razones para la esperanza - martin descalzo

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  • 7/30/2019 Razones Para La Esperanza - Martin Descalzo

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    RAZONES

    PARA

    LA ESPERANZA

    Jos Luis Martn Descalzo

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    ndice de

    " Razones para la esperanza ".

    Introduccin ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...1. Querido ladrn ... ... ... ... ... ... ... ... ...2. La hierba crece de noche3. A qu derrota llegas, muchacho? ... ... ... ...

    4. Msica para sobrevivir ... ... ... ... ... ... ...

    5. El suicidio de un nio ... ... ... ... ... .6. Una humanidad de trapo ... ... ... ... ... ...7. El relmpago gris ... ... ... ... ... ... ... ...8. Teora del trampoln ... ... ... ... ... ... ... ...9. Reina no re ... ... ... ... ... ... ... ... ...

    10. Elogio del coraje ... ... ... ... ... ... ... ... ...11. Nio en el cubo ... ... ... ... ... ... ... ... ...12. Vagabundos Por fuera, bibliotecas por dentro13. Morir solos, vivir juntos ... ... ... ... ... ... ...14. Las monjas de la colza ... ... ... ... ... ... ...

    15. Cndido y Roberto ... ... ... ... ... ... ... ...16. Sarina ha vuelto ... ... ... ... ... ... ... ... ...17, El ao en que Cristo muri entre las llamas ...18. Quemar a judas ... ... ... ... ... ... ... ... ...19. Un campo sembrado de futuro ... ... ... ... ...20. El terrorista no ha dormido esta noche ... ...21. Todos los padres son adoptivos ... ... ... ...22. Mis diez mandamientos ... ... ... ... ... ... ...23. El arte de rerse de s mismo ... ... ... ... ...24. El arcngel caracol ... ... ... ... ... ... ... ...25. Vivir con veinte almas ... ... ... ... ... .... ...26. La farmacia de mi abuelo ... ... ... ... ... ...27. Un ciego en San Pedro ... ... ... ... ... ... ...28. Las seis cosas que dan honra ... ... ... ... ...29. No mates a nadie, hijo ... ... ... ... ... ... ...

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    30. El delito de ser mujer ... ... ... ... ...31. La vejez desprestigiado ... ... ... ... ... ...32. Historia de dola Anita ... ... ... ... ... ...33. Pregn para una Navidad entre miedos ...34. Dios era una hogaza ... ... ... ... ... ... ...35. Dolorosa, dramtica, magnfica ... ... ... ...36. La hija del diablo ... ... ... ... ... ... ...37. El hombre que haba visto su entierro ...38. La pedagoga de la Y ... ... ... ... ... ...39. Los muebles ensabanados ... ... ... ... ...40 La mano en el violn ... ... ... ... ... ... ...41. Un campeonato de cario ... ... ... ... ...

    42. Me he sacado una espina ... ... ... ... ...43. El milagro del gitano ... ... ... ... ... ...44. Elogio de la ta ... ... ... ... ... ... ... ...45. Hay estrellas ... ... ... ... ... ... ... ... ...46. Los calumniadores del cielo ... ... ... ... ...47. El hombre que mendigaba cuartos de hora48. El desmadre y el despadre ... ... ... ... ...49. Los ojos eran verdes ... ... ... ... ... ...50. Casi omnipotente ... ... ... ... ... ... ... ...51. Sardinas con chocolate ... ... .. ... ... ...52. La gran pregunta ... ... ... ... ... ... ... ...53. El incendio ... ... ... ... ... ... ... .. ...54. La casa prestada ... ... ... ... ... ... ... ...55. Los nios de la guerra ... ... ... ... ... ...56. Mete la espada en la vaina ... ... ... ...57. El vestido en el arcn ... ... ... ... ... ...58. Caminar haca el amanecer ... ... ... ... ...

    59. El dulce reino ... ... ... ... ... ... .... ...60. Enfermos de soledad ... ... ... ... ... ...61. En el cielo no hay enchufes ... ... ... ... ...62. La pata coja ... ... ... ... ... ... ... ... ...

    63. Nia en la biblioteca .64. Miss Traje de Bao no sabe nadar65. Hombres y cafeteras ... ... ... ... ... ... ...66. Animar al suspendido ... ... ... ... ... ...

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    67. Jess naci monglico ... ... ... ... ... ...68. El malo de la pelcula ... ... ... ... ... ...69. Me acuso, padre ... ... ... ... ... .... ... ...70. Annima Matrimonios, S.A . ... ... ... ...

    71. Viajar como maletas ... ... ... ... ... ... ...72. Una cura de Bach ... ... ... ... ... ... ...73. El derecho a equivocarse ... ... ... ... ...74. La estampida del egosmo ... ... ... ... ...

    75. La sonrisa y las tinieblas ... ... ... ... ...76. El pobre en el jardn ... ... ... ... ... ...77. La guerra de los listos ... ... ... ... ... ...78. La paz nuestra de cada da ... ... ... ... ...79. Hombres de cristal ... ... ... ...80. Las nuevas esclavitudes ... ... ...81. Cinco duros por la fruta ... ...82. Asomarse a lapuerta de la dicha83. Muchacho, cuida tus alas ...84. Cambiar de agenda ... ... ... ...85. El reino de los buenos das ...86. El hereje y el inquisidor ... ...

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    1.- Querido ladrn

    Me gustara que este primer apunte de mi cuaderno llegase a tus "manos,amigo ladrn, que hace dos semanas violentaste mi puerta, registraste mis cajones yabriste uno a uno todos mis armarios.

    Me gustara, al menos, darte las gracias, ms, incluso, que por no habertellevado nada, por no haber alterado el orden de uno solo de mis papeles.

    Supongo, muchacho - porque estoy seguro de que eres poco ms que unchiquillo -, que debiste maldecir a toda mi ascendencia al descubrir que en mi casahaba slo cosas que -desgraciadamente para ti, por fortuna para m- no teinteresaban en absoluto. libros, discos y algn objeto de arte muy cercano a mialma, aunque no muy valioso.

    T buscabas -supongo que para seguir hundindote en el infierno de ladroga- joyas, oro, dinero. Te hubieras ahorrado el trabajo de romperme el marco dela puerta de haberme conocido.

    Habras sabido que el oro y las joyas me parecen las dos cosas ms estpidasdel mundo. Y que, en cuanto al dinero, tengo una demonaca habilidad paragastarlo ms de prisa de lo que lo gano. No encontraste lo que no podas hallar. Y,sin embargo .....

    Sin embargo, me quitaste -con la complicidad de mi cobarda, claro- algo demucho ms valor que los diamantes. Te explicar.

    Yo he defendido siempre que la confianza es parte sustancial de la vida delos hombres; que sera preferible no vivir a hacerlo con el alma acorazada. Si yo nome fo de los que me rodean, y circundo mi vida y mi corazn de hilo espinado, nohago dao a quienes a m se acercan, me lo hago a m mismo. Un corazndesconfiado envejece de prisa. Un corazn cerrado a cal y canto est ms muertoque si realmente muriese.

    Esa es la razn por la que siempre me resist a reforzar mis puertas (gracias aello te result a ti tan fcil la funcin de saltarlas). Y sa misma es la causa por la

    que he tenido siempre la costumbre de dejar todas las llaves puestas en sus cajonesy armarios (y gracias a ello t no precisaste destrozrmelos para abrirlos).

    Los tres vecinos de mi descansillo haban blindado ya las entradas de suscasas. Los tres me haban dicho mil veces que hiciera yo lo propio, ya que cada dalean en la prensa noticias de muchachos como t. Yo siempre me rea: En mi casa-deca- no hay cosas que puedan interesar a los ladrones. Pero, en mi interior, eraotra la razn decisiva. Saba, s, que la violencia es hoy uno de los grandes ejes delmundo, ms prefera no verlo demasiado, no imaginar, al menos, que pudiera venir

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    contra m y convertirme, consiguientemente, en un violento defensivo, en unalma clausurado.

    Haba an otra razn. Si t me conocieras sabras que siempre heconsiderado a Bernanos un poco como el padre de mi alma. Pues bien: este escritor-lelo, es mucho ms apasionante que la droga -renda un verdadero culto a laconfianza entre los hombres. Hasta tal punto que, cuando alguien le cont que encierta regin del Brasil las casas no tenan puertas, ni cerrojos, ni llaves, se marchall a vivir, seguro de que quienes as pensaban por fuerza haban de ser hombrescompletos.

    Tambin yo me senta vinculado a ese culto. Prefera, incluso, ser robado aconstruirme el alma como un castillo roquero.

    Pues bien: he cedido. Yo pecador me confieso a ti, ladrn amigo, paracontarte que tu avaricia y mi cobarda juntas fueron ms poderosas que todos mis

    propsitos.Cuando aquella tarde encontr mi puerta abierta de par en par, gracias al

    juego de tus manos, algo se revolvi en el fondo de m. No contra ti (o, al menos,no slo contra ti), sino contra este mundo que estamos construyendo. Por eso megustara saber quin eres, cmo eres. Conocer si eres consciente -como yo lo soy-de lo inhabitable que, entre todos, estamos volviendo este planeta. No quiero ni

    pensar que la droga haya terminado ya de pulverizar tu conciencia.Aquella noche dorm mal. Me despertaban inexistentes ruidos. Vea regresar

    monstruos que, a lo mejor, se parecan poco a ti o que eran como t multiplicado,como lo que t acabars siendo si sigues por ese camino. Una rabia secreta me

    posea. No porque t me hubieras robado -ya que, de hecho, nada te llevaste ydeba, en rigor, considerarme afortunado-, sino por vivir en una sociedad que,quiz, primero te cerr las puertas del trabajo para abrirte luego de par en par lasdel vicio. Y del vicio ms destructor y caro.

    Durante los diez das siguientes me segu sintiendo extrao. Llegaba a casacon un amargo latir del corazn, imaginndome de nuevo la puerta violentada,entrando a ella con miedo a encontrarte dentro, navaja o pistola en mano y

    tembloroso.Corta deba de ser mi confianza. Capitul al sexto da, convencido, no s por

    qu demonio, de que slo una puerta blindada devolvera la paz a mi corazntraumatizado.

    Y ah estn, cerrojos, barras, planchas de acero, llaves supercomplicadas,todo un armamento defensivo. Igual que si viviera en una caja de caudales,convertido yo mismo en un lingote de ese oro que desprecio.

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    Ahora me siento mucho ms tranquilo. Pero mucho menos hombre. Muchomenos fraterno. Y no me duele el dinero que, gracias a tu hazaa, he debido gastar.Me duele saber que ha aumentado el nmero de los que desconfan, de los queviven con el alma repleta de mastines.

    La culpa no es slo tuya. Ma tambin. Y este sentimiento de culpa comn eslo nico humano que he sacado de esto. Me gustara, por todo ello, que t pudierasleer estas lneas y que sintieras algo parecido. As los dos sabramos que tu avariciay m miedo se juntaron para construir esta tristeza.

    2.- La hierba crece de noche

    No s ya quin escribi esa perogrullada que he puesto como ttulo de esta

    nota, pero s s que de ella viene alimentndose mi alma hace un montn de aos.Porque es cierto, la hierba -como todas las cosas grandes e importantes del mundo-crece de noche, en silencio, sin que nadie la vea crecer, Porque bondad y bienempalman con silencio, as como la estupidez va siempre acompaada del brillo ydel estrpito.

    La gran peste de este mundo contemporneo -y los peridicos estamoscontribuyendo decisivamente a ello- es que en l, como anunciara Kierkegaard,slo se conceden altavoces a los necios.

    Cualquier cretino de turno se casa o descasa, se pinta el pelo de verde, hace -oh, milagro!- dos agujeros en los pantalones de las nenas, y ah estn todas lasrevistas del mundo para contar su prodigiosa hazaa. Pero, en cambio, si ustedslo ama, slo trabaja, slo piensa y estudia, slo trata de ser honesto, ya

    puede matarse a hacer todas esas cosas tan poco importantes, que jams saldr en laprimera pgina. Cualquier criminal ser ms importante que usted. Y as es comolos hombres de hoy estamos condenados a ver perpetuamente la realidad a travs deun espejo deformante.

    Si en Espaa tres mil cirujanos ponen su alma y sus nervios en aras de sus

    pacientes, nunca sern noticia. Pero Dios libre a uno solo de ellos de equivocarseen uno de sus diagnsticos o en el manejo de sus bistures. pronto sern los tres milacusados de carniceros.

    Si en Espaa veinte mil curas luchan diariamente por difundir su fe en Dios ypor servir humildemente a sus hermanos, jams cantar nadie su herosmo en unpoema. Pero que suba uno de ellos a un plpito un da en que le duele el estmagoy diga un par de tonteras, vern ustedes cmo lo cuenta hasta la televisin.

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    Podramos seguir con todas las profesiones. Podramos aadir que del mismobien slo se ven los aspectos espectaculares. Yo no s si Agustina de Aragn erauna buena novia o una buena esposa, yo no s si quera a sus padres o era generosacon sus amigas. Slo me han contado que un da se inflam su alma y dispar uncan,

    Y la verdad es que resulta mucho ms heroico amar veinticinco aos quedisparar un can veinticinco minutos.

    A veces uno se muere de risa: llevas toda tu vida luchando por escribir bien,acusando montaas de pginas, renunciando a millares de diversiones para atarte aeste potro de tortura que es la mquina de escribir... y se enteran veinticinco! Perote llaman un da a la televisin para que digas las cuatro bobadas que se puedendecir en tres minutos (y que forzosamente en aquel clima de focos y locura no

    pueden ser otra cosa que bobadas) y luego ests durante un mes encontrndote con

    amigos que te dicen que te vieron en la tele y que hasta te valoran por esemaravilloso xito de que tu rostro haya aparecido en ese cuadradto luminoso!

    S, henos aqu en un mundo superinformado que informa de todo menos delo fundamental. Henos aqu en un tiempo en que nunca sabremos si los hombresaman, esperan, trabajan y construyen, pero en el que se nos contar con todo detalleel da que un hombre muerda a un perro.

    Presiento que aqu est una de las claves de la amargura del hombrecontemporneo: slo vemos el mal, slo parece triunfara estupidez.

    Esto ltimo no es culpa de la prensa: desde que el mundo es mundo, lostontos han hecho siempre mucho ruido. Y as como cien violentos son capaces detraer en jaque a treinta millones de pacficos, una docena de infradesarrollados soncapaces de poner patas arriba todo lo que los mejores lograron construir a lo largode siglos.

    Frente a ello slo nos queda la sonrisa, rerse un poco de la condicinhumana y de esa ancha zona de tontera que todos llevamos dentro de vuestra

    propia alma. Sonrer, mirarse al espejo, sacarle la lengua a la tontera externa y a lainterna... y seguir trabajando.

    Porque sta es la gran verdad: toda la necedad del mundo nunca ser capazde impedir que la hierba siga creciendo de noche... siempre que la hierba sea capazde seguir creciendo callada y oscuramente y no caiga tambin ella en la tentacinde envidiar a los ruidosos.

    Platn lo dijo mucho mejor: Nada de cuanto sucede es malo para el hombrebueno. Puede el dolor acorralarnos, pero no emponzoarnos. Puede la injusticiaagredirnos, pero no violarnos. Puede la frivolidad escupirnos, pero no ahogarnos.Slo la propia cobarda puede conducirnos al desaliento y, con l envenenarnos.

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    Damos una importancia desmesurada al mal. Invertimos lo mejor de nuestrashoras en lamentarnos de l o en combatirlo. Y casi ya no nos resta tiempo paraconstruir el bien.

    Graham Greene deca que esa famosa estacin del Va Crucis que sueletitularse Jess consuela a las piadosas mujeres debera llamarse Jess reprendea las mujeres lloronas. Porque aquellas mujeres que tanto parecan compadecersedel Cristo sufriente, no pudieron hacer por l algo ms que llorar? Y aade,ferozmente, el novelista: Las lgrimas slo sirven para regar berzas. Yo aadiraque adems las riegan muy mal.

    Efectivamente: sobran en el mundo los llorones, faltan trabajadores. Y laslgrimas son malas si slo sirven para enturbiar los ojos y maniatar las manos.

    Ni una lgrima, pues! Mis ojos -cuando estn claros- saben, aunque no vean,que en la negrura del mundo hay millones de almas creciendo en la noche,

    silenciosas y humildes, constructoras y ardientes. No gritan, pero aman. No sonilustres, pero estn vivas. No salen en los peridicos, pero ellas sostienen el mundo.Hay en todo lo ancho del planeta millones de flores que nunca ver nadie, quecrecern y morirn sin haber servido para nada, pero que estarn orgullosas porel simple hecho de vivir y de haber sido hermosas. Porque, como dijo -hablado delas rosas- un poeta, qu importa morir, cuando se ha sido y tanto!.

    3.- A qu derrota llegas, muchacho ?

    Me ha angustiado tu carta de hoy, muchacho. Te muestras tan seguro de timismo, te sientes tan gozoso de haber madurado! Te juro que he temblado al

    percibir esa punta de desprecio con la que hablas de tus aos juveniles, de tussueos, de aquellos ideales que -dices- eran, s, hermosos, pero irrealizables.

    Ahora, me explicas, te has adaptado a la realidad y, con ello, has triunfado.Tienes un nombre, una buena casa, un cierto capital, una familia... Exhibes todo eso

    como si fueran joyas en el escote de una dama. Slo, en medio de tanto orgullo, sete escapa un diminuto relmpago de nostalgia al reconocer que aquellos absurdossueos eran, cuando menos, hermosos.

    Tu carta ha evocado en m un viejo texto del doctor Schweitzer que desdehace veinte aos me persigue. Me gustara que te lo aprendieras de memoria,

    porque puede ser tu ltima tabla de salvacin:Lo que comnmente nos hemos acostumbrado a ver como madurez en el

    hombre es, en realidad, una resignada sensatez. Uno se va adaptando al modelo

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    impuesto por los dems al ir renunciando poco a poco a las ideas y conviccionesque le fueron ms caras en la juventud. Uno crea en la victoria de la verdad, peroya no cree. Uno crea en el hombre, pero ya no cree en l. Uno crea en el bien yahora no cree. Uno luchaba por la justicia y ha cesado de luchar por ella. Unoconfiaba en el poder de la bondad y del espritu pacfico, pero ya no confa. Eracapaz de entusiasmos, ya no lo es. Para poder navegar mejor entre los peligros y lastormentas de la vida se ha visto obligado a aligerar su embarcacin. Y ha arrojado

    por la borda una cantidad de bienes que no le parecan indispensables. Pero queeran justamente sus provisiones y sus reservas de agua. Ahora navega, sinduda, con mayor agilidad y menos peso, pero se muere de hambre y de sed.

    Le estas palabras cuando yo era poco ms que un muchacho. Y no me hanabandonado nunca. Porque he visto en ellas el retrato exactsimo de cientos devidas.

    Es cierto, entonces, que crecer es tan terrible? Vivir es simplemente irabandonando? Eso que llamamos madurez es casi siempre puro envejecimiento,simple resignacin, ingreso en los cuarteles de la mediocridad?

    Me gustara, amigo, que antes de exhibir tanto orgullo te atrevieras a repasaresa lista de seis batallas y te preguntaras a ti mismo a qu derrota llegas, seguro deque de ah deducirs lo que te queda de humano.

    La primera batalla se da en el campo del amor a la verdad. Suele ser laprimera que se pierde. Uno ha asegurado en sus aos de estudiante que vivir conla verdad por delante. Pero pronto descubre uno que, en esta tierra, es ms til yrentable la mentira que la verdad; que, con sta, no se va a ninguna parte y que,aunque diga el refrn que la mentira tiene las piernas muy cortas, los mentirosossaben avanzar muy bien en coche. Abres los ojos y ves cmo a tu lado progresanlos babosos, los lamedores. Y un da t tambin, muchacho, sonres, tiras de lalevita, abres puertas, sirves de alfombra, tiras por la borda la incmoda verdad. Eseda, muchacho, sufres la primera derrota, das el primer paso que te aleja de tu

    propia alma.La segunda batalla tiene lugar en los terrenos de la confianza. Uno entra en la

    vida creyendo que los hombres son buenos. Quin podra engaarnos? Si de nadiesomos enemigos, cmo lo sera alguien nuestro? Y ah est ya esperndonos el

    primer batacazo. Es una zancadilla estpida o, incluso, una traicin que nosdesencuaderna el alma precisamente porque no logramos entenderla. Y nuestraalma, herida, bscula de punta a punta. El hombre es malo, pensamos. Rodeamosde hilo espinado nuestro castillo interior, ponemos puente levadizo para llegar anuestra alma, a nuestro corazn ya no se podr entrar si no es con pasaporte. Elalma forrada de cuchillos es la segunda derrota.

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    La tercera es ms grave porque ocurre en el mundo de los ideales: uno ya noest seguro de las personas, pero cree an en las grandes causas de su juventud: enel trabajo, en la fe, en la familia, en tales o cuales ideales polticos. Se enrola bajoesas banderas. Aunque los hombres fallen, stas no fallarn. Pero pronto se ve queno triunfan las banderas mejores, que la demagogia es ms til que la verdad yque, con no poca frecuencia, bajo una gran bandera hay un cretino ms grande. Sedescubre que el mundo no mide la calidad de las banderas, sino su xito. Y quinno prefiere una mala causa triunfante a una buena derrotada? Ese da otro trozo delalma se desgaja y se pudre.

    La cuarta batalla es la ms romntica. Creemos en la justicia y la santaindignacin se nos sube a los labios. Gritamos. Gritar es fcil, llena nuestra boca,da la impresin de que estamos luchando. Luego descubrimos que el mundo nuncacambia con gritos y que, si alguien quiere estar con los despellejados, ha de perder

    su piel. Y un da descubrimos que no se puede conseguir la justicia completa yempezamos a pactar con pequeas injusticias, con grandes componendas. Ese dacaemos derrotados en la cuarta pelea.

    Todava creemos en la paz. Pensamos que el malo es recuperable, que elamor y las razones sern suficientes. Pero pronto se nos eriza el alma, comenzamosa desconfiar de la blandura, decidimos que puede dialogarse con stos s, pero nocon aqullos. No pasar mucho tiempo sin que decidamos imponer nuestra pazviolenta, nuestras santsimas coacciones. Es la quinta derrota.

    Queda an algo de nues-tra juventud?Quedan an algunas rfagas de entusiasmo, leves esperanzas que rebrotan

    leyendo un libro o viendo una pelcula. Pero un da las llamamos ilusiones, unda nos explicamos a nosotros mismos que no hay nada que hacer, que elmundo es as, que el hombre es triste.

    Perdida esta sexta batalla del entusiasmo, al hombre ya slo le quedan doscaminos: engaarse a s mismo creyendo que ha triunfado, taponando con placer ydinero los huecos del alma en los que habit la esperanza, o conservar algo decorazn y descubrir que nuestro barco marcha a la deriva y que estamos

    hambrientos y vacos, sin peso de ilusiones, sin alma.Me gustara que, al menos, te quedara esta angustia, amigo que hoy me

    escribes. Y que tuvieras an el valor suficiente para preguntarte a qu derrota hasllegado, muchacho.

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    4.- Msica para sobrevivir

    La serie que Televisin Espaola nos ha servido los tres ltimos lunes es, meparece, la primera en la que las brutalidades nazis no han sido utilizadas con latcnica del chivo expiatorio. Afortunada- mente, la protagonista nos ha gritadorepetidas veces: Y qu son sino seres humanos? Porque es muy fcil, s, usaresa torpe coartada de pensar que sus manos no eran como las nuestras, que setrataba de seres huidos de la condicin humana, que sus gestas son algo quenosotros -inocentes, pursimos, arcanglicos- no haramos jams. Es fcilinventarse una raya que cruza entre los monstruos y nos- otros, ilusionarsecreyendo que en ningn caso, en ninguna circunstancia, colaboraramos con ellos yaceptaramos mil muertes persona- les antes que girar la manivela que pone en

    marcha las cmaras de gas.Aquellas mujeres eran ms objetivas cuando se preguntaban dramticamente de

    qu lado estaban, cuando se echaban en cara que ellas, interpretando a Bcethovenmientras oan los mortferos disparos, acariciando violines para el placer de losasesinos, estaban tambin disparando, manchando en sangre los dedos que tocan el

    piano.La condicin del hombre es la ceguera. El hombre se aferra tercamente a su

    respetabilidad y dara oro por que sus propias manos estuvieran a kilmetros de sucabeza y de su conciencia.

    Porque verdaderamente los nazis estn en medio de nosotros, lo nazi est dentrode nosotros. Hasta habra que pensar que los hornos crematorios pertenecen ya a la

    prehistoria de la violencia, largamente superados por las ultramodernas maneras dematar, que ni siquiera precisan girar manivela alguna.

    Acabo de leer que en 1982 morirn de hambre cincuenta millones de sereshumanos, hermanos nuestros. Y los expertos aseguran que en este noviembre de1981 estn muriendo ya de hambre 140.000 personas diarias. Durante las cuatro ocinco horas que yo tardar en preparar y escribir este artculo morirn cerca de

    25.000. En los diez minutos que alguien invertir en leerlo sern 600 los quesucumbirn a manos de la miseria. Sin hacer ruido. Sin metralletas. Sin espantos.

    Suenan en mi tocadiscos los preludios de Chopin mientras ellos se mueren. Nosrodeamos de violines, de Cigarrillos para no ver tanta muerte. Msica parasobrevivir, msica como piadosa morfina de la realidad.

    Los artistas han tenido sobrados motivos para desconfiar de su arte. Benaventecontaba que el arte no dice la verdad, pero ayuda a olvidarlas. Flaubert -ms

    piadoso- aada que de todas las mentiras, el arte sigue siendo la menos falaz.

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    Renard ironizaba que la. verdad siempre es un desencanto, y ah est el arte parafalsificarlos. Giono -ms cruel- describa a poetas, msicos y pintores como ciegosque, encerrados en su felicidad de elegidos, atraviesan los campos de batalla conuna rosa en la mano.

    El arte es, s, una gran coartada. Omos msica para cegarnos, para no ver.Hilvanamos cadenas de palabras para que no llegue a nuestros odos el silenciosollanto de los que sufren. Montamos este circo que llamamos belleza para que losasesinos -y lo son todos los que no son vctimas- olviden por unas horas esa sangreincolora que les quema las manos.

    Quin, ante la cascada milagrosa que sale del piano de Chopin, recordar queuno de cada cuatro indios trabaja todo el ao en estado febril? Quin, leyendo lamagia verbal y sentimental de Juan Ramn Jimnez, tendr lugar en su alma para

    pensar en los 840 millones de analfabetos que pueblan el planeta? "mo evocar

    ante la adormeciente dulzura de Botticelli que los habitantes de Sierra Leonatienen un promedio de vida de treinta y dos aos, frente a los casi setenta de loseuropeos? Y qu puede significar que la mitad de las mujeres del Tercer Mundosean anmicas frente a las celestes flechas de las torres de la catedral de Burgos?

    La muerte, la violencia, nos desenmascaran, relativizan nuestros dogmasestticos, vuelven grotescos nuestros automviles y nuestros cigarrillos. CsarVallejo lo dijo prodigiosamente:

    Un albail cae de un techo, muere y ya no almuerza.

    Innovar, luego, el tropo, la metfora?Otro tiembla de fro, tose, escupe sangre.Cabr aludir jams al yo profundo?Otro busca en el fango huesos, cscaras.

    Cmo escribir, despus, del infinito?Alguien va en un entierro sollozando.Cmo, luego, ingresar en la Academia?

    A la hora en que escribo estas lneas, muchos de los diez millones de paradoseuropeos, muchos del milln y medio de parados espaoles, tiemblan de fro,tosen, escupen sangre, buscan en nuestros cubos huesos, cscaras. Y aqu estoy yo,escribiendo, golpeando la mquina con furia, bebindome a Chopn como unadroga. Y aqu estamos todos jugando a las canicas de la vida, anestesindonos esecorazn que nos grita que seguimos en Auschwitz.

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    Y bastar esa otra coartada de que nuestras palabras son lo nico que tenemosy que ellas se redimen cuando se convierten en gritos? Eso es lo que hacan los

    poetas sociales. Explicaban que nuestro mayor delito era pasarnos al bando de losngeles, repetan que nuestros cantares no podan ser, sin pecado, un adorno,suplicaban a las rosas que crecieran, pujaran, se multiplicaran hasta invadir lascajas de caudales, hasta impedir las ametralladoras.

    Pero sus gritos no impidieron que las rosas siguieran siendo rosas, que las cajasde caudales continuaran cerradas y manejadas por los mismos de siempre, queMerecieran, pujaran y se multiplicaran... las ametralladoras.

    Las palabras no bastan, ciertamente. Pero qu usar quienes slo palabrastenemos? Tal vez usted, lector, y yo, juntos, pudiramos evi- tar que en la cuentade los muertos de hoy hubiera un nmero menos. Pero qu hacer por los restantes139.999 muertos de hoy y por los 139.999 muertos de maana?

    Todo, desde luego, menos resignarnos. Todo, menos refugiarnos detrs de losmgicos violines. El arte por s solo tiene ms poder adormecedor que despertador.Tena razn Fania al gritar a la directora de su orquesta que estaba equivocada encasi todo: es necesario, es cierto, interpretar bien a Beethoven; pero hay quehacerlo sabiendo que eso no detendr la muerte. Acertaba Baroja al recordar concnico realismo que, en los tiempos del Renacimiento, los grandes pro- motores delarte asesinaban tranquilamente con la misma mano con la que contrataban aMiguel ngel para esculpir suDavd.

    Tal vez la nica manera de impedir que nuestras manos asesinen sea unirlas aotras. Pguy deca que cristiano es el que da la mano. Rebajmoslo. hombre esel que da la mano. El que no da la mano, se no es hombre. Y poco importa lo que

    pueda hacer despus con esa mano. Porque, ciertamente, una mano desunida harms violencia que arte.

    Unir las manos. Y llorar. Y avergonzarnos de nuestra condicin de hombres.Llorar pensando en los 25.000 que han muerto de ham- bre mientras yo escribaeste artculo, en los 600 a quienes derrib la muerte mientras t, amigo, lo leas.

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    5.- El suicidio de un nio

    Jorge puso la silla encima de la mesa, se subi a ella, at la punta extrema desu cinto al tubo de la calefaccin, pas el otro extremo como un lazo por sucuello...

    Me parece que, de todas las noticias de este ao, la que bate el rcord de loshorrores es sta que acabo de leer en un peridico, la historia de un nio de diezaos que apareci colgado en el cuarto trastero de su casa. Se llamaba Jorge, dicenlas agencias. Era un nio normal, cuentan los vecinos. No tena ninguna razn parahacer lo que ha hecho, aseguran sus padres. En la escuela no le haba ocurrido nadaextrao, informan los maestros.

    Todo era normal. Pero aquella tarde, al regresar del colegio, subi lasescaleras de los ocho pisos de su casa -los nios solos no pueden subir en

    ascensor-, empuj la puerta del trastero, que estaba, como siempre, abierta, empujhasta el centro de la habitacin aquella mesa blanca de pino que haban arrumbadoen la ltima reforma de su casa, puso sobre ella una silla...

    Tena diez aos, slo diez aos. Y era un nio normal. Resultara ahorademasiado cmodo inventarnos una paranoia, un acceso de locura, una rfaga deespanto, algo que tranquilizase a padres, curas, profesores, psiquiatras.

    Pero lo cierto es que el nio haba preparado su muerte con la fra crueldadde un adulto. Sobre la mesa de estudiante estaba esa carta que seguramente habaaprendido en la televisin, esa carta que repite lo tan requetesabido: No culpis anadie de mi muerte. Me quito la vida voluntariamente. Y, luego, por todaexplicacin, dos nicas, horribles, vertiginosas palabras: Tengo miedo.

    Miedo de qu, Dios santo? Sus padres aseguran que su salud era buena; susprofesores, que nunca conoci un suspenso; sus amigos, que jams le oyeronquejarse de ninguna amenaza; su confesor, que no haba sombras en su vida. Todosle crean un nio feliz. Nunca nadie haba sospechado la existencia de motivos parauna tan escueta confesin. Tengo miedo.

    Pero Jorge subi lentamente las escaleras de los ocho pisos que llevaban a

    aquel pequeo trastero junto a la terraza. Los subi lentamente, como conesperanza de encontrarse con alguien en alguno de los rellanos, algn compaeroque le llevara con l a jugar al baln, algn vecino que le riera por subir a laterraza haciendo el fro que haca. Los subi lentamente, viendo cmo en cadarellano desierto se iban agotando sus ltimas dcimas de esperanza y cmo no lequedaba realmente ms salida que la de tomar el cinto, atarlo cuidadosamente altubo de la calefaccin con uno de aquellos nudos que le haban enseado a hacer enel campamento de verano y...

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    Tena miedo. Ni l mismo hubiera sabido explicar muy claramente de qu.Pero estaba solo, tan solo como todos los nios encerrados en las cuatro paredes deesa infinita soledad que sienten los pequeos cuando no son amados, cuando no sonsuficientemente amados. No tena ninguna razn especial para tener miedo. Slolas que tenemos todos los que vivimos en un mundo tan hostil como ste. Slohaba visto cientos de horas de televisin y violencia. Slo haba odo decir docenasde veces a su padre que esta vida era una mierda. Slo recordaba los gritos delabuelo el da que ri con sus padres: Quiero morirme! Quiero morirme! Slorecordaba el llanto de su madre una noche en la que haba ocurrido algo que l no

    pudo terminar de entender.Nada ms. Nada ms. Eso era todo lo que recordaba cuando al subir el tramo

    de escalera que iba del sptimo al octavo piso comenz a sacar de las trabillas elcinto que le haban regalado el da de su santo. Era un cinto de cuero que le haba

    enorgullecido porque era su primer regalo de hombre. Haba presumido de l conlos compaeros aquella tarde en que jugaron a perseguirse a zurriagazos. Habatemblado cuando uno de sus amigos le asegur que a l su padre le pegaba con uncinto como se.

    Jorge no poda entender muy bien que alguien pudiera pegar a un nio. El nohaba ledo todas esas estadsticas que aseguran que anualmente en el mundo msde dos millones de nios son sometidos a malos tratos; que en Estados Unidos cadaao atienden los hospitales entre cien y doscientos mil casos de nios torturados,entre sesenta y cien mil casos de pequeos sometidos a violencias sexuales y que

    cerca de ochocientos mil son abandonados por sus padres y familiares.No saba que en Inglaterra mueren cada ao setecientos nios por golpes de

    sus padres y que cuatrocientos padecen, por lo mismo, lesiones en el cerebro. Nosaba que hay bebs que son estrangulados en la cuna por el terrible delito de llorary no dejar dormir a los suyos. No saba nada de todo esto cuando suba las escalerasdel piso sptimo al octavo, pero s saba que algo le haca temblar cuandoacariciaba el cuero de su cinto.

    La puerta del trastero se quej al abrirla, pero Jorge no lo percibi. El trasteroestaba sucio y polvoriento, pero Jorge no se dio cuenta de ello. No pens que un

    literato habra sacado partido de ello y que en la televisin habran usado esoselementos para dar ms dramatismo a la escena. Jorge tom la blanca mesa de pinoy la coloc en el centro mismo de la habitacin, justamente debajo del tubo de lacalefaccin.

    Si hubiera vivido veinte aos antes, tal vez en este momento se habraacordado de que Camus haba escrito: Me resisto a amar una creacin en la quelos nios son torturados. Si hubiera estado a la moda, se habra repetido, mientrasse suba a la mesa, aquello de Umbral: El universo no tiene otro argumento que la

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    crueldad ni otra lgica que la estupidez. Pero no pens nada de todo esto. l noera filsofo ni escritor. Slo era un nio que tena miedo y estaba solo, tanradicalmente solo que nadie haba percibido esta soledad.

    No se acord tampoco de que diez aos antes haba estado encerrado en unseno, caliente, caliente, amorosamente protegido contra todas las espadas que le

    esperaban despus, contra los diez aos de fro que le llevaran a subirse a estamesa y poner sobre ella esa silla.

    No se acord de que los hombres estaban orgullosos de su siglo XX, de quehaban llegado a la Luna y construido televisores del tamao de una caja de cerillas.

    Ni siquiera se pregunt de qu serva haber puesto los pies en la Luna cuando en elmundo los nios no eran felices. No sonri pensando que aquella hora, en la que l

    pasaba su cinto por sobre el tubo de la calefaccin, era parte del Ao Internacionaldel Nio. Slo pens que estaba solo y que, si deca esto a su padre, le contestara:Nio, no digas bobadas. Y que, si se lo contaba a su madre, ella pretextara un

    dolor de cabeza para no contestarle.Y cuando comprob que el nudo del cinto estaba bien sujeto, y cuando se

    pas el lazo por el cuello, y cuando pens que ya slo faltaba -como haba vistotantas veces en la televisin- darle una patada a la silla que le sostena, no pens enel problema que creara a los curas cuando se pusieran a discutir si le enterraban enla caja blanca de los nios inocentes o en el cementerio maldito de los locossuicidas.

    6.- Una humanidad de trapo

    El reportaje ms sdico que he ledo en toda mi vida es este que publica eldominical de uno de los diarios madrileos. Bajo el ttulo de Ponga un beb ensu vida nos cuentan la ltima, la ms grave, la ms estremecedora de las locurasamericanas. Por lo visto, el ms inhumano hombre de negocios que ha parido la

    historia, llamado Xabier Roberts, ha descubierto la feroz manera de llenar lassoledades de aquellos padres que quieren jugar a pap y mam sin tener losinconvenientes de una verdadera maternidad, como dice la nena que firma elreportaje y que, al parecer, se ha contagiado tambin ella del sadismo del autordel invento.

    Porque esa manera es fabricar muecos de trapo -cada uno de ellos unejemplar nico! que luego ser adoptado -no comprado- por los candidatos a

    padres en esta nueva modalidad. Xabier Roberts, dice el horrendo informe.,

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    Ofrece a los americanos no slo muecos que parecen bebs, sino la ilusin deque esos bebs existen de verdad. Para ello entrega sus criaturas con sucertificado de nacimiento y todo -incluidas en l las huellas dactilares del hijo detrapo y hace jurar a los padres que se ocuparn de su adoptado y le ayudarn adesarrollar su personalidad.

    Todos --cuenta la informadora- se toman en serio su profesin. Una pareja,que aparece muy fotografiarla en el reportaje, cuenta muy en serio que hanadoptado a la mueca llamada Sadie Edna porque llevan seis aos casados sintener hijos y la abuela materna soaba con tener una nieta. Desde que Sadieentr en sus vidas, la abuela est encantada. Se ocupa de ella todo el da. Por lanoche, sus padres pasan a recogerla, la dan de cenar y la acuestan en el cuartitoque los hijos de carne no vinieron a ocupar.

    Xabier Roberts, que domina las artes que el marqus de Sade dej a medio

    camino, ha inventado tambin una clnica para los bebs. All, los nios de traposon atendidos por preciosas enfermeras y cuidados por diligentes mdicos. En los

    jardines de la clnica los bebs respiran a pleno pulmn, reciben clases de francs.Y hasta cuentan con un supermercado, en el que sus papatos adoptivos puedengastar su sueldo en comprarles comiditas, vestiditos y zapatitos a la medida. Unamonada!

    Y yo me he quedado sin respiracin al contemplar largamente la galera desonrientes fotos en las que se muestra todo lo que estoy contando. Sin respiracin

    porque, mirndolas ms detenidamente, me he dado cuenta de que, aunque enellas parecen slo de trapo los muequitos vctimas de la adopcin, tambin sonde trapo los padres que acuden a adoptarlos, y es de trapo el seor Xavier Roberts,autor de la patraa, y son de trapo las enfermeras que les atienden y Caos mdicosque les operan, y es tambin probablemente de trapo la muchachita que firma elreportaje que publica este dominical madrileo.

    Me aterro ms an al asomarme a la ventana de mi casa. los obre- ros que, enla plaza de enfrente, construyen una iglesia son tambin ellos de trapo y es detrapo el conductor del autobs que acaba de salir de la Ciudad de los -Periodistas

    y se dirige hacia la plaza de Castilla.Corro al espejo. Contemplo mi rostro y es tambin de trapo! Toco mis

    mejillas de trapo con mis manos de trapo y siento que dentro de m pecho de trapogolpea enloquecido un corazn de trapo. Bajo a la calle: es de trapo mi portero yde trapo los cuatro que tra- bajan en el supermercadillo en que yo hago miscompras diarias.

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    Y empiezo a comprender que, de locura en locura, de deshumanizacin endeshumanizacin, hemos ido sustituyendo todo lo que arda por dulces frmulasde trapo y cartn piedra. Ya queremos ser padres sin tener los inconvenientes deuna verdadera maternidad, queremos trabajar y vivir sin dolor, asumir la tarea devivir cuesta abajo, rebajamos el alma, recortamos la vida, anestesiamos el tiempo,la vida se nos vuelve tan dulce que ya es toda ella de farsa y trapo, dejada de ladola sangre por el delito de estar demasiado viva.

    Y siento unas terribles ganas de rerme cuando pienso en las manifestaciones,en los movimientos pacifistas que protestan contra las armas nucleares que van avenir un da a destruir la humanidad. Pero si no hacen falta! Pero si lahumanidad ya est destruida, desmedulada, cloroformizada, anulada, atontada,enloquecida, vuelta inexistencia y trapo, vaciada de todo como un cntaro seco,sustituido todo lo que era fuego, vida, viento por esta hermosa coleccin de

    mentiras con que nos alimentamos y nos convencemos a nosotros mismos de queseguimos vivos!

    Escribo todo esto llorando. Vuelvo a verme a m mismo como aquel chiquilloque nunca supo hacer una sola pgina de caligrafa sin borronearla, no s ya si detinta o de lgrimas. Mis pupitres de escuela han crecido, pero mis sueos no handejado de disminuir. Ahora, esta mquina que ataca mis uas impide que mislgrimas emborronen lo escrito. Pero yo s muy bien que estas lneas crecen sobreel papel como lo har un da la hierba cuando yo me haya muerto.

    Levanto los ojos y el sol sigue estando fuera. Dora los edificios, desconcertadospor este sol de invierto. No habr cambiado todo? No habrn lanzado ya sobre elUniverso esa bomba limpia que permite que las cosas sigan girando enteras,mientras lo que creemos hombres son solamente muecos sustituidos, que undemonio malvado -que quiz se llame Xabier Roberts- coloc en lugar nuestro?Los muecos de este reportaje tienen tambin, como yo, carns de identidad ytarjetas de crdito. Estn tan vivos como yo. O yo tan poco vivo como ellos.

    Cerrar aqu este artculo. No puedo seguir escribiendo ante la horrible idea deque slo me leern los muecos de trapo que el prximo domingo comprarn el

    peridico. Lloro por nuestra comn in- existencia. Y compruebo que las mismaslgrimas que lloro son lgrimas de trapo.

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    7.- El relmpago gris

    Yo soy uno de esos (pocos?) hombres afortunados en cuyas casas, de nios, setomaba la Navidad radicalmente en serio. En serio: quiero decir, en un estallido devida y de alegra. La Navidad era el centro hacia donde todo converga y medio aose dedicaba a su preparacin y el otro medio a su recuerdo. Porque en esos das eracomo si a todos se nos multiplicase el alma y cual si slo en ellos se viviese deveras. An hoy estoy convencido de que si yo no me voy a morir hasta que memuera (porque la mayora de la gente se muere muchos aos antes de que lesextiendan la partida de defuncin) todo se debe a aquellos das en que meensearon a coger carrerilla en esto de vivir.

    La fuente de todo era mi madre. Ya s que para todos los hombres su madre esun ser inigualable, pero es que la ma -mejor o peor que otras, no discuto- tena

    algo que le reconocan todos los que tenan la suerte de tratar con ella: estaba viva,estaba siempre viva, era como si Dios le hubiera hecho el alma de puntas dealfileres tena el corazn siempre a punto y jams la vi sentarse en esos des-cansinos de vivir en que los hombres nos acurrucamos para dejarnos acariciar porla pereza o la amargura.

    Gracias a ella, la Navidad tena en mi casa esos gramos de locura que ha de tenertoda Navidad autntica. Hacer el nacimiento no era un juego o una fbula; eracomo descender a la verdad, asomarse a ese rincn donde por primera y nica vez

    fue el mundo lo que deba ser: una mezcla tan enrevesada de lo divino y lo humano.en la que no acababa nunca de saberse dnde empezaba lo uno y dnde terminabalo otro, pero lo uno y lo otro eran, a la vez, enormes y abrazaderos.

    En mi casa, como es lgico, no nos plantebamos todas estas

    jerigonzas: las creamos, que es mucho mejor; las vivamos, que

    es mucho ms sabroso. Y las espolvorebamos de azcar y de

    risas. Por- que mi madre era una cocinera formidable y a la hora

    de los dulces pareca que hubiera asistido a clases en todas las

    cocinas de los ms expertos conventos de Espaa,

    Supongo que no hace falta precisar que en casa no ramos muy felices enNavidad porque tuviramos mucho o porque en esos das nos inundasen deregalos. Puedo asegurar que mis reyes magos fueron siempre de tercera divisin yque la cena de Nochebuena -aunque seguro que no era menos sabrosa- costaba

    para siete bastante menos que un solo cubierto en el cotilln de fin de ao del Ritz.Pero como uno ha de decir toda la verdad, creo que ya es hora de que cuente que

    en mi casa la noche de Navidad faltaba algo para que la alegra fueraabsolutamente perfecta. Aunque tambin tengo que decir que yo no percib esa

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    ausencia hasta el ao en que cumpl los diecisiete y que an tard dos aos ms endescubrir la clave de lo que faltaba.

    Mi casa era una de esas en las que, sin que nadie lo mandase y como porinstinto, todos se dedicaban a proteger a los que venan detrs. Mis padresformaban una muralla para defender del dolor a los hijos. Mis padres y mis doshermanos mayores armaban una segunda para protegernos a los pequeos. Y todos

    juntos formaban un tercer paredn para ponerme a m -el benjamn- a cubierto detoda forma de negrura. No es que se mintiera, pero pensaban todos que bastantedoloroso es el mundo y que bueno sera que al menos las tristezas nos llegasen loms tarde posible,

    Esta es la razn por' la que yo viv no s si en Babia o en el cielo la mayor partede mi infancia. Y sta es la causa de que yo no negara ni a enterarme de la pequeagrieta que se abra en nuestra Navidad hasta, como ya he dicho, muy tarde.

    Yo intua, s, que en la misma Nochebuena algo ocurra, y, precisamente,durante la cena. Siempre haba un momento en el que la alegra, que era visitantenormal en nuestra casa, se extralimitaba un poco, se haca una miaja chirriante,como si tratara de tapar o de camuflar algo.

    No ocurra siempre en el mismo instante preciso, pero siempre dentro y durantela cena. Nadie cesaba de rer, pero si uno se fijaba bien -y esto lo percib en 1947-descubra que en aquel momento la risa se volva nerviosa, como si todos temieranque pasara o pudiera pasar algo, como si tratasen de proteger a alguien o como si

    intentaran que alguien se olvidara de lo que estaba pensandoCuando despus de la cena de 1947 yo pregunt a mis hermanos por la clave delmisterio, se rieron de m y comentaron que ya me estaba despuntando Invocacinde novelista y que hay que ver qu cosas imaginaba. Pero ms tarde, tras una

    puerta, sorprend un retazo de conversacin en la que alguien informaba a losdems de que el nio -el nio era yo-- haba comenzado a sospechar algo.

    Durante la cena de 1948 pude hacer dos nuevos descubrimientos: que aquellosnervios y risas excesivas ocultaban una angustia subterrnea y -lo que me parecims grave- que las miradas, en el corto espacio de esa rfaga angustiosa, se dirigan

    a mi madre. Era, entonces, a ella a quien queran todos proteger de algo? A ella,fuente de toda nuestra alegra? Y protegerla, de qu?

    En las vsperas de laNavidad de 1949 asedi tanto a mis herma- nos con mispreguntas, que al fin acabaron revelndome la naturaleza del misterio y su clavems honda. Y ms tarde pude comprobarlo yo mismo durante la cena de

    Nochebuena.

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    -Si ests atento esta noche -me haba explicado una de mis hermanas-, notarsque hay un momento en el que por los ojos de mam cruza como un relmpago detristeza.

    -Un relmpago?

    -S, un relmpago gris. Dura slo unas dcimas de segundo, pero durante ellas escomo si mam fuera expulsada del paraso de la Na- vidad. Luego, pasado eserelmpago, regresa.

    -A la alegra?-S. Y a la vida.-Por eso os pasis todos la cena preocupados pensando que de un momento a

    otro llegar ese relmpago?-]Por eso.-Y no puede impedirse que llegue?

    -Lo intentamos, contamos chistes, nos remos ms que nunca. Pero el relmpagoviene siempre y nos gana.

    -Tan invencible es?-S, porque viene de la nica regin en la que los hombres no podemos

    ayudarnos los unos a los otros.-Qu regin es sa?-La de la muerte.-La muerte?

    -S: T no llegaste a conocer a la abuelita Evarista, la madre de mam. Por esono sabes que se muri justamente el da de Noche- buena. Durante la cena.-Pero eso ocurri hace ya muchsimos aos!

    -Qu bobadas dices! Una madre muerta no acaba nunca de morirse.

    -Y mam lo recuerda siempre, cada Nochebuena?-Sin fallo. Es slo un momento. Nosotros lo sabemos. Por eso espiamos sus ojos.

    Deseando que no llegue. 0 mejor: deseando que llegue en seguida y que pasecuanto antes. Porque en esos segundos mam vuelve a vivir la muerte de su madre.

    Y debe de ser terrible, a juzgar por las toneladas de luz que en ese segundo seoscurecen en sus ojos.El cura puritano que yo iba a ser sali desde dentro de m con un planteamiento

    locamente teolgico-.-No le basta saber que Cristo ha nacido?Mi hermana me mir llena de piedad-.-El nacimiento de Cristo no salva a los hombres de la muerte. Ilumina la vida,

    salva, pero no impide la muerte.

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    -El sentimiento es, entonces, ms fuerte que la fe? -insist yo, asquerosamenteterco.

    -Nuestra fe no es de ngeles -dijo mi hermana.Y, tras un silencio, aadi:-Esta noche Cristo llor de fro. El saber que vena a redimir al mundo no puso

    calefaccin en el portal.El orgullo -ms demonaco que anglico- de mi fe se call ahora. Comprend que

    estaba entrando en el misterio ms hondo y verdadero de la Navidad: no slo risas,sino desgarramiento. Un desgarramiento que no logra nublar las risas.

    Y aquella noche, durante la cena, fui yo uno ms a espiar los ojos de mi madre.Entonces descubr que, hasta aquel momento, siempre la haba querido desde abajo,como quiere un hijo a su madre. Pero en aquel momento era como si ella estuvieraempequeecindose, hacindose nia, volvindose hija ma, como si ahora fuera yo

    quien tena que protegerla a ella, uniendo mis espaldas de muchacho a las de mishermanos para que el dolor no lograse llegar hasta su imaginacin.

    Mas tambin aquella noche fuimos derrotados. Con nuestras risas y chisteshabamos conseguido retrasar el recuerdo. Habamos llega- do, incluso, a los

    postres sin que el relmpago llegase. Creamos que conseguiramos esta veztraspasar la frontera de la cena sin que la grieta de la muerte se sentara entrenosotros. Pero no fuimos capaces. Fue en el momento ms alto de las carcajadas,fue cuando la sopa de almendras -el postre ms celeste que se invent en la tierra-

    hizo su aparicin en el comedor, cuando ocup su trono en el centro de la mesa.Como si alguien hubiera dejado abierta una ventana hacia la noche de diciembre,una rfaga helada nos paraliz, durante una centsima de segundo, el corazn. Ytodos volvimos nuestros ojos hacia los de mi madre, porque nadie tena queexplicar ya a nadie de qu se trataba. Entonces vi por primera vez el relmpagogris. Era como si el mundo se apagase, como si Dios dejara de existir, como si la

    Navidad fuera slo un cuento inventado por un loco. Dur, ya lo he dicho, unacentsima de segundo. Pero me bast para ver en ella no a la abuela desconocidamuerta, sino a mi misma madre muerta, tendida en la oscura caja brillante que

    conocera treinta aos ms tarde, hinchados los pmulos y la nariz, definitivamenteinmviles los ojos.

    Y antes de que la centsima de segundo se acabase, antes de que la alegra desiempre regresara a los ojos de mi madre, antes de que mis hermanos estallaran enlas carcajadas de saber que haban vencido por un ao ms el ala de la muerte,estall yo en un llanto histrico de nio que no se resigna a dejar de serio, un llantoinconsolable de quien acaba de descubrir que todo el amor del universo no pre-

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    serva a los hombres de la muerte, un llanto de quien, por primera vez, acepta queBeln es, adems de alegra, soledad ' incomprensin, camino de la cruz.

    Entre las lgrimas pude ver el asombro de todos. Y sent cmo mi madre -yoestaba sentado a su lado- diriga mi cabeza hacia su pecho y acariciaba almuchacho que era como al nio que fui.

    -No, no es eso -deca-. El dolor est ah, pero no mancha. La muerte es dolorosa,pero no amarga. Y tanto el uno como la otra son mucho menos duraderos que laalegra. Nosotros nos iremos, pero la Nochebuena seguir viniendo. Y no hayausencia capaz de enturbiar esa venida. Un da entenders esto, hijo.

    Han pasado treinta aos y me pregunto si hago bien contando estas cosas: sillegan a leerlas mis sobrinos sabrn por qu mis hermanos y yo hemos heredadoese relmpago gris y por qu cruza por nuestros ojos cada vez que la sopa dealmendras entra triunfante en nuestro comedor tras la cena de Nochebuena. Si

    llegan a leerlas me gustara que descubrieran tambin que el relmpago dura unacentsima de segundo. Y que no es capaz de nublar nuestra alegra.

    8.- Teora del trampoln

    La visita de Alfredo me ha multiplicado -y complicado- la tarde. Durante cercade una hora le he dejado hablar sin interrumpirle, no porque yo estuviera deacuerdo con todo lo que l deca, sino porque, ponindome yo en actitud polmica,discutiendo los puntos en que discrepaba, ni le permitira a l expresarse a gusto nicomprendera yo del todo sus ideas, ya que toda polmica enturbia las mentes delos que la mantienen.

    Alfredo, que acaba de publicar un libro (Veintids historias clnicas, AlfredoRubio, Ediciones Edimutra), quera resumirme de palabra su pensamiento. Es muysimple.- la clave de toda psiquiatra -mi amigo es mdico- est en que el pacientese acepte a s mismo tal y como es. Nadie podra curarse o ser feliz si se empea

    en ser otro. Alfredo interpreta el ser o no ser de Hamlet de un modo muyespecial y profundo: ser lo que eres, ser como eres, o no ser. El hombre podrmejorar lo que es, pero nunca ser otra persona, con otras virtudes, con otrosdefectos. Cada uno ha de realizarse con su estatura, con su origen social, con suinteligencia, con su modo de ser. No puede construir sobre otro terreno. Soar seralto, rubio o rico, si se es bajo, moreno y pobre, slo es un sueo, adems de intil,desvitalizador. No est en la mano del hombre --dice Alfredo- cambiar lo ms

    profundo. El mar da olas. El soto, lamos. El mar ser feliz con sus olas o no ser

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    feliz. El soto ser feliz dando lamos, nunca soando producir olas. El rechazo deuno mismo es el mejor camino para no llegar a ser nada. Slo a partir de laaceptacin de lo que uno es podr alguien superarse.

    Incluso -prosigue hablando Alfredo-- el gran drama de muchas familias est enque no se aceptan los unos a los otros como son. Los padres se pasan la vidadicindoles a sus hijos: Si fueras as, si fueras as, si te parecieras a tu primoErnesto... As los hijos no se vern nunca amados por s mismos. Sentirn que sus

    padres aman al ideal que ellos se hicieron, no a los hijos que, de hecho, hantenido. Los hijos quieren ser queridos tal y como son, quieren ser amados por serlo que son, no slo soportados. Hay hijos que llegan a sentirse como traidores delos sueos de sus padres y piensan que les haran un favor si ellos desaparecieran.

    Es claro ---dice Alfredo, saliendo al paso a la objecin que lee en mis ojos- queyo no hablo de una aceptacin de s mismo pura- mente pasiva, resignada. Hablo

    de una aceptacin que incluye el motor para arreglar en lo posible --que nunca sermucho- esos defectos. Partiendo del supuesto de que con esos defectos se puedeser feliz y se puede amar y ser amado.

    Cuando Alfredo se ha ido, he dado muchas vueltas a estas ideas en mi cabeza.Coincido en un 80 por 100 de ellas, ya lo he dicho. Slo me asusta que esa posturaconduzca a la pasividad, confunda la aceptacin con la resignacin, anime a la

    pereza.Y recuerdo que ideas parecidas haban sido ya para m un deslumbramiento

    cuando le en Bernanos la defensa de los santos cobardes. Difcilmente olvidaraquel prrafo deDilogos de carme- litas, en el que dice. A Dios no le preocupasaber si somos valientes o cobardes. Lo que El quiere es que, valientes o cobardes,nos arrojemos en sus brazos como el ciervo perseguido por los perros se arroja alagua fra y negra. Es cierto: Dios es probablemente el nico que nos mide connuestros raseros y recibe el amor de listos y tontos, guapos y feos, cultos e incultoscomo amores idnticos.

    Todo esto es verdad. Y, sin embargo...Lo que nunca pudo imaginarse Alfredo es que llegaba a mi casa en das-

    Kazantzak. Yo soy un hombre tremendamente influido por las lecturas, cuandome gustan, claro. Si un autor me llega, se apodera ale m, se hace dueo, al menos

    por un da, de mi alma. Y en estas vacaciones navideas ha sido Niko Kazantzakimi dueo.

    Y resulta que Kazantzaki piensa exactamente lo contrario que mi amigoAlfredo! Para el novelista griego, la patria verdadera del alma est en lo imposible,ms all de sus propios lmites. Su meta espi- ritual es alcanzar lo inalcanzable ymorir en esa pelea. Lo importante no es la felicidad que se consigue, sino la que se

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    le pongo su comida. Hasta cuando juega lo hace con seriedad de esfinge. Y tengoque resignarme a aceptar que no es humana.

    Digo esto porque yo siempre he pensado que lo que distingue al hombre delanimal no es la racionalidad, sino la capacidad de sonrer. Pero... si esto es as, porqu los hombres nos remos tan poco? Es que tan slo somos hombres en esos

    pequeos rinconcitos de nuestra existencia en los que la sonrisa ilumina y vivificanuestra alma y nuestro rostro? La verdad es que tampoco pensamos con excesivafrecuencia y que las ms de las horas nuestra cabeza flota en galaxias no humanas,

    pero me temo que, si pensamos tan poco como nos remos, no debe de serdemasiado extensa ni profunda la humanidadque de hecho utilizamos.

    Lo peor del asunto es que dicen los socilogos que la risa es un don decreciente escasez. El mundo -dicen- aumenta en seriedad, se multiplica en

    aburrimiento.Ea de Queiroz echaba la culpa a la civilizacin: La humanidad se

    entristeci por causa de su inmensa civilizacin. No ser ms bien por culpa denuestra inmensa descivilizacin? Yo prefiero, con mucho, la tesis de MartinGrostjahn, para quien el humor pertenece a los estadios superiores del procesohumano.

    Porque cmo diramos que el mundo mejora si ganramos en automviles yperdisemos en sonrisas? Seramos ms felices teniendo calefaccin y careciendode alegra? Dostoievski hace gritar a uno de sus personajes en Los hermanosKaramazov: Amigos mos, no pidis a Dios el dinero, el triunfo o el poder.Pedidle lo nico importante: la alegra. (Y espero, angustiado, entre parntesis,que ninguno de mis lectores caiga en la tentacin de replicarme que teniendo esastres cosas o una de las tres se tiene la alegra.)

    Claro que, cuando hablo de la risa, no estoy refirindome a la carcajada. Lostontos se ren mucho y sonren poco. Quienes tienen ms alma suelen ser escasosen carcajadas y no desatan la sonrisa de sus labios.

    Yo suelo fiarme poco de los que racionan sus sonrisas. Creo que tena razn

    Rubn Daro al afirmar que, generalmente, los hombres risueos son sanos decorazn. E hizo bien al poner eso de generalmente, porque habra que excluir alos anunciantes de dentfricos. Y tambin a quienes planifican sus sonrisassiguiendo los consejos de Dale Carneggie.

    Ms peligrosos an son los que no digieren el humor, los que se irritancuando, a ellos o a sus ideas, no se les toma suficientemente en serio. Un buenamigo mo, Bernardino Hernando (en un precioso libro que acaba de publicar y quese titula El grano de mostaza), defiende la acertada teora de que el dbil disimula

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    su miedo y su debilidad bajo una capa de solemnidad, mientras que el fuerte lossupera por el humor. Exactsimo. No hay nada ms vacilante que un hombrecampanudo. Y poco tiene que temer el que cada maana, ante el espejo, se re

    buenamente de s mismo.Por lo dems, yo dira que no hay cosa mejor que un escritor bienhumorado.

    Lo que a m no me gusta de los revolucionarios (de pacotilla) es que se toman a smismos terriblemente en serio y se creen que dicen cosas tanto ms importantescuanto ms avinagradas. Un revolucionario verdadero me parece a m el quesiembra sus ideas entre sonrisas. Tiene, al menos, muchas ms posibilidades de queesas ideas calen en los hombres.

    Cuando yo recuerdo mis aos infantiles descubro hasta qu punto se han idoal cubo de la basura casi todas las ideas que me predicaron aburridamente. Bastantehice con soportarlas corno para, adems, hacerlas mas. En cambio, hay algo que no

    olvidar: las charlas que nos daba don Angel Sagarmnaga, uno de los seres mssonreidores que han pisado este planeta. Don Angel llegaba a mi seminario y se

    pona a hablarnos de misiones, y en cuanto perciba que nuestra atencincomenzaba a desfallecer, se detena y, o nos contaba un chiste, o se pona a silbar ados voces. Para el nio que yo era, aquel silbido era tan misterioso e importantecomo las cataratas del Nigara. Y aunque a los ojos de los sabios aquello hubiera

    parecido una tontera, lo gracioso es que ahora no puedo escuchar un silbido -dehombre, de tren o de pjaro- sin pensar en las misiones.

    Hombres as ensanchan el planeta y hasta aclaran la fe. Bruce Marshllcontaba que l -acostumbrado de nio a la seriedad de la liturgia anglicana-comenz a pensar que le gustaba ms el catolicismo el da en que vio que, en unaiglesia, cuando a l se le cay una moneda y fue a colarse entre las rendijas de lacalefaccin, el cura, en lugar de reir a los chiquillos por sus risas, se rea ltambin. Un Dios -pens- que deja rerse a los suyos en la iglesia resulta bastanteinteligente.

    Y ahora me ro yo pensando que todas estas divagaciones surgieron apropsito de que Reina -mi gata- no sonrea. Me tranquiliza aquella idea, que

    algunos escritores atribuyen a San Francisco, de que no es seguro que no hayaanimales en el cielo. Si esto fuera cierto, seguro de que en el cielo reiran. Reiremostodos. El cielo o es una oleada de risas, o no es el cielo de Dios.

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    10.- Elogio del coraje

    Supongo que lo que ms habr impresionado a muchos en el l- timo premioNadal es que una mujer, madre de cinco hijos, haya ga- nado en slo un mes dosimportantes premios literarios. Pero a m -que, decididamente, soy un poco rato- loque ms me ha admirado es que esa misma mujer, Carmen Gmez Ojea, se hubiera

    pre- sentado durante el ao anterior a otros trece concursos y, en lugar dedesalentarse por los repetidos fracasos, siguiera luchando, esperando y acudiendo aconcursos. Porque es cierto que hace falta un coraje nada usual para seguircreyendo en uno mismo y en la propia obra despus de trece desencantos. Y hacefalta tambin continuar creyendo en la honradez de los dems para no refugiarse,tras tantos intentos, tras esas fciles frmulas de en este mundo todo es trampa ode el que tiene padrino se bautiza.

    S, cuanto ms avanzo en la vida ms admiro las virtudes pasivas en un serhumano. De joven, yo valoraba por encima de todo el genio, la fuerza creadora, elardor, la inteligencia apasionada. Ahora valoro muy por encima la paciencia, laconstancia, el saber encajar los golpes, el don de mantener la esperanza y la alegraen medio de las dificultades.

    Tal vez porque la vida me ha enseado ya que es muy posible el primer triunfofulgurante y casual, pero que ninguna obra verdadera- mente grande y slida seconstruye si no es contra corriente, terca y tozudamente. Ninguno de los geniosque admiro construy su obra desde la facilidad. Los ms lo hicieron entretormentas y tuvieron incluso que invertir ms tiempo en combatir las adversidadesque en crear. Incluso, probablemente, nunca hubieran creado de no haberlessacudido tantas adversidades.

    En la tele han dado hoy la quinta sinfona de Bruckner y yo he gozadodoblemente oyndola: por su soberana belleza y porque saba que su autor slo

    pudo lograr orla en un estreno hasta diecinueve aos despus de compuesta. Yo sbien -y lo sabe todo escritor o artista- cmo parece que se te estuviera pudriendo laobra que no has logrado estrenar o publicar. El paso del tiempo no slo no te cura

    esa herida, sino que parece que el texto escrito te creciera dentro, como un hijo queuna madre no lograra parir cuando ha llegado a su meta. Lo sientes morir dentro,vives con su cadver a cuestas. Y, paradjicamente, cada da te va pareciendo mstu mejor obra, tal vez por piedad hacia su inexistencia, como todos los padresverdaderos aman ms apasionadamente al hijo que les naci subnormal. Crece ,conlos aos la angustia. Bromeas contigo mismo diciendo que nacer ya con elservicio militar cumplido. Pero t sabes bien que estas bromas no son ms que unafn por consolarte de ese hijo non-nato.

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    Y si encima -como a Bruckner le sucedi y a tantos msicos- esa congelacinse debe slo a la incomprensin de tantos criticuchos cuyos nombres conocemoshoy solamente porque bombardearon a esos genios! Slo una enorme fe en su obray en su obligacin de realizarla pudo ayudar a Bruckner a seguir componiendonuevas sinfonas, mientras ese milagro de la quinta permaneca enterrado.

    Y los que se murieron sin llegar a ver nacidos a sus hijos? Gerald M. Hopkings-tal vez el poeta que ms ha influido en la reciente poesa inglesa y en muchasotras fuera de las islas- muri sin publicar un solo verso. Incluso conoci laamargura de que el ms bello e impresionante de todos sus poemas -El naufragiodel Deutschland- fuera rechazado por la revista de sus compaeros je- suitas, queno se enteraron de nada.

    ]Pienso ahora en Teilhard de Chardin, que tuvo, el infinito coraje de escribirveinte, treinta volmenes sin lograr publicar en vida uno solo. Pudo, al menos,soar o imaginarse que hoy se multiplicaran sus ediciones traducidas a quince

    idiomas?0 pienso ahora en Mozart. Hay das -afortunadamente no muchos- en los que

    llego a mi casa deshecho por el cansancio o por la incomprensin. Hay das en losque me pregunto si vale la pena lu- char, escribir, para que tales o cuales cretinoste lean con los prismticos al revs y enfangados. Y entonces hay en mi casa unamedicina prodigiosa: me siento junto a mi tocadiscos y hago rodar en l las sonatasque Mozart escribi en las horas ms amargas de su vida. La 545, por ejemplo, quefue compuesta dos das despus de que se muriera de hambre -una de sus hijas,mientras su mujer, en un balneario, le pona en ridculo coqueteando con todos los

    que se ganaban la vida mejor que l; mientras Mozart, hambriento, acuda a lascasas de los ricos y se atiborraba los bolsillos de croquetas y bocadillos para podercomer en los das siguientes. Y pienso todo esto mientras sale de mis altavoces talro de pureza y de alegra (aunque all en el fondo, en los adagios, se le escape unmanso grito de dolor y protesta por un mundo que no le ama y est malconstruido). Cmo, entonces, sentirse desgraciado? Cmo aceptar que mis

    propios dolores di- minutos me detengan un solo segundo en mi hermosa tarea deescribir y escribir?

    Ah!, s. la vida es una larga paciencia y el desaliento es una gran cobarda.

    Cmo podramos tolerar que la incomprensin nos detuviera? Tan poco creemosen nuestra propia alma que nos puede maniatar una injusticia? S, es cierto: lagente que dice que pierde la fe es que no la ha tenido nunca. Y quienes pierden lafe en su tarea es que nunca la han valorado como deben. Trabajar por el xito,traba- jar por el premio es pudrirse. Es bueno, s, que llegue de vez en cuan- do,

    porque el corazn humano nos lo hicieron de carne y no de acero. Pero uno deberavivir como las llamas, que nunca se preguntan si es importante o no lo que estnquemando.

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    11.- Nio en el cubo

    No quiero creerlo, no quiero creerlo. Prefiero pensar que se trata tan slo deun sueo macabro. S que la noticia ha aparecido en todos los peridicos. S queayer un compaero de la seccin de sucesos me cont todos y cada uno de losespantosos detalles, pero no me resigno a creerlo. No puede ser verdad. Esnecesario que no sea verdad.

    Aquella maana, Carlos -un empleado de limpieza del Ayuntamiento deMadrid- se haba levantado contento y empezaba su trabajo como tantas maanas.Y fue en este cubo -este que ahora me seala-, aqu, junto a la parada del Metro deBravo Murillo. Yo lo volqu como todos los das.

    Y entre los restos de comida, las latas de cerveza, los peridicos sucios,aquella bolsa de plstico -no s por qu- me llam la atencin. La Polica ha dicho

    que tena seis meses, pero yo lo vi bien, estaba entero, formado completamente, conla carita empezando a ponerse morada, con el cordn umbilical sin atar, limpiocomo si lo hubieran lavado a conciencia, pero con algunos cogulos de sangre secaen el vientre y sus partes de varn. Y no me pida ms explicaciones; llevo dos dassin poder comer.

    Debe de ser un sueo. Uno de esos sueos confusos y turbios que he tenidoesta noche entre pesadillas y duermevelas. Me preguntaba si ese nio queempezaba a ponerse morado no sera yo mismo, si no sera la humanidad entera laque agonizaba en aquel nio abandonado en un cubo de basura madrileo.

    No me coge de nuevas este horror. Hace aos le ese libro vertiginoso deLitchfield-Kentish titulado Nios para quemar, en el que se describe, con datos

    pavorosos, el gigantesco negocio de las modernas clnicas abortivas. He visto nopocas fotos de otros cubos, supuestamente higienizados, llenos de desperdicioshumanos. S que la cifra de nios anualmente victimados, por preciosas razones ycon leyes que se creen modernas, alcanza ya la cifra de cincuenta millones (ms omenos el doble anual de todas las vctimas de la segunda guerra mundial); pero estavez el cubo estaba a la puerta de la estacin de Metro por la que yo paso

    muchsimas maanas. En ese cubo he tirado yo cientos de veces cajetillas de tabacoo peridicos ledos. Y tal vez todo ello me hace ms hermano de ese inocenteabandonado en tan brutal cementerio.

    He soado esta noche con ese nio. Le he visto jugar a esos juegos que nuncajugar, hacer la primera comunin que no har nunca, soar sueos que nuncatocar con aquellas manitas que estaban ya formadas.

    He ledo en algn sitio que los fetos llegan a soar en el seno materno. Mepregunto qu formas, qu colores lleg a soar este nio del cubo de basura.

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    Y ahora, en el mismo instante, en que escribo estas lneas, llega hasta m elllanto del nio del piso superior al mo. Y ese llanto, que tantas noches no me dejdormir, hoy me parece una marcha triunfal. Si llora es que vive, es que gusta estedoloroso gozo de vivir. Y son ahora mis ojos los que conocen las lgrimas

    pensando en ese otro nio del cubo que nunca llorar.

    Y me pregunto si naci del amor. Yo no quisiera condenar a su madre.Quin soy yo para condenar a nadie? S que la Polica busca a los autores de eseabandono homicida. Pero yo no soy un polica. No soy un juez. Soy slo un serhumano que se avergenza de ser hombre.

    Y acuden a mi imaginacin cientos de disculpas para exculpar a esa madre,Tal vez fue violada, me digo, intentando entenderla. Mas no debo engaarme.Conozco perfectamente los estudios cientficos que aseguran que slo un 0,3 por100 de los abortos tienen como origen la violacin. Que slo un 0,5 por 100

    provienen de razones eugensicas de madres que temieran tener un pequeo

    anormal. Que incluso slo un 9 por 100 surgen de relaciones sexuales ilcitas. Queel 90 por 100 nacieron de un supuesto amor que fue posteriormente derrotado porrazones econmicas o por dulce egosmo.

    Me gustara que al enterrar a este nio le pusieran en una manita una moneday en la otra una canica, como hacen los toltecas. Me gustara que pueda jugar enalgn sitio, que pueda en algn lugar comprarse pirules, ya que en la Tierra noencontramos patria para l.Me gustara que en la otra orilla no le hablen de nosotros los hombres. Que nadie leexplique jams cmo fue muerto antes de nacer.

    Me gustara tambin que, al otro lado, se encuentre a San Ambrosio para quele repita aquello que escribi de que Dios ama a los hombres mucho antes de quenazcan y que les forma con sus manos como un artesano dentro de la vasija delseno maternal. Quisiera que estuviera all San Agustn y que aadiera que Diosforma lo mismo al hombre en el seno de una prostituta que en el de la mujer ms

    pura, y que, adems, adopta como hijo suyo al que forma en el seno mscontaminado.

    Esa paternidad y esa filiacin, pequeo mo, no te las quita nadie. Arribanadie va a preguntarte por tu cuna, no hurgarn entre tus apellidos, completarn tus

    manos empezadas.Ms incompletos que t somos todos los que hemos tolerado un mundo

    inhabitable. Ms incompleta que t es tu madre, la que no quiso serio. Se quedar,mientras viva, realizando aquella terrible intuicin de Rilke: abierta, como esas

    madres que no pueden cerrarse,porque aquella tiniebla echada fuera con el partoquiere volver y empuja para entrar.

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    en el vino de nuestros sueos y esperanzas, corta las uas a nuestras ilusiones, noshace subvivientes, subhumanos.

    En ese mundo vertiginoso que Bradbury pinta no hace falta si- ,quiera que elgran dictador apriete los tornillos de su censura. Ha mandado -es cierto- que sequemen todos los libros -ya que todo libro con ideas es una escopeta cargada de

    vitalidad-, pero en realidad los quemadores de libros apenas tienen trabajo:simplemente la gente ha abandonado la lectura, buscando trabajos ms digeribles ymenos exigidores de esfuerzo. Los peridicos ---cuenta Bradbury- se morancomo enormes mariposas. Nadie deseaba volverlos a ver. Nadie los ech de menoscuando desaparecieron. Hacia eso vamos, quin no lo vera?

    El otro da un amigo mo ironizaba de otro compaero que era un lign que noligaba nada. Fjate -me deca-, que lleva chicas a su apartamento y tiene elapartamento lleno todo de libros. No sabr que una casa llena de libros vuelvefrgidas a las mujeres?

    Yo -que soy analfabeto en esos temas- me maravill mucho, pero entend queeso era un signo ms de ese mundo antilector y vaco al que nos encaminamos.

    Afortunadamente, en la novela de Bradbury hay tambin rebeldes, gentes que,ante esa persecucin a los libros, han decidido convertirse ellos mismos en libros:como no pueden poseerlos, cada uno se ha aprendido uno de memoria y esosanarco-lectores se renen de vez en cuando (tal vez bajo los puentes de Mingote)

    para leerse los unos a los otros. Hay un seor que es nada menos que Larepblica, de Platn; otro se ha convertido en Los viajes de Gu- liver; cuatro

    amigos han decidido ser los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Vivencomo vagabundos, pero son libros. Por eso pueden definirse a s mismos comovagabundos por fuera, bibliotecas por dentro. Cuerpos libres y des-encadenados;almas henchidas y llenas: la plenitud de la felicidad.

    A lo mejor un da me decido a fundar una asociacin de gentes que tengan lafunesta mana de pensar, gentes que no acepten esta generacin de papillasdigestibles a la que quieren reducirnos, gentes que no estn dispuestas a tragarsecada maana una rueda de mo- lino. Nos declararan en seguida legales, ya lo s,

    pero no creo que eso fuera demasiado importante. Es difcil que inventen una ley

    que prohba tener el corazn entero y el alma puesta en pie. Cuando nos juzguen sequedarn tan sorprendidos como Pilato ante Cristo, que al final ya no se saba quinjuzgaba a quin. Cierto que Cristo sali de all condenado a muerte, pero Pilatosali condenado a fantoche por los siglos de los siglos, que es mucho ms grave. ACristo lo mataron, pero sigui vivo. A Pilato no hizo falta ejecutarlo porque yaestaba muerto. Como todos esos millones que deambulan por la Tierra con el almasorbida, aunque se crean que estn vivos porque ganan dinero.

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    estertores, sus ojos -lo nico ya que le quedaba vivo- desfilaban, uno por uno, porlos rostros de sus cuatro hijos; iban y venan del uno al otro, con una misteriosamezcla del que pide socorro y mendiga amor.

    No le hizo falta llamar a los cuervos, porque no estaba solo. Los cuatro all

    moramos con l y l viva en nosotros, puesto que su muerte estaba multiplicandonuestras cuatro vidas. Se puede, entonces, morir juntos cuando se ha vividojuntos?

    Nunca he tenido mucho miedo a la muerte. Y esto no slo por- que tengo fe, sinotambin porque me he acostumbrado a vivir con ella en casa. S que ella anda enzapatillas por mis habitaciones, amiga y compaera, ya no amenaza, sino acicate. Ysu recuerdo slo me sirve para darme ms prisa a vivir.

    Recuerdo ahora aquel encuentro de Rilke con Rodin. El joven poeta habaacudido a visitar al genial escultor, y no para preguntarle por el arte y todas esas

    paparruchas, sino para hacerle la pregunta decisiva: Cmo hay que vivir? Rodinle contest con una sola palabra: Trabajando. Y esa palabra ilumin a Rilke, que,muchos aos ms tarde, comentara- Lo comprend muy bien. Siento que trabajares vivir sin morir.

    Tal vez yo habra dicho amando en lugar de trabajando. Pero acasotrabajar no es un modo de amar? Lo s: los que estn vivos s decir, los que amany trabajan- no se mueren nunca. Slo se mueren los que ya estn muertos.

    As se ha ido curando en parte mi miedo a la muerte solitaria. Acaso estoy solo

    ahora, cuando escribo este artculo? Acaso no estis aqu vosotros, posibles osoados lectores mos? Lo s- el verdadero secreto de la soledad es que no existe.Si es verdadera soledad est llena y acompaadsima. Si est sola y vaca no essoledad, sino simple muerte y aburrimiento.

    No, no compartir jams las visiones que los romnticos tenan de la soledad.Me duele como una blasfemia aquella afirmacin de Schopenhaucr, para quien lasoledad tena dos ventajas: que uno est en ella consigo mismo y que, adems, noest con los dems. Y si fuera cierto aquello que escribiera Ruckert de que las

    guilas vuelan solas, los cuervos en bandadas, estad bien seguros de que yopreferira ser cuervo antes que guila altanera y estpida.Prefiero la afirmacin del Gnesis: No es bueno que el hombre est solo. Y es

    bueno que, cuando est solo, est latiendo, vibrando, tendiendo sus manos demoribundo hacia todos sus hijos, buscando ojos que te miren -y en los que mirarse,

    porque slo existimos en tanto en cuanto que latimos en otros.Y ya no me preocupa ignorar si la muerte alcanz a Paco Martnez Soria en la

    ignorancia del sueo. Porque s que al apoyar su cabeza en la almohada, al

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    Pero la cosa empez a parecer seria cuando sor ngeles, la abuela delconvento, con sus setenta aos, empez a acercarse a grandes zancadas a lamuerte. Fue entonces cuando el mdico pregunt a las monjas qu tipos de aceiteshaban gastado en los meses anteriores. Ellas le explicaron que uno muy bueno-un poco espeso, s, un poco maloliente, es verdad- que les haba vendido, muy

    barato, un comerciante de Casarrubios, un seor muy bueno que les haba hechoun gran favor.

    Entonces supieron que haban sido visitadas por el ngel del dolor y queprobablemente seran pronto recibidas por el ngel de la muerte: porque todo elconvento estaba envenenado!

    En aquel momento -porque eran humanas- sintieron un escalofro de pavor.Aquella noche alguna llor en su celda. Pero cuando en la media noche selevantaron -ya muchas de ellas con dificultad- a rezar sus maitines, empezaron a

    entender que los caminos de Dios son muy extraos y que el Seor les estabadando la oportunidad de compartir la suerte de ese pueblo espaol del que sesienten parte; y comprendieron que era lgico que si el envenenamiento no haballegado a los palacios, pero s a las chabolas, a la casa de los pobres, llegaratambin a quienes vivan en pobreza voluntaria el Evangelio. Entendieron,incluso, que si la colza de los pobres no hubiera afectado a ningn miembrovivo de la Iglesia, eso querra decir que, al menos la Iglesia oficial, no estaba conlos pobres. Y empezaron a sentirse como enviadas especiales de la Iglesia en eldolor, como representantes de la Iglesia en la colza.

    Y pensaron que sta era la gran hora de demostrar su fe y de explicar al mundolas verdaderas razones de su alegra. Ellas no eran alegres porque fueran ricas, noeran alegres porque desconocieran los problemas en que se agita el mundo, no eranalegres slo porque fueran jvenes y sanas. Eran alegres porque crean en Dios yen el sentido exaltante de sus vidas y su vocacin. Y hasta ah no llegaban losenvenenamientos. La colza amordazaba sus miembros, pero no sus almas.Debilitaba sus articulaciones, no su corazn.

    Y les pareci que se multiplicaba su alegra. Les confort el gozo con que sor

    ngeles, la viejecita, se encaminaba a la muerte. Les anim su esperanza, laentusiasmante confianza en el Seor con que vio apagarse su vida.

    De Roma les autorizaron para que acortasen sus cuatro horas ymedia diarias de oracin. Pero ellas no quisieron recortes. Solamente aceptarontrasladar los maitines desde la media noche -ahora levantarse era ya fsicamenteimposible- hasta la cada de la tarde. Y aceptaron que alguna otra religiosa de otrosconventos de la Orden viniera a ayudarles en la fabricacin de mazapanes, ya queno deseaban dejar sin dulces a la buena gente que se los haba encargado.

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    Bendijeron a Dios porque aquella enfermedad tan mala les haba dado laoportunidad de ir en verano unos das a la sierra, que era tan bonita como lasmanos de Dios. Y les pareci una aventura tener que trasladarse cada tarde aToledo ---en los taxis que los buenos seores de la Seguridad Social les pusieron-

    para los ejercicios de recuperacin en un hospital.Hubo un momento en que temieron que aquello pudiera ser un castigo de Dios

    por no haber cumplido plenamente en su entrega. Pero la abadesa general de laOrden les explic muy bien que se no es elestilo de Dios y que aquello era una

    predileccin del cielo para que esta comunidad viviera ms ntegramente elmisterio de la muerte y laresurreccin de Jess.

    Desde entonces, ellas se sienten abanderadas de la Pascua y piensan queaquel seor tan bueno que les vendi el aceite envenenado era, en definitiva, unarcngel equivocado que, a travs del mal, haba servido de involuntario mensajero

    de esa predileccin. Y siguen rezando. Y siguen riendo. Y se sienten felices de verque poco a poco la muerte retrocede en su sangre, pero se habran sentido tambinfelices si el Seor hubiera querido el testimonio de acompaar a sor ngeles.

    Esto no es una fbula. Esto ocurre, est ocurriendo, en este mundo que decimospodrido.

    15.- Cndido y RobertoEste artculo ha sido escrito dos veces. Si el lector es atento y curioso percibir

    que a este cuadernillo escolar, en que escribo mis cosas, le falta una pgina, la quearranqu ayer, y de la que an quedan rastros en la espiral que sujeta las pginas.

    Era el de ayer un artculo exultante, un canto a la alegra de ser hombre. Y esque la historia de Roberto Medina me condujo hasta las mismas puertas delentusiasmo. La conocis, es la magnfica aventura de ese nio de tres aos ---concara de angelote barroco recin escapado del retablo de una iglesia- que resisti

    durante tres das la soledad, el miedo, el hambre, perdido en un bosque de laprovincia de Len, a tres kilmetros de su casa.

    Dios -pensaba yo ayer-, si un nio puede resistir eso, es que el hombre es capazde soportarlo todo! Siempre he pensado que el ser humano es ms ancho que susesperanzas. Decimos- no resistir ms; si llega una gota ms de dolor, estallar. Yluego llega, no una gota, sino un chorro de espanto. Y resistimos. Seguimosresistiendo. Tambin seguimos diciendo que ya no podemos ms, que estamos en

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    las ltimas. Pero sabiendo que la goma del corazn an se estirar ms sinromperse.

    Por eso ayer, leyendo la aventura del pequeo Roberto, sent crecer en m elaprecio a esta gloriosa raza humana, tan aparente- mente dbil, pero de veinte,veintids quilates en realidad. No estamos menos perdidos los adultos en estemundo hostil que ese chiquillo en los bosques leoneses. Su miedo era del mismognero del que atenaza a esos millones de jvenes que se preguntan si llegarn unda a encontrar un trabajo. Su hambre era de la misma especie que la que atenazahoy a millones de parados y de hijos de parados en todolo ancho del mundo. Y la soledad de este nio perdido en el bosque era hermanade tantas soledades como pueblan el planeta. Cerraba mis ojos y en ese nio quelloraba en la noche vea retratada a la humanidad entera, tan absolutamentedesvalida, tan cerca y gozosa- mente victoriosa. Ea, nio, gritaba yo, Hora, pero no

    temas, sigue esperando: t eres ms fuerte que los fros y la sed; el metal de tucuerpo apenas hecho es ms recio que el viento y que la noche. Me hubieragustado infundir en el alma chiquita de Roberto aquella gran certeza que sostena aHamlet: Nosotros sabemos lo que somos, no lo que podemos ser. Y el hombre

    puede ser invencible; llegar a hacerse indestructible por el dolor y el miedo.Pero ste es el artculo que escrib ayer. Hoy ya no estoy seguro de ninguna de

    esas cosas y me pregunto si no sern consuelos que me ofrezco a m mismo, enlugar de certezas. Hoy ha muerto Cndido lvarez y el universo ha girado dentrode m.

    Cndido tena tres aos ms que Roberto, pero perteneca al mis- mo jubilosoequipo de la infancia. Y era leons como ese angelote superviviente. Pero Cndidolvarez Rey muri a pocos metros de su casa, a menos metros an de la pequeatumba en que ayer lo enterraron. Fue ms cruel el fro de esta noche que el de lastres anteriores? El corazn, los pulmones de Cndido eran ms dbiles que los dequien hubiera podido ser su hermano menor? Nunca tendr respuesta a estas

    preguntas. Y ese espantoso silencio es muy capaz de congelar todos misentusiasmos. Cmo, con qu derecho puedo pensar que Cndido tuvo menos

    coraje que Roberto? Vuelvo a la duda. Regreso a la gran pregunta sobre qu puedaser esto de ser hombre.

    Recuerdo que esta pregunta la he llevado siempre sobre mis espaldas. Ya desdemis aos de latn me angustiaba comprobar que los grandes escritores que adorabano terminaban de ponerse nunca de acuerdo en sus respuestas. Ser hombre eragrandeza para muchos, miseria para otros. Se contradecan incluso consigomismos. Un da encontraba en el libro primero de las Odas de Horacio que nohay nada inaccesible a los mortales. Pero pocas pginas despus, en el libro

  • 7/30/2019 Razones Para La Esperanza - Martin Descalzo

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    cuarto de las Odas, resultaba que el hombre es polvo y sombra. Una maana,leyendo a Juvenal, descubra con gozo que el hombre es ms estimado por losdioses que por s mismo (y yo estaba muy cierto de esto, puesto que saba queDios, para salvar al hombre, puso en el tablero nada menos que a su propio Hijoeterno). Pero aquella misma tarde abra una novela de Baroja y me aterraba leerque el hombre est un milmetro por encima del mono, cuando no un centmetro

    por debajo del cerdo.Me hizo sufrir mucho este problema que hoy rebrota en m, entre Roberto y

    -Cndido. Vale la pena luchar cuando el fro feroz de una noche puede apoderarsede nuestra alma y triturarla? O hay, por el contrario, que confiar en que estadesvalida raza humana puede quebrar las noches y los fros, pulverizar los miedos,tensarse como un arco cuya cuerda es irrompible?

    Yo tengo una