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TEXTOS DE LOS PADRES APOSTÓLICOS DIDAJÉ o ENSEÑANZA DE LOS DOCE APÓSTOLES (Años 70) 1. Instrucción moral 2. El Bautismo 3. Ayuno y oración 4. Fórmulas para la cena eucarística 5. Instrucción sobre los apóstoles y profetas 6. El Día del Señor 7. Obispos y dáconos 8. Escatología P A P Í A S (+ 100?) SAN CLEMENTE ROMANO (Finales s. I) 1. La situación de la Iglesia de Corinto 2. La Iglesia fundada sobre los apóstoles. 3. La organización de la Iglesia es análoga a la del antiguo pueblo de Dios. 4. Dios creador 5. Jesucristo 6. Fe y Obras 7. La esperanza escatológica 8. El martirio de Pedro y Pablo 9. Fórmulas de oración litúrgica 10. Santidad, fe y obras 11. Miembros de un mismo Cuerpo Carta de Clemente de Roma a los Corintios SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA (+ 106 o 107) 1. El ansia de alcanzar a Cristo 2. Jesucristo 3. La Eucaristía 4. El Obispo, principio de unidad 5. Camino del martirio 6. Unión con la cabeza 7. Los rasgos del Buen Pastor C A R T A A L O S E F E S I O S «EPÍSTOLA DE BERNABÉ» (70-130)

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TEXTOS DE LOS PADRES APOSTÓLICOS

DIDAJÉ o ENSEÑANZA DE LOS DOCE APÓSTOLES (Años 70)

1. Instrucción moral 2. El Bautismo 3. Ayuno y oración 4. Fórmulas para la cena eucarística

5. Instrucción sobre los apóstoles y profetas 6. El Día del Señor 7. Obispos y dáconos 8. Escatología

P A P Í A S (+ 100?)

SAN CLEMENTE ROMANO (Finales s. I)

1. La situación de la Iglesia de Corinto 2. La Iglesia fundada sobre los apóstoles. 3. La organización de la Iglesia es análoga a la del antiguo pueblo de Dios. 4. Dios creador 5. Jesucristo

6. Fe y Obras 7. La esperanza escatológica 8. El martirio de Pedro y Pablo 9. Fórmulas de oración litúrgica 10. Santidad, fe y obras 11. Miembros de un mismo Cuerpo

Carta de Clemente de Roma a los Corintios

SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA (+ 106 o 107)

1. El ansia de alcanzar a Cristo 2. Jesucristo 3. La Eucaristía 4. El Obispo, principio de unidad

5. Camino del martirio 6. Unión con la cabeza 7. Los rasgos del Buen Pastor

C A R T A A L O S E F E S I O S

«EPÍSTOLA DE BERNABÉ» (70-130)

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1. Los dos caminos 2. Fe y Conocimiento

3. El cristianismo muestra la invalidez del judaísmo

«PASTOR DE HERMAS» (145-155)

1. Piedras para construir la Iglesia 2. Los dos ángeles 3. El mensaje de penitencia

4. Riqueza y pobreza 5. Discernimiento de espíritus

«SECUNDA CLEMENTIS» (homilía anónima del s. Il, hacia 150)

SAN POLICARPO DE ESMIRNA (+ 155)

1. Testimonio de Ireneo sobre Policarpo 2. Consejos de un Pastor

3. El martirio de Policarpo

CARTA DE SAN POLICARPO DE ESMIRNA A LOS FILIPENSES

Enseñanza de los Doce Apóstoles («Didaché» o «Didajé» o «Didakhé»)

La Didaché o Enseñanza de los Doce Apóstoles es uno de los escritos más venerables que nos ha legado la antigüedad cristiana. Baste decir que su composición se data en torno al año 70; casi contemporáneamente, por tanto, a algunos libros del Nuevo Testamento.

Aletea en su contenido la vida de la primitiva cristiandad. A través de formulaciones claras, asequibles tanto a mentes cultas como a inteligencias menos ilustradas, se enumeran normas morales, litúrgicas y disciplinares que han de guiar la conducta, la oración, la vida de los cristianos. Se trata de un documento

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catequético, breve, destinado probablemente a dar la primera instrucción a los neófitos o a los catecúmenos.

Se desconoce el autor y el lugar de composición de la Didaché. Algunos estudiosos hablan más bien de un compilador, que habría puesto por escrito algunas enseñanzas de la predicación apostólica. Se sitúa su redacción en suelo sirio o tal vez egipcio.

En este libro se distinguen cuatro partes. La primera, de contenido catequético-moral, está basada en la enseñanza de los dos caminos que se le presentan al hombre: el que conduce a la vida y el que lleva a la muerte eterna. La segunda parte, de carácter litúrgico, trata del modo de administrar el Bautismo—puerta de los demás sacramentos—, del ayuno y la oración—muy practicados por los primeros cristianos—y de la celebración de la Eucaristía. La tercera parte trata de la disciplina de la comunidad cristiana y de algunas funciones eclesiásticas. Se explica también, sintéticamente, el modo de celebrar el día del Señor (nuestro actual domingo), y se alude—entre otras—a dos costumbres que manifiestan la finura de caridad que practicaban nuestros primeros hermanos en la fe: la hospitalidad—con advertencias ante los abusos de quienes buscaban vivir a costa de los demás—y la corrección fraterna. La última sección comienza parafraseando la exhortación de Jesús a vivir vigilantes, a prepararse para la hora en la que el Señor viene. Esta parte acaba con una síntesis de las principales enseñanzas escatológicas pronunciadas por el Maestro.

LOARTE

* * * * *

La Didakhe o Doctrina de los doce apóstoles, a la que se hallaban referencias en los autores antiguos, se había dado por perdida hasta que su texto fue hallado en un manuscrito de Constantinopla y publicado en 1883. Inmediatamente se suscitaron vivas polémicas acerca de su carácter y antigüedad. Frente a la opinión de los que pretendían que se trataba de una ficción arcaizante, tal vez de origen montanista, que no sería anterior a los últimos años del siglo II, parece haber ido ganando terreno recientemente la convicción de que se trata de una compilación de elementos muy antiguos, que en su mayor parte bien pueden remontarse al siglo I. El conjunto está formado por varias instrucciones de tipo moral, litúrgico y disciplinar, tal vez para uso de evangelizadores itinerantes. Su particular interés está en que nos da a conocer las formas más primitivas de catequesis moral, con reconocida influencia judía, y los elementos más antiguos de la liturgia bautismal y eucarística, así como la organización eclesiástica en el momento en que, junto a los predicadores itinerantes y carismáticos, empieza a surgir una jerarquía estable y una organización en las Iglesias locales.

JOSEP VIVES

* * * * *

Didajé es una palabra griega que significa «enseñanza» y con la que se suele conocer abreviadamente la obra llamada «Instrucción del Señor a los gentiles por medio de los doce Apóstoles» o también «Instrucciones de los Apóstoles». Es una colección de normas morales, litúrgicas y de organización eclesiástica que debían de estar en vigor ya desde algún tiempo, recopiladas ahora sin pretender ordenarlas ni hacer una síntesis. Tenía tal prestigio en la antigüedad, que Eusebio de Cesarea tuvo que hacer notar que no se trataba de un escrito canónico. Sin embargo, después se perdió, y no fue recuperada hasta finales del siglo xix, cuando se encontró en un códice griego del siglo xI del patriarcado de Jerusalén.

La época de su composición no se conoce, aunque se ha investigado con mucha atención. En general, se puede resumir lo que sabemos diciendo que, si por su contenido, que parece reflejar una situación ya

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alejada de la era apostólica, se podría suponer que es del período que va del año 100 al 150, la ausencia de citas de los Evangelios sinópticos y otros argumentos hacen pensar que es muy anterior, quizá de los años 50 al 70; ahora se suele opinar que podría muy bien pertenecer ya al siglo i, al menos en algunas de sus partes.

A lo largo de sus 16 capítulos, en general muy breves, se encuentra una profusión de consejos morales, presentados bajo el esquema del camino de la vida y el de la muerte, así como instrucciones litúrgicas y normas disciplinares.

Respecto a la liturgia, son interesantes las normas que se dan para la administración del bautismo, que al parecer se solía hacer por inmersión en los ríos, aunque se admitía el bautismo por infusión, derramando agua sobre la cabeza; la prescripción del ayuno antes del bautismo, y de los ayunos en los días señalados, que son los miércoles y los viernes, distintos a los de los judíos; los ejemplos que se dan de plegarias eucarísticas; y la insistencia en la necesidad de purificación, tanto para la Comunión como para la oración en general; también se alude a la Eucaristía como sacrificio.

Respecto a la jerarquía, no se describe con detalle su organización; se habla de obispos y diáconos, pero no de presbíteros; el papel que dentro de la jerarquía tienen los profetas itinerantes es aún considerable.

Se regula la asistencia a los peregrinos, recordando la necesidad de trabajar para no ser gravosos a los hermanos.

La palabra «iglesia» se utiliza con el sentido de asamblea, de reunión de los fieles para la oración; pero también con el otro sentido de Iglesia universal, el pueblo nuevo de los cristianos, subrayando especialmente que esta Iglesia es una y santa. Es de la Didajé de donde arranca la comparación de la unidad de la Iglesia con la del pan hecho de muchos granos de trigo que se hallaban antes dispersos por los montes.

MOLINÉ

* * * * *

TEXTOS

1. Instrucción moral.

Hay dos caminos, el de la vida y el de la muerte, y grande es la diferencia que hay entre estos dos caminos. El camino de la vida es éste: «Amarás en primer lugar a Dios que te ha creado, y en segundo lugar a tu prójimo como a ti mismo. Todo lo que no quieres que se haga contigo, no lo hagas tú a otro.» Tal es la enseñanza de este discurso: «Bendecid a los que os maldicen y rogad por vuestros enemigos, y ayunad por los que os persiguen. Porque ¿qué gracia hay en que améis a los que os aman? ¿No hacen esto también los gentiles? Vosotros amad a los que os odian, y no tengáis enemigo.» Apártate de los deseos carnales. Si alguno te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele la izquierda, y serás perfecto. Si alguien te fuerza a ir con él durante una milla, acompáñale dos. Si alguien te quita el manto, dale también la túnica. Si alguien te quita lo tuyo, no se lo reclames, pues tampoco puedes. A todo el que te pida, dale y no le reclames nada, pues el Padre quiere que se dé a todos de sus propios dones. Bienaventurado el que da conforme a este mandamiento, pues éste es inocente. ¡Ay del que recibe! Si recibe porque tiene necesidad, será inocente; pero si recibe sin tener necesidad, tendrá que dar cuenta de por qué recibió y para qué: puesto en prisión, se le examinará sobre lo que hizo, y no saldrá hasta que no devuelva el último cuadrante. LIMOSNA/DISCERNIR: También está dicho acerca de esto: que tu limosna sude en tus manos hasta que sepas a quién das. Segundo mandamiento de la doctrina: No matarás, no adulterarás, no corromperás a los menores, no fornicarás, no robarás, no practicarás la magia o la hechicería, no matarás el hijo en el seno materno, ni quitarás la vida al recién nacido. No

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codiciarás los bienes del prójimo, no perjurarás, no darás falso testimonio. No calumniarás ni guardarás rencor. No serás doble de mente o de lengua, pues la doblez es lazo de muerte. Tu palabra no será mentirosa ni vana, sino que la cumplirás por la obra. No serás avaro, ni rapaz, ni hipócrita, ni malvado, ni soberbio. No tramarás planes malvados contra tu prójimo. No odiarás a hombre alguno, sino que a unos los convencerás, por otros rogarás, a otros los amarás más que a tu propia alma... Sé manso, pues los mansos heredarán la tierra. Sé paciente, compasivo, sin malicia, tranquilo y bueno, temeroso en todo momento de las palabras que has oído. No te exaltarás, ni entregarás tu alma a la temeridad. No se junte tu alma con los soberbios, sino que andarás con los justos y humildes. Los sucesos que te sobrevengan los aceptarás como bienes, sabiendo que no sucede nada sino por disposición de Dios. Hijo mío, te acordarás de día y de noche del que te habla la palabra de Dios, y le honrarás como al Señor. Porque donde se anuncia la majestad del Señor, allí está el Señor. Buscarás cada día los rostros de los santos, para hallar descanso en sus palabras. No harás cisma, sino que pondrás paz entre los que pelean. Juzgarás rectamente, y no harás distinción de personas para reprender las faltas. No andarás con alma dudosa de si sucederá o no sucederá: No seas de los que extienden la mano para recibir, pero la retiran para dar. Si adquieres algo por el trabajo de tus manos, da de ello como rescate de tus pecados. No vaciles en dar, ni murmurarás mientras das, pues has de saber quién es el buen recompensador de tu limosna. No rechazarás al necesitado, sino que tendrás todas las cosas en común con tu hermano, sin decir que nada es tuyo propio; pues si os son comunes los bienes inmortales, cuánto más los mortales. Tu mano no se levantará de tu hijo o de tu hija, sino que les enseñarás desde su juventud el temor de Dios. No mandarás con aspereza a tu esclavo o a tu esclava que esperan en el mismo Dios que tú, no sea que dejen de temer a Dios que está sobre unos y otros... Vosotros, los esclavos, someteos a vuestros señores como a imagen de Dios con reverencia y temor...

En la asamblea confesarás tus pecados, y no te acercarás a la oración con mala conciencia. Este es el camino de la vida (cap. 1-5).

2. El bautismo.

En lo que se refiere al bautismo, tenéis que bautizar así: Habiendo dicho todas estas cosas, bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y el Espíritu Santo, en agua viva. Si no tienes agua viva, bautiza con otra agua. Si no puedes con agua fría, hazlo con caliente. Si no tienes ni una ni otra, derrama agua sobre la cabeza tres veces, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Antes del Bautismo, ayunen el bautizante y el bautizando y algunos otros que puedan. Pero al bautizando le ordenarás que ayune uno o dos lías antes (cap. 7).

3. Ayuno y oración.

No ayunaréis juntamente con los hipócritas (es decir, los judíos), que ayunan el segundo y el quinto día de la semana. Vosotros ayunaréis el día cuarto y el de la preparación. Tampoco hagáis vuestra oración como los hipócritas, sino, como lo mandó el Señor en el Evangelio, así oraréis: Padre nuestro... Oraréis así tres veces al día (cap. 8).

4. Fórmulas para la cena eucarística.

En lo que toca a la acción de gracias, la haréis de esta manera: Primero sobre el cáliz: Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David tu siervo, la que nos diste a conocer a nosotros por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos.

Luego sobre el trozo (de pan): Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento, que nos diste a conocer por medio de Jesús tu siervo. A ti la gloria por los siglos. Como este fragmento estaba disperso sobre los montes, y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder, por Jesucristo, por los siglos.

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Que nadie coma ni beba de vuestra comida de acción de gracias, sino los bautizados en el nombre del Señor, pues sobre esto dijo el Señor: No deis lo santo a los perros. Después de saciaros, daréis gracias así: Te damos gracias, Padre santo, por tu santo nombre que hiciste morar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has dado a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos.

Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas por causa de tu nombre, y diste a los hombres alimento y bebida para su disfrute, para que te dieran gracias. Mas a nosotros nos hiciste el don de un alimento y una bebida espiritual y de la vida eterna por medio de tu siervo. Ante todo te damos gracias porque eres poderoso. A ti la gloria por los siglos.

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y hacerla perfecta en tu caridad, y congrégala desde los cuatro vientos, santificada, en tu reino que le has preparado. Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.

Venga la gracia y pase este mundo. Hosanna al Dios de David. El que sea santo, que se acerque. El que no lo es, que se arrepienta. «Maran Atha» Amén.

A los profetas, dejadles dar gracias cuanto quieran (cap. 9 y 10).

5. Instrucción sobre los apóstoles y profetas.

Al que viniendo a vosotros os enseñare todo lo dicho, aceptadle. Pero si el mismo maestro, extraviado, os enseña otra doctrina para vuestra disgregación, no le prestéis oído; si, en cambio, os enseña para aumentar vuestra justicia y conocimiento del Señor, recibidle como al mismo Señor.

Con los apóstoles y profetas, obrad de la siguiente manera, de acuerdo con la enseñanza evangélica: todo apóstol que venga a vosotros, sea recibido como el Señor. No se detendrá sino un solo día, y, si fuere necesario, otro más. Si se queda tres días, es un falso profeta. Cuando el apóstol se vaya no tome nada consigo si no es pan hasta su nuevo alojamiento. Si pide dinero, es un falso profeta.

PROFETA-FALSO: No pongáis a prueba ni a examen ningún profeta que habla en espíritu. Porque todo pecado será perdonado, pero este pecado no será perdonado. Con todo, no todo el que habla en espíritu es profeta, sino el que tiene el modo de vida del Señor. En efecto, por el modo de vida se distinguirá el verdadero profeta del falso. Todo profeta que manda poner una mesa en espíritu, no come de ella: de lo contrario, es un falso profeta. Todo profeta que predica la verdad, si no cumple lo que enseña es un falso profeta. Todo profeta probado como verdadero, que trabaja en el misterio de la Iglesia en el mundo, si no enseña a hacer lo que él hace, no lo juzgaréis, pues su juicio está en Dios. Así lo hicieron también los antiguos profetas. Pero al que dice en espíritu: Dame dinero, o cualquier otra cosa, no le prestéis oído. En cambio si dice que se dé a otros necesitados, nadie lo juzgue.

A todo el que viniere en nombre del Señor, recibidle. Luego examinándole le conoceréis por su derecha y por su izquierda, pues tenéis discernimiento. Al que pasa de camino le ayudaréis en cuanto podáis: pero no se quedará con vosotros sino dos o tres días, si fuere necesario. Si quiere quedarse entre vosotros, teniendo un oficio, que trabaje para su sustento. Si no tiene oficio, proveed según prudencia, de modo que no viva entre vosotros cristiano alguno ocioso. Si no quiere aceptar esto, se trata de un traficante de Cristo: tened cuidado con tales gentes.

Todo auténtico profeta que quiera morar de asiento entre vosotros es digno de su sustento. Igualmente, todo auténtico maestro merece también, como el trabajador, su sustento. Por tanto, tomarás siempre las primicias de los frutos del lagar y de la era, de los bueyes y de las ovejas, y las darás como primicias a los profetas, pues ellos son vuestros sumos sacerdotes. Si no tenéis profeta, dadlo a los pobres. Si haces pan, toma las primicias y dalas conforme al mandato. Si abres una jarra de vino o de aceite, toma

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las primicias y dalas a los profetas. De tu dinero, de tu vestido y de todas tus posesiones, toma las primicias, según te pareciere, y dalas conforme al mandato (cap. 11-13).

6. El día del Señor.

EU/RIÑAS: En el día del Señor reuníos y romped el pan y haced la eucaristía, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro. Todo el que tenga disensión con su compañero, no se junte con vosotros hasta que no se hayan reconciliado, para que no sea profanado vuestro sacrificio. Este es el sacrificio del que dijo el Señor: «En todo lugar y tiempo se me ofrece un sacrificio puro: porque yo soy el gran Rey, dice el Señor, y mi nombre es admirable entre las naciones» (Mal 1, 11) (cap. 14).

7. Obispos y diáconos.

Elegíos obispos y diáconos dignos del Señor. hombres mansos, no amantes del dinero, sinceros y probados; porque también ellos os sirven a vosotros en el ministerio de los profetas y maestros. No los despreciéis, ya que tienen entre vosotros el mismo honor que los profetas y maestros (cap. 15).

8. Escatología.

PARUSIA/SIGNOS: Vigilad sobre vuestra vida. No se apaguen vuestras linternas, y no dejen de estar ceñidos vuestros lomos, sino estad preparados, pues no sabéis la hora en que vendrá nuestro Señor. Reuníos con frecuencia, buscando lo que conviene a vuestras almas, pues de nada os servirá todo el tiempo en que habéis creído. si no consumáis vuestra perfección en el último momento. En los últimos días se multiplicarán los falsos profetas y los corruptores, y las ovejas se convertirán en lobos, y el amor se convertirá en odio. En efecto, al crecer la iniquidad, los hombres se odiarán entre si, y se perseguirán y se traicionarán: entonces aparecerá el extraviador del mundo, como hijo de Dios, y hará señales y prodigios, y la tierra será entregada en sus manos, y cometerá iniquidades como no se han cometido desde siglos. Entonces la creación de los hombres entrará en la conflagración de la prueba, y muchos se escandalizarán y perecerán. Pero los que perseveren en su fe serán salvados por el mismo que había sido maldecido. Entonces aparecerán las señales auténticas: en primer lugar el signo de la abertura del cielo, luego el del sonido de trompeta, en tercer. lugar, la resurrección de los muertos, no de todos los hombres, sino, como está dicho: «Vendrá el Señor y todos los santos con él» (Zac 14, 5). Entonces el mundo verá al Señor viniendo sobre las nubes del cielo (cap.16).

* * * * *

Un sacrificio puro

(Didaché o Enseñanza de los Doce Apóstoles, cap. IX y X)

En cuanto a la Eucaristía, dad gracias así. En primer lugar, sobre el cáliz: «Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa vid de David, tu siervo, que nos diste a conocer por Jesús, tu siervo. A Ti gloria por los siglos».

Luego, sobre el fragmento de pan: «Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A Ti la gloria por los siglos».

«Así como este trozo estaba disperso por los montes y reunido se ha hecho uno, así también reúne a tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder por los siglos por medio de Jesucristo».

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Nadie coma ni beba de vuestra Eucaristía a no ser los bautizados en el nombre del Señor, pues acerca de esto también dijo el Señor: No deis lo santo a los perros.

Después de haberos saciado, dad gracias de esta manera:

«Te damos gracias, Padre Santo, por tu Nombre Santo que has hecho habitar en nuestros corazones, así como por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has dado a conocer por Jesús tu siervo. A Ti la gloria por los siglos».

«Tú, Señor omnipotente, has creado el universo a causa de tu Nombre, has dado a los hombres alimento y bebida para su disfrute, a fin de que te den gracias y, además, a nosotros nos has concedido la gracia de un alimento y bebida espirituales y de vida eterna por medio de tu Siervo».

«Ante todo, te damos gracias porque eres poderoso. A Ti la gloria por los siglos».

«Acuérdate, Señor, de tu Iglesia para librarla de todo mal y perfeccionarla en tu amor y a Ella, santificada, reúnela de los cuatro vientos en el reino tuyo, que le has preparado. Porque Tuyo es el poder y la gloria por los siglos».

«¡Venga la gracia y pase este mundo! ¡Hosanna al Dios de David! ¡Si alguno es santo, venga!; ¡el que no lo sea, que se convierta! Maranatha. Amén».

* * * * *

Algunos consejos morales:

Hijo mío, huye de todo mal y de cuanto se asemeje al mal.

No seas iracundo, porque la ira conduce al asesinato. Ni envidioso, ni disputador, ni acalorado, pues de todas estas cosas se engendran muertes.

Hijo mío, no seas codicioso, pues la codicia conduce a la fornicación. Ni deshonesto en tus palabras, ni altanero en tus ojos, pues de todas estas cosas se engendran adulterios.

Hijo mío, no seas adivino, pues la adivinación conduce a la idolatría. Ni encantador, ni astrólogo, ni purificador, ni quieras ver ni oír esas cosas; pues de todas estas cosas se engendra idolatría.

Hijo mío, no seas mentiroso, pues la mentira conduce al robo. Ni avaro ni vanaglorioso, pues de todas estas cosas se engendran robos.

Hijo mío, no seas murmurador, pues la murmuración conduce a la blasfemia. Ni arrogante ni de mente perversa, pues de todas estas cosas se engendran blasfemias.

Sé, en cambio, manso, pues los mansos heredarán la tierra. Sé paciente y compasivo y sincero y tranquilo y bueno y temeroso en todo tiempo de las palabras que oíste.

No te exaltarás a ti mismo ni consentirás a tu alma temeridad. No se juntará tu alma con los altivos, sino que conversarás con los justos y los humildes.

Recibirás como bienes los acontecimientos que te sobrevengan, sabiendo que sin la disposición de Dios nada sucede.

(3; BAC 65, 80-81

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Dos oraciones por la Iglesia, en la misa, antes y después de la comunión:

Como este fragmento estaba disperso sobre los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder por Jesucristo eternamente.

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y hacerla perfecta en tu amor, y reúnela de los cuatro vientos, santificada, en el reino tuyo, que has preparado. Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.

(9, 4 y 10, 5; BAC 65, 86-87)

La celebración del domingo:

Reunidos cada día del Señor, romped el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro.

Todo aquel, empero, que tenga contienda con su compañero, no se junte con vosotros hasta tanto no se hayan reconciliado, a fin de que no se profane vuestro sacrificio.

Porque éste es el sacrificio del que dijo el Señor: En todo lugar y en todo tiempo se me ofrece un sacrificio puro, porque yo soy rey grande, dice el Señor, y mi Nombre es admirable entre las naciones.

(14; BAC 65, 91)

TEXTO COMPLETO

SAN CLEMENTE ROMANO

Los primeros sucesores de San Pedro en la sede de Roma fueron, según testimonia la Tradición, Lino (hasta el año 80) y Anacleto, también llamado Cleto (80-92) «Después de ellos, cuenta San Ireneo, en tercer lugar desde los Apóstoles, accedió al episcopado Clemente, que no sólo vio a los propios Apóstoles, sino que con ellos conversó y pudo valorar detenidamente tanto la predicación como la tradición apostólica». Fue San Clemente, por tanto, el cuarto de los Papas. Como parece querer indicar San Ireneo, este santo Vicario de Cristo fue un eslabón muy importante en la cadena de la continuidad, por su conocimiento y por su fidelidad a la doctrina recibida de los Apóstoles. Nada dicen los más antiguos escritores eclesiásticos sobre su muerte, aunque el Martyrium Sancti Clementis, redactado

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entre los siglos IV y VI, refiere que murió mártir en el Mar Negro, entre los años 99 y 101. Poco antes debió de redactar su Carta a los Corintios, que es uno de los escritos mejor testimoniados en la antigüedad cristiana, pues fue muy célebre y citado en los primeros siglos.

El motivo fue una disputa surgida entre los fieles de Corinto, en la que se llegó incluso a deponer a varios presbíteros. La carta pretende llamar a la paz a los cristianos de Corinto; y quiere inducir a la penitencia y al arrepentimiento de aquellos desconsiderados que injustamente se habían rebelado contra la legitima autoridad, fundada sobre la tradición de los Apóstoles. Además, constituye un documento de capital importancia para el conocimiento de la Teología y de la Liturgia romana.

Grave debía de ser la situación creada en aquella antigua iglesia a la que San Pablo dedicó sus mayores cuidados y reprensiones paternales con motivo de otros desórdenes, que años después parecían volver a reproducirse. El tono de la carta combina la dulzura y energía de un padre; pero es preciso subrayar que San Clemente no escribe como si fuera una voz autorizada cualquiera, sino como quien es consciente de tener una especial responsabilidad en la Iglesia. Incluso comienza disculpándose por no haber intervenido con la prontitud debida, a causa de «las repentinas y sucesivas desgracias y contratiempos» que habían afectado a la Iglesia de Roma: muy probablemente se refiere a la cruel persocución de Domiciano. Se trata de un testimonio antiquísimo sobre la primacía de Roma como Cabeza de la Iglesia universal. (J.A.LOARTE).

* * * * *

Según la tradición, san Clemente fue el tercer sucesor de san Pedro en Roma, después de Lino y Cleto. Ocupó la sede romana en los últimos años del siglo primero. De él se conserva una carta a la Iglesia de Corinto, en la que exhorta a aquella comunidad, amenazada de graves disensiones internas, a mantenerse en la unidad y la caridad. Nos han llegado, además, bajo el nombre de Clemente otros escritos: una segunda carta a los Corintios, dos cartas a las Vírgenes, y diversos escritos homiléticos y narrativos (Homilías y Recognitiones clementinas), que pretenden presentar la predicación y las andanzas de Clemente. Pero todos estos escritos, de carácter y valor muy desigual, no pueden considerarse como auténticos y pertenecen a diversas épocas posteriores.

La primera carta a los Corintios es de gran interés como documento que nos permite conocer directamente la Iglesia romana primitiva. Vemos cómo la Iglesia aparece como modelada todavía en buena parte sobre la sinagoga de la diáspora y sobre las instituciones del Antiguo Testamento, que constituye todavía la base ideológica de aquellos cristianos recién convertidos del judaísmo. En cambio, los escritos del Nuevo Testamento no parecen haber adquirido aún el carácter de autoridad primaria y definitiva. Se afirma ya por primera vez el principio de la sucesión apostólica como garantía de fidelidad a la doctrina de Cristo.

Se proclama el principio paulino de la salvación por la fe y no por los méritos propios, pero al mismo tiempo se insiste en la necesidad de practicar obras de santidad y de obedecer a los mandamientos de Dios, con formulas de corte veterotestamentario. Los capítulos finales reproducen las formas de oración que se usaban en aquellas comunidades, sin duda calcadas en buena parte sobre las que se usaban en la sinagoga. Es curiosa la oración por los gobernantes. (J. VIVES)

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San Clemente de Roma y su epístola a los Corintios

Según San Ireneo, al que debemos la lista más antigua de obispos de Roma, y tal como se recogió mucho más tarde en el canon romano de la misa, es el tercer sucesor de San Pedro: Lino, Cleto, Clemente; quizá conoció a San Pedro y San Pablo. Parece que era de origen judío.

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Sólo nos ha llegado un escrito suyo, la Epístola a los Corintios. Por los datos que ella misma nos da referentes a una segunda persecución, que sería la de Domiciano, parece que fue escrita poco antes del año 96. Era tan apreciada que aún en los tiempos de Eusebio de Cesarea, según él nos dice, se seguía leyendo en las reuniones litúrgicas de algunas Iglesias; de hecho, aunque la carta obedece a unas circunstancias determinadas, está escrita de manera que tenga un valor permanente y pueda ser leída ante la asamblea de los fieles.

El suceso que la motivó es muy interesante en sí mismo. En Corinto, la comunidad había depuesto a los presbíteros, y el obispo de Roma, al parecer sin ser solicitado, interviene para corregir el abuso, con unas expresiones que parecen ir más allá de la normal solicitud de unas Iglesias por otras y que se comprenden mejor desde la perspectiva del primado de la sede romana: Clemente casi pide perdón por no haber intervenido antes, como si éste fuera un deber suyo.

Además, la epístola presenta el testimonio más antiguo que poseemos sobre la doctrina de la sucesión apostólica: Jesucristo, enviado por Dios, envía a su vez a los apóstoles, y éstos establecen a los obispos y diáconos. Los corintios han hecho mal al deponer la jerarquía y nombrar a otras personas; la raíz de estas discusiones es la envidia, de la que da muchos ejemplos, bíblicos en especial, y Clemente les exhorta a la armonía, de la que también da muchos ejemplos, sacados hasta del orden que se observa en la naturaleza. Incidentalmente, la epístola nos atestigua la estancia de San Pedro en Roma, la muy probable de San Pablo en España, el martirio de ambos, y la persecución de Nerón.

La resurrección de la carne ocupa también un lugar importante en la epístola. Se distingue además claramente entre laicado y jerarquía, a cuyos miembros llama obispos y diáconos y, a veces, presbíteros, nombre con el que parece englobar a unos y a otros; la función más importante de éstos es la litúrgica. Recoge también una oración litúrgica, muy interesante, que termina con una petición en favor de los que detentan el poder civil.

MOLINÉ

TEXTOS

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1. La situación de la Iglesia de Corinto

1-1. A causa de las inesperadas y sucesivas calamidades que nos han sobrevenido... hemos tardado algo en prestar atención al asunto discutido entre vosotros, esa sedición extraña e impropia de los elegidos de Dios, detestable y sacrílega, que unos cuantos sujetos audaces y arrogantes, han encendido hasta tal punto de insensatez, que vuestro nombre honorable y celebradísimo, digno del amor de todos los hombres, ha venido a ser objeto de grave ultraje...

3, 2-3. Surgieron la emulación y la envidia, la contienda y la sedición... se levantaron los sin honor contra los honorables, los sin gloria contra los dignos de gloria, los insensatos contra los sensatos, los jóvenes contra los ancianos..

44, 3-6. A hombres establecidos por los apóstoles o por otros preclaros varones con la aprobación de la Iglesia entera, hombres que han servido irreprochablemente al rebaño de Cristo con espíritu de humildad, pacífica y desinteresadamente, que han dado buena cuenta de sí durante mucho tiempo a los ojos de todos; a tales hombres, decimos, no creemos que se pueda excluir en justicia de su ministerio. Cometemos un pecado no pequeño si destituimos de su puesto a obispos que de manera religiosa e

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intachable solían ofrecer los dones. Felices aquellos ancianos que ya nos han precedido en el viaje a la eternidad, que tuvieron un fin fructuoso y cumplido, pues no tienen que temer ya que nadie los eche del lugar que ocupaban. Decimos esto porque vemos que vosotros habéis depuesto de su ministerio a algunos que lo ejercían perfectamente con conducta irreprochable y honorable...

14, 2-4. No será un daño cualquiera, sino más bien un grave peligro el que sufriremos si temerariamente nos entregamos a los designios de esos hombres que sólo buscan disputas y sediciones, con la voluntad de apartarnos del bien. Tratémonos mutuamente con bondad, según las entrañas de benevolencia y de suavidad de aquel que nos creó, pues está escrito: "Los benévolos habitarán la tierra, y los que no conocen el mal serán dejados sobre ella, mientras que los inicuos serán exterminados de ella» (cf. Prov 2, 21; Sal 36, 9.38)...

46, 5-9. CARIDAD/CUERPO-XTO: ¿A qué vienen entre vosotros contiendas y riñas, partidos, escisiones y luchas? ¿Acaso no tenemos un solo Dios, un solo Cristo y un solo Espíritu de gracia, el que ha sido derramado sobre nosotros, así como también una misma vocación en Cristo? ¿Por qué desgarramos y descoyuntamos los miembros de Cristo, y nos ponemos en guerra civil dentro de nuestro propio cuerpo, llegando a tal insensatez que olvidamos que somos unos miembros de los otros?... Vuestra división extravió a muchos, desalentó a muchos, hizo vacilar a muchos y nos llenó de tristeza a todos nosotros. Y, con todo, vuestra división continúa...

47, 6-7. Cosa vergonzosa es, carísimos, en extremo vergonzosa e indigna de vuestra profesión cristiana, que tenga que oírse que la firmísima y antigua Iglesia de Corinto está en rebelión contra sus ancianos por culpa de una o dos personas. Es ésta una noticia que no sólo ha llegado hasta nosotros, sino también hasta los que no sienten como nosotros, de suerte que el nombre del Señor es blasfemado a causa de vuestra insensatez, mientras vosotros os ponéis en grave peligro.

48, 5-6 Enhorabuena que uno tenga el carisma de fe, que otro sea capaz de explicar con conocimiento, que otro tenga la sabiduría del discernimiento en las palabras y otro sea puro en sus obras. Pero cuanto mejor se crea cada uno, tanto más debe humillarse y buscar, no su propio interés, sino el de la comunidad.

Il. La Iglesia fundada sobre los apóstoles.

42, 1-4. I/APOSTOLES: Los apóstoles nos evangelizaron de parte del Señor Jesucristo y Jesucristo fue enviado de parte de Dios. Así pues, Cristo viene de Dios, y los apóstoles de Cristo. Una y otra cosa se hizo ordenadamente por designio de Dios. Los apóstoles, después de haber sido plenamente instruidos, con la seguridad que les daba la resurrección de nuestro Señor Jesucristo y creyendo en la palabra de Dios, salieron, llenos de la certidumbre que les infundió el Espíritu Santo, a dar la alegre noticia de que el reino de Dios estaba para llegar. Y así, según que pregonaban por lugares y ciudades la buena nueva y bautizaban a los que aceptaban el designio de Dios, iban estableciendo a los que eran como primeros frutos de ellos, una vez probados en el Espíritu, como obispos y diáconos de los que habían de creer. Y esto no era cosa nueva, pues ya desde mucho tiempo atrás se había escrito acerca de los obispos y diáconos. En efecto, la Escritura dice en cierto lugar: «estableceré a sus obispos (episkopoi) en justicia, y a sus diáconos (diakonoi) en la fe» (Is 60, 17) s.

III. La organización de la Iglesia es análoga a la del antiguo pueblo de Dios.

43, 1-44,2. OBISPO/SUCESOR-APOS: ¿Qué tiene de extraño que aquellas a quienes se les confió esta obra (es decir, los apóstoles) establecieran obispos y diáconos? El bienaventurado Moisés, «siervo fiel en todo lo referente a su casa», consignó en los libros sagrados todo cuanto le era ordenado... Pues bien: cuando estalló la envidia acerca del sacerdocio, y disputaban las tribus acerca de cuál de ellas tenía que engalanarse con este nombre glorioso, mandó a los doce cabezas de tribu que le trajesen sendas varas... (cf. Núm 17). Y a la mañana siguiente hallase que la vara de Aarón no sólo había retoñado, sino que hasta llevaba fruto... Moisés obró así para que no se produjese desorden en Israel, y

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el nombre del único y verdadero Señor fuese glorificado... Y también nuestros apóstoles tuvieron conocimiento, por medio de nuestro Señor Jesucristo, de que habría disputas sobre este nombre y dignidad del episcopado, y por eso, con perfecto conocimiento de lo que iba a suceder, establecieron a los hombres que hemos dicho, y además proveyeron que, cuando éstos murieran, les sucedieran en el ministerio otros hombres aprobados...

40, 42, 4. Deber nuestro es hacer ordenadamente cuanto el Señor ordenó que hiciéramos, en los tiempos ordenados. Porque él ordenó que las ofrendas y ministerios se hicieran perfectamente, no al acaso y sin orden alguno, sino en determinados tiempos y de manera oportuna. El determinó en qué lugares y por qué ministros habían de ser ejecutados, según su soberana voluntad, a fin de que, haciéndose todo santamente, sea con benevolencia aceptado por su voluntad. Por tanto, los que hacen sus ofrendas en los tiempos ordenados son aceptados y bienaventurados, y siguiendo las ordenaciones del Señor no cometen pecado. Porque el sumo sacerdote tiene sus peculiares funciones asignadas a él; los levitas tienen encomendados sus propios servicios, mientras que el simple laico (Iaikos anthropos) está sometido a los preceptos del laico. Hermanos, procuremos agradar a Dios, cada uno en su propio puesto, manteniéndonos en buena conciencia, sin traspasar las normas establecidas de su liturgia, con toda reverencia. Porque no en todas partes se ofrecen sacrificios perpetuos, votivos o propiciatorios por los pecados, sino sólo en Jerusalén, y aun allí, tampoco se ofrecen en cualquier parte, sino en el santuario y junto al altar, una vez que la víctima ha sido examinada en sus tachas por el sumo sacerdote y los ministros mencionados. Los que hacen algo contrario a la voluntad de Dios, tienen señalada pena de muerte. Considerad, pues, hermanos, que cuanto mayor es el conocimiento que el Señor se ha dignado concedernos, tanto mayor es el peligro a que estamos expuestos...

IV Dios creador.

20, 1-22. Enderecemos nuestros pasos hacia la meta de paz que nos fue señalada desde el principio, teniendo fijos los ojos en el Padre y Creador de todo el universo y adhiriéndonos a los magníficos y sobreabundantes dones y beneficios de su paz. Contemplémosle con nuestra mente y miremos con los ojos del alma su magnánimo designio, considerando cuán benévolo se muestra para con toda su creación. Los cielos, movidos bajo su control, le están sometidos en paz. El día y la noche van siguiendo el curso que él les ha señalado sin que mutuamente se interfieran. El sol, la luna y los coros de los astros giran según el orden que él les ha establecido, en armonía y sin transgresión de ninguna clase, por las órbitas que les han sido impuestas. La tierra germina según la voluntad de él a sus debidos tiempos y produce abundantísimo sustento a los hombres y a todos los animales que viven sobre ella, sin que jamás se rebele ni cambie nada de lo que él ha establecido. Los abismos insondables y los inasequibles lugares inferiores de la tierra se mantienen dentro de las mismas ordenaciones. El lecho del inmenso mar, constituido por obra suya para contener las aguas no traspasa las compuertas establecidas, sino que se mantiene tal como él le ordenó... El océano al que no pueden llegar los hombres, y los mundos que hay más allá de él, están rugidos por las mismas disposiciones del Señor. Las estaciones, la primavera, el verano, el otoño y el invierno se suceden pacíficamente unas a otras. Los escuadrones de los vientos cumplen sin fallar, a sus tiempos debidos, su servicio. Las fuentes perennes, creadas para nuestro goce y salud, ofrecen sin interrupción sus pechos para la vida de los hombres. Y hasta los más pequeños de los animales forman sus sociedades en concordia y paz. Todas estas cosas, el artífice y Señor de todo ordenó que se mantuvieran en paz y concordia, derramando sus beneficios sobre el universo, y de manera particularmente generosa sobre nosotros, los que nos hemos acogido a sus misericordias por medio de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y la grandeza por los siglos de los siglos. Amén. Estad alerta, carísimos, no sea que sus beneficios, tan numerosos. se conviertan para nosotros en motivo de juicio si no vivimos de manera digna de él, haciendo lo que es bueno y agradable en su presencia con toda concordia.

V. Jesucristo.

36, 1-2. Este es el camino en el que hemos hallado nuestra salvación. Jesucristo, el sumo sacerdote de nuestras ofrendas, el protector y ayudador de nuestra debilidad. A través de él fijamos nuestra mirada en

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las alturas del cielo. A través de él contemplamos, como en un espejo, la faz inmaculada y soberana de Dios. Por él nos fueron abiertos los ojos de nuestro corazón. Por él nuestra mente, antes ignorante y llena de tinieblas, ha renacido a la luz. Por él quiso el Señor que gustásemos el conocimiento de la inmortalidad...

49, 6. Por su caridad nos acogió el Señor a nosotros. En efecto, por la caridad que nos tuvo, nuestro Señor Jesucristo dio su sangre por nosotros según el designio de Dios, dio su carne por nuestra carne, y su vida por nuestras vidas. Ya véis, hermanos, qué cosa tan grande y tan admirable es la caridad, y cómo es imposible declarar su perfección...

7, 2-4. Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo, y consideremos cuán preciosa es a los ojos de Dios, Padre suyo, hasta el punto de que, derramada por nuestra salvación, mereció la gracia del arrepentimiento.

12, 7. Por su fe y hospitalidad se salvó Rahab la ramera. Le dijeron que pusiera en su casa una señal, colgando un paño rojo: con ello quedaba indicado que por la sangre del Señor encontrarían redención todos los que creen y esperan en Dios.

16, 1-17. A los humildes pertenece Cristo, no a los que se muestran arrogantes sobre su rebaño. El cetro de la majestad de Dios, el Señor, Jesucristo, no vino al mundo con aparato de arrogancia ni de soberbia, aunque hubiera podido hacerlo, sino en espíritu de humildad, tal como lo había dicho de él el Espíritu Santo: "Señor, ¿quién lo creerá cuando lo oiga de nosotros?... No tiene figura ni gloria, le vimos sin belleza ni hermosura, su aspecto era despreciable, más feo que el aspecto de los hombres ..» (sigue la cita de Is 53, 1-12, y Sal 21, 5-8). Considerad, hermanos, el modelo que se nos propone: porque si el Señor se humilló hasta este extremo, ¿qué tendremos que hacer nosotros, que nos hemos sometido al yugo de su gracia?

VI. Fe y obras.

31-34. ¿Por qué fue bendecido nuestro padre Abraham? ¿No lo fue por haber practicado la justicia y la verdad por medio de la fe? Isaac, conociendo con certeza lo por venir, se dejó llevar de buena gana como víctima de sacrificio. Jacob emigró con humildad de su tierra a causa de su hermano, y marchó a casa de Labán y le sirvió, y le fue concedido el cetro de las doce tribus de Israel... En suma, todos fueron glorificados y engrandecidos, no por méritos propios. ni por sus obras o por la justicia que practicaron, sino por la voluntad de Dios. Por tanto, tampoco nosotros, que fuimos por su voluntad llamados en Jesucristo, nos justificamos por nuestros propios méritos, ni por nuestra sabiduría, inteligencia y piedad, o por las obras que hacemos en santidad de corazón, sino por la fe, por la que el Dios que todo lo puede justificó a todos desde el principio... Si esto es así, ¿qué hemos de hacer, hermanos? ¿Vamos a mostrarnos negligentes en las buenas obras y podemos descuidar la caridad? No permita Dios que esto suceda, al menos en nosotros. Al contrario, apresurémonos a cumplir todo género de obras buenas, con esfuerzo y ánimo generoso. El mismo artífice y Señor de todas las cosas se regocija y se complace en sus obras... Teniéndole a él como modelo, adhirámonos sin reticencias a su voluntad y hagamos la obra de la justicia con todas nuestras fuerzas. El buen trabajador toma con libertad el pan de su trabajo, pero el perezoso y holgazán no se atreve a mirar a la cara de su amo. Por tanto, hemos de ser prontos y diligentes en las buenas obras, ya que de él nos viene todo. El nos lo ha prevenido: «He aquí el Señor, y su recompensa delante de su cara, para dar a cada uno según su trabajo» (Is 40, 10, etc.). Con ello nos exhorta a que pongamos en él nuestra fe con todo nuestro corazón, y a que no seamos perezosos ni negligentes en ningún género de obras buenas...

30, 1-6. Siendo una porción santa, practiquemos todo lo que es santificador: huyamos de toda calumnia, de todo abrazo torpe o impuro, de embriagueces y revueltas, de la detestable codicia, del abominable adulterio, de la odiosa soberbia... Vivamos unidos a aquellos que han recibido como don la gracia de Dios, revistámonos de concordia, manteniéndonos en el espíritu de humildad y continencia, absolutamente alejados de toda murmuración y calumnia, justificados por nuestras obras, y no por

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nuestras palabras... Nuestra alabanza ha de venir de Dios, y no de nosotros mismos, pues Dios detesta al que se alaba a sí mismo..

VII. La esperanza escatológica.

23-27. RS/CUERPO: El que es en todo misericordioso y padre benéfico, tiene entrañas de compasión para con todos los que le temen, y benigna y amorosamente reparte sus gracias entre los que se acercan a él con mente sencilla. Por tanto, no dudemos, ni vacile nuestra alma acerca de sus dones sobreabundantes y gloriosos. Lejos de nosotros aquello que dice la Escritura (pasaje desconocido): «Desgraciados los de alma vacilante, es decir, los que dudan en su alma diciendo: eso ya lo oímos en tiempo de nuestros padres, y he aquí que hemos llegado a viejos y nada semejante se ha cumplido.» ¡Insensatos! Comparaos con un árbol, por ejemplo, la vid. Primero caen sus hojas, luego brota un tallo, luego nace la hoja, luego la flor, después un fruto agraz, y finalmente madura la uva. Considerad cómo en un breve período de tiempo llega a madurez el fruto de ese árbol. A la verdad, pronto y de manera inesperada se cumplirá también su designio, tal como lo atestigua también la Escritura que dice: «Pronto vendrá y no tardará: inesperadamente vendrá el Señor a su templo, y el Santo que estáis esperando» (cf. Is 14, 1: Mal 3, 1). Reflexionemos, carísimos, en la manera cómo el Señor nos declara la resurrección futura, de la que hizo primicias al Señor Jesucristo resucitándole de entre los muertos.

Observemos, amados, la resurrección que se da en la sucesión del tiempo. El día y la noche nos muestran la resurrección: muere la noche, resucita el día; el día se va, viene la noche. Tomemos el ejemplo de los frutos: ¿Cómo y en qué forma se hace la sementera? Sale el sembrador y lanza a la tierra cada una de las semillas, las cuales cayendo sobre la tierra secas y desnudas empiezan a descomponerse; y una vez descompuestas, la magnanimidad de la providencia del Señor las hace resucitar, de suerte que cada una se multiplica en muchas, dando así fruto... Así pues, ¿vamos a tener por cosa extraordinaria y maravillosa que el artífice del universo resucite a los que le sirvieron santamente y con la confianza de una fe auténtica...? Apoyados, pues, en esta esperanza, adhiéranse nuestras almas a aquel que es fiel en sus promesas y justo en sus juicios. El que nos mandó no mentir, mucho menos será él mismo mentiroso, ya que nada hay imposible para Dios excepto la misma mentira. Reavivemos en nosotros la fe en él, y pensemos que todo está cerca de él... Todo lo hará cuando quiera y como quiera, y no hay peligro de que deje de cumplirse nada de lo que él tiene decretado...

VIII. El martirio de Pedro y Pablo.

5-6. Por emulación y envidia fueron perseguidos los que eran máximas y justísimas columnas de la Iglesia, los cuales lucharon hasta la muerte. Pongamos ante nuestros ojos a los santos apóstoles: Pedro, por emulación inicua, hubo de soportar no uno ni dos, sino muchos trabajos, y dando así su testimonio, pasó al lugar de la gloria que le era debido. Por emulación y envidia dio Pablo muestra del trofeo de su paciencia: por seis veces fue cargado de cadenas, fue desterrado, fue apedreado, y habiendo predicado en oriente y en occidente, alcanzó la noble gloria que correspondía a su fe: habiendo enseñado la justicia a todo el mundo, y habiendo llegado hasta el confín de occidente, y habiendo dado su testimonio ante los gobernantes, salió así de este mundo y fue recibido en el lugar santo, hecho ejemplo extraordinario de paciencia. A estos hombres que vivieron en santidad, se agregó un gran número de elegidos, los cuales, después de sufrir muchos ultrajes y tormentos a causa de la envidia, se convirtieron entre nosotros en el más bello ejemplo.

IX. Fórmulas de oración litúrgica.

59, 2-4. Pediremos con instante súplica, haciendo nuestra oración, que el artífice de todas las cosas guarde íntegro en todo el mundo el número contado de sus elegidos, por medio de su amado Hijo Jesucristo.

Por él nos llamó de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento de la gloria de su nombre,

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a esperar en tu nombre, principio de toda creatura, abriendo los ojos de nuestros corazones para conocerte a ti el único altísimo en las alturas, el Santo que tiene su descanso entre los santos; el que humilla la altivez de los soberbios, el que deshace los pensamientos de las naciones, el que levanta a los humildes y abate a los que se enaltecen, el que enriquece y empobrece, el que mata y el que da la vida, el único bienhechor de los espíritus y Dios de toda carne. Tú penetras los abismos y contemplas las obras de los hombres, auxilio de los que están en peligro y salvador de los desesperados, creador y protector de todo espíritu. Tú multiplicas las naciones sobre la tierra, y has escogido entre todas a los que te aman por medio de Jesucristo tu Hijo amado, por el cual nos has enseñado, nos has santificado, nos has honrado. Te rogamos, Señor, que seas nuestro auxilio y nuestro protector. Sálvanos en la tribulación, levanta a los caídos, muéstrate a los necesitados, sana a los enfermos, vuelve a los extraviados de tu pueblo, sacia a los hambrientos, da libertad a nuestros cautivos, levanta a los débiles, consuela a los pusilánimes; conozcan todas las naciones que tú eres el único Dios, y Jesucristo es tu Hijo, y nosotros tu pueblo y las ovejas de tu rebaño. 60, 4-61, 2. Danos la concordia y la paz a nosotros y a todos los que habitan la tierra, como se la diste a nuestros padres, cuando te invocaban religiosamente en fe y en verdad. Que seamos obedientes a tu nombre todopoderoso y glorioso, y a nuestros príncipes y gobernantes sobre la tierra. Tú, Señor, les diste a ellos la autoridad real, por tu poder magnífico e inenarrable, para que conociendo nosotros el honor y la gloria que tú les diste, nos sometamos a ellos sin oponernos en nada a tu voluntad. Dales, Señor, salud, paz, concordia y estabilidad, para que ejerzan sin tropiezo la autoridad que de ti han recibido. Porque tú, Señor, rey celestial de los siglos, das a los hijos de los hombres que están sobre la tierra gloria y honor y autoridad. Tú, Señor, endereza sus voluntades a lo que es bueno y agradable en tu presencia, para que ejerciendo en paz, mansedumbre y piedad, la autoridad que de ti recibieron, alcancen de ti misericordia...

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Santidad, fe y obras

(Epístola a los Corintios, 30-34)

Acerquémonos al Señor en santidad de alma, con las manos puras y limpias levantadas hacia Él, amando al que es nuestro Padre clemente y misericordioso, que nos escogió como porción de su heredad. Porque así está escrito: cuando el Altísimo dividió las naciones, y dispersó a los hijos de Adán, delimitó las gentes según el número de los ángeles de Dios: mas la porción del Señor es el pueblo de Jacob; la porción de su herencia, Israel (Dt 32, 8-9). Y en otro lugar, la Escritura dice: he aquí que el Señor toma para sí un pueblo de entre los pueblos, como recoge un hombre las primicias de su era; y de este pueblo surgirá el Santo de los santos (Dt 4, 34).

Somos una porción santa: practiquemos obras de santidad. Evitemos la calumnia, la impureza, la embriaguez y el afán de novedades, la abominable codicia, el odioso adulterio, la detestable soberbia: Dios—dice la Escritura—resiste a los soberbios, pero a los humildes da su gracia (Sant 4, 6).

Unámonos, pues, a aquellos a quienes Dios ha dado su gracia. Revistámonos de concordia; humildes, castos, apartados de toda murmuración y calumnia, justificados por nuestras obras y no por nuestra palabra; pues el que mucho habla, mucho deberá oír: ¿o es que el charlatán por sus palabras es justificado? (Job 11, 2) (...).

Nuestra alabanza ha de venir de Dios, y no de nosotros mismos, pues Dios detesta a los que a sí mismos se enaltecen. Que los demás den testimonio de nuestras buenas obras, como se ha dado de nuestros padres, varones justos. Dios maldice el descaro, la arrogancia y la temeridad; mientras la modestia, la humildad y la mansedumbre brillan en los bendecidos por el Señor.

Adhirámonos a la bendición de Dios y veamos cuáles son los caminos para alcanzarla. Volvamos nuestra vista a los primeros acontecimientos de la historia de la salvación. ¿Por qué fue bendecido nuestro padre Abraham? ¿No lo fue por obrar la justicia y la verdad por medio de la fe? Isaac, aun conociendo con certeza lo que le sucederfa, libremente, con confianza, se dejó llevar al sacrificio. Jacob, huyendo de su hermano, humildemente emigró de su tierra, y marchó a casa de Labán; le sirvió y le fueron dadas las doce tribus de Israel (...).

En suma, fueron glorificados y engrandecidos, no por sus méritos propios, ni por sus obras o por su justicia, sino por la Voluntad de Dios. Por lo tanto, tampoco nosotros—que hemos sido llamados en Jesucristo por su misma voluntad—nos justificamos por nuestros propios méritos, ni por nuestra sabiduría, inteligencia y piedad, o por las obras que hacemos en santidad de corazón, sino por la fe: porque el Dios Omnipotente, de quien es la gloria por los siglos de los siglos, justificó a todos desde el principio.

Entonces, ¿qué haremos, hermanos? ¿Seremos negligentes en las buenas obras y descuidaremos la caridad? No permita Dios que esto suceda. Al contrario, con esfuerzo y ánimo generoso apresurémonos a cumplir todo género de obras buenas.

El mismo artífice y Señor de todas las cosas se regocija y se complace en sus obras. Con su poder soberano afianzó los cielos, y con su inteligencia incomprensible los ordenó. Separó la tierra del agua que la envolvía, y la asentó en el cimiento firme de su propia voluntad. Por su mandato recibieron el ser los animales que sobre ella se mueven, y al mar y a los animales que en él viven, después de crearlos, los encerró con su poder soberano. Finalmente, con sus sagradas e inmaculadas manos, plasmó al hombre, la criatura más excelente y grande por su inteligencia, imprimiéndole el sello de su propia imagen (...). Así que, teniendo a Dios como modelo, adhirámonos sin reticencias a su santa Voluntad, y con todas nuestras fuerzas hagamos obras de justicia.

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El buen trabajador toma con libertad el pan de su labor, mientras el perezoso y holgazán no se atreve a mirar el rostro de su amo. Por tanto, seamos prontos y diligentes en las buenas obras, ya que del Señor nos viene todo. Él mismo nos lo ha dicho: he aquí el Señor; y su recompensa delante de su faz, para dar a cada uno según su trabajo (Is 40, 10). Con ello, nos exhorta a que pongamos en Él nuestra fe, con todo nuestro corazón, y a que no seamos perezosos ni negligentes en ningún genero de obras buenas.

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Miembros de un mismo Cuerpo

(Epístola a los Corintios, 37-38, 42, 44, 46-47, 56-58)

Así pues, hermanos, marchemos como soldados, con toda constancia en sus inmaculados mandatos. Reflexionemos sobre los que militan bajo nuestros jefes: ¡qué disciplinada, qué dócil, qué obedientemente cumplen las órdenes! No todos son prefectos ni tribunos, ni centuriones, ni comandantes al mando de cincuenta hombres, y así sucesivamente, sino que cada uno en su propio orden cumple lo ordenado por el rey y los jefes. Sin los pequeños, los grandes no pueden existir, ni los pequeños sin los grandes. En todo hay una cierta composición, y en ello está la utilidad. Tomemos nuestro cuerpo: la cabeza es nada sin los pies y, de igual manera, los pies sin la cabeza. Los miembros pequeños de nuestro cuerpo son necesarios y útiles a todo el cuerpo. Todos colaboran y necesitan de una sola sumisión para conservar todo el cuerpo.

Por tanto, consérvese nuestro cuerpo en Cristo Jesús, y sométase cada uno a su prójimo tal como fue establecido por su gracia. El fuerte cuide del débil, y el débil respete al fuerte; el rico provea al pobre, y el pobre dé gracias a Dios por haber dispuesto que alguien se encargue de suplir su necesidad. El sabio muestre su sabiduría no con palabras, sino con buenas obras. El humilde no se alabe a sí mismo, por el contrario, deje a los demás la alabanza. El casto según la carne no se jacte, sabiendo que es otro el que le otorga la fuerza. Por tanto, hermanos, consideremos de qué materia fuimos hechos, cuáles y quiénes entramos en el mundo, de qué sepulcro y tinieblas nos sacó el que nos ha plasmado y creado para introducirnos en su mundo, preparándonos sus beneficios de antemano, antes de que nosotros naciéramos (...).

Los Apóstoles nos anunciaron el Evangelio de parte del Señor Jesucristo; Jesucristo fue enviado de parte de Dios. Así pues, Cristo de parte de Dios, y los Apóstoles de parte de Cristo. Los dos envíos sucedieron ordenadamente conforme a la Voluntad divina. Por tanto, después de recibir el mandato, plenamente convencidos por la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y confiados en la Palabra de Dios, con la certeza del Espíritu Santo, partieron para anunciar que el Reino de Dios iba a llegar. Consiguientemente, predicando por comarcas y ciudades establecían sus primicias, después de haberlos probado por el Espíritu, para que fueran obispos y diáconos de los que iban a creer (...). Y nuestros Apóstoles conocieron por medio de Nuestro Señor Jesucristo que habría discordias sobre el nombre del obispo. Puesto que por esta causa tuvieron un perfecto conocimiento establecieron a los ya mencionados y después dieron norma para que, si morían, otros hombres probados recibiesen en sucesión su ministerio.

Así pues, no consideramos justo que sean arrojados de su ministerio los que fueron establecidos por aquellos o, después, por otros insignes hombres con la conformidad de toda la Iglesia y que sirven irreprochablemente al pequeño rebaño de Cristo, con humildad, callada y distinguidamente, alabados durante mucho tiempo por todos (...).

¿Por qué hay entre vosotros discordias, iras, disensiones, cismas y guerra? ¿Acaso no tenemos un único Dios, un único Cristo, un único Espíritu de gracia que ha sido derramado sobre nosotros y una única llamada en Cristo? ¿Por qué separamos y dividimos los miembros de Cristo y nos rebelamos contra el propio cuerpo y llegamos a tal locura que nos olvidamos de que somos los unos miembros de los otros? Recordad las palabras de Jesús Nuestro Señor. Pues dijo: ¡ay de aquel hombre! Mejor sería

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para él no haber nacido que escandalizar a uno de mis elegidos. Mejor sería para él ceñirse una piedra de molino y hundirse en el mar que extraviar a uno de mis elegidos ( cfr. Mt 26, 25; Lc 17, 1-2). Vuestro cisma extravió a muchos, empujó a muchos al desaliento, a muchos a la duda, a todos nosotros a la tristeza, y vuestra revuelta es tenaz.

Tomad la carta del bienaventurado Apóstol Pablo. Ante todo, ¿qué os escribió en el inicio de la epístola? Guiado por el Espíritu os escribió en verdad sobre él mismo, Cefas y Apolo, porque también entonces habíais creado bandos. Pero aquella bandería llevó a un pecado menor, pues estabais apoyados en acreditados Apóstoles y en un hombre probado entre ellos. Ahora considerad quiénes os han extraviado y han debilitado la veneración de vuestro afamado amor fraterno. Amados, vergonzoso, muy vergonzoso e indigno de la conducta en Cristo es oír que la solidísima y antigua Iglesia de los corintios se ha rebelado contra los presbíteros a causa de una o dos personas. Y esta noticia no sólo ha corrido hasta nosotros, sino también hasta los que piensan de distinta manera a la nuestra, de modo que por vuestra insensatez también las blasfemias se dirigen al nombre del Señor y os acarreáis un peligro (...).

Amados, asumamos la corrección por la que nadie debe irritarse. La advertencia que mutuamente nos hagamos es muy buena y muy beneficiosa, pues nos une a la Voluntad de Dios. Pues así dice la palabra santa: el Señor me corrigió y no me entregó a la muerte (Sal 140, 5). Porque el Señor corrige al que ama y azota a todo aquel que acepta como hijo (Prv 3, 12) (.. )

Ahora, pues, los que fuisteis causa de que estallara la sedición, someteos a vuestros presbíteros y corregíos para penitencia, doblando las rodillas de vuestro corazón. Aprended a someteros, deponiendo la arrogancia jactanciosa y altanera de vuestra lengua; pues más os vale encontraros pequeños pero escogidos dentro del rebaño de Cristo, que ser excluidos de su esperanza a causa de la excesiva estimación de vosotros mismos.

EPÍSTOLA A LOS CORINTIOS

Clemente de Roma

La Iglesia de Dios que reside en Roma a la Iglesia de Dios que reside en Corinto, a los que son llamados y santificados por la voluntad de Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Gracia a vosotros y paz del Dios Todopoderoso os sea multiplicada por medio de Jesucristo.

I. Por causa de las calamidades y reveses, súbitos y repetidos, que nos han acaecido, hermanos, consideramos que hemos sido algo tardos en dedicar atención a las cuestiones en disputa que han surgido entre vosotros, amados, y a la detestable sedición, no santa, y tan ajena y extraña a los elegidos de Dios, que algunas personas voluntariosas y obstinadas han encendido hasta un punto de locura, de modo que vuestro nombre, un tiempo reverenciado, aclamado y encarecido a la vista de todos los hombres, ha sido en gran manera vilipendiado. Porque, ¿quién ha residido entre vosotros que no aprobara vuestra fe virtuosa y firme? ¿Quién no admiró vuestra piedad en Cristo, sobria y paciente? ¿Quién no proclamó vuestra disposición magnífica a la hospitalidad? ¿Quién no os felicitó por vuestro conocimiento perfecto y sano? Porque hacíais todas las cosas sin hacer acepción de personas, y andabais conforme a las ordenanzas de Dios, sometiéndoos a vuestros gobernantes y rindiendo a los

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más ancianos entre vosotros el honor debido. A los jóvenes recomendabais modestia y pensamientos decorosos; a las mujeres les encargabais la ejecución de todos sus deberes en una conciencia intachable, apropiada y pura, dando a sus propios maridos la consideración debida; y les enseñabais a guardar la regla de la obediencia, y a regir los asuntos de sus casas con propiedad y toda discreción.

II. Y erais todos humildes en el ánimo y libres de arrogancia, mostrando sumisión en vez de reclamarla, mds contentos de dar que de recibir, y contentos con las provisiones que Dios os proveía. Y prestando atención a sus palabras, las depositabais diligentemente en vuestros corazones, y teníais los sufrimientos de Cristo delante de los ojos. Así se os había concedido una paz profunda y rica, y un deseo insaciable de hacer el bien. Además, había caído sobre todos vosotros un copioso derramamiento del Espíritu Santo; y, estando llenos de santo consejo, en celo excelente y piadosa confianza, extendíais las manos al Dios Todopoderoso, suplicándole que os fuera propicio, en caso de que, sin querer, cometierais algún pecado. Y procurabais día y noche, en toda la comunidad, que el número de sus elegidos pudiera ser salvo, con propósito decidido y sin temor alguno. Erais sinceros y sencillos, y libres de malicia entre vosotros. Toda sedición y todo cisma era abominable para vosotros. Os sentíais apenados por las transgresiones de vuestros prójimos; con todo, juzgabais que sus deficiencias eran también vuestras. No os cansabais de obrar bien, sino que estabais dispuestos para toda buena obra. Estando adornados con una vida honrosa y virtuosa en extremo, ejecutabais todos vuestros deberes en el temor de Dios. Los mandamientos y las ordenanzas del Señor estaban escritas en las tablas de vuestro corazón.

III. Os había sido concedida toda gloria y prosperidad, y así se cumplió lo que está escrito: Mi amado comió y bebió y prosperó y se llenó de gordura y empezó a dar coces. Por ahí entraron los celos y la envidia, la discordia y las divisiones, la persecución y el tumulto, la guerra y la cautividad. Y así los hombres empezaron a agitarse: los humildes contra los honorables, los mal reputados contra los de gran reputación, los necios contra los sabios, los jóvenes contra los ancianos. Por esta causa la justicia y la paz se han quedado a un lado, en tanto que cada uno ha olvidado el temor del Señor y quedado ciego en la fe en Él, no andando en las ordenanzas de sus mandamientos ni viviendo en conformidad con Cristo, sino cada uno andando en pos de las concupiscencias de su malvado corazón, pues han concebido unos celos injustos e impíos, por medio de los cuales también la muerte entró en el mundo.

IV. Porque como está escrito: Y aconteció después de unos días, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda al Señor. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró el Señor con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no prestó atención a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante. Entonces el Señor dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? Si has ofrecido rectamente y no has dividido rectamente, ¿no has pecado? ¡Calla! Con todo esto, él se volverá a ti y tú te enseñorearás de él. Y dijo Caín a su hermano Abel. Salgamos a la llanura. Y aconteció que estando ellos en la llanura, Caín se levantó contra su hermano Abel y lo mató. Veis, pues, hermanos, que los celos y la envidia dieron lugar a la muerte del hermano. Por causa de los celos, nuestro padre Jacob tuvo que huir de delante de Esaú su hermano. Los celos fueron causa de que José fuera perseguido a muerte, y cayera incluso en la esclavitud. Los celos forzaron a Moisés a huir de delante de Faraón, rey de Egipto, cuando le dijo uno de sus paisanos: ¿Quién te ha puesto por juez entre nosotros? ¿Quieres matarme, como ayer mataste al egipcio? Por causa de los celos Aarón y Miriam tuvieron que alojarse fuera del campamento. Los celos dieron como resultado que Datán y Abiram descendieran vivos al Hades, porque hicieron sedición contra Moisés el siervo de Dios. Por causa de los celos David fue envidiado no sólo por los filisteos, sino perseguido también por Saúl [rey de Israel].

V. Pero, dejando los ejemplos de los días de antaño, vengamos a los campeones que han vivido más cerca de nuestro tiempo. Pongámonos delante los nobles ejemplos que pertenecen a nuestra generación. Por causa de celos y envidia fueron perseguidos y acosados hasta la muerte las mayores y más íntegras columnas de la Iglesia. Miremos a los buenos apóstoles. Estaba Pedro, que, por causa de unos celos injustos, tuvo que sufrir, no uno o dos, sino muchos trabajos y fatigas, y habiendo dado su testimonio, se fue a su lugar de gloria designado. Por razón de celos y contiendas Pablo, con su

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ejemplo, señaló el premio de la resistencia paciente. Después de haber estado siete veces en grillos, de haber sido desterrado, apedreado, predicado en el Oriente y el Occidente, ganó el noble renombre que fue el premio de su fe, habiendo enseñado justicia a todo el mundo y alcanzado los extremos más distantes del Occidente; y cuando hubo dado su testimonio delante de los gobernantes, partió del mundo y fue al lugar santo, habiendo dado un ejemplo notorio de resistencia paciente.

VI. A estos hombres de vidas santas se unió una vasta multitud de los elegidos, que en muchas indignidades y torturas, víctimas de la envidia, dieron un valeroso ejemplo entre nosotros. Por razón de los celos hubo mujeres que fueron perseguidas, después de haber sufrido insultos crueles e inicuos, +como Danaidas y Dirces+, alcanzando seguras la meta en la carrera de la fe, y recibiendo una recompensa noble, por más que eran débiles en el cuerpo. Los celos han separado a algunas esposas de sus maridos y alterado el dicho de nuestro padre Adán: Ésta es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne. Los celos y las contiendas han derribado grandes ciudades y han desarraigado grandes naciones.

VII. Estas cosas, amados, os escribimos no sólo con carácter de admonición, sino también para haceros memoria de nosotros mismos. Porque nosotros estamos en las mismas listas y nos está esperando la misma oposición. Por lo tanto, pongamos a un lado los pensamientos vanos y ociosos; y conformemos nuestras vidas a la regla gloriosa y venerable que nos ha sido transmitida; y veamos lo que es bueno y agradable y aceptable a la vista de Aquel que nos ha hecho. Pongamos nuestros ojos en la sangre de Cristo y démonos çuenta de lo precioso que es para su Padre, porque habiendo sido derramado por nuestra salvación, ganó para todo el mundo la gracia del arrepentimiento. Observemos todas las generaciones en orden, y veamos que de generación en generación el Señor ha dado oportunidad para el arrepentimiento a aquellos que han deseado volverse a Él. Noé predicó el arrepentimiento, y los que le obedecieron se salvaron. Jonás predicó la destrucción para los hombres de Nínive; pero ellos, al arrepentirse de sus pecados, obtuvieron el perdón de Dios mediante sus súplicas y recibieron salvación, por más que eran extraños respecto a Dios.

VIII. Los ministros de la gracia de Dios, por medio del Espíritu Santo, hablaron referente al arrepentimiento. Sí, y el Señor del universo mismo habló del arrepentimiento con un juramento: Vivo yo, dice el Señor, que no me complazco en la muerte del malvado, sino en que se arrepienta; y añadió también un juicio misericordioso: Arrepentíos, oh casa de Israel, de vuestra iniquidad; decid a los hijos de mi pueblo: Aunque vuestros pecados lleguen desde la tierra al cielo, y aunque sean más rojos que el carmesí y más negros que la brea, y os volvéis a mí de todo corazón y decís Padre, yo os prestaré oído como a un pueblo santo. Y en otro lugar dice de esta manera: Lavaos, limpiaos, quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer lo bueno; buscad la justicia; defended al oprimido, juzgad la causa del huérfano, haced justicia a la viuda. Venid luego, dice el Señor, y estemos a cuenta; aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si queréis y obedecéis, comeréis el bien de la tierra; si rehusáis y sois rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca del Señor Lo ha dicho. Siendo así, pues, que Él desea que todos sus amados participen del arrepentimiento, lo confirmó con un acto de su voluntad poderosa.

IX. Por lo cual seamos obedientes a su voluntad excelente y gloriosa, y presentémonos como suplicantes de su misericordia y bondad, postrémonos ante Él y recurramos a sus compasiones prescindiendo de labores y esfuerzos vanos y de celos que llevan a la muerte. Fijemos nuestros ojos en aquellos que ministraron de modo perfecto a su gloria excelente. Miremos a Enoc, el cual, habiendo sido hallado justo en obediencia, fue arrebatado al cielo y no fue hallado en su muerte. Noé, habiendo sido fiel en su ministerio, predicó regeneración al mundo, y por medio de él el Señor salvó a las criaturas vivientes que entraron en el arca de la concordia.

X. Abraham, que fue llamado el «amigo», fue hallado fiel en haber rendido obediencia a las palabras de Dios. Por medio de la obediencia partió de su tierra y su parentela y de la casa de su padre, para que, abandonando una tierra escasa y una reducida parentela y una casa mediocre, pudiera heredar las

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promesas de Dios. Porque Él le dijo: Vete de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré; y engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. Y de nuevo, cuando se separó de Lot, les dijo: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la doré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Y de nuevo dice: Dios hizo salir a Abraham y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Así será tu descendencia. Y Abraham creyó a el Señor, y le fue contado por justicia. Por su fe y su hospitalidad le fue concedido un hijo siendo anciano, y en obediencia lo ofreció a Dios en sacrificio en uno de los montes que Él le mostró.

XI. Por su hospitalidad y piedad Lot fue salvado de Sodoma, cuando todo el país de los alrededores fue juzgado por medio de fuego y azufre; el Señor con ello anunció que no abandona a los que han puesto su esperanza en Él, y que destina a castigo y tormento a los que se desvían. Porque cuando la esposa de Lot hubo salido con él, no estando ella de acuerdo y pensando de otra manera, fue destinada a ser una señal de ello, de modo que se convirtió en una columna de sal hasta este día, para que todos los hombres supieran que los indecisos y los que dudan del poder de Dios son puestos para juicio y ejemplo a todas las generaciones.

XII. Por su fe y su hospitalidad fue salvada Rahab la ramera. Porque cuando Josué hijo de Nun envió a los espías a Jericó, el rey del país averiguó que ellos habían ido a espiar su tierra, y envió a algunos hombres para que se apoderaran de ellos y después les dieran muerte. Por lo que la hospitalaria ramera los recibió y los escondió, en el terrado, bajo unos manojos de lino. Y cuando los mensajeros del rey llegaron y le dijeron: Saca a los hombres que han venido a ti, y han entrado en tu casa; porque han venido para espiar la tierra, ella contestó: Es verdad que los que buscáis vinieron a mt, pero se marcharon al poco y están andando por su camino; y les indicó el camino opuesto. Y ella dijo a los hombres: Sé que el Señor os ha dado esta ciudad; porque el temor de vosotros ha caldo sobre sus habitantes. Cuando esto acontezca y toméis la tierra, salvadme a mí y la casa de mi padre. Y ellos le contestaron: Será tal como tú nos has hablado. Cuando adviertas que estamos llegando, reunirás a los tuyos debajo de tu techo, y serán salvos; porque cuantos sean hallados fuera de la casa, perecerán. Y además le dieron una señal, que debía colgar fuera de la casa un cordón de grana, mostrando con ello de antemano que por medio de la sangre del Señor habrá redención para todos los que creen y esperan en Dios. Veis pues, amados, que se halla en la mujer no sólo fe, sino también profecía.

XIII. Seamos, pues, humildes, hermanos, poniendo a un lado toda arrogancia y engreimiento, y locura e ira, y hagamos lo que está escrito. Porque el Espíritu Santo dice: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas; mas el que se alabe que lo haga en el Señor, que le busca y hace juicio y justicia; y, sobre toda~ recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo, enseñando indulgencia y longanimidad: Tened misericordia, y recibiréis misericordia; perdonad, y seréis perdonados. Lo que hagáis, os lo harán a vosotros. Según deis, os será dado. Según juzguéis, seréis juzgados. Según mostréis misericordia, se os mostrará misericordia. Con la medida que midáis se os volverá a medir. Afiancémonos en este mandamiento y estos preceptos, para que podamos andar en obediencia a sus santas palabras, con ánimo humilde. Porque la palabra santa dice: ¿A quién miraré, sino a aquel que es manso y humilde de espíritu y teme mis palabras?

XIV. Por tanto, es recto y apropiado, hermanos, que seamos obedientes a Dios, en vez de seguir a los que, arrogantes y díscolos, se han puesto a sí mismos como caudillos en una contienda de celos abominables. Porque nos acarrearemos, no un daño corriente, sino más bien un gran peligro si nos entregamos de modo temerario a los propósitos de los hombres que se lanzan a contiendas y divisiones, apartándonos de lo que es recto. Seamos, pues, buenos los unos hacia los otros, según la compasión y dulzura de Aquel que nos ha hecho. Porque está escrito: Los rectos habitarán la tierra, y los inocentes permanecerán en ella; mas los transgresores serán cortados y desarraigados de ella. Y de nuevo dice:

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Vi al impío elevado y exaltado como los cedros del Líbano. Y pasé, y he aquí ya no estaba; y busqué su lugar, y no lo encontré. Guarda la inocencia, y mira la justicia; porque hay un remanente para el pacífico.

XV. Por tanto, hemos de adherirnos a los que practican la paz con la piedad, y no a los que desean la paz con disimulo. Porque Él dice en cierto lugar: Este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí; y también: Bendicen con la boca, pero maldicen con su corazón. Y de nuevo Él dice: Le lisonjeaban con su boca, y con su lengua le mentían, pues sus corazones no eran rectos con él, ni se mantuvieron firmes en su pacto. Por esta causa, enmudezcan los labios mentirosos, y callen los que profieren insolencias contra el justo. Y de nuevo: Arranque el Señor todos los labios lisonjeros, y la lengua que habla jactanciosamente; a los que han dicho: Engrandezcamos nuestra lengua; nuestros labios son nuestros, ¿quién es señor sobre nosotros? A causa de la opresión del humilde y el gemido de los menesterosos, ahora me levantaré, dice el Señor; le pondré en seguridad; haré grandes cosas por él.

XVI. Porque Cristo está con los que son humildes de corazón y no con los que se exaltan a sí mismos por encima de la grey. El cetro [de la majestad] de Dios, a saber, nuestro Señor Jesucristo, no vino en la pompa de arrogancia o de orgullo, aunque podría haberlo hecho, sino en humildad de corazón, según el Espíritu Santo habló, diciendo: Porque dijo: ¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Ya quién se ha revelado el brazo del Señor? Lo anunciamos en su presencia. Era como un niño, como una raíz en tierra seca. No hay apariencia en Él, ni gloria. Y le contemplamos, y no había en Él apariencia ni hermosura, sino que su apariencia era humilde, inferior a la forma de los hombres. Era un hombre expuesto a azotes y trabajo, experimentado en quebrantos; porque su rostro estaba vuelto. Fue despreciado y desechado. Llevó nuestros pecados y sufrió dolor en lugar nuestro; y nosotros le consideramos herido y afligido. Y Él fue herido por nuestros pecados y afligido por nuestras iniquidades. El castigo de nuestra paz es sobre Él. Con sus llagas fuimos nosotros’ sanados. Todos nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su propio camino; y el Señor lo entregó por nuestros pecados. Y Él no abre su boca aunque es afligido. Como una oveja fue llevado al matadero; y como un cordero delante del trasquilador, es mudo y no abre su boca. En su humillación su juicio le fue quitado. Su generación ¿quién la declarará? Porque su vida fue cortada de la tierra. Por las iniquidades de mi pueblo he llegado a la muerte. Daré a los impíos por su sepultura, y a los ricos por su muerte; porque no obró iniquidad, ni fue hallado engaño en su boca. Y el Señor desea limpiarle de sus heridas. Si hacéis ofrenda por el pecado, vuestra alma verá larga descendencia. Y el Señor desea quitarle el padecimiento de su alma, mostrarle luz y moldearle con conocimiento, para justificar al Justo que es un buen siervo para muchos. Y Él llevará los pecados de ellos. Por tanto heredará a muchos, y dividirá despojos con los fuertes; porque su alma fue entregada a la muerte, y fue contado como los transgresores; y Él llevó los pecados de muchos, y por sus pecados fue entregado. Y de nuevo, Él mismo dice: Mas yo soy gusano y no hombre; oprobio de los hombres y despreciado del pueblo. Todos los que me ven me escarnecen; tuercen los labios, menean la cabeza, diciendo: Esperó en el Señor, que le libre; sálvele, puesto que en él se complacía. Veis, queridos hermanos, cuál es el ejemplo que nos ha sido dado; porque si el Señor era humilde de corazón de esta manera, ¿qué deberíamos hacer nosotros; que por Él hemos sido puestos bajo el yugo de su gracia?

XVII. Iimitemos a los que anduvieron de un lugar a otro en pieles de cabras y pieles de ovejas, predicando la venida de Cristo. Queremos decir Elías y Eliseo y también Ezequiel, los profetas, y aquellos que han merecido un buen nombre. Abraham alcanzó un nombre excelente y fue llamado el amigo de Dios; y contemplando firmemente la gloria de Dios, dice en humildad de corazón: Pero yo soy polvo y ceniza. Además, también se ha escrito con respecto a Job: Y Job era justo y sin tacha, temeroso de Dios y se abstenía del mal. Con todo, él mismo se acusa diciendo: Ningún hombre está libre de inmundicia; no, ni aun si su vida dura sólo un día. Moisés fue llamado fiel en toda su casa, y por medio de su ministración Dios juzgó a Egipto con las plagas y los tormentos que les ocurrieron. Y él también, aunque altamente glorificado, no pronunció palabras orgullosas sino que dijo, al recibir palabra de Dios en la zarza: ¿Quién soy yo para que me envíes a mí? No, yo soy tardo en el habla y torpe de lengua. De nuevo dijo: Yo soy humo de la olla.

XVII. Pero, ¿qué diremos de David que obtuvo un buen nombre?, del cual dijo: He hallado a un hombre conforme a mi corazón, David, el hijo de Jsaí, con misericordia eterna le he ungido. También dijo David a

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Dios: Ten misericordia de mí, oh Dios, conforme a tu gran misericordia; y conforme. a la multitud de tus compasiones, borra mi iniquidad. Ltmpiame más aún de mi iniquidad, y lávame de mi pecado. Porque reconozco mi iniquidad, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra Ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tu vista; para que Tú seas justificado en tus palabras, y puedas vencer en tu alegación. Porque he aquí fui concebido en iniquidad, y en pecados me llevó mi madre. Porque he aquí Tú amas la verdad; Tú me has mostrado cosas oscuras y escondidas de tu sabiduría. Tú me rociarás con hisopo y seré limpiado. Tú me lavarás, y pasaré a ser más blanco que la nieve. Tú me harás oír gozo y alegría. Los huesos que han sido humillados se regocijarán. Aparta tu rostro de mis pecados, y borra todas mis iniquidades. Hazme un corazón limpio dentro de mí, oh Dios, y renueva un espíritu recto en mis entrañas. No me eches de tu presencia, y no me quites tu Santo Espíritu. Restáurame el gozo de tu salvación, y corrobórame con un espíritu de gobierno. Enseñaré tus caminos a los pecadores, y los impíos se convertirán a Ti. Líbrame de la culpa de sangre, oh Dios, Dios de mi salvación. Mi lengua se regocijará en tu justicia. Señor, tú abrirás mi boca, y mis labios declararán tu alabanza. Porque si Tú hubieras deseado sacrificio, te lo habría dado; de holocaustos enteros no te agradas. El sacrificio para Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia.

XIX. Así pues, la humildad y sumisión de tantos hombres y tan importantes, que de este modo consiguieron un buen nombre por medio de la obediencia, nos ha hecho mejores no sólo a nosotros, sino también a las generaciones que fueron antes que nosotros, a saber, las que recibieron sus palabras en temor y verdad. Viendo, pues, que somos partícipes de tantos hechos grandes y gloriosos, apresurémonos a volver al objetivo de la paz que nos ha sido entregado desde el principio, y miremos fijamente al Padre y Autor de todo el mundo, y mantengámonos unidos a sus excelentes dones de paz y beneficios. Contemplémosle en nuestra mente, y miremos con los ojos del alma su voluntad paciente y sufrida. Notemos cuán libre está de ira hacia todas sus criaturas.

XX. Los cielos son movidos según sus órdenes y le obedecen en paz. Día y noche realizan el curso que Él les ha asignado, sin estorbarse el uno al otro. El sol y la luna y las estrellas movibles dan vueltas en armonía, según Él les ha prescrito, dentro de los límites asignados, sin desviarse un punto. La tierra, fructífera en cumplimiento de su voluntad en las estaciones apropiadas, produce alimento que es provisión abundante para hombres y bestias y todas las criaturas vivas que hay en ella, sin disentir en nada, ni alterar nada de lo que Él ha decretado. Además, las profundidades inescrutables de los abismos y los inexpresables +estatutos+ de las regiones inferiores se ven constreñidos por las mismas ordenanzas. El mar inmenso, recogido por obra suya en un lugar, no pasa las barreras de que está rodeado; sino que, según se le ordenó, así lo cumple. Porque El dijo: Hasta aquí llegarás, y tus olas se romperán dentro de ti. El océano que el hombre no puede pasar, y los mundos más allá del mismo, son dirigidos por las mismas ordenanzas del Señor. Las estaciones de la primavera, el verano, el otoño y el invierno se suceden la una a la otra en paz. Los vientos en sus varias procedencias en la estación debida, cumplen su ministerio sin perturbación; y las fuentes de flujo incesante, creadas para el goce y la salud, no cesan de manar sosteniendo la vida de los hombres. Todas estas cosas el gran Creador y Señor del universo ordenó que se mantuvieran en paz y concordia, haciendo bien a todos, pero mucho más que al resto, a nosotros, los que nos hemos refugiado en las misericordias clementes de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y la majestad para siempre jamás. Amén

XXI. Estad atentos, pues, hermanos, para que sus beneficios, que son muchos, no se vuelvan en juicio contra nosotros, si no andamos como es digno de El, y hacemos las cosas que son buenas y agradables a su vista, de buen grado. Porque Él dijo en cierto lugar: El Espíritu del Señor es una lámpara que escudriña las entrañas. Veamos cuán cerca está, y que ninguno de nuestros pensamientos o planes que hacemos se le escapa. Por tanto, es bueno que no nos apartemos de su voluntad. Es mejor que ofendamos a hombres necios e insensatos que se exaltan y enorgullecen en la arrogancia de sus palabras que no que ofendamos a Dios. Sintamos el temor del Señor Jesu[cristo], cuya sangre fue entregada por nosotros. Reverenciemos a nuestros gobernantes; honremos a nuestros ancianos; instruyamos a nuestros jóvenes en la lección del temor de Dios. Guiemos a nuestras mujeres hacia lo que es bueno: que muestren su hermosa disposición de pureza; que prueben su afecto sincero de bondad; que manifiesten la moderación de su lengua por medio del silencio; que muestren su amor, no en preferencias partidistas, sino sin parcialidad hacia todos los que temen a Dios, en santidad. Que

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nuestros hijos sean participantes de la instrucción que es en Cristo; que aprendan que la humildad de corazón prevalece ante Dios, qué poder tiene ante Dios el amor casto, que el temor de Dios es bueno y grande y salva a todos los que andan en él en pureza de corazón y santidad. Porque Él escudriña las intenciones y los deseos; su aliento está en nosotros, y cuando Él se incline a hacerlo, lo va a quitar.

XXII. Ahora bien, todas estas cosas son confirmadas por la fe que hay en Cristo; porque Él mismo, por medio del Espíritu Santo, nos invita así: Venid a mí, hijos, escuchadme y os enseñaré el temor del Señor. ¿Quién es el hombre que desea vida, que busca muchos días para ver el bien? Guarda tu lengua del mal y tus labios de hablar engaño. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz, y corre tras ella. Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones. Pero el rostro del Señor está sobre los que hacen mal, para destruir su recuerdo de la tierra. Claman los justos, y el Señor oye, y los libra de todas sus angustias. Muchos son los males del justo, y de todos ellos le librará el Señor. Y también: Muchos dolores habrá para el pecador, mas al que espera en el Señor le rodeará la misericordia.

XXIII. El Padre, que es compasivo en todas las cosas, y dispuesto a hacer bien, tiene compasión de los que le temen, y con bondad y amor concede sus favores a aquellos que se acercan a Él con sencillez de corazón. Por tanto, no seamos indecisos ni consintamos que nuestra alma se permita actitudes vanas y ociosas respecto a sus dones excelentes y gloriosos. Que no se nos aplique este pasaje de la escritura que dice: Desventurado el de doble ánimo, que duda en su alma y dice: Estas cosas oímos en los días de nuestros padres también, y ahora hemos llegado a viejos, y ninguna de ellas nos ha acontecido. Insensatos, comparaos a un árbol; pongamos una vid. Primero se le caen las hojas, luego sale un brote, luego una hoja, luego una flor, más tarde un racimo agraz, y luego un racimo maduro. Como veis, en poco tiempo el fruto del árbol llega a su sazón. Verdaderamente pronto y súbitamente se realizará su voluntad, de lo cual da testimonio también la escritura, al decir: Su hora está al caer, y no se demorará; y el Señor vendrá súbitamente a su templo; el Santo, a quien vosotros esperáis.

XXIV. Entendamos, pues, amados, en qué forma el Señor nos muestra continuamente la resurrección que vendrá después; de la cual hizo al Señor Jesucristo las primicias, cuando le levantó de los muertos. Consideremos, amados, la resurrección que tendrá lugar a su debido tiempo. El día y la noche nos muestran la resurrección. La noche se queda dormida, y se levanta el día; el día parte, y viene la noche. Consideremos los frutos, cómo y de qué manera tiene lugar la siembra. El sembrador sale y echa sobre la tierra cada una de las semillas, y éstas caen en la tierra seca y desnuda y se descomponen; pero entonces el Señor en su providencia hace brotar de sus restos nuevas plantas, que se multiplican y dan fruto.

XXV. Consideremos la maravillosa señal que se ve en las regiones del oriente, esto es, en las partes de Arabia. Hay un ave, llamada fénix. Esta es la única de su especie, vive quinientos años; y cuando ha alcanzado la hora de su disolución y ha de morir, se hace un ataúd de incienso y mirra y otras especias, en el cual entra en la plenitud de su tiempo, y muere. Pero cuando la carne se descompone, es engendrada cierta larva, que se nutre de la humedad de la criatura muerta y le salen alas. Entonces, cuando ha crecido bastante, esta larva toma consigo el ataúd en que se hallan los huesos de su progenitor, y los lleva desde el país de Arabia al de Egipto, a un lugar llamado la Ciudad del Sol; y en pleno día, y a la vista de todos, volando hasta el altardel Sol, los deposita allí; y una vez hecho esto, emprende el regreso. Entonces los sacerdotes examinan los registros de los tiempos, y encuentran que ha venido cuando se han cumplido los quinientos años.

XXVI. ¿Pensamos, pues, que es una cosa grande y maravillosa si el Creador del universo realiza la resurrección de aquellos que le han servido con santidad en la continuidad de una fe verdadera, siendo así que Él nos muestra incluso por medio de un ave la magnificencia de su promesa? Porque Él dice en cierto lugar: Y tú me levantarás, y yo te alabaré; y: Me acosté y dormí, y desperté; porque Tú estabas conmigo. Y también dice Job: Tú levantarás esta mi carne, que ha soportado todas estas cosas.

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XXVII. Con esta esperanza, pues, que nuestras almas estén unidas a Aquel que es fiel en sus promesas y recto en sus juicios. El que manda que no se mienta, con mayor razón no mentirá; porque nada es imposible para Dios, excepto el mentir. Por tanto, que nuestra fe en Él se enardezca dentro de nosotros, y comprendamos que todas las cosas están cercanas para Él. Con una palabra de su majestad formó el universo; y con una palabra puede destruirlo. Quién le dirá: ¿Qué has hecho?; o ¿quién resistirá el poder de su fuerza? Cuando quiere, y si quiere, puede hacer todas las cosas; y ni una sola cosa dejará de ocurrir de las que Él ha decretado. Todas las cosas están ante su vista, y nada se escapa de su control, puesto que Los cielos declaran la gloria de Dios, y el firmamento proclamo la obra de sus manos. Un día da palabra al otro día, y la noche proclama conocimiento á la otra noche; y no hay palabras ni discursos ni se oye voz alguna.

XXVIII. Siendo así, pues, que todas las cosas son vistas y oídas, tengámosle temor, y abandonemos todos los deseos abominables de las malas obras, para que podamos ser protegidos por su misericordia en los juicios futuros. Porque, ¿adónde va a escapar cualquiera de nosotros de su mano fuerte? ¿Y qué mundo va a recibir a cualquiera que deserta de su servicio? Porque la santa escritura dice en cierto lugar: ¿Adónde iré, y dónde me esconderé de tu presencia? Si asciendo a los cielos, allí estás tú; si voy a los confines más distantes de la tierra, allí está tu diestra; y si me escondo en las profundidades, allí está tu Espíritu. ¿Adónde, pues, podrá uno esconderse, adónde podrá huir de Aquel que abarca todo el universo?

XXIX. Por tanto, acerquémonos a Él en santidad de alma, levantando nuestras manos puras e inmaculadas a Él, con amor hacia nuestro Padre bondadoso y compasivo, el cual ha hecho de nosotros su porción elegida. Porque está escrito: Cuando el Altísimo dividió a las naciones, cuando dispersó a los hijos de Adán, estableció los límites de las naciones según el número de los ángeles de Dios. Su pueblo Jacob pasó a ser la porción del Señor, e Israel la medida de su herencia. Y en otro lugar dice: He aquí, el Señor toma para sí una nación de entre las naciones como un hombre toma las primicias de su era; y el lugar santísimo saldrá de esta nación.

XXX. Viendo, pues, que somos una porción especial de un Dios santo, hagamos todas las cosas como corresponde a la santidad, abandonando las malas palabras, intereses impuros y abominables, borracheras y tumultos y concupiscencias detestables, adulterio abominable, orgullo despreciable; porque Dios (dice la Escritura) resiste al orgulloso y da gracia al humilde. Por tanto mantengámonos unidos a aquellos a quienes Dios da gracia. Vistámonos según corresponde, siendo humildes de corazón y templados, apartándonos de murmuraciones y habladurías ociosas, siendo justificados por las obras y no por las palabras. Porque Él dice: El que habla mucho, tendrá que oír mucho también. ¿Cree que es justo el que habla mucho? Bienaventurado es el nacido de mujer que vive corto tiempo. No seas abundante en palabras. Que nuestra alabanza sea de Dios, no de nosotros mismos; porque Dios aborrece a los que se alaban a sí mismos. Que el testimonio de que obramos bien lo den los otros, como fue dado de nuestros padres que eran justos. El atrevimiento, la arrogancia y la audacia son para los que son malditos de Dios; pero la paciencia y la humildad y la bondad convienen a los que son benditos de Dios.

XXXI. Por tanto acojámonos a su bendición y veamos cuáles son las formas de bendición. Estudiemos los datos de las cosas que han sucedido desde el comienzo. ¿Por qué fue bendecido nuestro padre Abraham? ¿No fue debido a que obró justicia y verdad por medio de la fe? Isaac, con confianza, como conociendo el futuro, fue llevado a un sacrificio voluntario. Jacob con humildad partió de su tierra a causa de su hermano, y fue a casa de Labán y le sirvió; y le fueron concedidas las doce tribus de Israel.

XXXII. Si alguno los considera uno por uno con sinceridad, comprenderá la magnificencia de los dones que Él nos concede. Porque de Jacob son todos los sacerdotes y levitas que ministran en el altar de Dios; de él es el Señor Jesús con respecto a la carne; de él son reyes y gobernantes y soberanos de la línea de Judá; sí, y el resto de las tribus son tenidas en un honor no pequeño, siendo así que Dios prometió diciendo: Tu simiente será como las estrellas del cielo. Todos ellos fueron, pues, glorificados y engrandecidos, no por causa de ellos mismos o de sus obras, o sus actos de justicia que hicieron, sino

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por medio de su voluntad. Y así nosotros, habiendo sido llamados por su voluntad en Cristo Jesús, no nos justificamos a nosotros mismos,o por medio de nuestra propia sabiduría o entendimiento o piedad u obras que hayamos hecho en santidad de corazón, sino por medio de la fe, por la cual el Dios Todopoderoso justifica a todos los hombres que han sido desde el principio; al cual sea la gloria para siempre jamás. Amén.

XXXIII. ¿Qué hemos de hacer, pues, hermanos? ¿Hemos de abstenemos ociosamente de hacer bien, hemos de abandonar el amor? Que el Señor no permita que nos suceda tal cosa; sino apresurémonos con celo y tesón en cumplir toda buena obra. Porque el Creador y Señor del mismo universo se regocija en sus obras. Porque con su poder sumo Él ha establecido los cielos, y en susabiduría incomprensible los ha ordenado. Y la tierra Él la separó del agua que la rodeaba, y la puso firme en el fundamento seguro de su propia voluntad; y a las criaturas vivas que andan en ella Él les dió existencia con su ordenanza. Habiendo, pues, creado el mar y las criaturas vivas que hay en él, Él lo incluyó todo bajo su poder. Sobre todo, como la obra mayor y más excelente de su inteligencia, con sus manos sagradas e infalibles Él formó al hombre a semejanza de su propia imagen. Porque esto dijo Dios: Hagamos al hombre según nuestra imagen y nuestra semejanza. Y Dios hizo al hombre; varón y hembra los hizo Él. Habiendo, pues, terminado todas estas cosas, las elogió y las bendijo y dijo: Creced y multiplicaos. Hemos visto que todos los justos estaban adornados de buenas obras. Sí, y el mismo Señor, habiéndose adornado Él mismo con obras, se gozó. Viendo, pues, que tenemos este ejemplo, apliquémonos con toda diligencia a su voluntad; hagamos obras de justicia con toda nuestra fuerza.

XXXIV. El buen obrero recibe el pan de su trabajo con confianza, pero el holgazán y descuidado no se atreve a mirar a su amo a la cara. Es, pues, necesario que seamos celosos en el bien obrar, porque de Él son todas las cosas; puesto que Él nos advierte de antemano, diciendo: He aquí, el Señor, y su recompensa viene con él; y su paga va delante de él, para recompensar a cada uno según su obra. El nos exhorta, pues, a creer en Él de todo corazón, y a no ser negligentes ni descuidados en toda buena obra. Gloriémonos y confiemos en Él; sometámonos a su voluntad; consideremos toda la hueste de sus ángeles, cómo están a punto y ministran su voluntad. Porque la escritura dice: Diez millares de diez millares estaban delante de El, y millares de millares le servían; y exclamaban: Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos; toda la creación está llena de su gloria. Sí, y nosotros, pues, congregados todos concordes y con la intención del corazón, clamemos unánimes sinceramente para que podamos ser hechos partícipes de sus promesas grandes y gloriosas. Porque Él ha dicho: Ojo no ha visto ni oído ha percibido, ni ha entrado en el corazón del hombre, qué grandes cosas Él tiene preparadas para los que pacientemente esperan en Él.

XXXV. ¡Qué benditos y maravillosos son los dones de Dios, amados! ¡Vida en inmortalidad, esplendor en justicia, verdad en osadía, fe en confianza, templanza en santificación! Y todas estas cosas nosotros las podemos obtener. ¿Qué cosas, pues, pensáis que hay preparadas para los que esperan pacientemente en Él? El Creador y Padre de las edades, el Santo mismo, conoce su número y su hermosura. Esforcémonos, pues, para que podamos ser hallados en el número de los que esperan pacientemente en Él, para que podamos ser partícipes de los dones prometidos. Pero, ¿cómo será esto, amados? Si nuestra mente está fija en Dios por medio de la fe; si buscamos las cosas que le son agradables y aceptables; si realizamos aquí las cosas que parecen bien a su voluntad infalible y seguimos el camino de la verdad, desprendiéndonos de toda injusticia, iniquidad, avaricia, contiendas, malignidades y engaños, maledicencias y murmuraciones, aborrecimiento a Dios, orgullo y arrogancia, vanagloria e inhospitalidad. Porque todos los que hacen estas cosas son aborrecidos por Dios; y no sólo los que las hacen, sino incluso los que las consienten. Porque la escritura dice: Pero al pecador dijo Dios: ¿Por qué declaras mis ordenanzas, y pones mi pacto en tus labios? Tú aborreces mi enseñanza, y echaste mis palabras a tu espalda. Si ves a un ladrón, te unes a él, y con los adúlteros escoges tu porción. Tu boca multiplica maldades y tu lengua teje engaños. Te sientas y hablas mal de tu hermano, y contra el hijo de tu madre pones piedra de tropiezo. Tú has hecho estas cosas y guardas silencio. ¿Pensaste, hombre injusto, que yo sería como tú? Pero te redargüiré y las pondré delante de tus ojos. Entended, pues, estas cosas, los que os olvidáis de Dios, no sea que os desgarre como un león y no haya quien os libre. El sacrificio de alabanza me glorificará, y éste es el camino en que le mostraré la salvación de Dios.

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XXXVI. Ésta es la manera, amados, en que encontramos nuestra salvación, a saber, Jesucristo el Sumo Sacerdote de nuestras ofrendas, el guardián y ayudador en nuestras debilidades. Fijemos nuestra mirada, por medio de Él, en las alturas de los cielos; por medio de Él contemplamos como en un espejo su rostro intachable y excelente; por medio de Él fueron abiertos los ojos de nuestro corazón; por medio de Él nuestra mente insensata y entenebrecida salta a la luz; por medio de Él el Señor ha querido que probemos el conocimiento inmortal; el cual, siendo el resplandor de su majestad, es muy superior a los ángeles, puesto que ha heredado un nombre más excelente que ellos. Porque está escrito: El que hace a sus ángeles espíritus y a sus ministros llama de fuego; pero de su Hijo el Señor dice esto: Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy. Pídeme y te daré a los gentiles por heredad, y los extremos de la tierra por posesión tuya. Y también le dice: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. ¿Quiénes son, pues, estos enemigos? Los que son malvados y resisten su voluntad.

XXXVII. Alistémonos, pues, hermanos, con toda sinceridad en sus ordenanzas intachables. Consideremos los soldados que se han alistado bajo nuestros gobernantes, de qué modo tan exacto, pronto y sumiso ejecutan las órdenes que se les dan. No todos son perfectos, ni jefes de millares, ni aun de centenares, ni de grupos de cmcuenta, etc.; sino que cada hombre en su propio rango ejecuta las órdenes que recibe del rey y de los gobernantes. Los grandes no pueden existir sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes. Hay una cierta mezcla en todas las cosas, y por ello es útil. Pongamos como ejemplo nuestro propio cuerpo. La cabeza sin los pies no es nada; del mismo modo los pies sin la cabeza no son nada; incluso los miembros más pequeños de nuestro cuerpo son necesarios y útiles para el cuerpo entero; pero todos los miembros cooperan y se unen en sumisión, para que todo el cuerpo pueda ser salvo.

XXXVIII. Así que, en nuestro caso, que todo el cuerpo sea salvado en Cristo Jesús, y que cada hombre esté sometido a su prójimo, según la gracia especial que le ha sido designada. Que el fuerte no desprecie al débil; y el débil respete al fuerte. Que los ricos ministren a los pobres; que los pobres den gracias a Dios, porque Él les ha dado a alguno por medio del cual son suplidas sus necesidades. El que es sabio, dé muestras de sabiduría, no en palabras, sino en buenas obras. El que es de mente humilde, que no dé testimonio de sí mismo, sino que deje que su vecino dé testimonio de él. El que es puro en la carne, siga siéndolo, y no se envanezca, sabiendo que es otro el que le concede su continencia. Consideremos, hermanos, de qué materiales somos hechos; qué somos, y de qué manera somos, y cómo vinimos al mundo; que Él nos ha formado y moldeado sacándonos del sepulcro y la oscuridad y nos ha traído al mundo, habiendo preparado sus beneficios de antemano, antes incluso de que hubiéramos nacido. Viendo, pues, que todas estas cosas las hemos recibido de Él, debemos darle gracias por todo a Él, para quien sea la gloria para siempre jamás. Amén.

XXXIX. Los hombres insensatos, necios, torpes e ignorantes se burlan de nosotros, deseando ser ellos los que han de ser exaltados, según sus imaginaciones. Porque, ¿qué poder tiene un mortal? O ¿qué fuerza tiene un hijo de tierra? Porque está escrito: No había ninguna forma delante de mis ojos; y oí un aliento y una voz. ¿Qué, pues? ¿Será justo un mortal a la vista de Dios; o será un hombre intachable por sus obras; siendo así que Él no confía ni aun en sus siervos y aun halla faltas en sus ángeles? No. Y ni aun los cielos son puros ante sus ojos. ¡Cuánto más en los que habitan en casas de barro, del cual, o sea del mismo barro, nosotros mismos somosformados! Los quebrantó como la polilla. Porque no pueden valerse de sí mismos, y perecieron. El sopló sobre ellos y murieron, porque no tenían sabiduría. Pero tú da voces, por si alguno te obedece, o si ves a alguno de sus santos ángeles. Porque la ira mata al insensato, y la envidia al que se ha descarriado. Yo he visto al necio que echaba raíces y de repente su habitación fue consumida. Lejos estén sus hijos de la seguridad. Sean burlados en la puerta por personas inferiores, y no haya quien los libre. Porque las cosas preparadas para ellos se las comerá el justo; y ellos mismos no serán librados de males.

XL. Por cuanto estas cosas, pues, nos han sido manifestadas ya, y hemos escudriñado en las profundidades del conocimiento divino, deberíamos hacer todas las cosas en orden, todas las que el Señor nos ha mandado que hiciéramos a su debida sazón. Que las ofrendas y servicios que Él ordena sean ejecutados con cuidado, y no precipitadamente o en desorden, sino a su tiempo y sazón debida.Y

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donde y por quien Él quiere que sean realizados, Él mismo lo ha establecido con su voluntad suprema; que todas las cosas sean hechas con piedad, en conformidad con su beneplácito para que puedan ser aceptables a su voluntad. Así pues, los que hacen sus ofrendás al tiempo debido son aceptables y benditos, porque siguiendo lo instituido por el Señor, no pueden andar descaminados. Porque al sumo sacerdote se le asignan sus servicios propios, y a los sacerdotes se les asigna su oficio propio, y a los levitas sus propias ministraciones. El lego debe someterse a las ordenanzas para el lego.

XLI. Cada uno de nosotros, pues, hermanos, en su propio orden demos gracias a Dios, manteniendo una conciencia recta y sin transgredir la regla designada de su servicio, sino obrando con toda propiedad y decoro. Hermanos, los sacrificios diarios continuos no son ofrecidos en cualquier lugar, o las ofrendas voluntarias, o las ofrendas por el pecado y las faltas, sino que son ofrecidos sólo en Jerusalén. E incluso allí, la ofrenda no es presentada en cualquier lugar, sino ante el santuario en el patio del altar; y esto además por medio del sumo sacerdote y los ministros mencionados, después que la víctima a ofrecer ha sido inspeccionada por si tiene algún defecto. Los que hacen algo contrario a la ordenanza debida, dada por su voluntad, reciben como castigo la muerte. Veis, pues, hermanos, que por el mayor conocimiento que nos ha sido concedido a nosotros, en proporción, nos exponemos al peligro en un grado mucho mayor.

XLII. Los apóstoles recibieron el Evangelio para nosotros del Señor Jesucristo; Jesucristo fue enviado por Dios. Así pues, Cristo viene de Dios, y los apóstoles de Cristo. Por tanto, los dos vienen de la voluntad de Dios en el orden designado. Habiendo recibido el encargo, pues, y habiéndo sido asegurados por medio de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, y confirmados en la palabra de Dios con plena seguridad por el Espíritu Santo, salieron a proclamar las buenas nuevas de que había llegado el reino de Dios. Y así, predicando por campos y ciudades, por todas partes, designaron a las primicias (de sus labores), una vez hubieron sido probados por el Espíritu, para que fueran obispos y diáconos de los que creyeran. Y esto no lo hicieron en una forma nueva; porque verdaderamente se había escrito respecto a los obispos y diáconos desde tiempos muy antiguos; porque así dice la escritura en cierto lugar: Y nombraré a tus obispos en justicia y a tus diáconos en fe.

XLIII. Y ¿de qué hay que sorprenderse que aquellos a quienes se confió esta obra en Cristo, por parte de Dios, nombraran ellos a las personas mencionadas, siendo así que el mismo bienaventurado Moisés, que fue un fiel siervo en toda su casa, dejó testimonio como una señal en los sagrados libros de todas las cosas que le fueron ordenadas? Y a él también siguió el resto de los profetas, dando testimonio juntamente con él de todas las leyes que fueron ordenadas por él. Porque Moisés, cuando aparecieron celos respecto al sacerdocio, y hubo disensSión entre las tribus sobre cuál de ellas estaba adornada con el nombre glorioso, ordenó a los doce jefes de las tribus que le trajeran varas, en cada una de las cuales estaba inscrito el nombre de una tribu. Y él las tomó y las ató y las selló con los sellos de los anillos de los jefes de las tribus y las puso en el tabernáculo del testimonio sobre la mesa de Dios. Y habiendo cerrado el tabernáculo, selló las llaves y lo mismo las puertas. Y les dijo: Hermanos, la tribu cuya vara florezca, ésta ha sido escogida por Dios para que sean sacerdotes y ministros para El. Y cuando vino la mañana, llamó a todo Israel, a saber, seiscientos mil hombres, y les mostró los sellos de los jefes de las tribus y abrió el tabernáculo del testimonio y sacó las varas. Y la vara de Aarón no sólo había brotado sino que había dado fruto. ¿Qué pensáis, pues, amados? ¿No sabía Moisés de antemano que esto era lo que pasaría? Sin duda lo sabía. Pero hizo esto para que no hubiera desorden en Israel, para que el nombre del Dios único y verdadero pudiera ser glorificado; a quien sea la gloria para siempre jamás. Amén.

XLIV. Y nuestros apóstoles sabían por nuestro Señor Jesucristo que habría contiendas sobre el nombramiento del cargo de obispo. Por cuya causa, habiendo recibido conocimiento completo de antemano, designaron a las personas mencionadas, y después proveyeron a continuación que si éstas durmieran, otros hombres aprobados les sucedieran en su servicio. A estos hombres, pues, que fueron nombrados por ellos, o después por otros de reputación, con el consentimiento de toda la Iglesia, y que han ministrado intachablemente el rebaño de Cristo, en humildad de corazón, pacíficamente y con toda modestia, y durante mucho tiempo han tenido buena fama ante todos, a estos hombres nosotros

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consideramos que habéis injustamente privado de su ministerio. Porque no será un pecado nuestro leve si nosotros expulsamos a los que han hecho ofrenda de los dones del cargo del obispado de modo intachable y santo. Bienaventurados los presbíteros que fueron antes, siendo así que su partida fue en sazón y fructífera: porque ellos no tienen temor de que nadie les prive de sus cargos designados. Porque nosotros entendemos que habéis expulsado de su ministerio a ciertas personas a pesar de que vivían de modo honorable, ministerio que ellos +habían respetado+ de modo intachable.

XLV. Contended, hermanos, y sed celosos sobre las cosas que afectan a la salvación. Habéis escudriñado las escnturas, que son verdaderas, las cuales os fueron dadas por el Espíritu Santo; y sabéis que no hay nada injusto o fraudulento escrito en ellas. No hallaréis en ellas que personas justas hayan sido expulsadas por hombres santos. Los justos fueron perseguidos, pero fue por los malvados; fueron encarcelados, pero fue por los impíos. Fueron apedreados como transgresores, pero su muerte fue debida a los que habían concebido una envidia detestable e injusta. Estas cosas las sufrieron y se comportaron noblemente. Porque, ¿qué diremos, hermanos? ¿Fue echado Daniel en el foso de los leones por los que temían a Dios? ¿O fueron Ananías y Azarías y Misael encerrados en el horno de fuego por los que profesaban adorar de modo glorioso y excelente al Altísimo? En ninguna manera. ¿Quiénes fueron los que hicieron estas cosas? Hombres abominables y llenos de maldad fueron impulsados a un extremo de ira tal que causaron sufrimientos crueles a los que servían a Dios con intención santa e intachable, sin saber que el Altísimo es el campeón y protector de los que en conciencia pura sirven su nombre excelente; al cual sea la gloria por siempre jamás. Amén. Pero los que sufrieron pacientemente en confianza heredaron gloria y honor, fueron ensalzados, y sus nombres fueron registrados por Dios en memoria de ellos para siempre jamás. Amén.

XLVI. A ejemplos semejantes, pues, hermanos, hemos de adherirnos también nosotros. Porque está escrito: Allégate a los santos, porque los que se allegan a ellos serán santificados. Y también dice el Señor en otro pasaje: Con el inocente te mostrarás inocente, y con los elegidos serás elegidos y con el ladino te mostrarás sagaz. Por tanto, juntémonos con los inocentes e íntegros; y éstos son los elegidos de Dios. ¿Por qué hay, pues, contiendas e iras y disensiones y facciones y guerra entre vosotros? ¿No tenemos un solo Dios y un Cristo y un Espíritu de gracia que fue derramado sobre nosotros? ¿Y no hay una sola vocación en Cristo? ¿Por qué, pues, separamos y dividimos los miembros de Cristo, y causamos disensiones en nuestro propio cuerpo, y llegamos a este extremo de locura, en que olvidamos que somos miembros los unos de los otros? Recordad las palabras de Jesús nuestro Señor; porque Él dijo: ¡Ay de este hombre; mejor sería para él que no hubiera nacido, que el que escandalice a uno de mis elegidos! Sería mejor que le ataran del cuello una piedra de molino y le echaran en el mar que no que trastornara a uno de mis elegidos. Vuestra división ha trastornado a muchos; ha sido causa de abatimiento para muchos, de duda para muchos y de aflicción para todos. Y vuestra sedición sigue todavía.

XLVII. Tomad la epístola del bienaventurado Pablo el apóstol. ¿Qué os escribió al comienzo del Evangelio? Ciertamente os exhortó en el Espíritu con respecto a él mismo y a Cefas y Apolos, porque ya entonces hacíais grupos. Pero el que hicierais estos bandos resultó en menos pecado para vosotros; porque erais partidarios de apóstoles que tenían una gran reputación, y de un hombre aprobado ante los ojos de estos apóstoles. Pero ahora fijaos bien quiénes son los que os han trastornado y han disminuido la gloria de vuestro renombrado amor a la hermandad. Es vergonzoso, queridos hermanos, sí, francamente vergonzoso e indigno de vuestra conducta en Cristo, que se diga que la misma Iglesia antigua y firme de los corintios, por causa de una o dos personas, hace una sedición contra sus presbíteros. Y este informe no sólo nos ha llegado a nosotros, sino también a los que difieren de nosotros, de modo que acumuláis blasfemias sobre el nombre del Señor por causa de vuestra locura, además de crear peligro para vosotros mismos.

XLVIII. Por tanto, desarraiguemos esto rápidamente, y postrémonos ante el Señor y roguémosle con lágrimas que se muestre propicio y se reconcilie con nosotros, y pueda restaurarnos a la conducta pura y digna que corresponde a nuestro amor de hermanos. Porque ésta es una puerta a la justicia abierta para vida, como está escrito: Abridme las puertas de justicia; para que pueda entrar por ellas y alabar al

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Señor. Esta es la puerta del Señor; por ella entrarán los justos. Siendo así que se abren muchas puertas, ésta es la puerta que es de justicia, a saber, la que es en Cristo, y son bienaventurados todos los que hayan entrado por ella y dirigido su camino en santidad y justicia, ejecutando todas las cosas sin confusión. Que un hombre sea fiel, que pueda exponer conocimiento profundo, que sea sabio en el discernimiento de las palabras, que se esfuerce en sus actos, que sea puro; tanto más ha de ser humilde de corazón en proporción a lo que parezca ser mayor; y ha de procurar el beneficio común de todos, no el suyo propio.

XLIX. Que el que ama a Cristo cumpla los mandamientos de Cristo. ¿Quién puede describir el vínculo del amor de Dios? ¿Quién es capaz de narrar la majestad de su hermosura? La altura a la cual el amor exalta es indescriptible. El amor nos une a Dios; el amor cubre multitud de pecados; el amor soporta todas las cosas, es paciente en todas las cosas. No hay nada burdo, nada arrogante en el amor. El amor no tiene divisiones, el amor no hace sediciones, el amor hace todas las cosas de común acuerdo. En amor fueron hechos peffectos todos los elegidos de Dios; sin amor no hay nada agradable a Dios; en amor el Señor nos tomó para sí; por el amor que sintió hacia nosotros, Jesucristo nuestro Señor dio su sangre por nosotros por la voluntad de Dios, y su carne por nuestra carne, y su vida por nuestras vidas.

L. Veis, pues, amados, qué maravilloso y grande es el amor, y que no hay manera de declarar su perfección. ¿Quién puede ser hallado en él, excepto aquellos a quienes Dios se lo ha concedido? Por tanto, supliquemos y pidamos de su misericordia que podamos ser hallados intachables en amor, manteniéndonos aparte de las facciones de los hombres. Todas las generaciones desde Adán hasta este día han pasado a la otra vida; pero los que por la gracia de Dios fueron perfeccionados en el amor residen en la mansión de los píos; y serán manifestados en la visitación del Reino de Dios. Porque está escrito: Entra en tus aposentos durante un breve momento, hasta que haya pasado mi indignación, y yo recordaré un día propicio y voy a levantaros de vuestros sepulcros. Bienaventurados somos, amados, si hacemos los mandamientos de Dios en conformidad con el amor, a fin de que nuestros pecados sean perdonados por el amor. Porque está escrito: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el hombre a quien el Señor no imputará pecado, ni hay engaño en su boca. Esta declaración de bienaventuranza fue pronunciada sobre los que han sido elegidos por Dios mediante Jesucristo nuestro Señor, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

LI. Respecto a todas nuestras transgresiones que hemos cometido por causa de las añagazas del adversario, roguemos para que nos sea concedido perdón. Sí, y también los que se hacen cabecillas de facciones y divisiones han de mirar a la base común de esperanza. Porque los que andan en temor y amor prefieren ser ellos mismos los que padecen sufrimiento más bien que sus prójimos; y más bien pronuncian condenación contra sí mismos que contra la armonía que nos ha sido entregada de modo tan noble y justo. Porque es bueno que un hombre confiese sus transgresiones en vez de endurecer su corazón, como fue endurecido el corazón de los que hicieron sedición contra Moisés el siervo de Dios; cuya condenación quedó claramente manifestada, porque descendieron al Hades vivos, y la muerte será su pastor. Faraón y sus huestes y todos los gobernantes de Egipto, sus carros y sus jinetes, fueron sumergidos en las profundidades del Mar Rojo, y perecieron, y ello sólo por la razón de que sus corazones insensatos fueron endurecidos después de las señales y portentos que habían sido realizados en la tierra de Egipto por la mano de Moisés el siervo de Dios.

LII. El Señor, hermanos, no tiene necesidad de nada. Él no desea nada de hombre alguno, sino que se confiese su Nombre. Porque el elegido David dijo: Confesaré al Señor y le agradará más que becerro con cuernos y pezuñas. Lo verán los oprimidos y se gozarán. Y de nuevo dice: Ofrece a Dios sacrificio de alabanza y paga tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia, y yo te libraré, y tú me glorificarás. Porque sacrificio a Dios es el espíritu quebrantado.

LIII. Porque, amados, conocéis las sagradas escrituras, y las conocéis bien, y habéis escudriñado las profecías de Dios. Os escribimos estas cosas, pues, como recordatorio. Cuando Moisés subió al monte y pasó cuarenta días y cuarenta noches en ayuno y humillación, Dios le dijo: Moisés, Moisés, desciende

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pronto de aquí, porque mi pueblo que tú sacaste de la tierra de Egipto ha cometido iniquidad; se han apartado rápidamente del camino que tú les mandaste; y se han hecho imágenes de fundición. Y el Señor le dijo: Te he dicho una y dos veces, este pueblo es duro de cerviz. Déjame que los destruya, y borraré su nombre de debajo del cielo, y yo haré de ti una nación grande y maravillosa y más numerosa que ésta. Y Moisés dijo: No lo hagas, Señor. Perdona su pecado, o bórrame también a ml del libro de los vivientes. ¡Oh, qué amor tan poderoso! ¡Oh, qué perfección insuperable! El siervo es osado ante su Señor; y pide perdón por la multitud, o pide que sea incluido él mismo con ellos.

LIV. ¿Quién hay, pues, noble entre vosotros? ¿Quién es compasivo? ¿Quién está lleno de amor? Que diga: si por causa de mí hay facciones y contiendas y divisiones, me retiro, me aparto adonde queráis, y hago lo que está ordenado por el pueblo: con tal que el rebaño de Cristo esté en paz con sus presbíteros debidamente designados. El que haga esto ganará para sí un gran renombre en Cristo, y será recibido en todas partes; porque la tierra es del Señor y suya es la plenitud de la misma. Esto es lo que han hecho y harán los que viven como ciudadanos de este reino de Dios, que no da motivo de arrepentirse de haberlo hecho.

LV. Pero para dar ejemplo a los gentiles también, muchos reyes y gobernantes, cuando acaece una temporada de pestilencia entre ellos, habiendo sido instruidos por oráculos, se han entregado ellos mismos a la muerte, para que puedan ser rescatados sus conciudadanos por medio de su propia sangre. Muchos se han retirado de sus propias ciudades para que no haya más sediciones. Sabemos que muchos entre nosotros se han entregado a la esclavitud, para poder rescatar a otros. Muchos se han vendido como esclavos y, recibido el precio que se ha pagado por ellos, han alimentado a otros. Muchas mujeres, fortalecidas por la gracia de Dios, han ejecutado grandes hechos. La bendita Judit, cuando la ciudad estaba sitiada, pidió a los ancianos que se le permitiera ir al campamento de los sitiadores. Y por ello se expuso ella misma al peligro y fue por amor a su país y al pueblo que estaba bajo aflicción; y el Señor entregó a Rolofernes en las manos de una mujer. No fue menor el peligro de Ester, la cual era perfecta en la fe, y se expuso para poder librar a las doce tribus de Israel cuando estaban a punto de perecer. Porque con su ayuno y su humillación suplicó al Señor omnisciente, el Dios de las edades; y Él, viendo la humildad de su alma, libró al pueblo por amor al cual ella hizo frente al peligro.

LVI. Por tanto, intercedamos por aquellos que están en alguna transgresión, para que se les conceda mansedumbre y humildad, de modo que se sometan, no ante nosotros, sino a la voluntad de Dios. Porque así el recuerdo compasivo de ellos por parte de Dios y los santos será fructífero para ellos y perfecto. Aceptemos la corrección y disciplina, por la cual nadie debe sentirse desazonado, amados. La admonición que nos hacemos los unos a los otros es buena y altamente útil; porque nos une a la voluntad de Dios. Porque así dice la santa palabra: Me castigó ciertamente el Señor, mas no me libró a la muerte. Porque el Señor al que ama reprende, y azota a todo hijo a quien recibe. Porque el justo, se dice, me castigará en misericordia y me reprenderá, pero no sea ungida mi cabeza por la +misericordia+ (óleo) de los pecadores. Y también dice: Bienaventurado es el hombre a quien Dios corrige, y no menosprecia la corrección del Todopoderoso. Porque él es quien hace la herida y él la vendará; él hiere y sus manos curan. En seis tribulaciones te librará de la aflicción; y en la séptima no te tocará el mal. En el hambre te salvará de la muerte, y en la guerra te librará del brazo de la espada. Del azote de la lengua te guardará, y no tendrás miedo de los males que se acercan. De los malos y los injustos te reirás, y de las fieras no tendrás temor. Pues las fieras estarán en paz contigo. Entonces sabrás que habrá paz en tu casa; y la habitación de tu tienda no irá mal (fallará), y sabrás que tu descendencia es numerosa, y tu prole como la hierba del campo. Y llegarás al sepulcro maduro como una gavilla segada en sazón, o como el montón en la era, recogido a su debido tiempo. Como podéis ver, amados, grande es la protección de los que han sido disciplinados por el Señor; porque siendo un buen padre, nos castiga con miras a que podamos obtener misericordia por medio de su justo castigo.

LVII. Así pues, vosotros, los que sois la causa de la sedición, someteos a los presbíteros y recibid disciplina para arrepentimiento, doblando las rodillas de vuestro corazón. Aprended a someteros, deponiendo la obstinación arrogante y orgullosa de vuestra lengua. Pues es mejor que seáis hallados

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siendo poco en el rebaño de Cristo y tener el nombre en el libro de Dios, que ser tenidos en gran honor y, con todo, ser expulsados de la esperanza de Él. Porque esto dijo la Sabiduría, suma de todas las virtudes: He aquí yo derramaré un dicho de mi espíritu, y os enseñaré mis palabras. Porque os llamé y no obedecisteis, y os dije palabras y no quisisteis escucharlas, sino que desechasteis todo consejo mío, y no aceptasteis mi reprensión; por tanto, yo también me reiré de vuestra destrucción, y me regocijaré cuando caiga sobre vosotros vuestra ruina, y cuando venga de repente sobre vosotros confusión, y vuestra desgracia llegue como un torbellino, cuando sobre vosotros vengan la tribulación y la angustia. Porque cuando me llamaréis yo no responderé. Los malos me buscarán con afán y no me hallarán; porque aborrecieron la sabiduría y no escogieron el temor del Señor, ni quisieron prestar atención a mis consejos, sino que se mofaron de mis reprensiones. Por tanto, comerán los frutos de su propio camino, y se hartarán de su propia impiedad. Porque el extravío de los ignorantes los matará, y la indolencia de los necios los echará a perder. Mas el que me escucha habitará confiadamente en esperanza, y vivirá tranquilo, sin temor a la desgracia.

LVIII. Sed obedientes a su Nombre santísimo y glorioso, con lo que escaparéis de las amenazas que fueron pronunciadas antiguamente por boca de la Sabiduría contra los que desobedecen, a fin de que podáis vivir tranquilos, confiando en el santísimo Nombre de su majestad. Atended nuestro consejo, y no tendréis ocasión de arrepentiros de haberlo hecho. Porque tal como Dios vive, y vive el Señor Jesucristo, y el Espíritu Santo, que son la fe y la esperanza de los elegidos, con toda seguridad el que, con humildad de ánimo y mansedumbre haya ejecutado, sin arrepentirse de ello, las ordenanzas y mandamientos que Dios ha dado, será puesto en la lista y tendrá su nombre en el número de los que son salvos por medio de Jesucristo, a través del cual es la gloria para Él para siempre jamás. Amén.

LIX. Pero si algunas personas son desobedientes a las palabras dichas por Él por medio de nosotros, que entiendan bien que se están implicando en una transgresión y peligro serios; mas nosotros no seremos culpables de este pecado. Y pediremos con insistencia en oración y suplicación que el Creador del universo pueda guardar intacto hasta el fin el número de los que han sido contados entre sus elegidos en todo el mundo, mediante su querido Hijo Jesucristo, por medio del cual nos ha llamado de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al pleno conocimiento de la gloria de su Nombre.

[Concédenos, Señor,] que podamos poner nuestra esperanza en tu Nombre, que es la causa primaria de toda la creación, y abramos los ojos de nuestros corazones para que podamos conocerte a Ti, que eres sólo el más Alto entre los altos, el Santo entre los santos; que abates la insolencia de los orgullosos, y desbaratas los designios de las naciones; que enalteces al humilde, y humillas al exaltado; que haces ricos y haces pobres; que matas y das vida; que eres sólo el benefactor de los espíritus y el Dios de toda carne; que miras en los abismos, y escudriñas las obras del hombre; el socorro de los que están en peligro, el Salvador de los que están en angustia; el Creador y observador de todo espíritu; que multiplicas las naciones sobre la tierra, y has escogido de entre todos los hombres a los que te aman por medio de Jesucristo, tu querido Hijo, por medio del cual nos enseñaste, nos santificaste y nos honraste. Te rogamos, Señor y Maestro, que seas nuestra ayuda y socorro. Salva entre nosotros a aquellos que están en tribulación; ten misericordia de los abatidos; levanta a los caídos; muéstrate a los necesitados; restaura a los apartados; convierte a los descarriados de tu pueblo; alimenta a los hambrientos; suelta a los presos; sostén a los débiles; confirma a los de flaco corazón. Que todos los gentiles sepan que sólo Tú eres Dios, y Jesucristo es tu Hijo, y nosotros somos tu pueblo y ovejas de tu prado.

LX. Tú, que por medio de tu actividad hiciste manifiesta la fábrica permanente del mundo. Tú, Señor, que creaste la tierra. Tú, que eres fiel de generación en generación, justo en tus juicios, maravilloso en la fuerza y excelencia. Tú, que eres sabio al crear y prudente al establecer lo que has hecho, que eres bueno en las cosas que se ven y fiel a aquellos que confían en Ti, compasivo y clemente, perdónanos nuestras iniquidades y nuestras injusticias y nuestras transgresiones y deficiencias. No pongas a nuestra cuenta cada uno de los pecados de tus siervos y tus siervas, sino límpianos con tu verdad, y guía nuestros pasos para que andemos en santidad y justicia e integridad de corazón, y hagamos las cosas que sean buenas y agradables a tu vista y a la vista de nuestros gobernantes. Sí, Señor, haz que tu rostro resplandezca sobre nosotros en paz para nuestro bien, para que podamos ser resguardados por

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tu mano poderosa y librados de todo pecado con tu brazo levantado. Y líbranos de los que nos aborrecen sin motivo. Da concordia y paz a nosotros y a todos los que habitan en la tierra, como diste a nuestros padres cuando ellos invocaron tu nombre en fe y verdad con santidad, [para que podamos ser salvos] cuando rendimos obediencia a tu Nombre todopoderoso y sublime y a nuestros gobernantes y superiores sobre la tierra.

LXI. Tú, Señor y Maestro, les has dado el poder de la soberanía por medio de tu poder excelente e inexpresable, para que nosotros, conociendo la gloria y honor que les has dado, nos sometamos a ellos, sin resistir en nada tu voluntad. Concédeles a ellos, pues, oh Señor, salud, paz, concordia, estabilidad, para que puedan administrar sin fallos el gobierno que Tú les has dado. Porque Tú, oh Señor celestial, rey de las edades, das a los hijos de los hombres gloria y honor y poder sobre todas las cosas que hay sobre la tierra. Dirige Tú, Señor, su consejo según lo que sea bueno y agradable a tu vista, para que, administrando en paz y bondad con piedad el poder que Tú les has dado, puedan obtener tu favor. ¡Oh Tú, que puedes hacer estas cosas, y cosas más excelentes aún que éstas, te alabamos por medio del Sumo Sacerdote y guardián de nuestras almas, Jesucristo, por medio del cual sea a Ti la gloria y la majestad ahora y por los siglos de los siglos! Amén.

LXII. Os hemos escrito en abundancia, hermanos, en lo que se refiere a las cosas que corresponden a nuestra religión y son más útiles para una vida virtuosa a los que quieren guiar [sus pasos] en santidad y justicia. Porque en lo que se refiere a la fe y al arrepentimiento y al amor y templanza genuinos y sobriedad y paciencia, hemos hecho uso de todo argumento, recordándoos que tenéis que agradar al Dios todopoderoso en justicia y verdad y longanimidad y santidad, poniendo a un lado toda malicia y prosiguiendo la concordia en amor y paz, insistiendo en la bondad; tal como nuestros padres, de los cuales os hemos hablado antes, le agradaron, siendo de ánimo humilde hacia su Padre y Dios y Creador y hacia todos los hombres. Y os hemos recordado estas cosas con mayor placer porque sabemos bien que estamos escribiendo a hombres que son fieles y de gran estima y han escudriñado con diligencia las palabras de la enseñanza de Dios.

LXIII. Por tanto, es bueno que prestemos atención a ejemplos tan grandes y numerosos, y nos sometamos y ocupemos el lugar de obediencia poniéndonos del lado de los que son dirigentes de nuestras almas, y dando fin a esta disensión insensata podamos obtener el objetivo que se halla delante de nosotros en veracidad, manteniéndonos a distancia de toda falta. Porque vais a proporcionarnos gran gozo y alegría si prestáis obediencia a las cosas que os hemos escrito por medio del Espíritu Santo, y desarraigáis la ira injusta de vuestros celos, en conformidad con nuestra súplica que os hemos hecho de paz y armonía en esta carta. Y también os hemos enviado a hombres fieles y prudentes que han estado en medio de nosotros, desde su juventud a la ancianidad, de modo intachable, los cuales serán testigos entre vosotros y nosotros. Y esto lo hemos hecho para que sepáis que nosotros hemos tenido, y aún tenemos, el anhelo ferviente de que haya pronto la paz entre vosotros.

LXIV. Finalmente, que el Dios omnisciente, Señor de los espíritus y de toda carne, que escogió al Señor Jesucristo, y a nosotros, por medio de Él, como un pueblo peculiar, conceda a cada alma que se llama según su santo y excelente Nombre, fe, temor, paz, paciencia, longanimidad, templanza, castidad y sobriedad, para que podáis agradarle en su Nombre, por medio de nuestro Sumo Sacerdote y guardián Jesucristo, a través del cual sea a Él la gloria y majestad, la potencia y el honor, ahora y para siempre jamás. Amén.

LXV. Enviad de nuevo y rápidamente a nuestros mensajeros Claudio Efebo y Valerio Bito, junto con Fortunato, en paz y gozo, con miras a que puedan informar más rápidamente de la paz y concordia que nosotros pedimos y anhelamos sinceramente, para que nosotros también podamos gozarnos pronto sobre vuestro buen orden.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros y con todos los hombres, en todos los lugares, que han sido llamados por Dios y por medio de El, a quien la gloria y honor, poder y. grandeza y dominio eterno, a El, desde todas las edades pasadas y para siempre jamás. Amén.

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Fuente: Los Padres Apostólicos, por J. B. Lightfoot. Editorial CLIE www.clie.es

IGNACIO DE ANTIOQUÍA

Ignacio, obispo de Antioquía de Siria, fue condenado a las fieras en su ancianidad, en la época de Trajano (hacia el año 110). Enviado a Roma con un piquete de soldados para morir en los juegos gladiatorios, fue escribiendo durante el camino varias cartas (poseemos siete, no todas de autenticidad asegurada) a las diversas comunidades cristianas por las que había pasado, a la comunidad romana adonde se dirigía, o al venerable obispo Policarpo de Esmirna. Estas cartas están escritas en momentos de gran intensidad interior, reflejando la actitud espiritual de un hombre que ha aceptado ya plenamente la muerte por Cristo y sólo anhela el momento de ir a unirse definitivamente con él. El deseo de «alcanzar a Cristo» se expresa en ellas con vigor inigualable. Al mismo tiempo afloran las preocupaciones del santo obispo con respecto a los peligros doctrinales de las Iglesias. Por una parte quiere asegurar la recta interpretación del sentido de la encarnación de Cristo, tanto contra los judaizantes que minimizaban el valor de la venida de Cristo en la carne como superación de la antigua dispensación, como contra los docetistas, que negaban la realidad de la misma encarnación, afirmando que el Verbo de Dios sólo había tomado una apariencia humana. De esta forma hallamos ya en Ignacio las bases de la cristología ortodoxa posterior. Por otra parte, Ignacio está preocupado por asegurar la unidad amenazada dentro de las Iglesias: por ello insiste en la unión con el obispo como principio de unidad. Además hay indicios de que aun algunas de las cartas auténticas pueden contener interpolaciones de época posterior. La colección de cartas de Ignacio fue ampliada en época bastante posterior con otras cartas, hoy universalmente reconocidas como apócrifas.

JOSEP VIVES

* * * * *

La vuelta del emperador Trajano a Roma, tras la conquista de la Dacia—la actual Rumania—, fue celebrada con ciento veintitrés días de espectáculos. Diez mil gladiadores perecieron en los juegos circenses. También fueron devorados por las fieras muchos condenados, por el mero hecho de ser cristianos. Entre ellos el obispo de Antioquía, Ignacio. Detenido y juzgado, el prisionero abandonó la

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gran metrópoli de Siria hacia Roma, cargado de cadenas y bien escoltado por un pelotón de diez soldados de la cohorte Lepidiana, llamados leopardos. Corría probablemente el año 106, o principios del 107.

Ignacio era el segundo o tercer sucesor de San Pedro en la sede de Antioquía, pues los testimonios no son unánimes. Ante todo era un pastor de almas, enamorado de Cristo y preocupado tan sólo de custodiar el rebaño que le habÍa sido confiado. Su mejor retrato nos lo proporciona él mismo en las cartas que escribió a varias comunidades cristianas mientras se encontraba de camino hacia Roma.

Por su contenido, esta cartas tienen un gran interés doctrinal. Bastantes de los temas que tratan están determinados por la polémica contra las herejías más difundidas, especialmente el docetismo, que negaba la realidad de la encarnación del Verbo. San Ignacio afirma con energía la verdadera divinidad y la verdadera humanidad del Hijo de Dios. Otro punto importante es la doctrina sobre la Iglesia. San Ignacio considera que el ser de la Iglesia está profundamente anclado en la Trinidad y, a la vez, expone la doctrina de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Su unidad se hace visible en la estructura jerárquica, sin la cual no hay Iglesia y sin la que tampoco es posible celebrar la Eucaristía. La Jerarquía aparece constituida por obispos, presbíteros y diáconos. Se trata de un testimomo precioso, por su claridad y antigüedad. Toda la comunidad debe obedecer al obispo, que representa a Dios, el obispo invisible. Al obispo deben someterse el presbiterio y los diáconos hasta el punto de que, si alguien obra algo a margen de la jerarquía, afirma, «no es puro en su conciencia».

Ignacio muestra ser un hombre de gran corazón. Agradece emocionado la finura de la fraternidad de los primeros cristianos, que—apenas conocer su cautiverio—se prodigan con él, le proporcionan lo necesario para el viaje, se ofrecen a acompañarle y a compartir su suerte. Corren a confortarle desde las ciudades vecinas, pero son ellos quienes tornan removidos y contagiados del amor a Dios. Gracias a su intensa vida interior, San Ignacio intenta hacer el mayor bien posible en los lugares por donde pasa, abriendo a los demás el tesoro de los dones que el Espíritu Santo le ha concedido. Con una gran humildad afirma: «no os doy órdenes como si fuese alguien», pero su caridad sabe usar tonos enérgicos cuando es necesario: no esquiva corregir aunque duela, ni denunciar la herejía o la desviación disciplinar.

Este es el propósito principal de las epístolas ignacianas. A lo largo de su viaje, observa y escucha lo que ocurre: rápidamente discierne los viejos errores ya repetidamente combatidos por los Apóstoles, cuya raíz maligna sigue brotando por doquier: el docetismo, que propugnaba un Cristo aparente, no realmente encarnado; el gnosticismo, que disuelve el cristianismo para reducirlo a una ciencia de autosalvación basada en el conocimiento de verdades pseudofilosóficas; las tendencias judaizantes, el rigorismo ético... Y sobre todo, una doctrina que quiere dividir a la Iglesia en dos bioques contrapuestos, enfrentando a los fieles con el obispo y su presbiterio.

LOARTE

* * * * *

Como hemos dicho, Ignacio escribió sus famosas siete cartas de camino hacia Roma, a donde era llevado a sufrir el martirio.

Cuatro fueron escritas desde Esmirna a las Iglesias de Éfeso, Magnesia, Tralles y Roma; en ellas les da las gracias por las muestras de afecto hacia su persona, les pone en guardia contra las herejías y les anima a estar unidos a sus obispos; en la dirigida a los romanos, les ruega que no hagan nada por evitar su martirio, que es su máxima aspiración.

Las otras tres las escribió desde Tróade: a la Iglesia de Esmirna y a su obispo Policarpo, a los que agradece sus atenciones, y a la Iglesia de Filadelfia; son semejantes a las otras cuatro, añadiendo la

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noticia gozosa de que la persecución en Antioquía ha terminado y, en la dirigida a Policarpo, da unos consejos sobre la manera de desempeñar sus deberes de obispo.

Estas cartas son una fuente espléndida para el conocimiento de la vida interna de la primitiva Iglesia, con su clima de mutua solicitud y afecto; nos muestran también los sentimientos de Ignacio, llenos de amor a Cristo.

A través de ellas, Ignacio deja ver con especial claridad la pacífica posesión de algunas de las verdades fundamentales de la fe, lo que resulta aún de mayor interés por lo temprano de su testimonio. Así, Cristo ocupa un lugar central en la historia de la salvación, y ya los profetas que anunciaron su venida eran en espíritu discípulos suyos; Cristo es Dios y se hizo hombre, es Hijo de Dios e hijo de María, virgen; es verdaderamente hombre, su cuerpo es un cuerpo verdadero y sus sufrimientos fueron reales, todo lo cual lo dice frente a los docetas (del griego dokéo, parecer), que sostenían que el cuerpo de Cristo era apariencia.

Es en estas cartas donde encontramos por vez primera la expresión «Iglesia católica» para referirse al conjunto de los cristianos. La Iglesia es llamada «el lugar del sacrificio»; es probable que con esto se refiera a la Eucaristía como sacrificio de la Iglesia, pues también la Didajé llama «sacrificio» a la Eucaristía; además, «la Eucaristía es la Carne de Cristo, la misma que padeció por nuestros pecados».

La jerarquía de la Iglesia, formada por obispos, presbíteros y diáconos, con sus respectivas funciones, aparece con tanta claridad en sus escritos, que ésta fue una de las razones principales por las que se llegó a negar que las cartas fueran auténticas por parte de quienes opinaban que se habría dado un desarrollo más lento y gradual de la organización eclesiástica; pero esta autenticidad está hoy fuera de toda duda.

El obispo representa a Cristo; es el maestro; quien está unido a él está unido a Cristo; es el sumo sacerdote y el que administra los sacramentos, de manera que sin contar con él no se puede administrar ni el bautismo ni la Eucaristía, y hasta el matrimonio es conveniente que se celebre con su conocimiento. Respecto a éste, Ignacio sigue de cerca la enseñanza de San Pablo: que las mujeres amen a sus maridos y los maridos a sus mujeres, como el Señor ama a su Iglesia; pero a los que se sientan capaces les recomienda la virginidad.

En el saludo inicial de la carta a los romanos, Ignacio se excede y trata a la Iglesia de Roma de forma distinta a como trata a las demás, con especiales alabanzas. El tono general de la salutación se puede tomar como un testimonio del primado de Roma, aún de mayor interés por provenir del obispo de la sede de Antioquía: una sede antigua, que cuenta a San Pedro como su primer obispo, establecida en una de las ciudades mayores y más influyentes del Imperio, en la que además comenzaron a llamarse cristianos los seguidores de Cristo. Alguna de sus frases, aunque de interpretación difícil, subraya esta impresión: es la Iglesia «puesta a la cabeza de la caridad», cuyo significado más probable parece ser que es la Iglesia que tiene la autoridad para dirigir en lo que se refiere a lo esencial del mensaje de Cristo.

Para San Ignacio, la vida del cristiano consiste en imitar a Cristo, como Él imitó al Padre. Esa imitación ha de ir más allá de seguir sus enseñanzas, ha de llegar a imitarle especialmente en su pasión y muerte; es de ahí de donde nace su ansia por el martirio: «soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras, para poder ser presentado como pan limpio de Cristo». Por otra parte, esa imitación viene facilitada porque Cristo vive en nosotros como en un templo y nosotros llegamos a vivir en Él; por eso los cristianos estamos unidos entre nosotros, porque estamos unidos a Cristo.

MOLINÉ

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TEXTOS

CARTA SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA A LOS EFESIOS (Texto completo)

1. El ansia de alcanzar a Cristo. MARTIRIO/IGNACIO-A

... Puesto en cadenas por Cristo Jesús, espero poder saludaros si por voluntad del Señor soy digno de llegar hasta el fin. Por lo menos los comienzos están bien puestos, y ojalá alcance la gracia de lograr sin tropiezo la herencia que me toca: porque temo que el amor que me tenéis me perjudique, porque para vosotros es fácil alcanzar lo que os proponéis, y en cambio a mí, si no tenéis consideración conmigo (abandonando todo intento de alcanzar un indulto) me va a ser difícil alcanzar a Dios...

Porque yo jamás tendré otra tal oportunidad de alcanzar a Dios, ni vosotros podréis colaborar a otra obra mejor sólo con que nada digáis. Porque si vosotros nada decís acerca de mi, yo me convertiré en palabra de Dios, mientras que si ponéis vuestro afecto en mi existencia carnal me quedo de nuevo en mera voz humana. No me procuréis otra cosa sino el poder ser ofrecido en libación a Dios mientras hay todavía un altar preparado: de esta suerte, vosotros, formando un solo coro en la caridad, cantaréis un canto al Padre en Jesucristo, porque Dios se dignó que el obispo de Siria apareciera en occidente, habiéndole hecho venir de oriente. Bello es mi ocaso de este mundo para Dios, de suerte que tenga en él una nueva aurora...

Lo único que para mi habéis de pedir es fuerza interior y exterior, a fin de que no sólo de palabra, sino también de voluntad me llame cristiano y me muestre como tal... Escribo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco que estoy presto a morir de buena gana por Dios, si vosotros no lo impedís. A vosotros os suplico que no tengáis para conmigo una benevolencia intempestiva. Dejadme ser alimento de las fieras, por medio de las cuales pueda yo alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios que ha de ser molido por los dientes de las fieras, para ser presentado como pan limpio de Cristo. En todo caso, más bien halagad a las fieras para que se conviertan en sepulcro mío sin dejar rastro de mi cuerpo: así no seré molesto a nadie ni después de muerto. Cuando mi cuerpo haya desaparecido de este mundo, entonces seré verdadero discípulo de Jesucristo. Haced súplicas a Cristo por mí para que por medio de esos instrumentos pueda yo ser sacrificado para Dios... Hasta el presente yo soy esclavo: pero si sufro el martirio, seré liberto de Jesucristo, y resucitaré libre en él. Y ahora, estando encadenado, aprendo a no tener deseo alguno.

Desde Siria hasta Roma vengo luchando con fieras, por tierra y por mar, de noche y de día, atado a diez leopardos, que eso son los soldados del piquete, los cuales, cuanto más atenciones les tiene uno, peores se vuelven. Pero yo con sus malos tratos aprendo a ser mejor discípulo, aunque no por esto me tengo por justificado. Estoy anhelando las fieras que me están preparadas, y pido que pronto se echen sobre mi. Yo mismo las azuzaré para que me devoren al punto, y no suceda lo que en algunos casos, que amedrentadas no se acercan a sus víctimas. Si no quisieran hacerlo de grado, yo las forzaré. Perdonadme que diga esto: yo sé lo que me conviene. Ahora es cuando empiezo a ser discípulo. Que nada de lo visible o de lo invisible me impida maliciosamente alcanzar a Jesucristo. Vengan sobre mí el fuego, la cruz, manadas de fieras, quebrantamientos de huesos, descoyuntamientos de miembros, trituraciones de todo mi cuerpo, torturas atroces del diablo, sólo con que pueda yo alcanzar a Cristo.

De nada me aprovecharán los confines del mundo ni los reinos de este siglo. Para mí es más bello morir y pasar a Cristo, que reinar sobre los confines de la tierra. Voy en pos de aquel que murió por nosotros: voy en pos de aquel que resucitó por nosotros. Mi parto está ya inminente. Perdonad lo que digo, hermanos: no me impidáis vivir, no os empeñéis en que no muera; no me entreguéis al mundo, cuando yo quiero ser de Dios, ni me engañéis con las cosas materiales. Dejadme llegar a la luz pura, que una vez llegado allí seré verdaderamente hombre. Dejadme que sea imitador de la pasión de mi Dios. Si

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alguno le tiene dentro de sí, entenderá mi actitud, y tendrá los mismos sentimientos que yo, pues sabrá qué es lo que me apremia.

...Os escribo estando vivo, pero anhelando la muerte. Mi amor está crucificado, y no queda ya en mí fuego para consumir la materia, sino sólo una agua viva que habla dentro de mí diciéndome desde mi interior: «Ven al Padre.» Ya no encuentro gusto en el alimento corruptible y en los placeres de esta vida. Anhelo por el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, del linaje de David; y por bebida quiero su sangre, que es amor inmarcesible (De la Carta a los Romanos, 5-6).

2. Jesucristo.

Nuestro Dios, Jesucristo, fue concebido en el seno de María, según el designio de Dios, siendo por una parte del linaje de David, y por otra del Espíritu Santo. Él nació, y fue bautizado, para purificar el agua con su pasión. La virginidad y el parto de María quedaron ocultos al príncipe de este mundo, así como también la muerte del Señor. Son estos tres misterios sonoros, que se cumplieron en el silencio de Dios. Mas, ¿cómo se manifestaron a los siglos? Brilló en los cielos un astro por encima de todos los astros, cuya luz era inexplicable y cuya novedad causaba extrañeza. Y todos los demás astros, juntamente con el sol y la luna, hicieron coro a aquel astro, cuya luz sobrepujaba a la de todos los demás.

Turbáronse las gentes, preguntándose de dónde venía aquella novedad tan distinta de las demás estrellas. Desde entonces quedó destruida toda hechicería y desaparecieron las cadenas de la iniquidad: quedó eliminada la ignorancia, y destruido el antiguo imperio desde el momento en que Dios se manifestó en forma humana para conferir la novedad de la vida eterna. Entonces empezó a cumplirse lo que Dios ya tenía preparado. Todo se puso en conmoción en cuanto empezó a ponerse por obra la destrucción de la muerte... Tengo intención de escribiros un segundo escrito ampliando mi explicación acerca del designio divino en orden al hombre nuevo, que es Jesucristo, y que estriba en la fe y en la caridad para con él, en su pasión y en su resurrección... (Carta a los Efesios, 18-20).

Un médico hay, que es a la vez carnal y espiritual, engendrado y no engendrado, Dios hecho carne, vida verdadera aunque mortal, hijo de María e hijo de Dios, primero pasible y luego impasible, Jesucristo nuestro Señor (Carta a los Efesios, 7).

Tapaos los oídos cuando alguien os diga algo fuera de Jesucristo, el cual es del linaje de David e hijo de María, que nació verdaderamente, comió y bebió, fue verdaderamente perseguido por Poncio Pilato, verdaderamente crucificado, y murió a la vista de los que habitan el cielo, la tierra y los infiernos. Él mismo resucitó verdaderamente de entre los muertos, siendo resucitado por su propio Padre. Y de manera semejante, a nosotros, los que hemos creído en él, nos resucitará su Padre en Cristo Jesús, fuera del cual no tenemos vida verdadera. Pero si, como dicen ciertos hombres sin Dios, es decir, sin fe, solamente padeció en apariencia —ellos si que son apariencia—, ¿por qué estoy en cadenas? ¿Por qué anhelo luchar con las fieras? Vana sería mi muerte y falso mi testimonio acerca del Señor. Huid de esos malos retoños que llevan fruto mortífero, pues el que comiere de él morirá. Esos no son del huerto del Padre, que si lo fueran mostrarían las ramas de la cruz y llevarían fruto incorruptible. Es por la cruz por la que el Señor os invita a su pasión, pues sois sus miembros. No puede darse la cabeza separada de los miembros, y el mismo Señor nos promete la unión, que es él mismo (Carta a los Tralianos, 9-11).

Glorifico a Jesucristo, Dios, quien os ha comunicado tan grande sabiduría: porque pude observar que estáis bien asegurados en una fe inconmovible, como si estuvieseis clavados en carne y espíritu en la cruz del Señor Jesucristo, bien establecidos en la caridad por la sangre de Cristo, perfectamente instruidos en lo que se refiere a nuestro Señor, a saber, en que es verdaderamente del linaje de David según la carne, e Hijo de Dios por la voluntad y el poder de Dios, nacido verdaderamente de una virgen, bautizado por Juan, para que se cumpliera en él toda justicia (cf. Mi 3, 15), verdaderamente crucificado en la carne bajo Poncio Pilato y el tetrarca Herodes, de cuya divina y bienaventurada pasión somos fruto nosotros, para levantar una bandera por los siglos mediante su resurrección, entre sus santos y fieles, ya sean judíos o gentiles, en un solo cuerpo que es su Iglesia. Todo esto padeció el Señor por nosotros,

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para salvarnos: y lo sufrió verdaderamente, así como también verdaderamente se resucitó a sí mismo, y no como dicen algunos infieles que sólo padeció en apariencia. A éstos les sucederá como ellos piensan, quedándose en entes incorpóreos y fantasmales. Yo sé bien y creo que después de su resurrección anduvo en la carne, y cuando vino a los que estaban con Pedro les dijo: «Tocadme, palpadme y ved que no soy un fantasma incorpóreo», y al punto le tocaron y creyeron, quedando compenetrados con su carne y con su espíritu. Por esto despreciaron ellos la muerte, y se mostraron superiores a la misma muerte. Y después de su resurrección comió y bebió con ellos como un hombre de carne, aunque espiritualmente estaba unido con el Padre.

Carísimos, os encarezco esto, por más que sé que éste es vuestro sentir. Pero es que soy para vosotros como centinela contra esas fieras en forma humana, a las que no sólo no debéis admitir entre vosotros, sino ni aun siquiera toparos con ellas en lo posible. Sólo debéis rogar por ellas, por si se convierten, cosa que es difícil. Pero aun para eso tiene poder Jesucristo, nuestra vida verdadera... Por lo que se refiere a sus nombres, siendo de gentes infieles, no me parece bien consignarlos aquí por escrito, sino que ni quiero acordarme de ellos, hasta que no se conviertan a aquella pasión que es nuestra resurrección...

Que nadie se engañe: aun las potestades celestes, y la gloria de los ángeles, y los príncipes visibles e invisibles, estarán sujetos a juicio si no creen en la sangre de Cristo. El que pueda entender que entienda. Que nadie se envanezca por el lugar que ocupa, porque todo depende de la fe y de la caridad, y ningún valor va por delante de éstas. Reconoced a los que son heterodoxos con respecto a la gracia de Jesucristo que ha venido a vosotros, viendo cuán contrarios son a la voluntad de Dios: pues no se preocupan para nada de la caridad, no les importan ni la viuda, ni el huérfano, ni el atribulado, ni se preocupan de que uno esté en prisiones o libre, hambriento o sediento. Igualmente se apartan de la eucaristía y de la oración, pues no confiesan que la eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo con la que padeció por nuestros pecados, la cual resucitó el Padre en su bondad. Así pues, los que contradicen al don de Dios, perecen en sus disquisiciones. Mejor les fuera celebrar el ágape, para que pudieran resucitar. Por tanto, es conveniente apartarse de los tales y no hablar de ellos ni en privado ni en público, prestando en cambio atención a los profetas y particularmente al Evangelio, en el cual se nos hace patente su pasión y vemos cumplida su resurrección. Huid de toda división como de origen de males (Carta a los de Esmirna, 1-7).

No os dejéis engañar con doctrinas extrañas ni con esas viejas fábulas que ya no tienen utilidad. Porque si aun ahora vivimos según el judaísmo, confesamos con ello que todavía no hemos recibido la gracia. Los divinos profetas vivieron según Cristo Jesús, y por eso fueron perseguidos, estando inspirados por su gracia para convencer a los incrédulos de que hay un solo Dios que se manifestó en Jesucristo, su Hijo, que es la Palabra suya proferida en el silencio, y que agradó en todo al que le había enviado. Ahora bien, los que se habían criado en el antiguo orden de cosas, vinieron a una nueva esperanza, y ya no vivían guardando el sábado, sino el domingo, el día en que amaneció nuestra vida por gracia del Señor y de su muerte. Pero algunos niegan este misterio, por el cual recibimos la fe y soportamos el sufrir, para ser hallados discípulos de Jesucristo, nuestro único maestro. ¿Cómo podríamos nosotros vivir sin él, a quien esperaban como maestro los profetas, siendo ya discípulos suyos en el espíritu? Por esto, por haberlo esperado justamente, cuando vino en realidad los resucitó de entre los muertos. ..

El que se llama con otro nombre que el de cristiano, no es de Dios. Arrojad, pues, la mala levadura, que se ha hecho ya vieja y agria, y transformaos en la levadura nueva que es Jesucristo. Dejaos salar en él, para que nadie de entre vosotros se corrompa, ya que por vuestro olor seréis reconocidos. Es absurdo hablar de Jesucristo y vivir judaicamente. No fue el cristianismo el que creyó en el judaísmo, sino el judaísmo en el cristianismo, que ha congregado a toda lengua que cree en Dios... (Carta a los de Magnesia, 8-10).

3. La Eucaristía.

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Poned todo empeño en usar de una sola eucaristía, pues una es la carne de nuestro Señor Jesucristo, y uno solo el cáliz que nos une con su sangre, y uno el altar, como uno es el obispo juntamente con el colegio de ancianos y los diáconos, consiervos míos. De esta suerte, obrando así obraréis según Dios (Carta a los de Filadelfia, 4).

Poned empeño en reuniros más frecuentemente para celebrar la eucaristía de Dios y glorificarle. Porque cuando frecuentemente os reunís en común, queda destruido el poder de Satanás, y por la concordia de vuestra fe queda aniquilado su poder destructor. Nada hay más precioso que la paz, por la cual se desbarata la guerra de las potestades celestes y terrestres. Nada de todo esto se os oculta a vosotros si poseéis de manera perfecta la fe en Cristo y la caridad, que son principio y término de la vida. La fe es el principio, la caridad es el término. Las dos, trabadas en unidad, son Dios, y todas las virtudes morales se siguen de ellas. Nadie que proclama la fe peca, y nadie que posee la caridad odia. El árbol se manifiesta por sus frutos. Así, los que se profesan ser de Cristo, se pondrán de manifiesto por sus obras... (Carta a los Efesios, 13-14).

4. El obispo, principio de unidad.

OBISPO/UNIDAD-I: Seguid todos al obispo, como Jesucristo al Padre, y al colegio de ancianos (presbyteroi) como a los apóstoles. En cuanto a los diáconos, reverenciadlos como al mandamiento de Dios. Que nadie sin el obispo haga nada de lo que atañe a la Iglesia. Sólo aquella eucaristía ha de ser tenida por válida que se hace por el obispo o por quien tiene autorización de él. Dondequiera que aparece el obispo, acuda allí el pueblo, así como dondequiera que esté Cristo, allí está la Iglesia universal (katholiké). No es lícito celebrar el bautismo o la eucaristía sin el obispo. Lo que él aprobare, eso es también lo agradable a Dios, a fin de que todo cuanto hagáis sea firme y válido... El que honra al obispo, es honrado de Dios. El que hace algo a ocultas del obispo, rinde culto al diablo. Que todo, pues, redunde en gracia para vosotros... (Carta a los de Esmirna, 8-9).

Os conviene concurrir con el sentir de vuestro obispo, como ya lo hacéis, porque, en efecto, vuestro colegio de ancianos, digno de este nombre y digno de Dios, está con vuestro obispo en una armonía comparable a la de las cuerdas en la cítara: vuestra concordia y vuestra unísona caridad levantan así un himno a Cristo. También los particulares tenéis que formar como un coro, de suerte que, unísonos en vuestra concordia, y tomando unánimemente el tono de Dios, cantéis a una voz al Padre por medio de Jesucristo, y así os escuche y os reconozca por vuestras buenas obras como melodía de su propio Hijo. Os conviene, pues, manteneros en unidad irreprochable, a fin de estar en todo momento en comunión con Dios.

Yo en poco tiempo he podido llegar a una gran intimidad con vuestro obispo —intimidad no humana. sino espiritual—, ¿cuánto más os he de llamar dichosos a vosotros, que estáis compenetrados con él, como la Iglesia con Jesucristo, y como Jesucristo con el Padre, a fin de que todo resuene armoniosamente en la unidad? Que nadie se engañe: si uno no está dentro del ámbito del altar, se priva del pan de Dios. Porque si la oración de uno o dos tiene tanta fuerza, mucha mayor será la del obispo con toda la Iglesia. El que no acude a la reunión común, ése es ya un soberbio y se condena a si mismo, pues está escrito: «Dios resiste a los soberbios.» Pongamos, pues, empeño en no enfrentarnos con el obispo, de suerte que así estemos sometidos a Dios. Cuanto uno vea más callado a su obispo, más ha de respetarle. Porque a todo el que envía el padre de familias para gobernar su casa hemos de recibirle como al mismo que lo envía. Es, pues, evidente, que hemos de mirar al obispo como al mismo Señor... (Carta a los Efesios, 4-6).

Os exhorto a que pongáis empeño en hacerlo todo en la concordia de Dios, bajo la presidencia del obispo, que tiene el lugar de Dios, y de los presbíteros que tienen el lugar del colegio de los apóstoles, y de los diáconos, para mí dulcísimos, que tienen confiado el servicio de Jesucristo, quien estaba con el Padre desde antes de los siglos, y se manifestó al fin de los tiempos. Así pues, conformaos todos con el proceder de Dios, respetaos mutuamente, y nadie mire a su prójimo según la carne, sino amaos en todo momento los unos a los otros en Jesucristo. Nada haya en vosotros que pueda dividiros, sino formad

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todos una unidad con el obispo y con los que os presiden a imagen y siguiendo la enseñanza de la realidad incorruptible. Así como el Señor no hizo nada sin el Padre, siendo una cosa con él —nada ni por sí mismo ni por los apóstoles— así tampoco vosotros hagáis nada sin el obispo y los presbíteros. No intentéis presentar vuestras opiniones particulares como razonables, sino que haya una sola oración en común, una sola súplica, una sola mente, una esperanza en la caridad, en la alegría sin mancha, que es Jesucristo. Nada hay mejor que él. Corred todos a una, como a un único templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo, que procede de un solo Padre, el único a quien volvió y con quien está... (Carta a los de Magnesia, 6-7).

* * * * *

Camino del martirio

(Carta a los Romanos, intr. y cap. 4, 6-7)

Ignacio, llamado también Teóforo [portador de Dios], a la Iglesia que ha alcanzado misericordia en la magnificencia del Padre Altísimo y de Jesucristo, su único Hijo, a la Iglesia amada e iluminada en la Voluntad del que ha querido todo lo que existe conforme al amor de Jesucristo, Nuestro Dios; Iglesia que preside en la región de los romanos, y es digna de Dios, digna de honor, digna de bienaventuranza, digna de alabanza, digna de éxito, digna de pureza, Ia que está a la cabeza de la caridad, depositaria de la ley de Cristo y adornada con el nombre del Padre: a ella la saludo en el nombre de Jesucristo, Hijo del Padre. A los que están unidos en carne y en espíritu con todo mandamiento suyo, a los que están inquebrantablemente llenos de la gracia de Dios y a los que están purificados de todo extraño tinte, les deseo una abundante alegría sin mancha, en Jesucristo, Nuestro Dios (...).

Escribo a todas las Iglesias y anuncio a todos que voluntariamente muero por Dios si vosotros no lo impedís. Os ruego que no tengáis para mí una benevolencia inoportuna. Dejadme ser pasto de las fieras por medio de las cuales podré alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y soy molido por los dientes de las fieras para mostrarme como pan puro de Cristo. Excitad más bien a las fieras para que sean mi sepulcro y no dejen rastro de mi cuerpo a fin de que, una vez muerto, no sea molesto a nadie (...). Pedid a Cristo por mí para que, por medio de estos instrumentos, logre ser un sacrificio para Dios. No os doy órdenes como Pedro y Pablo. Aquellos eran Apóstoles; yo soy un condenado; aquellos, libres; yo, hasta ahora, un esclavo. Pero si sufro el martirio, seré un liberto de Jesucristo y en Él resucitaré libre. Ahora encadenado, aprendo a no desear nada (...).

MU/REALIZACION: Para mí es mejor morir para Jesucristo que reinar sobre los confines de la tierra. Busco a Aquél que murió por nosotros. Quiero a Aquél que resucitó por nosotros. Mi partida es inminente. Perdonadme, hermanos. No impidáis que viva; no queráis que muera. No entreguéis al mundo al que quiere ser de Dios, ni lo engañéis con la materia. Dejadme alcanzar la luz pura. Cuando eso suceda, seré un hombre. Permitidme ser imitador de la Pasión de mi Dios (...).

Mi deseo está crucificado y en mí no hay fuego que ame la materia. Pero un agua viva habla dentro de mí y, en lo íntimo, me dice: Ven al Padre. No siento gusto por el alimento de corrupción ni por los placeres de esta vida. Quiero Pan de Dios, que es la Carne de Jesucristo, el de la descendencia de David, y como bebida quiero su Sangre, que es el amor incorruptible.

* * * * *

Unión con la Cabeza

(Carta a los Efesios, 3-7, 9-10, 12-13)

No os doy órdenes como si fuese alguien. Pues si estoy encadenado a causa de Nuestro Señor, todavía no he alcanzado la perfección en Jesucristo. Ahora, en efecto, comienzo a ser discípulo y os hablo como

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a condiscípulos. Pues era necesario que vosotros me ungieseis con vuestra fe, exhortación, paciencia y grandeza de ánimo. Pero, puesto que la caridad no me permite guardar silencio acerca de vosotros, me he adelantado a exhortaros para que corráis unidos en la Voluntad de Dios. Pues, además, Jesucristo, nuestro inseparable vivir, es la Voluntad del Padre, así como también los obispos, establecidos por los confines de la tierra, están en la Voluntad de Jesucristo.

Por tanto, os conviene correr a una con la voluntad del obispo, lo que ciertamente hacéis. Vuestro presbiterio, digno de fama y digno de Dios, está en armonía con el obispo como las cuerdas con la cítara. Por esto, Jesucristo entona un canto por medio de vuestra concordia y de vuestra armoniosa caridad. Cada uno de vosotros sea un coro para que, afinados en la concordia, a una con la melodía de Dios, cantéis al unísono al Padre por medio de Jesucristo para que os escuche y reconozca, por vuestras buenas obras, que sois miembros de su Hijo. Así pues, es bueno que vosotros permanezcáis en la unidad inmaculada para que siempre participéis de Dios (...).

Que nadie os engañe. Si alguien no está dentro del altar del sacrificio, carece del pan de Dios. Pues, si la oración de uno o dos tiene tal fuerza, ¡cuánto más la del obispo y la de toda la Iglesia! (...).

No escuchéis a nadie más que al que os hable de Jesucristo en verdad. Pues algunos acostumbran a divulgar sobre Jesucristo con perverso engaño, y además hacen cosas indignas de Dios. A ésos es necesario que los evitéis lo mismo que a las fieras, pues son perros rabiosos que muerden a traición, de los cuales es necesario que os guardéis pues sus mordeduras son difíciles de curar. Hay un solo Médico corporal y espiritual, creado e increado, Dios hecho carne, vida verdadera en la muerte, nacido de María y de Dios, primero pasible y, luego, impasible, Jesucristo Nuestro Señor (...).

He sabido que han pasado algunos que venían de por ahí abajo con mala doctrina, a los cuales no habéis permitido sembrar entre vosotros, cerrando los oídos para no recibir lo que siembran, como piedras que sois del templo del Padre, dispuestos para la edificación de Dios Padre, elevadas a lo alto por la máquina de Jesucristo, que es la Cruz, y ayudados del Espíritu Santo que es la cuerda. Vuestra fe es vuestra cabria y el amor, el camino que os conduce a Dios (...).

Orad sin interrupción (1 Tes 5, 17) por los demás hombres para que alcancen a Dios, pues en ellos hay esperanza de conversión. Así pues, concededles que puedan aprender de vuestras obras. Ante su ira, vosotros sed mansos; ante su jactancia, vosotros sed humildes; ante sus blasfemias, vosotros [elevad] oraciones; ante su error, vosotros [permaneced] cimentados en la fe (Col 1, 23) (...).

Sé quién soy y a quiénes escribo. Yo soy un condenado; vosotros habéis alcanzado misericordia. Yo estoy en peligro; vosotros, firmes. Sois camino de paso para los que, por la muerte, son levantados hacia Dios; en la iniciación de los misterios [fuisteis] compañeros de Pablo, el santo, el celebrado, el digno de bienaventuranza—en cuyas huellas, cuando alcance a Dios, desearía ser encontrado—, el cual en todas sus cartas os recuerda en Jesucristo.

Así pues, esforzaos en reuniros frecuentemente para la Eucaristía y gloria de Dios. Pues cuando os reunís con frecuencia, las fuerzas de Satanás son destruidas, y su ruina se deshace por la concordia de vuestra fe.

* * * * *

Los rasgos del buen Pastor

(Carta a Policarpo, 1-ó)

Yo te exhorto, por la gracia de que estás revestido, a que aceleres el paso en tu carrera y a que tú, por tu parte, exhortes a todos para que se salven. Desempeña el cargo que ocupas con toda diligencia de cuerpo y espíritu. Preocúpate de la unidad, pues no existe nada mejor que ella. Llévalos a todos sobre ti,

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como a ti te lleva el Señor. Sopórtalos a todos con espíritu de caridad, como ya lo haces. Dedícate sin pausa a la oración. Pide mayor inteligencia de la que ya tienes. Permanece alerta, como espíritu que desconoce el sueño. Habla a los hombres del pueblo al estilo de Dios. Carga sobre ti, como perfecto atleta, las enfermedades de todos. Donde mayor es el trabajo, allí hay más ganancia.

Si sólo amas a los buenos discípulos, ningún mérito tienes. El mérito está en que sometas con mansedumbre a los más pestíferos. No toda herida se cura con el mismo emplasto. Los accesos de fiebre cálmalos con aplicaciones húmedas.

Sé en todas las cosas prudente como la serpiente, y al mismo tiempo sencillo como la paloma. Por esto justamente eres a la par corporal y espiritual, para que trates con dulzura aquellas cosas que se muestran a tus ojos, y las invisibles ruegues que te sean reveladas. De este modo nada te faltará, sino que abundarás en todo don de la gracia.

El tiempo requiere de ti que aspires a alcanzar a Dios como el piloto anhela prósperos vientos, y el navegante, sorprendido por la tormenta, desea el puerto. Sé sobrio, como un atleta de Dios. El premio es la incorrupción y la vida eterna, de la que también tú estás persuadido. En todo y por todo soy rescate tuyo, y conmigo mis cadenas que tú amaste.

Que no te amedrenten los que se dan aires de hombres dignos de todo crédito y, sin embargo, enseñan doctrinas extrañas a la fe. Por tu parte manténte firme, como un yunque golpeado por el martillo. Es propio de un gran atleta ser desollado y, sin embargo, vencer. ¡Pues cuánto más hemos de soportarlo todo por Dios, a fin de que también Él nos soporte a nosotros!

Sé todavía más diligente de lo que eres. Date cabal cuenta de los tiempos. Aguarda al que está por encima del tiempo, al Intemporal; al Invisible, que por nosotros se hizo visible; al Impalpable; al Impasible, que por nosotros se hizo pasible; al que sufrió por nosotros de todas las maneras posibles.

Que las viudas no sean desatendidas: después del Señor, tú has de ser quien cuide de ellas. No se haga nada sin tu conocimiento, ni tú tampoco actúes sin contar con Dios, como efectivamente haces. Manténte firme. Celébrense reuniones con más frecuencia. Búscalos a todos por su nombre.

(...). Huye de las malas artes o, mejor aún, ten conversación con los fieles para precaverles contra ellas. Recomienda a mis hermanas que amen al Señor y que se contenten con sus maridos, en la carne y en el espíritu. Igualmente, predica a mis hermanos, en nombre de Jesucristo, que amen a sus esposas como el Señor a la Iglesia.

Si alguno se siente capaz de permanecer en castidad para honrar la carne del Señor, que lo haga sin engreimiento. Si se llena de soberbia está perdido, y si se estimare en más que el obispo, está corrompido. Respecto a los que se casan, esposas y esposos, conviene que celebren su enlace con conocimiento del obispo, a fin de que las bodas se hagan conforme al Señor y no por solo deseo. Que todo se haga para honra de Dios.

Atended al obispo, a fin de que Dios os atienda a vosotros. Yo me ofrezco como rescate por quienes se someten al obispo, a los presbíteros y a los diáconos. ¡Y ojalá que con ellos se me concediera entrar a la parte de Dios! Trabajad unos junto a otros, luchad unidos, corred todos a una, sufrid, dormid, despertad todos a la vez, como administradores de Dios, como sus asistentes y servidores.

Tratad de ser gratos al Capitán bajo cuyas banderas militáis, y de quien habéis de recibir el sueldo. Que ninguno de vosotros sea declarado desertor. Vuestro bautismo ha de ser como una armadura, la fe como un yelmo, la caridad como una lanza, la paciencia como un arsenal de todas las armas. Vuestra caja de caudales han de ser vuestras buenas obras, de las que recibiréis luego magníficos intereses. Así, pues, sed largos de ánimo los unos con los otros, con mansedumbre, como lo es Dios con vosotros.

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«EPISTOLA DE BERNABE»

Clemente de Alejandría, a principios del siglo III, dio el nombre de Epístola de Bernabé a un breve escrito en lengua griega, redactado sin ajustarse a los cánones de la antigua retórica, por lo que se piensa que su

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autor no era de origen griego. Los estudios modernos han dejado claro que este escrito no fue compuesto por el apóstol San Bernabé, compañero de San Pablo en sus viajes apostólicos, sino que es obra de un autor desconocido, que, a su vez, se valió probablemente de documentos preexistentes de diversas épocas. Su composición se sitúa entre la primera y la segunda destrucción del Templo de Jerusalén (por tanto, entre los años 70 y 130 d.C.).

Aunque utiliza el género epistolar, no se trata de una carta propiamente dicha, sino de un breve tratado destinado a poner en guardia a los cristianos frente al peligro de los judaizantes, aquellos cristianos convertidos del judaísmo que añoraban las prácticas de la Ley mosaica y pretendían exigirlas también a los seguidores de la nueva Ley. Con este motivo, el autor se detiene en desentrañar la relación entre la antigua y la nueva alianza, destacando el supremo valor de ésta y la insondable riqueza de su contenido.

La antigüedad cristiana profesó alta estima a este escrito, como lo demuestra el hecho de haber sido descubierto en uno de los más antiguos códices, junto con los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento.

En la primera parte, el autor ahonda en la interpretación de pasajes del Antiguo Testamento a la luz del Nuevo, con un profundo conocimiento de la Escritura. La abundancia de citas es de gran interés para el estudio de la transmisión del texto sagrado y de su utilización como fundamento de los dogmas. La segunda parte, de carácter más didáctico, contiene una descripción de la vida cristiana y un conjunto de normas morales que el Cristianismo exige. De esta segunda parte procede el fragmento que se ofrece a continuación.

LOARTE

* * * * *

Este documento, de carácter muy primitivo, llegó a ser considerado en ciertas cristiandades como parte de las Escrituras, y se atribuyó a Bernabé, el compañero de Pablo. Tal atribución no es admitida por la crítica moderna, sin que, por otra parte, sea posible determinar quién pudiera ser el autor del escrito. En él se plantea con fuerza particular uno de los problemas que más hubieron de preocupar a los primeros cristianos: el de sus relaciones con el judaísmo. El autor se muestra en actitud simplemente negativa con respecto a todas las instituciones de los judíos, los cuales, según él, habrían pervertido desde el comienzo el sentido que Dios quiso dar a las Escrituras y a la ley, entendiendo en un sentido material lo que Dios había querido sólo en un sentido espiritual. Según esta concepción, el judaísmo seria, no un estadio menos perfecto de la revelación, previo al cristianismo, sino una perversión radical de algo que ya desde un principio debiera de haber alcanzado su plenitud y perfección. De esta forma la polémica antijudía, iniciada por Pablo con notables matizaciones, es ahora llevada a extremos absolutos. El autor de la carta de Bernabé sólo admite prácticamente una interpretación alegórica y espiritual del Antiguo Testamento y esta interpretación es presentada como una gnosis o sabiduría particular, dada al cristianismo por la enseñanza de Jesús: se inicia así la tendencia hacia la alegoría y la gnosis cristiana, que se desarrollará en la escuela de Alejandría, y por ello se ha supuesto que este escrito pudiera proceder de los ambientes alejandrinos. Por algunas de sus referencias parece probable que fuera escrito en el reinado de Adriano, hacia el año 130.

JOSEP VIVES

* * * * *

La llamada Epístola de Bernabé, atribuida antiguamente al compañero de San Pablo, ciertamente no es suya, y no es propiamente una carta sino un tratado teológico. Nada se sabe de su autor, pero se piensa en Alejandría como su lugar de origen o de formación, tanto por las influencias que revela de Filón como por el uso que de ella hicieron los teólogos de Alejandría.

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En la primera parte de este escrito se explica que la ley de los judíos estaba desde el principio dirigida a los cristianos, y tenía un sentido espiritual que aquéllos, al interpretarla literalmente, no entendieron: por eso todo el culto judío es tan rechazable como el pagano; la actitud antijudía es extrema. La segunda parte expone los caminos del bien y del mal, de modo semejante a la Didajé, ilustrados con un gran número de preceptos morales y una lista de pecados y vicios. La epístola señala también el comienzo de esa interpretación alegórica de la Escritura hecha por cristianos, que será luego tan querida de los alejandrinos.

En este escrito, entre otras cosas se afirman: Cristo estaba ya presente cuando Dios creó el mundo, y se encarnó para poder padecer; en el bautismo, Dios adopta al hombre como hijo, imprime su imagen en su alma, y le transforma en templo del Espíritu Santo; en lugar del sábado se celebra el domingo, en que resucitó Cristo; la vida del niño está protegida por la ley de Dios ya desde el seno de su madre; finalmente, el autor cree también en el milenio.

Los dos caminos

(Epístola de Bernabé, 1-20)

Dos caminos hay de doctrina y de poder: el de la luz y el de las tinieblas. Pero grande es la diferencia entre los dos caminos, pues sobre uno están establecidos los ángeles de Dios, portadores de luz, y sobre el otro, los ángeles de Satanás. Uno es Señor desde siempre y por siempre, y el otro es el príncipe del tiempo presente de la iniquidad.

El camino de la luz es éste. Si alguno quiere seguir su camino hacia el lugar fijado, apresúrese por medio de sus obras. Ahora bien, el conocimiento que nos ha sido dado para caminar en él es el siguiente:

Amarás al que te creó, temerás al que te formo, glorificarás al que te redimió de la muerte. Serás sencillo de corazón y rico de espíritu. No te juntarás con los que andan por el camino de la muerte, aborrecerás todo lo que no es agradable a Dios, odiarás toda hipocresía, no abandonarás los mandamientos del Señor.

No te exaltarás a ti mismo, sino que serás humilde en todo. No te arrogarás gloria para ti mismo. No tomarás determinaciones malas contra tu prójimo, ni infundirás a tu alma temeridad.

No fornicarás, no cometerás adulterio, no corromperás a los jóvenes. Cuando hables la palabra de Dios, que no salga de tu boca tergiversada, como hacen algunos. No harás acepción de personas para reprender a cualquiera de su pecado. Serás manso, serás tranquilo, serás temeroso de las palabras de Dios que has oído. No guardarás rencor a tu hermano.

No vacilarás sobre las verdades de la fe. No tomes en vano el nombre de Dios (Ex 20, 7). Amarás a tu prójimo más que a tu propia vida. No matarás a tu hijo en el seno de la madre, ni una vez nacido le quitarás la vida. No dejes sueltos a tu hijo o a tu hija, sino que, desde su juventud, les enseñarás el temor del Señor.

No serás codicioso de los bienes de tu prójimo, no serás avaro. No desearás juntarte con los altivos; por el contrario, tratarás con los humildes y los justos. Los acontecimientos que te sobrevengan los aceptarás como bienes, sabiendo que sin la disposición de Dios nada sucede.

No serás doble ni de intención ni de lengua. Te someterás a tus amos, como a imagen de Dios, con reverencia y temor. No mandes con dureza a tu esclavo o a tu esclava, que esperan en el mismo Dios que

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tú, no sea que dejen de temer al que es Dios de unos y otros; porque no vino Él a llamar con acepción de personas, sino a los que preparó el Espíritu.

Compartirás todas las cosas con tu prójimo, y no dirás que son de tu propiedad; pues si en lo imperecedero sois partícipes en común, ¡cuánto más en lo perecedero! No serás precipitado en el hablar, pues red de muerte es la boca. Guardarás la castidad de tu alma.

No seas de los que extienden la mano para recibir y la encogen para dar. Amarás como a la niña de tus ojos (Dt 32, 10) a todo el que te habla del Señor.

Día y noche te acordarás del día del juicio, y buscarás cada día la presencia de los santos [los demás cristianos], bien trabajando y caminando para consolar por medio de la palabra, bien meditando para salvar un alma con la palabra, bien trabajando con tus manos para rescate de tus pecados.

No vacilarás en dar, ni cuando des murmurarás, sino que conocerás quién es el justo remunerador del salario. Guardarás lo que recibiste, sin añadir ni quitar nada (Dt 12, 32). Aborrecerás totalmente el mal. Juzgarás con justicia.

No serás causa de cisma, sino que pondrás paz y reconciliarás a los que contienden. Confesarás tus pecados. No te acercarás a la oración con conciencia mala. Éste es el camino de la luz.

El camino del «Negro» [el demonio] es tortuoso y está repleto de maldición, pues es un camino de muerte eterna en medio de tormentos, en el que se halla todo lo que arruina al alma: idolatría, temeridad, arrogancia de poder, hipocresía, doblez de corazón, adulterio, asesinato, robo, soberbia, transgresión, engaño, maldad, vanidad, hechicería, magia, avaricia, falta de temor de Dios.

Perseguidores de los buenos, aborrecedores de la verdad, amantes de la mentira, desconocedores del salario de la justicia, no concordes con el bien ni con el juicio justo, despreocupados de la viuda y del huérfano, no vigilantes para el temor de Dios, sino para el mal, alejadísimos de la mansedumbre y de la paciencia, amantes de la vaciedad, perseguidores de la recompensa, despiadados con el pobre, indolentes ante el abatido, inclinados a la calumnia, desconocedores del que los ha creado, asesinos de niños, destructores de la obra de Dios, que vuelven la espalda al necesitado, que abaten al oprimido, defensores de los ricos, jueces injustos de los pobres, pecadores en todo.

* * * * *

I. Fe y conocimiento. ...He creído que debía ponerme a escribiros algo aunque fuera brevemente, a fin de que juntamente con vuestra fe tengáis conocimiento perfecto. Pues bien, tres son las doctrinas del Señor: la esperanza de vida, principio y fin de vuestra fe; la justicia, principio y fin del juicio, y la caridad, principio de tranquilidad y de alegría, así como testimonio de las obras de justicia. Porque, en efecto, el Señor nos dio a conocer por medio de los profetas el pasado, y el presente, dándonos además un anticipo del goce de lo por venir. Y viendo que todo se va cumpliendo como él lo dijo, deber nuestro es adelantar, con espÍritU más generoso y levantado, en su temor. En cuanto a mi, no como maestro, sino como uno de vosotros, voy a declararos unas pocas cosas que os puedan dar consuelo en el momento presente. Porque los dias son malos, y el Activo tiene el poder en sus manos, y por tanto nosotros debemos atender a nosotros mismos y buscar las justificaciones del Señor. Ahora bien, en ayuda de nuestra fe vienen el temor y la paciencia, y nuestros aliados son la magnanimidad y la continencia. Mientras tengamos estas virtudes santamente en el Señor, tendremos juntamente con ellas el gozo de la sabiduría, la inteligencia, la ciencia y el conocimiento... 1

¿Qué dice el conocimiento? Aprendedlo: Esperad —dice—, en el que se os ha de manifestar cuando venga en la carne, Jesús. Porque el hombre no es más que tierra que sufre, ya que Adán fue modelado de la faz de la tierra. Pues bien, ¿qué quiere decir Entrad en la tierra que mana leche y miel»? Bendito sea nuestro Señor, hermanos, porque nos ha dado la sabiduría y la inteligencia de sus secretos. Porque el profeta habla

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del Señor en forma de parábola. ¿Quién lo entenderá, sino el sabio e instruido y el que ama a su Señor? Significa pues aquello que el Señor nos renovó con el perdón de los pecados, haciéndonos de nuevo con un nuevo molde, hasta el punto de que nuestra alma es como de niños, pues realmente él nos ha modelado de nuevo... 2

II. El cristianismo muestra la invalidez del judaísmo. El Señor por medio de todos sus profetas ha puesto de manifiesto que no tiene necesidad ni de sacrificios ni de holocaustos ni de ofrendas, diciendo en cierta ocasión: «¿Qué se me da a mí de la multitud de vuestros sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos, y no quiero la grasa de vuestros corderos ni la sangre de vuestros toros y machos cabríos... No soporto vuestros novilunios y vuestros sábados» (Is 1, 11ss). El Señor invalidó todo esto a fin de que la nueva ley de nuestro Señor Jesucristo, que no está sometida al yugo de la necesidad, tuviera una ofrenda no hecha por mano de hombre. Dioe, en efecto, en otro lugar: «¿Acaso fui yo el que mandé a vuestros padres cuando salían de la tierra de Egipto que me ofrecieran holocaustos y sacrificios? Más bien lo que les mandé fue que ninguno guardara en su corazón rencor maligno contra su prójimo y que no fuerais amantes del perjurio» (cf. Jer 7, 22; Zac 8, 17; 7, 10). No hemos de ser, pues, insensatos, sino comprender la sentencia de bondad de nuestro Padre, que nos habla manifestando que no quiere que nosotros, extraviados como aquellos, busquemos todavía cómo acercarnos a él... En otra ocasión les dice a este respecto: «¿Para qué me ayunáis—dice el Señor—de modo que en este día sólo se oye la gritería de vuestras voces? No es este el ayuno que yo prefiero, dice el Señor, no es la humillación del alma del hombre. Ni aun cuando doblarais vuestro cuello como un aro, os vistierais de saco y os revolcarais en la ceniza, ni aun así penséis que vuestro ayuno es aceptable» (Is 58, 4-5). A nosotros empero nos dice: «He aquí el ayuno que yo prefiero—dice el Señor—: Desata toda atadura de iniquidad, disolved las cuerdas de los contratos por la fuerza, deja a los oprimidos en libertad y rompe toda escritura injusta. Comparte tu pan con el hambriento, y si ves a uno desnudo, vístele. Acoge en tu casa a los sin techo, y si ves a uno humillado no le desprecies, siendo de tu propio linaje y de tu propia sangre... Entonces clamarás, y Dios te oirá, y cuando la palabra está todavía en tu boca te dirá: Aquí estoy, con tal de que arrojes de ti la atadura, y la mano levantada, y la palabra de murmuración. y des con toda tu alma el pan al hambriento y tengas compasión del alma humillada» (Is 58, 6-10). Hermanos, viendo de antemano el Señor magnánimo que su pueblo, que él se había preparado en su Amado, había de creer con sencillez, nos manifestó por anticipado todas estas cosas, para que no fuéramos a estrellarnos, como prosélitos, en la ley de aquellos 3.

...No os asemejéis a ciertos hombres que no hacen sino amontonar pecados, diciéndoos que la alianza es tanto de ellos como vuestra. Porque es nuestra, pero aquellos, después de haberla recibido de Moisés, la perdieron absolutamente... Volviéndose a los ídolos la destruyeron, pues dice el Señor: «Moisés, Moisés, baja a toda prisa, porque mi pueblo, a quien saqué yo de Egipto, ha prevaricado» (cf. ÉX 32, 7; 3, 4; Dt 9, 12). Y cuando Moisés lo comprobó, arrojó de sus manos las dos tablas, y se rompió su alianza, para que la de su amado Jesucristo fuera sellada en nuestro corazón con la esperanza de la fe en él 4.

En cuanto a la circuncisión, en la que ellos ponen su confianza no tiene valor alguno. Porque el Señor ordenó la circuncisión, pero no de la carne. Pero ellos transgredieron el mandato porque el ángel malo los enredó. Díteles a ellos el Señor: aEsto dice el Señor vuestro Dios: no sembréis sobre las espinas, circuncidaos para vuestro Señor» (Jer 4, 3). Además, ¿qué quiere decir: «Circuncidad la dureza de vuestro corazón, y no endurezcáis vuestra cerviz»? Y en otro lugar dice: «...Todas las naciones son incircuncisaS en su prepucio, pero este pueblo tiene incircunciso el corazón» (Jer 9, 25). Objetarás: La circuncision es en este pueblo como un sello. Pero te contestaré que también los sirios y los árabes y todos los sacerdotes de los ídolos se circuncidan... 5

Nuestra salvación en Cristo El Señor soportó que su carne fuera entregada a la destrucción para que fuéramos nosotros purificados con la remisión de los pecados, que alcanzamos con la aspersión de su sangre. Sobre esto está escrito aquello que se refiere en parte a Israel y en parte a nosotros, y dice: «Fue herido por nuestras iniquidades y quebrantado por nuestros pecados: con sus heridas hemos sido sanados. Fue llevado como oveja al matadero y como cordero estuvo mudo delante del que le trasquila» (Is 53, 5-7). Por esto hemos de dar sobremanera gracias al Señor, porque nos dio a conocer lo pasado, nos instruyó en lo presente y no nos ha dejado sin inteligencia de lo por venir... Por esto justamente se perderá el hombre

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que, teniendo conocimiento del camino de la justicia, se precipita a si mismo por el camino de las tinieblas. Y hay más, hermanos míos: el Señor soportó el padecer por nuestra vida, siendo como es Señor de todo el universo, a quien dijo Dios desde la constitución del mundo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gén 1, 26). ¿Cómo soportó el padecer por mano de hombres? Aprendedlo: los profetas profetizaron acerca de él, habiendo recibido de él este don: ahora bien, él, para aniquilar la muerte y mostrar la resurrección de entre los muertos, soportó la pasión, pues convenía que se manifestara su condición carnal. Así cumplió la promesa hecha a los padres, y se preparó para sí un pueblo nuevo, mostrando, mientras vivía sobre la tierra, que él había de juzgar una vez que haya realizado la resurrección. En fin, predicó enseñando a Israel y haciendo grandes prodigios y señales, con lo que mostró su extraordinario amor. Se escogió a sus propios apóstoles, que tenían que predicar el Evangelio, los cuales eran pecadores con toda suerte de pecados, mostrando así que «no vino para llamar a los justos, sino a los pecadores» (Mt 9, 13): y entonces les manifestó que era Hijo de Dios. Porque, en efecto, si no hubiera venido en la carne. los hombres no hubieran podido salvarse viéndole a él, ya que ni siquiera son capaces de tener sus ojos fijos en el sol, a causa de sus rayos, el cual está destinado a perecer y es obra de sus manos. En suma, para esto vino el Hijo de Dios en la carne, para que llegase a su colmo la consumación de los pecados de los que persiguieron a muerte a sus profetas: por esto soportó la pasión... 6.

.......................

1. Carta de Bernabé 1, 5-2, 3.

2. Ibid. 6, .9.

3. Ibid., cap. 2-3.

4. Ibid. 4, 6-8.

5. Ibid. 9, 4-5.

6. Ibid. cap. 5

«PASTOR DE HERMAS»

El «Pastor de Hermas» es un libro que fue muy apreciado en la primitiva Iglesia, hasta el punto de que algunos Padres llegaron a considerarlo como canónico, esto es, perteneciente al conjunto de la Sagrada

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Escritura. Sin embargo, gracias al Fragmento Muratoriano (un pergamino del año 180 que recoge la lista de los libros inspirados, descubierto y publicado en el siglo xv), sabemos que fue compuesto por un tal Hermas, hermano del Papa Pío I, en la ciudad de Roma; por tanto, entre los años 141 a 155. Otros catálogos eclesiásticos posteriores confirman esta noticia. Es el escrito más largo de la época post-apostólica.

El libro refleja el estado de la cristiandad romana a mediados del siglo II. Tras una larga pausa de tranquilidad sin sufrir persecución, parece que no era tan universal el buen espíritu de los primeros tiempos. Junto a cristianos fervorosos, había muchos tibios; junto a los santos, no faltaban los pecadores, y esto en todos los niveles de la Iglesia, desde los simples fieles a los ministros sagrados. No es de extrañar, pues, que el libro gire en torno a la necesidad de la penitencia.

Se trata de un escrito perteneciente al género apocalíptico: el autor presenta sus ideas como si le hubiesen sido reveladas (apocalipsis=revelación, en griego) por dos personajes misteriosos: una anciana y un pastor. Precisamente de este último personaje toma nombre todo el libro.

En la primera parte, el autor ilustra la doctrina de la penitencia por medio de una serie de Visiones o revelaciones. Se le aparece una anciana matrona que va despojándose poco a poco de la vejez para mostrarse al final como una novia engalanada, símbolo de los elegidos de Dios. Esa matrona, como ella misma explica, es la Iglesia: parece anciana porque es la criatura más antigua de la creación, y porque la afean los pecados de los cristianos; pero se renueva gracias a la penitencia, hasta aparecer sin fealdad alguna. En la segunda parte, los Mandamientos, el ángel de la penitencia enseña a Hermas un resumen de la doctrina moral. En la tercera, llamada Comparaciones o semejanzas, se resuelven algunas cuestiones que inquietaban a los cristianos de aquella época.

En las siguientes lineas se recogen dos textos de esta obra. En el primero, correspondiente a la tercera visión, la anciana explica a Hermas el significado de una torre que se construye con piedras, de las que algunas son desechadas. Es una bella imagen para señalar la construcción de la Iglesia, en la que los cristianos—como decía San Pedro— son piedras vivas edificadas sobre el fundamento que es Cristo. Y para ser piedra viva, tiene una importancia fundamental la penitencia por los pecados.

LOARTE

* * * * *

El llamado Pastor, de Hermas, es un escrito complejo y extraño, compuesto en el género apocalíptico y visionario, probablemente hacia la primera mitad del siglo ll, aunque pudiera haber en él elementos de diversas épocas. Consta de una serie de visiones, comparaciones o alegoAas, algunas de ellas de sentido bastante confuso, que se refieren a diversos aspectos de la vida cristiana.

Según se desprende del escrito, Hermas, su autor, era un cristiano sencillo y rudo, pero lleno de preocupaciones religiosas y con una par ticular conciencia de sus propias faltas morales de diversa índole. Pesa sobre él especialmente el remordimiento por no haber sabido mantener debidamente las relaciones familiares con su mujer y sus hijos, y por no haber sabido hacer buen uso de sus bienes de fortuna, que había perdido. Correspondiendo a esta conciencia de culpabilidad, sobresale en el escrito el tema de la penitencia y del perdón que, contra lo que se suponía en concepciones rigoristas, podía ser obtenido al menos una vez después del bautismo, si uno se arrepentía sinceramente. Hermas, simple laico, tiene conciencia de que esto se oponía a la enseñanza de ciertos doctores de la Iglesia que no admitían posibilidad de perdón al que hubiere pecado gravemente después del bautismo, y presenta sus ideas como un anuncio especial de un mensajero de Dios que se aparece en forma de pastor, y que es el que dio a este escrito su nombre.

Además del tema de la penitencia, es prominente en el Pastor, de Hermas, el tema de la Iglesia, la cual aparece balo la alegoría de una torre en construcción, de la que pueden venir a formar parte diversas

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clases de piedras, que son diversos géneros de fieles. Algunas piedras son temporalmente rechazadas para la construcción, otras lo son definitivamente, representando los fieles que podrán o no a su tiempo hacer penitencia.

Otros muchos temas van apareciendo a lo largo del escrito: de particular interés pueden ser los que se refieren al peligro de las riquezas, a las relaciones entre ricos y pobres, o a la necesidad de saber distinguir los signos de la influencia del bueno o del mal espíritu en nosotros o en los demás. En este último aspecto Hermas encabeza la copiosa literatura cristiana acerca del "discernimiento de espíritus".

El Pastor, de Hermas, muestra cierta audacia imaginativa, pero tiene en general poca profundidad teológica y se mantiene más bien en una actitud meramente moralística. Sin embargo, es interesante como reflejo de los problemas religiosos y morales que podia tener entonces un cristiano ordinario.

JOSEP VIVES

* * * * *

El Pastor, aunque tiene la forma de un libro de visiones y revelaciones, de un apocalipsis apócrifo, se suele tradicionalmente estudiar con los Padres Apostólicos. Su autor, Hermas, parece ser judío de origen o de formación; había sido vendido como esclavo y enviado a Roma, donde consiguió ir abriéndose paso; como liberto se dedicó a los negocios y compró algunas fincas, que luego había ido perdiendo; sus hijos apostataron en la persecución y vivían mal, y con su mujer no se llevaba demasiado bien, según él mismo nos va contando. Se ve en él a un hombre piadoso; es posible, como afirma el fragmento muratoriano del que ya hablaremos, que fuera hermano del papa Pío I (140-150); parece que comenzó a escribir el Pastor a comienzos del siglo o antes, pero que la redacción definitiva es de este último período.

Hacia el principio del libro, Hermas cuenta cómo la Iglesia se le aparece en una visión, bajo la forma de una anciana que exhorta a la penitencia; la anciana le muestra una torre en construcción, para decirle que las piedras que no sirven han de labrarse por la penitencia, y tienen que hacerlo pronto, antes de que se acabe de construir la torre; luego es un ángel el que se le aparece, bajo la forma de un pastor, que es el que da nombre al libro, para insistirle igualmente en la necesidad de la penitencia y para proclamar una serie de mandamientos y de parábolas, las cuales encierran también preceptos morales.

El objetivo principal del libro es esta exhortación a la penitencia; se trata de la penitencia pública sacramental, que sólo se puede recibir una vez después del bautismo, y que abarca a todos los pecados sin ninguna exclusión, lo cual es un dato muy característico de Hermas. Esta penitencia hay que hacerla ya enseguida y ha de producir una conversión profunda y una enmienda verdadera, pues la santificación que produce en el alma es comparable a la del bautismo.

En todo este contexto, la Iglesia se presenta como necesaria para la salvación, una Iglesia que es la primera de las criaturas, y por esto se aparece como anciana, y que es también una torre mística, la Iglesia de los escogidos y de los predestinados. Se entra en ella por el bautismo, que es un auténtico sello, y tan necesario que, según Hermas, los apóstoles descendieron al limbo para bautizar a los justos que habían muerto antes de Cristo. Es en cambio poco claro lo que Hermas nos dice de Cristo: no utiliza este nombre ni el de Logos, habla de Dios Padre, llama Hijo de Dios al Espíritu Santo (lo cual es un error) y nombra luego al Salvador, hecho hijo adoptivo como premio por sus sufrimientos y unido así a las otras dos personas (lo que es otro error).

En cuanto a los preceptos morales, distingue entre lo que está mandado y lo que está aconsejado, y dice que un ángel bueno y otro malo influyen en el corazón del hombre; respecto al matrimonio, permite las segundas nupcias; también manda repudiar a la adúltera, aun cuando su marido no puede volver a casarse mientras ella viva. Bajo la imagen de siete mujeres, da una lista de siete virtudes, que son la fe, continencia, sencillez, ciencia, inocencia, reverencia y caridad.

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MOLINÉ

Piedras para construir la Iglesia

(Visión lll, nn. 2-7)

Dicho esto, [la anciana] hizo ademán de marcharse; mas yo me postré a sus pies y le supliqué por el Señor que me mostrara la visión que me había prometido. Y ella me tomó otra vez de la mano, me levantó y me hizo sentar en el banco a su izquierda. Tomó asiento también ella, a la derecha, y, levantando una vara brillante, me dijo:

—¿Ves una cosa grande?

—Señora—le contesté—, no veo nada.

—¡Cómo!—me replica—; ¿no ves delante de ti una torre que se está construyendo sobre las aguas con brillantes sillares?

En un cuadrilátero, en efecto, se estaba construyendo la torre, por mano de aquellos seis jóvenes que habían venido con ella; y, juntamente, otros hombres por millares y millares, se ocupaban en acarrear piedras —unas de lo profundo del mar, otras de la tierra—y se las entregaban a los seis jóvenes. Estos las tomaban y edificaban.

Las piedras sacadas de lo profundo del mar las colocaban todas sin más en la construcción, pues estaban ya labradas y se ajustaban en su juntura con las demás piedras; tan cabalmente se ajustaban unas con otras, que no aparecía juntura alguna y la torre semejaba construida como de un solo bloque.

De las piedras traídas de la tierra, unas las tiraban, otras las colocaban en la construcción, otras las hacían añicos y las arrojaban lejos de la torre. Había, además, gran cantidad de piedras tiradas en torno de la torre, que no empleaban en la construcción, pues de ellas unas estaban carcomidas, otras con rajas, otras desportilladas, otras eran blancas y redondas y no se ajustaban a la construcción. Veía también otras piedras arrojadas lejos de la torre, que venían a parar al camino, pero que no se detenían en él, sino que seguían rodando del camino a un paraje intransitable; otras caían al fuego y allí se abrasaban; otras venían a parar cerca de las aguas, pero no tenían fuerza para rodar al agua por más que deseaban rodar y llegar hasta ella.

Una vez que me mostró todas estas cosas, quería retirarse. Le digo:

—Señora, ¿de qué me sirve haber visto todo eso, si no sé lo que significa cada cosa?

Me respondió diciendo:

—Astuto eres, hombre, queriendo conocer lo que se refiere a la torre.

—Sí, señora—le respondo—; quiero conocerlo para anunciarlo a los hermanos y que así se pongan más alegres. Y, una vez que hayan conocido estas cosas, reconozcan al Señor en mucha gloria.

Y ella me dijo:

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—Oírlas, las oirán muchos; pero, después de oídas, unos se alegrarán y otros llorarán. Sin embargo, aun éstos, si oyeren y se arrepintieren, se alegrarán también. Escucha, pues, las comparaciones acerca de la torre, pues voy a revelártelo todo. Y ya no me molestes más pidiéndome revelación, pues estas revelaciones tienen un término, puesto que están ya cumplidas. Sin embargo, tú no cesarás de pedir revelaciones, pues eres importuno.

Ahora bien, la torre que ves que se está edificando, soy yo misma, la Iglesia, la que se te apareció tanto ahora como antes. Así, pues, pregunta cuanto gustes acerca de la torre, que yo te lo revelaré, a fin de que te alegres junto con los santos (...).

Le pregunté entonces:

—¿Por qué la torre está edificada sobre las aguas, señora?

—Ya te dije antes—me replicó—que eres muy astuto y que inquieres con cuidado; inquiriendo, pues, hallas la verdad. Ahora bien, escucha por qué la torre está edificada sobre las aguas. La razón es porque vuestra vida se salvó por el agua y por el agua se salvará; mas el fundamento sobre el que se asienta la torre es la palabra del Nombre omnipotente y glorioso y se sostiene por la virtud invisible del Dueño.

Tomando la palabra, le dije:

—Señora, esto es cosa grande y maravillosa. Y los seis jóvenes que están construyendo, ¿quiénes son, señora?

—Éstos son aquellos santos ángeles de Dios que fueron creados los primeros, y a quienes el Señor entregó su creación para acrecentar y edificar y dominar sobre la creación entera. Así pues, por obra de éstos se consumará la construcción de la torre.

—Y los otros que llevan las piedras, ¿quiénes son?

—También éstos son ángeles santos de Dios; pero aquellos seis los superan en excelencia. Por obra de unos y otros se consumará, pues, la construcción de la torre, y entonces todos se regocijarán en torno de ella, y glorificarán a Dios porque se terminó su construcción.

Hícele otra pregunta:

—Señora, quisiera saber el paradero de las piedras y qué significación tiene cada una de ellas.

Me respondió diciendo:

—No es que seas tú más digno que nadie de que se te revele, porque otros hay primero y mejores que tú a quienes debieran revelárseles estas visiones. Mas, para que sea glorificado el nombre de Dios, se te han revelado a ti, y se te seguirán revelando, por causa de los vacilantes, de los que oscilan en sus discursos consigo mismos sobre si estas cosas son o no son. Diles que todas estas cosas son verdaderas y nada hay en ellas que esté fuera de la verdad, sino que todo es firme y seguro y bien asentado.

Escucha ahora acerca de las piedras que entran en la construcción. Las piedras cuadradas y blancas, que ajustaban perfectamente en sus junturas, representan los apóstoles, obispos, maestros y diáconos que caminan según la santidad de Dios, los que desempeñaron sus ministerios de obispos, maestros y diáconos pura y santamente en servicio de los elegidos de Dios. De ellos, unos han muerto, otros viven todavía. Éstos son los que estuvieron siempre en armonía unos con otros, conservaron la paz entre sí y se escucharon mutuamente. De ahí que en la construcción de la torre encajaban ajustadamente sus junturas.

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—Y las piedras sacadas de lo hondo del mar y sobrepuestas a la construcción, que encajaban en sus junturas con las otras piedras ya edificadas, ¿quiénes son?

—Éstos son los que sufrieron por el nombre del Señor.

—Quiero saber, señora, quiénes son las otras piedras, traídas de la tierra.

Respondióme:

—Los que entraban en la construcción sin necesidad de labrarlos son los que aprobó el Señor, porque caminaron en la rectitud del Señor y cumplieron sus mandamientos.

—Y las que eran traídas y puestas en la construcción, ¿quiénes son?

—Éstas son los neófitos, nuevos en la fe, pero creyentes; son amonestados por los ángeles a obrar el bien, pues se halló en ellos alguna maldad.

—Y los que rechazaban y tiraban, ¿quiénes son?

—Éstos son los que han pecado, pero están dispuestos a hacer penitencia; por esta causa, no se los arrojaba lejos de la torre, pues cuando hicieren penitencia serán útiles para la construcción. Los que tienen intención de hacer penitencia, si de verdad la hacen, serán fortalecidos en la fe; a condición, sin embargo, de que hagan penitencia ahora, mientras se está construyendo la torre. Mas si la edificación llega a su término, ya no tienen lugar a penitencia. Sólo se les concederá estar puestos junto a la torre.

¿Quieres conocer las piedras que eran hechas trizas y se las arrojaba lejos de la torre? Éstos son los hijos de la iniquidad; se hicieron creyentes hipócritamente y ninguna maldad se apartó de ellos. De ahí que no tienen salvación, pues por sus maldades no son buenos para la construcción. Por eso se les hizo pedazos y se los arrojó lejos. La ira del Señor pesa sobre ellos, pues le han exasperado.

Respecto a las otras, que viste tiradas en gran número por el suelo y que no entraban en la construcción, las piedras carcomidas representan a los que han conocido la verdad, pero no perseveraron en ella ni se adhirieron a los santos. Por eso son inútiles.

—¿Y a quiénes representan las piedras con rajas?

—Éstos son los que guardan unos contra otros algún resentimiento en sus corazones y no mantienen la paz mutua. Cuando se hallan cara a cara, parecen tener paz; mas apenas se separan, sus malicias siguen tan enteras en sus corazones. Éstas son, pues, las hendiduras que tienen las piedras.

Las piedras desportilladas representan a los que han creído y mantienen la mayor parte de sus actos dentro de la justicia, pero tienen también sus porciones de iniquidad. De ahí que están desportillados y no enteros.

—Y las piedras blancas y redondas y que no ajustaban en la construcción, ¿quiénes son, señora?

Me respondió diciendo:

—¿Hasta cuándo serás necio y torpe, que todo lo preguntas y nada entiendes por ti mismo? Éstos son los que tienen, sí, fe; pero juntamente poseen riqueza de este siglo. Cuando sobreviene una tribulación, por amor de su riqueza y negocios, no tienen inconveniente en renegar de su Señor.

Le respondí, por mi parte:

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—Señora, ¿cuándo serán, pues, útiles para la construcción?

RIQUEZA/IMPEDIMENTO

—Cuando—me dijo—se recorte de ellos la riqueza que ahora los arrastra, entonces serán útiles para Dios. Porque, al modo que la piedra redonda, si no se la labra y recorta algo de ella, no puede volverse cuadrada; así los que gozan de riquezas en este siglo, si no se les recorta la riqueza, no pueden volverse útiles a Dios. Por ti mismo, ante todo, puedes darte cuenta: cuando eras rico, eras inútil; ahora, en cambio, eres útil y provechoso para la vida. Haceos útiles para Dios, pues tú mismo eres empleado como una de estas piedras.

En cuanto a las otras piedras que viste arrojar lejos y caer en el camino y que rodaban del camino a parajes intransitables, éstas representan a los que han creído; pero luego, arrastrados de sus dudas, abandonan su camino, que es el verdadero. Imaginándose, pues, que son ellos capaces de hallar camino mejor, se extravían y lo pasan míseramente andando por soledades sin senderos.

Las que caían en el fuego y allí se abrasaban representan a los que de todo punto apostataron del Dios vivo y todavía no ha subido a su corazón el pensamiento de hacer penitencia, por impedírselo los deseos de su disolución y las perversas obras que ejercitaron.

¿Quieres saber quiénes son las otras piedras que venían a parar cerca de las aguas y que no podían rodar hasta ellas? Estos son los que, después de oír la palabra de Dios, quisieran bautizarse en el nombre del Señor; pero luego, al caer en la cuenta de la castidad que exige la verdad, cambian de parecer y se echan otra vez tras sus perversos deseos.

Terminó, pues, la explicación de la torre. Importunándola yo todavía, le pregunté si a todas aquellas piedras rechazadas y que no encajaban en la construcción de la torre, se les daría ocasión o posibilidad de penitencia y tendrían aún lugar en esta torre.

—Posibilidad de penitencia—me contestó—sí que la tienen; pero ya no pueden encajar en esta torre. Sin embargo, se ajustarán a otro lugar mucho menos elevado, y eso cuando hayan pasado por los tormentos de la penitencia y hayan cumplido los días de expiación de sus pecados. La razón de que sean trasladados es porque, al fin y al cabo, participaron de la palabra justa. E incluso para ser trasladados de sus tormentos, es preciso que antes suban a su corazón, por la penitencia, las obras malas que ejecutaron; si no suben, no se salvarán, en castigo de su dureza de corazón.

* * * * *

Los dos ángeles

(Mandamiento Vl, n. 2)

—Escucha ahora—me dijo—acerca de la fe. Dos ángeles hay en cada hombre: uno de la justicia y otra de la maldad.

—¿Cómo, pues, señor—le dije—, conoceré las operaciones de uno y otro, puesto que ambos habitan conmigo?

—Escucha—me dijo—y entiende. El ángel de la justicia es delicado, y pudoroso, y manso, y tranquilo. Así, pues, cuando subiere a tu corazón este ángel, al punto se pondrá a hablar contigo sobre la justicia, la castidad, la santidad, sobre la mortificación y sobre toda obra justa y sobre toda virtud gloriosa. Cuando todas estas cosas subieren a tu corazón, entiende que el ángel de la justicia está contigo. He ahí, pues, las obras del ángel de la justicia. Cree, por tanto, a éste y a sus obras.

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Mira también las obras del ángel de la maldad. Ante todo, ese ángel es impaciente, amargo e insensato, y sus obras malas derriban a los siervos de Dios. Así pues, cuando éste subiere a tu corazón, conócele por sus obras.

—Señor—le dije—, yo no sé cómo tengo que conocerle.

—Escucha—me dijo—. Cuando te sobrevenga un arrebato de ira o un sentimiento de amargura, entiende que él está contigo; y lo mismo hay que decir de un deseo de derramarte en muchas acciones, de la preciosidad y abundancia de comidas y bebidas, y embriagueces muchas, y deleites variados y no convenientes, del deseo, y también de mujeres, avaricia, mucho boato de soberbia y altanería y, en fin, de todo cuanto a estas cosas se acerca y asemeja. Siempre, pues, que cualquiera de estas cosas subiere a tu corazón, entiende que el ángel de la maldad está contigo. Tú, pues, ya que conoces sus obras, apártate de él y no le creas en nada, pues sus obras son malas e inconvenientes para los siervos de Dios.

Ahí tienes las operaciones de uno y otro ángel; entiéndelas y cree sólo al ángel de la justicia. Apártate, en cambio, del ángel de la maldad, pues su doctrina es totalmente perversa. En efecto, imaginemos a un hombre todo lo fiel que queramos. Si el deseo de este ángel subiere a su corazón, por fuerza ese hombre (o mujer) cometerá algún pecado. Y al revés, por muy malvado que sea un hombre o una mujer, si a su corazón suben las obras del ángel de la justicia, de necesidad aquel hombre o mujer practicarán algún bien. Ya ves que es bueno seguir al ángel de la justicia y renunciar al ángel de la iniquidad.

* * * * *

I. El mensaje de penitencia. Habiendo yo ayunado y orado insistentemente al Señor, me fue revelado el sentido de la escritura. Lo escrito era lo siguiente: Tus hijos, Hermas, se enfrentaron contra Dios, blasfemaron contra el Señor y traicionaron a sus padres con gran perversidad, y tuvieron que oírse llamar traidores de sus padres. Y aun cometida esta traición, no se enmendaron, sino que añadieron a sus pecados sus insolencias y sus perversas contaminaciones, con lo que llegaron a su colmo sus iniquidades. Sin embargo, haz saber a todos tus hijos y a tu esposa, que ha de ser hermana tuya, estas palabras. Pues tu esposa no se modera en su lengua, con la que obra el mal. Pero si oye estas palabras, se contendrá y obtendrá misericordia.

Después que les hubieres dado a conocer estas palabras que me encargó el Señor que te revelara, se les perdonarán a ellos todos los pecados que hubieren anteriormente cometido, así como también a todos los santos que hubieren pecado hasta este día, con tal de que se arrepientan de todo corazón y alejen de sus corazones toda vacilación. Porque el Señor hizo este juramento por su gloria con respecto a sus elegidos: si después de fijado este día todavía cometen pecado, no tendrán salvación, ya que la penitencia para los justos tiene un limite. Los dias de penitencia están cumplidos para todos los santos, mientras que para los gentiles hay penitencia hasta el último día. Así pues, dirás a los jefes de la Iglesia que enderecen sus caminos según justicia, para que puedan recibir el fruto pleno de la promesa con gran gloria. Por tanto, los que obráis la justicia manteneos firmes y no vaciléis, para que se os conceda la entrada a los ángeles santos. Bienaventurados vosotros, los que soportáis la gran tribulación que está por venir, así como los que no han de negar su propia vida. Porque el Señor ha jurado por su propio Hijo que los que nieguen al Señor serán privados de su propia vida, es decir, los que lo negaren a partir de ahora en los días venideros. Pero los que hubieren negado antes obtendrán perdón por su gran misericordia.

En cuanto a ti, Hermas, no guardes ya más rencor contra tus hijos, ni abandones a tu hermana, para que tengan lugar a purificarse de sus pecados pasados. Porque si tú no les guardas rencor, serán educados con justa educación. El rencor produce la muerte. Tú, Hermas, sufriste grandes tribulaciones en tu persona a causa de las transgresiones de los de tu casa, pues no cuidaste de ellos, porque tenías otras preocupaciones y te enredabas en negocios malvados. Pero te salva el hecho de no haber apostatado del Dios vivo, así como tu sencillez y tu mucha continencia. Esto es lo que te ha salvado—con tal que perseveres—y lo que salvará a cuantos hagan lo mismo y vivan en inocencia y simplicidad. Estos triunfarán

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de toda maldad y perseverarán para la vida eterna. Bienaventurados todos los que obran la justicia, porque no se perderán para siempre... 1

¿No te parece—me dijo el pastor—que el mismo arrepentirse es una especie de sabiduría? Si—dijo—, el arrepentirse es una sabiduría grande, porque el pecador se da cuenta de que hizo el mal delante del Señor, y penetra en su corazón el sentimiento de la obra que hizo, con lo que se arrepiente y ya no vuelve a obrar el mal, sino que se pone a practicar toda suerte de bien, y humilla y atormenta su alma, por haber pecado. Ya ves, pues, cómo el arrepentimiento es una gran sabiduría...

Señor—le dije—he oído de algunos maestros que no se da otra penitencia fuera de aquella por la que bajamos al agua (del bautismo) y alcanzamos el perdón de nuestros pecados anteriores.

El me dijo: Has oído bien, pues así es: porque el que ha recibido el perdón de sus pecados ya no debiera pecar, sino que debiera vivir puro. Pero ya que quieres enterarte de todo con exactitud, te explicaré también otro aspecto, sin que con ello quiera dar pretexto de pecar a los que en lo futuro han de creer o a los que poco ha creyeron en el Señor. Porque los que poco ha creyeron, o han de creer en lo futuro no tienen lugar a penitencia de sus pecados, fuera de la remisión de sus pecados anteriores (en el bautismo). Pero para los que fueron llamados antes de estos días, el Señor tiene establecida una penitencia: porque el Señor es conocedor de los corazones, y lo sabe todo de antemano, y conoció la debilidad de los hombres y la mucha astucia del diablo con la que había de hacer daño a los siervos de Dios y ensañarse con ellos. Ahora bien, siendo grandes las entrañas de misericordia del Señor, se apiadó de su creatura, y dispuso esta penitencia haciéndome a mí el encargado de la misma. Sin embargo, he de decirte esto: si después de aquel llamamiento grande y santo, alguno, tentado por el diablo, cometiere pecado, sólo tiene lugar a una penitencia. Pero si continuamente peca y se vuelve a arrepentir, de nada le aprovecha al tal hombre, pues difícilmente alcanzará la vida.

Yo le repliqué: El oir esta explicación tan exacta sobre estas cosas me ha devuelto la vida, pues ahora sé que si no vuelvo a cometer más pecados me salvaré.

Te salvarás—me dijo— tú y todos los que hicieron estas cosas 2,

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II. Riqueza y pobreza. Así como la piedra redonda no puede convertirse en sillar si no es cortándola y quitando algo de ella, así también los ricos en este siglo no pueden hacerse útiles para el Señor si no se les recorta su riqueza. Por ti mismo puedes saberlo en primer lugar: cuando eras rico eras inútil, pero ahora eres útil y provechoso para la vida... 3

El rico tiene realmente mucho dinero, pero con respecto al Señor es pobre, arrastrado como anda tras su riqueza. Muy pocas veces hace su acción de gracias y su oración ante el Señor, y aun cuando lo hace es con brevedad, sin intensidad y sin fuerza para penetrar hasta lo alto. Pero cuando el rico se entrelaza con el pobre y le proporciona lo necesario creyendo que podrá encontrar en Dios la recompensa de lo que hubiere hecho por el pobre—ya que el pobre es rico en la oración y en la acción de gracias, y sus peticiones tienen gran fuerza delante de Dios—entonces el rico atiende al pobre en todas las cosas sin reservas. Por su parte, el pobre, atendido por el rico, ruega por él y da gracias a Dios por aquel de quien recibe beneficios. Y entonces el rico todavía toma mayor interés por el pobre, para no hallarse falto de nada en su vida, pues sabe que la oración del pobre es rica y aceptable delante de Dios. De esta suerte, uno y otro llevan a cabo su obra en común: el pobre coopera con su oración, en la que es rico, habiéndola recibido del Señor y devolviéndola al mismo Señor que se la había dado. A su vez, el rico pone a disposición del pobre sin reservas la riqueza que recibió del Señor. Es ésta una gran obra agradable a Dios, con la que muestra que entiende el sentido de sus riquezas poniendo a disposición del pobre los dones del Señor y cumpliendo rectamente el servicio que el Señor le encomendara... De esta forma, los pobres, rogando al Señor por los ricos dan pleno sentido a la riqueza de éstos, y a su vez, los ricos, socorriendo a los pobres alcanzan la

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plenitud de lo que falta a sus almas. Con ello se hacen unos y otros colaboradores en la obra de justicia. Por tanto, el que así obrare no será abandonado de Dios, sino que quedará escrito en el libro de los vivos. Bienaventurados los que tienen y entienden que sus riquezas las tienen del Señor: porque el que entiende esto podrá cumplir el servicio debido... 4

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III. Discernimiento de espíritus. Dos ángeles acompañan al hombre, uno de justicia y otro de maldad... El ángel de justicia es delicado y recatado y manso y tranquilo. Así pues, cuando este ángel penetre en tu corazón, te hablará inmediatamente de justicia, de pureza, de santidad, de contentarte con lo que tienes, de toda obra justa y de toda virtud reconocida. Cuando sientas que tu corazón está penetrado de todas estas cosas, entiende que el ángel de la justicia está contigo, porque ésas son las obras del ángel de la justicia. A él pues has de creerle, y a sus obras.

Considera por otra parte las obras del ángel de la maldad: en primer lugar, es impaciente, amargado e insensato: sus obras son malas y capaces de abatir a los siervos de Dios. Cuando este ángel penetre en tu corazón, has de saber conocerle por sus obras... Cuando te sobrevenga alguna impaciencia o amargura, entiende que él está dentro de ti: igualmente cuando tengas ansia de hacer muchas cosas, o de muchos y exquisitos manjares, de muchas y variadas bebidas, de embriagueces muelles e inconvenientes; igualmente cuando tienes deseo de mujeres, o de posesiones o de gran soberbia y altanería y de otras cosas por el estilo: cuando estas cosas penetren en tu corazón, sábete que el ángel de la maldad está dentro de ti. Así pues, tú, conociendo sus obras, apártate de él y no le creas para nada, pues sus obras son malvadas y no traen provecho alguno a los siervos de Dios... 5

¿Cómo se conocerá a un hambre, si es verdadero o falso profeta? ...Al hombre que tiene el Espíritu divino has de examinarle por su vida. En primer lugar, el que tiene el Espíritu divino de lo alto, es manso, tranquilo y humilde; se aparta de toda maldad, así como de los vanos deseos de este siglo, y se hace a sí mismo el más pobre de todos los hombres; no empieza a dar respuestas a nadie solo porque se le pregunte, ni habla en secreto, que no habla el Espíritu Santo cuando el hombre quiere, sino que habla cuando Dios quiere que hable. Así pues, cuando un hombre que tiene el espíritu divino llega a una reunión de hombres justos que tienen fe en el espíritu divino, y en aquella reunión se hace oración a Dios, entonces el ángel del espíritu profético que está en él llena a aquel hombre, y lleno así con el Espíritu Santo habla a la muchedumbre como lo quiere el Señor...

Escucha ahora lo que se refiere al espíritu terreno y vacuo, que no tiene virtud alguna, sino que es necio. En primer lugar, el hombre que aparentemente tiene el Espíritu, se exalta a sí mismo, y quiere ocupar la silla presidencial; e inmediatamente se muestra como ligero, desvergonzado y charlatán; vive entre muchos placeres y con muchos otros engaños; se hace pagar sus profecías, y si no se le paga no profetiza. ¿Es que el Espíritu divino puede cobrar para profetizar? No puede hacer esto un profeta de Dios, sino que el espíritu de tales profetas es de la tierra. Además, el falso profeta no se acerca para nada a la reunión de los justos, sino que huye de ellos; en cambio se pega a los vacilantes y vacuos, echándoles sus profecías por los rincones, y los embauca hablándoles conforme a sus deseos, aunque son vacuos, pues responde a hombres vacuos. Cuando una vasija vacía choca con otras igualmente vacías, no se rompe, sino que resuenan todas con un mismo sonido. Cuando el falso profeta llega a una reunión llena de hombres justos que poseen el espíritu de la divinidad y hacen oración, se queda vacío, y su espíritu terreno huye de él amedrentado, y el hombre queda mudo y totalmente destrozado, sin poder hablar palabra 6.

Los que nunca han escudriñado la verdad ni han inquirido acerca de la divinidad, sino que se han contentado con creer, agitados con sus negocios, sus riquezas. sus amistades paganas y muchas otras ocupaciones de este siglo, todos los que andan enfrascados en estas cosas. no entienden las parábolas acerca de la divinidad. Es que con todos estos negocios están entenebrecidos, corrompidos y secos. Así como las viñas hermosas, si no se cuidan se secan a causa de las espinas y de toda suerte de yerbas, así también los hombres que después de recibir la fe se entregan a la multiplicidad de acciones dichas, se extravian en sus inteligencias y ya no entienden absolutamente nada acerca de la divinidad. Porque, en

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efecto, cuando oyen algo acerca de la divinidad su mente se encuentra en sus negocios, y así no comprenden absolutamente nada. Pero los que tienen el temor de Dios, e investigan acerca de la divinidad y de la verdad, y tienen su corazón vuelto hacia el Señor, entienden y comprenden en seguida cuanto se les dice, pues tienen dentro de sí el temor de Dios. Porque donde habita el Señor, allí hay gran inteligencia. Adhiérete, pues, al Señor, y lo comprenderás y entenderás todo 7.

ALEGRIA/TRISTEZA: Arranca de ti la tristeza, y no aflijas al Espíritu Santo que habita en ti, no sea que hagas tu oración a Dios en contra tuya y él se aparte de ti. Porque el Espíritu de Dios, que ha sido dado a esa carne tuya, no tolera la tristeza ni la angustia. Así pues, revístete de alegría, que encuentra siempre gracia delante de Dios y siempre le es agradable, y complácete en ella. Porque todo hombre alegre obra el bien, piensa el bien y no hace caso de la tristeza. En cambio, el hombre triste siempre va por mal camino. En primer lugar, hace mal entristeciendo al Espíritu Santo que fue dado en alegría al hombre. En segundo lugar, comete iniquidad al no orar ni dar gracias a Dios, ya que siempre la oración del hombre triste no tiene fuerza para remontarse hasta el altar de Dios... La tristeza se ha asentado en su corazón, y al mezclarse la tristeza con la oración, no deja a ésta que suba pura hasta el altar de Dios... Purifícate de esta malvada tristeza, y vivirás para Dios. Y asimismo vivirán para Dios cuantos arrojen de sí la tristeza y se revistan de toda alegría 8.

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1. Visiones 2, 2.3.

2. Mandamientos 4, 2-3.

3. Visiones 3, 6, 6.

4. Comparaciones 2, 3.

5. Mandamientos 6, 2.

6. Mand. 11, 7-14.

7. Mand. 10, 1,

8. Mand. 10, 3.