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9 789568 940157

ISBN 978-956-8940-15-7

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prólogo por javier ibacache v.

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trastos melodramáticos© pierre sauré costa.

Registro de propiedad intelectual nº 179.328

©Chancacazo Publicaciones Ltda. Santa Isabel 0545, Providencia, Santiago de Chile [email protected] www.chancacazo.cl

Editora de la Colección Dramática: Manuela Ossa Holmgren

Diseño y diagramación de Colección: Carolina Santana

Imagen de la portada, dibujo original de: Paulina Amenábar.

impreso en chile / printed in chileI.S.B.N: 978-956-8940-15-7

La reproducción textual y digital de esta obra depende del previo consen-timiento de su autor o la editorial, conforme a las leyes 17.036 y 18.443 de Propiedad Intelectual.

chancacazo publicaciones es una editorial expresiva, cuyo objetivo primordial es la publica-ción y divulgación de escrituras significantes, tanto textuales como gráficas. El criterio de lo signifi-cante radica en el ser humano, en su urgencia creativa y de comunicación. Chancacazo Publicaciones, bajo esta enseña, se incrusta en el medio cultural como una plataforma de participación y realización indivi-dual y colectiva.

Contenido

7 Prólogo

15 Dulce

39 Heme

103 Santa Ana de los Milagros

113 Frío

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Pierre Sauré debuta en la escritura teatral a mediados de la

primera década del siglo XXI. Lleva consigo los referen-

tes de una generación de directores y dramaturgos que se

han formado en escuelas orientadas principalmente a la ac-

tuación, y que luego han creado agrupaciones para poner a

prueba sus ideas sobre el teatro. Desde Conmigo tú –su ópera

prima de 2006–, ha demostrado un interés por piezas de cá-

mara e historias citadinas, centradas en su mayoría en per-

sonajes que buscan resolver carencias afectivas o dilucidar la

naturaleza de los vínculos más cercanos, teniendo por telón

de fondo una metrópolis que se cuela de manera amenazante

o que ensombrece las fantasías más cándidas. Su teatro pue-

de ser visto como el testimonio de una época desprovista de

creencias y utopías colectivas, donde los individuos no tie-

nen aparentemente espacios de intervención social, salvo en

la cadena de consumo, y los cuerpos resienten la insatisfac-

ción que la palabra no consigue dilucidar. En las creaciones

propias y de otros autores que hasta ahora ha presentado junto

Apaciguar la Insatisfacción

Por javier ibacache v.

Crítico de teatro

Director de Escuela de Espectadores

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junto a la compañía Teatro Sub, ha resaltado la función del

actor como intérprete y vehículo del texto y ha buscado ge-

nerar un clima de cercana interpelación con el espectador.

Las cuatro obras reunidas en la presente compilación –Dul-

ce, Heme, Santa Ana de los Milagros, Frío- contienen algunos

de estos énfasis. Escritas como materiales para ser llevados

a escena, comparten rasgos formales y temáticos. En ellas

prima el interés por indagar a través de las palabras en las ca-

pas que están a la base de situaciones anodinas, y especular

en torno a los resortes que conducen a la acción. Son voces

que monologan o interpelan a un oyente y en ese ejercicio

construyen las atmósferas en que se insertan trazos de diá-

logos, recuerdos, contradicciones, epifanías. Sauré reafirma

el interés por personajes femeninos, como demostrará en

sus primeras escrituras, y los retrata en un juego sinuoso de

medias verdades, incluso cuando se enfrentan con la muerte

(Frío) o con el motivo de su desazón (Dulce). A diferencia

de las creaciones con que se diera a conocer, en este conjunto

de textos se instala la sensación abrumadora de falta de futu-

ro (Santa Ana de los Milagros) y se acentúa la desconfianza

frente a la posibilidad de representar o construir un relato

(Heme). Los vaivenes que atraviesan las distintas voces les

acercan a un reconocimiento de las condicionantes que pa-

recen apresarles y no es claro si una vez que toman noción

del contexto, introduzcan algún cambio. La resistencia ini-

cial al destino y su posterior aceptación -componente propio

de la tragedia clásica- se expresa de una manera elusiva en

cada pieza (Dulce, Heme), acaso para sugerir que este pro-

ceso adormecido de gnosis y de pecado de hybris moldean

al sujeto contemporáneo que Sauré traduce en un continuo

de imágenes –por momentos, bajo la forma de un soliloquio

(Frío, Santa Ana de los Milagros)- o en una cadencia inter-

minable de ideas que se entrelazan, sin puntos aparte, como

si existiera un temor al peso del silencio o a los entresijos

de las pausas. Lo que no encuentra una canalización verbal

adopta la vía de la materia y la organicidad. Como un leit mo-

tiv, los personajes hablan con recurrencia del cuerpo y sus

afecciones: algunos las padecen (Dulce), otros se entregan

al curso natural de la descomposición (Frío). También hay

quienes ven en la huella de la materia una posibilidad de con-

frontación con la memoria (Heme). Víctimas o victimarios,

anhelan apaciguar la insatisfacción, saldar una carencia y re-

conciliarse con la historia de los cuerpos en reposo. En esto,

las obras de Sauré construyen a partir del conjunto de voces

una alegoría del país de la última década, desprovisto de la

construcción de sentido histórico y atrapado en la ansiedad

resultante de un proceso de duelo abierto.

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Trastos Melodramáticos

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... a Claudia, que habita en mí

y a Pascual... que habita en ambos

y a mis padres, que me han dejado jugar con barro

y a Pascual por favor

A Pascual

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Dulce

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1.

Sé comer. Como como idiota. Mc Donald’s, Coca-cola, Mc

Donald’s, Coca-cola, Mc Donald’s, Coca-cola. Sé beber.

Tomo como idiota. Pisco sour, pisco, con coca-cola, ron,

gin, ron, coca-cola, jugo, con pisco, con mango, con sour,

sour. Sé conversar. Converso como idiota. No me para la len-

gua. Se me seca la boca. Tengo mal aliento. Pastilla de men-

ta, chicle, pastilla de menta y converso. Hablo mientras plan-

cho. Sé planchar. Sé cocinar. Cocino… como idiota. Cocino

lunes, martes, sábado, domingo, plancho miércoles, jueves,

lavo la ropa y plancho. Cuelgo la ropa y plancho, cocino, ba-

rro. Sé barrer. Barro como idiota. Detrás del sillón, corro la

cama, levanto la alfombra, barro el baño, la cocina, apago

el horno, sigo barriendo, me siento en el baño. Fumo con

la escoba en la mano. Sé fumar. Fumo como idiota. Mien-

tras barro, mientras cocino, mientras como, mientras tomo

coca-cola. Fumo, aspiro, boto, fumo, aspiro, boto, converso.

Sola, con alguien, con la escoba, con la cama, con la alfom-

bra, con la escoba en la mano, entre mis piernas, en mi espalda

y busco la pala. Se recoger la basura. En la bolsa, la del living,

la del comedor, la de la salita y saco la basura para afuera.

Soy limpia, saco la basura para afuera. En la bolsa, la pongo

en el basurero. La pongo, no la coloco, la pongo, la poso, la

dejo, la suelto. Con la escoba en la mano y fumando la suelto.

Se van mis residuos y reviso el horno. Está lista la comida.

Es carne, como carne, carne muerta, roja, sangrienta y me

la como. Invito a mis amigos a comer conmigo. Tengo miles

de amigos. Buenos, malos, feos, locos, drogadictos, lindos.

No llega nadie. Espero un rato más. Fumo, barro, plancho,

lavo. Suena el timbre. Llegaron mis amigos. Una carta, una

cuenta. Vuelva el próximo mes. Como sola. Como como

idiota. Como pollo, pato, ganso, avestruz, ave, vaca, caballo,

pierna, dedos, chancho, puerco, hueso. Me lo como todo.

Recojo la mesa. Barro, limpio, lavo, seco, guardo. Duermo.

Duermo como idiota. Y sueño. Sueño como idiota. Sueño

con una casa grande para poder limpiar, barrer, recoger, la-

var. Me sueño con una familia grande. Me sueño con mi

mamá. Un abrazo, beso, ¡Foto! Recuerdo, cachetada, reto,

lava, plancha, ordena, estudia, golpe, balazo, sangre, muer-

te, película, mucha película, comida, he ido mucho al Mc

Donald’s, mucha coca-cola, mucha familia, mucha pesadi-

lla. Despierto. No puedo dormir. Fumo. Fumo como idiota.

Fumo, aspiro, boto, fumo, aspiro, boto. Pienso. Pienso en la

conciencia, en la existencia, en la cocinera, en el libro de co-

cina, en la pastelería de la esquina, en las paltas, en el queso,

en la vida que no me deja tranquila y soy feliz. Feliz, feliz,

feliz con la citadina. Con mi vida de citadina. Con el paño de

cocina, con el sida, con el clima. Y me río de contenta. No

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me paro de reír de lo feliz que soy y fumo. Camino por las

calles de santiago aspirando el olor a gente, a piñén, y me chu-

po los dedos amarillos de nicotina. El smog de santiago me

tiene enferma. Adicta. Me encanta. Aspiro loca, fumo loca,

miro loca, me miro loca y camino. Salgo a caminar sola. Ya

lavé, ya limpié. Cerré con llave la puerta, la chapa 1, 2, 3, la

reja, el candado, la cadena, la alarma y salgo a caminar por el

parque largo lleno de gente. Es lunes, martes, no, domingo,

lleno de gente, de payasos, de artistas, de actores, de poetas,

de libros, de ropa usada, de cuentos, de comida, de pizza, de

coca-cola, de me compro una coca-cola y de un carrito de pa-

lomitas de maíz se me cruza por encima. Se me tira encima,

me llama, me adicta. ¡Yo! ¡Aquí! Cabritas, pop corn, palo-

mitas de maíz, cine. Películas, cine. Palomitas de maíz. Ca-

ramelo. Me derrito, me consumo, corro, maratónicamente

corro, cinematográficamente corro, ficcionadamente corro,

soñadamente vuelo, Hollywood me vuela, me hace volar,

relanzo, alcanzo, corro, ruedo. Trato de alcanzar el carrito

de recuerdos y un centenar de gente posada esperando poder

comprar ese anhelado paquetito blanco que yo esperé, ima-

giné, salivé, tiene que esperar. Espero, hago la cola. Fumo.

Fumo como idiota y pienso fumando como idiota en la sali-

va que se me sale por entre medio de los dientes. Caramelo.

En espera del caramelo, del azúcar, del dulce. Exquisito,

confortable, realizable, real, probable, viable, caliente. Y es-

pero. La fila avanza de a poco. Lento, m-u-y l-e-n-t-o. Lleno

de conflictos existenciales. La gente se besa, conversa, fuma,

también fuma. Yo fumo entonces y miro. Miro a la gente. A

la gente de santiago. Santiago. Ciudad. Cemento. Pasto. Ár-

boles. Gente. Gente. Lleno de gente. La fila no avanza. Se

me hace agua la boca. Mi estómago me avisa que ya se entera

de lo que estoy pensando, de lo que estoy mirando y me pide

que me apure. Chicle. Engaño a mi estómago y como chicle.

Tengo mal aliento. Como chicle mientras fumo y miro a lo le-

jos el carrito amarillento del caballero que se acordó de mí y

trajo su carrito de pop corn. Lleno de pop corn. Amarillas,

acarameladas, cada una posada sobre otra delicadamente. Al

unísono. Como compuestas para la fotografía familiar que se

va desarmando mientras el caballero con su pala rastreadora

de cabritas va sacando para llenar los cucuruchos y se van. Se

alejan en manos de desconocidos. Se van las integrantes de la

familia cabritas de a uno. Uno en uno. Dos en dos. Montón

en montón. Montoncito. Montonzote. A 300, a 500 y a 700.

Tengo toda la plata del mundo. Las quiero todas. No seas

chancha. Mi mamá me decía: no seas chancha, no fumes,

no corras, no juegues. No comas. No comas tanto. Vas a ser

gorda. Regordeta. Te vas a quedar sola. Qué me importa. Ya

estoy sola. Melancólica. No quiero ponerme melancólica.

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Miro al paquete de cabritas, al carrito de cabritas. Idealizo

el paquete de cabritas. Idealizo mi vida, me aliso el pelo, me

cambio. Liso, liso, parejo. Y no puedo. No puedo dejar de

pensar. No puedo dejar de hablar conmigo misma. Mi mamá

me embutía paquetes de cabritas por las orejas para que me

quedara callada. Por las orejas, por la boca, por los ojos, mira

la tele, quédate tranquila, no hables, ve tele, mira ese progra-

ma de televisión, mientras mi papá se echaba desodorante

fétido, pútreo, hediondo. Alcohol. Alcohol. Olor a alcohol,

barato, muy barato, en caja, rojo, hediondo, tratando de ta-

par el olor a alcohol mientras mi mamá cocina, lava plancha,

fuma, come, come como idiota, y mi papá se perfuma, se

perfuma como idiota, yo veo tele, mucha tele, como cabri-

tas, como como idiota miles de palomitas de maíz del carri-

to de la esquina de la casa de ellos. Y mi mamá barre. Barre

como idiota. A dónde vas. Que te importa. Importa. Gorda.

Vas a ser gorda. Me encantan las cabritas, me encanta tratar

de evitarlo. Me encanta resistirme. Me resisto.

Fuck.

Fuck.

Fuck.

Decían en las películas. Fuck. Fuck you. Fuck off.

Y me siento perdida, desahuciada, corrompida, adolorida, ato-

londrada, dormida, curada, babeada, salivada, hambrienta,

chalada. Chalada. Chalada. Cucú. La fila no avanza. Me ten-

go que ir. Tengo que desaparecer de aquí. Me salgo de la fila.

¿Me salgo de la fila? No. No puedo. No quiero. No sé que

hacer. Chicle, cigarro, aspiro, fumo, boto, boto, aspiro, no

sé, se me olvidó como se fumaba. Cuidado. No corras. Ve

tele. Come algo, ve tele. Quédate tranquila. No hables. Miro

la fila del carrito de cabritas, de pop corn, lo extraño. Lo an-

helo. Hace cuánto que no como cabritas. No me puedo per-

der la oportunidad asquerosa de recordar ese sabor a carame-

lo chorreándose por entre medio de mis labios, de mi boca.

De las comisuras de mi boca. De mis dientes amarillos, he-

diondos. De caramelo. Hediondos de caramelo. De dulce.

De azúcar. Y mis manos de niña pegoteadas. Hambrientos.

Pegotes. Pegotes. Azucarinados, azucarosos, acaramelados,

amarillados, maravillados. Maravillosos de la experiencia de

comer recordando. No puedo. No debo. La fila avanza. Es-

toy a uno. A uno. Una persona queda delante de mí. Me mira

de reojo. ¿Qué tengo? ¡Qué te pasa! Qué me mirai! asquero-

so depravado, alcohólico, curado, curaguilla, compra tu paquete

de cabritas luego… pero no te vayas, quédate ahí parado para

mirarte la espalda y tápame el carrito que me está matando

por dentro. Sufro. Sufro como en una película de Almodó-

var. Sufro sufriendo. Lloro desconsolada. Sufro con una

mano en la frente y otra en la espalda. Apuñalada. Sufro con

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un vestido mexicano, español, andaluz, con vuelos, vuelitos

en la falda, en la pollera, falda, pollera. No te muevas de ahí.

Déjame disfrutar tu espalda. Espalda de macho, de perro, de

te necesito, de te quiero, de no te muevas, de transpirado, de

hediondo, de olor a hombre piñiñento, no. Olor a hombre

perfumado, hueles rico. -¿Hola? - ¿Yo? Me hablaste a mí.

Hola. No. No nos conocemos. ¿Me quieres? ¿En serio? Me

amas. Me adoras. Me estabas esperando. ¡Si! ¡Que suerte! Es

el destino que nos hizo cruzar las miradas para encontrarnos

aquí en medio de la nada. ¿En medio de la nada? Está lleno de

gente. Si, lo sé, es que mirarte es como que no hubiera nadie

alrededor, como que todo girara en torno a nosotros dos,

como en una película romántica española. Españolada. No

me digas tanto que me quieres, que soy la mujer más linda de

la tierra, que te gustan mis ojos, mi olor, mi boca, que me

adoras, que soy la mujer más linda que conociste en tu vida y

que quieres que tu primer hijo sea conmigo… ¿En serio?

Mentira. Es una de tus putas mentiras. Estoy aburrida de

que me mientas, de que entres a la casa con olor a vino, a vino

añejo, cabernet, tinto, tinto. Y mi mamá le dice que se vaya

mejor. Que ya no lo queremos, que estamos bien así las dos

solas barriendo, trapeando, fumando, comiendo cabritas las

dos solas. ¿Comemos cabritas las dos solas? ¿Quién dijo que

yo estaba bien contigo así las dos solas? ¡No! ¡Papá! y como

en una telenovela venezolana mi papá abre la puerta y antes

de salir se da vuelta dramáticamente, exageradamente, sen-

tenciosamente, con una lágrima en la garganta, y yo lo miro,

y él me mira y nos miramos así como María Conchita Alonso

y le digo: I love you. Dónde se va. Se va. Por qué me dejas

sola si I love you a pesar de que me carga tu olor, I love tu

desodorante, I love tu panza, tu terno, tu ropa, tu cama, tu

todo, my ídolo, my lyon, my papi, my papa, my pai, no cie-

rres la puerta, no me des la espalda, tu espalda de macho, de

perro, de te necesito, de no te salgas de la fila, de no te vayas,

de no me dejes mirar el carrito de pop corn, ¡Pop corn! ¡Qué!

Ya no quedan, ¡Pero cómo, si he estado aquí parada fuman-

do, comiendo chicle, fumando, conversando con él todo el

rato esperando la fila que no avanza, todo el rato conversan-

do con él! ¿No? ¿Hola? Hola. No. No nos conocemos. ¡Qué

casualidad! ¡No! No compres el último paquetito de palomi-

tas de maiiiiiiiiz. Es mío. Y observo detenidamente cómo el

pequeño paquetito de cabritas se deshace en un par de se-

gundos y se aleja de mí como si no quisiera que mi boca

salivara con su azucarada textura y sufro. Sufro detenida-

mente. Alocadamente. Apasionadamente y se me seca la

boca de nerviosamente como minuciosamente me encamino

en busca del paquetito que era mío, que me pertenecía, mío,

y corro atolondradamente con el pelo al viento mientras una

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canción de Armando Manzanero suena de fondo en el

momento justo en que el hombre de la espalda de perro se

gira y me mira p-a-u-s-a-d-a-m-e-n-t-e como en cámara lenta

en el minuto en que le digo: te amo. Te amo apasionadamen-

te, locamente, atiborradamente de enamoramiento incon-

fundiblemente a primerísima vista entre tu espalda de macho

y mi garganta de niña traumada y con la boca seca le canto Io

ti amo en italiano para que me convide una de esas palomitas

de maíz que tienes en tus manos sólo para poder sentirle el

sabor a tus labios endulzados, acaramelados de amor trauma-

do, funado, calado, aplanado, aplastado, adivinado, supues-

to, sospechado, descubierto, empapado de cariño malo, y tú

te giras y no entiendes nada con tus ojos de vino, tu aliento

alcoholado, borroso, esbozando una sonrisa mientras te reti-

ras como diciéndome que la culpa no es mía, que me quede

tranquila, que nos volveremos a ver, que me mandarás plata

para que yo pueda vivir sin ti a mi lado y mi mamá te grita in-

confundiblemente un garabato no permitido con la escoba

en la mano y prendes un cigarro y me lanzas el humo a la cara

como “fumando espero, al hombre que yo quiero” y yo me

pienso robada, quitada, desahuciada de mi padre a mi lado

tantos años contigo, porque extraño el olor a desodorante en

la casa de madera que se barre, se barre, se limpia, se trapea,

se fuma apasionadamente y le echo la culpa a Electra que me

inspira y me mira de reojo porque si fuera hijo sería Edipo y

si tomara vino tendría tu mismo hipo insoportablemente

ronco y me dejas sola, cierras la puerta y te digo, ¡No! Mis

cabritas, no te comas las cabritas por favor que al señor del

carrito se le acabaron, te las compro a ti, te pago el doble, el

triple, te deposito, te hago un cheque interminablemente nu-

mérico que te convendría si me regalas el paquete de cabri-

tas, si me vendes, y el tiempo detenidamente se apaga y cine-

matográficamente nos miramos y me muero de amor cansado

y el hombre de la espalda me mira por primera vez, ¿afirma-

tivamente? Y le imagino nuestra conversación inventada en

la fila y me dice que estoy loca, que él no me ama, que me

vaya, que me espere a que el señor del carrito prepare más

cabritas, y yo le digo que no puedo, que corramos juntos por

el parque tomados de la mano saltando por las flores, por las

maravillas, por los caballos de Benetton y que represente-

mos la foto del beso detenido de Robert Doisneau mientras

la gente camina apurada a nuestro lado, y él me dice que no,

que mi mamá tiene la culpa de todo lo que me pasa por traidora,

por abandonarme, dejarme, botarme, quitarme a my ídolo

porque no nos convenía, porque ya no se querían, porque ya

no funcionaban y que ya se me va a pasar, que no me preocu-

pe, que ella me quiere, me ama, me adora, que ya estoy gran-

de, que no me vaya de la casa, que no me independice, que no

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tengo plata, que no cierre la puerta por fuera, que esta es mi

casa, que barramos las alamedas juntas con una escoba en la

mano, un cigarro en la otra y la garganta apretada de tanto

aspirar, botar, aspirar, botar, y que comamos cabritas juntas

porque a mí me gustan las cabritas, porque tú me embutiste

las cabritas culposas, viciosas, adictas, y que vea tele, que

mire tele, que observe tele, que le cuente tele, que no me

pierda la puta hija de puta tele para que le cuente lo novedo-

samente aparecido que se perdió de tanto fumar, de tanto

limpiar, de tanto asear el olor a desodorante masculino im-

pregnado en las paredes, de tanto perderte de mí, de tanto no

mirarme a mí, de tanto no entenderme a mí y me dejas pasi-

vamente, bondadosamente abandonada, instintivamente

apartada de tu vida, de la mía, de la de él, y siento que me ha-

ces falta, que no te conozco, que no me conoces, que te ima-

gino más que te veo, que te invento y te reinvento la loba, y

deseo ser Rómulo para lamerte los senos, ser Remo para chu-

parte las tetas, las mamas de tu leche infectada, infestada,

incestada, insectada, y le echo raid anti culpa a tu fotografía

de madre ausente, de madre loca, y te digo cucurucho de ca-

britas, cucurucho de humo, de tabaco, cucurucho de acara-

meladamente ensuciado, almidonado, y como si nadie se die-

ra cuenta el hombre de la espalda de hombre se me aleja como

si no me escuchara, como si no sintiera mi necesidad de

robarle sus putas malditas cabritas que me hacen sentir

culposamente asfixiada entre una relación inventada, ¡Pero

si yo no inventé nada! Señora, no me pegue, no me maltrate,

déjeme explicarle que este caballero me robó, ¡Me robó mi

paquete de cabritas! ¡Auxilioooooo! Grito auxilio a los siete

mares en el parque alrededor del señor del carrito y la gente

me mira como si lo que yo dijera les produjera asco, con la

cara arrugada me miran, con el ceño fruncido me miran, con

la nariz apaleada me miran y el hombre de la espalda no me

devuelve mi paquete de cabritas, no me lo quiere pasar, en-

tregar, estirar, donar, y le digo a la gente que me ayude, que

es un ladrón, que me robó el olor a cariño, a familia, a trans-

piración, a dormida, a tufo, a mal aliento, a calor, que me

robó, no le digo que me robó, que me hurtó el cucurucho del

amor de mis propias manos, d-e m-i-s p-r-o-p-i-a-s m-a-n-o-s,

ante mis ojos, ante la ley de mi pesar, de mi existir, y le digo

que se gire, que me mire a los ojos y que me diga que no me

ama, que no me extraña, delante de toda esta gente di que lo

nuestro ya no te importa, que ya no te importo, a ver si te

atreves a decir que ya no soy parte de tu vida, que ya no me

necesitas, que puedes vivir sin mí a tu lado y como en una se-

rie de ciencia ficción el hombre de la espalda de macho se ele-

va, se eleva, se vuela, vuela alado como el arcángel Gabriel y

yo me siento María mirando hacia el cielo, y me duele la

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guata de nervios, se me retuercen las nalgas y la imagen me

encandila, y my ídolo me hace una aparición nefasta, fatídi-

ca, pretenciosa, llena de amor y me dice que me extraña, que

me recuerda niña corriendo por la plaza, comiendo chocola-

tes, recorriendo el mundo a su lado, tapándolo en las noches,

recogiéndolo del suelo, del pasto, borracho, con los botones

blancos de su camisa desabrochados, y recojo su maleta, sus

papeles, carpetas, y aparece la escoba en manos de ella gol-

peándome la espalda culposa de la bondad, ¿De mi actitud

bondadosa? De mi condición de hija, de hija de puta, de hija

que se come las uñas, de hija gorda, de hija pisoteada, de hija

que sufre como María de nadie, María la cualquiera, María

Magdalena, que sufre Thalía agringada, rubia pretenciosa

con un llanto apocalíptico que no me deja respirar, y ahogada

fumo, aspiro, boto, fumo, y él vomita, la culpa, la carne, los

tallarines a la italiana de los viernes, las legumbres de los lu-

nes, los pasteles, las ensaladas mal aliñadas, el exceso de lim-

pieza, de arribismo incomprendido, ¿Incomprendido? ¡Pero

si te lo hemos dado todo! ¡Niña mal criada, mal agradecida de

la vida, de la escoba, del plumero, de la cocina, de tu maldita

mascota que tiene la casa putrefacta de olor a extremaun-

ción! Y yo le digo que por qué me hace eso, que no tome más,

que lo invito a un jugo, a una taza de té, de café suavecito,

chiquitito, cortito, bonito, cargadito, dulcecito, exquisito y

él me pide perdón, ¿Me pide perdón? Te lo perdono todo, mi

padre alado, raudo padre, veloz, equívoco, incierto, y una lá-

grima me corre la línea negra que cruza mis ojeras, negra que

marca mi cara, gorda que marca mis mejillas, y mi llanto ato-

londrado, entrecortado, hipado se vuelve sumiso, recuerdo,

infante, adolescente, y desde el cielo idealizado despierto

dormida, golpeada sintiendo las acarameladas palomitas de

maíz como chocan en cámara incierta en contra de mi rostro

rosáceo, y el hombre de la espalda tiene la intención de lan-

zarme las cabritas desde el cielo y quiero que lluevan cabri-

tas dulces, inofensivas, apacibles que me causan los senti-

mientos más encontrados que jamás alguien podría hallar en

esa parte más recóndita y estúpida que me gatilla a la infan-

cia, al llanto, al recuerdo… y no quiero seguir viviendo, lo

decido en ese momento, en ese preciso momento en que el

hombre de la espalda me zamarrea, me golpea suavemente y

me dice que me corra, que estamos muy cerca, que cuando

uno hace una fila la gente toma distancia, con el brazo estira-

do hacia delante toma distancia para cantar el himno del

colegio, que ese es su espacio cuadrado, que no me apresure

y yo le digo pero cómo, bajaste desde el cielo, y dónde están

mis cabritas, las que te compré, las últimas que quedaban, y

él me muestra la acción sublime de arrugar un cucurucho

blanco carcomido, vacío ¿De qué me habla señorita? De mi

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paquete de cabritas, ese que tenía en su mano, y me hace un

gesto fastidiosamente ironizado con su mano posada en su

estómago haciendo un círculo como diciéndome que las dis-

frutó muchísimo, que estaban exquisitamente apetecibles,

mientras el señor del carrito se aleja lentamente y veo la ima-

gen desde arriba como en un observatorio y me veo patética

conversando con un desconocido, y le digo que no se vaya,

que me acompañe, que me gusta su espalda, su olor, y él se ríe

a carcajadas, a carcajadas y ahí decido que no quiero seguir

viviendo, que me quiero ir con Patrick Swayze, como en la

película Ghost, al otro lado de la existencia para sentirme

Demi Moore moldeando una vasija de greda y pienso en ani-

quilarme, en eliminarme, corromperme para no seguir recor-

dando con la boca seca de tanto pensar, con el corazón a pun-

to de estallar, con el alma en pena, y me dicen la llorona, la

sufrida, la madre de Hamlet y me convierto en la inquisidora

de mi vida, en la Quintrala de mi fundo, en la Lady Macbeth

de mi reino y corro estupidizadamente, satídicamente bus-

cando una forma de cometer un crimen preparando en mi

cabeza mentalizada al próximo suicidio y quizá apareceré en

la tele, en la hija de puta de la tele, y seré la portada de las re-

vistas, de los diarios, de los noticieros, y grito fuck como en

las películas, fuck como en el cine, fuck como en toda mi

vida y corro con mi último cigarro en la mano encendido al

viento recordando el sabor de las palomitas de maíz que no

pude volver a probar para sentir el sabor funesto de mi madre

y busco acaloradamente un lugar donde encontrar algo para

prescindirme, excluirme, eliminarme, matarme, no sé cómo

matarme, me doy cuenta que no sé cómo matarme y se me

ocurren las pastillas de mi madre, la guillotina que mató a

María Antonieta en Francia, me imagino Sadam Husseim

colgado, me siento Juana de Arco, Arturo Prat, se me ocurre

morir heroica, y me veo crucificada como cristo, quiero mo-

rir crucificada y que mis seguidores me lloren desconsola-

dos, me griten que soy la salvadora, la enviada de Dios, la

hija del destino, de la sabiduría y me anhelo en el cielo miran-

do hacia abajo, salvada, y me veo ya florecida con vida eter-

na en el paraíso prometido, en el idílico y adorado EDÉN

mientras Eva me abraza, Adán me espera inquieto, me dice

que ya no va a tomar más, que no me hará pasar malos ratos,

malas vergüenzas, que no me dejará sola mientras corro ha-

cia la plaza de armas, hacia la catedral de Santiago para cru-

cificarme y eternizarme ante todos mis súbditos que me

siguen 40 días y 40 noches con las maderas al hombro y una

corona de espinas que me mancha la cara de sudor sangrado,

atiborrado de deseos cumplidos y de ninguno por cumplir,

por desear, y dejo atrás al hombre de la espalda de fierro, al

señor del carrito de cabritas empalomizadas de maíz, al

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parque, los árboles, la gente, dejo atrás a my ídolo, a la esco-

ba, la pala, la bolsa de basura, los restos de carne, de pollo, de

huesos, las colillas de cigarros fumados, aspirados, botados,

me extirpo los recuerdos infantiles, los ingenuos recuerdos

culposos, rencorosos, dejo atrás el sabor del caramelo, el ob-

sesivo sabor amargo del dulce incestuoso, el sabor salado del

recuerdo transgresor, el sabor agrio de su boca, y me despido

de la vida melodramáticamente con el vestido al viento como

en una estación de trenes de la Francia de los años ’40, como

en el último capítulo de su teleserie favorita, como en los úl-

timos dos minutos de una película de de Jean-Pierre Jeunet y

entro con la cara llena de risa como orgullosamente devota,

cristiana, creyente a la Catedral Metropolitana de Santiago y

raudamente veo mi lecho de muerte hacia el final del edificio

de 1700 arquitectónicamente impactante y me siento dimi-

nuta, apocada, y miro el rostro de cristo mientras camino

por el eterno pasillo y le digo a la gente que me mire, que me

siga, que me llore de forma desconsolada y los ojos de cristo

ahora me miran a mí, y trato de no intimidarme, de no

apocarme y me dice que me acerque, que tiene algo que de-

cirme ¿Yo? ¡Si! Que coincidencia encontrarnos justo aquí,

qué andas haciendo por estos lados y yo le digo que me deje,

que ya no le voy a perdonar nada, que ya me dejó botada, que

me morí de pena esperando que la puerta se volviera a abrir

por fuera, que me morí de angustia tratando de buscar su

olor asqueroso en las sábanas limpias, que me consolé lloran-

do las noches en que no estaba, que me dormí pensando en su

mirada, que la culpé a ella por convertirme en una bestia his-

térica que a nadie le importa, le atrae, que me sentí sola tar-

des enteras con los bolsillos vacíos, el corazón desamparado,

el alma desértica, el rostro neutralizado, sin vida, sin tu vida,

sin tu presencia, y la gente me mira raro cómo me acerco al

altar sagrado, divino, bendito, anhelado mientras lo miro

enaltecido, ennoblecido, realzado, y le suplico que me lleve,

que no me deje quedarme aquí nuevamente viva, nuevamen-

te revitalizada, que yo quiero desaparecer, pero no me cree,

no me quiere, no me mira, y me arrepiento de no haber creí-

do en dios, ¿Me arrepiento? No creo en Dios todopoderoso,

no creo en el cielo ni en la tierra ni en su hijo, ni en Pilatos, ni

en que la silla de la derecha la ocupe alguien, y por última vez

estoy desahuciada, desalojada, destronada del amor poético

que alguna vez sentí eterno y que se esfumó maliciosamente,

negativamente, que se esfumó con secuelas, que se hizo eterno,

amargo, largo, doloroso, doliente, que se me entierra como

una llaga en la frente y me cruza por dentro hasta mi vientre,

y no quiero tener hijos, no quiero criar engendros, no quiero

repetir la ausencia, la ambivalencia, la no-correspondencia y

me siento como una musa de Botero que te esperó incansa-

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blemente gorda y no me puedo el cuerpo adormilado,

pesado, drogado, extasiado pero trato de subirme escalando

para recibir el cuerpo de cristo en mis manos y ya no se me

ocurren más películas, más ejemplos, y me invento mi propio

cine, mi propia obra de teatro, me invento un gran monólogo

para despedirme de ti, un eterno monólogo para que me re-

cuerdes, para que sepas que te quiero, que te odio, que me

hiciste sentir la mujer más linda de la tierra, que me hiciste

sentir la mujer más horrible, detestable, borrable, anulable

de la tierra, que me hiciste tu hija a golpes, a patadas, a vómi-

tos, a sangre fría, me hiciste tu guerrillera, me hiciste Ifige-

nia, me hiciste desear ser Afrodita en el lecho de tu alma y

me convertiste en tu saliva, en tu suspiro, en tu pubis y me

hiciste odiarla, me hiciste detestarla, y escalo más alto hasta

tener tu rostro en mis manos y te siento las espinas esculpi-

das de yeso sobre tu cabeza apuñalándome los bíceps, los trí-

ceps, los omóplatos alados de plumas blancas y soy yo un án-

gel que emprende un vuelo interminable para olvidarme de ti

y me muero recordándote, me muero culpándote, culpándo-

me, culpándola, y la gente me mira atochada, agolpada, aglo-

merada, amontonada, apilada bajo la cruz que me acoge

aguerrida, adolorida y los miro hacia abajo, miro hacia abajo,

y busco en los ojos los tuyos y me inspiro en Sara Kane psico-

tizada y tomo con mis manos la botella isabelina que utilizó

Julieta para morir histórica, para morir heroica, para morir

significativa y bebo como en una tragedia griega el líquido

envenenado, el líquido infectado, y lo siento recorrer co-

rriendo apresuradamente mi cuerpo por dentro, biológica-

mente, ardientemente ¡Pero no! ¡Qué pasa! abro los ojos y

me cambias la historia, me remeces, me asustas y con dolor

de tráquea te veo entre la multitud, con dolor de esófago te

veo mirándome desde abajo como queriendo hablarme, y

con los ojos lloriqueando veo que entre tus brazos traes un

paquete de palomitas dulces, de pop corn y yo aquí curada, y

yo aquí adormilada te miro a los ojos y de repente quiero

cambiar este monólogo, quiero volver atrás, y trato de rom-

per las páginas que escriben este final, y te quieres reconci-

liar conmigo, me vienes a buscar, y después de tanto tiempo

siento que valió la pena mi espera, has vuelto, te has devuel-

to, te has acordado de mí, de mi existencia, de mí, de yo my

ídolo, y te grito que te I love you, que eres mi hombre , mi

macho, mi padre que me engendra, y trato de no sentir el do-

lor que me carcome por dentro, que me hoguera, que me que-

ma por dentro y me miras arrepentido y me pides perdón con

los ojos y yo te lanzo mis trenzas de Rapunsel para mirarte

por última vez de cerca, y me vez por última vez, y ya no ten-

go fuerza para seguir escribiendo el final de esta historia, los

ojos se me cierran y te digo papá, me dices hija, te digo

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gracias, y me lanzas tu aliento alcoholizado y me muero alco-

holizada por ti, por tu mano, por tu alma, y me miras a los

ojos y me gritas que ¡Qué he hecho! Y te digo que vale la

pena, que me hiciste sentir tu olor por última vez, que ¡Que

coincidencia! Nos encontramos justo aquí, y ya con los ojos

cerrados solo te imagino a través de la brisa de tu olor que me

rodea y te digo lo último, te confieso que te estuve esperan-

do, que desde que cerraste la puerta por fuera me la quedé

mirando para ver si se volvía a abrir y que nunca se abrió de

nuevo y que te he odiado todos estos años y te siento respi-

rando, te quedas callado y me dices que no, que me buscaste,

que estoy equivocada, y me dices que me encontraste y yo ya

no respondo y me dices que me encontraste. ¡Que me encon-

traste! ¿Dónde? Que nunca te vi, y me haces sentir arrepen-

tida, impotente, que no quise verte, que no te respondí las

cartas, los llamados, y me siento corrompida, desvastada,

incrédula, y de repente me siento Penélope, y te siento San-

són y la historia se me vuelve mágica. Me regalas una final

hermoso y te digo que me muero… con una lágrima tuya ca-

yendo melodramáticamente, lentamente, pausadamente por

una de mis mejillas hasta mi boca, y siento, al fin, ese anhela-

do sabor dulce que me mata dichosa, feliz. Estuviste comien-

do palomitas de maíz, te estuviste comiendo mis palomitas de

maíz, y te pienso edípicamente hasta que me desvanezco… y

te siento abrazarme, apretarme, revivirme, y te digo ya es

tarde, y tú me lloras. Me lloras heroica. Me lloras con tu es-

palda de perro, de macho, de hombre, de padre. Y yo termi-

no. Y te confieso y te digo que termino la obra de teatro que

me inventé para conseguir eternizarme contigo a mi lado.

Fin papá. Acabé contigo a mi lado.

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Heme

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Roles que se posan en escena:

el que narra todo el tiempo.

hombre en el año 1960

mujer mucho antes de todo.

hombre mayor en el año 1960

ella en el año 1980

él en el año 1980

millionaire woman en el año 1980 y 2000

La pieza teatral, de principio a fin, es nebulosa. Somnolienta.

Oscura. Tétrica. No sabemos si lo que ocurre es real o es

parte de un tormentoso sueño visto por un miope

He quedado atrapado en la ficción.

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Soledad ha desaparecido. La señora Lucía riega el pequeño

antejardín de su casa destruida por el terremoto. El ensayo

de una banda pop decora sonoramente la atmósfera de la

cuadra. Mi vecino le saca brillo a su taxi cada tarde antes de

recorrer las calles de la ciudad sin pasajeros. Un cantante se

rompe las cuerdas vocales luchando en contra del ruido del

motor de una micro. Los pájaros que visitan mi jardín me

están robando el pasto uno a uno. Frente a mi casa vive un

señor que lleva 35 años tapizando sillas de comedor y hoy se

atreve con un sofá de 3 cuerpos. Ella me mira por la venta-

na de en frente. 5 mujeres son violadas, masacradas y des-

cuartizadas en los bordes de uno de los cerros más sucios del

sector. Mientras, en Bolivia, un perro devora rápidamente a

uno de su misma raza una semana después de su muerte... un

violín suena a lo lejos. Es de Martín.

Prefacio Año 2000.

1

millionaire woman

Efectivamente vestía traje de color negro, pero digamos que

traje traje no, un trajecito, si, bonito, elegantoso. Elegantoso

a su manera, qué se yo, pero traje traje así como traje de los

trajes que sabemos que son trajes de verdad, no. Por ningún

motivo. Hay que tener mucho cuidado con confundir ese

tipo de cosas mira que esta gente es experta en camuflarse.

¿Viste esa película en donde Brad Pitt, que es gringo gringo,

se hace pasar por italiano en una avant première de una pelí-

cula nazi nazi que se estrenaba en Francia a cargo de una ju-

día judía que había arrancado de la masacre de su familia que

se ocultaba en el entresuelo de la casa de una francés francés

concha de su madre que tenía escondidos a estos judíos or-

dinarios, llenos de barro los pobres? Eso es camuflarse bien

ah... yo no podría fíjate. Yo nací así y me voy a morir así. Así

como me ves pues. Digna. Imagíname yo matando a un pobre

tipo que no le ha hecho mal a nadie pues hombre. Cómo se te

ocurre hacerme semejante pregunta si yo no tengo nada que

ver con las cosas que han pasado en este pedazo alejado de

la capital caballero. Es que estoy realmente molesta y anona-

dada con la noticia. Me desayuné cuando me citaron a decla-

rar, imagínate. Cero posibilidad de entablar una relación yo

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con la delincuencia pues lindo. De verdad. Es que ya no sé en

qué tono decirte que yo sería incapaz de hacer una cosa así.

Pobre hombre. Qué le habrá pasado al pobre. Oye. Cuénta-

me una cosa. ¿Y? ¿Aún no encuentran al culpable? Y en un

pueblo tan chico chico como este fíjate. Imagínate la barba-

ridad de horrores que pasamos nosotros en la ciudad con la

cantidad de población triplicada de lo que ustedes tienen acá

pues mono. Acá todos todos se conocen pues. Cómo no van a

encontrar al culpable. Es que si anda suelto por ahí yo no me

muevo de la comisaría. ¡Así de simple! ¿No te contesta? ¡Ah!

Insístele para que me venga a buscar pues. Comprenderás

que con las atrocidades que me cuentas yo no me devolveré

sola manejando

Año 1960

2

el que narra

La escena es nebulosa. El espacio debe permitir la amplifi-

cación de una actuación mínima, sin decorado. La escena es

real. Un sitio eriazo. Una gran explanada. Un hombre está

de pie entre un largo pastizal. Campo. El hombre viste tra-

je negro. Su rostro está sudado. Su cuerpo está sudado. Su

ropa mojada emana vapor. Ese vapor recorre la sala y sube

hacia el techo que deja entrever focos de teatro. Muchos focos

que iluminan la escena. El hombre entra al pastizal con unas

tijeras de cortar pasto en sus manos. Sus manos tienen ba-

rro. Su frente tiene barro. Su cuerpo está cansado. El hom-

bre observa el pastizal. El hombre observa al público.

Uno a uno. Sale.

Música.

Un viento acompañará toda la escena.

Música por favor.

La escena de teatro no será comprendida sin sonoridades que

se presten para el terror.

¡Música!

El hombre vuelve a entrar apresurado y se lanza sobre el

pastizal. No lo vemos por entre medio de los largos pastos.

El hombre se pone de pie. Levanta los brazos y se entrega.

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Levanta los brazos pidiendo perdón por los hechos.

Aún no sabemos que este hombre ha matado a la dueña de la

cabaña que está a unos kilómetros de distancia de este lugar.

Las luces lo iluminan como faroles de auto.

El hombre no llora.

Las gotas que corren por su cara son de sudor.

El dueño de la cabaña nunca imaginó que un hombre llegaría

hasta su casa para acabar con su vida de esa manera.

El hombre creerá que nosotros no sabemos que él es el asesi-

no. La música se aproxima con mayor intensidad.

El hombre sale.

Se encienden focos azules que traen consigo a la noche.

El hombre entra con una sábana impecable en sus manos. Es

blanca. La deja.

Sale.

El hombre vuelve a entrar y recorre el pastizal mirando hacia

abajo. Busca algo. Encuentra un charco de agua y se moja la

cara. El vapor de su cara es magnífico. Su rostro hierve.

El hombre se saca la chaqueta.

Lentamente se saca su corbata y se seca la cara con ella. El

hombre abre el cierre de su pantalón. Dobla la corbata y sua-

vemente la introduce en su calzoncillo simulando agrandar

su pene. El hombre cierra el cierre de su pantalón y observa al

público. El hombre ha quedado con un miembro prominente

y varonil. ¡Es un hombre!

El hombre se saca la camisa y quedará con el pecho descu-

bierto el resto de la escena. Su cuerpo suda. En su espalda

una joroba imposible de ocultar. El hombre tiene un cuerpo

musculoso. El actor es un atleta. Un atleta del corazón. Su

musculatura será apta para la actuación y el despliegue que la

escena requiere. El actor debe ser un muy buen actor que sea

capaz de desaparecer.

El hombre entierra la sábana en el suelo y la observa. Ob-

serva al público y vuelve a tomar la sábana. La sábana

chorrea líquido.

El hombre habla.

3

hombre

He pensado en el suicidio.

He intentado caminar por horas a lo largo de una gran aveni-

da sin comer.

He caminado bajo el sol comiendo pastelitos hasta vomitar.

Soy feo.

Lamentablemente he querido ser importante en un contexto

que no me lo permite.

He pensado.

Melancólicamente he pensado en terminar.

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Peligrosamente he pensado en acabarme. En derretir hasta el

último diente, hasta el último hueso que compone mi cuerpo

y acabar. Terminarme. Extinguirme.

Nadie me extrañará.

Nadie sentirá que ha perdido un compañero imprescindible.

He intentado caminar por horas a lo largo de mi vida sin

comer.

Y nadie extrañará ningún olor que se identifique conmigo.

He caminado bajo el sol comiendo sangre hasta vomitar.

Y nadie correrá con el pelo al viento hasta mi ataúd para gol-

pearlo fuertemente con sus manos gritando entre lágrimas

un “por qué” largo y ahogado.

He pensado que en mis 37 años de vida no he hecho otra cosa

más que preocuparme por lo que ¡he querido el abandono!

... otra cosa más que preocuparme por lo que he querido ser

y hacer, en vez de gozar en plenitud estar de pie frente a esta

monstruosa capital.

Lloré una vez.

He pensado en derretir hasta el último diente, hasta el último

hueso que compone mi cuerpo y acabar.

Una sola vez cuando grande. Grande como ahora.

-

-

-

En ese momento en que me di cuenta que nadie me acompa-

ñaba a hacer las compras del supermercado.

-

Lloré en el pasillo de las legumbres.

Y terminarme.

Lloré por despecho. De vergüenza, de estar acongojado,

deprimido. Lloré de goce. De gozo, lloré de solo. Lloro por-

que he llorado. Somos 5.000 los que lloramos en silencio.

¿Y qué más nos falta para continuar?

¿Y qué más se necesita para pertenecer?

He pensado en derretir hasta el último diente. Hasta el últi-

mo corazón para que la extinción sea un acierto. Un acierto

en la humanidad.

4

Despierto sobresaltado. Con impotencia me destierro de

aquel sueño envolvente que acompaña mis noches de soledad

y componen un mundo cinematográfico imposible de narrar.

Respiro apresurado. El aire que entra a mí es pastoso, ne-

buloso, apretujado. Hay colores que aparecen en mi mente.

Colores que aparecen cuando respiro. ¿Es normal eso?

Fumo.

He intentado fumar sin detenerme durante un día completo.

Lo he intentado.

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He recordado momentos de felicidad. Existen pasajes de

una vida certera que aprisionan recuerdos funestos. Pasajes

imposibles de retomar. De retratar. Y siento dolor.

El dolor se siente entre medio de los hombros. Cerca de la

garganta. Es como un ahogo que se acumula y que está a pun-

to de explotar. El dolor solo no existe. El dolor real viene con

un poco de impotencia, de pena y de angustia. La pena es un

sentimiento pasivo. La angustia es un estado. El dolor tam-

bién es rabia. La rabia que tienen los perros es imposible de

controlar. Yo controlo mi rabia. Convivo con ella. Un día me

encerré en el baño con una compañera. Tenía 5 años. Juga-

mos a juntar las lenguas. Su lengua era suave, tibia, blanda y

muy mojada. Fue la primera lengua que mi lengua tocó. No

sé si me excité. No me acuerdo. Desde ese día me dediqué

a observar por entre medio de las puertas de los baños, por

entre medio de las ventanas.

Nadie me extrañará.

Nadie sentirá que ha perdido un compañero imprescindible.

He soñado con vaginas y penes gigantes. He soñado con

bellos púbicos, con el éxito, con el dinero.

He soñado con recuperar esa sensación

Mi lengua posándose sobre otra de su misma especie. Tibia.

Erótica. Suave.

¿Es malo eso?

Pero ya será imposible recuperar la ingenuidad. Volver sobre

los actos.

En mis sueños.

-

La idea no es solo hablar de cosas tristes.

¿No?

La idea es actuar en el mismo tono. Esa es la idea.

Salir de este lugar sin voz.

He recordado que no creo en Dios y me repleto de angustia.

No he tenido la suerte de saber que hay un lugar donde me

esperan con los brazos abiertos. ¡Estarán seguros los con-

chas de su madre que venden los boletos del edén a ostias re-

mojadas en vino añejo, que ese puto lugar del que hablan se

murió el día en que esos miserables nos dijeron que éramos

libres! ¡Quién mierda inventó esa emancipación del sueño de

la libertad y la puta!

5

Sueño.

At last I dream. Y lo disfruto. No sé. Quiero volver sobre los

actos, sobre esos pasajes que arman y desarman mi biografía.

Paseos eternos que vuelan a mí alrededor giran en torno a

cabezas enormes. Se entremezclan el temor y el goce.

-