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1974 Raymond Williams, Televisión. Tecnología y forma cultural En 1973, el novelista y teórico de la literatura Raymond Williams, origi- nario de Gales y docente en la Universidad de Cambridge, decide dedi- carse al consumo intensivo de programas televisivos estadounidenses. La ocasión es la invitación a realizar un semestre de docencia como vi- sitinq professor en la Universidad de Stanford en California, donde se transfiere con su mujer. Allí tiene ocasión de estudiar a fondo las dife- rencias entre la oferta televisiva a la que estaba habituado, la inglesa de la BBC y de los principios «informar, educar, entretener» asociados a la idea de servicio público, y la norteamericana de fuerte vocación co- mercial. Gracias a esa experiencia Williams puede analizar los diferentes tipos de contenidos transmitidos por emisoras inglesas y norteameri- canas, públicas o privadas, y, sobre todo, puede entender la sustancial diversidad entre la división equilibrada en géneros y en programas es- pecíficos que caracterizaba la concepción pedagógica de la televisión inglesa y el flujo de breves secuencias que daba forma a la televisión estadounidense. Nace así Television, que, aunque no sea el primer trabajo de Wi- lIiams sobre los media (Communications es de 1962), es con seguridad el más maduro y, con celeridad, se impondrá como uno de los textos de referencia para los estudios sobre televisión y la relación entre emisora 203

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1974Raymond Williams, Televisión. Tecnología y

forma cultural

En 1973, el novelista y teórico de la literatura Raymond Williams, origi-nario de Gales y docente en la Universidad de Cambridge, decide dedi-carse al consumo intensivo de programas televisivos estadounidenses.La ocasión es la invitación a realizar un semestre de docencia como vi-sitinq professor en la Universidad de Stanford en California, donde setransfiere con su mujer. Allí tiene ocasión de estudiar a fondo las dife-rencias entre la oferta televisiva a la que estaba habituado, la inglesade la BBC y de los principios «informar, educar, entretener» asociadosa la idea de servicio público, y la norteamericana de fuerte vocación co-mercial. Gracias a esa experiencia Williams puede analizar los diferentestipos de contenidos transmitidos por emisoras inglesas y norteameri-canas, públicas o privadas, y, sobre todo, puede entender la sustancialdiversidad entre la división equilibrada en géneros y en programas es-pecíficos que caracterizaba la concepción pedagógica de la televisióninglesa y el flujo de breves secuencias que daba forma a la televisiónestadounidense.

Nace así Television, que, aunque no sea el primer trabajo de Wi-lIiams sobre los media (Communications es de 1962), es con seguridadel más maduro y, con celeridad, se impondrá como uno de los textos dereferencia para los estudios sobre televisión y la relación entre emisora

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pública y privada. Más allá de la elaboración de la teoría del flujo, ellibro presenta un esfuerzo teórico no indiferente hacia una sistemati-zación sociológica del consumo televisivo, sistematización de cuño ma-terialista alternativa tanto a la desconfianza de la teoría crítica hacia losmedios de masa como a la propuesta mediológica del ya muy conocidoMarshall McLuhan.

Son probablemente la experiencia y la militancia marxista las queimpulsan a Williams hacia la consideración del ecosistema medial comoun campo de fuerzas en el que leer también oportunidades de cambioen sentido progresista. Al mismo tiempo, su materialismo cultural leimpide extraer conclusiones abstractas y definitivas sobre la televisióny la industria cultural más en general. Para Williams, la televisión nopuede sino ser vista como una forma cultural, una realidad social consus instituciones, sus diferentes modelos organizativos, sus procesosde negociación. Los análisis de prácticas, formas y experiencias de con-sumo doméstico, así como el concepto de flujo elaborado en Television(al que debe mucho también la más reciente teorización del espaciode los flujos informacionales de Manuel Castells), resultarán útiles enlos años subsiguientes para no pocos de los estudiosos de los culturalstudies, interesados como Williams a los contextos de consumo y a lareelaboración cultural televisiva de formas media les precedentes.

La televisión somos nosotrosde lain Chambers

A gran escala, desde el servicio televisivo, pasando por la publicidadde carácter comercial, hasta la información centralizada y los siste-mas de tratamiento de datos, la tecnología que es o se hace disponiblepuede ser usada para influenciar, para modificar y, en otros casos,incluso para controlar por completo nuestro proceso social. Y lo iróni-co es que los usos plantean alternativas sociales tan diferentes. Po-dríamos tener sistemas televisivos poco costosos, sobre una base localy con extensiones nacionales, que hagan posible un intercambio deinformación y una comunicación que habrían parecido utópicos hastahace poco tiempo. Estos son los instrumentos contemporáneos de lalarga revolución hacia una democracia culta y participativa y de larecuperación de la comunicación efectiva en las complejas sociedadesurbanas e industriales. Pero estos son también los instrumentos de laque sería, al mismo tiempo, una rápida y victoriosa contrarrevoluciónen la que, bajo la protección de charlas a propósito de selección y

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competición, pocas corporaciones paranacionales, con los Estados ylos poderes a su servicio, podría penetrar ulteriormente en nuestrasvidas en todos sus estratos, desde la información hasta el psicodra-ma, hasta reducir la respuesta individual y colectiva a los varios tiposde problemas y de experiencias a elegir entre posibilidades progra-madas por ellos [224].

Parece ya casi banal decir que la televisión forma parte de «todo unmodo de vida», de recibir y concebir el mundo, en particular en Occi-dente. A pesar de la obviedad de esta afirmación, el profundo sentidohistórico y filosófico de la televisión está aún por descubrir. Se podríahablar incluso de la televisión como un dispositivo de la biopolíticacontemporánea. Desde esta óptica, el volumen del crítico británico Ra-ymond Williams nos ofrece una respuesta indicativa. Para Williams,la televisión no es nunca una cuestión meramente técnica, no se tratade un instrumento, sino, como dice el autor, de una forma cultural. Siqueremos hablar de técnica, debemos evitar de hacerla abstracta ydistanciada de sus condiciones históricas y sociales. En pocas pala-bras, y aquí nos acercamos a algunas consideraciones de Heidegger,no se trata nunca de una relación entre la técnica y lo social; la técnicaes ya humana y social. En el mismo sentido, nos despistaríamos sihablásemos de una relación entre la televisión y la sociedad; no existeuna historia autónoma de una u otra: se trata de una configuraciónhistórica en acto. Como tal, la televisión se propone como respuesta aldesarrollo de nuevas exigencias sociales, políticas y económicas. Conesta perspectiva, Williams nos empuja a considerar la televisión entérminos que nos llevan mucho más allá de la historia específica de losmedia y de la comunicación de masas. El autor insiste en el hecho quela forma cultural sostenida por la televisión hace imposible reducir lacuestión a la dimensión exquisitamente tecnológica de un medio autó-nomo. En las preguntas y en los desafios que orbitan alrededor de latelevisión como práctica cultural, Williams ve justamente la reconfí-guración radical de la sociedad occidental del siglo XX.

La televisión, como producto de los procesos culturales que hancaracterizado las sociedades occidentales industrializadas durante elcurso del siglo XX, ciertamente debe ser introducida en la historia dela comunicación de masas que incluye la electricidad, el telégrafo, laimprenta, la fotografia, el cine y la radio. Al mismo tiempo, no se tratasolamente de un elemento que es parte integrante de la historia de la

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comunicación. La invitación que nos hace Williams de considerar la te-levisión dentro del contexto de una historia asaz más amplia y comple-ja, articulada en la participación y en la formación de la «comunidad»,compuesta de individuos a menudo aislados en una sociedad mediáti-ca. De esta forma, Williams desplaza el análisis de la televisión (y deotros medios de comunicación), ya sea como objeto doméstico que comoinstrumento narrativo, de una sociología restringida a un ambienteanalítico en el que es posible valorar la televisión en la más amplia pers-pectiva en la que «narrar la nación» (Bhabha 1990)y elaborar la «comu-nidad imaginada» (Anderson 1983) adquiere toda su fuerza crítica. Latelevisión, en este punto, no representa algo que incide en la sociedad,formando parte integrante ya de la propia sociedad. De esta forma, Wi-lliams ve en la televisión no un objeto aislado de la técnica y del consu-mismo, sino una forma cultural que desvela las nuevas exigencias y lasnuevas definiciones de las necesidades en una sociedad marcada por lamovilidad en las relaciones y en los procesos de producción que inducenuna transformación social general. Hoy esta movilidad ha alcanzadouna escala planetaria y es, por lo tanto, oportuno considerar que losmedios de comunicación --del telégrafo al cine, del tren al avión, de laimprenta al teléfono, de la televisión a la red- en su evolución devienentambién nuevas instituciones sociales implicadas en la lucha política yeconómica para la gestión y la dirección de la sociedad. Hablamos, comodiría Foucault, de dispositivos nuevos. Si la sociedad, como formaciónhistórico-cultural, es la incubadora de estos medios, estos medios, a suvez, producen nuevos escenarios sociales y políticos.

En un arco de tiempo que va desde la Revolución Industrial, hastallegar a nuestros días, Williams ve en los desarrollos de las comuni-caciones una serie de respuestas a las nuevas relaciones sociales enuna sociedad en la que las instituciones tradicionales -la Iglesia, laescuela, la comunidad local, la familia- perdían peso y autoridada la hora de explicar su devenir. Aquí las especificidades culturalesinciden en la cuestión de forma decisiva: la forma cultural de la tele-visión en Italia, por ejemplo, a pesar de los lenguajes mediáticos encomún con la británica o estadounidense, revela en su particularidadcómo las relaciones sociales de las que habla Williams son declinadasclaramente en realidades diferentes.

Es quizás oportuno subrayar aquí que históricamente no se trata-ba de cambios pacíficos, sino a menudo de contestaciones, donde lospoderes institucionales intentaban limitar y controlar, sobre todo, la

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gestión de las potencialidades de las transmisiones sostenidas por losnuevos medios de comunicación. La legislación actual para la trans-misión radiofónica y televisiva, como la auspiciada por ciertos secto-res gubernamentales para internet, forma parte de la historia de lamodernidad occidental marcada por políticas que intentaban afrontarel ingreso de las masas en la escena pública. La continua lucha por ladefinición de la democracia, para la gestión de cuerpos públicos y pri-vados, bajo el impacto de la masificación de las relaciones sociales yeconómicas del siglo XIX en adelante, tiene mucho que ver con laevolución de la comunicación de masas. El ingreso social de unidadesde medida abstractas -producción de masas, encuentros de masas,organizaciones de masas, cultura de masas- y la pertenencia a otrasunidades abstractas comoclase y nación, ha producido formas nuevasde comunicación. Como Williams nos hace observar, se trataba cadavez más de transmisiones de masas -la radio, la televisión, inter-net- dirigidas a los individuos: la masificación de la sociedad iba enparalelo con la extensión de una presunta individualidad. De estemodo se explica por qué la radio y la televisión han sido proyectadascomomedios y procesos abstractos, sin grandes definiciones de conte-nidos. Comomedios de comunicación de masas, la radio y la televisiónprecedían en su forma cultural sus eventuales contenidos. No se po-día hablar meramente de nuevos medios, sino de una reconfiguraciónsocial y cultural de los poderes y de las potencialidades que se hallanen la idea misma de «comunicación».

Es en esta relación entre la masificación de la sociedad y la insis-tencia en el individuo como actor principal -tanto en términos eco-nómicos y de consumo, como en términos políticos e ideológicos- quela que Williams llama la «privatización móvil» deviene el eje centralde la lógica de las transmisiones mediáticas: de la televisión al iPod yal móvil. Si esta movilidad es el resultado de la ruptura de las viejasformas de comunidad y producción y del avance de nuevas formas deorganización social promovidas por la separación entre los lugares detrabajo y el domicilio y sostenido por el consumismo y por el conceptodel «tiempo libre», se trata siempre de velocidades y configuracionesdiferentes en culturas diferenciadas. Esta matriz nos muestra quelas llamadas selecciones tecnológicas son siempre formas culturales:pese a la más alta calidad audiovisual del cine, será la técnica más«pobre» del aparato doméstico de la televisión la que triunfe. Mien-tras el cine reenvía al espacio público del teatro, la televisión diseña

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nuevos espacios internos e individuales de la escena privada, y mien-tras el cine ofrece una obra definida (el film), la televisión propone unentretenimiento pluriarticulado (el deporte, las noticias, las series,los culebrones ... el cine) en un flujo continuo de horas, de 24 sobre 24,siete días a la semana: total.

En este escenario, según Williams, la televisión no es tanto la fuen-te ni el resultado de cambios socio-históricos comoel lugar ambivalentede mediaciones culturales. Así, la televisión resulta tanto un productocomo un proceso cultural que participa, en su especificidad, en la arti-culación de las formas en que la sociedad se elabora y se reconoce a símisma. Aquí nos hallamos cerca de Louis Althusser y su conocido aná-lisis de los aparatos ideológicos del Estado (1970), pero la perspectivamás amplia de Williams nos permite aglutinar la complejidad culturalde la que la televisión contemporánea es uno de los síntomas y factoresprincipales. Es en este punto que la idea de la televisión como flujoadquiere toda su fuerza crítica en la obra de Williams.

Para Williams, el sentido específico de la televisión no puede seridentificado y aislado mediante los análisis de ciertos programas indi-viduales o de particulares géneros televisivos. Los telediarios, las se-ries, los programas de variedades, las previsiones meteorológicas, lapublicidad, no constituyen momentos específicos a analizar sino ins-tancias de un {lujo que debería ser analizado como tal. En este punto,la televisión no es ni un objeto ni un medio: es, más bien, una modali-dad específica de la institucionalización de la cultura: la televisión esuna forma cultural. Aquí, de nuevo, se pasa de un discurso fundadoen la dicotomía de los efectos de la televisión en el individuo y en lasociedad da a la idea mucho más foucaultiana y deleuziana que acogela ubicuidad de los afectos realizados por el flujo televisivo en el quenuestros cuerpos y sentimientos son inmersos, doblegado s, inclusoproducidos, por la experiencia televisiva. Para descubrir el peso his-tórico y cultural de la cuestión, podemos sugerir que sin la economíaafectiva del dispositivo televisivo, acompañado por tantos otros, noexistirían los «sujetos» de la sociedad contemporánea.

Comoforma cultural que elabora el sentido (comoperfil, comodirec-ción, como tejido) de la cultura pública (y privada), la televisión obvia-mente deviene también lugar de los análisis de los poderes hegemónicosy de las fuerzas sociales suspendidas y sostenidas en su flujo. A pesardel riesgo de parecer demasiado determinista con su perspectiva crítica,Williams intenta hacer emerger de la trama de los detalles culturales,

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donde la técnica y lo social devienen uno solo, un pensamiento ma-terialista e histórico, en polémica explícita contra la que considerabala visión metafórica, universalista y formalista de Marshall McLuhan.Para Williams se trata siempre, comoha sido ya comentado, de enten-der las configuraciones históricas y sociales -los lugares específicosde la cultura- que proporcionan la experiencia y la densidad de laproblemática crítica. Los mas s media son obviamente globales en supresencia, pero su sentido histórico y cultural no es universal; formanparte de formaciones sociales específicas, y si hoy sería difícil restringirestas configuraciones a formas puramente nacionales, queda en pie, noobstante, la continua transformación/traducción de lenguajes circun-scritos culturalmente y, sobre todo, lingüísticamente.

Pero se debe añadir, en todo caso, a la visión de Williams la ten-dencia crítica -de Guy Debord a Marshall McLuhan y a Jean Bau-drillard- que capta la fuerza misma de la forma cultural televisivacomometáfora y metamorfosis de la modernidad. Aquí las historias ylas condiciones sociales y culturales son reificadas y fetichizadas en elproceso mismo de transmisión: el poder mismo de la televisión -sim-bólica o real- está en la «magia» de tal reificación. La fe de Williamsen la acción social capaz de romper este encanto ha sido puesta aprueba duramente en las últimas décadas. No obstante, es tambiénnecesario recordar que la acción social opera en muchos espacios dife-rentes, a menudo bajo y más allá del umbral del panorama televisivo:estas contra-historias de la comunicación coexisten y compiten en re-laciones subalternas, pero vivas, con la hegemonía tanto dentro comofuera de la forma televisiva.

En sus lenguajes de autorrepresentación la televisión desvela unalógica asaz más extendida que la forma cultural de la economía polí-tica en la que está suspendida. Williams nota cómo, en la retórica ge-neral en defensa del capitalismo, las transmisiones comerciales no sedefinen como comerciales, y ciertamente no capitalistas. Se usan tér-minos como «libres», «independientes» y «privadas», en contraste conel «monopolio»y el «control estatal» de la televisión «pública».Esta te-levisión no existe tanto para producir programas (o cultura) comoparasacar beneficios, y como modelo también ha invadido ya la esfera del«servicio público» y su dependencia comercial de la publicidad. En elsegundo caso, encontramos instituciones formadas en la continua con-tradicción entre elaborar la idea del servicio público y las exigenciasdel Estado que de forma directa o indirecta gestiona la institución:

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la RAI, la BBC, etc. En un sistema complejo de clientelismo políti-co, estas dependen de una versión consensuada muy restringida del«público»y del interés «nacional», con un cierto espacio dejado a unaautonomía crítica interna, en lugar de un consenso abierto y público.Si bien estas estructuras tienen su «legitimidad» formal, no son nun-ca ni transparentes ni democráticas en sus gestiones y prácticas. Setrata de consensos construidos por transmisiones centralizadas parael uso de una recepción privada. Naturalmente la historia no terminaaquí. La recepción, descodificación y declinación de la televisión per-manece más abierta e inesperada respecto a los cánones elaboradospor la dirección directa e indirecta del aparato televisivo.

El devenir de la televisión -a pesar de la concentración de lospoderes mediáticos en pocas manos, y aquí Italia deviene un caso pa-radigmático- como pantalla privada de la plaza pública continúapermitiendo las posibilidades de disturbar, desviar y deconstruir laslógicas unidimensionales de los poderes políticos y económicos quepretenden gestionarla. Será desde el interior de esta alianza entretécnica y formas culturales llamadas «televisión» y «comunicación demasas» que lo «nuevo hará su entrada en el mundo» (Salman Rush-die). Es sobre todo en esta clave que Williams entiende la televisióncomoforma cultural en la historia de la «larga revolución» de la demo-cracia y de sus lenguajes comunicativos. En este espacio se juega tam-bién la lucha por una justicia aún por llegar en términos sexuales yraciales, sociales y económicos, políticos y culturales. El desafío críticopropuesto por este volumen de Williams es el de llamar nuestra aten-ción sobre la centralidad de la televisión, evidenciada en la larga citaque abre esta reseña y con la que termina su libro, en dar forma a po-sibilidades y potencialidades que exceden y se mofan de las definicio-nes institucionales dadas por la política y por la televisión misma.Insistir en esta apertura crítica nos permite transformar un objeto quedomina el salón doméstico en un espacio crítico donde el sentido mis-mo de la cultura está política e históricamente aún por elaborar.

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