paÍs de las hojas.doc
TRANSCRIPT
país de las hojas (o país de los frágiles)
amanecer en la rama
Dijiste que en tu sueño se reiteraba el humo,
que no había colores para otro velo. Inmortal
es el cielo, susurraste. Entonces los ojos
quedaron huérfanos.
Dijiste que la mezquindad es la misma. Número
de letras que en la aurora lo designa.
Te bautizo, país, con chillido de ave, con vocablo
de herencia. Es un nombre que repite su nombre,
y el rayo emerge. Sol de los días.
Consonantes y vocales de un breve presagio.
Dijiste que en tu sueño oscurecía un espejo.
Duplicarse en fulgor de niebla. Soy la idéntica hoja
del ayer del tiempo, murmuraste.
Gruesa, firme, tenaz, se reafirma la línea. Viejas
arrugas en lámina sucia.
Polvo de siglos, piedras añejas, voz nítida: Ya no
hay rostro ni signos para el asombro.
Dijiste que en tu sueño se movía una rama en su
dibujo. Y que muy temprano, en fluir de círculo,
regresaban las pestañas.
por ellas corre sangre
No es cierto que su abismo de piel encierra
mundos vacíos. Una casa deshabitada.
No es cierto el laberinto vivo de galerías secas.
Un desahucio de río. Te pido que urgues en el
secreto de filamentos, que sumerjas lo terso
del dedo.
Haz que el tacto sea largo y profundo, y una
pálida ternura la curva de uña.
¿Ves el hilo, su fuga, o el viaje colosal de olas?
¿Tinte, consistencia, aroma del encuentro?
Bajo seres pequeños, pozos de lava. Recuérdalo.
Por ellas corre sangre. Se sostienen, caen, vuelan,
se pierden.
Sangre es la que tiembla en lo alto. Tremulación
en la orilla del desplome.
Sangre. Sangre allá abajo. Aúlla, donde siempre
anochece.
el rumor de la lengua
Así como pájaro. Garganta y cuerda.
Así como loica en canto de tajo.
O semejante a la noche que suelta sus grillos.
Y en el aire un colgajo de oídos sordos.
Otras, aquellas en bruma, fueron palabra.
Atávico remolino que sepultó los verbos.
Ustedes ahora se alimentan la boca. La nutren de
saliva y acentos. La colman de escritura en el labio.
Hemos nacido para esto. Para rajarla de raíz a
comisura.
Lo fónico, eso que flota, que se conjugue.
Desde una huella de puñal se pronuncian.
Ustedes ahora son idioma, jerga de la llaga.
Hemos nacido para esto. Para el rumor de la lengua.
Lo único que tenemos. Hay tanto dialecto por sudar.
De lo sereno y de la ira hoy es el instante. La urgencia
de la sílaba.
Así como la loica que acusa el estoque. Corinto
manchón.
En el bosque, recolecta voces para sanarse.
crujir de huesos
Tren de pasos en nubosidad y moho. Rodillas y
humo articulan el sonido.
Romper la claridad de ojo, la luz del muro, oír tu
primera quejumbre.
Muy cerca, un jardín dormido; lamer de raso.
Hasta los párpados muertos desciende el augurio.
Recuerdo el reposo de un lago y un murmullo en
aro de soplo.
El cielo es un bostezo. Despierto y soy.
Para caer entro en su corriente. Un gorjeo de
vértebras me sustenta.
Nadie más que tú oye el salmo.
Transcurro en lomo de horas. Me habita la osamenta
que habito.
Hablamos en lenguajes cruzados.
Crujir es tañido y ritmo en los huesos. Tan fácil torcer
la finura del trino.
El rojizo se desprende. Me encogeré en un sueño y
seré.
Para caer entro en espumas. El esqueleto, en su guarida,
ronca.
blanda es la carne
Lo dirige. Fragua de lanza.
Lo proyecta. Ausencia de preguntas.
Irradia un aura de filo. Demacrado furor en hueso y
pellejo.
No disimula apetito ni hedor. En los relojes desparrama
el hocico.
Mordisco es el dedo cuando es delgada la faz.
Esta tarde transparentan las mejillas.
Pero nada cuesta embrutecerse como flecha.
Digo, sin decir, que no hay textura que me endurezca.
Que estos pliegues son blondas de llovizna. Si me tocas
es brisa la que violentas.
Pero nada cuesta la loba espina.
Digo, sin decir, que es blanda la carne. En roce, rasguñas;
en rasguño, socavas.
Pero nada cuesta un dorado astro. Un beso, de solsticio,
en la mano.
un eco me nombra
Cómo te delineas. Cuál eres de todas las siluetas.
Un aleteo en destello describe centro y contornos.
Tu abrir y cerrar de agua en balbuceo de pichón.
Nace y en tonos débiles sostiene tu relato.
De estrella a estrella, en lo fugaz de este arroyo, el
respiro es materia.
Dedos que transitan, serial de bocas, índice de rastros.
Montañas, llanuras, grafía y resonancia.
Fracciones de alfabeto.
La rúbrica se evapora y permanece.
Invócame, de cuna a sepulcro. Recórreme, firme y
endeble, en ocre de zanjas. Léeme. Tabla de cicatrices.
En nido y territorio, brisas indómitas silban mi estirpe.
Me hacen señas, acudo, nos enredamos, uno somos:
calor y frío.
Montañas, llanuras, canción de mar. Soplos de años.
Un eco me nombra. Título en sangre, definición y
retumbe.
En todas las líneas. En todas las sombras.
prefiero llamarte bosque
En invención de figuras se resisten. Ninguna
acepta sumergirse en el océano.
Obstinación de brazos lánguidos, reclama el
horizonte en perfecto sonsonete.
Sospecho del azul rabioso, de cóndores que
vociferan un júbilo de sembrados.
Sospecho del barro que ofrenda a mi espalda
una cáscara lustrosa.
El cielo arde.
Una mujer refriega trapos granates en un
delgado cauce. Un hombre tiende harapos
desteñidos en los cordeles.
Montaña perfumada. El mamífero es vaticinio
de un abismo de gemidos. Clarividencia de los
cuernos.
Aquí, en esta aldea, nadie escucha los sollozos.
Cueva en la roca. Cabeza rapada, alas enormes
vendrán a buscarme.
La carroña vuela hasta la cumbre de nieve.
Nuestra melodía, flamear solemne, es un coro
que se deshace. Cae en jirones de bandera
sobre ladrillo quemado.
Lonja de bruma. El otro, en su mirada, se niega.
Playa de ciegos.
Aquí, en pretéritas dunas, hilvanados párpados
en dirección a las mareas.
Muñeca y tobillo giran en sí mismos.
Nación. Llámame nación en túnica de hilachas.
Llámame nación en ripio de talones, en espera
de palmas.
Bosque, prefiero llamarte bosque en verdosas
pupilas. Llamarte bosque en latir de plumas.
Conmoción de lluvia, traslúcida convergencia
de brazos en fronda.
mácula en jaula de nubes
Imposible extirpar: gota marrón, plomiza,
amarilla descuartizada.
Estrellas son tus pecas en la frente. Peregrinar
de acuarela en salpicado torso.
La primigenia, la más oscura, ¿adónde empujó
su mojada raigambre? La iniciática, ¿en qué
costado del pedregal endureció el colmillo?
Uñas arañan, raspan. Engendran pinturas en
turbiedad de gruta.
Abajo, masculla el chorro. Arrástrate, me exhortas,
y luego penetra el escupitajo.
El óleo es un recuerdo inmóvil.
Duermo, soy maleza pegada al fondo. Mancha,
te asomas al sueño. Mi infancia te contempla y toca,
huele tu moldura y brillo. Estoy despierta y tú tiritas
húmeda.
Edades, sedimento.
Despierto estoy, contemplo y toco a los años. La tinta,
cansada como nunca, se asoma a este último sueño.
Volumen, textura, matiz, viscosa y seca.
Epidermis cuesta abajo.
Sé que eres mácula en jaula de nubes.
el viento lame la herida
Trazar la raya. Ocultarse como si fueras alguien,
y encauzar la forma de la mano.
Trazar la raya, pensaste, como si alojaras una
mente de líquido frío, un espesor ignoto que
conduce el despiadado movimiento.
Seré pausado y breve, cuidadoso de extremo a
extremo, arcana música, canto funesto de la
trayectoria.
Superficie. Distancia.
Es un cúmulo de tierra, una punta de arado.
Precisión, antigua experticia, hallar la puerta
sin forma. Ir en ceguera, a tientas en la neblina.
Todo es y será maraña: horadación y descenso.
Aquel día de gorriones brujos y aquellos años
que vendrán.
Corvo y mandíbula. Hasta tu cuezco, pequeña
fruta ultrajada.
Desmesura es la puerta repartida en lo imposible.
Fauce de noche y bestia.
Todo y es será llama y estela. Rojo en tu sol
enterrado, rojo en firmamento lunar.
Trazar la raya. No puedes verla ni palparla. Arderás
con ella, pequeña fruta volcánica.
Escuece el surco que articula y avanza con las
piernas.
Ebullición, borboteo, cuando se divorcian cuezco
y caricia.
El viento calma la herida, imagino. Cerrada está la
piel y me cruza una bandada de tordos brujos.
desnudas se gastan las rodillas
Desde la noche remota con atuendo de conjuro,
desde la hora sin ventana con minutero de
lechuza, desde la barbilla abandonada en mano
muda, conozco la consistencia de los terrones que
muerdo.
Toda mañana es un clamor, y yo desarropo a la
oscuridad de mis cejas.
Conciencia de las mejillas: No hay que abrigar la piel.
Y lo lívido de su timbre rasga la luz primera.
Un tumulto verbal en el cáliz del torso.
Transparentan los afluentes azules. Aquí están mis
brazos, niño y ramillas. Aquí mis jirones, desarme
y armadura. Aquí los ríos callados del cansancio.
Desnudas se gastan las rodillas.
Desátese el nudo de cordones, el hábito de las
máscaras, los atuendos que cubren la intención
del resuello.
Desnudo se rasmilla el morado de las rótulas.
Aquí está, al descubierto, la ronca plegaria. Íntegra,
lavada, en un fragmento de mundo. Fuera del
hueso.
invierno de dagas
La lluvia es un largo filo, sentencias. Migas de pan
frío en socavón de manos.
¿En cuál arboleda esquelética fue júbilo el soplo de
flechas? ¿En qué tristeza de montes, en qué olvido
de pastos?
¿O siempre ha sido un enterrar de espinas: manto
de agujeros, sangrado que el agua recuerda?
La ventolera aprieta el gozne, y adentro se congela
el instante profético. Te arrinconas, te encoges. Eres
un gato trémulo. Corazonada de soles muertos.
Se adelanta el pájaro negruzco. Sumérgete con él en
letras heladas. ¿Qué cantas sobre blancas alfombras?
¿A quién gimes, lejano y desamparado?
Se recuesta, ovilla sus vértebras, el pájaro negruzco.
Duérmete con él, entibia con tu viaje la tela ceniza.
Para modular el páramo inventa otro sonido, desígnalo
como nadie lo hizo.
Porque nada cambiará en este invierno de dagas. Sin
retracto caen los cuchillos. Gotario en la nuca:
inamovible y solitario.
el hambre de tus bordes
El relato se vierte, escurre, baja en lento fulgor.
Una historia se avergüenza a lo largo del día.
La tierra es una escama. La uña deambula en
locura y espejismo.
¿Una fuente, un corazón que arañar? ¿Masa
dulce, caldo salino donde clavarse?
Se husmea con los dientes, con los hoyos de los
molares, con el rosado de la encía.
Aroma, con hermosura me golpeas, nariz arriba
me tumbas.
La semilla es polvo y aire desde borrosos tiempos.
¿Has entrado, nariz, al perfume de nubes?
Gatear de mañana, noche a cuatro patas. Basural
como flores de cartón. Árbol caído, en cuclillas su
follaje. Arrástrense, cuatro patas, y cojan los frutos
sacros. Cojan las tullidas pepas. Cáscara y pulpa
revientan de su luz, de su rayo, pero de tristeza
revientan.
Escombros, derrota, muéranse de frío.
El escondite de la promesa es jugo y terrón, agua
que es rostro. Un solo ojo de transparencia y
espesor.
¿Quién eres?, sin verme me dices.
Aullido y nieve, cetáceo y duna.
El coro de las primeras plumas y atáscame los
dientes. El llanto de las últimas y ensúciame los
labios.
El hambre de tus bordes, me dices, en vuelo ciego.
Fuiste y serás.
magenta es el desprecio
Magenta es el desprecio.
Por qué me miras con esos gritos en capullo.
Alarido, te desnudas en espalda horizontal.
La tarde quema como el desparpajo quema, como
lo impúdico brama, ondula y brama.
Por qué desenrollas el descaro de pétalos. Cabellos
en explosión de aire, o raíces que develan sus brazos.
Raíces ya no raíces. Su temblorosa tumba. Es tierroso
el miedo, dijiste, mientras subía la cifra íntegra de tus
dedos.
Por qué te despliegas, tela y colorido. Mantente en ovillo,
en gusano fetal. Colma de huesos curvos el cóncavo que
es noche, húmedo y noche. Sé doblez, sé ojos que abarcan
el fondo. Agitación de espiga, cadena y piedra sin voz.
Fucsia es el desprecio. Esencia, sentir, flamear violeta.
Por qué resuellas en mi boca. Escupo, herida, sangre,
bandera que se arrastra.
tamaño de la pezuña
Debes acuclillar ojos, hondura, filamentos de agua
en sitio baldío.
Debes arrodillar brío de luz. Entibia los pies de la
tierra, el aro seco, tu debajo de espinas.
Has de torcer relumbre, dirección, llovizna y viaje.
Que contemplar no sea ese rostro como tu rostro,
sino la piedra minúscula sin musgo ni horizonte.
Bajarás espalda, rectitud. Habrá un espesor de sonido
cuando los huesos se sometan. Agacharás la franja
vertebral. Una curva cuerpo y tiempo.
Entonces yo, columna-insecto, no avanzo, no tengo
Sendas, soy la inmóvil desesperanza de una figura.
Entonces yo, columna-insecto, no modulo, no renazco
en esta lengua.
Es la miseria de lo que se nombra labios, es la saliva, su
moribundo desliz, su recuerdo de nada.
Entrégame la cabeza, manos y pies, tu boca jíbara
entrégame, el deseo verbal.
Hoy seré el tamaño de la pezuña. Tu palabra un muñón
sin árbol, sin corazón ni garganta, sin nido.
mirada tuya invisible
¿En qué país, ahora, tu sueño?, me escucho
decirte tras un muro de espuma.
Mi voz: estertor de pájaro. Su pescuezo mordido.
Rotura: un roce de cordillera. De tanta soledad
de árboles, de tanta planicie que nos separa.
Es un perfecto agujero de sol, cuadrado de azul,
o la noche, humareda y navaja, y esta garganta
se despega de su cuello, y el rasguño, raíz mojada,
es la única forma de buscarte. Araño y te busco,
coral de huesos. Hay un templo salado, y la huella
de tu edad que nunca existirá.
¿En qué país, ahora, el más allá de tus ojos?, me
escucho decirte. Un viento de sílabas que se
adelgaza, que tirita como hilo.
Manotazo de arena, y mi boca: santuario en que
rezo y sangro. Cual piedra y cactus, allá se quedó
el lenguaje que quería contemplarte.
Mirada tuya invisible, me escucho decirte, y la
palabra cae, remonta, se hiere los labios. Es otra
mirada. Luciérnaga enferma.
Amor, ¿algún día te veré en el país de mi frente?
nublados bajan a la fronda
Follaje es el cuerpo delgado hasta la última
incrustación de piedrecillas.
Famélico de tanta hambruna de pechos abiertos.
Follaje, mi razón de nacer y morir, de iniciarme
en los pináculos y despedirme en los arenales.
Nunca sabré por qué se mueven estas ramas
de un lado a otro, o cómo respira la rabia en el frío.
Nunca sabré el sentido del vaivén en la inmortalidad
de las estaciones.
Follaje son los ojos de un país. Burbujas y lo turbio.
Árboles ciegos o como los pájaros que olvidan sus
nidos rotos.
En vidrios de invierno posaron sus patas y, ahora,
desmemorias bajo plumas.
Agítense, florezcan los presagios. Tragedia, granos
del designio, repiten hormiga y rastro.
Duérmete. Follaje, viento, voces. Duérmete. Tu noche,
la misma.
Mañana despiertas. La invención de un paisaje en
pestañas errantes.
Te levantas. A esa hora, nublados bajan a la fronda.
Y bostezas. Esa es la señal.
doblarse y no volver
Dura carne, hueso férreo. Me cimbro en ondas.
Ruge mi astro como si canto fuera. Me baña en
dulces colmillos como si cobre y partitura.
No hay día nuevo que valga. Ni su ocre de cabellos
ni sus primeros trinos.
Me arqueo en sonrisa de infancia: de orilla a vientre.
Nervadura, en mí te ramificas; arbusto de arterias;
habítame, jardín y laberinto.
Me curvo al oír el carbón de tu timbre, adivino tu tacto
y me curvo. Tu bóveda, toda tu bóveda, país, me cae
encima: caldera y nieve. Me hace sombra tu ave
símbolo; aletéame, nubarrón, potestad, destino y manto.
Doblarse en esqueleto niño. Cuarenta años en áspero
cuenco, pequeña taza dibujada donde cabe el territorio.
Doblarse y no volver. Al hombre extendido que fui.
Cuenco, taza. Me curvo.
presencia del frío
Un dedo es una sobra, y la muralla una boca
Alejada.
Distancia de cuerpos aún vivos, que en su
paisaje no caminan; nadan.
Oír lo innecesario de oír, la puerta que como
niebla se atasca.
No hay ventanas hacia tus mejillas; hacia tu
hombro tal vez tibio no hay.
El cielo se encumbra y es más cielo; la llanura
se ahonda para unos brazos largos y solos.
Mías las hilachas. Enredarse en algo es su
silencio y ruego.
Míos los vacíos. Cuéntalos, observa sus años
que corren como riachuelos, mira su ausencia
arropada en piel.
No en vano estoy aquí, sino para encontrarme
con los surcos de la pared. Un abrazo. Una gota
de saliva que resbale: decirnos en lo claro y en lo
oscuro.
Me distancian de ti, de los otros, nucas y espaldas
sin expresión.
Tus ojos irradian horizontes que no poseo, colinas
y el mar que son ajenos.
No en vano estoy aquí, sino para dormirme con los
párpados escondidos.
El suelo desciende y es más suelo; la llanura se
ahonda para unas piernas largas y solas.
Presencia del frío. La impiedad de los pájaros.
fractura en marea y nieve
El tiempo se mide con agujas en las costillas.
Oí que dijo: Vengo a este bosque a pisotear las
hojas, a ensuciar la blanca coyuntura. Vengo a
no acordarme de tu nombre, a palpar con placer
rodilla y moretón.
Llamo tronco al hueso, y contemplo tu pellejo
cortado en cinco. Llamo signos a jirones de brazos.
Una h azul de agonía, una i como la i de isla, donde
la raíz se enrosca y habla por todo su familiar tejido.
Un oleaje nos adhiere, nos afirma. Recién nacidos,
moribundos, sabemos de su destino de flujo.
Soy pies en esta playa, un borde que cambia de
nombre. Fugaz en lo blando de un bramido que
revienta. La orilla devora recuerdos.
Para enfriar mi apellido tengo la ceniza de los
Penachos. Escribo con la mano entumecida.
Me arrastro hacia ti y endurezco el último paso
que diste.
Me quiebro en música de naves. Un barco navega
en verdes roturas.
Me quiebro en osamenta que sobrevive. Estatua
soy y silencio mi tiempo sujeto a condena.
Fractura en marea y nieve. Historia y deshoje no
tienen fin.
BROTEN OJOS PARA LLORAR
No se posa, en levedad, como lo haría una
argolla de sueños. Un espadazo penetra esta
noche, la punta de su vestido me cruza.
Difícil entrar y hundirse cuando tú mismo, veloz,
pestañeas en los espejos.
Cuánto hay que desplazarse para que los muros
me rodeen, para que sean humanos sus gemidos.
¿También son mías las fisuras en el papel?
¿También las arrugas que oscurecieron sus líneas?
Enterrar la barbilla, tocar la nebulosa. Escultura
es el aire; yo, a sus pies, con la puerta en la espalda,
pido más rostro y una zanja por donde asome la sangre.
Un desierto olvida a los muebles; un paraje graniza
sobre abrigo y hartazgo.
Sin fulgor, diamante, te acuestas detrás de mi lengua.
Dureza y escollo.
Ni tuya ni mía: frase, revoleteo, anillo de foresta.
Pieza o círculo, incisura o cama, en los puntos cardinales
me abandonas. Entonces, broten ojos para llorar.
Otros temas:
El hambre
La discriminación
El poder sobre el humillado
Los desaparecidos
La soledad
Brotan ojos para llorar
Nubes en el bosque
El bosque que gime
El bosque roto
La plegaria de los arboles
La hoja que se dobla
La hoja a punto de caer
La hoja que cayo
La hoja que vuela y se pierde
El sol
La hoja que busca descanso
La hoja llega al mar
El sueño de otro chile
El cansancio
El grito
Anochecer en la rama
La fragilidad de las hojas
La espera, la espera
IDEAS DE NOMBRES PARA OTROS POEMARIOS:
Contemplación de la tierra muda
Bosquejo del respiro
Casa de latido y sombra
Inventarse un nombre
Un río corre en la sombra
Por qué no escribir la palabra vacío
Escritura de la carne
A