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LOS DECRETOS DE NECESIDAD Y URGENCIA COMO UN PELIGRO PARA LA DEMOCRACIA 1 Hernán Gullco Profesor Ordinario de la Escuela de Derecho de la Universidad Torcuato Di Tella. Director del Area Jurídica de la Asociación por los Derechos Civiles (ADC). 1. Introducción En el presente artículo se reseñará brevemente, en primer lugar, la forma como los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) se encuentran regulados en la Constitución Nacional. A continuación, se intentará demostrar que la actual regulación legislativa de los DNU en Argentina, que es incompatible con principios elementales de una democracia republicana, encuentra sustento en el texto constitucional. También se tratará de explicar que es posible una lectura alternativa de ese texto constitucional que se ajuste mucho más a los citados principios republicanos. Finalmente se 1 El presente artículo está inspirado parcialmente en los escritos judiciales que fueron, en gran parte, redactados por el autor en el Expediente nº A – 1419/2007 REX, caratulado “Asociación por los Derechos Civiles (ADC) c/ EN – Ley 26.122 s/Amparo Ley 16986”. Este caso se encuentra actualmente en estudio ante la Corte Suprema de la Nación.

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Temas penales por Gullco

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Page 1: Penal Gullco

LOS DECRETOS DE NECESIDAD Y URGENCIA COMO UN PELIGRO PARA

LA DEMOCRACIA 1

Hernán Gullco

Profesor Ordinario de la Escuela de Derecho de la Universidad Torcuato Di

Tella.

Director del Area Jurídica de la Asociación por los Derechos Civiles (ADC).

1. Introducción

En el presente artículo se reseñará brevemente, en primer lugar, la forma como

los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) se encuentran regulados en la

Constitución Nacional. A continuación, se intentará demostrar que la actual

regulación legislativa de los DNU en Argentina, que es incompatible con

principios elementales de una democracia republicana, encuentra sustento en el

texto constitucional. También se tratará de explicar que es posible una lectura

alternativa de ese texto constitucional que se ajuste mucho más a los citados

principios republicanos. Finalmente se sostendrá que, más allá de esa

interpretación alternativa, sería muy conveniente que, en una futura reforma

constitucional, se lleve a cabo una modificación sustancial de la regulación de

los DNU para subsanar los problemas que plantea el actual sistema

constitucional en ese campo.

2. La importancia central del principio de legalidad en un sistema

democrático

1 El presente artículo está inspirado parcialmente en los escritos judiciales que fueron, en gran parte, redactados por el autor en el Expediente nº A – 1419/2007 REX, caratulado “Asociación por los Derechos Civiles (ADC) c/ EN – Ley 26.122 s/Amparo Ley 16986”. Este caso se encuentra actualmente en estudio ante la Corte Suprema de la Nación.

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Entre los derechos reconocidos por la Constitución Nacional, cumple un rol

fundamental el de “reserva legal”, receptado en el art. 19 de la Ley Fundamental

federal. Esta disposición es muy clara en tanto exige que los derechos humanos

reconocidos en la Carta Magna sólo pueden ser reglamentados a través de una

ley dictada por el órgano legislativo. Este principio ha sido claramente receptado

en la jurisprudencia de la Corte Suprema de la Nación: “Toda nuestra organización

política y civil reposa en la ley. Los derechos y obligaciones de los habitantes así como

las penas de cualquier clase que sean, sólo existen en virtud de sanciones legislativas y

el Poder Ejecutivo no puede crearlas ni el Poder Judicial aplicarlas si falta la ley que las

establezca” (caso “Cimadamore”, Fallos: 191:248; entre otros). Esta doctrina ha

sido reiterada por la Corte Suprema en numerosas oportunidades2.

Y es claro además que, bajo el concepto de “ley”, no debe entenderse cualquier

norma general emanada de los poderes públicos, sino tan solo aquéllas

denominadas leyes “formales”, es decir, las emitidas por el Poder Legislativo. La

Corte Interamericana de Derechos Humanos ha sido muy enfática en este punto

al interpretar el concepto de “ley” utilizado en el artículo 30 de la Convención

Americana sobre Derechos Humanos3.

2 Ver, por ejemplo, casos “Naviero de la Serna de López”, Fallos: 315:2771; “Espacio S.A.”, Fallos: 316:3157; “El Rincón de los Artistas S.R.L.”, Fallos: 326:3700 y “Colegio Público de Abogados de la Capital Federal c. Estado Nacional”, sentencia del 4.11.2008, publicado en Abeledo Perrot Online.3 El artículo 30 de la Convención Americana está redactado en los siguientes términos:

“Artículo 30.  Alcance de las Restricciones

 “Las restricciones permitidas, de acuerdo con esta Convención, al goce y ejercicio de los

derechos y libertades reconocidas en la misma, no pueden ser aplicadas sino conforme a leyes

que se dictaren por razones de interés general y con el propósito para el cual han sido

establecidas”. La mencionada interpretación “formal” del artículo 30 fue formulada por la Corte

Interamericana en su Opinión Consultiva nº 6/86 del 9.5.1986.

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Las importantes razones a favor de esa interpretación fueron señaladas por la

Corte Interamericana en la citada Opinión Consultiva nº 6/86:

“... [L]a protección de los derechos humanos requiere que los actos estatales que los

afecten de manera fundamental no queden al arbitrio del poder público, sino que estén

rodeados de un conjunto de garantías enderezadas a asegurar que no se vulneren los

atributos inviolables de la persona, dentro de los cuales, acaso la más relevante tenga

que ser que las limitaciones se establezcan por una ley adoptada por el Poder

Legislativo, de acuerdo con lo establecido por la Constitución. A través de este

procedimiento no sólo se inviste a tales actos del asentimiento de la representación

popular, sino que se permite a las minorías expresar su inconformidad, proponer

iniciativas distintas, participar en la formación de la voluntad política o influir sobre la

opinión pública para evitar que la mayoría actúe arbitriamente… La reserva de ley para

todos los actos de intervención en la esfera de la libertad, dentro del constitucionalismo

democrático, es un elemento esencial para que los derechos del hombre puedan estar

jurídicamente protegidos y existir plenamente en la realidad. Para que los principios de

legalidad y reserva de ley constituyan una garantía efectiva de los derechos y libertades

de la persona humana, se requiere no sólo su proclamación formal, sino la existencia de

un régimen que garantice eficazmente su aplicación y un control adecuado del ejercicio

de las competencias de los órganos” (Opinión Consultiva cit., par. 22 y 24; el

énfasis ha sido agregado).

El profesor Carlos Nino también enfatizó la necesidad de que las decisiones

centrales del Estado debían ser adoptadas luego de un proceso deliberativo

llevado a cabo ante el órgano legislativo. Según el autor nombrado, dicho

carácter deliberativo de la actividad del Parlamento “… permite proseguir, en un

ámbito mas circunscripto, la discusión pública indispensable para proceder con

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imparcialidad… la resolución de conflictos de derechos individuales. No solamente el

Congreso por su carácter colegiado actúa mediante discusión, sino que esa discusión

(que también puede darse en el seno del gobierno) tiene un carácter público que hace

que ella retroalimente el debate en el ámbito de la sociedad en general. Por otro lado, el

carácter pluralista del Parlamento contribuye a que la orientación general deba ser

consensuada entre sectores con ideologías e intereses diferentes, cuando o bien no

haya ninguno de ellos que tenga la mayoría necesaria para impulsarla por sí misma, o

bien, cuando la intensidad del conflicto entre intereses contrapuestos o la profundidad

de las reformas que deben encararse, requieren un consenso vasto”4.

3. Los decretos de necesidad y urgencia como elemento perturbador del

principio de legalidad

A pesar de la importancia de los argumentos transcriptos a favor del monopolio

de la función legislativa en cabeza del Congreso, la reforma constitucional de

1994 debilitó considerablemente dicho monopolio a través de la introducción del

artículo 99, inc.3º, en el texto constitucional5.

4 “Fundamentos de Derecho Constitucional”, Buenos Aires, 1992, páginas 531/532.5 Dicha norma estable lo siguiente:

“3. [El Presidente] Participa de la formación de las leyes con arreglo a la Constitución, las promulga y hace publicar.El Poder Ejecutivo no podrá en ningún caso bajo pena de nulidad absoluta e insanable, emitir disposiciones de carácter legislativo.Solamente cuando circunstancias excepcionales hicieran imposible seguir los trámites ordinarios previstos por esta Constitución para la sanción de las leyes, y no se trate de normas que regulen materia penal, tributaria, electoral o el régimen de los partidos políticos, podrá dictar decretos por razones de necesidad y urgencia, los que serán decididos en acuerdo general de ministros que deberán refrendarlos, conjuntamente con el jefe de gabinete de ministros.El jefe de gabinete de ministros personalmente y dentro de los diez días someterá la medida a consideración de la Comisión Bicameral Permanente, cuya composición deberá respetar la proporción de las representaciones políticas de cada Cámara. Esta comisión elevará su despacho en un plazo de diez días al plenario de cada Cámara para su expreso tratamiento, el que de inmediato considerarán las Cámaras. Una ley especial sancionada con la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara regulará el trámite y los alcances de la intervención del Congreso”.

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Y si bien la Corte Suprema ha insistido en el carácter excepcional de la

concesión de facultades legislativas que dicha norma otorgó al Poder Ejecutivo6,

es claro que aquélla puede ser interpretada de una manera claramente

expansiva a favor de dichas atribuciones.

En efecto, el principal problema que presenta el citado art.99, inc.3º es que no

establece, a diferencia de su modelo español7, que la falta de convalidación

expresa del DNU por parte del Congreso, en un plazo determinado, determinará

la invalidez insanable de aquél.

Tal omisión es repetida por los artículos 22 y 24 de la Ley 26.122, que

reglamentan al artículo 99, inc.3º, CN. Así, a pesar de que esas normas

disponen que la aprobación o el rechazo de los DNU debe ser “expreso”,

6 Conf. caso “Colegio Público de Abogados…”, cit. nota 2.7 Así, el artículo 86 de la Constitución Española, al regular los DNU (que son denominados Decretos-Leyes), establece lo siguiente:

“1. En caso de extraordinaria y urgente necesidad, el Gobierno podrá dictar disposiciones legislativas provisionales que tomarán la forma de Decretos-leyes y que no podrán afectar al ordenamiento de las instituciones básicas del Estado, a los derechos, deberes y libertades de los ciudadanos regulados en el Título Primero, al régimen de las Comunidades Autónomas, ni al derecho electoral general.

“2. Los Decretos-Leyes deberán ser inmediatamente sometidos a debate y votación de totalidad al Congreso de los Diputados, convocado al efecto si no estuviere reunido, en el plazo de los treinta días siguientes a su promulgación. El Congreso habrá de pronunciarse expresamente dentro de dicho plazo sobre su convalidación o derogación, para lo cual el Reglamento establecerá un procedimiento especial y sumario.

“3. Durante el plazo establecido en el apartado anterior las Cortes podrán tramitarlos como proyectos de Ley por el procedimiento de urgencia”.

El carácter de fuente, que dicha norma tuvo para el artículo 99, inc.3º, CN, fue señalado en el voto concurrente del juez Petracchi en el caso “Verrocchi” (Fallos: 322:1726), en donde se transcribieron las opiniones de los miembros de la Convención Nacional Reformadora de 1994 a favor de esa conclusión.

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tampoco fijan plazo alguno para que el Congreso se expida acerca de la validez

de los citados decretos.

Por cierto que, a pesar de tal grave omisión en la redacción del art.99, inc.3º,

CN, es perfectamente posible desarrollar una interpretación de esa cláusula

constitucional que sea compatible con el citado artículo 30 de la Convención

Americana y con el artículo 82 de la propia Constitución8.

Así, en primer lugar, es posible recurrir a los comentarios del citado artículo 86

de la Constitución Española para concluir que la omisión del Poder Legislativo

Argentino en pronunciarse, en forma expresa y en un plazo determinado, acerca

de la validez del DNU debe determinar la nulidad de aquél. En tal sentido, la

doctrina española ha dicho lo siguiente sobre esta cuestión:

“Aunque el laconismo del artículo 86 puede hacer dudar sobre si el plazo juega para el

pronunciamiento expreso del Congreso o, simplemente, para su convocatoria si no

estuviese reunido, es notorio que el propósito del precepto se encamina en la primera

dirección” (“Comentarios a la Constitución Española de 1978”, Tomo VII,

pag.223, Oscar Alzaga Villamil –Coordinador-; la cursiva ha sido agregada).

El autor nombrado también rechaza la posibilidad de que el silencio del

Parlamento pueda ser considerado como una convalidación implícita: “La

generalidad de los comentaristas ha interpretado, sin embargo, que el silencio del

8 Este última norma dice así:

“La voluntad de cada Cámara debe manifestarse expresamente; se excluye, en todos los casos,

la sanción tácita o ficta”.

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Congreso ha de estimarse como silencio negativo. El Decreto-ley, definido como norma

provisional, deja de surtir sus efectos en el caso de no ser ratificado en el plazo

constitucional, sin que sea admisible hablar de ‘ratificación tácita’ que desvirtuaría la

provisionalidad, ni de ‘convalidación a posteriori, dado que no estamos ante un nuevo

diálogo entre órganos constitucionales, sino ante garantías establecidas para la defensa

del ciudadano” (op.cit.; el énfasis ha sido agregado)9.

Por otra parte, el artículo 82 de la Constitución Nacional constituye un excelente

argumento adicional a favor de esa conclusión.

Así, en primer lugar, resulta claro del examen de los debates de la Convención

Constituyente de 1994, que sus integrantes tuvieron la intención de que dicha

norma fuera directamente aplicable al procedimiento de ratificación o rechazo de

los DNU (ver, en tal sentido, el intercambio de opiniones sobre el punto de los

Convencionales Natale y Ortiz Pellegrini en la Sesión del 28.7.1994).

Tal conclusión encuentra sustento en las expresiones del Convencional García

Lema realizadas en la Sesión del 27.7.1994 acerca del alcance del proyectado

artículo 71 bis (actual artículo 82):

“Existen dos grandes métodos en los sistemas constitucionales para abordar la

problemática de la necesidad y urgencia, es decir, de las cuestiones que los gobiernos

deben resolver en determinadas circunstancias de modo imperioso y en tiempos más

acelerados que los que permiten las prácticas y las normas legislativas habituales.

9 Es claro que el empleo de materiales jurisprudenciales y doctrinarios del derecho comparado para interpretar normas constitucionales nacionales que son análogas a las extranjeras posee una larga tradición en el derecho argentino, la cual ha sido mantenida hasta la actualidad (ver, respectivamente, casos “Sojo”, Fallos: 32:120 -1887- y “Barra”, sentencia del 9.3.2004, L.L.2004-D, 141; entre muchos otros).

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“Esos dos procedimientos son los mecanismos para la sanción ficta de las leyes o

los decretos de necesidad y urgencia. En los estudios del Consejo para la Consolidación

de la Democracia, cuando se abordó esta temática se consideró conveniente

constitucionalizar ambas soluciones. El justicialismo, por su parte, en los trabajos de su

Comisión de Juristas de 1992 planteó sus preferencias por los procedimientos de la

sanción ficta de proyectos de ley en cuestiones de necesidad y urgente tratamiento. Pero

obviamente en la negociación de los acuerdos se han debido tener en cuenta las

posiciones de los dos partidos respecto de las reglas de juego de la mayoría y de las

minorías que controlan la acción de los gobiernos.

Se ha entendido que los procedimientos de sanción ficta, que en su momento

recomendó el justicialismo, afectaban la eficacia del contralor legislativo por los partidos de

la oposición. Ello se ha considerado una razón suficientemente válida como para que el

justicialismo no insistiese en esa solución para proyectar una norma de las características

del artículo 71 bis propuesto.

“Correspondió entonces discernir si era conveniente que los decretos de necesidad

y urgencia se mantuviesen como una práctica paraconstitucional, reconocida por sectores

importantes de la doctrina y de la jurisprudencia o si debían ser reglamentados en la propia

Constitución. Se optó por esta segunda solución porque parece lógico que aun las

cuestiones que ofrecen dificultades para su tratamiento constitucional, sean previstos en la

ley fundamental, pese a las conflictos que se generen, antes de que existan prácticas

paralelas al sistema constitucional. Esa fue la técnica de nuestros constituyentes de 1853

—60 cuando proyectaron e incluyeron la institución del estado de sitio en nuestro sistema

constitucional.

“La ventaja principal de reglamentar los decretos de necesidad y urgencia en la

Constitución es que permite delinearlos sujetos a determinados procedimientos que

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importarán profundas modificaciones respecto de las prácticas anteriores. Así la necesidad

de que el presidente de la Nación deba dictarlos en acuerdo general de ministros; que el

jefe de gabinete además de suscribir ese decreto deba exponerlo personalmente ante la

Comisión Bicameral de control que se creará en esta materia; que luego la comisión tenga

un tiempo también abreviado de diez días para expedirse y que la cuestión sea sometida a

los plenarios de las Cámaras para que decidan expresamente sobre ella parecen

mecanismos que innovan profundamente sobre las mencionadas prácticas anteriores.

“Es importante señalar que el sentido del artículo 71 bis en cuanto establece que el

Congreso deba expedirse expresamente sobre esta materia, significa que tanto para la

aprobación del decreto o para su rechazo debe mediar una voluntad expresa del mismo.

Los procedimientos a los que ajustará el Congreso su conducta en esta cuestión y los

efectos a darse al alcance de estos decretos serán previstos precisamente por una ley que

deberá dictar el Congreso, pues así lo impone la Asamblea Constituyente como

mandato…” (el énfasis ha sido agregado).

Ahora bien es claro que los artículos 22 y 24 de la Ley 26.122, al no establecer

plazo alguno dentro del cuál el Congreso debe expedirse acerca de la validez de

los DNU, han establecido un verdadero sistema de aprobación ficta o tácita ya que,

como vimos, permiten que los DN mantengan su validez en tanto el Congreso no

se pronuncie al respecto. Tal procedimiento frustra completamente, entonces, el

objetivo del Constituyente al sancionar el artículo 82 de la Constitución que hemos

reseñado anteriormente, lo cual constituye una razón adicional para cuestionar la

validez de los citados artículos 22 y 24 de la Ley 26.122.

Finalmente (y éste, en mi opinión, es el argumento más fuerte a favor de la

conclusión que propongo), esa conclusión sería la única compatible con el

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artículo 30 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos tal como

dicha norma ha sido interpretada por la Corte Interamericana de Derechos

Humanos en la mencionada Opinión Consultiva nº 6. Y, aún cuando se

entendiera (lo cual no es necesariamente así, tal como se acaba de explicar)

que el citado artículo 30 impone requisitos más estrictos a las autoridades

nacionales en punto al respeto del principio de legalidad que el art.99. inc.3º, en

tal caso, debería aplicarse la norma convencional a los fines de determinar la

validez de los DNU. Ello es así porque el propio artículo 29 de la citada

convención establece claramente que aquélla debe ser aplicada por sobre las

disposiciones de derecho nacional cuando –tal como ocurriría en el caso-

aquélla parece ofrecer mayor protección a los individuos contra el abuso del

poder estatal que las citadas disposiciones de derecho interno. Así, cualquier

duda acerca de la compatibilidad entre los artículos 99, inc.3º, CN y 30 de la

Convención Americana, debería ser resuelto a favor de la solución más

garantista prevista en la norma convencional para evitar cualquier posible

responsabilidad internacional de nuestro país por violar un tratado internacional

como lo es la Convención Americana10.

4. Conclusión: la necesidad de reformar el artículo 99 inc.3.º de la

Constitución Nacional

Los argumentos que se acaban de desarrollar demuestran, en mi opinión, que

la actual redacción del art.99, inc.3º presenta graves peligros para nuestro

10 Este ha sido el criterio de la Corte Suprema de la Nación, que no ha dudado en apartarse del significado textual de la Constitución cuando aquél podía entrar en conflicto con las garantías adicionales previstas en la Convención Americana (ver, por ejemplo, los casos “Brusa”, Fallos: 326:4816 y “Dito”, sentencia del 28.7.2009 y sus citas, publicado en Abeledo Perrrot Online).

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sistema democrático ya que, tal como lo demuestra la práctica política argentina,

aquél no ha funcionado como una norma de “excepción” sino que, por el

contrario, le ha permitido al Poder Ejecutivo arrogarse funciones que, en

realidad, corresponden al Congreso de la Nación.

Es cierto que, si se siguiera una interpretación del art.99, inc.3º, como la

propuesta en el punto anterior de este comentario, se podrían evitar los daños

más graves al sistema republicano de gobierno que conllevan los DNU. Sin

embargo, no parece realista limitarse a confiar en una eventual interpretación

“garantista” del art.99, inc.3º, por parte del Poder Judicial, para evitar los citados

peligros. En temas tan centrales para el correcto funcionamiento del sistema

democrático, parece mucho más razonable diseñar normas constitucionales que,

en forma expresa, aseguren dicho funcionamiento. Un ejemplo concreto de ello

lo encontramos en las consecuencias que ha tenido en la práctica la diferente

regulación de la censura previa en los sistemas interamericano y europeo de

derechos humanos. Así, la ausencia en el sistema europeo de una prohibición

casi absoluta de la censura previa (que sí existe en la Convención Americana)

ha permitido al Tribunal Europeo de Derechos Humanos considerar como

válidas a ciertas restricciones previas a la difusión de hechos u opiniones que

han sido declaradas ilegítimas en el sistema interamericano11. Es decir, si se

parte de la premisa que el texto constitucional es un elemento central para su

interpretación, parece razonable sostener que la forma como aquél está

redactado debe tener consecuencias prácticas importantes.

11 Comparar, en tal sentido, en el tema de la validez de la censura previa, la decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en el caso “Sunday Times” (sentencia del 26.4.1979), con la adoptada por la Corte Interamericana en el caso “La Ultima Tentación de Cristo” (sentencia del 5.2.2001).

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Es por tal razón que considero que, en una eventual reforma constitucional,

debería modificarse sustancialmente el actual artículo 99, inc.3º, de la

Constitucional con el objeto de limitar fuertemente las facultades del Poder

Ejecutivo de dictar DNU. Tal reforma podría adoptar una redacción similar a la

del mencionado artículo 86, inc.2º, de la Constitución Española12, en el sentido

de exigir que la omisión del Congreso de expedirse en un plazo determinado a

favor de la validez del DNU, determinará su nulidad insanable.

Por cierto que otra posible alternativa de reforma constitucional sería la de

eliminar lisa y llanamente los DNU de nuestra Constitución ya que hemos visto

que esas normas constituyen un elemento francamente perturbador del

tradicional modelo republicano de división de poderes.

En tal sentido, se podría argumentar que dichos decretos no tienen sentido en

un sistema presidencialista como el argentino, ya que parecen más propios de

un sistema parlamentario de gobierno. Así, podría sostenerse que en esta última

forma de gobierno no resulta tan grave que el Poder Ejecutivo (llámese Primer

Ministro, Presidente del Gobierno, Canciller, etc.) ejerza algún tipo de función

legislativa de emergencia en razón de que aquél necesita de la confianza del

Parlamento para mantenerse en el poder. Un ejemplo notorio de ello se advierte

en el artículo 81 de la Ley Fundamental (Constitución) de la República Federal)

que prevé la posibilidad de que el gobierno dicte normas con carácter legislativo

en el supuesto en que el Parlamento haya expresado su desconfianza al

Canciller Federal (Primer Ministro) y, sin embargo, el Presidente no haya

disuelto el Parlamento y convocado a nuevas elecciones con el objeto de 12 Ver nota 7 del presente comentario.

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alcanzar un gobierno con mayoría parlamentaria. Es decir, se trata de una

disposición de emergencia destinada a subsanar la situación -anormal para un

sistema parlamentario- de un gobierno que se mantiene en el poder a pesar de

haber perdido su mayoría parlamentaria original. Es claro que tal situación es

impensable en un sistema presidencialista como el argentino, en donde la

permanencia en el cargo del Presidente no depende de las cambiantes mayorías

en el Congreso sino del mandato directo de su elección popular13.

Por cierto que, aún en sistema parlamentarios, la facultad de dictar decretos con

carácter legislativo puede tener consecuencias funestas para la subsistencia de

la democracia.

Así, existe consenso entre los historiadores contemporáneos en que una de las

razones de la disolución de la República Alemana en el período de preguerra y

que facilitó el ascenso del nazismo al poder fue que el sistema parlamentario ya

había dejado de funcionar en Alemania antes de 1933. Ello fue facilitado, en

gran parte, por la forma amplia, que iba mucho más allá de los supuestos de

excepcionales para los cuales había sido concebida, con que fue aplicado el

artículo 48 de la Constitución de la República Weimar de 1919 que le otorgaba al

Presidente de la República facultades para expedir decretos de naturaleza

legislativa por razones de emergencia. Dicha interpretación amplia significó, a

los fines prácticos, la eliminación del Parlamento como órgano legislativo mucho

antes de la llegada del nazismo al poder14. 13 Ello con independencia de la existencia, en nuestro sistema constitucional, del Jefe de Gabinete (incorporado en la reforma de 1994) que requiere de la confianza del Congreso para permanecer en su cargo (art. 101 de la Constitución). Esta institución, destinada a “parlamentizar” la vida política nacional, para nada ha morigerado, en su aplicación práctica, el fuerte presidencialismo argentino.14 Ver, en tal sentido, “Die Weimarer Republik. Ihre Geschichte in Texten, Bildern und Dokumenten. 1918-1933”, editado por F.A.Krummacher y Albert Wucher, Munich, 1965, Capítulo 6º.

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Por cierto que estas objeciones no sería válidas si en una reforma constitucional

se reemplazara nuestro sistema presidencialista de gobierno por uno

parlamentario o, al menos, por un sistema que aumentara fuertemente las

posibilidades de control del Poder Legislativo respecto del Ejecutivo. Pero, por

supuesto, esta cuestión es ajena al objeto del presente trabajo15.

15 El autor de este trabajo trató dicha cuestión en el artículo “Alternativas al Sistema Presidencialista”, publicado por la Revista Jurídica de la Universidad de Flores, Vol.1/2009, págs.3/10.