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REFLEXIONES EN TORNO A UNA
EXPERIENCIA INTERCULTURAL
MAPUCHE PEWENCHE.
Margarita Reyes Pardo José María Pereira Canio
Eje Temático: EAS Interculturalidad y
procesos bioculturales
Noviembre 2016
REFLEXIONES EN TORNO A UNA EXPERIENCIA INTERCULTURAL MAPUCHE PEWENCHE
-Autores: Margarita Reyes Pardo, José María Pereira Canio
-Resumen: El presente trabajo es una reflexión en torno a la experiencia relatada
en un capítulo del libro Awkiñ dungun wallmapu txipawpo bil lmongen /Ecos de las
palabras de la tierra desde un último confín del mundo, de los autores José María
Pereira Canio, Freddy Pérez y la suscrita. En el marco del presente congreso, esta
reflexión tiene como objetivo central reconocer y significar los conocimientos y
aportes a la educación ambiental que pueden desprenderse de esta experiencia
intercultural. Este escrito se realiza por uno de los autores, proveniente de la ciudad
de Santiago de Chile, quien participa en este adentrarse en el mundo mapuche
pewenche en la zona del Alto Bio Bio (1), con la metodología planteada por el
kimche (persona sabia) Küntxemañ (José María Pereira Canio), la que se centra en
la relación con la naturaleza (ñukemapu) y el conocimiento del mundo a través del
ver, el oír y el sentir. Esta vivencia plantea una transformación en la forma de
comprender y experimentar la naturaleza y el paisaje, bajo una noción, de respeto
y equilibrio. Desde la lógica mapuche pewenche, el viaje al volcán Copahue es lo
que permite esta experiencia de conocimiento, y lo que dará origen a un diálogo
entre estos dos mundos.
-Palabras clave: experiencia, interculturalidad, naturaleza, paisaje, pueblo mapuche
pewenche.
-Área temática del congreso: EAS Interculturalidad y procesos bioculturales
La experiencia y el vínculo con la naturaleza
El mundo mapuche pewenche me enseñó la importancia de conocer y pensar desde
la propia experiencia. A comprender la experiencia y el sentir como una forma de
conocimiento; lo que desde la enseñanza universitaria formal me resultaba muy
difícil de entender y valorar. Me importaba más lo que decían los libros o cuál era,
por ejemplo, el nombre científico de cierta planta o la descripción climática de la
zona para entender los vientos. Ahora sé que ambas formas de conocimiento son
válidas, y que una no está sobre la otra.
La metodología planteada por el kimche (persona sabia) Küntxemañ, a través del
ver, oír y sentir es la forma en la que pudimos entrar y sistematizar esta experiencia.
Esta es la metodología ancestral en que los abuelos y kimche enseñaban y aún
enseñan a los niños y jóvenes, en el territorio mapuche pewenche del Alto Bio Bio,
puelmapu (2).
A través del viaje al volcán Copahue, bajo la guía del kimche Küntxemañ,
emprendimos este camino hacia el mundo mapuche pewenche, que en un inicio
aparecía como lejano, desconocido y diferente, pero que sin embargo, me llevaba
al origen de mi vínculo con la naturaleza y con la vida. El volcán (deyiñ) es un lugar
sagrado, desde donde surge el conocimiento mapuche pewenche, un lugar de
origen, que permitiría esta búsqueda en nosotros mismos.
Desde este encuentro con la experiencia, del ver, oír y sentir, desde el encuentro
con mi propio vínculo, en contacto directo con la naturaleza y sintiéndonos, antes
que nada como personas, comienza a ser posible un diálogo intercultural.
En este contexto, la enseñanza y el aprendizaje es un descubrimiento.
Descubrí, que este vínculo se origina en la infancia, en la compañía de los abuelos.
Caminando por las veredas de Santiago, mi abuelo me mostraba y enseñaba los
nombres de las plantas y a reconocer los frutos comestibles de
algunos arbustos que se usaban para adornar los jardines de las casas. Mi abuela
me permitía acompañarla en sus labores cotidianas como cocinar o pintar, y me
invitaba a poner atención al cantar de los pájaros. Los dos se daban el tiempo para
compartir sus saberes conmigo. Ese ver, en contacto directo con la naturaleza que
había en la ciudad, y ese conocimiento que me entregaban, me hacía sentir más
libre y autónoma, y comprender que esos seres vivos no eran inferiores a mí, sino
que eran similares y debía respetarlos. Mis abuelos también estaban presentes en
mi contacto con la naturaleza fuera de la ciudad, particularmente en un viaje a la
alta cordillera de la zona central, que repetíamos todos los veranos. En este
espacio me dejaban experimentar con soltura, lo que me permitía acercarme al
hablar de ese lugar: a su propia libertad, a su amplitud, a la sensación de estar en
un límite o frontera entre el cielo y la tierra, en que mediaban otras leyes de vida.
Significar esta primera experiencia de vida, educativa, me permite un encuentro con
el mundo mapuche pewenche.
En el oír, descubro que, aunque distantes, compartíamos la vivencia del puelmapu,
pero que yo no sabía cómo nombrarlo ni comprendía su identidad. Lo que para mí
era un bosque de robles, aprendí que era un lemu, las aguas de vertiente eran
wübko, las laderas rojizas de minerales eran quelelil, los acantilados pedregosos
eran lil, el condor era mañke y el águila kalkiñ. Todo lo que yo había conocido, tenía
un nombre específico y este tenía su origen en el sonido de cada elemento. Por
otra parte, compartíamos la vivencia y el sentir de la transformación que han ido
teniendo estos lugares, lo que implicaba la dificultad del llegar a ellos, el cómo
ahora son cada vez más accesibles, y la amenaza de distintos proyectos de
inversión como un constante peligro.
Estos descubrimientos me llevaron también, a una búsqueda histórica en relación
al lugar en la cordillera que había visitado desde pequeña. La historia que encontré
no es la que relatan en los colegios, y constataba cómo estos territorios entre Chile
y Argentina habían sido controlados por el pueblo pewenche quienes se movilizaban
por el lado oriental de la cordillera en un amplio rango del territorio, y que luego
habían sido desplazados por parte de las campañas militares durante los
procesos post republicanos, es decir una historia relativamente reciente. El
espacio que yo conocí desde pequeña, había sido transitado por grupos
pewenche que, comerciaban con los españoles, con una autonomía y sistemas
de vida propios. ¿Cuántos espacios, ahora semi despoblados o “vírgenes”, han
sido originados por el despojo a sus habitantes? En estos procesos está el origen
de la ilusión de ser dueños de una tierra que en realidad ha sido despojada de
sus habitantes.
Con esta consciencia surge otro tipo de mirada hacia el paisaje, una mirada que
no busca adueñarse de lo que ve, que comprende que es compartida, porque
esos cerros, ese río, ese paisaje ya ha sido tocado por muchas otras miradas
antes que la mía. Si ocupamos la imaginación o, agudizamos nuestros sentidos,
podríamos intentar escuchar las pisadas de los caballos, o sentir el humo del
antiguo habitar pewenche.
La transformación de la relación con el paisaje
Sentirnos parte de la naturaleza, no superiores o dueños, es la base de cómo nos
relacionamos con ella.
Como sociedad occidentalizada, nos cuesta esta forma de relacionarnos con el
medio, en parte porque de alguna u otra manera somos herederos de un modelo
colonialista basado en el exterminio de los pueblos y la naturaleza.
Al llegar por primera vez al mundo mapuche pewenche, el espacio que yo veía
como natural (4): bosques, cascadas, ríos; que normalmente acostumbramos a
recorrer como si fueran nuestros y a concebir sin dueño (si es que no vemos
letreros, portones o cercas), tenía límites y energías propias o ngen (5), que era
necesario respetar, y pedir permiso. Así como existían fuerzas en cada lugar,
cada espacio estaba reconocido y nombrados por las personas: los cerros más
altos eran las veranadas, y lo que cualquier persona llamaría como un bosque de
araucarias (6), era el pewenentu.
La forma de estar en este lugar era distinta y antes que todo era necesario
escuchar (allkantun). El escuchar es lo más importante, me decía Küntxemañ, y
siento, que lo esencial para poder percibir lo que a primera vista no se puede ver.
El mundo mapuche pewenche mantiene una sensibilidad profunda del escuchar.
Existen un sinnúmero de palabras para nombrar sonidos, muchas de las que no
encuentran una traducción al castellano, como el tilkab, el sonido que hace el
agua al deslizarse, o el lüm lüm, el sonido de la llama del fuego. Eso es el
mapudungun, dice Küntxemañ, todos los sonidos que emite la madre tierra, el
agua, las piedras, el cosmos, ese es el hablar de la tierra. Los sonidos hablan, y
son miles de años escuchando.
En el caminar con una mujer kimche pude ver la profunda conciencia y
conocimiento que ella tenía de que los bosques existen antes que nosotros, que
llegamos a visitar lo que ahí ha estado por miles de años, y ante esta realidad la
primera emoción es el respeto. Escuchaba su palabra. Me decía que se debía
pedir permiso o dejar un hilito si es que se toma algún montón de nguilliw (7)
acumulado por un ratoncito.
Estos valores, como la reciprocidad, el respeto y la búsqueda del equilibrio, son
los que yo veía que estaban presentes en el pensar-actuar de las personas en su
relación con la madre tierra (ñukemapu). Desde esa conciencia es posible
construir un trato con la naturaleza, similar al que nos enseñan que merecen
tener las personas.
A diferencia de lo que en la educación formal se nos enseña como ecosistema
(8), para el mundo mapuche pewenche todos los elementos de la naturaleza
están vivos: el viento, las piedras, las nubes; elementos que en la enseñanza de la
escuela e incluso en la universidad se denominan como inertes o abióticos. En
el mundo mapuche pewenche la persona es parte de esas relaciones que
mantienen el equilibrio que hace posible la vida.
En la ciudad hay un alejamiento de los procesos naturales, de los cuales somos
parte, aparentemente todo aparece como controlable y adquirible, como si
dependiese sólo de nuestra voluntad. Los actos se tornan más rápidos. Muchos
sonidos se ocultan entre los ruidos, que más bien nos molestan o no nos dicen
nada, y es como si necesitásemos ser un poco sordos para poder sortearlos y
trascenderlos. Así, pueden dejar de interesarnos y poco a poco perdemos la
capacidad de escuchar.
Puedo afirmar, que el compartir con el pueblo mapuche pewenche y el vínculo
ancestral que ha establecido con la naturaleza y el cosmos, me sitúa frente al
paisaje (no urbanizado) de una forma más profunda y sensible. El paisaje me es
ahora comprendido desde el respeto, repleto de mongen (vida) y newen
(energía), habitado, también, por presencias que es posible que no podamos
percibir con la mirada.
La comprensión intercultural del entorno
Como se dijo al inicio del texto, lo que en primera instancia se presentaba como
un mundo distante y distinto, es lo que va a permitir una reconciliación con mi
propio entorno, nacida desde una comprensión profunda del paisaje en este
encuentro con el mundo mapuche pewenche.
Al llegar a la cima del volcán, es posible ver la amplitud del territorio, la cordillera
se pierde de vista en sentido norte-sur, como un gran camino que antes sólo
había conocido en forma fragmentada. En ese momento, el sonido emitido por el
agua dentro del volcán, se oía como una respiración, y me hacía sentir que
estaba vivo y generando vida. Esta misma agua o kotxüko, recibida sabiamente,
poco a poco, es la medicina usada para sanar enfermedades físicas y
espirituales. Ahí ví directamente la conexión entre lo más profundo de la tierra y el
cielo. En este espacio pude comprender la dualidad, por ejemplo de la vida y la
muerte, el deyiñ (volcán) puede hacer la vida a partir del agua que ahí se
produce, como la destrucción que puede generar una erupción, pero también eso
me enseña que la muerte es renovación, transformación y está presente en
nuestra vida a cada momento. Esa dualidad también es simultánea y convive. Allí
están juntos cuatro elementos primordiales: la roca (la tierra), el agua en sus tres
formas (hielo, líquida y vapor); el calor y el viento (el aire, el cielo). ¿Ocurre esto
en algún otro espacio de la ñukemapu, que no sea un volcán? El hielo y el calor
del volcán, esta eterna oposición de elementos que pareciera imposible conciliar,
convive, y si actúan juntos pueden tener un efecto particularmente poderoso.
Aquí en el deyiñ se origina el río que dará la vida a este valle; un glaciar en lo alto,
un reservorio de agua, vida y conocimiento, va otorgando, estos elementos que
fluyen hasta el mar. Gradualmente, de la misma forma cómo nosotros fuimos
conociendo.
Al volver a la ciudad, pruebo venirme mirando la cordillera desde la carretera sin
despegar los ojos de ella, avistando quebradas y volcanes. Su dimensión
trasciende las ciudades y otras construcciones humanas que se van sucediendo
casi anecdóticas en el valle central, a tal punto que casi no percibo la llegada a
Santiago. Por primera vez, al volver a Santiago, me sigo sintiendo cerca de la
cordillera. Miro a mi alrededor la ciudad y sus habitantes (entre los que me
incluyo), me oriento con respecto al resto del territorio, y alcanzo a dimensionar
nuestra acotada posición dentro de este, y el efímero tránsito que hacemos por
esta Tierra, la ñukemapu.
Aportes a la educación ambiental
Cada persona tiene su propio vínculo con la naturaleza, la tarea de la educación
ambiental es despertarlo. Por el hecho de ser humanos tenemos la capacidad
para sensibilizarnos con la naturaleza. Aunque nuestro ambiente se encuentre
artificializado, alguna referencia natural hallaremos, la que podrá darnos una
enseñanza desde lo que no es humano. Incluso nuestro cuerpo, es el primer
“medio ambiente” donde habitamos. La respiración puede ser nuestro propio
viento, producimos agua con la transpiración o una lágrima, generamos calor
como si tuviéramos nuestro propio fuego.
Es necesario buscar la experiencia originaria del o los momentos en que
establecemos ese vínculo.
Sin duda la cosmovisión y pensamiento de los pueblos originarios, en este caso
mapuche pewenche, nos convoca a una transformación de nuestra relación con
la naturaleza, el paisaje y nuestro actuar en la vida en general. Pudiesen ser una
fuente de inspiración o una referencia teórica a la que podemos recurrir a través
de algunos textos, pero muchos de ellos son interpretaciones históricas o
antropológicas que distan del pensamiento real indígena. La experiencia vivida
con una comunidad, y a través de la palabra de un kimche en directa relación con
la naturaleza, es la base de esta transformación, por lo que es fundamental crear
estos espacios de encuentro bajo distintos formatos. ¿De qué manera generamos
estos diálogos interculturales en relación a la educación ambiental?
Es difícil hablar de educación ambiental en el mundo indígena del modo como
podría entenderse en nuestra sociedad, ya que en el primero, el ambiente o
naturaleza es parte integral de la vida y, en este caso, del ser mapuche
pewenche. Toda la naturaleza está viva y no hay una separación entre naturaleza
o medio ambiente y la persona. Sin embargo es una realidad que ambos mundos
coexisten y hay una penetración cultural mutua, fuertemente hegemonizadora y
con una voluntad de asimilación desde la sociedad dominante (en este caso
chilena).
En esta experiencia el diálogo intercultural aparece cuando aceptamos este cruce
de ambos mundos, desde la experiencia, desde nuestro vínculo personal, desde
lo que somos como personas, a partir de nuestras historias de vida, desde
nuestra condición humana, nuestras afinidades, el arte (pintura, música, tejidos,
bailes), o nuestras luchas.
En el mundo mapuche pewenche, las enseñanzas provienen de la naturaleza,
ella es la que enseña. Ahí está la sabiduría que es necesaria de escuchar e
interpretar, complementando el pensar-hacer de la persona con el pensar-hacer
de la naturaleza.
En este sentido, la herramienta metodológica ancestral planteada por
Küntxemañ, a través de la experiencia del ver, oír y sentir, se basa en un
conocimiento complementado con otros aspectos del ser como las energías de
cada persona, su característica, con qué elemento de la naturaleza te identificas,
por poner algunos ejemplos.
La reconstrucción histórica de un lugar desde tiempos prehispánicos hasta
ahora es parte de la educación ambiental, así como la historia y vida de nuestros
pueblos vivos, es decir nuestras raíces.
Por último, es necesario favorecer instancias (actividades, ejercicios) que nos
permitan reconocer las emociones y sensaciones que nos produce la naturaleza
en su hablar, a través de lo que escuchamos, lo que vemos, lo que tocamos; la
alegría en el canto de los pájaros, la amplitud y tranquilidad con un cielo azul de
un día despejado, la sensación que nos dan los árboles en primavera, entre
otros.
Vale la pena emprender este camino en el que podríamos llegar a sentir que es
posible comunicarnos con la naturaleza, lo que sí es seguro es que seremos más
sensibles y conscientes, y por lo tanto, tendremos un paso más sustentable por
esta tierra.
Notas al pie
(1) Alto Bio Bio, es la zona cordillerana del río Bio Bio, situado en el límite entre la
zona central y sur de Chile, antigua frontera entre españoles y mapuche.
(2) Puelmapu: Tierra desde donde sale el sol. Puel: lugar específico de la salida
del sol y de los espíritus vivos; mapu: tierra.
(3) Espacio natural se entiende aquí como el espacio que, aunque habitado, no
está sustancialmente transformado por el hombre.
(4) Ngen: ser superior y dueño de un lugar.
(5) La araucaria o pewen (Araucaria araucana) es el árbol sagrado mapuche
pewenche
(6) Nguilliw: semilla del pewen o araucaria.
(7) Ecosistema entendido como el conjunto de especies de un área determinada
que interactúan entre ellas y con su ambiente abiótico.