no. 60 ¿pueblos o urbanizaciones?

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Los pueblos son más que sus calles, sus plazas, sus árboles, sus perros… los pueblos son memoria, son recuerdos coagulados. De viejas historias contadas y vueltas a contar se hacen los pueblos. Y también se hacen de esperanzas: los sueños de sus habitantes son la argamasa con que se van construyendo los pueblos. Los pueblos se siembran, como las milpas, como las personas. Hay pueblos arracimados, pueblos calle, pueblos circulares que rodean una plaza, pueblos estrella con puntas en varias direcciones, pueblos que son como una nebulosa de casas dispersas. Pero esto se aprecia desde arriba, desde los aeroplanos. El caminante reconoce los pueblos por sus olores. Apenas vislumbramos el caserío y ya nos saluda el aroma a humo de ocote; luego el olor a tierra mojada, el olor a alfalfa recién cortada, el olor a elotes tatemados; el tibio olor de las vacas, el picante olor a mierda de los chiqueros, el entrañable olor a pan recién horneado…

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15 de septiembre de 20122

La Jornada del Campo, suplemento mensual de La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Me-dios, SA de CV; avenida Cuauhtémoc 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, delegación Benito Juárez, México, Distrito Federal. Teléfono: 9183-0300.Impreso en Imprenta de Medios, SA de CV, avenida Cuitláhuac 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, delegación Azcapotzalco, México, DF, teléfono: 5355-6702. Prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin la autorización expresa de los editores. Reserva de derechos al uso exclusivo del título La Jornada del Campo número 04-2008-121817381700-107.

Suplemento informativo de La Jornada 15 de septiembre de 2012 • Número 60 • Año V

CUANDO SE OYE LADRAR LOS PERROS

Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una

semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros. Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada

había después; que no se podía encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de

grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se

siente en el aire el olor a humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza.

Juan Rulfo. Nos han dado la tierra

Del latín: popolum, pueblo significa a la vez el sitio y la gente: vivimos en pueblos y somos pueblo, afortunada dualidad semántica porque en verdad

las personas y sus caseríos somos la misma cosa.

Los pueblos son más que sus calles, sus plazas, sus árboles, sus perros… los pueblos son memo-ria, son recuerdos coagulados. De viejas historias contadas y vueltas a contar se hacen los pueblos. Y también se hacen de esperanzas: los sueños de sus habitantes son la argamasa con que se van construyendo los pueblos. Los pueblos se siem-bran, como las milpas, como las personas.

Hay pueblos arracimados, pueblos calle, pueblos circulares que rodean una plaza, pueblos estre-lla con puntas en varias direcciones, pueblos que son como una nebulosa de casas dispersas.

Pero esto se aprecia desde arriba, desde los aero-planos. El caminante reconoce los pueblos por sus olores. Apenas vislumbramos el caserío y ya nos saluda el aroma a humo de ocote; luego el olor a tierra mojada, el olor a alfalfa recién cor-tada, el olor a elotes tatemados; el tibio olor de las vacas, el picante olor a mierda de los chique-ros, el entrañable olor a pan recién horneado…

Y también sus rumores, sus sonidos: el coro de los zanates en la mañana y al atardecer; los pe-rentorios repiques de campana; el tronido de los cohetes que anuncian la fiesta del santo, la boda, el entierro del difunto; las canciones y avisos del sonido, que vienen de cuando no había celulares ni Internet y se mantienen porque a los pueblos les gusta tener fondo musical; el ladrar de perros; los desolados lamentos del puerco al que van a degollar… El viento no se escucha igual en el bosque, en el llano pelón y polvoriento o en me-dio de la milpa, que entre las casas del pueblo.

En los pueblos las relaciones sociales tocan tierra y cobran materialidad. Nuestro pueblo es a la vez cotilleo de viejas y bulla juvenil, permanencia y cambio, sujeción y libertad: la inercia de la costumbre y el vuelo de la nove-dad hechos caserío.

Los pueblos, escribió el checo Karel Kosik, “no son espacios sino sucesos, son acontecimientos situados. El hombre que está ligado a tal lugar

participa del acontecer en el que se decide el des-tino de la libertad, de la belleza de la poesía. En esta atadura a un sitio, el hombre se hace respon-sable de los acontecimientos que allí ocurren”.

Pero no todo son pueblos, también hay urbani-zaciones, y las urbanizaciones son lo opuesto de los pueblos. Porque los pueblos se hacen poco a poco y entre muchos, mientras que las urba-nizaciones brotan de repente y las concibe uno solo o, peor aún, las diseña un impersonal “des-pacho”. Las urbanizaciones resultan de un mé-todo, los pueblos resultan de la vida. Los pue-blos contienen sabiduría, las urbanizaciones contienen cálculos y planos constructivos. Las urbanizaciones se usan, los pueblos se habitan.

Es cierto que “hay pueblos que saben a des-dicha”, como decía Rulfo, y que los hay vacíos: pueblos fantasma, que les dicen. Pero hasta un pueblo abandonado está más vivo que una ur-banización. Porque en los pueblos verdaderos viven los vivos pero igual viven los muertos.

Karel Kosik decía que “la arquitectura mo-derna reproduce los cimientos antiarquitec-tónicos de la época moderna, edificando an-ticiudades, que son sucedáneos de espacios de convivencia”. Y estas anticiudades pueden estar en suburbios periurbanos o ser lo que en México llaman “ciudades rurales”.

Hace casi 40, en mis recorridos tabasqueños por un malhadado desarrollo agropecuario dizque colectivista llamado Plan Chontalpa, me tocó conocer a las abuelitas de las moder-nas “ciudades rurales”. Eso escribí entonces en el número 4 de la revista Cuadernos Agrarios:

La Comisión del Río Grijalba había diseñado un plan que comprendía la creación de 22 pobla-dos –uno para cada ejido– dotados de todos los servicios y con nuevas y flamantes construccio-nes cuyo diseño se había encargado a los arqui-tectos. Pero lo importante del plan residía en su carácter de experiencia piloto (…) Esta política de urbanización correspondía a las convicciones de Carlos Molina (director de la Comisión): “Las soluciones al problema de la vivienda cam-pesina deben ser radicales (…) evitando criterios transicionistas o dilatorios”. Esto significaba que se debía abandonar toda gradualidad en la sustitución de las poco funcionales e insalubres construcciones de palma, por modernas vivien-das de material diseñadas por los arquitectos. No quiero pecar de transicionista o de dilatorio y acepto que quizá es posible el paso sin me-diaciones de la choza tradicional a la vivienda “moderna”, lo es dudoso es que las construccio-nes diseñadas por los arquitectos tuvieran algo de funcional. Los planos fueron elaborados sin

tomar en cuenta, ya no digamos los gustos de los campesinos, sino incluso los más elementales factores climáticos de la región. Consecuente-mente en la temporada calurosa las casas son un horno y las familias tienen que cubrir con guano los flamantes techos de concreto. Otros simplemente han construido sus tradicionales viviendas de palma en el patio trasero y emplean como bodega las edificadas por la Comisión.

Los pueblos verdaderos son condensación de significados donde cada piedra, cada muro, cada banca del parque cuenta una historia. Pero son también residencia de la soberanía, porque el poder popular se ejerce donde se vive, es una potencia asentada, afincada, territorializada.

Tomando de Santo Tomás la idea de “ley na-tural” como expresión de la voluntad divina, teólogos como el granadino Francisco Juárez (1548-1617) consideraban que el auténtico “su-jeto de derecho” es la comunidad, no el gober-nante sino el pueblo, de modo que el deposita-rio del derecho no es el que habita en el castillo sino los que viven en la aldea. Decía el jesuita italiano Roberto Belarmino (1542-1621) que “el poder pertenece al pueblo”, lo que en términos espaciales significa que el poder radica en el caserío y en la asociación libre de caseríos.

En 1965 el guerrerense Lucio Cabañas -maestro rural que por protestar contra el au-toritarismo de la directora de la escuela pri-maria de Atoyac de Álvarez era perseguido por el gobierno– se adentra en la Sierra ini-ciando el proceso organizativo cuyo saldo será la conformación de un grupo armado.

Con una columna rebelde que entre perma-nentes y transitorios movilizaba alrededor de 250 combatientes, los insurrectos de Atoyac conformaron la mayor guerrilla de base campe-sina que se haya integrado en México después de la Revolución y hasta el alzamiento del Ejér-cito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

¿Qué le permitió al que llamaron el Partido de los Pobres mantenerse alzado entre 1972 y 1974 y resistir más de 16 incursiones militares? Lu-cio lo cuenta en grabaciones, que conocemos porque cayeron en manos del ejército, donde explica que todo consistió en “hacer pueblo”.

Y “hacer pueblo” significaba transformar las aldeas de la sierra en sustento territorial del “poder popular”. Desde 1965 y durante siete años, un pequeño grupo de rebeldes se dedicó a recorrer los ranchos y caseríos remontados, hablando con la gente y formando “comités clandestinos”. Y fue gracias a estas bases de apoyo que los guerrilleros pudieron moverse por el “filo mayor” como “pez en el agua”.

“Hacer pueblo”, ayudar a transformar a los al-deanos que habitan un caserío en verdaderos sujetos de derecho, en núcleos de poder plebe-yo, es clave universal de la organización popu-lar y palanca de todos los movimientos sociales duraderos. Porque el poder de los de a pie, aun de los citadinos, radica en el caserío rural o ur-bano: en el sitio donde nacemos y donde mori-mos, en el lugar donde habitamos.

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COMITÉ EDITORIAL

Armando Bartra Coordinador

Luciano Concheiro Subcoordinador

Enrique Pérez S.Lourdes E. RudiñoHernán García Crespo

CONSEJO EDITORIAL

Elena Álvarez-Buylla, Gustavo Ampugnani, Cristina Barros, Armando Bartra, Eckart Boege, Marco Buenrostro, Alejandro Calvillo, Beatriz Cavallotti, Fernando Celis, Luciano Concheiro Bórquez, Susana Cruickshank, Gisela Espinosa Damián, Plutarco Emilio García, Francisco López Bárcenas, Cati Marielle, Yolanda Massieu Trigo, Brisa Maya, Julio Moguel, Luisa Paré, Enrique Pérez S., Víctor Quintana S., Alfonso Ramírez Cuellar, Jesús Ramírez Cuevas, Héctor Robles, Eduardo Rojo, Lourdes E. Rudiño, Adelita San Vicente Tello, Víctor Suárez, Carlos Toledo, Víctor Manuel Toledo, Antonio Turrent y Jorge Villarreal.

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Diseño Hernán García Crespo

BUZÓN DEL CAMPOTe invitamos a que nos envíes tus opiniones, comentarios y dudas a

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Carlos A. Rodríguez Wallenius, Milton Gabriel Hernández García y Mauricio González Gonzá-lez fueron coeditores en el presente número del suplemento.

Fe de erratas: En la edición 59 de La Jornada del Campo, en la pagina 8, en el cuadro “Compor-tamientos a picos/ Puebla distrito 3/ Tezitulán/Grado de marginación”, dice: Fuente: Elaborado por Víctor Suárez. La autoría del cuadro debe atribuirse a Sandra Barilla.

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Declaración del “Taller sobre recursos natura-les para la vida de nuestros pueblos origina-rios”, realizado con la Unidad Indígena Totona-ca Náhuatl (Unitona), en Zapo tlán de Méndez, con la par cipación de jóvenes catequistas de diversas parroquias de la región.

(23 y 24 de sep embre de 2011)

“En estos úl mos meses empieza una inicia va de las ciudades rurales o unidades habitacio-nales como en Zacatlán, Tlatlauqui o el Mira-dor. Casitas pequeñas, familias muy pegadas de diferentes lugares, familias removidas de un lugar a otro por cues ones de desastres natu-rales. Este modelo no favorece para nosotros como pueblos originarios de estas erras. Por-que experiencias como Zacatlán o Tlatlauqui-tepec llegan de muchos pueblos circunvecinos, de muchos pueblos totonacos, nahuas mes -zos y no se da una comunión fraterna dentro de la nueva comunidad que se llega a compo-ner; al contrario, hay mucha división, mucha discriminación, no hay empleos, las casas muy mal hechas con ciertas repercusiones, pero esto ende a que la gente indígena que somos nosotros estemos en la parte céntrica donde el gobierno dice: ‘tengamos los servicios de inter-net, celulares, transporte, etcétera’, pero hay que dejar los ranchos, los animales donde en estos nuevos espacios ya no podemos tener. Mas, si somos muchos en la familia, se vuelve un caos y se da violencia intrafamiliar y demás.

“Los intereses de fondo son más di ciles, mientras la gente está gozando de los servicios que ofrece, mientras en el pueblo donde so-mos nacidos, que éramos dispersos, teníamos los ranchos y demás, ellos quieren entrar con toda libertad para poder extraer recursos que existen en nuestros pueblos. Es como un enga-ño de doble fi lo: te dan una casa, lugar céntri-co y demás, pero te quitan una cosa. Es como

sucede en Chiapas y en otros estados, les dan una súper carretera o una clínica, pero les ro-ban el agua. Llega la Coca Cola y dice: ‘Sabes qué, este manan al ya me corresponde’, ‘No, pero es que es del pueblo’, ‘Sí, pero yo ya te di el hospital’. Y así sucede, nos dan una cosa pero nos quitan otra. Así está lo de las ciuda-des rurales”.

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Informe “Caracoles anegados”, elaborado por la Liga Mexicana por la Defensa de los Dere-chos Humanos (Limeddh), rela vo a la Ciudad Rural Nuevo Juan de Grijalva.

(2011)

Varias de las familias fueron instaladas en la Ciudad Rural –con la cual los gobiernos de Chia-pas y el federal han presumido contar con la “primera ciudad autosustentable del mundo” y ser punta de lanza en el cumplimiento de los Obje vos del Milenio de las Naciones Unidas–, pero ésta se encuentra demasiado lejos de cual-quier zona de cul vo agrícola: para ir a trabajar, la gente debe gastar hasta cien pesos en trans-porte, mientras que cuando mucho el jornal les resulta en 200 pesos, por lo cual hay cabezas de familia que han decidido emigrar de la región a fi n de obtener su ingreso de otras fuentes.

Supuestamente las casas de la Ciudad Rural están diseñadas para tener cul vos y animales, pero su tamaño, de cuatro metros por cuatro, no da para eso y además el suelo es infér l. Así, los residentes, antes campesinos con erras para el autoconsumo, han perdido su vínculo con la e-rra y con la auto proveeduría de alimentos.

La Ciudad Rural fue cons-truida con

recursos públicos, así como de la Fundación Azteca y Fomento Social Banamex, pero los ma-teriales u lizados son de muy dudosa calidad y contrastan con lo reportado en los avalúos del Catastro Chiapas. Por ejemplo, el Catastro dice que fue u lizada tubería de metal, cuando en realidad es de plás co, y tejas de metal, cuan-do el material es reciclado, y esto lleva a su-poner la existencia de un fraude millonario en la construcción. Apenas va un año y las casas ya se están cayendo. El ladrillo de las paredes, que consta de una porción de cemento por ocho de lodo, ya se ve desgastado. Las casas se observan con grietas y tabiques incompletos, el agua se fi ltra y hay manchas de humedad en las paredes y charcos. Además, la Ciudad Rural está lejos de vías de tránsito importantes, por lo que depende sólo del consumo de sus ha-bitantes, quienes al vivir en la pobreza y lejos de sus trabajos no cuentan con la capacidad de ac var la economía interna.

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Benjamín Berlanga,Centro de Estudios para el Desarrollo Rural, Zautla, Puebla.

(Sep embre de 2011)

“No estamos de acuerdo con el proyecto de Ciu-dad Rural (…) se basa en un modelo de desarro-llo y de país que no considera a los campesinos como productores, como parte necesaria de la ac vidad económica. (…) Se empieza a perfi lar desde fi nales de los 80s y ya con más fuerza en los 90s, y supone que los campesinos ya no son necesarios como productores (sino que) se ar culan ahora a la dinámica económica como consumidores y como proveedores de remesas, porque lo que producen es inefi ciente, costoso, caro y es más fácil traerlo de fuera. (…) signifi ca la negación de la matriz sociocultural campesi-na y su conversión a una iden dad clasifi catoria asignada: los pobres. Es un fenómeno común en América La na, que niega las iden da-

des locales específi cas, y los Estados han ido pobre zando su polí ca pública (orientados por) el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, etcétera. Los documentos que hasta hoy se han generado acerca de la Ciudad Rural (…) nunca mencionan a los campesinos ni a las campesinas; hablan de los pobres como habitantes de esas ciudades rurales.

“Nosotros creemos que la base de la cons-trucción de un proyecto de país ene que con-siderar a los campesinos como actores sociales relevantes, que hacen posible la preservación de las múl ples formas de iden dad, que pue-den dar viabilidad a la seguridad y la soberanía alimentaria junto con otros productores agro-pecuarios que trabajan a gran escala y que e-nen mayores niveles de produc vidad; ellos son necesarios (…) en este momento la humanidad entera debe reivindicar y actualizar la matriz sociocultural y campesina como modo de vida buena, digna, y que no es sólo responsabilidad del Estado, es una responsabilidad social”.

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Craig Davies Arzac, Subdelegado de Desarrollo Social y Humano de la delegación estatal de Puebla de la Secretaría de Desarrollo SocialDeclaración hecha en Puebla

(2 de sep embre de 2011)

“(…) tenemos en México una dispersión que concurre con una situación de baja capitaliza-ción y por lo mismo muy baja produc vidad del campo. Esto nos da como resultado la pobre-za; la dispersión es en este caso un problema y una barrera al desarrollo precisamente porque concuerda con el tema de la pobreza. La po-breza es realmente el enemigo a vencer y es el que debe ser el propósito de este proyecto”.

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VIVIMOS TIEMPOS DE LÁGRIMA FÁCIL

Quizá porque estamos sén dos nos da por parafrasear en tesitura polí ca a poetas como César Vallejo: “Me gustas democra-cia, porque estás como ausente”; por ha-cer balances generacionales: los jóvenes del nuevo 68 sacarán adelante los pendientes que dejamos los del viejo 68. Y nos da tam-bién por acordarnos de la patria, no la de los

discursos sino la de López Velarde y algunas canciones rancheras. Ahí están como ejem-plo el espléndido “México lindo y herido”,y el contundente “Me duele México”, de la manifestación luctuosa convocada por el 132 después del fallo del Trife.

Pero no somos jarrito de Tlaquepaque pa´ quebrarnos al primer llegue, por eso –hoy que la patria está secuestrada– en este rús co y provinciano Suplemento deci-mos con el vate de Jerez (que también se llamaba López):

Suave Patria, vendedora de chía: quiero raptarte en la cuaresma opaca,sobre un garañón, y con matraca, y entre los ros de la policía.Ramón López Velarde. Suave Patria (fragmento)

Casitas pequeñas y con materiales de dudosa calidad; muy cercanas unas de otras y lejanas de las erras de cul vo. Así es como pobladores y estudiosos caracteri-zan las Ciudades Rurales Sustentables (CRS), fórmula que se promueve en Chiapas y Puebla para dotar de vivienda a los "pobres", que ya no campesinos. Los siguien-tes tes monios son muestra de cómo se está transitando en estos estados de lo que conocemos como pueblos campesinos a las CRS, sinónimo de modernidad, desde la perspec va de los promotores, pero trampa para el traslado de erras y otros recursos de manos campesinas a empresariales, desde la visión crí ca.

Testimonios

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en América La na, que niegalas iden da-

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AUSENTE, UNA POLÍTICA PÚBLICA DE ASENTAMIENTOS RURALES: GUSTAVO GORDILLOLourdes Rudiño

Los asentamientos rurales en México –que eviden-cian una alta y creciente dispersión– han sido pro-

ducto de historias regionales, de tradiciones y luchas, más que de una política pública consistente; en muchas ocasiones se ha querido im-pulsar el agrupamiento de poblados con el argumento de posibilitarles la llegada de servicios básicos, como agua potable y electricidad, pero el resultado es de fracaso, pues los pro-cesos de inducción implican incen-tivos supuestos como la ubicación de las escuelas, o a veces medidas represivas, pero soslayan la lógica interna de tales poblados e ignoran la situación agrícola, con el mini-fundio como unidad predominante.

En entrevista, Gustavo Gordillo de Anda, quien fuera subsecreta-rio de Agricultura y de Reforma Agraria entre 1988 y 1994, comen-ta que no obstante la urbanización del país, el número de poblados rurales –que hoy superan los 170 mil, predominantes sobre todo en el centro y sur– se ha mantenido en aumento desde inicios del siglo pasado (en 1910 eran 70 mil).

En general, precisa, en el país no se ha desarrollado una política pú-blica deliberada de asentamientos humanos rurales –con excepción de la ligada al reparto agrario–, y no se ha entendido la lógica en la cual se desarrollan los poblados.

“No se entiende particularmente por qué la gente quiere seguir vi-viendo en poblados de menos de 400 habitantes. Y yo encuentro en muchas regiones una serie de co-rrelaciones. En momentos de auge económico o estabilidad (en el país) generalmente los pequeños pobla-dos se vacían, su gente se va a vivir y a trabajar a poblados más grandes o migra a ciudades o a Estados Uni-dos, y en momentos de crisis econó-micas o políticas esos poblados se vuelven a llenar. Esto me indica que los pequeños poblados son una for-

ma de seguro, actúan como amorti-guador frente a las crisis, y por eso la gente no va a ser demasiado incen-tivada por factores como una escue-la” cuando se busca concentrarla en localidades más grandes. “Veo un fenómeno que es económico, pero también social y hasta antropológi-co, porque muchos de esos poblados tienen una existencia de décadas si no es que de siglos”.

Considera que en los gobiernos hay un problema estructural de falta de comprensión sobre qué

tipo de servicios entendemos para el ámbito rural. Si lo pensamos con una perspectiva de ciudad caemos en un grave error, porque es posi-ble desarrollar sistemas integrados agroecológicos, que permitan ge-nerar electricidad, agua potable y otros servicios en condiciones de pequeña escala (…)”.

Por otra parte, “no entendemos que este es un país donde predominan las pequeñas explotaciones agrí-colas, la agricultura campesina, y junto a ello está el pequeño pobla-

do. Pero (en el gobierno) hay una visión que me parece equivocada, disfuncional, de que el minifun-dio es ineficiente y por lo tanto hay que hacer extensiones más gran-des. Extensiones que requieren campesinos empresariales entre comillas y ciudades más grandes, al modelo estadounidense. Noso-tros tuvimos que haber volteado y debemos voltear a ver hacia China, Japón, Corea del Sur o Taiwán, cu-yas agriculturas en pequeña escala son eficientes porque están orga-nizadas desde el punto de vista de instituciones públicas para atender a la pequeña agricultura”.

De acuerdo con Gordillo, la única política de asentamientos huma-nos rurales que ha habido en Mé-xico, que fue exitosa en realidad, fue la vinculada al proceso de re-forma agraria, muy fuerte en el go-bierno de Lázaro Cárdenas (1934-40) y luego con menos intensidad; su propósito fue generar poblados rurales donde la gente recibía sus tierras. En la medida que el repar-to fue perdiendo peso, también la política de asentamientos declinó. Pero hubo experiencias muy inte-resantes, como la del Valle del Ya-qui-Mayo, cuyos ejidos obtuvieron dotaciones inferiores a lo estable-cido por ley (cinco hectáreas por campesino en lugar de 20, aunque de riego), y no recibieron zonas ur-banas ejidales; durante tres años la gente habitó viviendas leja-

LA VIDA DE LOS PUEBLOS A LA LUZ DE SUS ASENTAMIENTOSMauricio González González y Sofía I. Medellín Urquiaga ENAH / CEDICAR AC

El México rural tiene en sus asentamientos una de sus construcciones más maleables y poten-

tes. Su gran diversidad depende de factores ligados a las condiciones ecológicas en las que se estable-cen, los aprovechamientos que se realizan y las cualidades culturales en las que son forjados, amalga-mando condiciones organizativas muchas veces irrepetibles. Entre ellas destaca un tipo de confor-mación que ha dejado rastro en investigaciones históricas y antro-pológicas: los barrios duales me-soamericanos, cuyo mecanismo de alianza prescribe el matrimonio con gente del mismo barrio (en-dogamia), siendo la descendencia adscrita tanto al grupo de parientes paterno como al materno (filiación bilateral).

Este sistema es legible desde el virreinato –consecuencia de leyes aplicadas en la segunda mitad del siglo XVI acordes con la política

de congregación–, pero es muy probable que haya abrevado del parentesco indígena de nuestra América. A la fecha es común en-contrar pueblos que nacieron con dos barrios, nombres como barrio arriba-barrio abajo, barrio alto-barrio bajo…

Las poblaciones rurales aún pue-den pensarse bajo las categorías de dispersas, semi-dispersas y concentradas. Entre las primeras encontramos el asentamiento que pequeños grupos de pescadores han adoptado al acompañar el circuito de especies comerciales que bordean el litoral del país. Son poblamientos temporales (campa-mentos) que en más de una ocasión serán semilla de alguna población costera. Se les suele identificar por su origen; es normal que, por ejemplo, en los puertos del Pacífi-co –donde se abastecen y realizan intercambios comerciales– se ha-ble del paso de chiapanecos, oaxa-queños o sinaloitas.

El segundo tipo de poblamiento es el que en la Sierra Tarahumara aún se constata con población ralámuli que habita las cañadas o en las ri-beras, como en el río Palizada en Campeche. Este tipo de poblamien-to era frecuente incluso en comuni-dades campesinas donde grupos fa-miliares se asentaban lindando sus parcelas que, en una gran cantidad de casos, estaban harto alejadas de núcleos poblacionales. Las políti-cas agrarias y de urbanización poco a poco fueron concentrándolos; constituyen los hoy característicos “núcleos urbanos” de ejidos y co-munidades, y ya desbordan sus cua-lidades agrarias; configuran francas poblaciones urbanas.

Pero, por más concentrados que es-tén los núcleos agrarios, su dinamis-mo es inmenso por la migración, temporal, como la de los wixárikao huicholes a plantíos tabacaleros en Nayari–, o permanente, como las colonias triquis que habitan regiones agroindustriales en Sono-

ra. Las estrategias de poblamiento incluyen movimientos de núcleos agrarios enteros por periodos de cinco a siete años, tal como lo ejer-cen algunos ejidos coahuilenses en los que el aprovechamiento de candelilla por recolección requiere descansar el corte por este tiempo; en ejidos como San Pedro de las Colonias o Cuatro Ciénegas de Carranza, es común que la gente emigre a otros poblados por lapsos íntimamente relacionados con el desarrollo de arbustos del semide-sierto chihuahuense.

Queremos destacar un compo-nente que con gran fuerza echa raíz en buen número de asenta-mientos: aquellos espacios en que los ancestros aún habitan. Cerros, cuevas y cuerpos de agua son mo-rada de pobladores que nos ante-cedieron. No es extraño que sean considerados “Patrones”, que en más de una ocasión destacan su alta jerarquía coronados por cruces que avivan la religiosidad popular.

En otros casos, como en los pue-blos del desierto sonorense, parti-ciparán de la familia cosmológica como hermanos mayores que inclu-yen no sólo la tierra, sino también el cielo y el mar, y conjuntos que agrupan más de una especie ani-mal, linajes más allá de lo humano. La imprecisión de ese “más allá” se constata en el muy acá de la fiesta de muertos, que en comunidades maseualmeh o nahuas de la Huas-teca, como en Xochiatipan, Hidal-go, no sólo requieren de ofrendas a difuntos niños y adultos, sino la toma de decisión en el camposanto para elegir autoridades, proceso en el que participaran quienes ya no están de cuerpo presente. El pan-teón es lugar donde habitan los no vivos, su importancia atraviesa el respeto, el afecto y la veneración de quienes disfrutamos la herencia de su trabajo, por lo que renunciar a ellos, como en los casos en que se pretende desplazar a comunidades por presas, como en La Parota, es inadmisible.

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nas hasta en cien kilómetros respecto de sus tierras de cultivo. La coalición de ejidos del Valle “hizo una presión muy fuerte, se-ñaló tierras ociosas del Valle, don-de se podían establecer sus zonas urbanas, y amenazaron con inva-dirlas. Un gobernador progresista, Samuel Ocaña, firmó un decreto de expropiación de esas tierras y entonces se formaron 16 poblados en el Valle que generaron un pro-grama muy vasto de vivienda rural, en el que yo participé. Más de 15 mil familias se instalaron, y ellas mismos establecieron empresas al-rededor, de cerrajería, carpintería, materiales pétreos… Ahora esos 16 poblados son más grandes e incor-poran a más personas que los ejida-tarios que originalmente estaban”.

A Gordillo le preocupa la visión gubernamental actual. “No me pa-rece que se pueden crear ciudades de forma artificial. Las que se han creado así han tardado mucho en despegar; el caso más notorio mun-dialmente es Brasilia, que requirió muchos subsidios. En México no sé si estén o no funcionando en Chia-pas o si vayan a funcionar en Puebla (…) Lo que tendría uno que ver no es un mapa de lo que uno quiere en función de tal o cual propósito, sino cuál es el mapa que se deriva de la historia y desarrollo de la gente.

“Algo que ocurre es tratar de con-vertir a poblados en casi mano esclava de alguna empresa. Es ne-cesario meter una muy severa inves-tigación y regulación a las concesio-nes mineras porque es lo que está dañando ecológicamente al país y socialmente a los pobladores del campo. Se ha estado actuando con una irresponsabilidad total, con una actitud de despojo absoluto”.

Comenta la necesidad de entender la imbricación rural-urbana que te-nemos en el país y que se ejemplifica en ciudades como Guasave, Sinaloa; Huejutla, Hidalgo; Izúcar de Mata-moros, Puebla, o Ciudad Guzmán, Jalisco –cada una con más de 25 mil habitantes–, donde la población está muy articulada con las actividades ru-rales. Señala que tenemos el reto de generar lo que en los años 90s algu-nos analistas británicos denominaron “ciudades campesinas” que pueden ser grandes; son ciudades que “inte-gran actividades rurales y urbanas”, y ello implicaría políticas públicas de asentamientos humanos con visión territorial y regional –no sectorial–. Así, “creo que el desarrollo futuro del país será muy semejante al que se ha dado de forma natural, aunque no completamente, en Veracruz y Sina-loa, donde no se tiene este fenómeno de la megápolis (…) En contraposi-ción al fenómeno de concentraciones extremas urbanas (como ocurre en Jalisco y Nuevo León), lo que debe-ríamos tener, de forma natural, son muchas ciudades regionales capaces de articular regiones y de tener una mayor capacidad para entender la di-námica regional que no se compren-de desde una visión centralista”.

Chiapas

DE LA AUTO SOSTENIBILIDAD A LA DEPENDENCIA¿CIUDADES RURALES SUSTENTABLES O PUEBLOS FANTASMA? Laura Baas Integrante del equipo del Servicio Internacional para la Paz (SIPAZ), parte de la Red por la Paz Chiapas http://chiapaspaz.wordpress.com/ [email protected]

Información publicada el pa-sado 28 de marzo en la página web del Instituto de Comu-nicación Social de Chiapas

(Cocoso) destaca el interés de la Fundación Dies de financiar el Programa de Ciudades Rurales Sustentables (CRS). Dice que los representantes de la Fundación –cuyo objetivo es buscar recursos internacionales para desarrollar infraestructura de alto impacto social- afirmaron que “el esquema chiapaneco está probado, funcio-nando y medible, se puede definir muy bien el beneficio social de la inversión de este tipo”.

Seguramente el Programa de CRS ha tenido sus impactos so-ciales, pero no han sido del todo positivos, ni mucho menos.

En los meses posteriores a la nota de Cocoso se han dado varios fo-ros y encuentros de la sociedad civil con el tema de las CRS y se han publicado varios informes y artículos periodísticos que des-tacan los impactos negativos del Programa de CRS: se cuestiona la falta de fuentes de empleo, la pérdida de tierras para sembrar, la ruptura del tejido social de las comunidades y el debilitamiento de la autonomía y libre determina-ción de los pueblos. Una texto de la revista Proceso, del 25 de agosto; afirma que el proyecto de CRS impulsado por el gobernador Juan Sabines “es hasta ahora un fraca-so”. Relata que especialistas que visitaron la ciudad rural de Santia-go El Pinar en Los Altos de Chia-pas, evidenciaron sus defectos e incluso la denominaron “pueblo fantasma”, pues de las más de cien casas construidas sólo diez están habitadas. Esta situación se debe sobre todo a la falta de oportuni-dades de trabajo en la CRS, a pe-sar de que la oferta de empleo, en forma de una granja de gallinas o una ensambladora de triciclos, por ejemplo, es uno de los objetivos centrales del proyecto.

El relator especial de la Organi-zación de las Naciones Unidas (ONU) sobre el Derecho a la Ali-mentación, Olivier de Schutter, en un informe de 2012, también criticó los impactos del proyecto, aunque inicialmente fue avalado por el re-presentante de la ONU en México. El informe enfatiza que, aunque hubiera inversiones importantes de la comunidad internacional para el fomento de empleo, falta el acceso a los mercados; subraya el deterioro de la auto sostenibilidad de la gente, ya que las ciudades rurales depen-den completamente de los precios de mercado, y menciona que es po-sible que algunos habitantes de las CRS “no puedan seguir cultivando

sus tierras, debido a la distancia geográfica que los separa de sus nuevas viviendas o la falta de apoyo para la rehabilitación de sus tierras”.

Un documental realizado por el Centro de Investigaciones Eco-nómicas y Políticas de Acción Comunitaria (CIEPAC), de 2010, ya había ilustrado la dificultad de los pobladores de la CRS de Nue-vo Juan de Grijalva por la falta de dinero para pagar los pasajes hacia sus tierras de cultivo, mientras en la CRS se carecía de suficientes fuentes de empleo asalariado.

En el foro “Exclusión… Inclu-sión neoliberal. Miradas sobre las Ciudades Rurales Sustentables”, convocado por el Instituto de In-vestigaciones Antropológicas de la UNAM y el Centro de Investi-gaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), y llevado a cabo el 18 y 19 de mayo pasado, investigadores universita-rios y habitantes de las CRS coin-cidieron en su rechazo al Pro-grama de las CRS. El periodista Hermann Bellinghausen, en un artículo sobre el foro, resumió la situación como “de campesinos autosuficientes a clientes”, en referencia a la pérdida de tierras propias para sembrar y a la inser-ción de la población en el sistema de mercado por la presencia de tiendas y empresas en las CRS.

En el foro, los habitantes de Nue-vo Juan de Grijalva hablaron de la situación de dependencia que les toca vivir. Uno mencionó que iban a trabajar en invernaderos de tomate, pero rápidamente se frus-traron por la falta de suficientes

compradores de la hortaliza. Y no pudieron regresar a trabajar a sus anteriores tierras porque ya ha-bían perdido, entregado o vendido los títulos. Otro propuso que “hay que hacer un estudio si conviene o no la ciudad rural porque noso-tros lo estamos viviendo y no es sustentable”. Sin embargo, según la ponencia de la investigadora Dolores Camacho, de la UNAM, el gobierno sigue promoviendo las Ciudades Rurales como modelo a seguir ante las embajadas, el Gru-po de los 20 y otras instancias.

Exportación de un proyecto fa-llido. La nota en la web de Coco-so plantea “que el proyecto CRS es uno de los más importantes de la administración de Juan Sabi-nes, que ha convertido a Chiapas en pionero a nivel nacional, así como un ejemplo que está siendo replicado en otras entidades”.

El gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle Rosas, durante la primera asamblea plenaria del Consejo de Planeación para el Desarrollo del Estado de Puebla (Copladep), en marzo de 2011, anunció el programa piloto de la primera Ciudad Rural en la enti-dad. Detalló que “Lo que se bus-ca es darles (a los habitantes de la zona) vivienda, entender sus nece-sidades, dotarlos de servicios como agua, luz, drenaje y que a la vez esté a menos de cinco kilómetros de la comunidad de origen para que puedan vivir en la Ciudad Ru-ral, pero que puedan trabajar en sus tierras de labor. La intención es llevar los servicios a un menor costo”. El punto de partida del pro-yecto piloto en Puebla es el mismo

que en Chiapas: la dispersión de las comunidades indígenas y cam-pesinas es percibida como la prin-cipal causante de la pobreza.

El combate a la pobreza es el pri-mero de los Objetivos de Desarro-llo del Milenio (ODM). El gober-nador de Chiapas ha incluido la eliminación de la dispersión como meta principal del Programa CRS. Moreno Valle ha reconocido pro-blemas luego de que se entregaron viviendas abandonadas a afectados de deslaves en Teziutlán, “lo más complejo de la ciudad rural es de tipo cultural, ya que la gente en ocasiones no se acostumbra a ocu-par esas ciudades”. Sin embargo, seguía avanzando la preparación del proyecto de CRS, ya que en septiembre de 2011 el gobierno po-blano informó que había identifi-cado 143 poblaciones que podrían beneficiarse por ese esquema. Por cierto, ya se cambió el nombre de los poblados propuestos a Centros Integradores de Servicios.

El informe de la Red por la Paz y CAIK, publicado en inicios de 2012, afirma que el proyecto gu-bernamental de CRS causa viola-ciones a los derechos humanos y percibe como derecho fundamen-tal violado el de la libre determina-ción. Muchas personas decidieron trasladarse a la CRS sin haber entendido bien en qué consistía el proyecto y sin haber sido debi-damente consultadas acerca de sus deseos y necesidades. En Santiago El Pinar, mujeres tsotsiles comen-taron a integrantes de la Misión de Observación de la Red por la Paz y CAIK acerca del proceso de prepa-ración del traslado a la CRS: “llegó gente del censo a las comunidades y platicaron del proyecto de ciuda-des rurales. Entendimos que nos iban a dar una casa nueva en mi co-munidad. No sabemos cómo cam-bió pero tuvimos que venir a vivir en la ciudad rural”. La vivienda que les fue entregada en la CRS no corresponde a sus necesidades bási-cas, ya que no pueden hacer fuego dentro de la casa para cocinar y el lote es muy pequeño por lo que no pueden sembrar ni tener animales.

El derecho a la información es también violado por el proyecto de CRS ya que la información que les llega a los supuestos be-neficiarios no es del todo clara, completa ni verdadera. Durante el foro de mayo, un habitante de Nuevo Juan de Grijalva dijo que “si hubiéramos tenido la opción, lo hubiéramos pensado mucho, de qué tenemos aquí y qué tendre-mos allá. Quizás hubiéramos di-cho que sí pero después de pensar mucho. Otras personas también lo tienen que pensar mucho”.

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“LO TENEMOS TODO”Marifl or Aguilar Rivero Proyecto “Democracia y territorio: construcción de identidades” FFyL, UNAM. marifl [email protected]

No importó que en junio del 2011 el relator espe-cial de las Naciones Unidas sobre el Dere-

cho a la Alimentación, Olivier de Schutter, sugiriera que se evalua-ran los resultados del Programa de Ciudades Rurales Sustentables (CRS) en Chiapas, antes de repli-car el modelo en otras partes.

Tampoco fue relevante que, des-pués de estar más de cuatro años en un campamento esperando la construcción de su “villa rural”, a las comunidades del municipio de Tecpatán ahí reubicadas por el rebalse del Grijalva, les dieran las gracias por la esperanza frustrada y desmantelaran el campamento, pues la prometida villa se quedó en semi-construcción, y las fami-lias sin campamento, sin villa y sin alguna instancia estatal que asuma algún compromiso.

Y es que aun cuando el gobier-no federal ya depositó el pago de las tierras, en más de tres años el gobernador de Chiapas, Juan Sabines, no ha cumplido con la indemnización ofrecida a los habi-tantes de la Ciudad Rural Nuevo Juan de Grijalva por las tierras per-didas. Cuando los pobladores se

reunieron para protestar por este incumplimiento, fueron engaña-dos: llegaron policías que ofrecie-ron llevar a las personas a un lugar donde les entregarían su indemni-zación pero en realidad las trasla-daron a la cárcel.

En otra CRS, en Jaltenango, en el municipio Ángel Albino Corzo, se va a reubicar a cerca de siete localida-des, tres de las cuales están en la Re-serva de la Biósfera El Triunfo. En el campamento correspondiente, ade-más de que la gente hacinada espera lo ofrecido, han perdido la libertad de expresión, el derecho a la palabra. Le comentaron a la periodista Gloria Muñoz, que los “regañaron de la pre-sidencia (municipal); nos dijeron que no debemos dar ninguna explicación a los periodistas, porque ellos lo único que quieren es ganar” (La Jornada, 5 de mayo 2012). La condición bajo la que se encuentran estas personas no es ciertamente la de una supuesta ciudadanía universal de una nación o un Estado; se parece más bien a la condición que tienen los prisioneros en cárceles donde los derechos hu-manos se violan a voluntad.

Cuando miembros del Seminario “Democracia y territorio: construc-ción de identidades” –que se trabaja

en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM– íbamos a Nuevo Juan de Grijalva, una autoridad de la Ciudad se hacía presente de inmediato par acompañarnos. Su nerviosismo, e incluso su silencio, nos hacían saber que asumía el pa-pel de vigilante.

La calidad de vida de los habitantes de esta CRS se deterioró en todos los aspectos. No hay trabajo sufi-ciente, algunos proyectos producti-vos inicialmente instalados ya están cerrados, el agua de lluvia se filtra por los techos de las casas, los muros están húmedos gran parte del año y las familias están escindidas pues los hombres se van a buscar trabajo y no pueden regresar a diario. Hay reportes de que la ciudad rural está

casi desértica, a excepción de algu-nas mujeres, adolescentes y niños que aún se encuentran allí, ya que los jefes de familia están huyendo debido a que tienen el temor que de un momento a otro los detengan.

Engaño tras engaño, promesas in-cumplidas, impunidad, recursos millonarios desviados váyase a sa-ber a dónde, transparencia cero, criminalización de la protesta, trato humillante de las fuerzas “del or-den”, atentados contra la libertad de expresión, violación al derecho a la información, tolerancia plena a la ilegalidad, promoción guberna-mental de la corrupción. Pero nada de esto importó, decíamos, porque el proyecto continúa, y ahora exten-dido al menos hacia Puebla.

Este proceso de reubicación de pueblos en ciudades rurales es uno de los muchos mecanismos que hay para despejar el campo a ne-gocios de modernización y de alto desarrollo tecnológico que buscan la extracción de recursos naturales del subsuelo, como hidrocarburos o uranio, o proyectos de turismo “ecológico”.

Quiero terminar con dos frases que escuchamos desde 2008 hasta 2012 en las pláticas con la gente afectada por la Ciudad Rural de San Juan Nuevo Grijalva. Una la decían cuando hablaban de su casa y su tierra perdida: “antes lo tenemos todo” (sic); y la otra, su contraparte: “ahora todo lo tene-mos que comprar”.

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REACOMODOS POBLACIONALES A PARTIR DE LA ECONOMÍA CAFETALERASandra Gerardo Pérez

El punto más austral del territorio nacional ha sido desde hace siglos lugar de tránsito; desde mucho antes de que miles de guatemaltecos, hondure-ños, salvadoreños y nicaragüenses arriesgaran

sus vidas en la búsqueda del sueño americano, los habitan-tes de Centroamérica ya cruzaban esos ríos y montañas que hoy son frontera.

Pero además las regiones del Soconusco y la sierra han sido territorio de diversos pueblos indígenas, principal-mente mames –aunque también cachiqueles, mochós y kanjobales– que se han asentado ahí por generaciones des-plazándose entre las tierras de la costa y la sierra, defen-diendo el territorio y compartiéndolo con diversos grupos étnicos que llegaron de fuera de la región.

En esta parte de la frontera sur los patrones de asenta-miento han estado marcados por la producción de bienes cuyo intercambio rebasa el mercado local. En un primer momento el cacao y después, de manera más drástica, el café exigieron desplazamientos y establecimientos según la fuerza de trabajo que se necesitara.

A finales del siglo XIX, esta región entró de lleno a la eco-nomía mundial por medio del café; desde entonces su de-venir histórico y social estaría supeditado a las fluctuacio-nes de precios del grano fijados en las grandes metrópolis. Para hacer crecer el preciado fruto, y las ganancias que lo acompañaron, las potencias capitalistas requirieron gran-des extensiones tierra y abundante mano de obra. Con la Ley de Deslinde y Colonización de Terrenos Baldíos de

1883, los inversionistas mataron dos pájaros de un tiro y los mames de la costa sufrieron el despojo de sus tierras y de su modo de vida, y es que una vez delimitada la frontera, las compañías deslindadoras pusieron en manos de alemanes, estadounidenses y algunos mexicanos los territorios mam, y los nativos fueron desplazados hacia tierras en la sierra.

Para cuando se impulsaba la acción de las compañías deslindadoras, según señalan diversas fuentes, los terrenos de la región se encontraban “despoblados”. Aunque duran-te el período colonial la población nativa del Soconusco decreció significativamente y no logró recuperarse, decir que el territorio se encontraba “despoblado” ignoraba a las aproximadamente dos mil familias mames que estaban asentadas allí subsistiendo del autoconsumo, familias que en su mayoría fueron desplazadas a la sierra donde poco

se daba la milpa. Más bien, la idea del “despoblamiento” se refiere a que había poca mano de obra para el trabajo requerido por la producción del café.

Fue precisamente con el asentamiento forzado de los ma-mes en la región Sierra, que los magnates del café se hicie-ron de parte de una de sus más preciadas mercancías: la mano de obra, que les resultaba sumamente costosa si se traía de Los Altos de Chiapas. De esta manera, a partir de la expansión de los cafetales, los patrones de asentamiento de los indígenas de la región girarían en torno a la explotación en las fincas, porque con el confinamiento a tierras menos productivas la economía de autoconsumo se vio severa-mente afectada, y para subsistir, los otrora pobladores de la costa tuvieron que vender su fuerza de trabajo a las fincas.

Al pasar de las décadas, con las luchas obrero-campesinas en la región y las políticas cardenistas, estos pobladores fueron dotados de tierras y se oficializó la territorialidad que habían ejercido por 50 años; los primeros ejidos de la región fueron en la sierra y no en terrenos de fincas afec-tadas, y a varios de los beneficiados con tierras ejidales, la dotación les “costó” el nacionalizarse como mexicanos, y es que en las décadas anteriores indígenas de Guatemala, y algunos con dificultad para probar su nacionalidad por la condición de frontera del territorio, habían sido también empujados a las laderas serranas.

Como sea que fuere, los mames y otros pueblos indíge-nas se resistieron a la desaparición a partir de un patrón de asentamiento que implicó movilidad –de la costa a la sierra–. Si bien el nuevo terreno, e incluso la adscripción a la nacionalidad, les fueron impuestos, la adaptabilidad del pueblo y la creación de territorio a partir de las condiciones dadas hicieron posible su subsistencia. Ante los embates del mundo actual, con nuevos desplazamientos forzados y sus fronteras teñidas de sangre, habrá que ver cómo es que re-sisten estos pueblos y sus territorios.

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CIUDAD RURAL DE SANTIAGO EL PINAR

EJEMPLO DE UNA POLÍTICA QUE SE DESMORONAAsmara González Rojas Profesora-investigadora, Universidad de Guadalajara [email protected]

En 2007 el gobierno chia-paneco a cargo de Juan Sabines inició la cons-trucción de las Ciudades

Rurales Sustentables (CRS). ¿Qué resultados han tenido en términos de una formulación de política pú-blica para aliviar la pobreza?

“La Ciudad Rural quedó muy pendiente, es pura subida; cuando empiece a llover suficientemente en los meses de noviembre, di-ciembre, o si viene un temblor, se va a llevar todas las casas. Es lo que estoy viendo, porque es muy pendiente el terreno y el material de tablaroca no aguanta, ya se está rompiendo y pudriendo (…) hubie-ran tomado un terreno más plano y mejores materiales, pero no supie-ron planearlo y tomar acuerdo con el comisariado ejidal y con la gente (…) hubieran tomado un acuerdo que se mejoraran sus viviendas en su mismo lugar. El terreno se está cuarteando; cuando venga un des-lave se va a llevar todo el caserío, es lo que estoy viendo” (entrevista a líder comunitario de Santiago El Pinar, mayo 2012).

Con 112.6 millones de habitan-tes, México tiene 52 millones viviendo en pobreza y 11.7 millo-nes de ellos en pobreza extrema, según el Consejo Nacional de Eva-luación de la Política Social (Co-neval). Este es un grave problema para la sociedad en su conjunto, que los gobiernos tratan de subsa-nar con la formulación de políticas públicas en los ámbitos de empleo, salud, educación, alimentación y servicios de vivienda. En los sexe-nios recientes se ha recurrido a políticas de corte asistencialista –basadas en el individuo– y se han minimizado las de corte colectivo y de fomento a la organización pro-ductiva del campo. La pobreza es aún más notoria en el mundo rural del sur de México, donde también se concentra una parte significati-va del territorio indígena.

En tal marco, la prensa de Chiapas y los discursos de los funcionarios de gobierno local difunden que esta entidad ha dado un ejemplo al mundo con políticas novedosas para la erradicación de la pobreza. ¿De qué hablan? Según el discur-so oficial, la creación de las CRS busca combatir la pobreza causada por la dispersión territorial que im-posibilita la dotación de servicios básicos en las comunidades que conforman los municipios chiapa-necos más marginados.

En este artículo me refiero particu-larmente a la CRS en el municipio de Santiago El Pinar, en Los Altos de Chiapas, cuya extensión territo-

rial es de 17.76 kilómetros cuadra-dos, su población suma tres mil 245 personas, y colinda con los mu-nicipios de San Andrés Larráinzar y Aldama. Esta CRS es la segunda y se inauguró en marzo de 2011, con una inversión de 394 millones de pesos, para la construcción de 115 casas, un hospital, una escuela, un mercado, una planta potabili-zadora, una subestación eléctrica, un vivero, tres granjas avícolas, y seis invernaderos, todo ello hoy subutilizado o sin funcionar.

La provisión de servicios básicos no es una decisión inadecuada,pues idealmente estaría incidiendo en la disminución de la pobreza y la desigualdad. Sin embargo, la forma en que han sido planeadas y conce-bidas las CRS genera muchas du-das, por la ausencia de una consulta previa con los pobladores �o más bien la realización de una consulta simu-lada; la falta de transparencia en los recursos; cuestionamientos sobre la calidad de la infraestructura, la sustentabilidad y el ordenamiento territorial, y por la demagogia al de-cir que se avanza en los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

El establecimiento de una polí-tica pública requiere la partici-pación de la sociedad para que tome en cuenta sus necesidades y características. Cuando no hay tal participación, se genera des-contento entre los “beneficiarios” y las decisiones son inoperantes. Esto es claro cuando se escuchan testimonios de los habitantes, por ejemplo, el de un connotado líder comunitario:

“Es cierto que se construyeron ca-sas de cartón como se publicó en el periódico; además, no se respetó la costumbre: las mujeres tienen la costumbre de hacer su fueguito para tortear; desde ahí veo un poco mal la CRS, porque no se constru-yó bien su cocina, no tienen solar para secar café, nada, no se plati-có con la gente” (entrevista, mayo 2012).

Una de las principales críticas a la CRS es que no hubo un diag-nóstico adecuado ni una consulta ciudadana eficiente, y no se respe-taron las formas de organización social, económica y cultural del pueblo tsotsil de la zona.

La creación de la CRS se basó en una premisa falsa, la del binomio dispersión territorial-pobreza. So-bre este punto, otro habitante de Santiago afirma que: “¡La CRS es una burla! Cómo vamos a ir a vivir allá, cuando algunos vivimos cerca de nuestro paraíso, de los ca-fetales y la milpa en nuestras casas;

la solución debería ser otra, porque aunque el gobierno dice que hay dispersión territorial, no es muy cierto, casi todas las comunidades acá están a pie de la carretera, tie-nen acceso para llevar los materia-les y los servicios a sus casas, y no llevarlos a vivir a un chiquero. Los únicos beneficios son el hospital y la escuela, pero ni eso porque no tienen agua, ni luz” (entrevista, marzo 2012).

Respecto a la superación de la po-breza con el programa de CRS, uno de los beneficiarios, quien, cabe mencionar, no habita su “nueva” casa, argumenta que: “Su-puestamente era un proyectazo, pero no le veo ningún resultado, supuestamente este es el muni-cipio más pobre de México, y el programa supuestamente es para salir de la pobreza. Nosotros como indígenas y campesinos no pode-

mos vivir así en ese espacio tan reducido. Hubieran puesto una casa de block en su terreno, pero ¿a dónde se va el dineral? Y, así que digas que ya salimos de la pobreza, no, al contrario nos incrementan los gastos de la luz, ya nos pusieron una tarifa más alta, por eso de la “ciudad”, a mi me perjudica, otras comunidades que no están dentro de la ciudad siguen con su misma tarifa. Fue una mala obra” (entre-vista, mayo 2012).

Uno más de los testimonios afir-ma: “no hay avance, el presidente municipal toda la vida anda fuera del municipio, no hay crecimiento en el pueblo, ni buen apoyo, ahora nosotros estamos viendo que nos echen la mano para gestionar pro-yectos productivos para el campo, apoyos a las mujeres, para que de verdad haya progreso en el pue-blo”.(entrevista, mayo 2012).

A todas luces la CRS en Santia-go El Pinar no está funcionando y puede considerarse un elefante blanco más en Chiapas, pero más grave aún, dicha política no sólo no esta incidiendo en el bienestar de la población sino que reproduce los patrones de desigualdad de una ciudad llevados al campo y alienta el conflicto social, puesto que tam-bién se reproduce el problema de inclusión y exclusión de otras polí-ticas asistencialistas.

Por otro lado, los pobladores de Santiago no lo echan todo a la basura puesto que consideran que el hospital y la escuela son bue-nos beneficios, pero se requiere que realmente los hagan operar. Sobre este punto, un funcionario comentó irónicamente que “hay beneficios colaterales”, pero en su conjunto parece un fracaso.

Es urgente y necesaria una eva-luación de las CRS. Algunas reco-mendaciones comienzan a circular por parte de relatores de las Nacio-nes Unidas; sin embargo, deben ser los gobiernos federal y chiapaneco los responsables de evaluar a con-ciencia está política y proyectar soluciones junto con la sociedad. La indignación ciudadana ante tal derroche de recursos no es para menos, además de que despierta suspicacias de corrupción y juego de intereses personales y políticos. De poco sirve generar políticas pú-blicas sin raíces y que se deslavan a la luz de caprichos sexenales.

La línea de investigación de la autora de este artículo es desigual-dad, etnicidad y políticas públicas en contexto de conflicto. Actual-mente realiza su investigación doc-toral en Los Altos de Chiapas.

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DE CÓMO LOS “POBRES” SE CONVIERTEN EN CLIENTESDolores Camacho V. Investigadora de la UNAM (Proimmse-IIA) [email protected]

En la inauguración de Nuevo Juan de Grijalva, las dos principales cade-nas de televisión mexica-

na afirmaban que los campesinos beneficiados ahora sí tendrían ac-ceso a salud, educación y trabajo digno, entre otros beneficios. Ello, sin reparar un instante que la ma-yoría de los campesinos estaban sa-tisfechos con su vida anterior, habi-tando casas sencillas pero amplias; en medio de terrenos con árboles frutales propios del lugar; criando animales para alimentarse, y muy cerca de los terrenos de labranza, donde cultivaban lo necesario para comer y vender para satisfacer otras necesidades. Ahí los niños tenían escuelas; faltaban apoyos pero vivían bien.

Como dice una habitante de la región: “Así éramos libres porque producíamos todo para comer, hay muchas hierbas que se comen en el campo, teníamos animales en los patios. De hambre no nos que-jamos, pero aquí sólo hay tierra y tiendas para comprar, todo se tiene que comprar” (enero 2011).

Estas reflexiones surgen porque la “ciudad nueva” no tiene vida, los proyectos de invernadero no funcionaron y los hombres han tenido que volver a trabajar las tie-rras abandonadas o se van a otras regiones del estado u otros esta-dos. Las clínicas, como comenta-ba una persona entrevistada, no tienen medicamentos ni equipos; las casas están mal hechas, porque fueron elaboradas con material no adecuado para la zona. Los anun-cios oficiales son rebasados por la realidad, y sólo han pasado dos años. La mayoría de las personas dice: “las ciudad se ve bonita y una casa no la despreciamos pero no se puede vivir así en el campo” (enero 2011).

Estas opiniones dan idea del fra-caso de la estrategia de reorgani-

zación poblacional, pero aun así el gobierno del estado ha mantenido su entusiasmo por el proyecto, des-estima las voces críticas y derrocha recursos para invitar a periodistas a recorridos por la maravillosa ciu-dad rural, para continuar con la promoción.

El proyecto de ciudades rurales sustentables tiene como objetivos explícitos combatir la dispersión, promover el desarrollo regional y evitar los riesgos medioambienta-les, para cumplir con los Objeti-vos de Desarrollo del Milenio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Sin embargo, en la mayoría de los casos los resultados parecen ser opuestos: son diseños con costos muy elevados; los proyectos pro-ductivos son ineficaces y no hay elementos que permitan suponer sustentabilidad en ellos. Las per-sonas que están habitando Nuevo Juan de Grijalva tienen mejores ideas de cómo pudieron enfrentar su situación sin caer en los niveles de dependencia que ahora expe-rimentan. Estas casi 500 familias, que hasta hace algunos años eran autosuficientes, ahora son depen-dientes del mercado y de los apoyos gubernamentales, es decir están en condiciones de fragilidad social a pesar de que cuentan con casas con todos los servicios básicos.

La ciudad rural Santiago El Pinar se construyó en el municipio del mismo nombre considerado uno de los de menor desarrollo huma-no de México; se pretende elevar ese índice con esta unidad habi-tacional que cuenta con todos los servicios y se ubica sobre terreno cerril. Oficialmente, cada vivienda es de seis por siete metros y cuenta con material pre-construido. Un arquitecto encargado de una par-te de la obra, al ser cuestionado, respondió que efectivamente el terreno no es el apropiado y el tipo

de construcción tampoco; es una tecnología holandesa que, aunque se anuncia con una durabilidad de 50 años, no parece que pueda pa-sar las pruebas climatológicas (8 de enero del 2011).

Los beneficiados son familias que tienen más de cinco miembros

y no pretenden vivir ahí porque consideran que esas casas no son para la vida rural; se están llevan-do tinacos y muebles de baño a sus casas que tienen en la cabecera municipal o a su comunidad.

¿Qué sentido tiene elevar los ín-dices de desarrollo humano sin sustento real? Ante las altas inver-siones en las construcciones uno se pregunta: ¿qué objetivos implícitos contienen estos proyectos?

La participación de la filantro-pía empresarial hace dudar de la bondad del proyecto. Es notorio que tras el apoyo de Fundación Azteca está un plan de expansión empresarial, dada la instalación de sucursales de Elektra y Banco Azteca que, otorgando créditos con intereses enormes y pagos chiquitos, mantiene en condición de clientes a los campesinos antes autosuficientes.

La resistencia puede permitir la modificación de los proyectos de política pública de los gobiernos, como se deduce en la experiencia

de la Villa Rural Sustentable Emi-liano Zapata. Ahí los grupos afec-tados se organizaron y exigieron participar en la planeación y cons-trucción de su ciudad rural y des-pués de múltiples manifestaciones lo lograron. Sin embargo, sus líde-res fueron encarcelados acusados de fraude, y ellos a su vez acusaron a los funcionarios de gobierno de tenderles una trampa para que el proyecto no prosperara.

Una cosa es cierta, mientras esos proyectos no contengan la parti-cipación de los beneficiarios en el diseño, la planeación y el desa-rrollo, seguirán siendo fracasos y fuentes de conflicto. Los comen-tarios de los afectados y lo que se puede observar permiten deducir que esta política de reubicación contiene una estrategia de expan-sión del mercado, pero también una estrategia de control social de los grupos marginados, porque en centros de población que depen-den del mercado y de los proyectos gubernamentales para sobrevivir, es prácticamente imposible la or-ganización y la resistencia.

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AHORA SOMOS OTROS, PERO RECORDAMOS DE DÓNDE VINIMOSMarina Alonso Bolaños [email protected]

Por más esfuerzos que el gobierno chiapaneco hizo por concentrar y retener a los damnificados en

varios albergues, la dispersión de la población zoque de las locali-dades devastadas por la erupción de El Chichonal en 1982, era ex-traordinaria. Muchas personas hu-yeron hacia diferentes puntos del noroeste de Chiapas, Veracruz y Tabasco. Otros zoques regresaron a los lugares de origen en las zonas menos afectadas y algunos grupos exigieron la creación de colonias agrícolas en sus mismos munici-pios y actuaron en consecuencia. Pero la mayoría de los indígenas que perdió familiares y bienes (vi-viendas, milpas y animales) esperó durante varios meses su reacomo-do, resguardada en los albergues.

La erupción evidenció la vul-nerabilidad de la población de la región –dada su condición de marginación y pobreza– ante el riesgo que implicaba la cercanía del volcán. Empero, los zoques no sólo fueron víctimas de El Chi-chonal, sino también de la inter-vención caótica de los diferentes organismos gubernamentales por la respuesta tardía y por las accio-nes improvisadas de éstos frente al fenómeno natural y sus múltiples consecuencias sociales. Una de estas acciones fue el plan de reaco-modo de la población damnificada en nuevos asentamientos.

Alrededor de tres mil 500 fami-lias zoques fueron reubicadas en poco menos de una veintena de localidades en terrenos adquiridos por el gobierno de Chiapas en los municipios con presencia de po-

blación hablante del idioma zo-que: Rayón, Tecpatán, Ostuacán, Pichucalco, Cintalapa, Chiapa de Corzo, Juárez y Ocosingo. En estos lugares se restituyeron cerca de 16 mil 647 hectáreas de tierras a que tenían derecho legal los eji-datarios zoques desplazados. Con los reacomodos se pretendía que, además de garantizar el bienestar a la población indígena afectada, se impulsaran actividades económi-cas como la ganadería y el cultivo del café. Por su parte, se esperaba una mejora de los suelos para la siembra de maíz en las zonas cer-canas al volcán y se fomentó el uso de fertilizantes. Pero los suelos no se recuperaron, una parte de éstos se convirtió en zacatal y se dedicó a la pastura del ganado. Para los zoques fue indispensable –aún más que antes de la erupción– la obtención de recursos del trabajo asalariado, por lo cual muchos mi-graron para emplearse.

La diáspora de los zoques y la creación de asentamientos aleja-dos de sus municipios históricos fueron consecuencias brutales de la erupción. Los grupos afectados han sabido sobreponerse gracias a la emergencia de nuevas formas de organización social y a la re-creación de mecanismos cultura-les que han otorgado sentido a su devenir. Pero el reacomodo en la Selva Lacandona es el caso más dramático por el tinte violento que ha tomado y porque a la fe-cha no ha sido resuelto. En 1991, tras muchos años de cumplir con trámites y solicitudes, los ejidata-rios zoques recibieron la titula-ción de tierras de su asentamien-to en Ocosingo.

Más tarde, la Comunidad Lacan-dona, integrada por comuneros de diverso origen etnolingüístico, principalmente lacandón (bene-ficiaria de 614 mil 321 hectáreas otorgadas por el expresidente Luis Echeverría en 1972), determinó que cien mil hectáreas pertene-cientes a su comunidad estaban ocupadas por grupos externos –entre ellos, los zoques– y exigió su restitución. Servidores de la Secre-taría de la Reforma Agraria atribu-yeron el problema a la imprecisión de los sistemas de medición de décadas anteriores (incluso a la dificultad del entorno natural para la agrimensura) y a que en ningún documento se especificaban las colindancias o amojonamiento de los bienes comunales. Sea el mo-tivo que fuere, lo cierto es que no fue la única ni la primera vez en esta macro-región, que se otorga-ban dos veces las mismas tierras a diferentes beneficiarios.

Finalmente, otros reacomodos de damnificados alentaron los conflictos existentes o bien dieron lugar a nuevas disputas. Me refie-ro a localidades de los municipios aledaños al volcán, Chapultenan-go y Rayón, donde campesinos zo-ques demandaron la atención del gobierno estatal para la solución de los tantos asuntos agrarios dis-putados entre las propias familias de ejidatarios zoques –aún sin re-solverse– derivados del reacomodo y de la dotación de tierras. Recien-temente, una variable adicional parece ensombrecer cualquier in-dicio de posible solución: se trata de la ocupación sigilosa de tierras zoques por tzotziles provenientes de Los Altos de Chiapas.

Tabasco

EDÉN EXTRAVIADO: LOS CENTROS INTEGRADORESCarlos A. Rodríguez Wallenius Profesor investigador de la UAM Xochimilco [email protected]

Los Centros Integradores en Tabasco fueron uno de los ejes de política social, de planeación

territorial y de descentralización que se impulsaron durante el go-bierno de Enrique González Pe-drero (1983-1987). Estos Centros fueron espacios donde se focalizó la realización de obras de infraes-tructura, dotación de servicios básicos, fomento a la produc-ción, promoción de la cultura y descentralización administrativa para las zonas rurales de los 17 municipios de ese estado.

El proyecto inicial pretendía evitar las experiencias falli-das de los polos de desarrollo que hacían énfasis en concen-trar actividades económicas. Tampoco se quería reunir a la población campesina en pe-queñas ciudades sin solucionar los problemas de marginación. El objetivo de esa política gu-bernamental se centraba en arraigar a los campesinos en sus lugares de origen y mejorar sus condiciones de vida, ofreciendo servicios e infraestructura ade-cuados y fomentando las activi-dades productivas y culturales.

Al igual que en el caso de las ciudades rurales actuales, el diagnóstico de esos años indi-caba que la población de Tabas-co estaba dispersa en un poco más de tres mil localidades, en las cuales vivía cerca del 60 por ciento de los tabasqueños, que carecían de vivienda, electrici-dad, agua potable y de servicios de salud y educación.

De esta manera, el gobierno es-tatal se propuso agrupar las obras de infraestructura y de dotación de servicios en los pueblos más grandes, de manera que se les facilitara a las localidades cer-canas (en promedio unas 15) el acceso a los servicios públicos.

Adicionalmente, el gobierno desconcentró a los Centros In-tegradores una serie de servicios administrativos, recursos y pro-gramas públicos para que fueran gestionados y utilizados por las poblaciones: Para ello, se crea-ron las unidades integradoras co-munitarias, como responsables administrativos en cada Centro Integrador; eran las encargadas de la prestación de servicios públicos, gestión de proyectos productivos (especialmente la producción de maíz y frutales y la promoción de la pesca ribere-ña) y de actividades culturales.

También se impulsaron activida-des formativas con la población en las áreas de salud, autocons-trucción de viviendas y recupe-ración de la cultura popular, y de esta última, por cierto, surgieron iniciativas como el Laboratorio de Teatro Campesino.

En este sentido, los Centros In-tegradores fueron una forma de centralizar servicios e infraestruc-tura, un espacio para desconcen-trar la administración pública, un mecanismo para el fomento pro-ductivo y para promover la políti-ca cultural. Adicionalmente, tam-bién se pensaron para propiciar el intercambio comercial y de pro-ductos agropecuarios y pesqueros con las comunidades aledañas. Para finales de 1987, Tabasco tenía 187 Centros Integradores distribuidos en sus 17 municipios.

Sin embargo, los Centros no aguantaron el cambio de sexenio. Como es una constante en el funcionamiento de las políticas gubernamentales de nuestro país, el arribo de una nueva administra-ción estatal implicó el cambio de prioridades y los Centros Integra-dores pasaron a un tercer plano. Junto a ello, la crisis económica y el fin del boom petrolero de inicios de los 90s dejaron a los Centros sin recursos para la construcción de infraestructura. Los gobiernos mu-nicipales concentraron los progra-mas y atribuciones que antes se les dieron, se remplazaron las estruc-turas organizativas y se corporativi-zaron y partidizaron las instancias de participación. En municipios como Centro (Villahermosa), los Centros Integradores fueron deno-minados Centros Regionales para el Desarrollo; en otros todavía con-servaron su nombre original, pero quedaron reducidos a instancias de administración publica local. En fin, a los pocos años esta expe-riencia fue desdibujada del edén tabasqueño

El proyecto inicial

pretendía evitar las

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CIUDADES RURALES Y REORDENAMIENTO TERRITORIAL: EL CAMINO DEL DESPOJOAbraham Rivera Borrego Miembro del Colectivo de Análisis e Información Kolectiva (CAIK)

Las Ciudades Rurales en Chiapas son pequeñas ciudades edificadas ex profeso en el área rural,

que ofrecen a las comunidades indígenas y campesinas una serie de servicios –entre ellos luz, agua, drenaje, educación, salud, comuni-caciones y empleo– con el objetivo de “concentrar” a los hombres y a las mujeres del campo. Pero en rea-lidad, detrás de este discurso desa-rrollista, afloran otros objetivos no explícitos que se hacen obvios bajo la lógica de una integración extrac-tivista y basada en el despojo.

“Según datos oficiales, actualmen-te el Programa Ciudades Rurales Sustentables (CRS) en Chiapas comprende ocho ciudades rura-les. Dos ya están habitadas: Nuevo Juan del Grijalva, donde fueron reubicados los afectados del desas-tre de 2007, y Santiago El Pinar, donde se reubicó a población in-dígena. Los planes del Programa incluyen seis ciudades más, de las cuales cinco se encuentran en etapa de construcción y una en fase de planeación” (Informe de la Misión Civil de Observación de la Red Paz y CAIK sobre el Programa Ciudades Rurales Sustentables).

Este Programa forma parte de un enorme esfuerzo por transformar la vida en el sur-sureste de Méxi-co, particularmente la vida en el campo, hacia patrones de consumo y producción orientados a la lógica del mercado. Dicha iniciativa es par-te de otros grandes planes del pasa-do que quedaron enunciados hacia finales del sexenio de Ernesto Ze-

dillo (1994-2000) y que han encon-trado expresión en el Plan Puebla Panamá, ahora rebautizado como Proyecto Mesoamérica: proyecto de ”infraestructura y desarrollo”, cen-trado principalmente en las áreas de energía, electricidad, salud, educa-ción, telecomunicaciones, agrocom-bustibles, carreteras y vivienda.

Para la economía neoliberal es muy importante que los territorios a explotar estén despejados y que la población que viva en ellos sea des-plazada a una especie de núcleos de concentración urbanos. Las Ciudades Rurales son estos centros a donde los pueblos son reubicados anulando la posibilidad de tomar decisiones sobre el destino de su tierra, dependiendo totalmente del modelo económico imperante y quedando, consecuentemente, bajo un modo de vida campesino-indígena seriamente fracturado.

Actualmente, la forma de operar y anexionar territorios a la eco-nomía de mercado, se desarrolla mediante diversos elementos de control tales como los organis-mos financieros multinacionales, la banca multilateral, las em-presas trasnacionales, los planes económicos de infraestructura y seguridad, los tratados de libre co-mercio, la ocupación militar y la guerra irregular, entre otros.

El verdadero trasfondo de estos tratados y acuerdos es obtener un control eficiente y mayor sobre las reservas energéticas del petróleo y del gas en territorio nacional, así como una mayor intervención

sobre territorios estratégicos que contienen importantes dotaciones de biodiversidad en todo el con-tinente americano. Hablamos de áreas como el Corredor Biológico Mesoamericano que comprende desde el sur-sureste mexicano, pa-sando por los países del Istmo Cen-troamericano y llegando hasta las fronteras con Colombia y Panamá.

“El programa CRS no fue ideado ni por el gobierno estatal ni por el gobierno federal. Sus orígenes y elementos rectores pueden ras-trearse en documentos y comuni-cados de instituciones financieras internacionales como el Banco Mundial. Esta institución preconi-za la integración económica como la principal arma de lucha contra la pobreza, y como vía para “llevar el desarrollo a todos los rincones del mundo”. (Boletín sobre las Ciudades Rurales de CAIK).

En este sentido, el territorio chia-paneco cobra vital importancia en el proceso de reordenamiento te-rritorial ya que ofrece grandes posi-bilidades de ampliar circuitos eco-nómicos de alta rentabilidad para los inversionistas; sustentándose en el control de la biodiversidad, el agua, la producción energética, la extracción de minerales y petro-lera, el desarrollo de la industria turística y la incautación de gran-des extensiones de territorio para el monocultivo y la agroindustria.

Igualmente, como consecuencia de las relaciones de poder existen-tes hoy en día en todo el planeta, el acceso, gestión y usufructo de

los recursos naturales están limi-tados y controlados por el poder geopolítico de los países ricos y los organismos multilaterales que pre-tenden la apropiación de territorios a los que antes no tenían acceso.

En este momento, la geopolitiza-ción de los recursos naturales ha arrojado una nueva doctrina de

“seguridad ambiental”, que se lee como el aseguramiento o protec-ción de zonas ricas en recursos estratégicos frente a escenarios de incertidumbre que pongan en pe-ligro la estabilidad de la economía. Esta nueva doctrina promovida por los países ricos integra dentro de la estrategia de seguridad nacional el posicionarse, responder o reducir cualquier incertidumbre que des-equilibre su desarrollo económico.

Uno de estos países es Estados Uni-dos, que integró esta doctrina (2008) dentro de su Plan de Seguridad Na-cional. Desde luego este concepto de seguridad ambiental se presenta ante la opinión pública como ga-rante de la conservación del medio ambiente, la ayuda humanitaria y el desarrollo social para los más pobres.

En este sentido, desde los años 90s, América Latina se coloca como reserva estratégica de Esta-dos Unidos. Centroamérica y el Cono Sur operan en función de la geopolítica estadounidense vía el Comando del Sur y otros es-quemas como el Plan Colombia. Canadá y México ya están bajo control militar estadounidense por medio del Comando del Nor-te, la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN) y actualmente la Iniciati-va Mérida. Todos estos planes mi-litares representan el candado de seguridad de los tratados de libre comercio como el de Amé-

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rica del Norte (TLCAN) y los “planes de desarrollo” como el Proyecto Mesoamérica a lo largo de todo el continente.

Ubicadas dentro de la lógica del Proyecto Mesoamérica, las Ciuda-des Rurales funcionarán entonces como una forma de lo que David Harvey llamó “acumulación me-diante desposesión”. La separación entre el campesino y la tierra que es la base de la acumulación ca-pitalista, sin la cual el capital no tendría mano de obra ni recursos naturales para explotar.

Asimismo, hay otro elemento que juega un papel fundamental en la desarticulación del modo de vida indígena-campesino: la cuestión alimentaria. En Nuevo Juan de Grijalva, las cientos de personas allí concentradas han perdido la capacidad de producir sus propios alimentos. En palabras también de un habitante de la ciudad rural: “Allá todo lo cosechábamos noso-tros. Si queríamos pescadito íba-mos al rio y allá lo conseguíamos. No nos costaba comprar sino que lo pescábamos. No sé cómo, pero cada quien buscábamos la forma de vivir. Aquí no hay con qué”.

La separación o alejamiento del campesino o campesina de su tierra trae importantes conse-cuencias sobre su alimentación y nutrición, y más aún, conlleva la dependencia total del dinero como forma de supervivencia. Esta subor-dinación alimentaria y económica es claro ejemplo de una estrategia que busca subsumir a la población bajo el control del mercado, destru-yendo cualquier vestigio de autono-mía, soberanía o independencia.

Concentradas en las ciudades ru-rales, las comunidades indígenas y campesinas no sólo pierden libre determinación sobre su modo de producción, sino también sobre la reproducción de sus culturas permaneciendo supeditadas a los sistemas de regulación social estatales.

Como dice un miembro de la Junta de Buen Gobierno del Ca-racol I de La Realidad respecto de las Ciudades Rurales: “El mal gobierno nos promete tierra pre-parada, con luz, agua potable, vivienda, hasta nos alimentan. Es sólo vivir y engordar como un puerco, eso es lo que nos prome-ten pues”.

En este contexto en el que el Pro-grama de CRS tiene como meta principal eliminar la dispersión de la gente, hecho que los gobiernos estatal y federal consideran factor determinante de la pobreza, des-de el calendario de abajo nace la alternativa de los Caracoles zapa-tistas, que representan una opción concreta en donde las “comunida-des dispersas” están involucradas en un intenso proceso de desarro-llo de sistemas autónomos de sa-lud, educación y producción fuera del control social del Estado y de la lógica acumulativa y destruc-tora del capital. Los Caracoles, “esos espacios liberados que son dichos gérmenes de un mundo nuevo, no capitalista” (Aguirre Rojas, 2007), constituyen un gran obstáculo frente al “espacio abs-tracto” de supercarreteras, plan-taciones intensivas, extracción energética y Ciudades Rurales de la nueva fase del Proyecto Mesoa-mérica en Chiapas.

EL AFÁN POR REUBICAR: LAS CONGREGACIONES DE LOS INDÍGENAS EN LA NUEVA ESPAÑASergio Eduardo Carrera Quezada Posgrado en Historia-UNAM [email protected]

En la agenda de las ins-tituciones de gobierno en México siempre ha estado presente la

necesidad de controlar el mapa demográfico de su territorio. In-cluso en tiempos del dominio de la corona española, ésta desarro-lló un proyecto para modificar el patrón de asentamiento disperso con el que estaban organizadas las sociedades indígenas en Amé-rica, el cual se llamó “junta, re-ducción o congregación”.

El propósito era que los indios fueran concentrados en pue-blos planeados bajo los cánones europeos para facilitar su evan-gelización y que adquirieran las costumbres de gobierno oc-cidentales. Pero otros objetivos menos espirituales eran extraer los mayores beneficios económi-cos de la población nativa con el control de su fuerza de trabajo y sus recursos naturales. Junto al desplome de la población provo-cado por la guerra de conquista y las epidemias, el desplazamiento forzoso realizado de forma siste-mática por el gobierno español quizá fue una de las experiencias más traumáticas por las que han atravesado los pueblos indígenas.

En un inicio este proyecto estuvo a cargo de las órdenes religiosas. Sus miembros argumentaban que en ellos recaía la responsabilidad de cristianizar a los naturales y que para conseguirlo era necesa-rio juntarlos en pueblos, pero re-conociéndoles sus derechos sobre sus dominios y jurisdicciones. No obstante, la intención de los frailes era regular la vida civil, política y religiosa de los indios. Entre 1531 y 1533 Vasco de Quiroga fundó en México y en Michoacán los

primeros pueblos-hospitales de Santa Fe, llamados así porque en estos asentamientos se recibía a los indios de manera afable y hos-pitalariamente, invitándolos a que aprendieran la fe cristiana.

Otros intentos de reubicar a la población indígena dispersa se dieron en torno a los conventos recién edificados, durante los gobiernos de los virreyes Antonio de Mendoza (1535-1550) y Luis de Velasco (1550-1564), quienes se apoyaron en el trabajo de los misioneros y consideraron la opi-nión de los caciques para elegir los asentamientos. Muchos de es-tos conventos fueron construidos muy cerca, si no es que encima, de antiguos centros religiosos prehispánicos.

Desde mediados del siglo XVI los procesos de congregaciones corrieron a cargo del poder vi-rreinal, lo que reflejó un marca-do interés de la corona para que los funcionarios civiles tomaran el control de los pueblos y restar la influencia de los religiosos. El imperio español dio continuidad a la formación de nuevos pueblos o a la concentración en los ya existentes, lo que haría más efi-ciente la cobranza de los tributos. Al mismo tiempo las tierras des-ocupadas por los indios desplaza-dos servirían para crear las villas de los españoles.

Durante la década de 1590 y la primera de la siguiente centuria se realizó el mayor número de congregaciones en todas las pro-vincias de la Nueva España. Y aunque había leyes que protegían los derechos de los indígenas por las tierras que desocuparan, la verdadera intención del gobierno

novohispano era disponer de las sementeras que quedaran sin cul-tivar para repartirlas entre los co-lonos europeos y fomentar el de-sarrollo de la propiedad privada. Este fue el periodo más intenso de congregaciones, en el que fue necesario el nombramiento de funcionarios para que realizaran las diligencias de reubicación, la asignación de tierras y los espa-cios de residencia a la población concentrada en los pueblos se-leccionados para las nuevas re-ducciones. La mayor parte de los indígenas había sido removida en estos años, pero a lo largo de los siglos XVII y XVIII se efectuaron concentraciones forzadas en el norte novohispano y en zonas de colonización tardía.

En las congregaciones hubo di-versas implicaciones, que iban desde los cambios a la traza urba-na hasta el ajuste a nuevas reglas de convivencia. Las respuestas de la sociedad indígena frente a la po-lítica virreinal de reubicación fue-ron diversas, pero las más frecuen-tes fueron la resistencia abierta a abandonar sus lugares de origen y la exigencia de sus derechos por la posesión de sus parcelas. En muchos casos se verificó que una buena parte de la población había regresado a sus antiguos asenta-mientos, ya que las tierras que les habían asignado eran de menor calidad. Estrategias como estas continúan ejecutándose por las poblaciones que actualmente son desplazadas de manera forzada por el Estado mexicano, que en su afán por impulsar los llamados proyectos de desarrollo, justifica sus políticas demográficas para dar continuidad a la explotación de los recursos y de la gente en el territorio nacional.

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Puebla

“DESARROLLO” Y CIUDADES RURALESMilton Gabriel Hernández García ENAH-CEDICAR

El amplio debate que hay sobre el tema-problema del “desarrollo” muestra claramente que la lucha

social al respecto no se despliega exclusivamente en el terreno de las acciones, sino también en el de los conceptos y en el de la cons-trucción social del sentido. De tal suerte que la disputa constituye un campo de fuerzas que se expresa de múltiples maneras, en una are-na de conflictividad, dominio y construcción de hegemonía, resis-tencia y contra-hegemonía.

Las políticas de desarrollo que se dirigen específicamente hacia la población rural del estado de Pue-bla se enmarcan en un supuesto que se pretende hacer pasar por axioma: la dispersión territorial de los asentamientos campesinos e indígenas es la causa fundamental del “estancamiento productivo”, de su “pobreza extrema, margina-ción y rezago socio-demográfico”.

Desde esta perspectiva, un modo de vida históricamente configu-rado se considera una “barrera al desarrollo”, ya que “priva a las comunidades del acceso a los ser-vicios públicos, a la infraestructura y a las oportunidades que ofrece el crecimiento económico”.

En el documento “Proyectos estra-tégicos en materia social”, del go-bierno estatal, se establece como un eje de desarrollo la promoción de la reubicación de la población dispersa de la “zona de influencia” de los centros urbanos. Con esto se busca abatir la pobreza multi-dimensional en que se encuentra, según datos oficiales, el 64 por ciento de la población rural de este estado. Así –ya sea generando conectividad por medio del trans-porte mecanizado o reconcentran-do a la población rural en núcleos urbanos–, se pretende desplegar el modelo de desarrollo para comba-tir la pobreza como una estrategia de “desarrollo territorial rural”.

Señala un funcionario: “El gobier-no del estado propuso 50 áreas de atención como objetivo para los seis años del presente gobierno. Hicimos un análisis geo-estadísti-co para primero identificar cuáles eran las localidades que estaban en situación vulnerable por dos razones: porque están en los muni-cipios de alta o muy alta margina-ción o porque están con un grado de alejamiento de los centros urba-nos y de los subcentros de servicios (…) La iniciativa para la integra-ción del sistema microregional es una propuesta del gobierno federal a través de la Secretaría de Desa-rrollo Social, es una propuesta que elaboramos para acompañar el proyecto del gobierno del esta-

do que es el proyecto de Ciudad Rural versión Puebla”. El gobierno estatal ha anunciado desde 2011 la creación de 50 Ciudades Rurales, iniciando en el municipio de Zaut-la con el proyecto piloto.

Frente a la imposición de estos proyectos, el posicionamiento de

organizaciones como Unidad Indí-gena Totonaca Náhuatl (Unitona) ha sido claro: no existe posibilidad alguna de negociar una estrategia de desarrollo como ésta, en un es-cenario en que se atenta contra su forma de vida, sus territorios, sus sitios y rutas sagradas, las milpas agrobiodiversas y los derechos co-

lectivos de los pueblos consagrados en múltiples instrumentos jurídicos estatales, nacionales e internaciona-les. Señala un militante: “(…) Creo que el proyecto de Ciudades Rura-les pudiera ser bueno, el más bue-no o el más malo, pero me parece que tiene un detalle: no ha sido ni siquiera consultado a las comunida-

des. El mejor proyecto es malo si no se consulta a los ‘verdaderos benefi-ciarios’. Nosotros estamos plantean-do un desarrollo con autonomía de los pueblos indígenas, un desarro-llo que en ningún lado vemos que diga que queremos cambios de re-sidencia, porque no queremos dejar nuestros lugares; un proyecto de de-sarrollo donde sí queremos vivien-da, claro que sí, vivienda ecológica, pero no en otros lugares. En el tema de la Ciudad Rural no vemos la pro-puesta de cómo se van a fortalecer o a incluir los sistemas normativos de los pueblos, cómo se va a dar la impartición de justicia, o cómo se va a reforzar nuestra identidad cul-tural (…) no estamos de acuerdo en que se sigan violando los derechos de los pueblos”.

Como se puede observar, desde una perspectiva crítica, alcanzar el “pa-radigma del desarrollo” no equivale para los “subdesarrollados” (el mun-do de la periferia) aspirar a los “es-tándares de vida” de los países desa-rrollados (del centro) sino construir una forma de vida en la que no exis-ta más discriminación, exclusión y subyugación. Es decir, más que algo que tenga que ver con el atraso tecnológico y la carencia, el subde-sarrollo es entendido desde abajo como algo que tiene que ver en primera instancia con un conjunto multiforme de relaciones de poder, inclusión subordinada o subsunción y al mismo tiempo, exclusión.

Sin embargo, en el campo discursi-vo, la noción de desarrollo ocupa hoy día un papel central en las políticas de Estado y en la acción empresarial sobre mundo rural y campesino. Siempre que se trata de “atender” las necesidades de la población indíge-na y campesina, aparece la palabra “desarrollo” en medio de un com-plejo aparato discursivo. Y es que la idea de desarrollo tiene una pro-funda raíz histórica en la filosofía de la historia moderna que entendía el proceso histórico como “progreso” y que en el siglo XX configuró el supuesto de que una sociedad sólo puede aspirar a la modernidad si se inscribe en el único e inevitable ca-mino del crecimiento y la expansión de la economía capitalista.

Los pueblos y comunidades in-dígenas ya mucho saben de esto. Llevan siglos luchando y resistien-do contra la dominación. Es por ello que se sospecha que tal vez es-tas políticas de desarrollo encubren en realidad, políticas de muerte, de despojo y destrucción del modo de vida campesino-indígena. Así lo demuestra el hecho de que las Ciudades Rurales en Puebla vie-nen acompañadas de proyectos de minería a cielo abierto, presas e hidroeléctricas, a los cuales les estorba la población rural.

A partir del análisis geoestadístico, el gobierno de Puebla ha identifi cado 50 áreas de mayor aislamiento a nivel estatal, susceptibles de ser reubicadas bajo la estrategia de las Ciudades Rurales. Estas zonas son las que se encuentran a más de ocho kilómetros de un centro urbano.Fuente: Iniciativa para la Integración del Desarrollo Microregional, Sedesol, 2012.

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Puebla

NUESTRA SIERRA, SIEMPRE VERDE, HOY AMENAZADA DE MUERTEAlma Adriana Zárate Arroyo ENAH

El 6 de septiembre pasado se realizó en la cabece-ra municipal de Ahua-catlán, Sierra Norte de

Puebla, un foro de información para alertar a la población sobre las amenazas al territorio.

La convocatoria provino del Conse-jo Tiyat Tlali y participaron cerca de mil personas del propio municipio, pero también de Cuetzalan, Hue-huetla, Hermenegildo Galeana, Tetela de Ocampo, Zacapoaxtla, Za-potitlán de Méndez, Tlapocaya, Za-ragozay Zautla, entre otros, así como invitados de la ciudad de Puebla, del estado de Veracruz, del Distrito Fe-deral, y académicos e investigadores de diversas universidades. Allí, orga-nizaciones que representan la vida, la tierra y el patrimonio cultural, como la Unidad Indígena Totonaca Náhuatl (Unitona), la Pastoral Indí-gena, la Coordinadora Regional de Desarrollo con Identidad (Cordesi), Tetela Hacia el Futuro y Organiza-ción Indígena Independiente Ahua-cateca Nahua y Totonaca (OIIA) reflexionaron colectivamente sobre el plan para frenar los proyectos mi-neros e hidroeléctricos que se están imponiendo en la región.

Además de informar acerca de la construcción de hidroeléctricas que habrá en la Sierra Norte de Puebla y los daños socioambientales que implican, se alertó sobre el hecho de que estas obras son sólo parte de una cadena de “proyectos de desa-rrollo” que traerán beneficios prin-cipalmente a las empresas privadas.

Entre esos proyectos, se dijo, está la explotación de minas a cielo abierto y algo que se promueve des-de el gobierno federal: las Ciudades Rurales Sustentables, cuya justi-ficación es reagrupar a las comu-nidades que están muy dispersas y con escasas condiciones para que el gobierno las proporcione servicios. En Zautla, Puebla, ya se está cons-truyendo una.

“El agua es sagrada, no es una mer-cancía”, dijo la representante de la Asamblea Veracruzana a la Iniciati-va de Defensa del Medio Ambiente. Dio a conocer el caso de varias hi-droeléctricas que han perjudicado enormemente a las comunidades y al entorno natural en su estado.

Se dijo que ninguna comunidad está en contra del progreso, pero sí

de la destrucción, porque las em-presas tienen una vida aproximada de entre cinco y 10 años. Después de eso, se van, pero los daños para los habitantes de estas regiones son permanentes.

Las organizaciones buscan que se frene este tipo de proyectos, ya que los consideran un ataque a la vida y quieren defender su tierra, su patrimonio y sobre todo a la fuente de vida de todos nosotros, la madre naturaleza. Los compa-ñeros y compañeras de las orga-nizaciones tienen muy claro que la Sierra Norte de Puebla funge como pulmón del propio estado y además de Tlaxcala y parte de Hi-dalgo. Por eso la lucha es por no venderla, porque la tierra es de to-dos y nosotros somos parte de ella, se concluyó en este foro.

En la declaratoria final se estable-cieron las principales ideas surgi-das de la discusión:

Que el concepto de tierra, como madre, para los pueblos origina-rios, significa vida, alimentación, trabajo, espiritualidad, y que al mismo tiempo que le ofrecemos

nuestro trabajo, ella nos proporcio-na sus frutos. Nuestro territorio es el lugar donde nacemos, vivimos, soñamos y en el cual morimos.

Para los pueblos la tierra y los ríos no son una mercancía, por eso no se venden. Varias ponencias mos-traron que en contraposición a esta visión, el sistema neoliberal busca privatizar la tierra, los ríos, la luz, el agua, los bosques y la cultura. En nuestra región se muestra cla-ramente que este sistema tiene una voracidad por apropiarse de todos los recursos posibles de la Sierra Norte de Puebla, dejándonos con-taminación, destrucción de las

montañas, trayendo enfermeda-des, problemas sociales, división de las comunidades y descomposi-ción social y moral.

Es indispensable el derecho a la con-sulta, el derecho a la decisión indivi-dual de los afectados, pero sobre todo el derecho a la decisión colectiva, pues nuestro territorio no tiene un solo dueño, nos pertenece a todos.

El foro concluyó con una oración comunitaria náhuatl y con mues-tras de solidaridad entre los pue-blos que quieren seguir caminan-do en la defensa de nuestra madre tierra.

Puebla

HACER COMUNIDAD DESPUÉS DE LA DESGRACIALeopoldo Trejo

En el calendario católico el 4 de octubre está dedicado a San Francisco de Asís. No obstante, en el medio rural

mexicano la celebración del fraile está ligada al conocimiento agrícola-meteorológico y por eso hablamos del “cordonazo de San Francisco”. Con esta expresión los campesinos nombran a las fuertes lluvias que sue-len marcar el final del temporal y el inicio de los “nortes” o heladas.

Se trata de un fenómeno temido por los pueblos que habitan la Sierra Madre Oriental y su declive costero, pues con él llega el riesgo de perecer ahogados por sus aguas o sepultados por la tierra que arrastran. Así ocurrió el 4 de octubre de 1999, cuando la de-presión tropical número 11 cobró vida y luego entró en contacto con el fren-te frío número 5, lo que generó una gran cantidad de vapor de agua que habría de descargarse por espacio de cuatro días sobre la Sierra Norte de Puebla y gran parte de la región sep-tentrional de Veracruz.

Para la mañana del 8 de octubre los periódicos de Puebla hablaban de más de 200 muertes en los 35 municipios afectados en esta enti-

dad, además de pérdidas millona-rias en carreteras, siembras y gana-do; en fin, se trató de un desastre de magnitudes épicas. En esos días la lluvia no cejó en intensidad y obligó a los ríos a abandonar sus cauces, al tiempo que los cerros de desgajaban dejando caer por sus laderas avalanchas de lodo y piedra que a la postre sirvieron de sepul-tura a cientos de personas.

El municipio serrano de Pantepec, Puebla, fue triste testigo de una de las desgracias humanas más dolo-rosas. Mientras se guarecían de la lluvia en el pequeño jardín de ni-ños de la comunidad totonaca del Mixún, dos promotoras educativas y 15 pequeños fueron tragados por la tierra. Los testigos cuentan que se escuchó un tronido muy fuerte y al momento la tierra se abrió justo donde estaba la escuela haciéndola caer al fondo del enorme orificio.

Llenos de zozobra, los sobrevivien-tes del Mixún abandonaron sus casas llevando consigo todo lo que pudieron salvar, pues sabían que no habrían de regresar a sus hoga-res. Las lluvias de octubre de 1999 marcaron la desaparición de la

comunidad del Mixún. Es así que junto con el dolor de haber perdi-do a un hijo o una esposa, las fami-lias debieron afrontar el no tener un techo, no ser una comunidad.

Gracias a las redes parentales y ri-tuales que caracterizan a los pue-blos indígenas, algunas familias pudieron establecerse temporal-mente en alguna de las comunida-des totonacas que ocupan la parte oriente del municipio. Pero la es-

casez de predios para vivienda, y sobre todo la pobreza que los man-tiene sin tierra, forzó a los sobre-vivientes a esperar por los apoyos gubernamentales.

Se inició un proceso de reaco-modo poblacional que supuso la dotación de predios y casas a los damnificados. Sin embargo, la respuesta gubernamental no con-templó el reacomodo de la comu-nidad como tal; optó por integrarla

dentro de otro asentamiento ya es-tablecido. Los antiguos pobladores del Mixún pasaron a formar parte de la comunidad de Santa Cruz.

La dinámica que se genera entre la población originaria y la recién lle-gada ha distado de ser tersa. Mixún ha tenido que aprender a hacer las veces de barrio, y los pobladores originarios de la Santa Cruz se ha-cen a la idea de que ellos también son un barrio.

L os mecanismos de reciprocidad y competencia que se han generado responden a una lógica profunda común a varios pueblos indígenas de nuestro país. Conocidos como sistemas de barrios duales, estas formas de organización socio-terri-torial son buen ejemplo de cómo algunas coyunturas (el desastre y las políticas gubernamentales) son canalizadas según formas o patro-nes culturales internos. En este contexto, es muy probable que la gente del Mixún tienda a marcar las fronteras del barrio (que son de su comunidad), al mismo tiempo que sus anfitriones intentarán im-poner un sistema jerárquico donde ocupen la posición superior.

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Sinaloa

EL CENTRO INTEGRALMENTE PLANEADO DE TEACAPÁN:

CIUDAD DE ENSUEÑO EN MEDIO DE UNA PESADILLAAdriana Rodríguez Cabo Doria Maestría en Ciencias Sociales, Universidad Autónoma de Sinaloa

Cuando en algún momen-to de 2007 la administra-ción de Felipe Calderón decidió dar luz verde a lo

que pretendía ser una ciudad de en-sueño para los jubilados estadouni-denses, se desencadenó una serie de procesos, aún en marcha, en la dinámica habitual de este gobierno: todas las ganancias para políticos y empresarios, todas las pérdidas para los habitantes del lugar.

Concebido de inicio como un desarrollo turístico inmobiliario por el Fondo Nacional de Fomen-to al Turismo (Fonatur), el Centro Integralmente Planeado (CIP) de Teacapán se empezó a vender como un desarrollo que tendría el doble de tamaño de Cancún: más de 40 mil cuartos de hotel, la mayoría en reali-dad condominios; dos marinas, una de ellas para mega yates; tres campos de golf; canales para deportes acuáti-cos y un sinfín de áreas comerciales. Todo ello barnizado con una capa de sustentabilidad que reflejaba en áreas como un “centro cultural para adultos activos”, una ciclovía, gran-jas y mercados “orgánicos”, viveros y una “Universidad del Turismo”.

El sitio en el que se ubica el CIP ahora llamado Playa Espíritu (a los estadounidenses les costaba pronun-ciar Teacapán) se encuentra en el municipio de Escuinapa, en el sur de Sinaloa, en las costas del Mar de Cortés. Las dos mil cuatrocientos hectáreas que adquirió Fonatur para el desarrollo le fueron vendidas por el ex gobernador y ex secretario de Reforma Agraria, Antonio Toledo Corro a razón de 500 mil pesos la hectárea. Con esta transacción, To-ledo Corro se embolsó más de mil millones de pesos de dinero público. Al día de hoy continúa un proceso legal en el que la comunidad indí-gena de Chametla acusa al ex Go-bernador y a Fonatur de despojo de parte de sus territorios ancestrales.

Poco antes de que se hiciera el lanzamiento del CIP, la infor-mación se filtró a las personas adecuadas: empresarios pesqueros de Sinaloa comenzaron a adquirir las tierras de los ejidos colindantes con el CIP. Un caso ilustrativo de esta dinámica de especulación y acaparamiento de tierras se dio en el ejido Isla del Bosque. En junio de 2008 se intentó tener en un mis-mo día tres asambleas ejidales: en la primera se reconocería como nuevos avencidados a empresarios mazatlecos. En la segunda los avencidados obtendrían la calidad de ejidatarios. En la tercera y últi-ma se desincorporarían 600 hectá-reas de los terrenos de uso común del ejido, que serían asignadas en

parcelas a los nuevos “ejidatarios”. Todo ello en presencia del visitador de la Procuraduría Agraria. Los inconformes con el despojo se ma-nifestaron en el lugar y fueron des-alojados por la policía municipal, y comenzó entonces un conflicto que se prolongó hasta finales de ese año, teniendo como saldo final un muerto y la concreción de la venta de las tierras de uso común.

A lo largo de 2010 y 2011 se reali-zaron los trámites por parte de Fo-natur ante la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) para la obtención de los permisos ambientales para el CIP. En el ínter, se conformó una coalición de organizaciones que se oponían al modelo de desarrollo que se pretendía imponer, con los lemas: “¡Yo vivo aquí, mi opinión cuenta!” y “Otro CIP es posible”. La coalición llegó a agrupar a dos federaciones y una unión de coope-rativas de pescadores y acuicultores; dos ejidos; 34 cooperativas de pesca-dores; siete organizaciones ambien-talistas, y a varios catedráticos de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Esta coalición recurrió a los cauces institucionales y, mediante procesos de reflexión compartida en talleres, presentó una serie de propuestas a las autoridades encargadas de la eva-luación de los impactos ambientales del CIP. Finalmente, en febrero de 2011 la Semarnat autorizó la cons-trucción de la primera etapa del CIP y comenzaron las obras en el lugar.

A lo largo de todo el proceso, una preocupación se hizo manifiesta: ¿Cuántas personas llegarían a vi-vir a Escuinapa y a Isla de Bosque como resultado del desarrollo del CIP? ¿De qué servicios requerirían? ¿Cuál era la capacidad del munici-pio para atender un crecimiento exponencial de Isla del Bosque y proveerla de servicios, cuando ésta es considerada como el “pueblo de apoyo” del proyecto de Fonatur?

Hoy esas preguntas siguen sin respuesta. Se sabe que Isla del

Bosque, una localidad de poco más de cinco mil habitantes ya está creciendo por la llegada de trabaja-dores de la construcción de distin-tas partes del país. Se sabe también que la actividad agrícola del ejido se encuentra en riesgo por la cons-trucción de la marina, que, según los expertos de la región, generaría la salinización del acuífero del que depende el cultivo de miles de hectáreas de chile y tomate. Se sabe también que el agua disponi-ble para consumo humano en la región es ya insuficiente y que el CIP tendrá garantizado su consu-mo por sobre cualquier otra consi-deración. Se prevé el crecimiento de Isla del Bosque, que pasaría de ser un pueblo habitado por pesca-dores y campesinos, a una ciudad mediana de migrantes que lleguen a trabajar a la ciudad de ensueño. Una reedición de Cancún y sus cinturones de miseria. Pero del do-ble de tamaño.

Mientras tanto, Fonatur y las au-toridades estatales y municipales blindan el proyecto. En estos días se discute el Plan de Desarrollo Ur-bano de Isla del Bosque cubriendo las formalidades de la consulta, pero sin asegurarse de que la po-blación del lugar pueda participar en los procesos de manera infor-mada, de la misma manera en que transcurrió la consulta del CIP.

A lo largo de todo este proceso ha quedado claro que los cauces ins-titucionales para la participación social son insuficientes. En lo que se refiere a impacto ambiental, porque aun y cuando haya dispo-sición y reflexión social sobre los aspectos técnicos de una obra, la autoridad no está obligada a con-siderarlos. Y en lo que se refiere a la posibilidad de transformar una localidad rural en una ciu-dad mediante la reconfiguración del territorio asociada a un mega proyecto, porque simple y senci-llamente, en México no evalua-mos los impactos sociales. Ahí las tareas pendientes.

Miguel Meza Castillo

El programa de vivien-da de la Unión de Cooperativas Tose-pan Titataniske bus-

ca “que los socios tengan una vivienda sustentable, donde también produzcan y consuman alimentos sanos”, dice su asesor Álvaro. Se trata de dotar a los campesinos de la organización de viviendas en las que puedan habitar con tranquilidad y segu-ridad y que sean ahorradoras de energía, aprovechen el agua de lluvia y cuenten con espacios para producir alimentos sanos para la familia, es decir que sean viviendas dignas y sustentables.

Es significativo su avance: en sólo seis años se han benefi-ciado cuatro mil del total de 19 mil socios; destaca que el programa se ha sustentado en la participación y organización co-munitaria. “Para tener acceso, uno tiene que ser activo, partici-par en las reuniones y estar orga-nizado y no disperso”, dice An-tonio, miembro de la Tosepan,

Aunque el programa, como varios otros de Tosepan, opera recursos gubernamentales, las decisiones son tomadas por el colectivo y se orientan por los objetivos definidos por la organi-zación. La cooperativa de ahorro y préstamo Tosepantomin es res-ponsable del manejo de los re-cursos del programa; la Tosepan Toyektanemililis se encarga de adquirir, producir y distribuir los materiales de construcción; la Tosepan Ojtesentkitinij produce accesorios de bambú y madera, y la Tosepan Pajti impulsa eco-tecnias como estufas ecológicas y huertas familiares. Y están los supervisores de vivienda, res-ponsables de la buena construc-ción. Así, el programa ha poten-ciado el trabajo colectivo con un enfoque integral y sustentable.

Iniciado en 2006, este programa es uno de los ejes de un modelo de desarrollo rural impulsado por la Tosepan, cuya estrategia es la diversificación de actividades, en la que participan de forma coordinada las ocho cooperativas que la conforman, y donde se articulan diversos programas en-focados al uso adecuado y susten-table de los recursos financieros y naturales de la región.

El fondo financiero del programa está integrado por el ahorro de los socios; el crédito, que es pro-porcionado por al caja de ahorro y préstamo, y los subsidios, prove-nientes de la Comisión Nacional

de la Vivienda (Conavi). Estos dos últimos componentes dependen del ahorro del socio, lo cual crea un círculo virtuoso que potencia los recursos. La sustentabilidad ocurre así en lo financiero, pero también en lo social, pues el pro-grama induce a que cada vez más personas ahorren. “Muchos que no eran socios le entraron a la or-ganización por el interés del cré-dito para vivienda”, dice Álvaro.

Así, al tiempo que ha crecido el número de beneficiados con vi-vienda, se ha elevado el de aho-rradores. En 2007 los socios de la caja de ahorro y préstamo eran seis mil cien y en 2012 suman 18 mil 900, lo que ha fortalecido la base social de la Tosepan. Este ascenso se atribuye también “a las tasas de interés que se paga por el ahorro y porque el servicio de pago de remesas les interesa, y como ven que el servicio es bueno y confían en la organiza-ción algunos dejan sus remesas como ahorro”, dice Álvaro.

La construcción de vivienda se sustenta en buena medida en el uso de materiales de la región –lo cual permite reducir costos-, aunque también se usan materia-les industriales. El responsable del área de materiales de la zona comenta: “En la región hay ban-cos de materiales y lo que hace-mos es buscar los más cercanos para surtir más rápido y más bara-to, pero además la gente los pre-fiere porque los conoce. Algunos prefieren la grava de piedra de cerro por costumbre, pero otros la que se produce con piedra de río porque no tiene salitre y la casa tiene un ciclo de vida ma-yor, pues el salitre pica la varilla”.

Cada socio participante en el programa decide qué tipo de casa quiere y elige los materiales. Pero los supervisores desempe-ñan un papel muy importante, pues sugieren la buena orienta-ción de la vivienda para aprove-char la luz natural; la buena ven-tilación para evitar la humedad, y el uso de ecotecnias, como los biodigestores para tratar el agua, aditamentos para aprove-char el agua de lluvia, estufas ecológicas ahorradoras de leña y huertos familiares y corrales de gallinas y guajolotes para la producción de alimentos sanos. El programa de vivienda es par-te de una modelo de desarrollo rural sustentable que respeta los modos de vida de los integrantes de las comunidades nahuas, to-tonacas y mestizas que son parte de la Tosepan Titataniske.

Puebla

EL PROGRAMA DE VIVIENDA DE LA TOSEPAN TITATANISKE

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San Luis Potosí y Querétaro

ENTRE EL HAMBRE Y LOS HURACANES: REACOMODOS Y RELOCALIZACIONES DE LAS COMUNIDADES PAMESMarco Antonio García Hernández Maestría en Desarrollo Rural, UAM-X

El patrón de poblamiento. Uno de los debates más interesantes en torno a los pames o xi´oi –pueblo

originario que actualmente se ubica en el estado de San Luis Potosí y en una pequeñísima fracción del norte de Querétaro– es el de su patrón de asentamiento o poblamiento. Ejerci-do históricamente como estrategia de adaptación ante los profundos cambios acaecidos tras la imposición del modelo sociopolítico importado por la colonización, quizá sea más adecuado verlo, por lo menos des-de la segunda mitad del siglo XX, como consecuencia y condición del presente modelo capitalista que im-pacta sobre los proyectos de vida de los pueblos indígenas del país.

Un ejemplo de esta influencia ne-gativa es el repoblamiento del nor-te de Querétaro, a raíz tanto de la irrupción de fenómenos atmosfé-ricos como de la falta de mecanis-mos económicos para enfrentarlos en los años recientes, y ya desde la década de los 60s.

El hambre y los huracanes. Los pames de la región queretana mi-graron en los años 50s desde Santa

María Acapulco. El mayor número de pames se registra en la región de Tancoyol, municipio de Jalpan de Serra. Los “pames viejos” recono-cen a Santa María Acapulco como la cuna de la pamería. Lo anterior se desprende del relato de don Ni-cho, recabado en 2002 por los an-tropólogos Diego Prieto y Alejan-dro Vázquez en la localidad de las Nuevas Flores: “Casi los más viejos no somos de aquí, somos más bien del otro lado del río Santa María, de la mera mata, allá están nuestros papás y abuelos enterrados, allá es-tán nuestros tíos y familiares, yo viví allá como 10 años, luego se puso difícil la cosa y me vine a trabajar para Tancoyol, acá, cortando caña”.

El relato referido por don Nicho, se complementa con el de otro pame, don Juan Martínez, vecino del ejido de Santa María Acapulco, quien me confío las vicisitudes de los años 50s en la zona: “Tristemente hemos pa-sado en aquel tiempo, cuando em-pezó uso de la razón de mi propia persona; empecé de saber cuál es el sufrimiento y la ternura de anterior desde año 1950, dicen de la gente que hubo un fracaso. Tan fuerte y tristeza por la sequías que hubo más

de cuatro años duró y no ha llovi-do nada, absolutamente y se acabó aguas de las presas y los artesianos se secaron y los vecinos de las comuni-dades sufrieron con crueldad de sed y hambre (…) y por cual motivo que se aprovechan a la gente porque no hay maíz (…) y algunos por nece-sidad ser un trueque de un kilo de frijol con un petate, y nadie va decir que no, porque hambre son muy fuerte. (También) Hubo un tormen-ta como ciclón que se cayó como media noche el mes de septiembre año 1955 que cuando se cayó tor-

menta tropical lo tumbaron cerros y montes y el cerro de la comunidad Mezquital se lo tumbó y se corrió un señor Félix Morales vecino de Mezquital y ese tiempo también se fue mucha gente para Querétaro”.

Como se puede apreciar, el despla-zamiento hacia Querétaro, estuvo condicionado principalmente por el hambre, derivada tanto de las condiciones sociales de margina-ción y exclusión, como por la de-vastación provocada por la sequía prolongada y le llegada de un hura-

cán a la zona. Sin embargo, tal mo-vilidad no fue del todo arbitraria, ya que dicho territorio era histórica-mente recorrido por los pames en sus andanzas de recolección y caza para la subsistencia. La reducción en pueblos y ejidos desarrollada a partir de la colonización, cuarteó la dinámica territorial pero no rompió con la experiencia del espacio.

Hablar de los pames sin los pames resulta ya un ejercicio académico insuficiente, y francamente retro-grada. En Querétaro, hasta hace algunos años, muy pocas personas sabían de la existencia de los pames, de hecho no existían en el censo de población como tales. En San Luis Potosí, tuvieron que ser arrasadas fa-milias enteras y casas completas por el huracán Gert en 1993, para que su presencia aflorara entre la socie-dad potosina. Actualmente, los pa-mes se enfrentan no sólo a los hura-canes, sino a un modelo económico que los deja sin opción, a la filosofía del desarrollo económico imperan-te que espera que el hombre de las sociedades no capitalistas comience por convertirse en hombre “desarro-llado” antes de gozar de las ventajas de una economía “desarrollada”.

Chihuahua

LOS RARÁMURI Y SUS ESTRATEGIAS DE ASENTAMIENTOIsmael Mejía Hernández ENAH

A principios de este año los medios de comunicación difundieron una noticia estremecedora: los rará-

muri se estaban suicidando por la falta de alimentos propiciada por la sequía persistente por años en la sierra Tarahumara. Sin embargo, quienes hemos estado allí, sabemos que es prácticamente imposible que los rarámuri actúen así; si hay un grupo que ha logrado sobrevivir a las inclemencias de la naturaleza es el de ellos, y aunque las caracte-rísticas de la sierra son complicadas para vivir –por el suelo quebradizo que dificulta la siembra y lo acci-dentado de las montañas– los rará-muri han podido ocuparla como su hábitat durante siglos, desarrollan-do múltiples estrategias sociocultu-rales para ello.

Una de esas estrategias es su pa-trón de asentamiento disperso: debido a la escasez de planicies o mesetas lo suficientemente amplias en la sierra para estable-cer una población grande, donde además se pueda sembrar, los ra-rámuri han optado por establecer-se en pequeñas planicies donde

habitan dos o tres familias. Un ejemplo es el municipio de Bato-pilas, Chihuahua; allí la mayoría de la población es rarámuri, y de acuerdo con el Segundo Conteo de Población y Vivienda, del Ins-tituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), de las 569 localidades existentes, 52 por cien-to están conformadas por una o dos viviendas, donde habita 12.71 por ciento de los rarámuri; el otro 87.28 vive en localidades de tres o más viviendas.

Aunado a esto y debido a las con-diciones extremas del clima –en lo alto de la sierra el termómetro alcanza en invierno hasta 20 gra-dos centígrados bajo cero y en las barrancas en verano hasta 40 grados centígrados–, los rarámuri desarrollaron la movilidad estacio-nal: en época de lluvia se trasladan a lo alto de la sierra, donde además aprovechan para sembrar, y en in-vierno bajan a las barrancas.

Con estas condiciones naturales propias de la sierra, los rarámuri han construido toda una cos-movisión y estructura social a lo

largo de su historia, adaptándose y modificando lo que consideran necesario para su permanencia como grupo.

Tienen preferencia por vivir alre-dedor de la familia nuclear y en ocasiones la familia extensa, desde donde tejen sus relaciones sociales cotidianas. A partir del núcleo familiar, se reparten los roles que han de desempeñar cada uno de sus integrantes en las actividades económicas, laborales y sociales.

No obstante la distancia física que implica vivir en rancherías, y que podría poner en riesgo su cohesión como grupo y/o comu-nidad, han establecido las teshui-nadas: reuniones entre miembros de diferentes rancherías para ayuda en el trabajo particular de quien convoca –armar una cerca, construir una casa o recoger la cosecha– y para ceremonias de curación o religiosas –como Se-mana Santa o 12 de diciembre–, donde además realizan bailes de matachín y pascola o trabajos comunales como arreglar la igle-sia o abrir un camino y donde se

toma y comparte una bebida de maíz fermentado, conocida como teshuino.

Ahora bien, este patrón de asen-tamiento ha significado un dolor de cabeza para los chabochi (hom-bres blancos), quienes a lo largo de la historia han pretendido con-centrarlos en un solo lugar para evangelizarlos, obtener fuerza de trabajo, llevarles programas asis-tenciales o “acercarlos a los bene-ficios de la modernidad”, sin con-seguirlo o al menos no del todo.

Y es que, si bien es cierto que este patrón de asentamiento ha dificul-tado al Estado mexicano llevarles servicios básicos como asistencia médica, escuelas, electricidad, agua entubada, también es cierto que el contacto con los chabochi ha sig-nificado para los rarámuri que se apropien de sus mejores tierras de cultivo, que les impongan un mé-todo curativo ajeno al suyo, un for-mato de educación en su mayoría ajeno a sus necesidades y un sistema legal de justicia diferente a sus usos y costumbres. De ahí que muchos de los programas sociales que se han implementado para los rarámuri tengan resultados escasos, porque si bien en el discurso son incluyentes e integrales con su cultura, al mo-mento de llevarlos a la práctica úni-camente quedan en discurso.

Esto ha provocado que los rarámu-ri hayan encontrado en su patrón de asentamiento una manera de alejarse de las instituciones de los chabochi, aunque ello implique establecerse en las peores tierras para cultivo de la sierra, donde las condiciones son más ásperas para la vida humana.

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Sonora

UN NOMADISMO SILENCIADOLA SEDENTARIZACIÓN COMCÁACSofía Medellín Urquiaga y Mauricio González González ENAH / CEDICAR AC

Cuenta un mito com-cáac (seri), que en el origen no existía tierra ni vida. Fue Hant Caai,

“El que hizo la tierra”, quien creó a los animales terrestres y acuáti-cos, pero al inicio los puso en una gran panga en el mar. Más tarde creó una tortuga marina para que le ayudara a formar la tierra, Hant Quizim, “El que endurece la tie-rra”, quien volvió la tierra firme. Sin personas ni plantas sobre ella, Hant Caai creó primero un gran árbol de torote, material presente en las ca-nastas seris que ayudó a secar la tie-rra, y después dio vida a un hombre, una mujer y un caballo, a quienes puso bajo el árbol. Eran gigantes; Hant Caai pobló la tierra con gigan-tes. El rastro material de este pue-blo se puede fechar hasta dos mil años atrás, donde diferentes bandas recorrían, de acuerdo con las tem-poradas del año, un territorio que se extendía desde Puerto Lobos hasta bahía de Guaymas, que se ampliaba tierra adentro hasta el valle de Her-mosillo, en el actual Sonora.

Fue en el virreinato cuando ini-ció el proceso de sedentarización de este pueblo, con expediciones militares desde el siglo XVII, con éxito fue relativo, al enfrentar a un pueblo guerrero constituido por numerosas bandas. No obstante, el trabajo religioso logró establecer algunas misiones, destacando la gestión del jesuita Eusebio Kino, cuyo primer contacto documenta-do fue realizado en 1685, en una expedición que exploró la costa sonorense y la Isla Tiburón –a la que llamó Punta de Tiburones– y un brazo de mar al que nombraron El Sacramento, hoy estero Santa Cruz, donde observaron campa-mentos comcáac.

La cualidad de pueblo recolector, cazador y pescador les permitió mantener su presencia nómada en la parte de la costa durante toda la Colonia, mas algunos grupos fue-ron congregados en tres poblados al noroeste de Hermosillo: en Santa María del Pópulo, Nacamerí y Án-geles. Y si bien se indujeron prác-ticas ganaderas y oficios propios de los conquistadores, frecuentes fricciones, saqueos y sublevaciones dieron cuenta de su férrea resisten-cia, lo que motivó a que se ordenara su traslado forzado a México, que condujo a una desbandada seri que retomó las estrategias estacionales de manutención, con eventuales ataques a ranchos y misiones, en-frentamientos que configuraron la política de exterminio que en dife-rentes fases recorrió la región desde

el siglo XVIII hasta principios del siglo XX, después de la Revolución.

Esta guerra tuvo varios frentes que, paralelamente, inició diferentes tipos de apropiación territorial. A finales del siglo XIX comenzó en la costa la actividad pesquera, fundada en especies como la emblemática totoaba y el tiburón, cuyo principal mercado era Estados Unidos. Para 1930 la población comcáac se cal-culaba en un total de 175 personas, asentadas en algunos campamentos entre Bahía Kino y la Isla Tiburón, quienes poco a poco tuvieron ma-yores intercambios con pescadores y empresarios turísticos que se esta-blecieron en Bahía de Kino.

A mediados de los años 30s co-menzó la política de organización

cooperativista, que los comcáacaprovecharon fundando en 1938 la Sociedad Cooperativa de Pescado-res de la tribu Seri, SCL, que lidió con las condiciones desfavorables que ofrecía Kino, lo que motivó en mucho que en 1941 se tomara una decisión drástica: emigrar a El Desemboque, al norte de Kino.

La política indigenista tuvo su anverso en el trabajo misione-ro del Instituto Lingüístico de Verano, que reinició la evangeli-zación de la zona. Como era de esperarse, esto motivó conflictos que se tradujeron en la división del poblado, siendo los no conver-sos quienes decidieron emigrar y fundar Punta Chueca, al sur del Desemboque. Los trabajos del Instituto Nacional Indigenista (INI) en los años 50s consolidaron los servicios en ambos poblados que, incluso a inicios del presen-te siglo, se hacían cargo de llevar agua a Punta Chueca.

Los conflictos con el gobierno se avivaron cuando en 1963 decreta-ron la Isla Tiburón como Reserva Natural de Refugio de Fauna Sil-vestre, prohibiendo a los comcáachabitar en ella, afrenta mayor, pues no sólo había sido su refugio durante la guerra de exterminio, sino es a la fecha lugar sagrado, “de fuerza”. La demanda de los se-ris sobre su territorio logró en 1970 la dotación de una extensión de 91 mil 322 hectáreas como ejido y, en 1974, la asignación del Canal del Infiernillo como zona de exclusi-vidad pesquera comcáac; pero fue hasta 1975 cuando la tenencia de la Isla Tiburón les fue reconocida como posesión comunal (120 mil 756 hectáreas, la ínsula más gran-de del país).

Fue en ese periodo cuando se consolidaron los poblados com-cáac mediante una serie casas de interés social que las más de las veces sólo fueron ocupadas como bodegas, siendo los traspatios el centro de convivencia y dormito-rio idóneo para las condiciones desérticas. Actualmente las ac-ciones de promoción al desarrollo son llevadas por la Comisión Na-cional de Áreas Naturales Prote-gidas (Conanp) y por la Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI). Estas instancias intentan ofrecer, sin mucho éxito, alternativas productivas a la pesca altamente impactada. La inno-vación en esta sedentarización comcáac hoy está de la mano de un proyecto de servicios turísticos que ofrece cabañas rústicas en El Desemboque, intentando con ello, bajo decisión propia, la pre-servación de su territorio.

Evento: Seminario de Actua-lización Crisis, Seguridad y Soberanía Alimentaria.Orga-niza: Asociación Mexicana de Estudios Rurales, A.C. (AMER). Lugar y fecha: Instituto de Inves-tigaciones Económicas (IIEc) e Instituto de Investigaciones An-tropológicas (IIA) UNAM. Circui-to Mario de la Cueva, s/n, Zona Cultural, Ciudad Universitaria, México DF. Del 31 de agosto al 5 de octubre de 2012. Infor-mes: http://www.amer.org.mx/

Evento: Día Nacional del Maíz. Organiza: Campaña Sin Maíz no hay País. Lugar y fe-cha: Zócalo, Capitalino. 29 de septiembre de 2012. A partir de las 15:00 horas. Informes: http://

www.sinmaiznohaypais.org/

Evento: Día Nacional del Maíz. Organiza: Varias organizacio-nes. Lugar y fecha: Mazatlán Vi-lla de Flores, Oaxaca. Explana-da Municipal. 29 de septiembre de 2012. 10:00 horas.

Libro: Quetzaltlahtolli: Pala-bra Náhuatl contemporánea. De: José Concepción Flores Arce, Xochime.

Evento: Coloquio internacio-nal “La Antropología social en el siglo XXI”. Organiza: Li-cenciatura en Antropología So-cial, de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Lugar y fecha: Auditorio Román Piña Chan, ENAH, del 1 al 8 de octubre de 2012. Informes: [email protected] y www.enah.edu.mx

Libro: Movimientos indígenas en la Sierra Norte de Puebla. Una historia contemporánea. De Gabriel Hernández García. Editorial: Navarra y CEDICAR. Presentación: 3 de octubre, 14:00 horas. Lugar: Auditorio Román Piña Chan, ENAH

Libro: Los grandes proble-mas nacionales. Coordinado por Armando Bartra. Editorial ITACA. Presentación: 5 de oc-tubre, 14:00 horas. Lugar: Audi-torio Román Piña Chan, ENAH

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Distrito Federal

LAS MALVINAS, EN XOCHIMILCOJuan Carlos Loza Jurado [email protected]

San Ignacio Tlachiutepec, en la delegación Xochi-milco, es un asentamien-to con una historia añeja

pero tiene en la organización de sus habitantes 30 años claramente registrados. Ubicado en la zona de montaña de esta delegación sure-ña, el referente inmediato de los paseos en trajinera y la producción de la chinampa cede ante la reali-dad por la aparición, a los costados de la carretera Xochimilco-San Pa-blo, de un buen número de asen-tamientos denominados “irregu-lares” o “fuera de casco urbano”. Sobre las laderas de los cerros y terrenos circundantes surgen los parches a base de cemento y mo-nobloc que claramente identifican la urbanización que se va haciendo en estos sitios.

Sin embargo, don Mario, senta-do en el patio de su casa mientras muestra fotografías de los trabajos comunitarios del paraje en la dé-cada de los 80s, nos cuenta que la historia de Tlachiutepec es distinta. Señala que las 109 familias censa-das en esta colonia tienen sus raíces en San Andrés Ahuayucan, a es-casos diez minutos de ahí. Cuenta que a fines de los 20s e inicios de los 30s, sus abuelos fueron los promo-tores de los bienes comunales para establecer los límites entre cada poblado, “pero lejos de resolver los problemas, en aquella época lo que ocurría es que los pueblos vecinos sólo se agarraban a balazos”.

Eso, a pesar que existía documen-tación –de la cual tiene copias, asegura– como la Cédula Real del siglo XVIII, donde los españoles reconocían a la gente común de Ahuayucan, a los comuneros. En tal documentación se marcan los distintos parajes que conformaban el antiguo territorio de San Andrés y del cual Tlachiutepec era uno de ellos. Nunca se arregló nada porque no hubo quien representara los inte-reses del pueblo. Los límites comu-

nales de San Andrés llegaban poco más allá de San Francisco Tlane-pantla, hasta el monte, pero con el tiempo Tlalnepantla y Cuauhtenco se fueron ampliando. De Ahuayu-can ya nadie se interesó por lo co-munal, pues los vecinos prefirieron ser pequeños propietarios.

Don Mario recuerda que, heren-cia de sus abuelos, la documen-tación pasó a manos de su papá, pero fue su mamá, doña Ignacia Millán –bisnieta de Placido Oliva-res, segundo subteniente de Zapa-ta en Tlatenango, Morelos–, quien reinició la lucha por recuperar las tierras comunales.

Fue así como la gente del pueblo que no tenía tierra propia para vi-vir apoyó a doña Ignacia, quien a finales de los 70s empezó a mover-se en los tribunales para recuperar la tierra, pues además aparecieron “dueños” que ya empezaban a fin-car casas de fin de semana.

También don Eusebio y su esposa, que atienden su negocio semifijo de quesadillas junto a la primaria a pie de la carretera, recuerdan cómo en aquellos años los fines de sema-na doña Ignacia voceaba en el pue-blo e invitaba a la lucha para recu-perar la tierra. Ellos, que no tenían casa propia en Ahuayucan, se ani-maron y –ya sea dejando a sus hijos encargados, o cargando con ellos– asistían a las marchas y visitas a los tribunales para hacer presión junto con los demás vecinos. Recuerdan cómo cerca de donde ahora está la escuela primaria “Agustín Banda Sevilla” y el kínder “Callialtepetl” había una cabaña donde carros lujosos llegaban para hacer sus co-midas los fines de semana. Eran tiempos de lucha, dicen.

Parte del paisaje actual de Tla-chiutepec son las casas de tabicón, algunas con acabados y techos de losa, otras más con techos de lá-mina. Existen también algunos

andadores sin asfaltar y otros más con huellas ecológicas, pero algo que se observa en todos los accesos a las viviendas, o lo que podríamos interpretar como algunas esqui-nas de la colonia, son los tambos metálicos de 200 litros, donde, de acuerdo con una programación, la delegación Xochimilco les lle-va agua potable a los vecinos. Es donde el tandeo de agua se reparte en los sitios considerados fuera del Programa de Desarrollo Urbano.

En su recuento de lo logrado en 30 años, don Mario señala primero cómo se recuperaron nueve hectá-reas en los tribunales agrarios por medio de una sentencia, y llegado el momento debieron decidir entre ser comuneros o pequeños propie-tarios. Optaron por lo segundo. Cuenta cómo se repartió la tierra de acuerdo con las leyes agrarias y detalla también que a los vecinos de San Andrés –compañeros de la lu-cha– que tenían más de cinco años viviendo en el pueblo se les entregó un pedazo de tierra para vivir.

Calcula que están ocupadas ac-tualmente aproximadamente dos hectáreas. Rememora cómo en aquellos años, cuando tomaron la tierra, los pobladores de las comu-nidades vecinas los enfrentaban y los acusaban de paracaidistas e invasores, a lo que siempre ataja diciendo que tiene en su poder las sentencias de los tribunales agra-rios y que son originarios de Ahua-yucan. En esos años les quemaban sus casas y se enfrentaban con pie-dras. Producto de esas luchas, y en el contexto de la guerra que inició en 1982 entre el Reino Unido y la república de Argentina por las islas Malvinas, los vecinos de Tlachui-tepec también adquirieron ese sobre nombre para su paraje, que aún hoy día es más popular que

San Ignacio. Recuerda que para Tlachiutepec la lucha de las muje-res fue trascendental y tuvieron su “dama de hierro”.

Fruto de la lucha y cooperación en-tre vecinos, están la sala de juntas, la cancha de basquetbol y el área de juegos infantiles. Colocaron la tu-bería para el drenaje listo sólo para conectarse. Cuentan con terreno para un tanque de almacenamien-to, así como áreas forestada, refores-tada y por reforestar en el cerro Te-petlitic. Entre vecinos hicieron las banquetas, guarniciones y la capilla de San Ignacio que, en honor de doña Ignacia, celebran cada 31 de julio. Para su fiesta patronal reciben las “promesas” de colonias vecinas y se organizan bailes.

Don Mario recuerda cada gestión: por la luz, el teléfono, la compra del transformador y las escuelas, pero sobre todo los trámites para obtener el uso de suelo, la alinea-ción y el número oficial, pues ello significaba tener acceso al agua potable domiciliaria y el drenaje. Gestiones que, claramente señala, se detuvieron en su paraje desde que las administraciones delega-cionales cambiaron en 1997. Han avanzado en todo lo que marca la ley, pero siguen atorados. Parte de su lucha es también contra la corrupción, pues dice que ellos han respetado el convenio de cre-cimiento cero firmado de manera mancomunada con anteriores ad-ministraciones, pero la propia De-legación Xochimilco ha favorecido el crecimiento de más asentamien-tos alrededor de San Ignacio –y en otros poblados– al no actuar y apli-car la ley. Finaliza diciendo que “la ley es para quien puede pagarla, la ley se la aplican a los pobres, pero a los que tienen dinero y la pagan a esos no les afecta la ley”.

PasosUn día los rurales llegaron de nuevo a la ciudad del lago.

En bola, se entiende, porque ya estaban allí como sombras y retales humanos desde hacía tiempo.

Llegaron en bola pisando las calles. Pisando fuerte las calles.

Llegaron en bola. Con pancartas, banderas, volantes.

Las calles centrales tomaron sus huellas de pies desnutridos, cansados, con grietas, de pies campesinos.

Pisaban fuerte, muy fuerte, esos pies esas calles del centro.

Ya eran tiempos globales.

Pedían, recuerdo, lo realmente absurdo: tierra, libertades, alimento.

Que no a las trasnacionales –decían–, tampoco al sometimiento.

Que precios libres de cuota, que nada a los monopolios.

La bola desembocó en el Zócalo por Madero.

No eran cientos: eran miles los rurales llegando al centro del centro.

Bien recuerdo. Ya eran tiempos globales y pedían lo imposible:

Que educación para todos, que libertad a los presos; que autogobierno del pueblo y no sé cuántos inventos.

Ya eran tiempos globales y aún pisaban el centro.

Julio Moguel, Alebrijes y otros poemas, Editorial Juan Pablos.

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Don Mario, testigo de la historia de Tlachiutepec.

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Argentina

RECUPERAR TERRITORIOSDarío Aranda

La multinacional italiana Benetton posee en la Pa-tagonia Argentina 970 mil hectáreas, el equi-

valente a 48 veces la superficie de la ciudad de Buenos Aires. Es el mayor terrateniente del país. En 2007, un matrimonio del Pueblo Mapuche (Atilio Curiñanco y Rosa Rua Nahuelquir) decidió recupe-rar su territorio ancestral y, en una acción inesperada para el poder político y empresarial, se instaló en 535 hectáreas en el corazón de las estancias de los hermanos Carlo y Luciano Benetton.

En la década reciente, los pueblos originarios de Argentina han recu-perado –mediante la acción direc-ta– 240 mil hectáreas de territorios ancestrales. Estaban en manos de la multinacional Benetton, empre-sas mineras, grandes estancieros, Ejército y Gendarmería Nacional.

Los pueblos indígenas de Argenti-na fueron despojados de la mayo-ría de sus territorios en campañas militares que se iniciaron en 1879, políticas de Estado que se ejecuta-ron bajo el nombre de Campaña del Desierto (aunque no era de-sierto, sino un lugar habitado des-de hacía generaciones).

La decisión había sido introducir nuevos territorios al mercado capita-lista, para cría de ganado, agricultu-

ra y extracción de madera. Aunque en menor magnitud, con el paso del tiempo el desalojo de comunidades indígenas nunca se detuvo.

El Consejo Asesor Indígena (CAI) es una de las organizaciones refe-rentes de la lucha del Pueblo Ma-puche. En la década de los 80s, a fuerza de movilizaciones y debates lograron una legislación provincial de avanzada (Ley 2287). Los pun-tos más novedosos eran la expro-piación de tierras para entregar a las comunidades y la investigación histórica del despojo territorial, con posterior restitución.

Luego de diez años de insistir por la vía administrativa, con exiguos resultados, en 1997 un trawün (asamblea) decidió avanzar con recuperaciones territoriales, accio-nes directas.

Entre 1987 y 1989 realizaron reafir-maciones territoriales (asambleas donde se remarca la pertenencia a un lugar) en 30 mil hectáreas de la provincia sureña de Río Negro. En 2000 se produjo la primera recupe-ración, de la Comunidad Casiano-Epumer, ocho mil hectáreas que había usurpado un empresario y terrateniente local. Entre 2002 y 2005 se avanzó sobre otras 30 mil hectáreas, siempre en manos de grandes empresarios. Hasta enero de este año, y con una veintena

de casos, el Pueblo Mapuche de la provincia de Río Negro llevaba recuperadas 160 mil hectáreas.

La Confederación Mapuche de Neuquén (CMN) tiene cuatro décadas de historia en las reivin-dicaciones del Pueblo Mapuche de la provincia de Neuquén, en el sur de Argentina. Aunque en la actualidad los mayores conflictos territoriales se dan por la avanzada de empresas petroleras, mineras y estancieros, lleva recuperadas 73 mil hectáreas. En 1995 comenzó

con la mayor acción de recupera-ción, en un predio llamado Pul-marí, que había sido apropiado por el Estado luego de la Campaña al Desierto, expropiado por el primer gobierno peronista (1946) y una de las mayores estancias, transferida al Ejército.

En el lugar siempre permaneció un cementerio indígena. Éste y arte ancestral en piedras confir-man la pre existencia indígena. El Pueblo Mapuche siempre exigió a devolución territorial.

Luego de reiterados reclamos, la CMN recuperó 70 mil hectáreas,incluidas diez mil que estaban en manos del Ejército. Nueve comuni-dades, 900 familias, tres mil 500 per-sonas, volvieron a territorio ancestral.

La mayor parte de las recuperacio-nes territoriales se dieron en el sur del país, pero hay excepciones en el extremo norte. Formosa es una de las provincias más pobres del país, con un gobernador feudal (Gildo Insfrán) que se mantiene desde hace 25 años en el poder. En

CARTA ABIERTA A LA COMUNIDAD DE ECOSURLos medios de comunicación masiva de alcance nacional y estatal no han dado la cobertura sufi ciente y necesaria para que la ciudadanía se forme una opinión y tome posiciones preven vas sobre la ola de violencia y terror que ha en-vuelto desde hace varios meses al municipio de Tacotalpa (Tabasco), y otros aledaños del mismo estado y del vecino Chiapas.

Primero, el pasado 27 de abril, ocurrió el asesinato de cua-tro niños de la comunidad de Villa Luz (Tabasco), de edades entre los siete y diez años que obligaron al emplazamiento del ejército en el poblado de Tapijulapa. Resurge ahora con seis personas jóvenes y adolescentes desaparecidas en las úl mas dos semanas, de las cuales tres fueron encontradas ultrajadas y asesinadas. Entre ellas, nuestra querida compa-ñera, la bióloga Durvin Ramírez Díaz, encontrada sin vida el viernes 31 de agosto, después de cuatro días de desapare-cida. Ella fue secuestrada cuando se dirigía, a pie y en trans-porte colec vo rural, a impar r un taller en el ejido La Pila. Durvin se desempeñaba como técnica de campo en proyec-tos relacionados con la Universidad Intercultural del Esta-do de Tabasco (UIET) y ECOSUR. Era madre de dos niños de edad escolar de primaria y esposa de nuestro querido amigo Carlos Jiménez Aranda (Charly), inves gador y docente de la UIET, a quien acompañamos en su dolor y apoyaremos en su duelo.

Nosotros, académicos de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT), de la Universidad Intercultural de Chia-pas (UNICH), de la Universidad Autónoma Chapingo (UACH), de la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH), de la UIET y de ECOSUR, integrantes del proyecto CONACYT-FORDECYT 143303 “Ges ón y estrategias de manejo sustentable para el desarrollo regional en la cuenca hidrográfi ca transfron-teriza Grijalva”, expresamos nuestra profunda indignación por los hechos ocurridos, nuestro dolor por las familias de las víc mas, y nuestra impotencia por no poder acompañar libremente en sus esfuerzos de desarrollo a los miembros de las comunidades con las que colaboramos desde hace dos años, dejándolas en su marginación ancestral, en la insegu-ridad y el terror.

Además de echar por erra los avances que en materia de desarrollo regional sustentable se hayan logrado mediante el ecoturismo y otros programas asistenciales en años recien-tes (Tapijulapa pertenece al Programa Pueblos Mágicos), los hechos ocurridos vulneran gravemente los avances obteni-dos en la capacitación local por el proyecto FORDECYT Cuen-ca Grijalva, con la par cipación de numerosos miembros de las ins tuciones arriba citadas y de la población de ocho co-munidades de los municipios de Tacotalpa (Tabasco) y Hui u-pán (Chiapas). En la región alta de la cuenca Grijalva, en los municipios chiapanecos de Motozintla de Mendoza y Maza-pa de Madero, también se han presentado recientemente in-cidentes graves de inestabilidad social por inconformidades electorales que impideron el libre acceso al área por varios días. Igualmente, los medios nacionales y estatales omi eron informar a la ciudadanía sobre estos bloqueos.

Denunciamos ante las autoridades responsables las condi-ciones de inseguridad y de desinformación que afectan a gran parte del país, pero en par cular a las regiones en las que aportamos nuestro trabajo de inves gación, docencia a jóvenes y construcción de capacidades en las comunida-des. Asimismo, solicitamos la solidaridad de las ins tucio-nes e individuos que apoyan y realizan las ac vidades de inves gación y desarrollo en todo México. Las ins tucio-nes académicas públicas en la región han orientado su vo-cación al entendimiento y solución de los graves problemas sociales, económicos, de salud y ambientales que aquejan a las poblaciones más marginadas de los estados de la fron-tera sur de México y, por tanto, nuestra denuncia y pe -ción cuentan con el respaldo moral de nuestras respec -vas comunidades académicas. Con nuaremos con nuestro compromiso de aplicar los recursos opera vos limitados que se nos asignen para atender los problemas de muchas de las poblaciones más marginadas en nuestro país, bus-cando a la vez la seguridad de los integrantes de nuestros grupos y de las comunidades par cipantes. Demandamos al Gobierno Federal y a los de Tabasco y Chiapas que apli-quen todo su esfuerzo y capacidades para esclarecer los lamentables hechos, devuelvan al seno de sus familias a los jóvenes desaparecidos y garan cen el estado de derecho y la seguridad en acuerdo con las comunidades para poder realizar nuestras tareas en benefi cio de quienes menos e-nen en la región.

(Siguen hojas con fi rmas e ins tuciones de adscripción)

Responsable de la publicación: Mario González Espinosa

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1947, durante el gobierno de Juan Perón, la Gendarmería Na-cional asesinó a no menos de 500 indígenas del Pueblo Pilagá. El he-cho fue conocido como la “matan-za de Rincón Bomba” (por el nom-bre del paraje). La Gendarmería se apropió del territorio indígena.

En abril de 2010, familias del Pue-blo Pilagá de tres comunidades de-cidieron volver a su territorio, 547 hectáreas. La Federación Pilagá, conformada por 20 comunidades apoya políticamente la recupera-ción. “Resistimos desde 1492. El Estado debe escuchar, no pedimos regalos, tienen que cumplir la ley. Acá vivieron nuestros antepasados, no es de empresarios ganaderos ni de Gendarmería, es del Pueblo Pilagá”, explicó el presidente de la Federación, Saturnino Miranda.

El poder político, judicial y eco-nómico cuestiona las acciones di-rectas de recuperación territorial. Pero los pueblos indígenas han logrado, además de la batalla polí-tica, dar la pelea jurídica, y tienen de su lado el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que en Argentina tiene rango supralegal (por encima del Código Civil y Penal).

“Siempre que sea posible, los pueblos indígenas deberán tener el derecho de regresar a sus tie-rras tradicionales en cuanto dejen de existir las causas que motivaron su traslado y reubicación”, detalla el artículo 16 del Convenio 169. La Declaración de las Naciones Uni-das sobre Derechos de los Pueblos Indígenas, aprobada en septiembre de 2007, remarca en su artículo 10 “la opción del regreso” frente a los desplazamientos forzados y, en su artículo 28, legisla que “tienen de-recho a la reparación, por medios que pueden incluir la restitución por los territorios y los recursos que tradicionalmente hayan poseí-do u ocupado o utilizado de otra forma y que hayan sido confisca-dos, tomados, ocupados, utilizados o dañados”.

La comunidad mapuche Lefi-mi vivió por más de cien años en Taquetrén, clima desértico de Chubut, corazón de la Patagonia. Hasta que en la década del 80 fue estafada por un empresario local que se quedó con sus diez mil hectáreas. En diciembre de 2009, la comunidad volvió a su territorio ancestral, recuperó seis mil hectá-reas, enfrenta al mismo empresa-rio que desalojó a sus ancestros y, como si fuera poco, a la multina-cional minera Panamerican Silver, que planea extraer plata y plomo. “Desde hace años que queríamos volver a un nuestra tierra. Intenta-mos hablar con el gobierno pero nadie nos atendió. Nos cansamos de mendigar y decimos volver”, explicó paciente Germán Lefimi, de 38 años. Advierten que no deja-rán su tierra, “ni por dinero, ni por otras tierras, ni por nada”.

Cuba

LAS TERRAZAS EN LA SIERRA DEL ROSARIO: UNA CIUDAD RURAL SUSTENTABLELeón Enrique Ávila Romero Universidad Intercultural de Chiapas [email protected]

Yo no sé por qué razón cantarle a ella, si debía aborrecerla con las

fuerzas de mi corazón. Todavía no la borro totalmente, ella siempre está presente como ahora en esta

canción. Incontables son las veces que he tratado de olvidarla y no he

logrado arrancarla ni un segundo de mi mente, porque ella sabe todo mi pasado, me conoce demasiado y es posible que por eso se aproveche…

Polo Montañez

En la guerra de Indepen-dencia en Cuba, el ejér-cito español utilizó los métodos de tierra arra-

sada, con la finalidad de acabar con el campesinado que apoyaba la lucha emancipadora, y se con-centró a la población en grandes aldeas, las cuales eran controla-das política y económicamente.

En la Revolución mexicana, el ge-neral Juvencio Robles en Morelos realizó similares acciones. Consis-tían en “ordenar la concentración de los habitantes de muchos pue-blos en algunos centros importan-tes, mientras pegaba fuego y arra-saba las aldeas para así terminar con los nidos de zapatistas”, según señala Adolfo Gilly en su libro La revolución interrumpida.

De acuerdo con Juan Pedro Vi-queira y Mario Ruz, en su libro Chiapas, los rumbos de otra histo-ria, “el general Alvarado ordenó un programa de reconcentración de poblaciones en ‘aldeas estra-tégicas’. Los departamentos de Tonalá, Tuxtla, Chiapa y La Li-bertad, al sur del Grijalva, fueron declarados zonas rebeldes. Todos sus habitantes deberían reacomo-darse en pueblos controlados por el gobierno o serían considerados y tratados como rebeldes (…)”.

Es así que cuando provienen desde el gobierno propuestas de concentrar a la población rural en un solo lugar, surge la me-moria sospechosista, por lo que el presente apartado le haremos de abogado del diablo, y encende-remos el debate con base en una experiencia singular que se viene desarrollando en la hermana re-pública de Cuba desde la década de los 60s del siglo pasado.

El gran actor de la Revolución cu-bana fue el campesinado, el cual a partir de una guerra de guerri-llas fue la base fundamental que permitió el triunfo en 1959.

Con el ingreso del país a la esfera soviética, se generó una especiali-zación de la producción agrícola, con énfasis en los cultivos tropi-

cales, en particular la caña de azúcar, y se dejaron de lado otras actividades.

Existían terrenos degradados en los que era necesario impulsar pro-cesos de restauración forestal; es así que en el municipio de la Can-delaria, en la provincia occidental del Pinar del Río, se construyeron unas terrazas en las cuales se sem-braron árboles en más de 50 kiló-metros cuadrados, y se planteó la creación de una villa que fuera un ejemplo en la convivencia entre el ser humano y la naturaleza: se ideó como una pequeña ciudad en miniatura, la cual se dotaría de todos los servicios ( escuela, mé-dico, vías de acceso, entre otras) y sería un ejemplo del socialismo en el medio rural.

Osmani Cienfuegos, hermano de Camilo, dirigente histórico de la Revolución cubana, fue el primer director de la villa –que se deno-minó Las Terrazas–; eso permitió a la villa tener ciertas singula-ridades respecto a la población rural de la isla (la cual sufría las políticas del mercado común de los países socialistas, y decisiones burocráticas e ineficientes en el agro). Existía un mercado no re-gulado por el Estado entre los ha-bitantes de la villa y el surgimien-to de una actividad empresarial. Esto lo podemos observar en la presentación del complejo:

“Sus cinco mil hectáreas de ríos, valles, montañas y bosques forman parte, desde 1985, de la Reserva de Biosfera Sierra del Rosario, que otorga la Organi-zación de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). En 1968 esta zona se sometió, de manera

experimental, a un sistema de te-rraceo a fin de repoblar las áreas montañosas, dañadas por más de tres siglos de deforestación. Ello se complementó con la edificación –en 1971– de la comunidad de Las Terrazas y la apertura de vías de acceso necesarias para el desarro-llo del área. Estas vías permitieron su conexión con la red vial nacio-nal en todas direcciones. En 1990 comienzan los planes para organi-zar Las Terrazas como un destino turístico, basado en sus múltiples atractivos naturales, históricos y socio-culturales (…)”.

De acuerdo con Osmani Cien-fuegos, al evaluar la actividad de Las Terrazas y su apuesta por el turismo:

“Esto implicaba impulsar una actividad económica que fuera capaz por sí misma de darle a ese ambiente físico, a esa comunidad, un modo de vida y una participa-ción superior a la media. A partir de ahí, el desarrollo de esa activi-dad económica ha permitido que desde el punto de vista social y económico, la gente que vive en ese espacio geográfico mire su vida de una manera un poco dis-tinta y se va incorporando a todas las manifestaciones (...)”.

A casi 35 años del denominado Plan Osmani, Las Terrazas se ha convertido en un complejo turístico que ha coadyuvado a la diversificación de ingresos en el medio rural, la generación de una singular belleza escénica y la convivencia del hombre con la naturaleza. En un primer térmi-no se pensaría que se ha generado la posibilidad de una alternativa civilizatoria dada la presencia de una propuesta de desarrollo sus-

tentable enfocada en múltiples dimensiones: ambiental, socio-cultural y económica. Desde 1995 el complejo no recibe dinero del Estado, y se parte de un pro-ceso autogestionario, en el cual los pobladores participan activa-mente en la toma de decisiones y la reparación del complejo en diversas áreas (carpintería, plo-mería y albañilería, entre otras).

Esto ha permitido la generación de una propuesta singular que tiene diversos puntos débiles que en la construcción de una alter-nativa , deberían ser subsanados:

a) El desplazamiento de la po-blación local sobre el extran-jero por la generación de divi-sas (un centro planeado para el turismo social entendido como el derecho al ocio que tenemos los seres humanos, ha sido transformado lenta-mente en un centro ecoturís-tico para los extranjeros, limi-tando la capacidad de carga del complejo)

b) La presencia de universidades extranjeras que han realizado procesos de bioprospección en el Área Natural Protegida (ANP) Sierra del Rosario y de incipientes procesos de mer-cantilización de la naturaleza en la búsqueda de los nego-cios verdes.

c) La relación con los entes ad-ministrativos gubernamenta-les continúa siendo difícil y de corte burocrático.

Para finalizar, debe destacarse que experiencia de Las Terrazas es úni-ca; sería iluso y utópico pensar tras-ladarla a otras áreas geográficas.

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Guerrero

PUEBLOS FANTASMA Y COMUNIDADES BALDÍAS EN LA SIERRA

MIEDO DE IRSE, MIEDO DE QUEDARSELorena Paz Paredes

En la noche escribo en mi diario todo el miedo del día.

Aprendí ya que lo mejor es callarse. Mis papas querían

que nos fuéramos de la comunidad. Pero ¿adónde,

cómo? No hay lugar para la paz... Y de todos modos algún

día nos tenemos que morir.Testimonio de una joven de la sierra de Guerrero

Muchos pueblos y caseríos del Mé-xico rural han ido vaciándose en la

década reciente. El campo se está despoblando por falta de trabajo, por una agricultura que no alcan-za, por una larga sequía que acabó con milpas y ganados, por inun-daciones, por abandono guberna-mental, por hambre, por desespe-ranza. Pero también por el miedo y por las amenazas de los grupos armados. En las serranías guerre-renses de hoy, quedarse en la co-munidad es arriesgar la vida o vivir en el espanto.

Desde hace algunos años, las po-blaciones serranas de Petatlán y de gran parte de La Montaña de Guerrero están sumidas en la vio-lencia. La causa es la guerra entre cárteles del narco que se dispu-tan el territorio donde se siembra amapola y el trasiego de drogas y armas. En 2011 esta guerra desató una cascada de despoblamientos forzados. Más de 80 familias de 15 comunidades tuvieron que huir. Los pueblos serranos desertados son Zapotillo, Campo del Cie-lo, El Timbirichal, El Roblar, La Florida, El Huamilón, Los Limo-nes, Carrecilleras, El Parazal, El Zapotillal, Parotitas, Las Galeras, Barranca del Bálsamo y El Cuaji-nicuilar. Varios estos pueblos que-daron totalmente deshabitados.

“La gente se sale porque tiene mie-do de que la maten –cuenta una serrana–; les avisan, nomás, que si se quedan se mueren. Varios lle-gan sólo a la cabecera municipal, pero los que tienen parientes en otros estados, pues para allá aga-rran camino…”.

Algunos regresaron a recoger algo de la milpa, como el hijo mayor de la señora María, que fue desplaza-da de Barranca del Bálsamo con su familia y hoy vive en Petatlán. “Yo le digo: “Mi´jo, mejor regrésa-te, no le hace que perdamos todo. Aunque sea que nos quede la vida ¿no?”, cuenta María. Y es que a al-gunos de los que volvieron les fue mal: “Mi compadre ya no estaba en el pueblo –dice Delia–, regresó él a vender sus vacas, lo agarraron

a tiros. Ahí nomás quedó. Otros lo fueron arrimando pa’bajo”.

“Antes se iban los adultos y los jóvenes –dice María–, ahora se van las familias completas”. Al-gunas mujeres que salieron de El Parazal acabaron retornando al pueblo pero solas, ya sin el mari-do: “Porque no podemos estar de arrimadas en la cabecera muni-cipal con tanto niño”. Saben que es peligroso regresar a la sierra. “Pero allá tenemos la casa, la huerta y algo podrán comer los chamacos”, dicen.

En El Parazal en 2011 vivían 23 fa-milias, pero para septiembre de ese año diez habían dejado el pueblo. Cinco meses más tarde quedaban ahí sólo tres casas habitadas. En Barranca del Bálsamo vivían 22 fa-milias, pero 20 fueron obligadas a desterrarse a fines del 2011.

“De las familias que salimos ame-nazadas, volvieron tres a Barranca –dice María–. ¿Que van a hacer las mujeres lejos de su casa y sus terre-nos? ¿Cómo mantener al niñerío?, ¿Vamos a vivir nomás de aire?... Yo en cambio no vuelvo... No quiero que me espanten... Aunque tenga que sufrir la pobreza”.

Al principiar 2012, retornaron a Barranca primero dos familias, luego tres y así hasta llegar a 12. Pero cuando unos armados mata-ron a don Justiniano Rosas Farías, padre de Perfecto Rosas Martínez, uno que había sido secretario del PRD, y poco después los militares allanaron la casa del muerto diz-que buscando armas, la población se espantó y las 12 familias que ha-bían vuelto al pueblo y que en total eran unas cien personas, cargaron de nuevo sus bultos y se regresaron en pequeños grupos a la cabecera municipal. Hoy Barranca del Bál-samo es un pueblo fantasma.

La gente que se queda o que se va y regresa vive en la zozobra y la que se va para no volver pierde la esperanza. Así relatan los queda-dos lo que es vivir en el miedo:

“Antes nos comunicábamos por ra-dio para pedir cosas, ahora ni eso, porque dicen que estamos man-dando mensajes secretos. En la clínica de El Parazal, los armados se llevaron todo y los médicos no quieren regresar… Las de (el pro-grama) Oportunidades iban casi cada mes y llevaban un registro de la talla y el peso de los niños, pero ya no van más… Tampoco trabaja-

mos las parcelas con libertad: por puro miedo no salimos temprano ni llegamos tarde a los trabajade-ros. Y si la milpa está retirada de la casa, nomás no vamos, por temor a que por ahí salgan los armados. Ora hay que pedir permiso para ir a la milpa… En el pueblo los niños ya no son libres de salir de sus ca-sas, tienen miedo. Y a las jóvenes se las quieren robar a cada rato.

“Tenemos miedo de estar y miedo de salir. Hemos perdido la libertad de vivir. Yo y mi esposo hemos querido salirnos… Pero luego pienso: ‘¿por qué tengo que irme, dejar mi casa, dejar mi huerta, dejar mi bosque? ¿A poco tengo a fuerzas que dejar lo mío sólo porque otros quieren?’”.

Hay labriegos que se resisten a obedecer a los nuevos dueños del pueblo:

“Primero invitaron a mi esposo a que agarrara las armas –cuenta una serrana–. Él dijo: ‘No, yo de eso no sé’. Luego le dijeron: ‘bue-no, pues entonces siembra y te pa-gamos bien’, y él dijo: ‘No, yo no sé de eso, nomás le sé a la milpa’. Y que nos dicen: ´Bueno pues, por orita no les vamos a hacer nada’. Y eso qué. Ya nos dejaron con el mie-

do. No hablamos con nadie. Y es que hay que andarse cuidando, no hay en quien confiar”.

El temor y la desesperanza son los sentimientos de las que se quedan:

“Les tengo coraje a esos que llegan a decirnos ‘No digan nada, y si algo ven, ustedes no ven nada, cierren los ojos’. Nos dicen qué debemos decir, cómo debemos ser. Estamos viviendo una fuerte opresión. Los sentimientos de una están muy enterrados”.

Una zona despoblándose rápida-mente, una sociedad desmoro-nándose en silencio. Un territorio donde los pueblos están heridos de muerte:

“Yo creo que ya no hay comunida-des aquí –se lamenta María–. Sólo hay familias arrimadas, arrincona-das, bocabajeadas y calladas. Gen-te que ni siquiera puede hablarse, ayudarse. Porque la violencia nos desaparta, nos quita hijos, sobrinos. ¿Y entonces? ¿Cómo vamos a estar unidas las familias, si ya metieron la podredumbre adentro?, si ya pu-sieron a fuerzas el arma en manos del hijo, si ya le dijeron a una: ‘Tú nomás te callas, si llegan los enca-puchados o la camioneta con los ar-mados, baja los ojos, no digas nada, ándate derechita y entonces a la mejor no le pasa nada a tu familia’”.

Al principio “los violentos” presio-naban a hombres jóvenes para que colaboraran. Ahora también las mujeres y niños están obligados. Hay poblados donde los armados hacen asambleas exigiendo apoyo.

“Que las mujeres les den de comer cuando ellos quieran, y que no se anden enojando porque los hom-bres ya agarraron las armas. Los ni-ños y niñas tienen que espiar tam-bién. Y los pobrecitos, ¿qué van a saber si los encapuchados son de un grupo o son de otro? –se la-menta María– Seas hombre o seas mujer, estas obligada. Ya no somos libres ni dueños de nuestras vidas”.

Poblados baldíos o sitiados donde mujeres que antes se atrevieron a organizarse pasando del silencio a la palabra, tienen hoy que volverse de humo.

“Antes queríamos que nos vie-ran, que nos oyeran, a nosotras, las pobres, las mujeres, las locas. Y ora hacemos lo que sea para pasar desapercibidas: portarnos silencias, no hacer ruido, no an-dar contradiciendo, no levantar la voz, no atreverse a mirar de fren-te, nunca, nunca…”

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