oratorio de valdocco

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ORATORIO DE VALDOCCO Don Juan Bosco fundó el Oratorio de Valdocco en Turín en el siglo XIX, un lugar para instruir a jóvenes de todas las edades basándose en el juego y la diversión. Allí instruyó a muchos jóvenes que no tenían hogar y que estaban viviendo en la calle en unas condiciones pésimas. El oratorio estaba dividido en cuatro partes, la casa donde se dormía, la escuela donde los niños aprendían las lecciones básicas, la iglesia donde los instruían en la religión y el patio, donde los niños se podían divertir y pasar un buen rato. La madre de Juan Bosco también colaboraba en estas actividades y ayudaba a su hijo a llevar el Oratorio de Valdocco y a enseñar a los jóvenes. Una mañana dando una vuelta por Turín, Margarita se encontró a un niño pidiendo en la calle y sin dudarlo ella comenzó a hablar con él. - ¿Qué haces aquí tirado en la calle pidiendo? Le dijo Margarita. El niño sorprendido de que alguien le dirigiese la palabra le contestó: - Necesito dinero para vivir, soy huérfano. - Mi hijo Juan Bosco y yo tenemos un Oratorio donde acogemos a niños como tú, ¿Te gustaría venir? - Sí, claro. Dijo el niño con felicidad. - ¿Cómo te llamas? - Me llamo Simón. A las pocas semanas Simón ya se había integrado totalmente en el grupo y comenzaba a disfrutar un poco más de su infancia, olvidándose de lo que sufrió años atrás por la muerte de sus padres y de cómo y porque tuvo que comenzar a pedir en la calle. Empezó a jugar con todos los niños e hizo muy buenos amigos, que permanecieron con él en los buenos y en los malos momentos. Simón era inteligente, vivo y avispado, era mucho más especial que cualquier otro niño del Oratorio también era responsable, siempre aprovechaba al máximo las clases, disfrutaba

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ORATORIO DE VALDOCCO

Don Juan Bosco fundó el Oratorio de Valdocco en Turín en el siglo XIX, un lugar para instruir a jóvenes de todas las edades basándose en el juego y la diversión.

Allí instruyó a muchos jóvenes que no tenían hogar y que estaban viviendo en la calle en unas condiciones pésimas. El oratorio estaba dividido en cuatro partes, la casa donde se dormía, la escuela donde los niños aprendían las lecciones básicas, la iglesia donde los instruían en la religión y el patio, donde los niños se podían divertir y pasar un buen rato.

La madre de Juan Bosco también colaboraba en estas actividades y ayudaba a su hijo a llevar el Oratorio de Valdocco y a enseñar a los jóvenes.

Una mañana dando una vuelta por Turín, Margarita se encontró a un niño pidiendo en la calle y sin dudarlo ella comenzó a hablar con él.

- ¿Qué haces aquí tirado en la calle pidiendo? Le dijo Margarita.

El niño sorprendido de que alguien le dirigiese la palabra le contestó:

- Necesito dinero para vivir, soy huérfano.- Mi hijo Juan Bosco y yo tenemos un Oratorio donde acogemos a niños como tú, ¿Te

gustaría venir?- Sí, claro. Dijo el niño con felicidad.- ¿Cómo te llamas?- Me llamo Simón.

A las pocas semanas Simón ya se había integrado totalmente en el grupo y comenzaba a disfrutar un poco más de su infancia, olvidándose de lo que sufrió años atrás por la muerte de sus padres y de cómo y porque tuvo que comenzar a pedir en la calle. Empezó a jugar con todos los niños e hizo muy buenos amigos, que permanecieron con él en los buenos y en los malos momentos.

Simón era inteligente, vivo y avispado, era mucho más especial que cualquier otro niño del Oratorio también era responsable, siempre aprovechaba al máximo las clases, disfrutaba aprendiendo. Juan Bosco también disfrutaba viendo a un niño tan pequeño como él querer aprender tanto y aprovechando al máximo todas las oportunidades que estaba teniendo desde que llegó al Oratorio.

Pocos años después hubo un brote muy fuerte de gripe que azotó las inmediaciones de Turín, aunque el Oratorio tomó las medidas preventivas necesarias no se pudo hacer nada y varios niños y niñas se contagiaron, entre ellos Simón que comenzó a luchar contra su enfermedad. En esa época la gripe era una enfermedad muy peligrosa, ya que, no se contaba con mucha medicación para evitarla y llegar a su cura y por eso a los pocos meses de contraer la enfermedad el pobre Simón murió. Todo el Oratorio estaba consternado, aunque en el fondo todos sabían que nunca se perdería la alegría y la bondad de aquel niño de 7 años.