qué es un autor

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H DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL Director: Rubén Sierra Mejía Consejo de redacción: María Teresa Cristina, Ellie Anne Duque, José Granés, Pilar Mejía, Marco Palacios, Ramón Pérez Mantilla, Germán Rubiano Caballero, Carlos Enrique Ruiz, Nicolás Suescún, Erwin Yon Der Walde. EN ESTE NUMERO Micheí Foucault / Qué es un autor? / 4 V Jaime Véiez Sáenz / Los derechos humanos: reflexiones sobre su fundamentación / 20 * Frangois Furet / Tocqueville: el descubrimiento de América / 26 Jorge Graciarena/Sobre la calidad de la participación y la democratización Argentina/33 sO oP ^ Fernando Uricoechea / El marxismo y la sociología en Colombia / 42 Víctor Albis G. / Los Principiada Newton y sus relaciones con el desarrollo de las cien- cias naturales en Nueva Granada / 50 Manuel Hernández B. / Dos poemas / 55 Tomás Antonio Vásquez / Aproximación existencialista a El coronel no tiene quien le " escriba I 60 Este número de ia Revista de la Universidad Nacional está ilustrado con bocetos de Picasso para Guerni'ca. Picasso comenzó a dibujar sus primeros bocetos el 1 de mayo de 1937. E! 4 de junio del mismo año terminó el famoso lienzo. REVISTA BIMESTRAL. SEGUNDA EPOCA. VOLUMEN II No. 11. MARZO 1987 - BOGOTA - COLOMBIA Diseño: David Consuegra Corrección de Textos: V. A. Estrada Fotocomposición, Artes e Impresión: Empresa Editorial Universidad Nacional de Colombia, Canje: Universidad Nacional de Colombia, Biblioteca Central. En Colombia $ 500. oo En el Exterior US$ 2.50 -

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Foucault

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  • H

    DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL

    Director: Rubn Sierra Meja

    Consejo de redaccin: Mara Teresa Cristina, Ellie Anne Duque, Jos Grans, Pilar Meja, Marco Palacios, Ramn Prez Mantilla, Germn Rubiano Caballero, Carlos Enrique Ruiz, Nicols Suescn, Erwin Yon Der Walde.

    EN ESTE NUMERO

    Miche Foucault / Qu es un autor? / 4 V

    Jaime Viez Senz / Los derechos humanos: reflexiones sobre su fundamentacin / 20 *

    Frangois Furet / Tocqueville: el descubrimiento de Amrica / 26

    Jorge Graciarena/Sobre la calidad de la participacin y la democratizacin Argentina/33

    sO

    o P

    ^ Fernando Uricoechea / El marxismo y la sociologa en Colombia / 42

    Vctor Albis G. / Los Principiada Newton y sus relaciones con el desarrollo de las cien-cias naturales en Nueva Granada / 50

    Manuel Hernndez B. / Dos poemas / 55

    Toms Antonio Vsquez / Aproximacin existencialista a El coronel no tiene quien le " escriba I 60

    Este nmero de ia Revista de la Universidad Nacional est ilustrado con bocetos de Picasso para Guerni'ca. Picasso comenz a dibujar sus primeros bocetos el 1 de mayo de 1937. E! 4 de junio del mismo ao termin el famoso lienzo.

    REVISTA BIMESTRAL. SEGUNDA EPOCA. VOLUMEN II No. 11. MARZO 1987 - BOGOTA - COLOMBIA

    Diseo: David Consuegra Correccin de Textos: V. A. Estrada Fotocomposicin, Artes e Impresin: Empresa Editorial Universidad Nacional de Colombia,

    Canje: Universidad Nacional de Colombia, Biblioteca Central.

    En Colombia $ 500. oo En el Exterior US$ 2.50

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  • QUE ES UN AUTOR?* Michel Foucault

    Traduccin de Corma Yturbe

    Conferencia de Michel Foucault, el 22 de febrero de 1969, en la Sociedad Francesa de Filosofa.

    JEAN WAHL. H o y t e n e m o s e l gusto de q u e se en-cuentre entre nosotros Michel Foucault. Estuvi-mos un poco impacientes por su llegada, un poco inquietos por su retraso, pero ya est aqu. No se los presento, es el "verdadero" Michel Foucault, el de Las palabras y las cosas, el de la tesis sobre La locura. Le dejo la palabra enseguida.

    MICHEL FOUCAULT. Creo -sin estar por lo dems muy seguro que es tradicional traer a esta Socie-dad de Filosofa el resultado de los trabajos ya ter-minados, con el fin de que sean examinados y cri-ticados. Desgraciadamente lo que hoy les traigo es demasiado pobre, me temo, para merecer su atencin: se trata de presentarles un proyecto, un ensayo de anlisis cuyas grandes lneas apenas en-treveo todava; pero me pareci que esforzndo-me por trazarlas frente a ustedes, pidindoles juz-garlas y rectificarlas, estaba, "como buen neurti-co", buscando un doble beneficio: primero el de someter los resultados de un trabajo que todava no existe al rigor de sus objeciones, y el de benefi-ciarlo, en el momento de su nacimiento, no slo eon su padrinazgo, sino con sus sugerencias.

    Y quisiera pedirles algo ms: no se resientan con-migo si, al escucharlos dentro de un momento plantearme preguntas, experimento todava, y so-bre todo aqu, la ausencia de una voz que hasta ahora me ha sido indispensable; comprendern que al rato todava buscar invenciblemente escu-char a mi primer maestro. Despus de todo, l fue el primero al que le habl de mi proyecto inicial de trabajo; desde luego, me hubiera hecho mucha falta que asistiera al esbozo de ste y que una vez ms me ayudara en mis incertidumbres. Pero des-pus de todo, puesto que la ausencia es el primer lugar del discurso, acepten, les ruego, que sea a l, en primer lugar, a quien me dirija esta tarde.

    El tema que propuse: "Qu es un autor?", evi-dentemente tengo que justificarlo un poco frente a ustedes.

    * Dialctica, Ao IX, No. 16, 1984.

    -

    Si eleg tratar esta cuestin quizs un poco extrjj a, es porque primero quera hacer una cierta cr tica de lo que en otro tiempo llegu a escribir, y r< gresar sobre algunas imprudencias que llegu cometer. En Las palabras y las cosas intent anal zar masas verbales, especies de capas discursiva; que no estaban escondidas por las acostumbrada unidades del libro, de la obra y del autor. Hab; ba en general de la "historia natural" , o del "anl sis de las riquezas", o de "la economa poltica' pero para nada de obras o de escritores. Sin en bargo, a lo largo de ese texto utilic de manera ii genua, es decir salvaje, nombres de autores. H bl de Buffon, de Cuvier, de Ricardo, etctera, dej funcionar esos nombres en una ambigeds muy molesta, de suerte que se podan formular! gtimamente dos tipos de objeciones, y en efec as fue. Por un lado, se me dijo: no describe o rrectamente a Buffon, ni el conjunto de la obra ( Buffon, y lo que dice sobre Marx esirrisoriamen insuficiente con relacin al pensamiento de Mar Estas objeciones estaban evidentemente fund mentadas, pero no pienso que fueran totalmen pertinentes respecto a lo que yo haca; porque problema para m no era describir a Buffon c Marx, ni restituir lo que haban dicho o queri( decir: simplemente buscaba encontrar las reg segn las cuales haban formado algunos conc tos o conjuntos tericos que se encuentran en s textos. Se hizo tambin otra objecin: usted f< ma, me dijeron, familias monstruosas, acei nombres tan claramente opuestos como los Buffon y Linn, pone a,Cuvier al lado de Darw y esto en contra del juego ms visible de los pare tseos y de las semejanzas naturales. Dir, o vez, que no me parece que la objecin conven] porque jams busqu hacer un cuadro geneal co de las individualidades espirituales, no qu constituir un daguerrotipo intelectual del sabi< del naturalista de los siglos XVII y XVIII; no q se formar ninguna familia, ni santa ni perver simplemente busqu - l o cual era mucho ms n des to- las condiciones de funcionamiento de pr ticas discursivas especficas.

    Entonces, me dirn, por qtr haber utilizado, Las palabras y las cosas, nombre de autores?

  • haba que utilizar ninguno, o bien definir la mane-ra como los utiliz. Esta objecin est, creo, per-fectamente justificada: intent medir sus implica-ciones y consecuencias en un texto que aparecer m u y pronto; ah intento darle estatuto a grandes unidades discursivas como las que se llaman la Historia Natural o la Economa Poltica; me pre-gunt segn qu mtodos, qu instrumentos, se les puede localizar, escandir, analizar y describir. He aqu la primera parte de un t raba jo emprendi-do hace algunos aos, y ahora terminado.

    Sin embargo, otra cuestin se plantea: la del au-tor, y es sobre sta que quisiera hablarles ahora. Dicha nocin de autor constituye el momento fuerte de individuacin en la historia de las ideas, de los conocimientos, de las literaturas, tambin en la historia de la filosofa, y en la de las ciencias. Incluso hoy, cuando se hace la historia de un con-cepto, o de un gnero literario, o de un tipo de fi-losofa, creo que en ella no se consideran menos tales unidades como escansiones relativamente dbiles, secundarias y sobrepuestas en relacin con la unidad pr imera, slida y fundamenta l , que es la del autor y de la obra.

    Dejar a un lado, al menos en la exposicin de esta tarde, el anlisis histrico-sociolgicodel per-sonaje del autor . Cmo se individualiz el autor en una cultura como la nuestra, qu estatuto se le dio, a partir de qu momento , por e jemplo, empe-zaron a hacerse investigaciones de autenticidad y de atribucin, en qu sistema de valoracin qued atrapado, en qu momento se comenz a contar la vida ya no de los hroes sino de los autores, cmo se instaur esa categora fundamental de la crti-ca: "El hombre-y-la obra" , todo esto merecera sin duda alguna ser analizado. Quisiera por el mo-mento abordar la nica relacin del texto con el autor, la manera como el texto apunta hacia esa fi-gura que le es exterior y anterior, al menos apa-rentemente.

    Tomo de Becket t la formulacin del tema del que quisiera partir : " Q u importa quien habla, di jo al-guien, qu importa quien habla". En esta indife-rencia, creo que hay que reconocer uno de los principios ticos fundamentales de la escritura contempornea. Digo "tica" porque esta indife-rencia no es tanto un rasgo que caracteriza la ma-nera en que se habla o en que se escribe; es ms bien una especie de regla inmanente , re tomada sin cesar, nunca aplicada completamente , un prin-cipio que no marca la escritura como resultado sino que la domina como prctipa. Dicha regla es niuy conocida como para que sea necesario anali-

    zarla demasiado; baste aqu especificarla p o r me-dio de dos de sus grandes temas. Puede decirse p r imero que la escritura de hoy se ha librado del tema de la expresin: slo se refiere a s misma, y sin embargo, no est a t rapado en la fo rma de la in-terioridad; se identifica a su propia exterioridad desplegada. Es to quiere decir que es un juego de signos ordenados no tanto por su contenido signi-ficado como por la naturaleza misma del signifi-cante; pero tambin que esta regularidad de la es-critura se experiment siempre del lado de sus l-mites; siempre est tansgrediendo e invirtiendo esta regularidad que acepta y a la cual juega; la es-critura se despliega como un juego que infalible-mente va siempre ms all de sus reglas, y de este modo pasa al exterior. En la escritura no se t rata de la manifestacin o de la exaltacin del gesto del escribir; no se trata de la sujecin de un suje to a un lenguaje; se trata de la apertura de un espacio en donde el su je to escritor no de ja de desapare-cer.

    El segundo tema es todava ms familiar; se t ra ta del parentesco de la escritura con la muer te . Este lazo trastoca un tema milenario; la narracin o la epopeya de los griegos estaba destinada a perpe-tuar la inmortalidad del hroe, y si el hroe acep-taba morir joven era para que su vida, de este modo consagrada y magnificada por la muer te , pasara a la inmortal idad; la narracin rescataba esta muer te aceptada. De distinta manera , la na-rracin rabe pienso en Las mil y una nocheste-na tambin como motivacin, por tema y pretex-to, el no morir : se hablaba, se contaba hasta el amanecer para apar tar la muerte , para rechazar ese plazo que deba cerrar la boca del narrador . El relato de Sherezada es el reverso obstinado del asesinato, es el esfuerzo de todas las noches para llegar a mantener la muer te fuera del crculo de la existencia. Nuestra cultura ha metamorfoseado este tema de la narracin o de la escritura hechas para conjurar la muer te ; ahora la escritura est li-gada al sacrificio, al sacrificio mismo de la vida; desaparicin voluntaria que no tiene que ser re-presentada en los libros, puesto que se cumple en la existencia misma del escritor. La obra que tena el deber de t raer la inmortalidad recibe ahora el derecho de matar , de ser asesina de su autor . Vean a Flauber t , a Proust , a Kafka . Pero hay algo ms: esta relacin de la escritura con la muer te se manifiesta tambin en la desaparicin de los ca-racteres individuales del sujeto escritor; mediante todos los ardides que establece entre l y lo que es-cribe, el su je to escritor desva todos los signos de su individualidad particular; la marca del escritor ya no es ms que la singularidad de su ausencia;

  • tiene que representar el papel del muerto en el juego de la escritura. Todo esto es conocido, y hace mucho tiempo que la crtica y la filosofa to-maron nota de esta desaparicin o de esta muerte del autor.

    Sin embargo, no estoy seguro de que se hayan sa-cado rigurosamente todas las consecuencias re-queridas por esta observacin, ni que se haya to-mado con exactitud la medida de este aconteci-miento. Ms precisamente, me parece que un cierto nmero de nociones destinadas hoy a susti-tuir al privilegio del autor, de hecho bloquean y esquivan lo que deba ser despejado. Tomar slo dos de dichas nociones que son, creo, singular-mente importantes hoy en da.

    La nocin de obra, primero. Se dice, en efecto (y una vez ms es una tesis muy familiar), que lo pro-pio de la crtica no es poner de relieve las relacio-nes de la obra con ef autor , ni querer reconstituir a travs de los textos un pensamiento o una expe-riencia; ms bien tiene que analizar la obra en su estructura, en su arquitectura, en su forma intrn-seca y en el juego de sus relaciones internas. Aho-ra bien, hay que plantear un problema en seguida: "Qu es una obra?" , qu es, pues, esa curiosa unidad que se designa con el nombre de obra?, de qu elementos est compuesta? Una obra, no es aqullo que escribi aqul que es un autor? Se ven surgir las dificultades. Si un individuo no fuera un autor, podra decirse que lo que escri-bi, o dijo, lo que de j en sus papeles, lo que se pudo restituir de sus palabras, podra ser llamado una "obra"? Mientras Sade no fue un autor, qu eran entonces sus papeles? Rollos de papel sobre los cuales, hasta el infinito, durante sus das de prisin, desenrollaba sus fantasmas.

    Mas supongamos que tuviramos que ver con un autor: todo lo que escribi o dijo, todo lo que dej tras l forma parte de su obra? Problema a la vez terico y tcnico. Cuando se emprende la pu-blicacin de las obras de Nietzsche, por ejemplo, en dnde hay "que detenerse? Hay que publicar todo, ciertamente, pero qu quiere decir este " todo"? Todo lo que el propio Nietzsche public, de acuerdo. Los borradores de sus obras? Cierta-mente. Los proyectos de aforismos? S. Tam-bin los tachones, las notas al pie de los cuader-nos? S. Pero cuando en el interior de un cuaderno lleno de aforismos se encuentra una referencia, la indicacin de una cita o de una direccin, una cuenta de la lavandera: obra o no obra? Y por qu no? Y esto indefinidamente. Entre los millo-nes de huellas que alguien deja despus de su

    muerte, cmo puede definirse una obra? La ted ra de la obra no existe, y los que ingenuamente emprenden la edicin de las obras no cuentan cdj dicha teora y su t rabajo emprico se paraliza mif pronto. Y podramos continuar: puede decirs que Las mil y una noches^constituye una obra? J los Stromata de Clemente de Alejandra o las V das de Digenes Laercio? Se advierte cuntas pr guntas se plantean a propsito de esta nocin c obra, de modo que resulta insuficiente afirma prescindamos del escritor, prescindamos del ai tor y vayamos a estudiar la obra en s misma. I palabra "obra" , y la unidad que designa son, pro bablemente, tan problemticas como la indivi dualidad del autor.

    Otra nocin, me parece, bloquea la constatado de la desaparicin del autor y retiene de alg: modo el pensamiento al borde de dicha desapari cin; con sutileza, conserva aun la existencia de autor. Se trata de la nocin de escritura. Rigurc smente, debera permitir no slo prescindir de 1 referencia al autor, sino darle estatuto a su nuev ausencia. En el estatuto que actualmente se le da la nocin de escritura, no se trata, en efecto, ni di gesto de escribir, ni de la marca (sntoma o signe de lo que alguien hubiese querido decir; hay un e; fuerzo extraordinariamente profundo por pensj la condicin general de todo texto, la condicin la vez del espacio en dode se dispersa y del tien po en donde se despliega.

    . jfl| Me pregunto, si reducida a veces a un uso corriel te, esta nocin no transpone, en un anonimal trascendental, los caracteres empricos del auto Ocurre que uno se contenta con borrar las marez demasiado visibles de la empiricidad del autor h; ciendo jugar, una paralelamente a otra, una coi tra otra, dos maneras de caracterizarla: la modal dad crtica y la modalidad religiosa. En efect< otorgarle a la escritura un estatuto original, no < de hecho una manera de retraducir en trmino trascendentales, por una parte, la afirmacin te< lgica de su carcter sagrado, y por otra, la afi macin crtica de su carcter creador? Admil que la escritura est en cierto modo, por la hist ra misma que hizo posible, sometida a l a pruel del olvido y de la represin, no es acaso repr sentar en trminos trascendentales el principio r ligioso del sentido escondido (con la necesidad < interpretar) y el principio crtico de las signific ciones implcitas, de las determinaciones silenci sas, de los contenidos oscuros (con la necesidad A comentar)? En fin, pensar la escritura como a sencia, no es simplemente repetir en trmin trascendentales el principio religoso de la trac

  • ein a la vez inalterable y siempre llena, y el prin-pio esttico de la supervivencia de la obra, de su

    c o n s e r v a c i n ms all de la muerte, y de su exceso enigmtico con Tespecto del autor?

    p | e n s o , pues, que un uso tal de la nocin de escri-tura corre el riesgo de mantener los privilegios del autor bajo la salvaguarda del a prior i: hace subsis-tir bajo la luz gris de la neutralizacin, el juego de las representaciones que formaron cierta imagen del autor. La desaparicin del autor, que desde Mallarm es un acontecimiento que no cesa, se encuentra sometida al bloqueo trascendental. Acaso no hay actualmente una lnea divisoria importante entre aqullos que creen poder pensar todava las rupturas de hoy en la tradicin histri-cp-trascendental del siglo XIX y aqullos que se esfuerzan por liberarse de ella de manera definiti-va?

    Es evidente que no basta repetir como afirmacin vaca que el autor ha desaparecido. Asimismo, no basta repetir indefinidamente que Dios y el hom-bre han muerto de muerte conjunta. Lo que ha-bra que hacer es localizar el espacio que de este modo deja vaco la desaparicin del autor, no per-der de vista la particin de las lagunas y las fallas, y acechar los emplazamientos, las funciones libres que esta desaparicin hace aparecer.

    Quisiera evocar primero en pocas palabras los problemas planteados por el uso del nombre del autor. Qu es un nombre de autor? Y cmo fun-ciona? Muy lejos de darles una solucin, indicar nicamente algunas de las dificultades que pre-senta.

    El nombre de autor es un nombre propio: plantea los mismos problemas que ste. (Me refiero aqu, entre diferentes anlisis, a los de Searle). No es posible, claro est, hacer del nombre propio una referencia pura y simple. El nombre propio (e igualmente el nombre de autor) tiene otras fun-ciones adems de indicadoras. Es ms que una in-dicacin, un gesto, un dedo sealando a alguien; en cierta medida, es el equivalente de una descrip-cin. Cuando se dice "Aristteles", se emplea una palabra que es el equivalente de una o de una serie de descripciones definidas, del tipo de: "el autor de los Anaicso Hei fundador de la ontologa", etctera. Pero no puede uno limitarse a eso; un nombre propio no tiene pura y simplemente una significacin; cuando se descubre que Rimbaud no escribi La cacera espiritualno puede preten-derse que este nombre propio o^ este nombre de futor cambi de sentido. El nombre propio y el

    nombre de autor se encuentran situados entre es-tos dos polos de la descripcin y de la designacin; sin duda alguna, tienen un cierto nexo con lo que nombran, pero ni completamente sobre el modo de la designacin, ni completamente sobre el modo de la descripcin: nexo especfico. Sin em-bargo -y es en donde aparecen las dificultades particulares del nombre de autor - , el nexo del nombre propio con el individuo nombrado y el nexo del nombre de autor con lo que nombra no son isomorfos y no funcionan del mismo modo. He aqu algunas de sus diferencias.

    Si advierto, por ejemplo, que Pierre Dupont no tiene los ojos azules, o que no naci en Pars, o que no es mdico, etctera, esto no quiere decir que este nombre, Pierre Dupont , no seguir refi-rindose siempre a la misma persona; el nexo de designacin no ser modificado por ello. En cam-bio, los problemas planteados por el nombre de autor son mucho ms complejos: si descubro que Shakespeare no naci en la casa que hoy se visita, tenemos aqu una modificacin que, desde luego, no va a alterar el funcionamiento del nombre de autor; pe ro si se demostrara que Shakespeare no escribi los Sonetos que pasan por suyos, he aqu un cambio de otro tipo: 110 deja indiferente el fun-cionamiento del nombre de autor. Y si se probara que Shakespeare escribi el Organon de Bacon simplemente porque el que escribi las obras de Bacon y las de Shakespeare es el mismo autor, he aqu un tercer tipo de cambio que modifica ente-ramente el funcionamiento del nombre de autor. El nombre de autor no es, pues, exactamente un nombre propio como los otros.

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    Muchos otros hechos sealan la singularidad pa-radjica del nombre de autor. No es lo mismo de-cir que Pierre Dupont no existe y decir que Home-ro o Hermes Trimegisto no existieron; en un caso quiere decirse que nadie lleva el nombre de Pierre Dupont ; en el otro que se han confundido varios ba jo un slo nombre o que el verdadero autor no tiene ninguno de los rasgos tradicionalmente rela-cionados con el personaje de Homero o de Her-mes. Tampoco es lo mismo decir que Pierre Du-pont no es el verdadero nombre de X, sino Jac-ques Durand, y decir que Stendhal se llamaba Henry Beyle. Podramos interrogarnos tambin sobre el sentido y el funcionamiento de una pro-posicin como "Bourbaki es un tal, un tal, etcte-ra" y "Vctor Eremita, Climacus, Anticlimacus, Frater Taciturnus, Constantin Constantius, es Kierkegaard".

  • Tales diferencias dependen,-quizs, del siguiente hecho: un nombre de autor no es simplemente un elemento en un discurso (que puede ser sujeto o complemento, que puede reemplazarse por un pronombre, etctera); ejerce un cierto papel con relacin al discurso: asegura una funcin clasifica-toria; tal nombre permite reagrupar un cierto n-mero de textos, delimitarlos, excluir algunos, oponerlos a otros. Adems efecta una puesta en relacin de los textos entre ellos; Hermes Trime-gisto no exista, tampoco Hipcrates - e n el senti-do en que podra decirse que Balzac existe-, pero el que varios textos hallan sido colocados ba jo un mismo nombre indica que se estableca entre ellos una relacin de homogeneidad o de filiacin, o de autentificacin de unos a travs de los otros, o de, explicacin recproca, o de utilizacin concomi-tante. En una palabra, el nombre de autor funcio-na para caracterizar un cierto modo de ser del dis-

    m,. , ^.-^ettso; para un discurso el hecho de tener un nom-bre de autor, el hecho de poder decir "esto fue es-crito por Fulano de Tal", o "Fulano de Tal es el autor de esto", indica que dicho discurso no es una palabra cotidiana, indiferente, una palabra que se va, que flota y pasa, una palabra que puede consu-mirse inmediatamente sino que se trata de una pa-labra que debe recibirse de cierto modo y que debe recibir, en una cultura dada, un cierto esta-tuto.

    Se llegar finalmente a la idea de que el nombre de autor no va, como el nombre propio, del inte-rior de un discurso al individuo real y exterior que lo produjo , sino que corre, en cierto modo, en el lmite de los textos, los recorta, sigue sus aristas, manifiesta su modo de ser o, al menos, lo caracte-riza. Manifiesta el acontecimiento de una cierto conjunto del discurso, y se refiere al estatuto de este discurso en el inferior de una sociedad y en el interior de una cultura. El nombre de autor no se sita en el estado civil de los hombres, ni se sita tampoco en la ficcin de la obra, se sita en la rup-tura que instaura un cierto grupo del discurso y su modo de ser singular. Podra decirse, por consi-guiente, que en una civilizacin como la nuestra hay un cierto nmero de discursos dotados de la funcin de "autor" mientras que otros estn des-provistos de ella. Una carta privada puede muy bien tener un signatario, pero no tiene autor; un contrato puede tener un fiador, pero no tiene au-tor. Un texto annimo que se lee en la calle sobre un muro tendr un redactor, pero no tendr un autor. La funcin autor es, entonces, caractersti-ca del modo de existencia, de circulacin y de fun-cionamiento de ciertos discursos en el interior de una sociedad.

    Habra que analizar ahora esta funcin "auto! Cmo se caracteriza en nuestra cultura un curso portador de la funcin autor? En qu opone a otros discursos? Me parece que puede reconocrsele, si slo se considera el autor de i libro o de un texto, cuatro rasgos diferentes.

    En primer lugar son objetos de apropiacin; forma de propiedad de la que dependen y es de i tipo muy particular; se le ha codificado ahora de de hace algunos aos. Hay que sealar que t propiedad fue histricamente segunda con re pecto a lo que podra llamarse la apropiacin p nal. Los textos, los libros, los discursos comenz ron realmente a tener autores (distintos de 1< personajes mticos, distintos de las grandes fig ras sacralizadas y sacralizantes) en la medida < que poda castigarse al autor, es decir en la mee da en que los discursos podan ser transgresive El discurso, en nuestra cultura (y sin duda en m chas otras), no era, originalmente un product una cosa, un bien; era esencialmente un acto -i aicto colocado en el campo bipolar de lo sagrade de lo profano, de lo lcito y de lo ilcito, de lo re gioso y de lo blasfemo. Histricamente ha sido i gesto cargado de riesgos antes de ser un bien ti bado en un circuito de propiedades. Y cuando instaur un rgimen de propiedad para los texte cuando se decretaron reglas estrictas sobre los d rechos del autor, sobre las relaciones autores-e< tores, sobre los derechos de reproduccin, etcl ra - e s decir , a finales del siglo XVIII y a principi del siglo X I X - es en ese momento que la posibi dad de transgresin perteneciente al acto de esc bir tom cada vez ms el cariz de un imperati propio a la literatura. Como si el autor, a partir c momento en que fue colocado en el sistema propiedad que caracteriza nuestra sociedad, coi pensara el estatuto que as reciba al encontrar antiguo campo bipolar del discurso, practican sistemticamente la transgresin, restaurando peligro de lina escritura a la que, por otro lado, le garantizaban los beneficios de la propiedad.

    Por otra parte, la funcin autor no se ejerce manera universal y constante sobre todos los d cursos. En nuestra civilizacin no son siempre mismos textos los que han pedido recibir una at bucin. Hubo un tiempo en que esos textos q hoy llamamos "literarios" (narraciones, cuent* epopeyas, tragedias, comedias) eran recibid puestos en circulacin, valorados, sin que se pl< teara la cuestin de su autor; su anonimato

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  • nlanteaba dificultades, su antigedad, verdadera o supuesta, era una garanta suficiente para ellos. En cambio, los textos que hoy llamaramos cien-tficos* concernientes a la cosmologa y al cielo , la medicina y las enfermedades, las ciencias natura-les o la geografa, slo se aceptaban y posean un valor de verdad en la Edad Media, con la condi-cin de estar marcados con el nombre de su autor. "Hipcrates dijo", "Plinio relata", no eran exac-tamente las frmulas de un argumento de autori-dad; eran los ndices que marcaban los discursos destinados a ser recibidos como probados. En el siglo XVII o XVIII se produjo un cruce; se empe-zaron a recibir los discursos cientficos por s mis-mos, en el anonimato de una verdad establecida o siempre demostrable de nuevo; lo que los garanti-zaba era su pertenencia a un conjunto sistemtico y no la referencia al individuo que los produjo. La funcin autor desaparece, el nombre del inventor sirve a lo sumo para bautizar un teorema, una pro-posicin, un efecto notable, una propiedad, un cuerpo, un conjunto de elementos, un sndrome patolgico. Pero los discursos "literarios" ya slo pueden recibirse dotados de la funcin autor: a todo texto de poesa o de ficcin se le preguntar de dnde viene, quin lo escribi, en qu fecha, en qu circunstancias o a partir de qu proyecto. El sentido que se le otorga, el estatuto o el valor que se le reconoce dependen del modo como res-ponda a estas preguntas. Y si, como consecuencia de un accidente o de una voluntad explcita del au-tor, nos llega en el anonimato, enseguida el juego consiste en encontrar al autor. No soportamos el anonimato literario; slo lo aceptamos en calidad de enigma. La funcin autor funciona de lleno en nuestros das en las obras literarias. (Desde luego, habra que matizar todo esto: desde hace un tiem-po la crtica comenz a tratar las obras segn su gnero y su tipo, segn los elementos recurrentes que figuran en ellas, segn sus variaciones propias alrededor de un invariante que ya no es el creador individual. Asimismo, si la referencia al autor ya no es en matemticas sino una manera de nom-brar teoremas o conjuntos de proposiciones, en biologa y en medicina la indicacin del autor, y la fecha de su t rabajo, desempea un papel bastante diferente: no es simplemente una manera de indi-car la fuente, sino de proporcionar un cierto ndi-ce de "fiabilidad" en relacin con las tcnicas y los objetos de experimentacin utilizados en esa po-ca y en un laboratorio determinado).

    Tercer rasgo de esta funcin autor. No se forma espontneamente como la atribucin de un dis-curso a un individuo. Es el resultado de una ope-racin compleja que construye un cierto ser de ra-

    zn que se llama autor. Sin duda, se intenta darle un estatuto realista a este ser de razn: sera en el individuo una instancia "profunda", un poder "creador", un "proyecto", el lugar originario de la escritura. Pero de hecho, lo que designa en el indi-viduo como autor (o lo que hace de un individuo un autor) no es sino la proyeccin, en trminos siempre ms o menos psicologizantes, del trata-miento aplicado a los textos, de los acercamientos realizados, de los rasgos establecidos como perti-nentes, de las continuidades admitidas, o de las exclusiones practicadas. Todas estas operaciones varan segn las pocas y los tipos del discurso. No se construye un "autor filosfico" como un "poe-ta"; y no se construa el autor de una obra noveles-ca en el siglo XVIII igual que en nuestros das. Con todo, puede encontrarse a travs del tiempo una cierta invariante en las reglas de construccin del autor.

    Me parece, por ejemplo, que la manera como la crtica literaria define al autor durante mucho tiempo -o ms bien como construye la forma au-tor a partir de los textos y de los discursos existen-tes - se deriva de modo bastante directo de la ma-nera cpmo la tradicin cristiana autentific (o por el contrario rechaz) los textos de los que dispo-na. En otros trminos, para "encontrar" al autor en la obra, la crtica moderna utiliza esquemas muy cercanos a la exgesis cristiana, cuando sta quera probar el valor de un texto para la santidad del autor. En el De viris illustribus, San Jernimo explica que la homonimia no es suficiente para identificar de manera legtima los autores de va-rias obras: individuos distintos pudieron tener el mismo nombre, o alguno pudo, de manera abusi-va, tomar el patronmico del otro. El nombre como marca individual no es suficiente cuando nos dirigimos a la tradicin textual. Cmo atri-buir, pues, varios discursos a un solo y mismo au-tor? Cmo hacer funcionar la funcin autor para saber si tenemos que entendrnoslas con uno o con varios individuos? San Jernimo da cuatro criterios: si entre varios libros atribuidos a un au-tor, uno es inferior a los otros, hay que retirarlo de la lista de sus obras (el autor se define entonces como un cierto nivel constante de valor); lo mis-mo si ciertos textos estn en contradiccin doctri-nal con las otras obras de un autor (el autor se de-fine entonces como un cierto campo de coheren-cia conceptual o terica); hay que excluir igual-mente las obras que estn escritas con un estilo di-ferente, con palabras y giros que en general no se encuentran en la escritura del escritor (es el autor como unidad estilstica); finalmente, deben consi-derarse como interpolados los textos que se refie-

  • ren a acontecimientos o que citan personajes pos-teriores a la muerte del autor (el autor es entonces

    , momento histrico definido y punto de confluen-cia de un cierto nmero de acontecimientos). Ahora bien, la crtica moderna, aun cuando no tiene preocupaciones de autentificacin (lo cual es la regla general), no define al autor de manera distinta: el autor es lo que permite explicar tanto la presencia de ciertos acontecimientos en una obra como sus transformaciones, sus deformacio-nes, sus modificaciones diversas (y esto por la bio-grafa del autor, la ubicacin de su perspectiva in-dividual, el anlisis de su pertenencia social o de su posicin de clase, la puesta al da de su proyec-to fundamental) . El autor es asimismo el principio de una cierta unidad de escritura -debiendo redu-cirse al mnimo todas las diferencias por los princi-pios de la evolucin, de la maduracin o de la in-fluencia. El autor es tambin lo que permite supe-rar las contradicciones que pueden desplegarse en una serie de textos:.debe h a b e r - e n un cierto nivel de su pensamiento o de su deseo, de su conciencia o de su inconsciente- un punto a partir del cual las contradicciones se resuelven, encadenndose fi-nalmente los unos a los otros los elementos incom-patibles u organizndose en torno a una contra-diccin fundamental u originaria, Por ltimo, el autor es un cierto centro de expresin que, ba jo formas ms o menos acabadas, se manifiesta igual y con el mismo valor, en obras, en borradores, en cartas, en fragmentos, etctera. Los cuatro crite-rios de autenticidad segn San Jernimo (criterios insuficientes para los exgetas de hoy) definen las cuatro modalidades segn las cuales la crtica mo-derna hace funcionar la funcin autor.

    Sin embargo, la funcin autor no es, en efecto, una reconstruccin simple y pura que se hace de segunda mano a partir de un texto dado como ma-terial inerte. El texto siempre trae consigo algu-nos signos que remiten al autor. Los gramticos conocen bien tales signos: son los pronombres personales, los adverbios de t iempo y de lugar, la conjugacin de los verbos. Pero hay que sealar que dichos elementos no funcionan de la misma manera en los discursos provistos de la funcin au-tor y en aqullos que se encuentran desprovistos de ella. En estos ltimos, tales "conexiones" remi-ten al parlante real y a las coordenadas espacio-temporales de su discurso (aunque pueden produ-cirse ciertas modificaciones: por ejemplo cuando se relatan discursos en primera persona). En los primeros, en cambio, su papel es ms variable. Se sabe que en una novela que se presenta como el relato de un narrador, el pronombre en primera persona, el presente del indicativo, los signos de

    la ubicacin, no remite nunca exactamente al critor, ni al gesto mismo de su escritura, sino a alter ego cuya distancia del escritor puede ser o menos grande y variar en el curso mismo d; obra. Sera tan falso buscar al autor del lado escritor real como del lado de ese parlante ficti la funcin autor se efecta en la escisin mis - e n esta divisin y esta distancia. Se dir, tal vi que se trata slo de una caracterstica del discuri novelesco o potico: un juego en el que slo est; comprometidos estos "casi-discursos". De hecK todos los discursos provistos de la funcin aut implican dicha pluralidad de ego. El ego que h bla en el prefacio de un tratado de matemtic -y que indica las circunstancias de composiciq no es idntico ni en su posicin ni en su funcioii miento al de aqul que habla en el curso de u demostracin y que aparece ba jo la forma de "Yo concluyo" o "Yo supongo": en un caso, "yo" remite a un individuo sin equivalente que, un lugar y en un tiempo determinados, lleve cabo un cierto t rabajo; en el segundo, el "yo" c signa un plan y un momento de demostracin q todo individuo puede ocupar, con tal que acej el mismo sistema de smbolos, el mismo juego axiomas, el mismo conjunto de demostracior previas. Pero, en el mismo tratado, tambin [ dra localizarse un tercer ego; el que habla p< decir el sentido del t rabajo, los obstculos encc trados, los resultados obtenidos, los problen que todava se plantean; este ego se sita en campo de los discursos matemticos ya existen o futuros. La funcin autor no est asegurada j uno de estos ego (el primero) a expensas de otros dos, que no seran entonces ms que el d doblamiento ficticio. Hay que decir, por el cont rio, que en tales discursos, la funcin autor func na de tal manera que da lugar a la dispersin de tos tres egos simultneos.

    Sin duda, el anlisis podra reconocer an ot rasgos caractersticos de la funcin autor. Por Y me limitar a los cuatro que acabo de mencin porque parecen ser a la vez los ms visibles y ms importantes. Los resumir as: la funcin ; tor est ligada al sistema jurdico e institucio que encierra, determina, articula el universo los discursos; no se ejerce de manera uniforme del mismo modo sobre todos los discursos, en das las pocas y en todas las formas de civili cin; no se define por la atribucin espontnea un discurso a su productor, sino por una serie operaciones especficas y complejas; no ren pura y simplemente a un individuo real, puede lugar a varios ego de manera simultnea, a vai

  • nosiciones-suj etos, que pueden ocupar diferentes clases de ind iv iduos .

    * *

    Advierto que hasta ahora he limitado mi tema de manera injustificable. Sin duda alguna hubiera sido necesario hablar de lo que es la funcin autor en la pintura, en la msica, en las tcnicas, etcte-ra. Sin embargo, suponiendo incluso que nos limi-temos, como quera hacerlo esta tarde, al mundo de los discursos, creo haberle dado al trmino ifcautor" un sentido demasiado estrecho. Me limit al autor entendido como autor de un texto, de un libro o de una obra cuya produccin puede atri-bursele legtimamente. Ahora bien, es fcil ver que en el orden del discurso se puede ser el autor de algo ms que de un libro - d e una teora, de una

    tradicin, de una disciplina al interior de las cuales otros libros y otros autores podrn colocarse a su vez. Dir, en una palabra, que tales autores se en-cuentran en una posicin "transdiscursiva".

    Se trata de un fenmeno constante - t an viejo sin duda alguna como nuestra civilizacin. Homero o Aristteles, los Padres de la Iglesia, desempea-ron ese papel; pero tambin los primeros mate-mticos y aqullos que estuvieron en el origen de la tradicin hipocrtica. Pero me parece que se han visto aparecer, en el curso del siglo XIX en Europa, tipos de autores bastante singulares y que uno no confundira ni con los "grandes" autores literarios, ni con los autores de textos religiosos cannicos, ni con los fundadores de las ciencias. Llammoslos, de manera un poco arbitraria, "fundadores de discursividad".

    Lo particular de estos autores es que no son sola-mente los autores de sus obras, de sus libros. Pro-dujeron algo ms: la posibilidad y la regla de for-macin de otros textos. En este sentido, son muy distintos, por ejemplo, de un autor de novelas, que en el fondo no es nunca, sino el autor de su texto. Freud no es simplemente el autor de la Traumdeutung o de El chiste; Marx no es simple-mente el autor de El manifiesto o de El capital: es-tablecieron una posibilidad indefinida de discur-so. Desde luego, es fcil hacer una objecin. No es cierto que el autor de una novela slo sea el au-tor de su propio texto; en un sentido l tambin, con tal que sea, como se dice, un poco "importan-te", rige y ordena ms que eso. Para tomar un ejemplo muy sencillo, puede decirse que Ann Radcliffe

    no slo escribi El castillo de los Piri-neos y algunas otras novelas, sino que hizo posi-bles las novelas de terror de principios del siglo

    XIX, y en esa medida, su funcin de autor va ms all de su obra misma. Slo que, a esta objecin, creo que puede responderse: lo que hacen posible stos instauradores de discursividad (tomo como ejemplo a Marx y Freud, porque pienso que4son a la vez los primeros y los ms importantes), lo que hacen posible, es algo muy distinto de lo que un autor de novela hace posible. Los textos de Ann Radcliffe abrieron el campo a un cierto nmero de semejanzas y de analogas que tienen su modelo o principio en su propia obra. Esta contiene signos caractersticos, figuras, relaciones, estructuras que otros pudieron volver a utilizar. Decir que Ann Rdcliffe fund la novela de terror quiere de-cir en resumidas cuentas: en la novela de terror del siglo XXI se encontrar, como en Ann Rad-cliffe, el tema de la herona atrapada en las redes de su propia inocencia, la figura del castillo secre-to que funciona como una contraciudad, el perso-naje del hroe negro, maldito, dedicado al hacerle expiar al mundo el mal que le han hecho, etctera. En cambio, cuando hablo de Marx o de Freud como "instauradores de discursividad", quiero decir que no slo hicieron posible un cierto nme-ro de analogas, sino que hicieron posible (tam-bin) un cierto nmero de diferencias. Abrieron el espacio para algo distinto a ellos y que sin em-bargo pertenece a lo que fundaron. Decir que Freud fund el psicoanlisis no quiere decir (no quiere decir simplemente) que el concepto de libi-do, o la tcnica de anlisis de tos sueos vuelven a encontrarse en Abraham o en Melanie Klein, quiere decir que Freud hizo posibles un cierto n-mero de diferencias respecto a sus textos, a sus conceptos, a sus hiptesis que dependen todas del propio discurso psicoanaltico.

    De inmediato surge, me parece, una nueva difi-cultad, o al menos un nuevo problema: despus de todo, no es el caso de cualquier fundador de cien-cia, o de todo autor que introduce, en una ciencia, una transformacin que puede decirse fecunda? Despus de todo, Galileo no posibilit simple-mente a aqullos que repitieron despus de l las leyes que haba formulado, sino que hizo posibles enunciados muy diferentes a los que l mismo ha-ba dicho. Si Cuvier es el fundador de la biologa, o Saussure el de la lingstica, no es porque los imitaron, no es porque se retom, aqu o all, el concepto de organismo o de signo, es porque Cu-vier hizo posible en cierta medida la teora de la evolucin opuesta, trmino por trmino, a su pro-pio fijismo; es en la medida en que Saussure hizo posible una gramtica generativa muy diferente de sus anlisis estructurales. Por lo tanto, la ins-tauracin de discursividad parece ser, a primera

  • , vista, en todo caso, del mismo tipo que la funda-cin de cualquier cientificidad. Sin embargo, creo que hay una diferencia, y una diferencia notable. En efecto, en el caso de una cientificidad, el acto que la funda est al mismo nivel que sus transfor-maciones futuras; en cierto modo, forma parte del conjunto de modificaciones que hace posible. Di-cha pertenencia, desde luego, puede tomar varias formas. El acto de fundacin de una cientificidad puede aparecer, despus de todo en el curso de las transformaciones ulteriores de esta ciencia, slo como un caso particular de un conjunto mucho ms general que se descubre entonces. Puede apa-recer tambin como marcado por la intuicin y por la empiricidad; es necesario, entonces, volver a formalizarlo, y hacerlo objeto de un cierto n-mero de operaciones tericas suplementarias que lo funden de manera ms rigurosa, etctera. Fi-nalmente, puede aparecer como una generaliza-cin apresurada, que es necesario limitar y cuyo dominio restringido de validez hay que trazar de nuevo. En otras palabras, el acto de fundacin de una cientificidad siempre puede reintroducirse al interior de la maquinaria de las transformaciones que se derivan de l.

    Ahora bien, creo que la instauracin de una dis-cursividad es heterognea a sus transformaciones ulteriores. Extender un tipo de discursividad, como el psicoanlisis tal como Freud lo instaur, no es darle una generalidad formal que no hubiera admitido al principio, es simplemente abrirle un cierto nmero de posibilidades de aplicacin. Li-mitarla es en realidad intentar aislar en el acto ins-taurador un nmero eventualmente restringido de proposiciones o de enunciados, nicos a los que se les reconoce valor fundador y en relacin a los cuales tales conceptos o teora admitidos por Freud podran ser considerados como derivados, secundarios, accesorios. Finalmente, en la obra de estos instauradores no se reconocen ciertas proposiciones como falsas cuando se intenta aprehender ese acto de instauracin, sino que bas-ta con dejar de lado los enunciados que no seran pertinentes, ya sea que se es considere como ine-senciales, ya sea que se les considere como "prehistricos" y dependiendo de otro tipo de dis-cursividad. En otras palabras, a diferencia de la fundacin de una ciencia, la instauracin discursi-va no forma parte de esas transformaciones ulte-riores, sino que necesariamente permanece en suspensin o en desplome. La consecuencia es qu la validez terica de una proposicin se define con relacin a estos instauradores mientras que en el caso de Galileo y de Newton, puede afirmarse la validez de tal proposicin que pudieron avan-

    zar, en relacin a lo que es la fsica o la cosmoji ga, en su estructura y en su normatividad intrl secas. Para decirlo de manera muy esquemtica la obra de estos instauradores no se sita con reljj cin a la ciencia y en el espacio que ella traza; es ciencia o la discursividad la que se relaciona con obra como con coordenadas primeras.

    Por ello es comprensible que se encuentre, com una necesidad inevitable en tales discursividades la exigencia de un "regreso al origen". Aqu otr vez hay que distinguir tales "regresos a . . . " de lj fenmenos de "redescubrimiento" y de "reactua lizacin" que frecuentemente se producen en H ciencias. Por "redescubrimientos" entender l | efectos de analoga o de isomorfismo que, a part de las formas actuales del saber, vuelven percepti ble una figura que se ha oscurecido o que ha des parecido. Dir, por ejemplo, que Chomsky, ens libro sobre la gramtica cartesiana, redescubr una cierta figura del saber que ya va de Cordemo a Humboldt: a decir verdad, slo es constituible partir de la gramtica generativa, puesto que c esta ltima la que posee la ley de construccin; realidad se trata de una codificacin retrospecti| de la mirada histrica. Por "reactualizacin" ei tender algo muy distinto: la reinsercin de n discurso en un dominio de generalizacin, de api cacin o de transformacin nuevo para l. Y aqi la historia de las matemticas posee tales fenmi nos (remite al estudio que Michel Serres consagi a la anamnesia matemtica). Qu hay que ente der por "regreso a"? Creo que puede designar de este modo a un movimiento que tiene su esp cificidad propia y que caracteriza justamente 1 instauraciones de discursividad. Para que hayar greso, en efecto, primero tiene que haber olvid no olvido accidental, no recubrimiento por algui incomprensin, sino olvido esencial y constitu vo. El acto de instauracin, en efecto, es tal en esencia misma, que no puede ser olvidado. Lo qi lo manifiesta, lo que se deriva de l es, al misn tiempo, lo que establece la distancia y lo que disfraza. Es necesario que este olvido no accide tal sea investido en operaciones precisas que pi-den w situarse, analizarse, y reducirse mediante regreso mismo a este acto instaurador. No se f bre agrega del exterior del cerrojo del olvido, si que forma parte de la discursividad en cuestin, sta la que le da su ley ; la instauracin discursi as olvidada es a la vez la razn de ser del cerroj la llave que permite abrirlo, de suerte que el ol do y el propio impedimento del regreso no pued hacerse desaparecer ms que por el regreso. A< ms, dicho regreso se dirige a lo que est prese en el texto, ms precisamente se regresa al te:

  • srno, al texto en su desnudez, y, al mismo tiem-po, sin embargo, se regresa a lo que est marcado como ausencia, como laguna en el texto. Se regre-sa a un cierto vaco que el olvido ocult o esquiv, que recubri con una plenitud falsa o mala y el re-greso tiene que redescubrir esta laguna y esta fal-ta, de ah el perpetuo juego que caracteriza estos regresos a 1a instauracin discursiva - juego que consiste en decir por un lado: esto estaba ah, bas-taba leerlo, se encuentra ah, los ojos tenan que estar muy cerrados y los odos muy tapados para no verlo y oirlo; e inversamente: no, no es en esta palabra, ni en aquella palabra, ninguna de las pa-labras visibles y legibles dicen lo que ahora est en cuestin, se trata ms bien de lo que se dice a tra-vs de las palabras, en su espacio, en la distancia que las separa. Se sigue naturalmente, que este re-greso, que forma parte del discurso mismo, no deja de modificarlo, que el regreso al texto no es un suplemento histrico que vendra a agregarse a la discursividad misma y la redoblara con un adorno que, despus de todo, no es esencial; se trata de un trabajo efectivo y necesario de trans-formacin de la propia discursividad. Reexaminar el texto de Galileo puede cambiar el conocimiento que tenemos de la historia de la mecnica, pero no puede nunca cambiar a la mecnica misma. En cambio, reexaminar los textos de Freud modifica el psicoanlisis mismo y los de Marx, al marxismo. Ahora bie*i, para caracterizar estos regresos es necesario agregar un ltimo rasgo: se realizan ha-cia una cierta costura enigmtica de la obra y del autor. En efecto, el texto tiene valor instaurador en tanto que es texto del autor y de este autor, y por ello, porque es texto de este autor, es necesa-rio regresar a l. No hay ninguna posibilidad de que el redescubrimiento de un texto desconocido de Newton o de Cantor modifique la cosmologa clsica o la teora de los conjuntos, tal como fue-ron desarrollados (a lo ms, esta exhumacin es susceptible de modificar el conocimiento histrico que tenemos de su gnesis). En cambio, la puesta al da de un texto como el Esbozo de Freud, y en la medida misma en que es un texto de Freud-siempre corre el riesgo de modificar no el conoci-miento histrico del psicoanlisis, sino su campo terico aunque slo sea desplazando su acento o su centro de gravedad. Mediante tales regresos, que forman parte de su propia trama, los campos discursivos a los que me refiero implican con res-pecto a su autor "fundamental" y mediato, una re-lacin que no es idntica a la relacin que cual-quier texto mantiene con su autor inmediato.

    Lo que acabo de esbozar a propsito de estas "ins-tauraciones discursivas" es, desde luego, muy es-

    quemtico. En particular la oposicin que intent trazar entre una instauracin de este tipo y la fun-dacin cientfica. Tal vez no siempre es fcil deci-dir si tenemos que ver con esto o con aqullo: y nada prueba que se trate de dos procedimientos exclusivos el uno del otro. Intent dicha distincin con un solo fin: mostrar que esta funcin autor, compleja ya cuando se intenta localizarla en el ni-vel de un libro o de una serie de textos que traen una firma definida, implica todava nuevas deter-minaciones cuando se intenta analizarla en con-juntos ms vastos grupos de obras, disciplinas enteras.

    *

    * *

    Siento mucho no haber podido aportar al debate que seguir ahora ninguna proposicin positiva: a lo ms direcciones para un trabajo posible, cami-nos de anlisis. Pero al menos debo decirles, en pocas palabras, para terminar, las razones en virtud de las cuales le atribuyo una cierta importancia.

    Semejante anlisis, si estuviera desarrollado, per-mitira quizs introducir a una tipologa de los dis-cursos. Me parece en efecto, al menos en una pri-mera aproximacin, que semejante tipologa no podra hacerse slo a partir de los caracteres gra-maticales de los discursos, de sus estructuras for-males, o incluso de sus objetos; sin duda existen propiedades o relaciones propiamente discursivas (irreductibles a las reglas de la gramtica y de la lgica, como a las leyes del objeto) y hay que diri-girse a ellas para distinguir las grandes categoras del discurso. La relacin (o la no relacin) con un autor, y las diferentes formas de esta relacin constituyen y de manera bastante visible- una de estas propiedades discursivas.

    Creo, por otra parte, que podra encontrarse ah una introduccin al anlisis histrico de los discur-sos. Quiz es tiempo de estudiar los discursos ya no slo en su valor expresivo o en sus transforma-ciones formales, sino en las modalidades de su existencia: los modos de circulacin, de valora-cin, de atribucin, de apropiacin de los discur-sos, varan con cada cultura y se modifican al inte-rior de cada una de ellas. Me parece que la manera como se articulan sobre relaciones sociales se des-cifra de manera ms directa en el juego de la fun-cin autor y en sus modificaciones, que en los te-mas o en los conceptos que emplean.

    No sera, igualmente, a partir de anlisis de este tipo que podran reexaminarse los privilegios del

  • sujeto? Ya s que al emprender el anlisis interno J E A N W A H L . Agradezco a Michel Foucault y arquitectnico de una obra (ya sea de un texto li- todo lo que nos ha dicho y que ahora llama a lad terario, d un sistema filosfico, o de una obra cusin. Pregunto enseguida quin quiere toma; cientfica), al poner entre parntesis las referen- palabra, cias biogrficas o psicolgicas, ya se volvi a cues-tionar el carcter absoluto, y el papel fundador del J E A N D ' O R M E S S O N . L O nico que no haba co sujeto. Pero habra que regresar quiz sobre este prendido muy bien en la tesis de Michel Foucaij suspenso, no para restaurar el tema de un y scrt^eloC|ue todo el mundo haba puesto el ace originario, sino para aprehender los puntos de in- to, incluso la prensa, era ej fin del hombre. Es sercin, los modos de funcionamiento y las depen- vez, Michel Foucault ataca el eslabn ms dbi l | dencias del sujeto. Se trata de darle vuelta al pro- la cadena: ataca, ya no al hombre, sino al autor. Y blema tradicional. Ya no plantear la pregunta: comprendo bien qu pudo llevarlo, en los aconf cmo puede insertarse la libertad de un sujeto en cimientos culturales desde hace cincuenta aos;i la densidad de las cosas y darle sentido, cmo pue- estas consideraciones: "La poesa debe ser hec de animar, desde el interior, las reglas de un len- por todos", "habla", etctera. Me planteaba aL guaje y de este modo abrirle paso a sus propias in- as preguntas: me deca que despus de todo, Ha tenciones? Se trata de plantear ms bien estas pre- autores en filosofa y en literatura. Podran dar guntas: cmo, segn qu condiciones y ba jo qu muchos ejemplos, me parece, en literatura y en L formas algo como un sujeto puede aparecer en el losofa, de autores que son puntos de convergen-orden de los discursos? Qu lugar puede ocupar cias. Las tomas de posicin poltica son tambin en cada tipo de discurso, qu funciones puede el hecho de un autor y se las puede acercar a la ejercer, y esto, obedeciendo a qu reglas? En filosofa, suma, se trata de quitarle al sujeto (o a su sustitu-to) su papel de fundamento originario, y de anali- Y bien, me tranquiliz completamente porque zarlo como una funcin variable y compleja del tengo la impresin que en una especie de prestidi-discurso. gitacin muy brillante, lo que Michel Foucaul t^

    quit al autor, es decir su obra, se lo devolvi col intereses, ba jo el nombre de instaurador de dis-

    E1 autor -o lo que intent describir como la fun- cursividad, puesto que no slo le devuelve srn cin au tor - no es sin duda sino una de las especifi- obra, sino adems la de los otros, caciones posibles de la funcin sujeto. Especifi-cacin posible, o necesaria? Viendo las modifica- L. GOLDMANN. Entre los destacados tericos de ciones histricas que han tenido lugar, no parece una escuela que ocupa un importante lugar en f indispensable ni mucho menos que la funcin au- pensamiento contemporneo y que se caracterizad tor permanezca constante en su forma, en su com- p o r la negacin del hombre en general y, a par t i | plejidad, e incluso en su existencia. Es posible de ah, del sujeto en todos sus aspectos, y tambii imaginarse una cultura en donde los discursos cir- del autor, Michel Foucault, que no formul de cularan y seran recibidos sin que nunca aparezca manera explcita esta ltima negacin pero la su- la funcin autor. Todos los discursos, cualquiera giri a lo largo de su exposicin al terminar con laj que sea su estatuto, su forma, su valor, y cualquie- perspectiva de la supresin del autor, es cierta-| ra que sea el tratamiento que se les imponga, se mente una de las figuras ms interesantes y msl desarrollaran en el anonimato del murmullo. Ya difciles de combatir y de criticar. Ya que a una no se escucharan las preguntas tan machacadas: posicin filosfica fundamentalmente anticient | "Quin habl realmente? Es l, efectivamente, fica, Michel Foucault le alia un notable trabajo del y nadie ms? Con qu autenticidad o con qu ori- historiador y me parece altamente probable que, ginalidad? Y qu fue lo que expres de lo ms gracias a un cierto nmero de anlisis, su obra profundo de s mismo en su discurso?" Se escu- marcar una importante etapa en el desarrollo deS charan otras como stas: "Cules son los modos la historia cientfica de la ciencia e incluso de l| de existencia de este discurso? Desde dnde se le realidad social, sostuvo, cmo puede circular, y quin se lo puede apropiar? Cules son los lugares reservados para Es, pues, en el plano del pensamiento propiameinj posibles sujetos? Quin puede cumplir estas di- te filosfico, y no sobre el de los anlisis concre-l versas funciones de sujetos?" Y detrs de todas tos, que quisiera ubicar hoy mi intervencin, estas preguntas no se escuchara ms que el rumor de una indiferencia: "Qu importa quien Permtanme, sin embargo, antes de abordar 1; habla". tres partes de la exposicin de Michel Foucault,*

  • \ v

    re fe r i rme a la intervencin que acaba de tener lu-gar para decir que estoy completamente de acuer-do con la persona que intervino sobre ei hecho de que Michel Foucault no es el autor, y ciertamente no es el instaurador de lo que acaba de decirnos. Ya que la negacin del sujeto es hoy da una idea central de un grupo de pensadores, o ms exacta-

    ^ s i al interior de dicha corriente Foucault ocupa un lugar particu-larmente original y brillante, hay que integrarlo, con todo, a lo que podra llamarse la escuela fran-cesa del estructuralismo no gentico y que incluye especialmente los nombres de Lvi-Strauss, Ro-landBarthes, Althusser, Derrida,

    Me parece que al problema particularmente im-portante planteado por Michel Foucault, "Quin habla?", habra que agregarle un segundo: "; Qu dijo?".

    "Quin habla?" A 3a luz de las ciencias humanas contemporneas, la idea ele! individuo en tanto que autor ltimo de un texto, y en particular de un texto importante y significativo, aparece cada vez menos sostenble. Desde hace algunos aos toda una serie de anlisis concretos mostraron, en efec-to, que sin negar ni ai sujeto ni al hombre, estamos obligados a reemplazar al sujeto individual por un sujeto colectivo o transindividual. En mis propios trabajos fui inducido a mostrar que Racine no es el solo, nico y verdadero autor de las tragedias racimaras, sino que stas nacieron al interior de un desarrolla de un conjunto estructurado de ca-tegoras mentales que era obra colectiva, lo que me llev a encontrar como "autor" de estas trage-dias, en ultima instancia, a la nobleza de toga, al grupo jansenista y , al interior de ste, a Racine en tanto que individuo particularmente importante..

    Cuando se plantea el problema "Quin habla?", en las ciencias humanas hay al menos dos respues-tas hoy da, que al mismo tiempo en que rigurosa-mente se oponen la una a la otra, cada una de ellas rechaza la idea tradicionalmente admitida del su-jeto individual. La primera, que llamar estructu-ralismo no gentico, niega al sujeto, al cual reem-plaza por las estructuras (lingsticas, mentales, sociales, etctera) y slo les deja a los hombres y a su comportamiento el lugar de un papel, de una funcin al interior de tales estructuras que cons-tituyen el punto final de la investigacin o de la explicaciri. | . Al contrario, el estructuralismo gentico niega tambin, n la dimensin histrica y en la dimen-sin cultural que forma parte de ella, al sujeto in-

    dividual; sin embargo no por ello suprime la idea de sujeto sino que la reemplaza por la de sujeto transindividual. En cuanto a las estructuras, lejos de aparecer como realidades autnomas y ms o menos ltimas en esta perspectiva no son sino una propiedad universal de toda praxis y de toda reali-dad humanas. No hay hecho humano que no sea estructurado, ni estructura que no sea significati-va, es decir que en tanto que calidad del psiquismo y del comportamiento del sujeto, no cumpla una funcin. En suma, hay tres tesis centrales en esta posicin: hay un sujeto; en la dimensin histrica y cultural, tal sujeto siempre es transindividual; toda actividad psquica y todo comportamiento del sujeto son siempre estructurados y significati-vos, es decir funcionales.

    Agregar que yo tambin encontr una dificultad planteada por Michel Foucault: la de la definicin de la obra. En efecto, es difcil, incluso imposible, definirla con relacin a un sujeto individual. Como dijo Foucault, si se trata de Nietzsche o de Kant, de Racine o de Pascal, en dnde se detiene el concepto de obra? Hay que detenerlo en los textos publicados? Hay que incluir todos los papeles no publicados, hasta las cuentas d la lavandera?

    Si se plantea el problema en la perspectiva del es-tructuralismo gentico, se obtiene una respuesta que no slo vale para las obras culturales sino tam-bin para todo hecho humano e histrico. Qu es la Revolucin francesa? Cules son los estadios fundamentales de la historia de las sociedades y de las culturas capitalistas occidentales? La res-puesta plantea dificultades anlogas. Volvamos, sin embargo, a la obra: sus lmites, como los de todo hecho humano, se definen por el hecho de que constituye una estructura significativa funda-da sobre la existencia de una estructura mental coherente elaborada por un sujeto colectivo. A partir de ah, puede suceder que para delimitar esta estructura, puede ocurrir que nos veamos obligados a eliminar ciertos textos publicados o a integrar, por el contrario, ciertos textos inditos; en fin, no es necesario decir que puede justificarse fcilmente la exclusin de la cuenta de la lavande-ra. Agregar que, en esta perspectiva, la puesta en relacin de la estructura coherente con su fun-cionalidad con relacin a un sujeto transindivi-dual o -pa ra utilizar un lenguaje menos abstracto-la puesta en relacin de la interpretacin con la explicacin adquiere una importancia particular.

    Un solo ejemplo: en el curso de mis investigacio-nes me top con el problema de saber en qu me-

  • dida las Cartas provinciales y los Pensamientos de Pascal pueden considerarse como una obra y, des-pus de un anlisis cuidadoso, llegu a la conclu-sin de que no era el caso y que se trataba de dos obras que tienen dos autores diferentes. Por una parte, Pascal con el grupo Arnauld-Nicole y los jansenistas moderados para las Cartas provincia-les; por otra parte, Pascal con el grupo de los jan-senistas extremistas para los Pensamientos. Dos autores distintos, que tienen un sector parcial en comn: el individuo Pascal y tal vez otros janse-nistas que tuvieron la misma evolucin.

    Otro problema planteado por Michel Foucault en su exposicin es el de la escritura. Creo que ms vale poner un nombre en esta discusin, ya que supongo que todos pensamos en Derrida y en su sistema. Sabemos que Derrida intenta -apuesta que me parece paradj ica- elaborar una filosofa de la escritura negando al mismo tiempo al sujeto. Resulta todava ms curioso en tanto que su con-cepto de escritura est, por lo dems, muy cerca del concepto dialctico de praxis. Un ejemplo en-tre otros: no podra sino estar de acuerdo con l cuando nos dice que la escritura deja huellas que acaban por borrarse ; es la propiedad de toda pra-xis, ya sea que se trate de la construccin de un templo que desaparece al cabo de varios siglos o de varios milenios, de la apertura de un camino, de la modificacin de su trayecto o, de manera ms prosaica, de la fabricacin de un par de salchi-chas que luego se come. Pero pienso, como Fou-cault, que hay que preguntar: Quin crea las huellas? Quin escribe?

    Como no tengo ninguna observacin sobre la se-gunda parte de la exposicin, con la que estoy de acuerdo en trminos generales, paso a la tercera.

    Me parece que, ah tambin, la mayora de los problemas planteados encuentran su respuesta en la perspectiva del sujeto transindividual. Me de-tendr slo en uno: Foucault hizo una distincin justificada entre lo que llama los "instauradores", que distingui de los creadores de una nueva me-todologa cientfica. El problema es real pero, en lugar de dejarle el carcter relativamente comple-jo y oscuro que adquiri en su exposicin, no po-dra encontrarse el fundamento epistemolgico y sociolgico de esta oposicin en la distincin, co-rriente en el pensamiento dialctico moderno y especialmente en la escuela lukacsiana, entre las ciencias de la naturaleza, relativamente autno-mas en tanto que estructuras cientficas, y las cien-cias humanas que no podran ser positivas sin ser

    filosficas?1 Ciertamente no es un azar si Fou opuso a Marx, Freud, y en cierta medida a D heim, con Galileo y con los creadores de la f mecanicista. Las ciencias del hombre - d e man explcita para Marx y Freud, implcita para D heim- suponen la estrecha unin entre las conf taciones y las valoraciones, el conocimiento y toma de posicin, la teora y la praxis, desde le sin abandonar por ello l rigor terico. Con F( cault, pienso tambin que frecuentemente, y especial hoy en da, la reflexin sobre M Freud incluso Durkheim se presenta bajo la fon de un regreso a las fuentes, puesto que se trata un regreso a un pensamiento filosfico, contra tendencias positivistas que quieren hacer cienc del hombre sobre el modelo de las ciencias de naturaleza. Adems habra que distinguir lo c es regreso autntico de lo que, bajo la forma de pretendido regreso a las fuentes es, en realid un intento de asimilar a Marx y a Freud al pos vismo y al estructuralismo no gentico contem rneo, los cuales les son totalmente ajenos.

    J Quisiera terminar mi intervencin en esta p( pectiva mencionando la frase ya clebre, esc en el mes de mayo por un estudiante sobre el p: rrn de un saln de la Sorbona y que expresaba modo de ver, lo esencial de la crtica filosfic cientfica a la vez del estructuralismo no gnti "Las estructuras no salen a la calle", es decir: estructuras jams hacen la historia, sino los h< bres, aunque la accin de stos ltimos siem tenga un carcter estructurado y signifio3ivo|

    II MICHEL FOUCAULT. Voy a t ra tar de responc Lo primero que dir es que, por mi parte, nu utiliz la palabra estructura. Bsquela en Las labras y las cosas y no la encontrar. Entonces, gustara que se me ahorrasen todas las fciles i saciones sobre mi estructuralismo, o que se tor el t rabajo de justificarlas. Ms an: yo no dije el autor no existe; no lo dije y me sorprende mi discurso se prestara a semejante contrase do. Retomemos un poco todo esto.

    Habl de una cierta temtica que p.iede locali se tanto en las obras como en la crtica, que, quiere, consiste en: el autor debe borrarse c borrado en beneficio de las formas propias del curso. Una vez comprendido esto, a pregi que me plante era la siguiente: qu permite cubrir esta regla de la desaparicin del escrit del autor? Permite descubrir el juego de la

    1. Las primeras estaran fundadas por la interaccin del sujet< objeto, las segundas sobre su identidad, total o parcial.

  • cin autor. Y lo que intent analizar es precisa-mente la manera como se ejerca la funcin auto? f, en lo que podra llamarse la cultura europea del s i-o XVII. Sin duda lo hice de manera muy burda y acepto que demasiado abstracta, porque se tra ba de un monta je de conjunto. Estarn de acue r-o en que definir de qu manera se ejerce es, ta func in , en qu condiciones, en qu campo, etc -tera, no quiere decir que el autor no existe.

    Lo mismo sucede con la negacin del hombre de la que habl Goldmann: la muerte del hombre es un tema que permite poner al da la manera como funciona en el saber el concepto de hombre, Y si se rebasa la lectura, evidentemente austera, de las primeras o de las ltimas pginas de lo que escrib, se advertira que esta afirmacin remite ai anlisis de un funcionamiento. No se trata de afirmar que el hombre est muerto , sino que a partir del tema de que el hombre est muerto - q u e no es mo, que no deja de repetirse desde el final del siglo X I X -se trata de ver de qu maera , segn qu reglas se form y funcion el concepto de hombre. Hice lo mismo con la nocin de autor. Contengamos, pues, nuestras lgrimas.

    Otra observacin. Se dijo que tomaba el punto de vista de la no-cientificidad. Sin duda, no pretendo haber realizado aqu un t rabajo cientfico, pero me gustara saber desde qu instancia se me hace ese reproche.

    MAURICE D E GANDILLAC. A l e s c u c h a r l o m e p r e -gunt segn qu criterios precisos distingua a los "instauradores de discursividad", no slo de los "profetas" de carcter ms religioso, sino tambin de los promotores de "cientificidad" con los cua-les no es incongruente vincular a Marx y a Freud. Y, si se admite una categora original, situada de alguna manera ms all de la cientificidad y del profetismo (y dependiendo, por lo tanto de las dos), me sorprende no ver ah ni a Platn ni sobre todo a Nietzsche, que segn su presentacin no hace mucho en Royaumont , si tengo buena me-moria, ejercieron sobre nuestro t iempo una in-fluencia del mismo tipo que la de Marx y Freud.

    M. FOUCAULT. Voy a responderle - p e r o a ttulo de hiptesis de t rabajo , puesto que, una vez ms, lo que les seal no era sino un plan de t rabajo , una gua de construccin- que la situacin trans-discursiva en la cual se encontraron autores como Platn y Aristteles desde el momento en que es-cribieron hasta el Renacimiento debe poder anali-zarse; la manera como se les citaba, como se refe-ran a ellos, como se les interpretaba, como se res-

    tauraba a autenticidad de sus textos, etctera, todo esto ciertamente obedece a un sistema de funcionamiento. Creo que con Marx y con Freud tenemos que ver con autores cuya posicin trans-discursva no es superponible a la posicin trans-discursiva de autores como Platn o Aristteles. Y habra que describir lo que es esta transdiscursi-vdad moderna^ en oposicin a la tranSdiscursivi-dad antigua.

    LUCIEN GOLDMANN. Una sola pregunta: cun-do admite la existencia del hombre o del sujeto, los reduce usted, s o no, al estatuto de funcin?

    M. FOUCAULT. No dije que lo reduca a una fun-cin, analizaba la funcin en cuyo interior puede ex istir algo como un sujeto. Aqu no realic el arilisis del sujeto, hice el anlisis del autor. Si hu-biera dado una conferencia sobre el sujeto, es pro-bable que hubiese analizado del mismo modo la funcin sujeto; es decir, hubiese hecho el anlisis de l as condiciones en las cuales es posible que un individuo ocupe la funcin del sujeto. A n habra que precisar en qu campo el sujeto es suje to , y de qu (del discurso, del deseo, del proceso econo-m i c etctera). No hay sujeto absoluto.

    3, lilLLMO. Me interes profundamente su exposi-cin porque revive un problema muy importante para la investigacin cientfica en la actualidad. La investigacin cientfica, y en particular la in-vestigacin matemtica, son casos lmites en los cuales un cierto nmero de conceptos que usted puso de relieve aparecen de manera muy clara. En efecto, en las vocaciones cientficas que se perfi-lan alrededor del vigsimo ao, enfrentarse al problema que usted plante inicialmente se con-virti en en problema muy angustiante: "Qu importa quien habla?" En otro t iempo, una voca-cin cientfica era la voluntad de hablar uno mis-mo, de aportar una respuesta a los problemas fun-damentales de la naturaleza o del pensamiento matemtico; y esto justificaba las vocaciones, jus-tificaba puede decirse, vidas de abnegacin y de sacrificio. En nuestro das este problema es mu-cho ms delicado, porque la ciencia aparece mu-cho ms annima; y, en efecto, "qu importa quien habla?" , lo que no encontr x en junio de 1969, lo encontrar y en octubre de 1969. Enton-ces, sacrificar su vida por esta anticipacin ligera y annima es verdaderamente un problema ex-traordinariamente grave para el que tiene voca-cin y para el que debe ayudarlo. Y pienso que es-tos ejemplos de vocaciones cientficas aclararn un poco su respuesta en el sentido, por lo dems, que usted indic. Tomar el e jemplo de Bourba-

  • f ip-i l

    i ki; podra tomar el ejemplo de Keynes, pero Bourbaki constituye un ejemplo lmite: se trata de un individuo mltiple; el nombre de autor parece desvanecerse verdaderamente a favor de una co-lectividad, y de una colectividad renovable, pues-to que no siempre los mismos son Bourbaki. Aho-ra bien, sin embargo, existe un autor Bourbaki, y este autor Bourbaki se manifiesta a travs de las discusiones extraordinariamente violentas, e in-cluso dira patticas, entre los participantes de Bourbaki: antes de publicar uno de sus fascculos -esos fascculos que parecen tan objetivos, tan desprovistos de pasin, lgebra lineal o teora de.; los conjuntos, de hecho hay noches enteras de d is-cusin y de trifulca para ponerse de acuerdo sob re una idea fundamental , sobre una interiorizacin. Y este es el nico punto sobre el que encontrara un desacuerdo bastante profundo con usted, por -que, al principio, elimin la interioridad. Creo que no hay autor ms que cuando hay interiori-dad. Y este ejemplo de Bourbaki, que no es un au-tor en el sentido trivial, lo demuestra de una ma-nera absoluta. Dicho esto, creo que restablezco un sujeto pensante, que puede ser de naturaleza original pero muy claro para los que tienen h-bito de la reflexin cientfica. Por lo dems, uk ar-tculo muy interesante en Critique de Michel Se-rres, "La Tradicin de la idea", pona esto en evi-dencia. En las matemticas no es la axiomticja lo que cuenta, no es la combinatoria, no es lo qu us-ted llamara la capa discursiva, lo que cuenta es el pensamiento interno, es la percepcin de un suje-to capaz de sentir, de integrar, de poseer este pen-samiento interno. Y si tuviera tiempo, el ejemplo de Keynes desde el punto de vista econmico se-ra todava ms sorprendente. Voy a concluir sim-plemente: pienso que sus conceptos, sus instru-mentos de pensamiento son excelentes. Respon-di, en la cuarta parte, a las preguntas que me ha-ba planteado en las tres primeras. En dnde se encuentra lo que especfica al autor? Y bien, lo que especifica al autor es justamente la capacidad de modificar, de reorientar ese campo epistemo-lgico o esa capa discursiva para usar sus frmu-las. En efecto, no hay autor ms que cuando se abandona el anonimato porque se reorientan los campos epistemolgicos, porque se crea un nuevo campo discursivo que modifica, que transforma radicalmente al precedente.

    El caso ms llamativo es el de Einstein: es un ejemplo absolutamente sorprendente desde este punto de vista. Me da gusto ver que Bouligand est de acuerdo conmigo, concordamos absoluta-mente sobre esto. En consecuencia, con estos dos criterios: necesidad de interiorizar una axiomti-

    c a, y criterio del autor en tanto que modificanc champo epistemolgico, me parece que se restit u,n sujeto bastante poderoso, y perdone la ex s in . Lo cual, por lo dems, no est ausente d p ensamiento.

    Ji LACAN. Recib muy tarde la invitacin. Al 1 Lia advert, en el primer prrafo, el "regreso a' ^egresa tal vez a muchas cosas, pero, en fin, e greso a Freud es algo que tom como una esp de bandera, en un cierto campo, y en esto no j do sino darle las gracias, respondi completan te a mi expectativa. Evocando especialment propsito de Freud, lo que significa el "reg a", todo lo que usted dijo me parece, al menos pecto a aquello en lo cual pude contribuir, pe tamente pertinente.

    En segundo lugar, quisiera hacer notar que tructuralismo o rio, en el campo vagamente d( minado por esta etiqueta, de ningn modo se t de la negacin del sujeto. Se trata de la depen< cia del sujeto, lo cual es sumamente difereni muy en particular, en el nivel del regreso a Fr< de la dependencia del sujeto en relacin con verdaderamente elemental, y que tratamos de lar bajo el trmino de "significante".

    En tercer lugar limitar mi intervencin a e no creo que de ninguna manera sea legtimo h; escrito que las estructuras no salen a la calle, que si hay algo que los acontecimientos de n demuestran, es precisamente la salida a la cali las estructuras. El hecho de que esto se escrib el lugar mismo en donde se oper esta salida calle simplemente prueba lo que muy a menuc incluso lo que ms menudo es interno a lo qi llama el acto, es que l mismo se desconoce.

    J E A N W A H L . N O S queda agradecer a Michel cault por haber venido, hablado, haber es< primero su conferencia, haber respondido ; preguntas planteadas, las que, por lo dems, ron todas interesantes. Agradezco tambin ; que intervinieron y a los oyentes. "Quin e cha, quin habla?": podemos responder "en c esta pregunta.

    ' V

    Michel Foucault (1926-1984). Filsofo francs. Autor de Histc la locura, El nacimiento de la clnica, Las palabras y las cosas, queologa del saber, El orden del discurso, Historia de la sexu