Pájaros posados

en ramas y un

instante eterno

atornillado al eje

de un trofeo

La alegría de las cosas arma charlas.

Según el encuadre que las recorta del mobiliario

ellas se las arreglan para generar una atmósfera

y aunque muchos modelos provengan de figuras descargadas e impresas

la composición arma y sostiene una escena, una intimidad

Soledad pícara,

caen unas notas melancólicas en el garbo de las flores inclinadas en jarrones.

Una sintaxis simple de vectores en cruz que les imprime dinámica.

Esa naturaleza muerta con sandía es vital

igual que ese flamenco-avestruz imposible en un interior

que mira el sol y se ilumina con los rayitos de las historietas.

El ojo que queda a la vista del espectador no es

el fraude opaco de los botones con que los taxider-mistas trucan los ojos

es un ojo iluminado en triángulo, una punta de luz es el sol

la otra la del autor y una chispa que le viene al ave de adentro

por efecto del choque de esas espadas de luz que lo animan.

Yo no entraría en esa habitación sin miedo a dar un barquinazo. Son formas soñadas, quizás reescritas por el cerebro al soñar o componer esos dibujos. El gato que leuda tres cabezas, el bambi siempre tenso en su salto ornamental, las calaveras de Flema, no me cabe entrar ahí sin un prospecto, mi propia historia tiene que tensarse para que resuenen las arias, celebrar la hazaña de los objetos. Yo voy a mirar, pero con los ojos entrecerrados.

Hay un gesto que va de la estampa preseteada a la copia de ese “natural falseado”. La avidez de las imágenes no tiene límite. Trabaja de atrás para adelante, no le importa. La aplicación del ARTE es un agobio, parecen decir estos scketches. Me acuerdo de la anécdota de Degás, que nunca se ocupó de fundir bronce para dar eternidad a sus écuyeres de barro. Ya fue, parecen querer decir. No obstante hay una fuerza clara que ordena esas síntesis intempestivas. El caballete, el Mazzinger Z, la ventanita de Piero della Francesca. Todo, y el muñequito articulado con la casaca del canalla.

La figuración al poder.

El gato de yeso leuda su tercer cabeza

Sin pudor frente al arista, posa para él mientras se transforma.

Cambia belleza de aparador por animismo y terror.

Un gremlim.

El elefante es el animal favorito de los niños. Es enorme y bueno. Muy pocos niños han visto un elefante, pero la forma traduce la realidad por todo el universo. Ese elefante rosa atraviesa la selva para ir a tomar agua del lago. En la costa opuesta unos hombrecitos marrones lo saludan como a un dios gracioso. Hola Dios!

En la sala del teléfono de lo de Rama había un Ñandú real

parado en una plataforma de tronco, era un horror su muerte impúdica

ahí mostrada al lado de un aparador lleno de objetos.

La animación de las cosas que en el instante de ser observadas

parecieran simular su inersia, posan inestables

como en el juego de las estatuas, el que se mueve pierde,

pero el ojo capta en su silencio el rumor que producen

sus corazones conteniendo el aliento para no ser descubiertas.

Las tres calaveras, hieráticas, se desgravan con la impertinencia de esos dos pájaros posados en una rama de olivo. Una de las colas desfachatadas le ponen flequillo de plumas a un cadáver. El bam-bi, por su parte, se proyecta como flecha en un instante eterno, atornillado al eje de un trofeo.

Insistente su performance descriptiva.

La sombra del Mazzinger Z que se escurre

y en el caballete aparece difusa su traducción geométrica

Textos/ Fernando CalleroDibujos/ Maxi Masuelli

Se imprimió en Rosario el día 22 de octubre de 2014,

previo a la muestra Dragón bebé de Maxi Masuelli

en Embrujo