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¿Qué es la verdad?Reflexiones sobre algunos truismos

Pascal Engel

Amorrorlu editoresBuenos Aires - Madrid

Page 3: Pascal Engel  - ¿Qué es la  Verdad?

Índice generalLa Vérité. Réflexions sur quelques truismes, Pascal EngelePascal Engel, 1998. Reservados todos los derechos.Traducción: Heber Cardoso

€) Todos los derechos de la edición en castellano reservados porAmorrortu editores S.A., Paraguay 1225, 7° piso - C1057AAS Bue-nes AiresAmorrortu editores España S.L., ClLópez de Hoyos 15, 3° izq. -2SOO6 Madrid

www.amorrortueditores.com

La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o mo-dificada por cualquier medio mecánico, electrónico o informático,incluyendo fotocopia, grabación, digitalización o cualquier sistemade almacenamiento y recuperación de información, no autorizadapor los editores, viola derechos reservados.

Queda hecho el depósito que previene la ley n° 11.723

Industria argentina. Made in Argentina

ISBN 978-950-518-377-7ISBN 2 218-72 061-2, París, edición original

9 Introducción. La pregunta de Pilatos

23 I.Las teorías canónicas de la verdad

25 1. La verdad-correspondencia41 2. La verdad-coherencia47 3. La concepción pragmatista y el

verificacionismo

57 TI.La deflación de lo verdadero

57 1. Redundancia y «descitación»67 2. La concepción semántica72 3. ¿La metafisica desactivada?

1.Filosofia. l. Cardos o, Heber, trad. II. Título.CDD 100

87 ID. La verdad mínima

87 1. El concepto mínimo de verdad99 2. Verdad científica y verdad moral

Engel, Pascal¿Qué es la verdad? Reflexiones sobre algunos truismos -

18 ed. - Buenos Aires: Amorrortu, 2008.144 p. ; 20x12 cm. - (Biblioteca de filosofia)

Traducción de: Heber Cardoso111 Conclusión. El valor de la verdad

ISBN 978-950-518-377-7 125 Posfacio a la edición italiana

129 Bibliografia

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Introducción. La pregunta de Pilatos

Poncio Pilatos preguntó: «¿Qué es la verdad?»(Juan, XVIII, 37), Yse lavó las manos. Muy a me-nudo, también nosotros planteamos esta pregun-ta en tono decepcionado, dando a entender que notiene respuesta o que, si la tiene, es tan compleja,vasta y profunda que carece de sentido buscarla,que es mejor dejarla en manos de los filósofos. Pe-ro ellos también parecen lavarse las manos. Se hadejado de creer en ella y no se sabe qué es. ¿Quiénque no fuera el fundador de alguna secta religiosase atrevería hoya darle por título a una obra Labúsqueda de la verdad? ¿Qué científico aceptaríadecir, sin adoptar toda clase de precauciones, quela ciencia enuncia lo verdadero? ¿La propia filoso-fía no ha archivado desde hace mucho cualquierintento de definir esa noción pasada de moda?Aparentemente, más vale encomendarse a unaforma de relativismo. ¿No sabemos acaso queexiste una pluralidad de discursos, todos ellos«verdaderos» a su manera, y que no existe unaverdad única hacia la que puedan converger?¿Que la pretensión de un discurso de encarnar laverdad no es precisamente más que eso, una pre-

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tensión, que pone de manifiesto en aquel que laformula, más bien, una voluntad de saber y deverdad que disimula en realidad voluntades depoder y de dominación? Si se acepta, además, con-siderar que la propia noción de verdad pueda serobjeto de una investigación crítica, ya no lo es pa-ra proponer un análisis ni menos aún para basar-la en principios epistemológicos o metafisicos,sino para estudiar los efectos que del empleo deesta noción pueden obtener quienes la reivindi-can: efectos de saber, que también son efectos depoder, y que resultan, como dicen quienes inten-tan retomar la sofistica, efectos retóricos. De ma-nera que lo que nos quedaría por hacer es el estu-dio paciente, minucioso, de las maneras en queciertos individuos y ciertos grupos se convierten,durante determinadas épocas, en «maestros de laverdad-.! Se nos dice que no hay modo de valida-ción universal y objetivo de lo verdadero; sólo hayvariados «regímenes de veridicción» en contextosdeterminados, a través de los cuales diversas au-toridades se apropian del derecho de decir lo ver-dadero y promueven, mediante ciertos relatos,sus pretensiones.é Cualquier discurso que im-

1Véase M. Détienne, Les Maitres de vérité dans la Grécearchaique, París: Maspero, 1967 [Los maestros de verdad enla Grecia arcaica, Madrid: Taurus, 1983].

2 Véase P. Veyne, Les Grecs ont-ils cru a leurs mythes?, Pa-rís: Seuil (reed. col. «Points»), 1983 [¿Creyeron los griegosen sus mitos? Ensayo sobre la imaginación constituyente,Barcelona: Granica, 1987].

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pugnase, en nombre de una mejor forma de vali-dación, la pretensión de otro no sería, en sí mis-mo, más que otro relato, igualmente válido, perotambién igualmente arbitrario.

No obstante, son muchos los que se resisten aese relativismo.i' Hacen hincapié en que, auncuando la pretensión de un discurso de acceder auna verdad objetiva choque contra el hecho deque la verdad parece siempre relativa a un marcoconceptual o a un «paradigma», no es menos cier-to que la búsqueda de la verdad resulta siempreun ideal que rige nuestras investigaciones. Seña-lan que, aunque podamos tener buenas razonespara no creer ya en la Verdad, siempre se siguejuzgando acertado combatir el error y denunciarla mentira, y que reconocemos, como el sentidocomún, que existen criterios más o menos objeti-vos para separar lo verdadero de lo falso. Des-pués de todo, incluso los intelectuales más dis-puestos a estigmatizar en sus obras teóricas lacrisis de valores cognitivos y éticos, llegado el mo-mento, no han vacilado en participar en comités«Verdad y justicia»: sería impropio suponer queadherían a ellos por puro cinismo. Aunque este-mos prestos para ironizar acerca de todos los tra-vestismos que el ejercicio del poder político puede

3 No cabe menos que concordar aquí con las lúcidas refle-xiones de R. Boudon en contra del relativismo contemporá-neo. Véase, por ejemplo, Le Juste et le Vrai, París: A. Fayard,1995.

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producir, cuando un ministro, por ejemplo, emiteun pasaporte falsificado, bien sabemos que el do-cumento en cuestión es sencillamente falso, delmismo modo en que los peritos, cuando se tratade decidir si un cuadro es auténtico o no, dejan aun lado las reflexiones de los estetas acerca delnecesario entrelazamiento de la verdad y la men-tira en el arte.

Al relativista le será fácil objetar aquí que laexistencia de un conjunto de criterios prácticos deverificación de nuestros enunciados, e incluso lapermanencia de un ideal de verdad en cierto nú-mero de discursos, no prueban en absoluto queesos criterios o ese ideal estén realmente basadosen una esencia o en una estructura subyacente dela realidad que sea común a esas prácticas o aesos discursos, a la que, según la imagen tan amenudo denunciada, «reflejarían». El relativistano necesita sostener la tesis radical según la cualla palabra «verdadero» no denota nada ni tienesentido alguno en el lenguaje común, en el cientí-fico o en el ético. Habitualmente, afirma que esapalabra tiene un sentido y una denotación, peroque estos son relativos en función de los indivi-duos, de los contextos de enunciación o de lasprácticas. Le resulta perfectamente lícito decirque «verdadero» es un término que asociamos connuestros enunciados o con nuestras teorías paraexpresar el hecho de que los aprobamos o que losaceptamos. Como dice R.Rorty, «verdadero» no esmás que un «cumplido» que dirigimos a nuestras

aserciones+ Según este análisis, lo que importano es el sentido «profundo» de la palabra «verda-dero», porque no lo tiene, sino las actitudes psico-lógicas, los valores y las prácticas que adoptan losindividuos o los grupos que consideran como ver-daderos ciertos discursos. «Verdadero» es un pre-dicado estimativo, que designa un valor que atri-buimos a nuestros enunciados; es precisamenteeso, no tiene valor supremo, en particular el deverdad. La verdad sólo es un epifenómeno, unaespecie de proyección ficticia de esos valores o deesas prácticas: primero tenemos actitudes, luegohacemos como si se refirieran a una «realidad»objetiva. Pero no hay realidad objetiva: sólo estánnuestras actitudes, nuestros valores, nuestrasprácticas. Es un tema recurrente en numerosossectores del pensamiento contemporáneo. Exis-ten antecedentes en la idea de D. Hume según lacual el espíritu se «expande» sobre el mundo y semodela una objetividad que no es más que el pro-ducto de nuestra psicología.P Se la vuelve a en-contrar en el perspectivismo nietzscheano, parael cual sólo hay valores que determinan las inter-pretaciones o los puntos de vista, y no existe rea-lidad externa fuera de esas interpretaciones: «Laverdad no es más que una ilusión y hemos olvida-

4 R. Rorty, «Davidson, le pragmatisme et la vérité», enScience et solidarité, Éd. de l'Éclat, 1991.

5 Para una articulación contemporánea de esta problemá-tica, véase S. Blackburn, Spreading the Word, Oxford: Ox-ford University Press, 1985.

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do que era sólo una ilusión». De nuevo se la en-cuentra en numerosos trabajos de sociología delas ciencias, cuando se nos dice que lo que hayque tomar en cuenta no son las declaraciones ex-plícitas de los científicos sobre la objetividad desus investigaciones, sino su «vida de laboratorio»y los mecanismos de poder que impregnan dichasdeclaraciones.

Sería extenso el listado de esas lecturas genea-lógicas, «sintomáticas» o «deconstructivas» denuestros ideales de verdad y racionalidad. Todasse preocupan por operar lo que podríamos llamaruna deflación, antes que un simple cambio total,de esos ideales. Según esta línea de pensamiento,de la que Rorty es uno de los más explícitos defen-sores contemporáneos, no se trata de decir que laverdad y la realidad no existen, de suscribirse aalguna forma de idealismo o de reintroducir esosideales implícitamente, mediante una forma dehomenaje negativo, para negarlos, sino de decirsencillamente que no están vigentes, que el pro-blema de la verdad no se plantea. El eslogan, detipo nietzscheano, es: más allá de lo verdadero yde lo falso y, por lo tanto, más allá del realismo ydel idealismo, e incluso también más allá de lospropios relativismo, escepticismo y nihilismo. Poreso, uno podría, al igual que Pilatos, lavarse lasmanos y esgrimir una y otra vez la ironía, el hu-mor, incluso el cinismo, frente a los ideales gran-dilocuentes y superados de aquellos que todavíamuestran piedad ante la Verdad.

El desafio que plantea el escepticismo contem-poráneo en lo referido a la verdad me parece realy serio, como todos los desafíos escépticos. Perono creo que se le pueda responder simplementereinstaurando sin más trámite la idea de que laciencia describe bien la realidad, que incluso ennuestro discurso comente tenemos criterios paradiferenciar lo verdadero de lo falso, que lo Ver-dadero, lo Bello y el Bien no son ideales tan supe-rados como se piensa, o aun reafirmando algunaforma de platonismo. Después de todo, no resultaevidente que haya una realidad única, la descrip-ta por la ciencia: ¿No puede haber descripcionesequivalentes, pero incompatibles entre sí, de unmismo conjunto de datos empíricos? ¿Lo que sa-bemos de la realidad no es relativo a nuestrosesquemas conceptuales y teóricos? ¿Y a menudono se plantean conflictos entre nuestros valorescognitivos, tal como los hay entre nuestros valo-res éticos? No obstante, queremos decir tambiénque ciertas descripciones son mejores que otras;que, a pesar de que están relacionadas con nues-tros esquemas, tienen que ver con algo que es in-dependiente de ellos, y que no todos los valoresson equivalentes. ¿Cómo evitar, en todos estoscasos, reintroducir, por medio de normas o de va-lores sustitutos -como los de la corrección o de lajusteza, a menudo invocados para evitar hablarde la verdad-, esta misma noción, así como lasde realidad y objetividad? Es una pregunta quequienes desean mantener esos valores cognitivos

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les plantean a los relativistas y a los escépticos, yes también una pregunta que estos últimos de-ben formularse a sí mismos. Sin embargo, dudode que se pueda dar respuesta a esta preguntasimplemente rechazando elucidar lo que se pue-de o se debe entender con el término «verdad». Yes aquí donde la interrogación de Pilatos debeadoptar un sentido que parecen haber olvidadoquienes la escuchan con oídos desencantados o cí-nicos. Después de todo, tal vez Pilatos deseabaplantear una pregunta seria, y no sencillamenteirónica, y acaso se preguntaba en realidad, inge-nuamente, qué es la verdad. 0, más bien, comolas preguntas socráticas, exhortaba a la búsque-da de una definición al mismo tiempo que expre-saba dudas respecto de la posibilidad de encon-trarla. Pues bien: resulta bastante sorprendentecomprobar que, entre los pensadores contempo-ráneos que han pretendido denunciar los idealesde la verdad, muy pocos se preocupan por expli-car cuál es su significado, por lo menos en los usosmás corrientes. Hay, por cierto, excepciones fa-mosas en sus inspiradores, como en los casos deNietzsche y Heidegger, quienes nos proponenelucidar lo que entendemos por «verdadero»; su-gieren que resulta muy dificil ver en ello algo queno sea una metáfora, o que existe un sentido másprofundo, el del «desvelamiento» o el de la «aper-tura a la presencia». Empero, ¿cómo comprenderesas sugerencias sin antes pasar por un análisisde la noción? En el contexto contemporáneo; apa-

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rentemente sólo los lógicos que se han interroga-do sobre la naturaleza de la verdad lógica, o sobrequé significa la noción de enunciado verdadero enun sistema formal, para evitar paradojas semán-ticas como la del Mentiroso (<<Miento»:si es ver-dadero, resulta falso; si es falso, resulta verdade-ro), así como los filósofos del lenguaje corriente,han prestado atención a lo que parece ser unpreámbulo a cualquier crítica de la noción «pro-funda» de verdad, a saber: un análisis preciso desu significado usual. La mayor parte de las veces,todo ocurre como si se la considerara algo adqui-rido, 10 cual no facilita la evaluación del alcancede su denuncia. Por el contrario, se puede pensarque, si existen ilusiones que denunciar, sería másimportante enfrentarlas allí donde pueden tenerorigen, procurando ante todo construir la nociónde verdad a partir de sus significados usuales,aquellos que es posible considerar como superfi-ciales y de poco peso, antes que procurar decons-truirla a partir de sus significados profundos odensos.

'Ibdo esto no permite, sin embargo, responderal otro interrogante contenido en la pregunta dePilatos: «¿Para qué puede servir la noción de ver-dad?» y «¿Cuál es su utilidad?», Porque si no exis-te, o si no es más que un epifenómeno, no se vequé usos reales podría tener, salvo engañar a losdemás o engañarse a sí mismo. Tras el escepticis-mo acerca de la noción, también hay, evidente-mente, un escepticismo en cuanto a la propia ma-

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nera de plantear los problemas filosóficos, porquesi la noción de verdad está vacía de sentido, lapropia idea de que se puedan plantear preguntasbuscando respuestas en términos de verdad o fal-sedad tampoco tiene sentido, y resulta absurdodecir que la verdad sería el objetivo de nuestrasinvestigaciones y una norma cognitiva auténtica.Las oposiciones filosóficas tradicionales, corno ladel realismo y el idealismo, también están, desdeesa perspectiva, vacías. En efecto, al desligarsede la noción de verdad, todo un conjunto de pro-blemas clásicos en filosofia pierde sentido: no sóloel del realismo y el idealismo, sino también cues-tiones relativas a la teoría del conocimiento o a lanaturaleza de los hechos morales. Veamos algu-nos ejemplos.

Puede no parecer evidente, en primera instan-cia, que el problema de la verdad tenga algo quever con el problema del realismo. En el sentidousual, el realismo expresa la tesis según la cualciertas entidades (los universales, el mundo exte-rior, por ejemplo) existen independientemente denuestras representaciones. Es una tesis ontológi-ca que concierne a la naturaleza de lo que es o delo que existe. Pero decir que el mundo, u otras en-tidades, existen independientemente de nuestrasrepresentaciones implica también preguntarse siesas entidades existen independientemente delconocimiento que de ellas tenemos. Ahora bien:conocer la existencia de algo significa saber que laproposición que informa sobre esa existencia es

verdadera, y verdadera independientemente delo que podamos creer con respecto a ella. Es razo-nable, entonces, suponer que las preguntas quetienen que ver con la existencia se pueden refor-mular en términos de preguntas referidas a lanaturaleza de las aserciones acerca de esas enti-dades. Por eso, en general, se puede denominar«realista», en determinado campo, a la tesis con-forme a la cual los enunciados de ese campo sonsusceptibles de ser verdaderos o falsos y tienencondiciones de verdad que trascienden el conoci-miento que de ellos podemos tener; se puede de-nominar «antirrealista», en determinado campo,a la tesis según la cual los enunciados de ese cam-po tienen condiciones de verdad relativas a nues-tro conocimiento o a nuestras aserciones. De estemodo, el realista en matemática, o el platónico,afirma que los enunciados referidos a los núme-ros o a las clases son verdaderos o falsos, pero elantirrealista, o el intuicionista, sostiene que esosenunciados son demostrables o no demostrables.El realista en lo que concierne a entidades teóri-cas en filosofía de las ciencias sostiene que losenunciados referidos a esas entidades (como «ma-sa» o «electrón») son verdaderos o falsos. El anti-rrealista, o el instrumentalista, sostiene, por elcontrario, que solamente tienen condiciones deverificación empíricas, relativas al resultado denuestras observaciones. El realista en lo que con-cierne a la ética sostiene que nuestros enunciadosmorales, o referidos a los valores, son verdaderos

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o falsos, y el antirrealista, o el subjetivista, sostie-ne que son relativos a las aserciones y a las acti-tudes psicológicas de los sujetos. Se pueden forjaroposiciones similares en el campo de las entida-des ficticias, en el de las entidades mentales, y asísucesivamente. La noción de verdad es, asimis-mo, decisiva para evaluar el alcance de otras tesisfilosóficas, las que llevan a ciertas formas de re-duccionismo: frente a esas entidades postuladaspara un campo del discurso, se puede, por cierto,aceptar, con el realista, que los enunciados co-rrespondientes tienen condiciones de verdad, pe-ro también se puede sostener que esas condicio-nes de verdad se reducen a las de enunciados másprimitivos. Por ejemplo, el fenomenismo admiteque existen mesas, sillas y objetos materiales co-munes, pero sostiene que los enunciados referi-dos a ellos pueden ser traducidos en términos deenunciados referidos a sensaciones; el behavio-rismo también sostiene que los enunciados referi-dos a los estados mentales se reducen a enuncia-dos referidos a disposiciones acerca del comporta-miento. ¿Cómo puede evaluarse la verdad de esosenunciados más primitivos en cada caso especí-fico?

Por último, la noción de verdad desempeña unpapel central en semántica y en filosofia del len-guaje. Muchos filósofos sostienen que el significa-do de una frase está determinado por sus condi-ciones de verdad. Si la noción de verdad ya no espertinente, ¿cómo se puede analizar el significa-

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do?Y,más en particular, ¿cómo analizar el signifi-cado de los enunciados matemáticos, científicos, . 'eticos, etc.? Constituyen, en suma, un conjuntode preguntas clásicas, referidas al conocimientoa las teorías científicas, a la objetividad en moral'al significado, que se volverían caducas si se ob-viara la noción de verdad.f Rechazar esta nociónes una opción legítima, tan legítima como la acti-tud de los filósofos marxistas que rechazan la no-ción de derechos del hombre, o la de ciertos mate-rialistas que rechazan el vocabulario mentalistade nuestra psicología usual y pretenden reempla-zarlo por un vocabulario neurofisiológico. «''Ver-dad" -nos dicen los detractores- no es una pa-labra que pertenezca a nuestro vocabulario-e? Sin

6En la filosofía contemporánea, fue el filósofobritánico M.~~ett q~e~ procuró reconstruir de este modo esas opo-siciones tradicionales en términos semánticos formulandoel realismo y el antirrealismo en general corno tesis referi-das a las condiciones de significación de nuestros enuncia-dos y a la validez de la explicación de esas condiciones en~rminos de verdad o falsedad. Fue Durnmett quien introdu-JO la noc~ónd~ «antirrealismo» en esos debates. La distinguede la de Idealismo, pues el antirrealista, en cuanto reempla-za a la.verdad por la asertabilidad, no necesita negar quelas entidades del campo correspondiente existen, contraria-mente al idealismo. (Véase M. Durnmett «La vérité» Philo-sophie de la logique, trad. de F. Pataut, París: Minuit, 1991,y P. Engel, Davidson et la philosophie du langage, París:PUF,1994.)

7. Duran~e su proc:so, Osear Wilde le respondió al juez,quien le lela sus escntos y le preguntaba si él mismo no loshallaba «obscenos»:«"Obsceno"no es una palabra que figureen mi vocabulario».

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embargo, sea cual fuere la opción que un filósofoadopte en cuanto a la verdad, incluso si niega quesea importante o pertinente, aun así le será preci-so pasar por un análisis de esta noción.

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1. Las teorías canónicas de la verdad

Utilizamos comúnmente la palabra «verdade-ro» como un predicado que expresa una propie-dad de lo que decimos o de lo que pensamos, denuestras aserciones, juicios, creencias o teorías.(También la empleamos como un predicado de lascosas: una verdadera ducha fría, un verdaderohermano, etc.) En la mayoría de los casos, estapropiedad es atribuida al contenido de lo que de-cimos o pensamos. Ahora bien, en otros casos pa-rece atribuírsela a su vehículo: frases, secuenciasde símbolos, representaciones, entidades menta-les que tienen el poder de representar las cosas.Empero, cuando alguien dice, por ejemplo, «Elcielo está azul» y se asiente con un «Es verdad»,aunque parece que se hubiera atribuido la verdada la frase enunciada, resulta claro que de hechose la ha atribuido a lo que dice la frase, y no a lossonidos o a los símbolos lingüísticos, pues la mis-ma frase podría haber sido enunciada en otrascircunstancias y ser falsa. Asimismo, cuando sedice que una creencia es verdadera, no se quieredecir que el estado mental en el que consiste seaverdadero, sino que lo verdadero es su contenido.

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, entonces, que lo verdadero o lo falso sonproposiciones enunciadas o creídas, y no sus

<=Ll'''U~V~ concretos. La distinción tendrá su im-pOI1:aJ1Cli3., pero por el momento supondremos queverdad es predicada con contenidos proposicio-

de aserciones ojuicios o creencias, sin hacerfU-"LLLlo..J.V'll entre esas entidades. ¿Cómo definir es-

propiedad de ser verdaderos o falsos que lesunnmos a nuestras aserciones o a nuestrosjui-

En cierto sentido, es lo mismo que pregun-«¿Cuál es el significado de la palabra "verda-

. Pero, en otro sentido, esta última pre-no es idéntica a la anterior. Preguntar lo

significa «verdadero» puede implicar querer~'~ ..........mediante qué criterios reconocemos la

sea cual fuere la manera en que la defina-con lo que las dos preguntas pueden diver-Se puede, por ejemplo, sostener, como lo hace

, que el criterio de la verdad es la evi-f4=~".L,a., aunque la verdad sea la adecuación delbensamiento a la cosa.f Las dos también pueden

si se sostiene que el sentido último deno es más que el o los criterios por los

1En cuanto a la distinción entre criterio y definición, véa-B. Russell, Essais philosophiques, trad. de F. Clementz y_Cometti, París: PUF, 1997, págs. 173 y sigs.

2 Con frecuencia aludiré a doctrinas filosóficas partícula-a propósito de una u otra de las categorías de teorías ca-. de la verdad aquí examinadas. Pero tengo clara con-

de que ninguna es un caso puro y de que las teoríasdescribimos son más «ideales-tipo» que doctrinas real-

sostenidas.

cuales reconocemos la verdad. De hecho, la dis-tinción depende de la cuestión de saber si se debedefinir la verdad independientemente de los me-dios que tenemos para conocerla; y de ahí pareceque cualquier análisis del sentido de esa palabrase debe apoyar en una teoría acerca de la natura-leza de la propiedad en cuestión, en el sentido fi-losófico del término. Todo el problema se reduce asaber si existe dicha naturaleza y, en caso afirma-tivo, cuál es.

1. La verdad-correspondencia

En ese sentido, el significado más usual de laverdad, la definición, es la correspondencia con larealidad o con los hechos, el acuerdo o, para ha-blar en términos escolásticos, la adaequatio rei etintellectus. Pero eso parece ser una pura y simpletautología, incluida bajo la forma en que la enun-ciaAristóteles en lo que es considerado (con el So-fista, 262e-263b) como la primera «definición» dela teoría de la verdad-correspondencia: «Decirque el ser no existe, o que el no-ser existe, he aquílo falso; y decir que el ser existe, que el no-ser noexiste, he aquí lo verdadero» (Metafísica, I' 7,lOllb 26). Este texto, citado tan a menudo, estálejos de ser claro. Aristóteles parece asimilar, a lamanera de Parménides, la verdad y el ser, la fal-sedad y el no-ser, pero no es ese el caso, pues el

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Estagirita agrega en e 10, 1051b 3-8: «No porquecreamos que tú eres blanco, eres blanco en efecto,sino porque eres en efecto blanco, y al decir noso-tros que lo eres, decimos la verdad». Según Aris-tóteles, «la verdad y el error no están en las cosas[. .. ] sino en el pensamiento» (E, 3, 1027b 25), loque demuestra que para él la relación entre ver-dad y ser no es tanto relación de identidad o de co-rrespondencia, sino de significado. Al comentaresos pasajes, Tomás de Aquino advierte la dificul-tad: por un lado, «loverdadero es lo que es» y «loverdadero y el ente no son diferentes bajo ningu-na relación [... ] Son, en consecuencia, por com-pleto idénticos»; pero, por el otro, si lo verdaderofuera idéntico al ente, «sería completamente envano hablar de un ente verdadero, lo que no es elcaso; no son, pues, idénticos». Lo verdadero agre-ga, entonces, algo al ente: la relación del ente conel intelecto, que es «una relación de concordanciaentre este y aquel». «He ahí lo que se denomina"adecuación del intelecto y la cosa", y de esa ma-nera se cumple formalmente la razón de lo verda-dero [ratio veri]».3Dicho de otro modo, lo verda-dero es en sí mismo idéntico al ser y expresa unarelación de identidad que es anterior a la «razónde la verdad». Pero hay una segunda definición,la de la «perfección formal», según la cual lo ver-dadero es también una relación, pero no del ser

3 «Questions disputées sur la véritá- (Q. 1, 1-2,8-9), en R.Imbach y M.-H. Méléard, eds., Philosophes médiévaux, Pa-rís: Plon, col. <<l0/18»,1986, págs. 80-1.

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consigo mismo: es una relación del intelecto conel ser. Hay, además -señala Tomás de Aquino,citando a San Agustín-, un tercer sentido, aquelen que lo verdadero es «lo que manifiesta lo quees» (Heidegger lo recordará). Lo verdadero es,pues, un modo del ser, uno de sus modos más ge-nerales como bonum, ens et unum, pero es «algo»(aliquid) que significa de cierta manera «un otroalgo» (aliud quid). Se trata -dirán los medieva-les- de un término trascendental, que trascien-de las determinaciones categorial es , que, segúnlos términos de Tomás de Aquino, «agrega algo alente» y al mismo tiempo no le agrega nada. Enconsecuencia, cuando se dice que el predicado«verdadero» expresa una propiedad, más valdríadecir que expresa una propiedad relacional o unarelación, que es al mismo tiempo de identidad (enel sentido inicial) y de conformidad o de corres-pondencia (en el sentido formal). Esto permitecomprender por qué el predicado «verdadero» seaplica a cosas (en el sentido en que un X es verda-dero en cuanto verdadero o auténtico -un ver-dadero amigo, una verdadera casa-, cuya natu-raleza denota), al mismo tiempo que indica unaconformidad con algo, es decir, una relación. Elsentido predicativo depende, pues, del sentido re-lacional.

Como buen realista, Tomás de Aquino negabaque del hecho de que se debiera distinguir el sen-tido de la verdad en la cosa del sentido de la ver-dad en el intelecto se deducía que la verdad se en-

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contraba ante todo en este último: «El juicio refe-rido a la verdad dependería de la opinión de cadauno; se volvería a caer así en el error de esos filó-sofos antiguos que decían que todo lo que cadauno juzga es verdadero y, por lo tanto, que esasdos proposiciones contradictorias son verdaderasal mismo tiempo-r' Pero la dificultad se duplicacuando se admite, como Gregorio de Rímini, quela verdad no se predica de la cosa, sino del conte-nido de la proposición formulada, es decir, del sig-nificado proposicional. Pues bien: si de ese modose distingue una predicación de verdad (por ejem-plo, -Deus est») de una predicación de la ciencia odel saber (<<"Deusesse" est uerum»), deberíamosconcluir en la imposibilidad de cualquier predica-ción de verdad, dado que sería necesario, incluso,asegurarse de que la segunda predicación (la dela ciencia) sea verdadera; dicho de otra manera,que «"Deus esse" esse verum est verum-J'

Resulta interesante comprobar que G. Frege,el fundador de la filosofia analítica, chocó exacta-mente con las mismas dificultades y de ello con-cluyó que no se puede formular ninguna defini-ción de la verdad como correspondencia: «Unacuerdo no puede ser total a menos que las cosasen concordancia coincidan, es decir, que no seande naturaleza diferente. Se debe poder probar la

4 !bid., arto 2,3, pág. 85.5 Gregorio de Rímini, Commentaire des sentences, Prolo-

gue, question 1, article 1, en R. Imbach y M.-H. Méléard, op.cit., pág. 393.

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autenticidad de un billete de banco aplicándolopor superposición sobre un billete auténtico. Em-pero, intentar obtener la superposición de unamoneda de oro mediante un billete de veinte mar-cos sería ridículo. La superposición de una cosasobre una representación sólo sería posible si lacosa fuera en sí misma una representación. Y sila primera concuerda perfectamente con la se-gunda, entonces coinciden. Ahora bien: es preci-samente esto lo que no se puede tener si se definela verdad como la concordancia de una represen-tación con algo real. Resulta esencial que el objetoreal y la representación sean diferentes-Py si lo real y la representación son diferentes,

agrega Frege, ya no hay acuerdo y se debe decirque no puede haber verdad perfecta, sino que haygrados de verdad, lo cual es absurdo, pues la ver-dad «no admite el más o el menos». La correspon-dencia es imposible porque presupone la existen-cia de una relación entre dos cosas diferentes,aunque esta relación parece ser de identidad. Pe-ro Frege propone una segunda argumentación:«Sin embargo, ¿no se podría plantear que hayverdad cuando la concordancia tiene lugar desdecierto punto de vista? Pero, ¿desde cuál? ¿Qué se-ría necesario para decidir si algo es verdadero?Sería necesario averiguar si es verdadero que,por ejemplo, una representación y un objeto real

6 G. Frege, «La pensée», en Écrits logiques et philosophi-ques, trad. de C. Imbert, París: Seuil, 1971, pág. 172.

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concuerden conforme al punto de vista en cues-tión. Nos enfrentaríamos de nuevo a una pregun-ta del mismo género que la anterior, y el juegovolvería a comenzar. De esta manera se fracasaal intentar explicar la verdad como un acuerdo.Pero cualquier otro intento por definir al ser-ver-dadero fracasa igualmente. Una definición pro-pondría ciertos rasgos característicos de lo verda-dero, y en una aplicación particular se trataríasiempre de saber si es verdad que los rasgos carac-terísticos son comprobables. Se da vuelta en círcu-los. Resulta, pues, verosímil que el contenido de lapalabra "verdadero" sea único en su género e inde-finible».7

La objeción de Frege, que hace eco a la de Gre-gorio de Rímini, estriba aquí en que si se define laverdad como correspondencia con los hechos ocon la realidad, también habrá que admitir que lacuestión de saber si p corresponde o no a los he-chos dependerá de la cuestión de saber si el juicio«p corresponde a los hechos» corresponde en símismo a los hechos o es verdadero en ese sentido.Esto se aplicaría, además, a una definición de laverdad en términos de coherencia de un juicio conotros, pues aún sería preciso saber si el juicio «pes coherente con otros juicios» es en sí mismo ver-dadero, y así con cualquier otra definición quepresuponga de esta manera lo que debe definirse.Frege concluye que la noción de verdad es indefi-

7 Ibid., las bastardillas son mías.

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nible y primitiva, con lo cual parece decir que en«es verdad que p» no hay nada más que el propiojuicio «que p». Preguntar si, probar que, interro-garse para saber si, negar que, asombrarse deque, etc.,p es verdadero es lo mismo que pregun-tarse si, probar que, etc., p. Es como si no se pu-diera ir más lejos de la simple equivalencia:

(E) «Es verdadero que p si y sólo si p».

Aquí, Frege parece anticiparse a lo que luegose llamará la concepción deflacionista de la ver-dad, según la cual no hay nada más que decir so-bre la verdad que no sea esta equivalencia tri-via1.8 Ello parece condenar de antemano cual-quier intento de definición informativa de la pala-bra «verdadero».

Sin embargo, se puede resistir esta argumen-tación de Frege por dos razones. La primera es lasiguiente: aunque admitamos que el predicado«verdadero» es redundante, e interno, de algunamanera, al hecho de emitir un juicio o de hacerlocon éxito, de ello no se deduce que no tengamosuna cierta concepción de lo que hace que un juicio

8Frege lo enuncia en el mismo texto (pág. 174), pero, a di-ferencia del deflacionismo que examinaremos más adelan-te, defiende la idea de que la verdad es una propiedad real ysustancial de nuestras aserciones y de nuestros pensamien-tos, que están, cuando son verdaderos, en conformidad conel «ser-verdadero». Véase P. Engel, La Norme du vrai, París:Gallimard, 1989, págs. 118-9.

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sea mejor que otro. Para retomar una analogía deDummett, del mismo modo en que el propósito deun juego es ganar, el propósito de una aserción esla verdad. Pero eso no nos impide saber cuándonuestras jugadas son mejores que otras ni cuán-do nuestros juicios están más justificados -y, enese sentido, son más verdaderos- que otros.Aunque la verdad sea interna al juego, no puedeserIe solamente interna.

En segundo lugar, el argumento de Frege sólovale contra la teoría de la verdad-corresponden-cia si se supone que está orientado a explicar o de-finir la verdad por medio de la noción de hecho ola de realidad. Y, efectivamente, esta definición escircular si la noción de hecho o la de realidad notienen otro contenido que la propia noción de ver-dad. Pero el partidario de tal definición no estáobligado a aceptar esa caracterización de lo queemprende. Puede considerar las nociones de he-cho, de realidad o de ser como nociones primitivaso últimas. Puede admitir que haya regresión ocircularidad, pero que sea virtuosa, y no viciosa:«p corresponde a los hechos» debe correspondercon los hechos, pero eso mismo es un hecho, o esoes, como dice Aristóteles. Lo que se requiere en-tonces no es una concepción de la verdad, sinouna concepción de los hechos o del ser.?

9Aquí es posible defender otra tesis, que Frege parece ex-cluir cuando dice que la relación de correspondencia entreuna representación y la realidad no puede ser la identidad,

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No obstante, si esas nociones son en sí mismasindefinibles, en lo esencial, ¿no se le concede ra-zón a Frege? Le incumbe entonces al partidariode la teoría correspondentista tratar de articularuna concepción de la naturaleza de los hechos ode la realidad que permita comprender la nociónde verdad en términos de esa naturaleza, y no ala inversa. Esas concepciones no faltan: es, tradi-cionalmente, lo que supone hacer metafísica. Larealidad puede estar compuesta por sustancias,individuales o no, materiales o espirituales; pue-de estar compuesta por entidades estructuradaso no, particulares o que componen un Todo indivi-sible, etc. Sea como fuere, el problema es: ¿pode-mos tener una concepción tal de la realidad quesea a la vez independiente de nuestras asercionesy de nuestros juicios (sin lo cual hablar de «corres-pondencia» no tiene sentido) e independiente dela propia noción de verdad (sin lo cual esta con-cepción es circular)?

Tratemos de ver si ello es posible, a partir delas teorías filosóficas que articulan la intuicióncorrespondentista en términos de la noción dehecho. En la filosofía contemporánea, el atomis-mo lógico defendido por Russell yWittgenstein enla década del veinte es un paradigma de ese géne-

pues la propia cosa sería una representación. Es la tesis se-gún la cual la verdad consiste en la identidad entre el conte-nido de una proposición y un hecho, a la que a veces llama-mos teoría de la verdad como «identidad».

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ro de teoría. 10 Un hecho es un conjunto estructu-rado de entidades de la realidad, un complejo deindividuos y de sus propiedades o relaciones. Se-gún el Tractatus logico-philosophicus, la nociónde correspondencia es un isomorfismo estructu-ral: las proposiciones son imágenes de los hechos,y a los elementos de las proposiciones les corres-ponden los elementos de los hechos pertinentes, yla manera en que los elementos de las proposicio-nes -nombres, en última instancia- son combi-nados para formar la proposición corresponde ala manera en que los elementos de la realidad-objetos- están vinculados entre sí. Esto pare-ce ser exactamente la teoría que necesitamos. Pe-ro resulta notorio que deja sin explicar la relaciónde correspondencia: una correspondencia (la delas proposiciones con los hechos) es explicada entérminos de otra (la de los nombres con los objetosy la de la estructura de las proposiciones con la delos hechos). Según Wittgenstein, no puede ser di-cha y está destinada a seguir siendo misteriosa,lo cual parece confirmar a la perfección el diag-nóstico de Frege.

Independientemente de lo expuesto, dicho gé-nero de concepción choca contra cuatro clases deobjeciones bien conocidas. La primera, que per-

10 Véase B. Russell, "La philosophie de l'atomisme logi-que", en Écrits de logique philosophique, trad. de J.-M. Roy,París: PUF, 1989; L. Wittgenstein, Tractatus logico-philoso-phicus, trad. de G. Granger, París: Gallimard, 1992 [Tracta-tus logico-philosophicus, Madrid: Altaya, 1994].

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turbaba a Russell, es la de los hechos negativos:«Mi vaso no está vacío", ¿es verdadero en virtudde su correspondencia con un hecho negativo es-pecífico, o bien en virtud de su falta de correspon-dencia con un hecho positivo? La segunda, cuyoorigen también se encuentra en Frege, es que sise dice que un hecho es lo que corresponde a unaproposición verdadera, y que todas las proposicio-nes verdaderas designan una sola y misma enti-dad -lo Verdadero-, entonces deberíamos decirque todas las proposiciones verdaderas, o mate-rialmente equivalentes, designan el mismo he-cho. De ello parece deducirse que no se pueden in-dividualizar los diferentes tipos de hechos a losque corresponden las proposiciones. 11La terceraobjeción estriba en que el atomismo lógico presu-pone que las proposiciones atómicas, y los hechosque les corresponden, son independientes entresí. Pero, ¿es en verdad así? El hecho de que Nápo-les esté al sur de Roma, ¿es independiente del he-cho de que Roma esté al norte de Nápoles (lo cuales una versión de la dificultad anterior)? ¿Hechosaparentemente independientes como «Esto es ro-jo" y «Esto es azul" lo son en verdad si los concep-tos de color son interdependientes? De manerageneral, ¿se puede convertir en verdadera una

11Resulta imposible detallar aquí este argumento, que sedenomina el «tira piedras de Frege». Véase D. Davidson, En-quétes sur la vérité et l'interpretation, trad. de P. Engel, Ni-mes: J. Chambon, 1993, cap. 3, y P. Engel, La Norme ducrai.op. cit., caps. 1 y 5.

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proposición sin convertir en verdadero un conjun-to de otras proposiciones? Es esta una de las razo-nes que llevaron a Wittgenstein a abandonar elatomismo lógico. Por último, se cuenta con todauna familia de argumentos para demostrar queexiste una multiplicidad de maneras diferentesde proyectar nuestras proposiciones y sus ele-mentos sobre la realidad, todas ellas concordan-tes con esta realidad, pero que, sin embargo, sonincompatibles entre sí.12

Como respuesta a estas dificultades, es posibletratar de proporcionar concepciones de los he-chos, de los estados de las cosas o de las situacio-nes del mundo en términos de entidades cuyascondiciones de individuación serían más estric-tas, o aceptar, asimismo, que la noción está desti-nada a seguir siendo vaga. Pero ninguno de estosintentos parece escapar a la dificultad de tenerque definir un hecho o una entidad del mismo ti-po, como es el caso cuando una proposición es ver-dadera y corresponde a la realidad, lo cual resultacircular. Un partidario de la primera estrategiadeberá explicarnos cómo es que existen entidadestales como los «hechos» que son distintas de las

12 Esos argumentos tienen su fuente en la tesis de Quinesobre la inescrutabilidad de la referencia. Véase W. V. O.Quine, Le Mot et la chose, París: Flammarion, 1979, cap. 2(Palabra y objeto, Barcelona: Labor, 1968); D. Davidson, En-quétes sur la uérité et i'interprétation, op. cit., cap. 16; H.Putnam, Raison, vérité et histoire, trad. de A. Gerschenfeld,París: Minuit, 1987 [Razón, verdad e historia, Madrid: Tec-nos, 2006].

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cosas y de las propiedades que forman parte deellas. Ahora bien: cuando decimos que el hecho deque El gato esté sobre la alfombra corresponde alenunciado de que el gato está sobre la alfombra,¿podemos decir que, además del gato, de la alfom-bra y de la relación entre ellos, hay una entidadcompleja, a la que se podría denominar el ser-sobre-la-alfombra-del-gato? Si se responde por laafirmativa, ¿qué es esa entidad extraña que flota,por así decirlo, sobre los objetos familiares encuestión? ¿Y diremos que hay aún otra entidadque corresponde a otro enunciado, como El gatitoestá sobre la alfombra, que parece enunciar, enotros términos, el mismo «hecho»? Ya es ontológi-camente muy costoso admitir entidades tales co-mo los hechos, que serían características, ontoló-gicamente autónomas, de las cosas y de las pro-:piedades corrientes. Más costoso aún resulta ad-:::nitir que existen tantos hechos como manerasequivalentes de describir esos objetos.l-' Para

13 Otro ejemplo de teorías de la verdad que apelan a la no-ción de hecho es el que propone E. Husserl en las RecherchesJogiques, trad. de Élie, Kelkel y Schérer, en particular, VI,París: PUF, 1963 [Investigaciones lógicas, Madrid: Revistade Occidente, 1967), donde habla de «estados de las cosas»que convierten en verdaderas a las proposiciones. Respectoce esas teorías, véase K. Mulligan, B. Smith y P. Simons,Truth-Makers», en Philosophy and Phenomenological Re-search, XLIV, 3, marzo de 1984, págs. 287-321. Mi objeción aesas teorías no es tanto la objeción nominalista según lacual aquellas parecen multiplicar más allá de lo necesario~ entidades que «vuelven verdaderas» a las proposiciones,SUla el hecho de que parecen no poder definir la relación de

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considerar la segunda estrategia, examinemosbrevemente la versión de la teoría de la verdad-correspondencia propuesta por J. L. Austin.14 Se-gún él, la verdad se predica con enunciados, y nocon frases o proposiciones. Un enunciado es loque dice una frase en una circunstancia particu-lar de enunciación. Los enunciados están vincu-lados con el mundo mediante convenciones de dosclases: (1) descriptivas y (H) demostrativas. Lasconvenciones (I) correlacionan las palabras, en suuso común, con tipos de situaciones, de cosas o deacontecimientos del mundo. Las convenciones(Il) correlacionan las palabras, tal como son utili-zadas en circunstancias de enunciación específi-cas, con «situaciones históricas» (o específicas)que se encuentran en el mundo. Austin postulaque un enunciado es verdadero cuando el estadode cosas histórico con el que está correlacionadopor las convenciones (Il) es del tipo de aquel conel que la frase utilizada para producir ese enun-ciado está correlacionada con las convenciones(1).15 Austin pone el acento en el carácter conven-

«volver verdadera» una proposición, ni las entidades quejuegan ese papel (hechos, estados de cosas o situaciones), sinutilizar el propio concepto de verdad, cuando tienen porobjetivo definirla.

14 Véase J. L. Austin, «La vérité», en Essais philoso-phiques, trad. de L.Aubert yA. C. Hacker, París: Seuil, 1994[Ensayos filosóficos, Madrid: Revista de Occidente, 1975].

15 Por ejemplo, «el gato está sobre la alfombra» es verda-dero si las convenciones (1) correlacionan esas palabras con

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cional de las correlaciones: no importa qué pala-bras puedan estar correlacionadas con no impor-ta cuál situación, lo cual quiere decir que las c.o-rrelaciones no descansan en ningún isomorfismoentre las palabras y las cosas. Esta definición nopretende tanto expresar que los enunciados sonverdaderos si corresponden a los hechos, sinomás bien expresar que lo son si los hechos sontales como el enunciado dice que son. Pero hablarde convenciones es, al parecer, rechazar la propiaidea de una auténtica correspondencia con la rea-lidad; las convenciones son lingüísticas, creadaspor nosotros: ¿qué tienen que ver, pues, con loreal? ¿Yen qué se distingue eso de una pura ysimple tautología: un enunciado es verdaderocuando el estado de cosas pertinente es tal comose dice que es?

El resultado de todo esto es que parece extre-madamente dificil articular la noción de hecho yde correspondencia con los hechos de manerasustancial y no trivial. Con toda evidencia las,proposiciones tienen una estructura, en el senti-do de que su naturaleza depende de la combina-ción de sus partes. Evidentemente, el mundotambién es algo estructurado. Pero, si lo es, ¿lo esde forma tal que la estructura de los hechos que lo

situaciones en las que un gato está sobre una alfombra y silas convenciones (H) correlacionan las palabras con el loen-tor en la situación dada, aquella en la que este observa lafe-linidad de Gatito sobre una alfombra.

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componen se corresponde con la estructura de lasproposiciones que lo describen? Al mismo tiempo,¿cómo podemos articular la estructura de los he-chos de otro modo que no sea diciendo que se co-rresponde con la de nuestras proposiciones? Amenudo se objeta que si se plantean esas dificul-tades es porque nos concentramos en entidadesde tipo lingüístico, como las frases, o casi lingüís-ticas, como las proposiciones o los enunciados, yse olvida que entramos en contacto con el mundoa través de otras cosas que no son las palabras:entramos en contacto con él mediante nuestraspercepciones, o en un nivel preproposicional o«antepredicativo». Pero, ¿se desvanecen los pro-blemas cuando se opta por decir que la interfaseestá constituida por percepciones? Si queremosmantener la idea de correspondencia, será preci-so decir que esas percepciones son representacio-nes de las cosas del mundo. Y aquí se reproduce eldilema de Frege: o bien las cosas no se parecen anuestras representaciones y, en ese caso, no pue-de haber correspondencia, o se parecen,perotampoco hay correspondencia. Esas dificultadesson perfectamente clásicas; pesan sobre toda lateoría empírica de las ideas y vuelven a encon-trarse, por ejemplo, en los intentos contempo-ráneos de explicar la representación en términosde una covarianza entre los contenidos de nues-tros estados internos y los estados del entorno.Esos intentos han llevado a muchos filósofos adudar de que cualquier teoría que defina la ver-

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dad mediante la adecuación de la realidad a en-tidades intermediarias entre sí pueda concluir enotra cosa que no sea en el fracaso. También loshan llevado a sostener que la primera rama deldilema de Frege -la cual supone que no hay co-rrespondencia posible sino con una realidad to-talmente independiente de nuestras representa-ciones y de nuestro conocimiento- termina porforjar una imagen de la realidad perfectamentemisteriosa, radicalmente exterior a nosotros ysólo asible desde el punto de vista de un «exiliocósmico». En ese sentido, la verdad de nuestrasrepresentaciones sería como una especie de foto-grafía o de espejo invisible. Y en cuanto a la se-gunda rama del dilema -que requiere la identi-dad entre la realidad y las representaciones=-,también parece insostenible, por lo menos si sequiere permanecer dentro de un marco corres-pondentista y realista.

2. La verdad-coherencia

¿No se debe renunciar entonces a ese marco?Hablar de una realidad que fuese enteramenteexterior a nuestro pensamiento, ¿no sería suscri-bir a un mito a menudo denunciado, el del «dato»que no sería informado por nuestro pensamiento?¿Existen hechos independientes de nuestros jui-cios y de nuestras interpretaciones? Esto conduce

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a argumentos familiares: ver una situación comoun «hecho» es juzgar e interpretar, y nuestros po-deres conceptuales impregnan y condicionannuestras experiencias. Si la realidad, los hechos,no son independientes de nuestras creencias y denuestros juicios, ¿qué es lo que constituye la ver-dad de nuestras creencias y de nuestros juicios?De ese modo se llega a la idea de que la verdad noes la concordancia de nuestros juicios con la reali-dad, sino una concordancia de los juicios y las re-presentaciones entre sí. Cuando se confrontanesos juicios con la experiencia, no se logra la reali-dad en sí misma, sino otros juicios, otras creen-cias, otros enunciados, otras representacíonas.l"El término apropiado ya no es entonces «concor-dancia», sino «coherencia». La teoría en cuestiónes la de la verdad-coherencia: una proposición,un juicio o una creencia p son verdaderos si y sólosi ppertenece a un conjunto coherente de proposi-ciones, juicios o creencias. Como decía un célebrefilósofo alemán: «Das Wahre ist das Ganze» [«LoVerdadero es el 'Iodo»]. Es importante compren-der bien el sentido de esta teoría. No significa quenuestras creencias sean verdaderas si se corres-ponden con una realidad que sería en sí misma

16 No existe la obligación de concebir esas representacio-nes como conceptuales; se las puede concebir como funda-mentalmente perceptivas. Pero aun así son relativas conrespecto al sujeto al que se le aparecen. El «dato» fenoméni-co, como dicen los fenomenólogos, ¿no es ante todo lo que senos da como fenómeno? Véase J.-L. Marion, Étant donné,París: PUF, 1997.

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coherente, sino que nuestras creencias son verda-deras si pasan por un test interno a nuestras pro-pias creencias. A un teórico coherentista no le es-tá prohibido sostener la primera hipótesis y dis-tinguir -al menos en primera instancia, como seha hecho antes- una definición de la verdad (co-mo correspondencia) y un criterio de la verdad(como coherencia), por ejemplo al sostener que larealidad es la Sustancia infinita, o el Absoluto, oel Todo, y diferenciarlos de los modos de acceder aellos. Pero, en ese caso, para el coherentista ha-bría al menos una tensión entre su definición y sucriterio, si admite que no hay otro criterio de cohe-rencia que no sea la coherencia en el nivel delpensamiento o del conocimiento. Si lo admite, esmás razonable para él sostener que el test de lacoherencia nunca puede realizarse en el nivel dela propia realidad, y reconocer que la teoría de laverdad-coherencia es necesariamente una teoríasegún la cual la naturaleza de la verdad dependedel criterio epistémico de su reconocimiento o desu justificación. Queda a su cargo, entonces, tra-tar de explicar cómo es posible, en tales condicio-nes, mantener aún la idea de una realidad quesería al mismo tiempo coherente e independientepor sí misma, y no según un criterio interno anuestro conocimiento. Según ese criterio, que de-be constituir la esencia de la verdad, nuestrascreencias son verdaderas no porque se correspon-dan con algo, sino porque tienen un cierto pedi-gree o un cierto test interno a su naturaleza. Todo

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el problema consiste, pues, en cuál es la naturale-za de ese test y de esta coherencia.

En un sentido lógico mínimo, debe tratarse dela coherencia lógica, es decir, de la no contradic-ción: un conjunto de proposiciones o de creenciases verdadero si y sólo si no contiene creencias con-tradictorias o incompatibles entre sí. Pero aquí lateoría coherentista se encuentra con una objecióndevastadora: si el criterio y la definición de la ver-dad constituyen una coherencia en el seno de unconjunto de proposiciones o de contenidos que sepueden juzgar, entonces se puede hacer que cual-quier contenido sea coherente con otros, porquecualquier conjunto de proposiciones que mues-tren una coherencia interna puede pasar el testde la no contradicción. Como lo destaca Russe11,17por más que el muy respetable obispo Stubbs ha-ya muerto en su lecho, la proposición «MonseñorStubbs fue colgado por homicidio» puede ser uni-da a todo un conjunto de otras proposiciones, demanera de pasar el test de coherencia y, en conse-cuencia, volverse verdadera. De este modo, cual-quier conjunto de enunciados ficticios pasa el testy así todas las novelas serían verdaderas. No sóloun conjunto de creencias falsas puede ser cohe-rente, sino también que a cualquier conjunto E decreencias verdaderas es posible agregarle un con-junto C de creencias falsas pero coherentes conE. (E+C) sería, no obstante, falso (pues una false-

17 Véase B. Russell, Essais philosophiques, op. cit.

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dad en una conjunción de creencias verdaderasvuelve falsas a estas).

Sin embargo, el coherentista tiene los mediospara responder a esta objeción. Lo que él entien-de por «coherencia» no es la coherencia en el senode un conjunto de proposiciones posibles o no es-pecificadas, sino la coherencia entre un conjuntode creencias provistas de un cierto pedigree, con-troladas o justificadas. De esta manera, Descar-tes (que en ese sentido es un coherentista) sostie-ne que solamente las creencias claras y netas pa-san ese test. No es necesario que el criterio opedi-gree en cuestión sea externo a las ideas o a las re-presentaciones verdaderas: es compatible con latesis spinozista del verum index sui. También sepuede sostener que el test de coherencia reside enla posesión de un método de justificación confia-ble, susceptible de filtrar las creencias que tienenbuen pedigree, o que la coherencia no afecta a lascreencias efectivas o presentes, sino a creenciasque tendríamos en circunstancias ideales, unavez que nuestros métodos de investigación estu-viesen a salvo de la duda y fueran estables. El pe-so del argumento ya no se remite entonces a laverdad, sino a la propia naturaleza del método.

Empero, aun cuando adopte esta estrategia, elcoherentista no está a salvo de la objeción de Rus-se11,pues, aunque se admita que la coherencia noremite a un conjunto arbitrario de proposiciones,sino a un conjunto que pasa por un cierto test opor una cierta prueba, todavía es preciso poder

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estar seguro de que ese test no permite el agrega-do de creencias falsas o ficticias a nuestro conjun-to de creencias iniciales. Por ejemplo, como le pre-guntaba Leibniz a Descartes, ¿cómo estar segurode que las creencias que llevan la marca de la evi-dencia no son falsas?18 Nuevamente, aquí pode-mos idealizar y suponer que contamos con la ga-rantía divina o que nuestro método es completo.Mas, en este caso, el problema para el coherentis-ta reside en saber si puede atenerse a una teoríapura de la coherencia. Si admite que nuestrascreencias son verdaderas al ser coherentes enuna situación ideal, ¿no será esta, sencillamente,una situación en la que nuestras creencias se co-rresponden en definitiva con la realidad? Enton-ces, ¿cómo evitar reintroducir subrepticiamentela definición de la verdad como correspondencia oadecuación? El coherentista puede suponerlo enforma implícita, en cuyo caso la teoría será circu-lar, o bien puede admitirlo con franqueza y soste-ner una teoría dual, de acuerdo con la cual la ver-dad es al mismo tiempo coherencia y correspon-dencia. Así, Descartes admite a la vez la regla dela evidencia y la verdad como adaequatio, 19Kantadmite la idea de que la verdad consiste en lacoherencia entre nuestros conceptos y la confor-midad con la experiencia. Como dice lúcidamente

18Véase, por ejemplo, Méditations sur la connaissance, lavérité et les idées, Schrecker, ed., París: Vrin, 1969,pág. 14.

19 A. Mersenne, 16de octubre de 1640.

F. H. Bradley, uno de los partidarios más radica-les de la teoría coherentista, haciéndose eco de lasobservaciones de Frege: «Para ser verdadera, laverdad debe ser verdadera de algo, y ese algo 00

es la verdad».2o En tal caso, se vuelve a encontrarla tensión antes señalada entre el criterio y la de-finición.

3. La concepción pragmatistay el verificacionismo

La misma tensión está presente en lo que seconsidera el tercer tipo de teoría canónica de laverdad: la teoría pragmatista. Se orienta a pro-porcionar un criterio de coherencia -y, por lotanto, una definición de la verdad- de las creen-cias destinado a controlar los conjuntos pertinen-tes. Ese criterio consiste en la utilidad o el éxito.Un sistema de creencias modificado resultará másútil o tendrá más éxito que aquel al que reem-plaza, y la virtud del progreso científico, a partirdel cual la verdad puede ser construida, es, enparticular, la de producir sistemas que «funcio-nan» cada vez mejor.

La imaginería, tanto filosófica como popular,ha asociado al pragmatismo, y en especial al de

20 F. H. Bradley, Essays on Truth and Reality, Ox:ford.1914,pág. 325.

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W. James, con la ecuación «lo verdadero es loútil», y lo ha ridiculizado al presentarlo como unaideología -típicamente norteamericana- de co-merciantes e ingenieros: lo verdadero es lo quepaga, lo que tiene «efectos». Bajo esta forma gro-sera o vulgar, la tesis está expuesta a objecionesevidentes. Hay muchas cosas en las que es útilcreer pero que son falsas, y viceversa. Tambiénhay muchos casos, en la vida, en que la ignoran-cia, la credulidad, incluso la estupidez, resultanmás redituables que el conocimiento y la inteli-gencia. Y hay una infinidad de verdades en lasque resulta inútil creer, como las respuestas a laspreguntas de los juegos televisivos, que se plan-tean precisamente porque son, en su mayoría,inútiles e idiotas. ¿Y cuál es el criterio mismo deutilidad? Parece variar de un individuo a otro, deuna comunidad a otra, de manera que el pragma-tismo tiene todo el aspecto de implicar un relati-vismo. De igual modo, como destaca Russell,21 elpragmatismo así entendido deforma totalmenteel concepto de conocimiento: saber que p es saberque p es verdadero; pero si saber que p es verda-dero es saber que es útil creer que p, entonces, deello debería deducirse que cuando, por ejemplo,queremos saber si es verdad que la nieve es blan-ca, queremos saber si es útil creer en esa proposi-ción, lo cual no es, evidentemente, el sentido de lacuestión inicial. Una versión menos grosera del

21 B. Russell, Essais philosophiques, op. cit., pág. 173.

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pragmatismo, y en todo caso más cercana a susorígenes históricos, se apoya en la idea, defendidapor C. S. Peirce, según la cual hay un vínculo ínti-mo entre la creencia y la disposición para la ac-ción.22 Creer que p es verdadero es estar dispues-to a actuar de ciertas maneras o tener hábitos deacción. Existe una versión behaviorista (aunqueno sea la de Peirce) que entiende por «disposiciónpara la acción» disposiciones del comportamien-to. Sin embargo, también ella está expuesta a ob-jeciones evidentes. Ninguna de nuestras creen-cias, y en particular nuestras creencias verdade-ras, conduce a la acción ni se deja definir por com-portamientos, ni siquiera por clases de comporta-mientos. Además, la reducción behaviorista, si seconsidera que define la noción de creencia verda-dera, es circular, pues su pone que estamos dis-puestos a actuar como si nuestras creencias fue-ran verdaderas, lo cual implica un criterio inde-pendiente de lo que es una creencia verdadera,que no esté directamente vinculada con sus efec-tos en la acción.

Aquí, el pragmatismo adopta una estrategiaque lo distingue de sus formas caricaturescas.Sostiene que la virtud de utilidad que se adosa anuestras creencias verdaderas no concierne a lautilidad efectiva de nuestras creencias particula-

22 Véase C. S. Peirce, «Comment rendre nos idées claires»,en Textes anti-cartésiens, trad. de J. Chenu, París: Aubier,1984.

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res, sino a los tipos de creencias que producennuestros mecanismos cognitivos y a los métodosde que disponemos para formar creencias en ge-neral, cuyo método científico es el paradigma. Laverdad no está definida por la utilidad de aquelloque creemos de hecho, sino por la utilidad de aque-llo que creería un agente ideal, ubicado en condi-ciones ideales, o, como dice Peirce, «en el límite dela investigación científica». La verdadera teoríapragmatista, la que se ajusta mejor a las inten-ciones de sus autores, en particular las de Peirce,está, entonces, muy alejada de la ecuación «10ver-dadero es 10útil». O, más bien, le da a esta ecua-ción un sentido sofisticado. Dice que una creenciaes verdadera si y sólo si, en condiciones ideales, esproducto del método apropiado de investigación,y si es coherente con la totalidad de los datos dis-ponibles en esas condiciones ideales. Esta defi-nición compleja muestra, ante todo, que el 'prag-matismo no basa la utilidad de las creencias encualquier criterio de utilidad o de acción. La utili-dad o los efectos en cuestión, son ante todo cog-,nitivos o epistémicos. Lo verdadero es 10que pa-ga, pero 10que paga cognitivamente, en un campodonde el valor supremo es ya entendido como unvalor de conocimiento y de investigación. Y Peircesostiene, precisamente, que la esfera de investi-gación científica no tiene que dejarse pisotear porlas otras esferas de utilidad o de interés: la bús-queda de lo verdadero -no deja de insistir- estotalmente desinteresada. Luego, la teoría prag-

matista es una concepción epistémica de la ver-dad, que establece un lazo esencial entre verdad yjustificación. Por último, es también una teoríacoherentista: una creencia es verdadera si escoherente con el conjunto de otras creencias delas que podríamos disponer una vez que estuvié-semos en posesión del método apropiado deinvestigación, el que permite obtener creenciasestables. Yeso sólo nos lo puede dar realmente lainvestigación científica. Mas Peirce está lejos deconcebir esta coherencia ideal como el productode un proceso estático. Por el contrario, uno de lostemas esenciales de su pragmatismo es la idea deque nuestras creencias comunes, así comonuestras creencias científicas, se pueden revisar,y que nuestros conjuntos de creencias deben sermodificados a la luz de la experiencia, hastallegar a un límite, tal vez inaccesible, pero quedesempeña el papel, en sentido kantiano, de unfocus imaginarius o de un ideal regulador.

Pero, precisamente si nuestras creencias de-ben ser revisadas a la luz de la experiencia, ¿nosignifica esto que la realidad de la experiencia, in-cluido su término ideal hiperbólico, que en teoríanos provee, es independiente de esta experienciay de los conjuntos de creencias que se supone pro-ducen nuestros métodos confiables de investiga-ción? En este caso, ¿cómo puede el pragmatistaprescindir de la noción de correspondencia? Dehecho, la mantiene y admite que la verdad es in-dependiente de 10que podamos creer. Desde este

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23 L té ti .os au en lCOS pragmatistas no cometen, por cierto, elerror de creer que lo verdadero puede dejarse definir sola-mente mediante lo útil. Así, F. Ramsey sostiene que unacreencia es una disposición para actuar y es útil si y sólo sies verdadera (Philosophical Papers, Cambridge, 1990, pág.27 [Obra filosófica completa, Granada: Comares, 2005». Ladefinición pragmatista presupone la noción de verdad en susentido correspondentista, y no a la inversa.

objeción decisiva. Como el coherentista, puedeadmitir que defiende una concepción dual. Juntocon Peirce, puede sostener que el significado deuna proposición es su concordancia con la expe-riencia posible, o su verificación, incluida la ideal,y que esto se aplica en todas partes, incluido elsentido de «verdadero». Dado que supone la exis-tencia de una verdad como límite ideal, el prag-matista no apoya necesariamente la teoría segúnla cual la verdad es la verificación, la que común-mente se denomina verificacionismo. Pero apoyauna teoría verificacionista del significado: el sen-tido de nuestros enunciados es la posibilidad desu verificación mediante la experiencia posible.Los positivistas vieneses, de hecho, a menudoadoptan las dos teorías, que no resultan fáciles dedistinguir, y por lo menos un pragmatista, J. De-wey, sostiene que la verdad es la verificabilidad ola «asertabilidad garantizada». Pragmatismo yverificacionismo son, en todo caso, teorías episté-micas de la verdad que vinculan esta noción conla de aserción o con la de criterios de aserción, yque son antirrealistas por lo menos en el sentidoen que niegan que la verdad pueda ser totalmen-te independiente de nuestras creencias. Les re-sulta dificil concebir que nuestras creencias pue-dan ser radicalmente falsas, en el sentido en queel escéptico puede suponerlo.é?

24 Véase B. Russell, Signification et vérité, trad. de P. De-vaux, París: Flammarion, 1969, cap. XXI [Investigación so-bre el significado y la verdad, Buenos Aires: Losada, 2003].

punto de vista, incluso la teoría pragmatista vul-gar presupone una concepción de la verdad dife-rente de la simple utilidad. Por cierto, resulta útilpara mí creer que estoy redactando una pequeñaobra sobre la noción de verdad, pero la razón porla cual esta creencia resulta útil no reside simple-mente en que producirá ciertos efectos, ya seanvulgares o nobles. La razón consiste sencillamen-te en que es verdadera, a saber: que en efecto es-toy redactando esta obra. De hecho, mi utilidades directamente proporcional a mi capacidad pa-ra reaccionar ante el mundo sobre el que mis jui-cios me informan, y no a la inversa. Nuestrascreencias no son verdaderas porque funcionen,sino que funcionan porque son verdaderas. Lamejor explicación de su éxito es su verdad, y poreso no se puede explicar la segunda a partir de laprimera. 23

Un partidario de la teoría correspondentista, yen todo caso un partidario de la tesis según lacual la verdad es por esencia indefinible, conclui-rán que el pragmatismo, al igual que el coheren-tismo, son sencillamente falsos o circulares. Peroel pragmatista no está obligado a ver en ello una

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Pero esas teorías chocan con conocidas objecio-nes. La primera postula que es muy dificil definirlas condiciones efectivas, incluso las ideales, de laverificación, y son notorias las dificultades de lospositivistas para definir criterios empíricos de sig-nificado y de verificación de enunciados. La segun-da plantea que, si bien el verificacionismo pretendemantener una relación entre la verdad y la expe-riencia, por lo general resulta dificil sostener es-to, por razones igualmente conocidas: teorías con-trapuestas, incompatibles entre sí, pueden pre-decir exactamente las mismas consecuencias em-píricas. Así, si se recurre a un número apropiadode hipótesis ad hoc, la teoría ptolemaica siemprepuede ser construida de manera tal que produz-ca exactamente las mismas predicciones que lahipótesis copernicana. Es el problema clásico, enfilosofia de las ciencias, de la subdeterminaciónde las teorías por los datos empíricos. Si se llevala coherencia hasta sus límites, se llegará a laidea absurda, vigorosamente denunciada por KPopper, de que todas nuestras creencias o teorías,si recurren a ajustes apropiados, podrían volver-se coherentes con la experiencia, lo que retrotraetambién a la objeción russelliana. Vuelve a apare-cer la misma idea, con otro nombre, en lo quecomúnmente se conoce como concepción holistade las teorías científicas -de la que P. Duhem yW.V O. Quine son los principales representantescontemporáneos-, la cual dice que nuestras teo-rías nunca encuentran por sí solas el tribunal de

la experiencia, sino en bloque, de manera que nose puede revisar una parte sin revisar el conjun-to. La noción de un límite ideal de la investiga-ción, en el que coherencia y correspondencia po-drían converger, no resuelve ese problema, puesno sólo no se ve exactamente en qué podría con-sistir (¿habrá alguna vez un estado en el que sepueda contar con todos los datos disponibles?), si-no que tampoco se ve en qué podría ser compati-ble con la situación ya evocada: que la comunidadideal de investigadores científicos disponga de to-dos los datos y converja hacia una teoría única,que sin embargo se revele falsa. ¿El acuerdo, in-cluso ideal, de los investigadores reemplaza a laverdad?

Al igual que la teoría coherentista, la teoríapragmatista y el verificacionismo tienen dificul-tades para conservar su concepción de la verdadpura, y se debe admitir, con Russell, que en deter-minado momento la correspondencia prevalecefrente a la coherencia. Y, sin embargo, habidacuenta de las objeciones que le han sido dirigidas--en especial por Frege-, ¿puede la correspon-dencia escapar a ellas?

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TI.La deflación de lo verdadero

1. Redundancia y «descitación»

El punto al que hemos llegado parece ser el si-guiente. Si tratamos de dar una definición de lanoción de verdad, ya sea en términos correspon-dentistas o coherentistas, en términos pragma-tistas o verificacionistas y, en general, en térmi-nos de cualquier análisis «profundo» o por lo me-nos informativo, no podemos hacerlo sin volver acaer en la obviedad según la cual «''p'' es verdade-ro» no remite a otra cosa que a «''p'' corresponde alos hechos». Pero cuando tratamos de explicitar elsignificado de esta última expresión, no consegui-mos irmás allá de la tautología según la cual ellasignifica que <'{J» es verdadero.

Esto no quiere decir que «verdadero» esté, porello, desprovisto de significado o de denotación,sino más bien que el significado de esa palabra noes un significado profundo. El sentido de la pala-bra no es más que el que da la equivalencia ((E),véase antes): es verdadero que p si y sólo si p (quede ahora en más abreviaremos «ssi»). De hecho,Frege muestra con claridad esta línea de pensa-

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..

miento: «Si afirmo "Es verdad que el agua delmar es salada", expreso lo mismo que si afirmara"El agua del mar es salada" [. .. ] Esto no puedellevarnos a pensar que la palabra "verdad" notenga sentido, pues, en ese sentido, una frase enla que "es verdad" tuviera la función de predicadotampoco tendría sentido. Todo lo que se puededecir es que la palabra ''verdad'' tiene un sentidoque no contribuye en nada al sentido de toda lafrase en la que figura como predicado-.!

En este sentido, «verdadero» no denota unapropiedad o una relación sustancial que tengannuestros enunciados, como la correspondencia ola coherencia, sino un rasgo superficial: decir que«P»es verdadero es sencillamente afirmar que p .«Verdadero» no es un predicado auténtico, quedenote una propiedad real del enunciado; sinoque denota una cierta función lingüística o lógica:la de expresar una afirmación que de otro modohabría sido efectuada enunciando otra frase queexpresara que p. Según esta concepción, «verda-dero» es una especie de operador lógico en las fra-ses, que se debe colocar en el mismo plano que co-nectores lógicos como y u o, tal como «falso» esequivalente a no. Así como ya no queda nada pordecir con respecto a la conjunción, además del he-cho de que es una cierta función lógica caracteri-zada por la tabla de verdad de y, tampoco hay más

para decir sobre verdadero, sino que es una ciertafunción lógica consistente en afirmar la frase co-rrespondiente. Varios autores, como F. Ramsey yWittgenstein, han sostenido explícitamente, acontinuación de Frege, que en la verdad no haymás que esta equivalencia que hace del predicado«verdadero» un predicado redundante o super-fluo.2 Por eso, la teoría en cuestión es denomina-da, algunas veces, «la teoría de la verdad como re-dundancia» o teoría deflacionista, porque produ-ce una verdadera deflación en nuestros intentosinflacionistas por ver en la verdad una propiedadsustancial.

No obstante, existen diferentes versiones posi-bles de esta teoría, según la manera en que se leala equivalencia (E). Si «verdadero» no es más queun predicado de afirmación, entonces parece po-der aplicarse a cualquier frase «p», cuyo sentidoconozcamos o no y de la que sepamos o no por quérazones es enunciada. Por ejemplo, supongamosque alguien pronuncia la frase «"Los snarks sonboojums" es verdadero». Trivialmente, se podríainferir que afirmó «Los snarks son boojums». Pe-ro, al parecer, no se podría inferir de ella que hayaafirmado que los snarks son boojums, a menosque se conozca el sentido de la proposición que es-ta frase expresa. Saber que una frase es verdade-

..

1Nachgelassene Schrifften, F. Meiner Verlag, 1969, págs.271-2.

2 F. Ramsey, «Facts and propositions», en PhilosophicalPapers,op. cit.; L. Wittgenstein, Recherches philosophiques,París: Gallimard, 1962, § 113 [Investigaciones filosóficas,~Iadrid: Crítica, 1988].

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ra es una cosa, pero saber qué proposición expre-sa es otra, y este segundo saber es el necesario pa-ra determinar qué verdad se afirma de ese modo.Esta distinción señala la diferencia entre dos con-cepciones de tipo deflacionista. Según una deellas, «verdadero» es un predicado que se aplica afrases y que sólo actúa como un dispositivo desen-trecomillador, como una «descitación» de unafrase de la forma «''p'' es verdadero», que permiteobtener, una vez quitadas las comillas, la propia«p». Es lo que se llama la teoría de la «descitacián»de «verdadero».

La equivalencia sobre la cual descansa estateoría no es (E), sino lo que se podría llamar el es-quema de «descitacion»:

(T) <<p» es verdadero ssi p.

Según la otra concepción, «verdadero» se debeaplicar no a frases sino a proposiciones, es decir, alos contenidos de las frases, y se lee (E) bajo la for-ma de lo que se puede llamar el esquema de equi-valencia:

(E) La proposición que p es verdadero ssi p.

Este segundo esquema es característico de lateoría de la verdad-redundancia propiamente di-cha. La diferencia es importante, pues al parecerno se puede atribuir la verdad a una frase sin sa-ber qué dice. Muchos autores piensan también

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que la teoría de la «descitación» simple sólo sepuede aplicar si se refiere a frases, porque no sonlas frases (declarativas) las que resultan verda-deras o falsas, sino las frases enunciadas en ciertocontexto; dicho de otra manera, los enunciados.Por ejemplo, «Yotengo hambre» sólo es verdaderaen el contexto en que el término indicial «Yo»deno-ta a un individuo que tiene hambre, y «"Yotengohambre" es verdadero ssi tengo hambre» resultaopaco en tanto esta circunstancia no está especi-ficada. Quine, uno de los defensores de la concep-ción «descitacional», sostiene que sólo se aplica afrases «eternas», es decir, desligadas de cualquierreferencia al contexto.i' Otra versión de la mismadificultad es la siguiente: la teoría «descitacional»relativiza la verdad a un lenguaje; en consecuen-cia, si se desea que el predicado «verdadero» nofuncione simplemente en el vacío, es preciso su-poner que la frase del lenguaje del locutor, citadapor quien atribuye la verdad a esta frase, formeparte ya del lenguaje propio de quien atribuye, oque tenga un medio para traducir esta frase a sulenguaje; dicho de otra manera, que la compren-da o sepa qué proposición expresa. Estos hechosparecen militar en favor de la concepción redun-dante, o mostrar que la teoría de la «descitación»únicamente es correcta si se recurre al empleo de

3W. V.O. Quine, Philosophie de la logique, trad. de J. Lar-geault, París: Aubier, 1975, cap. 3, y La Poursuite de la oéri-té, trad. de M. Clavelin, París: Seuil, 1994, cap. 5 [La bús-queda de la verdad, Barcelona: Crítica, 1992).

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la noción de proposición o de alguna noción equi-valente.

Si se dejan a un lado las dudas que las nocio-nes de proposición y de traducción a menudo sus-citan, la teoría de la verdad-redundancia tam-bién choca con varias objeciones. Ya hemos for-mulado antes una de ellas en relación con las ob-servaciones de Frege, que parecen ir en el sentidode esta concepción: «''p'' es verdadero» parece de-cir más que la simple afirmación o el simple juicioque p. En tal caso, esto parece decir algo con res-pecto a la proposición que p, que se vuelve verda-dera por el hecho que describe y al estar justifica-da de cierta manera. Así, «Es verdad que Napo-león murió en Santa Elena» parece más fuerteque «Napoleón murió en Santa Elena»: de ese mo-do se quiere decir que se asume realmente la pro-posición en cuestión, algo así como cuando se en-fatizan las aserciones diciendo «en serio». Mas,¿cómo evitar aquí que se reintroduzcan nuestrasintuiciones en cuanto a la correspondencia o a lacoherencia? El deflacionista no necesita negar laexistencia de esas intuiciones. Sin embargo, sos-tiene que no se pueden articular más allá de laobvie dad según la cual el hecho de que p no dicemás que «p es verdadero». En su opinión, apenasexiste, pues, una diferencia retórica entre ambosenunciados." Pero, ¿es realmente así?

Una segunda fuente de dificultades (tanto pa-ra la versión redundante como para la de la «des-citación»), que sólo podemos indicar aquí, consis-te en que «verdadero» se aplica a proposiciones (oa frases) aisladas, pero también a conjuntos deproposiciones (o de frases), como en «Todo lo queel Papa dice es verdadero». Al parecer, se puedeexpresar esto con la forma: «Para todos los valo-res de p, si el Papa dice que p, entonces p». Mashay algo problemático en ese género de cuantifi-cación. La variable p no funciona de la mismamanera en todos los casos. En el segundo, se pue-de decir que es el nombre de una proposición. Pe-ro si decidimos cuantificar sólo sobre frases el

)

antecedente del condicional se convierte en «Si elPapa dice "p?».Ahora bien: el último caso de la va-riable no se puede analizar así, pues dado que «p,.es el nombre de una proposición, el consecuentedel condicional estaría incompleto y sería precisoagregarle «es verdadero». Mas en tal caso ese pre-dicado ya no sería redundante y no se lo podríaeliminar simplemente. El deflacionista tieneaquí a su disposición toda una batería de recursostécnicos, como el que consiste en distinguir dosclases de cuantificación, una sobre objetos y laotra sobre expresiones. Pero esas estrategias, ¿noremiten simplemente a presuponer la noción deverdad de manera circular'r''

4 Véase P. Horwich, Truth (Oxford: Blackwell, 1990, págs.110-1), la principal defensa más reciente del deflacionismo.

5 Sobre este punto, véanse en especial C. J. F. Wíllíams,What is truth?, Cambridge, 1976, y D. Grover, A Prosenten-tial Theory ofTruth, Princeton: University Press, 1992.

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La concepción deflacionista constituye un pro-blema en otros contextos, como aquellos que danlugar a la paradoja del Mentiroso, con los usos au-torreferenciales de «verdadero» (<<Esteenunciadoes falso»); aquí, «es falso» no se puede reemplazarsimplemente por la negación. El deflacionista di-rá que es precisamente una ventaja de su teoríaimpedir la formación de dichos enunciados para-dójicos, pero las cosas no son tan simples. Otroproblema de entidad es que ciertas frases -porejemplo, las que contienen términos vagos, como«calvo», o sin denotación, como «Pcgaso->- no pa-recen ser ni verdaderas ni falsas, mientras que eldeflacionismo implica el principio de bivalencia,según el cual todo enunciado es verdadero o falso .Hayal respecto toda una serie de estrategias, co-mo la que consiste en sostener que de hecho lasfrases vagas o que contienen términos no referen-ciales son verdaderas o falsas, aunque no lo seande manera definida.

Esas dificultades «técnicas» aparentementeocultan importantes posturas. Para comprenderde manera adecuada cuán radical resulta la tesisdeflacionista es preciso tomar en cuenta el si-guiente hecho. Al decir que es verdad que la torreEiffel está en París, y que es verdad que Chiracvive en el ÉIysée, decimos simplemente que la to-rre Eiffel está en París y que Chirac vive en elÉlysée. Ahora bien: puesto que esas frases signi-fican cosas diferentes, en cada caso la palabra«verdad» significa cosas distintas. En ese sentido,

«verdad» no expresa ninguna propiedad comúnesas frases. Existen tantas verdades como OJ·l6U-l.ll.-1

cados, tantas verdades como cosas de las quehabla. Esto no implica el relativismo, en la .l.LLOlLL-'

da en que este consiste en decir que una .I..L.U""'-A.uJ.1

frase puede ser verdadera para unos (o desde uncierto punto de vista) y falsa para otros (o desdeotro punto de vista). Esto implica, por lo menos,un pluralismo radical, según el cual la verdad nopuede ser unívoca de un campo a otro. Por ejem-plo, si se habla de números no se dice lo mismoque si se hablara de valores morales o de propie-dades estéticas. De ello se deriva que las verda-des matemáticas, morales, estéticas, etc., no sonverdaderas en el mismo sentido. Hay verdades,pero no la verdad. Con el mismo argumento, sepodría concluir que el predicado «existe» significacosas diferentes porque se lo predica con relacióna diferentes cosas, como la torre Eiffel, Chirac o elpastel de cerezas. Empero, de la misma maneraque «existe» no parece que sea sistemáticamenteambiguo porque hablemos de cosas diferentes,tampoco parece que lo sea «verdadero». No obs-tante, el deflacionista no llega tan lejos, puestoque admite que en la palabra «verdadero» hay unsentido mínimo, contenido en la equivalencia dela verdad y la aserción. Pero se acerca peligrosa-mente.

Ese pluralismo no es, sin embargo, la únicaconsecuencia del deflacionismo. Si la palabra-verdadero» no denota ninguna propiedad, y si

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«Es verdad que p» no es la aserción de p, que a suvez depende del significado dep, se deduce que laverdad de ese enunciado depende de su significa-do. Esto parece inofensivo: para decir si un enun-ciado es verdadero, ¿acaso no es preciso conocersu significado? Mas también implica algo menosinofensivo: el significado de un enunciado no pue-de depender de sus condiciones de verdad, puestoque, según la concepción deflacionista, es a la in-versa como ocurre. La concepción corriente, laque se encuentra en la filosofía contemporáneadesde Frege hasta D. Davidson -según la cual elsignificado de un enunciado está determinadopor sus condiciones de verdad-, parece, pues, in-compatible con la concepción redundante de laverdad.f Pero es posible que haya consecuenciasmás radicales aún. Según una de las corrientesmás influyentes en la filosofia del lenguaje con-temporánea, la noción de significado es profunda-mente indeterminada y no hay en ella «hechos»de significado." No obstante, si el significado esindeterminado y si la verdad depende del signifi-

6 Como lo señala M. Dummett en «La vérité», Philasophiede la logique, trad. de F. Pataut, París: Minuit, 1991, págs.46-7.

7 Es esta una de las implicaciones de la famosa tesis deQuine a propósito de la «indeterminación de la traducción(véase nota 12, pág. 36). Sin embargo, en opinión de ciertoscomentaristas, es también una de las consecuencias de laconcepción wittgensteiniana del significado (véase S. Krip-ke, Regles et langage privé, trad. de T. Marchaisse, París:Seuil, 1996).

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cado, entonces no existe medio para determinarqué clase de hecho puede enunciar una aserción.La concepción deflacionista está dirigida, induda-blemente, contra cualquier forma de concepciónrealista de la verdad; empero, también parececonducir, si se alía con un escepticismo referido alas propias nociones de contenido y de significa-do, a una forma extrema de irrealismo o de nihilis-mo. No sólo no hay Verdad común a conjuntos deaserciones, sino que tampoco hay verdades par-ticulares, si no hay contenidos que esas verdadespuedan expresar.

2. La concepción semántica

La concepción de la verdad como redundanciao «des citación» tiene estrechas afinidades conotra concepción, la concepción «semántica» de laverdad de A. Tarski, quien generó un interés con-siderable luego de que la propuso, a comienzos dela década del treinta. 8Al igual que la teoría de laverdad-redundancia y la teoría de la «descita-ción» (con la que a veces se la confunde), se apoyaen el esquema de equivalencia (E) y en el esque-

8Véase A. Tarski, «Le concept de vérité dans les languesfurmelles», en Logique, sémantique et métamathématique,trad. de G. Granger et al., vol. II, París: A. Colin; P. Engel, La- Iorme du urai, op. cit., cap. V.

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ma de «descitación» (T). Pero, mientras que lasconcepciones de la redundancia y de la «descita-ción» se orientan a dar el significado de la pala-bra «verdadero» (<<''p'' es verdadero» sólo significa«p») y sostienen que la verdad no puede ser defini-da en términos de una proposición cualquiera,Tarski no propone un análisis conceptual, sinouna definición. Esta definición no pretende seruna definición filosófica que revele la esencia dela verdad, sino una definición semántica del pre-dicado «verdadero» para una clase acotada delenguas, las lenguas formales, en tanto que lasteorías que acabamos de examinar se referían alas lenguas naturales y pretendían tener un im-pacto filosófico menos negativo.

Tarski trata el esquema de la «descitación» (T)como una «condición de adecuación material» pa-ra cualquier definición de la verdad en una len-gua formal L, y demuestra que se puede dar unadefinición no circular de «"S" es verdadero ssi p»para cualquier frase verdadera del lenguaje con-siderado, proporcionando un conjunto de axio-mas para L y un conjunto de reglas de derivaciónque permiten deducir axiomas de los teoremas dela forma (T). «S» designa aquí una frase de L (ellenguaje-objeto), y lo hace por medio de su estruc-tura, mostrándola como una concatenación de ex-presiones más simples del lenguaje-objeto. Lapropia demostración (así como los axiomas y losteoremas) pertenece a un lenguaje diferente: elmetalenguaje. Tarski otorga una gran importan-

cia a esta distinción entre lenguaje-objeto ymeta-lenguaje, porque le preocupa evitar paradojas se-mánticas como la del Mentiroso: los lenguajes deTarski no permiten que predicados semánticoscomo «es verdad» se apliquen, dentro de un len-guaje dado, a las frases del propio lenguaje, sinosolamente a las frases de otro lenguaje, que es unmetalenguaje para ese lenguaje. Esta restricciónbasta para descartar la aplicación de estas defini-ciones a las lenguas naturales, que contienen ensí mismas sus propios predicados semánticos. Noobstante, resulta posible, en cierta medida, apli-car esta idea a una explicación de «es verdadero»en una lengua natural. La idea central consisteen que la relación «es verdadero ssi» está comple-tamente caracterizada, para el lenguaje conside-rado, por la teoría axiomática, que permite la de-rivación de teoremas de la forma (T) para todaslas frases del lenguaje. La teoría no requiere unacomprensión previa de la noción de verdad. Poresta razón, no utiliza la palabra «verdadero», sinoque genera frases Camenudo llamadas «frases-T») con la forma

(T') «S»es T ssi p

donde «T» es un predicado no especificado que de-sempeña el papel del predicado de verdad. Losa_xiomas asocian cada uno de los términos primi-tivos del lenguaje-objeto con un conjunto de cosasen el mundo; por ejemplo, «Sócrates» a Sócrates y

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«es sabio» a los individuos sabios. También inclu-yen cláusulas que emplean la estructura del len-guaje-objeto para permitir la derivación de fra-ses-T. La relación de asociación es lo que Tarskillama la satisfacción, la cual se vuelve más com-pleja con la estructura de las frases.

¿De qué manera esos resultados en aparienciapuramente técnicos y limitados a lenguas especí-ficas pueden aclarar el problema filosófico de laverdad? Al respecto, los diagnósticos varían. Elpropio Tarski creía, al parecer, que sus definicio-nes permitían circunscribir el empleo de la pala-bra «verdadero» a lenguas científicamente bienformadas, manteniendo la neutralidad en cuantoal impacto filosófico o metafísico de la noción deverdad, y de hecho numerosos positivistas lógicoshan considerado que sus análisis son capaces deeliminar los problemas metafísicos. Otros, comoPopper.f han sostenido, por el contrario, que laconcepción semántica es una concepción corres-pondentista, que permite el anclaje de las frasesde un lenguaje en las cosas del mundo. Otros sos-tienen, como ya se ha dicho, que Tarski lleva aguaal molino del deflacionismo. De hecho, si se supo-ne que el análisis de Tarski define a la propia ver-dad, en vez de explicar el sentido de la noción, en-tonces se parece más bien a la desestimación de

9 K. Popper, La Connaissance objectiue, trad. de J.-J. ~sat, París: Aubier, 1991, cap. 9 [Conocimiento objetivo, Me-drid: Tecnos, 1974].

una demanda. Todo lo que dice es que la verdades una propiedad que caracteriza a «El gato estásobre la alfombra» si y sólo si el gato está sobre laalfombra, y así sucesivamente para todas las fra-ses de un lenguaje. La verdad podría estar carac-terizada por una larga lista de este tipo si el len-guaje-objeto es limitado. Pero este análisis no nosdice nada en general sobre la cuestión de la ver-dad y, en ese orden, dificilmente pueda pasar poruna teoría en el sentido filosófico del término.Una «teoría» de la verdad tarskiana es relativacon respecto a las frases de un lenguaje particu-lar que nos permita derivar frases- T para todassus frases: son los axiomas de satisfacción para ellenguaje LO los que determinan la verdad paraLO, los axiomas para LIlas que determinan laverdad para LI, etc. Sin embargo, esto no nos dicequé es la verdad para cualquier lenguaje. Tarskinos asegura que ese resultado es imposible: seríapreciso que fuera un análisis de la verdad para to-dos los lenguajes, incluido el lenguaje que así es-taría expresado en sí mismo. Pero semejante len-guaje sería un lenguaje en el que desaparecería ladistinción entre lenguaje-objeto y metalenguaje.Para tratar de evitar esta relatividad de la ver-'3ad con respecto a un lenguaje, podríamos decir-:.:.le la relación de satisfacción vincula, en general,zn predicado con las cosas a las que ese predicado_c aplica, nombres para las cosas que designan,

Mas esto equivaldría a decir que la verdad es---a propiedad que una frase tiene si las cosas son

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tales como esa frase dice que son y, por lo tanto,significaría introducir una cuantificación en lasproposiciones. Autores como Davidson han trata-do de aplicar el procedimiento de Tarski a las len-guas naturales, suponiendo que el predicado deverdad está implícitamente incluido, y que la es-tructura así establecida permitiría explicar, encondiciones específicas, el significado de las fra-ses en términos de sus condiciones de verdad. Noobstante, incluso suponiendo que esa clase de in-tento tuviera éxito, esto no nos permitiría ir másallá de la obviedad conforme a la cual una frase esverdadera si y sólo si un locutor la reconoce comoverdadera y si las cosas son tal como la frase diceque son, lo cual acabaría con toda esperanza dedefinir la noción de verdad como una relación sus-tancial de correspondencia o de confrontación conla realidad. En ese sentido, la concepción semán-tica de Tarski confirma el diagnóstico deflacio-nista.l''

"..".,

3. ¿La metafisica desactivada?

Sean cuales fueren sus versiones -redwldan-te, «descitacional» o tarskiana-, el deflacionismo

10 Véase D. Davidson, Enquétes sur la vérité et l'interpré-tation, op. cit.; P. Engel, Davidson et la philosophie du las:gage,op. cit.

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se diferencia, en cuanto a la verdad, de las di-versas teorías clásicas en que sostiene que esta esuna noción casi trivial o «sutil», y no una nociónprofunda y cargada de sentido. 0, más bien, quesu profundidad reside en su propia superficiali-dad: como dice Ramsey, el hecho de que «"p" esverdadero» significa p, y no hay nada más quedecir, o que «no existe problema aparte de la ver-dad, sino solamente un embrollo lingüístico», im-plica que no hay nada más que buscar más allá deesta obviedad. Buscar más allá significaría decirbuscar, detrás de «verdadero», algo así como unaesencia oculta o una propiedad explicativa queexpresaría ese predicado. Sin embargo, el análi-sis conceptual sólo revela una palabra sin cargametafísica.

Esta clase de deflación no es nueva en filosofia.Kant también sostenía, a propósito de la existen-cia, que no es ni una propiedad ni un predicado, yla reemplazaba por la «posición». Mas la compa-ración se impone aún mejor con Russell, quienpretendía demostrar, con su teoría de las descrip-ciones definidas, que enunciados como «El actualrey de Francia es calvo», que parecen afirmar laexistencia de objetos no existentes, no hacen refe-rencia a ninguna entidad misteriosa de ese tipo yque simplemente pueden ser eliminados. Me-diante su teoría de la verdad-redundancia Ram-,sey procura demostrar que el predicado de ver-dad también puede ser eliminado y que el proble-ma metafísico de la verdad no se plantea. El pro-

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vecho que el positivismo puede sacar de una tesisasí resulta evidente; uno de los eslóganes favori-tos de los miembros del Círculo de Viena, porejemplo, era la eliminación de los problemas me-tafísicos. Por eso, como se señaló en relación conla teoría de la verdad de Tarski, los positivistas laconsideraban una postura que llevaba toda elagua posible al molino propio. El impacto negati-vo es muy fuerte, pues disputas como las que opo-nen el realismo al idealismo en general, el realis-mo científico al instrumentalismo, el platonismoal intuicionismo en matemática, o el realismo alsubjetivismo en filosofía moral, pierden todo susentido si la noción de verdad sólo conserva unsentido mínimo. Por ejemplo, si el hecho de decirque nuestras teorías científicas son verdaderassólo significa que las aceptamos, no hay lugar pa-ra preguntarse si enunciados como «Existen elec-trones» designan entidades reales o solamenteobservables. El hecho de que el propio Wittgens-tein haya sostenido una teoría redundante muycercana a la postulada por Ramsey también per-mite comprender su actitud con respecto a losproblemas metafísicos en general: esas cuestio-nes no se plantean y resultan vanas. Esta actitudrecibe algunas veces el nombre de «quietismo»,en virtud de que, como su equivalente religioso,reclama la «paz en los pensamientos» y exige quese cuiden los embrollos mentales creados por eluso inmodesto de términos como verdad, realidado ser.

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Sin embargo, esas teorías «modestas» de laverdad implican compromisos diversos. Se puedellevar la modestia, como hacen los positivistas,hasta la evanescencia o,más agresivamente, has-ta la eliminación pura y simple; al respecto, haycierta ironía en el hecho de que los autores con-temporáneos que se desinteresan del problemade la naturaleza de la verdad para sólo conside-rar sus «efectos» asuman, en este punto, el diag-nóstico positivista al mismo tiempo que procla-man despreciar esta doctrina. Pero las obvieda-des contenidas en la tesis de equivalencia y en elesquema de la «descitación» no son del todo ino-fensivas. El hecho de que atribuir la verdad a unenunciado equivale a afirmarlo no es una obvie-dad absoluta, pues esto significa que el conceptode verdad tiene el mismo efecto, y el mismo senti-do, que el concepto de aserción. Ahora bien: afir-mar un enunciado significa, por lo menos, creer yeomprender lo que dice (salvo en la versión de la-descitación», que es compatible, en última ins-sancia, con la idea de que se puede afirmar o te-ner por verdadero un enunciado sin creer o sinmmprender su contenido); implica, asimismo, te-aer la intención de afirmarlo y -se presume-zambién afirmarlo por ciertas razones. Son, porcierto, obviedades, pero no son inocentes. En par-:!cular, parece difícil creer lo que dice un enuncia-~ sin creer que es verdadero, como lo demuestraacélebre «paradoja de Moore», discutida asimis-zno por Wittgenstein. G. E. Moore destacaba que

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parece absurdo decir: «Llueve, pero creo que nollueve». La razón es simple: afirmar que llueveimplica que se cree que llueve; en consecuencia,las dos afirmaciones parecen contradecirse.l+ Porotra parte, la equivalencia (E) también vale parala creencia: creer que llueve es creer que es ver-dad que llueve. En consecuencia, creer que nollueve es creer que es falso que llueva (o creer que«llueve» es falso). Y si afirmar que llueve implicaque se cree que llueve, y que es cierto que llueve,se obtiene la misma contradicción. Aunque sepueda, como lo vemos, reencontrar la redundan-cia de «verdadero» en la atribución de creencias,el hecho de que afirmar un enunciado implica, opresupone, que se lo cree no es un hecho pura-mente trivial. Ese vínculo entre creencia y verdadnos dice algo importante sobre la naturaleza delas creencias: son estados mentales que se orien-tan hacia la verdad o que son tales que sus conte-nidos pueden llegar a ser verdaderos o falsos se-gún el estado de cosas que se orientan a describir.Las creencias son verdaderas o falsas según seajusten o no al mundo. No ocurre lo mismo conotros estados provistos de contenido (o «intencio-nales», en el sentido de F. Brentano), como los de-seos o las voluntades: el mundo no hace que un

11Aun cuando no se trate, como lo ha observado Wittgen-stein, de una contradicción formal, de la forma <']J Yno P".sino más bien de una contradicción pragmática que tieneque ver, como él mismo también lo destaca. con la «lógica dela afirmación».

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deseo se vuelva «verdadero», sino que lo realiza;es el mundo el que se ajusta o no a nuestros de-seos, y no a la inversa. Es esta una de las razones,en especial, por las cuales resulta dudoso que lascreencias puedan ser voluntarias, o que se puedadecidir creer en el mismo sentido en que se puededecidir dar un paseo: si fueran voluntarias, se-rían como los deseos, que son satisfechos o reali-zados por estados del mundo, y no se podría decirque se ajustan a él. 12Ahora bien: esos hechos con-ceptuales referidos a la creencia no sólo no resul-tan triviales, sino que el propio hecho de que paraexplicarlos tengamos necesidad de recurrir a lanoción de una creencia «que el mundo vuelve ver-dadera» parece guiarnos en el sentido de la intui-ción correspondentista. Evidentemente, el defla-cionista negará que esta expresión sea algo másque una variante estilística de «verdadero»; perotendrá mayores dificultades para explicar la asi-metría entre las creencias y los deseos.P

No obstante, aceptémosle por el momento estepunto y admitamos que decir que un enunciado o

12 Véase P. Engel, «Les croyances», en D. Kambouchner,ed., Notions de philosophie, Il, París: Gallimard, 1995, págs.32-3.

13 Sin embargo, W. James sostiene que es posible, en cier-to sentido, querer creer. Véase La Volonté de croire, París:Flammarion, 1920 [La voluntad de creer y otros ensayos defilosofía popular, Madrid: Daniel Jorro, 1922]. Tal vez allíesté la fuente más profunda del vínculo que el pragmatismoestablece entre conocimiento y acción, que el deflacionismoadmite implícitamente.

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una creencia son verdaderos no es más que afir-marlo o, como lo hemos dicho antes (§ 1.1), que laverdad es interna a la aserción o aljuicio. Si fueraese el caso, como ya se ha destacado, tampoco esinocente, pues se afirma un enunciado por ciertasrazones. Del mismo modo que antes, se podría de-cir que la principal razón por la cual se lo afirmaes, simplemente, que se lo juzga verdadero, en elsentido en que sejuzga que se corresponde con loshechos. Pero también aquí el deflacionista resis-tirá y sostendrá que es preciso invertir el ordenu.~la ~x."\)l\caú6l\:. 'i'>~ )"U'LlE,a<'<''l~"!u.au.~"!~))"Un ~mm.-

Ú'O.~\)})\)l~\\~~~\\) 'ó.l\.'fll'l.'ó.. ht~})\~m~~\'O.m\)\~l\~~-tooPero, ¿se afirman enunciados porque nos placehacerlo, o al azar? Eso puede suceder, por cierto, yla fe ciega, la credulidad o la pura charlataneríagratuita bien pueden ser «razones» para afirmary, en consecuencia, considerar verdadero o creercualquier cosa. Pero, habitualmente, lo que en-tendemos con «por razones» es «por buenas razo-nes», es decir, justificaciones. En ese sentido, lanoción de verdad es normativa y evaluativa: suuso supone que existen normas epistémicas deevaluación de nuestras aserciones. ¿Cómo evitar,entonces, ver en la sedicente obvie dad deflacio-nista otra cosa que no sea una reafirmación im-plícita del lazo conceptual que existe entre ver-dad y verificación, asertabilidad o coherencia? Deeste modo, así como la concepción corresponden-tista puede volver a asomar de nuevo, la concep-ción antirrealista también puede hacerlo con mo-

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tivo de esta glosa aparentemente inocente sobreel sentido de la aserción. Si la verdad es relativacon respecto a la aserción, es relativa con respectoa un individuo que afirma algo y relativa con res-pecto a alguien que atribuye a otro 'alguien (o a símismo) una cierta aserción. Y si, de este modo esr~lativa a alguien que atribuye algo, ¿cómo es po-s~ble que la verdad pueda denotar un rasgo obje-tIVOde la realidad? En ese sentido, sólo habríaenunciados y gente que dice que estos son verda-deros, y no verdaderos en sí mismos o simpliciter.~\ \~l\.%U-a~~\)"U~ü~ \.\ota:r 'i>ob-rela su:\)enic1.e u.e \as~Wi:,a'i'>,'i'>lnal~ITa"!s~ a ~\\as; en V~TQaQ,nisiquierahay «cosas» sobre las cuales pueda flotar.

La modestia de la teoría deflacionista tiene,pues, todo el aspecto de una falsa modestia. Xoparece poder descargar a la noción de verdad desu peso metafisico sino reintroduciéndolo subrep-ticiamente. Sin embargo, el deflacionista no sequeda corto de argumentos. A los anteriores po-drá responder que, si la noción de aserción presu-pone la de razones para afirmar y justificar, noestá obligado a admitir que las razones o lasjusti-ficaciones en cuestión sean probatorias u objeti-vas. Puede sostener, esta vez a la manera relati-vista, que las razones que X tiene para afirmarque p pueden ser tan buenas como las razones di-ferentes que podría tener Y para afirmar lo mis-mo o lo contrario. En otros términos, puede adop-tar una concepción relativista de lajustificaciánydecir que las razones son relativas con respecto a

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BIBLIOTECA UACMlos individuos o a los grupos a los que estos perte-necen. De tal modo, se llega a una posición comola de Rorty, según la cual decir que un enunciadoes verdadero implica aceptarlo y dirigir un «cum-plido» a nuestras aserciones. ¿Por qué aceptamosenunciados o teorías como «verdaderos»? SegúnRorty, muy sencillamente: porque los aceptamos(y, sobre todo, no porque sean «verdaderos» y «ob-jetivos»). ¿Y por qué los aceptamos? Porque nosparecen, en distintos grados, útiles, interesantes,ventajosos, por las razones que fuera, que no sonbuenas razones en algún sentido absoluto. En esesentido, Rorty está perfectamente dispuesto a ad-mitir el lazo entre verdad y asertabilidad, pero noadmite el lazo entre asertabilidad y asertabilidadgarantizada, si con eso se entiende una garantíaobjetiva o que de alguna manera resista a los test.También puede admitir que la verdad implicauna cierta convergencia de opiniones, pero estaconvergencia, a su juicio, sólo es local: solamentehay «vocabularios» diferentes, cuyas únicas -jus-tificaciones» se apoyan en las costumbres, lasconvenciones y las prácticas de una determinadacomunidad. Rorty no niega que la noción de ver-dad sea sustancialmente una noción normativa yevaluativa que valga la pena buscar, y que consis-ta en un objetivo, pero no cree que este valor ten-ga un fundamento. Llama «pragmatista» a estaversión del deflacionismo, porque la verdad estávinculada allí con los intereses contingentes delos grupos y de las prácticas humanas. Sin em-

bargo, no parece haber gran diferencia entre estaconcepción y el relativismo, a pesar de los des-mentidos de Rorty. Y si, como lo indicamos al finaldel parágrafo anterior, recordamos el lazo po-tencial que existe entre el deflacionismo y un es-cepticismo referido al significado, también pode-mos comprender por qué Rorty puede sentirseatraído a la vez por una forma de irrealismo se-gún la cual hay que renunciar simplemente a de-cir cualquier cosa objetiva sobre la realidad quesea una realidad cualquiera. Es decir, según sustérminos, «renunciar al mundo». 14

Puede resultar interesante confrontar esta po-sición con la de Nietzsche y la de Heidegger, a laque Rorty también se afilia. Según el perspecti-vismo nietzscheano, aceptamos ciertos enuncia-dos como verdaderos porque tenemos ciertos va-lores que determinan ciertas interpretacionesque les damos a los fenómenos. Pero no existerealidad objetiva fuera de nuestras interpretacio-nes ni fuera de los valores y de las fuerzas que lasdeterminan. La verdad no es más que algo que sedesea, voluntad de poder, y la transmutación delos valores implica que se vaya más allá de lo Ver-dadero y lo Falso. 15Aquí resulta importante ver

14 Véase R. Rorty, Conséquences du pragmatisme, trad. deJ.-P. Cometti, París: Seuil, 1993, cap. 1 [Consecuencias delpragmatismo, Madrid: Tecnos, 1996], y Objectiuiié, vérité etrelativisme, trad. de J.-P. Cometti, París: PUF, 1994.

15 Nietzsche muestra acentos deflacionistas cuando dice,por ejemplo: «La opinión agradable es aceptada como verda-

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dera» (Humano, demasiado humano, I, § 180). Porque secree, se cree que es verdadero. "En sus orígenes, el juicio nosignificaba solamente "Esto y aquello son verdaderos", sinobastante más: "Quiero que eso sea verdadero de talo cualmanera"». Véase J. Granier, Le Probléme de la uérité dans laphilosophie de Nietzsche, París: Seuil, 1966,pág. 477.

16 G. Deleuze, Pourparlers, París: Minuit, 1990, pág. 117.

resantes, necesarios e importantes, pero sin em-bargo falsos. Rorty es más coherente cuando loniega.

Si bien hay una afinidad entre el deflacionis-mo y la concepción nietzscheana de la verdad, re-sulta más difícil hallarla entre aquel y la concep-ción heideggeriana, pues esta, a primera vista, seubica del lado de las concepciones inmodestas osustanciales, puesto que se orienta a enunciarla esencia de la verdad como «desvelamiento» o«apertura» del Dasein al ser-a-letheia, según lacélebre etimología. Heidegger tiene en común conlas posiciones deflacionistas el hecho de que nie-ga que esta esencia implique una propiedad enun sentido sustancialista o «metafísico». Tiene encomún con la posición nietzscheana el hecho deque asimila, como es sabido, la verdad a la volun-tad y a la libertad, lo que «hace posible» su defini-ción como conformidad o correspondencia, que élmismo presenta como una trivialidad.l" Sea loque fuere que esto quiera decir, a menudo se hacomparado -Rorty fue el primero en hacerlo--laposición heideggeriana con el pragmatismo, en elsentido en que la estructura del Dasein es apre-hendida por nosotros en el seno del mundo huma-no de nuestras prácticas y de nuestros esquemasde «utilizabilidad», que sólo podemos describir

bien que la estrategia nietzscheana no se orienta,como el positivismo, a eliminar la noción de ver-dad, aun cuando Nietzsche, como los positivistas,denuncie a la metafísica como un «error»; seorienta a producir un equivalente o un sustituto.Ese sustituto es el valor, la voluntad de verdad,que no es, precisamente, más que voluntad. Quese interprete la voluntad de poder como autoafir-mación de las «fuerzas activas», como lo hace G.Deleuze, o que se la interprete de otro modo, elhecho es que sustituye a la verdad. Como diceDeleuze, lo importante no es lo verdadero o lo fal-so, sino lo bueno y lo malo. En ese sentido, Nietzs-che parece muy cercano al pragmatismo vulgar.Cuando Deleuze declara: «Las nociones de impor-tancia, de necesidad, de interés son mil veces másdeterminantes que la noción de verdad. No por-que la reemplacen, sino porque miden la verdadde lo que digo»,16no se entiende demasiado bien,a pesar del prudente rechazo a reemplazar la ver-dad por el interés, el hecho de que, si este es la«medida» de la verdad, haya espacio todavía parauna verdad que sea independiente de esa medi-da, es decir, cómo podría haber enunciados inte-

17 M. Heidegger, "De l'essence de la vérité», trad. deA deWaelhens y W. Biemel, Questions J, París: Gallimard, 1974,págs. 172 y sigs.

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desde el interior de esas prácticas, que corres-ponde develar a la fenomenología hermenéutica.No es posible captar la verdad, y por ende al ser,fuera de esas prácticas constitutivas de nuestraprecomprensión ontológica del ser, que no es,pues, un conjunto de cosas, de hechos, o una rea-lidad independiente del Dasein. Si existe prag-matismo, este no reside en la afirmación de laidentidad de lo verdadero y de lo útil, lo cual seríaun regreso al pensamiento técnico y, en conse-cuencia, olvido del ser, sino en la afirmación de laidentidad de lo verdadero con lo que aceptamosen nuestras prácticas triviales. Encontrar en esatrivialidad cotidiana el remedio para la metafi-sica es, en ese sentido, suscribir la tesis negativadel deflacionismo. Y vincular lo verdadero con laacción o con la afirmación pura y simple es, en esesentido, acercarse a su tesis positiva. Ni Nietz-sche ni Heidegger aceptarían decir, como el defla-cionista, que el sentido de «verdadero» queda ago-tado por los rasgos lógicos de ese predicado, pues-to que ambos denuncian la «logícidad» como la fic-ción metafísica por excelencia, pero el impacto desu crítica de la metafísica de lo Verdadero tienealgo en común con esta doctrina.

Sin embargo, y sea cual fuere el valor de estasaproximaciones muy sumarias, si esta doctrina,bajo su forma llanamente positivista o más sutil-mente «analítica», puede encontrarse en tan ex-traña compañia como la de Nietzsche, la de Hei-degger o la de un pragmatista relativista como

Rorty, ¿no lo es también porque, como hemos te-nido ocasión de verlo, resulta una posición sus-tancialmente inestable, obligada a devolver conuna mano lo que quita con la otra?

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lII.La verdad mínima

1. El concepto mínimo de verdad

. La concepción deflacionista tiene efectos salu-bres y desmitificadores. Pero es inestable, pues sibien pregona que en la verdad no hay «nada IIllÍ.S»

que un dispositivo de aserción y la propiedad for-mal de «descitación», no consigue disipar la sen-sación de que en esa expresión trivial hay algomás que esas trivialidades. Podemos exponer elmismo punto de la siguiente manera. Cuandoempleamos la palabra «verdadero», parece quehiciéramos algo más que emplear un dispositivológico comparable con el que nos hace inferir, porejemplo, q de si p entonces q y de p. Al hacer esasaserciones, y al decir que son verdaderas, tam-bién registramos el hecho de que son válidas, es-to es, asertables, y admitimos implícitamenteque nuestras aserciones se orientan hacia lo ver-dadero. Dicho de otra manera, sancionamos elhecho de que la verdad sea una norma de nues-tras aserciones. Con esto quiero decir lo siguien-te: si se describiera la práctica de una comunidadlingüística a cuyos miembros se les imputara ha-

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cer aserciones, pero sin mencionar que esas aser-ciones están destinadas a procurar la verdad,nuestra descripción seria necesariamente incom-pleta e incorrecta. La idea de que alguien puedaafirmar algo pero no creer que lo que afirma seaverdadero, o que sea capaz de serlo, es incoheren-te, como ya lo vimos a partir de la paradoja deMoore. Si la verdad no fuera una norma de laaserción (y de la creencia), la mentira no seríaposible: si, como se dice, «la verdad sale de la bocade los niños», es precisamente porque aún no sa-ben mentir y aún no han adquirido esa norma, ola dominan imperfectamente. Como ya se ha vis-to, el deflacionismo no niega la existencia de estanorma que vincula la verdad con la asertabilidadgarantizada; se apoya incluso en ella para afir-mar un pluralismo y un relativismo de los valoresasertivos: cada cual expresa lo que le parece ver-dadero o conveniente decir, pero no hay una nor-ma suprema, el valor de los valores. El problemaconsiste en que si el deflacionista admite que«verdadero» y «es asertable de manera garantiza-da» tienen la misma fuerza normativa, y que esehecho se halla totalmente incluido en el esquemade la «descitación» (T), este implica:

(1) «No se da el caso de que P» es verdadero ssino se da el caso de que <<]J» sea verdadero.

Pero reemplacemos «verdadero» por «es aser-table (de manera garantizada)» en (1). Esta pro-

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posición se vuelve entonces incorrecta en el casode que las razones que tengamos para afirmar pno sean más que las razones que tenemos paraafirmar no-p, pues la equivalencia no vale si se lalee de derecha a izquierda. Por ejemplo, el hechode que no podamos afirmar que haya extraterres-tres no implica que podamos afirmar que no hayextraterrestrss.! En consecuencia, el deflacionis-ta no puede sostener que el predicado de verdadsea simplemente un predicado de aserción; debeadmitir que «verdadero» es la marca de la exis-tencia de una norma distinta de la de la asercióno, si se prefiere, de la justificación. ¿Qué norma?Evidentemente, estamos tentados de decir aquí:la norma según la cual nuestros enunciados de-ben corresponderse con los hechos o representarla realidad. Pero entonces parece que volvemos anuestro punto de partida, pues habíamos recha-zado precisamente la idea de que se pudiera ar-ticular de manera sustancial la intuición corres-pondentista o realista que implica nuestro pre-sente rechazo de la tesis deflacionista. Nuestrodilema es el siguiente: ¿cómo admitir a la vez quetodo predicado de verdad debe satisfacer las con-diciones formales planteadas por los esquemas(E) y (T) y la idea de que la verdad registra unanorma distinta de la aserción?

1Este razonamiento es el de C. Wright, y está desarrolla-do en Truth and Objectivity, Cambridge, Mass.: HarvardUniversity Press, 1992, págs. 19 y sigs.

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La respuesta es que tal vez no sea imposibleadmitir ambos a la vez, con la condición de reco-nocer que la norma de correspondencia con loshechos que asociamos con la verdad no sea preci-samente más que eso: una norma conforme a lacual decir que un enunciado es verdadero equiva-le a decir que las cosas son realmente tal como es-te las describe. No es una propiedad profunda; essimplemente una obviedad. C. Wright propusoque la incorporáramos a las obviedades que, deacuerdo con el deflacionista, caracterizan al pre-dicado de verdad. Según él, todo predicado sus-ceptible de desempeñar el papel de un predicadode verdad tiene que satisfacer las siguientes ob-viedades:

•a

a) Afirmar un enunciado es presentarlo comoverdadero CE).

b) «p» es verdadero si y sólo sip (es decir, (T)).e) Los enunciados susceptibles de ser verda-

deros tienen negaciones susceptibles de serverdaderas.

d) Ser verdadero no es lo mismo que estar jus-tificado.

e) Ser verdadero es corresponder con los he-chos.

a esta concepción el minimalismo referido a laverdad. Que lo verdadero sea mínimo no quieredecir que esté, como lo sostiene el deflacionismo,vacío. Corresponde a una propiedad real de nues-tras aserciones, una norma de verdad diferentede la norma de aserción. Se llega así a una con-cepción que es al mismo tiempo muy cercana a ladel deflacionismo, pero que se distingue de ella encuanto admite, conforme a nuestras intuiciones«realistas», que hay muchas características de laverdad que trascienden las simples característi-cas locales de las aserciones. ¿Cuáles son? Tam-bién aquí se roza la trivialidad. En primer lugar,un enunciado verdadero es estable: no deja de serverdadero si aumentan las razones para justifi-carlo (aunque puede volverse falso si aumentanlas razones para rechazarlo). En segundo lugar,un enunciado verdadero sería tal que las opinio-nes de quienes lo consideran tenderían a conver-ger. De esto no se deduce, evidentemente, que laconvergencia de las opiniones sea una marca fia-ble de verdad, puesto que las opiniones puedenconverger sin que el enunciado sea por ello verda-dero. Pero al menos se puede decir que, para unenunciado dado, si tenemos todas las razonespara suponer que su verdad es afirmada porquedisponemos de un proceso confiable -por ejem-plo, una fotografia o una cinta de registro-, lasdivergencias de opinión sólo podrán obedecer afallas cognitivas particulares de los agentes, esdecir, a defectos en sus respectivos tratamientos

Estas obviedades circunscriben un conceptomínimo de la verdad, sin el cual resulta imposiblereconocer en nuestro uso de la palabra «verdade-ro» su sentido más común. Por eso, Wright llama

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de la información. Por último, un enunciado sus-ceptible de ser verdadero debe poder ser explica-do por hechos que sean independientes de los me-dios que tenemos para afirmarlos o de nuestrasrepresentaciones de esos hechos. Es natural su-poner -salvo que uno sea un berkeliano puro yduro-- que la propiedad de estar mojado es lo queexplica al mismo tiempo creencias, como micreencia de que el camino está mojado, aconte-cimientos, como el hecho de que mi vehículo pati-ne, o estados, como la humedad del suelo. Inde-pendientemente de todas las reservas que hemosformulado en cuanto al empleo de la palabra «he-cho» para caracterizar a esas circunstancias, pa-rece claro que nos manejamos con hechos inde-pendientes, que entran en nuestras explicacionesde la verdad de los enunciados correspondientesy que los causan.

En este punto, el lector se preguntará sin dudapor qué esas obviedades no indican sencillamenteque el concepto de verdad coincide con el conceptorealista, según el cual la verdad es algo indepen-diente de nuestro conocimiento o de nuestras re-presentaciones y sanciona la existencia de unarealidad que podría ser tal como es incluso aun-que no tengamos ninguna creencia o ninguna re-presentación acerca de ella. Pero aquí es precisover qué consecuencias implicaría esta reducción,independientemente de todas las que ya hemosrelevado a propósito de la teoría correspondentis-tao Admitamos, por ejemplo, que nuestros enun-

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ciados morales son verdaderos. En tal caso ·10son en el sentido en que hemos dicho que la' ;u-~edad de una carretera es un hecho indepen-diente que explica mi creencia de que está moja-da ~ de que hace patinar mi vehículo? ¿Podemosdecir, por ejemplo, que si juzgamos «buena» unaacción o «injusta» una situación lo h. , acemos enVIrtud de un rasgo objetivo, autónomo de la reali-dad, inscripto, por así decirlo, en esta acción o enesta situación? ¿Podemos afirmar que registra-mos ~q~í u.n hecho y que nuestras divergenciasde opinión Implican una forma de déficit cogniti-vo e~ aquellos sujetos que no reconocen esas si-tuaCIOnes como buenas e injustas? Los realistas~orales se harían cargo de esta consecuencia sindificultad. Por el contrario, quienes piensan quenuestros juicios morales se apoyan únicamentee~ sentimientos y actitudes subjetivas la nega-ran,. y r:chazarán postular que una acción puedaser .mtnnsecamente buena o injusta. Pero, ¿quédecir de aquellos dispuestos a sostener que nues-tros enunciados morales son verdaderos o falsospero no en ese sentido realista, por ejemplo, por-que a~rman que serían verdaderos para una per-sona Idealmente racional? Si se fuerza la inter-pretación de «verdadero» en el sentido realista, seva en contra de nuestra intuición de que las ver-dades morales no son de la misma especie que lasv~rd~des empíricas usuales o que las verdadesCIentíficas, o bien se va en contra de nuestra in-tuición de que esos enunciados no pueden ser

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simplemente falsos. Se debe reservar un espaciopara poder expresar esas intuiciones.

La concepción minimalista propuesta porWright permite hacerlo. Sostiene, en la mismaveta que Peirce y H. Putnam, que el predicadomínimo de verdad puede corresponder a una nor-ma de asertabilidad ideal, que él mismo expresa,para evitar las dificultades propias de la idea se-gún la cual podría haber condiciones míticas enlas que todos los datos en favor de un enunciadoestarían disponibles bajo la siguiente forma:

Según Wright, esta condición, la sobreaserta-bilidad, es suficiente en ciertos casos para expre-sar lo que significa el predicado de verdad. El pre-dicado «es sobreasertable» pasa los test de equi-valencia, de «descitación», de estabilidad, de con-vergencia y de independencia que corresponden alas obviedades antes enunciadas. Permite enun-ciados como (1), antes expresado, en el que «ver-dadero» es reemplazado por «es sobreasertable»,pues la sobreasertabilidad no es, contrariamentea la asertabilidad, relativa a un estado de la infor-mación, y es estable. Satisface esas obviedades entodos los casos en los que queremos sostener que

la verdad, para un campo en particular, no supe-ra nuestras capacidades de conocimiento. Así, elintuicionista en matemática puede querer decirque los enunciados matemáticos son verdaderossolamente en proporción a la capacidad que ten-gamos de demostrarlos; el antirrealista en moralpuede querer decir que nuestros enunciados mo-rales son verdaderos en proporción a la capacidadque tendrían agentes idealmente racionales oidealmente informados, de reconocerlos como:.a-les. Quienes defienden esas posiciones no necesi-tan rechazar la noción clásica de verdad; puedenconservar una noción, como la de sobreasertabi-lidad, que sea suficientemente cercana.

Con esa sugerencia, el problema es que si bienen ciertas circunstancias --en ética en estética, ,tal vez en matemática- estamos dispuestos atomar partido por algo que sea menos que el con-cepto realista de verdad, no ocurre lo mismo enotros campos, como el de la verdad científica em-pírica. ¿Se puede decir aquí que todas las verda-des son cognoscibles en principio? ¿Podrían serfalsas nuestras teorías sin que nos fuera dado elmedio para reconocerlo? Si lo negamos, recaemosen las dificultades del pragmatismo y del verifí-cacionismo ideal. Hay aquí un conflicto latenteentre dos obviedades del minimalismo: aquellasegún la cual la marca de la verdad es la conver-gencia de las opiniones, y aquella según la cual loes la independencia de los hechos en relación conesas opiniones. Como señala Wright, ese conflicto

(S) Un enunciado es sobreasertable ssi es aser-table de manera garantizada y está desti-nado a permanecer como tal, sea cual fuerela información de la que podamos disponeren su favor.

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no deja de recordar al del Eutifrón de Platón,donde Eutifrón sostenía que los actos piadososson aquellos que son juzgados como tales por losdioses, en tanto que Sócrates sostenía que los ac-tos piadosos son reconocidos como tales por losdioses porque ellos son piadosos. Según Wright,ni uno ni otro tenían razón: una respuesta com-parable a la de Eutifrón será correcta en ciertasformas de discursos y no lo será en otras. Dar lu-gar a esta clase de contrastes es la característicade los debates que se refieren a los grados del rea-lismo. Por ejemplo, con referencia a los colores y alas cualidades secundarias, se puede sostener,desde un punto de vista antirrealista, que algo esverde si así aparece ante observadores normalesen condiciones normales, o, desde un punto devista realista, que algo es verde porque en las co-sas existe una disposición física real responsablede la percepción de esta cualidad.

La solución minimalista, a diferencia del de-flacionismo, tiene la ventaja de conservar un con-cepto de verdad que es, de alguna manera, cons-tante y neutro de un campo a otro y, por lo tanto,no sostiene que ese predicado puede desvanecer-se como la sonrisa del gato de Cheshire. Pero pa-rece conservar un rasgo de esta última concep-ción, que, como hemos visto, es problemática: laidea de que hay un pluralismo de tipos de verdad,tantas verdades de distinto tipo como campos deldiscurso existen. Aquí, las presiones pueden tenerorigen en dos campos. Por una parte, pueden pro-

ceder del propio deflacionismo, que admite estaconsecuencia sin problemas pero que, como he-mos visto, se acerca entonces peligrosamente alrelativismo y al perspectivismo: tantas verdades,tantos discursos, tantos «vocabularios», tantasactitudes, tantas «razones», a menudo muy pocoracionales, de decir lo verdadero. Por otra parte,pueden proceder del campo realista, pues, ¿cómoestar seguros, en determinado campo, de que unaexplicación como la de Eutifrón acerca de la pie-dad deba prevalecer sobre la de tipo socrático, lacual supone que en la realidad hay un rasgo obje-tivo independiente de nuestras respuestas y denuestras reacciones? Si el pluralismo de las ver-dades se toma al pie de la letra, aserciones comola de J.Monod: «Lo que es verdadero para la bac-teria es verdadero para el elefante», no tendríanningún sentido, porque ni siquiera sería posiblecomparar, a fortiori de reducir, como lo exige unaestrategia corriente en ciencias, enunciados deun determinado tipo con enunciados de otro tipo.

Sin embargo, el minimalista tiene los mediospara resistir esas presiones. Lo que sostiene no esque el predicado de verdad sea radicalmente am-biguo, de la misma manera que podría serlo la no-ción de existencia si se dijera que cambia de sen-tido según se hable de mesas, de quarks o de uni-cornios, sino que hay un sentido mínimo, aunqueno estrictamente formal, que corresponde al con-junto de obviedades indicadas. Ese sentido estáconstituido por su función o por elpapel uniforme

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que desempeña en todas esas aserciones, de lamisma manera que la existencia. Lo que constitu-ye la existencia de un número, por ejemplo, esmuy diferente de lo que constituye la existenciade un objeto material. De ello no se deduce que«existe» sea radicalmente ambiguo. Lo mismoocurre con la identidad: lo que constituye la iden-tidad de una persona no es lo mismo que constitu-ye la identidad de un objeto material o de unapropiedad mental. Así como la identidad es defi-nida por ciertos principios, como la reflexividad,la simetría, la transitividad de la relación de iden-tidad y el principio de la identidad de los indiscer-nibles, la verdad se define por las obviedades encuestión. Esto no quiere decir que esas nocionessean puramente formales; por el contrario, res-pecto de las cosas que caracterizan, imponen re-quisitos suficientes como para evitar que se ha-ble, por ejemplo, de cosas que no sean idénticas así mismas o que cambian sus atributos de mane-ra arbitraria. Lo mismo ocurre con la verdad.Aunque la verdad sea, como el hecho de ganar enun juego, aquello que procuramos, y en tal senti-do, una propiedad interna de nuestra actividadde jugadores, no se deduce de ello que todos losjuegos sean idénticos ni que ganar en esos juegosequivalga a hacer lo mismo en cada caso.

2. Verdad científica y verdad moral

El minimalismo implica que las tradicionalesy recurrentes disputas acerca del buen funda-mento de una posición realista o antirrealista re-ferida a un campo particular (se trate de objetosmateriales, de números, de entidades abstractas,de propiedades éticas, estéticas, mentales, etc.)no deben recibir respuestas idénticas según loscampos considerados. En cierto sentido resultaevidente: un realista en matemática no está obli-gado a ser un realista en moral, ni, a la inversa, lapureza del paraíso de Cantor puede, por contras-te, llevarnos a juzgar infernal el universo de sen-timientos humanos, y los elevados sentimientosque A. Nobelle reclamaba a la literatura para laobtención de su premio no los extendía al campode la matemática. Se responderá que todo depen-de aquí de lo que se entienda por «realismo». Elsentido tradicional pretende que implique la exis-tencia de entidades independientes de la mente.Para un filósofo como M. Dummett, un criteriomás profundo es el tipo de concepción del signifi-cado que se adopte: un realista es alguien quepiensa que el significado de un enunciado está de-terminado por sus condiciones de verdad, inde-pendientes de las condiciones de su uso. Pero si laposición minimalista es correcta, también hay unsentido mínimo del término «realismo», con elque pueden concordar incluso aquellos que tie-nen convicciones opuestas sobre la realidad de

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las entidades del campo considerado, y en esesentido es falso decir que esta noción, como la deverdad, debe variar radicalmente de un campo aotro. Esto no quiere decir que, si se acepta el con-cepto mínimo de verdad, se esté destinado a serrealista en todos los campos y, por lo tanto, quelos debates en cuestión sean triviales, sino quehay un sentido en el que tanto realistas como an-tirrealistas pueden concordar y a partir del cualpueden circunscribir sus desacuerdos. Para verla manera en que lo hacen, consideremos (muy)brevemente el caso de las verdades científicas y elde las verdades éticas.

Tradicionalmente, un realista en filosofía delas ciencias sostiene que los enunciados teóricosque aparecen en nuestras teorías científicas --queconciernen a entidades no directamente observa-bles, como las partículas sub atómicas- son lite-ralmente verdaderos o falsos y que los términoscorrespondientes tienen una referencia. Por elcontrario, un antirrealista o un instrumentalistasostendrán que esos enunciados no son verdade-ros, sino que sirven solamente para hacer predic-ciones empíricas y cálculos. Para estos, no necesi-tamos suponer que la ciencia describe la realidad,ni creer en la existencia de las entidades que ellapostula, sino tan sólo admitir que nuestras teo-rías son empíricamente adecuadas. Por lo común..cuando se formula en ese plano general, la con-troversia entre realismo e instrumentalismo con-siste, para cada uno de los campos, en proponer

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propiedades de las explicaciones científicas de lascuales uno considera que el otro no puede darcuenta. Por ejemplo, el realista sostendrá que elobjetivo unificador y explicativo de las ciencias notendría sentido si estas no procuraran describiruna realidad única, o que sería imposible obtenernuevas y sorprendentes predicciones a partir denuestras teorías si sólo fueran instrumentos decálculo, o también que sería imposible explicar suéxito si no existiera una realidad subyacente. Alocual el instrumentalista siempre puede respon-der que la unificación sólo es el subproducto deuna máxima metodológica de simplicidad; queexplicar no es esencial para la ciencia, como lo es,por el contrario, predecir y describir, y que el éxitode nuestras teorías puede deberse perfectamentea ese poder predictivo. En estos términos, el de-bate no parece tener salida. ¿No resulta más sim-ple suponer que, a pesar de sus «profundas» con-vicciones en cuanto a la esencia última de lo real,los dos campos pueden concordar sobre un realis-mo mínimo, del mismo tipo que el sugerido antes,según el cual son reales las entidades que loscientíficos consideran natural postular, y verda-deros los enunciados que aceptan en sus teorías?Según esta concepción, debemos rechazar simul-táneamente la idea de una realidad totalmenteexterna a las teorías científicas y la idea de unarealidad por siempre relativa a nuestros «para-digmas». Ella supone que, a pesar de los cambiosteóricos, la referencia de los términos científicos

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2 Véase A. Fine, The Shaky Game, Einstein, Realism andQuantum Theory, Chicago: Chicago University Press, 1986.

ra considerar como verdaderos a tales o cualesenunciados, o como provistos de referencias a ta-les o cuales términos.

Aun cuando el científico puede albergar dudasen lo que respecta a la aptitud para la verdad detales o cuales de sus enunciados en el marco dedeterminada investigación, parece inmunizadocontra esas dudas cuando se trata del objetivo ge-neral de esa investigación. Esta clase de diferen-ciación no es un eco de la que hacía R. Carnap en-tre las cuestiones puramente «internas» de laciencia y las cuestiones «externas», dentro de lascuales incluía precisamente las cuestiones meta-fisicas, como la del realismo, porque supone queincluso dentro del marco interno de su investiga-ción el investigador científico tiene una visión ex-terna y admite lo que hemos denominado realis-mo mínimo. La diferenciación aquí propuesta separece más bien a la que Kant hacía entre un usoconstitutivo y un uso regulador de ciertas ideas oprincipios. Sin embargo, ¿no podría ocurrir queincluso en el seno de ese marco interno o intrateó-rico el científico exprese dudas acerca de la vali-dez del realismo que adopta como principio? Enese caso -que quizá corresponda a lo que se de-nomina un cambio de paradigma-, habría clara-mente un conflicto entre el realismo mínimo o laactitud ontológica natural y la presión antirrea-lista local experimentada en el nivel intrateórico.Es, notoriamente, lo que ocurre en la fisica cuán-tica: la cuestión de saber si la fisica cuántica des-

permanece estable incluso a través de los para-digmas. El filósofo de las ciencias A. Fine la llamó«la actitud ontológica natural» y se la atribuye aEinstein, en especial cuando decía: «La física des-cribe la "realidad", pero no sabemos qué. es larealidad. Sólo la conocemos mediante la descrip-ción física».2 Sin embargo, ¿cómo evitar que eserealismo mínimo no se convierta muy simple-mente en un deflacionismo que postule, por ejem-plo, que es verdad que hay quarks (para nuestrateoría física actual) si y sólo si hay quarks, que esverdad que hay agujeros negros si y sólo si hayagujeros negros, etc., haciendo así de la «reali-dad» y de la «verdad» en cuestión propiedades pu-ramente relativas a nuestras teorías e internas aellas, y que admita no sólo que lo que es verdade-ro para la bacteria no lo es para el elefante, sinotambién que lo que es verdadero para la biologíamolecular no lo es para la física cuántica? Meparece que aquí hay que distinguir dos cosa!'):poruna parte, la «actitud ontológica natural» que ha-ce que el científico, por lo general, tenga por ver-daderos los enunciados fundamentales de las teo-rías que considera como las mejores porque des-criben la realidad, aunque bien pueda no tenerninguna idea sobre la naturaleza «última» de es-ta realidad; y, por otra parte, las razones particu-lares que puede tener, en un campo específico, pa-

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cribe o no la realidad lleva a respuestas divergen-tes, que parecen reproducir precisamente la al-ternativa realismo/instrumentalismo. Y la des-cripción cuántica del mundo parece tan diferentede lo que llamamos corrientemente «la realidad»,que incluso si se quiere sostener que describebien una realidad, más dificil aún es saber cuál.Desde el punto de vista de la descripción internade la teoría fisica, la cuestión parece abierta. Em-pero, aunque admitamos que esta descripción nonos permite confirmar en absoluto la existenciade una realidad subyacente, sino tan sólo creer endicha existencia, subsiste el hecho de que no se vequé sentido podría tener una física que no seplanteara como objetivo describir semejante rea-lidad. En ese sentido, no se advierte cómo escaparal realismo mínimo.

Las cosas son de alguna manera más simples,aunque también más complejas, en el terrenomoral. Más simples porque, a menos que lo hagapor razones teológicas, incluso un realista moralconvencido tendrá dificultades para sostener, apropósito de los enunciados morales, que existeuna realidad moral independiente, eventualmen-te indetectable, que explicaría la verdad o la fal-sedad de esos enunciados. La metáfora realistacomún del descubrimiento de hechos o entidadescuya existencia no se sospechaba puede teneraplicación en física o en matemática, pero no seadvierte qué sentido se le podría dar en moral ren los asuntos humanos. Por definición, aunque a

los «hechos» morales se los concibe como detecta-dos mediante una intuición o un sentido moralparticular, parecen esencialmente susce\)tibles deser detectados, y la idea de que podrían existir sinque los reconociéramos resulta sencillamente ini-maginable. De todos modos, la alternativa pareceenfrentar a un realismo que no puede ser tanfuerte como el estricto realismo científico con di-versas variedades de antirrealismo. Por esa mis-ma razón, la cuestión también es más complejaque en el campo de las verdades científicas, por-que parece haber toda una escala de grados de re-conocimiento o de no reconocimiento de verdadeséticas.

Si uno toma posición del lado del antirrealis-mo en ética, surgen dos importantes paradigmasde análisis. El teórico que defiende el primero ad-mite que los enunciados morales son verdaderoso falsos y que tienen condiciones de verdad, exac-tamente en el mismo sentido que lo admite el rea-lismo moral. Pero, además, sostiene que esosenunciados son falsos, o producto de una ciertasuperstición, tal como lo son nuestros enunciadosacerca de las brujas o el flogisto. Según él, senci-llamente se comete un error cuando se postula, almodo del realista, que existen entidades tales co-mo propiedades éticas o valores morales. Esasentidades son fundamentalmente extravagantesy no tienen ningún lugar en el seno de las entida-des corrientes del mundo ni en el seno de las quela ciencia puede describir. Para esta concepción, a

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menudo llamada «teoría del error»,3 los valoresson solamente subjetivos y la moral no puede serdescubierta, sino que debe ser «inventada» a par-tir de nuestras disposiciones naturales, y sólo apartir de ellas. Pero esta invención, aunque pue-de llevar a juicios acerca de lo que es correcto obueno, no puede ser un sustituto de la búsquedade una verdad moral. El segundo paradigma deanálisis corresponde a una tradición cuyos repre-sentantes son positivistas lógicos como A. J. Ayery, más lejanamente, D. Hume. Según ellos, losenunciados morales no son verdaderos ni falsos, ono son auténticas aserciones, sino que tienen co-rno función expresar emociones (lo que se deno-mina «el emotivísmo»), sentimientos o disposicio-nes afectivas de aprobación o de desaprobación(lo que se denomina «el expresivismo»). Esta con-cepción no nos invita a tornar corno algo incues-tionable la estructura corriente del discurso ético,que parece enunciar verdades y mostrar razona-mientos concluyentes o no, sino a tratar de re-construir su seudoobjetividad en términos de ac-titudes psicológicas de los sujetos. En ese sentido,está cercana a la posición que hemos caracteriza-do antes corno la de rechazo: «''Verdad'' no es una

3El principal representante contemporáneo de esta teoríaes J. L. Mackie; véase Ethics: Inventing Right and Wrong,Londres: Penguin, 1977 [Ética: la invención de lo bueno y lomalo, Barcelona: Gedisa, 20001. Para una excelente presen-tación de esas cuestiones, véase S. Virvidakis, La Robustes-se du bien, Nimes: J. Chambon, 1996.

palabra del vocabulario ético». Esta concepciónes, por cierto, subjetivista, pero no necesariamen-te lleva al relativismo: no implica que las actitu-des y las evaluaciones que motivan nuestros jui-cios morales sean variables, ni que los individuosno puedan esperar un consenso moral acerca deesos juicios. En efecto, de conformidad con estaconcepción, nuestros juicios morales tambiénpueden continuar siendo tan «objetivos» como loson para el sentido común; lo único que cambia esla explicación que brindamos de esta objetividad.En ese sentido, el «mundo» ético al que hacen re-ferencia nuestros enunciados morales puede te-ner todas las apariencias de un mundo objetivo,a~que no sea, de acuerdo con esta concepción,mas que una proyección ficticia a partir de nues-tras actitudes+

Desde nuestro punto de vista, ni la teoría delerror ni la teoría expresiva resultan adecuadas.La primera, porque no se advierte por qué los va-lores morales tendrían que ser objetivos en elsentido en que pueden serlo, según la concepciónrealista de las teorías científicas, las entidades fí-sicas postuladas por esas teorías, ni siquiera en elsentido en que pueden serlo los objetos materia-les corrientes del sentido común, ni, en conse-cuencia, por qué los enunciados morales se debe-

4 Es la posición «casi realista» defendida por S. Blackburn(nota 5, pág. 13). Una posición cercana es la de A Gibbard,desarrollada en Sagesse des choix, justesse des sentiments,trad. de S. Laugier, París: PUF, 1996.

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Si los enunciados morales no son realmenteaserciones, entonces (2) tampoco puede ser unaaserción. El problema consiste en saber cómo elexpresivista puede reconocer la validez del razo-namiento en cuestión, dado que sostiene que lasproposiciones que lo componen no son verdaderasni falsas. El expresivista debe decir que (2) es laexpresión de una compleja actitud condicional, laque consiste en desaprobar la complicidad en elrobo si se tiene una actitud de desaprobación delrobo. Pero no puede decir que quien no llega a ex-traer la conclusión (3) comete un error de razona-miento, puesto que no admite que las proposicio-nes (1) y (3) sean verdaderas. Debe sostener, másbien, que hay una especie de conflicto entre las

actitudes de alguien que admite (1) y (2) Yla acti-tud de la misma persona cuando no admite (3 .De alguna manera, esta persona no consigue res-petar sus propios valores. Pero el expresivista pa-rece no tener ningún medio para dar cuenta delhecho de que puede tratarse de un razonamientocuya forma es la más usual y del hecho de que elfracaso en sacar la conclusión es un muy groseroer:or de razonamiento. Esta dificultad es muy SÍ-

milar a las que encuentra el deflacionista cuandose trata de reconstruir en los términos de su too-ría enunciados como «Todo lo que el Papa dice esverdad», y esto no es casual: así como el deflacio-nista pretende sustituir la noción de verdad porla de aserción, del mismo modo, el expresivistaentiende sustituir la de aprobación en ética. Noobstante, si las anteriores observaciones son co-rrectas, la noción de verdad no se puede eliminar ,porque expresa una norma de nuestro discursoque es independiente de la de aserción.

¿Es preciso entonces volver al realismo moral?No, si adoptamos la estrategia minimalista. Noses perfectamente posible sostener que para el dis-curso moral la verdad equivale a la sobreaserta-bilidad: que las verdades morales son las quepueden estar moralmente justificadas y que si-guen estándolo independientemente de las justi-ficaciones suplementarias que podamos aportar-les. Una concepción así no necesita renunciar alnaturalismo que inspira la posición expresivista.Puede admitir que los enunciados están basados

rían rechazar como falsos por esa razón. La se-gunda también resulta inadecuada, porque no seadvierte bien qué sustituto se le podría encontrara la noción usual de verdad una vez que se admi-tiese que los enunciados morales expresan sola-mente actitudes psicológicas. La dificultad resul-ta familiar.

Sea el siguiente razonamiento moral corrien-te, con la forma de un modus ponens:

1) Robar está mal.2) Si robar está mal, hacerse cómplice de un

robo está mal.3) Entonces, hacerse cómplice de un robo está

mal.

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en disposiciones subjetivas de los agentes, peroque estas sólo son correctas -y, de hecho, c~pa-ces de dar lugar a verdades- si son ~once~ldascomo las de un agente idealmente racional.

Conclusión. El valor de la verdad

5 Dicha concepción tiene, evidentemente, fuertes afinida-des con la concepción kantiana.

Tratemos de desarrollar algunas consecuen-cias de la posición minimalista aquí defendida. Aligual que el deflacionismo, esta no ve en la nociónde verdad una noción metafísicamente profunda,cuya utilización exigiría tomar posición sobrecuestiones concernientes a la naturaleza de larealidad o del ser, o presuponer, explícitamente oa regañadientes, una respuesta a esas cuestio-nes. En ese aspecto, rechaza tanto la idea tradi-cional según la cual la verdad debe recibir una de-finición que compromete nuestras tesis metafísi-cas más cargadas de sentido, como la idea, asi-mismo basada en la concepción tradicional, se-gún la cual desentenderse de la creencia en laVerdad significaría un ataque devastador contrala metafísica. Los realistas y los antirrealistaspueden compartir una concepción común de lanoción, metafísicamente más liviana de lo quenos puede parecer en primera instancia. Estaconcepción común se resume en un conjunto detruismos: afirmar un enunciado es presentarlocomo verdadero; «Es verdad que P» equivale a<<p»; la verdad no es la asertabilidad garantizada;

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los enunciados susceptibles de ser verdaderostienen negaciones que lo son; y ser verdadero escorresponderse con los hechos. Emplear el con-cepto de verdad en un tipo de discurso es emplearuna noción capaz de desempeñar el papel defini-do por esas obviedades. Ese compromiso puedeser descripto como realista, yen ese sentido la no-ción de verdad parece concordar con nuestras in-tuiciones más arraigadas. Empero, no implicaque la cuestión de saber si debemos ser realistasen un sentido más fuerte -es decir, en el sentidoen que hablar de verdad implica la existencia deuna realidad independiente, explicativa de la ver-dad de nuestros enunciados- esté, por eso mis-mo, decidida. La decisión dependerá del ámbito, yno hay razón alguna para suponer, por ejemplo,que deberá ser la misma si se trata de enunciadosrelativos a la crítica literaria o si se trata de enun-ciados de bioquímica. Es preciso admitir que estono hace sino desplazar un grado más la dificul-tad, pues cuando, por ejemplo, planteamos la pre-gunta: «Los enunciados referidos a entidades fic-ticias, como Madame Bovary o el Gran Gatsby,¿son verdaderos?», con ello entendemos pregun-tarnos si describen una realidad. El minimalismoparece privarnos de la respuesta adecuada. Peoraún: parece peligrosamente cercano a la posicióndeflacionista, según la cual podemos decir tantoque son verdaderos los enunciados de la ficcióncomo que lo son los de la bioquímica, ya que sonobjeto de nuestras afirmaciones, con la canse-

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cuencia de que las entidades de uno u otro campotambién son tan «reales» en un caso como en elotro. Así, el camino parece abierto, por interme-dio del deflacionismo, a todos los excesos a quenos ha habituado lo que se denomina corriente-mente el «posmodernismo», a saber, que hablartanto de Madame Bovary como de la síntesis delas proteínas ya no tiene consecuencias metafísi-cas profundas, que los dos tipos de discursos noson más que «relatos».

He sostenido, por el contrario, que aunque esto~o decida cuestiones metafísicas profundas, sítiene consecuencias significativas, pues la verdadexpresa una norma diferente a la de la asertabili-dad. También registra el hecho de que nuestrasaserciones están justificadas de las maneras másestables, más absolutas, más sustraídas a la revi-sión. Incluso, aunque nunca estemos seguros dehaber alcanzado este límite ideal, acaso mítico, esa él al que apuntamos, y desde ese punto de vistala posición de Peirce, según la cual la verdad es el«límite de la búsqueda», es fundamentalmentecorrecta.

Es importante ser claro acerca de ese carácternormativo de la verdad o sobre lo que en otra par-te he llamado esta «norma de lo verdadero». Enun sentido, las normas que adoptamos no sonmás que el producto de nuestras prácticas y denuestras actitudes, es decir, de lo que aceptamos.Si se lleva esta línea de pensamiento hasta susúltimas consecuencias, se reduce a la tesis de

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1Critique de la raisori pure, «Doctrine transcendantale dela rnéthode», trad. de A. Renaut, París: Aubier, 1996, págs.667-73 [Crítica de la razón pura, Buenos Aires: Espasa-Cal-pe, 1975]. Sobre estos temas, véase P. Engel, «Les ero-yances», arto cit.

paradoja de Moore, creer que esta proposición esverdadera. Por supuesto que hay una lectura de-flacionista de esta obviedad, según la cual creerque «P»es verdadero es simplemente creer que p.Pero justamente, si se elimina así la palabra «ver-dadero» a partir de esa equivalencia, ya no se al-canza a comprender cómo puede surgir la para-doja de Moore, puesto que la aserción problemáti-ca <<p, pero creo que ''p'' es falso» (o «p, pero creoque no P» [por «descitación-j) se convertiría sim-plemente en la contradicción: «p y no p». De ellotambién concluyo aquí que «verdadero» refiere auna norma diferente de la simple aserción o de lasimple creencia, porque la verdad es lo que seorienta a una creencia, y cuando se elimina la re-ferencia a la verdad se pierde el lazo conceptualque existe entre creencia y verdad. Señalemosque lo mismo vale para la noción de conocimientoo de saber: saber que p es saber que p es verdade-ro. Aquí, el lazo conceptual es aún más fuerte queel que une a la creencia con la aspiración a la ver-dad, puesto que, por así decirlo, el objetivo debeser alcanzado: saber que p implica que p es verda-dero, mientras que se puede creer que p sea ver-dadero aunque p sea falso. Pero el lazo normativoes también más claro: la noción de saber es unanoción intrínsecamente normativa, vinculadacon la evaluación y con la justificación. Podríapreguntarse si de ello se deduce que la propia no-ción de verdad es normativa. No, evidentementesi se la entiende en el sentido más llanamen~

Rorty y del pragmatismo vulgar, según la cualsólo existe verdad dentro de nuestras prácticas, ynunca de manera externa o desde el punto de vis-ta ilusorio de una realidad que trasciende talesprácticas. El minimalismo le concede al deflacio-nismo que este punto de vista bien puede ser ilu-sorio. Pero no le acepta que no tenga ningún va-lor, o que su valor no supere el de algún otro, oque el sentido del concepto de verdad se agoteuna vez que se vuelva equivalente a la simpleaserción o aceptación. Aceptar un enunciado ouna creencia es tenerlos por verdaderos en virtudde una decisión y en función de un contexto; otroscontextos podrían llevarnos a dejar de aceptarlos.Kant lo admite a partir de las creencias que deno-mina las «creencias pragmáticas», como cuando,por ejemplo, un médico decide creer (aceptar) queciertos síntomas son los de una determinada en-fermedad, aunque no disponga de todas las prue-bas.! Mas no ocurre lo mismo con las creenciaspropiamente dichas. Creer una proposición no essimplemente aceptarla en un contexto, sino estardispuesto a aceptarla, según una actitud cogniti-va relativamente estable, que no depende, encondiciones normales, de nuestra voluntad. Ytambién es, como lo hemos visto a propósito de la

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realista, pues un conocimiento verdadero es loque registra una realidad o un hecho, y no se ad-vierte qué tiene que ver eso con una norma o conun valor. Nuestras normas, nuestros valores, de-penden de nuestras evaluaciones, y en ese senti-do la verdad no puede ser «normativa». Un rea-lista diría aquí que nuestros enunciados, si sonverdaderos, lo son aun cuando nunca los haya-mos afirmado o siquiera los hayamos tomado enconsideración. Es lo que quería decir Frege cuan-do sostenía que la verdad es una propiedad inde-finible, asociada con pensamientos eternos, quesiguen siendo verdaderos aunque no haya perso-nas que puedan captarlos. Un realista como Fre-ge sostendrá que si la verdad es normativa, lo esporque nuestras normas de conocimiento debencorresponder a verdades inmutables, externas enrelación con nuestras normas. Pero la intuiciónrealista lleva las cosas demasiado lejos. Comobien lo observó Wittgenstein en su crítica del pla-tonismo, ella suscribe la imagen de una realidadque actuaría como una especie de fuerza magné-tica o que nos indicaría de antemano los «carri-les» que deberíamos seguir. No estamos obligadosa suscribir esa imagen. Al defender el realismomínimo, he querido sostener que «invertir elplatonismo» no implicaba por ello renunciar acualquier ideal de objetividad. ¿En qué sentido,entonces, la v~rdad es una norma? Es una normaporque, aunque no dependa de nosotros el hechode que nuestras representaciones sean verdade-

ras, la cuestión de su verdad sólo se plantea encontextos donde debemos creer o saber, es decir,en el contexto del conocimiento. La noción decreencia y la de conocimiento son nociones nor-mativas, intrínsecamente asociadas con las na-ciones de razón y de justificación. Ahora bien,como se ha visto, esas nociones (así como la deaserción) no pueden ser definidas sin apelar alconcepto de verdad: creer es creer lo verdadero ysaber es tener creencias verdaderas justificadas.La verdad no es por sí misma normativa, sino quehereda esa normatividad de la del saber. Aunquela verdad parezca identificarse de manera indefi-nible con la realidad o con el ser, sólo cuando seplantea la cuestión de conocerla hablamos de ver-dad. Dicho de otro modo, no hay nada que decir,sino que está allí y que está allí aun cuando no di-gamos nada.

En consecuencia, tal vez no haya mucho quedecir acerca de la verdad, fuera de que es aquelloa lo que apuntan nuestras investigaciones y queestá vinculada conceptualmente, de maneraesencial, con nociones tan fundamentales comolas de creencia y conocimiento. Pero esto no signi-fica que no haya nada que decir acerca de esas no-ciones. Por el contrario, el hecho de sentirnos conlas manos libres, o en todo caso más libres, cuan-do empleamos la noción de verdad no debe impe-dirnos analizar la noción de conocimiento.Desdeese punto de vista, nada de lo que aquí he dichocon respecto a las teorías correspondentistas,

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coherentistas o pragmatistas de la verdad debe-ría implicar una respuesta especial a la cuestiónde saber si son o no correctas las teorías funda-cionalistas o coherentistas, por ejemplo, del cono-cimiento. Permanece abierta la cuestión de sabercuál es la buena concepción de la justificación denuestras creencias y cuál es la buena concepciónde los diversos tipos de verdad que puede haber.De esta manera, nada he dicho aquí, por ejemplo,de la distinción entre las verdades que llamamosanalíticas y, en oposición, las verdades sintéticas.Pero la cuestión de la distinción entre esos tiposde verdad pertenece a la teoría del conocimiento,y no a la teoría de la verdad. Diría otro tanto deuna cuestión que ha sido, con toda razón, desa-tendida aquí: la de la percepción. Sin duda, se di-rá que me he concentrado en la verdad de losenunciados y que, al hacerlo, he adherido a unode los prejuicios más tenaces de una cierta tradi-ción idealista, según la cual nuestro acceso almundo pasa por conceptos o proposiciones, y nopor percepciones. El retorno, a menudo predicadohoy en día, a una forma de «realismo natural» delsentido común, conforme a una línea que va des-de Aristóteles hasta Austin y (al parecer) Witt-genstein, pasando por Reid y Husserl, ¿no volve-ría caducos los interrogantes aquí expresados?De acuerdo con esta concepción, el mundo no esconocido mediante proposiciones ni conceptos,sino directamente en la percepción. Y la percep-ción, según esta forma de realismo que recupera

la ingenuidad de ver o de tocar, no es representa-ción ni es provocada por los objetos. Plantea la«identidad del ser y de lo sensible-.é y por eso mis-mo no tiene que proponerse la cuestión de la re-presentación del ser mediante los sentidos y, me-nos aún, mediante los conceptos y las proporcio-nes. Sin embargo, en primer lugar, no es absolu-tamente seguro que una teoría de la percepciónpueda prescindir de la noción de representaciónni, en consecuencia, escapar a las dificultades deuna concepción correspondentista, ni tampocoque las dificultades de la definición de las percep-ciones «verídicas», en oposición a las ilusionesperceptivas y a las alucinaciones, sean tan distin-tas de las dificultades de la noción de adecuaciónde nuestros conceptos y de nuestras proporcionescon lo reaL Y, en segundo lugar, no resulta claroque el carácter normativo de la noción de verdad,sobre la cual he puesto el acento, desaparezca delcuadro. Si ver es ver correctamente, ver correcta-mente no será equivalente simplemente a ver. Lateoría deflacionista de la percepción resultará tanproblemática como la teoría deflacionista de laverdad.

Que sea necesario pasar la posta de la teoríade la verdad a la teoría del conocimiento no signi-fica, evidentemente, que la noción de verdad seauna noción radicalmente epistémica, lo que abri-ría el camino no sólo al antirrealismo, sino quizá

2 R. Barbaras, La Perception, París: Hatier, 1994, pág. 78.

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también a sus formas más relativistas. Dado quecomencé este ensayo con una crítica contra esaclase de concepciones, quisiera, para terminarlo,volver brevemente a ellas.é

El relativismo referido a la verdad supone quedos tesis se pueden contradecir y ser verdaderasal mismo tiempo. Pero, ¿cómo dos tesis que secontradicen pueden ser verdaderas al mismotiempo? El relativista responderá que ambas sonverdaderas porque son relativas a una perspec-tiva. Y si la verdad es relativa a una perspectiva,ambas son verdaderas, según su propia perspec-tiva. Esto parece ser simplemente una manera dedecir que unos creen una cosa y otros creen otra.Mas si lo que yo creo contradice lo que usted cree,¿cómo es posible sostener que las dos creenciasson verdaderas al mismo tiempo? El relativistadirá que también esta es una «perspectiva». Em-pero, si es posible que haya una perspectiva se-gún la cual dos tesis contradictorias pueden serverdaderas, entonces, debe poder existir por lomenos otra perspectiva, el realismo, según la cualdos tesis contradictorias no pueden ser verdade-ras. Si quiere ser tolerante frente a las perspecti-vas, el relativista debe admitir este punto. Perono puede admitirlo, pues se supone que el ejem-

3 Todo esto se remonta al Protágoras de Platón, y no tienenada de original. Véase también M. Clavelin y R. Boudon,eds., Le relativisme est-il résistible?, París: PUF, 1994, YD.Davidson, "Sur l'idée méme de scheme conceptuel», en D.Davidson, Enquétes sur la vérité et l'interprétation, op. cit.

plo en cuestión demuestra precisamente que hayal menos una excepción al realismo. Supongamosahora que la tesis relativista concierne a lajusti-ficaciori de las dos tesis. Aquí dirá que esas dosteorías están igualmente justificadas por los da-tos disponibles. No hay en ello nada de incoheren-te, puesto que eso sucede a menudo. Para defen-der el relativismo en cuanto a la justificación, espreciso sostener que las reglas de justificación dequienes creen en la primera teoría y de aquellosque creen en la segunda teoría están igualmentejustificadas. También en este caso el relativistadeberá aplicar esto a su propia tesis y admitir quesus reglas de justificación son tan buenas comolas de su adversario. Pero, con el mismo razona-miento anterior, no puede admitirlo, salvo quepresuponga la validez del punto de vista según elcual ciertas reglas son mejores que otras. Final-mente, se puede considerar al relativismo comoreferido a los objetivos de esas teorías. No obstan-te, como ya lo hemos visto al discutir la tesis prag-matista, eso significa confundir la utilidad de unatesis con su verdad. Que las consecuencias decierta tesis sean útiles es una cosa, pero que seanverdaderas es otra. Es un error que bien puedecometer el deflacionismo, pues sostiene que adju-dicar un valor a la verdad es valorizar las conse-cuencias de las creencias verdaderas. Por miparte, he sostenido lo contrario. Valorizar la ver-dad no es pretender creer lo que es útil o intere-sante creer, sino valorizar una norma que sea ca-

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paz de trascender esos intereses, y que sea presu-puesta por ellos.

Hay formas más sutiles de relativismo, pero loque muestra la incoherencia de la grosera formaque acabo de describir es la imposibilidad de pro-porcionar una teoría de la justificación de nues-tras creencias sin apelar a la noción de verdad,que es, en consecuencia, una norma epistémicano eliminable. El relativista podría conceder estepunto y sostener, sin embargo, que ello no de-muestra que los efectos de esta norma de lo ver-dadero no sean nocivos, y que al menos por esodebería ser encarada con sospechas. Siempre setiene la sensación de que admitir el carácter plu-ral y relativo de la verdad es una forma de libera-ción contra la tiranía de una verdad única. Perotambién en eso es incoherente esta idea. Que laverdad tenga poder, y que pueda ser impuesta, noes una amenaza mayor que el poder de constric-ción que puede tener una pistola apoyada ennuestra sien. No se puede acusar a la verdad másde lo que se puede acusar a la pistola. Puedo ejer-cer sobre usted un poder al pretender poseer laverdad o imponerla como norma contra su volun-tad. Pero esta imposición no puede funcionarsimplemente por el hecho de que yo pretenda po-seer la verdad, pues en tal caso a usted le bastaríacon tener una pretensión similar para ejerceruna imposición análoga sobre mí. Por lo tanto, laverdad por sí misma no tiene nada que ver con laimposición o la dominación. La verdadera culpa-

ble no es la verdad: es la imposición en sí misma,y está claro que siempre puede producirse. De he-cho, la imposición intelectual se ejerce medianteotro expediente, la autoridad, así como la imposi-ción fisica se ejerce mediante la voluntad de quie-nes utilizan armas. Pero el mejor medio de resis-tir al poder, a la autoridad, cuando son ilegítimos,es la verdad. Es el rechazo de lo que Peirce llamael «método de la autoridad», el hecho de dejar quela verdad se someta a la autoridad. No es respon-der a las armas con otra arma, pues, a diferenciade una pistola, que sólo sirve para matar, la ver-dad tiene toda una variedad de otros usos, queson muy buenos (lo cual no quiere decir que nopueda tener malos usos). Se puede querer, porbuenas razones, el desarme universal, pero laidea, si así puede decirse, de un desarme alético esun sinsentido y un peligro peor aún que el que sedenuncia. 'Ibdo concurre, pues, a hacernos pensarque pretender abandonar la verdad, bajo sus ela-boraciones filosóficas más sofisticadas así comosus formas más obvias, tiene un costo ciertamen-te exorbitante.

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Posfacio a la edición italiana

Me halaga mucho que aparezca una traduc-ción italiana de este pequeño libro, publicado en1998. No tengo nada esencial que modificar, perodesde entonces han aparecido diversos ensayossobre la verdad y también una obra en inglés queen gran medida se debe a este libro.! Allí se preci-sa la posición que aquí llamo «realismo mínimo».Muchos lectores se han preguntado en qué medi-da es distinta de aquel deflacionismo que critico,y la misma pregunta le ha sido planteada a Cris-pin Wright, en cuyas ideas he hallado una pro-funda inspiración. En realidad, me parece que lapregunta más interesante es en qué medida miposición se distingue de la del realismo en cuantoa la verdad. En efecto, en muchos aspectos se dis-tingue bastante poco, y en este sentido se aleja dela tesis de Wright. Actualmente defino al Realis-mo Mínimo CRM)como la conjunción de las si-guientes tesis:

1P. Engel, Truth, Londres: Acumen, Bucks, 2002.

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CA) Minimalismo1) El RM concuerda con el minimalismo en el

hecho de que la verdad es una noción «sutil» quesatisface los requisitos de la sintaxis (propiedadde «descitación») y las relativas obviedades a pro-pósito de la aserción, de la correspondencia y dela convergencia.

2)No obstante ello, el RM rechaza la tesis se-gún la cual la verdad no es más que un dispositi-vo de aserción o de «descitación»; la rechaza pues-to que la verdad implica la existencia de una nor-ma distinta a la de la aserción (la norma del cono-cimiento).

3) Aquello de lo que se predica la verdad sonlas proposiciones o los contenidos de las creen-cias; el RM supone que se debe efectuar un análi-sis independiente de tales conceptos.

4) Sin embargo, el RM no es pluralista, puestoque no considera el predicado de verdad comoambiguo en relación con diferentes campos (ma-temática, ética, ciencia, etc.): «verdadero» tieneun sentido uniforme, definido por su papel (valedecir (1» y que de todas maneras es realizado demodo diferente según el campo.

ra ser verdadero o falso (la existencia de auténti-cas condiciones de verdad para un determinadotipo de enunciados).

6) En cada campo, la capacidad de verdad sedebe juzgar según un criterio realista de la inde-pendencia del campo con respecto a nuestras res-puestas o según la trascendencia con respecto ala verificación: nuestras mejores teorías podrían.ser falsas.

7) En cada campo, la verdad realista, en el sen-tido de (6), es la opción por default.

En cuanto a la parte (A), estas tesis están cer-canas a las de Wright, pero en lo que concierne ala parte (E) son simétricamente inversas, por serWright un antirrealista minimalista.

CB) Realismo5) La uniformidad del predicado de verdad no

neutraliza las cuestiones relativas al realismo yal antirrealismo en los diferentes campos: un mi-nimalismo sobre la verdad no implica un mini-malismo sobre la capacidad de un enunciado pa-

El otro punto que me he preocupado en preci-sar en mis trabajos recientes (entre ellos, en par-ticular, un diálogo con Richard Rorty) es el del ca-rácter normativo del concepto de verdad: en partees una norma y en parte es un valor. Concuerdocon Bernard Williams cuando dice, en su recienteobra Truth. and Truthfulness: «Resulta importan-te ver qué papel de la verdad en el sistema aser-ción-comunicación-pensamiento no nos permiteen absoluto determinar los valores de la veraci-dad (truthfulness)>>.2Dicho de otra manera, seña-

~B. Williams, Truth and Truthfulness, Princeton, NJ:Pnnceton University Press, 2002, pág. 85.

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lar que la verdad desempeña un papel central enel seno de nuestros conceptos de aserción, decreencia y de conocimiento -lo cual puede ex-presarse con la siguiente norma: Para cada p sedebe creer que p si y sólo si p es verdadero- no im-plica nada acerca del valor de la verdad. Saber enqué consiste esto es una cuestión distinta, y noexiste deducción trascendental, por así decirlo, delos rasgos conceptuales de la verdad sobre su ca-rácter deseable, válido, etc. Sin embargo, algunospensadores, como Rorty, aprueban, por el contra-rio tal inferencia cuando sostienen que si no exis-,te la norma (cognitiva) de verdad, entonces, noexiste el valor de la noción de verdad (para nues-tras búsquedas, para la vida, etc.). No defiendo locontrapuesto a ese condicional, sino que defiendola conjunción: existe una norma de verdad y laverdad tiene un valor intrínseco.

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Biblioteca Cuautepec

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