oraciÓn a nuestra seÑora de la paz...novena en honor de nuestra señora de la paz del 23 al 31 de...

ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LA PAZ PATRONA DE MEDINA SIDONIA

De nuevo aquí nos tienes, Madre nuestra. Paz y Consuelo, de nuevo aquí nos tienes, ante tu trono bendito, a todos los Asidonenses, por naturaleza y adopción.

De nuevo aquí nos tienes Patrona amada como en sábados (años) anteriores como siempre, aunque sea en espíritu a todos los Asidonenses y cristianos que en nuestro corazón te llevamos.

Ellos y nosotros de Ti la Paz imploramos, de Ti que eres la alegría de nuestro pueblo. ¡Bendícenos Señora! ¡Bendícelos! Bendice a todos los hombres y mujeres.

Bendice también nuestras buenas intenciones; guía nuestra mano; endereza nuestros pasos; facilítanos medios para ejercer la Caridad y la justicia social, a la manera de Cristo.

Bendice, por fin, a todos los corazones, para que en ellos se seque la mala hierba de la rencilla, de la envidia y de la indiferencia; y nazcan en cambio los amores que deben ser nuestros amores primeros: Amor a Dios; amor a Ti, amor a nuestros hermanos. Amén.

Novena en honor de Nuestra Señora de la Paz Del 23 al 31 de enero de 2018 – Medina Sidonia (Cádiz)

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PRESENTACIÓN

Me dirijo a ti, devoto de la Virgen de la Paz, cuyo amor a tu Patrona te ha llevado a venerarla participando en esta novena de 2018.

Un año más hemos celebrado nuestra fiesta mariana por

excelencia en Medina juntándonos para estar nueve días a las plantas de Nuestra Señora de La Paz, la de la dulce mirada. Porque en nuestra ciudad es así como celebramos nuestras fiestas patronales. Un año más el Señor Alcalde en nombre de la Corporación Municipal que preside ha renovado el Voto centenario a la que es Patrona y Alcaldesa Perpetua nuestra.

Este año hemos tenido la dicha de contar con la predicación del

Rvdo. P. D. Joaquín Fluriach Domínguez, Administrador Parroquial de la de San Juan de Dios de nuestra ciudad. El Padre Joaquín a pesar de llevar pocos meses entre nosotros se siente un asidonense más y es un fiel devoto de la Santísima Virgen, como hemos podido comprobar en esta novena, contagiándonos a todos del fervor a nuestra Madre de la Paz.

A él por esta iniciativa y a ti, devoto de la Virgen que me lees, mi

agradecimiento como párroco de “la casa de nuestra Patrona” por colaborar con la adquisición de este ejemplar, a buen seguro que Ella te lo agradecerá.

RVDO. JESÚS GARCÍA MORALES Rector de la Iglesia Matriz de Santa María la Coronada

Rector de la Parroquia de Santiago Apóstol Medina Sidonia

Obispado de Cádiz y Ceuta


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SR. FÉLIX TINEO PÉREZ Hermano Mayor de la Hermandad Nuestra Señora de la Paz

Medina Sidonia


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INDICE

Día 1: Hermandades y Cofradías ............................ 4 Día 2: Ciudad de Medina ......................................... 7 Día 3: Catequistas ................................................... 12 Día 4: Costaleros ..................................................... 14 Día 5: Jóvenes ......................................................... 18 Día 6: Cáritas ........................................................... 23 Día 7: Religiosas ...................................................... 27 Día 8: Ancianos y Enfermos ................................. 31 Día 9: Familias ......................................................... 36 Oración a Nuestra Señora de la Paz ..................... 41

INTENCIÓN

Poco me lo podía imaginar hace unos meses. Doy gracias a Dios porque en su providencia, Mons. Rafael Zornoza, nuestro obispo, padre y pastor, me envió a servir a la Iglesia en Medina Sidonia. Él tiene la culpa de yo que esté aquí. Ciudad preciosa donde las haya, de larga y noble historia, donde sus habitantes, además de un hablar característico, son acogedores, alegres, trabajadores, gente sencilla y noble, pero sobretodo de una fe espontánea, sincera y profunda. Cuando la Hermandad me propuso predicar esta Solemne Novena, sencillamente me sentí muy abrumado. Acababa de llegar. Nunca lo había hecho. El desafío era grande. Solo se me ocurrió hacer como veía hacer al P. Jesús García, que tanto admiro, y como hacéis los asidonenses: arrodillarme delante de Nuestra Señora de la Paz, abandonarme en sus brazos, cerquita de su Corazón, y compartir con mis hermanos lo que se me viene a la cabeza y al alma. Eso es todo. El resto, es de la Señora. ¡Viva la Virgen de la Paz!

RVDO. JOAQUÍN FLURIACH DOMÍNGUEZ Administrador Parroquial de San Juan de Dios

Medina Sidonia - Obispado de Cádiz y Ceuta


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DIA 1: HERMANDADES Y COFRADÍAS

Lectura del santo evangelio según san Marcos (3,31-35) En aquel tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: «Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan.» Les contestó: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?» Y, paseando la mirada por el corro, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.»

La divina providencia nos permite hoy empezar este primer día de

la Novena con agradecimiento e ilusión. Hace días que lo esperáis y lo preparáis, con el cariño que os caracteriza.

Permitidme dirigirme a la Virgen Santísima con atrevimiento humilde, pero con la confianza y orgullo de saber que la Reina del Cielo y de la tierra es también Madre nuestra, y a las madres les gusta que se les hable con amor y confianza.

Que tú, Virgen de la Paz, seas la Patrona nuestra, quiere decir que has aceptado amorosamente y decididamente delante de Dios y de la Iglesia el compromiso de protegernos y ayudarnos como Ciudad. Al mismo nivel, nosotros, asidonenses todos, hemos aceptado el solemne y sagrado compromiso de honrarte con el alma y con nuestras vidas. Es solemne y sagrado porque se lo hemos prometido al mismo Dios.

Celebramos estos días, primero de todo, con intenso agradecimiento, especialmente de todo el amor y protección que tú, Señora nuestra, has tenido para con nosotros durante este año. Muchas han sido las ocasiones en que, de una manera concreta, nos has protegido y guardado. Sabemos que de muchas cosas hemos sido conscientes. Pero con espíritu generoso y humilde, queremos también darte gracias de las veces que has estado ahí, que ha sido tú la que nos ha ayudado y protegido, y no nos hemos dado cuenta. Quizá han sido más numerosas y más importantes para nosotros. Por eso es tan importante esta celebración de acción de gracias: para agradecerte las unas y las otras.


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Y con el mismo reconocimiento, pedirte que nos sigas guardando como tú sabes y como tú quieras, aunque no nos demos cuenta. Entre otras cosas, porque lo necesitamos, y tú, Madre de las Madres, no solamente sabes mejor que nosotros lo que nos conviene, sino que siempre nos das lo que nos conviene, aunque a veces nuestro orgullo tarda en saber reconocerlo porque a veces tendemos a ser un poco niños caprichosos. Pero eso tú ya lo sabes, y te pedimos que aceptes nuestras más humildes y filiales disculpas.

Hemos oído en el santo Evangelio como tu hijo Jesucristo dice: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Éstos son mi madre y mis hermanos: el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.»

Por el hecho de que tú, Virgen María, has escuchado en tu corazón cuál es la voluntad de Dios, la has acogido y la has cumplido en tu vida, has merecido ser la mismísima Madre de Dios. También la misma poderosa voluntad del mismo Dios desde la Santísima Cruz, ha hecho que fueras Madre nuestra, Madre de todos los hombres, alumbrados con tus santos dolores compartiendo los de tu Hijo Jesucristo por nosotros.

En ti, María, se realiza el sueño de Dios de que todos los hombres seamos y nos sintamos miembros de una sola y gran familia, la familia de los hijos de Dios. Mirándote a ti, María, cada uno de nosotros se siente hijo tuyo, hijo querido. Mirándote a ti, María, vemos cómo el que tenemos al lado, también es nuestro hermano, porque también le amas como Madre.

Este precisamente es el punto en el cual tiene profundo sentido el hecho de que tú, Madre, hayas puesto en nuestros corazones el deseo de que nos asociemos en Hermandades y Cofradías.

La palabra “Cofradía”, viene del latín “co-frater”. “Co” significa “unión”, y “frater” significa “hermano”, Una Cofradía, sería una entonces unión de hermanos.

Las Hermandades y Cofradías tienen una mirada certera sobre el Señor y la Virgen, contemplándolos como el origen de toda paternidad y de toda maternidad. Y a la vez, extienden su mirada


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sobre los demás hombres, viendo en ellos a hermanos nuestros. De manera que las Hermandades y Cofradías se proponen como un inicio y una ayuda para vivir esta hermandad, ya en este mundo. No siempre lo conseguimos, Madre mía y Madre nuestra, pero ahí va el intento.

Cada una de las Hermandades y Cofradías, os dedicáis a custodiar con gran delicadeza y acierto las santas imágenes que son fuente de inspiración y de fe, que arrancan de vosotros los sentimientos más profundos de agradecimiento y de petición de perdón. Os pido que, por un momento, cerréis los ojos. Voy a ir nombrando una a una estas Hermandades y Cofradías de nuestra ciudad. Dejad que vengan a vuestras mentes y contemplad unos segundos estas esculturas santas que tantas veces habéis contemplado no solamente con los ojos, sino con el corazón. Estas imágenes que son santas por el cariño y el esfuerzo con que las habéis adornado, embellecido y honrado con vuestro esfuerzo y con vuestras manos. Dejad que os hablen de amor de Dios, de hermandad, y nos muevan a penitencia.

- Hermandad de Nuestra Señora de la Paz.

- Hermandad de Penitencia y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Sangre, Nuestro Padre Jesús de la Columna, María Santísima del Mayor Dolor, San Juan Evangelista y Nuestra Señora de la Victoria.

- Venerable Cofradía de Penitencia y Esclavitud de Nuestro Padre Jesús Cautivo de los Llanos.

- Hermandad del Santísimo Cristo de la Reconciliación y Paz, y Nuestra Señora de los Dolores.

- Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, María Santísima de los Dolores, el Evangelista San Juan y Nuestra Señora del Carmen.

- Venerable Hermandad del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Nuestra Señora de la Soledad y San Juan Evangelista.


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Y ahora, con el corazón lleno de estos sentimientos, con los ojos puestos en la mirada serena de nuestra Madre y Patrona, la Virgen de la Paz, que te está mirando, háblale con la confianza con que un hijo habla con su Madre.

Madre de Dios, Madre mía. Tú me miras. Yo te miro. Te quiero, Madre. Hoy y aquí, te quiero dar gracias con toda mi alma. Gracias por haber dicho que sí a Dios. Gracias por traernos a Jesucristo, nuestro hermano mayor. Gracias por aceptar ser mi Madre. Perdona mis miserias y mis pecados. Perdóname porque a veces, sin darme cuenta, he arrancado lágrimas de dolor de tus ojos benditos. Perdón, Madre, perdón.

Quiero hoy darte algún motivo de alegría que te haga contenta. Viendo cómo me miras, también siento nacer en mí unos deseos enormes de ser mejor, de rechazar todo lo que me aparta o me pueda apartar de tu amor. Pero también, conociendo como soy, sé que no lo podré hacer si tú no me ayudas. No me dejes de mirar, Madre mía. Tómame siempre entre tus benditas manos. Quiero ser tan solo una hoja de este ramo de olivo de plata que tienes entre tus celestiales manos, tan tiernas y tan fuertes a la vez.

Si aquí ya te veo preciosa y hermosa, y esta visión ya me conmueve, imagínate poder contemplar cara a cara tu glorioso rostro en el Cielo, y estar contigo, para siempre jamás.

Y ahora, con todos mis hermanos, presentes y ausentes, con solo corazón y a una sola voz, quiero decirte con toda mi alma: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

DIA 2: LA CIUDAD DE MEDINA SIDONIA

Lectura del santo evangelio según san Juan (2,1-12). Por aquel tiempo se celebraba una boda en Caná de Galilea, cerca de Nazaret, y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara el vino, le dice su madre a Jesús: «No tienen vino». Jesús le responde: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los


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sirvientes: «Haced lo que él os diga». Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala». Ellos se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde venía (los sirvientes, que habían sacado el agua, sí lo sabían), llama al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya todos están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora». Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus signos. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos.

El santo Evangelio que nos ha sido proclamado hoy me da que a

los asidonenses nos viene muy a propósito. Se trata de una fiesta, una fiesta de Bodas. El asidonense se caracteriza por tener un talento natural para encontrar con gran agilidad mental un motivo suficientemente interesante para organizar una celebración, una fiesta. De la misma manera, el asidonense que tiene al lado también se caracteriza por apuntarse rápidamente a la celebración de tal evento. Inmediatamente viene el tercero, y dice que trae los chicharrones. El otro, la cerveza. Y así sucesivamente. En un momento, se nos pone el ADN en acción. Y es que al ADN es casi imposible resistirse.

Permitidme dirigirme hoy también a la Virgen Santísima con atrevimiento humilde, pero con la confianza y orgullo de saber que la Reina del Cielo y de la tierra es también Madre nuestra, y a las madres les gusta que se les hable con respeto, con sinceridad y con el corazón.

Muy querida Virgen de la Paz, Patrona y Madre nuestra. Nadie duda de que nos conoces y de que nos quieres. Mucho. Sabes que tus hijos asidonenses somos así, y cuando te miro, me parece ver que hasta te gusta. Te gusta que tus hijos se junten, que colaboren, que cada uno ponga lo mejor de sí mismo y de lo que tiene para los demás, que haya estos momentos de encuentro en los que sabemos o al menos intentamos dejar a un lado aquellas cosas que en la vida crean asperezas o diferencias entre nosotros, porque cada uno


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somos como somos, y somos muy diferentes. Cuando el asidonense ama, ama mucho. Y lo otro, también. Somos gente apasionada.

Por nuestra parte, tenemos que confesarte que nos gusta mucho a nosotros ver como tú, la Reina del Cielo y de la tierra, también sabes apuntarte a una fiesta. Con discreción, pero seguro que también con tu alegría serena, sincera y limpia. Seguro que te reías y todo. Me da también que quizá debías tener una copa de vino en la mano, o alguna cosa tenías que ver con el vino de manera que te diste cuenta de que se acababa. Como buena Madre y buena organizadora, debías tener a los comensales más o menos contados, diste un vistazo a las reservas, y de diste cuenta de que la cosa iba a ir mal, sobretodo porque estabais a media fiesta. Parece ser que con la alegría, nadie se dio cuenta. Ni el maestresala, ni los camareros, ni los invitados, y mucho menos los novios, que estaban por otras cosas. Un punto negativo para los organizadores de la fiesta que no supieron preveer. Incluso no sabemos si tu hijo Jesucristo se dio cuenta también, pero parece ser que tú fuiste la primera en darse cuenta de que se avecinaba un desastre.

Discretamente, así, como tú eres, diste el toque de alarma a tu hijo Jesucristo, porque sabías y confiabas que Dios hecho hombre podía poner remedio. Seguro que muchas veces te habías encontrado igual en otras circunstancias similares. Eso te daba la confianza de tu atrevimiento. No sabías de qué manera se iba a arreglar el asunto, pero lo pusiste en manos de Jesucristo, y dijiste a los camareros: “Haced lo que él os diga”. Y como no podía ser de otra manera, allí donde el hombre queda trabado y fracasado, Dios siempre tiene una solución.

Lo sorprendente es que la solución pasaba por poner más agua. Realmente original. Las soluciones de Dios son de lo más insospechadas, pero al final son la solución. Ahí está el confiar. Y por los resultados, una solución mejor, porque resulta que el vino nuevo era muchísimo mejor que el primero, según reconoció el fracasado maestresala que ya se veía en el paro. Le salvaste el puesto de trabajo, y a los novios, les salvaste la fiesta de Boda. Déjame


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decirte, Madre santa, que no nos hubiera importado que el milagro hubiera sido de cerveza, porque al asidonense la cerveza en las fiesta le va, pero con el vino ya nos está bien.

Estamos de fiesta, y estamos de fiesta contigo y por ti, Madre santa. Queremos agradecerte tu protección y ayuda durante todo este año. Cuando el asidonense se pone a agradecer, no le gana nadie. Seguro que de la misma manera de que en aquel banquete de Bodas casi nadie se dio cuenta y de manera discreta conseguiste de Dios la solución para poder salir adelante, tú has estado detrás de muchas circunstancias que nos han permitido seguir adelante en la vida social de nuestro pueblo, y no nos hemos dado cuenta. Incluso quizá nos has sugerido soluciones que a nosotros solos no se nos hubieran ocurrido, y nos has dejado creer que eran nuestras. Así sois las Madres.

Creo que no son muchas las ciudades tienen la suerte de tenerte como Alcaldesa Perpetua, con bastón de mando y todo. Pero tu mando es así como eres tú: sugerente, siempre al caso y pendiente de todo, un mando discreto pero acertado, con una visión y un cariño superiores. Pocos alcaldes y pocos consistorios como el nuestro tienen el privilegio de contar con la ayuda de una colaboradora tan especial y poderosa, que manda sin ser autoritaria, que sabe sugerir sin imponer. Por eso, hoy te pedimos que, como hiciste en la Bodas de Caná, inspires y ayudes como tú sabes a los gobernantes de nuestra ciudad, que por sus grandes responsabilidades tienen a menudo desafíos enormes que a veces incluso no les dejan dormir por la noche. Y precisamente por eso, también están expuestos a terribles tentaciones. Que sus decisiones sean las más acertadas para el bien común, y que les des la fortaleza que necesitan para sacar nuestra ciudad adelante.

Pero también te pedimos que inspires a los asidonenses, que no llevamos el peso del gobierno, que seamos más comprensivos con ellos, que recemos más por ellos a ti, Madre santa, y que intentemos siempre y en todo colaborar en lo que podamos para el bien de todos, antes que remover motivos de guerra, que cuando nos


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ponemos, de eso también sabemos. No es lo mismo torear el toro que verlo desde la barrera. Ya nos entendemos, ¿verdad?

Porque tú eres la Virgen de la Paz. La que nos trae el Príncipe de la Paz, la que nos inspira caminos de paz y de entendimiento. Mirándote a ti, te pedimos perdón por las veces que no te hemos hecho caso, que hemos tirado al monte como las cabras, y hemos vuelto heridos, magullados y con alguna pata rota porque nos hemos despeñado de mala manera yendo por las nuestras. Y te hemos hecho sufrir, Madre bendita, hasta que hemos vuelto a tus pies y nos has sanado con tu mirada y con tu amor.

Hoy celebramos esta fiesta para darte gracias y para honrarte. Pero hoy nos damos cuenta de que quien de verdad necesita esta fiesta somos nosotros. Esta fiesta no tiene la alegría que nos llena si no es sin ti, Madre Santa. Gracias por venir a nuestra fiesta. Gracias porque contigo, traes a tu hijo Jesucristo, que transforma el agua de nuestras miserias en el vino bueno y mejor que nos impulsa a seguir viviendo con alegría y con esperanza. Y desde este trono de Reina, nos miras y nos bendices a todos.

Has venido a nuestra fiesta, pero ahora eres tú la que nos quiere invitar a la tuya. Hoy nos das a cada uno en mano una invitación a la verdadera fiesta del amor, de la felicidad y de la vida para siempre que Dios nos tiene preparada en el Cielo para cada uno de nosotros, donde hay una silla reservada con nuestro nombre escrito en oro. Ojalá no quede ningún asidonense sin asistir. Aunque también te pedimos que, si puede ser, en tu fiesta, además de vino, haya cerveza, fino, queso, chicharrones, alfajores y amarguillos. Ah, y puestos a pedir, un par de guitarras también, que las palmas ya las ponemos nosotros.

Y ahora, con todos mis hermanos, presentes y ausentes, con solo corazón y a una sola voz, queremos decirte con todo el cariño de hijos y con toda el alma: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.


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DIA 3: CATEQUISTAS

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-56 En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y levantando la voz, exclamo: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu Vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: “su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia – como lo había prometido a nuestros padres – en favor de Abrahán y su descendencia por siempre». María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

¡Saludos a todos los catequistas en este día que veneramos a

nuestra Patrona! Saludos a aquellos que formalmente dais clases de catequesis, los que la coordináis, pero también a todos los que día a día transmitís el evangelio con el testimonio de vuestras vidas.

Santa Virgen de la Paz, Madre nuestra María. Hemos proclamado en el Evangelio como tú has escuchado la Palabra de Dios, la has recibido en tu corazón, se ha hecho carne en tus benditas entrañas, y enseguida vas a ver a Isabel para compartir con ella lo que te ha pasado, lo que ha hecho Dios en ti, la alegría inmensa que sientes. Es curioso cómo, además, no solamente lo compartes con tu prima Isabel, sino que le contagias como sin querer tu mismo entusiasmo, y las dos juntas dais gracias a Dios a la vez.

Por eso podemos decir, María, que tú fuiste la primera catequista, y ahora tú vienes al encuentro de nuestros catequistas para llenar


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sus corazones de este don maravilloso. Déjame, Madre mía, que me dirija ahora a los que son tus catequistas.

Querido catequista: quiero invitarte a renovar hoy ese don descubriendo cómo el Señor te ha llamado personalmente junto a María, a anunciar la Palabra, a hacer conocer y amar a Jesucristo y a la Iglesia, cómo esta vocación es gracia como en ella, y don muy especial del Espíritu Santo. La vocación catequética es la llamada personal a anunciar a Cristo, en este servicio al cual Dios te ha llamado a través de la iglesia concreta de tu pueblo, de tu barrio, a niños y niñas, personas con rostros y vidas concretos.

Querido catequista: ¿te acuerdas de cómo te has encontrado prestando este servicio? Quizá al principio no eras del todo consciente de lo que era y de lo que suponía, pero dijiste que sí. Como le pasó a María, que fue sorprendida por esta presencia del Espíritu que conquistó su corazón y de repente se vio embarazada de Dios, llena de la Palabra para ser anunciada, tan llena y desbordante que rápidamente se pone en camino para anunciarle a Isabel el misterio que a ella la tiene embargada el corazón. Tal vez te parezca que llegaste a este lugar por casualidad, pero en realidad, nada a los ojos de Dios ocurre por casualidad, sobre todo cuando Él elige a sus colaboradores inmediatos como lo eres tú, querido catequista. Jesucristo, en un momento de intimidad, dice a sus apóstoles: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros”. Ha sido el Señor quien de una u otra forma ha ido entretejiendo esa sabia trama de circunstancias que te hicieron saber que Él te llamaba. María, la Madre de Dios, tu Madre, quiere mostrarte el modo de entenderte en esta vocación que su hijo Jesús te ha regalado. Entre otras cosas, es bueno recordar aquel adagio consolador que dice: Dios no llama a los capaces, sino que capacita a los que llama.

María te muestra que para ser catequista como ella hace falta actitud de escucha, actitud de discernimiento, dejarse llevar por ella y celebrar lo que la vida te ofrece como lugar para ser celebrado.


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Que esta vocación tuya, de las más importantes dentro de la gran familia de la Iglesia, sea una gozo para ti y para los demás.

A las Madres no hay absolutamente nada que les pase desapercibido. La Virgen María conoce bien los esfuerzos que haces, las horas largas que te has pasado, con largas reuniones consultando, preguntando, intentando aprender de tus compañeros catequistas, pensando y preparando el cómo vas a hacer y cómo vas a decir. La Virgen María, tan cerca de ti que a veces ni te has dado cuenta, se alegra contigo en tus éxitos. La Virgen sabe también de tus decepciones, de tus desánimos y de tus lágrimas, y ha llorado contigo para consolarte. Ella sabe perfectamente cómo eres tú, tus virtudes y tus defectos, sabe cómo inspirarte amor y cariño por estos niños y niñas que ella ama más que tú, pero cuenta contigo y quiere que lo hagas tú, a tu manera. La Reina del Cielo y de la tierra, que es muy lista, sabe que por el hecho de aceptar ser catequista, vas a intentar por todos los medios sacar lo mejor de ti mismo para servir a su hijo Jesucristo, para que sea conocido y amado, sabe de las gracias especiales que has recibido para ello. Y qué alegría cuando has visto que así ha sido, en el fondo de tu corazón, que te has dado cuenta de que quien ha aprendido más, quizá has sido tú. Y ella, la Virgen, se ha unido contigo en acción de gracias a Dios.

Pero hoy te invito a poner a los pies de la Virgen una oración muy especial por todos y cada uno de los niños y niñas que Dios te ha encomendado este curso. Durante esta Misa, dile a la Virgen sus nombres, uno a uno, háblale de ellos. Háblale de sus ilusiones, de sus esperanzas, de sus familias, de sus problemas, háblale de sus deseos de aprender y de ser mejores, de la paciencia que tienes que tener con ellos, aunque a veces parece que se te acaba, pero que siempre acabas renovando. Háblale especialmente de los niños y niñas que te traen de cabeza, que no es que no sepas qué hacer con ellos, sino que son ellos mismos los que no saben cómo dominar su carácter, cómo gestionar sus sentimientos, que no saben qué hacer con ellos mismos y con sus vidas. También la Virgen les tiene un cariño maternal, y compartes con ella su preocupación. Pídele a la


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Virgen que sea ella la que te inspire la palabra justa y oportuna que les sea la ayuda que necesitan, que le prestas tu voz, tus ojos y tus manos para que actúe ella a través de ti.

Dile que estás agradecido por aquellos que han sido tus catequistas, de los cuales has aprendido más de lo que creías, y que en parte estas aquí gracias a ellos, a su amor por Cristo y por la Iglesia, a su testimonio personal, a sus ratos de oración por ti. Dale gracias por todas las personas que, sin tener el encargo oficial de catequistas, hacen la misma función: padres, abuelos, amigos, vecinos, etc.

Háblale también a tu Madre de aquellos niños que han pasado otros años por tus manos, que ahora ya no son tan niños, los que te saludan por la calle y los que no, con los cuales te sientes todavía de una manera u otra ligado, porque son lazos de afecto sincero y de amor de Dios. Que la Virgen les proteja y les guarde, y que ella les ayude a no olvidar o incluso redescubrir la presencia de Dios en sus vidas.

Porque la catequesis es eso: un lugar muy sagrado, un lugar de revelación del misterio de Dios y del misterio de la persona, es un lugar de encuentro entre Dios y el hombre en las circunstancias concretas en las que la persona se encuentra, es un lugar donde se ayuda a encontrar el camino hacia Dios.

Y ya que estamos, pídele perdón por las veces que te has dejado llevar por el desánimo, por las veces que no has estado a la altura. Ella ya sabe que a veces no es fácil, sabe que no tenías el mejor día, pero en el fondo tú sabes que quizá habrías podido hacerlo mejor.

Pídele también a la Virgen que nos podamos reunir un día todos juntos en el Cielo, porque aquí estamos de paso.

Que el Señor, por intercesión de la Virgen de la Paz, nos renueve a todos en este gran don de evangelización en Medina que es la catequesis.

Y ahora, dirijámonos a María, la Virgen de la Paz, por nosotros y por ellos, con solo corazón y a una sola voz, y digamos nosotros con todo el cariño de hijos y con toda el alma lo que enseñamos a


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los demás: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

DIA 4: COSTALEROS

Lectura del santo Evangelio según san Juan (19,25-27) Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

Hay una Zarzuela, llamada “La Dolorosa”. En un fragmento, el

Hermano Rafael canta la escena del Calvario desde los ojos y el corazón de María, fragmento titulado “La Roca Fría del Calvario”:

“La roca fría del Calvario se oculta en negra nube. Por un sendero solitario la Virgen Madre sube. Camina, y es su cara morena, Flor de azucena, que ha perdido el color. Y en su pecho lacerado se han clavado las espinas del dolor. Su cuerpo vacilante se dobla al peso de la pena, pero sigue adelante. Camina, y sus labios de hielo besan el suelo donde brota una flor, en cada gota de sangre derramada por Jesús el Redentor. Camina, camina, ligera, que el Hijo la espera muerto en la Cruz.”

Santa Virgen de la Paz, Patrona nuestra. A cualquiera que tenga un poco de corazón no puede dejar de impresionarle como, sufriendo en lo más hondo de tu alma el dolor más intenso que una madre pueda sufrir, caminas decidida y firme al lado de tu Hijo, el Hijo de Dios, herido en su frente coronado con la corona del desprecio, con las carnes abiertas sangrando por los flagelos del odio, objeto de insultos y de oprobios y, encima, condenado a torturar su espalda y sus hombros divinos e inocentes con el madero más áspero y pesado del mundo: la Cruz de todas las ofensas contra Dios de todos los hombres de todos los tiempos. En este terrible camino, lo que tus ojos ven entre lágrimas te penetra hasta el fondo de tu santísimo corazón, y tu dolor es tan grande que sientes que se te desgarra el alma. Tu cuerpo vacilante se dobla al


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peso de una pena tan grande, pero sigues decidida adelante, sacando fuerzas de donde no las hay. Caminas ligera porque tu Hijo te espera en la Cruz, porque en ese cruce de tu mirada maternal con la suya, le dé al menos algún consuelo.

Y a ti, María, te acompañan calladamente en tu dolor algunas personas que te van sosteniendo en tu agonía, que intentan compartir y llevar contigo una pena tan dura y tan pesada, con el deseo de ofrecerte algún alivio. Mujer valiente donde las haya, porque eres tú la que, a la vez, les vas impulsando y empujando a subir contigo al mismo Calvario, a los pies de la Santa Cruz.

Estos son los costaleros, Madre. Los que quieren compartir contigo ese peso tan terrible pero tan santo del sacrificio del mismo Dios para la salvación de los hombres. Los costaleros también te acompañan a ti, Madre, y a tu Hijo Jesucristo, y se meten debajo del paso, soportando durante horas y horas apreturas, calor, humedad, olor al sudor del esfuerzo conjunto y un peso nada despreciable. Para los costaleros es un gran sacrificio, un gran esfuerzo físico y de coordinación, pero que saben llevar con orgullo, decisión y fortaleza, porque saben que es un peso santo. La gente siente, contempla, se conmueve y reza ante la belleza imponente de cada paso. Y eso gracias al humilde y sacrificado costalero, que no ve nada, que no se luce, pero no le importa, porque conoce perfectamente en el fondo de su alma la grandeza de su misión, y se siente afortunado y orgulloso.

No todo el mundo entiende el hecho de ser costalero. Algunos hasta lo critican. Explicar porqué uno es costalero es algo que incluso a los costaleros no les es fácil de expresar. Algún costalero, intentando hacerse comprender, ha dicho que "explicar el porqué salimos es tan difícil como explicar el amor", y otro decía que "aún más difícil es hacerlo entender a quienes no se han metido nunca debajo de un paso". Ser costalero es sobre todo una experiencia exterior y a la vez interior, que hay que experimentar para saberlo.

Tus costaleros, Madre santa, tienen afición al oficio, lo hacen por devoción, encuentran la satisfacción del compañerismo y de la


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amistad, y finalmente se sienten bien recompensados cuando todo ha sido un éxito, y pueden contemplar una y otra vez las fotos y los videos de los eventos.

Por la intensidad que exige el momento, el costalero sabe que su ministerio es ocasional, y algunos tienen la tentación de olvidarse un poco de ti hasta la siguiente procesión. Como dice la canción mariana: “Mientras mi vida alentare, todo mi amor para ti. Mas si mi amor te olvidare, Madre mía, mas si mi amor te olvidare, tú no te olvides de mi.”

Te pedimos, Virgen de la Paz, que des a los costaleros las recompensas espirituales y materiales que correspondan a su fe, a su cariño y a sus esfuerzos por ti, por Nuestro Señor Jesucristo y por tus santos. Hazte presente en sus corazones, en sus vidas, en sus familias, en sus trabajos, para que nunca se olviden de ti, y tengan siempre esta misma generosidad y den ese testimonio de fe y devoción cristiana todos los momentos de su vida, como lo hacen cuando te acompañan humildemente y firmemente metidos debajo de los pasos. Que para ellos, el costal y la trabajadera sean signo de tu bendición. Bendice, Santa Virgen de la Paz, a todos: costaleros, capataces, contraguías, pateros, fiadores, etc. Protégelos y ayúdales a llevar el peso de sus vidas. Y ya que llevaron en la tierra tus santas imágenes, llévalos tú un día hasta arriba del todo del Cielo.

Y ahora, mirando fijamente a María, la Virgen de la Paz, digamos con solo corazón y a una sola voz, y con cariño de hijos: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

DIA 5: JOVENES

Lectura del santo Evangelio según san Marcos (1,21-28) En la ciudad de Cafarnaúm, y el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a


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acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpó: «¡Cállate y sal de él!». El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad es nuevo. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen». Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Estamos en el quinto día de esta santa Novena. Y digo que esta

novena es santa porque somos conscientes de que nos ha convocado la persona más santa de todas después de Dios, María, la joven de Nazaret que ya desde sus tiernos 14 o 15 años ha sido capaz de dar un vuelco total a la historia revolucionándolo todo, con un solo “sí”. La que ha liado la Virgen Santísima con un simple “sí”. Pero un “sí” joven, generoso, confiado, sincero, sin condiciones, noble, un “sí” dicho a Dios, que es lo que ha permitido a Dios meterse de lleno en la historia de los hombres, y ha convertido la historia de los hombres en historia de Dios. Para que luego digan de la juventud. La historia de la Salvación está llena de jóvenes que se han puesto de la parte de Dios: el joven Samuel, el profeta Daniel, el rey David, San José, el apóstol San Juan… Dios ha encontrado en la juventud generosa un aliado fiel para liarla. Y lo quiere seguir haciendo.

Hoy, la Virgen Santísima, nos invita otra vez a que miremos a su Hijo Jesucristo. Con María, nos apuntamos a su escuela de escucha de la Palabra de Dios, y meditemos con ella lo que hoy se nos ha proclamado en el santo Evangelio.

Como dice el P. David Amado, un gran predicador, Jesucristo está dotado de una autoridad que no necesita ser corroborada por nadie. También para nosotros Él es la máxima autoridad. La Iglesia sigue viviendo esa experiencia. Pero, a veces, las palabras de Jesús se viven como una amenaza. Es lo que narra hoy el Evangelio. Jesús enseña en la sinagoga y un endemoniado le reta: “¿Que quieres de nosotros Jesús nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?”. Las palabras de Cristo tienen tal poder que despiertan


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los peores demonios de nosotros y suscitan esta tentación: “¿Qué tiene Dios que decirme a mí?, ¿es que realmente le importo?”.

Sin embargo, para quien escucha con atención enseguida se disipan las dudas. Cuando oímos a Cristo y le hacemos caso, constatamos que nuestra vida mejora y somos más felices. Eso no significa que todo sea más fácil y desaparezca el esfuerzo, pero sí que nos ayuda a completar nuestra vida. De hecho, la palabra «autoridad» viene de un verbo latino, «augeo», que significa «aumentar, hacer crecer». El Evangelio nos hace crecer. Es verdad que conforme la palabra de Dios empieza a actuar en nosotros se da a la vez un proceso destructivo: hay que acabar con mi pecado, contra lo que es contrario a Dios. La gran disputa con Cristo no es argumental, sino que tiene su fundamento en nuestras actitudes. Nos oponemos a Él cuando no estamos dispuestos a cambiar, aunque nos demos cuenta de que lo que nos dice es la verdad, entonces endurecemos nuestro corazón. Por eso hemos de escuchar repetidas veces el salmo de este día: «¡Ojalá escuchéis su voz! No endurezcáis vuestros corazones».

Jesús es el verdadero Maestro, porque nos ama, da su vida por cada uno de nosotros, siempre nos dice la verdad y no nos engaña. Nos instruye de mil maneras: a través de la Iglesia, de las personas que nos quieren bien, de los predicadores, del director espiritual, de los acontecimientos de la vida... Pero lo que es importante es estar dispuesto a escucharlo y seguirlo.

Hoy en día no es fácil la tarea de educar, ni nos gusta que otros nos digan lo que hemos que hacer. Pero sabemos que Jesús es el único Maestro y que las suyas son palabras de vida eterna. Reconocer que hemos de ser enseñados y educados es la base de la formación humana y espiritual. Colocarse delante de Dios para discutir con Él y aceptar sólo lo que entendemos o lo que nos gusta es una mala actitud. Pregúntate: “¿Qué me ha pedido Cristo que no haya sido bueno para mí?” Si la respuesta es «nada», ¿por qué sigo sin fiarme del todo?


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El poder radical de Jesucristo para sanar se manifiesta en la expulsión de los demonios. Dios es más fuerte que el mal y que el error. Por eso caminaremos seguros a su amparo. Que hoy en día muchos nieguen lo que Jesús enseña o que se burlen del Evangelio y de la Iglesia, no nos hace dudar lo más mínimo en su autoridad. Hemos experimentado que tiene palabras de vida eterna y creemos en Él.

Querida y venerada Madre, Virgen de la Paz. Hoy, los jóvenes de Medina se presentan a tus pies para pedirte que abras sus corazones a Jesucristo. Que les hagas comprender que sólo en Jesucristo encontrarán el único amigo fiel que les acompañará en todos los momentos de su vida, el que les dará confianza, orientación, criterio y fuerza, el que infundirá en ellos la esperanza que nunca falla, que echará sus demonios.

Hoy te pedimos, Madre nuestra, que los jóvenes se dejen de tonterías que les dejan un profundo vacío el corazón. Hazles ver cómo les engaña el astuto y desgraciado Satanás, como les persigue para arruinar la imagen de Dios en ellos. Sálvalos del Maligno, poderosa Reina, tú que eres la Inmaculada, la que tiene bajo su dominio el mal porque le tienes el pie puesto encima de su cabeza. Protege, María, a nuestros jóvenes.

Esas fiestorras estúpidas que les hacen perder la dignidad. Ese creerse que son miembros del grupo porque van al estúpido botellón para emborracharse y acabar enfermos con resacas y vomitonas. Esa malsana curiosidad, ese experimentar con el sexo como los animales, que ni se trata de amor ni nada, sino de puro instinto bestial, y luego, cuando toca amar de verdad, ya no saben. Ese insultar y reírse del otro sin piedad, atentando contra su dignidad y su persona, esas violencias cobardes solamente para parecer más macho y más miembro del rebaño cabrío. Ese respeto perdido de no hacer caso a sus padres, ni a los formadores, ni a los abuelos, ni a los sacerdotes, ni a los amigos buenos, ni a todos los que ellos mismos saben que les quieren bien, solo por un deseo de autonomía y de libertad que les hace más esclavos de sus caprichos.


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Esa vagancia y falta de aprovechar el sagrado tiempo de estudio y de formación, que no va a volver. Ese dejarse robar el corazón por la moda, por la estética, por las maquinitas, por lo último, y por tantas cosas que en el fondo no valen nada. Esas soberbias y esos envalentamientos, que esconden una acomplejada y profunda cobardía. Todos esos errores que, aunque ahora no se den cuenta, el demonio se va a encargar de que paguen muy caros durante toda su vida. Necesitan urgentemente que les protejas, Madre.

Querido joven, hoy puedes darle una gran alegría a tu Madre. Mírala fijamente a los ojos. Contempla en ellos el amor que te

tiene. Profundo. Maternal. Poderoso. Siente ese amor que te envuelve, que te abraza, que te apretuja contra su corazón inmaculado que late por ti. Prométele hoy que no le darás motivo de tristeza, de que se avergüence de ti. Prométele que la tendrás presente cada día en tu oración, que tendrás un pensamiento para ella antes de ir a dormir, cuando te levantes por la mañana, cuando entres en clase, cuando estés con los amigos, cuando te pongas a hacer la tarea. Dile que estás sintiendo ahora en tu corazón verdaderos deseos de ser mejor, de acudir a la Confesión para recibir el perdón, la paz y la fuerza de Dios para rectificar. Que irás a Misa al menos todos los domingos, porque cada domingo Jesucristo te habla y te propone una reflexión, un pensamiento para mejorar aquella semana, y te alimenta con la Comunión. Que tratarás bien y con respeto a los que te rodean, y que ayudarás a los que lo necesitan, porque ella también les quiere como te quiere a ti.

Querido joven: dile a la Virgen lo que quieras, pero díselo de verdad. Ella conoce perfectamente tus alegrías, tus tristezas, tus esperanzas, tus luchas, tus decepciones, tus desánimos, tus arrepentimientos, tus lágrimas lloradas en secreto en tu habitación, los amargos momentos en que no sabes qué hacer y te han hecho sufrir tanto. Ella es tu Madre. Nunca se va apartar de ti. Con ella, lo puedes conseguir todo. Con ella puedes empezar a ser feliz aquí, en esta vida, y luego del todo en el Cielo. No tengas miedo. Fíate de


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ella, como ella se fió de Dios, y mira cómo le fue. En ella encontrarás la seguridad que buscas en tu vida.

Y ahora, todos juntos, mirando fijamente a la Virgen de la Paz, pidamos intensamente a María por los jóvenes, diciendo con solo corazón y a una sola voz: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

DIA 6: CARITAS

Lectura del santo Evangelio según san Marcos (1,21-28) En la ciudad de Cafarnaúm, y el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús lo increpó: «¡Cállate y sal de él!». El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad es nuevo. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen». Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Hemos proclamado en el Evangelio de hoy quién es Jesucristo. El

único que habla con autoridad porque dice la verdad. Confesado por los demonios como el Hijo de Dios, no tienen más remedio que obedecer cuando los expulsa, porque la bondad de Dios es más fuerte que todo mal, y tan solo con su palabra y su autoridad, y nos libera de la esclavitud y de los engaños del Maligno, y nos devuelve la dignidad perdida por el pecado, nos vuelve a la amistad con Dios, y además, nos da una dignidad nueva: hijos de Dios.

A veces hablamos de Dios, pero los conceptos y las palabras humanas no definen bien a Dios. Por ejemplo: Dios no solamente sabe, sino que él es la misma sabiduría. Dios no solo tiene la fuerza para hacer cosas imposibles, sino que él es el todopoderoso.


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Cuando digo “yo amo”, o “Dios ama”, no estoy hablando de lo mismo, aunque emplee la misma palabra. Hasta podría atreverme a afirmar que Dios no ama, sino que él es el mismo y puro Amor, así, con mayúscula.

Por eso, cuando los cristianos nos queremos referir al amor con que Dios nos ama, que es diferente del amor y de los sentimientos y acciones humanas, tuvimos que inventar una palabra nueva. La palabra es CARIDAD. Este es el sentido profundo originario de esta palabra, que a veces se ha desvirtuado tanto. Caridad es el amor superior con que Dios mismo nos ama. Y el amor humano es más auténticamente amor cuando mejor refleja la caridad de Dios. El voluntario de Cáritas ve en el otro un verdadero hermano, porque Dios le quiere, porque Cristo ha dado su vida por él. El voluntario de Cáritas no solo acoge y da alimento o ropa, sino que escucha y mira a la cara con amor al mismo Cristo que se le presenta delante, que le cuenta sus dificultades, y no sabe por dónde salir. Escucha, comparte, ama, e intenta una solución con los medios que se le dan y sabe. Por eso, la asociación “Cáritas”, no será nunca una ONG, o una asociación civil de beneficencia. Si no expresa y refleja el amor divino, ya no es Cáritas. Si no es así, Cáritas no es más que una excusa para lavarnos la conciencia de nuestros egoísmos, utilizar a los pobres para sentirnos bien. Cáritas no es la lavadora de las suciedades de instituciones públicas o privadas que pueden utilizar para parecer los buenos, para limpiar su imagen delante de los votantes, porque trapichean y se benefician en demasía por debajo, o blanquear intereses particulares. Caritas no debería ser un lugar donde la gente da lo que le sobra, lo que ya no quiere, lo que ya no usa, y así sentirse buena persona.

Para que una familia funcione bien, todo el mundo debe cumplir su misión. Aunque se ayuden en todo, no todos lo hacen todo, cada uno tiene que estar preferentemente pendiente de algo. Pero cada uno sabe que lo que hace, lo hace en nombre de todos y para el bien de todos. De la misma manera, el voluntario de Cáritas sabe que actúa en nombre de la familia Iglesia, la familia parroquial, y en


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nombre de Cristo. Nosotros lo deberíamos sentir así porque así es: son nuestras manos hacia los necesitados de entre nosotros. Por eso les damos lo que nos piden, porque saben quién y qué necesita. Confiamos en ellos, como confiamos que distribuirán como se debe hacer, porque ellos saben que lo hacen en nombre de Dios y delante de Dios. Es un servicio sagrado y santo, porque es de Dios y para Dios. Y por lo mismo, Dios nos pide que, por caridad y en la medida de lo posible, seamos generosos con Cáritas, y no les falte nada. Dios quiere cuidar de ellos a través de nosotros. Así agradecemos a Dios y reconocemos que es Dios quien nos da lo que tenemos y necesitamos para vivir dignamente, aunque la mayoría de las veces caigamos en la tentación de creer que nuestro bienestar es totalmente mérito nuestro, y que Dios no pinta nada.

Cáritas está en el corazón de toda familia parroquial, está en el corazón de la Iglesia, porque Cáritas está en el corazón de Dios, que nos ama infinitamente y se preocupa de todos y cada uno de sus hijos.

Por eso, ahí mismo, encontramos a María. En el Corazón Inmaculado de María encontramos tanto amor, refleja con tanta intensidad la caridad divina, que hasta deslumbra.

La caridad en María es tan grande, que ponerse a hablar de ella es exponerse a no acabar nunca. Pido perdón a la Señora por atreverme a resumir tanta grandeza en pobres y además pocas palabras.

María es la mujer de la caridad servicial. María se ofrece toda ella a la acción de Dios. Se ofrece en cuerpo y alma. Entera. En cuanto recibe el saludo y la noticia del Ángel, enseguida se pone en camino, a la montaña, a hacer compañía a Isabel. Una mujer de avanzada edad a quien Dios le ha concedido ser madre. Visita a alguien que sabe que la va a necesitar, antes de que se lo pida. Y además, se queda con ella para ayudarla los tres meses que le faltan hasta el parto. A María nadie le gana en espíritu de servicio, de sacrificio y de generosidad.


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María, en las Bodas de Caná, es la mujer atenta, ingeniosa y efectiva. Atenta porque es la primera que se da cuenta de que falta el vino. Atrevida porque no tiene reparos en comunicárselo a su Hijo, y pedirle e incluso exigirle que haga algo. Efectiva porque, sin saber cómo se va a solucionar, manda a los criados que hagan obedientemente lo que diga Jesucristo. Como dicen en castellano, obras son amores.

María es la mujer animadora de la caridad. En Pentecostés, reza con los apóstoles. Les ayuda a abrir su mente, su corazón y su voluntad para recibir el Espíritu Santo. Por eso veneramos a María como la que alienta y estimula para lanzar a estos apóstoles por el mundo entero a cumplir el mandamiento de predicar el Evangelio, con decisión y confianza, porque no hay caridad más grande que ofrecer al hombre la salvación de Cristo, que por encima de todo, es lo que más necesitamos.

Muy querida Madre, Virgen de la Paz. Hoy, postrados a tus pies, te pedimos que nos infundas un verdadero amor de caridad en nuestros corazones. Con tan solo una gota de ese mar inmenso de amor de Dios que es tu Inmaculado Corazón, ya nos sentiremos más que sobrepasados.

Que nadie alrededor nuestro se sienta necesitado, pero sobretodo necesitado de amor y de cariño. Ese mismo amor y cariño que tú nos tienes, que refleja tan bien la caridad divina.

Que no solamente demos cosas, sino que nos demos a nosotros mismos, como haces tú. Porque un regalo dado sin amor, en el fondo no vale nada.

Bendice a los voluntarios de Cáritas, dales la fortaleza y la paciencia que tantas veces necesitan. Bendice, Madre Bendita, a todos los benefactores y amigos de Cáritas. Bendice también, Madre Santa, a todos los asidonenses que, de manera callada y anónima, tienen ese espíritu de Cáritas que es estar atento y ayudar al que lo necesita, por amor a Dios y por amor de Dios. Algunos de ellos hacen verdaderos sacrificios materiales y humanos. Que ellos se sientan recompensados también por tu mirada bendita.


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Gracias, María, porque hoy nos damos cuenta de que en esta vida necesitamos unos de otros. Gracias, María, porque hoy también nos damos cuenta de que todos necesitamos de Dios, y de ti.

Mirándote a ti, Madre de Misericordia, no puedo evitar pedirte perdón porque reconozco que a veces he sido egoísta, comodón, poco generoso, y he puesto excusas al amor. Perdón por las veces que me he creído con el derecho de derrochar, de gastar sin necesidad, por capricho, y he querido ignorar que quizá alguien lo hubiera necesitado de verdad, o más que yo. Ayúdame a pedir perdón a tu hijo, que lo ha dado todo por mí, hasta su propia vida.

Ayúdame y cuenta conmigo, Madre, para ser un mejor reflejo de la caridad de Dios, especialmente para los que más lo necesitan. Porque también son tus hijos, y los amas como a mí.

Y ahora, todos juntos, mirando fijamente a la Virgen de la Paz, pidamos intensamente a María por todos nosotros, mendigos necesitados del amor de Dios, diciendo con solo corazón y a una sola voz: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

DIA 7: RELIGIOSAS

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 41-52 Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: – «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.» Él les contestó: – « ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su


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corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.

Vaya un susto que se llevaron San José y la Virgen María. Perder a

su hijo, despistarse de la misión a la cual Dios mismo les había llamado y a la cual habían consagrado sus vidas: ser custodios del Misterio de Dios hecho hombre. Vaya una bronca. El Evangelio no nos cuenta si hubo algún momento de una santa discusión matrimonial, quizá como las que tenéis algunos precisamente porque os queréis tanto, pero lo que sí sabemos es que se pusieron juntos a buscarlo sin tregua. Tres días les costó. Seguro que casi ni comieron, ni bebieron, y por supuesto casi ni durmieron, haciendo como de detectives, preguntando, interrogando, haciendo deducciones y siguiendo posibles pistas. Qué angustia. “Querejía má grande”, como dicen los “meinatos”. Y como el que la sigue la consigue, ahí estaba, entre los Doctores de la Ley, en el Templo. Mecachis. Como si nada. Como si el Señor del Universo no se hubiera dado cuenta de los desvelos y sufrimientos de esos tres días que a María y a José les habían parecido tres angustiosas semanas.

Y María, valiente, cuando ve de lejos a su hijo del alma allí, al fondo de la sala, se lanza decidida atravesando el corro de sabiondos como si no los viera, y dejándose llevar por su pasión de Madre, con una mezcla de sentimientos encontrados en su alma, le espeta un reproche. No creo que la Virgen hubiera preparado o ensayado lo que diría cuando se lo encontrara. Yo creo que le salió tal cual, al momento.

La respuesta del Señor seguro que les desarmó. “¿No sabíais que debía estar por las cosas de mi Padre?”. Vaya lección. María y José, que se pensaban que ya lo habían dado todo para cumplir la voluntad de Dios, ahora debían afinar más en su entrega a Dios. No se trata de ser buenos, sino de ser santos. No se trata de lo que quiere el hombre, sino de lo que quiere Dios. No se trata de tener yo el control de mi vida, sino de dejar la iniciativa del control de mi vida a Dios.


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Alguna vez hemos dicho que no hay que hacer las cosas porque nos parezcan buenas, sino porque Dios las quiere. Dios siempre tiene un conocimiento más profundo de lo que es realmente bueno y de lo que nos conviene. Eso a veces se me escapa por la soberbia en la cual suelo caer cuando creo que ya soy bueno, que ya sé por dónde van las cosas, y me permito incluso dar consejos a Dios de cómo debería hacer las cosas para ir bien. Solamente Dios es bueno, y por eso debo dejarme sorprender continuamente por él. Como en las Bodas de Caná, que la solución a la falta de vino no fue ir al súper a por más, sino el agua en abundancia que ya tenían allí, un agua obedientemente puesta en las manos de Jesucristo, contra toda lógica humana.

Precisamente por eso, Dios escoge a unos cuantos hombres de entre los hombres a seguirle más de cerca, a estar más estrechamente con él. Para recordar a los demás que lo realmente importante para el hombre es Dios. Que la vida del hombre sin Dios no va a ningún lado, por muy deprisa que vaya. Que el hombre puede conseguir muchas cosas, pero si no tiene a Dios, lo que tiene no vale nada. Que las relaciones humanas son necesarias, pero también es necesaria la relación con Dios. Que es importante la salud del cuerpo, y estar muy guapos, pero la belleza que cautiva y atrae de verdad es la del alma. Que es importante que nos amemos, pero es imprescindible el amor de Dios, que es la verdadera medida del amor.

Por eso hoy, Santa Virgen de la Paz, te queremos dar gracias porque tú eres también modelo de vida para los consagrados. Lo eres por su respuesta incondicional a la llamada de Dios para cumplir tu misión específica de ser Virgen y a la vez Madre, colaborando activamente en el Plan de Salvación, siempre abierta, siempre aprendiendo a ser más fiel a cada paso.

Por eso hoy ponemos con agradecimiento a tus pies a las religiosas de nuestra ciudad, porque son en medio de nosotros un don del Espíritu Santo. Son personas concretas, de las cuales conocemos sus rostros y sus nombres. Además de su alegría, su fe,


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su amabilidad y sus pastelitos, se nos ofrecen como almas tan enamoradas de Dios, que son para nosotros un testimonio heroico y ejemplar de la fuerza de una vida nueva que se quiere dejar llevar por Dios, que hacen visible y viviente a partir de una singular alianza esponsal con Él. Nos interrogan continuamente sobre la presencia de Dios en nuestras vidas cotidianas, a nivel particular y social.

Las religiosas de Medina, aunque realizan tareas diferentes, persiguen un mismo fin: el seguimiento de Cristo a través de los Votos de castidad, pobreza y obediencia, en diferentes estilos de vida: unas en vida contemplativa, y otras en vida activa.

Por un lado, están las de Vida Contemplativa, cuya primera finalidad es permanecer junto al Señor en la oración, para ser signos de ese Dios Absoluto que llena de sentido la existencia del hombre. Estas son las Madres Agustinas del convento de San Cristóbal (las monjas de abajo), y las Agustinas Recoletas del convento de Jesús, José y María (las monjas de arriba).

Por otro lado, las religiosas de Vida Activa o Apostólica, que son las del Hospital Amor de Dios de la congregación Rebaño de María, que se caracterizan por armonizar la oración y la acción apostólica, descubriendo a Dios en las necesidades de los hombres. Digo yo que si estas no son ni las de arriba ni las de abajo, pues serán las del medio, aunque nadie las llama así, sino que las llamáis “las del Amor de Dios”, que ya es un nombre suficientemente bonito y que les va pero que muy bien.

Madre Santa, Virgen de la Paz, Maestra del espíritu y guía de las almas que arden en deseos de santidad. Dicen que las vocaciones a la vida religiosa ponen de manifiesto la buena salud espiritual del Pueblo de Dios. Viendo lo que hay, me parece que el diagnóstico es que no andamos muy bien de salud. No sé si sería gripe o gastroenteritis, ahora que andan los virus bailando alegremente por nuestro pueblo. Lo que seguro que no es, es un simple constipado. Me da que tiene algo que ver con alguna cardiopatía. Madre, creo que en Medina estamos enfermitos del corazón. Ya creemos. Ya


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somos buenos. Pero no acabamos de querer tanto a Dios que contagiemos suficientemente la alegría de que Dios vale la pena. Madre santa, como enfermera celestial, te pedimos que nos cures del corazón, que nos des un poco del tuyo, rebosante de amor de Dios, para que se renueve en nosotros y en nuestros jóvenes el maravilloso descubrimiento del gozo de que vale la pena servir a Dios por encima de todo, y que eso da tanto sentido, alegría y profundidad a la vida del hombre, que le empieza a hacer feliz de verdad ya aquí en la tierra. Estamos seguros de que Dios sigue llamando, pero no le oyen. A ver si además de cardiopatía, encima tenemos sordera.

Aunque quizá no lo merecemos, Madre, te pedimos que nos concedas el don de nuevas vocaciones a la vida religiosa en Medina, de la cual tu eres Madre, Patrona y Alcaldesa Perpetua. No te lo podemos pedir por nuestros méritos, que son los que son, ya lo sabes, sino por lo mucho que sabemos que tú nos quieres. Y sabemos que Dios no puede negar nada a una Madre tan buena como tú.

Y ahora, todos juntos, mirando fijamente a la Virgen de la Paz, pidamos intensamente a María por nuestras religiosas, por las vocaciones, por la fidelidad de todos nosotros, diciendo con solo corazón y a una sola voz: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

DIA 8: ANCIANOS Y ENFERMOS Lectura del santo Evangelio según san Juan (19,25-27) Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.


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El Señor finalmente ha sido clavado en la Cruz. Hecho una auténtica piltrafa humana. Atado de manos y pies con terribles clavos medio oxidados a la tosca madera. Tan desfigurado que ni parece una persona. Suciedad, polvo, sangre, sudor, con continuos temblores. Con tanto desgarro, no hay un solo palmo entero de su cuerpo sano ni limpio. Le hierven de dolor y le escuecen las heridas abiertas que se le han llenado de polvo y de gravilla. En algunas incluso se le puede ver el hueso. En un ojo tiene un hematoma que casi no ve. Le duele todo: la cara, la cabeza, los hombros, la espalda, los músculos rotos del sobreesfuerzo, cada hueso golpeado, los tendones, las entrañas removidas… Le cuesta respirar. Está cansado, ya no puede más. Con todo lo que ha pasado, con todo lo que le han hecho, los romanos que han ejecutado a muchos condenados, están sorprendidos de que éste todavía esté vivo y aguante tanto. Por menos, otros ya se les habían muerto por el camino.

Contémplalo poco a poco. Fíjate en Él. Sé valiente y míralo bien. Es viernes. Desde el jueves por la noche, ha sido todo un continuo de insultos, burlas, golpes, bofetadas, escupitajos, empujones, heridas, llagas… No le han dado ni un solo momento de descanso ni poco de alivio. Todo el tiempo de arriba para abajo, descalzo y atado, ahora con Pilato, luego con Caifás, luego con el Sanedrín, ahora con Herodes, luego vuelve a Pilato… y entre tanto, objeto de las burlas y de los juegos macabros de los soldados romanos que se divierten inhumanamente con él, y para distraerse, se les ocurre incluso improvisar una burlesca ceremonia de coronación… Sin dormir, sin comer, sin agua, medio desnudo, tirado sobre la dura, fría y sucia piedra del suelo. No le dan ni un cojín, ni un jergón, ni una manta. Nada. Todo a su alrededor está en su contra. Nadie le alivia ni se compadece. Pero él no replica, no se defiende, no se queja. Él calla… y ama. Lo está ofreciendo todo, se está ofreciendo Él mismo al Padre para implorar la salvación por todos y cada uno de los hombres, todos y cada uno de los que le juzgan, le insultan, le odian, le pegan, se burlan… Ese amor, es verdaderamente


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sorprendente. Tiene el poder de remover el corazón más duro. Porque esto, sencillamente, es más que amor. Y precisamente por eso, este viernes es Viernes Santo.

Y ahora, gira la vista, y date cuenta de que María está aquí. Mírala. De pie. Apoyando su pena en Juan, el apóstol más joven, que no sabe qué decir ni qué hacer. Solo llora, y a veces gimotea. El rostro desencajado y blanco de María expresa el dolor más profundo, pero a la vez el más sereno. Ella no llora aparatosamente ni se deshace en aspavientos de desesperación como otras. Es Señora y es Reina. Es verdad que tiene los ojos enrojecidos de tantas de lágrimas, y ya casi no le quedan más, pero tiene la mirada serena y fija en su Hijo. Su rostro y sus manos gritan silenciosamente su inmenso dolor. Sus ojos repasan una y otra vez de abajo a arriba y de arriba abajo ese cuerpo santísimo que ella alumbró, que ella abrazó, que ella acarició, que ella alimentó, que ella besó y adoró tantas veces, y lo adora también ahora, porque esa carne y esa sangre es la carne y la sangre de Dios. Y mira lo que han hecho con él. María siente ahora esa espada afilada de filo frío que le atraviesa el alma. Sufre por su hijo. Sufre con su hijo el dolor infinito del mismo Dios. Bendito y doloroso corazón Inmaculado de María.

María se estremece todavía más cuando se da cuenta de que Jesús ha puesto su mirada en ella. Una mirada penetrante, fija y fuerte. Demasiadas cosas quieren expresar esa mirada. Sus labios hinchados y rotos que han besado el suelo varias veces, que no se han quejado de nada y casi no han dicho nada, parece que se mueven. La Virgen hace un gesto instintivo de acercarse aún más, para que no se le escape nada. Juan se siente empujado por María. Jesús pronuncia con sus últimas fuerzas su testamento de amor. “Mujer: he aquí a tu hijo. He aquí a tu Madre”. Ya está. A Jesús ya no le queda nada. Nos lo ha dado todo, incluso a su Madre por Madre nuestra. María ha entendido perfectamente lo que quiere su hijo. En el momento que esta Madre está a punto de perder a su único hijo, resulta que se convierte en la Madre más Madre de todas. A partir de ahora todos los hombres son sus hijos, y los


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dolores que siente son los dolores de parto de la nueva humanidad en Cristo. Si somos hijos naturales de nuestros padres por voluntad humana, ahora somos hijos de María por voluntad divina. Y eso también lo ha oído y lo ha entendido Juan, que nos representa a todos, al lado de María y va a cuidar de ella por mandato divino todos los días de su vida.

Muchas veces me he puesto delante de María y de Jesús quejándome. Que me siento solo, que me han despreciado, que me han dicho palabras desagradables, que no me quieren, que me duele aquí, que me duele allá, que mi dolor es insoportable, que me he pasado la noche sin dormir, que me mareo, que tal persona me molesta y no la aguanto, que se me ha acabado paciencia, que los médicos no aciertan… Le he contado mis dolores y mis penas a alguien que ha sufrido infinitamente más que yo. Y encima le he exigido explicaciones, acusándole de que no me comprende. Qué desconsiderado y qué egoísta he sido.

Santísima Virgen de la Paz. Desde entonces, tú eres la verdadera Madre de todos los hombres. Cuando vivías en la tierra, solo podías estar con los hijos que tenías al lado. Pero Dios te ha concedido el privilegio de ser Asunta, la primera resucitada después de Cristo, para poder estar al ladito de todos y de cada uno de tus hijos, cuando y donde fuera y poder estar especialmente al lado de los que, por cualquier sufrimiento del cuerpo o del alma, se unen a la Cruz y a los dolores de Cristo.

Hoy, Madre, ayúdanos a darnos cuenta de que los ancianos y los enfermos son un verdadero santuario sagrado del amor de Cristo en la Cruz. Porque Cristo se ha querido identificar especialmente con ellos. Porque donde hay flaqueza humana, cansancio, dolor, ahí está Cristo crucificado.

Hoy, Madre, quisiéramos presentarte a nuestros hermanos ancianos y enfermos, pero nos damos cuenta de que no podemos y no deberíamos hacerlo, porque cuando vamos a ver a algún enfermo o a algún anciano, tú has llegado primero, antes que nadie. Porque ahí donde está Cristo sufriente, tú estás ahí siempre, a su


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lado y a sus pies. En todo caso, Madre, te pedimos para que los enfermos y ancianos se den cuenta precisamente de eso. Que te sientan cerca, que sientan tus caricias y tu amor de Madre que les ayude a sobrellevar esos momentos tan difíciles de la vida que crean tantos interrogantes, tantas dudas y tantos desánimos en el alma. Que no caigan en las tentaciones del egoísmo o de la queja fácil. Que, como Cristo y con Cristo, se ofrezcan del todo al Padre, sabiendo que con eso, están contribuyendo con eficacia divina a la redención del mundo. En la Cruz, con los brazos y los pies atados, Cristo no podía hacer nada, ni ir a ningún lado, ni ayudar a nadie. Era el hombre más inútil. Pero era el momento en el que se estaba operando lo más grande: estaba abriendo las puertas del cielo, estaba salvando al mundo entero, estaba salvando la misma historia, estaba dando el máximo sentido y la mayor esperanza a la vida de los hombres. Lo que nos salva, es precisamente ese amor, el amor de Dios, más grande que todo sufrimiento y que todo dolor. En la Cruz, Dios da una nueva definición de lo que es el amor, y a partir de ahí, hay que releer qué quiere decir amar. Un enfermo o un anciano que se ofrezca sinceramente al Padre con Cristo crucificado, hace más bien a la humanidad que todos los premios Nobel de la historia, que todos los científicos, y es más sabio que todos los filósofos del mundo juntos.

Disculpa, Madre. Perdona porque a veces he huido de los ancianos y de los enfermos, o he hecho como si no los viera. Me daba miedo sufrir por ellos, pero sobretodo de daba cobardía sufrir con ellos. Te pido que sepa acercarme contigo a los enfermos y a los ancianos de puntillas, con el mismo respeto y reverencia de quien se acerca a Cristo crucificado. La cama del enfermo, la silla de ruedas, son casi como un altar. Que sepamos estar ahí, sobretodo escuchando y acompañando. No tenemos la solución para los males del cuerpo. Pero sí que tenemos un poder sanador: escuchar, acompañar, compartir, amar. Que el enfermo y el anciano se sientan acompañados, queridos, eso sí que de verdad consuela y cura el alma. Que les ayudemos a encontrar el consuelo y la esperanza que


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cada uno necesita. Que les sepamos ayudar a descubrir que estás siempre ahí como Madre, y que tú les llamas a la esperanza más grande. Que todo esto tampoco se me olvide cuando sea yo el que esté anciano o enfermo. Que entonces me sepa identificar con Cristo, que me sepa dejar acompañar, cuidar y ayudar con docilidad. Porque tú eres la Madre de Dios, nuestra Madre, que estas siempre en el ahora de nuestra vida, y en la hora de nuestra muerte nos tomas de la mano para llevarnos al Cielo.

Y ahora, todos juntos, mirando fijamente a la Virgen de la Paz, digámosle: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

DIA 9: FAMILIAS Lectura del santo evangelio según san Juan (2,1-12) Por aquel tiempo se celebraba una boda en Caná de Galilea, cerca de Nazaret, y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara el vino, le dice su madre a Jesús: «No tienen vino». Jesús le responde: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala». Ellos se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde venía (los sirvientes, que habían sacado el agua, sí lo sabían), llama al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya todos están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora».

Nos han hecho creer que todas las personas humanas tenemos

una dignidad porque las leyes nos conceden unos derechos fundamentales que se deben proteger. Eso es mentira. En las avanzadas culturas egipcias, griegas y romanas, con toda su cultura y todo su arte, había derechos para las personas, pero no eran para todos. Había, por ejemplo, esclavos. Había personas de primera, de segunda y de tercera, y se veía muy lógico y natural. No valía lo mismo la vida de uno que de otro.


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Por mucho le pese a algunos, el cristianismo ha sido quien ha puesto los fundamentos reales de la igualdad en dignidad entre las personas. En el Antiguo Testamento, se dice que los hombre somos creados a imagen y semejanza de Dios. Jesucristo nos dice que “aquello que hicisteis a uno de estos pequeños en mi nombre, conmigo lo hicisteis”. O sea, que es Dios quien nos da la dignidad fundamental. Es Jesucristo quien revela que no hay persona alguna, ni ninguna instancia jurídica, ni ningún sistema ideológico que me pueda conceder la dignidad de ser persona. Es Dios mismo quien me da esa dignidad, por el hecho de crearme y de amarme. Por eso, para la sociedad occidental, hablar de la dignidad de la persona humana, es hablar de lo más sagrado. Para los creyentes, el amor a Dios no lo podemos separar del amor al prójimo. Aún podemos decir más: el amor al prójimo es ya un acto de culto a Dios. Por lo tanto, si sacamos a Dios de la vida del hombre, se nos van a la porra las bases de la convivencia humana.

Hablemos, por ejemplo, de la paz, ahora que estamos de Novena. Sin Dios, la paz que fabricamos los hombres, básicamente es: “yo no te pego, tú no me pegas, tenemos paz. Y si me pegas, tengo derecho a defenderme.” Con Dios, la paz va más allá: “si tú me pegas, yo te perdono, y encima te quiero y te ayudo.” Porque tengo detrás a Dios, que me perdona siempre, que necesito que me perdone siempre, porque delante de Él sé que no lo hago siempre todo bien y necesito su perdón, y de la misma manera debo perdonar siempre, si quiero seguir siendo perdonado por Dios. Por decirlo claramente: el hombre sólo reconocerá de verdad en el otro a un hermano, si es consciente de los dos tenemos un mismo Padre. Por eso Cristo es el Príncipe de la Paz.

Y de la misma manera que el hombre individual tiene una dignidad porque es imagen y semejanza de Dios, en el hombre social también hay una imagen y semejanza de la vida íntima de Dios. En el interior de Dios hay una comunidad de vida y de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por voluntad amorosa de Dios, la primera realidad social en la cual el hombre se encuentra cuando viene a este mundo, es la familia. Por eso, de la misma manera que


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en el hombre individual hay una sacralidad que refleja la santidad de Dios, la familia es reflejo de la vida íntima de Dios, comunidad de vida y amor. La familia no es algo que hemos inventado los hombres. Es una institución divina que nos es dada desde la bondad y sabiduría de Dios para nuestro bien, y por eso la aceptamos, la vivimos con gozo, la queremos, la necesitamos y pedimos que se proteja. Porque es un bien para el individuo y para la sociedad. Seamos serios. Los ataques actuales contra la familia, lo que realmente pretenden es arrancar del corazón del hombre la imagen de Dios, quitar a Dios para poner al hombre, que el hombre haga de Dios, que decida lo que es bueno y lo que es malo, lo que se debe pensar y lo que se debe hacer, para liberarnos de un Dios que es un tirano y nos quita la libertad de hacer con mi vida lo que me dé la gana, y acabar utilizando a los demás en provecho propio.

Pero vamos a lo que hemos venido. Pidamos a la Virgen, la Reina de la Paz, que nos acompañe en estos momentos para redescubrir la grandeza de la familia, cómo la familia forma parte del plan de salvación de Dios para todos los hombres.

En este Evangelio vemos como, en estas bodas, María está atenta. Se da cuenta de que falta vino. Se ha dado cuenta porque no está en sus cosas, sino que su amor está pendiente de los demás. El vino es signo de alegría, de amor. Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes perciben que en sus casas hace rato que ya no hay de ese vino. Cuánta mujer sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue, cuándo el amor se escurrió de su vida. Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano de sus hijos, de sus nietos, de sus bisnietos. También la carencia de ese vino puede ser el efecto de la falta de trabajo, de las enfermedades, de situaciones problemáticas.

María, en el momento que se da cuenta, acude con confianza a su Hijo. Eso significa que María reza. Va enseguida y primero a Jesús, sin que nadie más se dé cuenta. No va al mayordomo, ni al novio, ni va a buscar a sus amigas para comentar y criticar la falta de previsión de los organizadores. Va a Jesús.


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Y rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos hace trascender lo que nos duele, lo que nos agita o lo que nos falta a nosotros mismos, y nos ayuda a ponernos en la piel de los otros. La familia es una escuela donde la oración también nos recuerda que hay un nosotros, que hay un prójimo cercano, que vive bajo el mismo techo, con quien comparto mi vida, mis cosas, y que nos necesitamos.

Finalmente, María actúa. Las palabras «Haced lo que él os diga», dirigidas a los que servían, son una invitación también a nosotros a ponernos a disposición de Jesús. El servicio es el criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al servicio de los demás, y esto se aprende especialmente en la familia, donde nos hacemos, por amor, servidores unos de otros.

Como dice el papa Francisco, en el seno de la familia, se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir “gracias” como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad. En la familia se aprende también a decir “perdón” cuando hacemos algún daño y nos peleamos, porque en toda familia hay peleas, y a veces el problema es aprender a pedir perdón. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea. La familia es el hospital más cercano. Cuando uno está enfermo lo cuidan ahí mientras se puede. La familia es la primera escuela de los niños, es el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, es el mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran «riqueza social», que otras instituciones no pueden sustituir, y por eso hay que proteger y defender. La familia también forma una pequeña Iglesia, la llamamos «Iglesia doméstica» que, junto con la vida, encauza la ternura y la misericordia divina. Experimentando el amor de los padres se siente más cercano el amor de Dios.

Hay un detalle muy interesante en este relato. Dice que llenan de agua unas tinajas que había allí destinadas a la purificación. Eran tinajas donde los judíos hacían abluciones para dejaban su pecado para poder entrar a rezar limpios de corazón. El vino mejor, el que admira al mayordomo, nace del lugar donde todos dejaban su


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pecado. Así es Dios. Transforma nuestra miseria y nuestro pecado en gracia y bendición.

La familia hoy necesita de este milagro. Y toda esta historia comenzó porque «no tenían vino», y todo se pudo hacer porque una mujer, la Virgen santísima, estuvo atenta, supo poner en manos de Dios sus preocupaciones, y actuó con sensatez y coraje. Pero hay otro detalle: al final gustaron el vino mejor. Y esa es la buena noticia: con María, renace en nosotros la esperanza. El mejor de los vinos está por ser tomado y lo más bello para la familia está por venir. El mejor de los vinos está por venir para cada persona que se arriesga al amor. Y en la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el mejor de los vinos está por venir aunque todas las variables y estadísticas digan lo contrario.

Como María nos invita, hagamos «lo que el Señor nos diga». Con María, la primera creyente, la que nos trae y nos lleva a Jesús, la verdadera Paz, la verdadera esperanza, nunca hay tiempos ni realidades tan difíciles que no tengan solución. En este último día de la Novena, imploremos confiadamente una bendición especial de nuestra Madre sobre nuestras familias y todas las familias del mundo, especialmente las que más lo necesitan, pidiendo el don del vino nuevo, el mejor, que nos haga recuperar el gozo de ser familia, el gozo de vivir en familia. Y puestos a pedir, pidamos también que nuestras parroquias sean familia, que en nuestra ciudad de Medina vivamos en familia, que los países sean más familia, que todo el mundo llegue a ser y sentirse una gran familia. Porque ese precisamente es el verdadero sueño de Dios, su gran plan de salvación, lo que quiere María, y lo que desea en el fondo toda persona de buena voluntad.

Y ahora, todos juntos, mirando a la Virgen de la Paz, la Madre de esta nuestra gran familia de Hijos de Dios, que es la Iglesia, digámosle con ternura filial: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

oraciÓn a nuestra seÑora de la paz...novena en honor de nuestra señora de la paz del 23 al 31 de...

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