por saki (h. h. munro) - revistadelauniversidad.unam.mx · por saki (h. h. munro) t odas las...
TRANSCRIPT
EUNIVERSIDAD DE MEXICO
,
EPor SAKI (H. H. Munro)
T ODAS LAS historias de cacería soniguales -opinó Clovis- de la misma manera que son idénticas todas
las historias de carreras de caballos, ytodas ...
-Mi historia de cacería no se pareceni pizca a ninguna otra que usted hayaescuchado- dijo la Barone·sa. -Sucedióhace ya algún tiempo, cuando andaba porlos veintitrés años. Entonces no vivía separada de mi marido: ninguno de los dosestaba en condiciones de mantener alotro, Digan 10 que digan los proverbios,la pobreza mantiene unidos a más hogares de los que separa. Sin embargo, siempre salíamos de caza con jaurías diferentes. Todo esto nada tiene que ver con mihistoria..
-Todavía no llegamos al sitio de reunión, Me imagino que hubo un sitio dereunión - dijo Clovis.
-Claro que lo hubo -repuso la Baronesa-, Allí estaban todos los de costumbre, especialmente Constance Broddle.Constance es una ele esas chicas enormesy floriela que tan bien encajan en el. ~;~rt;(" oto"'al o en los decorados ele Na-
ir'ad de una iglesia. "Tengo el presentimirnto de que algo horrible está a punto'. c""""'pr", [lijo: "¿Me veo pálida?" Se,'a 1;!!1 "álida como un betabel que de
pronto ha recibido una mala noticia."Te ve mejor que de costumbre", le
dije, "pero eso no te cuesta ningún esfuerzo". Antes de que Constrtnce pudieracalar mi respuesta, cosas m2.s importan:tes redamaron: nuestra atelición; los saDue os' habían encontrado a' un zorro es<{:ondido -en- UReS ·matorrales de tojo.
-Lo sabía -dijo Clovis-. En todaslas historias de caza que he escuchado enmi vida aparecen un zorro y unos matorrales de tojo.
-Constance y yo íbamos bien montadas -continuó, serenamente, la Baronesa- y no tuvimos dificultad alguna encumplir la primera carrera, aunque fuebastante dura. Hacia el final, sin embargo, acaso nos independizamos en exceso,pues perdimos a los sabuesos y nos encontramos cabalgando sin rumbo a lolargo de kilómetros de lejanía. La situación era algo desesperante, y mi mal humor se desarrollaba por centímetros, cuando al pasar por un servicial vallado nosalegraron la vista unos sabuesos que ladra ban con todas sus fuerzas en un huecoa nuestras espaldas,
"i Allí van i", gritó Constance, y añadió con sorpresa: "En nombre del cielo,¿qué es lo que están cazando?"
Era obvio que no se trataba de cualquier zorro mortal. Con una altura másde dos veces la usual, tenía una cabezacorta y fea, y un cuello enormementegrueso.
"i Es una hiena i", gritó Constance."Debe haberse escapado del parque deLord Pabham."
En ese instante, la bestia perseguida seregresó y dio la cara a sus perseguidores.Los sabuesos (habría tan sólo una docena) se detuvieron en semicírculo con caras de tontos. Sin duda, se habían desprendido del resto de la jauría al sentireste olor extraño, y ahora no sabían, conexactitud, qué tratamiento dar a su presa.
La hiena saludó nuestra llegada con a1i-
"io -de esto no me cabe duda- y condemostraciones de amistad. Estaba acostumbrada, quizá, a la uni forme bondad delos hombres, en tanto que su primer contacto con una jauría de sabuesos le habíacausado mala .Ítnpresión. Los sabuesos parecían más desconcertados que nunca,mientras la presa alardeaba de su nuevaintimidad con nosotros. Un ligero y lejano trompetazo dio la bienvenida señalpara que los p'erros partieran sigilosamente. Constance, la hiena y yo, fuimos abandonadas en el repentino atardecer.
"¿ Qué vamos a hacer", preguntó Constance.
"Te encanta hacer preguntas", dije yo."No podemos pasar la noche aquí, con
la hiena", respondió."Desconozco tus ideas acerca ele ta
comodidad". dije, "pero yo no pasaríaaquí la noche, incluso sin la hiena. Mihogar será poco feliz, pero por lo menostiene agua caliente y fría, criados y otrosservicios que no encontraríamos en esteparaje. Vayamos mejor hacia ese promontorio de árboles a la derecha; me im:lgino que el camino de Crowley no andalejos."
Trotamos despacio a 10 largo de unadi fusa vereda para carretas mientras,alegremente, la bestia nos pisaba los talones.
"¿ Qué diantre vamos a hacer con lahiena ?", vino la inevitable pregunta.
"¿ Qué crees que se acostumbra hacercon las hienas ?", pregunte malhumorada.
-"Nunca he tenido relaciones con unahiena anteriormente", dijo Contance.
SU RREALISJ\iO
UNIVERSIDAD DE MEXICO
"Pues yo tampoco.' Si por lo menossupiéramos su sexo, le podríamos dar unnombre. Quizá la llamaremos Esmé. Sirvepara ambos casos.
La luz, aún suficiente, permitía distinguir los objetos al borde del camino, Jnuestros deprimidos espíritus se animaronun poco cuando observamos a una pequeña niña gitana, semi-desnuda, que reco~
gía moras en un matorral. La súbita aparición de dos amazonas' seguidas de 'cméihiena motivó un agudo llanto de la niña:En todo caso, de esa .fuente no habríamo$obtenido ninguna información geográfi~ca de utilidad. Existía, sin embargo, l~
posibilidad de encontrar un campamentqgitano sobre nuestra ruta. Seguimos tro"tanda -con esperanza y sin resultado-----;una milla o más. .
"¿ Qt;é hacía allí esa niña?", preguntó,al cabo, Constance.
"Recogía moras. Es obvio.""No' me gustó la manera como llar'aba",
insistió Constance. "Me parece que suschillidos siguen sonando en mi oído."
N o reclamé a Constance sus morbosasfantasías. De hecho, la misma sensaciónde sentirme perseguidá por un persistente, inquietante berrido, se había ido insinuando sobre mis fatigados nervios. Enaras de la buena compañía, le grité aEsmé que se había retrasado bastante.Con. unos cuantos elásticos saltitos, lahiena llegó hasta nosotros y se disparóhacia adelante, pasándonos.
El acompañamiento de chillidos se explicó enseguida. Firme, y supongo quedolorosamente, la niña gitana viajaba enel hocico de Esmé. .
"¡ Santos cielos !", gritó Constance."¿ Qué diantres haremos? ¿ Qué vamos ahacer ?"
Tengo la plena certeza de que, en elJuicio Final, Constance hará más preguntas que cualquiera de los serafines.
"¿ No podemos hacer algo ?", persistiólagrimeando, mientras Esmé se paseabaa medio galope al frente de nuestros cansados corceles.
Personalmente, yo hacía cuanto se meocurría en ese momento. Insulté y regañé y halagué en inglés y en francés y enel lenguaje de los guardabosques; azotéabsurda e ineficazmente el aire con milátigo de caza; arrojé mi porta-sandwichessobre el bruto; en verdad, no sé podríahaber hecho más. Y sin embargo, seguimos avanzando en e! crepúsculo, cadavez más denso, con la oscura, tosca forma arrastrándose pesadamente frente anosotros, y un zumbido de lúgubre música flotando hacia nuestros oídos. De repente, Esmé brincó a un lado y se introdujo en un espeso matorral a donde nopodíamos acompañarla; el gemido se convirtió en aullido, y enseguida cesó deltodo.
Siempre cuento muy por encima estaparte, porque en realidad fue bastantehorrible. Cuando la bestia se reunió connosotros, le notamos un aire de pacientecomprensión, como si supiera que habíacometido un acto para nosotros censurable, pero que a ella le parecía muy justificado.
"¿ Cómo permites que esa bestia voraztrote a nuestro lado?", preguntó Constance.
"En primer lugar -contesté- nopuedo evitarlo. En segundo, dudo muchoque en este momento, sean cuales fueransus defectos, la hiena sienta voracidadalguna."
Constance se estremeció. "¿ Crees quela pobre criatura sufrió mucho?", exclamó ca notra de sus inútiles preguntas.
"Todo parece indicarlo -dije-o Porotra parte, desde luego, pudo haber llorado por puro mal humor. A veces, estoles sucede a los niños." .
Reinaba una oscuridad completa cuandollegamos a la carretera principal. Un relampagueo de luces y el ruido de un motor nos pasaron al mismo tiempo a unadistancia poco reconfortante. Un segundomás ·tarde, escuchamos un golpe seco yun chillido punzante. El automóvil se detuvo, y al. regresar al sitio exacto encontré a un joven hincado junto a una masaoscura e inmóvil.
"¡Ha matado usted a mi Esmé!", exclamé con amargura.
"Lo siento de veras", dijo el joven. "Yotambién tengo perros, de manera que entiendo su malestar. Haré cualquier cosapara reparar el daño."
"Por favor entiérrela en el acto", res¡::ondí. "Creo que es lo rnenos que puedopedirle."
"Trae la pala, William", le dijo el joven a su chofer. Evidentemente, la contingencia de rápidos entierros al borde dela carretera había sido prevista.
Excavar una tumba de cierta dimensión tomó algún tiempo. "¡ Qué esplénelida bestia !", elijo el joven cuando el cadáver era arrojado a la tumba: "Temoque se trataba ele un animal muy valioso."
"Obtuvo el segundo premio en el concurso ele cachorros en Birminghan el añopasado", respondí con resolución.
Constance bufó ruidosamente."No llores, querida", dije con la voz
quebrada, "fue tan rápido. N o pudo haber sufrido mucho."
EL
Dibujo infantil
(Viene de la pág. 2)
se levanta de su tumba de lugares comur:es y coincide con e! hombre. En ese momento paradisíaco, por primera y únicavez, un instante o para siempre, somosde verdad. Ella y nosotros.
Arrasado por el humor, recreado porla imaginación, el mundo no se presentaya como un "horizonte de utensilios" sinocomo un campo magnético. Todo está viva: todo habla o hace signd.s; los objetosy las palabras se unen o' sep<iran conforme a ciertas llamadas misteriosas; la yedra que asalta el muro es la cabellera verde y dorada de Me!usina. Espacio y tiempo 'vuelven a ser lo que fueron para losprimitivos: una realidad vivientt}" dotadade poderes nefastos o benéficos.; algo, ensuma, concreto y cualitatiyo, no una simple extensión mensurable. Mientras elmundo se torna maleable al deseo, escapade las nociones utilitarias y' se entrega'a
7
"Miren ustedes", dijo, desesperado, elj.oven, "les ruego que me dejen hacer algopara reparar el daño."
Dulcemente, rehusé su ofrecimiento,pero como persistiera, le dejé mi direc-ción. .
Desde luego, Constance y yo nQS reservamos el relato de los primeros episodios de esa noche. Lord Pabham jamásanunció la pérdida de su hiena. Cuandouno o dos. años antes un animal estrictamente frugívoro se escapó de! parque,Lórd Pabham hubo. de compensar oncecasos de agresión a ovejas y, prácticamehte, . reponer las existencias en lasgranjas avícolas de sus vecinos: 'c1n~ ~iena errante habría motivado algo S1l111lara un empréstito del gobierno. De la misma manera, los gitanos no reclamaron asu criatura desaparecida; me imagino queen' los grandes campamentos nadie llevala cuenta exacta de uno o dos niños más.
La Baronesa se detuvó, reflexionó yluego añadió:
-Sin embargo, la aventura tuvo suepílogo. El cor~eo me trajó un encanta~dar broche de diamantes, con el nombre"Esmé" dispuesto sobre una ramita deromero. Incidentalmente, también perdíla amistad de ConstanceBroddle. Veránustedes.: cuando vendí la joya, con todacorrección me negué a entregarle a Constance ni una fracción del dinero recibido.Le señalé que cuanto atañía a Esmé eraasunto de mi propia invención,' así comotodo lo relacionado con la hiena incumb.íaa Lord Pabham -si en realidad se tratóde una hiena, de lo cual, desde luego, noposeo prueba alguna. . .
(De "The Cronicles of Clovis", 1911.)Traducción de Carlos Fuentes.
; ':,
la subjetividad, ¿ qué ocurre con el suje~
fa? Aquí la subversión adquiere una to"nalidad más peligrosa y radical. Si el objeto se subjetiviza, el yo se disgrega.¡'Desde Arnim", dice Breton, "toda hhis~oria de la poesía moderna es la de laslibertades que los poetas se han tomadocon la idea del Yo soy". Y así es : al margen de un retrato de N erval aparece, desu puño y letra, una frase que años mástarde, apenas modificada, servirá tambiénde identi ficación para Rimbaud. Nervalescribió: "Yo soy el otro"; y .Rimbaud:"Yo es .otro". Y no se hable de coincidencias: se trata de una afirmación que viene de muy lejos y que, desde Blake y losrománticos alemanes, todos los poetas hanrepetido incansablemente. La idea del doble -que ha perseguido a Kafka y a Rilke~ se abre paso en la conciencia de unpoeta tan aparentemente insensible al otromundo como Guillermo ApollirÍaire:
Un jour je ,m'attendais moi-memeJe me disais Guillallm il est temps que.
, [tu viennesPour que je sache enfin celui-la que
. [je suis ...El casi enternecido asombro con queApollinaire se espera a sí mismo,' se trans~
fpl:ma en el rabioso horror de AntoninoAlftaud: "transpirando la argucia, de sími'slnO a ·sí mismo'~.>En un libro ;de Benjamín Peret, ] e sublime, la corriente ·tem-