perez juan - los caminos del poder entre los chuta shinee en la mazateca baja

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  • La realidad alterada

    ARENA ABIERTA

  • La realidad alteradaDrogas, entegenos y cultura

    JULIO GLOCKNER Y ENRIQUE SOTO (compiladores)

    DEBATE

  • La realidad alteradaDrogas, entegenos y cultura

    Primera edicin, 2006

    2006, Julio Glockner, Enrique Soto

    Diseo de portada: Departamento de diseode Random House MondadoriFotograa: Psilocybe Cyanescens Scot Frei/CORBIS

    D. R. 2006, Random House Mondadori, S. A. de C. V. Av. Homero No. 544, Col. Chapultepec Morales, Del. Miguel Hidalgo, C. P. 11570, Mxico, D. F.

    www.randomhousemondadori.com.mx

    La formacin y el cuidado de la edicin de este libro estuvieron a cargo de la revista Elementos, de la Universidad Autnoma de Pueblawww.elementos.buap.mx

    Comentarios sobre la edicin y contenido de este libro a:[email protected]

    Queda rigurosamente prohibida, sin autorizacin escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones estable-cidas por las leyes, la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografa, el tratamiento informtico, as como la distri-bucin de ejemplares de la misma mediante alquiler o prstamo pblicos.

    ISBN: 968-5962-01-4

    Impreso en Mxico/ Printed in Mexico

  • NDICE

    PRESENTACIN............................................................................9

    JULIO GLOCKNER: DROGAS Y ENTEGENOS. REFLEXIONES EN TORNO A UN PROBLEMA CULTURAL....................11.JUAN PREZ QUIJADA: LOS CAMINOS DEL PODER ENTRE LOS CHUTA-SHIN. MAZATECA BAJA..............................................39

    JOHANNES NEURATH: SOAR EL MUNDO, VIVIR LA COMUNIDAD: HIKULI Y LOS HUICHOLES........................................65

    ANAMARA ASHWELL: CHOLULA, A DONDE SE DIRIGI QUETZALCATL CON XOCHIQUETZAL A CUESTAS: PULQUE, RELIGIN Y ALUCINGENOS. ..........................................87 ENRIQUE SOTO: LAS DROGAS Y EL CEREBRO...............................107

    LVARO ESTRADA: ALBERT HOFMANN, EL SABIO QUE DESHECHIZ A LOS HONGOS MEXICANOS Y LOS CONVIRTI EN PASTILLAS..................................................143

    HUGO VARGAS: INFORME MARIHUANA.......................................157

    JOS AGUSTN: LEGALIZACIN DE LA MARIHUANA.........................195

    NOTAS.............................................................................................201

  • 9PRESENTACIN

    Un signo de los tiempos modernos es el consumo de sustancias psicoactivas. Sin que las sociedades tradicionales lo hayan dejado de practicar, hoy coexisten en nuestro pas los usos ms diversos de sustancias naturales o sintticas. Una necesidad espiritual, emocio-nal o siolgica, que responde a muy distintas razones culturales, ha hecho posible que en el silencio nocturno de una cabaa enclavada en la sierra, o en el agitado y luminoso estruendo de un antro urbano se consuman drogas: sustancias que producen alteraciones psicosiolgicas con efectos estimulantes, depresores o narcticos.

    Una enorme confusin, producto de una gran ignorancia, envuelve al complejo tema de las drogas. Los funcionarios de gobierno, los legis-ladores, los cuerpos policacos y las instituciones de salud slo han sa-bido apostar a una poltica prohibicionista en la que los Estados nacio-nales, inspirados en criterios internacionalizados por Estados Unidos, se convierten en tutores de sus respectivas poblaciones y pretenden eli-minar la produccin, la distribucin y el consumo de drogas mediante el combate al narcotrco, que slo ha dejado como resultado una secuela de crmenes y violencia en perpetuo crecimiento.

    El problema de las drogas y de la adiccin es un fenmeno rela-tivamente reciente. Las transnacionales farmacuticas han logrado la sustitucin no de drogas adictivas por no adictivas dice Antonio Escohotado sino de frmacos ilegales por frmacos legales:

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    LA REALIDAD ALTERADA

    Nadie con una mnima formacin farmacolgica y experimental en la materia pude pretender que la anfetamina sea ms sana que la cocana, que el barbitrico o la metadona sean menos txicos que el opio o la morna, que el alcohol o el tabaco sean menos adictivos que la marihuana.

    Se ha creado un desplazamiento en el terreno legislativo y ju-dicial criminalizando el uso de ciertas sustancias que en algunos casos eran menos dainas que las que vinieron a sustituirlas, como es el caso de la metadona, mucho ms adictiva que el opio. Pero no slo esto, el legado de asesinatos, corrupcin, represin, inversin multimillonaria de recursos pblicos, aunado al crecimiento de los prejuicios y la incomprensin del problema, nos muestran un pa-norama desalentador. Este ajetreo de violencia e incomprensin ha alcanzado tambin a las sociedades tradicionales, que a lo largo del tiempo han sabido mantener una relacin cultural armnica con sus propias sustancias modicadoras de la percepcin y la conciencia.

    En este libro hemos querido propiciar la conuencia de diver-sas perspectivas en torno a la utilizacin de sustancias psicoactivas, tradicionales y modernas, para ofrecer al lector una reexin sobre sus efectos culturales y neurolgicos. Para ello recurrimos a varios investigadores y escritores que se han ocupado del tema y a quienes agradecemos su inters y colaboracin en esta obra colectiva. Los trabajos que hoy presentamos tienen un antecedente, el nmero 20 de la revista Espacios, publicado en 1996, en el que apareci por primera vez en castellano el texto que Wordon Wasson public en los Archives du Musum National DHistorie Naturelle de Pars, editados en 1958. Con este trabajo queremos contribuir a la mejor comprensin de un vasto y complejo problema, promoviendo la re-exin de algunos aspectos que nos parecen relevantes.

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    Drogas y entegenos.Reexiones en torno a un problema cultural

    JULIO GLOCKNER

    EL YONQUI Y LA CHAMANA

    En el Encuentro sobre Derechos Religiosos de los Pueblos Indge-nas que se llev a cabo en 1977 en Chetumal, Quintana Roo, los representantes de las comunidades coras, huicholas, mayas y ma-zatecas expusieron algunos problemas relacionados con la dicul-tad que tienen para utilizar plantas que sus respectivas tradiciones han considerado como sagradas. El seor Francisco Gonzlez de la Cruz, consejero municipal de San Antonio de Padua, Durango, dijo lo siguiente:

    Dentro de las estas tradicionales que lleva a cabo el pueblo hui-chol existe la necesidad de utilizar algunas plantas y animales que para nosotros son sagrados porque as lo piden nuestros dioses. Para realizar la esta del peyote es necesario hacer una peregrina-cin a Wiricuta, San Luis Potos, con el n de recolectar el peyo-te... Nosotros lo utilizamos nicamente con nes rituales ya que durante la ceremonia se consume y as los maracames se comuni-

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    LA REALIDAD ALTERADA

    can con nuestros dioses. Durante el traslado se han tenido algunos problemas con las autoridades pues se ha dado el caso de que lo han decomisado y detienen a los peregrinos asegurndoles que para ellos es una droga, pero para nosotros es una planta sagrada y no la utilizamos para otros nes sino para celebrar la esta.

    El representante del pueblo cora, el seor Florentino Lpez, estero de Santa Cruz Huayabel, explic:

    En Nayarit, el problema que tenemos es el uso de las plantas y animales, como es la recolecta, el transporte o cultivo del peyote, la caza del venado y aves que nosotros consideramos como animales sagrados. En la sierra nayarita vivimos la etnia cora y profesamos nuestra propia religin tradicional, por lo cual en la ceremonias usamos plantas como el peyote... Las autoridades nos detienen por cultivar o poseer el peyote. Sin antes consultar a la autoridad tra-dicional de la comunidad, nos ponen a disposicin de la autoridad competente para procesarnos... En estos problemas tratamos de de-fendernos mencionando el derecho que nos da el artculo 4 cons-titucional, pero la autoridad procesadora nos seala un articulo del Cdigo Penal Federal en donde menciona que tal objeto que se nos encontr es penado por esa ley... lo que hace falta es que en todas las leyes y cdigos procesadores se plasme lo que el artculo 4 constitucional nos proporciona. 1

    La arbitrariedad que el Estado comete en contra de los pueblos indgenas es propiciada por la ambigedad de la legislacin actual, que por una parte condena, mediante el Cdigo Penal Federal y la Ley General de Salud, el consumo de plantas psicoactivas, mientras por otro lado reconoce su empleo tradicional a travs del Conve-nio 169 de la Organizacin Internacional del Trabajo en donde se protegen las prcticas religiosas de los pueblos indgenas. Slo llevando la coherencia al terreno legislativo y reconociendo plena-mente los derechos religiosos de los pueblos indgenas se pondr

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    n a la represin y la extorsin que actualmente se ejerce contra ellos, principalmente en el norte del pas.

    Estos testimonios revelan una antigua problemtica que no ha sido resuelta desde el periodo colonial, o mejor dicho, las solucio-nes que ha encontrado a lo largo de la historia no se han formulado en funcin de las necesidades espirituales de las culturas indgenas, sino contraponiendo a ellas una racionalidad occidental de carcter religioso o cientco.

    Los primeros frailes que arribaron a la Nueva Espaa para evan-gelizar a los indios dejaron en sus crnicas las impresiones que les causaron estas plantas. La descripcin que ofrecen al lector cris-tiano lleva implcita una advertencia sobre el grave riesgo que se corre al ingerirlas, pues no slo provocan la prdida del juicio sino que inducen a una comunin con el demonio. Fray Toribio de Benavente escribi en su Historia de los indios de la Nueva Espaa que la embriaguez provocada por los hongos, que consuman con miel para evitar su sabor desagradable, los haca ms crueles, pro-vocndoles visiones de serpientes o experiencias terribles como sentir el cuerpo lleno de gusanos que los coman vivos

    y as medio rabiando se salan fuera de casa, deseando que alguno los matase; y con esta bestial embriaguez y trabajo que sentan, aconteca alguna vez ahorcarse... A estos hongos llaman en su len-gua teunanacatl, que quiere decir carne de Dios, o del demonio que ellos adoraban; y de la dicha manera con aqul amargo manjar su cruel dios los comulgaba.2

    El pensamiento judeo-cristiano le ha proporcionado a las mo-dernas sociedades occidentales un cdigo tico-religioso con el cual se valoran moralmente a s mismas y a otras sociedades y cul-turas. Este cdigo establece la existencia de un nico Dios Ver-dadero, creador del cielo y la tierra, que rige la vida de todo lo existente. En su innita sabidura y bondad, este Dios quiere que

    DROGAS Y ENTEGENOS

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    LA REALIDAD ALTERADA

    sus criaturas sean alejadas del mal a n de que puedan alcanzar la salvacin. Es decir, estamos ante la presencia de un vrtice lumi-noso desde donde se irradia El Sentido y La Verdad. En nombre de este logos se proclama la redencin de todo aqul que se ha desviado del camino. Fray Toribio escribe que la misin de los franciscanos consista justamente en desengaar a los indios mostrndoles el camino de la verdad y el conocimiento del Dios cristiano, hacin-doles ver que era al demonio a quien en realidad servan al per-sistir en sus cultos y en el consumo de plantas embriagantes para celebrarlos. Los frailes advertan a los indios acerca del ocio que tena el diablo y que consista en llevar a perpetua condenacin de penas terribles a todos los que en l crean y se conaban. Pero dice Motolina a los indios les resultaba un gran fastidio or la palabra de Dios y no queran entender en otra cosa sino en darse a vicios y pecados, dndose a sacricios y estas, comiendo y be-biendo y embeodndose en ellas, y dando de comer a los dolos de su propia sangre...

    La historia de las mentalidades muestra que los hombres ven en el mundo las ideas que tienen en la cabeza. Por esta razn el diablo estuvo siempre a la vista de los conquistadores que des-cubrieron, sin comprenderlo, el complejo mundo de las deidades mesoamericanas. Este vistazo al siglo XVI es suciente para resaltar las semejanzas que existen entre la mentalidad virreinal y ciertas ideas del naciente siglo XXI en lo que respecta a su actitud ante la cosmovisin indgena y la aceptacin de sus costumbres rituales. En la actualidad, el criterio de verdad ya no reside en Dios sino en la ciencia; el mal ya no est personicado en el diablo sino en ciertos espacios y prcticas sociales, como la drogadiccin y la de-lincuencia; la salvacin ya no reside en el arrepentimiento de los pecados ante un confesor, sino en que el individuo y la comunidad toda acepten la accin del Estado guiado por un criterio mdico-policial. Hoy los rituales mdicos dice Thomas Szasz han ocu-

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    pado el lugar de los rituales religiosos: en las modernas sociedades teraputicas occidentales quienes toman las decisiones polticas y mdicas controlan la denicin de las drogas como teraputicas o txicas y, por tanto, tambin su legitimidad y disponibilidad en el mundo mercantil. Alcohol y tabaco se denen como productos agrcolas y la marihuana y el opio como drogas peligrosas lo que muestra que vivimos una farmacracia.3

    La persecucin de la que son vctimas los indgenas mexicanos que continan practicando una milenaria tradicin religiosa, sus-tentada en el consumo de plantas sagradas, se inscribe en esta lgi-ca. El criterio moderno, sustentado nalmente en el conocimiento mdico, ya no sataniza las creencias indgenas, simplemente las des-calica considerndolas como una representacin falsa de la reali-dad. Las visiones que surgen al consumir plantas sagradas ya no son pensadas como obra del demonio, sino como alucinaciones que resultan de los efectos neurosiolgicos provocados por el consu-mo de una droga. En el mejor de los casos, el Estado mexicano ha tenido una actitud de tolerancia, pero no de comprensin, de las prcticas religiosas indgenas. Permite el consumo de estas plantas no porque entienda su signicado espiritual, sino porque oponerse a su uso obstinadamente le creara problemas que considera inne-cesarios. En consecuencia, la permisividad resulta ms conveniente que la prohibicin total, que conducira a un enfrentamiento con las comunidades indgenas. De ah la ambigedad de las leyes: en los foros internacionales se mantiene una poltica de apertura y comprensin de las diferencias culturales, pero al interior se man-tienen leyes prohibitivas que permiten vigilar, perseguir y castigar oportunamente.

    Una de las razones por la que los indgenas han sufrido perse-cucin y detenciones policacas es la confusin que existe en torno al trmino droga. En lengua castellana nos hemos acostumbrado a nombrar con esta palabra las ms diversas sustancias sin distinguir

    DROGAS Y ENTEGENOS

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    LA REALIDAD ALTERADA

    sus cualidades qumicas, sin reparar en su origen natural o sinttico, en sus efectos psicosiolgicos, ni en su contexto cultural y en los usos que de l se derivan. El origen de la palabra droga es oscuro. El Diccionario etimolgico de Corominas menciona como probable su ingreso al castellano a travs de Francia y sostiene que su origen ltimo es incierto, quiz sea primitiva la acepcin cosa de mala calidad y proceda de la palabra cltica que signica malo. El Diccionario de la Real Academia Espaola, despus de ignorar el asunto durante veinte ediciones, en su ltima entrega ampla la variedad de opiniones diciendo que la palabra viene del rabe his-pnico hatrka, que signica charlatanera. Pero lo que llama la atencin en este diccionario, es que despus de referirse a la droga como una sustancia de efecto estimulante, deprimente, narctico o alucingeno, enseguida dene el verbo drogar como la admi-nistracin de una droga por lo comn con nes ilcitos. Es decir, la Real Academia introduce, en la denicin misma, un juicio de valor. Nos ofrece un punto de vista que expresa el sentir moral que la sociedad moderna tiene respecto a ciertas sustancias que han sido asociadas con la vida delictiva.

    Es claro que esta denicin, al implicar un simultneo juicio tico-jurdico, estigmatiza el uso de estas sustancias al establecer su vinculacin inmediata con el mundo del hampa. Y no slo eso, coloca tambin en la misma dimensin a un adicto a la cocana o la herona en las calles de la Ciudad de Mxico o Nueva York, con un peregrino huichol que consume peyote en el desierto de San Luis Potos, o con un chamn mazateco que utiliza los hongos en una ceremonia curativa. Para despejar un poco esta confusin que ha propiciado graves errores de apreciacin, debemos comenzar por distinguir diversos aspectos del problema. No haberlo hecho ha estimulado la proliferacin de prejuicios morales y una absur-da persecucin policaca a tradiciones mtico-religiosas de carcter milenario.

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    En su Historia elemental de las drogas, Antonio Escohotado nos recuerda que por droga, psicoactiva o no, seguimos entendiendo lo que pensaban los padres de la medicina cientca, Hipcrates y Galeno, hace miles de aos, es decir, una sustancia que en vez de ser vencida por el cuerpo y ser asimilada como si fuese un alimento, es capaz de vencerle provocando en l cambios org-nicos, anmicos o de ambos tipos. En este sentido, estrictamente bioqumico, es evidente que el peyote y los hongos psicoactivos comparten las caractersticas de otras sustancias que provienen de la industria farmacutica. Pero no podemos reducir a este nico as-pecto la comprensin del fenmeno. Debemos reparar tambin en los diversos contextos culturales en los que se produce el consumo de estas sustancias.

    En esta perspectiva, es notable que todas las culturas han hecho su propia distincin entre alimentos y plantas sagradas, pues con el empleo de estas ltimas han experimentado el xtasis religioso, es decir, el uso de estas plantas se ha ritualizado para expresar su sacralidad, para expresar el advenimiento de lo divino que ocurre al consumirlas. La connotacin social y tica que estas plantas tienen al interior de las sociedades que las consumen ni remotamente es semejante a la que tienen las drogas en la sociedad occidental. Por ello, en una sociedad multitnica como la mexicana, se debe contemplar el problema en toda su complejidad y no soslayar por ms tiempo una exigencia de respeto y consideracin hacia estas expresiones de la religin indgena.

    Al menos tres aspectos me parecen fundamentales para distin-guir las diferencias culturales en los usos de las llamadas sustancias psicoactivas:

    En primer lugar la procedencia del producto que va a consumirse, que puede ser natural o articial, tener su origen en la tierra o en la industria qumica. El consumo de plantas que han sido consideradas sagradas por las ms diversas culturas en todo el mundo y en todos los

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    LA REALIDAD ALTERADA

    tiempos ha hecho posible que esta ora psicoactiva sea portadora de una tradicin mtico-religiosa y de un vnculo, mediante la ebriedad exttica, con diversas deidades y seres sobrenaturales, cosa que no su-cede con los productos que provienen de la industria qumica, de un mundo desacralizado e inmerso en la lgica del mercado.

    En algunos casos, como entre los mazatecos, los coras y los hui-choles, las plantas divinizadas son la encarnacin misma de antiguas deidades que personican la naturaleza. Cuando Albert Hofmann sintetiz en los laboratorios Sandoz la dietilamida del cido lisr-gico, el famoso LSD, lo hizo con el avanzado instrumental tcni-co y terico que le proporciona la moderna cultura occidental. A partir del momento en que Hofmann sintetiz el LSD produjo una droga. Pero si la misma sustancia que consuman ritualmente los antiguos griegos en el culto a la diosa Demeter, obtenida del hongo que crece en el centeno y el trigo, fuera considerada como una droga, con la connotacin moral que esta palabra tiene actual-mente, juzgaramos errneamente a los asistentes a las ceremonias de iniciacin de los misterios de Eleusis como a un conjunto de drogadictos, o peor an, como una asociacin delictiva, lo cual es un disparate por cualquier lado que se lo vea. Hofmann obtuvo, mediante el proceso qumico de la sntesis, la formacin articial de una sustancia mediante la combinacin de sus elementos. El mismo proceso han seguido innumerables medicamentos que se emplean en la medicina moderna. Pero cuando esa misma sustan-cia permanece en la naturaleza, en el interior de un hongo, de un cactus como el peyote o de una enredadera como el ololiuhqui, entonces su uso cultural es radicalmente distinto y slo es posible comprenderlo plenamente en el contexto de una cosmovisin sin-gular y una prctica mdica tradicional. En este caso debemos refe-rirnos no a una droga sino a un entegeno. El neologismo ente-geno proviene de en theos genos, que signica engendrar dentro de s a Dios, o generar lo divino y fue propuesto por un grupo de

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    especialistas en etnomicologa que consideraron que esta palabra capta de manera notable las ricas resonancias culturales evocadas por ciertas sustancias vegetales que al ser ingeridas proporcionan una experiencia mstica.

    La segunda diferencia tiene que ver con la nalidad con la cual se realiza el consumo. Si se trata de un ritual mgico-religioso con nes teraputicos o adivinatorios, evidentemente el propsito es muy distinto al de un consumo cuyas motivaciones son ms bien placenteras, ldicas o destinadas a satisfacer una adiccin. Esto se vincula estrechamente con los efectos individuales y colectivos que se derivan del consumo de drogas provenientes de la industria, por un lado, y de plantas enteognicas por el otro. En un extremo, en las urbes modernas, encontramos adiccin, marginacin, delincuencia y persecucin policaca; en el otro polo, en los pueblos indgenas, encontramos una experiencia mstico-teraputica personal y co-lectiva, as como la adaptacin del consumo de entegenos a la vida comunal, tal es el caso, entre otros, de la ingestin ritual del peyote entre los coras y huicholes.

    En el ao de 1569, el clrigo Pedro Ponce escribi un breve pero muy interesante Tratado de los dioses y ritos de la gentilidad en el que dice lo siguiente:

    Beben el ololiuhque y el peyote, una semilla que llaman tlitlitzin, son tan fuertes que los priva de sentido y dicen se les aparece uno como negrito que les dice todo lo que quieren. Otros dicen se les aparece nuestro seor, otros los ngeles. Y cuando hacen esto se meten en un aposento y se encierran y ponen un guarda para que les oiga lo que dicen, y no les han de hablar hasta que se les ha qui-tado el desvaro, porque se hacen como locos. Y luego preguntan qu han dicho, y aquello es lo cierto.

    Estas palabras del padre Ponce son de extrema importancia por-que en ellas advertimos cmo, a escasos cincuenta aos de iniciada

    DROGAS Y ENTEGENOS

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    LA REALIDAD ALTERADA

    la conquista, aparecen ya en las visiones chamnicas las imgenes de las deidades cristianas. La adopcin del santoral catlico y de Dios considerado como nico y Trino se prolonga hasta el da de hoy en los mitos, rituales y prcticas mdicas de diversos pueblos indios en Mxico. El caso mejor documentado en la actualidad es el de la sabia mazateca Mara Sabina, quien en un acto de generosa hospi-talidad ofreci por primera vez los hongos sagrados a una persona ajena a su cultura. El investigador Gordon Wasson tuvo el privile-gio de ser el primer hombre occidental en consumirlos ritualmente durante una noche del verano de 1955, es decir, cuatrocientos aos despus del relato de Pedro Ponce. Das ms tarde los comeran tambin su esposa Valentina y su hija Masha. Tiempo despus Gor-don Wasson reconoci que haba sido un error haber publicado sus experiencias con los hongos en una revista de gran circulacin como Life y Life en Espaol, lo cual desat una curiosidad sobre los hongos sagrados no siempre responsable y respetuosa.

    Mara Sabina se refera a los hongos llamndolos Nixti-santo, que quiere decir, nios santos. En la entrevista sobre su vida que le hizo lvaro Estrada y que tradujo del mazateco al castellano, Mara Sabina relat la primera ocasin en que despus de haber comido los nios santos, con la intencin de curar a su hermana, tuvo una visin inicitica, es decir, fue reconocida y aceptada por los seres sagrados que presiden el consumo de los hongos como una persona destinada a consumirlos ritualmente. Estas son sus pa-

    labras:

    En esa tarde, viendo tendida a mi hermana, la imagin muerta. A mi nica hermana. No, eso no deba ser. Ella no deba morir. Yo saba que los Nios Santos tenan el poder. Yo los haba comi-do de nia y recordaba que no hacan mal. Yo saba que nuestra gente los coma para sanar sus enfermedades. Entonces tom una decisin: esa misma noche yo tomara los hongos santos. As lo hice. A ella le di tres pares. Yo com muchos, para que me dieran

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    poder inmenso. No puedo mentir, habr comido treinta pares de derrumbe (Psilocybe caerulescens). Cuando los nios estaban trabajando dentro de mi cuerpo, rec y le ped a Dios que me ayudara a curar a Mara Ana. Poco a poco sent que poda hablar cada vez con mayor facilidad. Me acerqu a la enferma. Los nios santos guiaron mis manos para apretarle las caderas. Suavemente, le fui haciendo masaje donde ella deca que le dola. Yo hablaba y cantaba. Senta que cantaba bonito. Deca lo que esos nios me obligaban a decir. Segu apretando a mi hermana en su vientre y en sus caderas, nalmente le sobrevino mucha sangre. Agua y sangre como si es-tuviera pariendo. Nunca me asust porque saba que El Pequeo que brota la estaba curando a travs de m. Estos nios santos aconsejaban y yo ejecutaba. Atend a mi hermana hasta que la sangre dej de salir. Luego dej de gemir y durmi. Mi madre se sent junto a ella para atenderla. Yo no pude dormir, los santitos seguan trabajando en mi cuerpo. Recuerdo que tuve una visin: aparecieron unos personajes que me inspiraban respeto. Yo saba que eran Los Seres Principales de quienes hablaban mis ascendientes. Ellos estaban sentados detrs de una mesa sobre la que haba muchos papeles escritos. Yo saba que eran papeles importantes. Los Seres Principales eran varios, como seis u ocho. Algunos me miraban, otros lean los papeles de la mesa, otros parecan buscar algo entre los mismos papeles. Yo saba que no eran de carne y hueso. Yo saba que no eran seres de agua o tortilla. Saba que era una revelacin que los nios santos me entregaban. De pronto escuch una voz. Una voz dulce pero autoritaria a la vez. Como la voz de un padre que quiere a sus hijos pero que los cra con fuerza. Una voz sabia que dijo: Estos son los Seres Principales... Comprend que los hongos me hablaban. Yo sent una felicidad innita. En la mesa de los Seres Principales apareci un libro, un libro abierto que iba creciendo hasta ser del tamao de una persona. En sus pginas haba letras. Era un libro blanco, tan blanco que resplandeca. Uno de los Seres Principales me habl y dijo: Mara Sabina, este es el Libro de la Sabidura. Es el Libro del Lenguaje. Todo lo

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    LA REALIDAD ALTERADA

    que en l hay escrito es para ti. El Libro es tuyo, tmalo para que trabajes... Yo exclam emocionada: Eso es para m. Lo recibo...

    Los Seres Principales desaparecieron y me dejaron sola frente al inmenso libro. Yo saba que era el Libro de la Sabidura. El libro estaba ante m, poda verlo pero no tocarlo. Intent acariciarlo pero mis manos no tocaron nada. Me limit a contemplarlo y, al momento, empec a hablar. Entonces me di cuenta que estaba leyendo el Libro Sagrado del Lenguaje. Mi Libro. El Libro de los Seres Principales.

    La gente me ha seguido buscando para que la cure. Desde que recib el Libro, pas a formar parte de los Seres Principales. Si ellos aparecen, me siento junto a ellos y tomamos cerveza o aguardien-te. Estoy entre ellos desde la vez en que agrupados detrs de una mesa con papeles importantes, me entregaron la sabidura, la pala-bra perfecta: El Lenguaje de Dios.

    Evidentemente el relato de Mara Sabina nos remite a una expe-riencia sagrada y a un propsito bien denido, que es el de curar a los enfermos. Qumicamente hablando Mara Sabina tuvo las mismas reacciones orgnicas que tendr cualquier persona que coma los hon-gos, aunque no cualquiera es capaz de comer una dosis tan grande como la que ella ingiri aquella ocasin. Qumicamente s, pero cul-turalmente su mundo se sita en otra dimensin, una dimensin sacra que la cultura occidental comenz a perder desde nes del siglo IV, cuando los obispos cristianos de Alarico combatieron, hasta aniquilar-lo, el culto ms importante de la antigedad pagana que se celebraba en Eleusis, donde se consuma, en una pcima con menta, el ergot del trigo que contiene dietilamida de cido lisrgico, segn lo descubri dos mil aos despus Albert Hofmann en su laboratorio.

    Quisiera referirme ahora al consumo de otras sustancias, estas s propiamente llamadas drogas, tanto por su procedencia de la cien-cia qumica como por el contexto cultural en que se utilizan. Para hablar de ellas quiero evocar el genio de un hombre que vivi durante quince aos el inerno de la adiccin como poca gente,

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    y como menos gente an pudo salir de esa terrible dependencia. Durante uno de sus periodos de mayor adiccin escribi una no-vela sorprendente, me reero a William Burroughs y a su libro Almuerzo desnudo, de donde tomo estas palabras:

    La Enfermedad es la adiccin a las drogas y yo fui adicto durante quince aos. He consumido la droga en muchas formas: morna, herona, delaudid, eukodal, pantopn, diocodil, diosane, opio, de-merol, dolona, palum. He fumado droga, la he comido, olido, inyectado en la venala pielel msculo e introducido mediante supositorios rectales. La aguja no es importante. Uno puede olerla, fumarla, comerla o metrsela por el trasero, y el resultado es idnti-co: la adiccin. La droga crea una frmula bsica de virus maligno: el lgebra de la necesidad. El rostro del mal es siempre el rostro de la necesidad total. Una vez sobrepasada cierta frecuencia, la nece-sidad no conoce absolutamente lmite ni control.

    Quisiera mencionar ahora algunos efectos de estas drogas des-critos por William Burroughs para contrastarlos con las experien-cias de Mara Sabina:

    La cocana es electricidad en el cerebro, y la necesidad de cocana afecta slo al cerebro, es una necesidad sin cuerpo y sin sensacio-nes. El cerebro cargado de cocana es una mquina tragamonedas enloquecida, que emite luces azules y rosadas en un orgasmo elc-trico. El adicto a la morna, en cambio, es inmune al hasto. Puede pasarse horas contemplando su propio zapato, o simplemente que-darse en la cama. No necesita desahogo sexual, ni contactos socia-les, ni trabajo ni diversin ni ejercicio... slo morna. La morna puede aliviar el dolor conriendo al organismo algunas de las cua-lidades de un vegetal.

    Como se puede advertir las experiencias son radicalmente dis-tintas y la valoracin cultural de aquello que se ingiere, tambin. Entre los Nios Santos de Mara Sabina y las drogas de William

    DROGAS Y ENTEGENOS

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    LA REALIDAD ALTERADA

    Burroughs hay, literalmente, un abismo. Es notable tambin cmo los mazatecos, o los huicholes con el peyote, han sabido incorpo-rar plenamente a su cultura una planta psicoactiva, dotndola de una relevante funcin social, mientras que las drogas qumicas en la sociedad moderna han generado o acentuado la marginacin, el suicidio, la locura y un gran sufrimiento, como el mismo Bu-rroughs lo reconoci despus de haber cruzado lo que l llam la enfermedad de la adiccin. En Yonqui, una novela escalofriante en la que relata su experiencia personal dice lo siguiente:

    No creo exagerado armar que para convertirse en adicto se ne-cesita cerca de un ao y varios cientos de pinchazos... Uno se hace adicto a los narcticos porque carece de motivaciones fuertes que lo lleven en cualquier otra direccin. La droga llena un vaco. Yo empec por pura curiosidad. Luego empec a pincharme cada vez que me apeteca. Termin colgado. La mayor parte de los adic-tos con los que he hablado tuvieron una experiencia semejante... Nadie decide convertirse en yonqui. Una maana se levanta sin-tindose muy mal y se da cuenta de que lo es.

    A pesar de todo, el escritor norteamericano no deja el arrepen-timiento como moraleja de su historia: Jams he lamentado mi experiencia con las drogas dice Creo que gracias a haberlas usa-do de modo intermitente en la actualidad mi salud es mejor de lo que sera si nunca las hubiera probado. Cuando uno deja de crecer empieza a morir. Un adicto nunca deja de crecer.

    Espero haber evidenciado que el estado adictivo del novelista es radicalmente distinto del estado de gracia de la chamana mazateca, y que no hay justicacin alguna para que los hongos que ella con-sumi sean considerados como drogas. Si atendiramos al sentido de las deniciones que mencion al principio, Mara Sabina, y con ella todos los chamanes que existen en este y otros pases, no habran hecho otra cosa que drogarse con una sustancia alucingena, lo

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    cual es, a todas luces, absurdo. Entre otras razones porque, como bien dice Albert Hofmann, la visin mstica no es una ilusin de los sen-tidos, sino la revelacin de otro aspecto de la realidad.

    Circunstancias sociales, jurdico-polticas y policacas han en-turbiado el signicado de la palabra droga, lo han desvirtuado ale-jndolo de su sentido original que lo identicaba con el concepto griego phrmakon, que designa aquellas sustancias que en vez de ser vencidas por el cuerpo para transformarse en elementos nu-tritivos, son capaces de vencerle provocando en l cambios orgni-cos y anmicos. Esta nocin primigenia, farmacutica, de la palabra droga, se ha desvanecido gradualmente y en su lugar ha surgido su asociacin con la delincuencia, las adicciones y el narcotrco. La palabra droga se hunde cada vez ms, en el mbito de la conciencia popular, en un desprestigio que parece ya inevitable. De ah la ne-cesidad de optar por otra denominacin para aquellas plantas cuyos vnculos culturales con otras sociedades les otorgan una dignidad que las ha elevado al mbito de lo sagrado.

    En el paso del sustantivo droga al verbo drogar quedan omitidos y olvidados los procesos histrico-culturales que le otorgan pleno sentido a estas sustancias cuando permanecen en estado natural. Sucede entonces un desplazamiento en la signicacin y la palabra droga ya no remite a las cualidades qumicas de la sustancia, sino a la dudosa calidad moral de quien la consume. El sustantivo se carga de una resonancia ilegal que le viene de la experiencia social de una cultura en la que el verbo drogarse est asociado con actos delictivos y conductas antisociales. Esta signicacin se ha popula-rizado a tal grado que lo entienden as desde una ama de casa hasta las autoridades de salud pblica del pas. Es aqu donde se genera uno de los mayores equvocos y donde, en consecuencia, debemos concentrar la atencin para procurar una reexin y una discusin bien documentada.

    DROGAS Y ENTEGENOS

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    LA REALIDAD ALTERADA

    EL HONGO Y LA LLUVIA4

    A mediados del siglo XIX fue desenterrada en Tlalmanalco, en las faldas de los volcanes Popocatpetl e Iztacchuatl, la egie labrada en piedra de Xochipilli, El Prncipe de las Flores, cuya impre-sionante escultura hoy se exhibe en la sala mexica del Museo Na-cional de Antropologa. Si hacemos a un lado la fcil tentacin de entender el panten mesoamericano como un conjunto de dioses individuales que representan fuerzas o fenmenos de la naturale-za, y los pensamos como metforas del ritmo csmico,5 tal vez po-damos aproximarnos de una manera ms adecuada a la concepcin religiosa indgena. En la compleja concepcin mesoamericana, los nmenes son la simbolizacin de los procesos que ocurren en la naturaleza deicada. No pueden, en consecuencia, ser concebidos en los estrechos mrgenes de la individualidad, aunque se nos pre-senten con un nombre y podamos identicarlos en la recurrencia de ciertas apariencias. Ms bien debemos esforzarnos por mirar a travs de estas apariencias para entender que no son sino la pobre expresin del complejo ujo de fuerzas, que, vinculadas entre s ocurren en el mundo.

    Tlloc es el Dios-lluvia, entendiendo que la lluvia existe en el mundo asociada con otras fuerzas y fenmenos que la hacen posi-ble: las nubes, el viento, las cimas de las montaas, el relmpago, los truenos, el agua que corre o se estanca en la supercie de la tierra, el verdor de los campos, el crecimiento de las plantas, la aparicin de las ores... Este entramado de fenmenos que se maniesta y se desvanece cclicamente con el paso del tiempo, est simboliza-do en un complejo de deidades con contornos imprecisos que se funden unas en otras suscitndose permanentemente. Del mismo modo que los fenmenos naturales, los seres sagrados no tienen un principio y un n denitivos, ms bien prolongan su existencia unos en otros. Esta permanente metamorfosis no es sino el intento

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    de expresar, en el mbito religioso, los recurrentes cambios que suceden en el cosmos.

    Hablar de Xochipilli como numen de las ores implica enton-ces comprenderlo como parte de estos procesos que nos permiten entender sus propias transformaciones, pues sabemos que est nti-mamente asociado con el Sol; con Centotl, el joven Dios-maz; con Macuilxchitl, deidad de la msica, el canto y la danza; con Xipe To-tec, deicacin de la primavera; con Xochiquetzal, diosa de las ores y el amor; con el nio-Dios Piltzintecuhtli y, desde luego, con Tlloc.

    La magnca escultura de Tlalmanalco ha sido minuciosamen-te analizada por estudiosos como Edward Seler, Manuel Gamio, Justino Fernndez y Paul Westheim, quienes han exaltado sus cua-lidades estticas y sealado algunas de sus caractersticas religiosas. Pero slo cuando la gura de tezontle estuvo bajo la atenta mirada de Gordon Wasson revel su contenido simblico. La razn es muy simple: nadie se haba dado a la tarea de relacionar el estado de xta-sis de Xochipilli con las plantas que estn labradas en su cuerpo, las que permanecan sin ser identicadas. Nadie haba reconocido las siluetas de hongos maduros, cortados transversalmente y dispuestos en crculo, que aparecen en el pedestal sobre el que est sentado, en el tocado que lleva sobre la cabeza, en sus brazos y rodillas. Los hongos ah representados fueron descubiertos para la ciencia por Roger Heim en las laderas del Popocatpetl y clasicados con el nombre de Psilocybe aztecorum.

    He recurrido a esta fascinante escultura para mostrar la persis-tencia de una costumbre, la cambiante continuidad de un ritual, pues el estado de xtasis que expresa la escultura, que puede ser Xochipilli mismo o un chamn como su ixiptla,6 es el mismo que hoy experimentan los chamanes que participan en el gape ritual con estos entegenos.

    Xochipilli es una deidad ntimamente asociada con la lluvia, Alfonso Caso deca que era una representacin del verano,7 es de-

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    LA REALIDAD ALTERADA

    cir, de la estacin de lluvias durante la cual brotan los hongos en el campo. Cabe destacar, adems, que la asociacin de los hongos sagrados no slo se produce con Xochipilli, tambin sucede con Piltzintli, el Nio Dios de los nahuas, y en general con la imagen de seres pequeos o de nios en varias partes del mundo.8

    La asociacin hongo-lluvia no es una mera relacin de causa-efecto climatolgica, es tambin una relacin cosmognica que permite, ni ms ni menos, la aproximacin de las deidades a los hombres. Este vnculo sagrado ha perdurado en algunas comu-nidades indgenas y campesinas a lo largo de los siglos, a pesar, ya no digamos de la cristianizacin colonial, sino de la banalidad del mundo moderno. El intenso proceso de cristianizacin de la po-blacin indgena introdujo elementos nuevos y transformaciones sustanciales tanto en el pensamiento religioso como en las maneras de ritualizar esa compleja concepcin. No obstante, me atrevo a sugerir que en algunas regiones estos cambios no han sustituido las antiguas experiencias religiosas, sino slo les han proporciona-do nuevas formas de expresarse. El triste Dios cristiano escribi Fernando Pessoa no ha matado a otros dioses. Cristo es un Dios ms, quiz uno que faltaba.

    La gura ms sobresaliente en esta metamorfosis espiritual es la del Padre Creador, la de un Dios Omnisciente y Todopoderoso. El tesmo cristiano y su concepcin de un Dios nico y Trino irrumpieron en el pantesmo politesta indgena introduciendo en l un orden jerrquico que no logr eliminar la multitud de dei-dades y seres sobrenaturales que poblaban el cosmos mesoameri-cano. En el ritual que brevemente describir se advierten algunas secuelas de este proceso, como la reiterada concepcin de un Dios Omnipotente cuya voluntad rige la existencia del universo y de los hombres; el profundo sentimiento de criatura que se deriva de la existencia de este Dios; la veneracin y la resignacin como manifestaciones de un sometimiento incondicional a esa voluntad

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    superior, y la splica y la oracin como formas de alcanzar su favor en benecio de los hombres.

    Coexistiendo con estos elementos aparecen otras formas reli-giosas, no propiamente cristianas, sino ms cercanas a lo que Alfre-do Lpez Austin ha llamado tradicin religiosa mesoamericana.

    Entre ellas me gustara destacar la presencia del Temporal conce-bido como una Fuerza Divina, es decir, Dios, revelndose y dndose a los hombres bajo el aspecto de un complejo atmosfrico en el que sobresale la lluvia que fertiliza los campos. Al caer a la tierra y ser absorbida por ella, esta Fuerza Divina sufre un proceso de transubs-tanciacin. Desaparece para reaparecer en el verdor de la vegetacin, en una innitud de plantas comestibles y medicinales, entre las que destacan el maz, y una variedad de hongos que por sus cualidades para provocar estados de xtasis han sido considerados como sagra-dos. La ingestin de estos hongos, es decir, de esta Fuerza Divina transformada en hongo, produce en quien lo consume un estado de iluminacin, un estado de gracia que le permite ver una condicin existencial a la que no se tiene acceso en un estado normal de con-ciencia. La comunin enteognica le permite al hombre el acceso al mundo de lo sagrado, es decir, lo coloca ante la presencia de la Fuerza Divina estando l mismo consagrado por ella. Algunos mitos mazate-cos describen cmo la saliva de Cristo cay al suelo y de ella brotaron los hongos. Estos seres, producto de la saliva-lluvia, son capaces de generar el lenguaje sagrado, la palabra divina de la que hablaba Mara Sabina. Algo muy semejante ocurre entre algunos chamanes especia-lizados en la peticin de lluvias del Altiplano Central.

    A principios del verano de 2002 un grupo de trabajadores del temporal del volcn Popocatpetl me invit a participar en un ri-tual de consulta para propiciar la lluvia. Se trata de una ceremonia nocturna en la que se consumen hongos sagrados con la nalidad de consultar al Santo Espritu de Dios sobre diversos problemas. Aquel ao, despus de un breve periodo en que haba llovido re-

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    gularmente, a medidos de julio el temporal se haba suspendido y los campesinos estaban preocupados por la falta de agua en los campos de cultivo. El grupo haba realizado ya tres rituales pro-piciatorios en los cerros cercanos a la poblacin y uno ms en el volcn sin obtener ms resultados que un aguacero. En cada uno de ellos se ofrend debidamente a los espritus que trabajan en los distintos rumbos del mundo y se tuvo el cuidado de limpiar los lugares sagrados de malecios; sin embargo, hasta el 24 de julio no se tena la certidumbre de que el temporal llegara para quedarse. Era indispensable, entonces, realizar una consulta para conocer las causas por las cuales la lluvia no poda entrar.

    Don Jess sali aquel da al campo a colectar los hongos que se comeran en la noche. Los tiemperos los llaman Remedios, nombre que indica tanto las propiedades curativas que poseen, como la facultad que tienen para mostrar mediante una visin el dao o malecio que se ha hecho en algn lugar sagrado, es decir, las perturbaciones mgicas que llevan a cabo grupos adversarios o personas interesadas en ahuyentar la lluvia para vender el maz que han acaparado. Estas visiones son reveladas durante la ceremonia nocturna a algunos de los participantes en el gape ritual.

    Generalmente los hongos son vistos en sueos cuando la situa-cin es difcil y este hecho es interpretado como un aviso de que ha llegado el momento de consumirlos para hacer una consulta: Anoche los vi en sueos comenta don Jess por eso me vi obli-gado a ir a traerlos. Es que estas semanas ha llovido muy poquito, no ha querido entrar el agua al ejido de nosotros. Yo noms me estoy grabando en la mente adnde vamos a ir a pedir el agita, y luego adnde entra, adnde riega....

    Despus de las investigaciones de Gordon Wasson sabamos que los hongos se utilizaban con nes adivinatorios y curativos, pero ignorbamos que se emplearan especcamente en rituales propi-ciatorios de la lluvia. No slo quisiera aadir una funcin ms a

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    los usos tradicionales del teonancatl en la regin de los volcanes, sino resaltar su milenaria presencia en una prctica sustantiva de los pueblos agrcolas como es el complejo ceremonial de peticin de lluvias, lo que nos remite, por ejemplo, a prcticas similares realiza-das probablemente en recintos teotihuacanos como el de Tepantit-la, donde se encuentra un mural representando una deidad acutica asociada con la vegetacin y la fertilidad, que preside las actividades de los seres que habitan un jardn paradisaco que se ha relacionado con el Tlalocan. La sugerencia de que en estos recintos se consu-man ritualmente hongos sagrados la hizo Gordon Wasson hace ya varias dcadas y me parece apropiado traer a cuenta esta interesante hiptesis. Encontrar en los umbrales del siglo XXI un ritual en el que se produce la ingestin de un entegeno para acceder a una dimensin espiritual y de este modo atraer las lluvias y controlar el temporal, en una regin cercada por ciudades modernas, nos habla de la continuidad siempre renovada de una muy antigua tradi-cin mesoamericana. Desde luego, esta tradicin ha sido permeada por la cosmovisin judeocristiana, esencialmente con la idea de un Dios creador gobernando el mundo y los seres que lo habitan.

    En su magnco libro Plantas de los dioses, Albert Hofmann y Richard Evan Schultes declaran que la ciencia actual desconoce la funcin que en las plantas tienen las sustancias que producen efec-tos psicoactivos en los humanos: El problema permanece sin ser resuelto. Sigue siendo un acertijo de la naturaleza el porqu ciertas plantas producen sustancias con efectos especcos en las funciones mentales y emocionales del hombre, en el sentido de su percepcin e incluso en su estado de conciencia. Pero adems, resulta que la estructura qumica de los principios activos de estas plantas (psilo-cibina, psilocina, mescalina, tetrahidrocanabinol, morna, etc.) est relacionada con la estructura qumica de las molculas que en el cerebro actan como neurotransmisores (ver el captulo de Enri-que Soto en este libro). Me tomo la libertad de pensar que esto no

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    LA REALIDAD ALTERADA

    es una simple coincidencia sino una afortunada conuencia del azar y la necesidad. La naturaleza dispuso semejanzas qumicas en ciertas plantas y en el cerebro humano y un buen da se encon-traron. Si partimos de la idea de que la conciencia humana es una de las formas que la naturaleza tiene para pensarse a s misma, no debe desconcertarnos la idea de que ciertas sustancias existan en las plantas y los hongos con el propsito de que el hombre las des-cubra consumindolas, y en esta comunin, la naturaleza se regale a s misma no slo un mundo sublimado por deidades, sino una conciencia ms profunda de su ser. Dice don Jess:

    Los honguitos que nosotros usamos son para lo de la lluvia, pero nos sirven a nosotros tambin para curarnos, pero casi de por s son para guiarse con la lluvia, y para no fracasar, por ejemplo que levante uno cosas malas en los cerros adonde vamos a pedir el agita. Porque nuestro trabajo es bonito, pero es muy peligroso... Los Remedios nos vienen sirviendo para defendernos del mal. Pedimos a Dios y Dios nos concede. A los Remedios hay que sa-berle. Hay que saber cmo se va a hacer el llamamiento, no noms se van a comer y ya va a llover, no, los mismos Remedios es siempre la fuerza de Dios, porque Dios le da a uno la inteligencia, porque el Espritu invisible se transmite en uno y eso es lo que da la explicacin. Y el que trabaje lo tiene que hacer permanente, no noms cuando se le ocurra, no, se tiene que dedicar de lleno, tiene que dedicar su vida a este trabajo. Por eso estas tradiciones, estas que hacemos ya vie-nen desde mucho atrs. Todas estas cosas que otros saban nos las fueron dejando. Aunque hay cosas que se vienen perdiendo, pero hay cosas que en el sueo vienen avisando: haz de esta forma, haz esto y esto, y todo eso nos favorece a nosotros. Pero porque los antepasados nos fueron dejando este camino.

    Hacia las diez de la noche, cuando el grupo estuvo reunido en casa de don Jess, pasamos a un cuarto amplio con un bao con-tiguo. La pieza tena una cama, sillas pegadas a la pared y el altar

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    familiar con las imgenes de la Virgen de Guadalupe, el Sagrado Corazn de Jess, san Miguel Arcngel, el Santo Nio de Atocha, el Seor del Sacromonte y un crucijo sobre una pequea mesa con un mantel limpio encima del cual estaban tambin los hongos frescos dispuestos en un plato. Nos sentamos en las sillas a comentar la cantidad que cada cual comera. Don Jess encendi un sahume-rio y lo coloc en el suelo, cerca de don Jos, el ms anciano de la congregacin, encargado de distribuir las raciones. Quien ms comi fue don Pedro, a quien le ofrecieron seis pares. Otras cuatro personas comieron ocho hongos cada una, yo cuatro, y don Jess y don Jos no comieron esa noche, tampoco lo hicieron otros dos miembros del grupo que nos acompaaron toda la noche rezando y atentos a lo que pudiera ofrecerse.

    Don Jess, de pie en el centro de la habitacin iluminada por las veladoras del altar, sostena en sus manos el sahumerio de barro del que salan borbotones de humo blanco. El cuarto pronto se con-virti en un ambiente nebuloso con olor a copal. Entonces inici el ritual diciendo:

    Santo Espritu de Dios que t trabajas en el Alto Cielo. Padre Santsimo, en estos momentos santos te invitamos a participar en un banquete espiritual, en este glorioso da. En este da Padre Santsimo te pedimos permiso para hacer un trabajo ms. En este da, Padre Santsimo, para darnos cuenta qu debemos hacer, Seor, para que tengamos tu gracia divina. Porque se han retirado ya, Seor, tus lluvias de gracia, tus lluvias de bendiciones, Padre Eterno, Padre Creador. Seor, t eres tan bondadoso y tan mise-ricordioso, que esperamos vengas desde el Alto Cielo hasta este lugar tan lindo Seor, este lugar desde el que te hablamos, Padre Eterno. Esperamos, Seor, que tomes en cuenta de lo que hacemos y de lo que pedimos en tu nombre, Padre Creador. As igualmente Seor, esperamos que no permitas aquellos malos espritus que vengan en este lugar, Seor. Con tu poder tan sagrado retralos, aljalos! Padre Eterno, que vamos a tomar la fuerza en tu nombre.

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    LA REALIDAD ALTERADA

    En tu nombre Seor recibiremos los mensajes del Alto Cielo a este lindo lugar, Padre Eterno, Padre Creador. Gracias te damos Seor porque tenemos la conanza en ti, que nos vas a tranquilizar con tus mensajes del Cielo a este lindo lugar Padre Santsimo, para que as podamos trabajar, seguir trabajando y seguir pidindote misericordia, seguir pidindote tus lluvias de gracia, tus lluvias de bendiciones para todo el universo entero, Seor. Por qu se ale-jaron? Por qu ya no nos dieron tus lluvias de gracia, Seor? Este mensaje esperamos, Padre Eterno, O qu debemos hacer, Seor? Hgase tu voluntad en el Cielo, en la Tierra y en todo lugar.

    Las palabras de don Jess son una apertura indispensable en la que se solicita el permiso divino para realizar la ingestin ritual de los hongos y recibir la Fuerza Divina que habr de comunicar el mensa-je que responda a los problemas y preocupaciones que se le plantean. Sus palabras declaran el propsito de la velada, piden proteccin y expresan claramente el sentimiento de absoluta dependencia hacia la voluntad divina. Al concluir, como en toda la regin de los volcanes se hace, se reza el Padre Nuestro, el Ave Mara y el Credo, oraciones que se repetirn una y otra vez durante toda la noche.

    Don Jess coloc el sahumerio en el piso y don Jos fue distri-buyendo los manojos de honguitos trazando con ellos cruces en el humo del copal mientras deca:

    En el nombre del Padre, del Hijo y del Espritu Santo. En el nom-bre de La Santsima Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espritu Santo. Fuerza Divina, te pedimos con fervor que nos vas a dar a entender por qu no entra el agua, por cul motivo... Por qu luego la encantan, verdad? As, Seor, te lo pedimos. Seor Jehov, Dios de los cielos y de la Tierra, que se haga tu santa voluntad as en el cielo como en la Tierra y en todo lugar. Padre mo, t eres un gua que ests en tu santsimo rmamento. Esperamos tu santa voluntad desde tu santo trono, desde tu santo rmamento donde vives y reinas con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espritu Santo.

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    En cada entrega que don Jos haca a los convidados sostena los Remedios en el humo del copal para puricarlos. Al recibirlos cada cual iba comiendo su racin despus de persignarse. Luego se rez el rosario dirigido por doa Mara, la nica mujer presente que tambin haba comido. Al terminar esta larga secuencia de ora-ciones vino un prolongado silencio durante el cual permanecimos con los ojos cerrados esperando la manifestacin del Santo Espritu de Dios en alguno de los participantes.

    Don Pedro fue el primero en declararlo. Anunci que haba un encanto en uno de los cerros cercanos al pueblo. Haba logrado ver dos pastores cubiertos con un manto negro. Dijo que se deba rezar el rosario en ese lugar y entrar en l con mucha precaucin (golpeando la tierra en cruz con una vara), dijo que se deban llevar una serie de objetos rituales que protegen al grupo (espejo, piedra de rayo, algodones, jcara) Con voz dbil, apenas perceptible, don Pedro advirti a sus compaeros: Vamos a sufrir todos, hermanos. La sequa va a continuar y vamos a sufrir todos. Ms tarde don Pedro pudo ver, en ese mismo lugar, un vaso con un remolino. A partir de ese momento nadie llam a don Pedro por su nombre, ahora lo llamaban Santo Espritu de Dios y se dirigan a l en un tono de extrema consideracin.

    Una vez que don Pedro dio su mensaje, Don Jess y don Jos se colocaron en el centro del cuarto, mirando hacia la cima del volcn Popocatpetl, el primero con el sahumerio en alto y el segundo con una vara de membrillo que simboliza la espada de san Miguel Arcngel. Don Jos inici entonces la peticin de lluvia diciendo:

    Santo Espritu de Dios que t ests en el Divino Rostro del Popocatpetl y en La Volcana de la Iztacchuatl. Seor Sacromonte de Amecameca, vengan los tres unidos con su fuerza divina. Padre Celestial que ests en el Alto Cielo, t eres el juez y t eres la au-toridad y t eres nuestro padre de todos los mundanos. T Seor

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    LA REALIDAD ALTERADA

    Jesucristo que ests en la Fuerza Divina, en este santo da, en esta santa noche, hoy veinticuatro, ya va a ser veinticinco, y ya estamos esperando tu gracia (la lluvia) y tu voluntad, Seor.

    Luego, girando hacia el Sur, se dirigi al Santo Espritu que tra-baja en las montaas de Chilapancingo, en san Jos de los Milagros, en el volcn de Salina Cruz y en los mares de Acapulco.

    Te lo pido encarecidamente, pasa con tu fuerza divina y trae las nubes en tu carroza, que vengan a regar estos campos que estn sedientos, que les hace falta la lluvia. Ya mis hermanos han puesto las plantas de siembra y no podemos hacer nada, por eso te lo pe-dimos encarecidamente, Padre Celestial.

    Don Pedro, que permaneca con los ojos cerrados, de pron-to exclam: Ya estn entrando, hermanos, en un momento estn adentro. Girando hacia el Oriente don Jos continu:

    A ti Seor te lo pedimos, que tu fuerza divina venga en la carroza para que vengan regando los montes, los llanos, las selvas y los valles. Que venga la corte celestial a hacernos compaa en este banquete espiritual. Ora seor del Oriente, que venga tu fuerza divina a regar esta tierra. Seor que ests en el Alto Cielo, te lo pido encarecidamente. Abre las puertas del cielo y que vengas del Oriente al Poniente. Que vengan a revestir todo, estos montes, selvas, llanos y valles. Que venga la fuerza celestial. Que pase su fuerza divina y rompa esos males que estn puestos, con tu poder divino, Seor. T eres la autoridad, t eres el juez de toda la huma-nidad. No tengas miedo Padre mo. En el nombre tuyo te pedimos que nos mandes tus lluvias de gracia, tus lluvias de bendiciones.

    Luego invoc a los espritus que trabajan en el poniente: Los montes de Chalma, el volcn de Toluca y las lagunas de Cempoala. Despus a los que trabajan en el oriente: en los mares de Veracruz, el Pico de Orizaba y el volcn de La Malinche.

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    Una vez convocados los espritus de los cuatro rumbos del uni-verso, se presentaron ante el Padre Celestial la palma bendita y una jcara roja, la primera sirve para proteger y desalojar malos espritus y la segunda para propiciar una distribucin equitativa del agua. Don Jos la sostena en sus manos mientras deca: Padre Celestial, te presentamos esta jcara. Ven con tu fuerza divina. Que esta agua puesta aqu sea como un puente. Que corra de Norte a Sur y de Oriente a Poniente. Mientras un ayudante vaciaba agua en la jca-ra, don Jos conclua con la bendicin.

    Es claro que en la concepcin de los trabajadores del temporal la fuerza divina se encuentra tanto en la lluvia como en los hongos. Cuando le coment a don Jess que los indios mazatecos piensan que los honguitos brotan de la saliva de Cristo o de su sangre, me respondi: Yo lo que tengo entendido de lo que es los Remedios, es que brotan de la misma fuerza de Dios. Y cul es la fuerza? El agua. El agua es la fuerza de Dios porque donde nacen hay agua. Siempre hay. Y cuando brotan es el temporal. Es la misma fuerza de Dios.

    Es esta una idea cclica de las fuerzas csmicas. La fuerza del Padre Celestial que se acumula en las nubes, desciende bajo la for-ma de lluvia y penetra en la tierra para hacer posible que desde su interior broten los hongos. Los hombres los colectan y al ingerir ritualmente esta fuerza, que pertenece a Dios, participan tambin de su naturaleza. Esto es lo que permite la aparicin, entre los asis-tentes al gape, del Santo Espritu de Dios. Es decir, al encarnar el Santo Espritu de Dios en la persona de un comensal, lo hace co-partcipe de su naturaleza divina. Entonces tiene la posibilidad de hacer un recorrido, un viaje, en el que se le mostrar aquello que ha pedido conocer. Despus, revelar en palabras lo que ha visto a sus compaeros.

    El espritu humano y el divino se han vuelto uno en la visin reveladora y en el lenguaje. Cada cual ha hecho su propio camino

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  • para encontrarse: la Fuerza Divina ha descendido como lluvia y se ha puesto al alcance de los humanos bajo la forma de un hongo. El hombre, al ingerir ritualmente este hongo ha elevado su espritu hacia Dios. Pero la nalidad de este encuentro con lo sagrado no es nicamente vivir una experiencia mstica, se persigue tambin una nalidad prctica, la de propiciar ms lluvia para favorecer el crecimiento de las plantas, principalmente del maz.

    La ceremonia termin al amanecer del da veinticinco. Durante la velada se haba localizado, a travs de revelaciones, dos lugares sagrados afectados por malecios. En los das siguientes se acudi a la cima de los cerros daados. Desde la primera ceremonia realiza-da en estos sitios, a nales de julio, comenz a llover, sin embargo no todos pudieron beneciarse con estas lluvias pues era dema-siado tarde para aquellos que haban sembrado a nales de mayo y principios de junio. Muchos campesinos perdieron la cosecha o tuvieron mazorcas pequeas con escaso maz. No obstante, como todos los aos, al concluir el ciclo agrcola le agradecieron a Dios por los favores recibidos... Dios deca Baudelaire es el nico ser que, para reinar, no tiene necesidad de existir.

    LA REALIDAD ALTERADA

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    Los caminos del poder entre los Chuta-Shin.

    Mazateca Baja

    JUAN PREZ QUIJADA

    Cuando me preguntaba cul sera el personaje ms poderoso de Ocuillan, quin de la familia Arandas, me responda que eran un bloque, donde se compaginaban perfectamente entre ellos y que probablemente ese era el secreto de su xito, tanto en lo econmi-co, en lo poltico, como en el control social que ejercan sobre la comunidad. Durante las estas pude ver la excelente organizacin y amplia cohesin, donde las ayudantas tambin participaron y no salieron a la luz diferencias entre ellos. Aquella familia extensa comparta esfuerzo y sacricio, que redundaba de diversa forma en inters y benecio para todo el grupo

    Ya llevaba varias semanas en cerro Ocuillan y comenzaba a sen-tir de nuevo el sndrome de encierro, el aislamiento, no tena caso permanecer ms tiempo ah por el momento, pensaba que ya haba reunido suciente informacin para avanzar en mi trabajo. Adems

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    LA REALIDAD ALTERADA

    se acercaban Navidades y senta que no tena nada que hacer all. Le dije a don Toribio que quera marchar al siguiente da y que pro-bablemente regresara en unos meses. Me haba despedido ya de sus hermanos y de cuantos conocidos me encontraba por las calles. Esta-ba decidido. El problema era que no saba con quin podra encontrar viaje de lancha para el regreso, pues la pasajera estaba descompuesta.

    Como si Toribio me hubiera ledo el pensamiento, dijo de impro-viso: Espera tres das, que yo salgo para Temazcal y te llevo... Pero antes te voy a pasear para que conozcas mi rancho. Vamos a hacer una comida all, y para que sepas las cosas que se dan por estas tierras y ce-lebres con nosotros. No creas que conoces mucho de por ac. Todava te falta. Te voy a ensear. Preprate para una bonita excursin.

    A la maana siguiente, desde temprano, iniciamos un da agra-dable de paseo en lancha entre aquella clida humedad que en-volva la tierra y el agua. Despus de visitar islas donde cientos de patos tenan sus nidos y ver despegar bandadas de pelcanos, nos detuvimos en una enorme isla con campos verdes, donde pastaba ganado ceb en gran nmero. Nos acompaaban la mam y la es-posa de don Toribio, as como el lanchero Julio y numerosos hijos y sobrinos y ms familiares sin identicar. Estbamos en el rancho de la mam de los Aranda. Nos disponamos a celebrar el cumpleaos de una hija de la ahijada muerta y haba tamales en abundancia. Don Toribio instal en medio del pasto una enorme consola que trasladaron en lancha desde la casa y que funcionaba con bateras, ah escuchamos las maanitas, canciones de Cri-Cri... y un LP que segn le haba regalado un amigo del INI. Cuando escuch no poda dar crdito, era la guitarra de Jimmy Hendrix, interpretando Neblina morada...aquella msica, en ese lugar, daba un aspecto de excentricidad que rompa todos los lmites de mi posible imagi-nacin. Dnde me encontraba y qu estaba haciendo all?

    Camin, platiqu, com, descans, sin poderme ubicar en aquel contexto, senta que me quedaba grande. Ya en la tarde, don To-

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    ribio se acerc a m con aparente seriedad trayendo entre sus ma-nos un pao blanco que abri, mostrndome un grupo de hongos recin cortados y preguntndome que si sabia de ellos, los llam shito. Le contest que no conoca aquellos hongos y que por ms que lo intentara no saba distinguir unos de otros, pero que haba odo y ledo acerca de Mara Sabina, Huautla y los hongui-tos alucingenos, de Wasson y Hofmann en diferentes partes, pero que en realidad no saba nada de ellos. Entonces me explic que eran medicina mazateca, que ellos se curaban as cuando estaban enfermos o tenan algn problema o una pena grande y tambin para el espanto y brujera. Me coment, en tono condencial, que haba un Shin de mucho poder cerca y que si me interesaba po-damos ir a visitarle para ver si quera darme los honguitos... Claro, siempre que yo tambin quisiera tomarlos, para conocer y curarme. T crees que ya conoces de por aqu, pero todava no sabes nada, no s si quieras ver un poquito de cmo son las cosas sentenci Toribio. Me qued atnito y no sin cierta curiosidad, mezcla de emocin y miedo, por lo que deca. De alguna manera le acept el reto y le dije que s, que estaba dispuesto a quedarme unos das ms para conocer los honguitos. En realidad, no saba por qu

    Yo te acompaar a tomarlos me dijo, no tengas miedo.Empezando la tarde, nos dispusimos a buscar en el potrero si-

    guiendo sus indicaciones, y guardndolos en hojas de pltano. Era un placer caminar por aquellas extensiones de prado verde y reco-lectar honguitos se converta en un juego placentero. Crecan en los alrededores o encima del excremento del ganado. No era dif-cil reconocerlos, prcticamente no haba otras variedades. Pronto llevaba unos pequeos montones que llamaban familias. Estaban limpios y frescos y no dejaban de imponerme cierto respeto, tanto por lo desconocido, como por lo imprevista que estaba resultando aquella situacin. Una vez que reunimos bastante cantidad, don Toribio se despidi de las mujeres y le dej encargado a Julio, el

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    LA REALIDAD ALTERADA

    lanchero, para que los regresara a cerro Ocuillan. Nosotros subimos a su lancha y nos dirigimos entre multitud de islotes slo poblados por aves acuticas, navegando por lugares silenciosos y desconoci-dos para m, a visitar al Shin, amigo de Toribio, para ver si estaba disponible y aceptaba una sesin conmigo.

    Cuando detuvimos la lancha en alguno de aquellos islotes, qui-zs diez minutos despus, subimos ms de doscientos metros por una loma de ligera pendiente hasta acercarnos a dos palapas que estaban a corta distancia una de otra, en medio de un palmar. Entre el revuelo de aves de corral, puercos, ovejas, nios y perros, iban destacando las guras de algunas mujeres y varios hombres. Es-taba bastante aturdido y jadeante por lo imprevisto y rpido que transcurra todo. El acaloramiento de la subida y la impresin de no saber bien en qu me estaba metiendo y lo que iba a encontrar me empezaba a atemorizar seriamente; dudaba y estaba dispuesto a echarme para atrs de aquella precipitada decisin. Mis pensa-mientos se cortaron, al momento que don Toribio se detuvo ante un hombre descamisado y descalzo que se haba adelantado un poco hacia nuestra subida y que ahora estaba quieto esperando y observando con cierta curiosidad.

    Se saludaron amablemente, con trato de compadres y habla-ron unos minutos en la lengua. Luego aquel hombre me tendi la mano y se present, Lucio, su cara morena miraba con unos ojos profundos y amables, dentro de una sosegada quietud y rmeza. Vienes a curarte o a desengaarte?, pregunt con calma diri-gindose a mi.

    Yo no saba qu responder, ni siquiera entend el sentido de la pregunta. Dud y contest que a curarme. Me daba cuenta de que no me haba sentido muy bien despus de una operacin que sufr meses atrs, por lo que de alguna manera consider que deba so-meterme a cierta curacin.

    Entonces vengan maana, no comas en el da, tan slo bebe

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    LOS CAMINOS DEL PODER ENTRE LOS CHUTA-SHIN

    agua y descansa lo que puedas, recomend.No les digo que pa-sen ahorita, porque tengo gente atendiendo.

    Don Toribio le entreg los montones de hongos que habamos recogido anuncindole que l me acompaara en el viaje al si-guiente da. Lucio nos encamin hasta la lancha, con algunos de los muchachos, quienes se despidieron amablemente de nosotros.

    Al irnos alejando me senta cada vez ms confuso y aturdido, el calor me haca sudar copiosamente y senta una especie de mareo y ansiedad. No saba bien el alcance de aquella decisin, qu tanto que-ra tener aquella experiencia, o si me haba dejado llevar tontamente empujado por lo que pareca ms bien la intencin de don Toribio.

    Cuando llegamos a cerro Ocuillan don Toribio me acompa un rato en la casa para calmarme, porque sin duda se dio cuenta de mi nerviosismo y duda angustiante. Abord el tema de los hongos sin mayor ceremonia. Me dijo que no tuviera miedo, que eran me-dicina, que l as se haba curado ahora que falleci su ahijada, por-que al principio estaba como loco de dolor y no poda compren-der su muerte tan repentina. Tambin que all, en su pueblo, desde su mam hasta los hijos lo tomaban para curacin y que todos as lo hacan y que causaba llanto y a veces mucha risa, sobre todo en los nios. Por eso tambin los llamaban los nios de Dios, segn la expresin que le dieron los nahuas.

    El shito te ensea cmo estn las cosas, la verdad de las cosas. Ves cmo son, as de clarito, clarito y eso te ayuda a curarte de toda tu enfermedad. Y lo que quieras preguntar, te va a contestar y hablar de muchas maneras, y si haces cosas que no quieres hasta te regaan tambin, porque tienes que hacer lo que t de verdad sien-tas. Despus de una pausa, aadi: Pero dao no te hacen, eso de que te vuelvan loco y cosas as. Aqu todos los tomamos, siempre los tomamos, y no por eso estamos locos, te vuelven ms cuerdo.

    Mi pensamiento me llevaba a cuestionarme cmo aquellas plan-tas podan curar enfermedades tan diversas y le pregunt:

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    LA REALIDAD ALTERADA

    De veras, de veras curan los honguitos? Cmo y qu tipo de enfermedades se pueden tratar?.

    De todas, del cuerpo y del alma, si sanas unas, sanas otras. El alma y el cuerpo son una sla cosa -contest-. A ver, t sabes cmo camina la enfermedad? La enfermedad est no slo en el cuerpo, no empieza por ah, va entrando y te cambia toda la vida. Empiezas de malas y corajudo o espantado, triste y con miedos, y te vas sintiendo cada vez peor. Vaya, que la enfermedad no se cura slo con tratar tu cuerpo con medicamentos. Hay que atajarla y sacarla para afuera.

    Y cuando es una operacin como de apendicitis?, le pregunt.Pues vas y te operas y te quitas la infeccin con penicilina, yo

    mismo as medico a muchos de mis paisanos, y luego decides ir con algn Shin para sanarte y para que te ayude a sacar la enfermedad, que no siga rondando por el cuerpo y te gane con otras ebres.

    Creo que hablamos de cosas distintas le interrump, nervio-so; si las medicinas o las cirugas ya te quitaron la enfermedad, slo tienes que restablecerte, de qu ms tienes que curarte?

    Don Toribio me respondi con gran paciencia:Las gentes de por ac nos enseamos que la enfermedad es

    diferente a como t dices que la conoces, es ms, segn lo que pla-ticas, t no la conoces, porque ni siquiera tratas de escucharla, ni la sientes, hasta que ya te gan. Slo dices que vas al mdico para que te quite del cuerpo el dolor, como si no fuera tuyo, sin poner nada de tu parte. Hablas de tu cuerpo como si fuera una cosa distinta de ti. Pero la enfermedad no slo est en la parte del cuerpo fsico. Tambin es un aire que entra desde tu espritu y que te recorre, daa y enfra hasta que puede devorarte tu alma y el cuerpo.

    Todo esto que me cuenta se me hace increble y difcil de entender, no digo que no pueda ser cierto, pero no alcanzo a rela-cionar la enfermedad con algo que no se ve en el cuerpo, como si fuera un ente con conciencia propia.

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    Claro que entiende y por eso se puede sacar continu en el mismo tono; todas estas preguntas que me haces quieren decir que no crees ms que en lo que t quieres creer y as te cierras las puertas a conocer lo que hay ms all de tu pensamiento. Cuan-do el shito te ensee y veas cmo estn las cosas, entonces te vas a desengaar. Es cmo que te van a quitar una venda de los ojos. Entonces podrs darte cuenta de la enfermedad y ver por qu causa entr en ti. Sentir cmo entra, corre y escarba en algn lugar de tu cuerpo. Cada quien tenemos nuestra manera de enfermarnos, pero si no entendemos el por qu y cmo nos enfermamos, tampoco nunca vamos a saber cmo sanarnos. Se te van a hacer presentes muchas cosas que dices no ver y no sentir... Cuando Lucio te dijo si ibas a desengaarte, no entendiste, l vio que no tienes la creen-cia, pero cuando te destapes, podrs ver cmo son las cosas y tu manera de estar en el mundo cambiar.

    Creo que hablamos de dos maneras de ver la enfermedad, dos educaciones culturales diferentes. Y no puedo entender en qu consisten estas diferencias, tuve que decir, resignado, protegindo-me en mis pensamientos.

    La enfermedad es mucho ms de lo que t crees como asunto f-sico, trat de insistir un poco incmodo. Aunque con medicamentos nos podamos sentir bien por un tiempo, stos no sacan la enfermedad de dentro, los antibiticos no curan el alma, ni el cuerpo. Al pasar un tiempo reaparece otra vez, y nos vienen dolores en una u otra parte del cuerpo y llamamos a la enfermedad de una u otra manera, pero ah sigue rondando, no hemos sanado. Y eso es lo que puedes apren-der con los shito. Segn todo esto, como yo lo entiendo, es que todos estamos enfermos, que llevamos la enfermedad adentro.

    Algo as, de alguna manera dijo tratando de consecuentarme. Todos llevamos nuestras enfermedades a lo largo de la vida, a ve-ces con dolores y problemas agudos, y otras con calma. Nos vamos curando cuando nos vamos conociendo y cambiando para que la

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    LA REALIDAD ALTERADA

    enfermedad ya no tenga lugar en nosotros... T s que ests enfermo, de alma y de cuerpo, el miedo se te nota en todo momento, descon-fas y tienes temor de todo. Esa es tu gran enfermedad. Seguro que cuando se te presenta, te tumba con ebres y gripas, o te pega en la panza o los riones, seguro no te atreves ni a mear, quin sabe qu otro tipo de cosas. T slo te jas en los efectos y crees que el efecto es la enfermedad, pero no sabes dnde est la mera mera, ni te atre-ves a buscarla. Para ti los miedos los ves como resultados secundarios y ni siquiera tratas de tomarlos como enfermedad. Seguramente si intentaras reconocerlos los calmaras tantito.

    Me senta un poco molesto por sus palabras.Entonces pregunt, para qu se necesitan los mdicos, segn

    esto? Usted me habla de los shito como si fueran personas, es ms, como mdicos maravillosos, que curan mgicamente.

    Te escapas por otros lados, seguro son tus miedos los que te empujan para que no entiendas. Pues aunque no lo creas, segua con su mismo tono, los shito son ms que gente, son seres que te pueden mostrar, hablar, llevar, ensear y tambin sanar. El shito te va a pre-sentar los temores que te produjeron las dolencias de tu cuerpo para que comprendas las causas y te ayuden a curar, para que no regresen otra vez las situaciones de miedos que avivan la enfermedad.

    Entonces le repliqu, para qu van con un Shin? No entien-do que haga falta, segn esto los shito son sucientes para curar.

    Don Toribio adquiri un tono grave, tratando de concentrarme la atencin. Mira, te dir algo para acabar. Un Shin es muchas cosas, pero algo que puedo decirte es que es el mismo shito. Se identica con shito. Un Shin lleva a fundirse de tal manera que por l hablan y cantan, ven y curan, ren y bailan los shito. Aqu, los mazatecos, vamos con el Shin para que nos gue en el viaje, conocer y curarnos, concentrarnos y trabajar y as no perdernos o distraernos en las cosas que no son. A veces la enfermedad puede estar dormida, los shito nos despiertan y nos encontramos con los

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    miedos que nos agarran y atrapan y el Shin, entonces, nos acom-paa y nos ayuda a localizar y entender. Algunos Shin chupan y vomitan para empujar la enfermedad hacia afuera. A veces tarda en salir y otras noms no se deja y queda acompandonos.

    Senta la situacin ms relajada. Entonces, cunteme algo de don Lucio, si es bueno como Shin, hay otros ms por aqu como l?, me surgan mltiples preguntas.

    No hay tantos desde que se inund por la presa. Antes s haba como en la sierra, donde hay hartos. Despus de la inundacin slo algunos siguieron trabajando con shito. Don Lucio anda por aqu desde hace como quince o veinte aos. Antes no curaba, pero ya lleva un buen de tiempo y es poderoso y reconocido. Es chupador y tambin lee el maz. Vienen desde Ixcatln y Temazcal y desde Veracruz. Llega mucha gente. No a todos les da los shito, ni las mismas tomas, l sabe lo que le conviene a cada quin, porque ve lo que traes dentro.

    Terminada la ltima frase, repentinamente se levant. Despidin-dose amablemente, sali de la casa desendome buenos sueos.

    Me senta cansado. Era un tumulto de respuestas, la mayora de las cuales me dejaban ms confuso y no senta que llenaran lo que realmente quera saber. Estaba metido en una gran incertidumbre. La actitud de don Toribio era nueva para m, algo que me impacta-ba enormemente. Tanto como los honguitos mismos. Yo pensaba, como antroplogo, que tena una caracterizacin amplia de este hombre, cuando de pronto apareci una vertiente insospechada en su manera de ser y de vivir el mundo que expresaba con gran naturalidad y con la que me mostraba que conoca ms de m de lo que yo poda haber imaginado. Bajo la mscara de antroplogo siempre tenda a creer que era yo el que conoca a los dems y que los otros ignoraban quin era yo. Esta nueva situacin me daba mucha intranquilidad. Ahora no s qu tanto ms saba l de m que yo de l, pero lo que s tena claro es que de pronto estaba ante

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    LA REALIDAD ALTERADA

    otro don Toribio y la idea que yo tena formada hasta unas horas antes probablemente expresaba un esquema irrelevante de su vida. Esto me meta en una gran inseguridad y, por qu no, despertaba mis temores. La opinin que tena formada sobre su personalidad y comportamiento, ahora se me mova. Por otro lado, nunca hu-biera imaginado que l tuviera un conocimiento acerca de m y ni siquiera que l tuviera formada una imagen que tocaba las ms intimas debilidades de mi personalidad. De pronto me pregunt qu tanto quisiera que aquella gente supiera de m, de mi vida, y empezaba a pensar que lo mejor sera echarme para atrs y no me-terme en aquel asunto que se tornaba amenazante y me daba una total inseguridad. Toda la conanza depositada en aquella comuni-dad se tornaba de pronto en un terreno movedizo. Metido en estos conictos de pensamiento, agotado, ca dormido.

    La maana siguiente no resolvi en mis pensamientos aquel es-tado de ansiedad. Me senta desnudo ante una cultura de la que desconoca prcticamente todo, cuanto ms me sumerga en su in-timidad. Don Toribio no apareca. Cuando sal de la casa pude ver de espaldas a su hermano Naio platicando con su hijo y con Julio. Cuando me acerqu a preguntar si haban visto a don Toribio, me contestaron negativamente con gestos y siguieron su conversacin sin darme ninguna atencin. No saba qu hacer, pero tena ganas de gritarles que no quera saber nada de aquel viaje de honguitos. Me volv a sentir prisionero en aquel lugar donde mis desplazamientos dependan de otros. Nuevamente quera marcharme de una vez, y estaba enojado conmigo mismo por no haber tenido la capacidad de decisin de imponerme el da anterior, en vez de aceptar ir a la esta de nios. Me senta bajo su poder, o as lo pensaba al menos.

    Ya era ms de media tarde y las cosas seguan igual, cuando se pre-sent Naio a buscarme en la casa donde estaba acostado esperando alguna noticia. Con su seriedad e indiferencia habitual y sin apenas dirigirme la mirada, anunci que ya era hora de partir a casa de Chalo.

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    Yo te voy a llevar, porque Toribio est indispuesto dijo con naturalidad, estuvo tomando todo el da con sus cuates y no est en condiciones de acompaarnos. Te espero en la lancha, voy car-gando la gasolina.

    Ahora entenda menos todava, ni siquiera don Toribio, mi ms cercano apoyo, me acompaara en aquel trance desconocido. No obstante y sin saber por qu, obedec dcilmente.

    Despus de subir una buena cantidad de tiles que cre necesa-rios para pasar la noche en no s qu condiciones, trep a la lancha que ya estaba con el motor prendido y decid relajarme y gozar del panorama lacustre. Julio iba manejando en la parte trasera y Naio estaba sentado en la proa mirando jamente hacia adelante, sin mo-verse, dndome la espalda, en parecida posicin a cuando fuimos a cazar patos. Los reejos del atardecer sobre el agua y las aves regre-sando a sus palmares hacan de la travesa un paisaje encantador. No dur mucho tiempo el sosiego. De un momento para otro, Naio se volte mirndome por primera vez a la cara. La fuerza y decisin de su mirada me hizo saber que no hablaba por hablar.

    Vas a viajar conmigo. Te voy a guiar. Hoy me vas a conocer.De pronto se me revelaba otro Naio completamente diferente de

    aquel personaje gris y anodino que haba hecho aparecer ante mi imagen de l. No contest nada porque en realidad no saba ni qu decir; peor: estaba atnito. Aquello an me gust menos. Su her-mano me inspiraba seguridad y amistad. Ahora, en cambio, entraba en el desconcierto de lo que poda esperarme, y segn estaban las cosas, tena que depositar mi conanza justo en la persona que ms desconoca y que ms amenazante senta. Ahora s estaba solo.

    Despus de media hora larga desembarcamos cuando la tarde ya estaba cada. Pude apreciar mejor a la distancia la ubicacin de aquellas dos palapas, salpicadas por el palmar en diferentes dispo-siciones dentro del paisaje y desde donde afortunadamente pro-yectaban un ambiente calmado y tranquilizante. Bajaron corrien-

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    LA REALIDAD ALTERADA

    do hasta la lancha un grupo de chamacos escalonados en tamao, sonrientes, descalzos y sin camisa, quienes con una actitud cordial y conada nos ayudaron a cargar la mochila. Hablaban entre ellos mazateco aunque a m se dirigan en espaol. Lucio estaba para-do arriba, perfectamente quieto, esperando a que nos acercramos. Cuando llegamos a su altura nos salud cordial; dirigindose a m primero con una amplia y bondadosa sonrisa, me dijo:

    Ya listo? Qu bien, qu bien. Ahora s vas a ver cmo estn las cosas por ti mismo. Vamos a viajar bonito, bonito, as tiene que ser... Los shito te van a llevar a muchos lugares y te van a ensear lo que t quieras, lo que t les pidas.

    Luego, dirigindose a Naio le salud con un abrazo de compadre.Sin cambiar el tono amable de la conversacin continu ha-

    blando con Naio mientras nos dirigimos hacia la palapa, de donde sala un olor a copal suavizante. Por primera vez en mucho tiempo me senta en calma.

    Tambin yo voy a tomar con ustedes dijo Lucio. Vamos a trabajar y concentrarnos muy bien y subir hasta lo ms arriba. La seora nos va a cuidar. No tengas miedo, queda tranquilo.

    Estaba cercana una mujer gera, agradable y sonriente, cercana a los cuarenta y cinco aos, mazateca, que se present con gran na-turalidad. Aunque me encontraba ms tranquilo tena demasiadas preguntas y a la vez no saba qu decir, as que mejor me limit a callar despus de saludar. Supongo que vio mi cara de preocupa-cin y estupor y me dirigi palabras para calmarme.

    No tenga cuidado, le vamos a cuidar dijo la mujer, va a ver cmo est todo por all arriba. Aqu est en buenas manos.

    Estar dentro de la palapa marcaba una diferencia enorme aun-que difcil de explicar. La calidez del piso de tierra, los otates de las paredes y la palma del techo daban un aislamiento del exterior notable con lo liviano de la construccin. Las veladoras prendidas del altar retacado de imgenes de santos y mltiples objetos junto

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    con las ores y plumas de aves, pintaban de un colorido y armona difciles de conseguir por muy a propsito que se intentara repetir. La calma y tranquilidad que emanaba aquella estancia creaba una atmsfera de suspenso y silencio que la aislaba del resto del mundo. El altar enmarcado en el frente de la palapa con el alto techo de cada triangular de palmas perfectamente trenzadas, daba la sen-sacin de estar en el vientre de un templo, remoto y primitivo, donde las hojas que colgaban a manera de aleros dejaban pasar la luminosidad del viento.

    Aquella quietud relajaba mis temores, que estaban prestos a sal-tar ante cualquier motivo. Me encontraba ya sentado, ante el altar, en un petate sobre la tierra. Anocheca. A varios metros del otro costado del altar, Naio, sentado en una silla, pareca dormitar rela-jado e indiferente. La Gera, atenta y en silencio despus de atizar la copalera, pas a sentarse en un catre en un espacio ms alejado y oscuro. Sostena una linterna apagada en sus manos. Su presencia era fuerte y me inspiraba gran seguridad. Lucio se mova de un lado a otro despacio, trayendo cosas del altar a la mesa y colocando pequeos manteles con los honguitos y otros objetos desconocidos para m. El silencio dejaba transcurrir el tiempo de los prepara-tivos. Miraba mi reloj sin saber para qu, tratando de ubicarme en la temporalidad a la espera de aquella noche que se anticipaba bastante especial.

    Cuando Lucio pareci haber terminado los preparativo se acerc a m y me pidi que me adelantara hasta la mesa. Me sostu-vo el pulso unos segundos; despus, acercndose a Naio que no se mova de la silla, repiti la misma operacin. Acercndose de nuevo a m que permaneca ante el altar mirando fascinado aquel tumulto de estampas y velas me pregunt y repiti mi nombre, dicien-do que me sentara cmodo en el lugar escogido para pasar unas cuantas horas... Levant la copalera prendida hasta lo alto del altar y comenz una serie de oraciones y letanas del santoral cristiano

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    LA REALIDAD ALTERADA

    mezclado con lengua mazateca, mientras organizaba tres montones de honguitos sobre pequeos manteles blancos. Ante cada uno de ellos repiti nuestros nombres y el de nuestros protectores, copa-leando cada montn. Luego hizo entrega de los mismos recomen-dando tomarlos por pares al ritmo que yo quisiera. Pude observar que mi montn era el ms grande, como unos diez pares.

    No son muchos? pregunt inquieto.Son los tuyos, los que te tocan contest. Por el pulso yo s lo que

    necesitas. Ests fuerte. Aunque tienes el latido del corazn rpido por los nervios, eso no le hace... Si te cuesta pasarlos, bebe tantita agua.

    Naio empez a comer con toda pausa y Lucio an no empezaba.Yo me espero tantito, para irnos todos juntos seal... Aqu

    puedes rer, llorar, hacer lo que quieras, te cuidamos. Cuando sien-tas que subes concntrate para ver mejor y trabajar.

    Le dije que s a todo pero sin entender nada de lo que quera decir, claramente no era momento. Aunque tena la boca seca, el sabor indeniblemente cido de la psilocibina en las papilas me haca segregar una gran cantidad de saliva. No me resultaba fcil de tragar, aunque no era desagradable, s era un sabor completa-mente nuevo para m. Cuando termin de comer, Lucio se acerc y tomndome la mano pas su pulgar sobre la palma, hacindome notar que se estaban poniendo ms calientes y hmedas y que ah poda ver cmo iba subiendo el viaje. Luego frot los brazos, an-tebrazos y muecas con el piciate y jal de las articulaciones de mis dedos. Hizo lo mismo con Naio y luego se sent a tomar su dotacin de shito. Apenas hubo terminado, se levant automtica-mente de nuevo hacia el altar y recomenz algunas de las oraciones ya recitadas as como canciones en mazateco junto con tarareos y silbidos. Mova sus brazos hasta media altura, con una cadencia y soltura parecidas a una danza oriental llena de armona. Yo mismo me tomaba la temperatura de las manos y senta los cambios, tam-bin de la humedad... La palapa iba cobrando otra dimensin, la

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    relacin de los objetos entre s cobraba nuevos sentidos. El espacio estaba cambiando y tambin el tiempo. Me daba la impresin de que haba pasado ms de media hora y cuando volva a mirar el reloj no haban transcurrido ms de diez minutos. El sonido era otro. Ahora empezaba escuchar el cuarto poblado. De un rincn salan pequeos dilogos de una gallina con sus polluelos y llega-ban los sonidos de patos en la lejana que se sintonizaban con los gruidos de los animales fuera de la palapa. A la vez que todos los sonidos se podan separar, se unan y sincronizaban en una meloda total... Estaba embelesado viendo los cambios de tono de la luz de las velas, como una danza de colores, cuando Lucio me hizo volver de mi ensimismamiento...

    Ya vamos a despegarnos, sultate, cuando sientas que te jalan djate llevar.

    Se acerc hasta m y pas algo hmedo por mis sienes y cabeza, volviendo a estirar las articulaciones. Se dirigi al altar y apag to-das las velas... entonces me di cuenta de las chispas de luz que vea por todo el interior de la palapa, las formas geomtricas y colores formaban un espectculo increble hacia donde dirigiera la vista Todo cobraba nueva vida y nuevas formas. Sent que era empuja-do por un callejn oscuro hacia un carrusel de luces y colores La velocidad era imparable y empec a