestaron hastapasado un tiempo tras la muerte deDaniel. “Hasta eso de los ocho años —asegura—, fui un chico de carácter débily caprichoso”. Soñaba con fantasmas yogros; tenía miedo de la vida, de lamuerte y de Dios. Hasta que, gracias auna de sus formas preferidas de pasar el

rato, a saber, leyendo en la bien surtidabiblioteca de su padre, experimentó unametamorfosis. En un momento dado, elreverendo Milutin Tesla, temiendo quesu hijo se destrozase la vista si sepasaba las noches sumido en la lectura,le prohibió que utilizase velas. Pero elchaval se hizo con los materialesnecesarios y las fabricó por su cuenta;tapaba el ojo de la cerradura y lasrendijas de la puerta de su cuarto, y leíatoda la noche sin parar, hasta que oíacómo su madre comenzaba a trajinar aldespuntar el alba.

El libro Abafi, o El hijo de Aba, deun consagrado escritor húngaro,

consiguió mudar su espíritu pusilánime,una obra que “de algún modo, sirviópara despabilar mi fuerza de voluntad,que estaba adormilada, y me inició en lasenda del autocontrol”. Siempreatribuyó sus éxitos como inventor a laférrea disciplina que adoptó a partir deaquel momento.[10]

Desde que nació, estuvo destinado aseguir la carrera eclesiástica. Aunque elchico soñaba con ser ingeniero, su padreno dio su brazo a torcer. Con esteobjetivo, el reverendo Tesla le impusouna rutina diaria:

[…] abarcaba todo tipo de

ejercicios, desde adivinarles elpensamiento a los demás hastadescubrir locuciones o expresionesincorrectas, pasando por repetirfrases largas o realizar cálculosmentales. El propósito de esaslecciones diarias no era otro queafianzar mis capacidadesmemorísticas y deductivas; pero,sobre todo, desarrollar unacapacidad crítica que habría deresultarme muy útil.[11]

Sobre su madre escribió que era“una inventora de primerísimo orden; enmi opinión, habría alcanzado grandes

metas si su vida no hubiera discurridotan alejada de los tiempos modernos ylas múltiples oportunidades que ofrecen.Inventaba toda clase de herramientas yaparatos, y tejía preciosos diseños conhilos que ella misma devanaba; plantabaincluso las semillas, se ocupaba de lasplantas y separaba las fibras que habríade utilizar. Trabajaba sin descanso,desde el amanecer hasta que se hacía denoche; casi todos los adornos y losmuebles que había en casa habían salidode sus manos”.[12]

Antes de su prematuro fallecimiento,el superdotado Daniel, en momentos deespecial emoción, percibía unas ráfagas

de luz que alteraban su capacidadnormal de visión. Desde pequeño y a lolargo de su vida, también Tesla hubo desoportar esa molestia.

Años más tarde, la describiría como

un singular malestar quedistorsionaba las imágenespercibidas, normalmenteacompañado de increíblesfogonazos que no sólo alteraban mivisión de los objetos reales, sinoque no me permitían pensar niactuar con claridad. Eranrepresentaciones deacontecimientos y escenas que

había vivido, no de cosas que seme vinieran a la cabeza. Cuandoalguien me decía algo, al instanteacudía a mí la imagen del objetodesignado; pero, en ocasiones, noera capaz de distinguir si era o notangible, lo que me producía unagran zozobra, ansiedad incluso. Lohe consultado con diversosespecialistas en psicología y enfisiología, y nadie encontró unaexplicación convincente para talesdistorsiones…[13]

Según él, esas imágenes no eran sinoel resultado de un efecto reflejo del

cerebro sobre la retina, cuando ésta seveía sometida a una fuerte tensión. Nadaque ver con alucinaciones. En la quietudde la noche, la vivida imagen de unfuneral al que hubiera asistido ocualquier otra situación inquietantecobraban forma ante sus ojos, hasta elpunto de que ni siquiera a manotazosconseguía apartarlas.

Si la explicación que ofrezco tienesentido —escribió—, nadaimpediría proyectar en una pantallala imagen de cualquier objeto quetengamos en la cabeza para que losdemás puedan verla; sería una

auténtica revolución en lo tocante alas relaciones humanas. Estoyseguro de que, en el futuro, seríaposible, y he de decir que hededicado mucho tiempo a tratar deresolver esta cuestión.[14]

Entre aquella época y hoy, losparapsicólogos han estudiado a sujetosque, al parecer, pueden proyectar susrepresentaciones mentales en rollos depelícula fotográfica virgen. Laposibilidad de transmitir nuestras ideasa impresoras electrónicas también sesigue investigando.

Para verse libre de esas imágenes

tan perturbadoras y recuperar al menospor un momento la tranquilidad, el jovenTesla se dedicó a concebir mundosimaginarios. Por las noches, seembarcaba en viajes ficticios a distintoslugares, ciudades o países, en los quevivía, conocía a gente y hacía amigos;aunque “parezca increíble, la verdad esque les tenía el mismo cariño que sifueran personajes del mundo real, yellos me correspondían igual”.[15]

Siguió haciéndolo hasta losdiecisiete años, momento en que sevolcó de lleno en el mundo de lainvención. En ese instante, y para supropia satisfacción, descubrió que no le

hacía falta recurrir a maquetas, planos oexperimentos, sino que era capaz deplasmarlos en la realidad tal como loshabía imaginado.

De ahí que recomendase suparticular método, más eficaz yexpeditivo que el puramenteexperimental. Al decir de Tesla,cualquiera que se imagina algo corre elriesgo de enredarse en los defectos ydetalles del artefacto en cuestión y, amedida que trata de enmendarlos, pierdede vista la idea original tal como lahabía concebido.

Propongo un método diferente —

escribiría—. No me obceco en loque me traigo entre manos. Cuandose me ocurre algo, comienzo porrecrearlo en mi mente. Introduzcolos cambios y mejoras precisos, yme imagino cómo funcionaría elaparato en cuestión. Me daabsolutamente igual que la turbinafuncione en mi cabeza o que estéprobándola en el laboratorio. Enambos casos, soy capaz depercibir si no está biencalibrada.[16]

En este sentido, aseguraba que eracapaz de mejorar una idea sin necesidad

de comprobar nada. Sólo cuando habíacorregido de cabeza todos los posiblesfallos, comenzaba a plasmarlo en larealidad.

El caso es que el artefactofunciona, tal y como lo habíaimaginado —añadía—, y obtengolos resultados esperados de cadaexperimento que llevo a cabo.Siempre ha sido así, a lo largo delos últimos veinte años. ¿Por quéno habría de serlo? La ingeniería,bien eléctrica o mecánica, es unaciencia experimental. Con lasvariables teóricas y prácticas de

que dispongamos, pocos son losproblemas que no puedanabordarse de forma matemática,calcular el efecto que producirán odeterminar los resultados deantemano…[17]

Sin embargo, Tesla solía realizarsucintos esbozos, generales o parciales,de sus inventos. Con el paso del tiempo,sus métodos de investigación seasemejarían bastante al enfoqueempírico propugnado por Edison.

Dado que no está claro cómo fue eldesarrollo de Tesla durante la niñez, nihasta qué punto la férrea disciplina

mental que adoptó modificó para biensus talentos naturales, no hay forma deseparar sus cualidades innatas de lasadquiridas. Hay quien piensa, porejemplo, que la prodigiosa memoria deTesla no era nada fuera lo común, sinoel resultado de ejercitar un don natural.En cualquier caso, la capacidad dememorizar de un vistazo una páginamecanografiada o las proporcionesexactas entre el tamaño de los miles decaracteres impresos en dicha página,llamémoslo memoria fotográfica,eidética o de cualquier otro modo, esalgo que está al alcance de muy pocos.Es más, este tipo de memoria tiende a

desaparecer a lo largo de laadolescencia, lo que pone de manifiestoque depende de las variacionesquímicas que experimenta nuestrocuerpo.

Debido al especial aprendizaje aque fue sometido desde muy pequeño y ala rigurosa disciplina a que se aplicódespués, Tesla conservó su prodigiosamemoria durante casi toda su vida. Querecurriese al método de ensayo y error ala hora de calibrar los equipos queutilizaba en Colorado, cuando ya era unhombre de mediana edad, apunta a quesu capacidad memorística comenzaba adebilitarse.

Con todo, solía decir que su métodovisual de invención tenía un fallo: queno le permitía hacerse rico, en el sentidocrematístico del término, aunque sísobrado de delirantes quimeras, puesdejaba de lado invenciones que podíanresultar muy rentables, sin darles tiempoa madurar lo suficiente paracomercializarlas con éxito. Edison, porel contrario, jamás se habría permitidoun desliz semejante, y contrataba tantosayudantes como hiciera falta paraevitarlo. Tan es así que se comentaba labuena maña que se daba a la hora dehacerse con las ideas de otrosinventores y presentarlas a toda prisa en

la oficina de patentes. Al revés queTesla, al que se le ocurrían las cosascon tanta rapidez que no era capaz depararse a pensarlas. Una vez quedesentrañaba (en su cabeza) elfuncionamiento exacto de uno de susinventos, solía desentenderse del asunto:ya atisbaba nuevos y remotos desafíos.

Su memoria fotográfica puedeayudarnos a entender, en cierto modo,las dificultades que encontró durantetoda su vida a la hora de trabajar conotros ingenieros. Mientras los demásquerían ver planos, él trabajabamentalmente. A pesar de sus dotesexcepcionales para las matemáticas,

estuvo a punto de repetir curso enprimaria porque aborrecía lasinevitables clases de dibujo.

Hubo de esperar hasta los doce añosantes de apartar de su mente, con granesfuerzo, las imágenes que tanto loperturbaban, si bien nunca llegó adominar por completo los inexplicablesfogonazos de luz que veía, tanto ensituaciones de peligro o de dificultadcomo cuando se sentía eufórico. Inclusoa veces, tenía la sensación de que lorodeaban unas flamígeras lenguasdotadas de vida propia. Con el paso delos años, en lugar de disminuir, laintensidad de los destellos fue a más,

hasta alcanzar un pico máximo cuandoandaba por los veinticinco.

Frisando los sesenta, escribió:

De vez en cuando, todavíaaparecen esos molestos fogonazos,como cuando se me ocurre algo queabre paso a nuevas posibilidades,pero, como son de una intensidadrelativamente baja, ya no meresultan tan perturbadores. Cuandocierro los ojos, lo primero queobservo, invariablemente, es unfondo uniforme de un azul muyoscuro, como cielo de una nochedespejada y sin estrellas. A los

pocos segundos, ese fondo se vepoblado de innumerables ybrillantes puntos verdes,distribuidos en diferentes capasque avanzan hacia mí. Acontinuación, a la derecha, apareceuna maravillosa estructura formadapor dos sistemas de líneasparalelas, que discurren muy juntasy en perpendicular, y muestrandiversos colores, aunque los quemás destacan son el amarilloverdoso y el dorado.Inmediatamente después, esaslíneas se tornan más brillantes, y elconjunto aparece profusamente

moteado de parpadeantes puntos deluz. La imagen se desplazalentamente por mi campo de visióny, al cabo de unos diez segundos,desaparece por el lado izquierdo,dando entrada a un desagradable ydesvaído tono gris que enseguidadeja paso a un agitado mar denubes con forma de seres vivos. Locurioso es que no puedo proyectarnada sobre ese fondo gris hastallegar a la segunda fase. Antes dequedarme dormido, siempre pasanante mí imágenes de personas uobjetos. Cuando las contemplo, séque no tardaré en perder la

consciencia. Su ausencia y elempecinamiento en no aparecersuponen siempre el preludio de unanoche en vela.[18]

Como estudiante, destacaba en losidiomas. Llegó a aprender francés,inglés, alemán e italiano, así como losdiferentes dialectos eslavos. Pero sufuerte, sin ningún género de dudas, eranlas matemáticas. Fue el típico alumnoirritante que se queda a la expectativa aespaldas del profesor mientras plantealos problemas en el encerado y da la

respuesta en cuanto éste ha terminado.En un primer momento, sospecharon quehacía trampa, pero pronto cayeron en lacuenta de que se trataba de otra de lasfacetas de su increíble capacidad paravisualizar y retener imágenes. Lapantalla óptica que era su mentealmacenaba tablas enteras de logaritmosde las que podía echar mano a placer.Sin embargo, siendo ya un inventor derenombre, podía sucederle que unproblema científico de índole menor leobligara a devanarse los sesos.

Señalaba, por otra parte, un curiosofenómeno muy común entre personas demente creativa, a saber, que aun sin estar

concentrado en algo, en un momentodado, sabía que había encontrado larespuesta, aunque ésta no hubieratomado cuerpo aún. “Lo másmaravilloso —escribía— es que cuandotengo esa sensación, sé que he resueltoel problema, que daré con lo que voybuscando”.

Los resultados prácticos, entérminos generales, confirmaban suintuición. De hecho, las máquinasdiseñadas luego por Tesla casi siemprefuncionaron. Podía equivocarse en laaplicación de un postulado científico,incluso errar a la hora de elegir losmateriales, pero las máquinas que había

visto en su cabeza, una vez trocadas enobjetos metálicos, normalmentedesempeñaban la función para la queestaban pensadas.

De haber existido en su niñez lasescuelas de psicología que hoyconocemos, las endiabladas imágenesque contendían con su percepción de larealidad le habrían valido, sin lugar adudas, un diagnóstico de esquizofrenia,sesiones de terapia y medicamentosincluidos, capaces quizá de “sanar” elnúcleo mismo del que brotaba sucreatividad.

Cuando, por fin, descubrió que lasimágenes que tenía en la cabeza

guardaban siempre relación con escenasreales que había contempladopreviamente, pensó que había realizadoun descubrimiento de capitalimportancia, y puso todo su empeño enidentificar el estímulo externo que lashabía provocado. En otras palabras,antes de que los métodos de Freudalcanzasen notoriedad, practicaba unaespecie de análisis introspectivo que, alcabo del tiempo, llegó a ser casireflexivo.

“No tenía que hacer ningún esfuerzopara encontrar una relación entre causa yefecto —señalaba— y, para misorpresa, no tardé en darme cuenta de

que cuanto se me pasaba por la cabezano era sino resultado de un estímuloexterno”.[19]

La conclusión que extrajo de aquellaexperiencia no fue del todo alentadora,sin embargo. Si hasta entonces habíaconsiderado que sus afanes eranconsecuencia de su libre albedrío, ahorano tenía otra salida que reconocer lainfluencia determinante de lascircunstancias y los acontecimientosreales. De ser así, estaba claro que erapoco más que un autómata, y siempresería posible construir una máquina quefuncionase como un ser humano, queactuase con la misma capacidad de

juicio que nos procura la experiencia.El joven Tesla desarrolló así dos

conceptos que, si bien muy diferentes,resultarían cruciales para su futuro. Elprimero, que los seres humanos podíanser abordados como “máquinasrevestidas de carne”. El segundo, queera posible humanizar las máquinas aefectos prácticos. Si, desde el punto devista de las relaciones sociales, laprimera hipótesis le haría muy pocosfavores, la segunda lo zambulliría decabeza en el enigmático mundo de los“autómatas teledirigidos”, como él losllamaba, o de la robótica, que diríamosahora.

Cuando Nikola tenía seis años, los Teslase trasladaron a la cercana localidad deGospić. Allí fue a la escuela porprimera vez, y tuvo ocasión de observarlos primeros modelos mecánicos, entreellos las turbinas movidas por agua.Construyó muchas y siempre disfrutaba ala hora de ponerlas en marcha. Leyótambién una descripción de las cataratasdel Niágara que lo impresionóhondamente. En su imaginación, sóloveía una inmensa rueda, movida poraguas que se precipitaban al vacío.Incluso le dijo a un tío suyo que, algúndía, iría a América y pondría en marcha

tal idea. Treinta años más tarde, alcontemplar su sueño hecho realidad,exultante, Tesla se maravillaba de “losinsondables vericuetos de la mente”.

A los diez años empezó a ir alinstituto, un edificio de nuevaconstrucción, dotado de un laboratoriode física bien pertrechado. Losexperimentos que llevaban a cabo susprofesores lo dejaban boquiabierto.Aunque allí salieron a la luz susincreíbles dotes para las matemáticas, supadre “andaba de cabeza cambiándomede grupo”, porque no soportaba lasclases de dibujo artístico.

A lo largo del segundo curso, se

obsesionó con la idea del movimientocontinuo producido por una presiónconstante de aire, así como con lasposibilidades del vacío. Aunque ardíaen deseos de meter en cintura talesfuerzas, la verdad es que durante muchotiempo sólo dio palos de ciego. Hastaque, como recordaría más adelante, “misinquietudes se concretaron en un inventoque me llevaría hasta donde ningún otromortal había llegado”. Todo encajabacon su quimérico sueño de poder volar.

“No había día en que no medesplazase por los aires hasta regionesremotas, sin llegar a entender cómo melas componía —recordaría más tarde—.

Hasta que di con algo tangible: unamáquina voladora, que consistía en uneje rotatorio, unas alas abatibles y […]un vacío que proporcionaba una energíainagotable”.[20]

Lo que construyó en realidad fue uncilindro que giraba sobre dos cojinetes,rodeado de una especie de artesarectangular en la que quedabaperfectamente encajado. Una planchacerraba la cara diáfana del cajón ydividía el eje cilíndrico en dossecciones completamente estancas,gracias a unas juntas deslizantes queajustaban herméticamente. Puesto queuna de las secciones quedaba aislada y

sin aire, mientras la otra seguía abierta,el resultado final, en opinión delinventor, sería el movimiento continuodel cilindro. Cuando lo hubo concluido,el eje giró levemente.

A partir de aquel momento,realizaba mis cotidianasexcursiones aéreas en un vehículocómodo y lujoso, digno del reySalomón —aseguraba—. Hubieronde pasar unos cuantos años antes deque cayese en la cuenta de lapresión directa que la atmósferaejercía sobre la superficie delcilindro y de que una rendija era la

causante del leve movimientogiratorio que había observado.Aunque me llevó tiempocomprender lo que había sucedidoen realidad, el choque fue muydoloroso.[21]

Durante la época del instituto, lugarque probablemente no estaba a la alturade sus capacidades, se vio aquejado de“una grave dolencia o, más bien, devarias; tan malo me puse que losmédicos me desahuciaron”. Pero mejoróy, durante la convalecencia, lepermitieron leer. Pasado un tiempo, lepidieron que catalogase los libros de la

biblioteca de la localidad, tarea que,como más tarde recordaría, le puso encontacto con las primeras obras de MarkTwain. Atribuía su milagrosarecuperación al profundo regocijo que lebrindaron. Por desgracia, esta anécdotatiene todas las trazas de ser espuriaporque, en aquella época, Twain nohabía escrito casi nada que fuera tansobresaliente como para cruzar elocéano y recalar en una bibliotecapública de Croacia. Sea verdad o no laanécdota, el caso es que a Tesla le hacíagracia y la daba por buena. Veinticincoaños más tarde, tuvo la oportunidad deconocer al gran humorista en Nueva

York, le habló de aquella experiencia y,según refería, se llevó la sorpresa dever que el escritor se echaba a llorar.

El chaval continuó los estudios en elinstituto superior de la localidad croatade Karlstadt (Karlovac), un paraje llanoy pantanoso donde, como era de esperar,sufrió repetidos ataques de paludismo.Gracias a su profesor de física, sinembargo, las fiebres no fueron unobstáculo para que desarrollase unenorme interés por la electricidad. Cadaexperimento que presenciaba despertaba“miles de ecos” en su cabeza, y soñabacon seguir una carrera que le permitierainvestigar y experimentar.

Cuando volvió a casa de sus padres,se había declarado una epidemia decólera en la región y contrajo laenfermedad. Obligado a guardar cama,casi sin fuerzas para moverse durantenueve meses, por segunda vez se temiópor su vida. Recordaba cómo su padrese sentaba junto a su lecho para darleánimos, mientras él aún sacaba fuerzasde flaqueza para insistirle: “Si medejases estudiar ingeniería, a lo mejorme ponía bueno”. El reverendo Tesla,que siempre se había obstinado en queNikola siguiera la carrera eclesiástica,movido a compasión en circunstanciastales, cedió.

Lo que sucediera a continuación nodeja de ser un poco confuso. Tesla fuellamado a filas para un servicio militarde tres años, panorama que le disgustabamás si cabe que la vida religiosa. Másadelante, nunca volvió a referirse a eseperiodo, salvo para recordar que supadre le había aconsejado que se pasaraun año vagando y durmiendo en lasmontañas para restablecerse porcompleto. El caso es que anduvo duranteese año perdido en el monte y no hizo elservicio militar. Algunos de susfamiliares, por línea paterna, eranoficiales de alta graduación. Es muyprobable que movieran los hilos

precisos para eximirle de susobligaciones militares por razones desalud.[22]

Ni siquiera el año que pasó en tanagrestes parajes bastó para doblegar suimaginación desbocada. Así, se leocurrió la idea de construir un túnel bajoel océano Atlántico para despachar elcorreo entre Europa y América. Inclusorealizó los cálculos matemáticos de lainstalación que había de bombear elagua por la tubería y arrastrar loscontenedores esféricos que guardaban lacorrespondencia; no calculó bien, sinembargo, la resistencia del rozamientodel agua contra las paredes del túnel, de

magnitud tan considerable que se vioobligado a renunciar al proyecto. Noobstante, gracias a esta experiencia,adquirió una serie de conocimientos quele vendrían muy bien para posterioresinventos.

Poco inclinado a perder el tiempo enmenudencias, no se le ocurrió nadamejor que poner en pie un gigantescoanillo alrededor del ecuador. Alprincipio tendría andamios. Una vezdesmontado, el anillo rotaría librementea la misma velocidad que la Tierra.Dicho así, no difiere demasiado de lossatélites con trayectorias sincronizadasque, sólo a finales del siglo XX, llegarían

a estar operativos. El proyecto de Teslaiba más allá, sin embargo: proponía laaplicación de una fuerza de signocontrario que fijase la posición delanillo respecto al planeta, de forma quelos futuros viajeros pudieran subirse alanillo y trasladarse alrededor del globoterráqueo a la vertiginosa velocidad demil seiscientos kilómetros por hora o,más bien, que la Tierra se desplazasebajo sus pies a esa velocidad,permitiéndoles circunvalar el planeta enun solo día sin moverse del sitio.

Tras concluir aquel año decaminatas y fantasías, tan enjundiosocomo ayuno de resultados prácticos, en

1875 se matriculó en la EscuelaPolitécnica Austríaca de Graz. Duranteel primer curso, disfrutó de una becaconcedida por las autoridades militaresde fronteras y no pasó ningún apuroeconómico. No obstante, clavaba loscodos desde las tres de la mañana hastalas once de la noche con la intención desacar adelante dos cursos en un soloaño. Física, matemáticas y mecánicafueron las materias a las que con másahínco se dedicó.

Dejó dicho por escrito que, en suafán por concluir todo lo que empezaba,a punto estuvo de perder la vida cuandose dio a la lectura de las obras de

Voltaire, casi cien volúmenes, en letrapequeña para mayor desesperación,“que aquel monstruo había escrito alritmo de setenta y dos tazas diarias decafé negro”. Sabía que no se quedaríatranquilo hasta que no los hubiera leídotodos.

Al finalizar el curso, aprobó sindificultad nueve materias. Pero, cuandoregresó al año siguiente, descubrió queya no gozaba de la cómoda situaciónfinanciera del curso anterior. La unidadmilitar de fronteras se había disuelto yno tenía beca. El salario de un clérigotampoco daba para costear las elevadastasas académicas, y Tesla tuvo que

abandonar los estudios antes de queconcluyese el año lectivo. Aprovechó almáximo aquel tiempo libre que le habíallovido del cielo, y fue durante esesegundo año, precisamente, cuandocomenzó a acariciar la idea de buscaruna solución alternativa a los motoreseléctricos de corriente continua.

La persona que inició a Tesla en lasmaravillosas posibilidades queencerraban los motores eléctricos fue unalemán, el profesor Poeschl, queimpartía clases de física teórica yexperimental. Aunque tenía “unos piesenormes y unas manos que más bienrecordaban las garras de un oso”, sus

experimentos le abrían nuevoshorizontes. Un día, procedente de París,recibieron un aparato, bautizado comoGramme Machine, que funcionaba concorriente continua y podía utilizarsecomo motor o como dinamo. Conprofunda emoción, Tesla se quedóabsorto al contemplar aquel artefacto,rodeado de un amasijo de cablesconectados a un interruptor. Cuando lopusieron en marcha, el cacharrocomenzó a soltar chispas sin parar y, nosin cierta arrogancia, Tesla comentódelante del profesor Poeschl que aquelartilugio funcionaría mucho mejor siprescindiesen del interruptor y se

alimentase con corriente alterna.

El señor Tesla tiene un gran futuropor delante —comentó muy serio elcatedrático—, pero no creo que seacapaz de lograr una cosa así: seríacomo transformar el sentido en queactúa una fuerza, la gravedadpongamos por caso, en unaalternancia de vectores, es decir, elmovimiento perpetuo, algoinconcebible.[23]

El joven serbio no tenía ni idea decómo conseguirlo, pero algo le decíaque tenía la respuesta en la cabeza, y

sabía que no pararía hasta dar con lasolución.

Pero Tesla no tenía dinero. En vanotrató de pedirlo prestado. Al verseacorralado, comenzó a jugar y, cuandovio que las cartas no le daban suerte,llegó a ser casi un profesional del billar.

Por desgracia, las cualidadeslúdicas recién descubiertas no bastaronpara sacarle de apuros. Un sobrino deTesla, Nikola Trbojevich, asegura queunos familiares le comentaron que lapolicía había expulsado a su tío de launiversidad y de la ciudad de Graz “porjugar a las cartas y llevar una vidadisoluta”, para añadir: “Como su padre

no le dirigía la palabra, su madre reunióel dinero para que fuese a Praga. Allípermaneció dos años, en los que pudohaber asistido a la Universidad comooyente, pues las pesquisas llevadas acabo por el Gobierno checoslovacoconfirmaron que no se había matriculadoen ninguna de las cuatro universidadesdel país […]. De lo que habría queconcluir que Tesla fue autodidacta,condición ésta que en nada desmerece sugrandeza. También Faraday lo fue”.[24]

Aunque sin éxito, en 1879 Teslahabía tratado de encontrar trabajo enMaribor. Así las cosas, regresó alhogar. Su padre falleció aquel mismo

año y, al poco, el chico volvió a Pragacon la esperanza de continuar susestudios; al parecer, allí residió hastacumplir los veinticuatro, asistiendo aclase como oyente, estudiando en labiblioteca de la universidad yprocurando mantenerse al día en losavances que se producían en laingeniería eléctrica y en la física.

Es probable que siguiese con suafición al juego para salir adelante pero,en aquella época, ya no corría el peligrode convertirse en ludópata. El propioTesla ha relatado cómo se dio al juego ylos esfuerzos que hizo para dejarlo:

Para mí, la quintaesencia del placerconsistía en sentarme a jugar unapartida de cartas —recordaría mástarde—. Mi padre, que siemprellevó una vida ejemplar, noencontraba disculpas para aquelderroche de tiempo y de dinero pormi parte |… |. Yo solía decirle:‘Puedo dejarlo cuando meapetezca, pero ¿merece la penarenunciar a todo lo que puedacomprar por la vida eterna?’. Másde una vez, me apostrofó conexpresiones cargadas de ira ydesprecio. Mi madre era otrocantar. Entendía la forma de ser de

los hombres, y sabía que lasalvación de cada cual dependíadel empeño que pusiese enalcanzarla. Recuerdo una tarde enque, tras haberlo perdido todo ymuriéndome de ganas por jugar, seacercó a mí con un fajo de billetesenrollados y me dijo: ‘Ve y pásaloen grande. Cuanto antes dilapidestodo lo que tenemos, mejor. Estoysegura de que lo superarás’. Ytenía razón. En aquel precisoinstante, logré dominarme […]. Nosólo me sobrepuse a mi desmedidaafición, sino que me la arranqué delcorazón para no volver a sentir el

deseo de jugar…[25]

Con el paso de los años, comenzó afumar en exceso y cayó en la cuenta deque tanto café como tomaba en nadabeneficiaba a su corazón. La fuerza devoluntad se impuso de nuevo, y erradicóambos vicios; incluso dejó de tomar té.Está claro que Tesla sabía diferenciarcon nitidez entre el ejercicio del librealbedrío (del que carecían los sereshumanos que no son sino “máquinasrevestidas de carne”) y la fuerza devoluntad, o la puesta en práctica de unadeterminación tomada.

IIIINMIGRANTES DE POSTÍN

Entre Europa y Estados Unidos yafuncionaba el telégrafo, es decir, yaestaba tendido el cable transatlántico.En 1881, cuando el teléfono deAlexander Graham Bell fueconquistando el continente europeo, serecibió la noticia de que no tardaría enabrirse una central telefónica enBudapest, una de las cuatro ciudades

elegidas por la filial europea de ThomasAlva Edison.

En enero de aquel año, Tesla setrasladó a Budapest donde, con ayuda deun influyente amigo de un tío suyo,enseguida encontró trabajo en la OficinaCentral de Telégrafos del gobiernohúngaro. Desempeñarse como auxiliaren un puesto dotado con un salario muybajo no era lo que había soñado el joveningeniero eléctrico. Pero se entregó aello en cuerpo y alma.

Por entonces, se vio aquejado de unaextraña afección que los médicos, a faltade un término mejor, diagnosticaroncomo crisis nerviosa. Tesla tenía los

cinco sentidos acusadamentedesarrollados. Según él, durante suniñez y en diversas ocasiones,desvelado por el crepitar de las llamas,había salvado de perecer en incendios aunos cuantos vecinos suyos. Entrado yaen los cuarenta, cuando llevaba a cabosus investigaciones sobre rayos enColorado, aseguraba que podía oír elestallido de un trueno a más deochocientos kilómetros de allí, cuandoel límite de sus jóvenes ayudantes sesituaba en torno a los doscientoscuarenta.

Pero la experiencia que le tocó vivirdurante aquel episodio nervioso

superaba incluso los parámetroshabituales de Tesla: podía oír el tictacde un reloj de pulsera tres cuartos másallá del que ocupaba; el aleteo de unamosca en la mesa de su habitación leproducía un molesto zumbido en losoídos; un carro que pasase a unoscuantos kilómetros de distancia le hacíaestremecerse de pies a cabeza; el pitidode un tren a más de treinta kilómetrosocasionaba una vibración tal en su sillaque sentía un malestar insoportable.Tenía la sensación de que temblaba elsuelo que pisaba y, para facilitarle eldescanso, no quedó más remedio quecolocarle unas almohadillas de goma

bajo las patas de la cama.

De no haber sido capaz dedisociarlos en sus diferentescomponentes, los ruidos fuertes —escribió—, alejados o próximos,me sonaban como expresionesaltisonantes. Si aparecían de formaintermitente, mi cerebro percibía ladiscontinuidad de los rayos de laluz del sol como fogonazos de unaintensidad tal que me aturdían porcompleto. Era tan opresiva lasensación que notaba en el cráneoque tenía que hacer acopio de todasmis fuerzas para pasar por debajo

de un puente o de cualquier otraestructura. En la oscuridad, missentidos se asemejaban a los de losmurciélagos: era capaz de detectarla presencia de un objeto situado acuarenta metros de mí por elextraño hormigueo que sentía en lafrente.[26]

En aquel momento, su pulso oscilabadesde niveles muy bajos hasta las 260pulsaciones por minuto. Lascontracciones y espasmos que lerecorrían el cuerpo le resultaban casiintolerables.

Como es natural, los médicos de

Budapest estaban desconcertados. Huboincluso un galeno de gran renombre que,al tiempo que aseguraba que el mal quepadecía era insólito y no tenía cura, leprescribió la ingesta de grandes dosis depotasio.

O, en palabras del propio Tesla:“Siempre lamentaré que, en aquellaocasión, no hubieran estado pendientesde mí especialistas en fisiología y enpsicología. Aunque creía que no saldríacon bien de aquélla, me agarrabadesesperadamente a la vida”.[27]

El caso es que no sólo recobró lasalud, sino que, con la ayuda de un buenamigo, pronto recuperó el vigor que lo

animaba antes de aquel episodio. Elamigo en cuestión se llamaba AnitalSzigety, un deportista y oficial mecánicocon quien trabajaba. Él fue quien le hizover la importancia del ejercicio físico, yjuntos dieron largos y frecuentes paseospor la ciudad.

Desde los tiempos en que hubo deabandonar la Politécnica de Graz, Teslano había dejado de darle vueltas aldesafío que representaba el motor decorriente continua. Más adelante,recurriría a su pomposa grandilocuenciapara afirmar que no afrontaba lacuestión como un problema más quehubiera de resolver: “Para mí era una

especie de voto sagrado, una cuestión devida o muerte. Si no daba con lasolución, mi vida no tendría sentido”.

Con todo, sin saber cómo, tenía laconvicción de que había ganado labatalla. “La solución estaba allí,agazapada en las más profundascircunvoluciones de mi cerebro, aunqueno era capaz de darle forma”.[28]

Una tarde, al ponerse el sol, Szigetyy él paseaban por el parque de laciudad. Tesla recitaba unos versos deFausto, de Goethe. El sol que seocultaba le recordó un hermoso pasaje:

El sol se aleja, cede, mas la luz

sobrevive,Alumbra para animar nueva

vida allende¡Ah, si unas alas me elevaran

del sueloY a su curso me acercasen con

mi anhelo!

En ese instante, “la idea se abriópaso como un fogonazo y, en un segundo,comprendí la raíz del problema”.

Como si hubiera encajado unpuñetazo, Tesla se quedó paralizado,con sus largos brazos inquietos en alto.Asustado, Szigety trató de llevarle hastaun banco. Pero Tesla no accedió a

sentarse hasta no dar con un palo.Comenzó, entonces, a dibujar un croquisen el suelo:

—Mira el motor que he dibujado; y,ahora, observa cómo consigo quefuncione al revés —exclamó.

El esquema era el mismo que, seisaños más tarde, habría de presentardurante el discurso que pronunció en elInstituto Americano de IngenierosEléctricos, tarjeta de presentación de unnuevo principio científico, realmentesorprendente en cuanto a su simplicidady posibilidades; una revolución, en elsentido literal del término, en el mundode la tecnología.

Acaba de ocurrírsele no un nuevomotor, sino una forma distinta de hacerlas cosas: Tesla había dado con elprincipio del campo magnético rotatoriooriginado por dos o más corrientesalternas acompasadas.[29] En efecto,mediante la creación de un torbellinomagnético producido por dos corrientesen alternancia, había eliminado de unplumazo la necesidad de disponer de unconmutador (aparato concebido parainvertir la polaridad de una corrienteeléctrica) y de escobillas por las quecirculase la corriente: había rebatido losplanteamientos del profesor Poeschl.

Otros científicos habían tratado de

poner a punto motores de corrientealterna, pero sin apartarse del modelode un único circuito cerrado como elque se utilizaba para la corrientecontinua que, o bien no funcionaban, o lohacían de forma renqueante, generandouna tremenda vibración imposible deaprovechar. Unos años antes, allá por1878-1879, el mismo Elihu Thomsonque idease un generador en EstadosUnidos había recurrido a la corrientealterna como fuente de alimentación deluces de arcos voltaicos. Por su parte,los europeos Gaulard y Gibbs habíaninventado el primer transformador decorriente alterna, herramienta

imprescindible para incrementar odisminuir el voltaje a la hora detransportar la electricidad. GeorgeWestinghouse, uno de los primerospartidarios de la corriente alterna, quetenía en mente monumentales proyectospara la electrificación de todo EstadosUnidos, adquirió los derechos de laspatentes de Gaulard y Gibbs para supaís.

A pesar de estas tentativas, no sepuede decir que hubiera un motor decorriente alterna que funcionase deforma adecuada hasta que Tesla inventóel suyo, un motor de inducción queentrañaba una nueva forma de funcionar,

realmente adelantada para la época.Claro que una cosa es idear un

invento realmente extraordinario y otramuy diferente que el mundo reconozcasu importancia. Mientras su nóminaapenas le daba para vivir, Tesla,dejándose arrastrar por una imaginacióndesbordante, ya se veía convertido en unpersonaje rico y famoso. Así, señalabacon amargura, “los últimos veintinuevedías de este mes han sido los peores”.Convencido de que por fin se lereconocería su talento como inventor,hasta estos apuros se le hicieron mástolerables.

Era mi único sueño —recordaríamás tarde—; Arquímedes era miejemplo a seguir. Reconocía elmérito de los pintores, pero, desdemi punto de vista, sus obras no eransino sombras y esbozos. Elinventor, sin embargo, ofrece almundo cosas realmente tangibles,que palpitan y funcionan.[30]

Durante los días que siguieron, seentregó por entero al intenso placer dediseñar nuevos motores que funcionasencon corriente alterna.

“Me hallaba inmerso en un estado defelicidad exultante como nunca antes

había experimentado —insistiría—. Elflujo de ideas era imparable”. Ladificultad residía en atraparlas al vuelo.

Con todo detalle, incluso losaccesorios menores o la fatiga delos materiales de las piezas de losaparatos que pergeñaba meresultaban del todo reales ypalpables. Disfrutaba alimaginarme aquellos motoresfuncionando sin parar […] Cuandouna inclinación natural setransforma en pasión es como sinos acercásemos al objetivoanhelado calzados con botas de

siete leguas. En menos de dosmeses, concebí en mi cabeza todotipo de motores, así como lasmodificaciones pertinentes de cadamecanismo…[31]

Ideó así motores que funcionabancon corriente alterna, como el deinducción polifásica, el de inducción defase partida, el polifásico síncrono, ylos mecanismos polifásicos ymonofásicos para la generación,transporte y aprovechamiento de laelectricidad. Lo que significaba que, enla práctica, toda la electricidad segeneraría, se transportaría, se

distribuiría y se transformaría en fuerzamecánica, gracias al sistema polifásicode Tesla.

Lo que, a su vez, implicaba elrecurso a voltajes más elevados que losque permitía la corriente continua yllevar la electricidad a cientos dekilómetros de distancia, dando paso auna nueva era, en definitiva, quepermitiría disponer de alumbrado y deenergía eléctrica en cualquier parte. Labombilla de filamento de carbono deEdison funcionaba con corriente alternao continua. Pero la necesidad de instalarun generador cada tres kilómetrosencarecía el transporte de la

electricidad. Y Edison, que estaba muyapegado sentimentalmente a la ciudad deWashington, no era tan dúctil como subombilla.

Corría el año 1882. A Tesla se leagolpaban las ideas en la cabeza. Comono disponía de tiempo ni de dinero parapreparar maquetas, se volcó en eltrabajo que realizaba en la oficina detelégrafos, donde no tardó en ascender ala categoría de ingeniero. Introdujodiversas mejoras en los aparatos de lacentral en que trabajaba (entre ellas, unamplificador de teléfono que olvidópatentar); en contrapartida, el trabajoque realizaba le proporcionó una

considerable experiencia práctica.A través de unos amigos de su

familia, dos hermanos apellidadosPuskas, obtuvo una recomendación paratrabajar en la filial telefónica parisiensede Edison. Y allí se trasladó en el otoñode aquel año.

Lo que más le interesaba eraconvencer a los ejecutivos de laContinental Edison Company de losenormes beneficios potenciales queofrecía la corriente alterna. Cuando seenteró del rechazo que provocaba enEdison tal posibilidad, de la que noquería ni oír hablar, el joven serbio sesintió profundamente decepcionado.

Joven como era y residente en París,no tardó en encontrar oportunidades deresarcirse. Hizo nuevas amistades, tantoentre franceses como con americanos;recuperó su antigua maestría en el billar;caminó kilómetros y kilómetros a diario,y hasta nadó en el Sena.

En el trabajo, le encomendaron latarea de servir de apagafuegos: era elencargado de resolver las dificultadesque se presentasen en las centralesfrancesas y alemanas de la firma Edison.Con motivo de uno de esos viajes detrabajo, a Alsacia en concreto, se llevóconsigo una serie de materiales con losque construyó su primer motor de

inducción accionado por corrientealterna, “un aparato muy rudimentario,gracias al cual disfruté de laincomparable satisfacción de observar,por vez primera, la rotación de lamáquina sin necesidad de unconmutador”.[32]

Con un ayudante, en el verano de1883, por dos veces llevó a cabo elmismo experimento. En su opinión, lasventajas de la corriente alterna sobre lacorriente continua de Edison eran tanevidentes que no entendía que su patrónse desentendiera y mirase para otrolado.

En Estrasburgo, le pidieron que

echase una mano a ver qué se podíahacer con una planta destinada a lailuminación de una estación deferrocarril que el cliente, el Gobiernoalemán, no había aceptado, y no sinrazón: ante los propios ojos del ancianoemperador Guillermo I, durante lainauguración oficial y por culpa de uncortocircuito, un enorme trozo de paredhabía saltado por los aires. Ante elriesgo de verse obligada a asumircuantiosas pérdidas, la filial francesa leprometió a Tesla un incentivo siconseguía que las dinamos funcionasenmejor, y tranquilizar así a los alemanes.

Era, sin duda, un asunto peliagudo

para una persona de no muchaexperiencia como Tesla, pero su alemánfluido le fue de gran ayuda. Al final, nosólo consiguió resolver las dificultadeseléctricas, sino que se hizo amigo delalcalde de la localidad, un tal señorBauzin, que trató de recaudar fondospara financiar su invento; de hecho,sondeó a unos cuantos ricos inversorespotenciales ante quienes Tesla hizo unademostración del nuevo motor. Aunquetodo salió a pedir de boca, losempresarios convocados no supieronver las posibilidades prácticas delinvento.

El joven y desairado inventor

encontró el consuelo parcial de unaspocas botellas de St. Estèphe de 1801,año de la última invasión alemana deAlsacia, que le regaló el alcaldediciendo que nadie más que Tesla eramerecedor de paladear una añada tanextraordinaria.

Entonces, con la satisfacción deldeber cumplido, regresó a París, dondeconfiaba en recibir la bonificaciónprometida. Consternado, comprobó queno iban a dársela. Los tres ejecutivos dela compañía, sus jefes directos, sepasaban la pelota de uno a otro, hastaque Tesla, harto de que le tomasen elpelo, presentó su dimisión

irrevocable.[33]Charles Batchelor, director de la

planta, amigo íntimo y colaborador deEdison durante muchos años, se diocuenta de la valía del joven serbio, y loanimó a trasladarse a Estados Unidos,donde no sólo la hierba sino hasta eldinero eran más verdes.

Batchelor era un ingeniero inglésque había trabajado con Edison en lapuesta a punto de una versión mejoradadel primer teléfono de Bell. Edisonhabía inventado el transmisor que hacíaposible que la voz recorriese largasdistancias. Batchelor le echó una manodurante la tumultuosa presentación del

mencionado teléfono, con “susvociferantes explicaciones y atronadorascantinelas”, según relataba un periodistaneoyorquino de la época.

Después, el norteamericano y elinglés se encargaron de supervisar elmontaje del primer grupo electrógenoautónomo que Edison colocó en elmercado, a bordo del buque Columbiade la Armada estadounidense. La navehizo una deslumbrante demostración detal ingenio al zarpar de la bahía deDelaware con destino a California,pasando por el cabo de Hornos.

No le faltaban motivos, pues, aBatchelor para afirmar que conocía bien

a Edison, y de ahí que escribiera unaelogiosa carta de presentación quehabría de poner en relación a dos geniosigual de egocéntricos. Como más tardelos acontecimientos se encargarían dedemostrar, Batchelor no entendía tanbien a Edison como pensaba.

Liquidé lo poco que poseía —recordaba Tesla más adelante—,reservé pasajes y llegué a laestación de ferrocarril cuando eltren ya se disponía a partir. En eseinstante, caí en la cuenta de quehabía extraviado el dinero y losbilletes. ¿Qué iba a hacer?

Hércules habría dispuesto de todoel tiempo del mundo parapensárselo, pero yo tenía que tomaruna decisión mientras corría devagón en vagón; un torbellino deideas, tan opuestas como lasoscilaciones de un condensador, seme pasó por la cabeza. Tomé ladecisión acertada en el momentocrítico…[34]

Encontró unas cuantas monedas parasubirse al tren, y eso fue lo que hizo. Acontinuación consiguió colarse en elbuque Saturnia a base de labia, y nadiele reclamó el pasaje.

Aparte de las pocas monedas queaún llevaba en el bolsillo, zarpó condestino a tierras americanas con unoscuantos poemas y artículos que habíaescrito, unos cálculos llenos de tachonesrelativos a algo que describía como unproblema insoluble (sin másprecisiones) y los planos de unamáquina voladora. En su fuero interno,estaba seguro de que, con sóloveintiocho años, ya era uno de losgrandes inventores de su tiempo. Peroeso sólo lo sabía él.

IVEN LA CORTE DEL SEÑOR

EDISON

El día de junio en que pisó la Oficinade Inmigración de Castle Garden, enManhattan, ataviado con un repulidosombrero hongo y una escueta levitanegra, al menos nadie confundió a Teslacon un pastor de ovejas montenegrino nicon un preso por deudas escapado de lacárcel. Ocurría esto en 1884, el mismo

año en que la nación francesa le regalóal pueblo estadounidense la Estatua dela Libertad. Como en respuesta a losversos de la poetisa Emma Lazaras, encuestión de muy pocos años dieciséismillones de europeos y asiáticosrecalaron en Estados Unidos, iniciandoun movimiento migratorio que aún no hafinalizado. Hacían falta hombres,mujeres y hasta niños para poner enmarcha la formidable revoluciónindustrial que recorría el país de punta acabo. 1884 fue también el año delpánico en la Bolsa.

Tesla no pasó por el departamentode empleo, donde contrataban a

cuadrillas de obreros para desempeñarpenosas jornadas de hasta trece horas enla construcción del ferrocarril, en minas,en fábricas o como cuidadores deganado. Ni mucho menos. Con su cartade presentación para Edison y ladirección de un conocido suyo en elbolsillo, solicitó a un policía lasindicaciones pertinentes y, lleno deresolución, echó a andar por las callesde Nueva York.

Pasó por delante de una tienda, cuyopropietario lanzaba toda clase deimproperios contra una máquina que sehabía estropeado. Tesla hizo un alto y seofreció a repararla. Tras verla

recompuesta, agradecidísimo, elcomerciante le dio veinte dólares.

El joven serbio siguió adelantesonriendo, acordándose de un chiste quehabía oído en el barco. Iba andando porla calle un pastor de ovejasmontenegrino que acababa de llegar alos Estados Unidos, y se encontró con unbillete de diez dólares en el suelo. Ya seinclinaba para recogerlo, cuando se paróen seco, pensando para sus adentros:“No, no voy a trabajar el mismo día enque he pisado tierra americana”.

A sus treinta y dos años y peinando ya

algunas canas, Thomas Alva Edison,enfundado en una de sus batas dealgodón a rayas, cortadas y cosidas amano por su esposa, y abotonada hastael cuello, era un hombre desgarbado,encorvado, que daba tumbos de un ladopara otro arrastrando los pies. Aprimera vista, su rostro era tan vulgarque podía resultar anodino, pero quienesiban a verlo no tardaban mucho enreparar en el fulgor de penetranteinteligencia e inagotable energía queemanaba de sus ojos.

Pese a ser un genio, no podía decirseque Edison fuera muy conocido enaquella época. Había puesto en marcha

la Edison Machine Works, de GoerckStreet, y la Edison Electric LightCompany, sita en el número 65 de laQuinta Avenida. Su central eléctrica,instalada en los números 255-257 dePearl Street, abastecía de electricidad ala zona de Wall Street y del East River.Disponía también de un enormelaboratorio de investigación en MenloPark, Nueva Jersey, que daba empleo anumerosas personas y donde, enocasiones, ocurrían cosas de lo mássorprendentes.

A veces, era posible ver al propioEdison dando brincos alrededor de “unpequeño monstruo de metal, una

locomotora a pequeña escala”, quefuncionaba gracias a la corrientecontinua de una central situada aespaldas del laboratorio, y que, en ciertaocasión, descarriló al alcanzar lossesenta kilómetros por hora, haciendolas delicias de su inventor.[35] Hastaese laboratorio se había acercado SarahBernhardt, entre otros, para que su vozquedase inmortalizada en el fonógrafodel señor Edison. Circunspecta, la actrizhizo algún comentario acerca de lomucho que se parecía a Napoleón I eldueño de aquellas instalaciones.

La central de Pearl Street producíaenergía suficiente para que un centenar

de ricas familias neoyorquinasdispusieran de luz eléctrica, pero Edisontambién llevaba su corriente continua aplantas instaladas en molinos, fábricas yteatros repartidos por toda la ciudad.Recibía, asimismo, numerosaspeticiones para instalarlas en barcos; unquebradero de cabeza más, porque laposibilidad de que se declarase unincendio a bordo era una pesadilla quenunca lo abandonaba.

Por si fuera poco, mantenía lareputación de hombre mordaz y delengua afilada: “En el comercio y en laindustria, todo el mundo roba —solíadecir muy serio—; hasta yo mismo he

robado. Pero, al contrario que losdemás, yo se cómo hacerlo; ellos, no”.Por “ellos” se refería a la WesternUnion, para la que había trabajado, altiempo que vendía uno de sus útilesinventos a la competencia.

O la desdeñosa aseveración de queni falta que le hacía ser matemáticopues, si necesitaba de ellos, loscontrataba, afirmación susceptible demolestar a los científicos con títulooficial. Nadie podía negar que, en elnivel de desarrollo que entoncesconocía Estados Unidos, los ingenierose inventores salían mucho más rentablesque los investigadores de formación

académica. Y para que nadie se llamasea engaño, Edison gustaba de afirmar quereconocía la importancia de sus inventospor los dólares que le hacía ganar, y quelo demás le importaba poco.

El escritor Julián Hawthorneapuntaba: “Si el señor Edison dejase delado esa manía suya de inventar cosas yse dedicase a la literatura, podría llegara ser un gran novelista…”.

Un ajetreado día de aquel verano de1884, el inventor había salido porpiernas del hogar de la familiaVanderbilt, en la Quinta Avenida, parasolucionar una contingencia que se habíaproducido en la central de Pearl Street.

Por culpa de dos cables que se habíancruzado por detrás de las barrasmetálicas de las que pendían unostapices, se había declarado un fuego enla mansión. Las llamas quedaronsofocadas con rapidez, pero la señoraVanderbilt, histérica tras el percance,había intuido que el origen de todos susmales residía en el motor de vapor y lacaldera situados en el sótano. Fuera desí, la mujer exigía que Edison retirase lainstalación de su casa.[36]

Edison envió una cuadrilla parareparar los daños, tomó un trago de caféfrío que quedaba en una taza yreflexionó sobre lo que iba a hacer a

continuación. Sonó el teléfono. Acercóel auricular a su oído bueno.

Era el director de la compañíanaviera propietaria del buque Oregonque, con irritación no disimulada, queríasaber si ya se le había ocurrido algopara recomponer las dinamos para suplanta de iluminación de la nave.Fondeada muchos más días de loprevisto, estaba perdiendo dinero aespuertas.

¿Qué podía decirle Edison? Nodisponía de ningún ingeniero paraatenderlo.

No pudo por menos que acordarsede Morgan, de J. Pierpont Morgan, que

contaba con un ingeniero a jornadacompleta, encargado de supervisar lacaldera y el motor de vapor que habíainstalado en un pozo del jardín de sumansión de Murray Hill, una instalacióntan ruidosa que los vecinos loamenazaban con una querella. A Morganle traía sin cuidado: cuando las cosas setorcían, enviaba una caja de sus habanosespeciales, se embarcaba en su yate, elCorsair, y realizaba un largo crucero.

—Le enviaré a un ingeniero estamisma tarde —le prometió Edison alnaviero.

Morgan era el principal accionistade la Edison Electric Company, cuyos

tendidos de cables de corriente continuase extendían como precarias telas dearaña, sobrevolando algunas calles de laciudad. Aunque los financieros y losempresarios no prestaban demasiadaatención a la electricidad, otros, como elpropio Morgan, habían intuido deinmediato que era el avance mássignificativo que se había conocidodesde el tornillo de Arquímedes: todo elmundo demandaba energía y, en cuestiónde poco tiempo, todo el mundorecurriría a las lámparas incandescentesde Edison.

La ingeniería eléctrica ofrecía uncampo abonado para cualquier

emprendedor afín a la ciencia o a losinventos, y no sólo por lascompensaciones económicas. Tambiénhabía que tener en cuenta la atracción ylos peligros, que representaban unafrontera casi inexplorada.

La Universidad de Cornell y elColumbia College figuraban entre laspocas instituciones académicas que sejactaban de contar con magníficosdepartamentos de ingeniería eléctrica.Aparte de gigantes como Edison, JosephHenry y Elihu Thomson, pocos eran losespecialistas estadounidenses en estecampo. De ahí que los empresarios delpaís no dudasen en contratar a

profesionales llegados del extranjero,como Tesla, Michael Pupin, CharlesProteus Steinmetz, Batchelor y FritzLowenstein, por citar a unos pocos.

Sólo gracias, no obstante, al empeñode Edison, se encendían (o se apagaban)las luces que adornaban la ciudad deNueva York. Hacía sólo un año que laseñora de William K. Vanderbilt habíaorganizado el recordado baile quehabría de poner fin a las rivalidadesentre los Astor y los Vanderbilt. Enaquella ocasión, la señora de CorneliusVanderbilt bajó la escalera principal dela mansión familiar vestida de “LuzEléctrica”: una suntuosa puesta en

escena, raso blanco y diamantesincluidos, que pocos de losprivilegiados asistentes olvidarían.

Era tal el hechizo que provocaba lanueva fuente de energía que los anunciosnavideños de un empresario de la épocaanimaban a los padres a “dejarboquiabierta a la familia con nuestroenchufe doble”. No menos atractivos,aunque sorprendentes, eran otrospresentes que aseguraban que elcomprador se situaría a la altura de lascelebridades del momento, como elcorsé eléctrico para mamá y el cinturónmagnético para papá. En las romeríaspopulares, los aldeanos pagaban por

recibir las descargas de un acumuladoreléctrico.

Nada más prometer al naviero lapresencia de un ingeniero con el que nocontaba, no bien acababa de colgar elauricular del teléfono, apareció un chicoque, sin resuello, le anunció que habíadificultades en las calles de Ann yNassau: se había producido una averíaen la caja de empalmes instalada poruno de los inexpertos electricistas quetrabajaban para el inventor. Sinahorrarse detalles, el muchachodescribió cómo un trapero y su caballohabían saltado por los aires y habíandesaparecido calle abajo en un

santiamén.Edison le dio una voz al capataz:—Reúna una cuadrilla, si todavía

quedan hombres disponibles. Corte lacorriente y arregle la avería.

Al alzar la vista, reparó en loscabellos negros de un hombre alto quese inclinaba sobre su mesa de trabajo.

—¿En qué puedo ayudarle, señormío?

Tesla se presentó, hablando uncorrecto inglés con acento británico, unpoco más alto de lo que tenía porcostumbre en atención a la sordera quepadecía Edison.

—Traigo una carta del señor

Batchelor.—¿Batchelor? ¿Algo no va bien por

París?—Todo en orden que yo sepa, señor.—Tonterías. En París, siempre hay

algo que anda mal.Edison leyó la sucinta nota de

recomendación de Batchelor y soltó unbufido. Observó a Tesla con atención.

—‘Conozco a dos grandes hombres,y usted es uno de ellos. El otro es eljoven portador de esta carta’. ¡Caramba!¡A esto le llamo yo una carta derecomendación! A ver, ¿qué sabe hacerusted?[37]

Durante la travesía, Tesla se había

imaginado la escena más de una vez. Lareputación de Edison, un hombre que,carente de formación académica, habíainventado centenares de cosas útiles, leimpresionaba sobremanera. En tanto queél, ¿qué había conseguido tras habersepasado años rodeado de libros? ¿Quéresultados podía exhibir? ¿Para quétanta formación?

Hizo un rápido repaso del trabajoque había realizado en Francia yAlemania para la Continental Edison y,antes de que su interlocutor hiciera uncomentario siquiera, comenzó adescribir las excelencias del motor deinducción de corriente alterna, basado

en su descubrimiento del campomagnético rotatorio. Por ahí irían lostiros en el futuro, aseguró: un inversoravispado podría hacersemultimillonario.

—¡Alto ahí, amigo mío! —replicóEdison, encolerizado—. Ahórreme esosdisparates que, además, son peligrosos.Esta nación se ha decantado por lacorriente continua. No seré yo quieneche por tierra lo que la gente quiere.Pero quizá tenga algo para usted. ¿Sabearreglar el sistema de alumbrado de unbarco?

Aquel mismo día, cargado deherramientas, Tesla subió a bordo del

Oregon. Varios cortocircuitos y averíashabían dado al traste con losgeneradores de la nave. Con ayuda de latripulación, trabajó toda la noche. Alamanecer del día siguiente, habíaconcluido la reparación.

Por la Quinta Avenida, de camino allaboratorio de Edison, se cruzó con sunuevo patrón acompañado por algunosde los más importantes ejecutivos de laempresa, que se retiraban a descansar.

—Aquí está nuestro parisiense; llevaen pie toda la noche —dijo Edison, amodo de presentación.[38]

Cuando Tesla le informó de quehabía reparado los dos aparatos, Edison

se lo quedó mirando en silencio, ysiguió adelante sin decir palabra. Con subuen oído, cuando aún no se habíanalejado mucho de él, el serbio le oyócomentar:

—Este tío sabe lo que se trae entremanos.

Edison le fue contando las historiasde los renombrados científicos europeosque habían recalado en Estados Unidos.Como Charles Proteus Steinmetz, elbrillante enano alemán que habíallegado a tierras americanas deportado,como un indigente. Tras sacudirse deencima aquel baldón, inició una carreraque lo convirtió en el genio oficial del

más importante laboratorio deinvestigación industrial de GeneralElectric, en Schenectady. Se trata delmismo Steinmetz que, cuando Edison yla General Electric trataron de emularlo,se empeñaría en dar con una alternativaque estuviera a la altura del sistema decorriente alterna de Tesla.

Edison no tardó en reconocer lavalía de Tesla y, en la práctica, le diocarta blanca para investigar y resolverlos problemas que se presentaban en ellaboratorio. Trabajaba casi todos losdías desde las diez y media de lamañana a las cinco de la madrugada deldía siguiente, lo que le valió un

desabrido comentario por parte de sunuevo jefe: “He contado concolaboradores muy entregados, perousted se lleva la palma”.

En caso de apuro, ambos erancapaces de estar de pie dos o tres díasseguidos sin dormir, mientras suscompañeros caían uno tras otro. Aun así,los trabajadores de Edison asegurabanque éste, de vez en cuando, dabacabezadas.

No tardó mucho Tesla en dar con lasolución para que las rudimentariasdinamos de Edison, si bien limitadas ala producción de corriente continua,funcionasen de forma más eficiente. Así,

propuso un método para rediseñarlas,asegurando que no sólo mejorarían susprestaciones sino que ahorrarían muchodinero.

El astuto hombre de negocios quelatía en Edison se avivó al oírle hablarde dinero. No tardó en comprender, sinembargo, que el proyecto que Teslaproponía era de gran calado ynecesitaría dedicarle mucho tiempo.

—Le pagaré cincuenta mil dólares austed solito, si es capaz de llevarlo abuen término —le dijo.[39]

Durante meses, sin apenas dormir,Tesla trabajó como un loco. Aparte derediseñar los veinticuatro generadores

de arriba abajo e introducir notablesmejoras, implantó controlesautomáticos, una idea original que quedóregistrada como patente.

Las diferentes formas de ser de cadauno pesaron mucho desde el principio.Edison renegaba de Tesla, a quienconsideraba un intelectual, un teórico, unerudito. Según el mago de Menlo Park,el noventa y nueve por ciento de lagenialidad consistía “en prever quécosas no iban a funcionar”. De ahí querecurriese a un complicado proceso deeliminación a la hora de abordarcualquier problema.

No sin sentido del humor, Tesla

diría de aquellas “jábegasexperimentales”:

Si Edison se viera en la tesitura deencontrar una aguja en un pajar,procedería con la diligencia de lasabejas, examinando brizna a briznahasta dar con ella. Yo sabía que,con un poco de teoría y loscálculos pertinentes, se hubieraahorrado el noventa por ciento deltrabajo, pero tuve el dudoso honorde observar su forma deproceder.[40]

El afamado ingeniero y periodista

Thomas Commerford Martin contabaque Edison, en cierta ocasión, incapazde descubrir en el mapa el remoto lugarde Croacia en que Tesla había nacido,llegó a preguntarle si alguna vez habíacomido carne humana.

Hasta el más rutilante de los geniosha de seguir su propia trayectoria—escribió Martin, no sinperspicacia—, y estos dos hombresrepresentan, cada uno a su manera,dos formas de enfocar las cosas,dos métodos diferentes, dos afanesmuy distintos. Si quiere que susanhelos lleguen a buen puerto […],

al señor Tesla no le quedará otraque apartarse de Edison.

Eran diferentes incluso en cuestionestan elementales como el aseo personal.Obsesionado con los microbios yescrupuloso en extremo, Tesla llegó acomentar de Edison: “No tenía aficionesconocidas; no le gustaba el deporte nilos espectáculos en general, y vivía deltodo ajeno a las normas de higiene máselementales […] Tal era su desidia que,de no haber contraído matrimonio conuna mujer de sobresaliente inteligencia,que puso todo su empeño en sacarlo aflote, habría muerto hace muchos

años”.[41] Más allá de cuestionespersonales, mantenían diferencias decriterio irreconciliables. Convencido deque la corriente continua eraimprescindible para la fabricación yposterior venta de sus bombillasincandescentes, Edison intuía laamenaza que, para su sistema,representaba aquel extranjero tanbrillante: la vieja historia de losintereses creados. En sus comienzos,Edison tuvo que plantar cara a la tenazresistencia de las empresas quecomercializaban el gas en régimen demonopolio, y si les ganó la partida fuegracias a sus perspicaces dotes para la

propaganda. Imprimía boletines en losque describía con todo lujo de detalleslos peligros que entrañaban lasexplosiones de las tuberías de gas. Susrepresentantes recorrían el país de puntaa punta, informando de todos losincidentes achacables a aquella“opresión industrial”, que atentabacontra la salud de los trabajadores,quienes, supuestamente, “sufrían”quemaduras, o pérdidas de visiónprovocadas por la luz de gas. Ya seimaginaba, pues, en la tesitura de tenerque librar una nueva batalla contra unatecnología más novedosa que lasuya.[42]

En los pocos ratos libres que tenía,Tesla se empapaba de la historia, laliteratura y las costumbres de EstadosUnidos, disfrutando de las nuevasamistades y experiencias que ibaacumulando. Hablaba bien inglés, ycomenzaba a entender el sentido delhumor de los estadounidenses. Esopensaba, al menos. Pero, como loshechos se encargarían de demostrar,Edison le sacaba ventaja.

Le encantaba pasear por las callesde Nueva York, congestionadas detranvías que se movían gracias a laelectricidad, y pasaba buenos ratos enaquellas vías públicas ya entonces

atestadas. Día sí, día no, las dinamos dela central estaban averiadas pero,cuando funcionaban en condiciones, lostranvías ponían los pelos de punta aviajeros y peatones por igual, hasta elpunto de que el director de un periódicoadvertía sesudamente contra los riesgosque corría cualquier ciudadano que sesubiese a ellos, porque podría verseafectado de perlesía y nadie se haríaresponsable.

Por ignotas razones, los habitantesde Brooklyn se sentían especialmenteexpuestos al ataque de los monstruosostranvías y todos a una blandieronpancartas en las que se leía: “Tranvías

traicioneros”. Más tarde, cuando elbarrio contó con un equipo propio debéisbol, lo bautizaron BrooklynDodgers.

Tesla dedicó casi todo un año alrediseño de los generadores de Edison.Una vez concluida la tarea, informó a sujefe de que había culminado con éxito suempeño y le reclamó, por supuesto, loscincuenta mil dólares prometidos.

Edison retiró sus enormes zapatosnegros de encima de la mesa y se loquedó mirando, boquiabierto.

—Tesla —le espetó—, ¡qué poco haaprendido usted del humoramericano![43]

Una vez más, la Edison Company sereía de él. Enfurecido, Tesla presentó ladimisión. Edison trató de arreglar lascosas, ofreciéndole una subida de diezdólares sobre el magnífico salario quepercibía, dieciocho dólares a la semana.Tesla se caló el sombrero hongo y semarchó (muy distinta es la versión delbando de Edison: Tesla le ofreció aEdison sus patentes de corriente alternapor cincuenta mil dólares, y éste lasrechazó pensando que se trataba de unabroma).

Al decir de Edison, Tesla era un“bardo de la ciencia”, capaz de concebir“grandiosas ideas, carentes de toda

utilidad”. Advirtió al joven ingeniero deque estaba cometiendo un error y,durante cierto tiempo, las circunstanciasacabaron por darle la razón. Sumidocomo estaba el país en desalentadorasturbulencias financieras, no era fácilencontrar trabajo en Estados Unidos.

Hasta el propio Edison, atrapado enlas redes de Morgan, hubo de sufrir lasconsecuencias de la escasez de fondos:mientras el inventor era partidario deuna expansión rápida, el banquero seatrincheraba en una política decontención, negándole incluso préstamosde baja cuantía, mientras la casa Morganinvertía sumas ingentes en el ferrocarril.

Morgan aplicaba la misma forma dehacer negocios en todas sus empresas.El financiero no tardaba en controlar el51% de las sociedades en dondeinvertía, y reclamaba un puesto en elconsejo de administración, aunqueapenas ejercía el poder. Esa política seconcretó en la compra continuada decompañías que perseguían objetivosparecidos, en la emisión de acciones debajo valor nominal, y en la constituciónde un centro único de poder mediante laeliminación de la “competenciadesleal”.

Cuarentón y a punto de llegar alcénit de su carrera, Morgan era un

hombre hosco y estirado que inspirabatemor, un personaje solitario a quien sussocios, sus subordinados y el público engeneral le traían sin cuidado. De unoochenta de estatura y cien kilos de peso,por culpa de una rara enfermedad de lapiel, tenía una nariz tan resplandecientecomo las bombillas que Edison acababade inventar. Aun así, el poder actuabacomo imán, convirtiéndole en uncasanova que se jactaba de susconquistas sin el menor rubor.[44]

Sus aficiones de hombre cultivado lellevaban a realizar frecuentes viajes aEuropa para adquirir obras de arte, en loque tenía mejor ojo que otros

advenedizos que acaparaban tesorosartísticos del Viejo Continente sin ton nison. Como pilar de la confesiónepiscopaliana que era, muchas tardesabandonaba su despacho de Wall Streety se pasaba una hora, acompañado porsu organista preferido, cantando himnosbajo los cabrios de la iglesiaepiscopaliana de St. George.

Atosigado por cuestiones como laguerra de tarifas entre compañíasferroviarias o las huelgas que ponían enpeligro sus inversiones rodantes,Morgan agradecía cualquier oportunidadde escaparse de la oficina. Cuandoviajaba por Estados Unidos, lo hacía a

bordo de un “principesco vagón” decien mil dólares, que enganchaba al trenque elegía en cada ocasión. Los otrosconvoyes, más humildes, se deteníanpara dejarlo pasar.

Como Edison, también era famosopor sus frases lapidarias. Una que Teslanunca olvidaría, y con razón, decía: “Unhombre siempre hace las cosas guiadopor dos motivos: uno bueno, y otro, quees el verdadero”.

El terremoto financiero de 1884ocasionó un clima tal de incertidumbreque cientos de miles de pequeñosaccionistas se arruinaron. Buscando unclavo ardiendo al que agarrarse, más

que al Gobierno, los empresarios de laépoca volvieron los ojos a la poderosacasa Morgan, en el preciso momento enque el financiero pensaba que laconflictividad laboral y la guerra detarifas desencadenada por la rápidaexpansión del ferrocarril podían dar altraste con los planes que había puesto enmarcha para mantener el control sobresu emporio económico.

Para entonces, todo el mundo dabapor sentado que el inmenso desarrollodel ferrocarril respondía a interesesmeramente especulativos y que muchasde esas compañías irían a la quiebra.Sólo quedaba, pues, el camino de las

fusiones. Pero Morgan no era un hombrefácil de convencer, ni que tomasedecisiones a la ligera. Mientras suscompetidores sudaban tinta, él se dabauna vuelta por algunos balnearioseuropeos adquiriendo obras de arte.

Mediado el verano del mismo añoen que Tesla había llegado a tierrasamericanas, los placenteros viajes deMorgan le habían llevado a recalar enInglaterra, donde recibió nuevas ydescorazonadoras informaciones sobreel “desastre del ferrocarril” y el pánicoque se había adueñado del país. Tomó,por fin, la determinación de regresar yponer su privilegiada inteligencia al

servicio de la nación.La solución de Morgan consistió

sencillamente en convocar a todos losempresarios enfrentados a unaconferencia de paz que se celebró abordo del Corsair.[45] El barco se pasótodo un día surcando a lo largo y a loancho la bahía y el East River, conMorgan ejerciendo de anfitrión de losbarones de la industria allí reunidos. Nohubo que lamentar enfrentamientospersonales: se trataba de un conflictolimitado a los intereses oligárquicos deun puñado de magnates del petróleo, delacero y de los ferrocarriles. Antes deque la noche se les hubiese echado

encima, Morgan había “recompuesto”los intereses de unos y otros con notablemaestría, de modo que, a través defusiones realizadas con cabeza, la“competencia desleal” quedó reducidaal mínimo. En eso radicaba la verdaderagrandeza de Morgan, en una visión queno tardaría mucho en aplicar alnovedoso y prometedor campo de laelectricidad.

Entretanto, Tesla, cuya reputacióncomo ingeniero iba en aumento, habíarecibido de un grupo de inversores laoferta de crear una empresa que llevasesu nombre. No se lo pensó dos veces:todo el mundo se daría cuenta de la

trascendencia del descubrimiento de lacorriente alterna, un hallazgo que, segúnél, liberaría al género humano deinnumerables ataduras. Por desgracia,sus socios tenían ideas mucho másmodestas y prácticas en la cabeza:comenzaba a emerger un enormemercado, que reclamaba lámparas dearco más avanzadas para la iluminaciónde calles y fábricas. Ése era su objetivoprimordial.

Se constituyó, pues, la Tesla ElectricLight Company, con sede en Rahway,Nueva Jersey, y una sucursal en NuevaYork. Entre los implicados en elproyecto estaba James D. Carmen, fiel

aliado de Tesla entre bambalinasdurante veinte años o más. TantoCarmen como Joseph H. Hoadleytrabajaron como ejecutivos de algunasde las empresas de Tesla.

En el primer laboratorio que tuvo enGrand Street, el serbio desarrolló lalámpara de arco de Tesla, más sencilla,eficiente, segura y económica que las deuso corriente entonces.[46] Patentó suinvento, y las primeras de aquellaslámparas alumbraron las calles deRahway.[47]

Habían acordado que su salarioconsistiría en acciones de la empresa.Pero las formas estadounidenses de

hacer negocio le depararían una nueva ydesagradable sorpresa. De la noche a lamañana, se vio de patitas en la calle,con unos preciosos valores impresosque, para su desgracia, debido al pocotiempo que la empresa llevaba enfuncionamiento y a las sucesivas crisiseconómicas, apenas tenían valor.

Tesla abandonaba la escena portercera vez.

El declive económico se convirtióen depresión, y ya no encontró trabajocomo ingeniero. Desde la primavera de1886 hasta el año siguiente, pasó poruno de los periodos más sombríos de suvida. Como un obrero más de las

cuadrillas que deambulaban por lascalles de Nueva York, apenas conseguíallegar al día siguiente. Más tarde, sóloen raras ocasiones se referiría a laexperiencia de aquella terribletemporada.

Algo había avanzado, cuando menos.Sus innovaciones en la lámpara de arcole convirtieron en titular de sietepatentes, además de obtener otrasconcesiones relacionadas con lailuminación. Merece la pena detenerseen dos de tales licencias:[48] ambasguardan relación con la pérdida delmagnetismo que experimenta el hierrocuando se ve sometido a temperaturas

superiores a los 750 grados centígrados,lo que permite la conversión directa delcalor en energía mecánica o eléctrica.Como tantas otras patentes suyas,tampoco éstas encontraron unaaplicación práctica de forma inmediata ycayeron en el olvido. En las últimasdécadas del siglo XX se volvió a prestarespecial atención a este proceso, sinque, hasta el momento, nadie hayamencionado que fue uno de los muchoshallazgos de Tesla.

Cuatro años habían transcurridodesde que descubriera el campomagnético rotatorio y construyese suprimer motor de corriente alterna en

Estrasburgo, y comenzaba a preguntarsesi la hierba verde y el dorado sueñoamericano seguirían dándole la espalda.Dolido por los desengaños en cadena, sepreguntaba si sus años de estudio nohabrían sido una pérdida de tiempo.

Pero el destino le tenía reservado ungiro inesperado. Tras haber oído hablarde su motor de inducción, el jefe deltaller donde languidecía el inventor lepresentó a A. K. Brown, director de laWestern Union Telegraph Company,quien no sólo estaba al tanto de lo querepresentaba la corriente alterna, sinoque mostraba un interés personal en lasnuevas perspectivas que ofrecía esta

solución.Allí donde Edison había sido

incapaz de aprehender una revolución yaen ciernes o, para ser más exactos, habíaintuido que supondría el toque dedifuntos para su proyecto deelectrificación con corriente continua,Brown optó decididamente por el futuro.Respaldó la creación de una nuevaempresa que también llevaría el nombredel inventor, la Tesla Electric Company,con el objetivo primordial dedesarrollar el sistema de corrientealterna ideado por el serbio en unparque de Budapest, allá por 1882.[49]

VEMPIEZA LA GUERRA DE

LAS CORRIENTES

El laboratorio y las naves que ocupóun Tesla ilusionado con su nuevaempresa estaban situados en losnúmeros 33-35 de South Fifth Street, apocas manzanas de las naves dondetrabajaba Edison. Con medio millón dedólares como capital, la Tesla ElectricCompany echó a andar en abril de 1887.

Para el inventor fue como un sueñohecho realidad. Se puso manos a la obracomo una de sus dinamos, es decir, día ynoche, sin tomarse un respiro.

Como ya tenía el proyecto acabadoen su cabeza, a los pocos meses estabaen condiciones de patentar su sistemapolifásico de corriente alterna que, dehecho, eran tres, monofásico, bifásico ytrifásico, si bien realizó experimentoscon otras variantes. En cada caso,diseñó los correspondientesgeneradores, motores, transformadores ycontroles automáticos.

Había entonces en Estados Unidoscientos de centrales eléctricas a pleno

rendimiento, con hasta una veintena decircuitos y dotaciones diferentes. En1886, Elihu Thomson, por ejemplo,había instalado un pequeño alternador yunos transformadores en la fábrica quela Thomson-Houston Company tenía enLynn, Massachussets, que a su vezalimentaba las lámparas incandescentesde otra fábrica. Habría de pasar un año,no obstante, antes de que diese con unsistema de cableado seguro para loshogares. Por su lado, GeorgeWestinghouse, inventor del frenoneumático para el ferrocarril, trashacerse con las patentes del sistema dedistribución de corriente alterna de

Gaulard y Gibbs, encargó a WilliamStanley, ingeniero jefe de su empresa,que diseñase un proyecto detransformadores; ese mismo año, seprobó con buenos resultados. Ennoviembre, Westinghouse puso enmarcha en Buffalo la primera redcomercial de corriente alterna deEstados Unidos; en 1887, disponía ya demás de treinta centrales operativas.Todo esto sin olvidar el sistema decorriente continua, el utilizado por laEdison Electric Company, una de lasprimeras empresas en entrar en liza.

Pero aún no se había dado con elmotor de corriente alterna que ofreciera

resultados satisfactorios. No habíanpasado seis meses desde que seinaugurase el laboratorio, y Tesla yahabía presentado dos motores de estascaracterísticas a la Oficina de Patentes yenviado las primeras solicitudes parapatentar el uso de la corrientealterna.[50] A lo largo de 1891,presentó y obtuvo cuarenta patentes:[51]eran tan originales y estaban tan bienfundamentadas que fueron aceptadas deinmediato.[52]

La rueda de la fortuna parecíaponerse de su parte. William A.Anthony, que había organizado un cursode ingeniería eléctrica en la Universidad

de Cornell, reconoció de inmediato laimportancia de las ideas de Tesla y sedeshizo en comentarios elogiosos: no setrataba sólo de la invención de otromotor, sino de los primeros balbuceosde una nueva tecnología. Lo fundamentaldel sistema, como apuntaba Anthony,consistía en la maravillosa simplicidaddel motor, prácticamente carente depiezas que pudieran estropearse.

Las noticias acerca de la inesperadaactividad que se registraba en la Oficinade Patentes no tardaron en llegar a oídosde Wall Street, y a los círculosempresariales y académicos. Porindicación del profesor Anthony, el 16

de mayo de 1888, un joven serbio casidesconocido fue invitado a pronunciaruna conferencia en el American Instituteof Electrical Engineers.

Con cierto asombro, Tesla descubrióque no carecía de dotes para la oratoria.La conferencia en cuestión se convirtióen un clásico. Llevaba por título: “Unnuevo sistema para motores ytransformadores de corrientealterna”.[53]

A propósito de la disertación deTesla, el doctor B. A. Behrend declaró:”Nunca, desde la aparición de lasInvestigaciones experimentales sobrela electricidad, de Faraday, habíamos

asistido a una exposición tan clara ycontundente de una verdad experimentalcomo un puño […] No dejó ni un cabosuelto; no se echó en falta ni el armazónmatemático en que se sustentaba”.[54]

El mensaje de Tesla llegó en elmomento más oportuno. En sus patentesestaba la clave que GeorgeWestinghouse llevaba tanto tiempobuscando. El magnate de Pittsburgh, unhombre achaparrado, basto, dinámico ycon bigotes de morsa, tenía una especialdebilidad por ir vestido a la moda ygustos de aventurero. Como Morgan, notardaría en enganchar su vagón privadoa los trenes ordinarios que unían

Pittsburgh y Nueva York, primero, yluego a los que llegaban hasta lascataratas del Niágara. Aparte deluchador nato, como Edison, era tancabezota como el inventor. Endefinitiva, los dos estaban bienpertrechados para la batalla que seavecinaba.

Westinghouse era un empresarioavasallador, pero desde luego no seconformaba sólo con hacerse rico.Desde su punto de vista, el éxito en losnegocios no pasaba por untar a políticosni por darle al público lo que quería.Supo ver y comprender de inmediato elpotencial que entrañaba aquel sistema,

que permitiría el transporte deelectricidad de alto voltaje a cualquierparte de los inmensos Estados Unidos.Como Tesla, también había soñado consacar provecho del potencialhidroeléctrico que representaban lascataratas del Niágara.

Fue a ver al inventor a sulaboratorio. Los dos, enamorados porigual de aquella nueva fuente de energíay compartiendo los mismos gustos por lapulcritud en cuanto al atuendo, hicieronbuenas migas. El laboratorio y lostalleres de Tesla estaban atestados deintrigantes artilugios. Westinghouse ibade uno a otro, agachándose a veces,

apoyando las manos en las rodillas, paraverlos más de cerca; en ocasiones,alargaba el cuello y asentía con gesto desatisfacción al escuchar el leve zumbidode los motores de corriente alterna. Nole hicieron falta demasiadasexplicaciones.

Se dijo entonces, aunquelamentablemente no disponemos dedocumentación al respecto, que elempresario se volvió para mirar a Teslay le ofreció un millón de dólares más unporcentaje por los derechos de todas laspatentes de corriente alterna que habíaregistrado a su nombre. Caso de sercierto, el inventor debió de declinar la

oferta, porque en los archivos de laempresa consta que Tesla recibió unossesenta mil dólares de la compañíaWestinghouse por cuarenta patentes,cantidad que quedó desglosada en cincomil dólares en metálico y cientocincuenta acciones de la sociedad. Sinembargo, en los archivos de la empresatambién figura que recibiría dos dólaresy medio por cada caballo de potenciamecánica generado gracias a laelectricidad que se vendiese.[55] A lavuelta de unos pocos años, talesporcentajes llegaron a representar unasuma de dinero tan considerable quedieron lugar a un singular problema.

En aquel momento, no obstante, dadoque ese dinero había de compartirlo conBrown y otros que habían invertido ensu empresa, Tesla estaba aún lejos deentrar a formar parte del selecto club delos millonarios. Con todo, pasar de serun don nadie a convertirse en unpersonaje de buen tono y bien visto enlos círculos sociales de Manhattan nodejaba de resultarle vertiginoso yagradable a un tiempo.

Así que aceptó el trabajo de asesoren la Westinghouse para adaptar susistema monofásico, a cambio de unsalario de dos mil dólares mensuales.Aquellos ingresos extra le venían de

perlas, pero le obligaban a trasladarse aPittsburgh, en el preciso momento en queempezaba a recibir invitaciones de lascuatrocientas mayores fortunas del país.De mala gana, pues, se mudó.

Como era de temer, un sistema tannovedoso no dejaría de planteardificultades. La corriente de 133 herciosque se utilizaba en la Westinghouse noera la adecuada para el motor deinducción de Tesla, pensado para unafrecuencia de 60 hercios. De no muybuenas maneras, así se lo expusoreiteradamente a los ingenieros de laempresa, haciéndoles ver que estabanequivocados. Sólo después de realizar

vanos y costosos experimentos durantemeses, los técnicos se avinieron a seguirsus indicaciones, y entonces el motorfuncionó tal y como estaba previsto. Apartir de ese momento, se adoptó lafrecuencia de 60 hercios para lacorriente alterna.

No mucho después, Tesla dio otropaso tan importante para su futuro comoel desarrollo de sus inventos. El 30 dejulio de 1891, se convirtió en ciudadanoestadounidense, circunstancia ésta que,como solía decir a sus amigos, leenorgullecía más que los premioscientíficos que le habían concedido. Losdiplomas y los reconocimientos

dormitaban en sus cajones, pero siempreguardó a buen recaudo en su despacho eldocumento que lo acreditaba comociudadano estadounidense.

Al cabo de varios meses, física ymentalmente agotado, concluyó lasobligaciones que lo habían llevado aPittsburgh y regresó a Nueva York.Desde su punto de vista, aquellos largosmeses se le antojaron una pérdida detiempo: no había avanzado nada en susinvestigaciones.

En septiembre, acudió a laExposición Internacional de París y,desde allí, en compañía de su tío PetarMandić, partió para Croacia. Petar lo

llevó al monasterio de Gomirje, a cuyacomunidad había pertenecido, cerca deOgulin, para que el agotado inventor serecuperase.

También fue a ver su madre y a sushermanas. No disponemos, pordesgracia, de ningún documento referidoa las circunstancias en que vivía sumadre viuda, o si de algún modo laayudó económicamente una vez queempezó a ganar dinero en tierrasnorteamericanas. Futurosacontecimientos se encargarían de ponerde relieve, no obstante, lo mucho que laechaba en falta.

Cuando se enteró del acuerdo al quehabían llegado Tesla y la Westinghousepara el desarrollo del sistema decorriente alterna, Edison se sintió dolidoen lo más hondo. Por fin, las trincherasquedaban nítidamente delimitadas.Pronto puso en marcha su maquinariapropagandística de Menlo Park, ycomenzó a imprimir y distribuirsoflamas incendiarias sobre lossupuestos peligros que entrañaba lacorriente alterna.[56] Siguiendo lasconsignas de Edison, caso de que no sediera ninguno, había que provocaraccidentes achacables a la corrientealterna, y advertir al público del riesgo

que corría. En la guerra de lascorrientes, no sólo entraban en lid lasfortunas invertidas en el sector, sinotambién el amor propio de un genioegocéntrico.

Los malos tiempos económicosdieron paso a un periodo decrecimiento, y un talante favorable a laexpansión recorría Estados Unidos. EnPittsburgh se montaron acerías; enManhattan se construyó el nuevo puentede Brooklyn al tiempo que se erigíantorres de edificios que parecían tocar elcielo. Los ferrocarriles, las tierras y eloro hicieron ricos a quienes habíanapostado por el crecimiento en el

momento oportuno. Con casi tres miltrabajadores empleados en sus centrales,hasta el propio Edison se habíaconvertido en uno de los empresariosmás prominentes del país.

Michael Pupin, que acabaría poraliarse con Edison y Marconi formandoun trío diabólico para su colega serbio,se contaba entre los que supieron ver deinmediato las ventajas del sistema decorriente alterna de Tesla. De hecho,aseguraba que a punto había estado deque lo expulsasen de la escuela deingeniería eléctrica de la Universidad deColumbia por elogiar aquella novedosatecnología.

Pupin, un muchacho de origencampesino, criado en la frontera militarde Serbia, había llegado a Nueva York alos quince años con cinco centavos en elbolsillo (uno más que Tesla), habíaacarreado carbón a cincuenta centavosla tonelada y, con el tiempo, obtuvobecas para estudiar en la Universidad deColumbia y en Cambridge. Como Tesla,llegó a situarse entre los mejoresingenieros eléctricos y físicos de losEstados Unidos. Pero le molestaba laescasa consideración que los capitostesdel sector eléctrico prestaban aespecialistas en electricidad altamentecualificados. En su opinión, lo único que

les preocupaba era que el desarrollo dela corriente alterna no pusiese en peligrosus sistemas de corriente continua.

“¡Una idea completamenteantiamericana!”, clamaba aquelestadounidense de nuevo cuño.“Cualquier entendido que aborde lacuestión con imparcialidad einteligencia reconocería que ambossistemas se complementan de un modoadmirable”.

Unos cuantos empresarios, sobretodo de la competencia, presentaronvarias demandas contra las patentesadquiridas por Westinghouse, alegandoque sus inventores se habían adelantado

a Tesla. Se iniciaron pleitos, pues, ennombre de los descubridoresperjudicados: Walter Baily, MarcelDeprez y Charles S. Bradley. Por si estofuera poco, en un intento de soslayar laspatentes de Tesla, General Electricpresentó una reclamación a propósito delo que se conocía como el sistema“monocíclico”, ideado por uno de susmatemáticos más brillantes, CharlesSteinmetz. Sin embargo, este hombrenunca cuestionó que Tesla fuese encabeza en el terreno de la corrientealterna.

Tales acciones legales lograron suobjetivo: confundir al público. Hubo

incluso ingenieros que nuncaentendieron la razón de que el de Teslafuese el sistema casi universalmenteadoptado. Podría decirse que laconfusión llega hasta nuestros días, apesar de la clara y tajante sentencia afavor de Tesla dictada en septiembre de1900 por el juez Townsend, delTribunal Estatal del Estado deConnecticut. Sólo por eso, merece lapena que transcribamos lasconsideraciones del propio juez.

Sólo el genio de Tesla fue capaz decaptar los elementos ingobernables,desenfrenados y, en consecuencia,

opuestos entre sí que conviventanto en la naturaleza como en elarte, y domeñarlos y transformarlosen máquinas al servicio delhombre. El fue el primero que nosenseñó cómo transformar el juguetede Arago en un motor capaz deproducir energía; el primero entransformar el ‘experimento delaboratorio’ de Baily en unpráctico motor que funciona; elindicador, en rueda motriz; elprimero en acuñar el concepto deque los propios impedimentos paracambiar la polaridad, lascontradicciones de la alternancia,

pueden ser transformados enrotación capaz de generar energía,en un campo de fuerza giratorio.

Dominó lo que otrosconsideraban barrerasinsuperables, corrientesintransmisibles y fuerzas de signoopuesto y, mediante laarmonización de polaridades, llevóhasta unos motores eficientes laenergía producida en Niágara.

En consecuencia, dicto estasentencia, que será aplicable atodas las demandas hasta ahorapresentadas.

En West Orange, Nueva Jersey, lasfamilias que vivían en las proximidadesdel inmenso laboratorio de Edisonrepararon en que sus animales decompañía desaparecían, y no tardaron endescubrir el motivo. El inventor pagabaveinticinco centavos a cada niño que lellevase perros y gatos que, más tarde,electrocutaba en crueles experimentoscon corriente alterna. Al mismo tiempo,imprimía escalofriantes pasquinesencabezados con la palabraADVERTENCIA en caracteres rojos, ymensajes en los que se aseguraba que siel público no abría bien los ojos podíaacabar fatalmente westinghousizado.

Dos años le llevó a Edison preparara conciencia el terreno para tomarse larevancha. En este sentido, había escritoa E. H. Johnson:

Tenga por seguro que alguno de losclientes de Westinghouse morirádentro de los seis primeros meses acontar desde el momento en queponga en marcha una instalación,sea de la potencia que sea. Haadquirido un nuevo sistema, yhabrá de realizar experimentos sinnúmero antes de ponerlo enfuncionamiento. Aun así, siempreentrañará peligros…[57]

Acusaba a Westinghouse de haberseguido las mismas pautas que él habíautilizado contra las compañías de gas,cuando había enviado representantes portodo el país con el propósito de dar aconocer las ventajas de la corrientecontinua. “Sus planes no me inquietan lomás mínimo; lo único que me molesta esque W. es capaz de mandar a susrepresentantes y comerciales por todaspartes. Tiene el don de la ubicuidad, ymucho me temo que creará un buennúmero de empresas antes de que nosdemos cuenta siquiera…”.[58]

Preocupado con los retos que se levenían encima, Westinghouse apenas

prestaba atención a las insidias deEdison, pero acabó por dar el vistobueno a una campaña educativa convistas a contrarrestarlas. Pronunciaríadiscursos, escribiría artículos, haríacualquier cosa, aseguraba, para que elpúblico supiese la verdad. A Tesla leconfesó que haría lo imposible poradquirir los derechos de explotación delas cataratas del Niágara.

No perdía de vista, sin embargo,Chicago ni la Exposición Colombina,que se celebraría en aquella ciudad en1893. Sus estrategas ya empezaban areferirse a aquel evento, conmemorativodel cuarto centenario del descubrimiento

de América, como el Mundo del Mañanao la Ciudad Blanca, cuya luz irradiaría alo largo y ancho de la nación. Jamáshabría imaginado un decorado mejorpara difundir la imagen que tenía en lacabeza.

Por desgracia, lord Kelvin, eleminente científico inglés, había sidodesignado presidente de la ComisiónInternacional sobre el Niágara, creadapara buscar la mejor manera de explotarlas cataratas. Y este físico y matemático,para entonces ya miembro de la nobleza,se había declarado partidario sinambages de la vieja corriente continua.

Cerca de veinte propuestas se

presentaron al premio de tres mildólares con que la Comisión habíadecidido dotar el proyecto que sejuzgase más viable. Pero las trescompañías eléctricas por excelencia, asaber, Westinghouse, Edison GeneralElectric y Thomson-Houston, sepusieron de acuerdo para nopresentarse. La Comisión se habíaconstituido a instancias de un gruponeoyorquino, la Cataract ConstructionCompany, bajo la presidencia deEdward Dean Adams. En palabras deWestinghouse, “la antedicha compañíatrataba de hacerse con una informaciónque valía cien mil dólares al módico

precio de tres mil”. Cuando estuvieran“dispuestos a hablar en serio denegocios”, añadió, presentaría suspropios planes.

Como tantos otros en aquellos añosde rápido crecimiento, GeorgeWestinghouse se encontró conproblemas de financiación. Laadaptación de sus centrales al sistemapolifásico de Tesla le había salidomucho más cara de lo previsto. Y justocuando necesitaba dinero para seguircreciendo como empresa, los banquerosse mostraban remisos.

Su único consuelo era saber queEdison también pasaba dificultades. Por

los rumores que le llegaban de WallStreet sabía que, a menos que sefusionase con otra compañía, se vería enuna situación complicada.

Para olvidarse de sus problemas, elinventor se dedicaba a bramar contraWestinghouse, diciendo que más le valíadedicarse de lleno al negocio de losfrenos neumáticos, porque deelectricidad no tenía ni idea.

La primera ofensiva de Edison enesta guerra de las corrientes consistió enganarse a unos cuantos congresistas deAlbany para que votasen a favor de unaley que limitase a 800 voltios elpotencial para el transporte de energía

eléctrica. De ese modo, pensaba,cortaría de raíz cualquier iniciativarelacionada con la corriente alterna.Westinghouse amenazó entonces condemandar a la Edison y a otrascompañías por connivencia, según lasleyes del Estado de Nueva York, y loslegisladores le dieron la espalda aEdison.

“Ese hombre está loco de remate —despotricaba Edison acerca de suhomólogo de Pittsburgh—; está volandouna cometa que, tarde o temprano,acabará por caer sobre él y lo tumbaráde bruces en el suelo”.[59] Aparte de lavirulenta campaña que orquestó en

periódicos, folletos y boca a boca,Edison puso en marcha las reuniones delos sábados, sólo aptas parainformadores de buen temple: allípresenciaban cómo los aterrados perrosy gatos, que los niños habían retirado dela circulación, eran arrastrados hastauna placa de metal unida por unoscables a un generador de una corrientealterna de mil voltios.[60]

A veces, el propio Batchelor le echóuna mano en tales experimentos, cuyoobjetivo era denunciar los peligros de lacorriente alterna. En una ocasión,cuando trataba de sujetar a un perritoque se le escapaba, recibió una fuerte

descarga, que después describiría como“un espantoso recuerdo de que el cuerpoy el alma se iban cada uno por su lado[…], la sensación de haber recibido undescomunal tajo que había estremecidotodas las fibras de mi cuerpo”. Pero lamatanza de animales continuó.

Para Edison se trataba de uncombate a muerte, aunque a él no lefuera la vida en la contienda. Con laayuda de Samuel Insull y de un exayudante de laboratorio, un tal Harold P.Brown, ideó un plan para acabar conWestinghouse de una vez por todas, o almenos eso pensaba, con el concurso deun tercer invitado.

Brown se las compuso para adquirirlos derechos de utilización de tres de laspatentes de corriente alterna de Tesla,sin que Westinghouse tuvieraconocimiento del uso que pretendíahacer de ellas. A continuación, setrasladó a la cárcel de Sing Sing. Pocodespués, las autoridades de la prisiónanunciaron que, en adelante y porcortesía de la firma Westinghouse, lasejecuciones no serían por ahorcamiento,sino por electrocución mediantecorriente alterna.

Antes de que tuviese lugar el primerajusticiamiento por este método, elprofesor Brown se unió al espectáculo

itinerante de Edison. Subido en unatarima, electrocutaba con corrientealterna unos cuantos terneros y perrosgrandes, y se los mostraba a losasistentes diciendo que habían sidowestinghousizados. El mensaje era:“¿Acaso elegirían ustedes un invento asípara que sus esposas les tuvieran la cenapreparada?”.

Con la, opinión pública aleccionadaen este sentido, las autoridadespenitenciarias de la cárcel del estado deNueva York anunciaron la primeraejecución por electrocución de unasesino convicto condenado a muerte, untal William Kemmler, que sería

westinghousizado el 6 de agosto de1890.

Ataron a Kemmler a la sillaeléctrica y accionaron el conmutador.Como los ingenieros de Edison habíanllevado a cabo sus experimentos conanimales más pequeños, resultó que sehabían equivocado en los cálculos. Ladescarga eléctrica no fue lo bastanteintensa, y hubo que repetir laescalofriante operación, que unperiodista describiría como un“espectáculo tremebundo, mucho másdesagradable que un ahorcamiento”.[61]

A pesar de esta prolongada ysórdida campaña en su contra,

Westinghouse no cejó en su empeño deganarse la confianza del público para lacausa de la corriente alterna,recurriendo a hechos y cifras quedemostraban la habilidad de ese tipo deenergía eléctrica, y apoyándose enpersonalidades como el profesorAnthony, de Cornell, el profesor Pupin,de Columbia, y otros renombradoscientíficos.

En un momento dado, los socios deEdison dieron en pensar que las tornasestaban cambiando y trataron deconvencer al gran inventor de que, si separaba a pensar en su futuro comoindustrial del sector, caería en la cuenta

de que estaba cometiendo un errorcolosal. Testarudo por naturaleza,Edison se negó a escuchar susargumentos. Habrían de pasar veinteaños antes de que admitiera que aquélhabía sido el mayor patinazo de su vida.A fin de cuentas, una de sus frasespreferidas era: “No me preocupa tantoel dinero… como llevar ventaja sobremis competidores”.

Pero mucho antes de que Edison semostrase dispuesto a admitir su errorcientífico, vio con claridad que teníaque revisar el orden de sus prioridades.Si quería salir de la apurada situaciónfinanciera en que se encontraba, no le

quedaba otra que afrontar una fusión.Sabía lo que había pasado con la

Thomson-Houston Company, tras serabsorbida por la casa Morgan y acabaren manos de un gestor profesional,Charles A. Coffin: este alumnoaventajado de J. Pierpont Morgan habíaentablado una despiadada guerra deprecios con sus competidores y, una vezque consiguió doblegarlos, los animó aefectuar letales maridajesempresariales. A lo largo de lacontienda, Thomson y Houstonperdieron el control de su empresa.

Más adelante, Westinghouse lerelataría a Clarence W. Barran una

conversación que había mantenido conCoffin:

Me comentó (Coffin) cómo hizobajar el precio de las acciones paraque Thomson y Houston no vieranun centavo de los beneficios quehabían devengado sus valorescuando su cotización era más alta.La tendencia a la baja del valor delas acciones, que él mismo habíaprovocado, le allanó el caminopara firmar un nuevo contrato conThomson y Houston, por el querenunciaban al derecho preferenteque, según sus participaciones en la

empresa, podían ejercer parahacerse con nuevas acciones de lacompañía. En ese instante, le dije:‘Si ése es el trato que dispensó aThomson y a Houston, nopretenderá que me fíe deusted…’.[62]

Por el contrario, Edison no pudodarse el gustazo de dilucidar si debíafiarse de Coffin o no. El 17 de febrerode 1892, The Electrical Engineeranunciaba la fusión entre la EdisonElectric Company y la Thomson-Houston Company para constituir unanueva sociedad en la que no tendrían

cabida ninguno de los nombres de lossocios fundadores de las sociedadesfusionadas. General Electric Companysería el nombre de la nueva empresa,con Coffin como presidente.

En la misma crónica, se afirmaba depaso:

Como se rumorea entre losinversores, es de esperar que laWestinghouse Company seaabsorbida pronto por la nuevaempresa. Al parecer, losaccionistas de la nueva compañíapodrían destinar una parteimportante del capital de

16.600.000 dólares en acciones delque disponen como margen detesorería tras la adquisición de lasacciones de Edison y Thomson-Houston, seis de los cuales están enmanos de accionistas preferentes, ala adquisición de la WestinghouseCompany en el momento oportuno.No se ha facilitado ningunainformación al respecto.

En pocas palabras: que Morgan,mediante la eliminación de“competencias indeseadas”, estaba apunto de hacer realidad su magno sueñode electrificar Estados Unidos, ya fuera

mediante redes de corriente alterna ocontinua. Recurriría a las mismastácticas que, con espléndidos resultados,había utilizado para hacerse con elcontrol absoluto de ferrocarriles,explotaciones petrolíferas, minas decarbón y acerías. Tenía meridianamenteclaro que las mejores inversiones decara al futuro pasaban por forjarse unaposición dominante en el sector de lafabricación de componentes ymaquinaria eléctricos y ofrecer unaamplia gama de servicios que acabaríansiendo “públicos”. Antes tenía quehacerse con las patentes de Tesla, detodos modos.

En una imprudente conversación quemantuvo con Westinghouse, Coffin lepuso al tanto de la “tremenda bajada deprecios que había provocado” para“dejar fuera de combate” a otrasempresas eléctricas. Lo más importante,le aconsejó en confianza, era disponerantes que la competencia de un negocioen marcha, ya fuera éste de tranvíasmovidos por electricidad o de cualquierotro; de lo contrario, la introducción deposteriores cambios resultabaprohibitiva: “Los usuarios no pondránreparos en pagar la tarifa que se lesreclame, porque no tendrán laposibilidad de cambiar de sistema”,

aseveró muy ufano.[63] Tal comentariolo hizo ante la persona menos indicada,porque Westinghouse estaba persuadidode que un sistema mejor pensado podíadesplazar a otro inferior, por muyasentado que estuviera.

Coffin le había intentado convencertambién de las ventajas de recurrir a “lamordida”. En este sentido, le indicó aWestinghouse que debía incrementar elprecio que cobraba por la iluminaciónurbana de seis a ocho dólares, comohabía hecho su empresa, y así untar condos dólares a concejales y políticos dedistinto pelaje sin perder ni un centavode los beneficios.[64] Cuando quedó

claro que Westinghouse no sería unsocio complaciente por voluntad propia,la General Electric Company y la casaMorgan lo atacaron allí donde más dañopodían hacerle: en los mercadosfinancieros.

‘En los antros y cloacas de losmercados bursátiles de Wall Street,State Street y Broad Street esdonde se crían esas escurridizas yrepugnantes serpientes que son losrumores infundados’, escribíaThomas Lawson en FrenziedFinance: ‘George Westinghouse hadirigido mal sus empresas…’. ‘A

no ser que se fusione con GeneralElectric, George Westinghouse sehundirá hasta el cuello…’. Así fuecómo se consiguió el desplome delas acciones de Westinghouse.

Lawson asegura que Westinghouserecurrió a él, en busca de árnica, por sureputación de “buen conocedor de laBolsa”, y que negoció con todas lasarmas a su alcance. En primer lugar, erainevitable llegar a algún acuerdo defusión empresarial, porque el propósitode llevar la corriente alterna a toda lanación sobrepasaba con creces lasposibilidades de Westinghouse. Los

asesores financieros del empresarioapañaron entonces una fusión concompañías más pequeñas, como la U. S.Electric Company y la ConsolidatedElectric Light Company, y así seconstituyó la Westinghouse Electric andManufacturing Company.

Nada que objetar al respecto, perohabía un problema: según los banquerosque financiaban la operación, losderechos que Nikola Tesla había depercibir por sus patentes, según elgeneroso acuerdo que había firmado conWestinghouse, podían dar al traste contodo. Algunos afirmaban queWestinghouse le había pagado a Tesla

un millón de dólares en concepto deadelanto sobre sus derechos.[65] Tansólo cuatro años después de la firma dedicho contrato, la cifra podía rondar losdoce millones de dólares. Nadie, nisiquiera Tesla, sabía calcularlo conexactitud. A medida que salían másaparatos, sus derechos no sólodependían del equipamiento y motoresde las centrales eléctricas, sino que eranextensibles a cualquier patenterelacionada con la corriente alterna.Tesla estaba a punto de convertirse enarchimillonario, en uno de los hombresmás ricos del planeta.

—Deshágase de la obligación de

pagar esos derechos —le recomendóuno de los banqueros que se encargabande la financiación—; si no lo hace,acabará en un atolladero.

Pero Westinghouse no daba su brazoa torcer. También él era inventor, ydefendía aquel acuerdo. Por otra parte,añadía, esos derechos se repercuten enel precio que pagan los consumidores yvan incluidos en los costes deproducción. Pero los banqueros no ledejaron alternativa.

Muy a su pesar, Westinghouse fue aver Tesla, dispuesto a afrontar una delos encuentros más amargos de su vida(en su biografía oficial no se recoge este

episodio). Ambos habían firmado elcontrato de buena fe. De haberloquerido, Tesla podría haberledemandado y hubiera ganado el pleito.Pero, ¿de qué le valdría si Westinghouseperdía su empresa?

Como tenía por costumbre,Westinghouse fue directamente al grano.Tras exponerle el problema que lo habíallevado allí, le dijo:

—El destino de la WestinghouseCompany depende de la decisión quetome usted.[66]

Tesla estaba centrado por completoen sus nuevas investigaciones. Cuandolo tenía, gastaba dinero a manos llenas,

pero rara vez estaba enterado de cómoiban sus finanzas. Más que por su valorintrínseco, valoraba el dinero por lascosas que podía hacer con él.

—Imagínese, por un momento, queme niego a rescindir el contrato. ¿Quéharía usted?

—En ese caso —le explicóWestinghouse, al tiempo que abría losbrazos—, tendría que vérselas usted conlos banqueros. Yo ya no pintaría nada.

—Si renuncio al contrato,¿conservará la empresa y mantendrá elcontrol del negocio? ¿Seguirá adelantecon su proyecto de dar salida al sistemapolifásico que he inventado?

—Creo que su invento polifásico esel hallazgo más importante que se harealizado en el campo de la electricidad—repuso Westinghouse—. Mi propósitode hacerlo asequible a todo el mundo eslo que me ha llevado a esta situación.Pase lo que pase, no voy a renunciar aese sueño. Seguiré adelante con losproyectos que tenía pensados para queeste país adopte el sistema de corrientealterna.

Como no era hombre de negocios,Tesla no estaba en condiciones derebatir la explicación que Westinghousele había dado sobre la situaciónfinanciera que estaba viviendo, pero se

fiaba del empresario.—Señor Westinghouse —le dijo—,

usted se ha portado conmigo como unamigo: creyó en mí cuando nadie más lohacía y ha tenido el coraje de seguiradelante…, valor que otros no tuvieron.Me apoyó incluso cuando sus propiosingenieros no eran capaces de ver lasmaravillas que usted y yo soñábamos…;siempre estuvo de mi parte, como unamigo. Déme su contrato; aquí está elmío. Los haré pedazos. Ya puedeolvidarse del problema que planteabanmis derechos. ¿Le parece bien?[67]

En la memoria del año 1897 de laWestinghouse Company se refleja que

Tesla recibió un único pago de 216.600dólares a cambio de sus patentes, sinmás obligación de pagarle derechos.

Con la desaparición del contrato,Tesla no sólo renunciaba al cobro demillones de dólares que ya habíaganado, sino también a la percepción delos emolumentos, corregidos yaumentados, que pudiera obtener en elfuturo. Tanto en el mundo de la industriade hoy como en el de entonces, fue unacto de generosidad, por no decir detemeridad, sin precedentes. Tenía paravivir de forma acomodada durante undecenio más o menos, pero luego no ibaa encontrar de nuevo el capital con que

financiar y desarrollar susinvestigaciones. Sólo caben conjeturassobre cuántos de sus descubrimientos sehabrán perdido a consecuencia deaquella decisión.

Westinghouse regresó a Pittsburgh yencauzó las cuestiones relativas a lafusión y a la refinanciación. No sóloconservó el negocio, sino que loconvirtió en un colosal emporio, ymantuvo la palabra que le había dado aTesla. Años más tarde, y como merecidohomenaje al industrial, Tesla escribió:

A mi entender, y dadas lascircunstancias del momento,

Westinghouse era el único hombrecapaz de respaldar mi sistema decorriente alterna y ganar la batallacontra los prejuicios y el poder deldinero. Como pionero, no tuvoparangón. Fue un hombre noble entodos los sentidos, un orgullo paralos Estados Unidos, alguien conquien el género humano tienecontraída una deudaimpagable.[68]

Tras los meses pasados enPittsburgh, Tesla había vueltodescorazonado, no sólo por losenfrentamientos con los ingenieros de

Westinghouse, sino por las demandasque empezaba a recibir a propósito desus inventos en el campo de la corrientealterna.

Cientos de fabricantes del sector dela electricidad pirateaban laspatentes de Tesla —comentabaJohn J. O'Neill en una notareservada—. Cuando ya no teníannada que hacer porqueWestinghouse los había derrotadoen los tribunales y acabado contanto intrusismo, los perdedores serevolvían y dirigían contra Tesla elrencor acumulado.

Algunos de aquellos ataques ibanmás allá del simple pirateo. Así, porejemplo, se interpuso una demanda ennombre del profesor Galileo Ferraris,de la Universidad de Turín, quereclamaba que se le reconociese comoel primero en describir el método paracrear un campo magnético rotatorio. Alparecer, algo había apuntado sobre elparticular en 1885, pero sin resultadostangibles. Por el contrario, eldescubrimiento de Tesla se remontaba a1882; al cabo de dos meses, habíaideado no sólo el sistema y los aparatosque luego patentaría, sino que habíaconstruido su primer motor de

inducción, mientras que Ferraris habíallegado a la conclusión de que su ideanunca sería aplicable para la fabricaciónde un motor como tal.

No obstante, The Electrician deLondres daba por sentado que era elhombre que reunía todas las condicionespara fabricarlo. Cuando los editorestuvieron conocimiento del invento deTesla, reconocieron su error, peroinformaron a los lectores de que elserbio había bebido de las ideas deFerraris.

Dada la enconada rivalidad entreEdison y Westinghouse, los partidariosdel primero aprovechaban cualquier

oportunidad para arremeter contraTesla, y la especie difundida a propósitode Ferraris les pareció una excusa tanválida como cualquier otra.

Dos destacados inmigrantes (que,más tarde, se pasarían al bando deEdison) salieron en defensa de Tesla. Enuna comunicación dirigida al AmericanInstitute of Electrical Engineers,Steinmetz afirmaba: “Ferraris construyóun juguetito y, hasta donde yo sé, suscircuitos magnéticos debía de tenerlosasentados en la cabeza, pero no enhierro, aunque, en realidad, daría lomismo”.

Por su parte, el profesor Michael

Pupin, en una carta a Tesla, aseguraba:“Sus adversarios han exagerado hasta elextremo la engañifa de Ferraris. Tal ycomo yo lo veo, hay una diferenciaabismal entre el torbellino de Ferraris yel campo magnético rotatorio de Tesla.Creo que nada tiene que ver una cosacon la otra. Habría que clarificar elasunto y situarlo en su justaperspectiva…”.[69]

Metido de lleno en sus cosas,inmerso en un nuevo mundo defenómenos eléctricos, Tesla permanecíaajeno a los furibundos antagonismos quesuscitaban sus inventos.

Entretanto, Westinghouse, cuando no

estaba declarando ante un tribunal opronunciando discursos, movía conaudacia sus peones en el sectorindustrial. Fue en las afueras de lapequeña ciudad minera de Telluride,Colorado, donde, por primera vez y confines prácticos, se pusieron enfuncionamiento los motores ygeneradores de Tesla, fabricados porWestinghouse. Corría el año 1891; seinstalaron para iluminar losasentamientos mineros.[70]

VILA ORDEN DE LA ESPADA

FLAMÍGERA

Con tal de que la humanidad lo dejasesolo y a sus anchas para disfrutar delromance que mantenía con laelectricidad, Tesla era el hombre másfeliz del mundo. Disfrutó de esa brevedicha a finales de la década de 1880 yprincipios de 1890. Pero tras pronunciarcuatro importantes conferencias en

tierras americanas y europeas, en 1891 y1892, en cuestión de pocos meses seconvirtió en el científico más respetadodel mundo, y su vida privada dejó de serlo que había sido hasta entonces.

Su aspecto de cigüeña llamaba laatención: encaramado en la tarima,ataviado con una corbata blanca y levita,parecía medir algo más de dos metrosgracias a las elevadas suelas de corchode los zapatos que calzaba durante susazarosas exhibiciones. A medida que seiba animando, alzaba el tono de su voz,atiplado de natural, hasta llegar alfalsete, mientras la audiencia, arrobadapor la cadencia de sus frases, el juego

de luces y la magia de que se rodeaba,lo escuchaba en éxtasis.

Como aún no se había acuñado ellenguaje científico pertinente, Tesladescribía los efectos visuales como unpoeta inspirado por el intrigante retozoentre la llama y la luz. Tan arrebatado semostraba que parecía exudar fuerza vitalpor los poros. No obstante, ningúncientífico hubiera podido censurar susdisertaciones como carentes desustancia técnica.

A pesar de los fuegos artificiales, dela filosofía y de la poesía con que lasacompañaba, todas sus asercionescientíficas contaban con el respaldo de

experimentos que él mismo habíarealizado no menos de veinte veces.Todos los artilugios que presentaba erannuevos, diseñados por él y, por logeneral, fabricados en su propio taller.Y muy pocas veces repetía unexperimento en una charla.

En cuanto a la inapropiadaterminología científica de su tiempo, hayque aclarar que la leve descarga deelectricidad en el interior de un tubo enel que se había hecho el vacío, lo que éldescribía como una pincelada, no erasino un haz de electrones y de moléculasde gas ionizadas. Jamás se le habríaocurrido decir algo como “y ahora paso

a describirles el ciclotrón”, porque aúnno se había acuñado el término. Pero,según los entendidos, a partir de laspalabras y experimentos con que lasacompañaba, bien podría pensarse quese refería a un antepasado delacelerador de partículas.

Tampoco hablaba de “microscopioselectrónicos, rayos cósmicos, radio detubos de vacío o rayos X”. Cuandodescribía una de esas lámparas de vacíoque en el futuro se considerarían comoprecursoras del audión, en lugar deradio, se hablaba de receptores deradiofonía, una técnica aún reciénnacida. Cuando comentaba las

embarulladas imágenes de placasfotográficas que había obtenido en ellaboratorio, o se refería a la luz visible,o invisible, ni siquiera Roentgen sabíaqué eran los rayos X y cuál habría de sersu utilidad. Y cuando Tesla consiguióuna llama que, según sus propiaspalabras, “ardía sin combustible y noprovocaba reacciones químicas”,probablemente estaba presentando unantecedente de lo que hoy conocemoscomo física del plasma.

“Presento un nuevo enfoque parafenómenos que, hasta el momento,considerábamos como maravillosos ycarentes de explicación”, aseguraría en

el American Institute of AmericanEngineers.

La chispa de una bobina deinducción, la luminosidad de unalámpara incandescente, los efectosmecánicos atribuibles a imanes yfuerzas de corrientes han dejado deser fenómenos que superan loslímites de nuestro entendimiento; enlugar de considerarlosincomprensibles como antes, suobservación nos indica queresponden a un sencillo mecanismoy, si bien sólo caben conjeturas encuanto a su esencia, tenemos la

corazonada de que la verdad notardará en salir a la luz y, casi deforma instintiva, sabemos quetenemos la explicación al alcancede la mano. Admiramos esosmaravillosos fenómenos, esasextrañas fuerzas, pero ya no nosdejan boquiabiertos…[71]

Hablaba de la misteriosa fascinaciónde la electricidad y el magnetismo, que“con su comportamiento en aparienciadual, único entre las fuerzas de lanaturaleza con sus fenómenos deatracción, repulsión y rotación, parecenignotas manifestaciones de agentes

misteriosos”, que estimulan y avivannuestras ansias de saber.

Pero, ¿cómo explicarlos?:

Creo que la explicación másprobable y plausible para lamayoría de estos fenómenos resideen el mundo microscópico de lasmoléculas y los átomos que giran ysaltan de órbita en órbita, tanparecido por otra parte a loscuerpos celestes quecontemplamos, portadores y, muyprobablemente, agitadores del étero, en otras palabras, portadores decargas estáticas. La rotación de

tales moléculas y del éter generaesfuerzos o tensioneselectrostáticas. El equilibrio deesas tensiones del éter desencadenaotros movimientos o corrienteseléctricas a su vez, y la trayectoriaorbital que siguen es la causa delmagnetismo eléctrico y permanente.

Sólo habían pasado tres años desdeque, ante los mismos profesionales,presentara el sistema generador deenergía que habría de revolucionar laindustria y llevar la luz eléctrica hastalos hogares más remotos. Ante unaaudiencia entregada, mediante juegos de

luz y efectos luminosos, explicaba lasinvestigaciones que había realizadosobre la electricidad.

La iluminación de la tarima desde laque disertaba la producían unosespléndidos tubos de luz llenos de gas,algunos de los cuales, de cristal deuranio, eran fosforescentes para dar másbrillo aún: parientes lejanos de las lucesfluorescentes que ahora conocemos.Tesla nunca las patentó ni lascomercializó. Habrían de pasarcincuenta años antes de que saliesen a laventa. Para sus conferencias, solíacurvar los tubos y escribir los nombresno sólo de otros renombrados

científicos, sino los de sus poetasserbios preferidos.

Vuelto hacia una de las mesas, elorador seleccionaba uno de los muchosy delicados objetos que había a sualrededor.

Aquí tienen un tubo de cristalnormal, del que hemos extraído elaire en parte —decía—. Losostengo en la mano, pongo micuerpo en contacto con un cablepor el que circula una corrientealterna de alto voltaje, y verán queel tubo resplandece. Sea cual sea laposición en que lo mantenga, lo

mueva hacia donde lo mueva, pormucho que me aleje, su suave yagradable resplandor persistirá sinperder luminosidad.[72]

En el momento en que el tubocomenzó a brillar, enviando de paso unmensaje tranquilizador acerca de lacorriente alterna, el “profesor” Brown,un infiltrado de Edison, se levantó consigilo y se escabulló de la sala. Cuandole contase lo que acababa de ver, su jefese pondría fuera de sí. GeorgeWestinghouse, que había llegado desdePittsburgh para asistir a la conferencia,inclinó la cabeza haciendo un gesto de

aprobación y sonrió.Tesla mostró a continuación sus

lámparas sin cables o sin electrodos,alimentadas por inducción cuando seacoplaban a un generador de altafrecuencia inventado por él, uno más desus hallazgos tras constatar que, apresión reducida, los gases seconvertían en magníficos conductores.Como observaron los asistentes, aunquelas trasladase a cualquier parte delrecinto, las lámparas seguíanfuncionando como por arte de magia.Nunca exploró las posibilidadescomerciales, pero se trata de un campoque, ochenta años después, seguía

siendo objeto de investigación, comoatestiguan algunas patentes recientes.

Roland J. Morin, ingeniero jefe deSylvania GTE International, de NuevaYork, escribiría más adelante: “Estoyconvencido de que las demostracionesque (Tesla) llevó a cabo de estas fuentesde luz durante la Exposición de Chicagoen 1893 representaron el punto departida para que el Dr. McFarlan Moorepusiese a punto y anunciase lacomercialización de las lámparasfluorescentes…”.

Siempre generoso hacia loscientíficos que habían allanado elcamino, Tesla reconoció la deuda que

tenía contraída con sir William Crookes,quien, en la década de 1870, habíaideado una válvula de vacío con doselectrodos en su interior. En alusión a“ese mundo inexplorado” (que, mástarde, se identificaría como un flujo deelectrones), se extendió sobre losresultados conseguidos con corrientesalternas de altos voltajes y frecuencias.

Con sorpresa, hemos observadoque la energía eléctrica de lacorriente alterna que circula por uncable se nos revela no tanto en elpropio tendido como en el espacioque lo rodea, manifestándose en

forma de calor, luz, energíamecánica y, lo más llamativo, comoafinidad química.

Luego posó sus dedos largos en otroobjeto.

Aquí tenemos una lámpara vacíaque pende de un solo hilo… Si latomo en mis manos y coloco unalenteja de platino sobre ella,veremos que el metal se tornaincandescente.

Veamos ahora esta bombillaconectada a un cable; si toco elcasquillo de metal, observaremos

las espléndidas tonalidades de laluz fosforescente que se produciráen su interior.

Reparen en cómo, aisladoencima de esta tarima, pongo micuerpo en contacto con uno de losbornes por los que circula lacorriente que produce esta bobinasecundaria de inducción […],verán los destellos de luz queaparecerán en la parte más alejadade la bobina al tiempo que éstacomienza a vibrar con fuerza.

Fíjense. Colocaré ahora estostrozos de tela metálica sobre losbornes de la bobina. Por los

destellos luminosos queobservamos […], advertimos quese ha producido una descarga.

En su opinión, siempre que seinvestigaba algo, si había una bobina deinducción por medio, se producía algúnresultado interesante o que tuvieraalguna aplicación práctica para, actoseguido, describir otros fenómenos quehabía observado en el laboratorio, como“grandes molinillos que, en laoscuridad, resplandecenmaravillosamente con abundancia dedestellos”, o que siempre había soñadocon conseguir “una insólita llama

rígida”. En ocasiones, los asistentestenían la impresión de que, para él, tanimportantes eran los efectos visualescomo los resultados tangibles. Pero, acontinuación, siempre los obsequiabacon una catarata de “aplicacionesprácticas”.

Por ejemplo, les presentó un motorque funcionaba con un cable único: elespacio, que hacía las veces de circuitode retorno. Para retomar el hilo de sudiscurso, en contra de quienespresumían de sensatos porque seoponían a tales banalidades, habló de laposibilidad de unos motores quefuncionasen sin necesidad de cables, de

la energía contenida en el aire, alalcance de todo el mundo.

Es muy posible —añadía— queesos motores que no precisan decables puedan ponerse enfuncionamiento de forma remotaestableciendo conexiones a travésde aire enrarecido. La corrientealterna, sobre todo de altafrecuencia, circula consorprendente facilidad incluso através de gases sólo ligeramenteenrarecidos. En las capas altas, laatmósfera está enrarecida. Alcanzarunos cuantos kilómetros de altura

en la atmósfera no entraña mayoresdificultades que las de índolepuramente mecánica. No hay dudade que con las posibilidades quebrindan las altas frecuencias y losmateriales aislantes, las descargasluminosas podrían surcarkilómetros de aire enrarecido,transportando así una energía decientos de miles de caballos defuerza capaces de poner enfuncionamiento motores olámparas, por alejados que estén dela central generadora. He sacado acolación estos esquemas defuncionamiento como una mera

posibilidad, porque, en el futuro,no serán necesarios para llevar laenergía de un punto a otro. Nohabrá necesidad de transportarla,tan sencillo como eso. Lasgeneraciones futuras tendrán laposibilidad de poner en marcha lasmáquinas con la energía queobtengan en cualquier punto deluniverso. No estoy diciendo nadanuevo… Se trata de una idea yaexpresada en el delicioso mito deAnteo, que sacaba la fuerza de laTierra, la misma que descubrimosen las sutiles especulaciones deuno de sus espléndidos

matemáticos… Hay energía en elespacio, sin duda. ¿Será estática ocinética? Si estática, nuestrasexpectativas se desvanecerán en elaire; si cinética, y estamos segurosde que lo es, que el hombreacomode su maquinaria a la marchade la rueda de la naturaleza es sólocuestión de tiempo…[73]

Con todo, el número fuerte de lasapariciones públicas de Tesla (quediscurrió para las conferencias quedictaría en Inglaterra y Francia) era untubo de unos quince centímetros en elque se había hecho el vacío, al que se

refería como la lámpara de la lenteja decarbono, un instrumento que le permitíaexplorar nuevos campos.[74]

El artilugio consistía en un pequeñobulbo de cristal que contenía un pequeñotrozo de material montado en el extremode un filamento único conectado a unacorriente de alta frecuencia. La lentejacentral de material propulsabaelectroestáticamente las moléculas degas contra el recipiente de cristal, donderebotaban para regresar de nuevo a lapastilla de material, chocando contraella y calentándola hasta ponerlaincandescente, en un proceso que serepetía millones de veces por segundo.

Según la potencia de la fuente,podían alcanzarse temperaturas tanelevadas que sublimaban o fundían alinstante la mayoría de los materiales.Tesla realizó experimentos con lentejasde diamante, rubí o circona, hasta quedescubrió que el carborundo no sesublimaba tan rápidamente como otrosminerales ni acumulaba residuos en eltubo. De ahí el nombre con que labautizó: lámpara de lenteja de carbono.La energía calorífica acumulada en elmaterial incandescente se transmitía a lapequeña cantidad de gas que contenía eltubo, convirtiéndola en una fuente de luzque, con el mismo aporte de energía

eléctrica que consumía la lámparaincandescente de Edison, era hastaveinte veces más luminosa.

Mientras centenares de miles devoltios de corrientes de alta frecuenciacirculaban por su cuerpo, sujetaba en lamano su grandiosa creación, unprototipo del Sol incandescente, con elque explicaba su concepción de losrayos cósmicos. Según exponía, el Soles un cuerpo incandescente, portador depotentísimas cargas eléctricas, que emitenubes de diminutas partículas que, a suvez, absorben energía gracias a laenorme velocidad que adquieren. Comono están confinados en un tubo de

cristal, los rayos solares no encuentranimpedimento alguno para desplazarsepor el espacio.

Tesla estaba convencido de que, aligual que en su lámpara de lenteja decarbono dicho elemento se diluía ennubes de polvo de partículas atómicas,la atmósfera estaba poblada de esasmismas partículas, que bombardeabansin cesar la Tierra y otros cuerpossiderales.

La aurora boreal constituía una delas demostraciones más palpables deque tal bombardeo era real. Aunque nodisponemos de sus notas al respecto,anunció que había detectado su

presencia y calculado la energía queportaban esos rayos, que se desplazabana una velocidad de cientos de millonesde voltios.[75]

Al escuchar tan inauditasaseveraciones, los físicos e ingenierosmás sosegados guardaban silencio. ¿Quépruebas aportaba?

Hoy sabemos que las reaccionestermonucleares de sesenta y cuatromillones de vatios (o voltios-amperios)registradas en cada metro cuadrado dela superficie solar son la causa de laradiación de rayos X, ultravioletas,visibles e infrarrojos, así como de lasondas de radio y las partículas solares.

Según nuestros conocimientos, comoresultado de la formación y consunciónde partículas, así como de la altaenergía que se produce cuando entran encolisión, los rayos cósmicos adoptan lasdiversas formas y configuraciones quellegan hasta nosotros. Y no sólo tienensu origen en el Sol, sino que tambiénproceden de las estrellas y de lassupernovas, o estrellas que explotan.

Los electrones y protones que, desdeel Sol, se aproximan a nuestro planeta yquedan atrapados en el campo magnéticoque rodea la Tierra forman loscinturones de radiación de Van Alien.La radiación solar, tanto la visible como

la invisible, es la que determina latemperatura que se registra en lasuperficie de cada planeta. Las aurorasboreales son el resultado de la colisiónde partículas solares con los átomos dela estratosfera terrestre.

Cinco años después de estaconferencia de Tesla, el físico francésHenri Becquerel descubriría losmisteriosos rayos que emitía el uranio.Con sus investigaciones sobre el radio,cuyos átomos de uranio se desintegrabande forma espontánea, Marie y PierreCurie confirmaron sus hallazgos.Equivocadamente, Tesla había creídoque los rayos cósmicos eran la única

causa de la radioactividad del radio, deltorio y del uranio. Pero no andabaerrado cuando se había referido albombardeo de los “rayos cósmicos”, asaber, que partículas subatómicas dealta energía podían convertir otroselementos en radioactivos, comodemostraron Irene Curie y su marido,Frédéric Joliot, en 1934.

Aunque la comunidad científica dela época no aceptó la teoría de Teslaacerca de los rayos cósmicos, doscientíficos que más tarde alcanzaríanmerecido renombre en este camporeconocían la deuda contraída con elinventor. Treinta años habrían de

transcurrir antes de que el doctor RobertA. Millikan volviese a descubrir laradiación cósmica. En un primermomento, pensó que tales rayos eran denaturaleza ondulatoria, como la luz, esdecir, que se trataba de fotones más quede partículas portadoras de cargaeléctrica, cuestión ésta que desembocóen una agria controversia entre dospremios Nobel, Millikan por un lado, yArthur H. Compton por otro; este últimopensaba, y sostenía haber demostrado,que la radiación cósmica la constituíanpartículas de materia de alta velocidad,tal y como Tesla había descrito.

Tanto Millikan como Compton se

reconocieron deudores de lasintuiciones de su predecesor Victoriano.Pero la ciencia seguiría su propia senda,desvelando que los rayos cósmicos eranuna materia mucho más enjundiosa ycompleja de lo que ambos científicoshabían imaginado.

Por otra parte, la misteriosa lámparade lenteja de carbono con la que Teslahabía dejado boquiabierta a laconcurrencia, aquel 20 de mayo de 1891en el Columbia College, desbrozaba elcamino que habría de culminar en elmicroscopio de barrido electrónico. Lalámpara en cuestión producía partículascon carga eléctrica emitidas a gran

velocidad desde un punto diminuto de lalenteja, alimentada por una corriente dealta potencia. Tales partículasreproducían en imágenes fosforescentes,observables en la superficie esférica dela bombilla, la estructura microscópicadel minúsculo punto en donde segeneraban.[76]

El único límite para ampliar laimagen así obtenida residía en el tamañode la esfera de cristal: a mayor radio,mayor aumento. Como los electrones sonmás pequeños que las ondas luminosas,las emisiones de electrones puedenagrandar los objetos demasiadopequeños para ser observados por las

ondas luminosas.A Vladimir R. Zworykin se le

atribuye el mérito de haber creado elmicroscopio electrónico, allá en 1939.No obstante, la descripción que haceTesla del efecto conseguido con sulámpara de lenteja de carbono, cuandorecurría a niveles de vacío ultra alto,coincide casi literalmente con ladescripción del millón de aumentos quepermite un microscopio de barridoelectrónico.[77]

Otro de los efectos observablesgracias a la lámpara de lenteja decarbono guardaba relación con elfenómeno conocido como resonancia. A

la hora de explicar el principio de laresonancia, Tesla recurría a menudo alas analogías de la copa de vino y delcolumpio. Cuando la nota de un violínresquebraja una copa de cristal hastaromperla, deducimos que lasvibraciones del aire producidas por elinstrumento están en la misma frecuenciaque las vibraciones de las moléculasque componen el cristal.

Pongamos, por otra parte, que unapersona de cien kilos se estácolumpiando, y que un chico de sóloveinticinco kilos de peso la empuja conuna fuerza equivalente a medio kilo. Siel muchacho acompasa sus empellones

hasta hacerlos coincidir con el vaivéndel columpio y aumenta en medio kilo elimpulso que imprime cada vez, a no serque pretenda que el ocupante delcolumpio acabe volando por los aires,deberá detenerse en algún momento.

“El principio se cumple al pie de laletra: basta con continuar aplicando unapequeña fuerza en el momento preciso”,aseguraba Tesla.

En este sentido, puede decirse que lalámpara de lenteja de carbono de Teslaes precursora del acelerador departículas. Al colocar una lenteja decarborundo en el interior de una esferade cristal en la que había hecho un vacío

casi perfecto, y conectarla con ungenerador de corriente alterna de altovoltaje y rápida frecuencia, conseguíadotar de carga las pocas moléculas deaire que quedaban. Estas se desprendíande la lenteja a velocidad cada vezmayor, llegaban al cristal, rebotaban yvolvían al punto de origen, pulverizandolas partículas de carbono en átomos quese sumaban al torbellino de moléculasde aire, provocando una disgregaciónaún más acusada.

“A frecuencias lo suficientementealtas —afirmaba—, podemos considerarinsignificante la pérdida ocasionada porla elasticidad imperfecta del

cristal…”.[78]En 1939, Ernest Orlando Lawrence,

de la Universidad de California,Berkeley, fue galardonado con el premioNobel como inventor del ciclotrón. Seha contado que, al parecer:

en 1929, cayó en sus manos […] eltrabajo de un físico alemán que,recurriendo a dos impulsoselectrostáticos en lugar de unosolo, había conseguido transmitir alos iones de potasio contenidos enun tubo de vacío el doble deenergía de la que hubieranabsorbido a un determinado

voltaje. Lawrence se preguntó si,igual que el impulso se habíaduplicado, no sería posibletriplicarlo o multiplicarlo tantasveces como hiciera falta. El únicoproblema consistía en cómotransmitir a esas partículas unacarga energética cada vez mayorhasta conseguir un momento de granmagnitud, como el de un niño en uncolumpio.[79]

Con cristal y lacre, Lawrenceconstruyó una máquina que acelerase laspartículas, una cámara de vacío enforma de disco, de unos diez centímetros

de diámetro, rodeada de un potenteelectroimán; en el interior, colocó doselectrodos de forma semicircular a losque denominó placas D. Las partículascon carga positiva o protones que habíaen el interior de la cámara circularquedaban bajo la acción del campomagnético hasta alcanzar altísimasvelocidades, y salían despedidas de lacámara formando un fino haz deproyectiles atómicos. El primer modelode Lawrence fue bautizado comociclotrón por la trayectoria circular queseguían los protones. No tardó enconstruir un aparato más potente queemitía partículas de muy alta energía,

hasta de 1.200.000 electro voltios.La cuestión de si Tesla había

desintegrado en realidad el núcleoatómico del carbono, como exponía suprimer biógrafo, poco tiene que ver conel alcance revolucionario de suhallazgo. El propio inventor asegurabaque las moléculas de gas resultantes seestrellaban con tanta violencia contra lalenteja de carbono que ésta se poníaincandescente, como un sólido en unestado de maleabilidad parecido al delplástico.

Es posible que Lawrence nuncahubiera oído hablar de la lámpara quebombardeaba moléculas de Tesla. Pero

sin duda sí estaba al tanto de lastentativas de Gregory Breit y su equipodel Carnegie Institute de Washington en1929 para construir un acelerador departículas. Y habían recurrido a una delas bobinas de cinco millones de voltiosde Tesla para disponer de la energía quenecesitaban. Sin aquel artilugio, jamáshabrían funcionado las máquinascapaces de desintegrar átomos.

Disponemos de las descripciones dela lámpara de lenteja de carbono, o debombardeo molecular, de Tesla que seconservan en los archivos históricos decinco sociedades científicas.[80] Pordesgracia, a principios de la década de

1890 ninguno de estos círculos estaba encondiciones de percatarse de latrascendencia que encerraba aquelantepasado de la tecnología de la eraatómica.

Tanto Frédéric e Irene Joliot-Curiecomo Henri Becquerel, Robert A.Millikan, Arthur H. Compton yLawrence recibieron un premio Nobel.En 1936, su ganador fue Víctor F. Hesspor haber descubierto la radiacióncósmica. No estaría de más que, a modode sencilla reparación, la comunidadcientífica se decidiese a reconocer losméritos de Tesla en estos campos.

Aunque muchos de sus colegas, por

no decir la mayoría, no comprendierandel todo el mensaje que trataba detransmitirles, Tesla espoleó el interés deunos pocos, que se vieron afectados deuna suerte de desvarío temporal,parecido al que experimentan quienes,en nuestros días, se asoman por vezprimera a su universo. “No se detenía enlos avances que había conseguido —recordaba el mayor Edwin A.Armstrong, que llegaría a convertirse enun prolífico inventor durante la era de laradio—, sino que transmitía la inquietudpropia de una imaginación desbordante,que se negaba a doblegarse ante lo queotros consideraban dificultades

insuperables; una imaginación cuyaspretensiones, en no pocos casos, hemosde situar aún en el terreno de laespeculación”.[81]

O, como le aseguraría el científicoinglés J. A. Fleming en una carta:“Reciba mi más cordial enhorabuenapor tan importante éxito […] A partirde ahora, no creo que nadie sea capaz deponer en duda que es usted un mago deprimer orden, el primero de la Orden dela Espada Flamígera, digamos”.[82]

Rastrear de forma ordenada laactividad de Tesla durante estos años estarea poco menos que imposible. Sinapartarse del campo de la electricidad,

fenómeno misterioso en el que poníatodo su afán, parecía estar en todaspartes y al mismo tiempo, trabajando endiferentes proyectos que se solapaban yrelacionaban entre sí. Más que unacorriente de partículas discretas, opaquetes ondulatorios regidos por lasmismas leyes que las partículas, comose afirma en nuestra época, Teslapensaba que la electricidad era un fluidodotado de poderes trascendentales, peroque se avenía a seguir determinadasleyes físicas.

Aunque habría que esperar a 1897,año en que el físico británico Joseph J.Thomson descubriría el electrón, en

cuestión de unos pocos años Teslaseñalaría el camino por el que habría dediscurrir la electrónica moderna.

En 1831, Faraday había demostradoque era posible convertir la energíamecánica en corriente eléctrica. Elmismo año en que Tesla vino al mundo,el inglés lord Kelvin había dado un pasomás allá, con una idea de la que seserviría el inventor serbonorteamericanoal comienzo de sus indagaciones sobreun nuevo generador de corriente de altafrecuencia, mucho más alta que la quepodía obtenerse por medios mecánicos.

Se pensaba entonces que, cuando uncondensador se descargaba, era porque

la electricidad, como el agua, fluía entrelos conductores. Kelvin demostró que setrataba de un proceso mucho máscomplejo: la electricidad pasaba de unoa otro de los conductores y retornaba alprimero hasta que se consumía toda laenergía acumulada, transformándose enuna altísima frecuencia de cientos demillones de ciclos por segundo.

El día que, en Budapest, Tesla acuñóel concepto de campo magnéticorotatorio, había tenido la corazonada deque el universo era una sinfonía decorrientes alternas, armonías querecorrían una vasta serie de octavas. Lacorriente alterna de 60 ciclos por

segundo no era sino una única nota de laoctava más baja. Con una frecuencia demiles de millones de ciclos por segundo,en una de las octavas más altas, sesituaba la luz visible. Pensaba que sóloadentrándose en el inmenso campo delas oscilaciones eléctricas, desde sucorriente alterna de baja frecuencia a lasondas luminosas, llegaría a hacerse unaidea más cabal de la sinfonía delcosmos.

Los trabajos de James ClarkMaxwell en 1873 revelaron laexistencia de un amplio campo deoscilaciones electromagnéticas situadaspor encima y por debajo de la luz

visible, oscilaciones de longitudes deonda mucho más cortas y mucho máslargas. En Bonn, en 1888, investigandosobre longitudes de onda más largas quelas de la luz o el calor, el profesoralemán Heinrich Hertz no sólo habíademostrado la pertinencia de la teoríade Maxwell, sino que se convertiría enel primero en generar radiacioneselectromagnéticas. Tras enviar una grancarga eléctrica a través del explosormediante una bobina de inducción ycomprobar que un chispazo máspequeño saltaba entre los bornes deotro, situado un poco más allá, losexperimentos de Hertz pusieron de

manifiesto la existencia de un campomagnético. Por esa misma época, enInglaterra, sir Oliver Lodge trataba deproceder a la detección de diminutasondas eléctricas en circuitos por cable.

Los materiales empleados por Hertzeran rudimentarios, y la bobina en dondese originaba la chispa tan poco prácticacomo peligrosa. En ese momento,apareció Tesla con algo diferente ymucho más avanzado: una serie dealternadores de alta frecuencia queproducían oscilaciones de hasta 33.000ciclos por segundo (33.000 hercios,frecuencia que hoy calificaríamos demedia a baja), un mecanismo que era, en

realidad, un anticipo de los grandesalternadores de alta frecuenciadesarrollados en un futuro aún lejanopara las transmisiones radiofónicasmediante ondas continuas, peroinsuficiente para satisfacer lasnecesidades inmediatas del inventor.Ideó entonces lo que conocemos comobobina Tesla, un transformador denúcleo de aire en resonancia con unabobina primaria y otra secundaria, untransformador que, a altas frecuencias,convierte corrientes altas y de bajovoltaje en corrientes bajas y de altovoltaje.

Al poco tiempo, este aparato para

producir altos voltajes que, aún ennuestros días y de una u otra manera, seutiliza en los receptores de radio y detelevisión, se convirtió en herramientaimprescindible de investigación en loslaboratorios de ciencias de todas lasuniversidades, puesto que permitíaamplificar las débiles y amortiguadasoscilaciones del circuito ideado porHertz y soportaba corrientes de casicualquier magnitud. En este sentido,Tesla se adelantó en unos cuantos años alos primeros experimentos de Marconi.

La necesidad de aislar el equipo dealto voltaje le sugirió la conveniencia desumergirlo en aceite para evitar el

contacto con el aire, idea que pronto seabrió paso en el mercado convirtiéndoseen el sistema universal de aislamientopara todos los aparatos de alta tensión.Para reducir la resistencia de lasbobinas, Tesla recurrió a conductorestrenzados, con dos cables separados yaislados. Como rara vez encontraba elmomento de patentar los aparatos queutilizaba o los métodos que seguía ensus investigaciones, también estehallazgo pasó a formar parte del acervocomún. Años después, otros seencargarían de comercializarlo: es loque hoy se conoce como “hilo Litz”,término derivado de cable Litzendraht

(“cable trenzado”).Desarrolló, asimismo, un nuevo

modelo de dinamo replicante, adaptadaa sus necesidades específicas decorriente de alta frecuencia, uningenioso motor de un solo cilindro sinválvulas, que funcionaba con airecomprimido o vapor. La velocidad quealcanzaba era tan constante que sepropuso adaptarlo a su sistemapolifásico de 6o ciclos, combinándolocon motores síncronos convenientementeacoplados para indicar la hora exacta enlos lugares donde llegase la corrientealterna. Así nació la idea del nuestrosmodernos relojes eléctricos.[83] En su

avidez por seguir descubriendo cosas,tampoco encontró tiempo para patentarel cronómetro.

Y no menos importante: gracias a losexperimentos que llevó a cabo hasta queencontró la forma de trabajar concorrientes de cientos de miles de voltiosy de alta frecuencia, realizó otrodescubrimiento de gran calado. En 1890,anunció la aplicación terapéutica alcuerpo humano del calor profundoproducido por corrientes de altafrecuencia, proceso que llegó a serconocido como diatermia, y que daríalugar a un vasto desarrollo de latecnología médica en este campo, que

contó con muchos y precoces imitadorestanto en América como en Europa.[84]

VIIRADIO

Al comienzos de la década de 1890,tantas horas de esfuerzo sostenidodurante meses llevaron a Tesla a sufrirun extraño episodio de amnesiatemporal.

Nada más concluir su trabajo comoasesor de la Westinghouse, se obsesionócon lo que, en primer lugar, se denominóteléfono sin hilos o, simplemente,

inalámbrico, y que con el paso deltiempo se convertiría en la radio talcomo la conocemos.

Tras poner a punto en su laboratoriounas imponentes bobinas, había caído enla cuenta de que el de la radiodifusiónno era sino un aspecto más de lasposibilidades globales e interplanetariasque ofrecía el universo. La radioplanteaba una serie de dificultades quepoco tenían que ver con la transmisiónde la electricidad sin cables. Pensaba,no obstante, que tales problemasformaban parte de una única y genialorquestación.

Después de haber conseguidoexcelentes resultados con mistransmisores con conexión a tierra,estaba obsesionado con descubrirqué relación guardaban con lascorrientes que se propagaban porese mismo medio. Aunque todoparecía indicar que se trataba deuna misión imposible, me dediquéa ella con ahínco durante algo másde un año sin sacar nada en limpio.Tanto me absorbieron misinvestigaciones que descuidé todolo demás, incluso mi frágil estadode salud. Hasta que por fin, alborde de un ataque de nervios, la

naturaleza, siempre vigilante, mesumió en un sueño letárgico.[85]

La falta de descanso acumuladadurante meses le llevó a dormir, segúncontaba, “como si lo hubieran drogado”.Al despertar, descubrió con sorpresaque, aparte de algunas escenas de suprimera niñez, no recordaba nada delpasado.

Dado el acusado escepticismo queprofesaba hacia la clase médica, pusotodo su empeño en curarse por sucuenta. Noche tras noche, se concentrabaen los recuerdos de su infancia y así fuerecuperando otros fragmentos de su

vida. A medida que descubría nuevosretazos, tenía siempre en la cabeza laimagen de su madre, y comenzó a sentirun deseo irrefrenable de volver a verla.

“Era una necesidad tan honda —recordaba— que tomé la decisión dedejar de lado lo que estaba haciendo yseguir mi instinto. Pasaron varios mesesantes de que me encontrase con ánimospara decir adiós al laboratorio. Duranteese tiempo, tomé de nuevo conciencia detodas las experiencias que habíanconformado mi vida…”.

Esto ocurría al inicio de laprimavera de 1892. Sumido en esedilema desgarrador, no sabía qué

responder a la avalancha de invitacionesque recibía para pronunciarconferencias en Inglaterra y Francia.

En ese instante, recuerda, “de entrelas brumas del inconsciente”, unaimagen cobró forma y se vio a sí mismoen el Hotel de la Paix de París, como sidespertase de un hechizo. Durante la“visión”, alguien le entregaba untelegrama, y se enteraba así de que sumadre se estaba muriendo.

Como recordaría el propio Teslamás adelante, durante aquel periodo deamnesia temporal se daba la curiosacircunstancia, sin embargo, de queparecía estar muy pendiente de sus

investigaciones, que avanzaban conrapidez. “Recordaba hasta los detallesmás nimios, las observaciones másinsignificantes acerca de misexperimentos; recitaba páginas enterasde textos y complicadas fórmulasmatemáticas”.

Habida cuenta de las noticias que lellegaban de Gospić, razones no lefaltaban para sentirse preocupado por elestado de salud de su madre, que sedeterioraba por días. De todas partes lellegaban invitaciones, reconocimientos y“otros incentivos” para dictarconferencias en diferentes sitios. Alfinal, con la idea de volver cuanto antes

a su tierra natal, aceptó ir a Londres yParís.

La conferencia que pronunció ante laInstitution of Electrical Engineers deLondres fue celebrada como unacontecimiento científico de primeramagnitud. Tras su intervención, losingleses no estaban dispuestos a dejarlomarchar.

Sir James Dewar me insistió paraque acudiese a la Royal Society.Aunque tenía mis planes decididos,pero sucumbí fácilmente a lasrazones de aquel gran escocés, queme sentó en una silla y me sirvió

medio vaso de un maravillosofluido de color ambarino, unlíquido delicioso que destellabatodo tipo de iridiscencias y sabía apuro néctar.

Para su sorpresa, Dewar le comentó:“Está usted sentado en la misma sillaque ocupara Faraday, degustando elmismo whisky que él solía tomar”.[86]Persuadido de que nadie en el mundorecibiría un trato tan honorable, Tesla sedejó convencer. Los franceses habríande esperar un día más.

Tras la disertación ante la RoyalSociety of Great Britain, con asistencia

de la flor y nata de la comunidadcientífica, el joven inventor recibió todotipo de felicitaciones. El eminente físicolord Rayleigh, presidente a la sazón dela sociedad, lo apremió para que, a lavista de la facilidad con que llevaba acabo hallazgos fundamentales, revisasesus métodos de trabajo: debía centrarseen un solo campo, le recomendó. La ideasorprendió muchísimo a Tesla, el tipode científico que siempre queríaencontrar respuestas para todo.

En el hotel, recibió una carta de sirWilliam Crookes, a quien Teslaadmiraba profundamente, en la que lerefería cómo había expuesto su propio

cuerpo a los sorprendentes efectos de laelectricidad. Crookes escribía:

Querido Tesla:Es usted un profeta de los pies

a la cabeza. Acabo de terminar minueva bobina, y debo decirle queno funciona tan bien como lapequeña que tuvo la amabilidad depreparar para mí. Mucho me temoque es demasiado grande […] Lafosforescencia que emite mi cuerpocuando toco uno de los bornes esmuy inferior a la que obtengo conla bobina pequeña…[87]

A Crookes, que era buenobservador, no se le habían pasado poralto los síntomas de agotamiento de quedaba muestras el inventor, y apuntabaque parecía a punto de venirse abajo,tanto física como psicológicamente.“Confío en que pueda darse una vueltapor las montañas de su tierra natal —continuaba la carta—. Creo que estásufriendo las consecuencias de unexceso de trabajo y, como no se cuide,habrá de lamentarlo. Le ruego que no meconteste ni pierda el tiempo con nadie.Váyase en el primer tren”.

Sir William tenía razón, pero Teslano estaba en situación de seguir sus

consejos.El inventor salió para París, donde

pronunció sendas conferencias sobre“Experimentos con corrientes alternasde alto voltaje y frecuencia”, y llevó acabo una exhibición de sus sensibleslámparas electrónicas ante los miembrosde la Société Internationale desÉlectriciens y la Société Française dePhysique.

Aquel mes de febrero de 1892, sirWilliam Crookes apuntaló la intuiciónde Tesla, al confirmar que las ondaselectromagnéticas podían utilizarse pararealizar transmisiones sin necesidad decables.

En cuanto finalizó la segunda de lasconferencias, alegando que estabaagotado, Tesla buscó refugio en suhabitación del Hotel de la Paix. Cuandoun mensajero le entregó un telegramaque le advertía de que su madre seestaba muriendo, le pareció estarreviviendo un sueño.

Salió a toda prisa hacia la estación,a tiempo de tomar un tren para Croacia.Al llegar, un carruaje lo llevó a su casa,y pudo pasar unas pocas horas con sumadre. Luego lo acompañaron a otracasa vecina para que se tomase undescanso.

“Allí tendido, casi desmayado —recuerda en sus notas autobiográficas—,me dio por pensar que si mi madremoría y yo no estaba junto a su lecho,ella me enviaría algún tipo de señal […]En Londres, (había estado) hablando deespiritismo con un amigo de entonces,sir William Crookes. Me dejóimpresionado […] Como mi madre erauna mujer despierta y dotada de granintuición, pensé que nunca meencontraría en mejores condiciones paraatisbar algo del más allá”.[88]

Toda la noche estuvo en vela y a laexpectativa, pero no ocurrió nada hastael amanecer. En duermevela, o durante

una “cabezada”, asegura que contempló“unos rostros angelicales deextraordinaria belleza por encima de unanube. Uno de ellos me miró con cariñoy, al cabo, descubrí que tenía los rasgosde mi madre. La visión se desplazólentamente por la habitación y sedesvaneció. Me despertaron entoncesunas voces que entonaban una melodíade una dulzura indescriptible. En esemomento, tuve la certeza plena de quemi madre acababa de morir, y así habíasido…”.

Luego, comenzó a cavilar sobre lascausas externas de tales impresiones,trascendentales en apariencia, puesto

que aún se aferraba a su tesis de que losseres humanos eran “máquinasrevestidas de carne”. A modo de“explicación”, escribe en sus memorias:

Cuando me recuperé, dediquémucho tiempo a indagar en lascausas externas de aquellasorprendente visión y, para misosiego, lo conseguí tras muchosmeses de vanos esfuerzos. Habíacontemplado un cuadro de un pintorfamoso que representaba una de lasestaciones del año con la alegoríade una nube en la que unos ángelesparecían mecerse en el aire, algo

que me llamó mucho la atención. Aexcepción del parecido con mimadre, era la misma nube que habíavisto en mi sueño. Recuerdo haberoído también los cánticos del corode una iglesia cercana durante laprimera misa de la mañana dePascua. Para mi satisfacción, todoencajaba con hechos científicos.

Esto ocurrió hace muchotiempo, y desde entonces no heencontrado razón alguna paracambiar la opinión que memerecían los fenómenos psíquicosy espirituales, a saber, que carecende todo fundamento. Creer en ese

tipo de cosas no es sino unaconsecuencia natural del desarrollodel intelecto. Nadie en su sanojuicio acepta la interpretaciónortodoxa de los dogmas, pero todoel mundo se aferra a la fe en unainstancia superior. Todosnecesitamos un arquetipo al quereferir nuestra conducta, quesatisfaga nuestras aspiraciones. Yasea un credo, un arte, una ciencia ocualquier otra actividad, eso es lode menos, con tal de que cumpla lafunción de trascender nuestranaturaleza. Lo esencial para elpacífico devenir del género humano

es contar con un ideal común atodos.

Mientras que no he encontradoprueba alguna que apoye estasafirmaciones en los psicólogos yespiritistas, para mi tranquilidad,creo haber demostrado elautomatismo que rige la vida, nosólo mediante la observaciónconstante de las acciones demuchos individuos sino, y de formamás concluyente, formulandociertas conclusiones de caráctergeneral.[89]

Afirmaba que, cuando sus amigos o

parientes se sentían molestos con otros,experimentaba algo que sólo podíadefinir como dolor “cósmico”,consecuencia sin duda de que todosestamos hechos del mismo modo yexpuestos a similares influenciasexternas, lo que nos lleva a reaccionarde un modo similar.

Cualquier ser humano sensible yobservador que, con sus elevadasfunciones intactas, trate de darrespuesta a las mudablescondiciones del entorno, estádotado de un sentido mecánicotrascendental que le permite eludir

esos peligros sutiles que no puedendiscernirse a primera vista. Demodo que, cuando ha de entrar encontacto con algunos de sussemejantes, cuyos órganos rectoresno están tan evolucionados, esesentido lo pone sobre aviso y sienteese dolor ‘cósmico’.[90]

Pero de los propios escritos delinventor se deduce que ni él mismoestaba del todo conforme con susteorías.

No se trataba, por supuesto, delúnico caso de precognición opercepción extrasensorial que Tesla

experimentaría a lo largo de su vida,aunque siempre trató de encontrar unaexplicación mecánica, que ligara estassensaciones con estímulos externos. Así,cuando su hermana Angelina contrajouna enfermedad fatal, Tesla envió untelegrama desde Nueva York con estetexto: “He tenido una visión en la queAngelina se levantaba y desaparecía. Hepensado que algo no iba bien”. Mástarde, su sobrino Sava Kosanovićrecordaría que el inventor le habíahablado de tales premoniciones, a lasque restaba importancia. Era un receptorsensible, le explicó, que detectabacualquier alteración. No había más

misterio.Según Kosanović, “él sostenía que

cada ser humano es como un autómata,que reacciona a estímulos externos”.Pero, como veremos a continuación,nunca aclaró qué estímulos externos loarrastraban a ese estado deprecognición.

Tesla le relató a su sobrino unincidente que había tenido lugar enManhattan en la década de 1890, trasuna fastuosa celebración que habíaorganizado. Algunos de los invitados sedisponían a tomar el tren hastaFiladelfia cuando Tesla, movido por una“impulso ineludible”, se sintió en la

necesidad de rogarles que aguardasen.Perdieron el tren, que tuvo un accidenteen el que muchos pasajeros resultaronheridos.

Su afán por estar presente junto allecho de muerte de su madre lo atribuíaa un cambio que había notado en suaspecto físico: le había salido unmechón blanco en el lado derecho de lacabeza. Al cabo de unos cuantos meses,ese cabello había recobrado su colornatural.

Tras el fallecimiento de su madre,estuvo enfermo durante varias semanas.Cuando se sintió recuperado, viajó aBelgrado a ver a unos parientes, que lo

recibieron como correspondía a alguiende su misma sangre que había alcanzadorenombre en todo el mundo. Luego, setrasladó a Zagreb y a Budapest.

De pequeño, contemplabaembelesado la relación entre el rayo y lalluvia. En aquellos días, mientrasvagaba por las montañas de su infancia,vivió una experiencia que lo marcóprofundamente como científico:

Se avecinaba una tormenta, ybusqué un lugar donde cobijarme.Nubes negras encapotaban un cieloque parecía venírseme encima.Pero la lluvia no acababa de llegar,

hasta que, de pronto, refulgió unrelámpago y, al poco, empezó adiluviar. Aquello me dio quepensar. Estaba claro que había unaestrecha relación entre ambosfenómenos, como si uno fuera lacausa y el otro el efecto. Trasreflexionar un instante, llegué a laconclusión de que la energíaeléctrica que contenía el aguaceroera insignificante, por lo que elpapel del rayo debía de limitarse alde simple mecha que enciende lapólvora.

Esta conclusión augurabamagníficas posibilidades. Si

fuésemos capaces de provocartormentas eléctricas en el momentooportuno, podríamos modificar elclima del planeta y las condicionesde vida que conocemos. El sol haceque se evapore el agua de losocéanos; los vientos se encargan dellevarla a regiones lejanas, dondepermanece suspendida en un estadode delicado equilibrio. Sipudiéramos alterarlo, cuando ydonde quisiéramos, podríamoscontrolar a voluntad un elementotan esencial para la vida: convertiráridos desiertos en regadíos, crearríos y lagos, disponer de energía

locomotriz en cantidadesilimitadas.

Llegó a la conclusión, pues, de quela mejor forma de sacar provecho de laenergía del sol pasaba por el dominioprevio del rayo.

Conseguirlo dependía de nuestracapacidad para desarrollar fuerzaseléctricas que estuvieran enconsonancia con las queobservamos en la naturaleza —concluía—. Aunque parecía unabatalla perdida de antemano, se memetió en la cabeza que había que

intentarlo. En cuanto regresé aEstados Unidos, en el verano de1892, me dediqué de lleno a estatarea apasionante: descubrir unmedio que permitiese una correctatransmisión de la energía sinnecesidad de cables.[91]

El 31 de agosto de 1892, TheElectrical Engineer informaba a suslectores de que, a bordo del paqueboteAugusta Victoria, procedente deHamburgo, el señor Nikola Tesla,lumbrera de la electricidad, habíaregresado a Nueva York. Tras darcuenta del fallecimiento de la madre del

inventor y de la posterior enfermedad deéste, la publicación insertaba elsiguiente comentario: “Al igual que susinvestigaciones e inventos, la calurosaacogida que le han dispensado sushomólogos europeos forma ya parte dela historia de la electricidad. Lasdistinciones con que lo han honradobastan para que todos nos sintamosorgullosos de recibir a alguien que haelegido esta tierra como país deadopción”.

Tesla dio un nuevo impulso almundo de la ciencia en la primavera de1893 cuando en el Instituto Franklin deFiladelfia y ante la National Electric

Light Association, en San Luis, expusocon todo detalle los principios de laradiodifusión.

A pesar de que se suele dar porsentado que fue Marconi el primero enhacerlo, no podemos olvidar que, en1895, en San Luis, Tesla llevó a cabo laprimera presentación en público de unatransmisión radiofónica.

La persona que ayudó a Tesla enaquella ocasión era un hombre deveintiocho años, H. P. Broughton, cuyohijo, William G. Broughton, fue luegobeneficiario de la concesión de laemisora de radio W21R, testimonial ypara aficionados, del museo

Schenectady. En 1976, en el discursoinaugural de la emisora, William G.Broughton hizo un resumen de lospasajes más destacados de la históricaintervención de Tesla en San Luis, trasuna semana de preparativos, tal como selos había contado su padre:

Hace ochenta y tres años, aquí enSan Luis, la National Electric LightAssociation organizó unaconferencia sobre asuntosrelacionados con los altos voltajesy las altas frecuencias. En elescenario del auditorio, se preparóuna presentación con dos equipos

diferentes.A un lado estaba el transmisor,

un transformador de distribución dealto voltaje, cinco milvoltiamperios, con suscorrespondientes piezas polaresrecubiertas de aceite, conectado aun condensador de botellas deLeyden, un explosor, una bobina yun cable que subía hasta el techo.

En el extremo opuesto delescenario, el receptor contaba conun cable idéntico que pendía deltecho, una réplica del condensadorde botellas de Leyden y una bobina;el lugar del explosor lo ocupaba un

tubo de Geissler, que emitía luzcomo una lámpara fluorescente delas de ahora al recibir corrienteeléctrica. Ningún cable uníatransmisor y receptor.

El transformador del grupotransmisor estaba alimentado poruna línea especial que recibía laelectricidad a través de uninterruptor de cuchillo al aire.Cuando se accionaba el interruptor,el transformador rezongaba yresollaba, un halo vacilanterodeaba las capas de estaño querecubrían las botellas de Leyden,entre los bornes del explosor se

escuchaba el sonoro chasquido deuna chispa y un campoelectromagnético invisiblegenerado en el cable que hacía lasveces de antena del transmisor,enviaba energía a su alrededor.

Al mismo tiempo, del lado delreceptor, el tubo de Geissler seiluminaba gracias a laradiofrecuencia que recibía por elcable de antena del propioreceptor.

Así fue como nació latransmisión sin hilos: sin recurrir acable alguno, el transmisor decinco kilovatios había enviado un

mensaje que, instantáneamente, sehabía recibido en el tubo deGeissler del receptor, situado adiez metros de distancia…

El eminente genio que inventó,organizó y explicó aquellademostración durante unaconferencia fue Nikola Tesla.

Aunque el experimento de San Luisno fue “un aldabonazo que estuviese enboca de todo el mundo”, como sin dudale habría gustado a Tesla, el caso es quehabía asentado los principiosfundamentales de la radio moderna: 1.antena o cable aéreo; 2. conexión a

tierra; 3. un circuito tierra-aire coninductancia y capacidad; 4. inductanciay capacidad modulables (parasintonizar); 5. dos equipos, receptor yemisor, en resonancia; 6. tuboselectrónicos detectores de ondas.[92]

Para escuchar las ondas continuasque llegaban al receptor, en las primerastransmisiones Tesla hubo de recurrir aconexiones eléctricas oscilatorias. Añosdespués, aparecería el detector decristal, que recibía señales enviadas portransmisores de chispa, mecanismo queadoptó la radio convencional hasta queel mayor Edwin H. Armstrong inventó elcircuito regenerativo o de

retroalimentación, que llevó la radio ala era del sonido amplificado. Másadelante, Armstrong idearía el circuitoheterodino de frecuencia constante,presente en todos los receptoresmodernos de radio y de radar. Paraponerlo a punto, Armstrong, que habíaestudiado con el profesor Michael Pupinen la Universidad de Columbia, seinspiró en las conferencias de Tesla. Sinembargo, más adelante, y por indicaciónde Pupin al parecer, se decantó del ladode Marconi, durante la larga yencarnizada pelea que éste libró conTesla a cuenta de las patentesradiofónicas.

Si, después de Tesla, hay uncientífico que con mayor razón merezcael título de pionero en el campo de laradiodifusión, éste es sin duda sir OliverLodge, quien en 1894 hizo realidad latransmisión de señales telegráficas através de ondas hercianas, sin necesidadde cables, a una distancia de unos cientocincuenta metros.

Dos años más tarde, un jovenGuglielmo Marconi, que andando eltiempo llegaría a marqués, se presentóen Londres con un transmisor sin cables,que en nada se diferenciaba del deLodge. Su presencia, como es desuponer, poco inquietó a quienes iban en

cabeza. El aparato contaba con una tomaa tierra y una antena, o cable aéreo, conel que había llevado a caboexperimentos rudimentarios en Bolonia.Pronto se vio que se trataba del mismoequipo que Tesla había utilizado en susconferencias de 1893, para entoncespublicadas y traducidas a variosidiomas.[93] Posteriormente, comotendremos ocasión de comprobar,Marconi negó que hubiera leído nadaacerca del sistema propuesto por Tesla,pretensión que la Oficina de Patentes deEstados Unidos calificó de absurda.

Resulta llamativo que, hastacomienzos de la década de 1960, fueran

sólo once las causas relacionadas conpatentes que recalaron en el TribunalSupremo estadounidense, y más aún quedos de ellas tuvieran que ver conpatentes de Tesla; era típico de él quesus trabajos fueran pioneros. El altotribunal examinó requerimientosrelativos a las patentes de su sistemapolifásico de corriente alterna y deradio, y en ambos casos le dio la razón.Ironías del destino: el inventor no eraparte interesada en ninguna de esasdemandas.

El aguanieve de enero se abatía sobre

las ventanas del laboratorio de Tesla.Tiritando, su ayudante, Kolman Czito,trataba de calibrar un aparato mientrasel inventor, ajeno a todo, se concentrabaen otro asunto. En cuanto a latemperatura, le traía tan sin cuidado queno habría dudado en afirmar que estabanen primavera.

Sonó el teléfono. Rezongando,descolgó el auricular. La telefonista leinformó de que tenía una conferencia dePittsburgh.

Desde muy lejos, Tesla oyó la vozentusiasta y entrecortada deWestinghouse. La empresa se habíahecho con la concesión para instalar las

centrales y los equipos eléctricos de laExposición Universal de Chicago de1893, también conocida comoExposición Colombina, la primera de lahistoria que dispondría de luz eléctrica.El empresario estaba dispuesto aexprimir a fondo el tan difamado yridiculizado sistema de corriente alternade Tesla, con todas sus consecuencias.

La noticia tenía un aspecto positivoy otro negativo. Por el lado bueno, laposibilidad de utilizar la exposicióninternacional como trampolín; por elnegativo, que tenía que olvidarse de loque más le importaba en aquellosmomentos: la investigación sobre la

radio, que se encontraba en su puntocrucial.

A Westinghouse se le agolpaban laspalabras: aquel iba a ser el mayorespectáculo de la era moderna, aquellaera no sólo una oportunidad única demostrar al mundo las posibilidades de lacorriente alterna, sino también depresentar los nuevos aparatos eléctricosque se estaban inventando. ¿Quién nodaría lo que fuera por disfrutar desemejante oportunidad?

General Electric presentaría losinventos de Edison. Los mejorescientíficos del mundo pasarían por allí.Los edificios serían espectaculares.

—¿Cuándo se inaugura esaExposición? —aventuró Tesla,temiéndose lo peor.

—El primero de mayo. Apenas nosqueda tiempo para todo lo que hay quehacer.

—De acuerdo, señor Westinghouse—replicó el inventor.

Dejó de lado a las niñas de sus ojos,las bobinas, y se puso manos a la obra.Se le venían a la cabeza un montón deideas que dejarían boquiabierto almundo de la ciencia y encantados a losvisitantes. No había forma de negarse.

Estados Unidos exigía y necesitabaespectáculo. Al poco de la reelección de

Grover Cleveland para un segundomandato, el país estaba sumido en eldesastre provocado por los bancos enquiebra, el cierre de empresas y el paro.El pánico de 1893 atenazaba a humildesy poderosos por igual. Desde un puntode vista político, lo más atinado era darcon algo para que la gente se olvidasepor un instante de la perspectiva dehacer cola en los comedores sociales.

Con un año de retraso, la ExposiciónColombina pretendía ser unacelebración del cuarto centenario deldescubrimiento de América. Elpresidente Cleveland cursó lascorrespondientes invitaciones a los

reyes de España y Portugal y a otrosmandatarios extranjeros. Incluso seavino a girar la llave dorada que daríapaso a la electricidad e inundaría de luzla Ciudad del Mañana, la misma quepondría en marcha fuentes y artefactos,izaría banderas y gallardetes; endefinitiva, la ceremonia inaugural deaquella obra extravagante y fantástica.Lo de manipular el interruptor no dejabade tener su miga: la electricidad habíallegado a la Casa Blanca en 1891, perohasta ese momento ninguno de susinquilinos se había atrevido a darlepaso. Por precaución, y siguiendo lasadvertencias formuladas por una

autoridad tan respetada como Edisonacerca de sus peligros, era una tarea quese había dejado en manos del personalsubalterno.

Cuando, por fin, llegó la fechaesperada, en Chicago el día amaneciógris, y en los comedores sociales nosólo había colas, sino largas colas. Peroel recinto de la Exposición causóasombro entre la multitud de visitantes,y en los periódicos comenzó a hablarsede la Ciudad Blanca. Así, en la crónicade The New York Times (1 de mayo de1893) podía leerse: “Calmado ysolemne, Grover Cleveland, con vozclara y cantarina, en un breve discurso

ante la muchedumbre que se agolpaba asus pies, declaró que quedabainaugurada la Exposición UniversalColombina […] y procedió a girar lallave de marfil y oro…”.

Gracias a un millar de bombillaseléctricas, se iluminó una Torre de Luzque refulgía con la promesa de tiemposmejores. En unos canales construidos aimitación de los venecianos, se reflejabala moderna iluminación que realzaba unaarquitectura pretérita. El pálpito delfuturo, la corriente alterna, alentaba pordoquier.

A medida que se encendían más ymás luces, de la muchedumbre partió un

clamoroso murmullo de admiración.Desde las tribunas, los miembros delGabinete, el duque y la duquesa deVeragua y otros mandatarios extranjerosprorrumpieron en alborozadasexclamaciones. No tardó en unírseles lamultitud. Hubo mujeres, rígidamenteencorsetadas, que cayeron desmayadascomo soldados en primera línea debatalla.

Westinghouse, que había presentadoun presupuesto más bajo que GeneralElectric para hacerse con el contrato dela iluminación, se relamía de gusto. Enel Pabellón de la Electricidad podíancontemplarse los aparatos e inventos

más recientes, fruto del ingenioestadounidense. De noche, la Exposiciónparecía un sueño. Los reflectores decolores incidían sobre las fuentes: eratan hermoso que los visitantes llorabande emoción. Los más osados tenían laposibilidad de darse una vuelta por elrecinto en un tren elevado, movidotambién por electricidad. Los temerariosse agolpaban con la esperanza deconseguir una entrada para la colosalnoria de G. W. Ferris, de setenta y cincometros de diámetro, lo nunca visto: hastasesenta personas cabían en cada cesta;izados a duras penas, una vez arriba,disfrutaban de la vista de la Ciudad

Blanca, y también de la ciudad gris, quese extendía a lo lejos.

Entre mayo y octubre de aquel año,veinticinco millones de estadounidenses,un tercio de la población de entonces, sedieron cita en Chicago para contemplarlas últimas maravillas de la industria, laciencia, el arte y la arquitectura.

Los visitantes acudían en masa a lassalas que atendía el famoso NikolaTesla en persona. Ataviado con corbatay levita blancos, se movía con la periciade un prestidigitador de un lado a otrode su equipo de alta frecuencia,presentando prodigios eléctricosinenarrables. En un recinto oscuro

resplandecían unas mesas, adornadascon lámparas y tubos fosforescentes.Gracias a unas letras que Tesla habíatrazado pacientemente con cristalfundido, un tubo alargado mostraba laleyenda “Bienvenidos, hombres de laera de la electricidad”. En otrosreclamos luminosos, el inventor rendíahomenaje a grandes científicos, comoHelmholtz, Faraday, Maxwell, Henry yFranklin; junto a tan eminentesinvestigadores, no había olvidado elnombre del más excelso poeta vivo deYugoslavia, Zmaj Jovan, que firmabasus obras como ZMAJ.

Tesla embelesaba cada día a miles

de curiosos con demostraciones queilustraban el funcionamiento de lacorriente alterna.[94] Encima de unamesa revestida de terciopelo, hacía girarpequeños objetos metálicos, bolas decobre o huevos de metal, a granvelocidad, que cambiaban de sentidograciosamente a intervalos precisos.

Allí mostró su primer reloj eléctricosincronizado conectado a un oscilador ysu primera bobina de descarga quesoltaba muchas chispas. Aunque noentendían ni palabra de lasexplicaciones científicas que recibían,los visitantes le escuchaban encantados.Y cuando se presentaba ante ellos como

una antorcha humana, con ayuda de losaparatos con que tantas veces habíasorprendido a las personas que iban averlo al laboratorio, los asistentes, entreatemorizados y maravillados, se poníana gritar.

De Nueva York, llegó un puñado dejóvenes amigas de Tesla bienacompañadas. Las chicas tontearon conél, se subieron a la noria de Ferris yacudieron al Pabellón de la Mujer paraescuchar los encendidos comentarios dela esposa de Potter Palmer (equivalenteen Chicago de la señora Astor), queaseguraba que la cocina moderna, conhorno eléctrico, extractores también

eléctricos y hasta un lavaplatosautomático, era la antesala de laliberación de la mujer. Es muy posible,sin embargo, que se sintieran másliberadas al ver cómo la infanta Eulalia,en representación de su sobrino el reyAlfonso XIII de España, fumabacigarrillos en público sin ningún recato.

Las chicas contemplaron, entremuchas otras cosas, la primeracremallera y el cinetoscopio de Edison(antepasado remoto del cine) queencandilaba a los visitantes con“escenas que eran un regalo para la vistay sonidos que alegraban el oído”,mientras escuchaban fragmentos de

música de un concierto que se celebrabaen Manhattan transmitidos por teléfono.Se unieron a la multitud que, con ojosentornados, contemplaba a una jovenbailarina conocida como PequeñoEgipto, que ejecutaba la danza delvientre. Como la Exposición ofrecíaespectáculos para todos los gustos,también pudieron extasiarse ante unarolliza Venus de Milo de chocolate.

Un periodista que formaba parte deuno de los grupos que acudieron alpabellón de Tesla envió esta crónica alperiódico para el que trabajaba:

Muchos han sido testigos de cómo

el señor Tesla recibía, a través delas manos, corrientes de más de200.000 voltios, a una frecuenciade millones de veces por segundo,que se hacían visibles en forma defulgurantes rayos de luz […] Unavez superada tan sobrecogedoraprueba, que, como es natural, nadiese ha mostrado dispuesto a emular,durante un rato, el cuerpo y lasropas del señor Tesla emitieronleves destellos, un halo de lenguasluminosas. Lo cierto es que laagitación de moléculas cargadas deelectricidad produce una llamareal, pero lo curioso del

espectáculo es que esas llamas tanvivas, blancas y etéreas noconsumen nada, sino que,originadas en los bornes de unabobina de inducción, arden como lazarza bíblica.

En aquellos días, se informó tambiénde que en algún momento el inventortrataría de envolverse en una suerte desábana de llamas centelleantes sin que lepasara nada. Se trataba, según él, de unacorriente eléctrica capaz de mantener encalor a un hombre desnudo en el PoloNorte; sus aplicaciones terapéuticas, porotra parte, no eran sino una más entre las

muchas posibilidades que encerraba.

Mis primeros comentarios (sobrela diatermia) se difundieron comola pólvora, y fueron muchosquienes en Estados Unidos y enotros países se lanzaron a hacerexperimentos —escribiría añosmás tarde—. Cuando un eminentemédico francés, el doctorD'Arsonval, declaró que él yaestaba al cabo de la calle, seoriginó una agria controversia.Haciendo caso omiso de misprimeros escritos, los franceses,deseosos de que todo el mérito

recayese en uno de los suyos, loeligieron miembro de la Academia.Decidí emprender las accionesnecesarias para reclamar lo que eramío, fui a París y me entrevisté conel doctor D'Arsonval. Su encantopersonal me desarmó por completo.Dejé de lado mis reivindicaciones,y me di por satisfecho con que semencionase mi nombre. El hechode que recurriera a mis aparatos ensus presentaciones es una pruebamás de que mi descubrimiento fueanterior al suyo…[95]

Aunque todo el mundo admite que

fue Tesla el primero en descubrir (en1891) que el calor que se produce albombardear los tejidos con corrientealterna de alta frecuencia podíautilizarse con fines terapéuticos para eltratamiento de la artritis y de otrasafecciones, en la jerga médica se siguehablando de la “corriente D'Arsonval”.En cualquier caso, el recurso a latécnica de radiación se extendió conrapidez, lo que dio pie al desarrollo deuna especialidad médica que en unprimer momento se denominó diatermiay ahora conocemos como hipertermia,que recurre a los rayos X, lasmicroondas y las ondas de radio para

acabar con las células cancerígenas.También se utiliza en la regeneración dehuesos y tejidos.

Durante toda su vida, Tesla creyóciegamente en las posibilidadesterapéuticas de lo que él denominaba“fuego frío”, tanto para despejar lamente como para purificar la piel. Locierto es que el efecto corona, la bajadescarga eléctrica de unas escobillas deun aparato médico, tonifica la acciónmuscular, puede mejorar la circulación yproduce ozono, un gas estimulante si seinhala a bajas concentraciones. Enopinión del físico Maurice Stahl, y “sinolvidar los efectos psicosomáticos, en

términos generales, me atrevería a decirque sus aplicaciones van más allá de lomeramente mecánico”.

El inventor también tenía puestas susmiras en la posibilidad de conseguir unaanestesia eléctrica, al tiempo queproponía tender cables de alto voltajepor el suelo de las aulas para espabilara alumnos remolones. Incluso preparó uncamerino de alta tensión en una sala deteatro de Nueva York para que losactores se metiesen de lleno en el papelantes de salir a escena.

Durante la Exposición Colombina,Tesla también mostró cómo calentarbarras de hierro y fundir plomo y estaño

gracias a un campo electromagnéticogenerado por bobinas especiales de altafrecuencia, experimento que tendríaimportantes repercusiones económicasmuchos años después.

Aunque había abandonado sulaboratorio para acudir a Chicago demala gana, la Exposición fue unaexperiencia gratificante por demás tantopara Tesla como para Westinghouse,que en el Pabellón de las Máquinasexpuso motores que funcionaban concorriente alterna, así como docegeneradores bifásicos, especialmentediseñados para proporcionar luz yenergía. Para demostrar la completa

viabilidad del sistema que proponía,Westinghouse exhibió un transformadorrotatorio que convertía en continua lacorriente alterna polifásica, concapacidad suficiente para poner enmarcha el motor de una máquina de tren.

Quizá el día más señalado paraTesla fuera el 25 de agosto, durante laconferencia que pronunció ante elElectrical Congress, en la que presentósus osciladores mecánicos y eléctricos.Thomas Commerford Martin, tambiéningeniero electrónico y renombradoeditor, escribió que, a partir de ese día,los científicos podrían llevar a cabo susinvestigaciones sobre corriente alterna

con gran precisión. Añadía además queuna de las posibles aplicaciones de talesequipos se situaba en el campo de la“telegrafía armónica y síncrona”, lo que“abría un campo de posibilidadesilimitadas”.[96]

En representación del Imperioalemán, asistía al Congreso el eminentefísico alemán Hermann Helmholtz, quesería elegido presidente de laconvención. También Michael Pupin,compatriota de Tesla. “Las cuestionestratadas durante el Congreso —escribiría más adelante— y la talla delos hombres que las debatieron pusieronde relieve que la electricidad ya no era

una ciencia en pañales, ni fundamentadaen investigaciones realizadas al buentuntún”. Rebatía así la afirmación deEdison en el sentido de que se sabía muypoco de la corriente alterna como paraasegurar que no entrañaba peligros.

Pletórico por el éxito alcanzado,Tesla regresó a Nueva York. En la cimade su popularidad, estaba más decididoque nunca a rechazar las numerosaspeticiones que reclamaban su presenciaen toda clase de eventos. Le hubieragustado poder hacer lo mismo en elterreno empresarial, pero la necesidadde financiar sus investigaciones sobre laradio y otros campos bastaron para

disuadirlo.

VIIIALTA SOCIEDAD

En Wall Street los magos de lasfinanzas estaban en su momento degloria: figuras legendarias de la talla deMorgan, John D. Rockefeller, losVanderbilt, Edward H. Harriman, JayGould o Thomas Fortune Ryan, y otrasluminarias más efímeras pero igual devistosas. Algunos sólo eran flor de undía, que se marchitaban y caían en el

olvido. Muchos eran los que medrabangracias a negocios tan turbios quequienquiera que tratase de emularlos ennuestros días tendría que residir en unpaís sin convenio de extradición. Igualinvertían en minas de carbón que enferrocarriles, en acerías o en cultivos detabaco, incluso en el novedoso sector delos aparatos eléctricos. Amasabanfortunas y se retiraban de la circulación.

Twain, siempre cáustico, enumerabalos mandamientos que seguían losladrones de guante blanco en aquelperiodo desenfrenado de la revoluciónindustrial: “Ganar dinero, de formarápida y en abundancia; de manera poco

honrada, siempre que sea posible;honradamente, si no queda másremedio”.

Todos los días, cuando en la Bolsade Nueva York sonaba la campana queanunciaba el cierre de la sesión, muchosde los habituales en los corros sedirigían al hotel Waldorf-Astoria,situado donde hoy se alza el EmpireState. Pertenecer al “círculo delWaldorf” era sinónimo de habertriunfado. Los espléndidos salones ycomedores del establecimiento eranotros tantos escaparates donde podíanobservarse los humos que se daban losafortunados y el desaliento que cundía

entre los perdedores. Normalmente, laangustia formaba parte del decorado.

Por lo general, Tesla se daba unavuelta por el Palm Room para saludar ydejarse ver entre los capitalistas, piezaesencial para sus proyectos. Allí solíacenar desde hacía algunos años, antesincluso de que se permitiera el lujo deresidir en el famoso hotel. Al lado delas enormes fortunas amasadas por losespeculadores y tiburones de lasfinanzas de la época, sus recursos noeran nada del otro mundo. A cambio, erabien parecido, educado, encantador. Sedesenvolvía con la seguridad de quiencree que será rico algún día, y él lo

creía de veras. Después de todo, enaquella época de vacas gordas, comoapuntaba Ward McAllister: “Un hombrecon un millón de dólares en el bolsillopuede hacerse la ilusión de que es rico”.

El propio Tesla figuraba en laexclusiva lista de personajes ricos einfluyentes elaborada por McAllister, elconocido como “círculo de loscuatrocientos” de Nueva York. Secodeaba con aquellos míticos “grandeshombres circunspectos, de mirada fría ysonrisa forzada”. Ellos lo frecuentabanpor sus conocimientos, y él les seguía eljuego. Poco se le daba quedar atrapadoen las redes de Morgan, como Edison.

¿O acaso acabaría cayendo en brazos deAstor, Insull, Mellon, Ryan o Frick?Estaba al tanto de los peligros que loacechaban. Fuera quien fuese elcapitalista que invirtiera en susproyectos, acabaría por entrometerse y,con toda probabilidad, trataría decontrolarlo todo. Así estaban las cosas,sin embargo: era el precio que tenía quepagar todo inventor.

Algunos entendidos habíanempezado a decir que era el mejorinventor, superior a Edison incluso.Pero además de las tretas de losseguidores de Edison, y por si acaso noestaba claro el reconocimiento que le

dispensaba el Nuevo Mundo, un grupode científicos, que no encontraba elmismo eco en las páginas de losperiódicos ni figuraba en la lista deinvitados famosos que acudían a sulaboratorio, fraguaba ya una conjura asus espaldas.

Tesla puso siempre especial cuidadoen cultivar una cohorte de periodistas,directores de publicaciones, editores yescritores afectos a su causa. Si bien erade sobra conocido gracias a susconferencias, que se conservaban en losarchivos de las instituciones científicasmás prestigiosas del mundo, lo cierto esque jamás colaboró en una publicación

de carácter académico. Claro quecuando llegó a Estados Unidos, este tipode publicaciones periódicas no existía:el entramado institucional querepresentaban industria, Gobierno yuniversidades no se había erigido aún ensenda obligada para quien aspirase ahacerse un nombre en el mundo de laciencia. Con todo, la situación estabacambiando.

En una época que, a pasosagigantados, renegaba delindividualismo, Tesla era un solitariopor decisión propia. El propio Edison,uno de los últimos “independientes”,capaz de levantar los primeros

laboratorios industriales dedicados a lainvestigación y de sentar las bases porlas que habría de discurrir la cienciamoderna, era un personaje de transición.

Dos eran los motivos del rechazoque sentía Tesla a mantenercompromisos de índole empresarial. Porun lado, las prisas de la mayoría de lossus colegas ingenieros; por otro, surechazo a someterse a cualquierdisciplina. Si tenía que negociar con unapersona jurídica, prefería hacerlo con elpresidente de la compañía o al menoscon el del consejo de administración.

Las personas que deambulaban porel Waldorf tras el cierre diario de la

Bolsa no eran grandes conversadores.Sus intereses discurrían en torno aporcentajes y oscilaciones de valores;sus mayores preocupaciones: el pánicode los mercados y las protestas de lostrabajadores. Aparte de la compra delos votos que necesitaban para velar porsus intereses y ganancias, la políticapartidista apenas les interesaba. BernardBaruch contaba una anécdotaprotagonizada por un corredor de Bolsaalemán, Jacob Field, más conocidocomo Jake, durante un banqueteorganizado en su honor por unos cuantosamigos agradecidos: las dos hermosasmujeres que lo flanqueaban no sabían

muy bien de qué hablar con él; por fin,una de ellas se aventuró a preguntarlequé opinión le merecía Balzac. Jake,atusándose los bigotes, respondió:“Aparte de acciones, no he tenido elgusto hablar de otra cosa con él”.[97]

Tesla prefería, de lejos, el trato conperiodistas y damas instruidas. Por suparte, los caballeros de la prensa sequedaban tan embelesados en supresencia que, tras haberlo entrevistado,no estaban en condiciones de asegurar sisu cabello era negro y encrespado ocastaño y ondulado, de qué color teníalos ojos o las dimensiones de su dedopulgar, cuestión que en aquella época

suscitaba un enorme interés.Los escritores de entonces recurrían

a una prosa florida, de la que elnovelista Julián Hawthorne, hijo únicode Nathaniel Hawthorne, nos hatransmitido una buena muestra.Extasiado, describió su primerencuentro con el inventor como unaalucinación sobrevenida en un fumaderode opio:

Vi a un hombre joven, alto, debrazos y dedos largos, cuyosmovimientos lánguidos disimulabanun vigor muscular fuera de locomún. El óvalo de su rostro se

ensanchaba a la altura de las sienesy se cerraba con brío alrededor dela boca y el mentón; rara vez abríalos ojos de par en par, como siestuviese en un permanenteduermevela, contemplando visionesque los demás no podíamos captar.Tardo a la hora de sonreír, como side repente reparase en algo que sehabía dicho y lo considerasedivertido. De modales y delicadezacasi femeninos, que ocultaban lasencillez y la inocencia de un niñopequeño […] De cabello castaño yondulado, muy abundante, ojosazules y piel blanca… Cerca de

Tesla, el corazón se ensancha de talmodo que es como entrar en unmundo de libertad, más libre que lapropia soledad […].[98]

Sin embargo, uno de los ayudantesdel inventor dejó escrito, en lo queparece un trabalenguas, que tenía el pelocrespo y negro, tenso y tieso.

Todo el mundo, no obstante, parecíaestar de acuerdo en lo tocante a suencanto personal. Franklin Chesterescribía en Citizen (22 de agosto de1897) que nadie que reparase en élquedaba libre de caer bajo su embrujo.Lo describía como un hombre alto, de

más de uno ochenta (en realidad, medíauno noventa y dos), manos grandes yunos pulgares anormalmente alargados,“señal inequívoca de gran inteligencia”.En cuanto a la controvertida cabelleradel inventor, Chester aseguraba que erade pelo lacio, negro y brillante,repeinado por detrás de las orejas, conunos mechones rebeldes a la altura de lanuca, los pómulos altos de los eslavos ylos ojos azules y hundidos, decentelleantes pupilas.

“Da la impresión —continuabaChester— de que sus órganos de lavisión emiten increíbles fulgoresluminosos. La barbilla, casi puntiaguda

[…] Cuando habla, todo el mundoescucha, encantado, aunque nadieentienda qué está diciendo […] Seexpresa en el impecable inglés de unextranjero exquisitamente educado, sinacento y con precisión […] Y hablaotros ocho idiomas tambiéncorrectamente”.

El excéntrico director de la agenciade noticias de Hearst, Arthur Brisbane,pensaba que el inventor tenía la “miradaausente”, quizá como consecuencia delesfuerzo intelectual que realizaba (Teslase mostraba de acuerdo). Tras informara sus lectores de lo cortos que eran lospulgares de los simios, Brisbane era

también de la opinión de que unospulgares largos denotaban unainteligencia no menos profunda. Sinembargo, desde su punto de vista, Teslatenía la boca demasiado pequeña y unmentón que, si no débil, desde luego noindicaba una gran fuerza de voluntad.

A ojo de buen cubero, pensaba quedebía de medir más de uno ochenta ypesar menos de setenta kilos, con ciertatendencia a andar encorvado. El tono desu voz era un poco chillón, debido quizáa la tensión psíquica que soportaba.

“De él emanan esa autoestima yconfianza en uno mismo que suelen ir dela mano de los triunfadores”.[99]

John J. O'Neill, redactor jefe de lasección de ciencia del Herald Tribunede Nueva York y premio Pulitzer,primer biógrafo de Tesla y buen amigodel inventor durante muchos años,aseguraba que el color de sus ojos eraazul agrisado, circunstancia, según él,que más tenía que ver con la genéticaque con el esfuerzo mental. En suopinión, Tesla era un dios, cuyo etéreoresplandor “alumbró la eramoderna”.[100]

Al decir de O'Neill, desde unaperspectiva romántica, era demasiadoalto y delgado para calificarlo deAdonis, pero su capacidad intelectual

suplía con creces las carencias físicas.“Era de rostro agradable; su forma

de ser irradiaba magnetismo. Callado,casi tímido; hablaba en voz baja;siempre correcto, llevaba la ropa conelegancia”.

Por su parte, el propio Teslapensaba que era el hombre mejorvestido de la Quinta Avenida y, como ledijo a su secretaria en cierta ocasión,pretendía seguir siéndolo. En su ropa decalle nunca faltaba una levita PríncipeAlberto y un sombrero hongo, el mismoatuendo que utilizaba en el laboratorio, ano ser que algún experimento derelumbrón le exigiese ir vestido de

etiqueta. Más que de lino, solía utilizarpañuelos de seda blanca, sobriascorbatas de lazo y cuellos duros. Trasponérselos unas cuantas veces, sedeshacía de toda clase decomplementos, guantes incluidos. Nuncalució joya alguna: las detestaba. Era unamás de sus fobias.

Poco después de conocer a Tesla,Robert Underwood Johnson, ex alumnode Yale, movió los hilos para que launiversidad le concediese un títulohonorífico. Más tarde, cuando tambiénColumbia lo distinguió con un doctoradohonorario, reclamaron la presencia deJohnson para que hiciese un retrato de

las cualidades que adornaban alinventor. Tesla, aseguró en aquellaocasión, era un hombre de “delicadaexquisitez, sincero, modesto, refinado,generoso y fuerte…”.

Igual que tenía incondicionales delgénero masculino, las mujeres tambiénse rendían a sus encantos. Dorothy F.Skerrit, secretaria suya durante muchosaños, aseguraba que, incluso de mayor,tanto su aspecto como sus modalesllamaban la atención.

Bajo unas pobladas cejas —escribía—, aquellos ojos hundidosde un gris acerado, amables pero

capaces de taladrar, parecíanpenetrar en lo más hondo de lamente de su interlocutor […]; surostro emitía una especie de etéreoresplandor. Su afable sonrisa y lanobleza de su porte ponían demanifiesto la caballerosidad innataque lo animaba.[101]

Para su amigo Hawthorne losorprendente no era sólo el embrujofísico que provocaba, sino la vastedadde su cultura. No es frecuente,aseguraba, toparse con un científico o uningeniero que, a su vez, sea poeta,filósofo, amante de la buena música,

políglota y buen gastrónomo: “Ya setratase de la añada de un caldo o decómo condimentar y preparar un ave,también su opinión era atinada”. Cuandohablaba, aseveraba Hawthorne, a travésde su rostro era posible entrever elfuturo, ver cómo “el género humano […]se alzaba como un titán, dispuesto aapoderarse de los arcanos del cielo. Yomismo comprendía que llegaría untiempo en que la raza humana ya no severía obligada a trabajar para ganarse elsustento, un tiempo en que los términos‘rico’ y ‘pobre’ no se utilizarían paramarcar diferencias de recursosmateriales, sino como sinónimos de

grandeza espiritual y de anhelo deperfección; un tiempo […] en que hastanuestros conocimientos los adquiriremosde forma que ahora ni alcanzamos aimaginar…”.[102]

En ocasiones, Tesla tenía arranquesde crueldad que parecían guardarrelación con sus filias y fobiascompulsivas. La gente obesa ledisgustaba, y no disimulaba su rechazo.En su opinión, una de sus secretariasestaba demasiado gorda; una vez en que,de forma inoportuna, tiró algo de unamesa, la despidió. La mujer le suplicóde rodillas que reconsiderase sudecisión, pero el inventor se mantuvo en

sus trece. Uno de sus chistes preferidosse refería a la extraordinaria fealdad dedos de sus ancianas tías.

También hacía comentariosdesabridos sobre la forma de vestir desus subordinados. Bien podía unasecretaria gastarse la mitad del salariode un mes en un vestido nuevo, porquelo criticaría sin piedad, y le pediría quevolviese a casa y se cambiase antes dedictarle una nota para alguno de susimportantes amigos banqueros.

Sus empleados, sin embargo, nuncacuestionaron su capacidad como arbitrodel buen gusto; de hecho, siempre lehacían caso. A cambio, tenía otras

cualidades. Tanto en los buenos como enlos malos tiempos, sus ayudantesKolman Czito y George Scherff y sussecretarias Muriel Arbus y la señoritaSkerrit siempre estuvieron a su lado.Cuando se hizo mayor y se volviócargante, los periodistas dulcificabanlos exabruptos que profería.Divulgadores científicos, como KennethM. Swezey y O'Neill, casi adolescentescuando trabaron conocimiento con elinventor, llegaron a venerarlo como a undios. Hugo Gernsback, reputado editorde publicaciones relacionadas con elmundo de la ciencia y padre de laciencia ficción, publicaba todo lo que

llevaba la firma de Tesla, a quienconsideraba tan importante como Edisoncuando menos.

No sólo escritores, sino tambiénempresarios y magnates de las finanzasaspiraban a codearse con tansorprendente y enigmático personaje. Lomismo hacían músicos, actores, reyes,poetas, mandamases universitarios,místicos y lunáticos. Recibió toda clasede distinciones académicas; losgobiernos de otros países acudían a élen busca de asesoramiento. La genteopinaba que era un brujo, un visionario,un profeta, un genio dotado deinagotables talentos, el científico más

importante de todos los tiempos. Perotambién se decían otras cosas.

Como ocurriera con Edison en sudía, cuando se convirtió en “personajepúblico” por hablar de sus inventos contanta jactancia en los periódicos, nofaltó quien tildara a Tesla de impostor ycharlatán. Los círculos científicosuniversitarios jamás le perdonaron esosdeslices. Gracias al prestigio de quegozaba, Edison soslayó los ataques:hombre precavido, se había ocupado deamasar una fortuna y de acumular unconsiderable poder, sin olvidar el apoyopopular con que contaba. A Tesla, encambio, los dólares parecían quemarle

los dedos y acabó solo, recluido,olvidado de todos.

Uno de sus inmisericordes críticos,Waldemar Kaempffert, redactor jefe delas páginas de ciencia de The New YorkTimes, llegó a calificarlo de “boaconstrictor intelectual”, entre cuyosanillos habían quedado atrapadas presastan ingenuas como J. P. Morgan y elcoronel Astor. Lo tachaba de “curanderomedieval que recurría a la magia negra[…], tan hermético como un místicooriental”, para acabar acusándolo (alhilo de la comparación histórica) deirredento y retrógrado Victoriano,incapaz de aceptar la era atómica que

representaba el siglo XX. Se mofaba desus compañeros de profesión: “Aunqueno entendían ni palabra (de lo que decíaTesla), aquellas fantasías de ponerse encomunicación con Marte o transportarelectricidad a grandes distancias sinnecesidad de cables les dejabancautivados”.[103] Aparte de calificarlosde ingenuos, cargaba las tintas sobre suhomólogo del Herald Tribune. SegúnKaempffert, que O'Neill jalease tantolos méritos de Tesla no era sino porquehabía sido uno de sus héroes de laadolescencia: cuando trabajaba comoauxiliar en la Biblioteca Pública deNueva York, O'Neill se había cruzado

con Tesla, y se decía que había escritopoemas en su honor. En cualquier caso,se entenderá mejor la actitud deKaempffert si se tiene en cuenta unincidente que relata el propio O'Neill.

En 1898, ante el público delMadison Square Carden, Tesla realizóun experimento con un barco guiado porcontrol remoto, y cargado con torpedosigualmente teledirigidos. Kaempffert,estudiante del City College entonces, seencaró de forma insolente con elcientífico.

—Imagino —le planteó— quepodría cargar un barco mucho másgrande con dinamita, sumergirlo y

dirigirlo bajo el agua, y hacer que ladinamita explotase a su antojo con sólopulsar un botón, como si encendiera laluz, para hacer saltar por los aires, adistancia, el mayor acorazado delmundo.

—Usted no está viendo aquí untorpedo guiado por control remoto —replicó Tesla—. Lo que tiene ante losojos es el prototipo de una generaciónde autómatas, hombres mecánicos queejecutarán las ingratas tareas que ahorarealiza el ser humano.[104]

No habían de ser científicosenvidiosos y periodistas enrabietadoslos únicos motivos de preocupación de

Tesla. Los ocultistas se le pegaban comomoscas: hombres y mujeres de ideasextravagantes se agrupaban bajo suestandarte y no dudaban en proclamarque era el extraterrestre que esperaban:no dejaban de repetir que procedía deVenus, y que había llegado a la Tierra abordo de una nave espacial o a lomos deuna enorme y blanca paloma.[105]

Estos inoportunos secuacesaseguraban que era un profeta dotado depoderes extra sensoriales que “se habíadignado descender hasta nosotros” para,con ayuda de los autómatas, enseñar alos mortales cómo dejar atrás elmarasmo en que estaban sumidos. Con

vistas a desengañar a quienes afirmabanque poseía poderes extraordinarios,Tesla hizo todo tipo de esfuerzos porrenegar incluso de las excepcionalesdotes sensoriales que poseía. Con esamisma idea en la cabeza, fue más lejosaún, explicando su pensamientomecanicista, proclamando que los sereshumanos no tenían elección, y que cadatarea que emprendían no era sino elresultado de acontecimientos ycircunstancias externos.[106] A pesar desemejantes renuncios, sus extrañossecuaces no dejaron de acosarlo,uniendo su nombre incluso adesafortunados reclamos publicitarios.

¿Quién si no un charlatán, sepreguntaban sus detractores, atraería asemejante gente?

En un atardecer otoñal, el carruaje deTesla se detuvo ante el elegante edificioque ocupaba la familia de RobertUnderwood Johnson en el número 327de la avenida Lexington. Salpicado deluces, un aire glacial recibía loscabriolés, cupés y refinados vehículosde los que descendían los selectosinvitados. Desde la puerta abierta quedaba al vestíbulo, llegaban loscompases de un concierto de piano de

Mozart. Los Johnson no eran ricos, peroacogían por igual a millonarios,archimillonarios, artistas muertos dehambre e intelectuales. Ni Robert niKatharine estaban muy al tanto de losavatares del mundo de la ciencia, peroambos sentían adoración por losmúltiples encantos que desplegabaTesla.

Formaban una encantadora pareja:él, con aspecto de erudito, tenía unaespecial facilidad para los idiomas, lapoesía y las frases ingeniosas; ella,menuda y bonita, era demasiadointeligente e inquieta para quedarse debrazos cruzados desempeñando las

funciones de esposa y madre que lehabían tocado en suerte.

Aparte de mimar a muchos pintores,en general el mundillo del arte lesllamaba la atención. Johnson eradirector adjunto de la revista Century,publicación que llegaría a dirigir. Parael cultivado Tesla, que tanto echaba demenos los refinados salones de lasciudades del Viejo Mundo, aquella casaera como un abra natural en donderecalar. Aunque ambos eran yugoslavosde extracción humilde, tanto él comoMichael Pupin se habían quedadohorrorizados al comprobar la vulgaridadimperante en Estados Unidos. En casa

de los Johnson, Tesla tuvo oportunidadde conocer a sobresalientes pintoreseuropeos, escritores, destacadospolíticos, y a la flor y nata de lasociedad estadounidense.

Fue Thomas Commerford Martinquien le presentó a los Johnson en 1893,y no tardó en trabar amistad con ellos.Con Robert y Katharine, Tesla aprendióa dulcificar sus rígidos modales, adirigirse a las personas por sus nombresde pila, incluso a disfrutar de loscotilleos del momento. Cuando estabanjuntos, siempre salía a relucir la chanzade los incansables merodeos de Tesla ala caza de millonarios que financiasen

sus inventos.Cuando no se veían, recurrían a

recaderos e intercambiaban billeteshasta dos y tres veces al día. Con elpaso de los años, aquellacorrespondencia se convirtió en millaresde cartas cruzadas entre Robert y Nikolay, en número no inferior, entre Kathariney el “señor Tesla”, tratamiento quemantenía invariablemente, si bien lasnotas que le envió apenas ocultan lanaturaleza de los sentimientos que losunían. Más tiempo aún habría de pasarantes de que Tesla se sintiese tandistendido como para buscarles unapodo: inspirándose en un legendario

héroe serbio por el que sentíaadmiración, decidió que Johnson sería“Luka Filipov”, y la señora Johnson,“madame Filipov”, naturalmente. Por suparte, Johnson comenzó a estudiarserbio.

Las invitaciones que los Johnsonenviaban a Tesla nos dan una idea de laintensa vida social que llevaba elinventor en aquella época. “Ya quepasará por aquí de camino de casa delos Leggett, después de estar un rato conlos Van Alien, dígnese…”. “Pásese aconocer a los Kipling”. “Acérquese ytendrá oportunidad de saludar aPaderewski”. “Tómese un respiro: le

presentaremos al barón Kaneko”. Enocasiones, Tesla firmaba sus respuestasa los “Filipov” con nombres tan frívoloscomo Nicolás I, o las iniciales “G. I”.(“gran inventor”). Con pocos amigos sesentía tan a gusto.

Gracias al matrimonio Johnson,Tesla accedió al círculo restringidodonde se entretenían de la forma másostentosa los ricos y ociosos. Robert leponía al tanto de los banquetes que losarchimillonarios celebraban en elrestaurante Delmonico's, conocidoscomo las cenas de plata, oro odiamantes, según la joya que se ocultaseentre los pliegues de las servilletas para

sorprender a las damas. A veces, porsimple placer, se repartían y fumabancigarrillos liados en billetes de ciendólares.

Aunque nunca hubiera asistido a unade ellas, por las páginas de sociedad elinventor estaba al corriente de laextravagante velada que todos daban enllamar Pobreza Solidaria. La cena encuestión se celebraba en la vulgarcasucha de ladrillo de uno de los reyesde los bajos fondos de la parteoccidental de la ciudad. Los comensalesdebían ataviarse con harapos sucios,tenían que sentarse en un suelomugriento, beber cerveza en latas y

comer desperdicios que, en platos demadera, les servían lacayos con librea.Aquella época dorada no se distinguíapor su sensibilidad precisamente.

Gustos aparte, la riqueza actuabacomo un poderoso imán. “La únicaforma de que llegue a tener un centavo—solía decir Tesla— será llegar aposeer tanto dinero que me atreva atirarlo a manos llenas por laventana”.[107]

Vivía por entonces en el Gerlachque, como rezaba el membrete de supapel de cartas, era “una pensiónfamiliar, protegida contra incendios”.Soñando con los recados de escribir con

membrete dorado del Waldorf de laQuinta Avenida, rabiaba al tener queconformarse con aquel antro.

En casa de los Johnson, sin embargo,aparte de haber tenido la oportunidad deestrechar la mano de Rudyard Kipling,en su opinión y con la aquiescencia deRobert uno de los más excelsos poetasde la época, pudo conocer a escritorescomo John Muir y Helĕn Huntjackson,compositores como Ignace Paderewski yAntón Dvorák, a la diva Nellie Melba ya una legión de personajes y políticos derelumbrón, entre los que se encontrabael senador George Hearst.[108] Allícoincidió también con un entonces

desconocido sureño, apuesto por demás,que acababa de salir de la AcademiaNaval de Estados Unidos: RichmondPearson Hobson.

A sus treinta y siete años, Tesla eraun hombre cosmopolita, que no sedejaba impresionar fácilmente por laspersonas que le presentaban pero, deforma inesperada, se sintió atraído poraquel joven oficial de rasgos infantilesque tan mal casaban con el oscuro bigotede espadachín que lucía. A Tesla se lemetió en la cabeza que Hobsonencarnaba el ideal del héroe serbio: unhombre de acción, romántico y viril, queaunaba una inteligencia naturalmente

despierta y un espíritu cultivado.Entre las insidias que hubo de

soportar, no faltaron los rumores sobresu condición de homosexual. En otraépoca o en otro país, tales comentariospoco habrían afectado a su trayectoriaprofesional, pero en aquel EstadosUnidos Victoriano, rodeado siempre deingenieros, tales chismes formaríanparte del virulento arsenal al querecurrían sus enemigos. Como nunca setomó la molestia de refutar lasbarbaridades que se decían sobre él, selimitó a aducir las exigencias de sutrabajo como única explicación de susoltería, estado que la sociedad de aquel

tiempo consideraba inapropiado; de ahíla incesante presión para que sedecidiese a contraer matrimonio.

Por el contrario, sus fobias hacíande él un hombre poco proclive amantener relaciones íntimas con nadie.Durante una temporada, mantuvo unasuite en el lujoso hotel Marguery, aloeste de Park Avenue, entre las calles47 y 48, al tiempo que tenía fijada suresidencia en otro establecimientohotelero. En una ocasión, le dijo aKenneth Swezey que allí se reunía conamigos y conocidos “muy especiales”,afirmación que da pie a interpretacionesmuy diversas.

De la mano de los Johnson, conocióa un sinfín de mujeres atractivas,inteligentes, ricas, o las tres cosas a lavez. Muchas afirmaban sentirsesexualmente atraídas por el inventor.Aunque él nunca les correspondió con lamisma moneda, tales atenciones leparecían gratificantes.

Aquel atardecer otoñal en queacudió a casa de los Johnson, alescuchar unos compases del conciertode piano de Mozart que le llegabandesde el interior de la mansión,reconoció la ejecución de MargueriteMerington, una de sus comensalespredilectas. La admiración y el afecto

que sentía por la pianista fueron, alparecer, los más hondos queexperimentó hacia una mujer.

Johnson le invitó a conocer a unamujer alta, de semblante grave, que lucíaun caro vestido francés, ceñido a lacintura como exigían los cánones delmomento, con encajes y una flor en elescote. Cuando se volvió hacia él, lamirada salvaje de la joven le dejósobrecogido. Estaba seguro de quenunca se la habían presentado, peroconocía esa mirada. ¿Se trataría de unaactriz?

—La señorita Anne Morgan, elseñor Tesla —dijo Johnson, antes de

dejarlos a solas.La mujer esbozó una leve

inclinación de cabeza y siguió atenta a lamúsica. Tesla se rió para sus adentros.Pues claro: aquellos ojos brillaban conla misma y vigorosa inteligencia queanimaba los de su padre. Por un instante,casi se la imaginó encendiendo un puro.Johnson le había dicho que aquellamuchacha estaba enamorada de él, perose la veía dispuesta a no delatarse. Suaplomo, adquirido en las entoncesllamadas escuelas de señoritas, le dejóimpresionado. Era tan rica, tan hermosa.

Fue una pena que la muchachallevase aquellos pendientes de perlas,

que parecían lacerarle los lóbulos de lasorejas. Le hubiera gustado conversarcon ella, pero las perlas lo disuadieronde inmediato. A lo mejor Robert podíalanzarle una amable indirecta para otraocasión. Según Elisabeth Marbury, Annehabía sido una niña tan sobreprotegidaque resultaba patéticamente infantil.Pero si Tesla no andaba errado, aquellacriatura tan compuesta que estaba a sulado no tardaría en dejar atrás la fase decrisálida y protagonizar unametamorfosis que se anunciabainteresante.

Si no mostraba un interés real encasarse con la hija de J. Pierpont

Morgan, los Johnson se mofarían de élhasta el final de sus días. Pero comoinventor ambicioso a la caza de dineropara financiar sus descubrimientos, tuvoque reconocer que se movía en arenasmovedizas. Desde luego, no podía daralas al encaprichamiento de la joven,pero tendría que actuar con suma cautelasi no quería desairarla.

Cuando finalizó el concierto, fueronotros quienes reclamaron su atención. Enaquellos días, nunca le faltaba compañíaen las fiestas de postín: los asistentesestaban deseosos de escuchar al genialorador. La clase acomodada no solía sermuy exigente en cuanto a precisiones

científicas; además, Tesla les ayudaba aolvidar la tediosa vida que llevaban. Encambio, él se lo pasaba en grande ydejaba volar la imaginación.

En el transcurso de la velada, seexcusó como pudo y buscó a Marguerite,que siempre le hablaba con franqueza. Abote pronto, tras elogiar lainterpretación musical, le espetó:

—Por curiosidad, dígame, ¿por quéno lleva diamantes o joyas como lasotras señoras?

—En mi caso, no es porque noquiera —repuso la mujer—. Pero,aunque tuviera tanto dinero como paravestirme de pedrería, creo que daría con

el modo de gastarlo más sensatamente.—¿Qué haría usted si le sobrara el

dinero? —le preguntó, interesado.—Aunque no me gusta mucho la idea

de pasarme la vida yendo y viniendo entren, preferiría comprarme una casa enel campo.[109]

Él, que nunca había llevado nisiquiera un alfiler de corbata o unaleontina, esbozó una sonrisa desatisfacción, y se encariñó con aquellamujer encantadora y juiciosa que nomostraba interés alguno por las joyas.

—¡Ah, señorita Merington! Cuandoempiecen a lloverme los millones queme corresponden —replicó—,

resolveremos el problema. Le compraréuna manzana entera, aquí, en NuevaYork y en medio le construiré unamansión rodeada de árboles, de formaque pueda disfrutar de una casa decampo sin necesidad de abandonar laciudad.[110]

Preguntándose si aquello no seríauna proposición, la dama se echó reír.Pero, aparte de como broma galante, noparece probable que se tomase en serioel comentario.

Según una íntima amiga del inventor,Marguerite fue la única mujer que tocó aTesla. Pero no hay constancia de que elsabio intimase con ella ni con ninguna

otra mujer. Esta misma confidente dabapor sentado que Anne Morgan “searrojó” en sus brazos. Pero nodisponemos de prueba alguna quepermita imaginar que fueran algo másque amigos. Con todo, sus vidasdiscurrirían en paralelo. Anne seconvirtió en una mujer enérgica ynotable y, aunque su nombre figuró másde una vez al lado de hombres de talla,lo cierto es que nunca llegó a casarse.

De vez en cuando, para compensarlas atenciones sociales de que eraobjeto, Tesla organizaba refinadosbanquetes en el Waldorf, sólo para elselecto círculo de los cuatrocientos y

unos pocos mortales no tan afortunados.En tales ocasiones, seleccionaba conmimo las invitaciones, elegía losmejores platos y bebidas, supervisaba alos cocineros, estaba pendiente de lassalsas y ponía su mejor empeño en darcon los mejores vinos. Tiraba la casapor la ventana, en una palabra.

Para acabar de encandilar a susinvitados, luego organizaba visitas allaboratorio, invitándolos a asistir a“demostraciones” restringidas. En tonoapocalíptico, los periódicos del díasiguiente no dejaban de hacerse eco dealguna de sus increíbles invenciones. Nohabía mejor modo de mortificar a los

científicos del momento, que bastantetenían con verse excluidos de aquellasveladas.

No obstante, la relativa indiferenciaque mostraba hacia las mujeres seguíaalimentando los cotilleos, incluso anivel internacional. Una noche que, encompañía de un científico francés,estaba sentado en el Café de la Paix deParís, acertó a pasar por allí unacompañía de teatro; entre susintegrantes, la divina Sarah Bernhardt, ala que se le cayó distraídamente unpañuelo. Tesla se echó raudo a sus piesy se lo entregó sin dirigirle siquiera unamirada; consternado, el francés

comprobó que retomaba el hilo de laconversación que mantenían sobre laelectricidad.

Incluso la Electrical Review deLondres (14 de agosto de 1896) lereprochaba en un prolijo comentarioeditorial:

Aunque nos metamos en camisa deonce varas, permítasenos poner enduda la invulnerabilidad de quehace gala el señor Tesla frente alos dardos de Cupido. De sobrasabe de la admiración personal yprofesional que nos merece, y delrespeto con que seguimos sus

trabajos […] Pero también tenemosgran fe en las mujeres; por eso, nosatrevemos a decir que algún día lellegará su hora; alguien apareceráque colme la pasión que pone entodo lo que emprende, alguiencapaz de poner límites a su genioinventivo, cuando trate de explicar,por ejemplo, dónde se encontrabadeterminada noche a las dos de lamadrugada […] Cualquiera que seala causa del anormal estado civildel distinguido científico,esperemos que sea algo pasajero.Estamos convencidos de que laciencia en general, y el señor Tesla

en particular, avanzarán másdeprisa cuando éste contraigamatrimonio.

Como sabemos, el lenguarazplumilla que redactara este comentariono llegó a ver cumplida su profecía.Aunque tampoco le hubiese disgustadoser testigo del futuro que, comocientífico y técnico, aguardaba a Tesla,en un momento en que el inventor estabaa punto de vivir uno de los periodos mássobresalientes de su ya de por síextraordinaria carrera.

El acontecimiento que cambió eldestino de Tesla lo desencadenó otra

conferencia telefónica de GeorgeWestinghouse para darle una noticia tanmaravillosa como increíble. El inventorhizo a toda prisa las maletas y tomó untren con destino a las cataratas delNiágara.

IXHORAS ALTAS, HORAS

BAJAS

Llegó parecer demasiado éxito para tanpoco tiempo. En octubre de 1893, laComisión para las Cataratas delNiágara, haciendo caso omiso de lasagoreras advertencias de Edison y lordKelvin, que tantos reparos habíanformulado acerca de los peligros de lacorriente alterna, anunció, como

Westinghouse había supuesto conantelación, que la suya era la empresaconcesionaria de un contrato parafabricar los dos primeros generadoresde las cataratas del Niágara.

La Guerra de las Corrientes, quedurante tanto tiempo y con tanta inquinahabía dividido a los empresariosestadounidenses, se decantaba hacia elsistema de corriente alterna de Tesla,recompensando de paso la tenacidad deWestinghouse.[111] Se trataba de unadecisión en la que había pesado muchoel irrebatible espectáculo de los avancespresentados durante la ExposiciónUniversal de Chicago.

Con todo, hubo que firmar unarmisticio para poner fin alenfrentamiento: General Electric obtuvoel contrato de las líneas de transmisión ydistribución que habría que tender entrelas cataratas y Buffalo. Ambas empresashabían presentado sendas quitas parainstalar un generador polifásico deTesla. General Electric, que se habíahecho con los derechos para utilizar laspatentes del inventor, había propuesto elmontaje de un sistema trifásico, mientrasWestinghouse se inclinaba por unsistema bifásico.

Al cabo de dos años, Westinghousehabía montado una central con

capacidad para generar quince milcaballos de potencia, un logroexcepcional para la época sin lugar adudas. En 1896, General Electric poníaa punto las líneas de transmisión ydistribución que llevarían la energíaeléctrica allí producida a cuarentakilómetros de distancia, hasta Buffalo,para alumbrar la ciudad y echar a rodarlos tranvías que circulaban por suscalles.

El aprovechamiento de las cataratasdel Niágara discurría según los plazosprevistos. Asombrada, la opiniónpública recibía la obra como una nuevamaravilla del mundo. Westinghouse

puso en funcionamiento sietegeneradores más, hasta alcanzar loscincuenta mil caballos de potencia. Porsu parte, General Electric construyó unasegunda central de corriente alterna einstaló otros once generadores.

Siguió otro hito histórico: uno de losprimeros y más importantes clientes, laPittsburgh Reduction Company, mástarde conocida como la AluminumCompany of America, o Alcoa, por sussiglas, empezó a utilizar la corrientealterna.[112] Los últimos adelantos dela industria metalúrgica estaban a laespera de los altos voltajes que sólo lacorriente alterna podía proporcionar.

Como Tesla había augurado, lafabricación de aluminio fue decisivapara el desarrollo de la industriaaeronáutica.

Uno de los aspectos mássorprendentes de la guerra de lascorrientes es que, a semejanza de lasantiguas guerras de religión, no acabócon el tiempo. Cualquiera que siguierala campaña publicitaria que en EstadosUnidos lanzó General Electric a finalesde la década de 1970 habría llegado a laconclusión, errónea por otra parte, deque ellos solos habían sido capaces deaprovechar las cataratas del Niágara, yque Tesla no había sido sino uno más de

tantos inventores.Más ecuánime, Gardner H. Dales, de

la Niagara Mohawk Power Corporation,apuntaba en un discurso pronunciado el5 de abril de 1956 en el AmericanInstitute of American Engineers(AIEE>):

Si alguna vez hubo un hombregenial a quien se le hayadispensado escaso reconocimiento,ése es Nikola Tesla. Su hallazgo, elsistema polifásico, que la NiagaraFalls Power Company fue laprimera en plasmar en la realidad,sentó los cimientos que sustentan el

sistema eléctrico implantado nosólo en nuestro país sino en elmundo entero…

En aras de la verdad, hay que decirque, en aquel momento, los méritos deTesla fueron más que sobradamentereconocidos. Sólo más adelante losbeneficiarios de sus geniales ideasoptaron por relegarlo al olvido. En ladécada de 1890, los titulares solíanrecoger su nombre y sus logros engrandes caracteres.

Los periódicos y revistasespecializadas de ingeniería se referíana él en términos elogiosos. The New

York Times le reconocía el “innegablemérito” de que, gracias a él, se hubiesellevado a cabo la obra del Niágara,opinión que compartía George Forbes enElectricity (2 de octubre de 1895). Laprensa mundial se hacía eco delacontecimiento. El príncipe deMontenegro le distinguió con la Ordendel Águila. Por su parte, la AIEE leconcedió la codiciada Medalla Elliott-Cresson, por sus investigaciones sobrefenómenos relacionados con altasfrecuencias. Incluso lord Kelvinderrochó elogios al declarar que elinventor “había contribuido más quenadie hasta entonces al desarrollo de la

ciencia de la electricidad”.Pronto se instalaron centrales

generadoras de corriente alterna en laciudad de Nueva York para poner enmovimiento los tranvías que, elevados oa pie de calle, circulaban por la ciudad,así como para electrificar las líneas delos ferrocarriles de vapor, llegandoincluso a las subestaciones de Edison.

Para Tesla y Westinghouse noacabarían, sin embargo, laspreocupaciones y los quebraderos decabeza que les ocasionaban losperdedores resentidos. La empresa hubode plantear cerca de veinte demandasrelativas a patentes de corriente alterna,

entre ellas la antes mencionada ante elTribunal Supremo. Westinghouse lasganó todas. Emprendió acciones legalescontra General Electric y otrasempresas. También las ganó. Pero, tal ycomo hemos apuntado, tanto procesoacabó por confundir a la opinión públicay fue causa de no pocos disgustos.Algunos de los que antes habíanaplaudido a Tesla hacían cuanto estabaen su mano para hundirlo.

Fino observador de la realidadcircundante, B. A. Behrend, que llegaríaa ser vicepresidente de la AIEE,apuntaba: “Los bandazos de opinión sonseñal inequívoca de ignorancia. No deja

de sorprender que quienes en el pasadofueron ciegos admiradores del señorTesla, cantando sus alabanzas hasta unpunto sólo comparable al alborozo conque se festeja a las celebridadespúblicas, pongan ahora tanto ahínco enhacer mofa de él”.

Una situación que le llevaba amelancólicas reflexiones: “Siempre quepienso en Nikola Tesla, me hierve lasangre —continuaba—, y censuro elinjusto e ingrato trato que recibió tantopor parte de la opinión pública como desus compañeros de profesión”.[113]

Con la excusa de que tenía unascuantas líneas de investigación abiertas,

harto de trifulcas y de comentariosdesabridos, el inventor regresó a NuevaYork más decidido que nunca acentrarse en lo único que le importaba.

Trabajando con equipos de altovoltaje, comenzó a ver resultados queabrían infinitas posibilidades. Graciasal proceso de creación de rayosartificiales, esperaba no sólo llegar adominar las condicionesmeteorológicas, sino la transmisión deenergía sin necesidad de cables, lo quele llevó a indagar la posibilidad deponer a punto el primer sistema mundialde radiodifusión.

Llegó a la conclusión de que no iba

desencaminado cuando, gracias a unabobina cónica, consiguió tensiones decasi un millón de voltios, y entonces sele ocurrió que, en vez de construiraparatos cada vez más grandes paraobtener voltajes elevados, podríaalcanzar el mismo resultado si diseñabaun transformador más pequeño ycompacto,[114] una idea que le trajo decabeza durante mucho tiempo. No seríala única. A Tesla le hacía feliz seguiradelante con algún experimentoespectacular que pareciera desafiar lasleyes de la electricidad; esta disposiciónaventurera le llevó muchas veces porcaminos extraños.

Las radios de tubos, en las que laelectricidad pasa a través del vacío son,para entendernos, el instrumentoelectrónico primigenio. Casualmente, suantecesor fue una lámpara de vacíoinventada por Edison en 1883. Aunquesorprendido por lo que llegaría adenominarse efecto Edison, éste no ledio mayor importancia. Otroscientíficos, sin embargo, como sirWilliam Preece, J. A. Fleming, Tesla,Elihu Thomson y J. J. Thomson no lodejaron pasar por alto. Este últimopensaba que aquel fenómeno no era sinola consecuencia de una emisión deelectricidad negativa, o electrones, que

saltaba del elemento incandescente alelectrodo más frío. Perplejo y molestopor no haber dado con una lámpara encondiciones, Edison se limitó a decirque aquel efecto parecía “suscitar laatención de toda una cofradía dehombres de mentes calenturientas,atrasados habitantes de selvastropicales”, y se dedicó a otra cosa.

Con la esperanza de que fueranadecuadas para captar señales de radio,Tesla había comenzado a fabricarlámparas de vacío a comienzos de ladécada de 1890. Años más tarde,contrató a jornada completa a unsoplador de vidrio, y diseñó miles de

versiones que utilizaba tanto en susinvestigaciones radiofónicas como ensus proyectos de alumbrado.

Tras estudiar a fondo los trabajos deEdison y Preece, fue Fleming quienrecurrió al efecto Edison para ladetección de señales de radio,consiguiendo que fueran más sensiblesque los detectores de cristal que seutilizaban entonces. En 1907, Lee DeForest añadió la rejilla o elemento decontrol al diodo de Fleming, y bautizó elconjunto como audión. Así echó a andarla electrónica moderna.

Desde mucho antes, sin embargo,Tesla se refería a las investigaciones

que realizaba con lámparas de vacío ycorrientes de alta frecuencia,compartiendo su entusiasmo y susinterrogantes con el público que acudíaa las conferencias. Hasta que un buendía se le ocurrió introducir un tubo decristal alargado, en el que se habíahecho el vacío parcial, en un tubo máslargo de cobre cerrado por un extremo.Practicó una hendidura en elrevestimiento metálico por la que sepodía observar el cristal que estabaalojado en su interior. Cuando conectóel tubo de cobre a un borne de altafrecuencia, observó que, aunque nadaparecía indicar que pasase corriente a

través del cortocircuito que formaba lacámara, el aire que quedaba en elinterior de la lámpara brillaba conintensidad. Todo apuntaba a que lacorriente eléctrica fluía por induccióncon más facilidad a través de la lámparade cristal y el aire enrarecido que por elcircuito metálico del revestimientoexterior.

De lo que el inventor concluía queun conductor gaseoso era el másadecuado para la transmisión deimpulsos eléctricos de cualquierfrecuencia. “Si dicha frecuencia fuera losuficientemente alta —conjeturaba—,podría pensarse en un insólito sistema

de distribución que no dejaría de serinteresante para las empresas gasistas:cubas de metal repletas de gas, en lasque el metal actuaría como elementoaislante y el gas como conductor, queabastecerían lámparas fosforescentes uotros ingenios aún por inventar”.

Estaba describiendo, en realidad, elantepasado remoto de la guía de ondapara enlaces por microondas.

Siguiendo esta línea deinvestigación, Tesla concibió una de susideas más grandiosas, la “iluminaciónnocturna de la Tierra”, una forma deiluminar el planeta y la atmósfera que loenvuelve gracias a un continuo

resplandor difuso. En teoría, suponía,los gases de las capas más altas de laatmósfera no debían de diferenciarsemucho del aire enrarecido que conteníanlos tubos en los que había llevado acabo el vacío parcial; de ahí deducíaque serían excelentes conductores decorrientes de alta frecuencia. Fue unaidea a la que no dejó de darle vueltasdurante muchos años: la imaginabacomo una forma de conseguir que lasrutas marítimas y los aeropuertos fueranmás seguros de noche, incluso comosolución para iluminar ciudades enterassin necesidad de recurrir al alumbradonocturno. Bastaba con enviar corrientes

de alta frecuencia en cantidad suficientea las capas más altas de la atmósfera, aunos diez mil metros, incluso menos. Ala pregunta de cómo conseguiría que lacorriente eléctrica alcanzase talesniveles, se limitó a decir que era unasunto sencillísimo. Tenía porcostumbre no desvelar sus métodoshasta no haber realizado losexperimentos pertinentes. Finalmente,tuvo que desechar también este proyectopor falta de recursos financieros paraproseguir la investigación.

Los periodistas no dejaban deinterrogarlo y de hacer cábalas. Algunosdejaron entrever que acariciaba la idea

de recurrir a una de sus lámparas debombardeo molecular para enviar a laatmósfera un potente haz de rayosultravioleta, capaz de ionizar las capasmás altas y convertirlas en un magníficoelemento conductor de cualquiercorriente eléctrica de alto voltaje. Así,especulaban, dispondría de capasconductoras a cualquier altura paratransmitir corrientes de altafrecuencia.[115] Más adelante, cuandoconstruyó en Long Island su gran torre(de triste final) para enviar ondas deradio a todo el mundo, la plataformasuperior estaba pensada para acoger unabatería de potentes lámparas

ultravioletas, cuyo cometido jamásdesveló.

En otras ocasiones, se refería a unproyecto en el que la Tierra y las capasmás altas de la atmósfera actuaban deconductores y las capas intermediascomo elementos aislantes, combinaciónque daría lugar a un gigantescocondensador, un medio como otrocualquiera de almacenar y descargarenergía eléctrica. Si el planeta secargaba de electricidad, las capas másaltas de la atmósfera se cargarían a suvez, por inducción, y la Tierra seconvertiría en una botella de Leyden,que se cargaría y descargaría a voluntad.

La corriente que se generase entre lasuperficie del globo terráqueo y lascapas más altas de la atmósferaproduciría en lo alto una franja luminosacapaz de iluminar el mundo. Enrealidad, no sabemos si era eso lo queTesla iba buscando con su idea deenviar corrientes de alta frecuencia a lascapas altas de la atmósfera.

Durante las conferencias quepronunció en Londres en 1892, habíadescrito con amoroso detalle unalámpara de vacío muy original ysensible que había inventado. Al recibiruna corriente de alta frecuencia, dichalámpara emitía un rayo que se

comportaba de un modo muy especial enpresencia de campos electrostáticos omagnéticos. Gracias a ella, llevó a caboexperimentos sorprendentes.

Si se acercaba a la bombilla cuandoésta pendía de un cable rodeada deobjetos distantes, emitía un rayo de luzque se dirigía al lado opuesto; si dabavueltas a su alrededor, el rayo siemprese desplazaba hacia el lado contrario.En ocasiones, el resplandor que emitíagiraba alocadamente en su interior. Conayuda de un pequeño imán permanente, ysegún la posición en que lo colocase,conseguía aumentar o aminorar lavelocidad de giro. Cuanto mayor era el

efecto producido por el imán, menor lareceptividad a la carga electrostática.Tesla no podía hacer ni el más levemovimiento, como tensar los músculosde la mano, sin que la luz lo reflejase.

Atribuyó el fenómeno a algunaanomalía del cristal, que impedía que laluz se difundiese de modo uniforme.Entusiasmado, pensaba que el aparatosería de gran ayuda a la hora de ahondaren la composición de los campos defuerza:

Si en el espacio se producecualquier variación mensurable,este filamento la detectará. Es, por

decirlo de algún modo, un rayo deluz carente de fricción y de inercia.

En mi opinión, podría tenerconsecuencias prácticas en elcampo de la telegrafía. Gracias aun filamento como éste, seríaposible enviar mensajes de un ladoa otro del Atlántico, con tantarapidez como quisiéramos, pues estan sensible que registraría loscambios más nimios. Sipudiéramos incrementar laintensidad del haz y comprimirlo,sería posible incluso fotografiarhasta la deflexión que experimenta.

Y concluyó la conferencia diciendo:“Lo increíble es que, dado lo que ahorasabemos y los experimentos que hemosrealizado, no se haya intentado alterar elcampo magnético o electrostático denuestro planeta para transmitir, por lomenos, señales de vidainteligente…”.[116]

Más allá de como mera curiosidad,este minúsculo tubo de vacío nofiguraría en sus proyectos ni comodetector de perturbaciones eléctricas nide lejanas señales de radio. CuandoTesla pretendió utilizarlo con estepropósito, fue tan difícil de calibrar quesólo resultaba útil para el trabajo de

laboratorio.En nuestros días, por el contrario,

cuando la ciencia ha comenzado ainvestigar fenómenos biológicos hastaahora mal conocidos, el pintoresco tubode vacío de Tesla ha suscitado unrenovado interés. Mediante técnicas deretroalimentación, bien podría utilizarsepara comprender mejor las funcionessimpáticas de nuestro organismo. Hastapodría ser de ayuda para entender elmisterioso efecto Kirlian,permitiéndonos captar con normalidadlo que siempre han debido de percibiralgunos individuos con capacidadesparanormales; la utilización conjunta de

la fotografía Kirlian y los voltajes dealta frecuencia de la bobina de Teslahan despertado el interés de la cienciaen lo que se refiere al aura que rodea alser humano. Por las averiguaciones queTesla llevó a cabo en la década de1890, sabemos que, como en el caso delos superconductores, las corrientes dealta frecuencia circulan por lasuperficie, o muy cerca, de losmateriales conductores. Se haespeculado incluso sobre si el efectocorona que se aprecia en las fotografíasde Kirlian no será debido a lamodulación de alguno de los “camposportadores” que genera todo ser vivo

(los puntos que se utilizan en lastécnicas de acupuntura pueden tener algoque ver también con estos campos defuerza). De ahí que no haya que echar ensaco roto la opinión de un ingenieroeléctrico contemporáneo nuestro: que elhipersensible tubo de vacío de Teslapodría utilizarse no sólo como unexcelente detector de las aurasfotografiadas por Kirlian, sino de otrosfenómenos paranormales, incluidas esascriaturas que hemos dado en llamarespíritus.

Desde su regreso a Nueva York, Tesla

había llevado una vida casi de ermitaño.Sólo en ocasiones muy señaladas, susamigos conseguían que se olvidase dellaboratorio; las diversiones y visitashasta altas horas de la noche parecíanhaber tocado a su fin. Preocupados,Robert y Katharine Johnson le insistíanen que tanto trabajo, sin esparcimientoalguno, lo sumiría en otra crisisnerviosa.

Sin la presencia de su acompañantepredilecto, a Katharine aquel inviernode 1893 se le antojó más largo de lonormal. Como agradecimiento por algúndetalle, en el gélido mes de enero leenvió unas flores. A Tesla le faltó

tiempo para corresponderle con unartículo del profesor Crookes,acompañado de un medidor deradiaciones salido de las manos delcientífico: un pequeño molinete movidopor calor que giraba en el interior deuna lámpara que, según él, era “elinvento más precioso del que tenganoticia”. En los escaparates de lastiendas de baratijas aún es posibleencontrar esos molinetes, cuyas aspasgiran “movidas” por la luz del sol, y quepara Tesla, en su simplicidad,encarnaban el ideal de cualquiersolución elegante.

Aunque la ciencia no era su fuerte,

Katharine se sintió halagada ycomplacida. Una tarde de febrero en quehacía malo, Robert y ella estabansentados junto a la chimenea; la damaparecía inquieta y aburrida. De pronto,se le ocurrió algo, escribió una nota y sela hizo llegar a Tesla por un recadero:

¿A qué se dedica con este tiempode perros? Nos […] preguntábamossi, para levantarnos el ánimo,alguien se dejaría caer por aquíesta noche, digamos que a lasnueve, o a eso de las siete, si leapetece quedarse a cenar. Al ladode la chimenea, estamos muy, pero

que muy a gustito, y muy aburridostambién. Dos somos muy pocos.Deberíamos ser tres para pasarlobien, sobre todo si está nevando‘en mi país’. ¿Ha recompuesto esamaravillosa máquina y está encondiciones de soportar mañana afotógrafos, rayos y truenos, a Juno ydemás dioses menores? Pásese poraquí y pónganos al día. Leesperamos a las siete, o a lasnueve, a su elección.[117]

Pero la máquina en cuestión noestaba en condiciones, y las esperanzasde los Johnson se vieron decepcionadas.

Sin embargo, en la primavera de 1894,Tesla había avanzado lo bastante en susexperimentos como para invitar allaboratorio a los Johnson, a JosephJefferson, a Marión Crawford y a Twainpara que “circulasen por sus cuerposchispas de alto voltaje” y posasen paralas primeras fotografías que se tomasenmediante lámparas llenas de gas.

A pesar de su exhaustiva dedicaciónal mundo de la ciencia, algo tambiénmuy propio de Tesla era que, en mayo,por ejemplo, encontró hueco paraescribir un artículo sobre ZmajJovanovich, el sutil poeta serbio, yenviarlo a Century, la revista de

Johnson. Al año siguiente, por esasmismas fechas, sacaría tiempo paraescribir, en la misma revista, un artículosobre su venerado héroe Luka Filipov.

Avanzado el año, le propuso a JohnFoord, de The New York Times, unartículo de fondo (30 de septiembre de1894) en el que expondría sus teoríasacerca de la luz, la materia, el éter y eluniverso; al hilo de estas explicaciones,reconocía que derrochábamos el noventapor ciento de la energía eléctrica queutilizábamos, y que, en el futuro, nohabría necesidad de transportarla, concables o sin ellos: “Confío en vivir lobastante para ver una máquina en mitad

de esta nave —afirmaba— capaz deponerse en funcionamiento gracias tansólo a la energía que genera la agitacióndel universo que nos rodea”.

Es probable que aquella etapa tanfecunda fuera la mejor de su vida. Nadaen el horizonte permitía prever eldesastre que se acercaba. Siempreatareado, seguía viviendo en elrespetable hotel Gerlach. Con elmembrete de ese establecimiento, entono galante, escribió a Katharine,aceptando una invitación para ir a cenarcon los Johnson.

Incluso una cena en Delmonico's se

me antoja un lujo lejos de mialcance, y mucho me temo que, sidejo de lado mis frugalescostumbres, de un modo u otrohabré de lamentarlo. Había tomadola invariable resolución de noaceptar invitación alguna, portentadora que fuese; pero, en estemomento, acabo de acordarme deque no queda mucho para que dejede disfrutar de su compañía (puestoque no estoy en condiciones dedesplazarme a East Hampton,donde pretenden asentar sus realeseste verano) y, por más que hayatratado de atender a razones y

tomar conciencia de los peligrosque de tal situación puedanderivarse, no he podido resistirmeal deseo de acudir a esa cena.Disfrutando de antemano de sucompañía y también lamentando susconsecuencias, quedo…[118]

En junio de 1894, recibió un sucintoreproche de Katharine, desde EastHampton, por “enviar tan fríos ydesabridos telegramas a amigos tanfieles y leales como nosotros”, al tiempoque añadía: “En mi país, cuando unorecibe tan altas distinciones, la gente nosuele mostrarse distante con amigos que

sólo quieren darle la enhorabuena. Entales ocasiones, los agraciados sesienten tan contentos y felices que nopueden decir que no a un amigo, sinosólo desearle que llegue a ser tan felizcomo ellos. Así se comporta unverdadero amigo en mi país”.[119] Lasdistinciones a las que se referíaKatharine eran un doctorado honoríficoque le había concedido el ColumbiaCollege, y la Orden de San Sava,otorgada por el rey de Serbia.

Poco después, la señora Johnson sesaltaba sus propias normas invitando acenar a Tesla y a otro caballero amigosuyo. Pero él se mantuvo en sus trece

(por cautela, quizá), y respondió queiría, siempre que en la cena hubieratantas mujeres como hombres, y que leencantaría que, entre los comensales,estuviese la señorita Merington.

Pasó el verano y parte del inviernosin que apenas se dejase ver por susamigos. Trabajaba a destajo y parecíacontento aunque, en ese momento,cuando tocaba tantos palos a la vez,quizá más de una vez recordase con unasonrisa en los labios el sabio consejo delord Rayleigh de que se centrara en unsolo campo.

Y entonces sobrevino el desastre: alas dos y media de la madrugada del 13

de marzo de 1895, se produjo unincendio en el laboratorio. El fuegodestruyó por completo el edificio deseis pisos que ocupaba los números 33-35 de la Quinta Avenida Sur,provocando pérdidas incalculables. Loscaros aparatos de investigación, que contanto esfuerzo Kolman Czito y el propioTesla habían fabricado, cayeron desdela cuarta planta hasta la segunda,convertidos en una masa informe yhumeante de hierros retorcidos.[120]

Ni el edificio ni las máquinasestaban asegurados y, aunque lohubiesen estado, la póliza no habríabastado para cubrir las pérdidas. Ni

siquiera un millón de dólares, comocomentaría después, hubierancompensado el mazazo que el incendiosuponía para sus investigaciones. Aquelfrío amanecer, aturdido y cabizbajo,Tesla se alejó de lo que quedaba en piedel laboratorio y, anonadado, echó aandar por las calles, sin fijarse pordónde iba ni en el paso del tiempo.Como locos, los Johnson lo buscaron enlos sitios que solía frecuentar.

Los periódicos del mundo entero sehicieron eco de la tragedia: “Perdido eltrabajo de media vida”. “Desaparece laobra de un genio”. En Londres, larevista Electric World informaba de que

el desastre mayor era que, físicamente,el inventor se había venido abajo.[121]Charles A. Dana, en las páginas del Sunde Nueva York, le rendía un sentidohomenaje: “La desaparición dellaboratorio de Nikola Tesla y lasmaravillas que atesoraba supone algomás que una calamidad para supropietario. Es una desgracia para elmundo entero. No exageramos al afirmarque, en los tiempos que corren, puedencontarse con los dedos de la mano, yquizá nos baste con el pulgar, loshombres comparables a este jovencaballero”.[122]

Sólo sus colaboradores más

estrechos estaban al tanto de losincreíbles resultados que habíaalcanzado en sus investigaciones sobrela radiodifusión, el transporte de energíasin cables y los vehículos teledirigidos,o que había realizado avancessorprendentes en un campo que notardaría en conocerse en todo el mundocomo rayos X y estaba a punto derealizar un descubrimiento que llegaría aser muy lucrativo para el sectorindustrial: la producción de oxígenolíquido. Es posible que fuera esteelemento tan volátil el causante delincendio que, al parecer, se inició porun escape de gas en la primera planta,

junto a unos trapos empapados de aceite,de forma que el fuego se extendió a todavelocidad por el edificio.

Al cabo, recibió una emotiva cartaque Katharine le había enviado al díasiguiente del desastre, en la que lerelataba que lo habían buscado portodas partes y trataba de consolarlo por“tan irreparable pérdida”.

Por un momento temimos quetambién usted se hubieravolatilizado […] Tenga a biendarse una vuelta por aquí paradesterrar por completo tan horriblesuposición —le imploraba—. Hoy,

al darnos cuenta de la inmensidadde la tragedia y muy preocupadospor cómo se encuentre usted, salvode lágrimas, que no es posibleenviar por carta, me sientodespojada de todo, querido amigo.¿Por qué no viene a vernos?Estamos tan apenados que quizápodamos ayudarle de algúnmodo…[123]

En aquellos momentos, Katharine yano se preocupaba del grado hasta el queaquel hombre insensible y extraño sehabía colado en su vida, en su felicidad.

XUN ERROR DE CÁLCULO

A pesar de la fama mundial de quegozaba, en aquel momento crucial de suvida Tesla se vio al borde de la ruina.A. K. Brown y otro socio eran tambiénpropietarios del laboratorio reducido acenizas de la Tesla Electric Company.No percibía nada en concepto dederechos por las patentesestadounidenses de corriente alterna, ni

compensación económica alguna porparte de Westinghouse. Todo lo quetenía lo había invertido en equipos deinvestigación. Sus únicos ingresosprovenían de las patentes alemanas desus motores y dinamos polifásicos:calderilla en relación con lo que hubieranecesitado para reconstruir y dotar ellaboratorio de los medios requeridos.

No le duró mucho el abatimiento, sinembargo. Se consolaba pensando quetenía claro cómo proseguir susinvestigaciones, que aquel desastre norepresentaba sino un simplecontratiempo.

Acudió en su ayuda Edward Dean

Adams, el mismo que había financiadola Comisión Internacional sobre lascataratas del Niágara, encargada deanalizar las diferentes propuestastecnológicas que competían por hacersecon el aprovechamiento de su energíahidráulica. Con el respaldo de Morgan,era también presidente de la CataractConstruction Company que, tras haberresultado elegida para la explotación delas cataratas, había optado por elsistema polifásico de Tesla. En otraspalabras: estaba al tanto de las proezasdel inventor y favorablementeimpresionado con sus geniales ideas.

Adams no sólo le ofreció medio

millón de dólares y le propuso laconstitución de una nueva sociedad paraque siguiera adelante con susinvestigaciones, sino que se mostródispuesto a adquirir acciones por valorde cien mil dólares de su propiobolsillo. Como muestra de buenavoluntad, puso cuarenta mil dólares enmanos del inventor.

Tesla comenzó de inmediato a patearla ciudad de Nueva York en busca de unemplazamiento adecuado para el nuevolaboratorio. Lo encontró en el número46 de East Houston Street. Contrató unalínea de teléfono (Spring 299) y, enpersona y por escrito, comenzó a

bombardear a la Westinghouse conpeticiones de ayuda para que lerepusiera los aparatos desaparecidos enel incendio.

Así, envió una carta a AlbertSchmid, interventor general de la sedecentral de Pittsburgh, en los siguientestérminos: “Le quedaría muy agradecidosi hiciera cuanto estuviera en su mano yme enviase cuanto antes lo que le hesolicitado”, al tiempo que le apremiaba:“Indíqueme lo antes posible […] lasdimensiones del más pequeño de sustrasformadores bifásicos dealternancia…”.[124]

A los pocos días, le escribía de

nuevo para exigirle que le enviase losaparatos encargados, no como fletenormal sino como entrega urgente,puerta a puerta. Estaba ansioso porcontinuar las investigaciones allí dondelas había dejado, especialmente en lorelativo a la transmisión sin cables, oradiodifusión, campo en el que ya sehabía iniciado la pugna a nivelinternacional.

Mediante técnicas de inducción,tanto Edison como William H. Preece,máximo responsable del British PostalTelegraph System, habían hecho suspinitos y llevado a cabo rudimentarias“transmisiones sin cables”. Por ejemplo,

Edison había enviado un mensaje desdeun tren en marcha por los cables deltelégrafo tendidos entre los postes quediscurrían junto a la vía, recurriendo ala inducción para salvar la cortadistancia que los separaba. Pero estossistemas sólo cubrían distancias escasasy Edison, como era característico de él,pronto se desinteresó del asunto.

Un año antes, mediante lacolocación de unos bornes de Hertz enel interior de un cilindro de cobreabierto en uno de los extremos, capazpor tanto de emitir un haz oscilante deondas ultracortas, sir Oliver Lodgehabía conseguido atinadamente fabricar

un transmisor y un receptor,transmitiendo señales en lenguaje Morseentre dos edificios de Oxford a unoscuantos metros de distancia.

En sus misivas, Tesla le explicaba alinterventor general de Westinghouse quepensaba utilizar los aparatos que lehabía pedido para fabricar osciladoresde alta precisión. “Le ruego —lesuplicaba— que no repare en gastos. Encuanto al precio, me fío del buen criteriode la compañía Westinghouse. Creo quetodavía hay personas en esa empresaque tienen fe en el porvenir”.[125]

Tanto el vicepresidente como eldirector general de la sociedad le

aseguraron que le enviarían el materialal precio más ajustado posible. A fin decuentas, tenían que reconocer, comoTesla se había encargado derecordarles, que la utilización en susdemostraciones de los equipos quefabricaban redundaba en beneficio de lacompañía.

Luego, Tesla volvió a escribirle aSchmid para reiterarle su petición deque le enviase el mejor de lostransformadores rotativos que pudieranfabricar. En este sentido, apremiabatambién a C. F. Scott, responsable deldepartamento de electricidad dePittsburgh, para que le hiciese llegar

cuanto antes los planos deltransformador proyectado. “Mi trabajose vio bruscamente interrumpido en lafase más interesante para el desarrollode algunas ideas; de ahí que necesite eseaparato para reanudar mi tarea cuantoantes”.

Pocas semanas después, Scottrecibió otra carta en términos no menosperentorios: “Me atrevería a decir queesta actividad es consustancial inclusocon mi estado de salud. Estaré muchomejor, sin duda, cuando me ponga denuevo manos a la obra”.

Aun ocupado en estas gestiones,Tesla no dejaba de reflexionar acerca de

la tentadora oferta que le había hechoEdward Dean Adams de asociarse conél y fundar una nueva empresa, quecontaría con el importante respaldofinanciero de la casa de Morgan. Pero, ala vista de cómo Morgan se había hechocon la Thomson-Houston Company y laEdison Electric Company para constituirGeneral Electric, no acaban de fiarsedel todo. Tampoco se le iba de lacabeza la taimada desaprensión con quehabían puesto en peligro la autonomía deWestinghouse. Aceptó, pues, loscuarenta mil dólares que le ofrecíaAdams, pero rechazó la idea deasociarse con él, cometiendo así uno de

sus múltiples patinazos en el terreno delas finanzas.

Su buen amigo Johnson se contabaentre los que pensaban que habíacometido un error al dar la espalda a latranquilidad que suponía el aval de lacasa de Morgan. Tesla respiró hondo;con gesto expresivo, extendió las manos,y farfulló algo sobre que aspiraba apreservar su preciada libertad.Claramente creía que, gracias a aquelloscuarenta mil dólares, estaría encondiciones de explotar comercialmentealgunos de los inventos que, en suopinión, no tardaría en culminar conéxito. Hay que decir que, como siempre,

se quedó corto sus cálculos de plazos ycostes.

“A lo largo de mi vida, ningúnexperimento tuvo tanta repercusión entodo el mundo como el descubrimientode los rayos X —escribiría MichaelPupin—. No hubo físico que no dejase amedias las investigaciones que estuvierarealizando para lanzarse de lleno a esenuevo campo…”.[126]

Roentgen anunció su descubrimientoen diciembre de 1895. Por entonces,Edison, enfangado en su perenne y, a lapostre, desastroso esfuerzo por

encontrar menas de mineral por mediodel magnetismo, envió con urgencia untelegrama a un antiguo socio, instándolea dejar lo que tuviera entre manos paraunirse a un grupo que se disponía atrabajar en los nuevos rayos de“Rotgens” (sic). “Se nos brinda laposibilidad de hacer muchas cosas antesde que nadie dé un paso adelante”, leaseguraba.

La perspectiva de observar laestructura interna del cuerpo humano nodejaba indiferente a nadie. Tantocientíficos como ingenieros pensabanque haría falta una pantallafluoroscópica para fijar la imagen

proyectada por los rayos tras haberatravesado el cuerpo humano.

La forma en que Edison, Pupin yTesla encararon sus respectivasinvestigaciones en torno a los rayos X esun claro ejemplo de la personalidad decada cual.[127] Ansioso por encontrarla faceta más rentable del asunto, Edisoncomenzó a hacer experimentos condiversos productos químicos, y le faltótiempo para informar de que loscristales de tungstato cálcicoproporcionaban la fluorescencia másadecuada para cualquier pantalla, antesde echar a correr hacia el Registro dePatentes.

En su diario, Pupin dejó anotado quelos físicos estadounidenses no habíanprestado la atención debida a lasdescargas producidas en tubos de vacíoy que, hasta donde se le alcanzaba, élera el único profesional del ramo conexperiencia en ese terreno. De ahí que,añadía, cuando salió a la luz el hallazgode Roentgen, “al parecer, estaba máspreparado que el resto de mis colegaspara repetir sus experimentos; así lohice, y con éxito, por delante decualquiera a este lado delAtlántico”.[128] A las dos semanas deque Roentgen anunciase sudescubrimiento en Alemania, el 2 de

enero de 1896, Pupin aseguraba que élhabía sido el primero en producir rayosX en Estados Unidos.

Esto resulta cuando menossorprendente, si tenemos en cuenta laactitud pionera de Tesla en su pasiónpor los tubos de vacío, pasión que habíademostrado más que sobradamente ensus conferencias de los años 1891, 1892y 1893. Aunque siempre dejó clara laautoría de Roentgen, es evidente que,cuando explicaba el funcionamiento desu lámpara de bombardeo molecular yde otras lámparas de gas, había habladode rayos “visibles e invisibles”,relatando que había recurrido a cristal

de uranio y a diversas sustanciasfluorescentes y fosforescentes paradetectar la presencia de radiaciones.Durante sus experimentos sobre lasradiaciones emitidas por cuerposfosforescentes con ayuda de Tonnelé &Company, fotógrafos de Manhattan, en elotoño de 1894, “no eran pocas lasplacas en las que se observaban marcase imperfecciones anómalas”. Elincendio del laboratorio se produjo enel momento en que había comenzado susindagaciones acerca de la naturaleza detales fenómenos.[129]

Cuando el profesor Roentgen hizopúblico el descubrimiento de los rayos

X en diciembre de aquel mismo año,Tesla le envió de inmediato aquellasborrosas imágenes. El alemán contestó:“Sus fotografías son realmenteinteresantes. Quizá no le importeaclararme cómo las obtuvo”.

Aun en el caso de que Tesla no se lehubiese adelantado, la pretensión dePupin de haber sido el primero queexperimentó con descargas eléctricas entubos de vacío en Estados Unidosparece cuando menos improbable, dadoque era un asunto sobre el que seinvestigaba en muchos laboratorios deuno y otro lado del Atlántico, y que, trasel anuncio de Roentgen, no faltaron

quienes aseguraban haber sido losprimeros en producir rayos X. Hayquien sostiene que la primeraradiografía que se hizo en EstadosUnidos fue obra de un ayudante delaboratorio, que la obtuvo en el sótanode Reid Hall, Dartmouth College, el 4de febrero de 1896.[130]

Siempre y cuando no olvidemos,claro está, la intrigante anécdotaprotagonizada por Edward R. Hewitt, uninventor que por entonces se dedicaba ainvestigar en el campo de la fotografía.Sus indagaciones “comenzaron la mismamañana en que Nikola Tesla tomó unafotografía de Mark Twain bajo un tubo

de Geissler, que resultó no ser unafotografía de Twain sino una espléndidatoma del dispositivo para ajustar la lentede la cámara”.

“Ni Tesla ni Hewitt —referiría NoelF. Busch en la revista Life (15 de juliode 1946)— cayeron en la cuenta delasunto hasta unas semanas más tarde,cuando Roentgen anunció eldescubrimiento de los rayos X: la fotode Twain era una muestra de fotografíaobtenida mediante rayos X, la primeraque se hizo en Estados Unidos”. Se tratade un hecho poco concluyente paraadmitir la precedencia de un invento,asunto mucho más peliagudo que la

consecución de resultados accidentales,pero nos permite hacernos una idea delo avanzadas que estaban lasinvestigaciones de Tesla en aquelmomento.

Mientras Edison trataba de sacar elmáximo provecho del hallazgo deRoentgen, y Pupin no daba puntada sinhilo para compartir toda la gloria con elalemán, la respuesta de Tesla, menoscegado por el amor propio, consistió eniniciar una serie exhaustiva deexperimentos sobre el fenómeno y latécnica de los rayos X, cuyasconclusiones comenzó a publicar enmarzo de 1896 con una serie de

artículos en la Electrical Review.[131]Mientras sus competidores recurrían

a los tubos de Roentgen para conseguirsombras difusas de las manos y los pies,Tesla aseguraba que era capaz de hacerfotografías del cráneo humano, con unaexposición de cuarenta minutos, a unadistancia de doce metros. De ser estocierto, habría que suponer que utilizabaun equipo mucho más avanzado queninguno de los que tengamos noticia enaquella época.

El 6 de abril de 1896, el profesorPupin presentaba un informe a laAcademia de Ciencias de Nueva Yorken el que, entre otras cosas, afirmaba:

“Toda sustancia sometida a la acción delos rayos X se convierte en emisora deesa misma clase de radiación”,aseveración con la que se proclamabade paso descubridor de la radiaciónsecundaria. Pero Tesla ya habíapublicado en la Electrical Review (18de marzo de 1896) que “mediante rayosreflejados tan sólo, había conseguidoimágenes borrosas”, relatando cómohabía evitado la exposición directa paraconseguir dicho efecto. Tras realizar unaserie de pruebas con diferentes metales,había llegado a la conclusión de que losmás electropositivos eran los“reflectores” adecuados para los rayos

Roentgen.Para entonces, ya eran muchos los

competidores en liza, entre ellos algunosinventores de prestigio, como A. E.Kennelly y Edwin J. Houston, quehabían logrado producir rayos Xmediante el recurso a una sencillabobina de Tesla. Edison, siemprepráctico, dejándose llevar por elentusiasmo del público, construyó unaserie de fluoroscopios en forma de cajacon unos orificios para mirar y lospresentó en la Exposición Eléctrica de1896, celebrada en el Grand CentralPalace de Nueva York. Fue la primeraocasión en que los estadounidenses

tuvieron la oportunidad de atisbar lasombra de su propio esqueleto; a pesarde las largas colas, el público sepeleaba por encontrar sitio. Algunos noocultaban su desilusión porque nohabían podido ver su cerebro enfuncionamiento. Un jugadorempedernido le envió una carta a Edisonrogándole que le proporcionase unaparato de rayos X para jugar al faraóncontra la banca.[132]

Los más mojigatos expresaban supreocupación ante el peligro de queempresarios sin escrúpulos fabricasengafas de rayos X, que permitieran quelos mirones pudieran desnudarlos

cuando paseaban por la Quinta Avenidacon sus mejores galas. En la década de1940, en pequeñas localidadesestadounidenses, y como reclamocomercial, algunas zapateríasaseguraban disponer de aparatos derayos X para los pies.

Siguiendo una teoría que propugnabala utilización de estos rayos para curarla ceguera, tampoco faltaron médicosque recomendasen este “tratamiento” ennumerosas ocasiones. Ahora sabemosque producen el efecto contrario: losrayos X producen “destellos” quedistorsionan la visión y una exposicióncontinuada puede incluso ocasionar

cataratas. Tesla se limitó a señalar quenada indicaba que dicho tratamientofuera eficaz, y desaconsejaba recurrir aesas crueles fabulaciones. Edisontambién se lamentó de estacircunstancia, aunque, como se apunta enuna reciente biografía, “mostró interéspor el asunto y, junto a otros científicosy médicos, realizó diversaspruebas”.[133] Las investigaciones deTesla, sólidas y bien documentadas, lellevaron a la convicción de que losrayos X estaban compuestos departículas discretas, suposiciónincorrecta como se demostraría mástarde. Pero, en aquella época, tal

parecía el destino de muchas de lasteorías de primera hora. El doctorLauriston S. Taylor, asesor en física dela radiología y presidente del NCPR,afirmó años después: “Con todo, surazonamiento era correcto, lo que lehonra”.

Casi al mismo tiempo, en Inglaterra,en la Universidad de Cambridge, elfísico Joseph J. Thomson puso a puntoun tubo de vacío dotado de dos placascargadas y una pantalla fluorescente.Observó en la pantalla unos puntosdebidos a la radiación producida por elflujo de la corriente eléctrica. Si loscampos magnético y eléctrico eran

capaces de desviarlo, supuso, dichosrayos estarían compuestos de iones.Dado que la relación entre la carga detales partículas y su masa era siempre lamisma, aventuró la hipótesis de quehabía descubierto un “nuevo estado dela materia”, común a todos loselementos químicos. Años más tarde (en1897), se reconoció a Thomson eldescubrimiento del electrón, minúsculapartícula elemental, portadora de carganegativa y componente fundamental de laestructura atómica.

En 1900, Max Planck formuló la leyque seguía la radiaciónelectromagnética: la teoría cuántica.

Cinco años después, Einstein propuso suteoría especial de la relatividad, segúnla cual toda radiación, si bien consistíaen paquetes cuánticos de diferentescantidades de energía, se desplazaba ala velocidad de la luz. Sus ecuacionesfundamentales daban razón delintercambio de energía que se producíacuando interactuaban la radiación y lamateria.

Este nuevo campo de la físicaculminó en la identificación de lasdiversas clases de radiaciónelectromagnética y sus características.En el límite inferior del espectro, lasondas de radio, situadas en la frecuencia

más baja, se contaban por millares. Amedida que dicha frecuencia iba enaumento, aparecían las microondas, lasradiaciones infrarrojas, la luz visible, laradiación ultravioleta, los rayos X y losrayos gamma, estos últimos de muy cortalongitud de onda.

Tesla y otros pioneros en laexperimentación con rayos Xcaminaban, pues, por terreno movedizo.Nadie ponía en duda la utilidad de laradiación para la detección de objetosextraños en el interior del organismo ode fracturas óseas, pero las aplicacionesmédicas y las consecuencias de laexposición a dichos rayos estaban

sometidas a los vaivenes del siempreproblemático procedimiento de acierto yerror.

“A pesar de algunos accidentesdesgraciados, registrados durante losprimeros veinticinco años de vida de losrayos X —señala el doctor Taylor—,fueron muy pocas las personas que sevieron afectadas por una exposiciónexcesiva y, desde luego, ni mucho menostodas las exploradas por estemedio”.[134]

Entusiasmado con tan novedosacomo misteriosa fuerza, Tesla fue de losque, en un primer momento, se negaron aadmitir que entrañase peligro alguno.

Convencido de que había dado con unanueva forma de “estimular” su cerebro,no dudó en exponer su propia cabeza alas radiaciones en numerosas ocasiones.

“Con una exposición de entre veintey cuarenta minutos, no es difícil obtenerun contorno del cráneo —escribía—. Enuna ocasión, bastó una exposición decuarenta minutos para percibir no sóloese contorno, sino también el de lacavidad ocular […], la mandíbulainferior y la articulación temporal, lacolumna vertebral y su entronque en lacavidad craneal, el tejido conjuntivo yhasta el cuero cabelludo”.[135]

Anotó, asimismo, algunos efectos

sorprendentes, como “la incitación alsueño y la percepción de que el tiempopasa muy deprisa. Se puede hablar de unalivio generalizado, igual que de ciertasensación de calor en la parte alta de lacabeza. Por otra parte, uno de misayudantes confirmó mi impresión sobrela tendencia al sopor y el rápidodiscurrir del tiempo”.

A la vista de tales efectos, se sintiómás inclinado que nunca a creer que losrayos X no eran sino haces reales quetraspasaban el cráneo. Fue el primero,por tanto, en hablar de las posiblesaplicaciones de los rayos X en el campode la medicina como hipotética vía de

“introducción de productos químicos ennuestro organismo”.[136]

Desde la perspectiva actual, noresulta fácil calcular el grado deexposición al que se sometió. En lo queal cerebro se refiere, ni siquiera hoyestamos seguros de cuál sea su nivel detolerancia física a campos de radiofrecuencia de alta energía.

Por su parte, Edison se dañó la vistapor exponerse a los rayos X, y uno desus ayudantes contrajo un cáncer de pielprogresivo del que moriría años mástarde. Tesla describió minuciosamentelos efectos de los rayos en sus ojos,cuerpo, manos y cerebro, diferenciando

entre quemaduras superficiales y lo queél denominaba efectos internos. En laprimavera de 1897, sin que sepamos elmotivo, cayó enfermo durante variassemanas. Según él, en ocasiones, elequipo con el que trabajaba leobsequiaba con inesperadas y dolorosasdescargas en los ojos. Las manos lastenía expuestas casi de continuo.

En los casos más graves —escribió—, la piel se enrojece en demasía,incluso hay zonas donde se vuelvecasi negra, con aparición deampollas de muy mal aspecto que,cuando revientan, dejan la piel en

carne viva […] Todo esto vieneacompañado, como es natural, deuna sensación de quemazón,escozor y otros síntomas. Tuve ladesgracia de presenciar cómo unestimado y magnífico ayudantesufría la única lesión abdominal deeste tipo que observé, el únicoaccidente que, aparte de mí mismo,sufriera otra persona durante losexperimentos que llevé a cabo en ellaboratorio.[137]

El accidente tuvo lugar tras unaexposición de cinco minutos a pocoscentímetros de una lámpara que

soportaba una alta carga. Aparte de lasheridas superficiales reseñadas, Teslacomprobó que la radiación producía unasensación de calor profundo en elinterior del organismo, lo que le llevó aseguir explorando sus posibilidadesterapéuticas.

Ahora sabemos que los rayos Xpueden ser “fuertes” o “débiles”, siendoestos últimos, de mayor longitud de onday menor energía, más penetrantes que losfuertes. Con todo, en comparación con laluz ultravioleta o los rayos de la luzvisible, se trata de radiaciones de altaenergía.

Gracias a sus investigaciones, Tesla

llegó rápidamente a la conclusión de quehabía que adoptar medidas de seguridad.El 6 de abril de 1897 pronunció unaconferencia en la Academia de Cienciasde Nueva York. Expuso entonces elmodo de fabricar y manejar conseguridad un equipo de rayos X, altiempo que daba cuenta de sus peligros.Tras probar con diversos materialesmetálicos, las protecciones de plomo seimpusieron con rapidez.

Así las cosas, hizo su entrada en escenaun personaje que adquiriría granimportancia en la vida del inventor.

Mientras preparaba la conferencia quehabía de pronunciar en la Academia deCiencias, Tesla conoció a un nuevo yeficaz ayudante, George Scherff, queestaba a cargo del proyector dediapositivas y de los tubos catódicos.

Tras iniciar su andadura comosecretario particular, Scherff seconvertiría en asesor jurídico yfinanciero, bibliotecario, director de laoficina, accionista, hombre de confianza,amigo y, si venían mal dadas, en unrecurso casi siempre fiable a la hora detapar pequeños agujeros. Fue unempleado fiel durante muchos años, ycon el tiempo llegaría a ser el más

indispensable y leal de suscolaboradores.

Scherff nunca se quejó de las muchashoras que trabajaba, de la escasaremuneración que percibía ni de losocasionales despistes de su jefe. Si teníaque olvidarse de su familia para echaruna mano a Tesla en algún asunto devital importancia, el bueno y discretoScherff siempre estaba a su lado. Nuncaprotestó por el hecho de no ser más queel señor Scherff, el empleado fiel,excluido del círculo íntimo o social delinventor. Dedicado a Tesla en cuerpo yalma, era el único que estaba al tanto desus tejemanejes y ni aun después de

muerto habría hecho un comentariosobre la vida privada de su jefe. Sidetrás de un gran hombre alguna vezhubo un hombre fiel por encima de todo,ése fue George Scherff para NikolaTesla.

Pero el público seguía sin entendercómo no había una mujer como Diosmanda al lado del célebre inventor. Porel bien de todos, lo más lógico era quelos prohombres de la nación procreasen.En 1896, no sólo los cronistas de la vidasocial insistían en que Tesla debíacontraer matrimonio; incluso laspublicaciones especializadas, como laElectrical Review, de Londres,

American Electrician o ElectricalJournal, expresaban su inquietud en estesentido.

Por el final de una larga entrevistaque concedió a un redactor de The NewYork Herald, que lo abordó en un café aaltas horas de una noche en que parecíacansado y abatido, podemos hacernosuna idea de cómo se bandeaba Tesla entales situaciones. Al reparar en lo pálidoque estaba y en aquella mirada triste, elperiodista intuyó que había algo que lepreocupaba en aquellos momentos, y queno era el recuerdo del incendio en sulaboratorio.

—Mucho me temo —comenzó Tesla

— que esta noche mi compañía no leresultará demasiado grata. A decirverdad, hoy he estado a punto de perderla vida.[138]

Había recibido una descarga de unostres millones y medio de voltios de unode los aparatos con los que había estadotrabajando.

—El chispazo se propagó a la alturade un metro por el aire y me acertó delleno en el hombro derecho —añadió—.Le confieso que me quedé aturdido. Simi ayudante no hubiera interrumpido lacorriente al instante, podría habermequedado en el sitio. Me dejó comorecuerdo una curiosa marca en la parte

derecha del pecho, por donde entró lacorriente, y un agujero en la parte deltalón del calcetín, por donde salió de micuerpo. Por fortuna, era poca la cantidadde corriente; de lo contrario hubieraresultado fatal.[139]

Habida cuenta de la prolongadacampaña de Edison contra los “letalespeligros de la corriente alterna”, es muyposible incluso que tratase de restarimportancia al incidente.

El periodista mostró interés porsaber la distancia que podían alcanzaraquellos rayos.

—Muchas veces las máquinas dealta tensión con las que trabajo sueltan

chispazos que se desplazan a lo largo yancho del laboratorio, con un recorridode entre nueve y doce metros —respondió Tesla—. Por supuesto, no haylímite en cuanto a las distancias quepuedan recorrer, aunque dada lavelocidad a que se desplazan, no suelenser visibles más allá de un metro o cosaasí. Sí, podría producir una chispa quetuviese más de un kilómetro de alcance;no creo que fuera demasiado difícil.

A la pregunta de si había sufridomuchos percances durante el tiempo quellevaba investigando cuestionesrelacionadas con la electricidad,contestó:

—Muy pocos. No creo que elpromedio llegue ni a uno por año. Jamásuna de mis máquinas ha puesto enpeligro la vida de nadie. Construyo misaparatos de forma que, pase lo que pase,no haya que lamentar desgraciasirreparables. El accidente más grave querecuerdo fue el incendio de milaboratorio, hace dos años. Nadie seimagina la pérdida que para mí supusoaquel desastre.

Pensativo, se quedó callado unmomento. A continuación, hablando entercera persona, comenzó a perorarsobre las verdaderas preocupacionesque amargan la vida de todo inventor

que se precie:—Son tantas las ideas que se le

pasan a uno por la cabeza, que sóloconsigue atrapar algunas al vuelo y, deésas, sólo tiene tiempo y energías paraculminar con éxito unas pocas. Muchasveces, lo mismo se le ha ocurrido a otroinventor y resulta que éste se adelanta ala hora de plasmarlo, lo que le pone auno en una situación realmente enojosa,se lo aseguro.

Durante el incendio del laboratorio,añadió, desapareció un aparato quehabía diseñado para licuar el aire segúnun método nuevo.

—Estaba a punto de conseguirlo,

pero el incendio supuso unos cuantosmeses de retraso, y un científico alemánresolvió el problema…

Fue Linde quien se le adelantó en unavance comercial de tanto calado comola consecución de oxígeno líquido.Tesla había orientado sus pesquisas enbusca de un proceso de refrigeración, unartificio para aislar los circuitoseléctricos.

—En aquel momento, me sentía tandesanimado y abatido —prosiguió—que no creo que hubiera llegado arecuperarme de no haber sido por eltratamiento eléctrico al que yo mismome sometí. Como sabe, la electricidad

proporciona lo que más echa en falta uncuerpo agotado: fuerza vital, acicatemental. Es una gran sanadora, se loaseguro, la mejor de todas quizá.

A la pregunta de si solía sentirsedeprimido con frecuencia, respondió:

—No, no es para tanto… Todapersona de sensibilidad artística, trasdejarse llevar por arrebatos deentusiasmo que lo transportan al séptimocielo, pasa por horas bajas. En el fondo,creo que soy feliz. No concibo otra vidamás feliz que la que llevo.

A continuación, pasaba a explayarseacerca de la inigualable emoción quesentía a la hora de afrontar su trabajo.

—No creo que haya nada queconmueva tanto al ser humano como laexaltación del inventor cuandocomprueba que una de sus ideas vatomando cuerpo… En ese estado,cualquiera se olvidaría de comer ydormir, de amigos y amoríos, de todo.

Esta respuesta le vino al redactor deperlas para formularle la siguientepregunta: ¿Era posible que las “personasdotadas de temperamento artístico”llegaran a casarse?

Tesla sopesó la respuesta.—Un pintor, sin duda, lo mismo que

un compositor o un escritor. Pero no uninventor. En el caso de esas tres

profesiones, puede darse lacircunstancia de que la presencia de unamujer sirva de fuente de inspiración yque, en alas del amor, sus creacionesalcancen nuevas alturas. Los inventores,en cambio, pertenecen a una razaasilvestrada, apasionada. Si seentregasen por completo a la mujer desus sueños, dejarían todo de lado,incluso el terreno en el que desarrollansu actividad. No creo que sea ustedcapaz de ofrecer muchos ejemplos degrandes descubrimientos realizados porhombres casados.

Si el entrevistador pensaba que setrataba de un golpe bajo contra Edison,

que había contraído nupcias en dosocasiones, no hizo ningún comentario alrespecto.

Tesla pareció quedarse pensativo uninstante y, tras tomar conciencia de susoltería, añadió en un tono no exento depatetismo:

—Una lástima. A veces nos sentimostan solos…

XIRUMBO A MARTE

Las cartas de Katharine ponían demanifiesto tanto su carácter volublecomo el interés constante con que seguíaa Tesla. Al cabo de tantos años, no esfácil descifrar unas misivas tansorprendentes, expresivas e íntimas que,en ocasiones, no difieren demasiado debilletes amorosos. Si ésa era laintención de la remitente, Tesla desde

luego no le dio alas.Con la excusa de que la última vez

que lo había visto, si bien parecíaenfermo, había conseguido levantarle elánimo, el 3 de abril le envió unainvitación para que acudiese a su casa,“porque necesito que me reanime denuevo”. Tras recordarle que estaban enpascua florida, escribía:

Nunca he dejado de preguntarme sise daba usted cuenta de loscambios trascendentales que seproducían a su alrededor. ¿Acasono nota que no queda nada para laprimavera? Antes, me ponía

contenta solo de pensarlo; ahora mepuede la nostalgia. Hasta tal puntoque de buena gana me iría lejos[…], me desintegraría, medisgregaría. Me gustaría ser comousted, y seguir siempre la mismarutina, sin apartarme de ella,viviendo mi propia vida como diceque hace usted. Mi vida me resultatan ajena que no sé si no estaréviviendo la de otra persona. Comoverá, no le va a quedar otroremedio que darse una vuelta poraquí mañana.[140]

Los Johnson pasaron parte de aquel

verano en Maine. El alejamiento delinventor sólo acrecentó la nostalgia deKatharine y la preocupación que sentíapor su estado de salud.

Está cometiendo un grave error,amigo mío, de consecuenciasfatales me atrevería a decir. Piensaque cambiar de aires y descansarno le hace ninguna falta. Creo que,en realidad, está tan agotado que nosabe ni lo que necesita…[141]

En respuesta a esas cariñosas cartas,Tesla respondía en tono de chanza o, sise acordaba, mandaba unas flores. Quizá

se daba cuenta de que se adentraba en unterreno peligroso. También Robert eraamigo suyo, y estaba enamorado de sumujer, y… Aunque lo más probable esque ni se preocupase de sus propiossentimientos, porque apenas si tuvoalgún momento de debilidad.

En su correspondencia con Johnson,aludía a cuestiones como la religión, lapoesía o si debía posar o no para ciertopintor retratista de moda para el númerode mayo de la revista Century. Un tonoinformal dominaba su intercambioepistolar, desde el “querido Luka” deTesla a la afirmación de Johnson:“Estoy encantado de saber que todavía

siente algún aprecio por mí…”.[142]Aunque no era un creyente ortodoxo,

Tesla ponderaba la religión comoexcelsa práctica para sus semejantes. Enesta época, cuando la angustia sobre sucapacidad inventiva lo atenazaba hastalímites inimaginables y su bolsillo seveía no menos apretado, se interesó porel budismo. En su opinión, budismo ycristianismo serían las religiones másimportantes en el futuro. Y no se leocurrió nada mejor que enviarle aJohnson un libro acerca del budismo.Este se lo agradeció en los siguientestérminos:

Señor Knight:A estas alturas de la batalla,

jamás se me habría ocurrido pensarque se hubiera sumado a estebando, pero ahora que he tenido laocasión de leerlo con mis propiosojos, pensaré en usted con másfrecuencia de lo habitual, que no espoca, como bien puedeimaginarse.[143]

A los pocos días, con motivo dehaber recibido una invitación de losJohnson para acudir a una cena, Teslabromeaba sobre la debilidad que sentíapor el trato con gente elegante: “Si sus

invitados son personas normales(comunes mortales), no asistiré. Pero siacuden Paderewski, Roentgen o laseñora Anthony, cuenten conmigo.Impaciente, quedo a la espera de surespuesta”.[144]

A pesar del trajín habitual, o quizápor eso, por procurar que su familiafuera feliz, aquellas no fueron unasnavidades dichosas para Katharine. Sesentía encerrada. Quería a sus hijos y asu marido, disfrutaba de la vida ensociedad y, sin embargo, parecía faltarleun aliciente esencial en la vida.¿Merecía la pena seguir adelante conaquella vida en que parecía consumirse

lentamente?El día después de Navidad, escribía

a Tesla:

He tratado muchas veces de darlelas gracias por las rosas que envió.Las tengo ante mí, lozanas yespléndidas, mientras le escribo[…] Cada vez que voy a escribirle,hago varios borradores; he de tenercautela, porque nunca sé expresarlo que quiero. En ningún momentotraté de ser desagradable la otranoche; estaba disgustada,sencillamente. Le echo mucho demenos, y no dejo de preguntarme si

siempre será así, si alguna vezllegaré a acostumbrarme a noverlo. Me encanta saber que seencuentra usted bien, que es feliz yque las cosas marchan a pedir deboca. Acepte mis mejores deseospara el año que está a punto decomenzar.[145]

Como era típico en él, Tesla tardóen contestarle, y cuando lo hizo quisorebajar la tensión bromeando; sinembargo, sólo consiguió resultar cruel,contándole que había visto a su hermanay la había encontrado más bonita yencantadora que ella. Luego, se enfrascó

de nuevo en el trabajo.

Tras las conferencias de 1893, en lasque había descrito pormenorizada—mente los seis requisitos fundamentalespara la transmisión y recepción deseñales de radio, Tesla había fabricadoun equipo que funcionaba entre sulaboratorio y diversos enclaves de laciudad de Nueva York. El fuego se lohabía llevado por delante, circunstanciaque retrasó la investigación. Pero en laprimavera de 1897, con el respaldofinanciero de Adams y el apoyo deWestinghouse, estaba en condiciones de

proseguir.Así lo anunció en el número de

agosto de la Electrical Review, antes depresentar las solicitudescorrespondientes en el Registro dePatentes: que había realizado laspruebas pertinentes y que todo habíafuncionado bien. Con todo, el informepecaba de vago e impreciso: “Hafabricado un transmisor y un receptoreléctrico que, a distancia, capta lasseñales del transmisor,independientemente de las corrientes dela tierra o de adonde apunte la brújula,proceso que se realiza con un consumomuy bajo de energía”.

Al perturbar el “equilibrioelectrostático” en cualquier punto deplaneta, añadía la publicación, talperturbación podía captarse desde unpunto lejano, con lo que “parece posibleel envío de señales y la captación de lasmismas, si se dispone de losinstrumentos adecuados”. En cuanto alas pruebas realizadas, según esteinforme, “se ha conseguido lacomunicación sin cables a distanciasrazonablemente largas […]; bastará conque se perfeccione el aparato encuestión para llegar a cualquierlugar…”.[146]

Tesla realizó sus experimentos a

bordo de una renqueante barcaza que,río Hudson arriba, llevó el receptor acuarenta kilómetros de distancia delnuevo laboratorio de Houston Street. Yeso no era más que un botón de muestrade lo que podían dar de sí los aparatosque diseñaba.

El 2 de septiembre de 1897 presentólas solicitudes de patente números645.576 y 649.621, que quedaronregistradas a su nombre en 1900. Mástarde, como ya hemos reseñado, talesdocumentos serían el motivo del largolitigio que entabló Marconi, a quienTesla había demandado antes porinfringir la ley de propiedad

intelectual.[147]En 1898, solicitó y obtuvo la patente

número 613.809, sobre el controlremoto por radio para vehículosteledirigidos: otra de las posibles yespectaculares aplicaciones de latransmisión sin cables. Estaba ansiosopor mostrar al público en general nosólo la radio o el primer paso hacia laautomatización, sino ambos avances a untiempo.

Un año antes, durante lapresentación en Buffalo de la energía delas cataratas del Niágara, donde GeneralElectric acababa de concluir el tendidode líneas, Tesla había afirmado que

confiaba en hacer realidad su sueño máspreciado: “la transmisión de energíaeléctrica de central en central sinnecesidad de recurrir a cablealguno…”,[148] declaración que losdistinguidos visitantes —ingenieros,industriales, financieros— acogieroncon división de opiniones. Aquel locoingenioso pretendía que, recién puestosen funcionamiento, los sistemas quehabían implantado quedasen obsoletos,precisamente cuando estaban pensandoque empezarían a ser rentables. Pronto,los periódicos de todo el mundoanunciaron que había montado equiposcapaces no sólo de transmitir energía e

informaciones por vía terrestre hastauna distancia de treinta kilómetros, sinoque también podían enviarlas por el airesin necesidad de cables.[149]

Tesla estaba tan seguro de sus ideasque, afirmaba, no faltaba mucho paraque fuera posible establecercomunicación con Marte.

L a Electrical Review publicó unsuelto en el que aseguraba que el señorTesla había inventado un aparato “capazde generar tensiones de mayor voltajeque todo lo que hemos visto hasta elmomento”, gracias al cual, podremosllevar la corriente “hasta un emisor quese encuentre a una altura tal que la

atmósfera enrarecida actúe comoelemento conductor de esa energía, sincoste alguno. En un lugar remoto, asaber, allí donde vaya a explotarsecomercialmente dicha energía, habrá unreceptor de las mismas característicasque el emisor y situado a la misma alturaaproximadamente, que capte laelectricidad y la envíe a tierra donde,mediante los transformadoresadecuados, podrá ser utilizada paracualquier fin”.[150]

Ilustraba el artículo una serie deserpentinas representando una corrientede dos millones y medio de voltios,procedente de una sencilla bobina. Otras

publicaciones recurrían a la imagen deenormes globos estáticos, quetransportaban los aparatos a la alturadeseada.

Lo que propone Tesla en estosmomentos —continuaba laElectrical Review— es transportarcantidades ingentes de energíaeléctrica a lo largo de miles dekilómetros sin necesidad de cables,sino recurriendo a medios tannormales como la tierra o el aire.Muchos creerán estar soñando, oleyendo un cuento de Las mil y unanoches. Pero los extraordinarios

descubrimientos a que nos tieneacostumbrados el señor Tesladespués de tantos años deinfatigable dedicación a esta tarea[…] nos llevan a pensar que,llegados a este punto, sus trabajoshan superado con creces la fase deexperimentación en laboratorio yestá dispuesto a ponerlos enpráctica a escala industrial. Lacoronación con éxito de tantoesfuerzo significa que cualquierpunto del planeta, sea cual sea ladistancia a que se encuentre, estaráen condiciones de recibir laenergía eléctrica procedente de

otros sitios, como las cataratas delNiágara.[151]

Con titulares como “Tesla electrificael mundo”, algunas informaciones de laépoca daban ya por sentado lo que aúnestaba por ver. Cuando Michael Pupinleyó que Tesla estaba en condiciones deponerse en comunicación con Marte, seencomendó en silencio al santo patronode los serbios expatriados mientras,como otros científicos, se preguntabacuál sería la próxima extravagancia.Mucho tiempo atrás, cuando, de niño,cuidaba ganado en la frontera militar desu país, había descubierto que la tierra

era un magnífico transmisor de lasvibraciones acústicas. Por la noche,como otros chicos de su edad,acostumbraba a clavar un cuchillo en elsuelo y se quedaba dormido con la orejapegada a la hoja. Cualquier leve ruidodel ganado o pisadas de rumanosmerodeando por los campos de maízbastaba para despertarlos.

Más tarde, Pupin cayó en la cuentade que un oscilador que enviase ondaseléctricas alcanzaba mayores distanciassi una de las placas estaba conectada atierra. Pero hablar de enviar señales porel espacio hasta Marte era, en suopinión, una solemne majadería,

“porque careceríamos de la resonanciaacústica de la Tierra para cubrir tanlargas distancias”.

Tesla pasó por alto talesmenudencias y preparó un equipo quesuperaba con creces lo que había hechohasta ese instante. Fabricó bobinas deTesla, o transformadores de altafrecuencia, de todas clases, formas ytamaños, entre ellos un transformadorhelicoidal en resonancia, de diseñomucho más avanzado y elegante, capazde producir una fuerza electromotriz devarios millones de voltios.

Uno de los inconvenientesprincipales que presentaban los aparatos

de muy alto voltaje era la cantidad deenergía que se desperdiciaba por elefecto corona y otras descargasimprevistas, que “restaban” potencia alresultado final, y que, a la larga,mermaban el rendimiento óptimo quepodían alcanzar. Tesla ideó avanzadassoluciones para soslayar esa dificultad.

El diseño definitivo consistía en untransformador que disponía de otrosecundario, en el que las placas,destinadas a soportar altas cargas,ofrecían una superficie considerable,alineándose de forma continua a lo largode imaginarias superficies envolventesde enorme radio y amplísima curvatura,

separadas entre sí a la distanciaadecuada, que presentaban una pequeñadensidad eléctrica superficial desdecualquier ángulo, lo que impedía fugasde energía, aun cuando el conductorestuviera al descubierto. Ésa fue laforma que adoptó para su bobinahelicoidal.

En el laboratorio había montado uncircuito primario de doble giro quediscurría alrededor de la amplia nave, yfue esta bobina, más los interruptoresdel circuito asociado, lo queposteriormente se llevaría a Coloradocomo soporte de su transmisoramplificador. El primario estaba

enterrado en el suelo y debía de teneruna serie de características especiales,como la amplitud de su diámetro y elcableado múltiple.

Tesla estaba convencido de que,gracias a aquel equipo, nada se lepondría por delante: podía enviar unmensaje a Marte con la misma facilidadque a Chicago.

Llegué a la conclusión de que, en lapráctica, no había límites en cuantoa la tensión que podía alcanzarse—escribía en la Electrical Review—. Fui testigo de los fenómenosmás sorprendentes de cuantos había

observado a lo largo de misindagaciones en este terreno. Comoque el aire que, por lo general,actúa como un aislante perfecto, secomportaba como un conductorideal y al alcance de cualquierapara transmitir las increíblescorrientes de fuerza electromotrizque producían tales bobinas […]Es tal la conductividad del aire,que la descarga producida en unode los polos se comporta como situviera lugar en una atmósferaenrarecida. Por otra parte, dichaconductividad se incrementa deforma muy notable a medida que la

atmósfera se torna más enrarecida yse aumenta la tensión eléctrica,hasta el punto de que, a presionesbarométricas que no permiten elpaso de la corriente eléctricanormal, la electricidad producidamediante esta bobina circula tanlibremente por el aire como por uncable de cobre.[152]

Había demostrado en definitiva,aseguraba, que las capas superiores dela atmósfera permitían la transmisión deingentes cantidades de energía eléctricaa cualquier distancia. Y cayó en lacuenta de un hecho que consideraba no

menos importante: que las descargas deuna fuerza electromotriz de unos pocosmillones de voltios incrementaban laafinidad del nitrógeno existente en laatmósfera, y éste combinaba así másfácilmente con el oxígeno y otroselementos.

Tan intensas son estas descargas ytan sorprendente sucomportamiento —decía— que, enocasiones, he tenido miedo de quela atmósfera se incendiase, terribleposibilidad que sir WilliamCrookes, con su poderoso intelecto,ya había dejado entrever. ¿Quién

sabe si tal catástrofe no podríaproducirse?

Pero no fue Tesla quien acuñó elconcepto de resonancia eléctrica. Paraentonces, lord Kelvin ya habíaestablecido la fórmula matemática quedaba cuenta del potencial de descargade un condensador. Lo que Tesla sí hizofue desempolvar aquella ecuación,abriéndola a nuevos y prometedoreshorizontes.

El artículo de Tesla en la ElectricalReview de 1899, donde expresaba sustemores de prender fuego a la atmósfera,iba ilustrado con unas inquietantes

fotografías del inventor trabajando conlos aparatos que había fabricado.[153]En una de ellas, correspondiente a unexperimento sobre transporte de energíaeléctrica a gran distancia y sin cables, seobservaba un espectacular haz de rayosconseguido mediante descargas de cercade ocho millones de voltios. En otra, seve al inventor con un brillante tubo devacío en las manos, que emitía una luzde una intensidad equivalente a milquinientas velas, iluminación con la quese había tomado la fotografía. Lafrecuencia se mide en millones porsegundo.

En la tercera fotografía se observa a

Tesla rodeado de un resplandecientehalo, junto a una bobina alimentada porlas ondas emitidas desde un osciladordistante y ajustado a la capacidad de supropio organismo, que no sufre ningúndaño, “porque no se mueve de un puntonodal donde la intensa vibración apenasse nota”. La tensión eléctrica registradaen uno de los extremos de la bobina,acompañada de fuertes fogonazos, es decasi medio millón de voltios.

Al pie de la última de estainquietante y fantástica serie defotografías, puede leerse:

En este experimento, el cuerpo del

operario, directamente conectado aun oscilador, soporta una enormecarga eléctrica. Obsérvese la barraconductora que sujeta con la mano,uno de cuyos extremos varecubierto de una lámina de estañodel tamaño preciso. El operario seencuentra en la cresta de una ondaeléctrica estacionaria, y tanto labarra como la lámina de metal seiluminan por la violentaperturbación que agita el aire quelas rodea. Aunque colocado en eltecho y a una distanciaconsiderable, uno de los tubos devacío que iluminan el laboratorio

luce con intensidad, al recibir lasvibraciones que emite el cuerpo deloperario.

A Tesla le encantaban aquellosefectos que parecían cosa de magia. Asus críticos, que opinaban que sólodisfrutaba con el espectáculo, dejandode lado las aplicaciones prácticas, lesreplicaba que tales experimentostambién podían ser rentables. Gracias ala resonancia de la electricidad ymediante circuitos perfectamentesincronizados, aseguraba, podíaextraerse nitrógeno del aire y destinarloa la fabricación de fertilizantes. Lo

mismo que luz eléctrica, “que se difundeigual que la luz solar”, pero generada aun coste más bajo del habitual, capaz dealumbrar lámparas que no se fundiríannunca.

Sus aspiraciones rayaban en loutópico: un planeta donde no hubierahambre ni fatigas, donde todo el mundopudiese ponerse en comunicación consus semejantes y las condicionesmeteorológicas fueran menosimprevisibles; una fuente de energíainagotable, luz inacabable y, por último,y no menos importante, una forma deentrar en contacto con otras formas devida que, de seguro, habían de existir en

otros planetas. Para él, los marcianosdebían existir por pura “certezaestadística”.

Mientras, para sus amigosterrenales, la vida seguía su curso.Katharine le envió una carta ácida ydesabrida, invitándole a otra de susfiestas y echándole en cara que los teníaabandonados. Sus hijos se hacíanmayores, y veía próximo el día en queya no la necesitarían a su lado. Eltiempo pasaba, y le agobiaba lasensación de que quedaba menos para elfinal. “Olvídese de millonarios ypersonajes rimbombantes, del Waldorf yde la Quinta Avenida […], y piense un

poco en la gente normal y corriente, queno oculta sus descarnadas flaquezas” —le escribía.

Me han contado infinidad de cosassobre usted, muchas ni se lasimaginará siquiera. Ardo en deseosde repetírselas, Pero, claro, ustedno se avendría a escucharlas. Nisiquiera sabe que, en cuanto lleguela primavera, me voy al extranjero.A lo peor, no vuelvo a tenerocasión de revivir las entrañablesescenas de antaño. Así que si no seha olvidado de mí por completo, ono ha dejado de considerarme una

buena amiga, en mi caso, dé porhecho que he olvidado quésignifique olvidar. Lo mejor seríaque viniese a vernos.

‘Los días se nos pasan en unsuspiro’. Son tan pocos los que lequedan a mi corta existencia queahora que estamos en otoño, yahemos regresado del destierro;pero, en cuanto llegue laprimavera, allá nos dirigiremos denuevo, y comenzará un eternoverano, en el que hasta nosparecerá mentira que el inviernohaya de volver. Vuélvase máshumano, y tenga la bondad de venir.

Ya sabe que celebramos elcumpleaños de Robert. A lo mejoreso le ayuda a cambiar deopinión.[154]

Tesla abandonó el laboratorio yacudió a la fiesta. Durante unatemporada, trató incluso de mostrarsemás atento. En un billete enviado al“Palais Johnson”, se refería a “lasmagníficas traducciones de los poetasserbios” realizadas por Luka, al tiempoque le señalaba que había enviado tresejemplares del libro “a otras tantasreinas, estadounidenses, por supuesto”.Invitó a los Johnson a uno de sus

convites del Waldorf, “antes de que mequede sin un centavo”. Envió también unfrívolo comentario a la atención de “laseñora Johnston, la más bella del baile”;al cabo de los años, Agnes JohnsonHolden anotaría en el sobre: “Bromaque el señor Tesla le gastó a mi madre,recurriendo a una caligrafía que no erala suya y escribiendo mal su apellidoadrede”.

Cuando volvió a dejarse ver enfiestas, fue como si las aguas hubiesenvuelto a su cauce. Poco tardó, sinembargo, en sucumbir a los embrujosdel laboratorio. Tesla había dedicadomucho tiempo a la investigación de las

vibraciones mecánicas, como el tableroal que se había subido Twain, mientrasél se reía a carcajadas. Para entonces,tales experimentos habían empezado atener consecuencias que no habíaprevisto.

Un día de 1898, mientras probaba undiminuto oscilador electromecánico, locolocó sin querer sobre una columna dehierro situada en el centro dellaboratorio del número 46 de EastHouston Street. El pilar se vino abajo,hasta aterrizar en los sótanos deledificio.

Tesla apagó el aparato y se dejócaer en una silla de respaldo rígido,

observándolo todo y tomando notas delo que había pasado. Aquellas máquinassiempre le habían llamado la atenciónporque, a medida que su ritmo iba amás, entraban en resonancia con algunode los aparatos del laboratorio. Derepente, por ejemplo, un aparato o unmueble se desplazaba o comenzaba adar botes. A medida que aumentaba lapotencia, cesaba el movimiento de unoscachivaches, y eran otros los que seponían a brincar como locos, y aun otrosdistintos después.

Lo que Tesla no sabía en aquelmomento es que las vibraciones deloscilador, al desplazarse hacia la base

de la columna de hierro a una frecuenciacada vez mayor, se estaban repartiendoen todas direcciones por el subsuelo deManhattan (por lo general, losterremotos se dejan sentir con másfuerza a cierta distancia del epicentro):los edificios comenzaron a temblar, loscristales de las ventanas saltaron por losaires y los paseantes echaron a correrpor las calles del barrio chino y labarriada de los italianos.

En la comisaría de Mulberry Street,donde no veían a Tesla con muy buenosojos, no tardaron en darse cuenta de queaquellos temblores no afectaba aninguna otra parte de la ciudad y

enviaron de inmediato a dos agentespara averiguar qué estaba pasando en ellaboratorio del inventor chiflado. Éste,que ni siquiera se había percatado deldesastre que se estaba produciendo a sualrededor, acababa de notar unavibración de muy mal augurio en elsuelo y en las paredes. Consciente deque tenía que poner fin a semejantesituación, agarró un martillo y, de unsolo golpe, hizo añicos el pequeñooscilador.

Como si hubieran estadosincronizados, los dos policíasaparecieron en el umbral de laboratorio.Tesla los recibió con una oportuna y

cortés inclinación de cabeza.—Lo siento, caballeros —les espetó

—, pero han llegado un poco tarde paraser testigos de mi experimento. Penséque era mejor interrumpirlo de golpe sinesperar a más, de forma poco ortodoxa,como pueden ver… Pero, si tienen abien pasarse por aquí esta noche, tendrélisto otro oscilador acoplado a estetablero para que puedan subirse encima.Puedo asegurarles que disfrutarán de unaexperiencia tan agradable comoinstructiva. Ahora, debo rogarles que sevayan. Estoy muy ocupado. Buenos días,caballeros.[155]

Cuando llegaron los periodistas, les

dijo en tono de broma que, si se lopropusiera, podría echar abajo el puentede Brooklyn en cuestión de minutos.

Años después le contó a Alian L.Benson otros experimentos que habíallevado a cabo con un oscilador deltamaño de un reloj de mesa. Ledescribió lo que había observado alponerlo en contacto con una barra deacero de medio metro de longitud y trescentímetros de grosor. “Durante un buenrato, no pasó nada… Hasta que, depronto, el barrote de acero comenzó atemblar, vibrando cada vez más,dilatándose y contrayéndose como uncorazón palpitante, ¡hasta que acabó por

partirse!”.[156]Algo que no habría podido hacer a

martillazos, le explicó al redactor, nisiquiera con ayuda de un cincel, lo habíaconseguido mediante una seriecontinuada de pequeñas descargas, queni un bebé hubiera notado.

Visiblemente satisfecho con elresultado, Tesla se guardó un pequeñooscilador en el bolsillo del abrigo y sefue en busca de un edificio de estructurade acero a medio construir. En eldistrito de Wall Street, encontró uno dediez alturas, con la estructura de aceroal aire. Acopló el oscilador a una de lasvigas.

Al cabo de unos pocos minutos —le comentó al periodista—, notéque la viga en cuestión comenzabaa temblar. Poco a poco, lavibración se hizo más intensa,transmitiéndose a la enorme molede acero. Al fin, la estructura todacomenzó a temblar y abambolearse. Muertos de miedo,creyendo que se trataba de unterremoto, los obreros desalojaronel edificio. Se corrió la voz de quela obra podía venirse abajo, yavisaron a la policía. Antes de queocurriese una desgracia, retiré eloscilador, lo guardé en el bolsillo y

me alejé del lugar. De lo contrario,al cabo de diez minutos el edificiose habría desplomado. Con unaparato similar, podría echar abajoel puente de Brooklyn en menos deuna hora.

Pero ahí no acababa la cosa. Enpresencia de Benson, se jactó de quesería capaz de partir en dos la Tierra,“igual que un niño parte una manzana, yacabar con el género humano”. Lasvibraciones de la Tierra, continuó,responden a un ciclo deaproximadamente una hora y cuarenta ynueve minutos.

Es decir, que si doy una patada enel suelo en este instante, seproducirá una onda de contracciónque retornará al cabo de una hora ycuarenta y nueve minutos en formade onda expansiva. De hecho, laTierra, como todo lo que nosrodea, está en constante vibración,se contrae y se expande decontinuo.

Supongamos por un momentoque, en el preciso instante en quecomienza la contracción, hicieseexplotar una tonelada de dinamita.La deflagración aumentaría laintensidad de la onda y, al cabo de

una hora y cuarenta y nueveminutos, registraríamos una ondaexpansiva de idéntica potencia.Supongamos además que, en elmomento en que la onda expansivadecae, hago explotar otra toneladade dinamita, lo que incrementaríala onda de contracción, y que repitoeste gesto cuantas veces quiera.¿Acaso hay alguien que puedaalbergar dudas acerca de lo quepodría pasar? A mí, desde luego,no me cabe ninguna duda: la Tierrase partiría en dos mitades. Porprimera vez en la historia de lahumanidad, ¡el hombre es

consciente de que puede modificarel curso de los astros!

Cuando Benson le preguntó cuántotardaría en partir la Tierra, respondiócon humildad: “Posiblemente unoscuantos meses; quizá un año o dos”.Pero sólo en cuestión de semanas,añadió, podría inducir en la cortezaterrestre un estado tal de vibración queel planeta se elevaría y descenderíacentenares de metros, lo que cambiaríael curso de los ríos, destruiría edificiosy, en la práctica, acabaría con lacivilización. Para alivio del común delos mortales, matizó sus afirmaciones: el

principio era incuestionable, pero no eraposible calcular la resonancia mecánicade la Tierra con la exactitud requerida.

Como era habitual, los comentariosde Tesla para la prensa pecaban desensacionalistas. Pero, también comosiempre, sus investigaciones no ibandesencaminadas. Había puesto loscimientos de una nueva ciencia, que dioen llamar “telegeodinámica”, con la queesperaba obtener importantes resultados.Asimismo, observó que los mismosprincipios de la vibración eranaplicables a la detección de objetos muyalejados, como submarinos o barcos.Dado que sabemos cuál es la constante

de la Tierra, gracias a las vibracionesmecánicas, confiaba en ser capaz delocalizar depósitos de mineral y campospetrolíferos: un atisbo de las actualestécnicas de prospección que se aplican alas capas subterráneas de la cortezaterrestre.

Tesla estaba de acuerdo con unateoría apuntada por O'Neill, a saber, quedisponer de una batería de giroscopiosen una región de elevado riesgo sísmicopodría transmitir ondas de choque a laTierra a intervalos perfectamentepautados, que entrarían en resonanciacon los estratos más débiles,disminuyendo la presión sobre la

corteza terrestre antes de que seprodujesen cataclismos deconsideración. En la actualidad, losestudiosos de la sismología contemplanestas técnicas con interés renovado.

También ideó una máquina capaz deproducir efectos telegeodinámicos (tratóincluso de ganarse a Westinghouse parafabricarla), capaz, según él, de enviarondas mecánicas “de amplitud muchomenor que las provocadas por lassacudidas sísmicas”, que casi noperdían impulso a lo largo de sudesplazamiento por la corteza terrestre.No estaba pensada para el transporte deenergía eléctrica, pero facilitaría el

envío de mensajes a cualquier parte delmundo, y el recibirlos en un pequeñoreceptor de bolsillo independientementede las condiciones climatológicas.Apremiado por los periodistas para queles contase más cosas acerca del aparatoen cuestión, lo único que les aclaró fueque se trataba de un cilindro de acero dela máxima calidad, suspendido a mediaaltura gracias a una energía conocidadesde antiguo, pero amplificadamediante un procedimiento secreto,combinado con una máquina fija en elsuelo, que se encargaría de transmitir ala Tierra los impulsos energéticos queemitiese el cilindro desde arriba.

Tal idea no cuajó en nada tangible.Durante toda su vida, Tesla se mantuvoen sus trece en cuanto al aterrador poderde la resonancia mecánica, infundiendoel temor de Dios (medianteprocedimientos científicos) en losimpresionables espíritus de losneoyorquinos. Así, les decía a losinformadores que podía pasarse por elEmpire State “y dejarlo reducido a unmontón de escombros en muy pocotiempo”, gracias a un diminutooscilador, “un aparato tan pequeño quepodía llevarse en un bolsillo”. Elpequeño vibrador no requería más de2,5 caballos de fuerza para ponerse en

funcionamiento. Primero, les comentó,se desprendería el revestimientoexterior del rascacielos; luego, elformidable armazón de acero, orgullo ygloria de la perspectiva que definía laciudad de Nueva York, se vendría alsuelo. Llegados a este punto, nuestrosuperhombre se guardaría el aparato enel bolsillo y se alejaría del lugar,recitando quizá un par de versos deFausto, mientras sus críticos lamentabanhaber vivido para ver aquel día.

Fuera lo que fuese lo que pretendíacon declaraciones tan incendiarias —regalar los oídos de sus seguidores,irritar al resto de la comunidad

científica, o abrumar de preocupacionesa quienes velaban por la ciudad—, locierto es que a nadie dejaba indiferente.Nada más lejos de sus intenciones quepasar inadvertido a ojos de la opiniónpública. Tanto más cuanto que el destinoparecía condenarlo al enfrentamientoabierto con el gran hechicero de laopinión pública, el formidable y viejomago de Menlo Park.

XIIAUTÓMATAS

El arranque del año de 1898 encontróa Edison y a Tesla inmersos en una durapugna por ver cuál de los dosatemorizaba más a los pobres mortalescon sus arriesgadas propuestas. Hasta enSan Francisco estaban al tanto de lashazañas de Edison,

que acababa de anunciar que podía

fotografiar el pensamiento,mientras Nikola Tesla, en unperiódico de Nueva York,aseguraba que, ‘manejando losrayos solares a su antojo’, eracapaz de poner máquinas enmovimiento y proporcionar luz ycalor. Su descubrimiento seencuentra aún en fase experimental,pero afirma que nada le impediráculminarlo con éxito. Según él,gracias a los rayos del sol, ha dadocon una forma de producir vaporpara poner máquinas en marcha ygenerar electricidad…[157]

Según el propio Tesla, el mecanismosolar que había ideado era tan sencilloque, si lo explicase, otros podríanrobarle la idea, patentarla y disponer asíde un bien de todos “que quiere ofreceral mundo como regalo”. A pesar de tantacautela, consintió en que ChaunceyMcGovern, de Pearson's Magazine,contemplase el ingenio en cuestión que,al decir del inventor, requería de unúnico componente secreto.

En el centro de la amplia nave detecho acristalado, que hacía las veces desu central solar de andar por casa, sobreun lecho de asbesto y piedra, reposabaun enorme cilindro de cristal grueso,

rodeado de espejos recubiertos de capasde amianto que refractaban la luz del solen el cilindro de cristal.[158] Elcilindro siempre estaba lleno de agua,tratada mediante un proceso químicosecreto que, según el inventor, era laúnica complicación que presentaba elsistema.

Mientras el sol brillase en lo altodel cielo, gracias al tratamiento químicoque facilitaba el calentamiento del agua,el aparato estaría en condiciones deproducir vapor para abastecer máquinasque, a su vez, generarían electricidadpara consumo doméstico o industrial, encantidad suficiente como para

almacenarla y utilizarla en díasnublados.

El inventor añadió que suponía quesería objeto de toda clase de burlas porhaber diseñado un sistema tan sencillo.El coste de producción sería mínimo, ysegún él, en contra de lo queconstatarían las generaciones venideras,fabricar acumuladores de energíaeléctrica para todo un año como cautelafrente a posibles fallos del generador norevestiría especial dificultad. ParaTesla, el sistema sería “mucho menoscomplicado que horadar las entrañas dela Tierra, con todas las dificultades ycoste en vidas humanas que implicaba, a

cambio de un poco de carbón para queun generador funcionase durante unperiodo corto de tiempo, con laobligación añadida de extraer máscombustible a medida que se fuesenecesitando”. Por supuesto, confiaba enque su máquina solar sustituyese no sóloal carbón, sino también a la madera y acualquier otra fuente de energía motriz,calorífica o luminosa.

Poner aquel mecanismo en marchase convirtió en un problema deenvergadura para el inventor que, apartede trabajar casi en solitario, se veíaasaltado por el incesante y alocadotorbellino de ideas nuevas que se le

pasaban por la cabeza. Hasta dondesabemos, su sistema solar no llegó aexplotarse comercialmente. Por otraparte, sus nuevas lámparas de tubo devacío para hacer fotografías le estabandando quebraderos de cabeza.

En una carta a Robert Johnson, ledecía: “Confío en obtener unailuminación mejor que la luz solar parahacer fotografías, pero no sé de dóndesacar el tiempo para perfeccionarla”.Poco antes había hecho unas cuantasfotografías al actor Joseph Jeffersonpara “reivindicar” la utilidad de aquellanueva y misteriosa luz (cinco años antes,con Jefferson también como modelo,

había tomado la primera fotografía conluz fosforescente de la historia).[159]Según The New York Times, “si escierto lo que Nikola Tesla afirma de losnuevos tubos de vacío en los que haestado trabajando, a partir de ahora noserá imprescindible la luz solar parapracticar el arte de la fotografía, y seevitarán de paso los incómodosfogonazos de los flashes”.[160] En laElectrical Review, aseguraba que habíadado con una sorprendente e inesperadaaplicación relativa a los tubos devacío.[161] Los periódicosreprodujeron con profusión lasfotografías que tomó gracias a aquel

tubo, pero, al cabo de un tiempo, seolvidaron del invento.

Por si fuera poco, Tesla tenía quevérselas también con peticiones decarácter práctico que lo manteníanocupado y no le permitían centrarse enla investigación como quería. Recibióun encargo urgente de GeorgeWestinghouse para que preparase “unaparato económico y sencillo queconvirtiera la corriente alterna encorriente continua…”, asunto éste queinteresaba al industrial de Pittsburghpara, entre otras cosas, poner en marchatrenes movidos por electricidad. Larespuesta de Tesla no se hizo esperar:

tras haberlo pensado mucho, le decía,“no sólo tengo uno, sino un montón deaparatos que podrían realizar talcometido y que ahora mismo están muysolicitados”.

Estaba convencido, le dijo, de quecontando con los trazados de víaadecuados, los trenes que funcionasencon electricidad, ya fuese corrientealterna o continúa, podrían alcanzarvelocidades superiores a los trescientoskilómetros por hora sin peligro. Comoya era habitual, su anuncio acaparó laatención del público tanto como molestóa sus colegas de profesión.Westinghouse alquiló uno de los

transformadores de Tesla. Por esamisma época, adelantó al inventor lacantidad de seis mil dólares para que nodescuidase otros inventos que estaban endiversas fases de desarrollo. AunqueTesla andaba justo de dinero, al menospor esa época no había contraídodeudas.

En mayo, el príncipe Alberto deBélgica hizo una visita oficial a EstadosUnidos. El laboratorio de Tesla figurabaen el programa del viaje: la experiencialo dejó “maravillado”, según comentó,añadiendo que el inventor era uno de losestadounidenses que más lo habíanimpresionado.

Tesla, que no dudaba de lasconsabidas ventajas que aportaba larealeza, envió un telegrama a GeorgeWestinghouse, proponiéndole quecursase una invitación al príncipe paraque fuese a ver la factoría de Pittsburgh.Al empresario le pareció una magníficaidea, y así lo hizo. Más tarde, elpríncipe Alberto y su séquito visitarontambién la central eléctrica deWestinghouse en las cataratas delNiágara.[162]

Por aquel entonces, el editor deprensa William Randolph Hearstanimaba a Estados Unidos a entrar enguerra con España. Confluía un extraño

cúmulo de circunstancias que habríasupuesto un instante de gloria para elinventor, pero que le fue arrebatado poruno de sus amigos más cercanos.

El hombre de confianza de Hearst enLa Habana cablegrafió a su patrón:“Todo anda tranquilo. Ningún disturbio.No habrá guerra. Regreso”. A lo que elinfluyente personaje respondió: “No semueva de ahí. Mándeme las fotos. De laguerra me encargo yo”.[163]

Hearst pensaba que sólo un conflictoarmado podía salvarlo de la quema en laguerra de cifras de difusión que suJournal, de Nueva York, libraba contrae l World, de Pulitzer, en la misma

ciudad. En las primeras andanadas quelanzó desde su publicación, acusaba aEspaña de tratar con crueldad “alpacífico pueblo de Cuba”. Cuando elacorazado Maine saltó por los aires encircunstancias no aclaradas y se hundióen el puerto de La Habana, vio laocasión de azuzar un sentimiento dehonor ultrajado que era preciso restañar.Atendiendo al clamor de la prensa y porun estrecho margen de votos a favor, elCongreso de Estados Unidos declaró laguerra a España.[164] Losestadounidenses, enardecidos por lasmentiras de la diaria prensa patrioteraque publicaba, para hacer más creíble la

crisis, patrañas como la inminenteinvasión de ciudades de la Costa Estepor parte de la Armada española,respondieron con la consiguientehisteria.

España no tenía ningún interés envérselas con Estados Unidos en unacontienda de la que difícilmente podríasalir airosa. No obstante, la maquinariadefensiva estadounidense se puso enmarcha: se incrementaron las medidasdefensivas en los puertos para repelercualquier tentativa de invasión, y elejército se puso en máxima alerta.

Chauncy Depew, ex secretario deEstado por el estado de Nueva York,

aseguró más tarde que, en su opinión, sila iniciativa hubiese correspondido sóloal presidente McKinley, sin laintervención de un Congreso que sedebía a sus votantes, jamás se habríaadoptado la decisión de declararle laguerra a España. Por su parte, elembajador británico, James Bryce,horrorizado ante aquellosdesproporcionados preparativos y lasmentiras que leía en los periódicos,manifestó su esperanza de que semejanteactitud, agresiva y patriotera, no fuera aconvertirse en típica de Estados Unidospara el futuro. Altanero, The New YorkTimes le respondió que ponerse de parte

de “las mujeres explotadas” difícilmentepodía tildarse de alarde patriotero, enreferencia a la romántica cruzadaorquestada por Hearst para liberar a unarebelde cubana a quien los lectoresestadounidenses sólo conocían por elnombre de “señorita Cisneros”.

Esta vena patriotera, inoculada en lasangre de todos los buenos ciudadanos,desembocó en gestos heroicosprotagonizados incluso por gente demucho dinero. Así, Hearst hizo públicauna carta que había enviado alpresidente de la nación:

Muy señor mío:

Le ruego tenga a bien aceptar elobsequio que, incondicionalmente,hago al pueblo de Estados Unidos:mi yate de vapor, el Buccaneer.

En la misma carta, en la que ofrecíadicho presente “sin esperar nada acambio”, el editor de prensa reclamabael honor de estar al frente de laembarcación. Con prudencia, la Armadaestadounidense aceptó el regalo, pero noconsideró oportuna la propuesta encuanto al mando de la tripulación. Mássensato, J. Pierpont Morgan se ofreciópor su parte a vender su yate, elCorsair, al Gobierno de la nación.

En medio de aquel clima denacionalismo exacerbado, una noche deprimavera, Tesla compartió mesa ymantel con los Johnson, su hija Agnes yun apuesto teniente de la Marina,Richmond Pearson Hobson, durante unacena en el Waldorf-Astoria. Era lapresentación en sociedad de la hija delos Johnson y casi la última francacheladel teniente Hobson antes de despedirsede Tesla en su laboratorio y dirigirse aldestino secreto que le había reservadola Armada. Y allí se presentó unredactor de The Press de Filadelfia,como proclamaba la tarjeta que llevabaen la cinta del sombrero:

—Me he enterado de que disponeusted de un aparato que, sin necesidadde cables, puede entrar en comunicacióncon buques de guerra aunque seencuentren a cien millas de la costa,doctor Tesla —fue lo primero que dijo.

—Está usted en lo cierto —repuso elinventor—. Pero no puedo decirle nadamás, por la sencilla razón de que, sipudiera ser de alguna utilidad paranuestros barcos, nos proporcionaría unaconsiderable ventaja, y me sentiría muyorgulloso de haber servido a mi país.

—¿Eso quiere decir que seconsidera un buen estadounidense? —insistió el periodista.

—¿Que si soy un buenestadounidense? Lo era antes incluso dehaber puesto un pie en este país. Habíaestudiado su sistema de gobierno, habíaconocido a algunas personas nacidasaquí, estaba prendado de los EstadosUnidos. Incluso antes de establecermeaquí, ya era un estadounidense de lospies a la cabeza.

Mientras el plumilla tomaba notas ensu cuaderno, Tesla se explayó.

—¡Ningún otro país ofrece tantasoportunidades! Sus naturales van milaños por delante de cualquier otranación. Son grandes personas, conamplitud de miras y generosos. En

ningún otro país habría encontrado losmedios que tengo aquí.[165]

Tesla lo creía a pies juntillas. Asíera, en realidad. Se le antojaban lejanoslos tiempos en que Edison y su equipodirectivo, al igual que otrosempresarios, se habían mofado de él, enque los más eminentes científicosestadounidenses se habían reído de susistema polifásico y de suspredicciones. Eso había sucedido, ynadie podía negarlo. Pero, ciertamente,Tesla esperaba que tras unademostración que confiaba llevar a caboen el Madison Square Garden, elGobierno se interesase por sus últimas

maravillas.—Los estadounidenses echan una

mano siempre que pueden y reconocenel trabajo bien hecho —añadió—. Y sí,soy tan buen estadounidense comocualquier otro de mis buenosconciudadanos. No tengo en mentevenderle nada al Gobierno de este país.De sobra sabe que, si precisa de misservicios, puede contar conmigo.[166]

No soplaban, sin embargo, vientosfavorables para que un hombre de pieloscura y acento extranjero fueseaceptado como un estadounidense más.La “caza de espías” era un pasatiempomuy en boga. Si un infortunado

ciudadano estadounidense deascendencia hispana recibía una palizaen un callejón, la policía solía hacer lavista gorda. A veces, detenían a lossupuestos “espías” y los encerrabanpara luego expulsarlos del país. Era laépoca en que Andrew Carnegie repetíaque “dentro de poco, contaremos conuna vigorosa raza de angloparlantes,capaz de combatir casi todos los malesdel mundo”, haciéndose eco de unaaspiración cada día más extendida.

Por aquellos días, Teddy Rooseveltdimitió de su cargo como subsecretariode la Armada y comenzó a reclutarnuevos miembros para los Rough Riders

entre los socios del KnickerbockerClub. El coronel John Jacob Astorestaba al frente de una batería artillera,que agrupaba tanto a vaqueros como aindios sioux. La prensa informaba deinsurrecciones en España y de que, enCuba, la gente se moría de hambre. Peroal final, el tifus y el cólera causaríanseis veces más bajas en el ejércitoamericano que las balas españolas.

En plena barahúnda de locuramarcial, el inventor Tesla pensó quehabía llegado el momento tanto tiemposoñado y esperado. La inauguración dela primera Feria de la Electricidad delMadison Square Garden sufrió un

pequeño retraso: los convoyes militaresferroviarios para el transporte desoldados y armamento teníanpreferencia, y algunos de los aparatos nollegaron a tiempo. Los periódicos,concentrados en las noticias bélicas,dedicaron escasa atención a la Feria.Por si fuera poco, llovía aquel día. Contodo, acogió a quince mil visitantes.

Pero la presentación de la primeraembarcación teledirigida no alcanzó lanotoriedad que el ingenio merecía. Nosólo quedó eclipsada por la guerra, sinoque Tesla cometió el error de mostrar alpúblico más de lo que éste estabacapacitado para asimilar. El más que

notable desarrollo que había alcanzadoen cuanto a la transmisión de ondas sincables, ancestro de la radio que hoyconocemos, hubiera bastado. Perointroducir la automatización al mismotiempo, como hizo, fue un pocodemasiado. Aquel día de 1898, cuandopresentó el antepasado común de lasarmas y vehículos teledirigidos de hoyen día, de la industria de laautomatización y de la robótica, abría elcamino de una nueva era que el mundoaún tardaría años en digerir.

Los primeros ingenios teledirigidosde Tesla fueron embarcaciones, como unsumergible guiado por control remoto.

Con ocasión de la Feria, se limitó alsumergible. Un comandante de laArmada, E. J. Quinsby, responsabledurante la Segunda Guerra Mundial dela investigación sobre armaselectrónicas en Cayo Hueso (Florida)nos ha dejado el relato de la experienciaque vivió cuando, de niño, asistió a lahistórica presentación de Tesla:

Fui allí con mi padre y, aunque noera consciente de la trascendenciade aquello, me quedé asombrado:había sido testigo de los alboresque anunciaban los viajesespaciales que se realizarían en el

siglo venidero. Tesla no recurría alcódigo Morse. No transmitía losmensajes en ningún idiomaconocido. Mediante ondashercianas, se limitaba a transmitirsu propio lenguaje codificado,capaz de controlar aquel ingenio notripulado por el hombre.Codificaba las órdenes que recibíade los espectadores, que elreceptor del barco descodificabaautomáticamente realizando lasoperaciones pertinentes.[167]

Y eso que había limitado lasposibilidades del invento, porque Tesla

abrigaba la esperanza de que la Armadareparase en su utilidad para el conflictoque se avecinaba.

Una de las peculiaridades nomostradas en aquel momento —aseguraría más adelante eldivulgador Kenneth M. Swezey—era un sistema para evitarinterferencias por medio de unaserie de aparatos sintonizados quesólo captaban una combinación deondas de radio de frecuencias muydiferentes. Otra consistía en unaantena con forma de abrazadera quepodía disimularse bajo la chapa de

cobre que recubría el casco delbarco, con lo que nadie advertiríasu presencia y el barco, inclusosumergido, estaría operativo.[168]

Tampoco desveló más que loimprescindible al presentar la solicitudbásica de patente, la número 613.809.Había aprendido a hacerlo así paraproteger sus descubrimientos.

Lo que aquella patente incorporaba,y que los visitantes del Madison SquareGarden no pudieron contemplar, eran lasespecificaciones para una lanchatorpedera no tripulada, incluido unmotor dotado de acumulador para mover

la hélice, motores y baterías máspequeños para el timón, y otros ingeniosque alimentaban las luces de posición ypermitían que el barco saliese a lasuperficie o permaneciesesumergido.[169]La lancha incorporabaseis torpedos de unos cuatro metros delargo, colocados en posición vertical endos hileras, de forma que, al dispararuno de los proyectiles, otro ocupaba sulugar. Tesla informó a la Armada de queconstruir aquel tipo de buque costaríaunos cincuenta mil dólares.

Según él, una reducida flota denavíos como aquel “sería capaz deatacar y destruir por completo una

escuadra de barcos en cuestión de unahora, sin que el enemigo los atisbasesiquiera, ni supiera de dónde procedíael ataque”.

Cuando comenzaron a circularrumores sobre todo esto, Mark Twain leescribió a Tesla una carta desde Austriaen la que le preguntaba:

¿Cuenta usted con lascorrespondientes patentes inglesasy austríacas para esa arma letal queha inventado? Si no es así, noentable negociaciones con ellos, yotórgueme la concesión para que yohaga de intermediario. Conozco

personalmente a algunos ministrosde ambos países, y también a algúngerifalte alemán, como GuillermoII.

Tengo pensado quedarme enEuropa todavía otro año.

La otra noche, aquí en el hoteldonde me alojo, unos hombresinteresados hablaban de que habíaque convencer al resto de lasnaciones para que se uniesen a lainiciativa del Zar a favor deldesarme. Les aconsejé que mirasenmás allá […] de lo querepresentaba un desarme firmadoen papel mojado […]. Inviten a los

más eminentes inventores a quepiensen en algún arma contra la quede nada valgan ejércitos niarmadas; entonces, sí habrán dadocon la forma de evitar la guerra. Loque menos podía imaginarme esque usted ya estuviera trabajandoen ello, es decir, que hubieraabierto la brecha para que en laTierra imperasen la paz y eldesarme, recurriendo a una fórmulatan práctica como expeditiva.

Sé que es usted un hombre muyocupado pero, a lo mejor,encuentra un hueco para hacermellegar unas líneas.[170]

Se trataba de un concepto demasiadoavanzado para la época, y los mandosestadounidenses encargados de ladefensa del país lo consideraronirrealizable. Incluso los funcionariosgubernamentales que asistieron comoespectadores a aquellas maniobrasnavales en miniatura las calificaron de“simples experimentos”, imposibles detrasladar a una batalla naval verdadera.

La presentación de Tesla en elMadison Square Garden fue, sin duda, lamás profética de la feria. Provistos desus correspondientes aparatos para dejarboquiabierto al público, otrosinventores participaron también en el

evento. Sin mencionarlo siquiera,Marconi recurrió a un oscilador deTesla para hacer una demostración decómo podía hacer explotar minasprendiendo fuego a un “polvoríncubano” mediante su telegrafía sin hilos.Edison, por su parte, llevó a cabo unaexhibición de lo que sería su mayordesatino, el Separador Magnético deMenas.

Gracias a las posibilidadesfinancieras que abría lacomercialización de aparatos que noprecisaran de cables, Pupin (presidentepor entonces de la Sociedad de laElectricidad de Nueva York), Edison y

Marconi, tan ambiciosos y con tan buenacabeza como Tesla, llegaron a unacuerdo para aunar esfuerzos. A los tresles unía, además, la inquina que sentíanpor los éxitos cosechados por suoponente.

Tesla y Johnson, por su parte,seguían con interés las noticias que serecibían de la guerra y de los combatesnavales, con la esperanza de enterarsede algo sobre la misión secretaencomendada a su común amigoHobson. Desde la precipitada despedidade principios de mayo, no habían vueltoa tener noticias directas suyas.

A comienzos del mes de junio, el

almirante español Cervera, acerca decuyas andanzas mucho se habíaespeculado en los periódicosestadounidenses, dio orden de que laflota pusiera rumbo al puerto deSantiago para hacer acopio de carbón.Con el mismo destino se hizo a la maruna escuadra estadounidense mucho másnumerosa. Al mando del buque insigniade aquella flota, el New York, estaba elteniente Hobson, que había recibido uncursillo intensivo de artillería naval ymanejo de explosivos. Ni su familia nisus amigos estaban al tanto de aqueldestino.

Hubo que recurrir a una maniobra a

la desesperada, una misión suicida casi,para cerrarle el paso a la flota deCervera. La idea consistía en un hundirun barco en la parte más angosta de labocana del puerto. A tal fin, se optó poruna vieja embarcación de transporte decarbón, el Merrimac, cargada detorpedos, para hacerla saltar por losaires. Con veintiocho años y la ayuda deseis voluntarios, el jefe de la misión erael teniente Hobson.

A la una y media de una madrugada,bajo la luz mortecina de la luna, elteniente y los suyos, en calzoncillos, sepusieron unos salvavidas de corcho.Pertrechados sólo con pistolas,

desplazaron lentamente el viejo barcocarbonero hasta la bocana del puerto.

Más tarde, en su libro, Hobsonreferiría que le había dicho a unartillero: “Charette, compañero, estanoche vamos a conseguirlo. Nada podráapartarnos de la entrada del canal”.

En el preciso instante en queformulaba esa frase de tan mal augurio,les alcanzaron los rayos luminosos de unreflector y los españoles abrieron fuego.Una granada impactó junto a la cabinadel piloto. Hobson trató de hacerestallar los torpedos, pero sólo dosfuncionaron correctamente; lasconexiones de los demás estaban

defectuosas. En un abrir y cerrar deojos, la artillería española redujo elMerrimac a la condición de pecio, en unpunto que no bloqueaba la bocana delpuerto.

Ataviados de tal guisa, comohombres rana recién despertados,Hobson y sus hombres se zambulleronen el mar y fueron a nado hasta uno delos catamaranes del buque hundido, queflotaba a la deriva. A punto estaban deencaramarse al bote, cuando los abordóuna lancha española, tripulada porsoldados que los apuntaban con susarmas.

Hobson recuerda que no apartó los

ojos de los fusiles y pensó: “¡No serántan ruines y cobardes como paramatarnos a sangre fría! Si a tanto seatreven, nuestra valerosa nación tendránoticias de lo ocurrido y clamaráexigiendo venganza”.

No hubo sangre, sin embargo. Elpropio almirante Cervera, a bordo de lalancha, se hizo cargo de losestadounidenses y los condujo a unafortaleza española, donde fuerontratados con mucho miramiento, hastaque se acordó un intercambio porsoldados españoles que se encontrabanen su misma situación.

Tras varios días sin información del

conflicto, los periódicosestadounidenses ensalzaron el gesto debravura de Hobson casi tanto como,mucho más tarde, jalearían a CharlesLindbergh tras cruzar el Atlántico en unaeroplano. Tesla se sintió muy orgullosode su amigo, y encantado cuando aHobson le concedieron un permiso parauna serie de apariciones públicas a lolargo y ancho del país con el propósitode elevar la moral de la ciudadanía. Él yJohnson invitaron al joven oficial alrestaurante Delmonico's para celebrarlo;en numerosas ocasiones, se referían a élcomo “nuestro héroe”.

El inventor se divertía mucho

leyendo cómo las mujeres atosigaban aHobson allá donde iba. En Chicago, elhéroe reconoció a dos primas suyas yles dio un par de besos. La multitudenloqueció y todas las mujeres presentesdemandaron que las besara a su vez. Eltumulto se repitió en Denver donde,según la prensa, tuvo que repartir besosentre quinientas mujeres más. Paracolmo de sensiblería, un fabricante degolosinas anunció que pensaba sacar almercado un caramelo con el sugestivonombre de “Beso de Hobson”.

Pero Tesla no tardó mucho en volvera la cruda realidad. El encargado de suslibros de contabilidad, George Scherff,

le hizo notar que no andaban bien dedinero y que no había concluido susinventos, entre los que figuraban algunosartículos que el público demandaba. Porejemplo, médicos y pacientes esperabancon interés la Almohadilla Tesla, unartilugio para tratar el dolor con caloren el que había estado trabajando, peroque aún no reunía las condiciones parasalir al mercado.

¿De dónde sacaría tiempo para hacertantas cosas?

Contra su costumbre, en el inviernode 1898, Tesla pasó mucho tiempo encompañía de los Johnson, declinandootras invitaciones.

El 3 de noviembre le escribía a su“querida Kate” para agradecerle quehubiera aceptado su invitación para elsábado siguiente, no sin apostillar que“si bien era día de fiesta para el vulgo, asaber, viajantes, tenderos, judíos[171] yotros advenedizos, estaba encantado conla idea de volver a verlos”.[172]

En la misma misiva, daba cuenta deque la cena se llevaría por delante unmes entero de sus ingresos, pero “ni porun momento se le ocurra pensar que voya tirar la casa por la ventana; es sóloque paso por un pequeño y temporalbache de liquidez […], aunque teniendoen cuenta que no tardaré en hacerme

multimillonario, ¡ya puedo irdespidiéndome de mis amigos de laavenida Lexington!”.

Al poco, al invitarle a una cenaorganizada en su casa, Katharine lepreguntaba con quién le gustaríacompartir mesa, a lo que Teslarespondió que Marguerite, como era deesperar. “Por descontado que estaré —decía en su nota de contestación—, siacude ella”.

El 3 de diciembre, Hobson estaba devuelta en Manhattan, y se les ocurriócelebrarlo por todo lo alto. Tesla leenvió una nota a Katharine en la que leaseguraba que “estaba encantado […]

con la idea de la cena”, al tiempo que leproponía “prolongarla con una visita allaboratorio”, no sin referirse a ciertadama “que ardía en deseos de conocer aHobson”. Tras describirla como unpersonaje ilustre, aunque manteniendo suidentidad en secreto, añadía que por fincomprendía “los desvelos de los Filipovpor codearse con esa clase de gente”, yconcluía: “Si bien nada más lejos de miintención que faltarle al respeto a unadama, he de confesar que, en mi opiniónestá… bien, sin más. Usted lucirá másespléndida que nunca. Le advierto deantemano que está dispuesta apresentarse con un vestido escotado del

color de la grana pero, como es una granartista, puede permitirse esos caprichos[…] En su lugar, yo la acomodaría entreLuka y Hobson; usted se sentaría entrenuestro héroe y yo…”.

*

La profesión científica no tardó en afilarsus dardos contra los vehículosteledirigidos de Tesla. Así, en “AnInquiry About Tesla's ElectricallyControlled Vessel” (Observacionessobre el navío teledirigido por

electricidad de Tesla), publicado en laElectrical Review, su autor, N. G. Worthexponía su convicción de que dichométodo podía ser neutralizado por elenemigo.[173]

Tesla le envió una nota a Johnson, aCentury, conminándole a no salir en sudefensa:

Como sé de la nobleza de sucarácter y de la profunda amistadque me profesa, y me imagino suindignación ante los inmerecidosataques que he recibido, mucho metemo que sienta la tentación dedarle salida por escrito. Por lo más

sagrado, le suplico que no lo haga.Me quedaré más tranquilo. Esmejor que mis supuestos ‘amigos’cumplan la tarea que les hanencomendado. Que presenten enateneos y sociedades científicas susinanes proyectos, que se lancen entromba contra una causa quemerece la pena, que traten deconfundir a quienes sólo tratan decomprender […]. El tiempo seencargará de darles la respuestaque merecen…

En lo que a mí me toca, nadame resultaría tan fácil como refutarsus comentarios. Me bastaría con

aportar los testimonios depersonajes de talla, como lordKelvin, sir William Crookes, lordRayleigh, Roentgen y otros, quedarían fe de la alta consideración yaprecio en que siempre han tenidomis trabajos. Pero me niego ahacerlo, porque se trata de unataque tan carente de justificaciónque ni me doy por aludido…[174]

Por su parte, y bajo el titular“Science and Sensationalism” (Cienciay sensacionalismo), la revista PublicOpinión también criticaba con durezasus investigaciones y sus métodos.[175]

Al cabo de mucho tiempo, en susucinta autobiografía, Tesla desvelaríaque, aunque la idea se le había ocurridocon anterioridad, no había iniciado susinvestigaciones sobre ingeniosteledirigidos hasta 1893. Durante losdos o tres años siguientes, diseñódiversos aparatos que podían manejarsea distancia, como habían podidoobservar los visitantes que acudieron asu laboratorio. Por desgracia, elincendio le obligó a interrumpir lostrabajos.

“En 1896 —escribió—, llegué aconstruir un aparato capaz de realizarmúltiples funciones, pero tuve que

posponer su desarrollo hasta 1897…Cuando lo presenté al público aprincipios de 1898, causó más sensaciónque cualquiera de mis anterioresinventos”.

Sólo tras la visita del jefe delregistro a Nueva York para comprobarpor sí mismo las posibilidades de aquelbarco, que se resistía a creer, se leotorgó la patente solicitada.

“Recuerdo que, cuando másadelante, le comenté a un funcionario deWashington que tenía la intención deregalárselo al Gobierno —añadía Tesla—, rompió a reír a carcajadas. En aquelmomento, nadie daba un centavo por

explorar las posibilidades delaparato”.[176]

En 1919, Tesla dejó constancia porescrito de que, en un primer momento,había considerado que aquellosprimeros autómatas no constituían sinoun tosco primer paso en el camino de losartilugios teledirigidos. En sus propiaspalabras:

Lógicamente, el siguiente pasoconsistiría en dotar de esa mismaposibilidad a los aparatosautomáticos situados fuera denuestro campo de visión y a muchadistancia del centro de control; ya

entonces me parecía plausible suaplicación a los ingenios bélicos,sobre todo los fusiles […] Aunqueaún quede mucho camino pordelante, con las centrales que noprecisan de cables de quedisponemos, sería posible hacervolar un aeroplano, señalarle concierta precisión un rumbodeterminado hacia un puntoconcreto y poner en marcha unaoperación a cientos de kilómetrosde distancia.[177]

Recordaba, de paso, su época deestudiante, cuando había concebido una

máquina voladora que poco tenía quever con las actuales.

El principio al que recurrí tenía sulógica —escribía—, pero eraimposible de llevar a la práctica,porque carecía de la fuente deenergía primordial y necesaria paraponerlo en marcha. En los últimosaños, creo que he resuelto elproblema de forma satisfactoria, yestoy diseñando ingeniosaeronáuticos sin alas, alerones,hélices ni otros aditamentosexternos, capaces de alcanzarvelocidades increíbles, que nos

proporcionarán argumentosirrefutables para mantener la paz enun próximo futuro.[178]

El ingenio aeronáutico del porvenir,tal como lo concibió y diseñó,funcionaría tanto por medios mecánicoscomo por energía transmitida sin cables.

Si dispusiéramos de las centralesadecuadas, podría lanzarse unproyectil de estas característicasque fuese a estrellarse contra elblanco elegido, aunque éste seencontrase a miles de kilómetros dedistancia. Pero las cosas no se

quedarán ahí. Podrán fabricarseautómatas teledirigidos, capaces decomportarse como si estuvierandotados de inteligencia. Laaparición de tales ingeniosprovocará una revolución.[179]

Ya en 1898, había propuesto adiversos fabricantes la producción de unvehículo automatizado que “por símismo, realizaría una multitud demaniobras, algunas de ellas guiadas porlo que podríamos considerar capacidadde decisión. Pero, en aquella época,todo el mundo consideró que lo queproponía era una quimera, y el proyecto

quedó aparcado”.Consciente de que los autómatas

podían destinarse a otros usos aparte delos bélicos, les otorgaba un importantepapel como herramientas pacíficas alservicio del género humano. Andando eltiempo, así le explicaba al profesor B.F. Meissner, de la Universidad Purdue,las actividades en que estaba enfrascadoen la década de 1890:

Traté de abordar este campo desdecualquier ángulo; no me limitabasólo a mecanismos controlados adistancia, sino que consideré laposibilidad de máquinas que

desarrollasen su propiainteligencia. A partir de eseinstante, avancé considerablementeen mis indagaciones. Creo que nohabrá de pasar mucho tiempo antesde que esté en condiciones depresentar un autómata que, por símismo, se comporte como un serdotado de razón, sin necesidad deenviarle órdenes siquiera. Seancuales sean sus posibilidadesprácticas, estoy seguro de quemarcará el inicio de una nueva erade la mecánica.

A continuación añadía:

No quisiera que pasase por alto elhecho de que, si bien misespecificaciones, como antes le heindicado, se refieren a unmecanismo automático controladopor un sencillo circuitosincronizado, he optado por uncontrol más específico, es decir, uncontrol que dependa de diversoscircuitos que funcionen a diferentesfrecuencias, un concepto que yahabía desarrollado en esa época taly como se especificaba en mispatentes 723.188 y 723.189,[180]de marzo de 1903. Así era lamaquina que presenté en 1898 al

responsable del registro depatentes, Seeley, como paso previopara la obtención de la patentecorrespondiente para mi Método yAparatos para el Control deMecanismos a Distancia.[181]

A eso se refería Swezey en suscomentarios acerca de “aparatoscoordinados y sintonizados que sólorespondían a una combinación dediversas ondas de radio de muy distintasfrecuencias”.

Son muchos los investigadores quehan trabajado en la tecnología deordenadores a lo largo de la segunda

mitad del siglo XX y se han quedadosorprendidísimos cuando, al ir aregistrar sus respectivas patentes, se hanencontrado con las otorgadas en su día anombre de Tesla. Así, Leland Andersonasegura que, hace años, cuandocolaboraba en el departamento deinvestigación y desarrollo de unaimportante empresa informática, fue unabogado especializado en patentes quienle indicó que su propuesta ya estabaregistrada a nombre de Tesla. Y elcomentario del propio Anderson:

Me sorprende y mucho la reticenciade algunos de los que se dedican a

la tecnología de los ordenadores areconocer la preeminencia de Teslaen este terreno, y más si lacomparamos con las lisonjas queles dedican a señores comoBrattain, Bardeen o Shockley porhaber inventado los transistoresque hicieron posible el ordenadorelectrónico tal como loconocemos.[182]

Según él, muchos de los avancesaplicados a las comunicaciones guardanuna relación directa tanto con laspatentes de estos últimos como con lasque figuran a nombre de Tesla. La

combinación de esas patentes dio comoresultado la configuración física deloperador booleano de semiconductores,o puerta lógica Y (AND, en inglés). Lossistemas informáticos incluyen millaresde componentes que toman decisioneslógicas, circuitos de conmutación Y u O(OR, en inglés). Gracias al sistema deconmutación que permiten estosoperadores lógicos, es posible realizartodas las operaciones que ejecuta unordenador.

En opinión de Anderson, “en laspatentes registradas por Tesla en 1903con los números 723.188 y 725.605,figuran los principios elementales del

circuito que lleva a cabo la funciónlógica Y. La aparición simultánea dedos o más de las señales impresas en elsemiconductor daban lugar a larespuesta en consonancia que emitíadicho componente”.

Aunque en sus patentes Teslarecurría a impulsos de corriente alterna—en la actualidad, los ordenadoresutilizan impulsos de corriente continua—, establecía con precisión el principiofundamental de que sólo unacombinación concreta de tales impulsosda lugar a una respuesta como resultadode la acción conjunta de los mismos.

“Así, en los albores de la moderna

era de la tecnología de los ordenadores—prosigue Anderson—, el aparato queTesla patentase tan adelantadamente,pensando sólo en neutralizar posiblesinterferencias en las órdenes impresasen armas teledirigidas, se convirtió enun obstáculo para quienquiera quepretendiese patentar un circuito primariológico que utilizase el operadorY”.[183]

Los descubridores del transistor, queconllevó la supresión de las válvulaselectrónicas en muchos aparatos, JohnBardeen, Walter H. Brattain y WilliamB. Shockley, fueron distinguidos con elpremio Nobel en 1956. Hasta hace muy

poco, sin embargo, nadie habíareconocido el papel precursordesempeñado por Tesla en este terreno.

Uno de los primerosreconocimientos de la deuda contraídacon Tesla, precisamente a cuento de lanovedosa tecnología de vehículosguiados por control remoto (o “RemotedPiloted Vehicles”, RPVs, en la jergamilitar internacional) apareció en uncomentario editorial de The New YorkTimes en 1944:

El principio general de todos losingenios ideados para el controlpor radio de los mismos se remonta

a aquellos lejanos días en que sehablaba de ‘conexión sin cables’.En la primera Feria de laElectricidad que se celebró ennuestra ciudad, hace más decuarenta años, Nikola Tesla,mediante señales de radio,consiguió guiar y hacer explotar unsumergible en miniatura en elinterior de una cubeta. La idea fueacogida con entusiasmo pormultitud de inventores alemanes,estadounidenses, ingleses yfranceses que diseñaron vehículos,torpedos y barcos, todos ellos sintripulación, guiados por control

remoto mediante ondas deradio…[184]

Pero Tesla, después de tantosesfuerzos como hizo por introducirnosen la era de la automatización, pensóque no podía dedicar más tiempo aldesarrollo de una línea de investigaciónpara la que el mundo en modo algunoestaba preparado. Y centró sus miras enun empeño aún más colosal, si cabe. Sulaboratorio de Nueva York ya no era unlugar seguro para llevar a cabo susexperimentos o, más bien, susexperimentos habían llegado a serdemasiado arriesgados para una ciudad

tan poblada.En una carta a Leonard Curtis,

abogado especializado en patentes quedefendió con lealtad los intereses deTesla y de Westinghouse durante laguerra de las corrientes, le decía:“Como mis bobinas pueden producircuatro millones de voltios, las chispasque van saltando de las paredes al techorepresentan un grave riesgo de incendio.Se trata de un experimento que llevo ensecreto, para el que necesito energíaeléctrica, agua y un laboratorio propiodel que pueda disponer, además de unbuen carpintero que siga misinstrucciones al pie de la letra. Se trata

de un trabajo financiado por Astor, juntocon Crawford and Simpson. Es una tareaque he de realizar a altas horas de lanoche, cuando las líneas están menoscargadas”.[185]

De inmediato, Curtis, que tambiénera socio de la Compañía Eléctrica deColorado Springs, se puso manos a laobra para allanar el camino del inventor.El resultado que pretendía alcanzartendría consecuencias de gran calado.

XIIIEL HACEDOR DE RAYOS

La respuesta que recibió de LeonardCurtis desde Colorado Springs no podíaser más optimista: “Todo a su gusto,terreno despejado. Se hospedará en elhotel Alta Vista. Como tengoparticipaciones en la central eléctricaque abastece la ciudad, dispondrá decuanta electricidad necesite”.

Exultante, Tesla se dispuso a hacer

los preparativos, escogiendo conespecial atención los aparatos que habíaque enviar. Mientras, Scherff y suayudante, Kolman Czito, trabajaban desol a sol para tenerlo todo a tiempo parael traslado.

Lo que más apremiaba erareorganizar las finanzas de Tesla. Hacíatiempo que se habían esfumado loscuarenta mil dólares que había invertidoAdams en acciones de la Nikola TeslaCompany. Otros diez mil dólares que, afondo perdido, le entregara el conocidoingeniero de minas John HaysH a m m o n d , sénior, se habíanvolatilizado en la exhibición de la Feria

Eléctrica de Nueva York. Entonces, laempresa textil Simpson and Crawfordpuso a su disposición diez mil dólarespara la investigación que pensaba poneren marcha, y el coronel John JacobAstor, propietario del hotel Waldorf-Astoria, aportó treinta mil dólares máspara la construcción del nuevolaboratorio de Colorado Springs.[186]

Una vez asentado en Colorado,Tesla se dedicó en cuerpo y alma a laconsecución de un doble objetivo:diseñar un sistema de transmisión sincables que superase con mucho alideado por el ambicioso Marconi, ydescubrir el modo de transportar energía

eléctrica sin necesidad de cables, deforma abundante y barata, a los cuatropuntos cardinales. Y para ello sólocontaba con los conocimientos que habíaadquirido por su cuenta.

Aún encontró tiempo, no obstante,para estar con sus amigos y poner celosaa su incondicional Katharine,recurriendo a Marguerite como peón desu particular partida de ajedrez.

Estoy seguro de que Agnes nofaltará —le escribió a Kate, comosi ésta fuera la encargada de susrelaciones públicas—. ¿Y siinvitase a la señorita Merington?

Es una mujer tan inteligente yencantadora… Me encantaría quese sumase a nosotros…[187]

El 25 de marzo canceló una cita quehabía concertado con Luka, “porqueacababa de aceptar un compromisoineludible con un millonario inglés”,pero le contaba que estaba encantado dehaberse mudado al acogedor hotelWaldorf-Astoria, tras haber pasado diezaños en “aquel abominablealojamiento”, que parecía sentirse másorgulloso de anunciar que era unedificio a prueba de incendios que deservir de cobijo a un inventor de su

talla.[188]Quien sí tuvo el honor de contar con

su presencia fue el coronel Astor. YTesla se encontraba como pez en el aguaen aquella selecta barriada donde, alcaer la tarde, se reunían los hombres quede verdad contaban en Wall Street.

A pesar del ajetreo del traslado,también encontró tiempo para intentar“que el Gobierno francés le autorizase allevar electricidad a aquel país y aestablecer un sistema de comunicación,sin necesidad de cables, con vistas a laExposición Universal…”. Las razonesque le movieron para hacer tal gestiónsalieron a la luz en cuanto llegó a

Colorado.Tesla tomó el tren en Nueva York el

10 de mayo de 1899. Por el camino, hizoun alto en Chicago, para presentar unavez más su barco dirigido por señalesde radio. George Scherff se quedó alfrente del laboratorio, con detalladas yminuciosas instrucciones sobre losaparatos que había que tener listos, ocomprar, y enviarlos al nuevo destino.Como es de suponer, Tesla no le dejódinero suficiente para atender a susdemandas, ni siquiera un poder notarialpara hacer frente a los gastos diarios.Con su peculiar forma de ver las cosas,el inventor no dudaba ni por un momento

de que sus colaboradores compartiríancon él la gloria y las cuantiosas sumasde dinero que pensaba conseguir enbreve.

Al llegar a Colorado Springs el 18de mayo, le llevaron directamente alhotel Alta Vista. Reparando en loscrujidos que emitía el ascensor, decidióinstalarse en la habitación 207(divisible por tres y sólo a un piso dealtura), no sin dar las instruccionesprecisas para que la camarera le dejasedieciocho toallas limpias a diario. Encuanto al polvo, él mismo se encargaríade quitarlo.

Los terrenos elegidos estaban a algo

más de un kilómetro al este de ColoradoSprings, a los pies del monte Pike, pordonde pastaba el ganado lechero de laciudad. La finca más cercana albergabala Escuela para Ciegos y Sordos deColorado; opción de discreciónasegurada. A dos mil metros sobre elnivel del mar, el aire era limpio y seco,cargado de electricidad estática.

A los periodistas que acudieron aentrevistarlo nada más llegar, lesconfesó que tenía la intención de enviarun mensaje, sin necesidad de cables,desde la cima del monte Pike a Paríscon motivo de la Exposición que, en1900, se celebraría en aquella ciudad.

Cuando le preguntaron si lo quepretendía era enviar mensajes al másalto nivel, les respondió que no habíaido a Colorado en busca de notoriedad.

A lo largo de la década anterior,Tesla había registrado un buen númerode patentes relacionadas con eltransporte de electricidad y de mensajessin necesidad de cables, entre ellas ladel equipo elemental para producir altasfrecuencias y elevados voltajes.[189]Ya había fabricado una bobina capaz degenerar cuatro millones de voltios. Loque pretendía en ese momento eraconseguir un voltaje muy superior, paraun aparato que pudiera realizar

transmisiones a cualquier punto delplaneta. Quería realizar losexperimentos correspondientes con granreserva o, en todo caso, con la mayordiscreción posible dentro de laslimitaciones que suponía vivir en unapoblación pequeña, ya bastante alteradacon la aparición de un famoso inventorcon sus misteriosos aparatos a cuestas.

Le presentaron a un carpintero de lalocalidad, Joseph Dozier, al que leexplicó los planos de la nave quepretendía construir para realizar susexperimentos, y las obras comenzaronde inmediato. A continuación, envió elprimero de un torrente de telegramas y

cartas a la atención de Scherff, al frentedel laboratorio de Nueva York,reclamando la presencia de FritzLowenstein, su joven ayudante,ingeniero también: “Es preciso que estéaquí para supervisar las obras yconseguir los equipos”.

Durante la edificación del centro, uncarruaje le llevaba al enclave elegidotodos los días, sentado al borde con laspiernas por fuera, no tanto por laestrechez del vehículo sino por laansiedad que sentía de bajarse cuantoantes: Tesla desconfiaba por igual delos caballos que de los ascensoreseléctricos (a su debido tiempo, las

caballerías de Colorado Springstampoco se fiarían mucho de Tesla y conrazón porque, cuando tuvo listo eltransmisor dotado de un amplificador degran potencia, la electricidad se difundíapor el suelo en todas las direcciones yhasta los animales de mejor carácter sedesbocaban).

Una cerca, bordeada de carteles conla advertencia de “NO PASAR -PELIGRO DE MUERTE”, rodeaba lafantástica estructura que comenzaba aalzarse en mitad de la pradera. Cuandoconcluyó la edificación, Tesla colocó enla puerta un cartel con una cita aún másaterradora, extraída del Infierno de

Dante: “Vosotros que aquí entráis,abandonad toda esperanza”. Al poco,comenzaron a circular rumores de quebastaba un solo fogonazo del ingenioque preparaba el señor Tesla paraacabar con la vida de cien personas.

La estación experimental que, alprincipio, se asemejaba a un establocuadrado, acabó por parecerse más a unbarco, con su palo mayor y todo. Por unaabertura practicada en el techo,sobresalía una torre que se alzaba aveinticinco metros sobre el nivel delsuelo. Del mástil de metal, emergía otroque se elevaba otros cuarenta metros porel aire. En el extremo superior, una

esfera de cobre de un metro de diámetro.A medida que iban llegando,

trasladaban y montaban los aparatos apie de obra. Dejaron listos bobinas otransformadores de alta frecuencia deinfinidad de tamaños y configuraciones.De Nueva York llegó también el circuitoprimario de doble giro que habíainstalado en el laboratorio de HoustonStreet, con sus correspondientesinterruptores para amplificar la potenciadel transmisor.

Más adelante, Tesla afirmaría que eltransmisor que puso a punto en Coloradoera el más trascendental de sus inventosy, sin duda, se trata del artefacto hecho

por él que más llama la atención ennuestros días. Desde entonces, siempreque se han detectado fenómenosdiversos como consecuencia de latransmisión de potentes señales de radioa muy baja frecuencia, los periodistasaluden, y con razón, al efecto Tesla. Nofalta quien asegura, por ejemplo, que losrusos han recurrido a un gigantescotransmisor de potencia amplificada paraalterar las condiciones meteorológicasdel planeta, provocando la aparición deperiodos de sequía y olas de frío tanintensos como prolongados. Hay quienafirma que producen interferencias enlas comunicaciones por radio en Canadá

y en los Estados Unidos, capaces demodificar las ondas cerebrales de losoyentes, que sienten un malestargeneralizado, por no hablar de losestallidos sonoros y de casi todo aquellopara lo que no disponemos de unaexplicación razonable. En realidad, setrata del fabuloso invento del que afinales del siglo XX y con éxito notable,Robert Golka realizó una réplica enWendover, Utah, para estudiar los rayosglobulares en relación con la fusiónnuclear.

¿En qué consistía exactamente? Lap u b l i c a c i ó n The ElectricalExperimenter le pidió a Tesla que lo

contase en las páginas de la revista deforma que pudieran entenderlo loslectores más jóvenes. Su explicación(que debió de suponerles una duraprueba a los lectores a quienes ibadestinada) resulta confusa en extremo.

Se trata —escribió— de untransformador en resonanciaconectado a un transformadorsecundario, cuyas placas, cargadasa un voltaje muy elevado, presentanuna enorme superficie y vancolocadas según imaginariascurvaturas envolventes, como sidijéramos, de un radio

extremadamente largo, y a ladistancia adecuada, lo que nospermite disponer de una superficiede pequeña densidad eléctrica encualquiera de los puntos delcircuito, de forma que no seproduzca un corte ni cuando elconductor esté al aire. Es unamáquina que funciona a cualquierfrecuencia, desde muy pocos amillares de ciclos por segundo,capaz de generar grandesvolúmenes de corriente amoderadas tensiones, o de bajoamperaje e increíble fuerzaelectromotriz. El máximo de

tensión eléctrica que puedealcanzarse depende sólo de lacurvatura de las superficies queenvuelven los elementos cargados yde la superficie de éstos.[190]

Para añadir que, gracias a esteprocedimiento, no era difícil alcanzaruna tensión eléctrica de cien millones devoltios. Se trataba de un circuito querespondía a toda clase de impulsos,incluso a los de baja frecuencia,generando oscilaciones sinusoidales ycontinuas como un alternador.

En sentido estricto —continuaba—,

se trata de un transformador enresonancia que, aparte de estascaracterísticas, está adaptado a lasnecesidades del planeta, a susconstantes y propiedadeseléctricas, diseñado especialmentepara la transmisión de energía sinnecesidad de cables de forma taneficaz como eficiente. Queda, pues,eliminado el problema de lad i s t a nc i a : no se producedisminución alguna en lo que a laintensidad de los impulsostransmitidos se refiere. Es inclusoposible que su efectividad seincremente cuanto mayor sea la

distancia a que se encuentre de lacentral, según una fórmulamatemática exacta.[191]

Una vez dispuesto tan potenteequipo, el inventor comenzó a hacerpruebas que simulasen no sólodescargas eléctricas, sino hastatormentas más fuertes que las quesacuden las montañas. Cuando ponía eltransmisor en marcha, en los pararrayossituados a veinticinco kilómetros a laredonda del laboratorio se formabanvistosos arcos de luz, más intensos ypersistentes que los rayos normales.

Por primera vez en su vida, se ocupó

de llevar un diario en donde reflejabatodos los pasos de su investigación.Como los efectos visuales que aparecíaneran tan útiles como sobrecogedores,dedicó muchas horas a realizarexperimentos fotográficos.

Tesla confiaba en que llegase el díaen que el equipo que estaba poniendo apunto tuviese aplicaciones comerciales.Antes, tendría que llevar a cabo milesde observaciones y delicados ajustes.Como no se fiaba demasiado de que suprodigiosa memoria fuese capaz dealmacenar tanta información, en lasentradas del diario no dejaba de anotarlos experimentos que no habían salido

como había previsto, preguntándose lacausa. Se trataba, pues, de un métodomuy distinto al que había seguido enanteriores etapas de su vida. En plenamadurez, quizá se diera cuenta de que lamemoria empezaba a flaquearle. Contodo, hacía lo imposible por concluir eltrabajo en la fecha que se habíapropuesto.

El diario de Colorado constituye unclaro ejemplo de la atracción quesiempre sintió por los efectos visuales.Entre innumerables fórmulasmatemáticas, con amorosa, casiapasionada entrega, gracias al morosoretrato de los colores y la grandeza de

las tormentas eléctricas de Colorado,nos regaló una descripción precisa yrealista de los fogonazos que siemprehabía percibido en el interior de sucabeza.[192]

Las noches en que se dedicaba ahacer experimentos con el transmisoramplificador, el cielo que cubría lapradera se convertía en un espectáculode luz y sonido. Incluso la tierra parecíacobrar vida; el rugido del trueno queprovocaba el chispazo podía escucharseen muchos kilómetros a la redonda. Eltorbellino que provocaba la bobina deltransmisor, de unos quince metros dediámetro, se tragaba las mariposas que

revoloteaban cerca. A prudentedistancia de la instalación, losatemorizados espectadores asegurabanhaber visto cómo salían chispas de laarena, que les saltaban también alcaminar, debido al roce de los taconescon el suelo. Otros afirmaban ver, a cienmetros de donde se hallaban, unos halos,de unos tres centímetros, alrededor decualquier objeto metálico en contactocon la tierra.[193] Los caballos quepastaban o trotaban tranquilamente aquinientos metros del lugar seencabritaban por las descargas querecibían en las herraduras.

El inventor y sus ayudantes que,

noche tras noche, trabajaban rodeadosde rayos y truenos, se tapaban los oídoscon algodón y calzaban zapatos degruesas suelas de corcho o de goma. Apesar de tales precauciones, Tesladescribía cómo, en numerosasocasiones, notaba que le estallaban losoídos, con una sensación tan real comosi alguien le tocase allí, y su temor deque le estallaran los tímpanos. Confrecuencia, seguía sintiendo el dolor yoyendo el zumbido horas después dehaber realizado un experimento.

Las investigaciones llevadas a cabopor Hertz en 1888, que sirvieron paraconfirmar la teoría dinámica de los

campos electromagnéticos formuladapor Maxwell, bastaron para que elmundo científico aceptase que las ondaselectromagnéticas se propagaban enlínea recta, como las ondas luminosas,con las limitaciones propias de lacurvatura de la Tierra en cuanto a lastransmisiones por radio. Como ya hemosapuntado, Tesla no sólo daba porsentado que el planeta era un magníficoconductor, sino que también lo eran “lascapas altas de la atmósfera; incluso lasque se encuentran a media altura, yresultan accesibles por tanto, ofrecen unmedio conductor perfecto para larealización de ensayos experimentales”.

Su teoría acerca de la propagaciónde las ondas de radio permaneció en elolvido hasta bastantes años después. Enla década de 1950, un grupo decientíficos que investigaban lapropagación de las ondaselectromagnéticas de muy baja (entre 3 y30 kilohercios) o extremadamente baja(de 1 a 3.000 hercios) frecuenciaconfirmaron el postulado de Tesla,aplicándolo a transmisiones de bajafrecuencia. El doctor James R. Wait,autoridad mundial en el campo de lateoría de las ondas electromagnéticas,ha señalado que los experimentos deTesla en Colorado Springs “son

anteriores a cualquier investigación deesta índole realizada en Colorado [y]aquellos experimentos, tan adelantadospara la época, guardan una inquietantesimilitud con posteriores desarrollosobservados en las comunicaciones quese realizan a extra baja frecuencia (ELFpor sus siglas en inglés, extra-lowfrequency)”.[194] De hecho eltransmisor amplificador de Tesla fue elprimer ingenio capaz de generar unaresonancia ELF para la transmisión deondas a través de la ionosfera.

Igualmente acertada resultó otra delas predicciones que realizó porentonces, a saber, que la resonancia de

la Tierra se produce según frecuenciasde 6, 18 y 30 hercios. Posteriormente,trató de verificarlo de formaexperimental con el equipo de quedisponía en Long Island. Habría queesperar a la década de 1960 y a quefueran otros quienes realizasen losexperimentos, para llegar a laconclusión de que Tesla no andaba deltodo desencaminado: la resonancia delplaneta es de 8, 14 y 20 hercios.

Dado que la transmisión de energíaeléctrica sin necesidad de cablesguardaba relación con la resonancia dela Tierra, cuanto más próxima a éstafuera la frecuencia operativa con que

trabajaba, más fácil sería poner enmarcha su sistema para transportaringentes cantidades de energía eléctrica.La consecución de bajas frecuenciasconstituía un problema añadido para lalongitud del cableado secundario. Así,para el transmisor amplificador, quefuncionaba a 50 kilohercios, el cableadoalcanzaba una longitud aproximada deun kilómetro y medio; si pretendíatrabajar a 500 kilohercios, el cableadoen cuestión debería tener un recorridode unos ciento cuarenta y cincokilómetros.

A medida que avanzaba en sutrabajo, entre informes y peticiones de

material, la línea telegráfica que unía aTesla con Scherff se iba poniendo alrojo vivo. Al inventor no le bastaba conel transporte normal de mercancías;daba continuas instrucciones a suhombre de confianza para que leenviasen todo urgente, puerta a puerta.Exigió la presencia de Kolman Czito asu lado, y le escribió a Scherff paradecirle que debía entregar a la esposadel ingeniero el salario de éste, quincedólares a la semana. Poco después,Tesla informaba a Scherff: “Czito yaestá aquí. Me alegra ver un rostroconocido. Me parece que está un pocogrueso para el trabajo que se le viene

encima”.También por telegrama, mantuvieron

un acalorado intercambio de mensajesacerca de doscientas botellas y unosglobos de dos metros y medio que Teslahabía solicitado. Según le explicabaScherff, el señor Myers “habíamanifestado sus dudas acerca de quealcanzasen la altura prevista, caso deque el viento soplase con fuerza”.[195]Los globos habían de ser los encargadosde llevar unas antenas estacionarias auna determinada altura. Finalmente,cargados con sólo dos tercios del gasque podían contener (probablemente,hidrógeno) para evitar que se rasgasen

en las alturas, los fabricó un profesionalespecializado, al precio de cincuentadólares cada uno.

Como Scherff sabía que a Tesla leencantaba estar al tanto de todo lo quepasaba, le mantenía al corriente de lostrabajos que hacían en Nueva York,explayándose en las gestiones delcoronel Astor, su principal avalista. Leinformaba, asimismo, de las actividadesde Marconi y de los asuntosrelacionados con sus patentes enEuropa.

A pesar de lo ocupados que estabanambos, siempre encontraban un huecopara intercambiar cotilleos o

indicaciones más precisas. Así, “Elseñor L. —le comentaba Scherff— llevaunos cuantos días llegando ebrio altrabajo y comete muchos errores en sustareas de calibrado”, mientras Tesla lerespondía: “Dígale al señor Uhlman queno utilice ‘afectuosamente’ comofórmula de despedida, sino‘atentamente’”. Así finalizaba la carta enque se lo indicaba a Scherff, a la queañadía una apresurada posdata: “¿Hallamado mi amigo JJA (Astor)?”.

Tesla exageraba ante Scherff losproblemas de seguridad, al tiempo quele prometía que compartiría con él loslaureles del triunfo:

Haga cuanto buenamente puedapara que nadie olvide los objetivosque persigo, y trate con especialconsideración a los chicos de laprensa. Le rogaría que nocomentase nada más, aparte de loque ya le he dicho. Estoy seguro deque, a mi regreso, estaré encondiciones de presentarinteresantes primicias […] Dígalesa todos que son imprescindiblespara el proyecto. Tenga por seguroque compartiré con usted el éxitoque, sin duda, alcanzaremos.[196]

El 16 de agosto le escribía a su

“querido Luka” dándole las gracias porhaberle enviado su poema “Dewey atManila”, según él “sencillamenteespléndido”, no sin añadir: “¡Meencantaría que pudiese contemplar loscopos de nieve y los icebergs deColorado Springs, me refiero a los queflotan en el aire! Son casi tan sublimescomo sus poemas, Luka, ¡dignos de ver!Saludos afectuosos a todos de parte desu Nikola”.

Poco después le escribía una cartaen un tono menos soñador.

El torpedo teledirigido entró enescena un poco más tarde de lo

previsto, y Dewey ya se ha sumadoa la espléndida galería deinmortales conquistadores. ¡Loperdimos por un pelo! Luka, cadadía que pasa más cuenta me doy deque somos hombres que van pordelante de su tiempo. Mi sistema detelegrafía sin cables sigueempantanado en negociaciones conuna sociedad científica, igual que,me imagino, su maravilloso poemasobre los héroes de Manila nohabrá conseguido siquiera laabsolución del almirante Montojo.Y mientras mis enemigos sostienenque me limito a copiar las ideas de

los demás, ¡los suyos no secansarán de repetir que su poematuvo la culpa de que condenaran aMontojo!

Pero hemos de seguir adelantecon nuestra noble tarea, amigo mío,sin dejarnos perturbar por la locuray la necedad de este mundo, hastaque por fin… Ya me estoyimaginando cómo le explicaré aArquímedes los principios de mimáquina inteligente (que acabarácon cañones y acorazados),mientras usted recita susgrandiosos poemas en presencia deHomero…[197]

Y Scherff le escribía: “The NewYork Herald sigue ensalzando aMarconi…”.

A pesar de los quebraderos decabeza que le causaba el proyecto, aTesla le resultaban tonificantes el climay el aire que se respiraba en Colorado.Su vista y su oído, sentidos que siempretuvo muy agudizados, disfrutaban de lolindo en aquel ambiente límpido. Elclima era ideal para sus observaciones:la intensidad inusitada de los rayossolares, la sequedad del aire, lasfrecuentes tormentas con relámpagos deuna violencia inimaginable.[198]

A mediados de junio, con todos los

aparatos instalados y haciendo lospreparativos necesarios para comenzarlos experimentos, rediseñó uno de lostransformadores receptores con elobjetivo de determinarexperimentalmente el potencial eléctricodel planeta estudiando, según un planminucioso, la periodicidad de susfluctuaciones.

Para ello, fijó un instrumento muysensible a un detector del circuitosecundario y, tras conectar el primario atierra, colocó el secundario en un borneelevado. El resultado fue sorprendente:las variaciones en el potencial eléctricoinducían impulsos eléctricos en el

circuito primario, que generaba un flujoeléctrico secundario que, a su vez,quedaba registrado en el sensibledetector según su intensidad.

Las oscilaciones eléctricas eranuna prueba de que la Tierra estabaliteralmente viva —afirmaría Teslaen un artículo posterior—; deinmediato, me dispuse a abordartan prometedor campo deinvestigación: nunca encontraría unlugar que me ofreciese mejoresposibilidades para losexperimentos que pretendía llevar acabo.[199]

En aquella zona de Colorado, lasdescargas eléctricas eran muyfrecuentes, y algunas de gran violencia:en cierta ocasión, se registraron unosdoce mil rayos en el plazo de dos horasen un radio de cuarenta y cincokilómetros a la redonda del laboratoriode Tesla. Según él, algunos eran comogigantescos árboles boca abajo y enllamas, cuyas copas incendiadas seprecipitaban sobre la tierra. A finales dejunio, dejó constancia de unsorprendente fenómeno: los relámpagosque resplandecían a lo lejos afectabanmás a sus instrumentos que aquéllos quedescargaban más cerca. “Es un asunto

que me intrigó mucho —escribió—.¿Cuál sería la causa?”.

La explicación se le ocurrió unanoche, cuando iba andando por lapradera camino del hotel, bajo la fría luzde las estrellas. Se trataba de una ideaque ya le había rondado conanterioridad, cuando preparaba lasconferencias que se disponía a impartiren el Instituto Franklin y en la NationalElectric Light Association, y era unaposibilidad que había desechadoentonces como absurda e imposible: “Ladeseché de nuevo —escribió—. Sinembargo, me quedé con la mosca detrásde la oreja y con la sensación de que

estaba a punto de descubrir algoimportante”.[200]

XIVAPAGÓN EN COLORADO

SPRINGS

“Ocurrió el 3 de julio de aquel año(1899), una fecha que jamás olvidaré.Ese día observé el primero de una seriede resultados experimentales decisivos,de capital importancia para el devenirdel género humano”.[201]

Aquel día, al anochecer, Tesla habíaobservado la aparición por el oeste de

una compacta masa de nubes cargadasde electricidad. Pronto se desató una deaquellas violentas tormentas que “trasdescargar con gran fuerza en lasmontañas, avanzó a gran velocidad haciael valle”.

Unos intensos y persistentesrelámpagos rasgaban el cielo aintervalos casi regulares. Pertrechadocon un detector, Tesla observó que lasseñales que denotaban la presencia deactividad eléctrica se debilitaban amedida que se incrementaba la distanciaque lo separaba de la tormenta, hastaque cesaron por completo.

“Me quedé a la expectativa, con

todos los nervios en tensión —escribióen su diario—. Y, como ya imaginaba,al poco rato el detector se puso enmarcha de nuevo, las señales fueroncreciendo en intensidad y, tras alcanzarun pico, disminuyeron poco a poco hastadesaparecer. Repetí la observaciónmuchas veces, a intervalos regulares,hasta que la tormenta que, a simplevista, se desplazaba a una velocidadcasi constante, se había alejado unostrescientos kilómetros. Tampocoentonces desaparecieron tansorprendentes indicaciones: siguieronmanifestándose, con la mismaintensidad”.[202]

Poco tardó Tesla en dar con laexplicación de aquel “maravillosofenómeno. Ya no me quedó duda alguna:estaba observando ondasestacionarias”.[203]

Así resumió las consecuencias deldescubrimiento:

Por increíble que pudiera parecer,nuestro planeta, a pesar de susdimensiones, se comportaba comoun conductor de dimensioneslimitadas. Desde el primermomento, fui plenamenteconsciente de la extraordinariaimportancia de aquella

constatación para la transmisión deenergía según mi sistema.

No sólo podía utilizarse paraenviar mensajes telegráficos acualquier distancia sin necesidadde cables, como habíapronosticado hacía mucho tiempo,sino que era capaz de llevar a lolargo y ancho del planeta las másleves modulaciones de la vozhumana, y lo que es más, podíautilizarse para transportar energíaeléctrica en cantidades ilimitadas acualquier distancia y casi sinpérdidas.

Tesla se imaginaba la Tierra comoun vastísimo contenedor rebosante defluido eléctrico cuya resonancia seponía de manifiesto gracias a una seriede ondas que permanecían siempre en lamisma posición. Ahora no le cabía duda,escribió, de que un oscilador bastaríapara generar esas ondas estacionarias enla Tierra. “Se trata de un asunto deimportancia capital”.[204] Paraentonces ya había descubierto que habíados posibilidades radicalmente distintaspara el transporte de energía eléctrica oel envío de mensajes inteligibles acualquier punto del planeta: medianteuna alta relación de transformación de la

tensión o un incremento de laresonancia. Tras las pruebas que llevó acabo con osciladores eléctricos llegó ala conclusión, y así lo apuntó en sudiario, de que el primer método sería elmás adecuado para el transporte deenergía eléctrica, cuando sólo serequería un pequeño aporte de energía,por lo que “el segundo procedimientoes, sin lugar a dudas, el más indicado ysencillo de los dos para el caso de laradio”.[205]

Con el paso del tiempo, Tesla hubode soportar las críticas de científicospunteros por no haber sabido diferenciarcon claridad ambas funciones. Fiel a su

gusto por el secretismo, ni se molestó ensacarles del error. Antes de que pudiesellevar sus teorías a la práctica, tenía queperfeccionar el equipo. Para elexperimento que tenía en mentenecesitaba millones de voltios ycorrientes eléctricas de muy elevadaintensidad. Los experimentos anterioressólo le permitían hacerse una idea muygeneral de lo que podría suceder. Loschispazos generados por el hombredebían producirse en el extremosuperior del mástil de sesenta metros dealtura anclado en la torre. Quizáaquellos rayos acabaran con la vida dequienes realizaban la experiencia, o

arrasaran el laboratorio, pero era unriesgo que había que afrontar.

La noche en que se disponían arealizarlo, se vistió con pulcritud yesmero. Se puso la levita negra PríncipeAlberto, guantes y sombrero hongo decolor negro también y se llegó allaboratorio, donde ya le esperaba Czito.El ingeniero sería el encargado deaccionar el interruptor, mientras Teslase quedaba a la puerta del laboratorioobservando: tenía que prestar especialatención a la gigantesca bobina instaladaen el centro del laboratorio y a la esferade cobre que remataba el mástil.

Cuando todo estuvo dispuesto, gritó:

—¡Adelante!Habían acordado con anterioridad

que, para el primer ensayo, accionaríanel interruptor durante tan sólo unsegundo. Así, Czito entró en ellaboratorio, observó la posición de lamanecilla larga del reloj de bolsillo quellevaba y accionó el interruptor. Unsegundo bastó para comprobar que elresultado merecía la pena: aparecieronunas lenguas de fuego por encima de labobina secundaria y se escuchó elchasquido de la electricidad sobre suscabezas.

Para el experimento en sí, Teslaoptó por quedarse fuera del laboratorio,

donde tendría una perspectiva nítida delmástil y de la esfera.

—Cuando le avise —le dijo a Czito—, conecte el interruptor y déjeloconectado hasta que le pida que loapague.

Pasado un instante, dijo:—¡Ahora! ¡Conecte el interruptor!Así lo hizo Czito, sin apartarse de

donde estaba para desconectarlo encuanto se lo pidiese. La vibración de laintensa corriente que producía la bobinaprimaria fue tal que bien pareció que elsuelo cobrase vida. Luego, se escuchóun chasquido y el estruendo de un rayoque caía encima del laboratorio. Una

insólita luz azulada bañó el interior deaquel edificio semejante a un establo.

Czito alzó la vista hacia las bobinasy contempló cómo aparecía una masa deserpientes de fuego que se retorcían. Elaire se llenó de chispas eléctricas ypercibió el olor acre y penetrante delozono. Cada vez salían más y más rayos;Czito seguía a la espera de recibir laorden de desconectar el interruptor.Como desde donde estaba no podía vera Tesla, comenzó a preguntarse si elinventor habría resultado alcanzado porun rayo y yacía malherido, o muerto talvez, a la puerta del laboratorio. Seguiradelante le parecía una locura. Al cabo

de un rato, empezó a temer que seincendiasen las paredes y el techo dellaboratorio.

Pero Tesla no estaba malherido nimuerto, sino sumido en un arrebatobeatífico. Desde donde se encontraba,podía ver cómo descargaban los rayoscuarenta metros por encima del mástil;más tarde se enteraría de que los truenospudieron oírse en Cripple Creek, aveintitantos kilómetros de distancia. Unay otra vez, aparecía el rayo y estallaba.¡Un espectáculo sublime! ¿Acaso, antesde aquella noche, algún ser humanohabía estado en tal sintonía con losdioses? Perdió la noción del tiempo que

pasaba allí. Más tarde le comentaríanque había sido cosa de un minuto.

De repente y sin explicación, se hizoel silencio. ¿Qué habría pasado? Le diouna voz a Czito.

—¿Por qué lo ha hecho? No le hedicho que desconecte el interruptor.¡Conéctelo de nuevo, de inmediato!

Sin embargo, Czito no había tocadoel interruptor. La energía se habíaagotado. Dios, en su misericordia, lehabía concedido un respiro.

Tesla corrió al teléfono, llamó a laColorado Springs Electric Company, ycomenzó a protestar y a quejarse de quele habían cortado el suministro. Insistió

en que lo reanudaran de inmediato.La respuesta que recibió de la

central eléctrica fue tan escueta comoprecisa.

—Se ha producido una caída delgenerador; la línea está en llamas.[206]

Tesla había provocado unasobrecarga en el generador. Lalocalidad de Colorado Springs se quedóa oscuras. Tras sofocar el incendio, lacompañía puso en funcionamiento ungenerador de emergencia, pero senegaron tajantemente a reanudar elsuministro para Tesla.

Empeñado en seguir adelante con losexperimentos, el inventor se ofreció a

enviar una cuadrilla de trabajadorescualificados a la central y pagar de supropio bolsillo la reparación delgenerador principal. La compañíaconsideró que era una oferta razonable.En menos de una semana, la averíaquedó subsanada y Tesla dispuso denuevo de electricidad.

A partir de ese momento, losexperimentos continuaron sinsobresaltos. Scherff no dejó de enviarlenuevos aparatos durante aquellosgélidos otoño e invierno de Colorado.Para infundirle ánimos al inventor, leescribió: “El señor Lowenstein nos hahablado a Uhlman y a mí del espléndido

trabajo que lleva a cabo. Estamosconvencidos de que usted va no un siglo,sino un milenio por delante de lahumanidad”.

Lamentablemente sólo podemoshacernos una idea aproximada dealgunas de las tareas que Tesla abordóy, hasta donde sabemos, completó en esaépoca. Las entradas de su diario yescritos posteriores arrojan muy pocaluz sobre el asunto. En un determinadomomento, da la impresión de quehubiera tratado de poner a punto undesconocido y potente rayo. Entre losobjetos que, con urgencia y puerta apuerta, recibió por entonces, figuraban

cuatro tubos de Roentgen dotados dedoble foco y gruesas lentejas de platino.En una de las anotaciones del diario,podemos leer: “Ajustes en un tubo conun único terminal de salida para laproducción de rayos potentes. Dado queno hay límites en cuanto a la fuerza de unoscilador, el problema consiste en cómofabricar un tubo que pueda soportarcualquier tensión…”.[207] Nadasabemos acerca de los fines queperseguía o de los resultados de talesexperimentos. El lector interesadoencontrará más información sobre estosaspectos en los capítulos finales.

El objetivo general que perseguía

con sus investigaciones está claro:experimentos con osciladores de altapotencia, transporte de energía eléctricasin necesidad de cables, recepción ytransmisión de mensajes, y todo lo queguardase relación con campos eléctricosde alta frecuencia.

En cualquier caso, un halo demisterio rodeaba siempre losexperimentos que emprendía. A pesar delos carteles de advertencia que habíapuesto en la cerca y en el propiolaboratorio, le molestaban mucho losniños de la localidad que, desde laúnica ventana que daba a la partetrasera, se dedicaban a curiosear, así

que la condenó con unos tablones. Estadecisión estuvo a punto de costarle lavida.

Era un edificio cuadrado quealbergaba una bobina de unosdieciocho metros de diámetro ycasi tres metros de altura —recordaría más adelante—. Cuandoestaba preparada para entrar enresonancia, salían una especie deculebrinas luminosas (producidaspor la electricidad) que discurríande arriba abajo: era un bonitoespectáculo. Como sabe, el aparatoen cuestión presentaba una

superficie de entre ciento cincuentay ciento setenta metros cuadradoscargada de electricidad. Porrazones de presupuesto, yo habíacalculado unas dimensiones muyajustadas, de forma que esos hilosbrillantes se prolongaban hastaquedar tan sólo a doce o quincecentímetros de las paredes de lanave.[208]

El interruptor principal que permitíaactivar corrientes tan elevadas no erafácil de manejar. Para facilitar la tarea,Tesla había instalado un muelle quepermitía conectarlo con una leve

presión. No tardó en descubrir queaquella innovación era más práctica quesegura.

Aquel día, Tesla había enviado aCzito al pueblo a hacer unos recados, yse había quedado solo en el laboratorio.

Desconecté el interruptor y fui acomprobar algo en la parte de atrásde la bobina. Mientras lo hacía, elinterruptor se activó por su cuentay, de repente, el recinto se pobló derelucientes filamentos eléctricos,sin que me diera tiempo deapartarme. Como no tenía ningunaherramienta a mano, traté en vano

de romper los tablones que cegabanla ventana, hasta que se me ocurriótumbarme en el suelo y tratar depasar por debajo.

Por el circuito primariocirculaba una carga de 50.000voltios y no me quedó otra quereptar con mucho cuidado bajo loschispazos que iban y venían. Tanalta era la concentración de ácidonitroso que apenas podía respirar.Dada la amplia superficie de quedisponían para compensar la bajaintensidad, los fogonazos oxidabanel nitrógeno con rapidez. Mientrasme arrastraba, notaba los chispazos

en la espalda. Por fin, pude salir y,nada más desconectar elinterruptor, el edificio comenzó aarder. Me hice con un extintor yconseguí sofocar elincendio…[209]

A raíz del incidente, escribió una deaquellas cartas que encabezaba con un“querido Luka” en la que,metafóricamente, le contaba que habíatenido que vérselas con un gato montés yque había quedado convertido en unmontón de arañazos ensangrentados.

A pesar de los rasguños, Luka —le

decía—, ¡conservo la cabeza, laCABEZA, insisto, lúcida!Preferiría no abrumarle con lo queha pasado, pero…

Aunque he avanzado unabarbaridad en varios de losproyectos que me traigo entremanos, me entristecí mucho alenterarme de que algunos de loscolegas, que también investigan latelegrafía sin hilos, como si sehubieran juramentado, echabanpestes de mí y decían que era unmentiroso. Recurren a argumentosfalaces, y se dedican, lisa yllanamente, a criticar mi forma de

hacer las cosas sin el menorpudor…[210]

Velada referencia a Marconi que dosaños antes, trabajando codo con codocon William Preece, electricista delservicio postal británico, había enviado,sin necesidad de cable alguno, una señalal otro lado del canal de Bristol, algomás de diez kilómetros de anchura, yque en aquel mismo año, 1899, habíarepetido la proeza y alcanzado la otraorilla del Canal de la Mancha.

Acordándose de los fracasadosexperimentos que había llevado a cabodieciséis años antes, Edison no dejaba

de preguntarse si no podría él presentaruna demanda contra el joven italiano. Yasí lo hizo; al cabo de un tiempo recibióuna compensación de sesenta mildólares por su patente, que hubo depagarle la Marconi Wireless TelegraphCompany. Lo cierto es que, quizá debidoa la sordera que padecía, Edison nuncahabía imaginado que la “locura de laradio” llegase a durar tanto tiempo.

Entretanto, desde Colorado, Tesla leescribía a Johnson dando por hecho queera capaz de enviar un mensaje a laExposición de París de 1900, sinnecesidad de cable alguno: “¡No se meha ocurrido nada mejor que enviar un

saludo a los atolondrados franceses!”.La misiva concluía en un tono másdesenfadado: “Todavía no heencontrado tiempo para cumplir lapromesa de ser millonario, pero todo seandará, en cuanto esté un poco máslibre…”.[211]

¿Qué consiguió Tesla, en realidad,durante la temporada que pasó enColorado Springs? Después de tantosecretismo, una actividad tan frenética yun gasto tan considerable, aparte dealgunos efectos teatrales, no alumbró niun solo invento que tuviera aplicacionesprácticas, si por tales entendemos cosascomo un teléfono o una bobina más

avanzada. Según la vara de medir queaplicaban los partidarios de Edison, lomismo podría decirse de Einstein, queno inventó el lavaplatos, precisamente.

Durante aquel periodo, ¿contribuyóTesla, de algún modo, a ampliar lasfronteras del conocimiento? Larespuesta sólo puede ser afirmativa. Lacomunidad científica desconoce, y quizánunca llegue a saber con exactitud, elalcance de sus investigaciones. Sincontar con el problema añadido de que,con más frecuencia de la deseable, no seguiaba por sus intuiciones, teorías oexperiencias preliminares, ni semolestaba en hacer las comprobaciones

pertinentes. No hay duda, sin embargo,de que desbrozó el camino para muchasy relevantes investigaciones endiferentes campos, como aún siguendescubriendo los científicos que hanseguido sus pasos.

El doctor Aleksandar Marinčić,eminente físico yugoslavo, apunta que,en nuestros días, comprobados ya losmodos de resonancia de la Tierra,cuando sabemos que determinadas ondasse propagan sin que, en la práctica, sevean perturbadas por el planeta, demodo que es posible enviar ondasdirectamente a la ionosfera, “bienpodemos afirmar que Tesla tenía razón

cuando afirmaba que el mecanismo depropagación de las ondaselectromagnéticas, ‘según el sistema queél había ideado’, nada tenía que ver conla radiación lineal propugnada porHertz”. En la introducción a lasColorado Springs Notes, de Tesla, eldoctor Marinčić señala que el científiconada podía saber en cuanto a que “losfenómenos que estudiaba sólo se poníande manifiesto a muy baja frecuencia”, altiempo que deja entrever la posibilidadde que futuros análisis de los escritos deTesla “puedan revelarnos otros aspectosinteresantes acerca de sus conjeturas eneste terreno”. El diario sirve para

confirmar sin ningún género de dudas sudecisiva contribución al desarrollo de laradio y, a estas alturas, nadie cuestionaque ya en 1893 estaba al tanto de cómorealizar una transmisión sin necesidadde cables.

Así que a los estudiosos no lesquedaba otra opción que intentarreconstruir lo que Tesla creyó haberconseguido.

Gracias a su gigantesco oscilador,enviando una corriente de electrones (enaquella época, sólo se hablaba deelectricidad) a 150.000 oscilaciones porsegundo, pensaba que había conseguidoacoplarse a la resonancia de la Tierra.

Los impulsos resultantes alcanzaban unalongitud de onda de unos dos kilómetros.Tesla llegó a la conclusión de quedichas ondas se propagaban a lo largo yancho de la superficie del planeta; encírculos cada vez más amplios, alprincipio, que se hacían más pequeñosal tiempo que ganaban en intensidad,hasta converger en un punto situado enlos antípodas de Colorado Springs, esdecir, un poco al oeste de las islasfrancesas de Ámsterdam y St. Paul, en elocéano Índico.

Según los resultados que habíaobtenido experimentalmente, en aquelpunto se formaba un gran “polo sur”

eléctrico, que generaba una ondaestacionaria que vibraba en consonanciacon sus transmisiones desde el “polonorte”, en Colorado Springs. Cada vezque dicha onda se retiraba, rebotaba yretornaba con más fuerza hasta el puntosituado en el lugar diametralmenteopuesto.[212]

Si la Tierra hubiese sido capaz deacoplarse en perfecta resonancia, lasconsecuencias habrían sidocatastróficas. Como no pasó nada, en suopinión, el descubrimiento permitía eltransporte de energía a cualquier puntodel planeta siempre que se contase conun sencillo equipo para recibirla: un

sintonizador de radio, una conexión atierra y una vara metálica de la altura deuna casa. No haría falta nada más paracaptar la energía eléctrica de usodoméstico, extraída de las ondas queiban y venían entre los que éldenominaba polos norte y sur. No fuecapaz, sin embargo, de llevar a cabo unexperimento que confirmase talintuición, cuanto menos de llevarlo a lapráctica. Nadie lo ha conseguido hastael momento.

Con su transmisor amplificador,había conseguido algunos resultadosmás espectaculares que los propiosrayos. El potencial más alto que

consiguió fue de unos doce millones devoltios, insignificante si se lo comparacon el de un relámpago, pero muysuperior a cualquiera de los alcanzadosdurante posteriores décadas. Desde supunto de vista, lo más importante eraque, gracias a su antena, habíaconseguido corrientes de 1.100amperios. Durante muchos años, lasemisoras más potentes utilizaron unaintensidad de sólo 250 amperios.[213]

Un día, mientras trabajaba concorrientes de estas características, sellevó la sorpresa de que habíaconseguido producir una densa niebla.Había una ligera bruma en el exterior.

Cuando conectó la corriente eléctrica, laneblina que había en el laboratorio setornó tan densa que no podía verse lasmanos, a pocos centímetros de su cara, ydedujo que había realizado unimportante descubrimiento: “A mi modode ver, estoy seguro —afirmaría mástarde— de que si se construye la centralpertinente en una región árida y laponemos en funcionamiento segúndeterminadas observaciones y pautas,podríamos extraer de los océanoscantidades ilimitadas de agua para regaro generar energía eléctrica. Aunque noviviré para verlo, alguien lo conseguirá.Estoy convencido”.

Una idea más de tantas como sesumaron a su lista de tareas inacabadas.A día de hoy, nadie la ha llevado a lapráctica.

Según diversas fuentes, durante losexperimentos relacionados con eltransporte de energía eléctrica que llevóa cabo en Colorado, Tesla consiguióalimentar una batería de doscientaslámparas incandescentes de cincuentavatios, sin cable alguno, a una distanciade cuarenta kilómetros del laboratorio.En sus escritos, sin embargo, no hayconstancia de semejante logro, nidisponemos de otros indicios que loconfirmen. Lo que sí dejó por escrito fue

que, mediante el transmisor dotado deamplificador, podría llevar a cualquierpunto la corriente eléctrica necesariapara alimentar doscientas lámparasincandescentes.

“Aunque no he llegado a plasmar enhechos reales la idea de transmitir agran distancia mediante esteprocedimiento una cantidad tanconsiderable de energía eléctrica, quetuviera aplicaciones industriales —escribió cuando regresó al Este—, herealizado pruebas con centrales enminiatura, en las mismas condicionesreales y operativas en que habría defuncionar una central de verdad, con lo

que ha quedado demostrado que elsistema es viable”.[214] Asimismo,escribió que había experimentado con latransmisión de señales hasta unadistancia de mil kilómetros.

De primera mano, no disponemos demás información. No obstante enaquellos meses que pasó en Colorado,volcado en el trabajo, llegó al menos ados importantes conclusiones científicasdignas de reseña.

En la entrada de su diariocorrespondiente al 3 de enero de 1900,tras describir cómo había tomado unascuantas fotografías en el laboratorio,mencionó que había observado la

transformación de los chispazos en hilosde luz y “bolas de fuego”.[215] Losrayos globulares o esferas de energíaconstituyen un fenómeno que haintrigado y desconcertado a loscientíficos de todos los tiempos. Bolasde fuego aparecen como elementosdecorativos en monumentos etruscos, enlos escritos de Aristóteles y Lucrecio,así como en algunos de los documentosdel físico atómico de nuestro tiempo,Niels Bohr. En 1838, François Aragoestudió hasta veinte informes sobremanifestaciones de esta índole. Algunoscientíficos han mantenido que sólo setrata de ilusiones ópticas. Lo mismo

pensaba Tesla, hasta que empezaron aaparecer de forma inesperada en elequipo de alto voltaje que utilizaba enColorado.

Al contrario que los relámpagos,estos llamativos y efímeros meteoros sedesplazan con lentitud, en un plano casiparalelo al suelo. No es infrecuente suaparición en aviones en vuelo: de formaenigmática, se desplazan por el suelo dela cabina y desaparecen al cabo de nomás de cinco segundos. Según lamoderna física de plasma, laexplicación más socorrida es que lasbolas de fuego captan la energía delmedio en que se mueven gracias a la

aparición espontánea y natural de uncampo electromagnético; el diámetro deestas esferas de plasma depende de lafrecuencia del campo exterior, con elque entran en resonancia. Pero aún no seconocen con exactitud las razones de suaparición, y hay interpretacionescientíficas para todos los gustos.

Las especulaciones de Tesla alrespecto coinciden con algunas de lashipótesis recientes. Así, estimaba, porejemplo, que la energía inicial no erasuficiente para que la bola de fuegoquedase suspendida en el aire; tenía quehaber otra fuente de energía, que en suopinión debía de proceder de una chispa

alojada en el núcleo de la esfera. Paraél, aquellas bolas de fuego no eran sinoun engorro; fascinante, eso sí. Noobstante, dedicó cierto tiempo a aquellainvestigación carente de sentido por vera qué conclusiones llegaba para, alcabo, afirmar que sabía cómo provocarla aparición de dicho fenómeno avoluntad.[216]En la actualidad, conayuda de los más potentes aceleradoresde partículas, se ha intentado, sinconseguirlo, repetir semejante proeza(con todo, ese fascinante incordio sigueproduciéndose cuando menos se loespera).

Otro de los descubrimientos de

Tesla en Colorado Springs se produjoun día que se había quedado trabajandohasta tarde en su potente y sensiblereceptor de radio. Sólo el anciano señorDozier, el carpintero, permanecía en supuesto. De repente, el inventor reparó enlos extraños sonidos acompasados quesalían del receptor. No se le ocurriómejor explicación que suponer que eranseñales de seres de otros planetastratando de establecer comunicación conla Tierra, y supuso que su origen másprobable habría que buscarlo en Venus oen Marte. Por entonces, nadie había oídonada semejante a aquellos ruidosacompasados provenientes del

espacio.[217]Entre sobrecogido y emocionado,

Tesla sólo pudo quedarse sentadoescuchando. Pronto se obsesionó con laidea de responder de algún modo aaquellas señales.

Una probable explicación de lo quehabía escuchado es que se tratase deondas de radio procedentes del espaciointerestelar. Hubo que esperar a ladécada de 1920 para que los astrónomosreparasen de nuevo en aquellos sonidoscadenciosos (reconociendo, de paso,oficialmente su existencia). En eldecenio siguiente, gracias a un detectordigital, comenzaron a transformarlos en

códigos numéricos. En nuestros días,“escuchar” el ruido de fondo de lasestrellas nos parece ya bastante común.

Aunque Tesla no dudaba de lo queescuchaban sus oídos, se imaginaba lasbarbaridades que dirían otros científicoscuando se enterasen. Decidió, pues,tomarse su tiempo antes de hacerlopúblico. Las reacciones que suscitó,cuando llegaron, bastaron paraconfirmar sus peores augurios.

El profesor Holden, que había sidodirector del observatorio Lick, de laUniversidad de California, fue elprimero en despacharse a gusto:

El señor Nikola Tesla ha aseguradoque determinadas perturbacionesque han captado los aparatoseléctricos con que trabaja eranimpulsos eléctricos procedentesdel espacio —le comentó a unperiodista—. Según dice, noproceden del Sol; luego, deben detener su origen en alguno de losplanetas, probablemente Marte. Pornorma y como paso previo, elmétodo científico exige que, antesde recurrir a motivos improbables,se estudien todas las causasprobables de cualquier fenómenopara el que carezcamos de

explicación. Cualquier investigadorse atrevería a decir, casi con todacerteza, que el señor Tesla estáequivocado, y que talesinterferencias se deben a lascorrientes de la atmósfera o amovimientos de la corteza terrestre.¿Cómo puede alguien estar tanseguro de que esas inexplicablesperturbaciones no procedan delSol? A estas alturas, sabemosbastante poco acerca delcomportamiento físico del astro. Encualquier caso, ¿por qué hablar deinterferencias ‘procedentes deotros planetas’, si no estamos

seguros de lo que decimos? ¿Porqué designar al planeta Marte comofuente de las perturbacionesregistradas en los aparatos delseñor Tesla? ¿Acaso piensa que loscometas no están a la altura? ¿Noes posible que tales interferenciastengan su origen en la constelaciónde la Osa Mayor, dentro de lapropia Vía Láctea, o en la banda deluz zodiacal? Siempre existe laposibilidad de realizar importantesdescubrimientos, en Marte o encualquier otro lugar. Limitémonos arecordar el enorme prestigio queadquirió la ciencia a lo largo del

siglo pasado, lo que significa queno hemos de cerrar las puertas a laposibilidad de que las antiguasleyes basten para dar razón denuevos fenómenos. Mientras elseñor Tesla no permita que otrosinvestigadores accedan a susequipos y logre convencerlos,como parece estarlo él, habremosde dar por bueno que tales señalesno proceden de Marte.[218]

Mostrar los aparatos que habíapuesto a punto era lo último que Teslahubiera deseado en aquellos momentos.Concluida la tarea que lo había llevado

a Colorado, el primer día de 1900 llegóy pasó casi inadvertido para el inventor,enfrascado en desmontar los equiposantes emprender el viaje de regreso.

Al menos, parecía muy satisfechocon los resultados que había obtenido enColorado: había producido rayos avoluntad, utilizado la Tierra como unapieza más de su laboratorio, yescuchado mensajes procedentes de lasestrellas. Tenía prisa por atrapar elfuturo.

XVENSALZADO Y

HUMILLADO

Cuando, a mediados de enero de 1900,regresó a Nueva York, los periodistas ylos editores de prensa se le echaronencima.

Como bien cabía esperar, lacomunidad científica del Este habíahecho suyas las críticas del profesorHolden a cuenta de la pretensión de

Tesla de que había captado mensajesextraterrestres o, cuando menos, por nodar explicaciones acerca de cómo lohabía conseguido. Pero la ofensainfligida por Tesla iba mucho más allá.Aquellas señales, como el inventorapuntaba en una carta a JulianHawthorne, del North American deFiladelfia, le habían convencido de laexistencia de “seres inteligentes,habitantes de un planeta cercano” que,en su opinión y desde un punto de vistacientífico, estaban mucho más avanzadosque nosotros los terrícolas, una idea queno cayó nada bien entre las eminenciasde entonces.

Tesla ardía en deseos de respondera aquellos “mensajes” procedentes delespacio exterior. Convencido de queestaba a la vanguardia de una tecnologíarevolucionaria de altas miras, comenzóa rellenar nuevas solicitudes de patentesrelativas a la radiodifusión y latransmisión de energía, según losexperimentos que había llevado a caboen Colorado.

Como primer paso, diseñó en sucabeza un centro de radio mundial queofrecería todos los servicios de quedisfrutamos hoy: redes de radioteléfonosconectados entre sí, señales horariassincronizadas, boletines sobre la

actividad bursátil, receptores debolsillo, comunicaciones privadas o unservicio radiofónico de noticias. A estecentro lo llamaba “el sistema mundial detransmisión de inteligencia”.

La primera patente que solicitó a suvuelta (la número 685.012) tenía que vercon un mecanismo para aumentar laintensidad de las oscilacioneseléctricas, mediante la utilización deaire licuado que enfriaba la bobina,reduciendo así la resistencia que éstaofrecía al paso de la electricidad. En1900 y 1901 le otorgaron otras dospatentes para tendidos subterráneosdedicados al transporte de energía

eléctrica y el modo de aislarlos,rodeándolos de un medio dieléctricocongelado, como el agua. Otra más fueuna modificación de una patente anterior(la número 11.865), relativa a un mediode enfriamiento “gaseoso”, palabraclave que, por lo visto, había omitido enla patente que se le otorgó con elnúmero 655.838. De aquí se deduce quetambién fue precursor en el campo de laingeniería criogénica.

Muchos años más tarde, en ladécada de 1970, en Estados Unidos,Rusia y Europa, se pusieron en marchadiferentes proyectos para dar con laforma de utilizar superconductores

capaces de transportar grandescantidades de energía eléctrica,recurriendo a diversos aislantescriogénicos. El Brookhaven NationalLaboratory de Upton, Nueva York,siempre fue pionero en este campo. Elprocedimiento que siguen no difiere endemasía del propuesto por Tesla, salvoque el objetivo de sus investigacionesconsiste en enfriar el conductor hastaunos pocos grados por encima del ceroabsoluto. Mayor es la similitud queobservamos, no obstante, si tenemos encuenta la patente número 685.012 deTesla, de 1901, en la que describe elmodo de enfriar al máximo los

materiales conductores para disminuirlas pérdidas de energía a lo largo delrecorrido. Se trata, pues, de una muestramás del olvido en que han permanecidosus pioneras investigaciones,posiblemente porque podrían abrir unaespita para que el Registro de Patentesde Estados Unidos tuviese queconsiderar otras licencias posteriorescomo no válidas.

La carrera por situarse en cabeza delas transmisiones radiofónicas de largoalcance parecía decantarse a favor deMarconi, de cuyos logros, comoanunciar las clasificaciones de lasregatas de yates en el estuario de Long

Island Sound, tanto se había hablado enla prensa internacional en ausencia deTesla, que observaba con desdén lopoco que avanzaba Estados Unidos. Encambio, se encargó de anunciar a bomboy platillo su intención de presentar unbarco dirigido por control remoto en laExposición Universal de París, i desdesu despacho de Manhattan!

Pero, como George Scherff seencargó de hacerle ver, había otroasunto al que atender, y con premura:sus cuentas bancarias. Durante los ochomeses que había estado en Colorado,Tesla se había gastado unos cien mildólares.

¿A quién recurrir? ¿Al coronel JJA,a George Westinghouse, a ThomasFortune Ryan, a J. Pierpont Morgan, a C.Jordán Mont? Aunque los periódicos semofasen de él, todavía gozaba de buenafama entre los capitalistas. Lo querealmente tenía impresionados aaquellos sagaces hombres de negociosera que la Westinghouse Companysiguiera detentando el monopolio de laspatentes de corriente alterna, a pesar delos esfuerzos de la competencia porarrebatárselo.

A la caza de dinero fresco, Teslacomenzó a dejarse ver de nuevo en elPlayers' Club, cerca del parque

Gramercy; en el Palm Room delWaldorf-Astoria y, cómo no, enDelmonico's. Con idéntica finalidad, lepropuso a un complaciente RobertJohnson escribir un artículo para larevista Century sobre las fuentes deenergía y la tecnología del futuro.Trabajó con ahínco este texto, que veríala luz en junio de 1900, bajo el título de“The Problem of lncreasing HumanEnergy” (La cuestión de cómosatisfacer nuestras crecientesnecesidades de energía) que, como lamayoría de los escritos de Tesla,acabaría por convertirse en una serie deprolijas y deslavazadas consideraciones

filosóficas en lugar de la vibranteexposición de los experimentos quehabía llevado a cabo en Colorado, comohubiera sido el deseo de Johnson. Noobstante, tuvo gran repercusión, graciasen parte a las fotografías que loacompañaban, muchas de ellas tomadasen Colorado, en las que el inventorrecurría a inocentes artimañas comojugar con los tiempos de exposición, orecurrir a la doble exposición. En ellas,Tesla aparecía tranquilamente sentadoen una silla de madera, enfrascado ensus notas, mientras una infinidad derayos, capaces de acabar con unamultitud, se desparramaba y descargaba

sobre su cabeza (aunque habíafotógrafos de renombre en Colorado,Tesla había optado por los servicios delseñor Alley, uno de sus preferidos deManhattan, para dejar constancia de losexperimentos realizados con sutransmisor amplificador). Los tiemposde exposición habían sido de una o doshoras, con el resultado de unos efectosmucho más acentuados y llamativos quelos que se obtendrían con la imagenaislada de cada relámpago. Y aunque lapersona que parecía ocupar la silla noestaba sentada cuando tal ocurría,porque habría acabado electrocutada,Tesla sabía que su presencia era

imprescindible para realzar aquellossobrecogedores efectos.

El posado fue tedioso. Losexperimentos y, por ende, las fotografíashabían tenido que hacerlos de noche ycon temperaturas por debajo de cero. Ensu diario, lo cuenta así:

Como cualquiera se imaginará, elexperimentador no estaba presentemientras se producían lasdescargas. A oscuras o con muyescasa luz, primero seimpresionaron las placas con loschispazos; a continuación, medianteel recurso a la iluminación de un

arco voltaico, el experimentador sesentó en la silla; finalmente, pararealzar la toma y algunos detalles,se fotografiaron unos cuantosfogonazos.[219]

Así se consiguió que la silla vacíano se viera a través del cuerpo de Teslaen la foto definitiva, lo que hubiera dadouna impresión extraña, como de rayos X.

La publicación de aquellasfotografías culminó de un modo muchomás feliz de lo que habría imaginado:dejaban boquiabiertos a quienes lascontemplaban. Cuando se le ocurrióenviar un ejemplar de la revista al

profesor A. Slaby, quien, por entonces,empezaba a ser conocido como padre dela radiodifusión alemana, éste respondióque nunca había visto nada igual, que setrataba de un hallazgo excepcional.

El diario de Colorado revela queuna de las razones de que llevase a cabocontinuos experimentos fotográficoseran los pobres resultados de susexperimentos con las bolas de fuego.Escribió: “No menos importante esdotarse de mejores medios a la hora defotografiar los hilos de luz que dancuenta de tales fenómenos. Habría queinventar unas placas mucho mássensibles para esta clase de

experimentos. La posibilidad de realizarfotografías en color añadiría ciertosmatices dignos de ser tenidos encuenta”.[220]

En este sentido, investigó “elposible uso de tubos de vacío muyexcitados para aplicarlos al campo de lafotografía. A la larga, si se consigueperfeccionar este dispositivo y encontrarel gas más adecuado para llenar el tubo,el fotógrafo ya no tendrá que estarpendiente de la luz del sol, puesto querealizará su trabajo en las mismascondiciones […] Los tubos le permitiránajustar las condiciones y los efectosluminosos a su antojo”.[221]

Las fotografías y las prediccionesdel artículo aparecido en la revistaCentury lo situaron en el ojo delhuracán. Mientras la comunidadcientífica lo despellejaba a susespaldas, la prensa en general se mostrófavorable al inventor.

Últimamente, la prensa parecepasárselo en grande a cuenta deNikola Tesla y sus vaticinios sobrelas perspectivas que la electricidadnos deparará en el futuro, afirmabae l Dispatch, de Pittsburgh (23 defebrero de 1901), el periódico dela ciudad de Westinghouse.

Algunas de estas predicciones,las más vistosas, como la de que setransmitan señales a Marte, hacenpensar que sería bueno para elseñor Tesla predecir menos y hacermás cosas prácticas.

No obstante, una recientesentencia del Tribunal Estatal delDistrito Sur del Estado de Ohio havenido a recordarnos que Tesla aúnno ha sacado a la luz todo lo quelleva dentro…

Tanto entusiasmo y la fértilimaginación del señor Tesla a lahora de hablar del futuro puedensonar a chiste. Sin embargo, si

todavía hay alguien que noreconozca sus méritos, que hacende él uno de los más eminentesinventores en ese terreno, no podrájactarse de estar al tanto de losavances de la electricidad en lostiempos que vivimos.

Nikola Tesla en 1895, a los treinta ynueve años. (Library of Congress,

Washington)

George Westinghouse, fundador de lacompañía que lleva su nombre, en

1926. Él fue quien le compró a Teslasus patentes de corriente alterna, y

consiguió luego que el inventor

renunciara a sus derechos deexplotación. (Library of Congress,

Washington)

Thomas Edison, “el mago de MenloPark”, con una de las primeras

versiones de su fonógrafo (c. 1877).(Library of Congress, Washington)

La torre de Wardenclyffe, el granproyecto —malogrado— de la vida de

Nikola Tesla, con su cúpula, tal comoquedó terminada en 1904. (Museo

Nikola Tesla, Belgrado)

El papel de cartas que usaba Teslatenía esta ilustración, con algunos desus principales inventos, y la torre deWardenclyffe en todo su (proyectado)esplendor en el centro. (Museo Nikola

Tesla, Belgrado)

Esta imagen, tomada con finespublicitarios en Colorado Springshacia 1900 (con doble exposición),

muestra al inventor leyendopacíficamente, ajeno al estruendo (quese oía a más de quince kilómetros dedistancia) de la descarga de millones

de voltios que lo rodea. (Archivo

Corbis/CordonPress)

Tesla, dando una de sus espectacularesconferencias, ante la InternationalSociety of Electricians, en 1895.(Archivo Corbis/CordonPress)

Otra de las más célebres imágenes deNikola Tesla, enfrascado en susestudios, ante la bobina de su

transformador de alto voltaje. (ArchivoUltstein, Berlín)

Uno de los muchos retratos de Teslaque tomó su fotógrafo favorito, Sarony,

aquí sosteniendo su famosa lámparasin cables. Esta imagen fue publicadaen la portada de la revista ElectricalReview en 1919 (Museo Nikola Tesla,

Belgrado)

No menos entusiasta fue el apoyoque le brindó el responsable depublicaciones de ingeniería eléctrica,Thomas Commerford Martin: “El señorTesla ha sido tildado de visionario,deslumbrado por el brillo de estrellasfugaces. Entre sus compañeros deprofesión, sin embargo, se cree que,precisamente porque ha sabido ver másallá de la realidad, ha sido el primero en

atisbar, en esas luces parpadeantes, losnuevos territorios del conocimientocientífico…”.

Buena o mala, la publicidad era loque más importaba a Tesla en aquellosmomentos en que necesitaba llamar laatención de potenciales inversores acualquier precio. Uno de los primerosen interesarse (aunque no fuera alguiende primera fila) fue el renombradoarquitecto Stanford White. Amboshombres se conocieron en el transcursode una velada en el Players' Club, queWhite acababa de reformar, congeniaronde inmediato y comenzaron a hablar deasuntos más serios. Emocionado, el

arquitecto había leído la visión futuristaque Tesla describía en la revistaCentury. Cuando éste comenzó aexplicarle los planes que tenía en mentepara el edificio que habría de albergarsu sistema de radiodifusión de alcancemundial, el arquitecto se convirtió enuno de sus más firmes defensores.

Tampoco se trataba de una fantasía.Durante el tiempo que Tesla habíapasado en Colorado, en el laboratoriode Nueva York, bajo la atenta mirada deScherff y un ayudante de ingeniería y conel secretismo de siempre, había puesto apunto osciladores y otros aparatos. Nadamás regresar, consciente de que sus

ingenieros le proporcionarían el equipoque precisaba, se puso en contacto conGeorge Westinghouse.

En una carta, le decía que gracias alos experimentos que había llevado acabo en Colorado, estaba encondiciones de llevar a la práctica laidea de establecer comunicacionestelegráficas con cualquier punto delplaneta “ayudándome de los mecanismosque he logrado perfeccionar”. Para talfin, necesitaba un motor y una dinamo decorriente continua de trescientoscaballos de fuerza electromotriz aambos lados del Atlántico, inversiónque no podía afrontar por sus propios

medios.“Como bien comprenderá —añadía

en confianza—, contemplo laposibilidad de establecer este tipo decomunicación sólo como un primer pasoque despejará el camino para unaempresa de mayor calado, a saber, eltransporte de energía eléctrica. Perocomo semejante proyecto ha decontemplarse a otra escala, y requerirácuantiosas inversiones, creo que estoyobligado a demostrarlo, si quieroganarme la confianza de losinversores…”;[222] le reclamaba, así,la suma de seis mil dólares, ofreciendocomo garantía los derechos sobre sus

patentes en Inglaterra.El industrial invitó a Tesla a que lo

acompañase en un viaje en tren deNueva York a Pittsburgh, a bordo de su“palaciego vagón”, para darle una vueltaal asunto. Durante el trayecto, Tesla leexplicó que su proyecto superaría concreces el del cable atlántico, tanto envelocidad como en capacidad paraenviar diferentes mensajes a la vez. Lehizo ver, además, que los aparatos quele pedía seguirían siendo de supropiedad, y consiguió que se interesasehasta cierto punto en la aventura. PeroWestinghouse había aprendido bien lalección y sabía lo que era el despiadado

mundo de las finanzas, y finalmente ledijo a Tesla que explorase otras vías definanciación: había muchos capitalistasa la caza de oportunidades para invertirel dinero que les sobraba.

Tesla recurrió entonces a Henry O.Havemeyer, también conocido como el“sultán del azúcar” por el impresionantemonopolio de refinerías de esteproducto que poseía. Siempreespléndido a la hora de hacer regalos,tuviera dinero o no, envió de inmediatoun recadero a Newport, Rhode Island,con un presente para el sultán: unvalioso anillo con un zafiro de buentamaño. Por desdicha, el detalle no

consiguió el sí que esperaba.También confió sus ideas sobre el

proyecto de alcance mundial a otroshombres de dinero, incluidos Astor yRyan. Aunque no sabemos con exactitudla inversión que realizó el coronelAstor, Tesla debió de convencerlo,porque, a la hora de tasar sus bienes, en1913, aparecieron quinientas accionesque había invertido en la Nikola TeslaCompany.

En un estado a medio camino entrela angustia y la frustración, así pasóTesla la primavera de 1900.Desalentados, Robert y él leyeron elanuncio que había insertado en un

periódico la banca F.P. Warden &Company: “DINERO… Los bonos deMarconi le ofrecen una rentabilidad deentre un 100 % y un 1.000 % más altaque cualquier otro producto financiero”.Las acciones de la British MarconiCompany habían salido a Bolsa a unprecio de tres dólares; en aquellosmomentos, cotizaban a veintidós.

Tesla, convencido de que Marconise había apropiado de sus patentes deforma artera, pensó en plantear unademanda. Las últimas líneas del anunciole habían sacado de quicio: “El sistemade Marconi cuenta con el respaldo depersonajes de la talla de Andrew

Carnegie y Thomas A. Edison, tal ycomo refleja la prensa del mundo entero.La sucursal estadounidense cuenta conEdison, Marconi y Pupin comoingenieros asesores”.

Tan claro como el agua: los tres sehabían juramentado para escamotearle elinvento de la radio. En una carta aRobert, Tesla destilaba un forzadooptimismo en cuanto a lascompensaciones que pensaba obtenertras ganar el pleito: “Gracias al anuncio,estoy encantado de saber que AndrewCarnegie ostenta tan altasresponsabilidades. A él sí que se lepueden pedir daños y perjuicios. ¡Creo

que mis acciones van a subir como laespuma!”.[223]

De todas las personas que habíanleído el artículo de Tesla en Century yse habían quedado boquiabiertos con elpanorama que el inventor esbozaba,había un hombre que reunía todos losrequisitos exigibles: J. Pierpont Morgan.

Los dos se reunieron para hablar delsistema de proyección mundial. Por puroinstinto, Tesla se mostró mucho máshermético que con Westinghouse: mejorno abrumar al financiero con cuestionestécnicas. Se limitó a exponerle elproyecto de radiodifusión que,adaptable a cualquier longitud de onda,

las enviaría desde un único centroemisor, lo que situaría al financiero, dehecho, en una posición de monopolio enese terreno. Mientras otros se limitabana trabajar con objetivos más modestos,centrados en transmisiones punto apunto, como las comunicacionesmarítimas con la costa o transoceánicassin necesidad de cables, Tesla leproponía una radiodifusión de alcancemundial. Morgan pensó que se trataba deun asunto que merecía la pena.

Tras la reunión, el 26 de noviembrede 1900, Tesla le envió una carta en quele desvelaba sólo un poco más elproyecto. Le explicaba, por ejemplo,

que había realizado transmisiones conun alcance de más de mil doscientoskilómetros, y que estaba en condicionesde poner a punto centros transmisores detelegrafía no sólo a través del Atlántico,sino del Pacífico también, al tiempo quele aseguraba que era capaz de poner enmarcha y de forma simultánea un grannúmero de aparatos, sin posibilidad deinterferencias, lo que garantizaría laconfidencialidad de los mensajesenviados. Disponía de las patentesnecesarias para llevarlo a cabo, añadía,y estaba dispuesto a llegar a un acuerdo.

Proponía que su apellido figurase enel anagrama de cualquier posible y

futura empresa; estimaba en cien mildólares los costes de una centraltrasatlántica, y en doscientos cincuentamil los del centro transmisor delPacífico, con un plazo de entrega deentre seis y ocho meses para la primera,y de un año para el segundo.[224]

Nada le comentó a Morgan acercadel transporte de energía eléctrica sincables, no porque hubiese renunciado ala idea, sino porque convertía en inútilesalgunas de las inversiones que habíarealizado el banquero. En cualquiercaso, no era difícil que al señor Morganpudiera entusiasmarle la idea de enviarelectricidad a zulúes o pigmeos que no

tenían un centavo.Morgan le contestó que estaba de

acuerdo en financiar los proyectos deTesla hasta ciento cincuenta mil dólares,pero que ése sería el tope. Aunque sólole entregó un adelanto de dicha suma, y apesar de que el país padecía unainflación rampante, con lo que lacantidad empezó a adelgazar a todaprisa, el inventor se sentía en la gloria.

La relación entre ambos (normal, sinduda, en el caso de Morgan) pronto seasemejó mucho a la de cortesano ysoberano. Además de “generoso,Morgan era un hombre de talla”, y eltrabajo de Tesla “bastará para que su

nombre sea conocido en el mundoentero. No tardará en comprobar que nosólo le agradezco lo que hace por mí,sino que centuplicaré el valor de estaimportante inversión filantrópica quecon tanta magnanimidad y amplitud demiras ha puesto a midisposición…”.[225]

Como respuesta, Morgan, que no eraun modelo de filantropía precisamente,le envió un borrador de contrato,exigiéndole que le reconociese el 51%de todas sus patentes de radio como avaldel crédito.[226]

A su vez, Tesla le envió a Morganuna nota en la que reproducía un

elogioso comentario del profesor Slaby,quien, además, de eminente científico,acababa de ser designado consejeroprivado del emperador alemán: “Hacetiempo ya que me dedico a investigar latelegrafía sin hilos, campo que usted fueel primero en explorar con exactaclarividencia […] Como padre, que loes, de esa modalidad de la telegrafía,quizá le interese saber que…”,suficiente para que el banquero se diesecuenta de las torticeras maniobras deMarconi y otros como el italiano. Depaso, dejaba caer que, de no habercontado con el necesario respaldofinanciero, ni Rafael ni Colón habrían

coronado con éxito sus hazañas.Con la financiación medianamente

asegurada, Tesla se dedicó a buscar elemplazamiento adecuado para construirel centro transmisor. James D. Warden,ejecutivo y director de la Suffolk CountyLand Company, dueño de ochocientashectáreas en Long Island, puso ochenta adisposición del inventor.[227] Laparcela, aislada y arbolada, lindaba conlas fincas de Jemima Randall y GeorgeHegeman, a algo más de cien kilómetrosde Brooklyn. Entusiasmado, Teslabautizó el sitio como Wardenclyffe, y seilusionó con la idea de que allí sealzaría uno de los primeros parques

empresariales del país: dos milpersonas trabajarían en el centro emisorpara todo el mundo; sus familiasresidirían en urbanizaciones próximas.

En marzo de 1901, Tesla fue aPittsburgh para encargarle aWestinghouse generadores ytransformadores. Al mismo tiempo, apetición suya, agentes inmobiliariosrastreaban la costa inglesa para dar conel emplazamiento adecuado cara alocéano. Tenía tantas cosas en qué pensarque la Exposición Universal de Parísabrió y cerró sus puertas sin aquellaexhibición, de la que tanto habíahablado, que habría de encandilar al

mundo.W.D. Crow, socio del estudio de

arquitectura de White, trabajó codo concodo con Tesla en el proyecto de torre,rematada por una especie de gigantescobuñuelo de cobre —un electrodo, enrealidad, de treinta metros de diámetro—, que acabaría por parecerse más alsombrerillo de un gigantescochampiñón. La torre, de formaoctogonal, construida con vigas demadera previamente ensambladas, sealzaba sobre un vasto edificio deladrillo. La resistencia al viento de tanaudaz y elevada estructura fue motivo demás de un dolor de cabeza.[228]

El 13 de septiembre, Tesla le decíapor carta a Stanford White:

Más sorprendido que con elatentado contra el presidente(McKinley había fallecido trasrecibir un disparo el 6 deseptiembre de 1901) me hequedado con los cálculos que, juntocon su amable carta, recibí anoche.

Una cosa está clara: no esposible construir la torre tal ycomo figuraba en el proyecto.

No se imagina el pesar quesiento, porque, según mis cálculos,con la estructura que habíamos

previsto, seríamos capaces decubrir el océano Pacífico…[229]

Durante cierto tiempo, sopesó laposibilidad de recuperar planosantiguos, con dos, o quizá tres, torresmás bajas; al final, se decidió por unasola torre de treinta y dos metros dealtura. En su interior, albergaba un tubode acero que se hundía hasta cuarentametros en el suelo. El tubo, alojado en elarmazón de madera de un pozo de cuatrometros cuadrados y rodeado de unaescalera de caracol, estaba diseñado detal forma que bastase la presiónatmosférica para elevarlo hasta la

plataforma del extremo superior de latorre. La elegancia del diseño y suejecución bastaron para queWardenclyffe se convirtiese en unsímbolo sin parangón de la edad de orode la ingeniería eléctrica en EstadosUnidos, un hito tan soberbio comofallido.

A la vista de lo impaciente queestaba el inventor por recibir lamaquinaria que precisaba, Westinghousedesignó a una persona en especial paradespacharla. Pero, la lentitud con querecibía el dinero de Morgan, hizo queTesla tuviera que aceptar otros encargosmientras concluían las obras de

Wardenclyffe. Con el fin de hacersenotar más, trasladó sus oficinas a latorre Metropolitan de Nueva York.

Uno de los proyectos que tenía enmente para ganar dinero era eldesarrollo de un motor especial deinducción, fabricado por Westinghouse,que le estaba dando, sin embargo,muchos problemas. Asimismo, instalóequipos Westinghouse en la centralEdison de Nueva York. Entretanto,George Scherff se desplazaba nadamenos que hasta México en busca deoportunidades de negocio.

El que el gobierno federal noquisiera finalmente adquirir sus aparatos

teledirigidos para las defensas costeras,fue una gran decepción para Tesla.Cuando el Congreso aprobó la Ley deDefensa y Fortificaciones Costeras, conun presupuesto de siete millones ymedio de dólares, le había enviado unacarta a Johnson en la que le decía que, alo mejor, ese medio millón “estabadestinado a los ingenios teledirigidos desu amigo Nikola”, y que los millonesrestantes irían a parar a “las manos y losbolsillos de los políticos”. Incluso elcomentario cínico dejaba traslucir suinjustificado optimismo.

Pronto tuvo motivos para sentirseaún más disgustado. A finales de 1901,

la prensa de todo el mundo anunciaba abombo y platillo la noticia de que, el 12de diciembre, Marconi había logradotransmitir la letra “S” de uno a otro ladodel Atlántico, desde Cornualles hasta laisla canadiense de Newfoundland. Y loque más les sorprendió, a Morgan y amuchos otros, era que lo hubieseconseguido sin necesidad de un enormecentro transmisor como el que Teslaestaba construyendo.

Lo que nadie sabía tampoco era queMarconi había echado mano de lacrucial patente de radio de Tesla,registrada con el número 645.576 en1897, que no le fue otorgada hasta el 20

de marzo de 1900. A nadie extrañaráque, a partir de ese momento, Teslahablase con desprecio de lo que élllamaba “métodos propios de los Borgiay los Médici”, que le hacían perder sucredibilidad y sus ganancias. Pero si latecnología de la radio era todavía unmisterio para la mayoría de loscientíficos, qué decir de la opinión quepodía merecerles a los banquerosespecializados en inversiones.

A pesar de la amargura que sentía,Tesla no perdió el tiempo lamiéndoselas heridas, sino que se dedicó encuerpo y alma a las obras que estaban enmarcha en la parcela de Long Island. Al

principio, se instaló en una casa a pie deobra. Pero cuando Scherff se trasladóallí desde Manhattan para acelerar lostrabajos, Tesla se volvió a su doradoretiro del Waldorf-Astoria para estar altanto de lo que ocurría en Wall Street.Ambos hombres se enviaban cartas ytelegramas a diario. Como Wardenclyffesólo quedaba a una hora y media en trendesde Nueva York, al menos una vez porsemana, muy elegante con sus botinesgrises y un criado de origen serbio, quecargaba con un enorme cesto repleto decomida, el inventor hacía el trayectohasta Long Island.

Una de sus mayores preocupaciones

era la seguridad. Los residentes de NewHaven, al otro lado del estrecho,contemplaban maravillados la torreoctogonal que crecía como uncaprichoso champiñón, alzándose porencima de la ladera arbolada de la orillanorte. Los de la localidad cercana deShoreham, por su parte, pensaban queestaban a punto de convertirse enhabitantes de un lugar rico y famoso.

XVIRIDICULIZADO,CONDENADO,VILIPENDIADO

A medida que ganaba altura la airosasilueta de la “torre de los milagros”, niTesla ni el numeroso equipo que dirigíatuvieron un respiro. Envió dinero aAlemania para conseguir que volviese elingeniero de radio Fritz Lowenstein,quien no tardó en sumarse a la cuadrilla

de Wardenclyffe. Otro ingeniero derenombre, Otis Pond, que habíatrabajado para Edison con anterioridad,se unió a su vez al grupo que había deponer en marcha el laboratorio.

Años después, Pond haría público sudesacuerdo con la valoración históricaque habían recibido ambos inventores.Edison, en su opinión, era “el inventor einvestigador más grande de EstadosUnidos, aunque no me atrevería a decirque el más original”. En cuanto a Tesla,sin embargo, no dudaba en afirmar queera “el inventor más genial de laHistoria”.[230]

Pond solía acompañar a Tesla

durante largos paseos. Juntos estaban elmes de diciembre de 1901, fecha en queMarconi envió la primera señaltransatlántica.

—Mucho me temo que Marconi se leha adelantado —le dijo.

—No es mal chico —repuso Tesla—. Que siga, que siga; está utilizandodiecisiete de mis patentes.

Pond recordaba también lapreocupación que tenía Tesla por losartefactos bélicos que había inventado.Acababa de lanzar sus torpedosteledirigidos en el estuario del Sound,haciéndolos un barco y regresar despuésal punto de partida en la playa.

—Otis —le comentó, en ciertaocasión—, a veces pienso que nodebería hacer este tipo de cosas.[231]

Seguía un ritmo de trabajo tan febrilque, a veces, no parecía una, sino tres ocuatro personas. Su laboratorio deNueva York se convirtió en citaobligada de científicos de todo elmundo. Las noches las repartía entre suajetreada vida social, los arduosexperimentos que llevaba a cabo,rellenar solicitudes de patentes, escribirartículos para publicacionesespecializadas y redactar cartasdirigidas a diferentes directores demedios informativos.

Ser visto y dejarse ver por laspersonas que “merecían la pena” leobligaba a comportarse como un animalnocturno y diurno a un tiempo. Muchaseran las noches en que apenas cerrabalos ojos. Una de las consecuenciaslógicas de una actividad tan delirantefue que sus amistades quedaran“compartimentadas” entre distintasfacetas de su existencia que sus otrosamigos ni sospechaban. Aunque seguíaunido a ellos por un gran afecto, susamigos de toda la vida, como losJohnson, por ejemplo, nada sabíanacerca de la importancia, o de laidentidad siquiera, de algunas de las

nuevas personas que ahora eran susíntimos.

Las horas diurnas las dedicaba ainsistirle a su patrocinador, Morgan, enque le adelantase fondos cuanto antes, opara recordarle que la inflaciónamenazaba con llevarse el proyecto pordelante. Al mismo tiempo, se reunía conotros posibles inversores, o regateabacon diferentes fabricantes para que leenviasen a cuenta la maquinaria queprecisaba. Aunque había fijado suresidencia en Nueva York, escribía adiario a Scherff con las instruccionespertinentes.

Un acontecimiento que le llegó como

llovido del cielo en aquel extenuanteaño de 1902 fue la visita que hizo aEstados Unidos un británico derelumbrón, lord Kelvin, quien no dudóen declarar que estaba de acuerdo conTesla en dos asuntos que suscitaban grancontroversia por entonces, a saber, queMarte estaba enviando señales aAmérica del Norte, y la trascendentalimportancia de la conservación de losrecursos fósiles para garantizar el futurodel planeta.[232] Al igual que Tesla,Kelvin defendía a capa y espada quehabía que desarrollar las energías eólicay solar y dejar de derrochar el carbón,el petróleo y la madera. En su opinión,

urgía instalar molinos de viento en lasazoteas de todos los edificios, quegenerasen energía suficiente para moverascensores, bombear agua, refrescar lascasas en verano, o caldearlas eninvierno.[233]

Edison, sin embargo, no estaba deacuerdo con sus eminentes colegas:sostenía que habrían de pasar “más decincuenta mil años” antes de que sehiciera realidad la tan temida escasez derecursos fósiles. Según él, sólo en losbosques de América del Sur habíacombustible suficiente para todosaquellos milenios.

Cuando Kelvin puso de manifiesto el

respeto que le inspiraban los“científicos profetas” de EstadosUnidos, estaba dándole un espaldarazoen toda regla a los méritos de Tesla, yun bálsamo a su atormentado espíritu.Tras un banquete celebrado enDelmonico's en su honor, a los brindis,el inglés no dudó en afirmar que NuevaYork era “la ciudad mejor iluminada delmundo” y, desde Marte, el único puntovisible de la Tierra.

Un poco achispado quizá por elmagnífico vino que se había servidodurante la cena, se declaró convencidode que “Marte, sin duda […] estáenviándole señales a Nueva York”,

comentario ampliamente destacado enlos periódicos del día siguiente. CuandoTesla había formulado una afirmaciónsimilar, se había armado un granrevuelo. Puesta en boca de un hombre dela talla de Kelvin, ningún científico seatrevió a censurarlo, ni siquiera elprofesor Holden. Tan repentino cambiode actitud fue la fuente de inspiración deque se sirvió Hawthorne, amigo deTesla, para escribir un deliranteartículo, que iba mucho más lejos de latan aireada afirmación de Kelvin, en elque aseguraba tener pruebas de quehabitantes de Marte y de otros planetasmás alejados se habían acercado a la

Tierra en numerosas ocasiones y noshabían observado de cerca durante añosaunque, al final, habían llegado a laconclusión de que “los terrícolas noestán preparados para recibir nuestravisita”. Sin embargo, era probable que,dada la presencia de Tesla en la Tierra,tuvieran ya otra apreciación de nuestroplaneta: “A lo mejor ellos (los hombresde las estrellas) se han tomado lamolestia de encauzar susinvestigaciones. ¡Vaya usted asaber!”.[234]

Bastaría esta sola frase parareprocharle al romántico Hawthorne quehubiese plantado la semilla que, más

tarde, llevaría a otros a cultivar de buengrado la imagen de Tesla como un serllegado de Venus, que tan devastadorallegaría a ser para su reputación comohombre de ciencia.

Pero el escritor iba mucho más allá.Aquellos seres habían tenido lagentileza de elegir al inventor recluidoen el apartado observatorio de lasmontañas como el destinatario de suprimer mensaje. “Cualquier otro podíahaberlo recibido y no concederleimportancia […] Pero sí alertaron aTesla, cuyo cerebro, comparado con lamayoría de los científicos de nuestrotiempo, es como la cúpula de san Pedro

respecto de un salero de mesa, y elmensaje llegó a su destino”.[235]

Aunque Tesla no carecíaprecisamente de buena opinión de símismo, debió de tener que morderse lalengua cuando se sentó frente alescritorio para enviarle un billete deagradecimiento a su amigo poracordarse de él en tan extravaganteincursión literaria por el espacio:“Salvo lo de la cúpula de san Pedro y elsalero de mesa, el resto del artículo meha encantado”.

A continuación, más cauto, cambiabade asunto para explayarse sobre laspreocupaciones de carácter científico

que le rondaban por la cabeza:

Paso la mitad del tiempo como unreo condenado al patíbulo; la otramitad, soy el más feliz de losmortales. Cuando todo calla, aúnresuena en mi interior laesperanza. ¡Habrán de pasarsiglos, pero estoy firmementeconvencido de que ese momentollegará! Si algo he sacado en clarode los experimentos que realicé enColorado, es que estamos encondiciones de construir unartefacto que envíe una señal quellegue a nuestros más cercanos

vecinos del espacio, con la mismacerteza con que sostengo quealcanzaría las turbias aguas de surío Skykoll (sic). Igual quepodemos estar seguros de quenuestro mensaje llegará a sudestino, porque en el sistema solarhay otros individuos que, comonosotros, recurren a este tipo deaparatos…[236]

En junio de aquel año, Tesla llevó acabo la mudanza del laboratorio deManhattan al nuevo edificio de ladrillode Wardenclyffe. Una vez instalado, ysalvo cuestiones relacionadas con el

proyecto que se traía entre manos, tuvomucho más tiempo para sí. Sólo lostrabajadores de la nave podían entrar alrecinto. Necesitaba quietud yaislamiento.

En otoño, le correspondió sermiembro de un jurado en un caso deasesinato en Nueva York. Por lacircunstancia que fuese, Tesla dejó a unlado la notificación oficial, y se olvidódel requerimiento. Cuál no sería susorpresa al comprobar que los titularesde los periódicos se encargaban derecordarle sus deberes de ciudadanoestadounidense: “Multa de cien dólarespara Nikola Tesla por no presentarse a

una selección de jurado. El inventorasegura que fue un lamentable olvido”.Y así había sido; se presentó deinmediato ante el juez y pidió disculpas.Al final fue recusado por declararsecontrario a la pena de muerte. Según TheNew York Times, Tesla había afirmadoque la pena capital era un castigo“bárbaro, inhumano einnecesario”.[237]

En Estados Unidos, igual que en elresto del mundo, Marconi era el ídolodel momento. En comparación, lostrabajos de Tesla pertenecían, cuandomenos, al reino de la especulación. En1903, Electrical Age publicó un artículo

muy crítico bajo el título de “NikolaTesla: His Work & Unfulfilled Promises(Nikola Tesla: su trabajo y otras vanaspromesas)”, en el que, entre otras cosas,el autor afirmaba: “Hace diez años,Tesla representaba la gran esperanza dela electricidad. Hoy, su nombre nosevoca el recuerdo de muchas y vanaspromesas”. Había pasado mucho tiempodesde su último y sonado triunfo, ycomenzaba a darse cuenta de lo frágilque era la memoria de los hombres.

Durante la primavera de aquel año(1903), los problemas económicos deTesla llegaron a ser tan acuciantes quese vio obligado a regresar a Nueva York

en busca de financiación. Con todo, nodejó de lado sus ocupacionescientíficas. Entre los centenares de notasque le mandó a Scherff, había una en quele rogaba que enviase al profesorBarker, de la Universidad dePennsylvania, “la fotografía (Roentgen)de los huesos de una mano […] quehabía tomado en Colorado […] con untubo de luz de su invención, que nonecesitaba cables”.[238]

Luego regresó a Long Island parahacerse cargo de la estructura de lacúpula, de cincuenta y cinco toneladasde peso y más de veinte metros dediámetro, que recubriría el extremo

superior de la torre (en los planos habíainstrucciones para revestirla de planchasde cobre con el objeto de aislarla, perotales indicaciones nunca se llevaron a lapráctica). Scherff aprovechó laoportunidad para recordarle queandaban escasos de fondos y que losacreedores comenzaban a impacientarse.Incluso cuando recibió la cantidad quele faltaba del capital prometido porMorgan, apenas llegó para satisfacer lasfacturas pendientes. Dado el enormepoder que el banquero ejercía sobre lasituación económica del país, Tesla lehacía responsable, en gran medida, delincremento de los costes.

En este sentido, le manifestaba porescrito el 8 de abril: “Ha provocadousted una fuerte marejada en el sectorindustrial, y el oleaje ha sacudido mihumilde chalupa. En consecuencia, loscostes se han duplicado, por no decirtriplicado, sobre el presupuestooriginal…”.[239]

Morgan, que había realizadoimportantes inversiones en laelectrificación del ferrocarril y en otrossectores no menos estratégicos, se negóa adelantarle nuevos fondos. Dossemanas más tarde, Tesla volvía a lacarga: “No olvidaré nunca la noblemano que me ha tendido, precisamente

en estos tiempos en que Edison,Marconi, Pupin, Fleming y tantos otrosponen en ridículo el propósito quepersigo, tildándolo de inalcanzable…”.

No hubo reacción por parte delbanquero. Al borde de la desesperación,Tesla decidió jugárselo todo a una carta.Le escribió de nuevo y, en esta ocasión,sí le desveló que el verdadero propósitoque lo guiaba no consistía sólo en elenvío de señales de radio, sino en eltransporte sin cables de energíaeléctrica.

El 3 de julio, pues, escribía: “Si lehubiera hablado de esto desde elprincipio, me habría echado de su

despacho […] Ahora que lo sabe,¿piensa ayudarme, o permitirá que migran obra, casi finalizada, se eche aperder?”.[240]

Dirigida a la atención del señor N.Tesla, once días después, recibió larespuesta de Morgan: “En atención a sucarta […] debo decirle que no entradentro de mis cálculos facilitarle ningúnotro anticipo a cuenta”.[241]

La jupiterina respuesta de Teslallegó aquella misma noche. Fue a latorre y montó un espectáculo de rayos ytruenos como jamás se había visto. Losexperimentos se prolongaron no sólodurante aquella noche, sino unas cuantas

más. Espantados, los vecinoscontemplaban los fulgurantes fogonazosque salían de la cúpula esférica que, enocasiones, iluminaban el cielo enmuchos kilómetros a la redonda. Era suforma de decir: para que veas de lo quesoy capaz, Pierpont Morgan.

No se permitió el acceso a losperiodistas que acudieron a la zona. TheSun de Nueva York informaba en suspáginas:

Alarma ante los fogonazosprovocados por Tesla. El inventorno quiere hablar de losexperimentos que lleva a cabo en

Wardenclyffe. Los lugareños […]están más que sorprendidos por laactividad eléctrica que se observade noche en la alta torre dondeNikola Tesla realiza susexperimentos sobre telegrafía ytelefonía sin hilos. Anoche (15 dejulio) tanto la torre como laestructura que la soporta emitieronrayos sin cesar. Durante un rato, elcielo nocturno se vio surcado porcegadoras descargas deelectricidad, que parecían apuntar aalgún ser misterioso que semoviese en la oscuridad.Preguntado sobre el particular,

Tesla comentó: ‘Si la gente semantiene despierta en vez de irse adormir, ocasiones no faltarán enque vean cosas aún mássorprendentes. Algún día, no eneste momento, estaré encondiciones de anunciar algo que nisiquiera había imaginado’.

¿Más sorprendentes?¿Sería, sólo ungancho periodístico?

En Colorado, gracias a la esfera quecoronaba el transmisor dotado deamplificador, había alcanzadopotenciales eléctricos de entre diez ydoce millones de voltios, aunque estaba

seguro de que era posible alcanzar loscien millones de voltios. De vuelta aNueva York, solicitó el registro de unascuantas patentes más. Para el proyectoWardenclyffe, la más importante era lareferida a un “Aparato para latransmisión de energía eléctrica”, con elnúmero 1.119.732, solicitada en 1902,que no le fue otorgada hasta 1914.[242]De hecho, había presentado el impresocorrespondiente pocas semanas despuésdel éxito cosechado por Marconi.

El problema de atraer nuevoscapitales para culminar el proyecto deWardenclyffe se agravó aún más enotoño de 1903, cuando se desencadenó

el conocido como “pánico de losinversores”. En aquel momento, lasposibilidades de que Morgan volviera alredil eran más remotas que nunca.

Con ayuda de sus fieles amigos,Tesla intensificó las gestiones parareunir más dinero. El teniente Hobsonmovió todos los hilos a su alcance paraque la Armada se interesase por losingenios teledirigidos. Como había vistoen acción, en 1898, los barcos ytorpedos que Tesla dirigía por controlremoto, le instó a que preparase unaexhibición naval en Buffalo. Su amigo sehizo cargo de todo para evitarle alinventor “las complicadas formalidades

normales en estos casos”. En vano.El héroe de guerra le informó de que

había habido un enfrentamiento en lacúpula de la Armada a cuenta de lasdemostraciones teledirigidas de Tesla,diferencias que nada tenía que ver consus inventos, según le explicó, sino entredos oficiales de alto rango, que culminócon la negativa para concederle elpermiso.[243] Es posible que Hobson leofreciera una versión edulcorada de loshechos para que su amigo no se sintieseagraviado.

Tesla recurrió entonces a ThomasFortune Ryan y consiguió sacarle algode dinero, que se fue en pagar, un

montón de facturas de sus acreedoresque, por sus dimensiones, empezaba aasemejarse a la torre Wardenclyffe. Nopasó mucho tiempo antes de que GeorgeScherff le hiciese ver dónde estaba elproblema. “Mis enemigos bien puedendarse por satisfechos; han conseguidoque la gente piense que soy un poeta, unvisionario —le dijo—; no me queda otraque idear algo que tenga salida en elmercado”.

En años posteriores, sorteó comobuenamente pudo la avalancha dedeudas contraídas gracias a inventosprácticos y de fácil salida. Nadie sabríadecir si, trabajando por su cuenta, tuvo

menos suerte que su bestia negra,Edison. Lo cierto es que la vida deambos discurrió por sendas muydiferentes.

A los cincuenta y muchos años,Edison era un hombre bien situado, peroaquejado de diversas dolencias, entrelas que había que contar unasmisteriosas protuberancias que le habíanaparecido en el estómago en el curso desus investigaciones sobre los rayos X(abultamientos que acabarían pordesaparecer). Amargado tras susfracasadas incursiones en la minería yafectado de una sordera cada vez másacusada, había renunciado a todo

contacto sentimental con familiares oamigos. Viejo prematuro, había optadopor una especie de jubilación anticipadaque le obligaba, sin embargo, a requerirlos servicios de un guardaespaldas quevelase por él y por sus pertenencias.Inconvenientes del éxito.

Entre la profesión médica iba a másel interés que suscitaba el osciladorterapéutico de Tesla, una pequeñabobina, en realidad. Médicos yprofesores de todas partes le llamabanpor teléfono para decirle que había graninterés en esos aparatos de altafrecuencia. Scherff le comentó que, conun equipo de treinta personas y una

inversión de 25.000 dólares, no seríamala idea introducirse en esa línea denegocio que, según el contable, podríaproporcionarle unos rápidos beneficiosde unos 125.000 dólares, la mismacantidad que Morgan había invertido enWardenclyffe.

El inventor le dio el visto buenopara que pusiera en marcha el proyectoen el propio Wardenclyffe, pero nomostró excesivo interés. Se dedicó, porel contrario, a poner en circulación dospreciosos folletos publicitarios; uno enel que describía su sistema mundial detelecomunicaciones, y otro, impreso enpapel carísimo, para anunciar su

incorporación al mundo de la asesoríaen proyectos de ingeniería.

El grueso del equipo estaba volcadoen la fabricación y montaje denovedosos aparatos, soplando vidriopara tubos de vacío y realizando eltrabajo rutinario de alimentar la calderade vapor, aunque con altibajos, porque,a mediados de julio de 1903, ya sepresentaron dificultades para pagar lasfacturas del carbón, y de vez en cuandohabía que cerrar temporalmente laplanta.

Cuando el suministro de carbón parael generador de Wardenclyffe estabagarantizado, el inventor telegrafiaba a

Scherff para que le reservase unacantidad suficiente para pasar un fin desemana haciendo experimentos y tomabael tren hasta Long Island. “Veodificultades y peligros por todas partes—le escribió a Scherff en un momentodado—. El problema del carbón siguesin estar resuelto. Los espectros deWardenclyffe me persiguen día ynoche… ¿Cuándo acabará estapesadilla?”.[244]

Scherff, que hacía horas extras comocontable para otras empresas, leprestaba pequeñas cantidades de dinerocuando podía. Al cabo del tiempo,Dorothy F. Skerrit aseguraba en un

informe que, a lo largo de los años, lehabría prestado unos 40.000dólares,[245]y añadía: “En mi opinión,Tesla tenía hipnotizado al señorScherff”.

En pretéritos y mejores tiempos,según le contó el inventor a Skerrit, lebastaba con abrir la boca para queMorgan pusiese dinero a su disposición.En una ocasión incluso, el financiero lehabía firmado un cheque en blancodiciéndole que escribiera la cantidadque necesitaba. Según contaba Tesla, lacantidad fue 30.000 dólares. PeroMorgan ya no confiaba en el proyecto deWardenclyffe. Tesla decidido a seguir

adelante, continuó escribiéndole cartas,convincentes y respetuosas al principio,airadas, mordaces y amenazadoras mástarde, que le enviaba al banquero pormensajero a donde hiciera falta, aunquefuera a las escalerillas del barco con elque el magnate se disponía a zarpar parauna más de sus giras por Europa.

Por entonces comenzaron a circularlos inevitables rumores de que Morganhabía adquirido las patentes de radio deTesla para evitar que siguierandesarrollándolos. Cuando los chismescomenzaron a divulgarse en Wall Street,ya no hubo quien los parase. Lashabladurías de que Morgan se había

desentendido del proyecto de alcancemundial, que sólo en parte habíafinanciado, bastó para que otrosinversores pensasen que se trataba de unnegocio que podía estallarles en lasmanos.

Tesla sabía que los rumores daríanal traste con su sueño, pero poco podíahacer, excepto mantener a raya a losacreedores, tratar de convencer a otrosbanqueros y amigos con posibles,resolver cuestiones científicasrelacionadas con el proyecto, explorarel mercado para ver si podía colocaralguno de sus inventos y ofrecerse comoasesor.

El efecto multiplicador de aquellamala racha no parecía respetar ni loslímites geográficos. Recibió unademanda por impago de la electricidadque había gastado en Colorado Springs,lo que le colocó en una posiciónincómoda, más si se tiene en cuenta queLeonard Curtís, uno de los propietariosde la City Power Company, le habíaprometido que dispondría gratuitamentede la electricidad que necesitase. A estademanda se sumó otra del ayuntamientode Colorado Springs por facturas deagua. Por si fuera poco, el guarda de suantiguo centro de experimentación inicióacciones legales contra él para que le

abonase los salarios que le adeudaba.La respuesta de Tesla al

ayuntamiento estuvo a la altura delinventor. Ya que la ciudad se habíabeneficiado de su presencia y, por otraparte, había construido su famosolaboratorio dentro de los términos delmunicipio, consideraba que talesprivilegios bien compensaban el aguaconsumida.

Puso a la venta la madera con que sehabía construido el laboratorio, y eldinero que obtuvo bastó para pagar lasfacturas pendientes de la compañíaeléctrica. Regresó, por fin, a ColoradoSprings con un abogado para enfrentarse

a la demanda del guarda. El demandanterecibió una compensación de unos mildólares, que el inventor pagó en partemediante la subasta judicial de algunosde los efectos del laboratorio. El restopodría pagárselo en un plazo de seisaños con un recargo de treinta dólares.

Durante cierto tiempo, la suertepareció ponerse de su lado. Poco apoco, empezó a ganar dinero gracias asus bobinas terapéuticas para hospitalesy laboratorios de investigación. Lasfabricaba en una cadena de montajedispuesta al efecto en Wardenclyffe. Porotra parte, se las compuso para idearuna nueva turbina de diseño

revolucionario, con la que estaba segurode recuperar la fortuna y la reputaciónperdidas.

Aunque seguía viendo a sus amigos,sus encuentros tenían algo de frenesí,como si los participantes ya notaran quese acercaban malos tiempos y noquisieran desaprovechar ocasión algunade pasar un buen rato.

Katharine le envió una invitaciónpara que acudiese a la recepción anualde personajes célebres, y también unbillete cargado de reproches cuandoTesla faltó a la cita. La nota finalizabacon unas frases que ya sonaban a oídas:“Pronto estaremos lejos de aquí, y usted

ni se dará por enterado. Es tan ajeno a lohumano que no necesita a nadie. Lo raroes que sigamos insistiendo”.[246]

Robert y ella hacían los preparativospara pasar otra temporada en Europa. Elcarácter diletante de Robert era el desiempre. “La señora Johnson me diceque está usted invitado a la cena de lacondesa de Warwick —le escribió aTesla—. ¿Tendría la amabilidad depreguntarle a su señoría si el jarrónWarwick es el que menciona Keats en su‘Oda a una urna griega’?”.[247]

Curiosamente, para entonces,Johnson había comenzado a preocuparsepor si sus jefes, a la vista de los

artículos y las colaboraciones que habíapedido al inventor para la revistaCentury, interpretasen mal el hecho deque también fuera accionista de laNikola Tesla Company. Y le sugirió a suamigo que constituyese un préstamo conel dinero que había invertido, aportandolas acciones como garantía. Lapreocupación de Johnson ante un posibleconflicto de intereses era una pruebamás de que el prestigio de Tesla comocientífico cotizaba a la baja, que sufirma ya no tenía el atractivo de antaño.

En el mundo de las finanzas, eranmuchos los que creían que Tesla seguíapercibiendo “principescos” ingresos a

cuenta de los derechos que le abonabaWestinghouse por sus patentes decorriente alterna, sin pararse a pensar enque se las había vendido a precio desaldo en 1896. Por si aún quedabaalguna duda, el 15 de mayo de 1905,aparecía un artículo en el Eagle deBrooklyn, en el que se daba por sentadoque estaban a punto de “caducar” lasvaliosas patentes del inventor. Elperiódico daba cuenta del “granrevuelo” que se había armado en elmundo de la electricidad ante el anunciode que los derechos estaban a punto deextinguirse: “Sin duda se entablará unalucha a muerte en todas partes para

fabricar el motor de Tesla,universalmente utilizado, sin tener quepagar un centavo al inventor. LosWestinghouse ya han anunciado quedisponen de patentes complementarias yque harán valer sus derechos”.

De haberse sabido que el inventorno percibía ni un centavo por eseconcepto, le habría situado en unaposición incómoda, que poco le habríaayudado en el prosaico mundo en que semovía.

La noche del 18 de julio de 1905, yatarde, preocupado por no saber nada deél, le envió una nota a Scherff: “Estosúltimos días y noches, han sido

sencillamente horribles —le confiaba, apropósito de un mal que sufría sindesvelar su nombre—. Ojalá estuvieraen Wardenclyffe cuidando un huerto decebollas y rábanos. Todo se me hacecuesta arriba. En cuanto esto se arregle,lo dejaré todo. Las cosas nos irán muchomejor”.

Pocos días después, parecíapreocupado por el suministro demateriales, así como por la adopción demedidas para evitar “los inconvenientesque hemos padecido. Con todafranqueza, he de decirle que esta semanapinta mal, a no ser que L. cumpla suspromesas… Tengo varias posibilidades

a la vista y no pierdo la esperanza, perohan sido tantas las decepciones que meinclino más bien hacia el pesimismo”.

Con propósitos que desconocemos,había estado realizando experimentoscon chorros de agua lanzados a unapresión elevadísima, unos setecientoskilos por centímetro cuadrado. Si unabarra de hierro se cruzase con un chorrofinísimo de estas características, lafuerza del agua la doblaría igual que sihubiese chocado con otra barra delmismo metal. Tales chorros de energíalíquida tenían consecuenciasdevastadoras para cualquier metal conel que entrasen en contacto. Un día, saltó

la boquilla de hierro del cilindro depresión: un enorme fragmento rozó lacabeza de Tesla y fue a abrir un boqueteen el techo.

Otro día, Scherff se abrasó la caramientras vertía plomo fundido en unospequeños orificios practicados en elsuelo: el plomo cayó sobre el agua conque se había fregado el piso y saliódisparado hacia lo alto. Tesla, que seencontraba a pocos metros, sólo resultólevemente herido, pero las quemadurasde Scherff fueron graves; se llegó atemer por su vista.

Pero, si se tiene en cuenta lapeligrosidad del material que manejaban

a diario, los accidentes fueronsorprendentemente escasos.

Hobson, por entonces un jovenoficial de reclutamiento de la Armada,que alternaba sus viajes de una punta aotra del país con actos de campaña paraocupar un cargo político, visitaba aTesla siempre que pasaba porManhattan. Preocupado por el estado desalud del inventor a causa de tantastensiones y del exceso de trabajo, tratóde que le acompañase a algún partido defútbol en la Academia Naval; desde lacasa de sus padres en Greensboro,Alabama, le escribía: “Mi padre y mimadre dicen que están deseando

conocerle a usted antes que a cualquierotra persona, que debería pasar unosdías con nosotros y olvidarse de sushercúleos trabajos…”.

También le envió cartas desdeTexas, cuando iba en tren, y desdehoteles en cualquier punto del país,aunque las más frecuentes procedían delArmy & Navy Club de Nueva York, enlas que le hablaba de los quebraderos decabeza que le estaba causando ladecisión de entrar en política. Con todo,en 1903, dejó la Armada y emprendióuna brillante carrera como político.

El primero de mayo de 1905, “elhéroe de guerra” le comunicaba por

carta “la mejor noticia de su vida”: enbreve pensaba contraer matrimonio conla señorita Grizelda Houston Hull, deTuxedo Park, Nueva York.

“Quiero que sepa, mi querido Tesla—le decía en la carta—, que, despuésde mi familia, usted es la primerapersona en la que he pensado […] Megustaría tenerle cerca en ese día tanespecial… Reservo para usted un granafecto en mi corazón”.[248]

Dos años más tarde, Hobsonresultaría elegido representante de suestado natal, Alabama, para elCongreso, escaño que no abandonaríahasta 1915. En la Cámara, y para

disgusto de Tesla, se erigiría en adaliddel movimiento prohibicionista. Elinventor pensaba que, en dosisadecuadas, el alcohol era bebida dedioses. Pero estas diferenciasideológicas no hicieron mermar laadmiración que profesaba al héroe de lamarina.

A los setenta años y cubierto degloria, Mark Twain regresó a EstadosUnidos. Tesla y el escritor volvieron averse siempre que su trabajo u otroscompromisos no se lo impedían. Ellugar de encuentro elegido solía ser elclub Players'.

Katharine, desconcertada por los

frecuentes desplazamientos de Tesla aLong Island, ya no sabía adónde mandarlas invitaciones.

Esta noche me quedaré en casa —le escribía—, pero supongo queusted pasará la semana en suapacible residencia de las remotasy desérticas tierras de Long Island.En cualquier caso, si en algúnmomento se diese una vuelta por suoasis preferido, el Waldorf,mándeme una nota cuando lea éstay dígame cuándo tendré el placer[…] Me gustaría comprobar por mímisma si ha rejuvenecido, si han

mejorado su elegancia y su porte.Sea como sea, ya le anticipo que amí me encontrará comosiempre.[249]

Lo que más llama la atención de estebillete es que está escrito en primerapersona: o Robert estaba de viaje, o nopodía unirse a ellos. Podemos dar porseguro que Tesla no aceptó lainvitación.

La aparición repentina y prematuradel invierno les sorprendió juntos en lavíspera del día de acción de gracias. Enla nota posterior de agradecimiento queenvió a Katharine le rogaba que no

mirase con desdén a los millonarios,puesto que él seguía en la brecha parallegar a ser uno de ellos. “Las accionesde mi empresa han subidoconsiderablemente esta semana —ledecía—. Si esto sigue así durante unascuantas semanas más, podré cantarvictoria”.[250]

Katharine le envió otra nota en quereclamaba su presencia: “Necesito tenera mi lado a alguien que me eche unamano, que me dé fuerzas para seguir,alguien de su temple…”. El inventor lecontestó con evasivas.

Por lo general, Tesla pasaba lasnavidades con los Filipov. Cinco días

antes de Navidad, Katharine le escribiópara recordárselo, añadiendo:

Debería estar aquí mañana por lanoche. Quiero verle por muchasrazones, por ejemplo, para sabercómo se encuentra. Mas ¿de quésirve enumerarlas, en cualquiercaso, si ya las sabe? Todas, menosuna. Tengo que contarle algo sobreAlemania… Cuando le escribí eldomingo pasado por la mañana, leconté lo primero que se me pasópor la cabeza al despertar. Sabíaque andaba usted deprimido, perodesconocía el motivo. Permítame

que yo también le sirva de ayuda,querido señor Tesla, demuéstremeque valgo de algo, que puedoesperar algo…[251]

El invierno pasó sin quedisminuyese la inquietud sobre el futurode Wardenclyffe. Muy al contrario,Tesla llegó a pensar que era unainterminable pesadilla.

El largo y asfixiante verano pasósobre Nueva York, pero en nadavariaron los hábitos de Tesla. Escribióde nuevo a Scherff para darle cuenta delas dificultades económicas queatravesaba: “Problemas sin cuento, que

no parecen dispuestos a darme respiro.El Port Jefferson Bank ha accedido amis demandas, con intereses, como siestuviera en condiciones desatisfacerlos”.

Poco después, sin embargo, pudodarle buenas noticias. Se había reunidocon el señor Frick, magnate de laindustria, nuevo rico y coleccionista deobras de arte. Desde que le habíanpuesto al frente del consejo de laCarnegie Steel Company en la década de1890, este hombre había duplicado laproducción de la fábrica, contratandomano de obra barata y usando materialesde bajo costo. Y andaba a la caza de

nuevas posibilidades de inversión paradar salida a los beneficios que habíaobtenido gracias a tan genialesintuiciones. La nota del inventor aScherff rebosaba optimismo: “Losproblemas no cesan, pero estamos en elbuen camino He mantenido una reuniónmuy positiva con el señor Frick, y tengola esperanza de que nos anticipe losfondos que necesitamos”.[252]

Por aquella misma época, Tesla yJohnson mantuvieron una guerra deartículos en prensa sobre las ondashercianas. Tesla había enviado un textopara Century que había sorprendido ymucho a su amigo, un texto en el que

aseguraba que tales ondas carecían deinterés para la telegrafía sin hilos.

“La telegrafía herciana sólo existeen teoría —afirmaba Tesla—, porqueesas ondas decrecen en intensidadrápidamente a medida que se alejan dela fuente emisora”. Según el inventor,Hertz y Crookes no se habían ocupadode buscar otras fuentes de energíaporque contaban con una bobinaRuhmkorff y un simple explosor. Teslasostenía que no había realizado progresoalguno en ese campo hasta que se leocurrió la idea del transformadoroscilatorio, que incrementaba de formanotable la intensidad de la señal. Tras

llevar a cabo experimentos con antenasde diferentes configuraciones, en suopinión, las señales que captaban losinstrumentos llegaban inducidas por unflujo de corrientes terrestres y no enforma de ondas que se difundieran por elespacio.

Más tarde, Kenneth Swezeysostendría que “Tesla estabaperfectamente al tanto de la naturalezade las ondas hercianas y recurría a ellasde continuo. Su obstinada negativa aadmitir que eran esenciales para elfuncionamiento de sus equipos sin hilos[…] sólo sirvió para confundir adiferentes jueces y que perdiese

demanda tras demanda durante toda suvida”.[253]

Tras la “más que prometedora”reunión con Frick, el inventor no tuvomás remedio que enviar, una vez más,malas noticias a Scherff: lasnegociaciones habían llegado a un puntomuerto.

Aunque pareciese imposible, el año1906 arrancó con perspectivas aúnpeores que el anterior. Hasta su amigoWestinghouse parecía evitarle. Casi conla misma urgencia que el dinero, Teslanecesitaba las máquinas deWestinghouse para Wardenclyffe. Eneste sentido, le manifestaba al

empresario en una carta:

¿Se ha producido algúnacontecimiento que venga aenturbiar la cordialidad quepresidía nuestras relaciones? Si asífuera, lo sentiría mucho, no sólopor la admiración que siento porusted, sino por razones de máshondo calado. No ha de pasarmucho tiempo antes de que latransmisión de energía eléctrica sinnecesidad de cables sea unarealidad y desemboque en unarevolución industrial sinprecedentes. ¿Quién mejor que

usted para llevar a cabo semejanteproeza? ¿Quién sabría sacar mejorpartido de semejanteacontecimiento?[254]

Aun sabiendo que sin las patentes decorriente alterna de Tesla, su empresano habría crecido tanto en tan pocotiempo, Westinghouse le vino a decirque ya se lo pensaría.

Cada día era una nueva zozobra.Scherff le advirtió por carta de que nohabían recibido todavía un cargamentode carbón y que había que aplazar losexperimentos programados. Conexquisito tacto, le hizo saber que había

aceptado otro trabajo para, durante parde días al mes, llevar las cuentas de unafábrica de sulfuros. Mal presagio paraTesla, porque Scherff no tardaría enconseguir un puesto como empleado fijode la empresa.

Y aún le esperaban peores noticias.El 26 de junio de 1906, todos losperiódicos daban cuenta con pelos yseñales del truculento asesinato deStanford White: la noche anterior, en laazotea del Madison Square Garden y enpresencia de gran parte de la altasociedad de Nueva York, el arquitectohabía muerto a consecuencia de las tresbalas que le había disparado un

financiero de Pittsburgh, Harry K. Thaw.El asesino estaba convencido de queWhite estaba liado con su mujer, EvelynNesbit. Más tarde, Thaw quedaríarecluido en el hospital Matteawan paradesequilibrados mentales convictos.

El arquitecto, que les había regaladoa los neoyorquinos edificios tansobresalientes como la iglesiapresbiteriana de Madison Square, elhotel Garden City, el Hall of Fame de laUniversidad de Nueva York y lamansión Astor, de Rhinebeck, les dejabala torre de Long Island como legadopóstumo.

Aquel otoño, Scherff dejó de

trabajar en Wardenclyffe. Nunca sedesentendió por completo de los asuntosfinancieros de Tesla: trabajaba para élde noche o durante los fines de semana,y siempre estuvo pendiente de suspapeles fiscales.

El sistema de radiodifusión mundial,una idea que incorporaba casi todos losadelantos en las comunicaciones queconocemos en la actualidad, estabamuerto y sólo faltaba dar con alguienque lo certificase. Pero, mientras latorre estuvo en pie, Tesla no escatimóesfuerzos para sacarlo adelante.

Nadie sabría decir con exactitudcuándo dejaron de acudir los

trabajadores. Thomas R. Bayles, jefe dela estación de ferrocarril que se alzabaal otro lado de la carretera, sólo reparóen que ya nadie se bajaba allí. Hubo unguarda durante un tiempo. Cuando algúnperiodista curioso o algún ingenieropasaban por allí, le dejaban subir hastalo alto de la torre para que disfrutase dela espléndida vista del estuario de LongIsland Sound. Por algo la torre parecíatan airosa: no había nada metálico en suscomponentes, ni siquiera las clavijas demadera que ensamblaban los maderosverticales y horizontales que laintegraban. Tras abandonar el proyectode recubrir la cúpula con planchas de

cobre, Tesla había instalado unaplataforma móvil que permitía enviar unhaz de rayos hasta el cénit.

Los visitantes descubrían que ellaboratorio estaba atestado de extrañosy complicados aparatos. Aparte denumerosos equipos para soplar vidrio,había un taller de maquinaria con ochotornos, aparatos de rayos X, bobinas deTesla de alta frecuencia de todas lasformas y tamaños imaginables, unamaqueta original de sus barcosteledirigidos, y baúles que conteníanmiles de bombillas y tubos parademostraciones. Además de las oficinas,había una biblioteca, un cuarto de

herramientas, generadores ytransformadores eléctricos, cables yalambres por todas partes.[255] Una vezque se fueron los curiosos, llegaron losvándalos: pusieron todo patas arriba,saquearon los archivos, tiraron lospapeles por el suelo y no dejaron títerecon cabeza.

No incurriríamos en exageración—escribía un redactor del Eaglede Brooklyn—, si dijéramos que elrecinto ha sido saqueado con elmismo afán con que, siglos atrás,nuestros antepasados arrasaban loslaboratorios de los alquimistas o,

antes aún, las guaridas de loshechiceros. Una atmósfera demisterio envuelve el lugar, como siuna fuerza sobrenatural, generadaen algún alambique […]procedente del espacio interestelar,se extendiese sobre los campospróximos para infundir temor yrespeto a los agricultores y vecinosde la zona…[256]

En 1912, Westinghouse, Church,Kerr & Co. obtuvieron una sentenciafavorable para que Tesla les abonase23.500 dólares por las máquinas que lehabían servido. Se cobraron esa

cantidad llevándose la maquinaria quequedaba en Wardenclyffe.

Para sufragar el ostentoso ritmo devida que llevaba en el Waldorf, Teslahabía suscrito dos hipotecas sobreWardenclyffe a favor del propietario delhotel, George, C. Boldt, con las quecubrió gastos por valor de unos veintemil dólares. Pero no quiso inscribirlasen el registro para que no quedara enentredicho su solvencia. Cuando en1915 ya no pudo afrontar los gastos,traspasó la propiedad de Wardenclyffe anombre de Waldorf-Astoria, Inc.[257]

La firma hotelera trató de poner enventa las singulares instalaciones, pero

en aquel momento nadie sabía quédestino dar a las ruinas de un centropara la radiodifusión mundial.Sondearon al ministerio de Defensa,aunque sin éxito. Se barajó entonces laposibilidad de reconvertirlo en fábricade encurtidos. Tesla debió deestremecerse cuando se lo dijeron.Tampoco cuajó la idea. En 1917,comenzaron a circular rumores de queen la torre se ocultaban agentesalemanes, que espiaban los movimientosde los barcos aliados y, desde allí,enviaban señales de radio a sussubmarinos. El 4 de julio de 1917 sedetonaron varias cargas de dinamita en

el interior de la torre. Tanto losperiódicos como el Literary Digestinformaron de que la explosión obedecíaa una decisión del Gobiernoestadounidense para acabar concualquier posibilidad deespionaje.[258] Tesla nunca dio porbuena la explicación.

La voladura de la torre se llevó acabo en virtud de un contrato leoninofirmado por los propietarios y la SmileySteel Company de Nueva York, pero elinventor siempre se negó a revelar elnombre de los verdaderos propietarios.Y si se demolió fue sólo para obteneralgún beneficio con la venta de

escombros.La torre resultó ser mucho más

resistente de lo que habían pensado losencargados de destruirla: tuvieron quedetonar varias cargas, como si unamisteriosa fuerza la mantuviese unida aaquel enclave. El Día del Trabajo, porfin, la torre se derrumbó: la dinamitahabía triunfado sobre aquellaconstrucción que apuntaba al cielo. Trasamortizar los gastos de demolición, lacompañía obtuvo un beneficio de 1.750dólares. Un chatarrero encontró notas deTesla tiradas por el suelo.

“Cuando, mucho después, pasé poraquel sitio —le escribiría a Scherff—,

no llegué a llorar, pero estuve a punto dehacerlo”.[259]

En 1909, Marconi y el alemán CariF. Braun fueron galardonados con elpremio Nobel de Física “por susinvestigaciones independientes, peroconvergentes, en el desarrollo de latelegrafía sin hilos”.

Tesla jamás se desdijo de sus ideassobre el transporte de energía eléctrica yla radiodifusión. No era un sueño, llegóa decir, “sino una sencilla hazañacientífica de la ingeniería eléctrica,aunque muy cara, en un mundo ciego,pusilánime y estrecho de miras”.

El género humano, escribió, no había

evolucionado lo suficiente para prestaratención a “la intuición profunda queguía al descubridor en su trabajo”.Quizá sea mejor, “a la vista de cómoestá el mundo que, en vez de auspiciar yfomentar el desarrollo de un conceptorevolucionario, tal idea, cuando echa aandar, sólo encuentre obstáculos eimpedimentos, por falta de medios, porintereses encontrados, por pedantería,estupidez o ignorancia; que recibaataques y todo sean pegas; que haya desoportar duras y amargas pruebas, quepelee por abrirse paso en el mercado;porque sólo así saldrá a la luz. Igual queen el pasado cuando se ridiculizaba,

condenaba, combatía o eliminabacualquier idea grandiosa que, al cabodel tiempo y finalizada la polémica,volvía a resurgir con más fuerza, conmás brío”.[260]

Aparte de Tesla y la sociedad en suconjunto, el gran perdedor de lademolición de Wardenclyffe fueMorgan. A estas alturas, nadie pone enduda que habría tenido en sus manos elsalvoconducto que le hubiera permitidosituarse en cabeza en el campo de laradiodifusión, con una central operativaen varios canales de diferentes yadyacentes frecuencias, transmitiendo deforma simultánea, que dejaba muy atrás

las prestaciones que ofrecía el lento yúnico cable trasatlántico. Entre losmuchos que recurrirían a las patentes(con o sin los correspondientesderechos) de Tesla para el desarrollo dela radio comercial, una empresa notardaría en enviar mensajes a quince milkilómetros de distancia. Sin embargo, laclarividencia de Tesla con respecto dela radio no ha de confundirse con suspretensiones acerca del transporte deenergía eléctrica sin cables. Desdeluego, él no las confundía.

XVIILA GRAN POLÉMICA DE

LA RADIO

Nada tan pertinaz como un errorimpreso. En lo que a la invención de laradio se refiere, los errores se hanperpetuado en las obras de referencia,las historias de la ciencia, las biografíasde científicos y las publicacionespopulares. La confusión, parcialmenteinducida por el propio Tesla, se subsanó

de modo oficial en 1943, cuando elTribunal Supremo de los EstadosUnidos revocó un fallo anteriorfavorable a Marconi y admitió queTesla, con sus patentes radiofónicasfundamentales, había ido por delante desus competidores.[261]

En 1956, con ocasión del centenariode Tesla, el Colegio de Ingenieros deRadio hizo público su “mea culpa”. Poreso, no deja de ser una sorpresadesagradable encontrarse con artículoscomo el que firma un destacadoingeniero eléctrico y de ciencias de losordenadores en el Dictionary ofAmerican Biography que, si bien cita

referencias inexcusables de los añoscuarenta, cincuenta y sesenta del sigloXX, no hace referencia alguna a latrascendental decisión del TribunalSupremo de Estados Unidos.[262] Mássorprende si cabe que el autor hagareferencia a artículos sobre Teslaescritos por Anderson, O'Neill, Swezeyo Haradan Pratt (Proceedings of theInstitute of Radio Engineers, Actas delColegio de Ingenieros de Radio), todoslos cuales se ocuparon de que saliera ala luz la verdad. Se trata del mismomalentendido en que incurren muchoshistoriadores populares, tantoestadounidenses como europeos.

Aunque la verdad aún haya deabrirse paso en enciclopedias ymanuales, en la actualidad las personasmás autorizadas para hacerlo conceden aTesla una clara ventaja en un terrenoque, durante largos años, se viosometido a los vaivenes reivindicativosde figuras como Marconi, Lodge, Pupin,Edison, Fessenden, Popov, Slaby,Braun, Thomson o Stone, por citar sóloa algunos de los precursores.

En este sentido, el doctor James R.Wait sostiene:

Basta con seguir el desarrollo delos acontecimientos para caer en la

cuenta de que el descubrimiento deTesla, en 1893, es el punto departida de la comunicación sincables. No hay duda de que siguiólas investigaciones teóricas yexperimentales de Hertz, quienhabía demostrado la incidencia deuna descarga eléctrica a distancia.Aunque sea sólo por muy pocosaños de diferencia, sus trabajosconstituyen un antecedente de losinventos y resultados prácticosconseguidos por Marconi en elcampo de la telegrafía sinhilos.[263]

Anderson puntualiza que no sonpocos quienes han confundido lapolémica a propósito de los postuladosque rigen la transmisión y recepción deseñales de radio con la transmisión de lavoz humana, importante innovaciónconseguida gracias al Audion deDeForest, o tubo de vacío triódico.

Si la polémica se centra en quién esel inventor de la radio, hay queproceder con extrema cautela —afirma—. En el… caso de laMarconi Wireless TelegraphCompany vs. Estados Unidos, cuyoveredicto contra la Marconi

Company (hecho público el 21 dejunio de 1943, en el que negaba deplano el derecho a registrar lapatente más importante deMarconi), los fundamentos de lasentencia habían tenido en cuentalas exhaustivas declaraciones denumerosos especialistas en loscampos de la radio y de la física.

‘Cualquier sistema deradiodifusión precisa de doscircuitos sintonizados, tanto en elreceptor como en el transmisor, ylos cuatro han de trabajar en lamisma frecuencia’. Estaa s e v e r a c i ó n no incluye la

modulación variable que permite elAudion de DeForest, que haceposible la transmisión y recepciónde la voz humana y de la música.Tampoco da nada por sentadoacerca del modo de propagacióndel electromagnetismo, es decir, sise trata de ondas terrestres, odifundidas por el aire, ni de laincidencia de las primeras sobrelas segundas. Lo que sí da porsentado, por el contrario, de formaimplícita, es la transmisiónselectiva y deliberada a unafrecuencia determinada y laposibilidad de seleccionar la

misma frecuencia en elreceptor.[264]

Los esquemas 165 y 185, a que serefiere el Tribunal Supremo de losEstados Unidos, figuran entre los

documentos relativos a la conferenciaque Tesla dictó en 1893, y se citan

normalmente como prueba de que fueel inventor de la radio.

El primer formulario de solicitud depatente lo presentó Marconi el 10 denoviembre de 1900; fue rechazado enrazón del que ya había presentado sirOliver Lodge. La primera de laspatentes de Tesla fue registrada como talen 1898. Es más, Tesla establecía contoda claridad la diferencia entre laspatentes que guardaban relación con latransmisión de energía eléctrica sincables y aquéllas que tenían que ver conel envío de señales, aunque eso hayaconfundido a más de uno de quienescritican sus patentes concernientes a laradio.

El Tribunal Supremo de Estados

Unidos determinó que la patente número645.576 de Tesla, solicitada el 2 deseptiembre de 1897 y otorgada el 20 demarzo de 1900, era muy anterior a lareferida a los cuatro circuitossintonizados de Marconi.[265]

Mucho antes que cualquier otro,Tesla hizo pública, en Electrical Worldand Engineer (5 de marzo de 1904), ladeclaración más tajante realizada porcualquiera de los precursores de latransmisión sin hilos, a saber, cómohabría de ser la radio tal como hoy laconocemos. Tenía en mente el conceptointegral de transmisión de mensajesinteligentes, no el mero envío de

información de un punto a otro. Fue elúnico de los pioneros de la radio que asílo formuló.

Estas fueron sus posturas: “En miopinión y en lo referente a sufuncionamiento, habida cuenta de losmedios que utiliza y de sus posiblesaplicaciones, la telegrafía mundialsupone un avance novedoso yprometedor respecto de lo que habíaantes. No albergo la menor duda acercade su eficacia para instruir a las masas,especialmente en países no civilizados oen regiones especialmente remotas, altiempo que constituye un instrumento útildesde el punto de vista de la seguridad y

la tranquilidad de todos, unaoportunidad para la convivencia en paz.Como punto de partida, es precisodisponer de varias centrales capaces detransmitir las señales pertinentes a losmás remotos lugares de la Tierra. Esaconsejable, por otra parte, que talescentrales se localicen en lugarespróximos a algún núcleo civilizado derelieve, de forma que las noticias queallí lleguen por cualquier canal seanretransmitidas a cualquier punto delglobo. Cualquier persona, en mar o entierra, con un aparato sencillo y baratoque cabe en un bolsillo, podría recibirnoticias de cualquier parte del mundo o

mensajes particulares destinados sólo alportador. La Tierra se asemejaría, pues,a un inconmensurable cerebro, capaz deemitir una respuesta desde cualquierpunto. Como una sola central, de ciencaballos de fuerza, bastaría para poneren marcha cientos de millones de talesaparatos; el sistema tendría unacapacidad virtualmente infinita que,dado el bajo coste de las transmisionesinteligentes, facilitaría enormemente lascosas”.

Las mismas ideas que expuso, porotra parte, en el número de junio de1900 de la revista Century, a su regresode Colorado.

Otro de los pioneros de la radio, J.S. Stone, comentaba refiriéndosetambién a Lodge, Marconi y Thomson:

Desde este punto de vista, esobligado destacar el nombre de NikolaTesla. Con su visión casi preternaturaldel fenómeno de la corriente alterna, quele llevó […] a revolucionar eltransporte de la energía eléctrica,gracias a la invención del motor decampo rotatorio, supo cómo utilizar laresonancia, no sólo como unmicroscopio que nos permitieseobservar las oscilaciones eléctricas, enla senda de Hertz, sino comoinstrumento capaz de ofrecernos una

visión global […] No ha sido fácilintroducir mejoras, siempre de índolemenor, en el campo de la radiotelegrafíasin seguir, al menos en parte, la sendatrazada por este precursor, quien, apesar de su ingenio y de los aparatos deíndole práctica que diseñó y puso enmarcha, iba tan por delante de su tiempoque incluso el más capacitado denosotros lo hubiera tomado por unvisionario.[266]

Entre las muchas autoridades delmundo de la radio que han defendidoesta postura (aunque quizá no lo bastantepronto como para poner las cosas en sulugar), destaca también el general T. O.

Mauborgne, jefe del Cuerpo deTransmisiones y oficial responsable deeste campo en el seno de la Armadaestadounidense. En Radio-Electronics(febrero de 1943, pocas semanasdespués del fallecimiento de Tesla),escribía:

Tesla, ‘el mago’, con susfantásticas incursiones en lasinexploradas parcelas del espacioy la electricidad forjó las ilusionesde los de mi generación […]; conuna visión pasmosa, muy pordelante de sus contemporáneos, queen general, hasta mucho después de

Marconi, no se dieron cuenta de latrascendencia de los trabajosllevados a cabo por el gran Tesla,a saber, que había sido el primeroen desvelar no sólo losfundamentos de la sintoníaeléctrica, o resonancia, sino querealmente había concebido unsistema de transmisión inteligente,sin cables, en 1893.[267]

Incluso el profesor Pupin, de laUniversidad de Columbia, en unadeclaración como perito de la defensade la Atlantic Communication Company,durante una vista por un supuesto caso

de infracción de la propiedadintelectual, presentado por la MarconiWireless Company of America (con eltiempo, Pupin cambiaría de opinión),declaraba el 12 de mayo de 1910:“Cuando Marconi no era sino ‘untrabajador poco cualificado a lasórdenes del señor Riggie’ en Italia,conectó dos cables a tierra y observó lapresencia de ondas en ausencia deconductores sin percatarse en realidadde lo que pasaba ante sus ojos”. Noobstante, Pupin otorgaba a Nikola Teslael mérito de ser el descubridor de latransmisión sin cables, “un hallazgo quele regaló al mundo”.[268]

Otro de los precursores en el campode la radio-ingeniería, el capitán defragata (retirado) de la Armadaestadounidense, E. J. Quinby recordabaasí su experiencia personal en losalbores de la implantación de la radiocomercial en Estados Unidos:

Mientras otros librabanencarnizadas batallas en lostribunales en cuanto a qué patentespodían utilizarse para disponer delimprescindible sistema de sintoníaque evitaba las interferencias deotras emisoras, nadie cayó en lacuenta de que, a la vuelta del siglo,

Tesla había resuelto la cuestión consu patente fundamental, referida ala sintonización en resonancia dediferentes circuitos. Sin ella, elpujante sector de la radiodifusión,tal como lo conocemos, sería unauténtico caos. La decisiónadoptada por el Tribunal Supremoen 1943 no sólo reconocía queTesla se había anticipado a losdemás, sino que declaraba nulas yvacías de contenido las patentesposteriormente registradas conidéntico propósito.

Si bien Tesla no vio cumplido su

sueño de implantar un sistema mundialsin hilos, continuaba Quinby, vivió lobastante para ser testigo de los avancesobtenidos gracias al sistema que, contanta clarividencia, había diseñado:

A pesar de quienes decían que eraimposible y lo acusaban de teóricoy soñador, los alternadores de altafrecuencia que Tesla construyóentre 1890 y 1895 llegaban a los 20kilohercios —añadía Quinby—.Todo estaba dispuesto, pues, paraque el profesor Reginald A.Fessenden demostrase que talesaparatos eran capaces de generar

frecuencias silenciosas para lamodulación de voz, eliminando elruido de fondo que producían loschispazos de los generadores deondas electromagnéticas deamplitud decreciente o lostransmisores de arco que otrosutilizaban en sus experimentos.Fessenden estaba de acuerdo conTesla en cuanto a que lostransmisores de ondas menguanteseran una abominación y que elprometedor futuro de la radio sólosería posible mediante el recurso ageneradores de ondascontinuas.[269]

La Nochebuena de 1906 y el día deAño Nuevo de 1907, Fessendensorprendió y deleitó a los oyentes de laCosta Este y recibió una avalancha defelicitaciones por haber transmitidoprogramas de voz y música desde elcentro emisor de Brant Rock,Massachussets. Para ello, recurrió a unalternador de alta frecuencia que élmismo puso a punto, siguiendo las ideasy postulados de Tesla.

Durante la Primera Guerra Mundial,según Quinby, con la ayuda deingenieros tan capaces como Steinmetz,Alexanderson y Dempster, la GeneralElectric Company consiguió transformar

las pequeñas maquetas experimentalesde alternadores de radiofrecuencia en ungigantesco modelo de 200 kilowatios. Elprimero se montó en la MarconiWorldwide Wireless Station de NewBrunswick, Nueva Jersey, en lugar deldeficiente transmisor de chispas de altapotencia allí instalado.

Por ironías de la vida, Teslafiguraba entre las personalidadesinvitadas a la inauguración del primerservicio trasatlántico y fiable de estascaracterísticas. En abril de 1919, elkáiser Guillermo escuchó por radio lostérminos del armisticio que le proponíael presidente Woodrow Wilson.

O, como el comandante Quinby seencargaba de recordar: “Más adelante,cuando el presidente Wilson realizó suhistórica travesía a bordo del buque dela Armada estadounidense PresidentWashington, el alto mandatario pudohablar desde alta mar con la central deNew Brunswick, gracias a la sendadesbrozada por Tesla con su alternadorde alta frecuencia allá por 1895”.

Por mortificante que resultase paraTesla, no podía negar que Marconihabía sido el primero en sorprender almundo con sus éxitos en el campo de laradiodifusión, un reconocimiento queacertaría a explotar con inteligencia a

través de la Marconi WorldwideWireless Company.

El 13 mayo de 1915, el profesorPupin testificó de nuevo como perito dela parte demandada en la causa iniciadapor Marconi contra la AtlanticCommunication Company. Según losinformadores que seguían el juicio, enaquella ocasión, la sala se quedó con laimpresión de que él había sido enrealidad el inventor de la transmisiónsin hilos, “antes incluso de que Marconio Tesla la descubrieran”.[270]

Durante los experimentos querealizaba, declaró, había dado con unaonda que podía transmitirse sin

necesidad de cables, un hecho al que nole concedió importancia en aquelmomento. Tesla, sin embargo, insistió,“había puesto sus descubrimientos adisposición del género humano, y éste esuno de los extremos en que se apoyanlos peritos de la Atlantic Company paraechar abajo las demandas de Marconisobre determinadas patentes relativas ala transmisión sin cables”.[271]

Finalmente, en agosto de 1915, elpropio Tesla demandó a Marconi. Almismo tiempo, la Marconi WirelessTelegraph Company of Americademandó al Gobierno de los EstadosUnidos por uso indebido de las patentes

“de Marconi” durante la Segunda GuerraMundial. Con altibajos, la guerra de laspatentes se prolongó a lo largo de variasdécadas, con la consiguiente confusiónpopular.

Anderson ofrece un relatopormenorizado del caso en “Priority ofInvention of Radio - Tesla vs. Marconi”(La primacía en cuanto a la invención dela radio - Tesla contra Marconi),monografía que redactó para TheAntique Wireless Association , en marzode 1980. En su informe, Anderson haceuna referencia al mayor Armstrong, otroprecursor de la radio, que arroja unainteresante luz, si bien algo confusa, en

torno a la polémica. Poco antes de sufallecimiento, acaecido en 1953, elmayor le envió una carta a Anderson enla que afirmaba que, en su opinión,Tesla era el verdadero inventor de lasarmas teledirigidas (autómatas), peroque se habían intentado toda clase demaniobras para negarle la paternidad dela idea. Es más: en opinión deArmstrong, no podía decirse que Teslafuese el inventor de la radio.

“Sus escritos acerca de latransmisión de señales sin necesidad decables sirvieron como fuente deinspiración y alentaron a algunos de losprimeros investigadores en este campo,

incluido quizás el propio Marconi”,afirmaba este pupilo destacado dePupin, considerado ya entonces como unprecursor de renombre en el terreno dela radiodifusión.

“Sin embargo […] jamás se leocurrió, ni llevó a cabo experimentos eneste sentido, sino que fue Marconi quienacuñó el concepto fundamental que hizoposible la transmisión de señales sinhilos. Ya he apuntado que, de haberseguido adelante sobre las premisas desu errónea teoría, es muy posible quehubiera dado con el postulado queformuló Marconi y, a estas alturas,estaría considerado como el inventor de

la telegrafía sin hilos. Pero no fue así, yhay que reconocer que el mérito recaesin duda en Marconi”.[272]

Al decir de Armstrong, losprogresos atribuibles a Tesla no ibanmás allá de “sus logros en el campo dela energía, de ser un profeta de latransmisión sin cables y de las armas deguerra guiadas por control remoto”.

Todo induce a pensar que lo queArmstrong quería decir era que, comoTesla ya había conseguido que sereconociesen sus méritos en un par decampos, lo de menos era que también sele atribuyesen en esa tercera y tanimportante parcela. Quizá este

sorprendente punto de vista sea elreflejo de la pujante tendencia a laespecialización que se estabaproduciendo en el mundo académico: laspersonas de múltiples y vastosconocimientos ya no resultaban de buentono; de ahí que se tratase de eclipsar lainesperada aparición de un nuevoLeonardo.

Armstrong se ofreció a confiarle aAnderson la “verdadera razón” del éxitode Marconi y del fracaso de Tesla. Enenero de 1954, Anderson le habíapedido que se lo aclarase, pero no huboocasión antes del inesperadofallecimiento del mayor. Más tarde, dos

científicos que, al parecer, habíanconocido bien a Armstrong y estaban altanto de su “inquebrantable lealtad aMarconi” le explicaron que el mayor serefería a la conexión a tierra decualquier sistema que incluyese untransmisor y un receptor. Anderson sequedó de piedra.

Por carta, Anderson me asegurabaque

en todas las patentes de Tesla, tantolas relativas al campo de lascomunicaciones como las referidasal transporte de energía eléctrica,el inventor mencionaba una

conexión a tierra. De hecho, segúnsu forma de ver las cosas, la piedraangular de su sistema pasaba porconsiderar la tierra como elementoconductor. No obstante, y a pesarde que el Tribunal Supremo dejósin efecto la patente de Marconi,Armstrong siguió con su idea. Hede confesar que su actitud me dejaperplejo; me refiero a que noquisiera darse por enterado de algoque, para entonces, ya era más queevidente”.[273]

Haraden Pratt, miembro de la Juntarectora del Colegio de Ingenieros de

Radio (IRE) y presidente que fue de suComisión Histórica, escribió que lasideas y los aparatos de radio que Teslaconcibió sirvieron para que otros losdestinasen a fines menos ambiciosos ymás prácticos.

De ahí que muy pocos se dieroncuenta de la trascendencia de suaportación en el desarrollo de laradio. Sólo algunos eminentespersonajes que habían asistido alas conferencias que pronunciara enla década de 1890, así como otrosque más tarde centrarían susinvestigaciones en los albores de

esta técnica, eran conscientes de laimportancia de sus contribuciones.

Muy por delante de su tiempo,tildado de soñador por suscontemporáneos, Tesla destaca nosólo como el gran inventor que fue,sino, y de un modo muy especial,como incuestionable maestro en elterreno de la radiodifusión. Suprecoz y clarividente comprensiónde los fenómenos de la corrientealterna le permitió, más que aningún otro y gracias a susconferencias y demostraciones enpúblico en parte, fomentar un climade complicidad inteligente y alentar

a otros a internarse en aquel terrenoinexplorado del saber, espoleandosu imaginación para seguiravanzando y descubrir nuevasaplicaciones prácticas”.[274]

En resumen, que si volvemos la vistaatrás no hay que hacer un gran esfuerzopara imaginar hasta qué punto sedesvirtuaron los hechos en vida deTesla.

No fueron pocas las recompensasque obtuvieron los científicos,inventores e ingenieros que pusieron loscimientos de la radio comercial. ATesla, por el contrario, centrado como

estaba en su torre de marfil, elreconocimiento sólo llegó a rozarlepara, al cabo, ser ignorado por lafortuna.

En los últimos años de su vida, tuvolugar un incidente más que revelador delos hondos y profundos sentimientos quehabía experimentado durante la granpolémica en torno a la radio. En enerode 1927, un joven yugoslavo, DragislavL. Petković, que estaba de viaje porEstados Unidos, concertó una cita con elinventor, alojado por aquella época enla planta decimoquinta del hotelPennsylvania, en la esquina de la calleTreinta y cuatro con Broadway. No

corrían tiempos de bonanza, y Teslapermanecía casi recluido. Le invitó aalmorzar en sus aposentos, agasajándolocon toda clase de frutas y verduras,pescado y miel de California.

Tras conversar un rato, Petkovićintentó sonsacarle el secreto de la malarelación que había mantenido con Pupin,cuestión que, con anterioridad, habíaplanteado también a la otra parte, y a laque éste había respondido: “¿Cuántomás ha de durar la veneración quesienten nuestros ciudadanos porpersonas tan enigmáticas, en vez deprestar atención a algo que todo elmundo puede entender con claridad?”.

Ante la pregunta, el inventor fruncióel ceño y alzó las manos, como si tratasede buscar protección ante una situaciónincómoda. Tras guardar silencio unmomento, Tesla le contó cómo, durantelos primeros tiempos de ambos enEstados Unidos, cuando trataban porigual de abrirse camino, aquél le habíapedido que le ayudase con el inglés,porque, al parecer, su mal dominio delidioma podía costarle el puesto en lacompañía telefónica en que trabajaba.Tesla le ayudó cuanto pudo y, al cabodel tiempo, cuando, con pocadelicadeza, le recordó el favor, Pupin serevolvió contra él y le espetó que él

había sido perfectamente capaz dedesempeñar su trabajo, y que Tesla“nunca le había echado una mano”. ATesla le dolió, pero no tardó enolvidarlo.

Más adelante, sin embargo, en unaocasión, cuando Tesla pronunciaba unaconferencia en el Columbia Collegepara presentar su transformador yexponer sus teorías sobre la radio y eltransporte de electricidad, “el señorPupin y sus acompañantes empezaron asilbar, interrumpieron la conferencia yme costó lo mío que los asistentesvolviesen a prestarme atención”. Peroeso no había sido lo más grave.

“Durante la vista de la demanda queinterpuse contra el señor Marconi porapropiación indebida de los aparatos ydiseños registrados a mi nombre en laOficina de Patentes —prosiguió elinventor—, el señor Pupin, que había detestificar en mi favor como compatriotamío, se puso de parte del señorMarconi, quien, al cabo de tres años deenfrentamientos legales, no tuvo otrasalida que admitir bajo juramento que eltransporte de energía eléctrica a grandesdistancias era un invento mío”.

Hizo una pausa, y añadió: “El futuropondrá las cosas en claro y a cada quienen su sitio según sus méritos. El presente

les pertenece. El futuro, que es enrealidad para lo que yo trabajo, serámío”.

Y con lágrimas en los ojos, pero sinperder la sonrisa, continuó almorzando.En silencio, su invitado y él dieronbuena cuenta del melón. Al invitado sele ocurrió entonces otra pregunta.

—¿Qué puede decirme del señorMarconi?

Fue una de las contadísimasocasiones en que Tesla prescindió de suproverbial cortesía. Dejó el cubierto, yafirmó:

—El señor Marconi es unburro.[275]

XVIIIDIFICULTADES Y

MADUREZ

A los cincuenta años, con su reputacióncomo científico seriamentecomprometida, el inventor parecía másjovial que nunca: igual de delgado, sinuna arruga, tan joven como siempre yunos cabellos tan espesos y negros comoantaño. Seguía vistiendo como unfigurín, tenía amigos en todas partes y,

aunque con menos apego, seguíaresidiendo en el hotel Waldorf-Astoria.

La relación de Tesla con el famosoestablecimiento hotelero fue lo másparecido a un matrimonio que elinventor llegaría a conocer. Según suforma de ver las cosas, una vida menosprincipesca no merecía la pena.Poniendo siempre buena cara al maltiempo, demostraba un temple especialcuando las cosas no venían bien dadas.No es que no le inquietasen las deudaspendientes, sino que su mente, ocupadaen otros asuntos, era capaz deenmascararlas durante la mayor partedel tiempo. Sólo así es posible entender

que amonestase a otros no tanafortunados, como Scherff y Johnson,reprochándoles que no mantuviesen lafrente alta en épocas de adversidad.Aparte de las dificultades reales queatravesaba, y en claro contraste con ladificultad creciente de encontrarlo, laimportancia que el inventor otorgaba aldinero parecía ir en aumento, comopuede comprobarse en lacorrespondencia con Johnson, Scherff yotras personas.

Aunque de cara al exterior, Teslallevaba una vida que en poco difería dela de antes, de puertas adentro las cosascomenzaban a cambiar. Las profundas

decepciones que sufrió en los primerosaños del siglo tuvieron efectos tandevastadores como duraderos sobre suforma de ser. En este sentido, resultaespecialmente reveladora la carta que leescribió a George Westinghouse, cuandoéste no tuvo otro remedio que abrir laspuestas de su empresa a la admisión denuevos socios, asegurándole que “es enla adversidad donde se mide la fortalezade un hombre”. Por desgracia, lacontrariedad también saca a la luznuestras flaquezas.

Tesla se convirtió en un inveteradoescritor de cartas de autocomplacencia alos diferentes periódicos. Mientras en

los años de bonanza no escatimaba loselogios ante los logros de suspredecesores y contemporáneos y raravez se había tomado la molestia de darrespuesta a las críticas personales deque era objeto, empezó a mostrarsepuntilloso y altanero en la defensa desus conquistas, y no dudaba en criticarcon virulencia a sus competidores,grandes o pequeños, y reclamar para síla paternidad de los descubrimientosque había realizado. Escaldado portantas cosas como le habían pasado, sevolvió aún más reservado en cuanto asus patentes. El daño infligido era tanhondo como real.

En los primeros años del siglo XX,Tesla tuvo la suerte de dar con dosmujeres leales e inteligentes, que seincorporaron a su equipo comosecretarias. Años más tarde, ambasdesarrollarían, cada una por su lado,destacadas carreras profesionales. Lasdos, ni que decir tiene, poseían muybuena presencia.

Muriel Arbus era una mujer rubia yencantadora, que ayudaba a Tesla conlas solicitudes de patentes y que, tras elfallecimiento del inventor, llegó a ser ladueña de la Arbus Machine Tool Sales,de Nueva York; la única mujerestadounidense que, en aquella época,

creó su propia empresa, dedicada a lacompra de herramientas para maquinariapesada, con la que le fue muy bien.

Dorothy Skerritt entró a formar partedel equipo de Tesla en 1912 y, como tal,estuvo presente en diversosexperimentos llevados a cabo en ellaboratorio del inventor, en el número 8de la calle Cuarenta Oeste. Confrecuencia, cruzaba la calle hasta laBiblioteca Pública de Nueva York enbusca de documentación para su jefe.Una persona que tuvo la oportunidad deconocerlas a ambas aseguraba que“Skerritt, más reservada, era una mujerque captaba mejor las motivaciones

profundas que guían a cada individuo y,cuando las cosas se ponían de cara, secomprometía a fondo. Por el contrario,Arbus las aceptaba como venían yparecía disfrutar comentándolas”.

Antes de unirse al equipo de Tesla,Skerritt había trabajado para undespacho de abogados especializado enpatentes. Permaneció al lado delinventor hasta 1922. Durante la SegundaGuerra Mundial, Arbus trabajó para elDepartamento de Producción deSuministros, para la Agrupación deFábricas de Armamento y, al acabar elconflicto, para la CorporaciónFinanciera para la Reconstrucción, tras

lo cual se animó a fundar su propiaempresa.

En cuanto al jefe de ambas, poraquellos años Tesla era cada vez menoscauteloso a la hora de hablar de lo quele parecían avances para la ciencia,compartiendo sus ideas con losperiodistas tal y como se le venían a lacabeza, sin preocuparse demasiado decomprobar experimentalmente lo quedecía, sin pararse a pensarlo siquiera,dando a veces cierta sensación demegalomanía. Algunos periodistas,interesados tan solo en conseguirtitulares o encabezamientos llamativos,se limitaban a reproducir sus

aseveraciones, y más de una vez quienesde verdad se preocupaban por él, comoO'Neill o Swezey, se vieron en laobligación de matizar sus exclusivas.

Cuando dijo aquello de que “Teslaes un sujeto que siempre está a punto dehacer algo”, Edison sólo expresaba envoz alta el sentir de los ambientesuniversitarios, si bien lo mismo hubierapodido decirse de él, si se comparabansus logros reales con sus aspiraciones.También él se dedicaba a engatusar alos redactores de turno, aventurandomuchas más cosas de las que, enrealidad, estaba en condiciones deofrecer.

Desde una perspectiva muy propiadel mundo universitario, el profesorJoseph S. Ames, de la UniversidadJohns Hopkins, fue el encargado dedesencadenar la ofensiva con un artículoen el que, tras comparar los trabajos deMarconi, Pupin y Tesla, los de éstequedaban relegados a un miserabletercer puesto: “Todo el mundo está altanto del mal llamado motor de Tesla yde tantos aparatos eléctricos que no sonsino diferentes versiones del mismo, aligual que ocurre con la “bobina Tesla”,que no es sino una simple mejora de unamáquina ideada por Henry. Hasta elmomento, sin embargo, no se sabe de

ningún invento que pueda llevar suapellido…”.[276]

Como otros del mismo jaez, talcomentario era un ataquemalintencionado. A finales de la décadade 1920, en todo el mundo, se habíaninvertido cincuenta mil millones dedólares en motores de inducción yequipos de transporte de energíaeléctrica que llevaban el nombre deTesla. Era ya reconocido como el“padre de la radio” y de laautomatización. Los laboratorios de lamayoría de las universidades, la JohnsHopkins entre ellas, disponían debobinas de Tesla. Y, desde luego, había

un elenco de patentes concedidas,muchas de ellas anteriores a 1900, aaquel hombre de quien Ames asegurabaque “no había ningún invento quepudiese llevar su apellido”.

Pero hay que admitir que Tesla eramás propenso a la formulación deconceptos generales que a presentarinnovaciones concretas. Susconferencias sirvieron como fuente deinspiración para muchos, que fueroncapaces de llevar sus ideas a la prácticay patentarlas. Por eso, cuando lascircunstancias se le pusieron en contra,empezó a guardar celosamente sus asesen la manga.

Si, por otra parte, daba la sensaciónde que proclamaba a los cuatro vientossus novedosos proyectos y teorías eraporque, como emprendedor autónomo,trataba de atraer a posibles inversores ysujetos de posibles, recurriendo amétodos que les llamasen la atención.Los espectáculos que montaba en suslaboratorios eran para deslumbrar a losricachones que, desde su punto de vista,no podrían, técnicamente hablando,“apropiarse” de sus ideas, lo que nocontribuía a hacer precisamente felices asus colegas del mundo académico,celosos de su éxito, pero con recursossuficientes a su alcance.

A pesar de que las ideas afluían a sumente con la misma facilidad desiempre, había llegado a una edad en laque no podía ignorar su propio ylimitado horizonte vital. Amigos yconocidos comenzaban a desaparecer asu alrededor. Mark Twain falleció en1910, y fue una pérdida que Teslalamentó profundamente. Tres añosdespués, la muerte se llevó a Morgan, unempresario tan emblemático para el paíscomo lo había sido para el propio Tesla.

Si bien la mente del inventorsiempre había sido lo más parecido a unsurtido repertorio de neurosis, su formade comportarse se tornó aún más

extraña. Nadie sabía a ciencia ciertacuándo le entró la manía de recogerpalomas enfermas o tullidas yllevárselas al hotel, ocupación a la quededicaba las últimas horas del día.

Llevaba vida de noctámbulo, y hastade vampiro: tan pronto se mostrabaaltivo y distante con los empleados delhotel como los sorprendía conespléndidas propinas.

Dados sus hábitos, nunca llegaba ala oficina antes del mediodía, y exigíaque las señoritas Arbus o Skerritt leesperasen al otro lado de la puerta parahacerse cargo del sombrero, el bastón ylos guantes. A continuación, debían

cerrar todas las contraventanas paraconseguir el ambiente de penumbra quemás le gustaba para trabajar. De hecho,las persianas sólo se levantaban cuando,sobre las azoteas de la ciudad,descargaba una tormenta eléctrica. Entales ocasiones, Tesla se recostaba en unsofá tapizado de moiré y contemplaba elcielo hacia el norte y hacia el oeste. Susempleados decían que siempre andabamascullando para sus adentros, pero, enesas circunstancias, en que insistía enestar a solas se le oía desde la otrahabitación perorando sin parar.

A pesar de sus tensiones y de losanómalos síntomas que presentaba, su

inteligencia seguía en plena forma. En1906, el año de su quincuagésimoaniversario, después de numerososexperimentos, dio por concluida laprimera maqueta de su maravillosaturbina, inspirada posiblemente en losplanes que, de niño, había concebidopara poner a punto un motor de vacíocapaz de producir el movimientocontinuo, o en los proyectos acariciadosdurante el año que pasó en las montañas,como el de enviar el correo a través deun tubo que discurriese por el fondo delocéano. Es posible incluso que la ideade construir una turbina carente de aspasse remontase a una época anterior, la de

sus primeros recuerdos, cuando habíapuesto en marcha una diminuta noria sinpalas que giraba de verdad.

Fuera cual fuese su origen, el casoes que la maqueta en cuestión pesabamenos de cinco kilos y desarrollaba unafuerza de treinta caballos. Más tarde,construiría otras de mayoresdimensiones, capaces de alcanzar losdoscientos veinte caballos. En palabrasdel propio Tesla: “Lo que he hecho esdesechar la idea de que es precisocontar con un elemento sólido sobre elque incida el vapor y llevar a lapráctica, por vez primera, dospropiedades bien conocidas por los

físicos, y comunes a todos los fluidos,pero a las que nadie hasta ahora habíarecurrido, a saber, la adherencia y laviscosidad”.[277]

Julius C. Czito, hijo del que durantetanto tiempo fuera mecánico de Tesla,Kolman Czito, construyó diferentesmodelos de la turbina en su taller deAstoria, Long Island. El rotor de lapopularmente conocida como “turbinasombrero hongo” consistía en una pilade discos muy finos de plata alemanamontados a lo largo de un eje central,colocados en el interior de un cilindrodotado de unas lumbreras de descarga.

Cuando tratamos de obtener energíade cualquier fluido —explicabaTesla—, lo normal es que la fuerzaproceda la periferia y se dirija alcentro; cuando, por el contrario, delo que se trata es de que ese fluidose cargue de energía, ésta habrá dellegar por el centro y ser expulsadahacia la periferia. En ambos casos,describe una trayectoria en espiralpor los espacios que hay entre losdiscos, y la energía así generada esexpelida, o arrastrada hacia elcentro, gracias a la interacciónmolecular. Esta novedosa forma dehacer las cosas permite transformar

la energía térmica del vapor o delas mezclas de explosión con unahorro de costesconsiderable…[278]

En su opinión, las aplicaciones delmecanismo en cuestión eran ilimitadas.Podía poner en movimiento coches yaeroplanos con gasolina comocombustible, y hasta que un trasatlánticocruzase el océano en tres días. Lo mismopodía utilizarse para trenes que paracamiones, para refrigeración que paramover engranajes hidráulicos(transferencia de movimiento), en laagricultura, en regadíos o en

explotaciones mineras, y con vapor ocon gasolina. Diseñó incluso unautomóvil futurista que funcionaríagracias a este ingenio. Y lo másimportante: estaba convencido de que,en comparación con los modelostradicionales, su fabricación supondríaunos costes mínimos.

Muy satisfecho, Tesla observó laamplia aceptación que suscitaba aquellaidea… en papel. Incluso los oficialesdel Departamento de Defensa declararonque aquello “sí que suponía unaauténtica novedad”, que “estabanrealmente impresionados”. Era desuponer que el hombre que había

diseñado aquel motor rotatoriomejorado se iba a hacer rico.

Tras las innumerables humillacionessufridas y sus incontables deudas, Teslaempezaba a levantar cabeza. Leasaltaban con menor frecuencia laspesadillas en las que, al cabo de tantotiempo, se entremezclaban la muerte desu hermano Daniel, el fallecimiento desu madre y la voladura de Wardenclyffe.Todo lo que necesitaba era disponer decapital y, gracias a la turbina, se situaríade nuevo en la cresta de la ola. Comenzóa pensar en posibles inversores.

XIXEL ASUNTO DEL NOBEL

Las numerosas personas que acudierona la iglesia de St. George, de Manhattan,para asistir a las honras fúnebres de J.Pierpont Morgan, el 14 de abril de1913, eran sin saberlo espectadores deuna época que se cerraba: un largoperiodo histórico llegaba a su fin. Teslafue invitado a asistir a la ceremoniadesde el coro, con excusas de la familia

por no tener libres otros asientosmejores.

Finalizadas las exequias, el inventorsopesó lo que iba a hacer tras guardarprudente luto durante un mes. Cumplidoese plazo, solicitó una entrevista con J.P. Morgan, vástago del difunto.

El joven banquero y el inventorhablaron sobre todo de las posibilidadescomerciales de la turbina de Tesla. Seisdías después, recibió de la J. P. MorganCompany un préstamo de quince mildólares, a un interés del seis por ciento,por un plazo de nueve meses.[279]

Tras la reunión, Tesla le envió unacarta ensalzando en términos

encomiásticos y rimbombantes laoriginalidad de su último invento:“Conociéndolo tan a fondo como yo, esdecir, no sólo como experto sino comousuario, ya se hará idea de los fervientesdeseos que albergo, por el bien delplaneta, de ponerme en contacto conhombres tan íntegros e influyentes comousted…”.[280]

Para su desgracia, no se quedó sóloahí. No pudo refrenar el impulso derecordarle al hijo de Morgan que supadre le había prestado ciento cincuentamil dólares para Wardenclyffe. Otros,sin embargo, no se habían sumado alproyecto; de lo contrario, el primer

sistema mundial de radiodifusión sería aesas alturas un negocio más querentable. Dadas las circunstancias, lepropuso la creación de dos nuevasempresas, una dedicada al desarrollo dela radiodifusión, y la otra a lafabricación de turbinas, añadiendo que“dejaba en sus manos el alcance de suparticipación en ambas compañías”,porcentaje que establecería el propioMorgan.

Sagazmente, el joven Morgan lerespondió que no podía consentir queTesla dejase a su arbitrio el porcentajeque el inventor tuviera en ambas firmas,al tiempo que le proponía que siguiese

adelante con la idea, que montase por sucuenta ambas empresas y que, con losbeneficios que obtuviera, comenzase apagar los ciento cincuenta mil dólaresque adeudaba a la casa Morgan cuandobuenamente le fuera posible.Evidentemente, tal respuesta no dabapor concluidas las conversaciones, perosuponía un serio frenazo.

Durante los años siguientes, elinventor hizo repetidas invitaciones a J.P. Morgan para que invirtiese en unacentral que no precisaría cables y en lasturbinas. El financiero, o bien no se diopor enterado, o no mostró demasiadointerés en la mecánica de fluidos ni en la

radio. En cuanto al transporte de energíaeléctrica sin cables, como respuesta,obtuvo una vez más la misma pregunta:¿qué interés tendría la casa Morgan enponer fuera de servicio todas sus redesde tendido eléctrico? No obstante, elfinanciero le adelantó cinco mil dólares,antes de pasar una temporada en Europa,como solía hacer su padre.

Mientras, Tesla comenzó a venderlicencias para fabricar la turbina enEuropa. Gracias a la intervención delotrora príncipe de los belgas, Alberto,consiguió diez mil dólares por lalicencia para Bélgica. Confiaba en quela concesión para Italia le reportase

otros veinte mil dólares. En EstadosUnidos, firmó contratos para elalumbrado de coches y trenes, sin dejarde buscar otras aplicaciones prácticas asu invento. Pero aun así, los fondos deque disponía resultaban muy cortos parasus necesidades.

Procuraba tomarse las sucesivasdecepciones con filosofía y al parecertenía una percepción bastante sensata desu situación como adelantado a suépoca.

“Si no somos más que una ruedadentada del engranaje del universo… —le escribiría a Morgan—, unaconsecuencia inevitable de las leyes que

rigen el destino de los precursores esque quienes van muy por delante de sutiempo sufran incomprensiones,contrariedades y disgustos, y hayan deconformarse con el reconocimiento queles otorgará la posteridad”.[281]

Cuando Morgan regresó antes deNavidad, Tesla fue a verlo con unmontón de propuestas bajo el brazo.Volvía a estar desesperado: “Tal comoestán las cosas, a punto estoy de echarlotodo por la borda. Necesito dinero conurgencia, y no sé cómo conseguirlo enestos tiempos tan difíciles. Creo queusted es la única persona a quien puedorecurrir en busca de ayuda…”,

deseándole al multimillonario, a modode despedida, una feliz Navidad.Morgan le respondió con una factura de684,17 dólares a cuenta de los interesesde los dos préstamos dispuestos, no sinmanifestarle también sus mejoresdeseos.

En enero de 1914, cuando ya sebarruntaba la amenaza de la PrimeraGuerra Mundial, Tesla le solicitó aMorgan otros cinco mil dólares paraconcluir y enviar una de sus turbinas alministro alemán de la Armada, elalmirante Alfred von Tirpitz, sin pararsea pensar siquiera en cuestiones depatriotismo, puesto que antes había

ofrecido su invento al Gobierno deEstados Unidos y, aparte de buenaspalabras, no había recibido ningúnencargo del Ministerio de Defensa. Enesta ocasión, Morgan se ablandó y lehizo otro préstamo.

Dos meses más tarde, le ofreció aMorgan la posibilidad de financiar uncuentakilómetros para coches,ofreciéndole una participación de dostercios en la empresa. Para entonces,por desgracia, las turbinas habíanempezado a dar problemas. No se habíafabricado aún el metal que soportasevelocidades tan altas durante tantotiempo, cuestión que encarecía y mucho

el invento, al menos en las primerasfases de su desarrollo. La fabricaciónrequería más tiempo y, en consecuencia,se dedicó en cuerpo y alma a conseguirfinanciación.

Pero en esta ocasión, la secretariadel banquero le devolvió suspropuestas, no sin advertirle de que,posiblemente, el señor Morgan noestaría interesado en nuevos inventos.

A lo largo de aquel invierno, noobstante, Tesla insistió sin descanso:“Le ruego que no lo considere como otrapetición de ayuda sin más”, le escribía,cuando en realidad era un gritodesesperado. Entretanto, dejó las

oficinas de las elegantes torresMetropolitan y se trasladó al edificioWoolworth, más asequible. Ennoviembre, Morgan le contestó diciendoque prorrogaba el plazo de devoluciónde los préstamos, pero que no estabadispuesto a invertir ni un centavo más.

Todo se le ponía en contra. HastaScherff le envió dos nuevos recibos, ensustitución de los que le adeudaba, comogarantía del cobro de las sumasadelantadas, junto con una carta en laque no ocultaba su malestar porqueTesla no le hubiera satisfecho cantidadalguna. Al tiempo que se los devolvíafirmados, el inventor le hablaba, lleno

de esperanza, del futuro que se abríapara la turbina.

A pesar de tantas dificultades, Teslaaún encontraba tiempo para echar unamano a sus amigos. Johnson, que habíasido nombrado director de la revistaCentury cuatro años antes le envió(pidiéndole la máxima discreción) unacarta en la que daba cuenta de unescándalo en la sede la revista queponía en peligro su cargo. En su misiva,se refería a la carta de un tal señorAnthony, “escrita desde eldesconocimiento más absoluto de lo queocurre en la oficina. Sólo Dios sabe quédirá cuando le informe de cómo están

las cosas”.[282]Tras mediar en tan enigmático

asunto, Tesla respondió diciéndole quehabía hecho lo posible, aunque “me heencontrado con fuertes reticencias ymucho me temo que poco heconseguido…, pero seguiré insistiendo.Con la esperanza de que esta nimiedadno le traiga demasiado decabeza…”[283][284]

La nimiedad en cuestión —lo queocurriera en realidad nunca se ha sabido— concluyó con la dimisión de Johnson.A partir de ese momento, las cosasnunca volvieron a ser como antes en lalujosa residencia de la avenida

Lexington. Aunque más adelante Robertconsiguió el puesto de secretariopermanente de la Academia Americanade las Artes y las Letras, sus ingresosentraron en declive. Los Johnsonsiguieron con sus elegantes reuniones,los mismos sirvientes y las vacacionesen Europa como antaño. Pero ese nivelde vida los llevó a contraer deudas, ycomenzó entonces una situación con laque ambos personajes tendrían quelidiar durante el resto de sus días: vivirgracias a pequeñas sumas que seprestaban entre ellos para tapar algúnagujero. Aunque parezca mentira, en lamayoría de las ocasiones fue Tesla

quien se vio obligado a acudir en ayudade su amigo.

Estados Unidos estaba a punto deentrar en guerra con Alemania. En talescircunstancias, Tesla y el joven JohnHays Hammond Jr., a iniciativa de éste,mantuvieron una abultadacorrespondencia sobre la cuestión decómo sacar beneficio de las posiblesaplicaciones militares de lasinvestigaciones que ambos llevaban acabo en el campo de la automatización.Haciendo buen uso de las enseñanzas deTesla, Hammond había fabricado unperro eléctrico con ruedas que lo seguíaa todas partes: el motor se activaba

gracias a un sensor luminoso quellevaba detrás de los ojos. Bowser noera el invento más idóneo para generalesy almirantes que se aprestaban a entraren combate, pero Hammond tambiénhabía conseguido poner enfuncionamiento por control remoto unyate no tripulado en el puerto de Boston,y ambos inventores acariciaron la ideade constituir una empresa que fabricaseingenios teledirigidos. Hammond soñabacon desarrollar un sistema automáticoselectivo; Tesla, por su parte, pensabaque el torpedo teledirigido que habíainventado muchos años antes podía serde utilidad para el Ministerio de

Defensa. Aunque echó una mano aHammond y consiguió que le publicasenun artículo técnico sobre el asunto, laidea de hacer algo juntos finalmente nocuajó.[285]

Incluso a estas alturas de su carreracomo inventor, Tesla seguíaencontrándose con dificultades por laconfusión existente en torno a sunacionalidad. Un artículo de TheWashington Post se refería a él como un“destacado científico de los Balcanes”,error que se daba con cierta frecuenciay, a veces, le traía quebraderos decabeza con los burócratas deWashington, que apostillaban sus

solicitudes con las siglas NIH(correspondientes a not invented here,no inventado aquí), que suponía unanotable desventaja para cualquierproducto; por útil que fuera para lasociedad.

Sin duda, los mayores peligros quese cernían sobre los planes que abrigabaTesla en aquellos momentos no eransino los enemigos tradicionales decualquier innovación, a saber, la inerciay los intereses creados. Un asesor delmundo de la industria cuenta que, hacealgunos años, tuvo la ocasión depreguntarle a un ejecutivo delDepartamento de Investigación Naval,

en Washington, D. C. si alguna vezhabían patrocinado programas deinvestigación y desarrollo para laturbina de Tesla. La respuesta queobtuvo fue: “Recibimos de continuoinfinidad de propuestas parasubvencionar proyectos sobre la turbinaque menciona. Pero no nos engañemos.La turbina Parsons lleva muchos años enfuncionamiento y está instalada ensectores industriales que han florecido asu sombra. A no ser que la turbina deTesla sea realmente superior, seríacomo tirar el dinero por la ventana,porque la industria actual no parecedispuesta a introducir reformas…”.

A veces, los inventos de Teslaincluso encontraban mejor acogida enlos Estados Unidos cuando parecíanproceder del extranjero. En 1915, unaempresa alemana, que disponía de losderechos sobre su sistema detransmisión sin hilos, puso en marchauna emisora de radio para el Servicio deComunicaciones por Radio de laArmada estadounidense en MysticIsland, cerca de Tuckerton, NuevaJersey, equipada con el conocidoalternador de alta frecuenciaGoldschmidt, capaz de reenviar ondaselectromagnéticas, generando corrientesalternas en forma de

radiofrecuencias.[286] En concepto deuso de su patente, Tesla percibió unosmil dólares mensuales durante dos años,ingresos que le vinieron como anillo aldedo.

Cuando el ingeniero jefe de laestación, Emil Mayer, le informó de queenviaban mensajes a quince milkilómetros del centro emisor, Tesla casini se inmutó. No era sino laconfirmación de algo que, en realidad,ya sabía. “De modo que ha demostradoen la práctica lo que por mí mismo habíaverificado durante los experimentoscientíficos que llevé a cabo entre 1899 y1900”, replicó. Por desgracia, la guerra

fue la causa de que dejara de percibirlos derechos de aquellas patentes deradio. En 1917, el mismo año en queEstados Unidos entró en guerra, elGobierno clausuró el centro emisor deTuckerton. Más tarde, no obstante, lasAtlantic Communications Companiesreanudarían el pago de derechos.

Antes de que Estados Unidosanunciase su participación en la PrimeraGuerra Mundial, la población serbia yase había dado cuenta de las dimensionesdel conflicto. Las comunidades deorigen eslavo no podían ignorarlo.Serbia se había puesto a la cabeza delmovimiento paneslavo de unificación,

desencadenante del enfrentamiento. Unnacionalista serbio había asesinado alarchiduque Franz Ferdinand enSarajevo, Bosnia, lo que provocó lainvasión de Serbia y Montenegro por lasfuerzas imperiales de Austria yAlemania. Las noticias de las terriblespenalidades que sufrían suscompatriotas en su tierra natal notardaron en llegar a Estados Unidos.

Los emigrantes de origen serbio,bajo los auspicios de la IglesiaOrtodoxa de Serbia y de la Cruz Roja deSerbia, presidida entonces por Pupin,empezaron a organizar el envío deayuda. Una anécdota de aquellos días es

más que reveladora de la animadversiónexistente entre ambos científicos. Elpatriarca ortodoxo, Peter O. Stijacić, yun destacado profesor de teología deSerbia fueron a ver a Tesla con laintención de que suscribiese unllamamiento a los serbios residentes enEstados Unidos para que se mostrasenmás generosos con la ayuda queenviaban a su patria.

En su ingenuidad, le informaron desu intención de que aquel documento lofirmasen personajes de la talla deNikola Tesla, Michael Pupin y un muyquerido amigo de Tesla, el doctor PaulRadosavljević (más conocido como el

doctor Rado), profesor de laUniversidad de Nueva York. Tesla lesrogó cortésmente que no se lo tomasen amal: la enemistad entre Pupin y él habíallegado a tal extremo que no suscribiríani una palabra ni una frase pronunciadaspor Pupin, menos aún un llamamiento enfavor de la unidad. Y añadiófilosóficamente, pero riéndose con losojos, que ni el propio comité deunificación sería capaz de poner deacuerdo a los serbios… que vivían enEstados Unidos.

En 1918, con Pedro I como monarca,se había creado un reino que englobabaa serbios, croatas y eslovenos, decisión

que no puso fin a las revueltas ysufrimientos de los pueblos eslavos.Once años más tarde, el sucesor del reyPedro, Alejandro I, tras un broteseparatista en Croacia, estableció unrégimen dictatorial. Al menos, losdistintos pueblos y regiones del paísadoptaron un nombre común a todos:Yugoslavia. Tesla se mostrabapartidario tanto del rey Alejandro comode la unificación de su patria.

El reverendo Stijacić nos haproporcionado otra anécdota a propósitodel inventor. Durante su primer viaje aEstados Unidos, cuando sólo era unjoven escritor de la Federación Serbia,

para su sorpresa, se encontró en labiblioteca pública de Chicago con unarecopilación de versos del popularpoeta serbio Zmaj-Jovan. El traductorera Nikola Tesla. Más adelante, cuandoel doctor Rado le acompañó a visitar lasoficinas que el inventor ocupaba en lavigésima planta de la torreMetropolitan, Stijacić no pudo pormenos que decirle:

—Jamás habría imaginado que legustase la poesía, señor Tesla.

Con un repentino fulgor en lamirada, el inventor respondió:

—Somos muchos los serbios quecantamos, pero nadie parece dispuesto a

escucharnos.

El 6 de noviembre de 1915, The NewYork Times publicaba una crónica enprimera página: según un despacho deLondres enviado por la agencia Reuters,Tesla y Edison estaban propuestos paracompartir el premio Nobel de Física. Aldía siguiente, en una entrevista, Tesla lecomentaba a un redactor del mismomedio que no había recibidonotificación oficial alguna al respecto,pero especuló con que podría ser porsus hallazgos relativos al transporte deenergía sin cables, cuestión ésta, añadió,

que no sólo es posible dentro de lasdimensiones de nuestro planeta, sino que“nos permitiría alcanzar distancias demagnitud cósmica”.

Para, a continuación y en presenciadel periodista, esbozar un futuro en elque todas las guerras se libraríanmediante ondas eléctricas, sin necesidadde explosivos. En un tono menosagorero, continuó: “¡El hombre serácapaz de iluminar el firmamento yolvidarse del pánico que le inspiran losocéanos! ¡Será posible extraer del marcantidades sin límite de agua pararegadíos! ¡La tierra se volverá fértil ydispondremos de energía solar!”.[287]

Preguntado sobre qué opinión lemerecía que también se lo otorgasen aEdison, repuso prudentemente que elinventor americano se merecía hastadoce premios Nobel. Cuando losperiodistas dieron con Edison enOmaha, de regreso de la Panama-PacificExposition de San Francisco, al ver eldespacho que le mostraban los chicos dela prensa, se mostró sorprendido,asegurando que tampoco él habíarecibido notificación oficial alguna, yabsteniéndose de hacer máscomentarios.

Más que sorprendidos, Robert yKatharine se quedaron encantados.

Johnson se apresuró a hacerle llegar susparabienes. Cauteloso, Tesla le contestóasegurándole que el premio podía ir aparar a manos de muchas personas, “sinolvidar que, en las publicaciones decarácter científico, ya figuran hastacincuenta inventos que ostentan miapellido. Eso sí que es un honor deverdad y para siempre, que hay queotorgar, no a los pocos que siemprepodemos equivocarnos, sino al mundoentero que rara vez incurre en error. Congusto, cambiaría uno de talesreconocimientos por todos los PremiosNobel que se otorguen en los próximosmil años”.[288]

Lo que ocurrió a continuación nodeja de ser sorprendente. La prensaoccidental, al igual que las revistas mássobresalientes, se hicieron eco delasunto y, sin contrastar la información,la noticia llegó a todos los rincones delplaneta. Junto a otro artículo de TheNew York Times, figuraba una entrevistacon Tesla en la que ya se le daba comoganador del premio Nobel.

Las respuestas al redactor que loentrevistaba fueron muy típicas de él. Selamentaba de que, al cabo de tantosaños, el mundo no hubiese captado elsignificado de lo que él entendía portransmisión de voz. Con una central

como la de Wardenclyffe, por ejemplo,el sistema telefónico de la ciudad deNueva York podría conectarse a una redde cobertura mundial, y los abonadospodrían hablar con cualquier punto delglobo terráqueo sin tener que cambiar deaparato telefónico. Cinco minutosbastarían para transmitir una fotografíade los campos de batalla de Europa aNueva York.

Generada en el centro emisor,explicaba, la corriente discurría por lacorteza terrestre a una velocidad infinitaque decrecía hasta alcanzar la velocidadde la luz a unos diez mil kilómetros dedistancia, momento en el que comenzaba

a incrementarse de nuevo hasta llegar alcentro receptor a una velocidad tambiéninfinita.

Una maravilla. Dentro de poco, latransmisión sin cables se abatirásobre la humanidad como unhuracán. Llegará el día en que esesistema mundial funcionará con,pongamos por caso, seis grandescentrales telefónicas sin hilos, queconectarán a todos los habitantesde nuestro planeta entre sí, y nosólo a través de la voz, sino quepodrán verse también.[289]

Por errados que fueran susconceptos físicos (Tesla sería reaciohasta el final a la idea de que nada sedesplazaba tan rápidamente como laluz), su profecía no iba desencaminada.Si bien no llegó a prever el grado dedesarrollo de los satélites de televisiónde corta longitud de onda sincronizados,algo no muy distinto le había rondado lacabeza desde la adolescencia, cuando sele ocurrió la idea de construir un anilloalrededor del ecuador que girase ensincronía con la Tierra.

Y si no inventó la televisión, no poreso dejó de imaginársela. Cuatro añosantes, Johnson le había propuesto una

forma de ganar dinero: inventar el modode retransmitir los partidos de fútbol deforma que pudieran verse en cada hogaral tiempo que se disputaban en elestadio. “Todavía confío en que llegaréa ser multimillonario sin verme obligadoa participar en el mundo delespectáculo” —replicó el inventor—,para añadir que “su mejor idea” enaquel momento consistía en disponer de“nueve máquinas voladoras, dotadas dealas, pero sin hélices, que sedesplazasen a setecientos kilómetros omás, tomasen negativos, revelasen lasfotografías y tuvieran lista la película alaterrizar… El paso siguiente consistiría

en un invento al que llevo dándolevueltas desde hace no menos de veinteaños, que confío en llevar a buen puerto:me refiero a la televisión, la posibilidadde ver lo que sucede a distancia graciasa un cable…”.[290] Pero lo cierto esque luego se olvidó del asunto.

De la concesión del premio Nobelde Física de 1915 a Edison y Tesla sehicieron eco revistas como LiteraryDigest [291] y The Electrical World, deNueva York, [292] publicacionesimpresas antes del 14 de noviembre deaquel año, fecha en que otro despachode la agencia Reuters, datado enEstocolmo en esta ocasión, deparaba un

bombazo inesperado. El comité delpremio Nobel acababa de anunciar laconcesión del premio Nobel de Física alos profesores William Henry Bragg, dela Universidad de Leeds, Inglaterra, y asu hijo, W. L. Bragg, de la Universidadde Cambridge, por la utilización de losrayos X para determinar la estructura delos cristales.

¿Qué había pasado? La FundaciónNobel declinó cualquier comentario.Años más tarde, un biógrafo y amigoíntimo de Tesla desvelaría que elinventor serboamericano habríadeclinado tal honor, alegando que comoautentico descubridor que era no podía

compartir el premio con un simpleinventor.[293] Otro biógrafo, por elcontrario, aventuró la hipótesis de quehubiera sido Edison quien manifestasesu negativa a compartir el premio,afirmando “con su estrambótico ycáustico sentido del humor” que estabaencantado de haber privado a Tesla deveinte mil dólares, sabiendo la falta quele hacían.[294]

No disponemos de prueba algunaque nos permita afirmar que ninguno delos dos rechazase la concesión delNobel. La Fundación Nobel se limitó aemitir un comunicado: “Carecen defundamento todos los rumores acerca de

que alguien no haya sido galardonadocon el premio Nobel por habermanifestado su intención de no aceptarlode antemano”. El destinatario del mismopoco podía decir al respecto hasta queno se produjese la concesión. Pero laFundación Nobel nunca negó que Teslay Edison habían sido los más firmescandidatos.

La fama y posición económica deEdison estaban aseguradas: no le hacíafalta semejante reconocimiento. Pero, enel caso de Tesla, debió de suponer otradolorosa decepción. Desde luego, no erala publicidad que necesitaba enmomentos tan críticos.

XXEL HORNO VOLADOR

Durante la puesta a punto de la nuevaturbina sucedieron todo tipo de avatares.Encantado con el éxito inicial de suspequeñas maquetas, Tesla habíadiseñado una enorme turbina doble cuyofuncionamiento con vapor pretendíaprobar en la Waterside Station de NuevaYork, territorio de Edison, tomado porlos ingenieros de la New York Edison

Company. Como era de esperar, lasdificultades se hicieron patentes desdeel primer momento.

La costumbre de Tesla de dejarsecaer, tan atildado como siempre, a esode las cinco de la tarde por la central ypedirles a los trabajadores que hicieranhoras extraordinarias no le granjearondemasiadas simpatías. No disponía desuficiente dinero para probar la turbinacomo era debido, ni siquiera dentro delhorario normal. Los ingenieros de laplanta, que no entendían lo que seproponía, aseguraban a quien queríaoírles que estaba equivocado.

Pero hubo una cuestión práctica

mucho más grave. A la altísimavelocidad con que funcionaba la turbina,unas 35.000 revoluciones por minuto, lafuerza centrífuga era tal que dilataba elmetal de los discos rotatorios. Habríande pasar unos cuantos años antes de quela industria metalúrgica consiguiese unproducto de la calidad requerida.

Tras llegar a un acuerdo con laAllis-Chalmers ManufacturingCompany, de Milwaukee, para lafabricación de tres turbinas, Tesla tuvouno de sus episodios de falta de tacto,tanto con los ingenieros jefes como conlos directores de departamento, y fue aquejarse del trabajo que le entregaron al

consejo de administración de laempresa. Tras enterarse del informenegativo que habían redactado losingenieros, se negó a seguir adelante conlos experimentos, proclamando a loscuatro vientos que se negaban a atendersus instrucciones. Por su parte, lostécnicos aseguraban que era él quien senegaba a proporcionarles la informaciónque necesitaban.

Cuando el director de la división deferrocarriles y alumbrado deWestinghouse le envió una cartapidiéndole aclaraciones sobre laturbina, Tesla le respondió muysatisfecho que, tanto por su ligereza

como por su rendimiento, era mejor quecualquiera de las que utilizaba lacompetencia. Y añadió que, por otraparte, estaba pensando en utilizarla enun aeroplano de bajo coste, una máquinacon forma de caja.

“No se extrañe —continuaba—, siun día se entera de que he volado, desdeNueva York hasta Colorado Springs, abordo de un ingenio que poco difiere deun horno de gas, de un pesoequivalente”.[295] (El avión en cuestiónno pesaría más de cuatrocientos kilos y,en caso de necesidad, podría despegar yaterrizar por una ventana).

Por tentadora que resultase la oferta,

Westinghouse no le encargó llevarla a lapráctica. En consecuencia y con vistas aconcluir el desarrollo de la turbina,Tesla tomó la decisión de trabajar parados empresas a la vez, la Pyle NationalCompany y la E. G. Budd ManufacturingCompany.

Además de la turbina, había ideadoun conducto valvular para que el aparatofuncionase también con carburante. Esteconducto único, carente de partesmóviles, se ha utilizado recientementeen componentes lógicos para fluidos,bajo la denominación de diodo defluidos.[296] La patente en que en 1916Tesla registró su conducto

valvular,[297] inspirado en el diodo devacío de Fleming, constituye una de laspiedras angulares de la modernamecánica de fluidos. Pero, una vez más,no obtuvo grandes beneficios de taldescubrimiento.

Muchos años después, se leprestaría a la turbina de Tesla laatención que, durante tanto tiempo, le fuenegada.

Por desgracia, la atención que habríade depararle el futuro no bastaba parasaldar las deudas que había contraído, yTesla tenía que hacer equilibrios paraafrontar los costes operativos a diario ydisponer de crédito para seguir con sus

festivas celebraciones en Delmonico's.En la segunda ocasión en que loexpulsaron del Players' Club por nosatisfacer las cuotas como socio, se lotomó como un golpe inesperado, undesprecio social. No obstante, tras ladesaparición de Mark Twain y StanfordWhite, ya no le apetecía tanto darse unavuelta por el local que los tres solíanfrecuentar.

Su nombre seguía apareciendo conregularidad en la prensa, asociadosiempre a titulares que pregonaban laoriginalidad de su inventiva. Y aunquefueran especulativas, sus ideas siempremerecían el trato de auténticas

primicias. “La ola de marea de Teslaacabará con las guerras”, titulabaEnglish Mechanic & World of Science,explicando su idea de recurrir aexplosivos que provocasendevastadores maremotos a voluntad, unaocurrencia de la que nunca volvió ahablarse.

En una carta a The New York Times,publicada bajo el encabezamiento de“Aclaraciones de Nicola (sic) Tesla”, elya por entonces vulnerable yquisquilloso inventor formulaba unaqueja para reclamar en general elreconocimiento que, en su opinión, susinvenciones merecían. Poco después,

esa actitud agria que con tristeza susamigos habían observado se puso denuevo de manifiesto en la páginaeditorial del periódico donde, con elmismo tratamiento tipográfico, a doscolumnas, figuraba una carta de Tesla allado de un artículo sobre el héroe delmomento, Orville Wright.

La entrevista a Wright se habíarealizado en una campa cerca deWashington, D. C., donde se preparabapara subirse al avión, con el que habíavolado en otras ocasiones, para realizarun vuelo de prueba. Todo apuntaba aque se trataría de un acontecimientoespecial: el aviador estaba al tanto de

que el presidente Teddy Rooseveltconfiaba en recibir en la Casa Blancauna invitación del piloto y convertirseasí en el primer presidenteestadounidense “volador”.

Es normal que Wright estuviesenervioso ante la idea de llevar comopasajero al dientudo presidente,ataviado para la ocasión de pies acabeza con botas altas, polainas, casco,gafas y pañuelo blanco de seda. Comoapuntaba el periódico, se trataba de unverdadero dilema. Aunque no era fácildar una negativa por respuesta,conocedor de los riesgos que suponía unvuelo de prueba, el aviador no quería

cargar con semejante responsabilidad.Varios miles de personas se habían

congregado en la improvisada pista dedespegue, a la espera de ver quédecisión tomaba. Wright se entretuvotodo el tiempo que pudo trasteando conel motor. El pionero de la aviación alzó,por fin, el anemómetro y efectuó lalectura correspondiente. Mientras, soplóuna leve brisa y la multitud contuvo elaliento. Wright guardó el aparato y, altiempo que negaba con la cabeza, dijomuy serio: “No se dan las condicionespara efectuar un vuelo de prueba”.

En la columna de al lado, Tesla selamentaba del estado en que se

encontraba la aviación. Toda su vidahabía preparado diseños y motores paraaviones avanzados, capaces de alcanzaraltas velocidades. Hasta entonces, sinembargo, no había presentado ningunasolicitud de patente. Sin pararse aconsiderar lo que la competencia habíaconseguido hasta ese momento, seexpresaba con una altivez rayana en lainsolencia:

Comparen los aeroplanos másmodernos con el prototipo utilizadopor Langley, y comprobarán que nohay grandes diferencias. Lasmismas y antiguas hélices, los

mismos planos inclinados, elmismo timón de cola, las mismasaspas […], ni una sola diferenciaapreciable. Algunos pilotos hansido ensalzados, sin embargo,como conquistadores, auténticosreyes del aire, epítetos que, yapuestos, más le hubieran convenidoa John D. Rockefeller. A pesar deque disponemos de combustible dealto octanaje en abundancia, aúnpasará tiempo antes de que demoscon un motor más potente que lafuerza de la gravedad, no sólofrente a su propio peso, sino quesupere varias veces dicha

magnitud.[298]

Caso de una caída en picado, elavión de Langley se estrellaría contra elsuelo inevitablemente, según él. En estesentido, el helicóptero, a pesar de losinconvenientes que presentaba en otrosaspectos, era más fiable.

Para volar en condiciones,aventuraba, un aparato más pesado queel aire tendría que inspirarse enprincipios radicalmente distintos, algoque no tardaría en hacerse realidad:“Puesto a punto, será el instrumentoideal para que el hombre sea tambiénseñor del aire. Supondrá un cambio tan

drástico para la industria y el comerciocomo jamás se haya conocido, siempre ycuando los diferentes gobiernos norecurran a antiguos métodosinquisitoriales, que tan desastrosasconsecuencias tuvieran para latecnología sin cables”.[299]

Aunque este tipo de cartas no eransino una forma de reivindicar su nombrefrente a las invectivas de que había sidoobjeto, y sólo servían para avivar losprejuicios contra su persona, suspredicciones, como casi siempre, noiban desencaminadas. Durante una cenaen el Waldorf, celebrada en honor delinventor y del contralmirante Charles

Sigsbee, disertó sobre los “naves aéreasde guerra” del futuro y, una vez más, serefirió a las comunicaciones telefónicassin cables que permitirían lacomunicación con cualquier punto delplaneta.

Pero no presentó la solicitud de laspatentes correspondientes a este aviónbarato y de original diseño, el hornovolador —en las publicaciones técnicas,los vástagos de este aparato (que no hade confundirse con el helicóptero) vanacompañados de las siglas VTOL(vertical takeoff and landing aircraft,avión de despegue y aterrizaje vertical,en castellano)— hasta los años 1921 y

1927. Obtuvo los correspondientesdocumentos acreditativos en 1928.[300]Hasta donde sabemos, se trata del únicoinvento de los patentados por Tesla delque, probablemente por falta derecursos, no construyó un prototipo. Elaño en que tales patentes le fueronotorgadas, el inventor cumplía setenta ydos años.[301]

El pequeño aparato, que Teslapensaba que podría comercializarse a unprecio no superior a mil dólares,despegaba en vertical gracias a la héliceque lo coronaba, parecida a la de unhelicóptero. Cuando el piloto accionabauna palanca móvil para colocar la hélice

en la parte delantera como en cualquierotro avión, el aparato volaba haciaadelante; el asiento que ocupaba elaviador giraba para mantenerse enposición vertical, mientras colocaba lasalas en horizontal. La ligera pero potenteturbina de Tesla se encargaría de que elaparato se desplazase a gran velocidad.Para aterrizar en un espacio de lasdimensiones del techo de un garaje, deuna sala de estar o de la cubierta de unbarco pequeño bastaba con efectuar elproceso inverso.

La idea de despegue vertical deTesla cayó en el olvido hasta diez añosdespués del fallecimiento del inventor.

A comienzos de la década de 1950,Convair y Lockheed realizaron una seriede pruebas con aparatos que, si bienmucho más sofisticados en lo que a laingeniería se refiere, seguían lospostulados de Tesla al pie de la letra. Elmodelo que tuvo mejor aceptación entrelos de este tipo fue el Convair XFY-1Pogo: un caza monoplaza para laArmada, de siete mil kilos de peso,dotado de un motor turbopropulsadoAllison T-40, capaz de desarrollar5.850 caballos de potencia. En tierra,descansaba sobre la cola, con el morroapuntando al cielo. En vuelo, trasdespegar verticalmente, efectuaba un

giro de 90o para desplazarse en posiciónhorizontal, alcanzando una velocidadpunta de mil kilómetros por hora a cincomil metros de altitud.

Aunque el aparato superó todas laspruebas a plena satisfacción, la Armadano se atrevió a hacer un pedido en firme.Según los ingenieros militares, el motorAllison no desarrollaba la suficientepotencia, el asiento del piloto no seajustaba a los bruscos cambios depostura que tuviera que realizar eltripulante, y los aterrizajes,prácticamente a ciegas, constituían unamaniobra demasiado peligrosa.

No obstante, desde un punto de vista

comercial y militar, un aparato de estetipo, capaz de despegar y aterrizar sinnecesidad de largas pistas, teníademasiadas ventajas como para pasarlopor alto. Atenta a las discretas pruebasque se habían realizado con los aparatosde Convair y Lockheed, la industriaaeroespacial internacional se metió delleno en conseguir y producir la naveidónea de estas características (VTOL).Si bien se manejaron muchasposibilidades, a comienzos de la décadade 1980 el diseño más aceptable era elde un aparato que no tenía que cambiarde posición al efectuar las maniobras deaterrizaje o despegue, puesto que

disponía de motores modificados quepermitían efectuar giros de 90o.

A estas alturas, parece evidente queel horno barato y volador de Tesla noera sino un remoto antepasado de lossofisticados y potentes aparatos VTOL

que se diseñaron décadas después. Nohay que olvidar, sin embargo, que,concebida como lo fue muchos añosantes de la aparición del motor apropulsión, la caja volante no podía serde otra manera. Como se comprobódurante los experimentos llevados acabo por Convair y Lockheed en ladécada de 1950, la idea de Teslaconstituía un primer paso obligado para

quien quisiera ahondar en lasposibilidades de los aparatos VTOL. Contodo, no deja de resultar llamativo que aTesla se le ocurriese semejante idea enlos primeros tiempos de la aviaciónaunque, si hemos de dar crédito a lo quese afirma en la revista yugoslavaReview, su idea puede inclusoconsiderarse como una premonición dela moderna navegación aérea. Según laprestigiosa publicación, entre losdocumentos de Tesla que se conservanen Belgrado, algunos parecen indicarque los primeros diseños VTOL delinventor, junto con planos de motorespara cohetes, se perdieron durante el

incendio de su laboratorio en1895.[302]

En el Museo Nikola Tesla deBelgrado se conservan, además de losplanos de este avión, otros referidos aun “aeromóvil”, un coche de cuatroruedas, con motor de propulsión, que lomismo podía elevarse por los aires quedesplazarse por tierra firme. Según losconservadores del museo, entre esospapeles hay “cálculos de potencia,combustible y otras cuestiones que, trasel fallecimiento de Tesla, seconsideraron carentes de valor”. Porotra parte, esas mismas fuentes aseguranque, asimismo, preparó esbozos para

naves espaciales, documentos que noestán accesibles a los extranjeros.

En los momentos en que se dedicabaa cosas más prácticas, diseñó unmontaje especial para pararrayos ysistemas de aire acondicionado, yexpuso a diferentes magnates de laindustria sus propuestas en las queaseguraba que la turbina podía funcionarcon los humos que desprendían acerías yfábricas. Cuando veía salir humo poruna de esas chimeneas, nuncadisimulaba su enojo por el desperdiciode un combustible que se obtenía a costade recursos limitados.

Mientras dejaba volar su

imaginación en alas de lo que el futurodeparase, las perspectivas de supresente permanecían sin cambios.Aunque pronto olvidada, entre elinventor y Scherff se produjo unainsólita disputa a cuenta del dinero.Scherff le escribió con la esperanza derecuperar parte de las cantidades que lehabía prestado, para decirle que losacreedores “lo acosaban por todaspartes” y que la enfermedad de su mujerle había obligado a contraer algunasdeudas.

Altanero, el inventor respondió: “Nose deje vencer por la amargura. Sabeque ha vivido experiencias fuera de lo

corriente y, si bien no le han reportadograndes beneficios económicos, han sidoun camino para desarrollar la bondadque anida en su interior…”.[303]Cuando Scherff, en contra de sucostumbre, volvió a insistirle en elmismo asunto, Tesla le hizo llegar unapequeña suma, acompañada de uncomentario no menos ofensivo:“Lamento tener que decirle que creo queestá perdiendo la ecuanimidad y eltemple que le caracterizan… Deberíasobreponerse y desechar tan lúgubresideas…”.

Luego, intentando elevar la moral desu antiguo empleado y leal amigo, le

informaba de que, aparte de un inyector,casi había concluido la puesta a puntode sus turbinas de gas y vapor, queprometían ser realmenterevolucionarias. “Estoy trabajando —añadía— en novedosos proyectosrelacionados con automóviles,locomotoras y tornos que funcionangracias a mis nuevos descubrimientos.Estoy seguro de que recibirán unaespectacular acogida. El únicoinconveniente es dónde y cuándoconseguir financiación, pero no habrá depasar mucho tiempo antes de que eldinero, como el maná, caiga sobre mí;venga entonces a verme cuando lo

desee”.[304]En otra ocasión, el más que paciente

Scherff le envió una respuesta cargadade intención congratulándose de que yafaltase poco para que el aparatoterapéutico de Tesla saliese al mercado,porque no le vendría nada mal para suspadecimientos. Casi al final de su vida,había adquirido una modesta casa enWestchester, Connecticut; los plazos dela hipoteca se convirtieron en referenciaobligada en las contestaciones queenviaba a Tesla para recordarle lascantidades que aún le adeudaba.

Aunque el “maná” del dinero nuncase hizo realidad, Tesla se las compuso

para, en ocasiones, atraer a buenosinversores. Así, la Tesla OzoneCompany se constituyó en sociedadanónima, con cuatrocientos mil dólaresde capital, para el desarrollo de algunosproductos que tuvieran salida en elmercado, como el sector de larefrigeración. Más adelante, en Albany,Nueva York, con un capital de un millónde dólares, se constituyó la TeslaPropulsión Company, con el inventor,Joseph Hoadley y Walter H. Knightcomo socios; su intención era fabricarturbinas para buques y para la AlabamaConsolidated Coal & Iron Company.

Por si no le bastaba con las

dificultades que tenía que sortear adiario, por aquella época se enemistócon su antiguo empleado, FritzLowenstein. Desde los días en que habíarealizado los secretos experimentos deColorado, el inventor desconfiaba de lalealtad del ingeniero. Se tranquilizó enparte cuando el alemán se integró en elequipo de trabajo de Wardenclyffe, peroa los pocos años, y por razoneseconómicas, cada uno se fue por su lado.Lowenstein llegaría a ser un renombradoinventor de componentes de radio.

La rencilla se desencadenó cuando,en 1916, acudió como testigo clave afavor de los demandados en un juicio

que enfrentaba a la Marconi WirelessTelegraph Company of America conKilbourne and Clark, tras haberacordado con éstos que declararía que,en su opinión, las patentes de Marconiestaban inspiradas en las patentes deradio de Tesla. En el último momento,sin embargo, Lowenstein se pasó albando contrario y testificó a favor deMarconi. Si bien tal actitud lo llevó aser acusado de falso testimonio, todoquedó en agua de borrajas. Comoconsecuencia de su declaración, se ganópara siempre la inquina de Tesla. Entrelos años 1910 y 1915, Este le habíaprestado importantes sumas de dinero al

ingeniero de radio. Tres años más tarde,lo demandó, pero el juicio no llegó acelebrarse.[305]

Tras el fallecimiento de su padre, AnneMorgan reapareció fugazmente en lavida de Tesla, convertida en unpersonaje por méritos propios. Elinventor le había enviado una carta paraexpresarle la profunda admiración quehabía sentido por su padre, por encimade los desacuerdos financieros quehabían tenido. “Todo el mundo sabíaque era un verdadero genio. A mis ojos,se me antoja una de esas figuras

colosales que aparecen muy de vez encuando […], que marcan un antes y undespués en la evolución y elcomportamiento de los sereshumanos”.[306]

Como la turbina de Tesla,desplegaba una energía desbordante, yllevaba una vida repleta de actividadesde carácter humanitario en campos comola educación, la atención a la infancia,las condiciones de las mujerestrabajadoras y el bienestar de losinmigrantes. Recién llegada de una delas placenteras temporadas que solíapasar en Europa, era capaz depresentarse en el Juzgado de Guardia de

Mujeres de Manhattan para echarle unamano a alguna joven descarriada.Precursora sin cartera de FrancisPerkins, recorrió Estados Unidos depunta a cabo, disertando en asociacionesde mujeres y defendiendo las mismascausas, entre las que se contaba, enaquellos momentos, la creación de unfondo para que las mujeres trabajadorasdisfrutasen también de vacacionespagadas. Mantenía reuniones con juecespara mediar en las dificultades tanreales como terribles de las personas sinhogar o la explotación de las mujeresjóvenes. En ocasiones, se desplazaba alugares tan remotos como Topeka,

Kansas, donde el gobernador W. R.Stubbs llegó a tildarla, no sinadmiración, de “insurrecta”.

Aunque no se le había olvidado quede joven había estado chiflada porTesla, no por eso dejaron de estar encontacto. “Confío en poder verle esteinvierno —le escribía—; me entristecepensar que haya pasado un año desde laúltima vez que nos vimos. ¿Han sidoprovechosos estos doce meses para sutrabajo? ¿Piensa que por fin las cosassaldrán adelante…?”.[307]Encantado detener la oportunidad de renovar loslazos de amistad con ella, Tesla se dabaínfulas: “Desde el último y agradable

encuentro que mantuvimos, las cosas hanido bien, y los resultados altamentegratificantes. Las ideas bullen más quenunca en el interior de mi cabeza. Notocómo crecen y toman cuerpo, me sientobastante satisfecho y, en cierto modo,disfruto de cierto reconocimiento entérminos mundanos”. Tras alabar la“encomiable tarea” que realizaba, ellale rogaba que transmitiese susafectuosos saludos a la señora viuda deMorgan.[308]

El incendio de la fábrica Triangle,acaecido el 25 de marzo de 1911, en elque perdieron la vida ciento cuarenta ycinco costureras, jóvenes mujeres

inmigrantes en su mayoría, queperecieron al saltar desde las plantassuperiores de aquel taller infecto (otrasmuchas resultaron heridas), provocó unestallido de indignación popular quecristalizó en la constitución de diversossindicatos y en una reforma enprofundidad de las condiciones detrabajo. A partir de aquella catástrofe,se pusieron en marcha muchas de lasmedidas por las que Anne habíatrabajado desde joven.

Se manifestaba con las huelguistas, yse convirtió en una excepcionalescritora de cartas de apoyo a la causaque defendían. Con sus trajes sastre, se

convirtió en los que los periodistasdescribían como “todo un personaje”:fumaba sin parar y hablaba muy deprisa,y su asistencia siempre era requerida ala hora de recaudar fondos. Todo elmundo decía que bastaba su enérgicapresencia para que el “ambiente de lasala pareciera cargarse de electricidad”.

Un biógrafo ha especulado acerca desi el aspecto andrógino de Anne y lasdudas en cuanto a la orientación sexualde Tesla no estarían en el origen de laamistad que se profesaban. No hay queolvidar, sin embargo, que el dinero y laposición social suponían un fuerte imán.

Sabiendo la cantidad de ocasiones

en que Tesla había solicitado la ayudadel padre y el hermano de Anne, no dejade tener cierta gracia el hecho de que,apelando sagazmente a su egocentrismo,no vacilase en pedirle ahora ella a Teslaque se sumase a las causas que defendía.En una larga carta que le dirigió cuandorecaudaba fondos para el Departamentode la Mujer de la Federación CívicaNacional, agrupaba las cuestiones a quese refería bajo encabezamientos talescomo “asilos” o “ciudadanía”, al tiempoque, indignada, le informaba de que lospartidarios de instaurar una pensiónobligatoria a cargo del Estado sosteníanque los asilos “sólo eran un vestigio de

tiempos oscuros, un mal que no valíapara nada”. Tibia partidaria de las ideasliberales, a pesar del apoyo que ofrecíaa los más desfavorecidos, era de laopinión de que el Gobierno debíarecortar otros gastos y destinar másfondos a la mejora de los asilos. Paraañadir, no sin picardía: “¿Cuento, pues,con usted como una de las treintapersonas que donarán cien dólares pararedondear la cantidad que aún nos hacefalta este año…?”.[309] No hayconstancia de que Tesla respondiera. Elya tenía bastantes problemas para pagarsus cuentas en el hotel.

Encima de su escritorio reposaba

otra carta, ésta sin contestar, deKatharine Johnson.

En ocasiones, albergo la esperanzade que algún día se avenga aescuchar mis ideas sobre latransmisión del pensamiento —ledecía—. Pero, para hablar de talescosas, necesitaría al menos estar enrapport con usted. Estos tresúltimos años han supuesto unaexperiencia maravillosa para mí,aunque ya sólo conservo unrecuerdo difuso y, en ocasiones, meda por pensar que lo mismo nosocurrirá a ambos, a pesar de que

todo el mundo debería estarinteresado en una cosa que a usted,como científico, no habría dedejarle indiferente. A falta de unaexpresión más apropiada lo hellamado transmisión delpensamiento, aunque es posible queno se trate sólo de eso. Muchasveces he deseado e intentadohablarlo con usted, pero cuando seme presenta la ocasión nunca hablode las cosas que tenía pensadas,como si sólo tuviera una idea en lacabeza. Venga a vernos mañana,sábado".'[310]

XXIRADAR

La apurada situación económica por laque pasaba Tesla tras la pérdida deWardenclyffe quedó al descubierto enmarzo de 1916, cuando recibió lacitación de un juzgado de Nueva Yorkpor no haber abonado 935 dólares deimpuestos municipales.[311] Scherffhabía pasado noches en vela preocupadopor las declaraciones fiscales de su

antiguo jefe, y por fin habría tenidorazón en sus peores presentimientos.Todos los periódicos de la ciudad sehicieron eco de la situación: una malapasada, injusta y despiadada, que eldestino le jugaba en el mismo momentoen que a Edison se le designaba para unimportante cargo en el departamento deinvestigación del Ministerio de Defensa,en Washington, mientras Marconi,Westinghouse, General Electric ymillares de pequeñas empresasmedraban gracias a sus patentes.

Ante el juez, Tesla no tuvo másremedio que confesar que había vivido acrédito durante años en el Waldorf-

Astoria, que no tenía un centavo y queestaba asfixiado por las deudas. Lehabían arrebatado la parcela donde sealzaba Wardenclyffe, que había pasadoa manos de un abogado de Nueva York.Se insinuó incluso que podría acabar enla cárcel por su reiterada incapacidadpara satisfacer la deuda fiscal pendiente.

No sabemos cómo pero en estamisma época, aun desanimado comoestaba y sumido en semejante ajetreo,corrigió y publicó los principios básicosde lo que, casi treinta años más tarde, seconocería como radar.

Los submarinos alemanes hundíancasi un millón de toneladas de metal en

barcos aliados al mes cuando, en abrilde 1917, Estados Unidos decidióintervenir en la Primera GuerraMundial. La máxima prioridad pasaba,pues, por dar con un instrumento quepermitiera detectar la presencia desubmarinos. A pesar de que los avionesy los dirigibles de largo alcancealemanes habían iniciado susincursiones sobre Francia e Inglaterracon cierta periodicidad, en aquelmomento no parecía tan urgenteinvestigar la forma de adelantarse a losataques aéreos: todo parecía apuntar aque un bombardeo desde el aire podríaresultar devastador, pero aún se trataba

sólo de una posibilidad. Después detodo, aún predominaba una visiónromántica y placentera del aire querespiramos, capaz de alentar inclusoribetes de heroísmo entre las posiblesvíctimas.

Cuando los aviones alemaneslanzaron las primeras bombas sobreParís, los parisienses salieron a la callepara contemplar el espectáculo. CuandoLondres también se vio sometido aataques aéreos, los londinenses seacercaban corriendo al lugar del suceso,destrozando flores y arriates a su paso.Un dirigible en llamas que se precipitó atierra había sido, al decir de un

periódico, “sin duda, el mayorespectáculo gratuito que se ha disfrutadoen nuestra ciudad”.

Según The Lancet, se trataba de unaexperiencia tan poco común yestimulante que ni siquiera las víctimasde los bombardeos presentaban signosde inquietud. Los ingleses inclusoaprovecharon la ocasión para darejemplo al mundo entero, como apuntabael redactor, y “poner de manifiesto parexcellence un rasgo fundamental denuestro carácter: la respuesta que, comopueblo, hemos dado desde que estalló laguerra…”. El conflicto sirvió, pues,para que los ingleses se sintieran

ingleses.En tales circunstancias, no es de

extrañar que, cuando Tesla comenzó adarle vueltas a las aplicacionesmilitares del radar, se parase sólo apensar en la localización de barcos ysubmarinos, y no en los bombardeosaéreos. En su sorprendente artículo delnúmero de Century, correspondiente ajunio de 1920, el inventor ya habíaadelantado algunas ideas sobre el radar:“Las ondas estacionarias […] sonmucho más importantes que la telegrafíasin hilos a cualquier distancia. Gracias aellas, por ejemplo, podemos produciruna señal eléctrica en cualquier punto

del planeta, determinar la posiciónrelativa o la trayectoria de un objeto enmovimiento, de un barco en alta marpongamos por caso, la distancia que harecorrido o la velocidad a que sedesplaza…”.

En el número de agosto de 1917 deThe Electrical Experimenter, describíalas características fundamentales de losradares militares modernos:

Si lanzamos un sutil haz dediminutas cargas eléctricas quevibren a altísima frecuencia,millones de ciclos por segundo, yel rayo se encuentra con un objeto

en su trayectoria, como el casco deun submarino, por ejemplo, ysomos capaces de que ese rayo queacaba de chocar con algo, unsubmarino u otro buque, se reflecte,iluminando una pantallafluorescente (como la de los rayosX), habremos resuelto el problemade cómo localizar un submarinosumergido.

Por fuerza, el antedicho hazeléctrico habrá de tener unalongitud de onda extremadamentecorta, y aquí es donde nosencontramos con una cuestiónrealmente compleja: cómo

conseguir una longitud de onda tancorta y la enorme cantidad deenergía que se precisa […].

Una posibilidad sería enviar elrayo de exploración de formaintermitente, lo que nos permitiríadirigir un formidable haz deenergía eléctrica oscilatoria…

Lo que estaba describiendo enrealidad eran las características de unradar aéreo por impulsos, ingenio que,gracias a un programa anunciado abombo y platillo, no tomaría cuerpohasta pocos meses antes del estallido dela Segunda Guerra Mundial.[312] Tesla

proponía su utilización bajo el agua,tarea imposible dada la gran resistenciaque, como medio, ofrece el agua a lasondas electromagnéticas: a pesar de lasinnumerables pruebas que se hanrealizado posteriormente, aún no se hadado con la forma de propagar la luz,las ondas de radio de alta frecuencia oel radar a través de un medio líquidocomo los océanos. Pero las ondas debajísima frecuencia (ELF, siglas que, eninglés, corresponden a extra-low-frequency) son capaces de surcar losmares y pueden servir para otrospropósitos, incluidas lascomunicaciones.

Aunque el radar de Tesla no tuvierautilidad a la hora de localizar objetossumergidos, es curioso que a nadie se leocurriera otro posible uso. Es posibleque, ante la Armada, Edison tuviera algoque ver con que se olvidara la idea.Para entonces, ya canoso y convertidoen el decano de los inventores, habíasido nombrado director del ConsejoAsesor de la Armada en Washington,con el cometido esencial de dar con unaforma de localizar los submarinosenemigos y, ciertamente, si la idea deTesla le llegó, debió desecharla comouna mera fantasía irrealizable.

En cualquier caso, no había buena

sintonía entre Edison y la burocraciamilitar, y mantenía también un tratodistante con los “mandamases” de laindustria que pedían a gritos que se lesdejase tomar parte en el nuevo festín,que no era otro que el reparto del pastelde los fondos federales para lainvestigación. Los altos mandosmilitares echaban abajo todas las ideasde Edison, que cada vez se sentía másfrustrado: al final, las consecuenciasnegativas de aquel puesto acabaríanpesando más que las contribucionesprácticas que fue capaz de hacer desdeél.

Cuando Edison, achacoso pero rico,

se incorporó a su destino en Washington,mientras Tesla, pobre pero digno, sequedaba en Nueva York, ambos yahabían caído en la cuenta de la sima, tanancha como el río Hudson, que losseparaba de una nueva generación defísicos atómicos, que no sabían hablarmás que de Einstein. Aunque aúnestaban dando los primeros pasos haciael reconocimiento que habrían dedisfrutar en el futuro, aquellos jóvenesya sabían lo que se traían entre manos;se reunían en la Sociedad Americana deFísica, y para ellos sólo existía lo quese publicaba en su boletín.

Michael Pupin se había empeñado

en buscar un hueco para los ingenierosen la Academia Nacional de Cienciasque, años atrás, había rechazado elingreso de Edison. La línea queseparaba a quienes se dedicaban aresolver cuestiones prácticas (losingenieros) y teóricas (los físicos)suponía una distinción artificial que sóloiba en detrimento de los esfuerzosbélicos. Los inventores, científicos eingenieros, como Pupin o Tesla, y losquímicos, además de los inventores,como Edison, eran cosa del pasado.

Los nuevos físicos manteníanacaloradas discusiones sobre las ondascomo contrapuestas a las partículas, y

sobre la teoría especial de la relatividadde Einstein, que Tesla, imbuido de suspropias teorías cósmicas, rechazaba deplano. Cuando en 1916, se publicó lateoría general de la relatividad, nisiquiera su descubridor estaba encondiciones de comprender el universodinámico que había engendrado; dehecho Einstein introdujo un “factorvariable” en sus cálculos, como escudoante la posibilidad de que acabara pordescubrirse que el universo era estable einmutable. Para Tesla, no era sino unaprueba más de que los relativistas nosabían lo que se traían entre manos.Llevaba tiempo elaborando su propia

teoría sobre el universo, que desvelaríaen el momento oportuno y, mucho tiempoatrás, ya había expuesto (aunque nopublicado) su propia teoría dinámica dela gravedad.

Tesla creía, y sostenía en público,que la energía atómica era o bien unaengañifa, o algo en extremo peligroso ydifícil de controlar. Ilustres personajescompartían esa opinión, y hasta elpropio Einstein tenía fuertes reservas alrespecto. En 1928, el doctor Millikanafirmaba sin ambages: “No pareceprobable que el hombre pueda explotarcon provecho la energía del átomo. Elrecurso a la utilización de la energía

atómica cuando se hayan agotadonuestras reservas de carbón es un sueñoutópico que nada tiene que ver con elmétodo científico…”.[313] Incluso en1933 el inglés lord Rutherford se atrevíaa afirmar: “Que pueda obtenerse energíamediante la desintegración del átomo esuna simpleza. Quienes hablan de laenergía que podría obtenerse de laruptura de los átomos no dicen más quepamplinas”.[314]

A Tesla quizá le doliera enterarse dealguna de las agudezas de los “nuevosfísicos”, como ésta, atribuida a sirWilliam Bragg, uno de los dosprofesores que habían sido

galardonados con el Nobel en 1915,cuando todo indicaba que el premiorecaería en sus manos. Según Bragg, dehacer caso a la teoría ondulatoria, loslunes, miércoles y viernes, Dios esquien rige los destinos delelectromagnetismo; pero, si nosatenemos a la teoría cuántica, el diabloasume la tarea los martes, jueves ysábados.

Al final de su vida, las ideas deTesla se aproximaban cada vez más auna visión unificada de la física.Pensaba que toda la materia provenía deuna sustancia primigenia, el éterluminiscente, que impregnaba el

espacio, y siempre mantuvo que losrayos cósmicos y las ondas de radio semovían a mayor velocidad que la luz.

Por su parte, los jóvenes científicos,en su mayoría profesores deuniversidad, comenzaban a atisbar elprometedor jardín de las delicias quesuponía colaborar en una investigaciónfinanciada por el Gobierno. Aunqueparezca extraño, fue Edisonprecisamente, el creador de loslaboratorios de investigación de lamoderna era industrial, quien seencargaría de echarles un jarro de aguafría.

En su primera intervención como

director del Consejo Asesor de laArmada declaró que “no pensaba que lainvestigación científica fuese tanimportante”. A fin de cuentas, insistía, laArmada tiene acceso a un “océano dedatos” que le proporciona elDepartamento de Mediciones. Lo que laArmada necesitaba eran hombres consentido común, no teóricos, queaportasen ideas tecnológicas. Si bien laestructura del Consejo exigía laincorporación de expertos civiles, dejóbien claro que no buscaba físicos: todolo más, un par de matemáticos.

Los oficiales con aspiracionescientíficas se quedaron tan

desconcertados como los científicos delámbito académico. ¿Qué va a pasar conlos detectores de submarinos?, sepreguntaban. ¿Acaso el asunto nodemandaba una investigación en todaregla?

Impertérrito, Edison expuso que lamera idea de que la Armada contase conun laboratorio de investigación propiose le antojaba una extravagancia. Por silos militares ponían mucho empeño en elasunto, pensó que sería bueno quesupiesen cómo llevaba las riendas en losdiferentes laboratorios que habíadirigido: “No seguimos un sistema, nihay normas impuestas, pero sí un buen

montón de chatarra”, y los inventoresque pasaban las horas día y noche entorno a aquellos enormes montones dechatarra eran quienes siempre acababanpor dar con algo. Eso sí, no mencionóque sus equipos se referían allaboratorio como el “estercolero”.

Estas aseveraciones bastaron paraque los científicos del mundouniversitario se pusieran en pie deguerra y diseñaron una táctica para,dejando a un lado la Armada, apuntardirectamente a la cabeza: a través de laAcademia Nacional de Ciencias,recurrieron al presidente Wilson. Lasinstituciones académicas, argumentaban

con firmeza, disponen de un “arsenal deconocimientos científicos” que ponen adisposición de la nación.

Al poco tiempo, pero sin grandesalharacas, se constituyó el ConsejoNacional de Investigación, precursor delos posteriores departamentos deinvestigación y encargado de laconcesión de becas. Con el objetivo defomentar la investigación básica yaplicada, el Consejo lo compondríaneminentes científicos e ingenieros de laórbita universitaria, del sector industrialy del propio Gobierno. El segundo pasoque dio la comunidad académica fueinstalarse en Washington, D. C., a pocas

manzanas de la Casa Blanca y delCongreso, donde se aprobaban losrecursos económicos correspondientes.

El Consejo Nacional deInvestigación era un organismo quenacía con las bendiciones de los gruposeconómicos más influyentes del país, yque, de saque, contó con el apoyo delmundo de las finanzas y del sectorindustrial. Se habían puesto loscimientos que habrían de configurar elfuturo: el incestuoso triunvirato deGobierno, industria y mundo académico,tan decisivo en muchos aspectos a lolargo del siglo XX. Por una de esasironías de la vida, todo había

comenzado como una táctica parasortear “al viejo erizo”.

La primera misión que le asignó elGobierno, dotada de todos los mediosnecesarios, fue la de descubrir unsistema de detección de los submarinosque merodeaban por la costa, el mismoencargo que había recibido el equipo deEdison.

Asimismo, se formó un comité delbando aliado, integrado por científicosfranceses y estadounidenses encargadosde hallar cuanto antes un ingenio paradetectar submarinos. Como,oficialmente, nadie se dio por enteradode su descripción del radar del futuro,

tampoco nadie molestó a Tesla conpequeñeces como instrumentos deescucha. Los misiles teledirigidos y lasmáquinas mortíferas cuadraban mejorcon sus ideas. Lanzó un guiñoprovocativo a The New York Times apropósito de las últimas solicitudes depatente que había presentado para uningenio que nada tendría que envidiar “alos rayos de Thor”, capaz de destruir nosólo flotas enteras de buques enemigos,sino sus ejércitos de paso.[315] “Eldoctor Tesla insiste en que no es nadafuera de lo común —comentaba elperiódico—, sólo la recompensa demuchos años de trabajo y estudio”.

Su creador describía el aparato encuestión como un proyectil volante quese desplazaba a 500 kilómetros porsegundo, un ingenio no tripulado,carente de motor y de alas, capaz dellegar a cualquier punto gracias a laelectricidad y de detonar la carga deexplosivos que llevase en cualquierpunto del planeta. Tesla afirmaba que yahabía fabricado un transmisor por ondassuficientemente potente paradesempeñar tal cometido, pero que aúnno era el momento de desvelar lascaracterísticas de ese misil dirigido porcontrol remoto.

Tampoco había renunciado a su idea

de crear flotas de buques teledirigidos.Tan sólo un año antes, había instado alGobierno a que

instalase en ambas costas, enpromontorios estratégicosadecuados, diversas centrales que,sin necesidad cables y dirigidaspor oficiales competentes, tuviesencomo cometido el seguimiento desubmarinos y de otros ingeniosbélicos, tanto terrestres comoaéreos. Desde tales estacionescosteras […], y gracias a potentestelescopios, podrían seguirse lasevoluciones de las naves a

cualquier distancia, siempre ycuando fuesen visibles […] Sidispusiéramos de tales mecanismosdefensivos, sería imposible que unacorazado o cualquier otro buqueenemigo se pusiese al alcance detales dispositivos automáticos.

En Washington, nadie movió unaceja. Al parecer, sólo tenían ojos paralos primitivos artilugios de escuchapuestos a punto por los científicos delConsejo Nacional, unos apaños demúltiples válvulas, dotados deamplificadores eléctricos, para loscascos de aquellos barcos que fuesen

capaces de detectar la presencia desubmarinos. No se puede negar que,hasta cierto punto, tales artefactosresultaron útiles. Mucho más tarde,cuando se inventó el sonar, sedescubriría que los postulados quepermitieron su puesta en marcha estabanmucho más cerca de lo que se pensabadel concepto de radar que defendíaTesla: se trataba de una técnica quepermitía detectar la presencia desubmarinos, minas y otros objetossumergidos, gracias a las vibracionessilenciosas que, en alta frecuencia, losobjetos rastreados devolvían al centroemisor.

Al acabar la guerra, Edison, comoTesla, no ocultaba su decepción ante loque calificaba como ceguera y falta deperspicacia del estamento militar. LaArmada no había aceptado ni uno solode los muchos proyectos que habíapuesto sobre la mesa.

Bastante después de la PrimeraGuerra Mundial, y quince años despuésde la publicación de la idea de radarque manejaba Tesla, equipos franceses ynorteamericanos pusieron manos a laobra para diseñar un sistema según susindicaciones. Pensando no sólo enbuques de guerra, sino también enaviones, Lawrence H. Hyland y Leo

Young, dos jóvenes científicos delLaboratorio de Investigación de laArmada, volvieron a descubrir lasposibles aplicaciones de los haces dealta frecuencia y pequeños pulsos deenergía.

Aunque tanto el Ejército como laMarina llegaron a disponer de toscosaparatos de radar de onda larga (de unalcance entre uno y dos metros, encomparación con los de microondas), eldesarrollo del radar con fines militaresen los Estados Unidos sufrió nuevosretrasos por el secretismo que rodeabalas respectivas investigaciones de cadadepartamento. Mientras, en 1934, un

equipo francés dirigido por el doctorEmile Girardeau preparaba e instalabaradares tanto en barcos como en tierra,recurriendo a “aparatos que seguían lasdirectrices establecidas por Tesla”,según el director del proyecto. “Encuanto a la recomendación de Tesla dela gran fuerza que necesitaban talesimpulsos —añadía—, hay que reconocerque tampoco le faltaba razón”, pero nocontábamos con la tecnología adecuada,“y lo más complicado fue conseguirincrementar enormemente esafuerza”.[316]

En Estados Unidos, las primeraspruebas con radares en alta mar se

realizaron en 1937, a bordo del Leary,un viejo destructor de la flota delAtlántico. Tras el éxito alcanzado, sedesarrolló el modelo XAF. Una versiónmejorada se instaló en diecinuevebuques en 1941, y prestó excelentesservicios durante la guerra.

Al propio tiempo, un equipo deinvestigadores británicos se enfrentó conel mismo problema cuando, durante laSegunda Guerra Mundial, Hitleramenazó con invadir Inglaterra. Lasinstalaciones anteriores a la aparicióndel radar por microondas de la BritishHome Chain disponían de enormesantenas que transmitían ondas de radio,

algunas hasta una distancia de diezmetros. Con todo, hay que decir queaquellos anticuados aparatos sirvieronpara ganar más de un combate aéreo.Finalmente, en la década de 1940,idearon un potente magnetrón, quesupuso el punto de partida de losgeneradores que utilizaban los radares afinales del siglo xx.

Los científicos alemanes tambiéndesarrollaron una especie de radar. Fue,pues, un logro internacional, inspiradoen las ideas de Tesla, aunque el méritofinal de la invención se atribuyese, en1935, al científico inglés Robert A.Watson-Watt.

Con todo, esa dilatada carrera seganó a tiempo, de forma que GranBretaña se libró de ser arrasada por losbombarderos nazis en la batalla deInglaterra. Desde aquel momento, elradar pasó a ser un arma defensivaesencial en prácticamente todos lospaíses del mundo. Tras la guerra, su usose extendió a las aerolíneas comercialesy al transporte marítimo, y no tardaría enconvertirse en una herramienta esencialpara la exploración del espacio.

Según el doctor Girardeau, espreciso reconocer que, cuando Teslaestableció sus postulados, “o era unprofeta o un visionario, porque no

disponía de medios para hacerlosrealidad; si se trataba de lo segundo, sussueños iban en la direccióncorrecta”.[317]

En la época en que vio la luz en letraimpresa su invento, allá por 1917, Teslase encontraba en Chicago. Arruinado,pero decidido a seguir adelante, habíatomado la decisión de trabajar enaquellos inventos que realmente tuvieransalida en el mercado. Antes de tomar ladecisión de embarcarse en tan arduacomo trivial misión —dolorosa porfuerza para él, puesto que tendría quehabérselas con ingenieros durante muchotiempo, lejos de sus amistades—, uno de

sus más acendrados admiradores, B. A.Behrend, le pidió que tuviese a bienaceptar lo que cualquier otro ingenieroestadounidense hubiera consideradocomo un gran honor: la Medalla Edison,que otorgaba el Instituto Americano deIngenieros Eléctricos.

Tesla reaccionó como si Behrendhubiese activado el mecanismo contraincendios de su habitación del hotelpero, en vez de agua, le estuvieserociando con vitriolo.

XXIIEL INVITADO DE HONOR

B.A. Behrend, ingeniero de granprestigio, candidato también a laMedalla Edison, estaba convencido delinjusto trato dispensado a Tesla.

En su opinión, era una ofensa en todaregla que el hombre que habíaalumbrado la época moderna, la era dela electricidad, con todas las ventajasque había supuesto para ciudadanos e

industrias, pueblos y ciudades delmundo entero, tuviese tantas dificultadespara vivir en un establecimientohotelero. Del mismo modo, le parecíadeplorable que no hubiese recibidoreconocimiento o compensación algunospor haber inventado la radio, en tantoque otros se lucraban con su invento;que no se diese importancia a susdescubrimientos en el campo de laelectricidad, con los que tantasempresas medraban; que lasaplicaciones terapéuticas que habíaideado fueran explotadas por otros que,adaptándolas con más tino al campo dela tecnología médica, ayudaban a todo el

mundo, menos a su inventor. Hacía tansolo un año que el doctor EdwinNorthrup había recurrido a las viejasideas, a los anticuados circuitos deTesla para diseñar su horno de altafrecuencia, y así lo había reconocidocon toda honradez. Behrend, elingeniero, se paró a pensar un instantetan sólo en los avances conseguidos porTesla, y sintió que se lo llevaban losdemonios.

No tardó en convencer a sus colegasde la AIEE de proponer a Tesla para laMedalla Edison; era mucho más fácilque convencer al personaje de que laaceptase: sus aspiraciones no pasaban

por recibir tal distinción, y parecíadispuesto a rechazarla.

Vamos a olvidarnos del asunto,señor Behrend —le comentó—.Aprecio en lo que vale su buenadisposición y su amistoso gesto,pero le agradecería que fuera a veral comité y le pidiera que buscaseotro candidato […] Hace casitreinta años que presenté mi campomagnético rotatorio y el sistema decorriente alterna en el Instituto. Medoy por satisfecho con tal honor.No estaría de más distinguir a otrapersona.[318]

Las viejas heridas aún supuraban.¿Cómo tolerar los desaires del Instituto,cuando más de tres cuartas partes de losmiembros que lo formaban debíantrabajo a los inventos de Tesla?

Como todo el mundo estaba al tantode la enemistad que enfrentaba a Edisony a Tesla, es probable que pensasen queel nombre de la medalla en cuestión ledisgustaba. Pero Behrend, a sabiendasde que el inventor necesitaba y semerecía tal reconocimiento en losdifíciles momentos que estaba pasando,insistió.

Lo que me propone —le dijo Tesla

— es que acepte como distinciónuna medalla que luciré en la solapade la levita, con la que pasearé muyufano durante cosa de una horaentre los miembros e invitados delInstituto al que pertenece.Simularán que me dispensan unhonor, que no será sino un aderezo,porque seguirán sin reconocer misideas ni los frutos que hanalumbrado, auténticos pilares deesa institución.[319]

Por una vez, Tesla no se ahorrócomentarios a propósito de Edison: “Yaunque se tomasen la molestia de

representar la vacua pantomima deconceder una distinción a Tesla, enrealidad, no me estarían rindiendo unhomenaje a mí, sino a Edison que, demodo inmerecido, ha compartido lagloria de todos los que han recibido lamedalla”.

Pero Behrend no se rindió y, trasunas cuantas visitas al despacho deTesla, consiguió que aceptase ladistinción.

Tesla pasaba por delante del Clubde Ingenieros casi a diario, pero nuncahabía entrado. El edificio estabaenclavado en el mismo lugar que ahora:a espaldas de la biblioteca pública, al

otro lado del parque Bryant, un terrenode forma rectangular, de hierbacenicienta y árboles alicaídos, a dondeacudía todos los días a dar de comer alas palomas. Los ingenieroscontemplaban su espigada silueta deconsiderable estatura, no tanimpecablemente atildada como en susbuenos tiempos, que erguida y orgullosase adentraba en el parque para recibir elsaludo alborozado de una bandada depájaros. Incluso entonces, las palomasya se consideraban aves vulgares, cuyaavidez sólo les resultaba entrañable aquienes, como ellas, estaban en apuros:personas por lo general extravagantes,

solitarias, desconfiadas, carentes derecursos y excéntricas. Los ingenierosde prestigio no se dedicaban a corretearpor los parques para dar de comer aunas aves desagradables.

Los periodistas también sepercataron de la tenaz y misioneracampaña avícola que llevaba a caboTesla. Aunque todo el mundo estaba altanto de que las aves no ven de noche yprefieren buscar refugio en sus nidos,cuando algún redactor regresaba a sucasa a altas horas de la noche, podía aveces observar la silueta de Tesla en laoscuridad, sumido en sus cavilaciones,mientras una paloma o dos comían de

sus manos o de sus labios. En talesocasiones, Tesla nunca poníainconvenientes para hablar con ellos.Más tarde, dos de aquellos periodistasdescubrirían la razón.

Otro reportero ha referido que se loencontró deambulando por GrandCentral Station. Al preguntarle si sedisponía a tomar algún tren, el inventorle respondió: “No; suelo darme unavuelta por aquí para pensar”.

La noche de la entrega de la MedallaEdison, se organizaba una cena en elClub de Ingenieros; tras el banquete,invitados y miembros del club recorríanla calleja que los separaba del edificio

que albergaba el Colegio de Ingenieros,en la calle Treinta y nueve, para asistir alos discursos.

La ocasión era de gala, y el invitadolucía el mejor aspecto de sus añosjóvenes; iba impecable. Todas lasmiradas se dirigían a su alta ycarismática figura. Con todo, entre elsalón donde se había celebrado elconvite y el cercano anfiteatro, eldistinguido personaje se las compusopara desaparecer.

Behrend jamás llegó a entendercómo aquella especie de espingardaandante había conseguido darlesesquinazo. El comité organizador, muy

nervioso, convino en que había que darcon el invitado de honor. Los camarerosescudriñaron los aseos. El propioBehrend, pensando que Tesla podríahaberse sentido indispuesto, saliócorriendo a la calle y tomó a un taxipara dirigirse al hotel St. Regis, dondese alojaba Tesla. Pero, tras pensarlomejor, se acercó al parque Bryant.

A pesar de lo incierto de la hora,Behrend se acercó a la entrada delparque, donde ya se arremolinaba ungrupo de paseantes que observaban algoque se movía en la oscuridad. Behrendse las arregló para pasar y, una vezdentro, se encontró con Tesla cubierto

de palomas de los pies a la cabeza. Lebrincaban por la cabeza, comían en susmanos, le andaban por los brazos: unabandada de pájaros vivos y gorjeantesocultaba el negro atuendo que lucíaaquella noche. Al ver a Behrend, elinventor se llevó despacio un dedo a loslabios. Luego, al cabo de un rato sesacudió las plumas de la ropa y accedióa regresar al salón para recibir elhomenaje que le habían dispuesto.

El discurso que Behrend habíaredactado en su honor fue tan elocuentecomo sincero:

Si en nuestro mundo industrial no

disfrutáramos de los avancesconseguidos por el señor Tesla —les recordaba a sus compañeros deprofesión—, los engranajes de laindustria se detendrían, nuestrosvehículos y trenes movidos porelectricidad se pararían, nuestrasciudades se quedarían a oscuras ycesaría toda actividad en nuestrasfábricas. Tan importante ha sidopara nuestro quehacer que sutalento encarna el alma y el espíritude la industria de nuestra época[…] Su nombre representa un hitoen los avances que hemosconseguido gracias a la

electricidad. Su trabajo ha supuestouna revolución en toda regla…

Y concluía parafraseando los versosque le Pope dedicase a Newton:

La naturaleza y las leyes que lagobiernan esquivas se nosmostraban, hasta que Dios dijo:‘Hagamos a Tesla, y todo, por fin,se iluminara’.[320]

El invitado de honor agradecióaquella cálida acogida. Al fin y al cabo,era humano, y que dijeran tales cosas lepareció tan correcto como adecuado.

Cuando W. W. Rice, Jr., presidente dela AIEE, les recordó a los asistentes losprogresos científicos conseguidosgracias a las investigaciones de Teslasobre las corrientes oscilatorias, elinventor se sintió más que halagado:

Gracias a sus descubrimientos,Roentgen culminó su obra ydescubrió los rayos que llevan sunombre —apuntaba Rice—, aligual que todo lo conseguido por J.J. Thomson y tantos otros que, a lolargo y ancho del mundo, hanllevado la física a la situación deprivilegio de que hoy goza […] Su

trabajo […] adelantándose aMarconi, asentó los cimientos de latelegrafía sin hilos […], de igualmodo que no hay rama de la cienciao de la ingeniería en la que nodescubramos […] la impronta de lacontribución de Tesla…[321]

Por fin, le tocó hablar al invitado dehonor que, puesto en pie, embriagadopor los aplausos, reunió fuerzas paraglosar con palabras emocionadas lafigura de Thomas Edison. Recordó,entre otras cosas, su primer encuentrocon “un hombre excepcional, que sinformación teórica ni recursos de otra

clase, gracias a su aplicación yconstancia, llegó a ser lo que fue por suspropios medios, con los magníficosresultados que todosconocemos…”.[322]

Animado, alargó su discurso muchomás de lo que los ingenieros habíanimaginado, contando anécdotas de suniñez y de años recientes, refiriendodetalles divertidos, y explicando contoda claridad “las razones por las queprefería su trabajo a las satisfaccionesque el mundo pudiera proporcionarle”.Se confesó hombre de profundasconvicciones religiosas, aunque no en elsentido ortodoxo de la palabra, y reveló

el consuelo que siento al pensarque los grandes misterios de lavida aún siguen sin resolver, y que,por más que la experiencia de lossentidos y las conclusiones de lasáridas ciencias exactas nos lleven apensar lo contrario, la muerte nopuede ser el final de lasmaravillosas metamorfosis quecontemplamos.

Siempre he sabidocomponérmelas para mantener elánimo sereno, para sacar fuerzas deflaqueza en los momentos adversos,para sentirme contento y feliz hastael punto de ver el lado bueno de la

cara oscura de la vida, de laspenalidades y tribulaciones de laexistencia. Gozo de prestigio, unariqueza realmente incalculable; sinembargo, cuántos artículos no sehabrán escrito tachándome de serun hombre con la cabeza en lasnubes, cuántos los escritoresanodinos y mediocres que me hantildado de visionario. ¡Hasta esepunto llega el desatino y laestrechez de miras de estemundo![323]

Algunos años después, DragislavPetković, que había ido a verlo desde

Yugoslavia, mientras acompañaba alinventor durante su diario paseo por elparque Bryant para cumplir con lamisión caritativa que se había impuesto,le oyó un comentario más que revelador:

El señor Tesla se quedó mirando alas ventanas (de la biblioteca),protegidas con barrotes de hierro,donde había unas cuantas palomas,que se estaban quedando heladas—recordaba el visitante—. Reparóen una que estaba medio rígida enuna cornisa. Me pidió que mequedase donde estaba y queestuviese atento para que ningún

gato la atacase mientras él iba enbusca de las otras. Me quedé, pues,y traté de atraparla, pero no loconseguí porque los barrotesestaban demasiado juntos. Cuandoel señor Tesla regresó, se inclinócon celeridad y la sacó de allí. ‘Meencanta todo lo que me trae algúnrecuerdo de mi niñez’, le comentó,mientras empezaba a acariciar a lapaloma aterida, convencido de quese recuperaría.

En ese instante —continuabaPetković—, tomó el paquete que yollevaba en las manos y comenzó aarrojarles alpiste a los pies de la

biblioteca. Cuando hubo acabado,me comentó: “Éstos son misverdaderos amigos”.[324]

*

Concluidas las formalidades de laMedalla Edison, Tesla partió paraChicago, donde pasó el resto del añotrabajando en unos cuantos inventos, nosólo para Estados Unidos, sinodestinados también a Canadá y México,con el fin de enjugar las pérdidas que laguerra le había supuesto en cuanto alcobro de derechos en Europa.[325] Un

primer balance del año anterior indicabaque la Nikola Tesla Company disponíade un capital en acciones de 500.000dólares, unos gastos de laboratorio de45.000 dólares y unos costes de patentesque se elevaban a 18.938 dólares. Trasprepararle la declaración de impuestosen un fin de semana, Scherff le recordóal inventor que, en tales circunstancias,el Gobierno podía imponerle unasanción de diez mil dólares por nollevar los libros de cuentas al día. En sucarta, nada decía, sin embargo, de siaquel año había tenido beneficiosnetos.[326]

Desde su cuartel general del hotel

Blackstone, Tesla salía no sólo paraofrecer sus inventos sino también susservicios como asesor. Una de lasofertas más importantes que llevababajo el brazo era un turbogenerador defluidos carente de aspas para sistemasde iluminación, un aparato pequeño,sencillo, de alto rendimiento, el “mejorque se puede encontrar en el mercado”,según rezaba el folleto.

Acababa de vender los derechos delvelocímetro para automóviles a laWaltham Watch Company, cuando laguerra le obligó a paralizar laproducción. Con todo, en 1917, sólo enconcepto de velocímetros y faros para

locomotoras obtuvo unos ingresos dediecisiete mil dólares.

Se peleó en todos los frentes a sualcance contra un informe del ComitéAsesor Nacional para la Aviación conla esperanza de vender al Gobierno unmotor más ligero, que pesaba sólo laquinta parte que el Liberty queutilizaban las aeronaves de entonces.Pero aunque mantuvo correspondenciacon la NACA (organismo del quenacería la NASA), no consiguió elcontrato.

En algún rato libre de aquella épocale envió unas apresuradas líneas aScherff en las que le comentaba que

estaba trabajando en un nuevotransmisor sin cables capaz degarantizar el secreto de los mensajes queenviase, “lo que supondría una enormeventaja para los Estados Unidos, tantodurante la guerra que ahora mismo seestá librando como en tiempos depaz”.[327]

Al mismo tiempo ponía en marcha laTesla Nitrates Company, la TeslaElectro Therapeutic Company y la TeslaPropulsión Company. La primera detales compañías, fundada con elpropósito de fabricar fertilizantesmediante un proceso eléctrico, gracias alos nitratos (ácido nítrico) contenidos en

el aire (procedimiento al que ya serefería en su artículo de la revistaCentury en 1900), resultó sereconómicamente inviable.

Decidido a verse libre de deudas,atendía a distancia las turbinas de unlaboratorio que conservaba enBridgeport, Connecticut, donde habíafirmado, de paso, un contrato con laAmerican & British ManufacturingCompany para construir dos centralesque no necesitaban cables. Pordesgracia, estos propósitos, tanparecidos por otra parte a los que habíaacariciado para Wardenclyffe, sevinieron abajo por falta de recursos.

Pero nadie podía ya decir que Teslano era capaz de sacar productos almercado. Hizo algo de dinero conalgunas de estas empresas y, si bien lasganancias no eran para echar lascampanas al vuelo, le permitieron saldarlas deudas con Scherff y mantener unreducido equipo de trabajo.

A Johnson, a quien los acreedoresno dejaban de importunar por entonces,le aconsejaba en una carta: “Escriba sumaravillosa poesía con serenidad: yo lelibraré de todas sus preocupaciones.Gracias a la falta de discernimiento delos habitantes de nuestro país, su talentono es convertible en dinero, pero el mío

puede depararnos carretadas de oro. Enello estoy”.[328]

Johnson cayó luego enfermo, y leenvió recado a Tesla para recordarleuna vieja deuda de dos mil dólares quetenía con él. El inventor le envió deinmediato un cheque de quinientosdólares. Antes de que finalizase el año,Robert le hizo llegar una peticiónurgente de socorro, diciéndole que sólotenía 19,41 dólares en la cuenta delbanco para hacer frente a una nadadesdeñable deuda de mil quinientosdólares, y Tesla volvió a echar mano dela chequera.[329]

En su escritorio en Nueva York,

dormitaba desde hacía unos cuantosaños una carta de Katharine Johnson,una de las últimas que conservaba, oquizá la última que escribiese a su“siempre silente amigo”. La habíaenviado desde Maine, donde teníapensado pasar parte del verano sola, sinmarido ni hijos.

Hace cosa de un mes que lleguésola a este hotel atestado declientes, pero vacío a mis ojos,porque no conozco a nadie. Y aquíme tiene, alejada de todo, a solascon mis recuerdos, como si no mequedase nada más. A veces, me

pongo triste y echo de menos lo queya no existe, con la mismaintensidad con que, de joven,escuchaba el rumor misterioso delas olas del mar que rompían a mispies. ¿Qué es de su vida? ¿A qué sededica? Me gustaría tener noticiassuyas, buenas o malas, mi siemprequerido y silente amigo. Si noencuentra tiempo para enviarmeunas líneas, piense en mí cuandomenos. Seguro que mi receptor, enperfecta sintonía, puede captarlo.

No sé por qué me siento tantriste, pero me da la sensación deque la vida se me escapa. Quizá

sólo sea que me encuentro muy solay necesito compañía. Me sentiríamucho mejor si recibiese noticiassuyas, aunque sea una personaajena a las necesidades del comúnde los mortales, que no prestaatención a nada que no sea sutrabajo. Pero esto no es lo quequería decirle así que sinceramentesuya,

KJ[330]

Para añadir como posdata: “¿Seacuerda del dólar de oro que llevabacuando estaba con usted y con Robert?Lo luzco este verano a modo de talismán

para los tres”.¿Habría dinero? ¿Les sonreiría la

fortuna? ¿Volverían la felicidad y losbuenos ratos del pasado? ¿De verdadsería un talismán para aquel trío quetantas cosas habían vivido juntos?

XXIIIPALOMAS

Solemos referirnos a las décadas comosi fueran el fin natural de algo cuando,en realidad, no representan ni elprincipio ni el final de nada. Los sereshumanos que las sobreviven se adentranen otro tiempo, en que tampoco seencuentran a gusto y, en ocasiones, loscambios surgen como de la nada. Algoasí fue la vida de Tesla en la alocada

década de 1920.En aquellos años, se instauró la

hipocresía de la Prohibición: un hombreen sus cabales no podía pasarse por elbar que solía frecuentar y pedir algo debeber. Si le apetecía un trago, tenía queadentrarse en la ilegalidad paraconseguir ginebra de garrafa o algunabebida espirituosa de pésima calidad,cuando no le servían matarratas. Losgaritos clandestinos controlados porbandas de gánsteres proliferaron pordoquier. Hermosas jóvenes, con largoscollares, se pasaban las noches bailandoal ritmo frenético del charlestón,mientras la Bolsa subía por las nubes o

se hundía hasta el abismo, y losespeculadores de turno amasaban operdían auténticas fortunas. James J.Walker, el “dicharachero alcalde” deNueva York era, sin duda, un hombre desu tiempo. Nikola Tesla, de modales yatuendo Victorianos, no; si acaso, sesentía un poco más ajeno al mundo quebullía a su alrededor.

Hobson, que había sido congresistay recibido la Medalla del Congreso (loque llevaba aparejado el reconocimientodel grado de contralmirante) por elvalor probado durante la guerra entreEspaña y Estados Unidos, acababa deperder su escaño en el Senado. Pero

había sacado adelante, para disgusto deTesla, la aprobación de la DecimoctavaEnmienda. Tesla era de la opinión quela Prohibición constituía una intolerableinvasión administrativa en el ámbitoprivado de cada quien, y no dudó enairear su opinión de que sólo serviríapara acortar la vida de mucha gente,incluido él. De sobra sabía que nocumpliría los ciento cuarenta. Pero, enausencia de la divina ambrosía, tomadacon moderación y de vez en cuando,¿para qué?

Cuando la familia de Hobson seasentó en Manhattan, Tesla se mostróencantado con la perspectiva de volver

a ver a su fugaz héroe de antaño. Hobsonencabezó otras cruzadas por el estilo,como la creación de una comisióninternacional sobre narcóticos, perosiempre encontraba tiempo para pasarun rato con su viejo amigo. De él fue laidea ir a buscar a Tesla a su hotel unavez al mes para ir juntos al cine a laprimera sesión de la tarde, divertida ysorprendente travesura para aquellapareja de amigos tan distinguidos.Cuando abandonaban la atmósferaoscura y enrarecida de la sala parasumirse en las luces y el bullicio decualquier tarde en Times Square, sedirigían al banco del parque que más les

gustaba, y allí conversaban del curso losacontecimientos políticos mundiales, deciencia, o de los viejos tiempos.

Aun entrado ya en los sesenta, Teslasiempre estaba en dificultades. De vezen cuando, le afectaban extrañospadecimientos. Los negocios a los quetanto tiempo había dedicado en Chicagoiban de capa caída. Wardenclyffe ya noera sino un triste recuerdo, aunque nuncarenunció a convencer a alguien de lasbondades de su sistema planetario sincables. En 1920, les dirigió a losejecutivos de Westinghouse unapropuesta en ese sentido. La negativacon que le respondieron le trajo amargos

recuerdos de otros tiempos cuando, contal de hacerse con los derechos de susistema de corriente alterna, losdirectores de turno le habían prometidoque “Westinghouse jamás rechazará unapropuesta suya”. Y les había creído,afirmaba, “confiando en que loshombres de su posición suelen sentirseen deuda con el pionero que puso loscimientos de su prósperonegocio…”.[331]

La frustración fue doble en estecaso, porque había oído rumores de quese disponían a adentrarse en ese campoy que planeaban poner en marcha unsistema de radiodifusión. “En un primer

momento, me sentí no sólo sorprendido,sino desagradablemente molesto —lesdecía en una carta— por el hecho de quesus ingenieros hayan de valorar elasunto […] Tengan por seguro que noles entregaría sino esquemas muyconcretos, con especificaciones aldetalle”. Los ejecutivos deWestinghouse, por su parte, letrasladaron una propuesta comoconsultor a tiempo parcial.

Al año siguiente, Westinghouse leinsultó sin querer, enviándole una cartaen la que le comunicaba que se disponíaa poner en marcha un sistema deradiodifusión en Newark, Nueva Jersey,

que ofrecería noticias, conciertos einformaciones sobre el campo y elmercado de valores; le invitaban aaprovechar la oportunidad de dirigirse auna “audiencia invisible” siendo uno delos locutores.[332] Altanero, Tesla lesrespondió que llevaba trabajando muchotiempo en un sistema de radiodifusión dealcance planetario: “En talescircunstancias, comprenderán queprefiera esperar a ver mi sueño hechorealidad antes de dirigirme a suinvisible audiencia, por lo que les ruegotengan a bien excusarme”.[333]

Al mismo tiempo, no obstante,ofrecía a Westinghouse los diseños de

“su turbina sin competencia posible”,gracias a la cual, afirmaba, la empresase ahorraría millones de dólares aunque,eso sí, sin ataduras: él fabricaría lasturbinas cuanto antes, pero no daría suautorización para “realizar pruebaalguna”.[334] La respuesta que recibiófue tan previsible como molesta. Elpresidente del consejo, Guy E. Tripp, lecomunicaba que no podía firmar unacuerdo de tales características porquesus ingenieros no estaban de acuerdo, y“como es natural, nuestra obligación estener en cuenta la opinión de losingenieros de la empresa”.[335]

Por aquella época, Tesla hizo dos

nuevos amigos muy especiales, unescultor y un escritor que, aun de talanteprofesional tan diferente, evitarían quesu nombre y su obra cayesen en elolvido que puede cubrir a quien carecede herederos o de entidad corporativaque mantenga su recuerdo en la opiniónpública. El divulgador científico, dediecinueve años entonces, Kenneth M.Swezey, por un lado, hizo su aparición yse unió a la camarilla estable queacompañaba al inventor. Por otra parte,el escultor yugoslavo de mediana edad,Ivan Mĕstrović, de sobra conocido enEuropa, se había dejado caer por NuevaYork para presentar su obra en los

Estados Unidos.Juntos, Tesla y el escultor

rememoraban con agrado recuerdos desu niñez en las montañas de Yugoslavia.En el fondo, ambos disfrutaban de susrespectivas inclinaciones poéticas. Sevieron muchas veces en Nueva York, yhablaron de lo divino y lo humano. Losdos trabajaban hasta altas horas de lanoche y sufrían los mismos problemas.Como no disponía de un estudio,Mĕstrović tenía que sortear milimpedimentos cada vez que iba a unhotel con sus trozos de mármol acuestas; por su parte Tesla, muy a supesar, no disponía ni de un laboratorio.

Así que daban largos paseos, en los quehablaban del asunto de los Balcanes ydel trabajo de cada uno, al tiempo quepasaban un buen rato recitando poemasserbios. Durante aquellos paseos, elescultor se inició en la diaria rutina dedar de comer a las palomas deManhattan.

Aunque él no tenía forma de ir aEuropa, y Mĕstrović, por su parte,tampoco disponía de medios pararegresar a Estados Unidos, muchodespués de que su amigo el escultorregresase a Split, y por sugerencia deRobert Johnson, Tesla le escribió unacarta para rogarle que le esculpiese un

busto. De todos modos, el escultor lerespondió que recordaba tan bien susrasgos que, si Tesla le enviaba unafotografía, se comprometía ahacerlo.[336] Tesla le escribió entoncespara decirle que no tenía dinero parapagarle, y Mĕstrović le aseguró que loharía por amor al arte. Fiel a la palabradada, esculpió el busto, arrancando albronce un increíble y notable parecido(puede contemplarse en la actualidad enel Museo Tesla de Belgrado) que, porencima de la distancia, del paso deltiempo y del realismo ramplón,consiguió captar la melancólicapersonalidad del genio.[337]

Por su parte el joven Swezey, queconoció al inventor en 1929, decíahaberse quedado muy sorprendido aldescubrir (como escribiría másadelante) que era “un hombre alto,delgado y muy tieso”, capaz de pasarsehoras en reflexiva concentración,actividad que no estaba reñida con suactitud humana y compasiva “querevelaba una sensibilidad casi enfermizade afinidad con todo bichoviviente”.[338]

El propio Swezey, quien porentonces vivía en un piso poco acogedorde Brooklyn, y mantenía escasasrelaciones amistosos o familiares, se

convirtió de la noche a la mañana en eladalid periodístico y admiradorincondicional del científico. Ambospasaban juntos mucho tiempo; aunqueTesla solía trabajar sin descansomientras el resto de la ciudad dormía,sabía cuándo le convenía tomar el airey, para despejarse, daba largos paseospor la ciudad. Swezey lo acompañó enmuchas ocasiones durante aquellascaminatas nocturnas.

También él hubo de acostumbrarse alas palomas. Una noche en que ibandando un paseo por Broadway, mientrasTesla, arrebatado, le explicaba elsistema que había ideado para enviar

energía eléctrica a cualquier lugar de laTierra sin cable alguno, el inventor bajóla voz de repente, y le dijo: “¿Sabe quées lo que de verdad me preocupa enestos momentos? El pichoncito enfermoque he dejado en mi cuarto. Su estadome preocupa más que todos losproblemas con los cables y lostendidos”.

La paloma en cuestión la habíarecogido dos días antes, delante de lafachada de la biblioteca; se había hechodaño en el pico, lo que había provocadola aparición de un absceso en la lengua,y no podía comer. Tesla la habíasalvado de una muerte lenta, y según le

contó, con pacientes cuidados, notardaría en mejorar y ponerse bien.

Pero no podía alojar en suhabitación a todos los pájaros dañadosque se encontraba. El servicio del hotelse quejaba de que lo ponían todoperdido. “En una enorme jaula, en unapajarería —escribía Swezey—, cuidade muchas más palomas… Algunas conenfermedades en las alas; otras, con laspatas rotas. Al menos una de ellassuperó una gangrena, afección que elpropio veterinario había diagnosticadocomo incurable. Si una de esas palomaspadece de algún mal que Tesla no sepatratar, acude a un veterinario de

confianza”.Mientras caminaban, Tesla y Swezey

hablaban de Einstein, de dietas, deejercicio físico, de moda, delmatrimonio. “Como Newton y MiguelÁngel y la peculiar constelación depensadores similares […], Tesla sólo seha casado con su obra y con el mundo —escribía el joven redactor—. Al igualque sir Francis Bacon, es de la opiniónque las más trascendentales creacionesdel ser humano han salido de las mentesde hombres que no engendraronhijos”.[339]

El inventor le confió a su jovenamigo que las preocupaciones

angustiosas, el incendio del laboratorio,las dificultades comerciales y otras dediversa índole le habían restadoproductividad, pero que aún se sentíacon fuerzas para dar el máximo.Asimismo, le contó que, a lo largo de suvida, habría ganado unos dos millonesde dólares. Sin embargo, para llegar aesta suma tendría que haber percibido elmítico millón de dólares deWestinghouse por sus patentes decorriente alterna.[340]

A la vista de las extravagantesinterpretaciones que se han dado delcariño que Tesla sentía por las palomas,permítasenos citar un párrafo de una

carta que le dirigió a Pola Fotic, hijapequeña de Konstantin Fotic, embajadorde Yugoslavia en Estados Unidos, en laque ofrece una sencilla explicación delcariño que, desde su niñez, habíasentido por los animales. Titulada “AStory of Youth Told by Age” (Unaanécdota de la niñez contada al cabo delos años), le describe cómo, en loscrudos inviernos, la casa donde habíanacido quedaba aislada y le dedicaba unrecuerdo a un amigo muy especial, “elimponente Mačak, el gato más preciosodel mundo”.[341]

Tenía tres años; una noche en quenevaba y él estaba, precisamente, con

Mačak, recordaba, había entrado encontacto por vez primera con el mundode la electricidad: “Al andar por lanieve —escribía—, la gente dejaba unrastro luminoso a su paso; ellanzamiento de una bola de nieve contraun obstáculo cualquiera producía undestello de luz, similar al de un cuchilloque se hunde en un gran bloque deazúcar…”. Incluso a esa tierna edad,Tesla estaba dotado de unaextraordinaria capacidad de percepciónpara la luz. Al contrario que muchagente, para él, las pisadas en la nieve noeran meras manchas azuladas, pardas onegras.

“Sentí el impulso entonces deacariciar el lomo de Mačak, y lo queobservé fue un hecho portentoso que medejó sin habla […]. El lomo del gatoresplandecía y, al pasarle la mano,saltaban crepitantes chispas que se oíanpor toda la habitación”.

Su padre le explicó que era debido ala electricidad. Su madre le dijo quedejase de jugar con el gato, si no queríaprovocar un incendio. Pero elpensamiento del niño discurría porvericuetos más abstractos.

“¿Sería acaso la naturaleza como ungigantesco gato? Si así fuera, ¿quién leacariciaría el lomo? Sólo podía ser cosa

de Dios; ésa fue mi conclusión”.Más tarde, cuando la habitación ya

estaba casi a oscuras, Mačak sacudíalas patas como si caminase sobre unasuperficie mojada, y el niño vioclaramente una especie de aura que,como en la cabeza de los santos,recubría el cuerpo peludo del animal.No pasó ni un solo día sin que dejara depreguntarse qué sería la electricidad, sindar con la respuesta. Esta carta laescribió casi ochenta años más tarde, yaún seguía buscándola.

En contraste con la deliciosacompañía que le hacía el gato, la familiatenía un ganso, “un animal monstruoso y

feo, con cuello de avestruz, una boca tangrande como un cocodrilo y un par deojos sagaces que denotaban unainteligencia y un entendimientoparecidos a los del hombre”. Ya demayor, Tesla decía que aún tenía lacicatriz del picotazo que, en ciertaocasión, le había propinado el espantosopalmípedo. Al resto de los animales quecorreteaban por su casa los adoraba.

“Me gustaba dar de comer a laspalomas, a los pollos y a las demásaves, tenerlos en brazos, estrecharloscontra mí y acariciarlos”. Incluso elmaldito ganso, cuando volvía de noche acasa con los de su especie “tras haber

nadado como un cisne” en un arroyo quediscurría por el prado, “era un motivode alegría y regocijo para mí”. Pero, enNueva York, cada vez más ajeno aaquella época delirante, rodeado degente con la que no se sentía a gusto, elcariño que le inspiraban aquellospájaros había ido a más.

Un día de 1921, en su despacho dela calle Cuarenta, se sintió bastante maly, como tenía por costumbre, se negó air al médico. Cuando se convenció deque no podría regresar por sus propiosmedios a la habitación que ocupaba enel hotel St. Regis, le susurró a susecretaria que llamase por teléfono al

hotel, hablase con la camarera de laplanta decimocuarta y le dijese quediese de comer a una paloma que teníaen su cuarto, “una paloma blanca conmotas grises en las alas”,[342]recalcándole que dijera que llamaba desu parte, y que no se le olvidase darle decomer a diario hasta nuevo aviso. Alentrar, la camarera encontró alpiste portodas partes.

Cuando, en alguna ocasión, elinventor no podía acercarse al parqueBryant para darles de comer, contratabaa un recadero de la Western Union paraque lo hiciera. Por lo visto, aquellapaloma blanca representaba algo muy

especial. Sus secretarias pensaban quese trataba de un ataque de demencia.

Luego se recuperó, y el asunto cayóen el olvido, hasta un día en quetelefoneó a su secretaria para decirleque la paloma estaba muy enferma y nopodía dejar el hotel. La señorita Skerrittrecordaba que, durante varios días, nose movió de la habitación. Cuando elave se restableció, el inventor continuócon su rutina acostumbrada: trabajo,paseos, reflexión y dar de comer a laspalomas.

Un año más tarde, un día, al llegar ala oficina, le notaron muy intranquilo,nervioso; llevaba en brazos un

paquetito. Concertó una cita con JuliusCzito, que vivía en las afueras, y lepreguntó si podía enterrar a la palomamuerta en su parcela, en una tumba a laque él pudiera acudir. Tras realizar elencargo, apenas acababa el mecánico dellegar a casa cuando recibió otrallamada de Tesla: había cambiado deparecer.

—Tráigamela de nuevo —le rogó—.Se me ha ocurrido algo mejor.

Las personas que trabajaban con élnunca llegaron a enterarse de dóndeenterró por fin a la paloma.

Tres años después, Tesla estaba sinblanca y llevaba mucho tiempo sin pagar

la factura del hotel St. Regis. Una tarde,apareció en la oficina un ayudante delalguacil, y comenzó a llevarse losmuebles en ejecución de una sentencia.Tesla trató en vano de convencerle deque le diese un poco más de tiempo.Cuando el agente concluyó su tarea, sóloquedaban los efectos personales de sussecretarias, que hacía más de dossemanas que no cobraban. Lo único quese salvó de la quema fue la MedallaEdison, de oro, que se había guardado.Les darían unos cien dólares por ella,les explicó a las atribuladas secretarias.Estaba dispuesto a partirla en dos, y quecada una se quedase con una mitad.

Dorothy Skerritt y Muriel Arbus nosólo se negaron en redondo, sino que seofrecieron a compartir con el inventor elpoco dinero que llevaban entre lasdos.[343] Cuando, unas semanas mástarde, Tesla estuvo en condiciones dedevolvérselo, introdujo en el sobre decada una dos semanas más de salario. Eldía en que se había ofrecido a partir endos la Medalla Edison había algo dedinero en la oficina, unos cinco dólaresen calderilla pero, con la excusa de quese habían quedado sin alpiste, se loguardó para las palomas; incluso lepidió a una de ellas que fuera acomprarle nuevas provisiones.

Con la ayuda de Czito, a quientambién le adeudaba una cantidadrespetable, trasladó sus pertenencias aun nuevo edificio. Pero el siguienterevés no tardó en llegar: le pidieron queabandonase el hotel St. Regis, en partepor culpa de las palomas. En aquelinstante, colocó unas cuantas en un cestoy las envió a casa del paciente GeorgeScherff, asegurando que no les vendríamal pasar una temporada en Connecticut.Tan acostumbradas estaban a su viejoamigo y tanto echaron de menos suazarosa vida de antaño que, a la hora dela cena, ya habían vuelto a posarse en elalféizar de su ventana.

Con pena, Tesla recogió laspertenencias que había amontonandodurante decenios y se mudó al hotelPennsylvania. Y allá se fueron laspalomas. Al cabo de unos pocos años,tanto el inventor como las palomashubieron de mudarse de nuevo, al hotelGovernor Clinton en esta ocasión.Nikola y sus pájaros pasarían, de todosmodos, los últimos años de la década de1920 en el hotel New Yorker.

La increíble anécdota de la palomablanca se la refirió el propio inventor aO'Neill y a William L. Laurence,colaborador científico de The New YorkTimes, un día en que los tres estaban

sentados en el vestíbulo del hotel NewYorker. John O'Neill, miembro de lasociedad espiritista, creyó ver unsimbolismo místico en la paloma blancade Tesla. Tanto él como otrosespiritistas daban por sentado que lapaloma en cuestión era una tórtola. Sibien todas las palomas pertenecen algénero de las torcaces, sólo losornitólogos más meticulosos recurren aese apelativo. Por su parte, Tesla sólohablaba de palomas. Pero lo que lescontó a los dos redactores en elvestíbulo del hotel, al decir de su primerbiógrafo, era su historia de amor con unatórtola:

Durante años, me dediqué a dar decomer a las palomas, quién sabecuántas, miles de palomas —lescontó—. Pero una de ellas era unave maravillosa, de un blancoinmaculado, con leves motitasgrises en las alas. No se parecía aninguna otra. Era una hembra. Lahubiera distinguido en cualquierparte. Estuviera donde estuviera,aquella paloma sabía cómo darconmigo. Cuando yo quería verla,me bastaba con evocarla, yaparecía volando a mi lado. Aquelanimal me entendía, igual que yosabía cómo tratarla. Le tomé un

gran cariño.Así es; la quería, igual que un

hombre ama a una mujer, y ella mecorrespondía. Yo me daba cuentade cuándo estaba enferma, yentendía lo que le pasaba. Venía ami habitación, y me quedaba conella durante días, cuidándola hastaque se recuperaba. Aquella palomalo era todo para mí. Si menecesitaba, dejaba de ladocualquier otra cosa. Mientras latuviera cerca, mi vida tenía sentido.

Hasta que una noche, tumbadoen la cama y a oscuras, resolviendoproblemas mentalmente como tenía

por costumbre, entró por la ventanaque había dejado abierta y se posóen mi escritorio. En aquel instante,supe que me necesitaba, que queríacomunicarme algo importante. Melevanté de la cama y me acerqué aella. Me quedé mirándola, y supeque quería decirme que se estabamuriendo. En cuanto percibió quehabía captado su mensaje, sus ojosemitieron unos fulgurantes rayos deluz.

Tesla hizo una pausa y, al ver quesus dos acompañantes no decían nada,continuó:

Era una luz real, brillante,deslumbrante y cegadora, un fulgormás intenso que cualquiera de losque yo había conseguido con mislámparas en el laboratorio. Cuandola paloma murió, algo murió dentrode mí. Hasta ese momento, estabaseguro de que completaría mi obra,por ambiciosos que fueran mispropósitos. Cuando aquel animalsalió de mi vida, me di cuenta, sinembargo, de que también habíaconcluido mi afán. Ya ven; duranteaños me he dedicado a dar decomer a las palomas, miles depalomas, porque quién sabe si un

día…

Los dos redactores abandonaron elhotel en silencio, y recorrieron unascuantas manzanas de la Séptima Avenidasin atreverse a abrir la boca.

Años más tarde, O'Neill llegaría a laconclusión de que “percibimos losmisterios de la religión gracias afenómenos como el que Tesla vivióaquella noche cuando, de las tinieblas,surgió la tórtola para adentrarse en lahabitación a oscuras, inundándolo todocon su luz cegadora, o cuando tuvoaquella revelación bajo el soldeslumbrante del parque de Budapest”.

Si Tesla no se hubiera esforzado tantoen destruir la herencia mística que habíarecibido, escribió, “habría entendido elsimbolismo de la Tórtola”.[344]

El doctor Jule Eisenbud, en unartículo aparecido en el Journal of theAmerican Society for PsychicalResearch, ha analizado el simbolismodel ave en la vida del inventor, en elcontexto de sus neurosis y las relacionesque, hasta donde sabemos, mantenía deniño con su madre. Al decir delpsicólogo, la tórtola es un símbolouniversal, tan viejo como el mundo, dela madre que nos amamanta. No hay queolvidar que Tesla pensaba que le

bastaba con desearlo para que, alládonde estuviere, la hermosa y blancapaloma apareciese a su lado. Enpalabras del analista:

Sólo es posible atisbar el sentidode esta fantasía si la abordamosteniendo en cuenta otrascircunstancias biográficas queconocemos, como la necesidadinconsciente de recurrir a su madrepara encauzar su vida, ‘ausencia’de la figura de la madre quedesempeñó un papel determinantedurante toda su existencia,esclarecedora en cuanto a la

peculiar sintomatología clínica quepresentaba y de la relación quemantenía con otras personas y conlas cosas, reveladora incluso de lamitología personal a la que seaferraba que, de formainconsciente, concebía como unafuerza poderosa, que todo lopenetraba, y a la que dedicó toda suvida con la intención de capturarlay dominarla.[345]

Nada en los escritos de Tesla inducea pensar que se sintiera frustrado por laausencia de la figura materna. El doctorEisenbud observa, sin embargo,

diversos síntomas que denotan unacarencia emocional y física durante suinfancia. Conscientemente, Teslaidealizó a su madre, al decir deEisenbud, pero se las arregló paralibrarse de ella, “y pasó gran parte de suvida volcado en premonicionesinsatisfechas (todas, menos la última,por supuesto) en torno a la muerte de sumadre, a la desaparición definitiva de lafigura materna. Esta ambivalencia que,con frecuencia, se observa en individuosque clínicamente calificamos comoneuróticos obsesivos, y Tesla lo era, lellevó a asumir una actitud ante la vida yen relación con sus semejantes como

símbolos y sustitutos de la figuramaterna”.

Por eso, asegura el analista, no legustaban las superficies suaves yredondeadas, y se ponía enfermo sólo dever a una mujer ataviada con unasperlas. Refiere a continuación el caso deun paciente suyo que, según su madre,había padecido una depresión cercana ala muerte cuando, a las dos semanas denacer, se vio privado del suave yredondeado pecho que lo amamantaba;durante el resto de su vida, no tolerabasiquiera que alguien utilizase el vocablo“esfera” en su presencia.

El doctor Eisenbud opinaba también

que la actitud del inventor de cara aldinero es no menos indicativa de unafantasía hondamente enraizada, en lo quese refiere a ejercer un pretendidocontrol del manantial del que brota esesímbolo materno y universal.

Derrochó millones en gestos deespléndida, por no decirestrafalaria, largueza y, como esnatural, más de una vez se vio en laruina. No obstante, al menos ésa esnuestra impresión, estabaplenamente convencido de que susustento no dependía del destino nide los otros, que el dinero sólo era

una faceta trivial y circunstancialmás de la vida, que podía reunircuanto quisiera siempre que lonecesitase […] La vertiente másasombrosa de este interminablejuego de Tesla por hacerse con elcontrol de la figura materna teníaque ver con el alimento, un aspectoen que, por desgracia, triunfó lafaceta negativa de su actitudambivalente hacia el más directosustituto de la figuramaterna…[346]

De ahí, por ejemplo, el enrevesadoceremonial que Tesla seguía a la hora de

la cena, cuando aparecía vestido para laocasión a la hora precisamente indicada,y se hacía conducir hasta la mesaespecialmente reservada para él por elmaestresala en persona, mutado para laocasión en madre de gustos refinados,“cuyo control simbólico se observa conmayor intensidad en aquéllos que hanadquirido su fortuna recientemente”.

Tras apuntar que los pichones erauno de sus platos preferidos, observa:“En un ejemplo clínico impecable demorder el pecho que no le alimentó (elreverso de la moneda de su obsesión pordar de comer a las palomas) sólo setomaba […] la carne que había a ambos

lados del esternón”.A medida que el ciclo de su vida se

acercaba al final, afirma Eisenbud,Tesla prácticamente sólo se alimentabade leche templada, recordatorio de lamaravillosa paloma blanca “que emitíasu postrer, reluciente y cegador rayo deluz, un símbolo que tanta relación guardacon el hilo de leche que brota de lospechos que amamantan…”.[347] Elhorizonte vital de recompensa, de suafán por encontrar un sustituto (ersatz)se vino abajo. Algo desapareció de suvida, y supo que su labor habíaconcluido.

Los conductistas, sin embargo,

criticarían con dureza estas conclusionestan en línea con las ideas de Freud yJung, y optarían por la explicación deque sus neurosis obsesivas se debían aincidentes traumáticos precisos sufridosdurante su niñez, que desembocaron enuna represión emocional.

Por desgracia, y a falta de datos másconcretos, sólo nos resta especular.

XXIVTRÁNSITOS

Katharine Johnson cayó enferma.Preocupado por su salud, Tesla lepropuso un régimen alimenticioespecial. Pero la afección que realmentela aquejaba en el fondo, el que en elecuador de la vida se le escapaba todoaquello que hasta entonces le habíaimprimido sentido, le restaba ánimospara salir adelante. Se arrastraba por la

mansión del número 327 de la avenidaLexington con las cortinas echadas,recordando las fiestas, los personajescélebres, las conversacionesintrascendentes entre tanto esplendor; lacalle, otrora abarrotada de elegantescarruajes y coches que iban y venían sinparar, los espléndidos banquetes queorganizaba Tesla en el Waldorf-Astoria,la emoción de sentir la estimulantepresencia del inventor en su mesa, lastretas que habían ideado para queabordase a los multimillonarios… Seacordaba de las espléndidas reunionesen su laboratorio, de los experimentosque realizaba ante sus ojos, del placer

con que recibían las noticias de sustriunfales giras por el extranjero. Leparecía que su ser se hubiera disuelto enuna barahúnda de confusos recuerdos y,desde fuera, contemplase la vida quehabía vivido, como si no fuera la suyapropia, que no había sido sino un reflejode los desafíos, aciertos y éxitos vividospor otros. Desgarrada entre la esperanzay la frustración, se sentía ajena a símisma, engañada, defraudada yterriblemente cansada.

En aquellos momentos, cuando suvida se apagaba, a Tesla no se leocurrió nada mejor que dar a conoceruna de sus más sorprendentes profecías:

el futuro de las mujeres, un asunto que lepreocupaba y le inquietaba de formaobsesiva. Para decepción de su amiga,el año anterior había concedido unaentrevista a un redactor del Detroit FreeNews sobre el “problema” de lamujer.[348] Con unos argumentos tanvulgares como los de cualquier hombredel montón, lamentaba que hubierandescendido del pedestal que, con tantoesmero, les habían erigido los hombrespara mejor dominarlas. Según suspalabras, aparte del trato especial conque las obsequiaba, siempre había sidoun declarado defensor del sexofemenino. Pero, en los tiempos que

corrían, cuando se atrevían a desafiar eninteligencia a los hombres, haciendocaso omiso del orden naturalestablecido por Dios, tal actitud, “¿nosupondría un peligro para lacivilización?”. Su respuesta no era sinouna pregunta que, probablemente no sehacían los lectores de los suplementosdominicales en la década de 1920. ¿Aqué civilización se refería?

Preocupado por Katharine, nodejaba de darle vueltas al asunto, yconcedió otra entrevista, alCollier's[349] en esta ocasión. Bajo elagresivo titular “When Woman Is Boss”(Cuando el jefe es mujer), defendía el

establecimiento de un nuevo equilibrioentre los sexos en el que la mujer sealzaría como un ser de inteligenciasuperior. Por un lado, parecía estar afavor; al mismo tiempo, se le notabaangustiado. ¿Se habría dado cuenta delverdadero desperdicio que habíasupuesto la vida de Katharine? Encualquier caso, llegaba a la ambiguaconclusión de pronosticar un futuro dehombres y mujeres en una especie decolmenas humanas, una inquietantevisión mecanicista de una utópicasociedad “racional”.

Cualquier observador avezado,apuntaba, está al tanto de que en el

mundo había surgido una nueva actitudque aspira a la igualdad entre los sexos,una forma de ver las cosas que se habíaimpuesto con fuerza antes de la PrimeraGuerra Mundial. Como es natural, él nopodía imaginarse que en los años queprecedieron a la Segunda GuerraMundial las mujeres darían un pasoatrás y renunciarían a muchas de susconquistas económicas y sociales enaras de la procreación.

Pocas feministas habrían planteadoobjeciones a las premisas que, comopunto de partida, defendía Tesla:

La lucha de la hembra humana por

conseguir la igualdad entre lossexos culminará en un nuevoequilibrio, en el que la hembra serásuperior. La mujer moderna, quepercibe sólo algunos avancesmenores para las de su sexo, no essino el síntoma externo de algo másprofundo y poderoso que fermentaen el seno de la especie.

No será en la vana imitaciónfísica de los hombres como lasmujeres lleguen a conquistar laigualdad, que más tarde se afirmarácomo superioridad, sino en eldespertar de su inteligencia.

Desde el principio de los

tiempos y a lo largo deinnumerables generaciones, lasumisión social de las mujeresdesembocó en la atrofia parcial o,cuando menos, en la suspensióncontinuada de unas capacidadesmentales que, como sabemos,adornan por igual a ambos sexos.

La mente femenina es capaz deadquirir conocimientos idénticos,de alcanzar iguales cotas que la delhombre, capacidad que con el pasode las generaciones irá aumentado;la mujer en general dispondrá de lamisma formación que el hombremedio, y sabrá sacar de ella un

mayor rendimiento porque, trastantos siglos de quietud, el estímulode las facultades durmientes de sucerebro culminará en una actividadmás febril y enjundiosa. Esa mujerpodrá desprenderse del pasado, ysus avances dejarán boquiabierta ala civilización.

Pero la sociedad ideal que Tesladescribía, configurada a imagen de unacolmena, “con verdaderos ejércitos deobreros sin distinción de sexos, en laque el trabajo tenaz sea el únicopropósito y felicidad que persigan en lavida”, por fuerza tuvo que estremecer a

los de su mismo sexo y a las mujeresinteligentes de su época.

“A medida que la mujer asumanuevas responsabilidades y ocupe másamplias parcelas de poder —añadía—,la progresiva desaparición de lasensibilidad huera entrará en conflictocon el instinto materno, hasta el punto deque matrimonio y maternidad leparecerán abominables, y nuestracivilización se asemejará cada vez mása la sociedad perfecta de lasabejas…”.[350]

En aquellos años, la perfectaorganización social de las abejas estababien vista: encerraba la promesa de “una

vida de cooperación para la sociedad ensu conjunto, en la que todo, proleincluida, sería tarea común”.

Con la misma espontaneidad, en elcurso de la entrevista hizo algunaspredicciones realmente extraordinariasen cuanto a futuros avances:

Creo más que probable que elperiódico que leemos todos losdías se imprima, sin necesidad decables, en el domicilio de lossuscriptores; no habrá problemaspara aparcar los vehículos, ni paraseparar el tráfico de mercancíasdel particular. Enormes edificios

de aparcamiento rodearán lasgrandes ciudades; las carreteras semultiplicarán cuanto haga falta,hasta el momento en que lleguen aser innecesarias, cosa que, por finocurrirá, cuando sustituyamos lasactuales ruedas por alas.Recurriremos a las reservas deenergía térmica que alberga elplaneta […] con fines industriales.

El calor que recibimos del solbastaría para satisfacer, al menos enparte, las necesidades de los hogares;dispondríamos de un suministro deelectricidad, que sin necesidad de

cables, se encargará del resto;utilizaríamos minúsculos aparatos debolsillo “extremadamente sencillos, silos comparamos con los teléfonos queconocemos. Podremos ver y escucharacontecimientos de toda índole, desde latoma de posesión de un Presidente hastala final de la copa del mundo de béisbol,el estruendo de un terremoto o el fragorde una batalla, como si estuviéramospresentes en tales eventos”.

Katharine falleció en 1925. Incapazde olvidarse de Tesla ni siquiera en lahora de la muerte, le suplicó a Robertque siempre se mantuviera en contactocon el inventor.

Johnson y su hija Agnes (futuraAgnes Holden) procuraron mantener lastradicionales fiestas familiares. Teslasiempre figuró entre los invitados. Conla invitación para que asistiera alcumpleaños de Katharine, Robert leescribía: “Habrá música, como a ella lehabría gustado. Ya sabe en qué altaestima lo tenía a usted. Por eso meencargó que no lo dejase de la mano. Sinsu presencia, nada será lo mismo en unafecha tan especial para ella”.[351]

Al poco, sin embargo, Robertrecurría a él en busca de ayuda parapagar los impuestos y un préstamo quele había concedido el banco. Arañando

algunos derechos de sus patentes ycobrando lo que le adeudaban comoconsultor, Tesla consiguió prestarlepequeñas cantidades. Aunque habíaenfermado de nuevo, una animosa notaacompañaba el cheque: “No permita quelas dificultades menores lo perturben.Tenga un poco de paciencia; no tardaráen darse el gustazo de volar en suPegaso”.[352]

Johnson le respondió dándole lasgracias, al tiempo que le anunciaba queAgnes y él tenían pensado pasar dosmeses en Europa. Durante ese viaje,conoció a una joven actriz que lealegraría los últimos años de la

vida.[353]En abril del año siguiente, sin que se

lo hubiera pedido, Tesla le envió aJohnson quinientos dólares, con unaescueta nota: “No permita que esto lerecuerde a sus mezquinos acreedores;destínelo a algo que de verdad leapetezca”.[354] Johnson le respondióque, con la mitad del dinero, habíasufragado una pared del futuro panteónque albergaría la tumba de Kate, altiempo que le indicaba que la“encantadora Marguerite (Churchill)” lehacía sentirse joven y que estaríaencantado de presentársela.

Poco después, Johnson ingresó en un

hospital; desde la cama, le escribiría:“Cuando vuelva a casa, tiene que venir acenar con la señora Churchill y conMarguerite”. Estaba chiflado con lajoven actriz, con quien esperabaregresar a Europa, “en compañía de sumadre, como es natural”[355], y darseuna vuelta por las casas y alojamientosde Tennyson, Keats, Shakespeare yWordsworth. Regresaría a Europa alaño siguiente en compañía de Agnesaunque, al igual que en 1928, gracias ala ayuda de un cheque firmado porTesla.

En 1927, Francis A. Fitzgerald,amigo personal de Tesla desde los

tiempos de las cataratas del Niágara ymiembro de la Niagara PowerCommission de Buffalo, trató de echarleuna mano al inventor para que sacaraadelante uno de sus más ambiciososproyectos científicos, y se ofreció comointermediario para que la ComisiónCanadiense de la Energía Eléctricafinanciase un proyecto para el transportede electricidad sin cables. Si bien laidea no salió adelante, sí sirvió para queen algunos canadienses germinase unasemilla que, desde entonces y al cabo detantos años, nunca ha dejado de darfrutos, como lo atestiguan diversaspublicaciones en las que se insiste en la

posibilidad del trasporte de energíaeléctrica de origen hidráulico sinnecesidad de cables, recurriendo a laTierra como conductor.

Durante años, se rumoreó que Teslahabía desarrollado un potente haz departículas, un “rayo de la muerte”, pero,en contra de su costumbre, nuncacomentó nada sobre el particular. Acomienzos de 1924, confusasinformaciones procedentes de Europadaban por sentado que el letal rayo sehabía inventado en el Viejo Continente,por un inglés, en primer lugar, un alemándespués, y por fin un ruso. Casi almismo tiempo, un científico

estadounidense, el doctor T. F. Wall,solicitaba la patente de un rayodestructor que, según él, podía frenar elavance de aviones y vehículos bélicos.Al mismo tiempo, un periódico deColorado recordaba, no sin orgullo, queTesla había inventado el primer rayoletal invisible, capaz de derribar unavión en pleno vuelo, durante losexperimentos que había llevado a caboallí en 1899.[356] El inventor siguiócallado, muy en contra de su costumbre.

En 1929, tras preparar ladeclaración de impuestos de la NikolaTesla Company, Scherff le advirtió alinventor: “Por desgracia, la empresa no

debe nada al fisco”. Al menos en algo seacompasaba con los tiempos quecorrían: la Gran Depresión habíacomenzado.

Tesla envió otra cálida nota paralevantar la moral de su viejo amigoJohnson, en la que reconocía que estabaatravesando “una mala racha pasajera”,para añadir: “Por supuesto, y aunquesólo con usted puedo comentarlo, creoque las perspectivas son buenas […],gracias a un novedoso y muy útilinvento”. Si fuera uno de esos nuevosinventores, proseguía, que se sirven derepresentantes para dar a conocer susproductos, “no se hablaría de otra

cosa”.[357]No obstante, apenas presentó

solicitudes de concesión de patentes. En1922, había cumplimentado lassolicitudes de una serie de nuevaspatentes relativas a la mecánica defluidos, que no se aceptaron porincompletas, y pasaron a ser de dominiopúblico. Uno de esos impresos, elpresentado el 22 de marzo de 1922,reviste especial importancia. Se tratadel relativo a “Mejoras delprocedimiento y aparato para laproducción de alto vacío”.[358] Muchosaños más tarde, cuando Estados Unidosy Rusia competirían por la consecución

de armas de rayos mortíferos o dedesintegración, la suya fue una de lasideas que ambas potencias analizaroncon más interés.

Era el primer grupo de patentes quesolicitaba desde 1916. Pero si alguiencreía que, para entonces, el geniocreativo de Tesla ya estaba agotado,estaría muy equivocado.

XXVFIESTAS DE CUMPLEAÑOS

Nacido a eso de la medianoche, sinsaber a ciencia cierta cuál de las dosfechas era la correcta, Tesla no tenía porcostumbre celebrar los cumpleaños. Losfue dejando de lado y, mientras seencontró bien, llegó a pasarlos por alto.

Estaba muy orgulloso de mantenerseen el mismo peso que cuando eraestudiante universitario; se tejieron

incluso leyendas en cuanto a su agilidadfelina. Un crudo día de invierno en quecaminaba por la Quinta Avenida, dio unresbalón, salió despedido por los airesy, tras dar un salto mortal, cayó de pie ysiguió andando. Los horrorizadostranseúntes que lo vieron juraban yperjuraban que no habían contempladonada igual sino en el circo.

Con el paso de los años, sinembargo, trató de desquitarse de todaslas fiestas de cumpleaños que no habíacelebrado, y cada aniversario pasó a seruna celebración por todo lo alto,periodistas y fotógrafos incluidos. Conmotivo de tales reuniones, y para deleite

de los más jóvenes de sus amigos, solíaanunciar fantásticos inventos y dabarienda suelta a su visión del futuro. Sóloel austero señor Kaempffert, estiradorepresentante de The New York Times,consideraba vulgares talescelebraciones: el embeleso con quetodos aceptaban las ocurrencias delgurú, y sus visionarias previsiones y, lopeor de todo: ¡qué fingíanentenderle![359]

Swezey organizó una fiesta muyespecial para celebrar el septuagésimoquinto aniversario de Tesla. Aqueljoven y apocado divulgador científicoera hombre de pocas palabras —quienes

lo conocieron aseguran que hablaba deforma casi críptica—, pero estabadotado de extraordinarias cualidadespara acercar la ciencia al lector medio,recurriendo a imágenes de lo másilustrativo para aclarar los conceptosmás abstractos. Inventaba juegosdivulgativos, rompecabezas y hastaexperimentos que podían hacer en casalos más pequeños. Escribió un libro,After-Dinner Science (Ciencia paradespués de la cena), que gozó de granpopularidad, sobre todo entre los padrescon hijos en edad escolar. Tambiénredactaba sesudos artículos parapublicaciones científicas.

Tesla era su héroe. Swezey gozabade la clara ventaja de su perspectivacientífica a la hora de reconocer laimportancia del inventor y, como aBehrend, le sacaba de quicio laestrechez de miras del público engeneral. De modo que se puso manos ala obra y decidió hacer algo al respecto.

Con motivo de la celebración de lossetenta y cinco años de Tesla, en 1931,se puso en contacto con científicos eingenieros de renombre de todo elmundo, pidiéndoles que enviasen unaspalabras de felicitación. Comorespuesta, le llegó un aluvión de cartascargadas de buenos deseos y cálidos

homenajes a la figura del inventor. Entrelos remitentes, figuraban varios premiosNobel que, con respeto y gratitud,reconocían la importancia de las ideasdel inventor para sacar adelante susrespectivos trabajos.[360]

Robert Millikan, por ejemplo,rememoraba una conferencia de Tesla ala que había asistido cuando teníaveinticinco años, en la que había hechouna de las primeras demostraciones desu bobina. “A lo largo de los años quellevo dedicado a la investigación, nuncahe dado un solo paso sin recurrir a losprincipios que escuché aquella noche,de forma que no sólo deseo felicitarle,

sino que le ruego tenga a bien aceptar migratitud y mi respeto hasta más allá de loimaginable”.

Por su parte, Arthur H. Comptonafirmaba: “Es precisamente gracias ahombres de su talla, que escudriñaronlos secretos de la naturaleza y nosenseñaron cómo aplicar las leyes quelos gobiernan a la hora de resolverproblemas de la vida diaria, con quienesnosotros, los más jóvenes, hemoscontraído una deuda impagable…”.

Los sucesivos presidentes delAmerican Institute of ElectricalEngineers, así como personajesdestacados del incipiente mundo de la

radio moderna, enviaron también susmensajes de felicitación.

Así refería Lee De Forest supersonal y profundo agradecimiento aTesla, como científico y como inventor:“Porque nadie, como usted, aguzó miimaginación juvenil ni estimuló miafición inventiva o simbolizó laexcelencia en el campo que me disponíaa hollar… Y no me refiero sólo a lasconclusiones de sus investigacionessobre altas frecuencias, fundamento dela gran industria de la radiodifusión, enla que he trabajado, sino por lainagotable fuente de inspiración que,para mí, representan sus primeros

escritos; gracias a su empeño, hecontraído con usted una impagabledeuda de gratitud”.

Para su particular homenaje, eldoctor Behrend eligió como tema “lahabitual ingratitud que el mundo otorgacomo recompensa a sus benefactores.Para quienes, como yo mismo, vivimoslos tiempos inciertos y fascinantes deldesarrollo del transporte de la corrientealterna —añadía—, no hay duda de queel nombre de Tesla es equiparable al deFaraday, en cuanto a la comprensión delos fenómenos que conforman el mundode la electricidad”.

En cuanto a Einstein, que parecía

haberse mantenido al margen de loshallazgos de Tesla, envió también susfelicitaciones, aunque limitadas alterreno de sus descubrimientos en elcampo de las altas frecuencias.

Entre los europeos que no faltaron ala cita, figuraban el doctor W. H. Bragg,uno de los galardonados con elcontrovertido premio Nobel de Físicade 1915, quien, con membrete de laRoyal Society de Londres, se refería alas conferencias y presentaciones quehabía protagonizado Tesla cuarenta añosantes: “Nunca olvidaré la huella quedejaron en nosotros sus conferenciasque, por su elegancia e interés, nos

parecieron tan deslumbrantes comoreveladoras”.

El conde Von Arco, pionero alemánde la radio, quien, con el profesor AdolfSlaby había puesto a punto el sistemaSlaby-Arco, escribía: “Cuando hoyleemos sus trabajos, especialmente enestos momentos en que la radio haadquirido tamaña importancia en elmundo entero, y sobre todo sus patentesque, a efectos prácticos, se remontantodas al siglo pasado, no deja desorprender cuántas de sus ideas, tantasveces expoliadas por otros, han sidollevadas a la práctica”.

Swezey, responsable de este aluvión

de reconocimientos, añadía el suyopropio, muy caluroso. La genialidad deTesla, apuntaba, fue el detonante de lostrabajos de Roentgen, de J. J. Thomson yde aquellos que, tras sus pasos, seadentraron por la senda del electrón.“Por su cuenta —añadía el divulgador—, se aventuró en un campo inexploradohasta entonces. Fue como unconspirador, decidido a desbaratar elorden establecido”.

Si estos elogios nos parecenexagerados, no son nada en comparacióncon las palabras enviadas por elprestigioso editor de publicacionescientíficas, Hugo Gernsback: “Si

hablamos del inventor, es decir, delhombre que realmente inventó ydescubrió, más allá de aplicar merosretoques a los hallazgos de otros,Nikola Tesla es, sin lugar a dudas, elinventor por excelencia, no sólo denuestro tiempo, sino de toda la historia.Por su incomparable audacia, susdescubrimientos, tan esenciales comorevolucionarios, no tienen parangón enlos anales del mundo de la ciencia”.

Advertidos por Swezey delaniversario, periódicos y revistas delmundo entero incluyeron artículos sobreTesla. En el reportaje de portada de larevista Time, la publicación relataba las

dificultades que habían tenido quesalvar sus redactores hasta dar con elesquivo inventor ("un hombre alto…, deperfil aguileño") en su morada deentonces, el hotel Governor Clinton. Losredactores se lamentaban de no habertenido la oportunidad de observarlomanos a la obra, como en los tiemposdel laboratorio de Colorado,“deambulando por la nave o sentado,como Mefistófeles, entre deslumbrantesy cegadoras cascadas dechispas…”.[361]

Se encontraron, en cambio, con unTesla demacrado, casi espectral, de ojosvivaces, cabellos de color gris oscuro y

espesas cejas, casi negras. El intensofulgor de sus ojos azules y su agudo tonode voz revelaban la tensión psicológicaque soportaba.[362]

Cuando Swezey fue a ver al inventorpara entregarle, encuadernados, losmensajes que se habían recibido, éstepareció levemente sorprendido, aunqueen modo alguno abrumado. Si bien selimitó a decirle que no concedía ningunaimportancia a los cumplidos de personasque, a lo largo de su vida, siempre lehabían llevado la contraria, el jovendivulgador se dio cuenta de que, en elfondo, Tesla estaba encantado. Dehecho, cuando el propio Swezey le pidió

que se lo prestase (envió copias alrecién creado Instituto Tesla, deBelgrado), el anciano se resistió adesprenderse del volumen.

En diversas entrevistas, Teslaexpuso las ideas que más lepreocupaban en aquellos momentos.Trabajaba en dos direcciones. Por unlado, en una serie de hallazgos queechaban por tierra la teoría general de larelatividad de Einstein. Susexplicaciones no eran todavía tanprecisas como las de éste pero, cuandoestuviera en condiciones de anunciarlas,todo el mundo comprobaría lo acertadode sus conclusiones.

Por otra parte, estaba empeñado endescubrir una nueva fuente de energía.“Cuando hablo de una nueva fuente, merefiero a eso exactamente: algo en lo queningún científico, hasta donde yo sé,había reparado hasta ahora. La primeravez en que se me ocurrió la idea mellevé un sobresalto mayúsculo”.[363]

Refiriéndose a esta nueva fuente deenergía, afirmaba que nos ayudaría acomprender muchos de los fenómenoscósmicos que se nos antojaninexplicables, para añadir otrocomentario, no menos enigmático, queha traído de cabeza a los estudiosos dela obra de Tesla hasta nuestros días: que

pronto podría comprobarse su enormeimportancia para el sector industrial,“especialmente en cuanto a la creaciónde un nuevo mercado, potencialmenteinfinito, para el acero”.[364]

Tras insistirle sobre el particular, selimitaba a decir que esa energíaprovendría de una fuente completamentenovedosa e insospechada que, en lapráctica, se generaría de formaininterrumpida, día y noche y encualquier época del año. Provisto decomponentes mecánicos y eléctricos, elaparato que dispensaría dicha energía,al tiempo que la transformaba, sería deuna sencillez pasmosa.

Si bien los costes preliminarespodrían parecer excesivos, continuaba,pero no habría de qué preocuparsepuesto que la instalación seríapermanente e indestructible.“Permítanme que les aclare —insistió—que no tiene nada que ver con lo queconocemos como liberar la energía delátomo. Tal y como la entendemos ahora,tal energía no existe. Mediante lautilización de corrientes de hasta quincemillones de voltios, el voltaje máselevado de los empleados hasta elmomento, he disgregado átomos, perosin llegar a liberar energía…”.

Acosado a preguntas sobre esa

nueva fuente de energía, declinóamablemente hacer más comentarios,pero prometió que haría una declaración“en cuestión de unos cuantos meses, oaños”.

Con mirada fulgurante, bajo aquellasnegras cejas, aseguró que había ideadoun plan para el transporte de enormescantidades de energía de un planeta aotro, por muy lejanos que estuvieran.

Creo que nada es tan importantecomo conseguir esa comunicacióninterplanetaria. Estoy seguro de quellegará el día en que tendremos lacerteza y la confirmación de que,

en el universo, hay otros sereshumanos que, como nosotros,trabajan, sufren y pelean, lo quetendrá consecuencias inauditas parael género humano y servirá parasentar las bases de una fraternidaduniversal que durará tanto comonuestra especie.

¿Cuándo ocurriría eso? No podíadecirlo con certeza.

Siempre he llevado una vidaapartada, volcada por completo enmis ideas, sumido en hondasreflexiones —respondió—. Como

es natural, he reunido un buennúmero de proyectos. Lo que meplanteo ahora mismo es si, desdeun punto de vista físico, resistiré lobastante para desarrollarlos yregalárselos al mundo…[365]

Como contribución al a estecumpleaños del inventor, EverydayScience & Mechanics publicó diseñosdetallados de dos de sus ocurrenciasmás aprovechables para la vida diaria:un plan para obtener energía de losocéanos y los pasos a seguir para laconstrucción de una central geotérmicade vapor.[366]

La central geotérmica de vaporestaba diseñada para aprovechar elcalor, prácticamente inagotable, queguardan las profundidades de la Tierra,un proceso continuado, en el que el aguacircula por un eje hasta el fondo de laprospección y retorna en forma de vaporque puede poner en marcha una turbina,vapor de agua que vuelve al estado delicuefacción mediante un condensador,para regresar al punto de partida. No setrataba de una idea original de Tesla,sino de un proyecto en el que se habíaninvertido muchos esfuerzos durante losanteriores setenta y cinco años cuandomenos. Pero Tesla fue el primero en

presentar un esquema detallado delfuncionamiento.

En cuanto a la planta destinada aobtener energía de los océanos,utilizaría la energía térmica derivada dela diferencia de temperaturas entre lasdiferentes capas del agua del mar paraponer en marcha grandes centralesproductoras de electricidad. Tan lejosllegó en sus propuestas que diseñó unbarco propulsado mediante este tipo deenergía.

Se trataba de aproximacionesincipientes, en cualquier caso. Aún teníaque solventar las mismas dificultadescon que se habían encontrado los

pioneros en este terreno: enormesdificultades tecnológicas y costes muyelevados, que superaban hasta los mássustanciosos beneficios. Con todo, Teslasiguió mejorando el diseño, recurriendoa un túnel en declive, en lugar detuberías, construido en cemento aislantedel calor, que se hundía hasta el fondo.Sus futuros socios, añadía, habíanllevado a cabo prospecciones en aguasdel Golfo de México y de la isla deCuba, donde la diferencia detemperatura entre las capas de aguaparecía la correcta.

Tesla exploró diversasposibilidades, desde una central que no

precisase baterías de almacenamientohasta otra en la que prescindía de lasbombas de agua, pero nunca se dio porsatisfecho: la energía así obtenida eramuy escasa, si se la comparaba con laproducida por otras fuentes. Sinarredrarse, continuó defendiendo que lasdificultades técnicas tenían solución,que llegaría el día en que la mayor partede la energía provendría de talesplantas.

Tesla no vivió lo suficiente para verhecha realidad la instalación que teníaen la cabeza. En la década de 1980, elGobierno federal autorizó los fondosnecesarios para llevar adelante un vasto

programa de Conversión de la EnergíaOcéano Térmica (OTEC, en sus siglasen inglés), con plantas en el Golfo deMéxico, el Caribe, Hawai y cualquierotro punto del planeta donde ladiferencia de temperatura del agua fuerala adecuada.

A una edad muy avanzada, Tesla sesintió gratamente complacido alenterarse de la acogida que sedispensaba a sus osciladores eléctricoscon fines terapéuticos. El 6 deseptiembre de 1932, durante elAmerican Congress of Physical Therapy,celebrado en Nueva York, el doctorGustave Kolischer, el Hospital Monte

Sinaí y del hospital Michael Reese deChicago, anunció que habían observado“resultados muy esperanzadores” en eltratamiento del cáncer, más allá de losconseguidos gracias a la cirugía,mediante la aplicación de corrienteseléctricas de alta frecuencia.[367]

Las modernas técnicas para lucharcontra el cáncer han ido mucho más allá,naturalmente, pero se siguen estudiandolas ventajas terapéuticas de las técnicaspropuestas por Tesla. Másrecientemente, en la década de 1980, laAmerican Association for theAdvancement of Science anuncióresultados muy prometedores en cuanto

a la estimulación electromagnética decélulas para la regeneración demiembros amputados. Estudios dediferentes universidades, por otra parte,sostienen que los impulsos eléctricosson mucho más efectivos que lacorriente continua para curar lasfracturas.

Como ocurre con tantos de losinventos de Tesla, a estas alturas, loseruditos todavía desconocen el alcancereal de sus posibles aplicaciones y, enalgunos casos, ni siquiera susimplicaciones teóricas.

XXVICORCHOS A LA DERIVA

George Sylvester Viereck era uninmigrante de origen alemán,descendiente de una rama bastarda de lacasa de Hohenzollern. Asentado enEstados Unidos desde joven, habíairrumpido en los medios artísticos de supaís de acogida con una poesía deprecoz brillantez, y se convirtióenseguida en un personaje controvertido

de la política y los medios decomunicación. La intelectualidad delmomento lo ensalzaba como un genio,pero sus entrevistas con las másdestacadas figuras del fascismorampante de la época sacaron a la luz sudebilidad por las dictaduras de esesigno en detrimento de su reputacióncomo poeta, lo mismo que le ocurriría aEzra Pound años después. Enrocado entales ideas, durante la Segunda GuerraMundial, fue encarcelado por repartirpropaganda nazi.

Con la escasa perspicacia políticaque lo caracterizaba, Tesla se hizoamigo suyo; durante el periodo de

entreguerras, mantuvieroncorrespondencia y se vieron en NuevaYork. Viereck escribió varios artículosmuy lúcidos sobre Tesla, y amboscompartieron los poemas que escribían.La sutil reivindicación de la realeza y eltalento literario del alemán debieron deimpresionar favorablemente al inventor,quien lo eligió como destinatario yconfidente de una parte muy reveladorade su correspondencia.

El único ejemplo que nos queda dela poesía de Tesla es el titulado“Fragmentos de comadreos olímpicos”,que, con su peculiar caligrafía, dedicó aViereck, “amigo e incomparable poeta”,

el 31 de diciembre de 1934. Tesla teníasetenta y ocho años entonces. El poemacomenzaba: “Con mi teléfono cósmicoestaba a la escucha, cuando del Olimpocapté algunas paparruchas”, lo que dauna idea bastante cabal de su excelenciacomo poeta: se trataba de una obradeslavazada, no exenta de humor,salpicada de frases ingeniosas enocasiones.

El 7 de abril, Tesla le escribió parainsistirle en que, si no quería echar aperder su prodigioso cerebro, dejase detomar aquel “veneno” de tintura de opio.Por lo visto, Viereck también trataba desolventar algunas dificultades

financieras, porque Tesla añadía: “Esmuy lamentable que el más grande poetadel país no reciba mejor trato que esteesforzado inventor. ¿Qué le parece laidea de escribir un artículo sobreespiritismo? Podría referirse a aquellaexperiencia mía que le conté por carta.Tan fanáticos son esos espiritistas queno dudarán en afirmar que recibí elmensaje correctamente, pero que medejé llevar por mis groseros prejuiciosmaterialistas…”.[368]

A modo de posdata añadía que a talpunto llegaba su admiración por el poetaque hasta su caligrafía empezaba aparecerse a la de Viereck.

En diciembre, le escribió una larga ysorprendente carta a Viereck en la que lenarraba la muerte de su hermano Daniely el fallecimiento de su madre, ambossucesos muy lejanos en el tiempo; unamisiva en la que trataba de explicar laspremoniciones que había tenido, yatribuía su aflicción a un episodio deamnesia parcial. La epístola estabaredactada como si la hubiera escrito enmomentos muy distintos y según el estilode las diferentes épocas que recorría,con algunos errores de bulto como laedad de Daniel cuando murió o la fechaen que su madre había fallecido. Todoparece apuntar a que Tesla refería

ensoñaciones más que realidades.Mencionaba periodos de

concentración obsesiva que le habíanllevado a imaginar que padecía detrombosis o que sufría atrofia cerebral, ycómo había luchado por quitarse de lacabeza

aquellas antiguas imágenes que,como corchos a la deriva, volvíana salir a flote una y otra vez. Trasdías, semanas y meses de muyintensa reflexión, conseguí abrir unhueco en mi mente para nuevascuestiones que me absorbieron porcompleto, olvidándome de todo lo

demás. Cuando alcancé ese estado,pensé que casi había conseguido mipropósito. Mis ideas son siempreracionales, porque soy un receptorexcepcional o, en otras palabras, unvidente. Sea como fuere, me sentíencantado de haber salido con biende aquella situación, porque no hayduda de que un esfuerzo mental tandesmedido entraña un grave peligropara la supervivencia.[369]

Los escritos de Viereck, no tanto sucorrespondencia como la obrapublicada, nos ofrecen una interesanteperspectiva de por dónde discurría el

pensamiento de Tesla en aquella época.En un artículo escrito para una revista en1935, titulado “A Machine to End War”(Un ingenio para acabar con la guerra),Viereck ofrecía un resumen de cómo seimaginaba Tesla el mundo en los años2035 y 2100.

“El género humano en su conjunto secomporta como una masa empujada poruna fuerza, de modo que las leyesgenerales de la mecánica que rige elmovimiento son aplicables a lahumanidad”, apuntaba el inventor.[370]

Tres eran, según él, los capítulos enlos que habría que aplicarse paraacelerar el progreso de la especie. En

primer lugar, una mejora de lascondiciones de vida, salud, eugenesia,etcétera; en segundo término, unadisminución de las fuerzas intelectualesque impiden el progreso, como laignorancia, la locura o el fanatismoreligioso; y por último, el uso conjuntode fuentes tan universales de energíacomo el sol, los océanos, el viento y lasmareas.

Su concepción mecanicista de lavida, según afirmaba, se asentaba en

‘las enseñanzas de Buda y elSermón de la Montaña’. Se referíaal universo como “un mecanismo

sencillo y gigantesco, que nuncallegará a completarse y jamástendrá fin”. El ser humano noescapa a este orden natural de lascosas. Todo lo que incide ennuestra mente o determina nuestrasacciones constituye una respuesta,directa o indirecta, a estímulosexternos que percibimos a travésde nuestros órganos sensoriales.Dada la similitud de nuestrosconceptos y la semejanza delentorno en que nos movemos, lasrespuestas que ofrecemos frente aestímulos similares son tambiénanálogas, y ese acervo común de

reacciones es lo que llamamosconocimiento. A lo largo de lostiempos, hemos desarrolladomecanismos de infinitacomplejidad, pero aquello a lo quenos referimos como ‘alma’ o‘espíritu’ no es sino la integraciónde todas las funciones de nuestroorganismo, de forma que cuandotales tocan a su fin, ‘alma’ o‘espíritu’ tambiéndesaparecen.[371]

Tesla aseguraba que éstas eran susopiniones desde siempre, mucho antesincluso que los conductistas,

encabezados por Pavlov, en Rusia, yWatson, en los Estados Unidos; altiempo, sostenía que semejante visiónmecanicista no era contradictoria conotras dimensiones éticas o religiosas dela vida. De hecho, se atrevía a aventurarque los cimientos de la religión queprofesaría el género humano en 2100 seasentarían en los principiosfundamentales del budismo y delcristianismo.

La eugenesia sería una prácticahabitual para entonces. La supervivenciade los mejores en adversascircunstancias “bastaría para erradicarlas deformidades menos deseables

porque, para entonces —razonaba Tesla—, un nuevo sentimiento humanitario,capaz de contrarrestar la despiadadaactuación de la naturaleza, habríaanidado en el hombre”, y los menosaptos seguirían con vida. “El únicométodo compatible con nuestras actualesnociones de civilización y especie pasapor evitar la proliferación de los menosaptos mediante la esterilización o eldesarrollo controlado del instinto deapareamiento. En varios países deEuropa, así como en algunos Estados dela Unión, ya se esteriliza a criminales ya dementes”.

Nadie sabría decir con certeza qué

parte de esta implacable doctrina sedebe a la senilidad de Tesla y cuántoresponde a las ideas de Viereck. Fuerecomo fuere, el caso es que elresponsable de tales propuestas no eraajeno a los tiempos que le había tocadovivir. “Pero eso no basta —añadíaTesla—; la opinión preponderante entrelos partidarios de la eugenesia es quehabría que poner más trabas almatrimonio. Desde luego, nadie que nofuera un progenitor adecuado deberíaprocrear. Dentro de un siglo, unapersona normal no tendrá la posibilidadde aparearse con una persona no apta ode casarse con un delincuente habitual”.

En 2035, los ministerios de Sanidad ode Cultura Física serían puestos másimportantes que el ministerio deDefensa.

Con ecos que nos recuerdan al Teslareal, el otro Tesla imagina un mundo endonde la contaminación del agua seríainimaginable, en que la producción decereales sería la correcta para dar decomer a las millonarias legiones defamélicos de India o de China, en dondela reforestación se llevaría a cabo deforma programada, igual que elaprovechamiento científico de losrecursos naturales, hasta poner fin a losdevastadores incendios forestales, las

sequías o las inundaciones. Porsupuesto, el transporte sin cables y alarga distancia de la energía eléctrica deorigen hidráulico acabaría con lanecesidad de recurrir a otroscombustibles.

Las naciones civilizadas del sigloXXI dedicarían a la educación la mayorparte del presupuesto, y muy poco en ladefensa. Durante una época pensó quesólo a fuerza de idear armas másdestructivas podría acabarse con lasguerras. “Pero llegué a la conclusión deque estaba equivocado. Subestimé elinstinto agresivo del ser humano, quetardaremos más de un siglo en eliminar

[…] Las guerras concluirán no por ladecadencia de las naciones más fuertes,sino el día en que consigamos que todaslas naciones, débiles o fuertes, seancapaces de defenderse por símismas”.[372]

Llegado a este punto, se refería a un“nuevo descubrimiento que permitiríaque cualquier país, pequeño o grande,fuese inexpugnable frente a ejércitos,aviones y otros ataques enemigos”. Coneste fin, tendrían que disponer de unacolosal central generadora que, una vezen funcionamiento, permitiría “destruirtodo, hombres o máquinas, dentro de unradio de cuatrocientos kilómetros. Sería

como dotar a esas naciones de un muroenergético que actuaría como obstáculoinsuperable frente a cualquier agresión”.

Puntualizaba, en cualquier caso, quesu invento nada tenía que ver con unrayo mortífero; con la distancia, losrayos tienden a desdibujarse. “Miingenio lo mismo proyecta partículasrelativamente grandes quemicroscópicas, lo que nos permiteconcentrar en un punto preciso situado agran distancia hasta billones de vecesmás energía que la que puedan llevarotros haces: miles de caballos de fuerzapodrán transmitirse por un corredor delgrosor de un cabello, que será imposible

detener. Tan extraordinariacaracterística permitirá, entre otrascosas, alcanzar resultados en televisióncomo nunca antes habíamos soñado,puesto que no habrá prácticamentelímites a la intensidad de la luz, eltamaño de la imagen o la distancia deproyección”.[373]

No se trataba de radiación, sino deun haz de partículas cargadas. Casimedio siglo después, las dos nacionesmás poderosas del mundo estabanmetidas de lleno en una carrera paraperfeccionar este tipo de armas.

Del mismo modo, Tesla predijo quelos transatlánticos serían capaces de

cruzar el océano a gran velocidad,gracias al “envío de una corriente dealta tensión desde centrales situadas enla costa hasta barcos en alta mar, através de las capas más altas de laatmósfera”. En este contexto,mencionaba asimismo una de lasprimeras ideas que había concebido:que tales corrientes, a través de laestratosfera, bastarían para iluminar elcielo convirtiendo la noche en día hastacierto punto. En su proyecto, figuraba lainstalación de centrales generadoras deenergía en enclaves intermedios, comolas Azores o las Bermudas.

Las convulsiones políticas quesacudían Europa a mediados de ladécada de 1930 no hicieron unaexcepción con Yugoslavia. El monarcaserbio, el rey Alejandro, que habíaimpuesto una dictadura tras unaintentona separatista por parte deCroacia, fue asesinado en Marsella, en1934, por un terrorista croata.

Sin dudarlo un instante, Tesla dirigióuna carta a The New York Timesreivindicando la figura del rey “mártir”.En un intento por restar importancia alas diferencias históricas que separabana serbios y croatas, describía al reyAlejandro como “una figura heroica, de

talla comparable a la de Washington yLincoln entre los yugoslavos […], unprudente patriota que ha sufrido elmartirio”.[374] Lo cierto es que loseslavos nunca habían constituido unanación hasta que el rey Alejandro lesforzó a hacerlo. Sería precisa laaparición de otro hombre fuerte (Tito)para cementar la unión.

A Alejandro le sucedió su hijo, eljoven rey Pedro II, con el príncipe Pablocomo regente. En consecuencia, Teslatraspasó su lealtad al monarca niño que,tendría que crecer antes de tiempo y enun mundo crispado.

Mientras, Franklin Delano Roosevelt

había resultado elegido presidente deEstados Unidos. Tras proclamar un NewDeal y convocar sesionesextraordinarias del Congreso (losfamosos “cien días”), en muy pocotiempo consiguió la aprobación de unalegislación social mucho másconsistente que la que estaba en vigor,lo que le granjeó las iras de suscontrincantes políticos, que lo acusaronde tratar de “meter en vereda” alTribunal Supremo. Tesla se contabaentre quienes, tras haberle votado, seinquietaban ante la deriva socialista queseguía Roosevelt.

El inventor parecía más obsesionado

que nunca con su enigmática y novedosaarma defensiva. En una conmovedorapetición de recursos a J. P. Morgan, ledecía:

Los dirigibles han desmoralizadoal mundo entero, hasta el punto deque en algunas ciudades, comoParís o Londres, los ciudadanosestán aterrados ante la posibilidadde un bombardeo desde el aire.Con el invento que estoyperfeccionando queda garantizadauna protección absoluta contra éstay otras posibles formas deataque…

Los experimentos que hellevado a cabo, a escala limitada,han causado profunda impresión.Como uno de los problemas másacuciantes pasa por protegerLondres, he pensado en escribir aalgunos amigos inglesesinfluyentes, con la esperanza de quemis proyectos les parezcanconvincentes. Por otra parte, losrusos están preocupados porreforzar sus fronteras contra lainvasión japonesa; en este sentido,les he trasladado una propuesta queestán considerando seriamente.

Gracias a la introducción de mi

sistema de corriente alterna —continuaba—, cuento con muchosadmiradores en ese país… Haceaños y hasta en dos ocasionesconsecutivas, Lenin me hizotentadoras ofertas para trasladarmea Rusia, pero no podía renunciar[…] a mi trabajo.[375]

Tesla añadía que no tenía palabraspara expresar cómo añoraba disponer deun laboratorio y tener la oportunidad desaldar con el heredero la deuda quehabía contraído con su padre.

Ya no soy el soñador de antaño,

sino un hombre que, tras vivirmuchas y amargas experiencias, haaprendido a ser práctico. Sidispusiera de veinticinco mildólares, lo que necesito para llevara cabo algunas demostraciones másque convincentes, en poco tiempome labraría una considerablefortuna. ¿Se atrevería usted aadelantarme dicha suma si yo mecomprometiera a cederle estosinventos?

La carta concluía con un ataque alprograma de Roosevelt, traído a cuentosin duda para ablandar a Morgan:

El ‘New Deal’ es un boceto delmovimiento perpetuo, algoinalcanzable, que nunca funcionará,que sólo gracias a la incesanteaportación de caudales públicosproduce la ilusión de que sirve. Lamayoría de sus medidas no son sinopuro electoralismo, algunas inclusonocivas para industrias bienasentadas y, desde luego,claramente socialistas. El siguientepaso será la redistribución de lariqueza mediante un aumento de lafiscalidad, cuando no laexpropiación…[376]

Morgan, que bastante tenía concapear los problemas de la Depresión,estuvo a punto de morder el anzuelo.Para alguien que, como él, carecía depreparación científica, eraprácticamente imposible discernir si loque decía el inventor era cierto o unalocura.

Aquella primavera, Tesla se habíadirigido a la Westinghouse con unaoferta similar de su “haz de partículas”,a la que el vicepresidente de lacompañía, S. M. Kintner, le habíarespondido diciendo que había habladocon uno de los mejores investigadoresde la empresa de “su genérica propuesta

de conseguir unos rayos como los queusted menciona”. El científico sondeadono había ocultado su escepticismo,“hasta el punto de que estoy dudando siproponerle al señor Merrick su peticiónde que le adelantemos seis meses desalario para cumplimentar lassolicitudes de patentes”.[377]

Aunque no deja de ser tentadora laidea de aplicar a Tesla aquello de quenadie es profeta en su tierra, es muyprobable que al investigador en cuestiónno le faltase razón en lo que al “haz departículas” se refiere. Tesla eraperfectamente capaz de dejar elproyecto a medias, como ocurriera

durante sus incursiones en el terreno dela metalurgia (en parte, por losresultados poco satisfactorios en cuantoa la obtención de los metales adecuadospara su turbina).

También ideó un procedimiento paraextraer el gas del cobre (logrando ladesaparición de las burbujas paraobtener un metal de mejor calidad) en elque se mostró interesada la AmericanSmelting and Refining Company(ASARCO). El doctor Albert J. Phillips,director entonces del departamentocentral de investigación de la empresa,recuerda cómo transcurrían susreuniones con Tesla para hablar del

proyecto. En plena Depresión, a bordode una espléndida limusina conconductor, se acercaba a loslaboratorios de la compañía, en PerthAmboy, desde el hotel McAlpin deNueva York, donde residía. Solía irataviado con levita, pantalones grises demil rayas, botines también grises y unbastón con empuñadura de oro.

El doctor Tesla era un caballeromuy distinguido, a quien yoapreciaba mucho —me explicabael doctor Phillips—. Era,probablemente, el más importanteteórico de la electricidad en

aquella época. Pero no era unentendido en cuestionesmetalúrgicas, y no se daba cuentade que aún le quedaba mucho poraprender en ese terreno. En el casodel cobre, sus experimentosestaban mal planteados yconcluyeron en un rotundo fracaso.Sin embargo, aprendí mucho de élen aquella época y conservo gratosrecuerdos de su trato comopersona.[378]

La idea del inventor era que lasburbujas de gas dispersas en un líquidoestaban sometidas a presiones mucho

más elevadas que las que se solíanestimar, y pensaba que si talesembolsamientos de aire o de nitrógenoeran lo bastante pequeños tendrían lamisma densidad que el cobre en estadolíquido. Llegó a la fábrica con esquemasdetallados del aparato que pensabafabricar para demostrar la validez de suteoría.

De entrada, le dije —recuerda eldoctor Phillips— que el aparatoque con tanto esmero habíaesbozado no serviría para fundir elcobre y que probablemente nopermitiría el bombardeo del cobre

líquido en condiciones de vacíopara eliminar las hipotéticasburbujas que pudiera contener.Asimismo, le expliqué que estabamás que demostrado que muchas deesas hipotéticas burbujas de gasdesaparecerían del metal una vezfundido.

De modo científico y amistoso,ambos defendieron sus diferentes puntosde vista; “A pesar de mis objeciones,[Tesla] se mantenía inflexible en supostura…”. De modo que fabricaron elaparato tal y como éste lo habíapensado, y los resultados coincidieron

con los anticipados por el investigadorjefe. Por fin, vertieron el cobre líquido,que habían fundido en otro lugar, en elaparato, y sometieron la colada acondiciones de alto vacío y bombardeocontra un objetivo de Lava antes de que,por el extremo inferior del aparato,fuera a parar a una cubeta.

“Al final, obtuvimos varias muestrasde cobre salidas de aquel artefacto —recuerda Phillips— que, en lugar de sermás densas, contenían más burbujas degas y que en modo alguno diferían delcobre obtenido sin aplicar elprocedimiento propuesto por Tesla”.

Tras comprobarse que había

superado con creces el presupuestoasignado, los experimentos quedaroninterrumpidos. Según recuerda el doctorPhillips, ASARCO había aprobado unapartida de veinticinco mil dólares paratan arriesgada empresa (“una cantidadmuy importante para la época, 1933, ynada fácil de reunir”) y había aprobadouna ampliación de fondos por unmontante similar.[379]

De aquella temporada, el doctorPhillips recuerda un curioso detalle: queTesla le mostró “una fotografía de uncheque anulado por un millón dedólares, si la memoria no me falla, quehabía recibido de la Westinghouse

Electric Company por una de suspatentes o inventos”. Como no hayconstancia en ningún otro sitio de talcheque, el misterio del pago por laspatentes de su sistema de corrientealterna sigue sin resolver.

Realizando trabajos de consultoríade vez en cuando, Tesla se las compusopara salir adelante durante la Depresión,prestando incluso pequeñas sumas aalgunos amigos que lo estaban pasandomal. En un momento de apuro, recurrió ala Westinghouse que, en recuerdo de losviejos tiempos, le proporcionó unsalario de ciento veinticinco dólares almes durante una breve temporada. En

otra ocasión, le pidió ayuda a RobertJohnson, que se la prestó “en aquelmomento de estrechez”. Desde Stock-bridge, Massachusetts, Johnson le decíaen una carta: “Tengo en el banco cientosetenta y ocho dólares, así que le envíocien. Confío en que sea suficiente. ¡QueDios le bendiga!”.

AI cabo de un tiempo, Johnson cayóenfermo. Con su recién estrenadacaligrafía “de anciano”, le escribía: “Yave, a los ochenta y tres acabo de verpublicado mi libro Your Hall of Fame…No viviré para ver cómo descubren subusto en ese lugar […] pero, no le quepaduda: de un modo u otro, estaré

presente, mi querido y gran amigo […].Mi corazón sigue a su lado, recordandocon cariño cada día de todos estos añosde mutua amistad […]. Me dicen que mevoy restableciendo, pero que larecuperación será lenta…”.[380]

No fue lenta, aunque sí sólotemporal; mejoró lo suficiente paraenviarle una invitación a Tesla en eltono festivo al que recurría en los viejostiempos:

En su honor, mañana, las señoraslucirán sus preciosas galas y loscaballeros irán de etiqueta. Ennombre de las damas, ¡le

recomiendo que corra a acicalarsepara la ocasión! Están deseandoverlo más elegante que nunca…

Suyo siempre, con el cariño deotros y mejores tiempos,

Luka J. FILIPOV[381]

Fue Tesla quien cayó enfermoentonces. Escuálido y macilento, apenassalía del hotel, sobreviviendo a base deleche y galletitas saladas de Nabisco.Colocados por orden y claramentenumerados, relucientes envases vacíosde esas galletitas en cuestión atestabanlas estanterías de su cuarto; los utilizabapara guardar todo tipo de cosas, como

descubrió Swezey durante sus frecuentesvisitas, alarmado ante el deterioro físicoque observaba en el inventor.

Johnson le envió una carta: “¡QueDios le bendiga y le ayude, queridoTesla, y haga que se recupere pronto!Permítanos que vayamos a verlo. Agnesle sería de gran ayuda. Basta con quenos llame por teléfono. Hágalo enrecuerdo de la señora Johnson…”.[382]El propio Johnson había sufrido unarecaída, y comprendió que ya no lequedaba mucho tiempo. “No nos quedanmuchos años por delante —le escribióentonces—. Aparte de los Hobson ynosotros, no tiene usted tantos amigos

dispuestos a cuidarlo. Deje que Agnesvaya a verlo, aunque yo no pueda. Nohacerme caso sería suicida, queridoNikola”.[383] Al poco, el inventor seencontraba mejor.

En 1937, Tesla hubo desobreponerse a tristes pérdidas. Hobson,su leal amigo durante tantos años, muriórepentinamente el 16 de marzo, a lossesenta y seis años.

El 14 de octubre, una recaída sellevó por delante a Robert Johnson.

Poco después, una noche fría, Teslasalió del hotel New Yorker en uno desus habituales paseos para dar de comera las palomas. A dos manzanas del

hotel, lo atropello un taxi, y quedótendido en la calle. Tras rechazar que loatendiese un médico, pidió que lollevasen a su habitación.

Aún conmocionado, llamó porteléfono a un mensajero de PostalTelegraph, William Kerrigan, parapedirle que diese de comer a laspalomas en su lugar. Durante los seismeses siguientes, no pasó un solo día sinque Kerrigan cumpliese el encargo,atendiendo a las palomas de la catedralde San Patricio y del parque Bryant.

Tesla se había roto tres costillas yhabía sufrido una lesión de columna, alo que vinieron a sumarse las

complicaciones de una neumonía, que lomantuvo en cama hasta la primavera delaño siguiente. Aunque se recuperó, apartir de ese momento su salud se tornócada vez más endeble, y padecióalgunos episodios de demencia.[384]

Por antiguos amigos de laWestinghouse Company, se enteró deque el Instituto Tesla, fundado dos añosantes en Belgrado, recopilabainformación sobre sus primerosinventos. Tesla consintió en entregarlesla foto tomada junto a su motor decorriente alterna de fase partida para ellaboratorio que estaban preparando allíen su honor.[385]

Con este propósito, el Gobiernoyugoslavo y algunos ciudadanos eslavosa título individual habían suscrito uncompromiso que le garantizaba a Teslael cobro de un salario de siete mildoscientos dólares anuales. Gracias asus compatriotas, “el inventor másgenial de todos los tiempos” no se vioabandonado en los últimos años de suexistencia.

XXVIICOMUNIÓN CÓSMICA

“Se cuentan cosas muy extrañas sobreél —decía Agnes J. Holden, hija deRobert y Katharine Johnson—. No estábien juzgar a un hombre de más deochenta años por las locuras que puedacometer a tan avanzada edad. Recuerdoa Tesla cuando tenía treinta y cincoaños: era un hombre joven, alegre y muydivertido”.

Cumplidos los ochenta, el inventorseguía disfrutando de la vida, y aúnencontraba tiempo para dar algunosretoques a su trascendental declaraciónsobre el universo. Esperaba conemoción sus cumpleaños y lospreparaba minuciosamente, con mesesde antelación, inventando titularesllamativos para sus amigos de la prensa.Cada aniversario le ofrecía una nuevaoportunidad de rebatir las teorías deEinstein, de defender los postulados deNewton y de ofrecer un adelanto de susteorías sobre el cosmos, a las que tantotiempo había dedicado.

La declaración de diez páginas que

preparó sobre este tema con motivo desu octogésimo aniversario, en 1936,nunca llegó a publicarse íntegramente.Pero ese texto, igual que sendas cartasque envió a The New York Times,suscitó un acalorado debate entre losfísicos más eminentes del momentosobre la naturaleza de los rayoscósmicos.[386]

En más de una ocasión, hacía alusióna su propia teoría dinámica de lagravedad que, según él, ofrecería unaexplicación “tan plausible y satisfactoriade la trayectoria de los cuerpos celestes,que echaría por tierra vanasespeculaciones y conceptos erróneos,

como la curvatura del espacio”. Sinembargo, ni siquiera en su importanteescrito sobre astrofísica y mecánica delos cuerpos celestes aclaró en quéconsistía su teoría de la gravedad.

La curvatura del espacio, aseguraba,era del todo imposible, puesto que en suseno se producen acciones y reacciones,de forma que una curva se veríacompensada por una recta. No eraposible dar una explicación del universosin reconocer la existencia del éter y lafunción indispensable que éstedesempeña. A pesar de la revoluciónprovocada por Einstein, seguíaconvencido de que “la materia no

contiene más energía que la que procedede su entorno”, principio que había deaplicarse rigurosamente tanto amoléculas y átomos como a loscolosales cuerpos celestes.

En resumen, estaba muy equivocado.Con motivo de la celebración de su

octogésimo cumpleaños, se refirió aotros inventos relacionados con lacomunicación interestelar y latransmisión de energía:

Confío en presentar al Instituto deFrancia una detallada descripciónde aparatos, con cálculos y datosprecisos, y presentar al premio

Pierre Guzman, dotado con cien milfrancos, los instrumentos que nospermitirán ponernos encomunicación con otros mundos.Estoy seguro de que me loconcederán —afirmó, muyconvencido—. Comocomprenderán, la dotacióneconómica es lo de menos, peroestaría casi dispuesto a dar la vidapor ser el primero en llevar a cabosemejante milagro.[387]

Años después, no obstante, elInstituto de Francia negaba haberrecibido documento alguno de parte de

Tesla. De hecho, el premio Guzmansigue a la espera de dar con undestinatario que se lo merezca.

Desde un punto de vista práctico —continuaba Tesla—, mi másreciente invento consiste en unnuevo tubo que dispone de unmecanismo en su interior. Ya en1896, había construido un tubo dealta capacidad, que funcionócorrectamente con potencialessuperiores a los cuatro millones devoltios […]. Algo más adelante,conseguí potenciales de hastadieciocho millones de voltios,

haciendo frente a dificultades detoda índole, lo que me llevó apensar que era imprescindible darcon una nueva forma de tubo queme permitiera culminar con éxitodeterminadas ideas que merondaban por la cabeza, tarea queresultó mucho más difícil de lo quehabía imaginado, no en cuanto a lafabricación del tubo, sino enconseguir que funcionase. Duranteaños, pasito a paso, sólo di palosde ciego […], hasta que loconseguí. Fabriqué un tubo quenadie sería capaz de mejorar. Mássencillo no puede ser: resistente al

deterioro, funciona con cualquierpotencial por alto que sea […]Capaz de soportar altas corrientes,de transformar cualquier cantidadde energía para aplicacionescotidianas, muy fácil de controlar yregular; gracias a mi invento,confío en obtener resultados […]inimaginables hasta ahora. Como,por ejemplo, producir alternativasal radio, asequibles y en lacantidad deseada, mucho máseficientes para el bombardeo deátomos y la transmutación de lamateria.

En cualquier caso, procuró dejarmuy claro que no buscaba una posibleutilización de la energía atómica, puestoque, a partir de sus investigaciones,había llegado a la conclusión de que talenergía no existía.[388]

No ocultó su enojo por que algunosperiódicos hubieran anunciado queestaba dispuesto a ofrecer unadescripción completa de suincomparable tubo, cosa que no eraposible.

“He contraído ciertas obligacionespara algunas aplicaciones cruciales deese tubo —explicaba—, y no estoy encondiciones de presentarlo en estos

momentos. Tan pronto como me vealiberado de esos compromisos, enviaréuna descripción técnica del aparato y desus componentes a las institucionescientíficas”.

Pero nunca cumplimentó solicitudalguna de patente ni mostró un prototipo.

El segundo descubrimiento que teníapensado anunciar durante la celebraciónconsistía “en un nuevo método y aparatopara la obtención de un vacío muysuperior al hasta entonces conseguido, asaber, hasta de una milmillonésima demiera. Gracias a un vacío de estascaracterísticas […] podremos obtenerefectos mucho más intensos que los

actuales en válvulas electrónicas”.[389]Hubo un momento de silencio,

mientras servían el vino a los invitadosy los presentes alzaban las copas. Acontinuación, el anciano les explicó lasrazones que le llevaban a no estar deacuerdo con los conceptos al uso parareferirse al electrón. En su opinión,cuando un electrón se desprendía de unelectrodo sometido a un elevadopotencial eléctrico y a un altísimo vacío,era portador de una carga electrostáticavarias veces superior a la normal.

“Esto, sin duda, no dejará desorprender a quienes piensan que lacarga de dicha partícula es idéntica en el

tubo que al aire libre —añadió—. Unmaravilloso e instructivo experimentome llevó a la convicción de que lascosas no son así porque, en cuanto lapartícula entra en contacto con laatmósfera, se convierte en una relucientechispa debido al exceso de carga quedesprende…”.[390]

Tesla podía haber dado con algo.Muchas décadas después, aún nosabemos con certeza cuál sea la cargaeléctrica del electrón. Los físicos llevanaños tratando de calcular la carga de laspartículas subatómicas y de otras másgrandes. A pesar de los confusosresultados obtenidos, nadie, aparte de

Tesla, se atrevió a sugerir que pudieraexistir una carga eléctrica diferente de laque se atribuye al electrón, o de susmúltiplos correspondientes; nadie hastaque, en 1977, tres físicosnorteamericanos informaron que “habíancomprobado la existencia de cargaseléctricas fraccionarias”.

De confirmarse, este descubrimiento“debería figurar como uno de los mássonados avances de la física de éste ode cualquier otro siglo”, informabaScience News.[391] Si algo tienen quever con tan esotérico misterio lassubpartículas conocidas como “quarkssueltos”, el hecho demostraría que

constituyen el fundamento esencial de lamateria. Aunque Tesla no era capaz dedistinguir un quark de un gluón y carecíade los avanzados medios con quecuentan los científicos contemporáneos,disponía de lo que Hobson, en ciertaocasión, describiera como “intuicióncósmica”.

La fiesta de celebración delsiguiente cumpleaños fue una repeticiónde la del año precedente, con lapresentación de los mismos inventos,pero su figura adquirió una mayorproyección internacional.

En nombre del joven rey Pedro II,por un decreto firmado por el regente

Pablo, su viejo amigo el embajadorKonstantin Fotić le impuso la GranOrden del Águila Blanca, la más altacondecoración yugoslava. Por no sermenos, el ministro encargado denegocios de Checoslovaquia, en nombredel presidente Eduard Benes, le impusola Gran Orden del León Blanco, ademásde hacerle entrega del doctoradohonorífico que le había concedido laUniversidad de Praga.

Durante la ceremonia, losperiodistas le pidieron con insistenciauna explicación sobre aquello de quehabía perfeccionado un sistema quepermitía la comunicación

interplanetaria. Pero, una vez más, elinventor se escudó en su propósito dehacerse acreedor del premio PierreGuzman.

Según él, su invento “funcionaba a laperfección”:

“Nadie más convencido que yo deque estoy en condiciones de transmitirenergía a más de mil kilómetros dedistancia, lo mismo que a millones dekilómetros”, respondió, para añadir quese trataba de “una energía distinta” deaquélla a la que se refería en el pasado,una energía que discurre por un canal demenos de media millonésima decentímetro.[392]

“Sin duda” había vida en otrosplanetas. Uno de los asuntos que más lepreocupaban, decía, era causar algúndesastre en otros planetas por culpa de“aquella cabeza de alfiler que habíaideado, portadora de tan increíblecantidad de energía”, pero confiaba enque los astrónomos le ayudasen aresolver el dilema.

Según él, ese punto de energía podíaapuntar con facilidad a la Luna, deforma que los habitantes de la Tierrapudiesen observar “cómo la materiasaltaba y se volatilizaba” enconsecuencia. Llegó a aventurar que lasmentes más avanzadas de los pobladores

de otros planetas pudiesen confundir suhaz de energía con alguna variante derayo cósmico.

Una vez más, se refirió a su tuboelectrónico capaz de desintegrar átomosy producir radio a precios asequibles.“Lo he fabricado, probado y utilizado.Pero habrá que esperar un poco antes deque lo presente”.

¿Se trataba sólo de los desvaríos deun anciano apegado a sus sueños dejuventud? El mundo académico no ledaba ningún crédito, pero losdivulgadores científicos, como decostumbre, se lo tomaron en serio. Elmundo se hallaba al borde de un

conflicto generalizado. William L.Laurence, de The New York Times,sondeó a Tesla en 1940 acerca de laposibilidad de erigir una “murallachina” con su “telefuerza” de desintegraraviones a quinientos kilómetros, paraproteger los Estados Unidos. Élaseguraba que, si dispusiera de dosmillones de dólares para construir uncentro emisor (¿sería esto a lo que serefería con aquel comentario sobre el“ilimitado” mercado del acero?), podríatenerlo listo en un plazo de tres meses.Laurence concluía su artículosolicitando al Gobierno que no pasarapor alto el ofrecimiento. Como de

costumbre, el ministerio de Defensa nisiquiera se puso en contacto con elinventor.

Según Tesla, esa telefuerza recurríaa cuatro nuevos inventos, dos de loscuales ya habían sido probados: 1, unprocedimiento para producir rayos alaire libre, no en el vacío; 2, unprocedimiento para producir “unaenorme fuerza eléctrica”; 3, unprocedimiento para amplificar dichafuerza, y 4, un nuevo procedimiento paraconseguir “una tremenda fuerza eléctricapropulsora”.[393]

Durante años, ninguno de losbiógrafos de Tesla encontró documento

alguno que demostrase la existencia denotas de trabajo sobre tales inventos.Las agencias de seguridadestadounidenses han negado siempre quetuvieran conocimiento de semejanteasunto, lo que no deja de ser curioso,puesto que uno de sus biógrafos,O'Neill, asegura que los agentesfederales se llevaron de su domiciliohasta papeles carentes de todaimportancia, y nunca se llegó adescubrir quién se los había quedado“prestados”.

Tanto O'Neill como (finalmente)Swezey llegaron a la conclusión de quelas conocidas como armas secretas de

Tesla no eran “sino fantasíasinsensatas”. En este sentido, O'Neillafirma: “Lo único de lo que yo estabaseguro era de que sus teorías, que nuncaexpuso con la suficiente claridad comopara emitir un juicio, eran del todoinviables”. Al mismo tiempo admitía,sin embargo, que nunca habían pasadopor sus manos los escritos nopublicados de Tesla, y que cada vez quehabía tratado de sonsacar al inventoréste se cerraba en banda, tanto máscuanto mayor empeño ponía el biógrafo.

Otro hecho sorprendente que merecela pena reseñar es que sus propuestassobre turbinas y aeroplanos

desaparecieron de los archivosfederales.

Una de las últimas distinciones querecibió el inventor le llegó cuandoestaba ya tan enfermo que no pudorecogerla en persona. En 1938, elInstituto para el Bienestar de losInmigrantes organizó una cena en suhonor en el hotel Biltmore. Su amigo eldoctor Rado fue el encargado de leer sudiscurso, en el que hacía un encendidoelogio de George Westinghouse, “unhombre con quien la humanidad hacontraído una impagable deuda de

gratitud”. Aun sin estar presente, Teslaaseguraba que le concederían el premioPierre Guzman por sus trabajos sobrecomunicación cósmica.

Pero sus últimos años no los dedicósólo a pensar en el espacio exterior, nitampoco sumido en reflexiones teóricas.Algunos de sus amigos intelectuales sequedaron muy sorprendidos, por nodecir avergonzados, cuando, con placerno disimulado, comenzó a codearse conhoscos y fornidos pugilistas de narizrota. Esta tardía fascinación por losboxeadores y el boxeo dejó más queestupefactos tanto a Swezey como aO'Neill.

“El cerebro cena con el músculo”:así rezaba un pie de foto de una agenciade prensa. Un Tesla visiblementeencantado compartía mesa con unosrisueños hermanos Zivic. “El doctorNicola Tesla, renombrado inventor, hadecidido poner fin el 18 de diciembre alos cinco años de reclusión que se habíaimpuesto invitando a cenar en la suiteque ocupa en el hotel New Yorker alcampeón de los pesos welter, FritzieZivic […] El doctor Tesla, muyaficionado al boxeo, ha asegurado queZivic ganará a Lew Jenkins en elcombate ordinario en que seenfrentarán…”. Hasta el incondicional

O'Neill, presente en una de aquellasfrancachelas, aseguraba que la afinidadpsíquica que percibió entre Tesla y loshermanos le había puesto la carne degallina. Otro escritor también presentecorroboraba esta impresión.

Aunque ajeno a los acontecimientosque se vivían en Europa, Tesla tambiénconoció en sus últimos años lossinsabores de la guerra. Las distincionesque le habían concedido Yugoslavia yChecoslovaquia habían sido postrerasmanifestaciones de dos países quedisfrutaban de sus últimas horas delibertad intelectual. Hitler no tardó eninvadir Austria. Sus exigencias de

autonomía para los alemanes que vivíanen los Sudetes provocaron una crisis delGobierno checoslovaco. Trascomprobar que Inglaterra, Francia eItalia cedían a la ocupación de eseterritorio por los alemanes, sin consultara su Gobierno siquiera, el presidenteEduard Benes presentó la dimisión de sucargo.

A continuación, Pablo, regente deYugoslavia, humilló a su país trasconcertar un compromiso con Hitler porel que los pueblos eslavos quedabanadscritos al Eje. Por una vez, todos losestamentos de la sociedad yugoslava —ejército, iglesia y campesinos, serbios,

croatas y eslovenos— se unieron en unacausa común. De resultas, los militaresserbios que estaban a favor de losAliados dieron un golpe de Estado ydestituyeron al príncipe Pablo, sentandoen el trono, el 28 de marzo de 1941, alrey Pedro II, de diecisiete años.

A Tesla le pareció bien que el hijode aquel Alejandro que tanto habíaadmirado fuese el nuevo rey. Susmejores amigos en las comunidadeseslavas de Nueva York y Washingtonpermanecieron fieles a la causa de laGran Serbia, gracias a los buenosoficios de la Embajada yugoslava, bajolos auspicios del embajador Fotic. En

aquella época, el único croata quefiguraba entre el personal de la legacióndiplomática era un joven asesor militar,Bogdan Raditsa. No tardó demasiado endejarse caer por Estados Unidos elsobrino de Tesla, Sava Kosanović,quien desempeñó un papel que preocupóy dejó perplejo al ya endeble ancianoque era su tío.

Los acontecimientos se sucedieroncon rapidez. El inventor, al tanto de lastensiones y cambiantes alianzas entre lapoblación eslava residente en losEstados Unidos, apenas fue conscientede cómo él, la más importante leyendaviviente para los yugoslavos, había sido

elegido por el destino como peón en elenfrentamiento ideológico entre el Este yOccidente.

XXVIIIMUERTE Y

TRANSFIGURACIÓN

El nuevo Gobierno del rey Pedro, confuerte respaldo popular, plantó cara alos alemanes y se negó a ratificar elcompromiso concluido entre Hitler y elpríncipe Pablo. Las represaliascomenzaron casi de inmediato.

El domingo de Ramos de 1941,trescientos bombarderos de la Luftwaffe

sobrevolaron Belgrado, la capitalyugoslava, escudriñaron la ciudad callepor calle y no dejaron piedra sobrepiedra. Al mediodía de aquella jornada,habían muerto veinticinco mil civiles;había heridos por todas partes. Lamayoría de los edificios públicos fueronarrasados, entre ellos el modernolaboratorio bautizado como InstitutoTesla.

Las fuerzas conjuntas de Alemania,Italia, Hungría y Bulgaria invadieron eldesdichado país. A los pocos días, elejército yugoslavo fue derrotado y, porrazones, de seguridad, el rey Pedro fuetrasladado a Inglaterra. Su Gobierno

permaneció en el exilio, en Londres,durante toda la Segunda GuerraMundial.

Con todo, eso no fue más que elcomienzo de la guerra en Yugoslavia.Habituados desde hacía un milenio asucesivas invasiones de su territorio, losyugoslavos resistieron. Lo que quedabadel Ejército y los grupos comunistas seecharon al monte, donde organizaron unaguerra de guerrillas contra el invasor.Los ancianos y niños que se habíanquedado en los pueblos indefensos eranlos encargados de atender lasnecesidades alimenticias de losguerrilleros, hombres y mujeres

armados.Nazis y fascistas tomaron

sangrientas represalias contra aquellosluchadores. Casi la mitad de loshabitantes de los pueblos pesqueros ylas abruptas riberas del Adriático fueronfusilados de forma sistemática.

Los estrategas ingleses yestadounidenses no tardaron en darsecuenta, sin embargo, de que no sólo laspotencias del Eje eran las responsablesde las víctimas yugoslavas, sino quediversos grupos enfrentados demonárquicos y comunistas trataban deganarse el apoyo de los Aliadosmatándose entre ellos, con bajas no

menos cuantiosas que las que causabanlas fuerzas invasoras.

El coronel Draza Mihailović, oficialdel Ejército serbio, era el cabecilla deun grupo que se llamaban a sí mismoslos Chetniks ("ejército patrióticoyugoslavo"), formado por monárquicosde origen serbio y bosnio. Muy cercanosal rey Pedro, llegaron a ser el principalmovimiento de resistencia en sueloeuropeo;[394] ellos fueron losdestinatarios de la efímera ayuda inicialofrecida por Inglaterra. El EjércitoNacional de Liberación, tambiénllamado de los partisanos, comandadopor Josip Broz, Tito, del Partido

Comunista, pronto se hizo con el controlde la situación.

Los estrategas aliados sabían pocode Tito. Se comentaba que habíaresultado herido en el campo de batallaen 1917 y que fue capturado por losrusos. Allí habría recibido lapreparación necesaria para convertirseen dirigente comunista. Durante laGuerra Civil española, fue enviado aFrancia con la misión de ayudar alGobierno legítimo de la República.

Siendo de origen croata y despuésde haber sufrido la cárcel nada másregresar a su país, Tito no tenía ningunarazón para defender la causa

monárquica. Una vez puesto en libertad,se convirtió en activista sindical,organizando una huelga de lostrabajadores del metal y poniendo loscimientos del movimiento sindicalista enYugoslavia. Su ascenso hasta ponerse alfrente de los partisanos durante laSegunda Guerra Mundial fue el normalde un líder nato, capaz de inspirarconfianza a los resistentes con una férreadisciplina. Ya tenía en mente, noobstante, la idea de que los puebloseslavos reconstruyesen juntos un paíslibre y unido, no sometido a monarquíasni potencias extranjeras.

El propósito de Tito era constituir

comités populares de liberación comoen Rusia, mientras que los Chetniks eranpartidarios de dar más poder a lasautoridades locales administrativas bajoel paraguas de la monarquía. Ambosgrupos acabaron con muchos italianos yalemanes pero, por desgracia, tambiénse mataban entre ellos.[395]

El profesor Bogdan Raditsa,[396]director entonces de los servicios deinformación de la Embajada deYugoslavia en Washington, aseguraba:“La situación llegó a ser realmentecomplicada cuando Yugoslavia cayó en1941; más aún cuando, a finales deaquel año, llegó a este país una misión

de la casa real yugoslava”. En estadelegación figuraban miembros delgabinete del rey Pedro, así como el Ban(gobernador) de Croacia, el doctor IvanŠubašić. Sava Kosanović, sobrino deTesla y militante del partidodemocrático, también formaba parte dela misión, como ministro del Gobiernoen el exilio.

“Tan pronto como Kosanović llegó aEstados Unidos —aseguraba el profesorRaditsa—, trató de alejar a Tesla de susposiciones pro serbias, y he de decirque consiguió su propósito. Tesla quenunca, ni de joven siquiera, se habíasentido identificado con la causa de los

partidarios de la Gran Serbia, siempresolía decir lo mismo: ‘Soy serbio, peromi patria es Croacia’”.[397]

El conflicto entre serbios y croatasdurante el exilio se recrudeció durantela guerra, obstaculizando la tarea de losdiplomáticos eslavos en Londres,Washington y Nueva York.

Aunque era serbio —recordabaRaditsa—, Kosanović se puso alfrente de quienes defendían launidad entre serbios y croatas, encontra de las opiniones de Fotić yotros serbios que formaban partede las misiones yugoslavas. No

dudó en utilizar a Tesla paradefender una política opuesta a lade los partidarios de una GranSerbia.

El propio Tesla […] ni siquierase daba mucha cuenta de lasprofundas diferencias queseparaban a serbios y croatas;como el científico anciano que era,se dejó guiar por la ingenuidad encuestiones políticas.

Raditsa también comentaba queTesla parecía feliz de tener al lado aalguien de su propia sangre en NuevaYork, y pronto empezó a pedirle consejo

para todo. En aquella época, el inventorrecibía unos quinientos dólares al mespor cuenta del gobierno monárquico.

Según Raditsa, muchas de lasproclamas de carácter político firmadaspor Tesla para consumo interno de lospueblos eslavos habían sido redactadaspor Kosanović.[398]

A finales de 1942, el centro deinteligencia yugoslavo abrió oficina enNueva York, en los locales que laembajada regia ocupaba en la QuintaAvenida. Kosanović y Raditsatrabajaron codo con codo, preparandoboletines informativos y otraspublicaciones. Pero su frágil

organización hizo aguas en cuanto serecibieron los primeros informes sobrela rivalidad que enfrentaba a Mihalovićy Tito.

Al decir de Raditsa,

Kosanović se unió a los partidariosde Tito y comenzó a difundir laidea de un movimiento nacional deliberación en pro de una nuevaYugoslavia. Disponía de todo eltiempo del mundo para convencer aTesla de que la monarquía estabaen retroceso en su país de origen yde que, de los rescoldos de laguerra civil, estaba naciendo una

nueva Yugoslavia. Como lamayoría de los serbios de Croaciase pusieron de parte de Tito,Kosanović convenció a su tío deque debía sumarse al movimientoal que serbios y croatas se unían enmasa. Por eso, creo que el mensajeque Tesla dirigió a serbios ycroatas fue redactado por el propioKosanović[399]

En las paredes del Museo Tesla enBelgrado aún puede leerse una copiagigantesca de las palabras quesupuestamente dirigió a los hombres queluchaban por su patria pocos meses

antes de morir. El vicepresidente deEstados Unidos, Henry A. Wallace,también contribuyó a su redacción. Encaracteres de imprenta se ven muchosañadidos y frases intercaladas por elpropio Tesla, con el estilo de unideólogo, algo que el inventor desdeluego no era:

Cuando acabe esta guerra […]surgirá un mundo nuevo, un mundoque hará justicia al enormesacrificio de vidas humanas que loha alumbrado. Un mundo […] en elque los fuertes no explotarán aldébil, y el mal no prevalecerá

sobre el bien; un mundo en el quelos pobres no sufran la humillaciónde la violencia ejercida porquienes más tienen, un mundo en elque los frutos de la mente, de laciencia y del arte se pondrán alservicio de la sociedad paraconstruir un lugar mejor y máshabitable, no para que unos pocosacumulen riquezas. Un nuevomundo en el que no habrá sereshumanos pisoteados y humillados.Un mundo de pueblos y hombreslibres, iguales en dignidad yderechos.

El nombre del inventor aparecía,asimismo, en otro mensaje, enviado a laAcademia Soviética de Ciencias el 12de octubre de 1941, en el que instaba aRusia, Gran Bretaña y Estados Unidos aunirse contra las potencias del Eje y aparticipar en la lucha revolucionaria quelibraba el pueblo yugoslavo. Este textono se reproduce en el Museo Tesla.Presumiblemente, la retórica rusa a laantigua usanza ha perdido mucho de suantiguo atractivo.

Kosanović llegó a presidir ladelegación yugoslava para asuntoseconómicos, que abogaba por constituiruna nueva federación eslava muy alejada

del centralismo monárquico establecidoantes de la guerra. La nuevaorganización trabajaba también en prode una nueva federación que agrupase alos países del centro y del este deEuropa. Raditsa acabó por adherirse almovimiento encabezado por Tito.

El rey Pedro, por su parte, hacía loimposible por que el presidente FranklinDelano Roosevelt y el primer ministroWinston Churchill, así como su tíoBertie, el rey Jorge VI de Inglaterra,apoyasen a Mihailović. Los británicos,que en un primer momento, parecieronapoyar la causa de los Chetniks,comenzaron a cambiar de bando a

medida que recibían informes de lasvalerosas acciones llevadas a cabo porlos partisanos de Tito.

En 1942, el rey Pedro hizo un viaje aWashington para tratar de ganarse laconfianza de Roosevelt. Como lospilotos yugoslavos se formaban enTennessee, se fue con la promesa de queel presidente pondría a disposición delos Chetniks los aviones que nonecesitase para Oriente Medio. Acontinuación, el monarca se trasladó aNueva York para asistir a una recepciónorganizada por los Amigos Americanosde Yugoslavia en el Club Colony. Esteclub fundado por la combativa Anne

Morgan, fue el primero de mujeressocialistas de Estados Unidos. Lafundadora en persona, así como la reinamadre, la reina María y la señoraRoosevelt asistieron al evento, unacontecimiento que, de no haber estadotan débil y enfermo, habría hecho lasdelicias de Tesla. Dadas lascircunstancias, el rey fue a verlo.

En sus diarios (A King's Heritage,El legado de un rey), en la entradacorrespondiente al 8 de julio de 1942, eljoven Pedro II escribía:

He ido a ver al doctor NikolaTesla, el mundialmente conocido

científico yugoslavoestadounidense, en el apartamentoque ocupa en el hotel New Yorker.Tras los saludos de rigor, elanciano investigador me dijo: ‘Espara mí el mayor de los honores.Me satisface comprobar lo jovenque sois, y estoy seguro de queseréis un gran gobernante. Creo queviviré hasta que os vea de regresoen una Yugoslavia libre. Lasúltimas palabras que os dirigióvuestro padre fueron que velaseispor Yugoslavia. Me sientoorgulloso de ser serbio yyugoslavo. Nuestro pueblo no

puede desaparecer. Mantenedunidos a todos los yugoslavos, yasean serbios, croatas o eslovenos’.

El rey añadía que se había sentidomuy emocionado, y que los dos sehabían echado a llorar. Visitó acontinuación la Universidad deColumbia, donde fue cálidamenterecibido por su presidente, NicholasMurray Butler, y allí se encontró conotro recordatorio de su país al pisar ellaboratorio Pupin de física.

De regreso a Washington, elpresidente Roosevelt le prometió quearrojarían alimentos, ropas, armas y

munición sobre Yugoslavia. De ahí quele sorprendiera tanto que, en 1943, ladelegación británica que viajó aYugoslavia mantuviese un encuentroformal con Tito. Pedro solicitó que lolanzasen en paracaídas sobre su país,pero Churchill no lo consideró prudente.Tito acabó acusando abiertamente aMihailovic de traición.[400]

Durante la Conferencia de Teherán,celebrada en noviembre, a instancias deChurchill sobre todo, se produjo lo queel rey calificaría como un “giro nefasto”de la política de los Aliados. Allí sedecidió que “los Aliados reconocían alEjército de Liberación Nacional

comandado por Tito como la principalfuerza yugoslava en la lucha contra laocupación nazi; los partisanos fueronreconocidos como tropas aliadas.Renegaron, pues, de Mihailovic y lodejaron de lado”.[401]

De la noche a la mañana, Churchillse convirtió en un héroe de la modernaYugoslavia. Cuando, fuera de sí, eljoven monarca le escribió a Rooseveltpara pedirle ayuda, el ya enfermopresidente le contestó que aceptase lasrecomendaciones del británico, “comosi fueran sus propios consejos”. Al cabode unos meses, Roosevelt fallecía.

Kosanović, el sobrino de Tesla,

junto con otros representantesdiplomáticos del rey Pedro, había sidodestituido por el monarca durante lacrisis de 1942. En aquella época, másde una vez le comentó a Bogdan Raditsala sorpresa del inventor al enterarse deque su sobrino había quedado excluidodel entorno regio. Kosanović llegóincluso a decir que, en su opinión, su“destitución” había acelerado elfallecimiento de su tío.

“Se lo tomó como un castigo —lecomentó a Raditsa en diversas ocasiones—; pensaba que acabarían pordetenerme o algo por el estilo, perologré convencerle de que eran cosas de

la política”.[402]Durante este periodo, Kosanović era

sincero al decir que había tratado demantener a Tesla alejado de losmiembros del gobierno regio. Partidariode una política en pro de la Gran Serbiaen contraposición con los cambios quese anunciaban en perspectiva, elembajador Fotić se convirtió en“enemigo”. Las relaciones entre Tesla ysu viejo amigo se enfriaron.

“No hay duda —aseguraba elprofesor Raditsa— de que la tragedia dela exterminación mutua en Yugoslaviadesde 1941 hasta 1943 debió dedeprimir profundamente a Tesla.

Muchas veces me preguntaba si sabríaexplicarle qué pasaba entre nuestrospueblos, por qué no podían ponerse deacuerdo…”.

Al finalizar la guerra, Mihailović fuecondenado a muerte y ejecutado pordecisión de un “tribunal popular” porsupuesta colaboración con el enemigo,al tiempo que se proclamaba laRepública de Yugoslavia, con Titocomo presidente vitalicio de ungobierno comunista.

El recuento de ciudadanosyugoslavos caídos realizado al final dela Segunda Guerra Mundial arrojó unsaldo de dos millones de muertos.

Desgraciadamente, muchos milesperdieron la vida a manos de suscompatriotas.

Tras la guerra —recordaba elprofesor Raditsa—, Kosanović fuenombrado ministro del GobiernoTito-Šubašić; colaboré con él en elministerio de Información entre1944 y 1945, cuando tomé ladecisión de abandonar el paísporque no comulgaba con las ideascomunistas. Más tarde, en 1946,Sava Kosanović fue nombradoembajador de Tito en Washington,pero nunca volví a verlo desde que

salí de Belgrado en 1945.Kosanović se adhirió al sistemacomunista impuesto en Yugoslaviay permaneció fiel a sus ideas hastala muerte.

A lo largo de diez siglos, el puebloyugoslavo nunca se había visto libre delyugo y saqueo al que lo sometieron lossucesivos invasores —venecianos,romanos, turcos, búlgaros, austriacos,húngaros, alemanes o italianos—,viviendo bajo la amenaza de la tortura,la cárcel o una muerte violenta. En aquelmomento, empezaba a perfilarse en elhorizonte una nueva realidad: al menos

nominalmente eran libres.Tesla no vivió para verlo. Si habría

reconocido al nuevo Gobierno, con unaestrecha alianza con la Unión Soviéticay una Constitución calcada de la suya, osi habría aceptado el exilio de por vidade su admirado monarca son cuestionesque, por fuerza, han de quedar sinrespuesta.

Por desgracia, sin embargo, estosacontecimientos supondrían una losa encuanto al recuerdo que de él seguardaría en Occidente. El declive de surenombre como científico y el olvido delos estadounidenses durante la posguerrase debieron, en gran parte, a la

desaparición de la mayoría de susescritos de carácter científico tras elsurgimiento de un fenómeno derivado dela Guerra Fría: el telón de acero.

En 1948, al proclamar suindependencia de la doctrina soviéticade “soberanía limitada”, Yugoslaviadejó de ser un país de los que quedabanal otro lado del telón de acero. EstadosUnidos y sus aliados se mostrarongenerosos a la hora de enviar ayudaeconómica y militar al pueblo eslavo,pero el mal ya estaba hecho. EstadosUnidos no había apoyado la causa deTito con la misma celeridad queChurchill y, en el futuro, los

investigadores estadounidenses notendrían fácil acceso a la documentaciónconservada en Yugoslavia a la hora deexplicar las conquistas de Tesla.

Durante el invierno de 1942, el estadode salud del inventor fue muy delicado.Su miedo a los microbios llegó a ser tanobsesivo que incluso a sus mejoresamigos les pedía que se mantuvieran adistancia, como a los súbditos de unneurótico Tudor (los gérmenes de laspalomas, por el contrario, no parecíanpreocuparle). Tenía problemascardiacos y, de vez en cuando, sufría

desvanecimientos. Incapaz de ir a dar decomer a sus amadas palomas, delegabamuchas veces tal obligación en un jovenllamado Charles Hausler, un criador depalomas mensajeras de competición.

Desde 1928, más o menos, Hauslerfue la persona elegida por Tesla paraocuparse de la tarea, que consistía endarse una vuelta por la BibliotecaPública de Nueva York todos los días amedia mañana, dejando allí el alpisteque llevaba y recorrer el perímetro deledificio en busca de pichonesdesvalidos o de palomas malheridas porlos alféizares de los ventanales deledificio o detrás de las colosales

estatuas. Recogía los animalesmaltrechos y los llevaba al hotel deTesla para que descansasen y serecuperasen. Cuando se ponían bien,recordaba, “por indicación suya, lasvolvía a soltar junto a la biblioteca”.Según él, las jaulas que había en losaposentos de Tesla las había construidoun buen carpintero, “porque al señorTesla le gustaban las cosas bienhechas”. Las palomas disponían,asimismo, de una ducha con cortina.

Hausler y Tesla pasaron juntosmucho tiempo, hablando de palomassobre todo. En cierta ocasión, Tesla ledijo en confianza: “Thomas Edison no

era hombre de fiar”. El muchachosiempre decía que su jefe “era unhombre amable y considerado”. Muchotiempo después, recordaba un incidenteque se le había quedado grabado:“Cerca de las jaulas de las palomas, ensus aposentos, había una enorme caja,como un baúl de grande; me dijo quetuviera mucho cuidado con ella, quecontenía algo que era capaz de destruirun aeroplano en vuelo y confiaba enmostrárselo al mundo entero”. En suopinión, aquel trasto habría ido a parar alos sótanos del hotel.[403]

Un frío día de principios de enero de1943, Tesla le pidió a Kerrigan, el otro

muchacho al que recurría comorecadero, que llevase un sobre cerrado ala atención del señor Samuel Clemens,al número 35 de la Quinta Avenida Surde Nueva York. Bajo un viento cortante,así lo hizo el chico, que no encontró elnúmero por más vueltas que dio. Mástarde, se enteró de que ésa había sido ladirección del primer laboratorio deTesla; para entonces, la Quinta AvenidaSur había pasado a llamarse BroadwayOeste, y nadie con ese apellido vivía enesa calle.

Kerrigan regresó al hotel NewYorker, y le contó al enfermo lo quehabía pasado. Con voz endeble, Tesla le

explicó que Clemens no era otro que elfamoso y más que conocido MarkTwain. Le rogó que hiciese el encargo, yle pidió que se ocupase de las palomas.Perplejo, el recadero dio de comer a laspalomas, y consultó con su jefe el asuntode la carta; éste le explicó que hacíaveinticinco años que Mark Twain habíamuerto. Kerrigan afrontó una vez más lagélida tarde, fue a ver a Tesla, leexplicó lo que le habían contado y tratóde devolverle el sobre.

El inventor se puso furioso y se negóa escuchar lo que el chico le decía:“Anoche mismo, estuvo aquí una horasentado en esa silla y charlando

conmigo. Está pasando por ciertosapuros económicos y necesita que leeche una mano. No vuelva usted poraquí hasta que no haya entregado elsobre”. Otra vez el recadero fue aconsultar el asunto con su jefe, y ambosdecidieron abrir el envío: envueltos enuna hoja de papel blanco encontraronveinticinco billetes de un dólar,suficiente para sacar a un amigo de unapuro momentáneo.

Aunque muy delicado, el 4 de eneroel inventor acudió a su oficina pararealizar un experimento en el que estabainteresado Scherff, que se dejó caer porallí para echarle una mano. Tuvieron

que dejarlo a medias, sin embargo,cuando Tesla comenzó a sentir unosrepetidos y agudos dolores en el pecho.

Tras negarse a que lo viera unmédico, regresó al hotel. Al díasiguiente, la camarera adecentó lahabitación. Antes de irse, Tesla le pidióque colgase el cartel de “no molestar”en la puerta, porque no tenía ganas dever a nadie y que no entrase más alimpiar. Al día siguiente y al otro, elcartel seguía en el mismo sitio.

A primera hora de la mañana del 8de enero, una camarera, AliceMonaghan, decidió ignorar larecomendación y entró en los aposentos

del inventor: Tesla yacía muerto en lacama, con el rostro demacrado y afilado,pero con gesto sereno.[404] Elsubinspector médico H. W. Wembly,tras examinar el cadáver, estableció lahora de la muerte en las diez y media dela noche del 7 de enero de 1943,afirmando que la causa del fallecimientohabía sido una trombosis coronaria.Tesla había muerto mientras dormía. Elmédico anotó: “Por causas naturales”.El inventor tenía ochenta y seis años.

Avisaron de inmediato a KennethSwezey, quien, a las diez de la mañanade aquel mismo día, telefoneó al doctorRado a la Universidad de Nueva York.

El profesor notificó lo que había pasadoa las oficinas del rey Pedro, sitas porentonces en el número 745 de la QuintaAvenida, así como al sobrino de Tesla,Kosanović, que había sido elegidopresidente durante la guerra del Comitéde Planificación para los Balcanes,dependiente del organismo encargado delos países del centro y el este deEuropa.

Avisaron a continuación al FBI.Swezey y Kosanović solicitaron lapresencia de un cerrajero, que abrió lacaja fuerte de Tesla y examinaron lo queallí guardaba.

Luego trasladaron el cadáver a la

funeraria de Frank E. Campbell, en laconfluencia de la avenida Madison conla calle Ochenta y uno, y HugoGernsback encargó a un escultor quepreparase una máscara mortuoria delinventor.

Poco antes del fallecimiento deTesla, Eleanor Roosevelt había tratadode persuadir a su marido, el presidenteRoosevelt, de que había que dispensarlealguna distinción. En el Museo Tesla deBelgrado se conservan tres notas deaquellos días con el membrete de laCasa Blanca. El día de Año Nuevo, laseñora Roosevelt le había prometido alescritor Louis Adamić que convencería

al presidente para que escribiese aTesla, afirmando que ella pensaba ir averlo durante su siguiente visita a NuevaYork. El segundo billete, firmado conlas iniciales FDR, reza: “Nota para laseñora Roosevelt. Tenía pensadohacerlo, pero los periódicos de ayerpublicaban la noticia de que el doctorTesla ha fallecido. Incluyo lo que habíaescrito”. En la tercera de tales notas, del11 de enero, Eleanor Roosevelt le envíaa Adamić la carta del presidente, juntocon su sentido pésame por elfallecimiento del inventor.

Adamić escribió un cálido homenajefúnebre a Tesla que el 10 de enero, ante

los micrófonos de la emisora de radioWNYC, leyó el alcalde de la ciudad,Fiorello H. LaGuardia.[405] Entretanto,el enconado conflicto que enfrentaba alos grupos serbios y croatas residentesen Estados Unidos complicaban lospreparativos del funeral. Según unacarta de O'Neill que nunca llegó apublicarse, “sólo doce personas,algunos periodistas entre ellos” llegarona verlo de cuerpo presente.

Al funeral, celebrado el 12 de eneroa las cuatro de la tarde en la catedral desan Juan el Divino, asistieron más dedos mil personas. Serbios y croatasocupaban bancos a ambos lados del

pasillo central. Ambas faccionesimpusieron al obispo William T.Manning la exigencia de que en elsermón no hubiera ninguna alusiónpolítica. El funeral fue oficiado eninglés por el obispo Manning, yconcluyó con un responso en serbio, acargo del muy reverendo DushanSukletović.

Entre las personalidades de losBalcanes figuraban el embajador Fotić,el gobernador de Croacia, un ex primerministro de Yugoslavia y el ministro deAgricultura y Fomento. En primera fila,al lado de Swezey, Kosanović, porentonces al frente de una importante

delegación comercial, presidía el duelo.El doctor Rado estaba muy enfermocomo para acompañar el féretro.

Entre los personajes destacados delmundo científico e industrial de EstadosUnidos y encabezados por NewboldMorris, presidente de la junta de distritode la ciudad de Nueva York, figurabancomo acompañantes de honor elprofesor Edwin H. Armstrong, el doctorE. F. W. Alexanderson, de GeneralElectric; el doctor Harvey Rentschler,de Westinghouse; el ingeniero GanoDuna, y W. H. Burton, conservador delPlanetario Hayden, del MuseoAmericano de Historia Natural.

Cuando a una Europa que sufría elazote de la guerra llegó la noticia de queTesla había fallecido, personajes delmundo de la ciencia y de la políticacomenzaron a enviar telegramas depésame cargados de elogios. En EstadosUnidos, tres premios Nobel de Física,Millikan, Compton y James Frank,redactaron un cálido homenaje alinventor, del que decían que habíaposeído “una de las mentes másprivilegiadas que había conocido elmundo, desbrozando el camino paramuchos de los más importantes avancestecnológicos de la era moderna”.

El presidente Roosevelt y su esposa

expresaron su gratitud a Tesla por sucontribución “a la ciencia y a laindustria de nuestra nación”. Elvicepresidente Wallace, imbuido de laidea de una nueva Yugoslavia,manifestaba que “con la desaparición deTesla, el hombre de a pie pierde a unode sus mejores amigos”.

Aunque Louis Adamić no anduvomuy acertado al decir en el elogiosodiscurso que le dedicó a Tesla, que eraun hombre al que el dinero le habíatraído sin cuidado, más atinado estuvo alafirmar que, en realidad, no habíamuerto: “La parte de Tesla querealmente importa sigue viva en sus

logros enormes, inconmensurables, quehan pasado a formar parte de nuestracivilización, de nuestra vida cotidiana,de la guerra que libramos en el presente[…] Su vida representa el triunfo”.[406]

Entre las distinciones que Teslahabía recibido en vida se contabannumerosos doctorados honoríficos tantode universidades estadounidenses comoextranjeras, la medalla John Scott, lamedalla Edison y diversascondecoraciones concedidas porgobiernos europeos. En septiembre de1943 se procedió a la botadura de lafragata Nikola Tesla, un homenaje en elque le habría gustado estar presente.

Habría que esperar hasta 1975 antes deque su nombre se sumase al de losinventores estadounidenses queaparecían en el Hall of Fame.

Ocho meses después de su muerte, elTribunal Supremo de Estados Unidosemitió el veredicto por el que tantohabía luchado el inventor: los juecesdictaminaron que Tesla había sido elinventor de la radio.

Un atardecer muy frío de invierno,su cadáver fue trasladado al cementeriode Ferncliffe, en la localidad deArdsley-on-the-Hudson. Tras el cochefúnebre, en otro vehículo, iban Swezey yKosanović. Sus restos fueron

incinerados. Más tarde, las cenizas seenviaron a su tierra natal.[407] Laguerra y su secuela de bajas continuabanen casi todo el mundo.

XXIXLOS PAPELES PERDIDOS

Aparte de los increíbles avances de sugenio, Tesla nos dejó también un montónde enigmas sin resolver. Por citar sólotres de los más importantes: ¿teníasentido, desde un punto de vistacientífico, la transmisión de energía sincables, utilizando la Tierra comoconductor, tal como la había planteado?¿Hasta dónde había llegado en sus

experimentos con las armas de rayos dedesintegración o de la muerte? ¿Qué fuede las notas que había tomado en elcurso de sus investigaciones, y de otrosimportantes documentos, en los díasinmediatamente posteriores a sufallecimiento?

De índole menor: ¿qué asuntos eranesos que tanta atención merecieron porparte de los organismos de lainteligencia estadounidense (algo quesin duda ocurrió) a finales de la décadade 1940?

Como a Einstein, se le trató deadvenedizo y, al igual que a Edison, deidealista que tocaba demasiados palos.

O como él mismo reconocía sinempacho, “la ignorancia me hizoosado”. Donde otros, conscientes de suslimitaciones, se echaban atrás, élperseveraba. Los parámetros por los quese rige el pensamiento científicomoderno procuran desalentar a esosextraños mutantes que son los eruditos.En cuanto a si personajes como él ocomo Edison habrían podido desarrollarsu labor en nuestros días, sólo cabehacer conjeturas.

El ejemplo de Tesla siempre haservido como modelo a quienes van porlibre. Al mismo tiempo, no obstante, sulegado es importante para la ciencia

oficial, por cuanto en susinvestigaciones, incomprensibles enocasiones, siempre se guiaba por laperspectiva de los cambios que sushallazgos provocarían en la sociedad.Más que eficaces desde un punto devista práctico, sus contribucionesrevisten la impronta de trascendentales.Así, el fracaso de la turbina se debió enparte a los cambios radicales que suintroducción suponía para los interesesde la industria en su conjunto. Lacorriente alterna salió adelante sólo trasvencer las resistencias del sector.

De la batalla que Tesla libró ensolitario contra el entramado científico-

industrial, se desprende un tristecorolario: como no formaba parte deningún grupo o institución, no teníacolegas con quienes hablar de lasinvestigaciones que realizaba, nidisponía de un lugar oficial y accesibleen el que depositar sus notas ydocumentos de trabajo. Si dejamos delado su afición a proporcionargrandilocuentes titulares para losperiódicos, su trabajo lo realizaba soloy en secreto, de forma que todos losinventos que no patentó ni hizo públicospermanecieron más o menos envueltosen un halo de misterio. Y por eltratamiento que tras su muerte recibieron

esos papeles, aún no sabemos concerteza cuál fuera el alcance exacto desus descubrimientos.

Esta situación que, si bien resultófrustrante para los científicos quesiguieron sus pasos, también les sirviócomo estímulo. Tras un periodo deolvido, la celebración del centenario desu nacimiento, en julio de 1956, supusoun nuevo reconocimiento internacionalde la importancia de las andanzas ygenialidades del inventor. Desdeentonces y como si hubiera renacido enuna época más predispuesta a aceptarsus ideas, probablemente por losenigmas que aún las rodean, el interés

por sus trabajos ha ido siempre a más.El centenario de su nacimiento se

festejó tanto en Europa como en EstadosUnidos. El American Institute ofElectrical Engineers dedicó suconvención de otoño de aquel año,celebrada en Chicago, a la vida y losdescubrimientos de Tesla. Por iniciativade la Sociedad Tesla, el Institute ofRadio Engineers, el Museo de laCiencia y de la Industria de Chicago, elInstituto Franklin y diversasuniversidades organizaron actosconmemorativos. Se prepararonexposiciones en museos de ciencias, yse acordó la concesión de recordatorios

menos pasajeros, como becas ymedallas. En las cataratas del Niágara,se celebraron actos especiales; mástarde, y como regalo del pueblo deYugoslavia, se erigió una estatua en suhonor en la isla de Goat. Comooportunamente recordase el abogado yescritor Elmer Gertz, la ciudad deChicago debería de estarle eternamenteagradecida por la ExposiciónColombina de 1893, “asombro delmundo entero”, y distinguió a un nuevoinstituto de enseñanza media con elnombre del inventor.

Los antiguos colegas de Tesla ymiembros del AIEE se trasladaron a

Europa para continuar las celebraciones,descubriendo estatuas y placasconmemorativas en su honor. En sureunión de Múnich, la ComisiónElectrotécnica Internacional le otorgó suapellido a una unidad científicainternacional, la unidad tesla, que veníasumarse a otros símbolos relacionadoscon personajes de la historia de laelectricidad, como el faraday, el voltio,el amperio y el ohmio.[408]

Al tiempo que se enconaba lacarrera por la conquista del espacio, seincrementó el interés por los trabajos deTesla, especialmente los relativos a lasarmas de haces de partículas y a las

microondas. Tanto en Estados Unidos,Rusia o Canadá como en otros países,numerosos científicos emprendieroninvestigaciones que tenían que ver consus descubrimientos o con susvisionarios proyectos, desde el controlde la climatología a la fusión nuclear.Algunos eran proyectos de muy bajocoste llevados a cabo por hombressolitarios en destartalados cobertizosreconvertidos en laboratorios para laocasión. Otros estaban clasificadoscomo alto secreto y contaban conpresupuestos astronómicos.

Muchas de estas nuevasinvestigaciones guardaban relación con

los experimentos secretos que realizóTesla durante el año 1899, que pasó enColorado Springs. Numerososcientíficos recibieron como agua demayo la publicación en inglés, bajo losauspicios del Museo Tesla de Belgrado,de sus Colorado Springs Notes. Perotampoco en este trabajo encontraronrespuesta para las cuestiones querealmente les preocupaban.

Como el grueso de sus papeles fue aparar lejos de Estados Unidos, aparte delos insistentes rumores que hablaban deconspiración, espionaje y robo depatentes, no había forma de hacerse condocumentación fiable. A algunos

científicos les sorprendió que algunosaspectos de las investigaciones quehabía realizado en Colorado Springs,rescatados en fuentes dispersas, noaparecieran en las Notes dadas a laimprenta por las autoridades yugoslavas.Sólo a fuerza de casar informacionescomplementarias, llegaba uno a hacerseidea de la magnitud de talesexperimentos.

Allá por 1928, y por puracasualidad, O'Neill reparó en un anunciode un juzgado publicado en un periódicode Nueva York en el que se informabade que un almacén iba a sacar a subastaseis cajas depositadas por Nikola Tesla,

cuyos gastos nadie pagaba. Conscientede que se trataba de un material quehabía que preservar, fue a ver alinventor y le pidió permiso para reunirfondos y pujar por las cajas.

“Tesla se subía por las paredes —explicaba—, diciéndome que nadie teníaque decirle cómo manejar sus asuntos[…] Y me prohibió adquirirlos oadoptar cualquier iniciativa alrespecto”.

Poco después del fallecimiento delinventor, O'Neill se puso en contactocon Sava Kosanović y le habló de lascajas, instándole a que se interesase porlos documentos que contenían. Sin

embargo, nunca consiguió arrancarle unarespuesta afirmativa y tajante a lapregunta de si se había hecho con lascajas y comprobado su contenido. “Loúnico que obtuve fueron respuestasevasivas, diciéndome que no tenía dequé preocuparme”.

Había otras personas interesadastambién en aquellos papeles. Un joveningeniero estadounidense que trabajabaen la industria armamentista y noencontraba hueco para acceder a unordenador que compartía con todos suscompañeros, sabedor de que consultarcon el inventor era lo que más separecía, le hizo una pregunta a Tesla

sobre un problema de balística. Atónitoal reparar en los documentos de trabajoque manejaba aquel hombre, le pidiópermiso para llevarse algunos al hoteldonde residía. A partir de entonces, sellevaba cada día una remesa de papelesa la habitación que compartía con otrocolega de profesión y de su mismanacionalidad, y ambos los estudiaban afondo cada noche. Al día siguiente selos devolvía, en virtud de un acuerdotácito que se prolongó hasta unas dossemanas antes del fallecimiento delinventor.

Tesla había recibido ofertas para ira trabajar a Rusia y a Alemania. Tras su

muerte, los dos ingenieros, preocupadosante la posibilidad de que informacióncientífica tan sensible cayese en manosextranjeras, alertaron a los organismosde seguridad estadounidenses y a altosfuncionarios gubernamentales.

Las informaciones más importantesque me han procurado diversosorganismos federales, según la ley quegarantiza el libre acceso a ladocumentación administrativa, ponen demanifiesto extrañas maniobras eincoherencias en cuanto al destino dellegado del inventor. Tesla dejótoneladas de papeles, toneles y cajasrepletos, pero no redactó testamento

alguno. Tenía cinco sobrinas y sobrinos;dos de ellos vivían en Estados Unidoscuando le sobrevino la muerte.

Por extraño que parezca, el FBIdepositó sus papeles en la Office ofAlien Property (OAP, Registro dePropiedades de Extranjeros), dondesellaron las cajas. Dado que Tesla eraciudadano estadounidense, nada justificala intervención de la OAP en este caso.Por decisión de un juez, el legado pasó,por fin, a manos del embajadorKosanović, uno de sus herederos.

Swezey, quien también teníapensado escribir una biografía de Tesla(proyecto que su muerte se encargó de

desbaratar), había conseguido en 1963la versión de un antiguo asistente delembajador Kosanović.

Allá por 1943 […], al poco tiempodel fallecimiento de Tesla, el señorK. recibió una notificaciónredactada o enviada por la Officeof Custodian of Alien Property enla que le reconocían su derecho adisponer de los documentosdejados por Tesla […] Los retiró,los embaló y los depositó en laManhattan Storage Company, dondepermanecieron hasta que llegó elmomento de enviarlos a Yugoslavia

en 1952. El señor K. se hizo cargode los gastos de almacenamiento[…] Durante todos esos años,conservé el documento de la AlienProperty Office (por si acaso)…

Como probablemente ustedrecuerde, muchas veces el señor K.se refirió a que el dueño delalmacén le había advertido de lapresencia de agentes del Gobiernoque habían microfilmado unoscuantos documentos […] Cuandofuimos a abrir la caja de caudalesen el edificio actual del Museo (enBelgrado, Yugoslavia), el manojode llaves, que fue lo último que el

señor K. guardó en la caja fuerte enel hotel New Yorker, antes decambiarle la combinación, noestaba en su interior, sino en otrade las cajas. Del mismo modo,echamos en falta la medalla de oro(la Medalla Edison) […] Durantemuchos años, el señor K. estuvopreocupado por el destino final delos papeles desaparecidos. Antesde abandonar su puesto enWashington (1949-1950) (?), seavino a hacerme caso y concertóuna cita con Edgar J. Hoover (sic)para preguntárselo. El señorHoover negó taxativamente que el

FBI se hubiera interesado por lospapeles…

Según él, Tesla le había manifestadoa su sobrino que “deseaba legar sustrabajos, su propiedades, etcétera, a sutierra natal”. (Aparte de que losdocumentos estaban redactados eninglés, nadie más ha corroboradosemejante afirmación).

Nada más morir Tesla, se produjo unnutrido intercambio de telegramas entreel agente Foxworth, jefe de división dela oficina del FBI de Nueva York, y eldirector del organismo federal en esaciudad. Al día siguiente del hallazgo del

cadáver, el agente Foxworth informaba:

Experimentos e investigaciones deNikola Tesla, fallecido. Espionaje.El señor Nikola Tesla, uno de losmás eminentes científicos en elcampo de la electricidad, fallecióel 7 de enero, a las diecinuevecuarenta y tres horas, en el hotelNew Yorker, de Nueva York. A lolargo de su vida, llevó a cabonumerosos experimentosrelacionados con la transmisión sincables de energía eléctrica y […]lo que, vulgarmente, se conocecomo el rayo de la muerte. Según la

información proporcionada por X(nombre borrado), destinado enNueva York, las notas y resúmenesde los experimentos y fórmulasutilizados por Tesla, junto con losaparatos por él diseñados […] seencuentran entre sus efectospersonales, sin que se haya tomadomedida alguna para evitar quecaigan en manos de personas […]que no ven con buenos ojos lasacciones bélicas emprendidas porlas Naciones Unidas…”.

(El FBI había recibido instruccionesdel despacho del vicepresidente Henry

A. Wallace, advirtiéndoles de que elGobierno Federal tenía un “interésprimordial” en conservar los papeles deTesla).

Bloyce D. Fitzgerald, “un ingenieroeléctrico que había sido muy amigode Tesla en vida —continuabaFoxworth— avisó a nuestrasoficinas de Nueva York de que el 7de enero, a las diecinueve cuarentay tres, Sava Kosanović, GeorgeClark, director del museo y dellaboratorio de RCA y KennethSwezey acudieron a lashabitaciones que Tesla ocupaba en

el New Yorker [409] y, con ayudade un cerrajero, abrieron la caja decaudales de Tesla, donde guardabavaliosos documentos […] Un mesantes de morir, Tesla le habíadicho a Fitzgerald que habíafinalizado con éxito susexperimentos sobre la transmisiónde energía eléctrica sin cables.

Fitzgerald está al tanto, por otraparte, de que Tesla había ideado ydiseñado un revolucionario modelode torpedo del que no disponeningún país del mundo. Al menoseso cree, que ninguna nacióndispone ahora mismo de ese

proyectil. Según le contó Tesla alpropio Fitzgerald, los planoscompletos con sus especificacionesy la explicación teórica pertinentede tales artefactos se encuentranentre los efectos personales delinventor. El ingeniero sabe,asimismo, que hay una maquetarealizada por Tesla, con un costesuperior a los diez mil dólares, enuna caja de seguridad depositadapor el inventor en el hotelGovernor Clinton. Fitzgeraldpiensa que dicha maqueta guardarelación con lo que se ha dado enllamar rayo de la muerte o con la

transmisión de energía eléctrica sincables.

En el transcurso de otrasconversaciones, Tesla le confirmóa Fitzgerald que guardaba endiferentes sitios ochenta baúles quecontenían los estudios y planos delos experimentos que había llevadoa cabo. Ruego a la dirección delorganismo que me comunique a lamayor brevedad posible si ladivisión de Nueva York debeemprender alguna acción alrespecto.[410]

Más tarde, Kosanović informó a

Walter Gorsuch, de la Office of AlienProperty de Nueva York, que habíaacudido en compañía de las dospersonas antes mencionadas a lashabitaciones de Tesla por ver si habíadejado un testamento. Una vez que elcerrajero abrió la caja de caudales,Swezey retiró el libro que recogía loshomenajes enviados a Tesla con motivode su setenta y cinco cumpleaños, yKosanović se llevó tres fotos de su tíoque había en la habitación. Según eldirector del hotel New Yorker yKosanović nadie se llevó nada más.Procedieron a cerrar la caja fuerte conuna nueva combinación que sólo el

sobrino del inventor conocía.El 9 de enero, Gorsuch, de la OAP,

y Fitzgerald se dejaron caer por el hotelNew Yorker y se hicieron con todos losefectos de Tesla, con los que llenarondos contenedores que, una vez sellados,fueron enviados al almacén deManhattan, propiedad de la ManhattanStorage and Warehouse Company deManhattan, y los colocaron en el mismositio donde ya había treinta toneles ybultos del inventor que llevaban enaquella nave desde 1934, y tambiénestos fueron sellados en ese momentosiguiendo instrucciones de la OAP.

Aparte de la dudosa legitimidad de

la intromisión del registro de lapropiedad de bienes de extranjeros eneste caso, queda en el aire la preguntade por qué Kosanović tenía acceso a lacombinación de la caja fuerte de su tío yde sus posteriores quejas al comprobarque la Medalla Edison habíadesaparecido. En el Museo Tesla deBelgrado, hoy podemos ver losdocumentos que lo acreditaban comociudadano estadounidense, tan queridospara él que siempre los guardaba en sucaja de caudales. Pero nada sabemos deotros documentos u objetos que allíhubiese depositado.

La Oficina de Washington del FBI

llegó tan lejos en este asunto queaconsejó a su sucursal en Nueva Yorkque “con discreción, expusiese el casoal fiscal general de Nueva York con elpropósito de detener a Kosanović porhurto y por hacerse con los documentosque, supuestamente, había retirado de lacaja fuerte de Tesla”. Al mismo tiempo,se pedía a la oficina de Nueva York quepresentase el caso ante la SurrogateCourt para que dictase las órdenescorrespondientes impidiendo que nadiepudiera tener acceso a los documentosde Tesla a no ser que estuviera presenteun agente del FBI, que informase delresultado de las gestiones realizadas a

las oficinas centrales deWashington.[411]

La idea de detener al embajador deYugoslavia quedó descartada casi desdeel primer momento. Al poco, sinembargo, en las oficinas centrales deWashington se adoptó una decisiónsorprendente. Edward A. Tamm, del FBIen Washington, le comunicó a D. M.Ladd, también de ese organismo, que elasunto había pasado a manos de la OAP.Tamm hizo esta anotación: “Al parecer,no hace falta que armemos máslío”.[412]

Poco después, se requirió lapresencia de un eminente ingeniero

eléctrico, el doctor John G. Trump,asesor técnico por entonces del Comitéde Investigación para la DefensaNacional, dependiente del Departamentode Investigación Científica y Desarrollo,durante la revisión de los documentoscientíficos de Tesla. Asimismopresentes en los locales de la ManhattanStorage and Warehouse Companyestuvieron Willis George, de la seccióntercera del Departamento de Inteligenciade la Armada, y Edward Palmer,teniente de navío en la reserva de laArmada.

Más tarde, el doctor Trumpinformaría de que no se habían detenido

a considerar los documentos guardadosen los sótanos del hotel New Yorkerdesde diez años antes del fallecimientode Tesla, ni ningún otro papel aparte delos encontrados en su habitación en elmomento de la muerte. Llegados a estepunto, no hay que olvidar que lareputación como científico del inventorhabía cotizado muy a la baja duranteunos cuantos años y que se habíanrealizado ímprobos esfuerzos para echartierra sobre algunos de susdescubrimientos en los campos de laradio, la automatización y la corrientealterna. Tanto al doctor Trump como alos altos funcionarios del FBI, sólo les

preocupaba dilucidar si se habíaproducido algún sabotaje en aquellostiempos de guerra.

Como conclusión de lasinvestigaciones que he realizado —apuntaba el doctor Trump—, he deseñalar que, en mi opinión, entrelos documentos y objetospropiedad del señor Tesla, no hedescubierto apuntes científicos nidescripciones de métodos oaparatos que no conozcamos y quepudieran tener especial importanciapara nuestro país, o constituir unriesgo caso de caer en manos de

nuestros enemigos. No veo, pues,razones técnicas ni militares paraque tales documentos siganprecintados […] Pongo en suconocimiento que hemos enviado asu departamento un listado en elque se especifican y se describencon exactitud las ideas en quetrabajó durante los últimos años desu vida. Sírvase encontrar esedocumento adjunto a esta carta,acompañado de un breve resumen.[…] En ningún modo pretendodesacreditar a tan eminenteingeniero y científico, cuyas másimportantes aportaciones en el

campo de la electricidad datan deprincipios de este siglo, si leinformo de que tanto sus ideascomo sus proyectos, al menosdurante los últimos quince años desu existencia, eran de índoleespeculativa, filosófica y, si se mepermite añadir, deautocomplacencia, sobre todo en loque se refiere a la transmisión deenergía eléctrica sin necesidad decables, y que no hay dato algunoque permita suponer que hubieradesarrollado principios o métodosfundamentados para alcanzar susobjetivos.

El documento adjunto (del que lasnotas del doctor Trump eran sólo unresumen) se componía, al parecer, dereproducciones fotográficas omicrofilmes realizados por los oficialesde la Armada allí presentes ydocumentos originales que volvieron adejar donde estaban y que acabarían porrecalar en Yugoslavia. A lo largo delanálisis no habían descubierto ningúnasunto que, según los amplios poderesde que disponía la OAP, pudieraconsiderarse como transaccionescomerciales con el enemigo. En febrerode 1943, tales documentos y efectospersonales fueron puestos a disposición

de Kosanović, albacea de sus bienes.El resumen del doctor Trump

contenía:

Técnicas de geodinámica, o cómocausar movimientos de tierra adistancia — Documento en formade carta dirigida a la WestinghouseElectric & Manufacturing Co., el12 de junio de 1940, referido a unmétodo para la transmisión deenormes cantidades de energía amuy largas distancias gracias a lasvibraciones mecánicas de lacorteza terrestre. El centrogenerador de dicha energía consiste

en un aparato mecánico oelectromecánico instalado enalguna protuberancia rocosa, quesería el encargado de distribuir laenergía allí producida a la mismafrecuencia que la resonancia de lacorteza terrestre. El croquis que loacompaña más parece fruto de losanhelos de un visionario. No hayposibilidad alguna de que funcione.La respuesta de Westinghouse es decortés rechazo…

Nuevas técnicas para eltransporte de energía concentradasin despilfarro por mediosnaturales — Este documento de

Tesla, carente de fecha, describe unmétodo electrostático para producirmuy altos voltajes y capaz degrandes cantidades de energíaeléctrica. Se trata de un generadordestinado a la aceleración departículas cargadas,presumiblemente electrones. El hazde electrones dotados de alta cargaque se desplaza por el aire es laenergía ‘concentrada y sindespilfarro’ a que se refiere laexpresión ‘por medios naturales’.Uno de los componentes de esteingenio es un tubo de vacío abiertoen uno de los extremos donde se

aceleran los electrones.El esquema que lo acompaña

guarda cierta relación con losmedios de que disponemos paraproducir rayos catódicos de altaenergía, mediante un generadorelectrostático de alto voltaje y untubo para la aceleración de loselectrones. Es de comúnconocimiento, sin embargo, quetales aparatos, aparte del interésque entrañan para la ciencia o lamedicina, no pueden transportargrandes cantidades de energía enhaces no dispersos a largadistancia. A pesar de la sucinta

mención de los componentesgenéricos de tal combinación, lasaclaraciones de Tesla en suinforme no permiten la puesta enmarcha de posibles combinacionesde generadores y tubos, ni siquierapara cantidades limitadas deenergía.

Método para la producción deradiaciones intensas — Se trata deun informe sin fecha, manuscritopor Tesla, en el que describe ‘unnuevo procedimiento para lageneración de rayos, o radiaciones,muy potentes’. Tras repasar lostrabajos de Lenard y Crookes,

describe sus propias ideas para laproducción de altos voltajes hastallegar al último párrafo, quecontiene la única referencia alinvento antes mencionado: ‘Enpocas palabras, el nuevoprocedimiento simplificado paragenerar rayos potentes consiste enla creación de un espacio de vacío,mediante una inyección apropulsión de un fluido adecuadoque impregne los bornes de uncircuito, alimentado por unacantidad de energía eléctrica de latensión y cantidad precisas’.

Mucho después, en carta a un colega,el doctor Trump le contaba lo que habíapasado cuando se había desplazado alhotel Governor Clinton para estudiar el“bulto” que guardaban en el sótano.Todo induce a pensar que se trataba delmismo bulto que el recadero había vistoen los aposentos de Tesla.

“Tesla había advertido a ladirección del establecimiento que aquel‘bulto’ contenía un arma secreta —refería el doctor Trump—, que estallaríaen caso de que lo abriese una personaque no estuviera capacitada. Tras bajaral sótano y enseñarme el paquete encuestión, el director del hotel y los

empleados abandonaron rápidamente ellugar”. Los agentes federales que loacompañaban también dieron un pasoatrás, otorgándole el dudoso honor deque fuera el ingeniero quien abriese elpaquete, envuelto en papel marrón yatado con una cuerda. Recordaba lasdudas que le asaltaron en aquel instante,acordándose del buen tiempo que hacíafuera y que, por un momento, pensó ensalir de allí por piernas.

Por el contrario, puso el paqueteencima de una mesa y, sacando fuerzasde flaqueza, cortó la cuerda con unanavaja. Retiró el papel de embalaje.Debajo, encontró un bonito arcón de

madera reluciente con apliques de latón.Reuniendo valor levantó las bisagras dela tapa.

Se encontró una caja con múltiplesresistencias, dispuestas como un circuitode Wheastone para calcular unaresistencia desconocida, un dispositivocomún y corriente que podía verse encualquier laboratorio de electricidadantes del cambio de siglo.

¿Por qué habría pretendido Teslaaterrorizar durante tantos años alpersonal y a la dirección del hotel conun aparato inofensivo? Quizá estuvieratan acostumbrado a no preocuparse depagar las facturas de los hoteles en que

residía (convencido del honor que hacíaa tales establecimientos con alojarse enellos, que bastaba y sobraba como pago)que se sintiera insultado al comprobarque, de buenas a primeras, el GovernorClinton le reclamaba cuatrocientosdólares.

Si bien el FBI dio por concluida lainvestigación sobre Tesla en 1943, nopareció dispuesto a mantener esa actituddurante mucho tiempo. La reabrió en1957, cuando un informante les advirtióde que una pareja de Nueva Yorkeditaba boletines con “informaciónsobre platillos volantes y asuntosespaciales”, escudándose en el nombre y

en la fama del inventor. Por lo visto,afirmaban que, tras la muerte delinventor, los ingenieros de Tesla habíanpuesto a punto un “transmisor Tesla”,una instalación de radio que permitíaestablecer comunicación con otrosplanetas y que llevaba funcionandodesde 1950, fecha a partir de la cual losingenieros de Tesla se habían mantenidoen contacto permanente con navesespaciales procedentes de otrosplanetas. Una vez más, no obstante, elFBI comprobó que no había nadaconcluyente y cerró de nuevo elexpediente.

Swezey, que nunca se había tomado

muy en serio los rumores sobre el “armasecreta”, respondía así a uninvestigador:

Como Tesla llevaba una vidaretirada y le gustaba expresarse entérminos que rondaban elmisticismo durante los últimosaños de su vida, creo que seurdieron numerosas leyendas entorno a las ideas que se le ocurríany que no podía expresar conclaridad por culpa de otros —yañadía, aclarando de paso quehabía tenido un trato asiduo con elinventor durante los veinte años

que precedieron a su fallecimiento—: La prodigiosa genialidad deTesla brilló en todo su esplendordurante los diez o doce añosanteriores al cambio de siglo y sefue apagando a partir de 1900. Loque pergeñase a partir de entoncespodría considerarse como elesbozo de algunos de los avancesque vemos en la actualidad, perojamás los llevó a la práctica, nisobre el papel ni en ningún otrosoporte…

Es posible. Pero, entre 1945 y 1947,tuvo lugar un interesante intercambio de

cartas y telegramas entre el Mando delServicio Técnico Aéreo de la base deWright Field, Ohio, en cuyo laboratoriode materiales se llevaba a cabo unainvestigación clasificada como altosecreto, la inteligencia militar deWashington y la OAP, a propósito delcontenido de los últimos documentos deTesla.

El 21 de agosto de 1945, el Mandoantes mencionado solicitó permiso alcuartel general de la Fuerza Aérea enWashington, D. C., para que el soldadoBloyce D. Fitzgerald se trasladase adicha ciudad durante una semana “con elpropósito de aclarar la procedencia de

determinado material incautado alenemigo”.

El 5 de septiembre de aquel mismoaño, el coronel Holliday, de lasubdivisión del Laboratorio deMateriales, Propulsión y Componentes,le escribió a Lloyd L. Shaulis de laOAP, en Washington, confirmándole unaconversación que había mantenido conFitzgerald y solicitando fotocopias delos documentos mencionados por Trumpen relación con los papeles de Tesla. Eloficial exponía que el material sólosería utilizado “para proyectosrelacionados con la defensa nacional enlos que trabaja este departamento”, y

que serían devueltos en un plazorazonable de tiempo.

Ésa fue la última vez que la OAP ocualquier otro organismo federal de losEstados Unidos admitió estar enposesión de los documentos de Teslasobre armas de haces de partículas. Ensu respuesta al coronel Holliday, del 11de septiembre de 1945, Shaulis leconfirmaba: “Los materiales solicitadoshan sido enviados al Mando delServicio Técnico Aéreo, a la atencióndel teniente Robert E. Houle. Talesdocumentos se prestan a la Fuerza Aéreapor este servicio para sus experimentos.Por favor, devuélvanlos a esta oficina”.

Esto nunca sucedió.Se trataba de copias fotográficas de

todos los documentos, no sólo de losresúmenes. En la OAP, no consta elnúmero de copias que hicieron losacompañantes del doctor Trump a lahora de examinar los documentos. Enninguno de los archivos de la Armadafiguran documentos de Tesla, comotampoco en ninguno de los archivosfederales.

Por extraño que parezca, cuatromeses después de que las copiasfotográficas se enviasen a la base aéreade Wright Field, el responsable de lainteligencia militar en Washington

redactó una carta para James Markham,de la OAP, en la que le aseguraba quetales copias nunca habían llegado a susmanos.

Este departamento acaba de recibiruna comunicación del CuartelGeneral del Mando del ServicioTécnico Aéreo de Wright Field enla que se nos pide que averigüemosel paradero de los últimosdocumentos de carácter científicodel doctor Nicholas (sic) Tesla,porque pueden aportar datos degran interés para ese CuartelGeneral. Les hemos respondido que

es posible que en su oficinaconserven los documentos que nossolicitan. De ser así, queremosrecabar su autorización para que unrepresentante del Mando delServicio Técnico Aéreo puedaconsultarlos. Dada la importanciacapital de esta documentación, leagradeceríamos de paso noscomunicase si cualquier otrodepartamento ha tratado dehacerse con los mismos (la cursivaes nuestra).

Por razones de urgencia, estacarta le será presentada en manopor un oficial de enlace de éste

departamento con la esperanza deque le entregue la informaciónsolicitada.

El otro departamento que disponíade tales documentos o, cuando menos,debía de tenerlos, era ni más ni menosque el Mando del Servicio TécnicoAéreo. La carta del coronel Doty,clasificada como secreto a tenor de laLey sobre Espionaje, fue desclasificadael 8 de mayo de 1980.

No hay ni rastro de tan embarazosoincidente en los archivos. Es de suponerque el oficial de enlace recibieraverbalmente las explicaciones

correspondientes.Sin embargo, el 24 de octubre de

1947, David L. Bazelon, asesor delministro de Justicia y director de laOffice of Alien Property, le envió unacarta al oficial responsable del Mandodel Servicio Técnico Aéreo de WrightField, Dayton, Ohio, en la que leindicaba que las copias fotográficas delos documentos de Tesla se habíanenviado por correo certificado en tornoal 11 de septiembre de 1945 a laatención del coronel Holliday, enrespuesta a una petición formulada porel alto oficial.

“En nuestros archivos no consta que

dicho material haya sido devuelto”,aseguraba Bazelon, al tiempo queenviaba una descripción de los mismosy reiteraba la petición de que fueranreintegrados a la OAP.

Es evidente que al menos una partede los documentos de Tesla llegó aWright Field, porque el 25 denoviembre de 1947, la OAP recibía unarespuesta firmada por el coronel Duffy,jefe de la sección de planes electrónicosde la subdivisión electrónicacorrespondiente de la división deingenieros del Mando de Material Aéreode Wright Field, Ohio, en la queafirmaba: “Tales documentos están en

manos de la subdivisión de electrónica,donde se procede a su estudio —análisisque, en su opinión, estaría concluido eldía 1 de enero de 1948—; en esemomento, volveremos a ponernos encontacto con su oficina para que nosconfirme cuál será el destino final detales documentos”.

No consta que la OAP tratase derecuperar los documentos, que nuncafueron devueltos.

Durante muchos años, han circuladorumores de que estos inventos o ideas nopatentados de Tesla fueron utilizados nosólo por las Fuerzas Aéreasestadounidenses, sino también por los

rusos y por industrias privadasestadounidenses de armamento, asícomo por el laboratorio de investigaciónde cierta universidad que trabaja en laconsecución de un arma de haces departículas.

La Office of Alien Property se havisto obligada a hacer complicadosmalabarismos para explicar el papel queha desempeñado en relación con losdocumentos de Tesla a lo largo de estosaños. Entre los años 1948 y 1978,emitió las siguientes variaciones sobreel mismo tema a diversosinvestigadores:

“Aunque este organismo intervino en

el examen de determinado material queel doctor Tesla conservaba en elmomento de su fallecimiento, no constaen nuestros archivos que dicho materialpasase a disposición de esta oficina ohaya sido puesto bajo nuestra tutela”.

“Esta oficina […] nunca ha guardadopertenencias del señor Tesla”.

“Cuando éramos los encargados deguardar los papeles de Tesla…”.

“Se realizaron copias fotográficasde determinados documentos, cuandoéstos se encontraban en nuestrosarchivos…”.

“En 1943, este organismo procedió aprecintar…”.

“Cuando los papeles de Tesla seguardaban en nuestros archivos…”.

Etcétera, etcétera, etcétera.En cuanto a lo que en estos

momentos es el Cuartel General de laDivisión de Sistemas Aeronáuticos, consede en la base aérea de Wright-Patterson, Ohio, hemos obtenido lasiguiente respuesta: “Hace años que sedisolvió el equipo (laboratorio demateriales) que llevó a cabo el examende los papeles de Tesla. Tras llevar acabo una exhaustiva búsqueda ennuestros archivos sobre las actividadesque realizaron, al no haber encontradonada referente a los mencionados

documentos, hemos de concluir que seprocedió a su destrucción cuando sedesmontó el laboratorio antescitado”.[413]

Los documentos originales de Tesla,así como las maquetas conservadas desus inventos —el transmisoramplificador, los buques teledirigidos,los tubos de iluminación, el motor deinducción, la turbina, los objetos quepresentó durante la ExposiciónUniversal de Chicago de 1893, como el“huevo de Colón”, entre otros—salieron de Estados Unidos con destinoa Yugoslavia en 1952. En la actualidad,pueden contemplarse en el Museo Tesla

de Belgrado, un majestuoso edificio deimponente fachada situado en el número51 de la Proleterskih Brigada, nombreque recibe a partir de la Segunda GuerraMundial la que, anteriormente, durantela monarquía, se llamaba calle de laCorona. En un murete, figura una placaescrita en cirílico antiguo.

Todos los documentos que Teslaredactó en inglés han sido traducidos alserbocroata, a excepción, comoreconoce uno de los archiveros, delmaterial “menos importante”, queguardan en inglés, el idioma del país quelo adoptó.

NOTAS Y REFERENCIAS

Las conferencias y escritos de Teslapueden encontrarse en las obras que semencionan a continuación:

Nikola Tesla, Lectures, Patents,Articles, Museo Nikola Tesla, 1956,reimpreso en l973 Por Health Research,Mokelumne Hills, California 95245.Textos no completos de sus conferenciasen Inventions, Researches and Writingsof Nikola Tesla, de ThomasCommerford Martin, publicado por

primera vez en 1894 en The ElectricalEngineer de Nueva York, y reimpreso en1977 por Omni Publications,Hawthorne, California 90250.Asimismo, puede consultarse laautobiografía de Tesla, “My Inventions”(publicada por primera vez en ElectricalExpenmenter, mayo, junio, julio yoctubre de 1919, y reimpresa porŠkolska Knjiga, Zagreb, Yugoslavia,1977, en colaboración con el MuseoNikola Tesla.

En los dos primeros volúmenescitados, se incluyen conferencias tanimportantes como: “A New System ofAlternate Current Motors and

Transformers”, pronunciada el 16 demayo de 1888 en el American Instituteof Electrical Engineers (AIEE) deNueva York, donde describe el sistemapolifásico de corriente alterna;“Experiments with Alternate Currents ofVery High Frequency and TheirApplication to Methods of ArtificialIllumination”, dictada el 20 de mayo de1891 en el AIEE, Columbia College;“Experiments with Alternate Currents ofHigh Potential and High Frequency”, del3 de febrero de 1892, ante el IEE deLondres, repetida dos días más tarde enla Royal Institution londinense, y el día19 del mismo mes en París, ante la

Société Internationale des Electriciens yla Société Française de Physique; estaconferencia sirvió como tarjeta depresentación de la bobina de Tesla,generadora de descargas eléctricas dealta frecuencia y alto voltaje con finesexperimentales.

También pueden encontrarse otrasconferencias como: “On Light and OtherHigh Frequency Phenomena”,pronunciada el 24 de febrero de 1893 enel Instituto Franklin, de Filadelfia, yrepetida el 1 de marzo en San Luis, antela National Electric Light Association,en la que abordaba los principios de lascomunicaciones por radio. “Mechanical

and Electrical Oscillators”, dictada el25 de agosto de 1893 ante elInternational Electrical Congress,celebrado en Chicago con motivo de laExposición Universal de aquel año. “OnElectricity”, pronunciada el 12 de enerode 1897 en el Ellicott Club de Buffalo,con motive del aniversario de la energíaeléctrica producida en las cataratas delNiágara. “On the Streams of Lenard andRontgen, with Novel Apparatus forTheir Production”, el 6 de abril de1897, ante la Academia de Ciencias deNueva York; “High FrequencyOscillators for Electro-Therapeutic andOther Purposes”, dictada ante la

Electrotherapeutic Association deBuffalo, el 13 de septiembre de 1898.

Es posible conseguir las ColoradoSprings Notes, 1899-1900, del propioTesla, publicadas en 1978 por el MuseoTesla de Yugoslavia, por mediación dela Tesla Book Company of Millbrae,California.

NOTA FINAL

CONCLUSIÓN PROVISIONAL DE LAS

PESQUISAS ACERCA DE DETERMINADOS

DOCUMENTOS

Una vez finalizado este libro, laautora ha podido averiguar el paraderode los documentos científicos que fuerondepositados en la Office of AlienProperty para su custodia yconsiderados como “desaparecidos”.

He descubierto que una parteimportante de los documentosclasificados de Tesla se guarda en latercera de las tres bibliotecas de quedispone un conocido organismo deinvestigación del Ministerio de Defensa.Una de estas bibliotecas es de accesopúblico; la segunda, de accesorestringido, y la tercera recoge unmaterial al que sólo puede acceder elpersonal de los organismos deinteligencia. Por lo visto, las notas delos papeles que Tesla manejaba en susinvestigaciones, las mismas que tantaprisa se dieron en confiscar losservicios de inteligencia militar en

1947, siguen siendo de gran interés.Cuando el Museo Tesla de Belgrado

publicó en 1978 The Colorado SpringsNotes, 1899-1900, oficiales deinteligencia del mencionado organismode investigación realizaron unaexhaustiva comparación de las edicionesen serbocroata y en inglés con losdocumentos clasificados que guardabande ese periodo de la vida de Tesla.Según he podido saber de fuentes detoda solvencia, se encontraron con quelos yugoslavos habían expurgado todaslas ideas que podían llevarse a lapráctica y ser patentadas en últimotérmino. Sus investigaciones

fundamentales sobre la propagación delas ondas, la radio, el transporte deenergía eléctrica o los rayos esféricos,sin embargo, eran prácticamente lasmismas en las Notes que en los archivosconservados por los servicios de lainteligencia estadounidense.

Todo parece indicar que talesarchivos son mucho más amplios que lasNotes: contienen todos los documentosde los que se sirvió Trump para susresúmenes, algunos de los cuales hemosreproducido en el capítulo XXIX. A losque hay que añadir, sin duda, losdocumentos que, en su hotel y por lanoche, manosearon dos jóvenes

ingenieros estadounidenses en lassemanas precedentes al fallecimiento deTesla. Probablemente, contienenasimismo las notas que, según John J.O'Neill, unos agentes federales sellevaron de su domicilio y de las quenunca volvió a saber nada.

No sé qué otro material se guarda entales archivos. No pretendo, por otraparte, atormentar al lector al no revelarel nombre del organismo que conservatales documentos. La única razón de nohacerlo es que el Gobiernoestadounidense ha entendido que se tratade un material importante para laseguridad nacional y ha hecho cuanto

estaba en su mano para negar suexistencia.

En nuestros días, las consecuenciaspara la vida diaria del conocimientocientífico se suceden a un ritmovertiginoso. ¿Volveremos a toparnos conNikola Tesla cuando se produzcannuevos avances? No me cabe duda.

AGRADECIMIENTOS

He de dejar constancia de la deuda quehe contraído con las personas que secitan a continuación:

Leland Anderson, uno de losfundadores de la Tesla Society (yadisuelta), coautor de los comentarios deDr. Nikola Tesla Bibliography (SanCarlos, California, Ragusan Press,1979) y autor del ensayo monográfico“Priority in the Invention of Radio —Tesla v. Marconi”. Ingeniero eléctrico y

ex consultor de informática, ha dedicadogran parte de su vida a investigar yescribir sobre la obra de Tesla. No sólotuvo a bien revisar el manuscrito, sinoque, generosamente, me permitióconsultar sus archivos, donde guardaescritos y fotografías que nunca antes sehabían publicado.

Maurice Stahl, físico, que trabajópara la Hoover Company y, en laactualidad, es asesor del McKinleyHistorical Museum de Ohio (instituciónque acogió una exposición sobre Tesla),quien también revisó el manuscrito y meorientó en cuestiones técnicas.

El doctor Bogdan Raditsa, que vivió

los primeros años del régimeninstaurado por el presidente Tito enYugoslavia, por sus explicaciones yaportaciones sobre los contactospolíticos entre yugoslavos y aliadosdurante la Segunda Guerra Mundial enlo tocante a Tesla. Residente en EstadosUnidos desde hace muchos años, escribelibros y artículos, e imparte clases deHistoria de los Balcanes en laUniversidad Fairleigh Dickinson.

El doctor Lauriston S. Taylor,consultor en el campo de la física de laradiación y, hasta hace poco, presidentedel NCRP (National Council onRadiation Protection and

Measurements); en su calidad deautoridad reconocida en todo lorelacionado con los pioneros de losrayos X, se tomó la molestia de analizary estudiar las contribuciones de Tesla eneste campo.

Lambert Dolphin, director adjuntodel Radio Physics Laboratory, de SRI(Stanford Research Institute)International, que se encargó de revisarlas investigaciones llevadas a cabo porTesla en el campo de los rayosesféricos, las armas de haces departículas, las comunicaciones por radioy la corriente alterna.

El doctor James R. Wait, ex

investigador jefe de los laboratorios deinvestigación medioambiental de laNational Oceanic and AtmosphericAdministration de Boulder, Colorado,toda una autoridad en el campo de lapropagación de las ondas, por suscomentarios sobre el concepto deenergía electromagnética que “nostransmite la Tierra”, al igual que elseñor Anderson.

El profesor Warren D. Rice, de laUniversidad Pública de Arizona,investigador de renombre de la bobinaTesla, que repasó las teorías delcientífico sobre las centrales de energíageotérmica y las centrales de conversión

de energía térmica oceánica a la luz delos trabajos que se realizan en estoscampos en la actualidad.

He de expresar, asimismo, migratitud al comandante retirado de laArmada estadounidense y pionero de lascomunicaciones por radio E. J. Quinbypor hacerme partícipe de sus recuerdospersonales acerca de los primerostrabajos de Tesla en los campos de lascomunicaciones por radio y de larobótica; al doctor Albert J. Phillips, exdirector de investigación de ASARCO(American Smelting and RefiningCompany), por rememorar los tiemposen que trabajó con Tesla en un proyecto

de investigación, así como al doctorWilliam M. Mueller, del departamentode Metalurgia de la Escuela de Minas deColorado, por su análisis de dichoproyecto.

Debo reconocer que, entre losmuchos y leales seguidores con queTesla cuenta en Estados Unidos, pocoshan trabajado tanto por reivindicar susméritos como científico como NickBasura. He de agradecerle sus consejosen cuanto a las útiles fuentes que, porindicación suya, consulté cuando mitrabajo estaba aún en mantillas.

Aparte de facilitarme fotografías desu colección privada, Harry Goldman,

estudioso de Tesla, además de escritor yfotógrafo, puso a mi disposición susconocimientos y su buen hacer parasacar el máximo partido de lasfotografías antiguas.

Asimismo, quiero expresar miagradecimiento a Eleanor Treibek, deVolunteers in Action, del LanguageBank, Monterrey, California, por suayuda como traductora; al Museo Teslade Belgrado, Yugoslavia, por lasfotografías que me proporcionaron, asícomo por la correspondencia deKatharine Johnson, y los testimoniossobre Tesla de, entre otros, MichaelPupin, A.J. Fleming, sir William

Crookes y Richmond P. Hobson; alprofesor Philip S. Callahan, porautorizarme a utilizar una fotografía suyadel lugar de nacimiento de Tesla; a laBiblioteca Butler, de la Universidad deColumbia, por las fotografías y lascartas de Robert y Katharine Johnson,George Scherff, Nikola Tesla, GeorgeWestinghouse, el mayor EdwinArmstrong y Leland Anderson; alDepartamento de Manuscritos de laBiblioteca del Congreso por facilitarmelas cartas microfilmadas de NikolaTesla, y de Robert Johnson, MarkTwain, B. F. Meissner, George Scherff,George Westinghouse, J. Pierpont

Morgan y J. P. Morgan, entre otros; aj.R. K. Cantor, bibliotecario de laBiblioteca Bancroft de la Universidadde California, Berkeley, por facilitarmeel acceso a los Julián Hawthorne Papersy a los documentos del History ofScience and Technology Project de laUniversidad; al personal de labiblioteca John Steinbeck, de Salinas,de la Biblioteca Pública de Nueva York,y de las bibliotecas del MassachusettsInstitute of Technology; al bibliotecarioencargado de las Special Collections, dela Universidad Purdue; al señor ElliotN. Sivowitch y a la InstituciónSmithsonian, al Museo Nacional de

Historia Americana, a WestinghouseCorporation, al Brookhaven NationalLaboratory, a RCA y a Niagara Mohawkpor la cesión de fotografías; a RobertGolka, por sus informaciones sobre“Project Tesla”.

Deseo hacer llegar también miagradecimiento al Departamento Federalde Investigación (FBI), a la Secretariade la Armada, a la Agencia Nacional deSeguridad (NSA), a la Agencia Centralde Inteligencia (CIA), a los encargadosde los Fondos de los ArchivosNacionales, al bibliotecario técnico dela base aérea de Wright-Patterson, alRegistro de Bienes de Extranjeros y a

los servicios médicos de la ciudad deNueva York.

Tanto la autora como los editoresquieren dejar constancia de su gratitud alas personas que han facilitado las citasque se reproducen a lo largo del texto.

En concreto, al doctor Jule Eisenbudy a la señora Laura A. Dale por la citaextraída del artículo “Two Approachesto Spontaneous Case Material”, deldoctor Eisenbud, publicado en elJournal of the American Society forPhysical Research, en julio de 1963; ala David McKay Company por las citasde Prodigal Genius (publicado en 1944,por Ives Washburn, Inc.); a The New

York Times por las líneas entresacadasde “Electrical Sorcerer”, de WaldemarKaempffert (Book Review Section, 4 defebrero de 1945); a la revista Time porla cita de la portada que dedicó a NikolaTesla el 20 de julio de 1931; a FredericB. Jueneman por la cita de Limits ofUncertainty, página 206f (Dun-Donnelly, Chicago, 1975), así como aJueneman y a Industrial Research, porlas citas procedentes de “InnovativeBook”, del propio Jueneman (febrero de1974).

Vaya nuestro agradecimientotambién para Science & Mechanics, porlas citas del artículo de Nikola Tesla,

“Our Future Motive Power”, publicadoe n Everyday Science & Mechanics,diciembre de 1931, y por permitirnosreproducir una de las ilustraciones queallí aparecen.

Nuestro más sincero reconocimientoa M. Harvey Gernsback, presidente deGernsback Publications, Inc., porpermitirnos reproducir las fotos y losdibujos del ilustrador Frank Paul, asícomo por las citas de “My Inventions”,de Nikola Tesla, que vieron la luz enElectrical Experimenter y en Science &Invention, publicadas en su día por HugoGernsback.

Y de nuevo a Leland Anderson, por

la cita extraída de “Priority in Inventionof Radio, Tesla v. Marconi”, publicadaen marzo de 1980 por la AntiqueWireless Association.

Por su parte, la autora quiere dar lasgracias al Museo Nikola Tesla por laspalabras del propio Nikola Tesla,recogidas en Colorado Springs Notes,1899-1900; al rey Pedro II, por la citad e A King's Heritage (Putnam, NuevaYork, 1954), así como a T. C. Martin, ensu calidad de editor, por los extractosprocedentes de The Inventions,Researches and Writings of NikolaTesla, según la versión de TheElectrical Engineer, 1894 (reimpresa a

su vez, en 1977, por Omni Publications,Hawthorne, California).

Entre mis amigos y conocidos, nopuedo por menos de citar al inventorAlien Davidson, a Randy Pierce y a“PJ”, que tuvieron el coraje de leer ycomentar el manuscrito desde susprimeras versiones y siempre meapoyaron con entusiasmo. Vaya, en fin ypor encima de todo, mi agradecimiento aBarbara Nelson, tanto por su lealtadcomo por los ánimos que, como editora,me prodigó a lo largo de este dilatadoesfuerzo.

1) John J. O'Neill, Prodigal Genius,Nueva York, David McKay Co., 1944,pp. 93-95, 283; Inez Hunt y W. W.Dr a p e r , Lightning in His Hand,Hawthorne, California, OmniPublications, 1964, 1977, pp. 54-55. ↵

2) Cartas microfilmadas de MarkTwain a Tesla, Biblioteca del Congreso,s. f. ↵

3) Chauncey McGovern, “The New

Wizard of the West”, Pearson'sMagazine,Londres, mayo de 1899. ↵

4) O'Neill, Genius,p. 158. ↵

5) Nikola Tesla, “My Inventions”,Electrical Experimenter (mayo, junio,julio y octubre de 1919), reimpreso porSkolska Knjiga, Zagreb, 1977, p. 30. ↵

6) Ibid., pp. 30-31. ↵

7) Ibid., p. 26. ↵

8) Ibid., pp. 8-9. ↵

9) Ibid., p. 17. ↵

10) Ibid., p. 18. ↵

11) Ibid., pp. 8-10. ↵

12) Ibid., pp. 10-12. ↵

13) Ibid., pp. 12-13. ↵

14) Ibid., p. 12. ↵

15) Ibid., p. 13. ↵

16) Ibid., p. 13. ↵

17) Ibid., p. 14, ↵

18) Ibid., p. 16. ↵

19) Ibid., p. 14. ↵

20) Ibid., pp. 35-36. ↵

21) Ibid. ↵

22) O'Neill, Genius,pp. 36-37. ↵

23) Tesla, “Inventions”, p. 41. ↵

24) Nikola Trbojevich, Spomenica(Anuario Conmemorativo de laFederación Nacional Serbia, 1901-1951), Pittsburgh, Pennsylvania, p. 172.Fuente: Archivos de Inmigrantes de laBiblioteca de la Universidad deMinnesota. ↵

25) Tesla, “Inventions”, p. 18. ↵

26) Tesla, “Inventions”, pp. ↵

27) Ibid., p. 43. ↵

28) Ibid., p. 44. ↵

29) Kenneth M. Swezey, “NikolaTesla”, Science, vol. 127, n° 3307,16 demayo de 1956, p. 1.148; O'Neill,Genius, pp. 48-51. ↵

30) Tesla, “Inventions”, p. 46. ↵

31) Ibid., p. 46. ↵

32) Ibid., p. 48. ↵

33) Ibid., p. 50. ↵

34) Ibid., p. 50. ↵

35) Matthew Josephson, Edison,Nueva York, McGraw-Hill Book Co.,1959. ↵

36) Ibid. ↵

37) O'Neill, Genius, p. 60. ↵

38) Ibid., p. 54. ↵

39) O'Neill, Genius, p. 64. ↵

40) Josephson, Edison, pp. 87-88 ↵

41) Times, Nueva York, 18 deoctubre de 1931. ↵

42) Josephson, Edison. ↵

43) O'Neill, Genius, p. 64. ↵

44) Matthew Josephson, The RobberBarons, Nueva York, Harcourt, Brace &World, Inc., 1934, 1962. ↵

45) Ibid. ↵

46) O'Neill, Genius, p. 64;Electrical Review, Nueva York, 14 de

agosto de 1886, p. 12. ↵

47) Son las patentes334.823,335.786,335.787,336.961,336.962, 359.954 y 359.748 ↵

48) Son las patentes 396.121, delmotor termomagnético, y 428.057, delgenerador piromagnético. Véase tambiénla 382.845, del conmutador paramáquina dinamo-eléctrica. ↵

49) O'Neill, Genius, p. 66. ↵

50) Patentes 381.968, 381.969,381.970, 382.279, 382.280, 382.281 y382.282, referidas a sus motoresmonofásico y polifásico, a su sistema dedistribución y a sus ransformadorespolifásicos. ↵

51) Reproducimos a continuación lanumeración de las patentes relativas a susistema polifásico: 390.413, 390.414,390.415, 390.721, 390.820, 487.796,511.559, 511.560, 511.915, 555.190,524.426, 401.520, 405.858, 405.859,406.968, 413.353, 416.191, 416.192,

416.193, 416.194, 416.195, 445.207,459.772, 418.248, 424.036, 417.794,433.700, 433.701, 433.702, 433.703,455.067, 455.068 y 464.666. ↵

52) Electrical Review, 12 de mayode 1888, p. 1; “Nikola Tesla”, Swezey,p. 1149; O'Neill, Genius, pp. 67-68. ↵

53) O'Neill, Genius, p. 69. ↵

54) B. A. Behrend, Minutes, AnnualMeeting American Institute of Electrical

Engineers, Nueva York, SmithsonianInstitution, 18 de mayo de 1917. ↵

55) Acta del compromiso firmado el7 de julio de 1888 entre la WestinghouseElectric Company y la Tesla ElectricCompany. Posteriormente, el 27 de juliode 1889, se firmó otro acuerdo entreNikola Tesla y la Westinghouse ElectricCompany. Algunos de los biógrafos deprimera hora erraron al afirmar que elporcentaje de Tesla era de un dólar porcada caballo de potencia mecánica defuerza eléctrica vendido. ↵

56) Josephson, Edison. ↵

57) Ibid., p. 346. ↵

58) Ibid., p. 346. ↵

59) Ibid., p. 349. ↵

60) Ibid., p. 347. ↵

61) Ibid., p. 349. ↵

62) Josephson, The Robber Barons.↵

63) Ibid. ↵

64) Ibid. ↵

65) O'Neill, Genius, p. 84. ↵

66) Ibid., p. 81. ↵

67) Ibid., p. 82. ↵

68) Discurso leído en su ausencia,Institute of Immigrant Welfare, hotelBiltmore, Nueva York, 12 de mayo de1938. ↵

69) Carta de Michael Pupin a Tesla,Belgrado, Museo Tesla, 19 dediciembre de 1891. ↵

70) Hunt y Draper, Lightning. ↵

71) “Experiments with AlternateCurrents of Very High Frequency”,conferencia dictada por Tesla en elColumbia College, 20 de mayo de 1891.↵

72) T. C. Martin, ed., TheInventions, Researches and Writings ofNikola Tesla, Hawthorne, California,Omni Publications, 1977, pp. 200-201.↵

73) Ibid., p. 236. ↵

74) Ibid., pp. 245-264; véasetambién O'Neill, Genius, pp. 150-154. ↵

75) O'Neill, Genius, pp. 146-149. ↵

76) Ibid., pp. 152-153. ↵

77) Ibid., pp. 150-151. Véasetambién la conferencia que pronuncióTesla en febrero de 1892 ante la RoyalSociety of Great Britain y la SociétéInternationale des Electriciens y laSociété Frangaise de Physique, en París.

78) Martin, Inventions, p. 261. ↵

79) The Story of Science inAmerica, Nueva York, CharlesScribner's Sons, 1967. ↵

80) aiee, Columbia College, 20 demayo de 1891; Institution of ElectricalEngineers and Royal Society of GreatBritain, Londres, febrero de 1892;Société Internationale des Electriciens y

Société Frangaise de Physique, París,febrero de 1892. En cuanto a libros quecontienen los textos de sus conferencias,consúltese la bibliografía. ↵

81) Declaración del mayor EdwinH. Armstrong en el setenta y cincocumpleaños de Tesla, Museo Tesla,Belgrado, s. f. ↵

82) Carta dej. A. Fleming a Tesla,Museo Tesla, Belgrado, 1892. ↵

83) O'Neill, Genius, p. 88. ↵

84) Nikola Tesla, “Massage withCurrents of High Frequency”, ElectricalEngineer, 23 de diciembre de 1891, p.697; Martin, Inventions, p. 394; O'Neill,Genius, p. 91; Nikola Tesla,Conferencias, Patentes y Artículos,Museo Nikola Tesla, 1956, reeditado en1973 por Health Research, MokelumneHills, California 95245, p. L-156,conferencia pronunciada en Buffalo el13 de septiembre de 1898 ante la

American Electro-TherapeuticAssociation. ↵

85) Tesla, “Inventions”, p. 69. ↵

86) Ibid., p. 62. ↵

87) Carta de sir William Crookes aTesla, , Belgrado, Museo Tesla, 8 demarzo de 1892. ↵

88) Tesla, “Inventions”, p. 80. ↵

89) Ibid., p. 81. ↵

90) Ibid., p. 82. ↵

91) Tesla, “Inventions”, p. 62. ↵

92) O'Neill. Genius, pp. 131-134;United States Reports, Sentencias delTribunal Supremo de los EstadosUnidos, vol. 320, octubre de 1942;Marconi Wíreless Telegraph Companyof America v. United States, pp. 1-80; L.

I. Anderson, “Priority in invention ofRadio., Tesla v. Marconi” AntiqueWireless Association, marzo de 1980,monografía; véase también el resumentraducido en Voice of Canadian Serbs,Chicago, 16 de julio de 1980. ↵

93) United States Reports,“Transcript of Record”, p. 979. Véasetambién, Anderson, “Priority”. ↵

94) Martin, Inventions, pp. 477-485.↵

95) Declaración de Tesla para laconferencia de prensa de su cumpleaños,en torno a 1938. Véase también laconferencia pronunciada por Tesla enBuffalo, Nueva York, 13 y 15 deseptiembre de 1898 ante la AmericanElectro-Therapeutic Association. ↵

96) Martin, Inventions, pp. 486-493.↵

97) Bernard Baruch, My Own Story,Nueva York, Henry Holt & Co., 1957. ↵

98) Documentos de JuliánHawthorne, Biblioteca Bancroft,Universidad de California, Berkeley. ↵

99) Arthur Brisbane, “Our ForemostElectrician”, World, Nueva York, 22 dejulio de 1894, p. 17. Véase también enElectrical World, 4 de agosto de 1894,p. 27. ↵

100) O'Neill, Genius. ↵

101) O'Neill, Genius, pp. 288-289.

102) Documentos de JuliánHawthorne. ↵

103) Waldemar Kaempffert,“Electrical Sorcerer”, New York TimesBook Reviews, 4 de febrero de 1945,pp. 6 y 22. ↵

104) O'Neill, Genius, p. 167. ↵

105) Margaret Store, Return of theDove, Baltimore, Maryland, MargaretStorm Publication, 1959. ↵

106) Tesla, “Inventions”, p. 78. ↵

107) Swezey, “Nikola Tesla”, p.1158. ↵

108) Hunt y Draper, Lightning, p.199. ↵

109) O'Neill, Genius, pp. 302-303 ↵

110) Ibid, p. 303. ↵

111) Swezey, “Nikola Tesla”, p. 2;Véase también O'Neill, Genius, pp. 103-106. ↵

112) Swezey, “Nikola Tesla”, p. 3.↵

113) B. A. Behrend, “Dynamo-Electric Machinery and Its Evolution”,Western Electrician, septiembre de1907. ↵

114) Tesla, “Inventions”, p. 63. ↵

115) O'Neill, Genius, pp. 238-243.↵

116) Martin, Inventions, p. 292. ↵

117) Carta de Katharine Johnson aTesla, Belgrado, Museo Tesla, febrerode 1894. ↵

118) Carta de Tesla a KatharineJohnson, Sección de Libros Raros yManuscritos de la Biblioteca Butler,Universidad de Columbia, 10 de mayode 1894. ↵

119) Carta de Katharine Johnson aTesla, Belgrado, Museo Tesla, 15 dejunio de 1894. ↵

120) The New York Times, 14 demarzode 1895; The New York Herald,14 de marzo de 1895; ElectricalReview, 20 de marzo de 1895. ↵

121) Electrical Review, Londres, 15de marzo de 1895, p. 329. ↵

122) Charles Dana, The New YorkSun, 14 de marzo de 1895, p. 6(editorial). ↵

123) Carta de Katharine Johnson aTesla, Belgrado, Museo Tesla, 14 demarzo de 1895. ↵

124) Carta microfilmada de Tesla aAlfred Schmid, Biblioteca delCongreso, 30 de marzo de 1895. ↵

125) Carta microfilmada de Tesla aAlfred Schmid, Biblioteca delCongreso, 3 de abril de 1895. ↵

126) Michael Pupin, From Immigrantto Inventor, Nueva York, CharlesScribner's Sons, 1922. ↵

127) Ibid.; véase también,Josephson, Edison, pp 381-383; NikolaTesla, “On Roentgen Rays”, ElectricalReview, 10 de marzo de 1896, pp. 131-135; Ibid., “Tesla Radiographs”, p. 134;véanse asimismo los números del 18 demarzo, pp. 146, 147, y del 8 de abril de1896, pp. 180, 183 y 186; véase ademásElectrical World, 28 de marzo de 1896,pp. 343-344 ↵

128) Pupin, Immigrant. ↵

129) Electrical Review, NuevaYork, 14 de abril de 1897, p. 175; véasetambién Nikola Tesla, Colorado SpringsNotes, 1899-1900, con comentarios deAleksandar Marincic, Museo Tesla,Belgrado, p. 398. ↵

130) Carta del profesor WalterThumm a Nick Basura, de Queen'sUniversity, Ontario, 23 de mayo de1975, p. 2. ↵

131) Electrical Review, 10 y 18 demarzo y 8 de abril de 1896. ↵

132) Josephson, Edison, p. 382. ↵

133) Robert Conot, Streak ofLuck,Nueva York, Seaview Books, 1979. ↵

134) Carta del doctor Lauriston S.Taylor a la autora, 1980. ↵

135) Tesla, “On Roentgen Rays”, p.

A-31. ↵

136) The New York Times, 12 demarzo de 1896, p. 9, 3a col. ↵

137) Nikola Tesla, “Tesla on HurtfulActions of Leñara and Roentgen Rays”,Electrical Review, 5 de mayo de 1897,pp. 207-211. ↵

138) The New York Herald, artículoanónimo y sin datar, escrito dos añosdespués del incendio registrado en el

laboratorio de Tesla el 13 de marzo de1895, Biblioteca Butler, Universidad deColumbia. ↵

139) Ibid. ↵

140) Carta de Katharine Johnson aTesla, Belgrado, Museo Tesla, 3 deabril de 1896. ↵

141) Carta de Katharine Johnson aTesla, Belgrado, Museo Tesla, veranode 1896. ↵

142) Carta de Robert U. Johnson aTesla, Biblioteca Butler, Universidad deColumbia, 10 de enero de 1896. ↵

143) Carta microfilmada de RobertU. Johnson a Tesla, Biblioteca delCongreso, 25 de octubre de 1895. ↵

144) Carta de Tesla a Robert U.Johnson, Biblioteca Butler, Universidadde Columbia, 13 de marzo de 1896. ↵

145) Carta de Katharine Johnson aTesla, Belgrado, Museo Tesla, 26 deseptiembre de 1896. ↵

146) Electrical Review, 10 deagosto de 1897; véase también The NewYork Sun, 4 de agosto de 1897. ↵

147) Anderson, “Priority”. ↵

148) Electrical Review, 10 de

agosto de 1897, p. X; véase también TheNew York Sun, 4 de agosto de 1897. ↵

149) Electrical Engineer, Londres,20 de agosto de 1897, p. 225,reproducido de\ Journal, de NuevaYork, 4 de agosto de 1897, p. 1. ↵

150) Electrical Review, 10 deagosto de 1897; Electrical Engineer,Nueva York, 23 de junio de 1897, p.713. ↵

151) Electrical Review, 10 deagosto de 1897. ↵

152) Electrical Review, 29 demarzo de 1899, p. 197. ↵

153) Ibid. ↵

154) Carta de Katharine Johnson aTesla, Museo Tesla, Belgrado, 12 deenero de 1896. ↵

155) O'Neill, Genius, pp. 161-162.↵

156) A. L. Benson, The WorldToday, vol. XXI, n° 8, febrero de 1912.↵

157) Mining & Scientific Press, 15de enero de 1898, p. 60. ↵

158) McGovern, “The NewWizard”. ↵

159) Revista Century, “Tesla'sOscillator and Other Inventions”, p. 922,abril de 1895; Véase también ElectricalReview, vol. 34, n° 13, 29 de marzo de1899. ↵

160) The New York Times, 6 deenero de 1898, p. 5, col. 5. ↵

161) Electrical Review, NuevaYork, 5 de enero de 1898. ↵

162) Con todo, el príncipe Albertono fue el primero en visitar las famosascataratas. En 1860, Bertie, príncipe deGales entonces y, posteriormente,Eduardo VII, rey de Inglaterra, habíaacudido allí de joven, y manifestó suintención de cruzarlas a bordo de unacarretilla, que empujaría por la cuerdafloja un acróbata francés. No se lopermitieron. ↵

163) W. A. Swanberg, CitizenHearst, Nueva York, Charles Scribner's

Sons, 1961. ↵

164) Ibid. ↵

165) The Press, Filadelfia, 1 demayo de 1898. ↵

166) Ibid. ↵

167) Comandante de la Marinaretirado, E. J. Quinby,“Communications: Encoded, Decoded,

Codeless”, Dots and Dashes, vol. 5, n°1, Lincoln, enero, febrero y marzo de1976. ↵

168) Swezey, “Nikola Tesla”, pp.1.155-1.156. ↵

169) O'Neill, Genius, pp. 166-174.↵

170) Carta microfilmada de MarkTwain a Tesla, Biblioteca del Congreso,17 de noviembre de 1898. ↵

171) Sólo muy esporádicamente seoyeron en boca de Teslamanifestaciones antisemitas, pocohabituales, por otra parte, en aquellaépoca entre los no judíos. Una vez llamóa una de sus secretarias, y le susurró aloído como si fuera a comunicarle unaverdad revelada: “¡Nunca se fíe de unjudío, señorita!”. ↵

172) Carta de Tesla a KatharineJohnson, Biblioteca Butler, Universidadde Columbia, 3 de noviembre de 1898.↵

173) N. G. Worth, “An InquiryAbout Tesla's Electrically ControlledVessel”, Electrical Review, NuevaYork, 30 de noviembre de 1898, p. 343.↵

174) Carta microfilmada de Tesla aRobert U. Johnson, Biblioteca delCongreso, 1 de diciembre de 1898. ↵

175) 17 “Science andSensationalism”, Public Opinión, i dediciembre de 1898, pp. 684, 685. ↵

176) Tesla, “Inventions”, p. 84.Véase también ElectricalExperimenter,enero, febrero, marzo, abril y mayo de1919. ↵

177) Tesla, “Inventions”, pp. 84, 85.↵

178) Ibid., p. 85. ↵

179) Ibid., p. 85. ↵

180) En la carta que Tesla dirigió aMeissner figuraba, por equivocación, lapatente 723.189; se trata en realidad dela 725.605, que le fue otorgada el 14 deabril de 1903. ↵

181) Carta de Tesla a B. F.Meissner, Sección de Manuscritos,Biblioteca del Congreso, del 29 deseptiembre de 1915. ↵

182) Carta de Leland Anderson aNick Basura, del 4 de marzo de 1977. ↵

183) Ibid. ↵

184) The New York Times, 1 defebrero de 1944, comentario editorial. ↵

185) Carta de Tesla a LeonardCurtis, 1899. ↵

186) O'Neill, Genius, pp. 175-176.↵

187) Carta de tesla a KatharineJohnson, del 9 de marzo de 1899,colecciones especiales, BibliotecaButler, Universidad de Columbia. ↵

188) Carta de Tesla a Robert U.Johnson, del 25 de marzo de 1899,colecciones especiales, BibliotecaButler, Universidad de Columbia. ↵

189) En el heterogéneoequipamiento elemental figuraban las

patentes 454.622 (primera de lo que hoyconocemos como turbina Tesla),462.418,464.667,512.340, 514.167,514.168,567.818, 568.176, 568.178,568.179,568.180,577.670,583.953,593.138,609.245, 609.246, 609.247, 609.248,609.249, 609.251, 611.719 y 613.735, alas que hay que sumar las dos patentesque guardan relación con el transportede energía eléctrica y el envío demensajes, las 645.576 y 649.621, todasregistradas con anterioridad a losexperimentos que llevó a cabo enColorado. Sus experimentos en eseestado le permitieron registrar laspatentes correspondientes a los números

685.953, 685.954, 685.955 y 685.956,relativas a receptores, cuyo registro, enla mayoría de los casos, solicitó cuandoestaba en Colorado. Poco después deregresar a Nueva York, solicitaría elregistro de otro grupo de patentes (véasela nota 13 del capítulo xvl). ↵

190) Tesla, “Inventions”, pp. 64-67;Electrical Experimenter, junio de 1919,pp. 112-176. ↵

191) Ibid. ↵

192) Tesla, Colorado Springs Notes,165, pp. 127-133, Museo Tesla encolaboración con Nolit, Belgrado, 1978.↵

193) Tesla, Colorado Springs Notes,pp. 167, 168; Leland I. Anderson,“Wardenclyffe - A Forfeited Dream”,Long Island Forum, agosto-septiembrede 1968. Véase también, The Teslian,noviembre de 1955, Biblioteca Butler,Universidad de Columbia. ↵

194) James R. Wait, “Propagation of

ELF Elecromagnetic Waves and ProjectSanguine/Seafarer”, IEEE Journal ofOceanic Engineering, vol. OE-2, n° 2,abril de 1977. ↵

195) Carta microfilmada de GeorgeScherff a Tesla, Biblioteca delCongreso, comienzos de 1899. ↵

196) Carta microfilmada de Tesla aScherff, Biblioteca del Congreso, 13 deabril de 1899. ↵

197) Carta microfilmada de Tesla aRobert U. Johnson, Biblioteca delCongreso, 16 de agosto de 1899. ↵

198) Tesla, Colorado Springs Notes,pp. 127-133. ↵

199) Nikola Tesla, “Transmission ofEnergy Without Wires”, ScientificAmerican Supplement, 4 de junio de1904, pp. 23760-23761 (reproducido enElectrical World &Engineering,

descripción de los experimentos deColorado Springs, 5 de marzo de 1904).↵

200) Ibid.; véase también O'Neill,Genius, pp. 179-181. ↵

201) Tesla, “Transmission”;O'Neill, Genius, p. 180. ↵

202) Tesla, “Transmission”; Tesla,Colorado Springs Notes, p. 62. ↵

203) Ibid. ↵

204) Ibid. ↵

205) Tesla, Colorado Springs Notes,carta microfilmada de Tesla a GeorgeWestinghouse, Biblioteca del Congreso,22 de enero de 1900. ↵

206) O'Neill, Genius, pp. 183-187.↵

207) Tesla, Colorado Springs Notes,p. 29. ↵

208) Nikola Tesla, Minutes of theEdison Medal Meeting, AmericanInstitute of Electrical Engineers, InstitutoSmithsonian, 18 de mayo de 1917. ↵

209) Ibid. ↵

210) Carta microfilmada de Tesla a

Robert U. Johnson, Biblioteca delCongreso, 16 de agosto de 1899. ↵

211) Ibid. ↵

212) O'Neill, Genius, p. 189. ↵

213) En su discurso deagradecimiento por la concesión de laMedalla Edison, en 1917, Teslarecordaba de pasada que habíaconseguido un potencial de veintemillones de voltios. ↵

214) Nikola Tesla, “The Problem ofIncreasing Human Energy”, CenturyMagazine, junio de 1900, p. 210. ↵

215) Tesla, Colorado Springs Notes,pp. 368-370. ↵

216) Ibid. ↵

217) Nikola Tesla, “Talking withPlanets”, Current Literature, marzo de1901, p. 359; véase también Colorado

Springs Gazette, 9 de marzo de 1901, p.4, 2a col.; ↵

218) Colorado Springs Gazette, loe.cit. ↵

219) Tesla, Colorado Springs Notes,p. 367. ↵

220) Ibid., p. 370. ↵

221) Ibid. ↵

222) Carta microfilmada de Tesla aGeorge Westinghouse, Biblioteca delCongreso, 22 de enero de 1900. ↵

223) Carta microfilmada de Tesla aRobert U. Johnson, Biblioteca delCongreso, principios de 1900. ↵

224) Carta microfilmada de Teslaaj. Pierpont Morgan, Biblioteca delCongreso, 26 de noviembre de 1900. ↵

225) Carta microfilmada de Tesla aMorgan, Biblioteca del Congreso, 12 dediciembre de 1901. ↵

226) Carta microfilmada de Morgana Tesla, Biblioteca del Congreso, 15 defebrero de 1901. ↵

227) Anderson, “Wardenclyffe”. ↵

228) Ibid. ↵

229) Carta microfilmada de Tesla aStanford White, Biblioteca delCongreso, 13 de septiembre de 1901. ↵

230) Seattle Sunday Times, DonDuncan, “Driftwood Days” (A laderiva), julio de 1972. ↵

231) Ibid. ↵

232) Philadelphia North American,“Lord Kelvin Believes Mars Now

Signalling America”; “Tesla ThinksWind Power Should Be Used MoreNow”, 18 de mayo de 1902, supl., secc.v. ↵

233) Ibid. ↵

234) Philadelphia North American,documentos de Julián Hawthorne,Biblioteca Bancroft, Universidad deCalifornia, s. f. ↵

235) Ibid. ↵

236) Carta de Tesla a Hawthorne,documentos de Julián Hawthorne,Biblioteca Bancroft, Universidad deCalifornia, s. f. ↵

237) The New York Times, “CourtExcuses Tesla”, 16 de octubre, 1902. ↵

238) Carta microfilmada de Tesla aGeorge Scherff, Biblioteca delCongreso, s. f. ↵

239) Carta microfilmada de Teslaaj. Pierpont Morgan, Biblioteca delCongreso, 8 de abril de 1903. ↵

240) Carta microfilmada de Tesla aMorgan, Biblioteca del Congreso, 3 dejulio de 1903 ↵

241) Carta microfilmada de Morgana Tesla, Biblioteca del Congreso, 14 dejulio de 1903 ↵

242) La primera de estas patentes,con el número 685.012, presentada en1901, se refiere a un método paraincrementar la intensidad de lasoscilaciones eléctricas gracias al airelicuado; a ésta le siguieron lascorrespondientes a los números655.838, método de aislamiento de losconductores eléctricos; la 787.412, parael transporte de energía eléctrica através de un elemento natural; la723.188, método de señalización; la725.605, sistema de señalización; la685.957, aparato para la utilización dela energía radiante, y la 1.119.732. ↵

243) 14 Carta de Richmond PearsonHobson a Tesla (contestación a laenviada por Hobson el 6 de mayo de1902), Museo Tesla, Belgrado, s. f. ↵

244) Carta de Tesla a GeorgeScherff, Biblioteca Butler, Universidadde Columbia, 18 de julio de 1905. ↵

245) Conversación con L. Andersony Dorothy F. Skerritt, 24 de marzo de1955. ↵

246) Carta de Katharine Johnson aTesla, colecciones especiales,Biblioteca Butler, Universidad deColumbia, s. f. ↵

247) Carta de Robert U. Johnson aTesla, colecciones especiales,Biblioteca Butler, Universidad deColumbia, s. f. ↵

248) Carta de R. P. Hobson a Tesla,Museo Tesla, Belgrado, 1 de mayo de

1905. ↵

249) Carta de Katharine Johnson aTesla, Museo Tesla, s. f. ↵

250) Carta de Tesla a KatharineJohnson, Museo Tesla, s. f. ↵

251) Carta de Katharine Johnson aTesla, Museo Tesla, s. f. ↵

252) Carta de Tesla a George

Scherff, colecciones especiales,Biblioteca Butler, Universidad deColumbia, 26 de octubre de 1905. ↵

253) Swezey, “Nikola Tesla”. ↵

254) Carta de Tesla a GeorgeWestinghouse, colecciones especiales,Biblioteca Butler, Universidad deColumbia, 10 de enero de 1906. ↵

255) Anderson, “Wanderclyffe”. ↵

256) Brooklyn Eagle, 26 de marzode 1916. ↵

257) Anderson, “Wanderclyffe”. ↵

258) Electrical Experimenter, “U. S.Blows Up Tesla Radio Tower”,septiembre de 1917, p. 293; LiteraryDigesl, “Spies & Wireless”, 1 deseptiembre de 1917, p. 24. ↵

259) Carta microfilmada de Tesla aScherff, Biblioteca del Congreso, 13 de

julio de 1913- ↵

260) Carta microfilmada de Tesla aMorgan, Biblioteca del Congreso, 13 dejulio de 1913- ↵

261) 21 de junio de 1943: “UnitedStates Reports; Cases Adjudged in theSupreme Court of the United States”,vol. 320; Marconi Wireless TelegraphCo. of Americav. United States, pp. 1-80. ↵

262) Charles Süsskind, Dictionaryof American Biography, supl. 3, NuevaYork, Charles Scribner's Sons, 1941-1945, pp. 767-770. ↵

263) Wait, “Propagation of elfElectromagnetic Waves”. ↵

264) Anderson, “Priority”. ↵

265) Ibid. ↵

266) Ibid. ↵

267) General T. O. Mauborgne,“Tesla the Wizzard”, Radio-Electronics,febrero de 1943. ↵

268) Brooklyn Standard Union, 12de mayo de 1910. ↵

269) Comandante E. J. Quinby, cartaa la autora, 18 de noviembre de 1977.Véase también, Quinby, “Nikola Tesla”,

Proceedings, Radio Club of America,otoño de 1971. ↵

270) Los Angeles Examiner, “Prof.Pupin Now Claims Wireless HisInvention”, 13 de mayo de 1915. ↵

271) Ibid. ↵

272) Carta de Armstrong aAnderson, Biblioteca Butler,Universidad de Columbia, 16 denoviembre de 1953; véase también

Edwin Armstrong, “Progress ofScience”, Scientific Monthly, abril de1943, pp. 378-381. ↵

273) Carta de Anderson a la autora,5 de noviembre de 1977. ↵

274) Haraden Pratt, “Nikola Tesla,1856-1943”, Proceedings of the IRE,septiembre 1956. ↵

275) Dragislav L. Petkovic, “A Visitto Nikola Tesla”, Politika, n° 6824,

Belgrado, 27 de abril de 1927. ↵

276) Joseph S. Ames, “LatestTriumph of Electrical Invention”,Review ofReviews, junio de 1901. ↵

277) F. P. Stockbriage, “The TeslaTurbine”, The World's Work, marzo de1912, pp. 534-548; Véase también,Nikola Tesla, “Tesla's New Method ofand Apparatus for Fluid Propulsión”,Electrical Review & WesternElectrician, 9 de septiembre de 1911,pp. 515-517; The New York Times,

“Tesla's New Engine”, 13 de septiembrede 1911. U. S. Patent Office, patente1.061.142, propulsión fluida, 6 de mayode 1913; patente 1.061.206, turbina, 6de mayo de 1913; patente 1.329.559,válvulas de conducción, 3 de febrero de1920. ↵

278) Stockbridge, “Turbine”. ↵

279) Carta microfilmada de J. P.Morgan Company a Tesla, Bibliotecadel Congreso, 25 de mayo de 1913. ↵

280) Carta microfilmada de Tesla aJ. P. Morgan, Biblioteca del Congreso,18 de mayo de 1913. ↵

281) Carta microfilmada de Teslaaj. P. Morgan, Biblioteca del Congreso,19 de junio de 1913. ↵

282) Carta microfilmada de RobertU. Johnson a Tesla, Biblioteca delCongreso, 22 de abril de 1913. ↵

283) Carta microfilmada de Tesla a

Robert U. Johnson, Biblioteca delCongreso, 9 de mayo de 1913.

284) Tiempo atrás, Tesla había sidoamigo íntimo de la familia de RichardWatson Gilder, antecesor de Johnson enel cargo. Tras haber compartido muchosratos juntos, Gilder dio por terminada larelación; al parecer, su mujer no veíacon buenos ojos la amistad que manteníasu esposo con el inventor. Elveinticuatro de enero de 1898, Tesla leenvió una nota a la señora Gilder:“Todos hemos lamentado la ausencia del

señor Gilder […] con mis disculpas pormolestarla a usted […]”. ↵

285) Cleveland Moffett, “Steered byWireless”, correspondencia mantenidaentre Tesla y Hammond, 1910-1914,col. L. Anderson; McClure's Magazine,marzo de 1914. ↵

286) “The Goldschmidt RadioTower”, Electrical Experimenter,febrero de 1914, p. 154; ibid., H.Winfield Secor, “Currents of Ultra HighFrequency”, pp. 151-154. ↵

287) The New York Times, “Edisonand Tesla to Get Nobel Prizes”, 6 denoviembre de 1915, p. 1, col. 4.; Times,Nueva York, 7 de noviembre de 1915,11, p. 17, col. 3. ↵

288) Ibid. ↵

289) The New York Times, 14 denoviembre de 1915. ↵

290) Carta microfilmada de Tesla a

Robert U. Johnson, Biblioteca delCongreso, 29 de noviembre de 1919. ↵

291) Literary Digest, “Tbree NobelPrizes for Americans”, diciembre de1915, p. 1.426. ↵

292) “The Nobel Prize”, ElectricalWorld, 13 de noviembre de 1915. ↵

293) O'Neill, Genius, p. 229. ↵

294) Hunt y Draper, Lightning, p.

170. ↵

295) Carta microfilmada de Tesla ala Westinghouse Company, Bibliotecadel Congreso, 7 de julio de 1912. ↵

296) “Teslin 'VentilniVod'IFluidika”, profesor TugomirSurina, Simposio Nikola Tesla,Yugoslavia, 1976. ↵

297) Patentes: 1.329.559, conductovalvular; 1.061.142, propulsión con

fluidos; 1.061.206, turbina. Entre losaños 1909 y 1916 también registró laspatentes números 1.113.716, fuente dealimentación; 1.209.359, indicador develocidad; 1.266.175, pararrayos;1.274.816, indicador de velocidad;1.314.718, corredera para barcos;1.365.547, indicador de caudal;1.402.025, medidor de frecuencia. ↵

298) Carta de Tesla a The NewYork Times, 15 de septiembre de 1908;véase también The Herald Tribune,“Tesla Predicts Fuelless Plañe”, NuevaYork, 12 de julio de 1927. ↵

299) Tesla, The New York Times,15 de septiembre de 1908. ↵

300) The New York Times, “TeslaGets Patent on Helicopter-Plane”, 22 defebrero de 1928, p. 18, col. 4; Science&Invention, junio de 1928, p. 116. ↵

301) Patente 1.655.114, aparato parael transporte aéreo. ↵

302) The Yugoslav Monthly

Magazine, “Helicopter in Hansom CabDays”, julio-agosto de 1964, pp. 31-33.↵

303) Carta microfilmada de Tesla aScherff, Biblioteca del Congreso, 1 dejulio de 1909. ↵

304) Carta microfilmada de Tesla aScherff, Biblioteca del Congreso, s. f. ↵

305) Carta microfilmada de Tesla aScherff, 15 de octubre de 1918; y de

Scherff a Tesla, octubre del mismo año,Biblioteca del Congreso. ↵

306) Carta de Tesla a Anne Morgan,Museo Tesla, Belgrado, 31 de marzo de1913. ↵

307) Carta de Anne Morgan a Tesla,Museo Tesla, Belgrado, 3 de mayo de1913. ↵

308) Carta de Tesla a Anne Morgan,Museo Tesla, Belgrado, 7 de mayo de

1913. ↵

309) Carta de Anne Morgan a Tesla,Museo Tesla, Belgrado, 26 de abril de1926. ↵

310) Carta de Katharine Johnson aTesla, Museo Tesla, Belgrado, s. f. ↵

311) The New York Times, 18 demarzo de 1916, p. 8, col. 3. ↵

312) En 1935, el inglés Robert A.Watson-Watt obtuvo la patente de unprototipo de radar. Para la historia delradar tal como lo conocemos en laactualidad, por microondas, hay queremontarse a 1940, cuando se descubrióel magnetrón multicavidad(Encyclopcedia Britannica). ↵

313) Discurso de Millikan ante elChemists' Club de Nueva York, 7 deoctubre de 1928. ↵

314) The Royal Bank of Cañada,Monthly Letter, vol. 59, n° 11,noviembre de 1978. ↵

315) The New York Times, 8 dediciembre de 191,5, p. 8, col. 3; véasetambién The New York Herald, 15 deabril de 1917. ↵

316) Doctor Émile Girardeau,“Nikola Tesla, Radar Pioneer”,traducción del francés, comunicaciónpresentada en el Nikola Tesla -Kongress, Viena, septiembre de 1953. ↵

317) Ibid; véase también NikolaTesla, “The Problem of IncreasingHuman Energy”, Century Magazine,junio de 1900, pp. 208-209; The NewYork Times, “America's InvisibleAirplane”, 7 de septiembre de 1980, p.20E. ↵

318) O'Neill, Genius, p. 230. ↵

319) Ibid., p. 231. ↵

320) Minutes, Edison MedalMeeting, American Institute of ElectricalEngineers, Instituto Smithsonian, 18 demayo de 1917. ↵

321) Ibid. ↵

322) Ibid. ↵

323) Ibid. ↵

324) Petkovic, “A Visit to NikolaTesla”. ↵

325) Carta de Tesla a Scherff,Biblioteca Butler, Universidad deColumbia, 3 de marzo de 1918. ↵

326) Carta de Scherff a Tesla,Biblioteca Butler, Universidad deColumbia, 23 de junio de 1916. ↵

327) Carta microfilmada de Tesla aScherff, Biblioteca del Congreso, 15 de

octubre de 1918. ↵

328) Carta microfilmada de Tesla aRobert U. Johnson, Biblioteca delCongreso, 27 de diciembre de 1914. ↵

329) Carta microfilmada de RobertU. Johnson a Tesla, Biblioteca delCongreso, 30 de diciembre de 1919. ↵

330) Carta de Katharine Johnson aTesla, Museo Tesla, Belgrado, s. f. ↵

331) Carta microfilmada de Tesla aE. M. Herr, presidente de Westinghouse,Biblioteca del Congreso, 13 denoviembre de 1920. ↵

332) Carta microfilmada deWestinghouse Electric Company aTesla, Biblioteca del Congreso, 28 denoviembre de 1921. ↵

333) Carta microfilmada de Tesla aWestinghouse Electric Company,Biblioteca del Congreso, 1921. ↵

334) Carta microfilmada de Tesla aWestinghouse, Biblioteca del Congreso,22 de enero de 1922; véanse también lascartas correspondientes al 23 de febreroy al 10 de marzo del mismo año. ↵

335) Carta microfilmada de Tripp aTesla, Biblioteca del Congreso,principios de 1922. ↵

336) “Centenario de Nikola Tesla eIvan Mestrovic”, Enjednicar, SerbianCultural Society Education, CroatianSerbes, Zagreb, 10 de abril de 1956, pp.

1-2. ↵

337) Puede contemplarse una copia,en bronce también, realizada porencargo de Mĕstrović, en el MuseoTécnico de Viena. Sava Kosanović,sobrino de Tesla, fue el encargado dedescubrirlo el veintinueve de junio de1952. ↵

338) “Secanja na Teslu KenetSuizia” (Kenneth Swezey'sRecollections of Nikola Tesla), Tesla,Belgrado, 1957, IV, 38-39, pp. 45-48. ↵

339) K. M. Swezey, “Nikola Tesla”,Psychology, octubre de 1927, p. 60. ↵

340) Mucho después, tras elfallecimiento del inventor, Swezeyrepasó cuidadosamente los archivos deWestinghouse para intentar confirmar elbulo. No encontró nada que losustentase. ↵

341) Nikola Tesla, “A Story ofYouth Told by Age”, InstitutoSmithsonian. ↵

342) O'Neill, Genius, pp. 309-310.↵

343) Ibid., pp. 311-312. ↵

344) Ibid., pp. 315-317. ↵

345) Julie Eisenbud, “TwoApproaches to Spontaneous CaseMaterial”, Journal of American Societyfor Psychic Research, julio de 1963. ↵

346) Ibid. ↵

347) Ibid. ↵

348) Detroit Free Press, 10 deagosto de 1924, p. 4; véase tambiénCollier's, “When Woman is Boss”, 30de enero de 1926. ↵

349) Collier's, op. cit. ↵

350) Ibid. ↵

351) Carta microfilmada de Johnsona Tesla, Biblioteca del Congreso, 9 deabril de 1925. ↵

352) Carta microfilmada de Tesla aJohnson, Biblioteca del Congreso, 3 dejunio de 1925. ↵

353) Carta de Johnson a Tesla,Biblioteca Butler, Universidad deColumbia, primavera de 1926. ↵

354) Carta de Tesla a Johnson,Biblioteca Butler, Universidad deColumbia, 6 de abril de 1926. ↵

355) Carta de Johnson a Tesla,Biblioteca Butler, Universidad deColumbia, 1926. ↵

356) Colorado Springs Gazette, 30de mayo de 1924, p. i. ↵

357) Carta microfilmada de Tesla aJohnson, Biblioteca del Congreso, 1929.↵

358) El resto de las patentes serefería a: método y aparato para lacompresión de fluidos elásticos; métodoy aparato para la trasformacióntermodinámica de la energía; mejora delmétodo y aparato para calibrar loscomponentes de una máquina rotatoria;mejora del método y aparato paraconseguir energía motriz del vapor;

mejora del método y aparato para latransformación más económica,mediante turbinas, de la energía delvapor; mejora del método de producirenergía eléctrica mediante turbinas defluidos elásticos; mejora del aparatopara producir energía eléctrica medianteturbinas de fluidos elásticos. ↵

359) Kaempffert, “ElectricalSorcerer”. ↵

360) “Tesla at 75”, Time, 20 dejulio de 1931, pp. 27, 30; The New

York Times, 5 de julio de 1931, ii, p. 1;“Tesla, Electrical Wizard”, MontrealHerald, 10 de julio de 1931; “Father ofRadio, 75”, Detroit News, 10 de juliode 1931; Kosta Kulisic,“Sedamdesetpetogodisnjica NikoleTesle”, Politika, Belgrado, 10, 20 y 21de julio de 1931. ↵

361) Time, 20 de julio de 1931. ↵

362) Ibid. ↵

363) Ibid. ↵

364) Ibid. ↵

365) Ibid. ↵

366) Nikola Tesla, “Our FutureMotive Power”, Everyday Science andMechanics, diciembre de 1931, p. 26. ↵

367) Doctor Gustave Kolischer,

“Further Consideration of Diathermy andMalignancy”, Archives ofPhysicalTherapy, X-Ray, Radium, vol. 13,diciembre de 1932, pp. 780-781. ↵

368) Carta de Tesla a Viereck, del 7de abril de 1934. ↵

369) Carta de Tesla a Viereck, del17 de diciembre de 1934. ↵

370) Nikola Tesla, “A Machine toEnd War”, Liberty Magazine, febrero de

1935. ↵

371) Ibid. ↵

372) Ibid. ↵

373) Ibid. Véase también The NewYork Sun, “Invents Peace Ray - TeslaDescribes Beam of Destructive Energy”,10 de julio de 1934; The New YorkTimes, “Tesla… Bares New “DeathBeam””, 10 de julio de 1934; Time,“Tesla's Ray”, 23 de julio de 1934; The

New York Herald Tribune, 10 de juliode 1934; The New York WorldTelegram, 10 de julio de 1937. ↵

374) Carta de Tesla a The NewYork Times, “Tribute to KingAlexander”, 21 de octubre de 1934, iv,p. 5. ↵

375) Carta microfilmada de Teslaaj. P. Morgan, Biblioteca del Congreso,29 de noviembre de 1934. ↵

376) Ibid. ↵

377) Carta microfilmada de Kintnera Tesla, Biblioteca del Congreso, 5 deabril de 1934. ↵

378) Carta del doctor AlbertJ.Phillips a la autora, 10 de febrero de1979. ↵

379) Ibid. ↵

380) Carta microfilmada de Johnsona Tesla, Biblioteca del Congreso, s. f. ↵

381) Carta microfilmada de Johnsona Tesla, Biblioteca del Congreso, s. f. ↵

382) Carta microfilmada de Johnsona Tesla, Biblioteca del Congreso,mediados de la década de 1930, s. f. ↵

383) Carta microfilmada de Johnsona Tesla, Biblioteca del Congreso, s. f. ↵

384) O'Neill, Genius, p. 313. ↵

385) Cartas microfilmadas de laWestinghouse Company a Tesla,Biblioteca del Congreso, del 29 de abrilde 1938; véase también: Nikola Tesla.Spomenica povodom njegove 80godisnjice. Livre commémoratif ál'oecasion de son 8oéme anniversaire.Gedenkbuch anldsslich seinesSostenBeburstages. Memorándum bookon the occasion ofhis 8oth birthday.Belgrado, Priredilo i izdalo Drustvo tapodizanje Instituía Nikole Tesle,

Belgrado, Edition de la Société pour lafondation de l'Institut Nikola Tesla, 136,519 pp. (homenajes en que cada una delas lenguas mencionadas en el título). ↵

386) Nikola Tesla, documentoinédito, 193C, en parte aparecido en TheNew York Herald Tribune, 9 de julio de1937; “Tesla Devises Vacuum TubeAtom-Smasher”. Nikola Tesla, “GermánCosmic Ray Theory Questioned”, carta aThe New York Herald Tribune\ 3 demarzo de 1935. Véase también “Tesla,79… New Inventions”, The New YorkTimes, 7 de julio de 1935, II, p. 4. ↵

387) “Tesla Has Plans to SignalMars”, The New York Sun, 12 de juliode 1937, p. 6; “Sending Messages toPlanets”, The New York Times, 10 dejulio de 1937, n, p. 1; The Detroit News,10 de julio de 1937. ↵

388) Ibid., The New York Sun. ↵

389) Puede referirse a las mejorasintroducidas en la solicitud de patentede ig22, que Tesla no llegó a completar.↵

390) Maurice Stahl ha sugerido queesa “chispa reluciente” que se observadurante la descarga del tubo de altovacío de Tesla sean rayos de Lenard,electrones que se desprenden a granvelocidad, capaces de atravesarobstáculos muy finos y de dejar un rastroluminoso a su paso debido a laionización de las moléculas de laatmósfera. Este efecto no multiplicanecesariamente la carga que llevan loselectrones. No obstante, Tesla nopensaba que lo que él había observadofuera este fenómeno. ↵

391) Science News, vol. III, 30 deabril de 1977. ↵

392) The New York Herald Tribune,10 de julio de 1937; The New YorkTimes, 10 de julio de 1937, II, p. 1. ↵

393) William L. Laurence, The NewYork Times, 22 de septiembre de 1940,II, p. 7. ↵

394) Pedro II, rey de Yugoslavia, AKing's Heritage, Nueva York, Putnam,

1954; véase también, The Balkans, LifeWorld Library, Nueva York, Time, Inc.,1964; Yugoslavia, Background Notes,publicación del Departamento de Estado7773, rev. en febrero de 1978; imprentadel Gobierno de Estados Unidos; M.Djilas, Memoir of a Revolutionary,Nueva York, Harcourt, Brace,Jovanovich, 1973. ↵

395) The New York Times, 9 deenero de 1945; 1 de mayo de 1945; 7 dejunio de 1947. ↵

396) Raditsa descendía de unafamilia del sur de Croacia, que siemprehabía estado a favor de la unidad deserbios y croatas. ↵

397) Carta del profesor BogdanRaditsa a la autora, 18 de febrero de1979. ↵

398) Ibid. ↵

399) Ibid. ↵

400) Pedro II, A King's Heritage. ↵

401) Ibid. ↵

402) Carta del professor Raditsa ala autora. ↵

403) Cartas de Charles Hausler aLeland I. Anderson, 12 de abril y 16 de

julio de 1979. ↵

404) Certificado de defunción,servicios médicos de la ciudad deNueva York, 8 de enero de 1943; véasetambién The New York Times, 8 deenero de 1943, p. 19; The New YorkHerald Tribune, 8 de enero de 1943,p.18; The New York Telegram, 8 deenero de 1943, p. 36; The New YorkWorld, 8 de enero de 1943, p. 36; TheNew York Sun, 8 de enero de 1943; TheNew Yorkjournal American, 8 de enerode 1943; The New York Times,editorial, 8 de enero de 1943, p. 12. ↵

405) The New York Herald Tribune,10 de enero de 1943. ↵

406) Ibid. ↵

407) Charlotte Muzart, ex secretariade Sava N. Kosanovic, fue la encargadade trasladar en 1957 las cenizas alMuseo Tesla de Belgrado. Durantemuchos años, Kosanovic habíamanifestado su deseo de que las cenizasde su tío permaneciesen en EstadosUnidos, con la esperanza de que se

erigiese un mausoleo en su honor en ellugar donde estaban enterradas(archivos Tesla Memorial Society). ↵

408) Acuerdo adoptado por laComisión Electrotécnica Internacional,Munich, 29 de junio y 7 de julio de1956; véase también Swezey, “NikolaTesla”. ↵

409) La fecha correcta habría sido el8 de enero. ↵

410) Informe redactado por el agenteFoxworth de Nueva York para eldirector del FBI, oficina del FBI deNueva York, 9 de enero de 1943. ↵

411) Informe del FBI, de D. M. Ladda E. A. Tamm, Washington, 10 de enerode 1943- ↵

412) Notas manuscritas de EdwardA. Tamm para D. M. Ladd, a propósitodel informe del 10 de enero de 1943. ↵

413) Carta a la autora del cuartelgeneral de la División de SistemasAeronáuticos, base aérea de Wright-Patterson, 30 de julio de 1980. (Lacursiva es nuestra. Respuesta a unaconsulta, efectuada el 30 de julio de1980, en los términos que establece laley que regula el libre acceso a ladocumentación oficial). ↵

Margaret Cheney Escritora norteamericana, nacida enOregon en 1921, destacó comobiógrafa de gran versatilidad.Además de este libro, titulado

originalmente Tesla: A Manout ofTime, escribió otro libro sobre elmismo personaje en colaboracióncon Robert Uth, y las obras Midnightat Mabel’s y Meanwhile Farm andWhy.