ocho relatos de pedro manay

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Relatos de Pedro Manay Sáenz 2012 1 CONGLOMERADO CULTURAL: "PROMOVIENDO LA INTEGRACIÓN DE CREADORES" Pedro Manay Sáenz Pedro Manay Sáenz (1965, San Antonio de Licupis, Chota, Perú) cultiva la poesía, la narrativa, el ensayo… Obtuvo el título de Profesor de Lengua y Literatura en el I.S.P. Sagrado Corazón de Jesús de Chiclayo (Primer Puesto Excelencia de la Promoción 1987-1991). Ha publicado “103 Técnicas para la creación de poemas”, “En busca de un oasis” “La Historia de Urano”, “La Aurora Boreal”, “Un lugar para el corazón”, “Los Monólogos de Ofir”, “El Chasqui”, “Nostalgia”, “Claro de Luna”, entre otros… Actualmente, pertenece a Conglomerado Cultural (Coordinador de Corrección de Textos) y a MACOTEX (Maestros Constructores de Textos). Es colaborador en diferentes Web, Blogs, Revista Albricias de San Juan de Licupis…entre otros. Disfruta de ocho relatos: 1. El espíritu de Killacocha Cuentan los siwarinos que, en ciertas noches de plenilunio, aparece en la laguna de Killacocha una bellísima mujer de piel blanca, ojos celestes, cabellos rubios que alcanzan su cintura y labios tan rojos cual rosas púrpuras. ¿Cómo una mujer blanca? ¿No son todos los siwarinos gente morena, raza aymara? Cierto; pero la leyenda así lo dice.

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Pedro Manay nos presenta ocho maravillosos relatos del pueblo andino...

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Relatos de Pedro Manay Sáenz 2012

1 CONGLOMERADO CULTURAL:

"PROMOVIENDO LA INTEGRACIÓN DE CREADORES"

Pedro Manay Sáenz

Pedro Manay Sáenz (1965, San Antonio de Licupis, Chota, Perú) cultiva la poesía, la narrativa, el

ensayo… Obtuvo el título de Profesor de Lengua y Literatura en el I.S.P. Sagrado Corazón de Jesús de

Chiclayo (Primer Puesto Excelencia de la Promoción 1987-1991).

Ha publicado “103 Técnicas para la creación de poemas”, “En busca de un oasis” “La Historia de

Urano”, “La Aurora Boreal”, “Un lugar para el corazón”, “Los Monólogos de Ofir”, “El Chasqui”,

“Nostalgia”, “Claro de Luna”, entre otros…

Actualmente, pertenece a Conglomerado Cultural (Coordinador de Corrección de Textos) y a MACOTEX

(Maestros Constructores de Textos).

Es colaborador en diferentes Web, Blogs, Revista Albricias de San Juan de Licupis…entre otros.

Disfruta de ocho relatos:

1. El espíritu de Killacocha Cuentan los siwarinos que, en ciertas noches de plenilunio, aparece

en la laguna de Killacocha una bellísima mujer de piel blanca, ojos celestes, cabellos rubios que alcanzan su cintura y labios tan rojos cual rosas púrpuras.

— ¿Cómo una mujer blanca? ¿No son todos los siwarinos gente

morena, raza aymara? — Cierto; pero la leyenda así lo dice.

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La hermosa mujer vuela sobre la laguna como el Espíritu de las Aguas de la leyenda artúrica. Y canta en runa-simi tiernos urpis -canciones de amor- y versos que hablan del Hanan Pacha, de un reino donde puedes rodarte en el arco iris y caminar feliz por el áureo paisaje de las estrellas.

— ¿La han visto recientemente? — La ven con frecuencia. — ¿Tanto así? — Por supuesto. Pero debes mirarla de lejos. Tiene no sé qué cualidad

que, por muy escondido que te encuentres, ella te percibe al instante. Y, entonces, vuela veloz y desaparece. Aunque hay una excepción: las personas de buen corazón pueden verla; y hasta se sabe de casos en que han logrado hablar con ella, después de lo cual, han vuelto a sus casas con bellos regalos. Una noche, encantados por todas las cosas que narraban los lugareños sobre “el espíritu de Killacocha”, 2 jóvenes trotamundos alemanes decidieron subir hasta la mítica laguna para probar suerte y ver, quizá, a la legendaria mujer. No dijeron nada a nadie (para evitar intrusos en su fascinante aventura).

— Calculo que, en media hora, saldrá la Luna. — Yo pienso igual.

El corazón era una fiesta contenida. Audrey y Karl eran egresados de la Academia de Bellas Artes de Münich. Tenían 21 y 23 años de edad, respectivamente. Y se amaban con el idealismo de Dafnis y Cloe, y con la intensidad de Tristán e Isolda. Es decir, que tenían el corazón libre y bueno, amoroso y tierno; aunque ellos no lo sabían. Por vivir una aventura, habían subido a la laguna Killacocha. Y el destino les tenía reservada una inolvidable sorpresa. Al salir la Luna llena, las aguas de la laguna brillaron como una gigantesca fuente de plata; y una exquisita fragancia de múltiples flores anticiparon la aparición de la bella mujer blanca, de ojos celestes, cabello hasta la cintura y labios tan rojos cual rosas púrpuras. Con sutil sonrisa de

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hada, la sublime figura volaba de un lado a otro, jugando con unas mariposas de azafrán y con vivaces colibríes. Audrey evocó, espontáneamente, la danza de las hadas, en el filme de Peter Pan. Karl estaba extasiado. “Parece una walquiria que ha cobrado vida aquí, en los andes”. Se cogieron de la mano fuertemente y, casi sin respirar, veían cómo el espíritu de Killacocha emitía una radiación como de astro, celeste bellísimo. De pronto, la bella aparición dirigió su amorosa mirada hacia donde se encontraban los dos jóvenes, bien escondidos. Ya los había percibido, dada la extraordinaria sensibilidad de sus sentidos; pero, para felicidad de los trotamundos, ella no desapareció. Los muchachos eran dos corazones buenos cuya energía vibracional favorecía el acercamiento. Así que, cuando Karl sintió el deseo de acercarse a ella, tuvo la seguridad de que podrían conversar. Le hizo una seña a Audrey para que avance junto a él. Un mes después, revelarían que, aunque dieron pasos, la verdad es que habían levitado sobre la yerba, hasta encontrarse a sólo 2 metros de la hermosa aparición femenina de Killacocha. Quisieron hablarle. Movieron sus lenguas y labios; pero no produjeron sonido alguno. Karl comprendió que estaban intentando una forma burda de entendimiento. Hasta que sintieron, claramente, cómo se establecía un canal de comunicación de mente a mente (o, talvez, de corazón a corazón). El contacto duró 10 minutos terrenales; sin embargo, estuvo cargado de tanta belleza y de tanto amor, que los dos muchachos creyeron haber experimentado -durante ese breve, pero inolvidable instante- la Eternidad. Pero, también, el hermoso espíritu de Killacocha les habló de la decadencia de la humanidad y de que, cada vez, eran menos las mujeres y hombres que deseaban luchar para restablecer la Era Dorada en la Tierra. En ese momento, casi sagrado, Audrey y Karl se prometieron mutuamente unirse a los idealistas que luchaban por el resurgimiento de la era de paz y amor en este planeta. La bella forma femenina sonrió tiernamente antes de volar hacia el fondo de las aguas y donde, pronto, sólo fue un punto brillante, como lejano astro en medio de la noche.

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2. Montañista

De las montañas viene un eco y una brisa. Es el eco de los siglos y los

milenios. Es la brisa de un eterno poema de amor. Y es por eso que los montañistas las ascienden, a riesgo de lastimarse y hasta morir. Desde siempre, las montañas han ejercido una gran influencia en la vida de los hombres y los pueblos. El peregrino levanta la mirada y se impresiona. Experimentado montañista es; pero, hasta el corazón más pétreo se conmociona ante la majestuosa presencia de las blancas y azules montañas, que te aleccionan -de un modo bello e inusitado- sobre las cosas esenciales de la Vida y del Universo. — ¡Eh, Montaña! —inicia su monólogo (¿o diálogo?) el viejo montañista—, háblale sencillo a mi corazón. Ya sabes que desconfío de mi cabeza; pero, en cambio, tengo fe en mi corazón. Háblame y escúchame, porque de lejos he venido sólo por verte y por tratar de comprender tu existencia, llena de atemporalidad y fascinantes misterios. Dame un poco de tu cósmica energía, para que se incremente la fe en mí, para tener la salud de tus árboles y rocas, para sentir la fuerza más pura de la Naturaleza, vibrando en mis huesos y músculos, y corriendo por mis venas y nervios. El hombre se sentó sobre una piedra y se puso a jugar con las gráciles ramas de un helecho. Miró el horizonte montañoso y sintió, como en otras veces, el llamado de la Eternidad, en el sentido de testimoniar lo que, en verdad, somos: no un poco de arena insolente que se permite dudar hasta del Sol y las estrellas. ¡Horizonte de montañas blanquiazules que ya parece el perfil de la propia Vía Láctea! — ¿Por qué venimos a estos espacios desolados y fríos, y subimos, subimos, arriesgando incluso la vida, y pensando sólo en subir y subir, hasta la cima, la cantada y soñada cima-de-la-montaña? ¿Por qué? ¿Quién podría decirlo? Yo, por supuesto, tampoco lo sé. Pero, sí puedo contar y dar fe de mis muchos viajes; en realidad, intentos de escalar picos y nevados, rocas y cimas, de las montañas... Pedir la razón directa y cartesiana de por qué subimos a las montañas, es pedir la razón de volar de las águilas, la razón de

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pintar y escribir de pintores y poetas. Es querer que se detenga a explicar el viento por qué vuela; y por qué ruge el león; y por qué cae la lluvia; y por qué viajan las olas; y por qué da vueltas la Luna alrededor de la Tierra; y por qué alumbran durante la noche las estrellas;... Escalamos montañas por la razón que mueve todo lo anterior; que es, quizá, hablar del origen del movimiento y del Generador de todo movimiento, que es Dios. Hacia Él va todo buen deseo y toda buena obra, cuando el hombre así lo desea; y se inspira en ello.

3. Lluvia

Cae la lluvia sobre el Ande, con fuerza de río y con relámpagos y

truenos y rayos. Los ancianos se asustan y dicen que por qué será; que talvez por la mucha gente pecadora; que cómo será…

— La tele dice que, en la selva, ha caído una lluvia torrencial, y con granizo.

— ¿Granizo? — Así como lo oyes. — ¿Qué está pasando con el planeta? — Efectos del recalentamiento global. — Los hielos polares se están derritiendo cada vez más. ¡Es muy

preocupante! — El nivel del mar ha subido y se agrandan los agujeros en la capa de

ozono. — Ya basta. Mejor hablemos de la paz y la libertad. — Sí, está bien. Pero, tanto ha retrocedido el mundo que, por cada

hombre realmente bueno, pacífico y libre, han surgido 10 oscuros defensores de la maldad, la violencia y el esclavismo.

— Pobre planeta. Le ha dado de todo al hombre. Y éste no lo ha respetado como debía.

— Agrega que no es “el hombre”, en abstracto; son aquellas concepciones extremadamente mercantilistas de la vida y de las cosas; son aquellas potencias mundiales que, en su demencial afán por ganar más y más poder y capital, destruyen a la Madre Naturaleza sin contemplación alguna.

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— Recuerdo el filme “Dreams”. de Kurosawa, acaso profético; probablemente, cierto. Vaticina la tristeza del planeta que está muy enfermo, a consecuencia de tanta ambición y megalomanía.

— Pobre Tierra. Haber sido fértil y generosa durante larguísimos milenios, para numerosas generaciones de seres humanos. Sólo para recibir, a cambio, ingratitudes y agravios.

— ¿Le ves futuro a la Tierra con todo lo que está pasando? — Ya sólo empiezo a ver lo pasado. — Es difícil ser optimistas.

Y cae la lluvia, con atípica densidad, con rudeza que confunde a todos los sembradores. Y la gente piensa que son señales de algo. Y no pocos deciden ser más buenos (o menos malos). Y hasta hay quienes creen que la Tierra ha sufrido tantas lesiones que ya va a ser muy difícil verla recuperada.

4. Andes

Subimos por la cordillera una tarde de noviembre. Como hacía años,

percibí el olor dulce-ácido de las brillantes hojas de los arbustos de la montaña, vegetales de presencia sólida y de actitud estoica e indomable. Íbamos a conocer un tramo del Camino del Inca. Se trataba de caminar 2 días completos; en ciertos tramos, por laderas frías y cultivos ya crecidos de maíces y quinuas.

— ¿Falta mucho? —le preguntamos a Olegario, nuestro guía. — No. Esa vueltita nomás. Y señalaba una montaña de color grisácea, casi verde. — Por lo menos, 2 horas de camino —dije yo—. Se ve tan lejana… — No se preocupen; ahorita, llegamos —decía Olegario, con su voz de

viento andino. Seguimos avanzando, a pesar de la fatiga. Yo ya sentía el efecto de la presión atmosférica, el enrarecimiento del aire; pero estaba decidido a ver las piedras del Camino del Inca. Por ello, me sobrepuse a la fatiga y seguí

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adelante. Miramos el cielo que mostraba indicios de lluvia. Ondas de viento más frío golpeaban nuestras caras.

— ¡Allí está! —fue la repentina exclamación del guía—. ¡El Camino del Inca!

Todos abrimos más nuestros ojos. Y sentimos que el sacrificio estaba compensado. Allí estaban las piedras del gran camino inca. Entre ellas, el pasto silvestre, muy crecido. Había partes completamente enterradas por el paso del tiempo. Uno miraba el fondo del camino y resultaba que éste se perdía profundamente en el horizonte.

— Más allá, hay unos restos arqueológicos como de cuartos incas, también.

— ¡Vamos a ver! Y caminamos unos 10 minutos hacia el norte. Sí, allí estaban: unas divisiones rectangulares de piedra. Algunas paredes habían logrado mantener, pese a las centurias, casi 1 mt., de altura. Nos acercamos. Tocamos las piedras. Fue una experiencia mágica. Al tocar las azuladas piedras, tuvimos una especie de visión colectiva del Tawantinsuyo. Recordé una experiencia de “arqueología psíquica” vivida en Huaca Rajada, Sipán. Era ver formas exactas, colores vivos, gente desplazándose, Pachacútec recorriendo los extensos caminos con sus aguerridos ejércitos. El aire estaba nutridísimo. Y la realidad de lo visto nos impresionaba. Aquella tarde, sentimos recargarnos de la energía cósmica de la cordillera. Y, en silencio, hicimos una oración por toda la belleza y el misterio de los Andes.

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5. Un pueblo

Entre lomas y cerros andinos, con un cielo siempre limpio y

siempre lindo, árboles y plantas del incario (y, seguro, de más atrás), chacras de trigo y maíz: un pueblo. Tiene un aire con átomos de saúco y aroma de lanches; tiene olor a cordillera y a lana recién hecha; tiene casas como silvestres pinturas; tiene silencio de altura y sonidos de Ande: un pueblo. En Perú (esta amada patria ancestral de Machu Picchu y Villa El Salvador, de machiguengas y miraflorinos, mezcla a veces, muchas veces, de inmiscibles seres y elementos), los pueblos pequeños y humildes de la zona andina son extraordinariamente parecidos. Parece que hubieran sido hechos en decenas de maquetas parecidas no por arquitecto o ingeniero alguno, sino por artesanos, por alfareros. Imaginen un espacio, entre llano y cuesta, en medio de algunos cerros verdes, con unas treinta o cincuenta casas de adobe grande, igual diseño, una puerta de madera sin barniz ni laca, una ventana pequeña (o quizá ninguna), debido al rudo viento serrano que, cuando desea, arranca las calaminas de los techos. Casitas peruano-andinas, decíamos, de similares formas, como las pintadas por Sabogal o Urteaga, melancólicas viviendas de pastores y campesinos, con techo a dos aguas, sino de ichu (o similar), de la costeña calamina cuyos destellos, por el sol de mediodía, ven los campesinos desde la cima de los cerros. Los pisos, de tierra (hay una relación directa y profunda entre hombre y suelo, relación que, en las ciudades modernas, se pierde); una especie de segundo piso (un entramado de cañas, sobre las vigas de eucalipto) que sirve para guardar cosas diversas. La cocina es una habitación anexa a la casa, bastante pequeña, cuyo elemento principal es el fogón: cuatro o más piedras donde se ponen las ollas, callanas, latas y cántaros para preparar los alimentos al calor del fuego que produce la leña recogida en los alrededores. Gran parte de la cocina tiene el color del carbón, debido al humo de la leña que se va asentando en el adobe, adquiriendo incluso un hermoso brillo como si hubiera sido esmaltado. Allí, en donde hacen su faena las cocineras, hay banquetas, asientos pequeñitos, casi a ras de suelo, donde se sienta la familia para servirse sus alimentos y para hablar de las cosas sencillas y comunes de la vida, con el cariño y la alegría familiares tan dulces como lo han expresado ya varios poetas peruanos de origen andino. No hay más muebles que alguna mesa pequeñita y más banquetitas o, quizá, algún tronco que sirve de

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asiento, cubierto por un largo tapete de lana, hecho, casi siempre, por la madre. ¿Y atrás de las casas? Un huerto pequeño, donde no falta el culantro, la cebolla, la ruda (para remedio y contra las envidias), los claveles (muy queridos en la sierra), algún rosal, los geranios, el huacatay. Y árboles de varias décadas que sembró, seguramente, el abuelo. Y algunas plantas silvestres de flores aromáticas. Fuera de la casa, el arado de fuerte madera, un asiento largo de adobes, adosado a la pared, un tronco al que se amarran las acémilas, un cerco que rodea al frontis de la casa y los infaltables caninos que hacen de compañía a pastores y pastoras en el día y de celosos guardianes en la noche. Así son las casa del pueblo al que se hacía referencia y, como se decía, de otros muchos pueblos de la parte nor-andina del Perú. Y, saliendo del área de las casas, el forastero puede observar las hermosas y coloridas chacras de productos tradicionalmente cultivados en los Andes: habas, maíz, trigo (que, traído por los españoles, es hoy ampliamente sembrado en la sierra), ocas, ollucos,... Y ver, después, las lomas de tierra azafranada o pobladas de arbustos silvestres, cuando no de pirgay o alcanfores. Ver, también, los caminos, color de tierra andina, a veces anchos, como para una camioneta; a veces, delgados, como para un solo hombre. Caminos que se pierden a la vista, caminos que penetran por frondas y faldas de cerros, con tramos que incluyen abismos; pero, igualmente, con porciones que, de pronto, te muestran maravillas de panoramas andinos, líneas de cordilleras, cielo amplísimo, sembríos, espesuras, opulencia natural de la tierra. Oír, agréguese, el canto de las aves. Oler el aire nutrido y nutriente del poderoso Ande, que parece regenerar los pulmones y tonificar incluso las ideas. Sentir en las plantas de los pies la energía de estas tierras, para sentirse parte valiosa de la Creación y para adherirse a la esperanza de un mundo nuevo y de un entusiasmado caminar del alma hacia el Misterio de Dios. Entre lomas tranquilas y cerros fértiles, con un cielo de poesía y una vegetación precolombina: un pueblo. Un pueblo parecido a tantos; pero con un acento particular siempre, con un espíritu propio, sin duda. Pueblo donde el agua recuerda aún su esencia más pura y donde los cultivos mantienen el olor de los comienzos. Pueblo de corazones amorosamente naturales y de almas dóciles que conservan el oído atento al llamado de las fuerzas benditas y primigenias de la Vida, que es como decir, al propósito

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eterno del hombre que, alimentado en las aguas vivas del Amor y la Humildad, de la Alegría y el Sacrificio, caminan, con la sencillez de un niño, el Camino Bienaventurado de todos aquellos seres buenos que van siguiendo la Senda hacia su Creador.

6. “Ananau”: gran canción de “Alborada”

Estoy oyendo la canción “Ananau”, del grupo “Alborada”; y yo, que he

nacido en la sierra -que soy, supongo, hombre andino-, siento una hermosa y sorprendente vibración de raza inka, de raíces profundas que jamás se perdieron, que habitan el aire, el cielo, el agua y la tierra de los Andes. En cada camino, en cada kinua, en cada torcaza, en cada río, allí está la huella de una de las culturas más grandes de la humanidad: la Cultura Inka. Y esta preciosa canción lo dice, y muy bien. Hay una convicción y una adhesión muy fuerte en la voz del que canta, y en kechua. Lo pronuncia como si fuera hace siglos. Lo entona como lo entonaban antes: con energía y con espíritu. Porque el kechua es eso: es energía y espíritu. ¿No sientes que el sonido de este ancestral idioma se parece al viento, al sonido de los árboles, al canto del agua de los puquiales, al trueno y al relámpago? El kechua tiene sonoridades muy profundas. Y el mundo de sus significados es tan extenso, e intenso, que uno siente tonificarse pronunciándolo. Tal es la fuerza de los Andes. Tal es la magia de la raza kechua. Hace un año, yo desconocía a este grupo. Pero, tuve la suerte de verlos -en video, por ahora- y me he quedado impresionado. Dicen que viven en Alemania, que han pasado varios años en el viejo continente. Y qué bueno que así haya sido. La inmensa tradición artística de Europa, y su profundo sentido estético, los debe haber aleccionado y depurado. Y es por eso que su trabajo es tan profesional y completo. Algunos dirán: pero, se visten como aborígenes norteamericanos, y cantan en kechua; ¿no debieran vestirse con estricta indumentaria andina, con ponchos y chullos y demás elementos nativos del Perú? Sí, es una sugerencia válida; pero, a mi juicio, no absoluta. Después de todo, cada artista tiene la plena libertad de expresarse y de vestirse como lo crea más conveniente. Y una opción es integrar cosas, fusionar -como, ahora, se dice- instrumentos, partes del vestuario, colores, atuendos. Quizá, la idea de “Alborada” es decir: nuestro canto, la lengua que

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pronunciamos es andina; pero nuestro mensaje es totalmente americano; y en ello, incluimos el legado de los aborígenes norteamericanos, igual de despojados y aniquilados como nuestros inkas. Por tal razón, nuestras quenas y nuestro kechua se integran a la ropa sioux o cheyenne o piel roja o comanche. Incluso, el nombre del grupo pudo haber sido un término, o frase, kechua, dado el dominio que el grupo tiene del runa-simi. Mi hipótesis es similar a lo anterior: puesto que somos un país, en su mayor parte, hispanohablante, queda bien que el nombre sea un vocablo español. Es que somos eso: una fusión de culturas. Y el lenguaje lo expresa y testimonia así. Pero, más allá de todo eso, lo fundamental es la calidad del trabajo artístico de “Alborada”. Y la tremenda fuerza que transmiten. Fuerza que sólo puede brotar de un amor muy intenso por la cultura andina, y por todos los pueblos prehispánicos de América. Podría decir que la misma belleza que los “Kjarkas” transmiten cuando entonan el aymara, transmiten también los “Alborada” cuando pronuncian, en sus cantos, el kechua. “Ananau” emociona, y da nostalgia por nuestro hermoso pasado inka. “Ananau” es una de las canciones más hermosas que se ha compuesto en idioma kechua en estos últimos años. No sé la traducción; pero conmueve la eufonía de la fonética kechua, en la voz y el sentimiento del cantante que lo interpreta. “Ananau” nos transporta desde nuestra mesa de trabajo a la inmensa cordillera andina. Ya veo al gran cóndor volando solitario sobre cerros y montañas, rememorando, igual que nosotros, la raza inka, las faenas de los ayllus, el canto de los harawis y los hayllis. Ya veo a un gran kuraka dirigiendo la construcción de uno de los pétreos caminos inkas. Ya veo a los chaskis corriendo con una energía corporal extraordinaria; alimentándose incluso de waira, el viento; masticando, de cuando un cuando, algunas hojas de koka; casi volando por los caminos, llevando los kipus al fijado destino. Ya veo los kinuales y los sembríos de kiwicha, floreando en rojo púrpura; veo los maizales, con sus mazorcas de oro, con sus tallos verdísimos, pletóricos de alegría de ver al Padre Sol en el cenit, danzando en medio del cielo. Veo las vikuñas, corriendo por las lomas, totalmente felices, comiendo pasto y oliendo flores silvestres. Veo las llamas, con su perfil de historia inka, y con su ejemplar ecuanimidad. Y veo, extensamente, un gran pueblo kechua, trabajando en éxtasis y con espíritu de pueblo, integrado, sembrando, cosechando, bailando, disfrutando

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de los alimentos y la bebida andinos. Veo al amauta y al haravek cantando viejos poemas que aprendieron de sus abuelos, poemas de amor y de esperanza, de amistad y de ternura. “Ananau” es una canción con magia andina, con esa singular mezcla de júbilo y tristeza, de intimidad y fuerza épica. Yo no sé de dónde nació esa melodía -del corazón, amigo, del corazón, dirán los “Alborada”-. Yo creo que, en algún sueño olvidado de uno de ellos, la melodía vino de los tiempos inkas, entró al corazón de quien, después, habría de componerla y luego, nació, nació. Como fuera, “Ananau” es una expresión de la memoria quechua, de la celebración de su herencia. Puesto que la cultura inka jamás ha muerto. Los invasores pudieron diezmar a la población, pudieron robarse cantidades increíbles de oro y plata, pudieron enterrar invalorables manifestaciones culturales quechuas, pudieron imponer costumbres y creencias; pero, está escrito que el espíritu de una gran cultura nunca muere. Baste mencionar la radiante edificación de Machu Pikchu. Tú pones los pies en tan majestuosa ciudadela y, casi en forma automática, sientes el contacto con el Tawantinsuyo, con su filosofía, con su enigmática fuerza. “Ananau” expresa todo eso. “Ananau” te transporta en el tiempo y en el espacio. Y, algo que no puede olvidarse, te hace sentir el amor de los inkas. Ese amor en el alto sentido original y etimológico del término: “sin muerte”. Amor como el que expresan Arguedas y Mario Florián. Amor enraizado en la mística del inmenso paisaje andino, centro y fuente inagotable de energía -como dirían los metafísicos-. Amor que es mixtura de fuerza invencible y de ternura infinita. Amor que es dimensión de lo extático y lo sagrado. Cuando el corazón es un río de aguas cristalinas. Y las promesas son verbo escrito en piedra para siempre. Demos las gracias a los “Alborada”, por todo su arte; pero, especialmente, por “Ananau”, canción hermosa, canción inolvidable.

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7. Alabado sea el Cantor

Alabado sea el cantautor que puso toda su mente y todo su corazón

en sus canciones, porque entendió que no hay otra manera de ofrecer algo al espíritu de los hombres si no es desde el propio corazón y la más alta inteligencia posible. Y vio en el acto creador un momento casi sagrado, el de construir luces y sueños para sus hermanos y para su pueblo. Alabado el cantor que no midió distancia ni caminos con tal de ir a repartir su canto en otros oídos y en otros corazones, para decir su poética verdad y su amoroso verso. Su guitarra habrá sabido de garúas y tardes calurosas, de hombres sencillos y buenos. Y su voz era como una brisa de esperanza, hablando de un tiempo y de un mundo nuevos. Alabado el cantor que quiso llegar al corazón de la gente, porque es allí, y no en la mente, donde mejor germina la semilla. Sembrador, sembrador es, sin duda, el buen cantor. Cada frase, cada idea, son simiente de libertad y de conciencia para los hombres. Y, por eso, cuando el cantor se marcha, su canto se queda para siempre en la memoria y el corazón de la gente. Alabado el cantor que no banalizó su canto, que puso su mayor y mejor esfuerzo en cada composición; que habló de cosas siempre valiosas, aun en lenguaje sencillo, para que los demás conozcan y vean que la vida no es solamente cosas simples y sobrevivencia diaria; sino que hay cosas elevadas y hermosas que le dan verdadero sentido a la vida. Alabado el cantor que consagró los mejores años de su vida a su arte, a su más profunda vocación. Y vio en cada canción la oportunidad de perennizar su corazón y su pensamiento. Coger la guitarra y tocar para los demás era un momento de integración humana. Y un dorado instante de luminosidad para las mentes aún dormidas en relación a la verdad y la realidad circundantes. Alabado el cantor que no temió decir su propia verdad y mostró lo más puro y hermoso de su corazón. Y su verdad fue la de todos los hombres libres

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y valientes que aspiran a una vida honesta y decorosa para todos. Y su corazón fue la expresión de un amor fraterno para todos, porque de todos es la Tierra y, por eso, no acepta el abuso y el egoísmo de unos pocos en perjuicio de los muchos. Alabado el cantor cuya voz fue siempre un viento de conciencia y de amor. Que viajó por los 4 puntos cardinales llevando las buenas nuevas de la esperanza y de la unión de nueva gente que se ha decidido a construir un reino de belleza incluso aquí, en la Tierra. Alabado el cantor que, por un deseo intrínseco de su alma, cantó a favor de los que más sufren, de los marginados, de los desposeídos, de los olvidados. Y su pentagrama es un símbolo de protesta por tanto abuso y desigualdad, que no es otra cosa, que la consecuencia de la maldad más perversa sobre la Tierra. Alabado el cantor que, por llevar su mensaje iluminado, caminó y durmió en montes y pueblos lejanos, cerca de ríos y en ciudades agitadas. Y que, cuando tocaba el primer acorde de guitarra, iniciaba un acto de belleza y de calor humano. Y enseñó a los hombres que es posible ser Espartacos; pero, al mismo tiempo, tiernos hasta con las avecillas y las flores. Alabado el cantor que asumió riesgos por no cantar sólo palabras y cosas bonitas (que también valen); sino que siguió el impulso de su bella conciencia al cantar verdades que buscaban liberar a otros seres humanos del sufrimiento. Son los cantores cuyos nombres se deleita en pronunciar el viento y que traspasan las murallas del propio tiempo. Alabado el cantor que tuvo genuina sensibilidad por los más pobres y por los pueblos marginados de su patria, y de toda la Tierra. Pondría un laurel de oro en su frente, por dos razones: por la nobleza de su arte, y porque sé que, al día siguiente, el cantor regalaría el laurel a los pobres, para sus tantas necesidades. Alabado el cantor que vivió en el luminoso silencio del acto creador, igual que los poetas (qué él mismo lo es), y donde alcanzó a realizar el vuelo

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suficientemente alto para organizar letra y música en la gestación de cantos bellos y memorables, de esos que pasan, directamente, a instalarse en la memoria y en el corazón popular. Alabado el cantor que sometió sus sueños a la necesidad de su tiempo; y que no claudicó en su ideal ni en su dinámico ideario; y supo ser Sol en las mañanas nubladas y supo ser Estrella en las noches sin rumbo y sin luz. Y enraizó su arte en el terreno fértil de la Vida y de su pueblo. Alabado el cantor que tuvo siempre, en su corazón, un espacio dorado para las flores y los niños, para la ternura y el afecto. Gran amigo es el cantor, porque su arte no es sino adhesión a la fraternidad humana. Y respalda todo lo que a ello conduce. Y rechaza todo lo que a ello se opone. Alabado el cantor que, a veces, pasó hambre, frío o prisión, con tal de seguir haciendo su arte y con tal de dirigirse a los demás hombres, con sus canciones labradas desde su más bella utopía y con el esfuerzo consciente y responsable de quien sabe que el arte es un apostolado, adonde sólo los de corazón generoso son llamados. Alabado el cantor cuya vida le fue arrebatada por haber vivido “cantando las verdades verdaderas”. Todos los montes y los pueblos depositan flores blancas en su memoria y lo declaran Héroe del Amor y la Vida. Y pintan en el cielo su nombre con oro. Y numerosas palomas revolotean para decir que su canto y su ejemplo seguirán siendo maravillosa Estrella que guiará a otros hombres buenos.

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8. La cosecha

¡Qué alegre es la cosecha para aquél que, con amor y sacrificio, ha

sembrado! ¡Qué alegre es la cosecha! Lo celebra la mente y lo siente el corazón. Dan ganas de decirle a los cuatro vientos: miren, miren, ¿no hubo quienes llegaron a dudar, y mucho, del acto de la siembra? Pero, el sembrador que oye, principalmente, su voz interior, perseveró, aun cuando hubo momentos en que todo parecía estar en su contra. Perseveró. Y allí estuvo su mérito y su fuerza. ¿No es la fuente principal de inspiración y de coraje el ser interior que todos tenemos dentro? Y así, las cosas que se hacen, el arte que se cultiva, el mundo que se expresa, el trabajo que se realiza, adquieren el sello de una bella realidad. Que de eso se trata: de hacer de la existencia una experiencia superior.

Canten las aves del alba, florezcan los campos de girasoles y trigo, salga el arco iris, llueva sobre cerros y montañas. La vida es unánime alegría cuando ves que empiezan a verse los resultados de tu larga lucha. Y vas comprendiendo que no fue vano tu esfuerzo. Y que es posible tocar la estrella de tu más bello sueño. Caminar y caminar la ruta que precisa el viaje hacia tu más hermoso anhelo. Piénsalo. Después de años y años de batalla, comienzas a ver que no fue estéril tu trabajo; que la vida te iba a responder generosamente. Porque escrito ha de estar que los grandes esfuerzos dan siempre un feliz resultado. Cada hombre es un sembrador. Cada mujer, también, lo es. ¡Largos y, a veces, cansados son los días de la siembra! Aunque no tanto cuando haces algo que amas. Pero, insisto, es hermoso coger el fruto que tanto esfuerzo demandó. Y está bien que así sea, que el hombre forje su destino, que construya sus sueños, en base a mucho trabajo. Y son tantos proyectos. Y son tantos motivos. En realidad, todo camina hacia un gran objetivo; aquél que, muchas veces, sólo tú conoces. Hablo de lo que guardas con tanto significado en tu interior. Hablo de las cosas que amas hacer, sin medida de tiempo ni economía. Hablo del horizonte que, desde hace tiempo, veías. Imágenes que fueron apareciendo en tu sueño, en tu mente. Visiones de lo que iba a ser tu futuro. Hasta pudo ser que tal visión la tuviste borrosa y aún así caminaste,

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con recia voluntad, caminaste. ¿Acaso no surgieron voces que decían: ya basta, hombre, hasta ahí nomás? Y te llegó, como a todos los sembradores, como a todos los idealistas, la etapa de soledad -al comienzo, tan grata; pero, luego, difícil-. Y seguiste bregando, aun en los días y años difíciles, cuando pocos te ayudan y hasta pierden la esperanza en ti. ¡Fue cuando te diste cuenta que no te quedaba más camino que creer mucho, muchísimo, en ti mismo! Gran decisión. Loada autonomía. Y las cosas empezaron a funcionar perfectamente. Larga noche de silencio intimidante y cuarzo puro. Hasta que empezaron a oírse los primeros trinos. Y empezaron a clarear las primeras Lunas que, después, serían tan frecuentes en el paisaje de tu corazón enamorado y de tu espíritu de lucha. Hermoso es volver la vista y ver el trayecto caminado. El tiempo ha pasado y ya sólo quedan memorias de lo vivido, de lo luchado. Es mirar las huellas de lo recorrido. Es sentir que no fue fácil lo elegido; pero, sin embargo, mantuvimos la promesa hecha (quizá, en secreto) a nosotros mismos. Y es amar el esfuerzo realizado y congratularse con uno mismo por haber sido protagonistas de nuestra propia historia (ahora, que tan fácil la gente se deja persuadir por espejismos y cantos de sirena). Y es también como el asistir al momento más épico de tu propia película: cuando se define lo que fue, por tanto tiempo, luchado y esperado. ¡Canción de esperanza cierta y de sueño materializado! Es el alzar las manos satisfechos y agradecidos, conscientes de que una etapa nueva se inicia en nuestras vidas. Y que es un tiempo de enorme consuelo y de mucha alegría. Melodía que tiene dulzura y nostalgia, felicidad y un algo de tristeza. De saber que no fue inútil el sacrificio. De constatar, casi dudando y siempre asombrados, que tuvo efecto el haber trabajado con mucha fe y constancia, sin medida de tiempo ni de energía invertidos. ¡Hermosa comprobación de la causalidad profunda y verdadera! ¡Perfecta medida y balance de la vida! ¿Que si hubo temor y dudas, dolor y cansancio? Lo hubo. Y bastante. ¿Quién no recuerda los días de triste soledad cuando no hay voz amiga ni manera de apoyarse para no naufragar en tan desierta y sombría playa? Pero, de algún lado, de alguna parte, surgió el coraje y la fuerza que necesitábamos. Y captando, en medio de todo, un gran destello de fe, dimos

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uno y otro paso más. ¡Hasta ver que nuestro sueño, por nuestro propio esfuerzo, se estaba realizando! ¡Qué canto de alegría y de alborada, entonces! ¡Qué sentido en nuestra mente y en nuestro corazón en ese instante! La lucha no había sido vana. El prolongado esfuerzo empezaba a dar frutos bellos. ¡Canción de dulce esperanza! ¡Poema de bienvenida! Miras allá, al fondo, y ves venir las cosas bellas que tanto anhelaste ver. No como simple regalo; sino como peleada conquista en la que debiste lidiar contigo mismo, en la que debiste poner todo lo mejor de ti para revertir la falta de fe y el desánimo que siempre llegan a los peregrinos como tú, y como yo. Ésta es la vida y éstos, sus caminos. Un día, tú elegiste uno. Y lo recorriste en las cuatro largas estaciones. ¿Cuántas veces pareció que te perdías, que ya no sabías hacia dónde, con tu carga de ilusiones, te dirigías? Pero, seguiste. A pesar de las voces de desánimo, seguiste. Y ahora ves, ahora sabes, que estuviste en lo correcto. Compruebas que la vida nos responde; de algún modo, nos responde. Y qué importante fue no haberla abrumado con incredulidad y ácidas palabras; sino, más bien, de haberle dicho que creíamos en ella, a pesar de la soledad y la tristeza que hubo, y mucho, en nuestros caminos. La vida nos responde, sorpresivamente, quizá; nos brinda su maravillosa respuesta. Y es también para decirnos que la travesía aún no acaba; que cada día es un nuevo comienzo. Sólo que ahora viviremos con más fe y con más alegría, porque sabemos que la belleza y la felicidad son algo cierto. Pedro Manay Sáenz

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Enlaces Culturales: 1) Web de Literatura Lambayecana

https://sites.google.com/site/literaturalambayecanarovich/ 2) Blogs:

http://literaturaenlambayeque.blogspot.com/

http://conglomeradoculturalenlambayeque.blogspot.com

http://www.hacedorendemoniado.blogspot.com/

http://macotextos.blogspot.com

http://literaturalambayecana-rogelio.blogspot.com/ http://festivalpoesialambayeque.blogspot.com/

3) Teléfonos: 0051-74-978863151 (Telefónica Movistar). / 0051-74-773923 (Telefónica Movistar) / 0051-74-950906326

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