presentacion la voz y el tiempo en badajoz
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PRESENTACION “LA VOZ Y EL TIEMPO” DE JOSE IGLESIAS.-
Feria del Libro de Badajoz, 17.05.14, por José Barriga
Solo hay una razón para estar esta tarde aquí en la compañía de dos
personas a las que admiro y respeto: José Iglesias Benitez y Manuel
Pecellín Lancharro. La única razón de mi presencia es la de ser lector de
sus libros. A Manuel Pecellín, lo he dicho ayer y lo he vuelto a repetir hoy,
le debo el descubrimiento, y si no el descubrimiento, sí la reafirmación de
la escritura y de los autores de esta tierra, que tienen un valor y una
reputación muy superiores a la de otros sectores sociales y culturales. No
estaría de más considerar cuáles son las razones de que los extremeños
contemos ponderadamente con más y mejores escritores que otros
territorios de España. Tal vez el maestro Pecellín podría ilustrarnos a este
respecto, en contraposición –repito- con otros estamentos de la vida
regional. A José Iglesias Benitez lo he ido descubriendo poco a poco, y hoy
puedo decir que soy lector entusiasta de su obra.
Decía que mi único título para la presencia entre ustedes esta tarde
era la de ser lector, y ello me obliga a justificar la recomendación de por
qué todos ustedes debieran, si no lo han hecho todavía, leer la antología
poética de José Iglesias Benítez. ¡Amigo Pepe Iglesias: No esperes de mí ni
una palabra de compromiso ni de halago! Quiero tan solo contarles lo que
aprecio en los versos de José Benítez Iglesias, dando por hecho que muy
difícilmente puedo añadir gran cosa a lo escrito en el prólogo que firma
otro poeta excelente, Pablo Jiménez, por cierto premio “Ciudad de
Badajoz” de poesía.
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Siempre ha sentido curiosidad imaginando el estado de ánimo de
aquellas personas que, un día cualquiera, a una hora determinada,
desenfundan el bolígrafo o abren el ordenador y se disponen a escribir unos
versos. Tienen delante un folio en blanco o una pantalla de ese artilugio
que ha tomado posesión definitiva en nuestras vidas. ¡Atención, el poeta va
a comenzar una nueva obra! Y digo yo: ¡cuánta osadía se necesita, cuánta
resolución para intentar decir algo diferente, o decirlo de forma distinta, a
lo que ya dijeron -¡y qué bien lo dijeron!- Homero, Horacio, Virgilio,
Dante, Petrarca, Garcilaso de la Vega, fray Luis, San Juan, Leopardi,
Keats, Antonio Machado, Juan Ramón…, cientos, miles de poetas que ya
lo dijeron todo o casi todo del amor y del desamor, sobre el paso del
tiempo, la muerte, la pérdida de los paraísos interiores y exteriores. Y sin
embargo, José Iglesias Benítez, un buen día, con harta frecuencia, toma su
pluma y escribe, por ejemplo, página 79 de esta antología: “¡Cómo duele
verterse por la pluma! ¡Cómo araña el poema cuando brota! Se
desgarra la voz y el alma, rota/ Busca el verso total que la resuma”
O sea, el poeta, en esta caso José Iglesias, creador de versos, escribe
desde el desgarro y con dolor, aunque, al final de la contienda, de la
escritura, el poeta confiese: “Estalla la palabra y el poema/ Me ha
brotado de golpe. Ya ha nacido. /Después, qué dulce paz. Qué calma
luego”
Como todo lo que merece la pena, como todo lo que se construye
para durar, nace con sangre y con esfuerzo, y en la más completa soledad,
aunque, al final del proceso, al autor le espere la consumación de haber
producido una porción de belleza.
La segunda curiosidad de quien aprecia la obra de los poetas es
conocer el fundamento en virtud del cual un hombre, el escritor, muestra su
disposición para exhibir sus propios sentimientos. Todos, hombres y
mujeres, ricos y pobres, inteligentes y lerdos, tenemos las mismas pasiones,
idénticos reacciones ante los afectos y los pesares, ante la muerte y el
acabamiento y, sin embargo, algunos de sus nuestros congéneres se atreven
a trasladarnos sus emociones. El narrador, el novelista, trabajan
fantaseando dolores ajenos. El historiador narra desgracias extrañas. Pero al
poeta no le consentimos revestirse con ornamentos mercenarios y, si lo
hiciera, el lector detecta de inmediato los sentimientos falsarios. Ya sé que
hubo un tiempo en el que los poetas escribían epopeyas o elegías de
encargo al servicio de un noble o de un mecenas, o incluso tiempos en los
que los poetas fingían sensaciones y emociones para prosperar en el oficio
de escribir o de escalar peldaños en la escala social. Desde el
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romanticismo, los poetas se desnudaron para ofrecernos a los demás el
tesoro de sus pensamientos y de sus emociones.
Lo primero que aprecio en la obra de José Iglesias es la sinceridad de
sus versos, porque no toda la escritura de los poetas es poesía sincera. Y
cuando esto ocurre, cuando un poeta se sincera, no hay otro espectáculo
comparable. Pero ¡qué dificultad para expresar con palabras las emociones!
Cuando se trata de valorar la belleza de lo creado y del universo, tanto
físico como inmaterial, a lo más que llegamos es a diferenciar la belleza del
mundo exterior –un paisaje, una obra de arte, el rostro y el cuerpo de las
personas amadas o deseadas-, de esa otra belleza que, por llamarla de
algún modo, la denominamos belleza interior, que no es otra cosa que la
belleza que destilan los sentimientos y las emociones. Y, en este caso, la
belleza se enmascara o se disfraza en nuestro vocabulario, o necesita la
compañía de otros vocablos como son los de la bondad, la verdad, los
afectos, la ternura, la pasión y también la desafección. Algo de esto los
lectores encontrarán en el excelente prólogo que prelimina la antología de
José Iglesias con la firma de Pablo Jiménez.
Cuando se trata de expresar y de definir estos sentimientos, quien les
habla se siente torpe, muy torpe, y siente la necesidad de invocar el verso
juanramoniano, aquel que dice “inteligencia, dame el nombre exacto de
las cosas”. Cito a Juan Ramón Jiménez de pasada, aunque su nombre y su
obra podría servirme mejor que ninguno otro para explicar lo que tanto
trabajo me está costando, como es el de interpretar la razón de los poetas
para descubrirse, desnudarse, ante los lectores desvelando sus emociones
más íntimas. La razón no puede ser distinta a la que ha acompañado al
hombre a lo largo de la historia para descubrir y para conquistar territorios
desconocidos, porque no existe ámbito más insondable, más atractivo, más
bello, que el mundo de los sentimientos. Así los poetas, los buenos poetas,
vendrían a ser como cronistas del proceloso territorio de las emociones, del
mundo espiritual, si es que este vocablo no estuviera tan contaminado de
otras adherencias. Y de nuevo aquí echaría mano de los versos de Juan
Ramón para elogiar la sinceridad del poeta: poesía vestida de inocencia y
para denostar la artificiosidad de la poesía vestida de oropeles, hasta que de
nuevo se transformó en “poesía pura”: “y apareció desnuda toda/¡Oh
pasión de mi vida, poesía/ desnuda, mía para siempre!”
Hablemos, pues, de poesía pura en el concepto más juanramoniano, y
es por ello por lo que pienso que la sinceridad, el desnudamiento, la pureza
de los sentimientos, es la primera característica de la obra de José Iglesias a
lo largo de su ya dilatada trayectoria literaria. Pero me dirán ustedes que la
sinceridad, la expresión de los sentimientos, es, al fin y al cabo, el
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ingrediente básico de todo poeta, que todo escritor de versos, desde el
romanticismo, se dedica a contarnos el mismo poema: el amor y el
desamor, el poso que nos deja la contemplación de un paisaje tanto interior
como exterior, la muerte, el paso del tiempo, descripciones que se
acompañan con sentimientos de nostalgia, melancolía, ilusión o
desencanto. Como la vida misma, tal cual es la condición humana, ser y no
ser, alegría y tristeza, esperanza y desasosiego, hilvanado todo ello con el
hilo prodigioso de la belleza. Nada nuevo bajo el sol.
Así pues, si todo está ya dicho y contado, ¿qué nos puede decir un
nuevo libro de versos en el que la trama y el argumento principal sea -
¡faltaría más!- el amor, el paso del tiempo, la nostalgia del paraíso perdido,
etc. etc.? ¿Qué nos dice de nuevo el libro, los versos de José Iglesias
Benítez, profesor en Madrid, extremeño, natural de Villalba de los Barros,
el de los versos que ya he citado, y que los recuerdo de nuevo: “¡Cómo
duele verterse por la pluma! ¡Cómo araña el poema cuando brota! Se
desgarra la voz y el alma, rota/ Busca el verso total que la resuma”?
Trataré de demostrar que el esfuerzo titánico de Iglesias Benítez ha
merecido la pena. Antes de dar mi opinión de simple lector, añejo lector de
poesía, es necesario señalar de nuevo la valentía y el coraje o el
atrevimiento que suponen para un poeta publicar una antología y arrostrar
el riesgo de comparar en su globalidad la calidad de toda su obra. Un
poema aislado, un libro en particular, pueden tener cualidades o atributos
que, cuando se contemplan en la totalidad, les hace perder brillo y crédito.
Las antologías, a los buenos lectores, o al menos a los aficionados a la
poesía, nos permiten sobrevolar el paisaje creativo de un autor para
descender, en picado, como hacen en este tiempo las rapaces que pueblan
nuestros campos extremeños, sobre aquellos poemas que más nos
alimentan. El autor que supera la prueba de la antología puede tener la
seguridad de que su nombre quedará marcado en el muro de la posteridad.
En mi modesto entender, pero con dilatada experiencia de lector, José
Iglesias la ha superado con creces.
La antología “La Voz y el tiempo 1983/2013” a mí al menos me
permite hacer unas cuantas consideraciones sobre la poesía de José Iglesias
Benitez y, si se me permite la broma, para rebajar un poquito el tono
academicista en el que a punto he estado de incurrir, y ya sabéis que no es
lo mío, diría que la poesía de José Benítez Iglesias, es, como Mariano
Rajoy, perfectamente previsible. Porque es auténtica. No voy a seguir con
la comparación con el hombre que habita la Moncloa, porque la poesía de
Pepe Iglesias es de muchos quilates, y la política de Rajoy es chatarra pura,
pero ambos son auténticos.
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Son versos substanciales. Van derechos al corazón de los hombres
porque tratan y cuentan historias verdaderas. Las verdaderas, las únicas
historias que han gobernado la vida de los hombres desde aquel día en el
que una pareja, un hombre y una mujer, salió de las cavernas y dejó dentro
a sus padres y a los dioses, y se decidió a transitar por horizontes
desconocidos. Aquella pareja conoció, sufrió, disfrutó del amor y de la
pasión, de la fatiga y del desaliento. Uno y otro se vieron aquejados del
hastío, echaron de menos el tiempo pasado, y hasta llegaron a plantearse si
había merecido la pena haber abandonado los lares y los penates, aquejados
como estaban de una enfermedad incurable: la nostalgia por la caverna. Es
decir, la Ilíada y la Odisea, las Odas y las Églogas, las Eternidades
juanramonianas, La tierra de Alvargonzález de Machado.
En la obra de José Iglesias existen dos columnas que la vertebran: el
amor, incluso el amor físico y carnal, y la nostalgia por su tierra extremeña.
Hay otros paramentos que también la sustentan: el gozo por el paisaje, la
infancia, y el festejo de la amistad y de la fraternidad. Todo ello, de forma
permanente, desde sus primeros libros más sencillos hasta los últimos en
los que la escritura se torna más intelectual y en argumentos más
conceptistas. Y sólo una consideración formal: la musicalidad, o mejor
dicho, la sonoridad de sus versos siempre presente, perseverante, que con
frecuencia consigue ensamblar estrofas de una perfección admirable. Y
todavía una última anotación: es poesía solidaria, fraternal, compasiva,
amiga de los desprotegidos, sean estos una prostituta o el hombre pesaroso
y desvalido.
¿De qué escribe este poeta que hoy presenta la antología en su tierra?
Del amor y del hastío, de su infancia, de su tierra, del paso del tiempo, de la
compasión de sus congéneres.
Al autor de esta antología se le nota en cada poema la tensión con la que
están creados, trascienden el papel, la tinta y la maquinaria de los nuevos
tiempos. Son versos auténticos.
Escribe del amor: “ Cuando el amor me llama, de repente/ mi corazón de
vuelve llamarada/ y arde mi sangre toda y la mirada/, inflamada de amor,
busca tu frente…/ Cuando el amor me llama, me florece/ un corazón amigo
en cada herida./ Cuando el amor me llama estoy salvado”
Escribe del peligro del hastío: “Te estoy pensando aquí,
desesperadamente triste./ Te estoy sintiendo aquí, desesperadamente lejos/
Quiero llamarte a gritos. /Gritar tu nombre al aire./ Gritar tu nombre y
que vinieras./ Gritar tu nombre al sol y resurgirte”
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Escribe del amor recuperado: “Alégrate, mi amor, ya viene el día/
vistiéndonos de luz la casa entera./ Alégrate, mi amor, la primavera/ ha
estallado en diademas de alegría”
Escribe de los jirones que el tiempo deja en nuestras vidas: “Menos mal
que aún nos quedan orillas perfumadas/ de una memoria agreste donde
acoger al tiempo/ Menos mal que aún guardamos un pequeño rescoldo/ del
incendio de entonces y a veces resucita”
Escribe de la lucha por vivir con dignidad: “Qué tristeza sentirse
apaleado/ como un perro en las calles de la vida/ Qué pena de lamerse
cada herida/, sucio y solo, hambriento y derrotado”
Escribe de la añoranza que siente por el dios perdido. “Ya habitaba dios
en el olvido/ Un dulcísimo sueño taciturno/ el recuerdo de dios./ El poeta
buscaba, rebuscaba/ entre las piedras,/ los escombros,/ las memorias/ del
viejo corazón desvencijado”
Escribe de su tierra: “A orillas del recuerdo se levanta/ una tierra de luz
que fue la mía./ Era dura y extrema más tenía/ esa miel amorosa que
amamanta/ el sueño de los niños…”
Escribe del desarraigo de sentirse fuera de su tierra: “Duele dentro la
tierra. Duele dentro/ este jirón de ausencia, esta distancia,/ este latir de
vida en el vacío”
Decía en esta presentación que en sus primeros libros es escritura
más sencilla, digamos que más evidente y, sin embargo, en sus últimos
trabajos, especialmente en “Revelaciones”, el poeta se vuelve más arcano,
más hermético, más intelectual, hasta llegar a ese último canto, “revelación
final” que parece un salmo bíblico, y cuya lectura completa y atenta les
recomiendo, y que no les leo porque he agotado mi tiempo y sin embargo sí
les voy a leer un soneto en homenaje al poeta cuyo libro “Platero y yo” está
dedicada esta Feria de los Libros. Son versos de Jose Iglesias y se titulan
Moguer ( p. 68):
(a JRJ, por la tierna locura con
que supo envolverme)
Cálida está Platero, la alborada.
Dora el monte la cima de su cresta.
Alla abajo, el mar está de fiesta:
de rosas lo sembró la madrugada.
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Se despereza el sol. Su luz delgada
nos alcanza rodando por la cuesta.
Un tesoro de luz la aurora presta
a la higuera de de copa alborozada.
¿No recuerdas, Platero, otras auroras
cuando el sol se estiraba en los caminos
y era el pinar un canto de alegría?
Nada es igual, Platero. Hoy las horas
se pueblan de recuerdos peregrinos
y nos falta tu tierna compañía.
Texto de Manuel Pecellín en la Feria del Libro de Badajoz sobre la
Antología de José Iglesias Benítez “La Voz y el tiempo, 1983-2013”
BADAJOZ 2014
El nombre de Iglesias Benítez aparece de modo casi ineludible
cuando se habla sobre cualquier actividad relacionada con Extremadura.
Nacido en Villalba de los Barros, maestro y licenciado en Geografía e
Historia, emigró a Madrid, donde ejerce la enseñanza, labor que combina
con una incesante actividad en múltiples áreas culturales. Sus generosos
compromisos con los Hogares Extremeños, UBEx, Gudalupex, AEEX o
Beturia Ediciones - por nombrar sólo algunas de las entidades en las que
participa - lo conducen a multitud de territorios, siempre admirado merced
su bonhomía a toda prueba.
Aun así, ha encontrado tiempo para labrar una obra lírica importante,
conformada hasta hoy por seis poemarios y numerosas publicaciones
dispersas en revistas, periódicos, boletines trabajos colectivos e incluso
hojas volanderas. Cuando el amor me llama (Madrid, 1984), En esta lenta
soledad del día (Madrid, 1988), Clamor de la memoria (Madrid, 1998),
Retablo de amor profano (Badajoz, 2003), Ritual de la inocencia (Madrid,
2005) y Revelaciones (Cáceres, AbeZetario, 2007) son los libros a los que
pertenecen los poemas aquí seleccionados. Se añaden también otros hasta
ahora desperdigados en páginas de casi imposible acceso.
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-Alguna vez José Julián Barriga, a quien considero el más agudo
analista de la realidad de la Región, le he comentado cómo se explica
tamaña actividad creadora en los extremeños de la diáspora, frente a la
abulia dominante en el terruño.
-Acabo de leer un extenso reportaje sobre Juan Miguel San Juan
Jover. Nacido en Monesterio (1945), residente fuera, ingeniero y
economista, gran empresario también, es hoy una de las personas más ricas
e influyentes del país. No quiero pensar qué habría sido de él si se hubiese
quedado al calor de las encinas, por las que confiesa sentir añoranzas).
-Las mismas consideraciones me sugieren otras dos personas
implicadas en este libro. El volumen se publica en la colección que, al
cuido de Basilio Rodríguez Cañada y Ricardo Hernández Megías, ha
reservado la editorial madrileña para los creadores extremeños. El primero,
nacido en Navalvillar de Pela (1971) y es figura omnipresente en
numerosas escenas culturales: Fundador y Presidente del PEN Club de
España (Spanish P.E.N. Club) y miembro del Consejo de la Fundación
Iberoamericana del PEN Club Internacional. Gestor cultural, escritor y
editor de Pigmalión Edypro y Sial Ediciones; ha sido presentador del
programa de televisión "Tiempo de tertulia" (1992-2000) y en la actualidad
es Presidente de la Asociación Española de Africanistas). Ricardo
Hernández, natural de Santa Marta de los Barros y residente también en
Madrid, es consumado bibliófilo, autor de muy valiosas publicaciones,
como LOS ESCRITORES EXTREMEÑOS EN LOS CEMENTERIOS DE
ESPAÑA o su monumental estudio sobre LUIS ÁLVAREZ LENCERO.
El volumen lleva un amplio preliminar suscrito por Pablo Jiménez, el
poeta, ensayista y músico moralo, excelente conocedor de la obra de
Iglesias. (Su hermano Antonio, prematuramente fallecido, era profesor de
la Complutense y tal vez el más notable estudioso de la Filosofía Krausista
y la ILE. Tuvimos la fortuna de publicarle en Badajoz su tesis doctoral
sobre Urbano González Serrano).
La extensión del prólogo proviene del estudio que se hace en torno a
la escritura del autor antologado y de cada de sus libros, amén las
digresiones múltiples, todas interesantes pero quizás no imprescindibles
aquí.
Según el prologuista, dos rasgos distinguen la poética de su
hermano-amigo: la búsqueda creciente de la desnudez expresiva y la
claridad que, pese al cada vez más depurado lenguaje, mantuvo desde los
orígenes (tan próximo entonces a sus maestros: Miguel Hernández, Blas de
Otero o Luis Álvarez Lencero), hasta épocas últimas (más próximo a Juan
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Ramón Jiménez, Cernuda, Pessoa, Borges, M. Pacheco, Leopoldo M.
Panero y otros también aquí reconocibles).
Son notas especialmente relevantes cuando se escriben
composiciones de amplio aliento, según acostumbra el autor (véanse
poemas suyos como "Álvaro de Campos y Fernando Pessoa exponen a
Ofélia de Queirós las opuestas razones de sus vidas", o "Justiniano en
presencia de Procopio, evoca a Teodora, en un club de carretera", tan
abundantes en Revelaciones). (Me aburren ya los poemarios mínimamente
“expresionistas”, que se reducen pinceladas).
Iglesias difícilmente se ciñe al poema corto, a veces reducido casi a
la mínima expresión, al chispazo expresivo, por relampagueante que
resulte. Sin embargo, cultiva también con acierto fórmulas tan breves como
el haikús, de los que aquí se seleccionan algunos publicados por la ERE en
la colección 3X3 (2013).
Aunque no desdeña el verso blanco y libre, mostró siempre clara
predilección por los serventesios alejandrinos, tan sonoros, y los sonetos
(de estos últimos pasan de 70 los antologados, todos de impecable
factura).
Si los paisajes y personajes extremeños, la historia y problemas de la
región, junto con la temática amorosa, resultan hegemónicos en las obras
iniciales, Iglesias, sin renunciar a los mismos, ha ido abriendo cada vez más
el abanico de sus intereses.
Puede decirse que nada humano le es ajeno. Pero resulta fácil
detectar en sus poemas una atención creciente a las intimidades del propio
sujeto lírico e incluso el mundo de la trascendencia. Con ese paso creciente
de la denuncia a la reflexión, del grito a las meditaciones, de la rebeldía a
la nostalgia, la poesía de José Iglesias gana en hondura y calidad, sin perder
ninguno de los logros anteriores.
“Quien toca un libro, toca un hombre”, evocaba Walt Whitman en la
inolvidable Hojas de Hierba. Quien se aproxime a La voz y el tiempo.
Antología poética 1983-2013, está en condiciones de tocar a un autor a lo
largo de treinta años.