realidad aumentada - bruno nievas

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    Realidad Aumentada. (C) 2010 Bruno Nievas

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    Realidad Aumentada

    © 2010 Bruno Nievas

    [email protected]

    www.brunonievas.com

    Condiciones para su uso

    Permitida su descarga, para lectura privada, desde la web “Realidad

    Aumentada, la novela”, ubicada en facebook, creada por el autor, o desde laweb personal de Bruno Nievas (www.brunonievas.com). No está permitida ladifusión del texto por otra vía, ni su uso con fines comerciales. Cualquier uso,fuera de la lectura en ámbito privado en las condiciones descritas, necesitapermiso por escrito del autor.

    En caso de que te guste, por favor difunde su existencia y pide que ladescarguen desde facebook o mi web. Es el único requisito que pido, con elúnico fin de conocer su difusión y la opinión de las personas que la descargan.En caso de que te hayan copiado este archivo, por favor descárgalo desdewww.brunonievas.com, recuerda que es gratuito.

    Todos los personajes y situaciones que aparecen en esta novela son puraficción y no guardan relación alguna con la realidad. Cualquier semejanza conesta es pura coincidencia.

    Registro y depósito legal

    Presentada en el Registro de la Propiedad Intelectual

    Depósito Legal AL-501-2010

    ISBN 978-84-614-0203-8

    Versión: 21 de enero de 2011 10:24

    Palabras: 97.764

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    A mis padres, que nos dieron la vida

    A mi abuelo, que nos llenó de alegría la vida.

    A mis cuñados, María y Antonio, que se unieron a nuestras vidas.

    A mis sobrinos, Antonio y María, que nos dan la vida.

    A mis hermanos, Chiki y Tati, que son parte de mi vida.

    Y a Sonia, que es mi vida.

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    Mi mayor agradecimiento a Juan Gómez-Jurado, que sin conocerme de

    nada ha creído en mí más que yo mismo. Un halago difícil de entender encuanto que viene de uno de los mejores escritores nacidos en nuestro país, yque va a ser (si no lo es ya) uno de los mejores de la historia…

    Ojalá que hayas acertado.

    Y a Amparo Luque, a la que sólo le puedo expresar la mayor gratitudposible por su paciencia, perseverancia y amistad, virtudes por enterodesinteresadas y que han dado un fuerte empujón a un texto que ha ganadomuchísimo con sus correcciones y aportaciones.

    Cuento contigo.

    A los amigos de Quality Center, especialistas en diversión:

    www.qualitycenter.es

    Y a Padelalmeria.es, una de las mejores webs de padel:

    www.padelalmeria.es

    (Estas webs son de gente que me ha apoyado, y no son enlaces patrocinados)

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    "Realidad Aumentada es un viaje salvaje a los confines de latecnología y de la mente, narrado con el pulso de un escritor que dará

    mucho que hablar. No se la pierda"

    "Me gustó mucho la primera versión de la novela que leí hace unosmeses y tengo ganas de leer esta versión definitiva. Creo que laseditoriales deberían darse de bofetadas por incluir a Bruno Nievas en sucatálogo de autores..."

    Juan Gómez-Jurado,

    escritor bestseller internacional, con cerca de 4 millones de librosvendidos y traducido a 42 idiomas. Es autor de Espía de Dios, Contratocon Dios y El Emblema del Traidor, tres de los mejores libros que heleído, especialmente el último, un impresionante thriller histórico.

    Actualmente se encuentra escribiendo una nueva obra que, por lopoco que he tenido la suerte de conocer, va a ser una de las mayorescreaciones de nuestra literatura contemporánea.

    Puedes (y debes) visitar su web, en www.juangomezjurado.com

    Muchas gracias, Juan.

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    “La esperanza es el sueño del hombre despierto.”

     Aristóteles

    Capítulo 01

    Parálisis

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    Lo peor que puede pasarle a cualquiera es que el cerebro quiera correrpero el cuerpo no obedezca.

    Se llama parálisis…

    Los pocos viandantes presentes en el paseo marítimo a esa tempranahora de la mañana miraban al cielo con la boca y los ojos muy abiertos. A lolejos se oyó una risa nerviosa, fuera de lugar. Él notó una ráfaga de aire en elcuello y una opresión en el pecho que le atenazó todos los músculos.

    La culpa la tenían unas inmensas masas de un gris oscuro y brillante queflotaban, mar adentro… pero a unos cien metros de altura.

    Habían aparecido acompañadas por un lejano y sordo zumbido que seanclaba a la médula de los huesos.

    Supo que podía estar siendo testigo en ese momento del mayor hitoacontecido a la Humanidad a lo largo de toda su historia. Pero también intuyóque no iba a ser un día celebrado.

    Por algún extraño motivo consiguió empezar a moverse, dando gracias a

    su creador.

    Fue a cámara lenta, como en los sueños. Se dio cuenta de que eraporque estaba aterrado. Como neurólogo, sabía que la adrenalina, producidaen las glándulas suprarrenales, aumentaba el ritmo cardíaco y respiratorio,aceleraba la velocidad muscular y mental y preparaba al organismo paraenfrentarse a un peligro. Como ingeniero informático, calculaba lasposibilidades de que lo que estaba viendo fuera posible. Tras sólo unossegundos, la evidente presencia de una nueva especie inteligente en el planetaTierra, en su ciudad natal y a unos metros de donde él salía a correr todos losdías, le pareció que justificaba la mayor descarga de adrenalina que su cuerpo

    podía haber recibido nunca. Esa idea le invitó a abandonar sus lógicos yracionales cálculos.

    Consciente de que la lentitud muscular era más psicológica que real y quelas ganas de llorar eran un efecto del miedo, logró por fin darse la vuelta yempezar a correr, con un gran esfuerzo por no empezar a sollozar, cuando oyólos primeros ruidos.

    No vio los destellos pero sí percibió con el rabillo del ojo cómo caían alsuelo las primeras personas que perdían la vida en nuestro planeta por culpade una especie extraterrestre. No sintió pena, lástima o el más mínimo deseo

    de acudir a auxiliarlos, aún siendo médico. Sabía que era absurdo, si lo

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    intentaba terminaría atravesado por lo que fuera que estaba fulminando a laspersonas que intentaba dejar atrás.

    Decidió seguir corriendo, se concentró en la esquina del final de la callepor la que había decidido huir y, aún a cámara lenta por el miedo, logró girarla

    para esconderse tras ella. Se pegó a la pared, de espaldas a las masas y alhorrible zumbido y trató de coger un aire que casi le arañaba al respirar. Unaparte de su cerebro, uno los más brillantes de todo el país, le dijo que siguieracorriendo. Con otra porción de su masa gris, él mismo se preguntó que adónde.

    Un zumbido horrible y creciente le dio la clave. Lo importante no eracorrer, sino esconderse. Se tiró al suelo y se arrastró bajo un coche que estabaaparcado. Tumbado vio cómo otros coches que circulaban por la calle frenabanen seco para no volver a arrancar, en una cacofonía de metal chirriando, ruidossordos, golpes secos y cristales rotos. Se quedó tan quieto que descubrió que

    tenía que respirar de forma consciente, ya que si no se asfixiaría por el miedo.Hacerlo le costó horrores pues temía que cada vez que siseaba aire fuerapercibido por un enemigo que ni sabía dónde estaba.

    Tras cada golpe seco reinaba ese zumbido que no se oía pero que habíaacampado en el interior de su cráneo.

    De todo su cuerpo.

    Entonces todo se volvió negro.

    Miércoles, 4 de febrero de 2009

    Abrió los ojos jadeando y con el corazón taladrándole el pecho.

    Vio que un halo de tenue luz se colaba por las rendijas de la persiana ypor fin exhaló el aire que estaba conteniendo.

    Otra vez la misma pesadilla…

    Era la misma historia una y otra vez, que se le aparecía en distintasformas desde que era un niño. Unas veces en la playa, otras en el campo yhasta en una especie de castillo abandonado. En él vivía una invasiónextraterrestre que aniquilaba a la especie humana y lo curioso es que casinunca se veía luchando. Él sólo huía, corría intentando alejarse de ellos. Unosseres fríos cuyo aspecto nunca lograba recordar, salvo que eran altos yespigados. Huía porque sabía que cualquier tipo de enfrentamiento era inútil,moriría en una fracción de segundo y alguien con su inteligencia debíasobrevivir. Si la Humanidad necesitaba hombres para resurgir, reconquistar yvolver a poblar el planeta, no podía desprenderse de alguien con su habilidad

    mental.

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    También sabía que le daba auténtico pánico morir y ese era el principalmotivo por el que huía de forma tan cobarde. No es que no fuera consciente deque algún día envejecería y estaría próximo a la muerte. Pero morir a manosde un ser frío al que no le importaban ni su vida ni su intelecto, le daba pánico.

    Desde hacía unos cuantos meses las pesadillas se repetían con másfrecuencia, algo que le estaba destrozando el humor por culpa de susfrecuentes despertares.

    Fastidiado y con fragmentos de su sueño aún revoloteando alrededorsuyo decidió que ya era tarde para volver a dormirse, así que se levantómaldiciendo el rato de sueño que iba a perder.

    Se levantó y fue al baño. Al mirarse al espejo vio que la persona que másquería en el mundo le miraba con ojos cansados. A sus 43 años de edad,Jacob Assavar podía presumir de tener un rostro anguloso que le daba cierta

    superioridad, pues recordaba al de grandes actores que habían hecho de durosmilitares en películas de la Segunda Guerra Mundial. De ojos penetrantes y deun intenso color miel -casi amarillos-, poca gente podía aguantarle la miradacuando se enfurecía. Sus 180 centímetros de altura, complexión delgada peroalgo atlética, voz grave y una de las mentes más privilegiadas de su entorno,imponían un enorme respeto -casi miedo- a aquellos que le rodeaban y queintentaban interponerse en su camino.

    Unos pocos lo habían intentado pero pocos lo habían conseguido. Parallegar a ser médico especializado en neurología y licenciado en InformáticaAssavar había dejado a unos cuantos rivales profesionales por el camino,algunos de ellos muy poderosos y con numerosos contactos, incluso de índolepolítica. Algunos intentaron ridiculizarle acusándole de que ya no era médico yde que no le gustaban los pacientes. Pero poco habían podido hacer cuando elneurólogo, de pocas palabras pero intensas miradas, obtenía un premio trasotro y se especializaba en el análisis informático del comportamiento humano,desarrollando algunas de las mejores rutinas de inteligencia artificial que sehabían escrito hasta la fecha. Algunos de sus programas informáticos lograbandiagnósticos más certeros y rápidos que ningún médico y habían ayudado amillones de pacientes. Sus detractores apelaban a la psicología barata o a lamayor de las suertes como base de su éxito.

    Aturdido aún por el sueño, Assavar decidió intentar correr unos minutos yasí respirar algo del húmedo aire de la madrugada. Se puso unas zapatillas yen menos de cinco minutos estaba inhalando profundas bocanadas de aire alritmo de sus regulares zancadas.

    Tras una corta pero intensa carrera, una cálida ducha y un cargado caféle hicieron sacudirse los resquicios del miedo que había sentido durante lapesadilla. Apenas la recordaba, pero le quedaba una inquietante sensación dedesamparo.

    Que iba a tardar mucho tiempo en desaparecer.

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    Nada más salir a la calle Jacob se empapó del buen tiempo de Almería, laciudad donde había nacido y vuelto tras sus largos y complejos estudios, quehabía cursado entre Europa y Estados Unidos. Allí había conocido a losmayores especialistas del planeta en informática y neurología, ya que él no erael único experto en este campo pero sí uno de los que más había logrado

    evolucionarlo.

    Tras varios trabajos en los que intentó demostrar que el cerebro podía sertratado como un ordenador y en los que sólo había cosechado risas y críticasde sus no pocos detractores, por fin cambió su suerte. Mientras trabajaba en elhospital empezó a desarrollar su primer programa de diagnóstico médico. Loscompañeros que aceptaron probarlo se quedaron asombrados con las primerasversiones.

    Hizo falta muy poco tiempo para que una empresa lo comercializara y enmenos de un año Jacob se convirtió en Director de su nueva rama de Software

    Médico. Contrató a unas cuantas decenas de colegas y sacaron programas detodas las especialidades médicas que se actualizaban por Internet. A los dosaños ningún médico que se preciara pasaba consulta sin utilizarlos. Jacob ganócantidades desorbitadas de dinero y tras darse cuenta de que necesitabanuevos retos abandonó la dirección del programa y permaneció como asesorexterno en un cómodo retiro en su tranquila ciudad natal.

    Allí se dedicaba a seguir sus investigaciones y meditar nuevos proyectos.El último era un programa que, incluido en un reproductor de MP3, reproducíala música en función del ánimo del usuario. Lo que pocos sabían era que elsoftware analizaba la biblioteca de canciones y al reproducirlas el tono dealegría de estas iba mejorando de forma progresiva.

    El resultado era que el dispositivo conseguía subir el estado de ánimo delusuario sin que este se diera cuenta. Lo curioso era que esta característica nose detallaba en ningún sitio. La empresa fabricante, IntexSys, negaba suexistencia aún sabiendo que era cierta. Aunque algunos foreros y locos de laweb apuntaban a que era así, nadie había podido demostrarlo. Lo que sí sabíatodo el mundo es que este reproductor era el más vendido del planeta.

    La competencia se tiraba de los pelos ya que IntexSys, una desconocida

    hasta hacía un año, vendía unos reproductores famosos por una característicaque negaba pero que funcionaba a la perfección, lo que hacía que la curiosidadde la gente (y las ventas) no pararan de aumentar.

    Dos días antes, Jacob estaba revisando una nueva característica de susoftware cuando el tono de llamada de su iPhone destrozó su concentración.

    Molesto por la interrupción, deslizó el dedo índice por la pantalla con ungesto de fastidio.

    El mal humor le duró muy poco.

    -¿Doctor Jacob Assavar? Perdone que le llame así, sin avisar. SoyStephen Boggs, ¿me conoce?

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    A Jacob le costó creerlo. Por un segundo estuvo a punto de colgar,pensando que era una broma.

    -¿Stephen Boggs? ¿Es usted… Stephen Boggs?

    Boggs era uno de los gurús del planeta en desarrollo de software yhardware.

    -¡Saludos, Jacob! -exclamó Boggs en un castellano algo atropellado -Escuche, no tengo demasiado tiempo. Estoy en España y me esperan para unarueda de prensa que por cierto podrá usted ver en directo en televisión, aunquele aviso que me obligan a ponerme una fea corbata rosa corporativa que no meparece nada apropiada. Pero perdone, que estoy divagando. El motivo de millamada es que me gustaría verle para proponerle algo que creo va a ser de suinterés. ¿Qué me dice?

    Stephen Boggs en persona… ¿será cierto?

    -Señor Boggs, esto es un enorme halago. Sin embargo, vivo en Almería yno sé si vamos a poder coordinar…

    Sonó una risa atropellada por el teléfono.

    -Claro, perdone, Stephen, pero es que usted no lo sabe, por supuesto…estoy en Madrid para la rueda de prensa. Pero nadie ha dicho que vayamos avernos aquí. El miércoles le veré en la cafetería que a usted más le guste…pero allí, en Almería.

    Jacob se quedó paralizado. A él le habían llamado loco cuando decidióvolver a su ciudad natal ¿Y ahora uno de los gurús de este siglo quedaba conél allí? Empezó a pensar que, después de todo, igual hasta era una broma. Pormiedo a cometer una estupidez decidió quedar con Stephen.

    Nada más colgar las dudas le asaltaron. Ya era llamativo que Stephen Boggsestuviera en España, pero… ¿iba a ir a Almería sólo por verle a él? Conformepasaban los minutos más se convencía Assavar de que la llamada había sidouna pesada broma de alguno de sus compañeros.

    Menuda gracia…

    Crispado y dándole vueltas a la estúpida broma se levantó. Le habíanarruinado su mañana de trabajo, pensó mientras encendía la televisión.

    Todas las cadenas estaban enfrascadas en un debate sobre financiaciónpolítica irregular. Uno de los dos principales partidos del país estaba detrás deuna enorme trama de corrupción que había destapado un solo periodista, quese mantenía bien oculto.

    Como lo descubran él sí que va a tener problemas… casi los mismos que losque va a tener quien me haya gastado esta broma.

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    Cambió de canal y se quedó tan petrificado que el mando se le resbaló y cayóal suelo con estrépito.

    En la cadena pública de noticias se veía, en riguroso directo y sentado en una

    mesa llena de micrófonos a Stephen Boggs, con una camisa blanca……y una llamativa corbata rosa.

    Jacob volvió a la realidad cuando el vehículo de atrás le pitó. El ancianoque estaba cruzando el paso de cebra ya había pasado. Jacob seguíaabstraído, recordando la curiosa llamada de Boggs. Pidió perdón levantando lamano a la altura del parabrisas y aparcó en el primer sitio que vio libre.

    Había quedado con Stephen en una urbanización cuya principal virtud eralo aislada que estaba. Bajó del coche y se acercó a la terraza de la cafeteríadonde habían quedado. Vio a Stephen sentado delante de una taza de espeso

    y humeante café. Este levantó la cabeza y le sonrió. Jacob aún no se lo creía…

    ¡El mismísimo Stephen Boggs!

    -¿Qué tal, Dr. Assavar? Le aseguro que es un placer conocerle.

    Al igual que hiciera dos días antes por teléfono, Stephen habló enespañol, pero con un marcado acento inglés.

    -Señor Boggs, le aseguro que el placer es mío -contestó Jacob -Si lodesea, por mí puede hablar en inglés, si le resulta más fácil. Y también mepuede llamar Jacob, si no le incomoda.

    -¡Jajaja, por supuesto que no me incomoda! -Stephen rió con esa formade ser más abierta y tan propia de los norteamericanos -Es más, Jacob,llámame

    Stephen, y así estaremos más cómodos los dos. De hecho y con suerte,vamos a vernos mucho… -añadió con una sonrisa antes de continuar.

    -Lo que sí prefiero es seguir en español, si me lo permites, ya que de untiempo a esta parte lo estoy necesitando mucho y aún me falta práctica!-dijo

    volviendo a reír como si hubiera hecho un chiste muy gracioso.El camarero llegó y los miró con curiosidad. Acostumbrado como estaba a

    atender a extranjeros, enseguida catalogó al norteamericano -camisa azulclaro, pantalones marrones y jersey atado al cuello -como tal. Sin embargo elotro le pareció bastante español a la vista de sus pantalones vaqueros, sudiscreta camisa y su fino impermeable. En cuanto habló para pedir café no lequedó ninguna duda, el acento era de Almería, así que bromas las justas.

    Jacob no era muy dado a las conversaciones sociales y estaba muyintrigado por el interés de Boggs en él, así que le dejó hablar. Sus primeras

    palabras fueron de agradecimiento por haber acudido a la cita con tan poca

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    antelación. Jacob no dejó pasar la ocasión de llevar la conversación a suterreno, con prudencia.

    -No era difícil poder acudir, puesto que me pediste quedar aquí, enAlmería, que es justo donde vivo. Lo cual, sin duda, no ha hecho sino

    despertarme una enorme curiosidad…

    Boggs torció el labio en una sonrisa y su mirada evidenció su profundainteligencia.

    -Me has pillado, Jacob, y veo que vas directo al grano, como megusta a mí también. Seré franco y directo, necesito tu ayuda.

    -¿Ayuda? -respondió -¿Cómo un genio como usted, perdón, digo tú,puede necesitar mi ayuda?

    El neurólogo notó cómo el semblante de su nuevo amigo cambiaba,volviéndose mucho más serio.

    -Jacob, tengo un problema. Desde hace casi un año estoy al frente de unequipo de alta tecnología en un lugar, digamos… lejos de toda mirada. Eseequipo está desarrollando un dispositivo cuya financiación procede en parte dela Universidad Complutense y de una empresa privada que nos ha provisto deuna importante cantidad de fondos.

    -¿No será un arma, ese dispositivo, verdad?

    -Tranquilo, jamás me dedicaría a eso. Si me prometes confidencialidad, tepuedo adelantar que es un emocionante proyecto de realidad aumentada, soloque… muy evolucionado con respecto a lo que ahora hay en el mercado.

    -¿Realidad aumentada? ¿Te refieres a, por ejemplo, los móviles quereconocen imágenes del entorno y te superponen información?

    -Bueno… quizás un poquito más. De hecho, Jacob, entenderás que eseno es tu campo, así que si necesito la ayuda en un experto en el campo de lainformática y la neurología y que es capaz de escribir código que interprete las

    emociones ¿No crees que estamos un poco más allá de esos simplesdispositivos que se limitan a decirte que estás frente al Arco del Triunfo cuandolo tienes delante de tus narices?

    Jacob no pudo reprimir una sonrisa.

    -Stephen, ¿me estás hablando de un aparato que no sólo reconoce elentorno y superpone información, sino que interactúa con el usuario? ¿Cómo lohace? ¿Funciona por voz o te has adelantado a eso? ¿No será capaz deinterpretar órdenes mentales, no?

    Boggs dejó la taza de café en la mesa, miró a Jacob y sonrió de formaabierta.

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    -Jacob, te tengo por una persona muy inteligente y sé que he acertadollamándote. Pero a partir de este punto y para poder seguir hablando necesitoque firmes un contrato fabuloso pero con unas durísimas condiciones deconfidencialidad.

    Jacob también sonrió, sin esconder su estado de ánimo.

    -Stephen, hazme llegar ese contrato. Antes quiero que lo vea mi asesor,pero cuenta con ello.

    Stephen se levantó y dejó varias monedas sobre la mesa. Sin perder lasonrisa, le respondió.

    -Me alegra mucho tu decisión, Jacob. Tu asesor ya tiene el contrato en sucorreo electrónico y espera tu llamada. Bienvenido al equipo, te aseguro que no

    te arrepentirás. Tengo que irme, estaremos en contacto. Tú firma el contrato,nosotros nos encargamos del resto.

    Jacob se levantó y le estrechó la mano. No sabía si era apropiado dar lasgracias, pero lo hizo por educación.

    Antes de darse la vuelta para marcharse, Stephen le confesó

    -No, Jacob, el que te da las gracias soy yo, te lo aseguro.

    Jacob conducía de camino a casa. Nervioso, había pulsado el número desu asesor en la pantalla táctil del teléfono. Al tercer timbrazo se oyó su voz porlos altavoces del vehículo.

    -Estaba a punto de llamarte ¿Sabes algo de un contrato de la Universidadque me han mandado para revisar que pone tu nombre? Me ha llegado estamañana por correo electrónico, y acabo de leerlo completo… ¿Es todo estocierto?

    Jacob estaba asombrado, los acontecimientos empezaban a transcurrirdemasiado deprisa para su gusto.

    -Sí que parece cierto, José. ¿Me lo puedes resumir?

    -¿Cómo que si te lo puedo resumir? -respondió el asesor -Te lo resumiréen tres palabras, Jacob, firma-ahora-mismo. Te proponen un contrato porasesoramiento técnico en el que te pagan una fortuna. Si el proyecto seinterrumpe, te indemnizan. Y si sale bien, Jacob, si sale bien… te garantizan uncontrato de por vida, con beneficios por la explotación del desarrollo… ¡y todopor ser asesor! Mira, lo único es que…

    -José, un momento -le interrumpió la parte más cerebral de Jacob –Todo

    eso está fenomenal, pero ¿Dice algo de qué va el proyecto? ¿Y las cláusulasde confidencialidad? Creo que son muy duras, según me han dicho.

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    Se oyó un suspiro por el manos libres del coche, como anticipo de larespuesta de José.

    -Es lo que te iba a decir cuando me has interrumpido. No pone nada de

    proyecto, pero tiene que tratarse de algo gordo. Sólo habla de algo derealidad aumentada, tú sabrás qué es eso. En cuanto a la confidencialidad, quéquieres que te diga: yo en tu lugar ni se me ocurriría hablar de lo que sea quevayas a hacer. Si lo incumples no sólo deberías indemnizar a la empresa condiez veces más dinero del que te hayan podido pagar, sino que podrías ir a lacárcel. Tú verás qué hace esta gente, pero si firmas no podrás contárselo anadie durante el resto de tu vida. Vamos, que morirás con esto.

    Jacob notó un escalofrío al oír las últimas palabras, una sensación quevenía notando desde que tenía uso de razón, cada vez que creía encontrarsefrente a algo muy importante.

    -Arregla los papeles con mi actual empresa para pedir una excedencia,José. Los dejo un tiempo.

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    “El desdichado no tiene otra medicina que la esperanza”

    William Shakespeare

    Capítulo 02

    Ojos azules

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    En casa no había nadie. Aún desperezándose se encaminó a la cocina,pero no estaba ni el vaso de leche, ni las galletas, ni el pan, ni nada.

    Qué raro… tendré que hacerme yo el desayuno.

    Su madre le solía dejar todo preparado por las mañanas. Lo único quetenía que hacer era calentar la leche en el microondas, ese gran invento quehabía llegado hacía poco a los hogares.

    Pero esa mañana era un poco extraña.

    Y no se oye ningún ruido…

    En verano su casa era un continuo ir y venir de gente. Su padre se

    levantaba para ir a trabajar, su madre arreglaba la casa, la chica de la limpiezallegaba temprano y se ponía a mover cacharros sin ninguna piedad... Y no erararo que tocara a la puerta algún vecino, el cartero o alguien que quería dejarpublicidad en los buzones del edificio. En muchas ocasiones Jacob sedespertaba temprano para luego seguir durmiendo un rato más.

    Pero esa mañana no había nadie.

    Percibió que algo no estaba en su sitio, pero no supo lo que era. Lo habíanotado por el rabillo del ojo y se giró hacia la ventana. Estaba amaneciendo y elcielo clareaba, sobre todo por el este.

    Entonces se dio cuenta.

    Allí estaban, flotando a cientos de metros, las enormes navesextraterrestres. Ovaladas, difíciles de distinguir con detalle y a kilómetros dedistancia, al norte, hacia el desierto.

    Sintió pena, desazón, sintió un enorme vacío interior y un intenso frío quele recorrió el cuerpo.

    Un ruido sordo le hizo dar un brinco mientras ahogaba un grito.¡Joder, es sólo el ascensor!

    Pero por algún motivo el ascensor ya no le parecía nada seguro. Sinembargo fue hacia la puerta. Tenía que ser alguien conocido, ya que dudabamucho que si la Tierra estaba siendo invadida, los extraterrestres se dedicarana usar los ascensores para hacer visitas. Se asomó por la mirilla y respiró conalivio al ver a su madre.

    Emocionado de la alegría, casi llorando, abrió la puerta y la abrazó. Su

    cuerpo era menudo y tan sólo tenía 38 años, pero era una mujer dura, quehabía pasado muchas dificultades en la vida y de la que Jacob había heredado

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    su fuerte carácter y su fulminante mirada. Inteligente y severa, estabaproporcionando a Jacob todas las herramientas para que triunfara en la vida, abase de estudiar. Todo lo material se podía perder, pero no los conocimientos,le recordaba ella cuando él remoloneaba ante un inminente examen.

    -Hijo, tranquilo, no pasa nada. Ya eres un hombre, no puedes venirteabajo.

    -¿Por qué, qué pasa, mamá? -preguntó, de nuevo con miedo por el gravetono de voz de su madre -Sí que me preocupa ¿Qué va a pasar? ¿Es que tevas?

    Su madre se sorprendió, como solía ocurrirle siempre con la enormeintuición de su hijo.

    -Escúchame: esto es una guerra y necesitan a todo el mundo. Tu padre y

    yo tenemos que ir, pero tú debes esconderte.

    Él quería llorar pero no podía, el miedo era mayor.

    -¿Cómo que luchar? ¿Por qué? ¡Os matarán a los dos! ¡Quedaosconmigo, incluso mejor… huyamos! ¡Entre los tres podremos escondernos!

    -No, no podemos… huir. Si lo hiciéramos les entregaríamos todo y al finalnos matarían a todos, incluido tú y eso no… puede suceder.

    -¡No, mamá, no os vayáis, dile a papá que le quiero, no os vayáis!

    -Suerte, hijo, no te preocupes, cuidaremos como podamos de ti -dijo sumadre. Soltando a su hijo, se metió en el ascensor y desapareció de su vista.

    Se quedó en la puerta, en pijama, sintiendo frío y un enorme miedo.

    No iba a ver más a sus padres.

    Lunes, 2 de marzo de 2009

    Jacob despertó llorando a lágrima tendida. Estaba destapado y sentía frío.

    Volvió a cubrirse con las sábanas y sin saber por qué siguió llorandodurante unos breves pero intensos minutos.

    Poco a poco se fue tranquilizando, mientras el calor volvía a su cuerpo.Su respiración se acompasó y se relajó. Él estaba bien y sus padres estabanvivos. Vivían en una bonita casa de planta baja que él mismo les habíaregalado en una pequeña localidad ubicada unos diez kilómetros al oeste deAlmería, donde disfrutaban de un cómodo retiro gracias a sus pensiones, sus

    ahorros y las ayudas que Jacob les proporcionaba, a pesar de sus protestas.

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    Sus padres no habían tenido que ir a ninguna guerra, aunque si hubierantenido que hacerlo por su hijo, Jacob estaba seguro de que lo habrían hecho.Tenían sus defectos, desde luego. Pero a pesar de sus discusiones se queríany querían a su hijo por encima de todo en la vida. Ahora, en su senectud, sealegraban cada vez que iba a verlos, algo en lo que no se prodigaba mucho.

    Quizás por eso había tenido ese sueño, pensó, así que se prometiósolucionarlo, aumentando el número de visitas desde ese mismo momento…aunque ese día igual iba a ser complicado. Era el primero en su nuevo puestode trabajo, en una empresa y un lugar que aún no conocía.

    Sonrió al pensar en su nuevo trabajo.

    El papeleo para pedir la excedencia en su anterior empresa, IntexSys,había sido más complicado de lo que esperaba. El Consejo de Dirección no viocon buenos ojos que su asesor más brillante se ausentara durante un tiempoindeterminado.

    Jacob peleó con ellos ya que se negaron en redondo, alegando queambos trabajos de asesoramiento eran incompatibles, al ser en dos empresasde alta tecnología casi seguro rivales, aunque ni siquiera sabían el nombre dela otra. Jacob argumentó que él iba a ser contratado por una universidad. Ydado que en ambos trabajos había firmado contratos de confidencialidad y nopodía comentar nada, sólo él podía decidir si entraban en conflicto o no. Entodo caso, su decisión de pedir excedencia en IntexSys se debía justo a suinterés personal por reducir esos posibles conflictos.

    Entonces le recordaron que gozaba de grandes privilegios como el viviren Almería, poder acudir a la central de Madrid sólo una vez por semana o suplena libertad de gestión, entre otros. Jacob, asqueado de esos directivosdemasiado bien alimentados que sólo se preocupaban por los resultados y susabultados incentivos anuales decidió dar carpetazo al asunto.

    A la tercera reunión extraordinaria que tuvo con el Presidente y suConsejo de Administración acudió y sin abrir la boca, puso dos sencillashojas de papel firmadas sobre la mesa. En una pedía la excedencia por unplazo indeterminado, sin derecho a sueldo. En otra, la dimisión incondicional.Ambas llevaban la fecha de ese día.

    A los cinco minutos salió triunfante.

    En la pequeña rueda de prensa que dio IntexSys unos minutos después,relatando el abandono temporal del Dr. Assavar, alegaron motivos personales ala vez que un empleado ‘filtraba’ que los auténticos motivos eran de salud… ycasi seguro mentales.

    -¿Quién iba a dejar un puesto así, de forma indefinida? -comentó elempleado de IntexSys al periodista, quien asintió con la cabeza.

    La noticia tuvo algunas reseñas en los diarios de economía y en unpuñado de blogs centrados en tecnología sin mayor repercusión. En unos

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    cuantos foros se discutieron los motivos. Jacob se divirtió de lo lindo mientraslos leía en sus ratos de descanso y tomó buena nota de unas cuantas personasque le defendieron. No pudo evitar reír ante los incendiarios textos que escribíaa su favor un usuario bajo el seudónimo de “Owl” -búho en inglés- que era muydescriptivo de la persona que se escudaba tras él, como bien sabía Jacob.

    Le llevó varios días repasar los nuevos contratos, firmarlos y localizar ladocumentación a entregar. Tuvo que rellenar multitud de cuestionarios de saludy pasar un duro chequeo médico, sobre todo a nivel neurológico, donde lellamó mucho la atención el que le hicieran una resonancia magnética cerebral.

    Por suerte fue normal, él mismo repasó las imágenes con el Jefe deRadiología, que era otro gran aficionado de los ordenadores. Aún así,

    intrigado por esas llamativas medidas, intentó hablar con Boggs, pero el propioStephen le comunicó por teléfono que esos días estaba muy ocupado. Letranquilizó sobre las pruebas, le dijo que todo formaba parte del protocolo del

    proyecto y que no se preocupara.

    Jacob decidió aceptar la explicación de Stephen y no le dio más vueltas.Sin embargo, él era neurólogo y muy lógico en su pensamiento: nadie se

    gastaba el dinero en pruebas tan costosas y exhaustivas si no quisiera estarseguro de la salud neurológica de sus candidatos.

    Y no le gustaba ninguna de las conclusiones que se derivaban de esepensamiento.

    Jacob oyó el timbre de su iPhone, a las 7:45 horas.

    Puntualidad absoluta, pensó mientras deslizaba el dedo para descolgar.

    -¿Dr. Assavar? Soy su chófer, le espero en la puerta de su edificio -dijouna voz con marcado acento norteamericano.

    Jacob cogió su mochila, en la que llevaba su inseparable portátil, unpotente Macbook Pro de última generación con un impresionante y estilizadodiseño en aluminio. Se colgó la bolsa de lona al hombro, sonriendo satisfechoal sentir el peso del ordenador, y bajó las escaleras.

    En unos minutos estaba sentado en el mullido asiento trasero de un AudiA8 nuevo y de aspecto muy pesado, aunque deportivo y de color oscuro.

    El chófer, un varón negro de no menos de dos metros de altura, debía pesarmás de cien kilos y parecía que iba a hacer estallar su traje. Su cabeza rapaday una complexión propia de un armario invitaban poco a hacer bromas. Alescueto saludo de Jacob, respondió con voz muy grave.

    -Puede llamarme Smith, Dr. Assavar. Póngase cómodo y si necesitacualquier cosa no dude en pedirla.

    Smith -pensó Jacob -¿no podía ser más original buscando un nombrefalso? Estos americanos son todos iguales…

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    En pocos minutos circulaban en dirección norte. Jacob sabía que sedirigían al desierto de Tabernas, situado a menos de treinta kilómetros. Nodejaba de ser irónico que uno de los proyectos más ambiciosos de tecnologíaque se estaba desarrollando en España, con una importante y misteriosa

    financiación, se estuviera llevando a cabo a menos de media hora de donde élvivía. Y lo estaba dirigiendo Stephen Boggs, padre del sistema operativo másutilizado en los ámbitos empresariales, el BOS 2009, y dueño de la marca deordenadores más vendida entre las grandes empresas, “Boggs-Uno”.

    -¿Puedo saber ya a dónde vamos?

    ¿O me van a vendar los ojos, como en las películas de espías paraadolescentes?

    Por algún motivo ese pensamiento le hizo gracia, pero Smith le borró la

    incipiente sonrisa.

    -Muy cerca de aquí, Dr. Assavar, ya estamos llegando.

    Jacob pudo ver que estaban frenando para tomar el desvío hacia eltranquilo pueblo de Tabernas, pero nada más coger la salida, en vez dedirigirse hacia el pueblo por la carretera principal tomaron otra más estrecha,que se dirigía hacia el sureste. Sólo doscientos metros después laabandonaron y cogieron una especie de cañón natural que a buen seguro sehabía utilizado en más de una película de las muchas que Hollywood habíarodado en estos desérticos parajes.

    Dos kilómetros después el vehículo por fin se detuvo con suavidad ySmith le abrió la puerta.

    -Es aquí, Dr. Assavar, puede usted bajar.

    Jacob bajó del Audi, que se había portado de maravilla gracias a latracción de sus cuatro ruedas y su suspensión adaptada para el terreno.

    Sin embargo su decepción fue mayúscula al no ver nada que le llamara la

    atención, a excepción del duro y arenoso suelo del desierto, unos cuantosarbustos marrones típicos de las películas del oeste americano, una pared deroca de varios metros de altura frente a él y otra similar a sus espaldas.

    Smith sacó un teléfono móvil del bolsillo y tras pulsar varias teclas Jacobvio algo que le arrancó un gemido de admiración. Un cuadrado de unos tresmetros de ancho por unos dos y medio de alto se desplazó hacia dentro de lapared de roca que había justo enfrente. Sólo se movió unos centímetros, casisin ruido y hacia atrás, para acto seguido hacerlo hacia la izquierda.

    Ante sus ojos quedó una moderna y brillante puerta de acero anodizado

    que contrastaba con el árido paisaje que la rodeaba. En medio de la puerta uncristal opaco de color azul oscuro casi negro y que cubría casi toda la superficie

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    le daba un cierto aire futurista, pero no dejaba intuir nada del interior. Porsupuesto no veía ninguna clase de manija, cerraduras o timbres.

    Eso hubiera sido muy vulgar… -pensó mostrando de nuevo su mediasonrisa.

    -Tenga, éste es para usted.

    Smith le entregó el teléfono que acababa de manipular, un sencillomodelo de Nokia bastante común, mientras continuaba hablándole.

    -Tiene varios números grabados en la agenda, los de sus compañeros detrabajo y los de apertura de puertas. Como ha visto, para abrir una puerta tansólo tiene que buscar el número del marco en la agenda y pulsar la tecla dellamada. Esta es la puerta cero. Para abrir la de metal debería volver a llamar,aunque no le va a hacer falta, ya que está vigilada todo el día. Ahora le esperan

    dentro. Recuerde que sólo podrá abrir las puertas que tenga usted grabadas enla agenda. ¡Buena suerte, Doctor!

    Con gesto decidido el gigante negro de voz grave se giró hacia el vehículoy comenzó a andar. Jacob se encaminó a la puerta, que se abrió sin emitirruido alguno.

    Cogiendo aire, entró al mismo tiempo que una descarga de adrenalina lerecorría todo el cuerpo, provocándole un estremecimiento.

    La entrada no podía ser más sencilla, un rectángulo de unos diez metroscuadrados con un sencillo sofá de piel de color claro, una máquinaexpendedora de agua y una maceta de plástico. Tres puertas, una enfrente ydos a los lados, apenas distinguibles de las paredes, que también parecían, aligual que el techo y el suelo, de acero anodizado.

    Había visto estancias similares en más de una película de ciencia ficciónmoderna.

    El diseñador de este complejo también debe haber visto las mismas

    películas que yo…

    -¡Amigo Jacob, bienvenido a la que ya es tu casa!

    Stephen Boggs apareció ataviado con vaqueros, camisa blanca, corbataroja y una sencilla bata de laboratorio. Al girarse hacia él Assavar se dio cuentade que la puerta a su izquierda se había abierto de una forma tan silenciosaque ni se había percatado de ello.

    -Espero que el viaje haya sido agradable y que Smith haya sido una gratacompañía, ya que va a ser tu chófer durante el tiempo que estés con nosotros.

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    -No me puedo quejar del trato, desde luego -contestó Jacob, sonriendo yestrechando su mano -Me muero de ganas de conocer este proyecto, Stephen.

    -Tranquilo, Jacob, que el día es largo y habrá tiempo para todo.

    Acompáñame, por favor.Boggs le guió a través de la puerta central, que conducía a un pasilloestrecho y alargado, de similar estructura que la entrada.

    -Antes me gustaría que conocieras a algunos de los integrantes delequipo - sonrió, mientras se giraba para mirar a Jacob -aunque creo que yaconoces al menos a una… -dijo sin poder evitar una sonrisa aún mayor.

    Antes de que Jacob pudiera contestar nada Stephen siguió hablando, yasin sonrisa alguna en su rostro.

    -Jacob, he de confesarte que estoy muy contento de que estés aquí. Esteproyecto es uno de los más atractivos que he conocido y sus posiblesaplicaciones parecen no tener límites. Sin embargo ciertos problemas nos hanhecho que tengamos que parar su desarrollo… de nuevo.

    -¿De nuevo? -Preguntó Jacob

    -Sí… te haré un pequeño resumen en unos minutos, pero antes quieroque conozcas a nuestro equipo.

    El anfitrión sacó un móvil del bolsillo y, tras pulsar un par de teclas, seabrió la puerta, mostrando desde arriba una enorme sala semiesférica, de unostreinta metros de altura, plagada de personas con batas y trajes protectoresque manejaban ordenadores, equipos tecnológicos y mesas de trabajo.Alrededor había unas cuantas estancias, que rodeaban lo que parecía ser unagran pista de baile en el centro. En la parte central de ésta había un semicírculode estaciones de trabajo que parecían coordinar todo el trabajo y en las quehabía varias personas tecleando a las órdenes de una mujer que no paraba demirar monitores y dar indicaciones.

    Era una mujer blanca, de unos 37 años de edad y con el pelo liso, que se

    movía de un modo que le resultó demasiado familiar a Jacob.No puede ser…

    A pesar de estar a varias decenas de metros de ella, sus neuronasencontraron la conexión con la memoria en milésimas de segundo ytransmitieron los datos a través de la parte inconsciente de su cerebro endirección a su corteza. A medida que la identidad de esa mujer se hacíaperceptible en su conciencia, Jacob sintió cómo su corazón se aceleraba y sesentía muy confuso, incluso mareado.

    Él no creía en las casualidades y menos si estas estaban relacionadascon los sentimientos, que tan poco lógicos eran para un hombre como él.

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    La persona que estaba en el centro de la estancia, con su pelo liso a laaltura de los hombros, unos ojos, color azul mar, de infarto, y una sonrisa quehelaba los corazones -el suyo más que ningún otro -era Lia Guddsen, unaantigua compañera que a su vez también era la mujer que le había impedido

    establecer una relación seria con cualquier otra.

    La única mujer de la que se había enamorado en su vida.

    Jacob empezó a sentirse mal.

    Estaba viendo a la mujer que era la mayor responsable de su actualsoledad.

    Una taza de café caliente no fue suficiente para templar el ánimo deJacob.

    Lia Guddsen, ¡¡¡Joder!!!

    Nada más asomarse a la base de la gran semiesfera que componía ellaboratorio y ver a Lia, Jacob había empezado a sentirse mal, lo que empeoró amedida que bajaron a nivel del suelo y se acercaron a la joven, que porsupuesto fue la primera persona a la que se dirigió Stephen.

    La arrebatadora sonrisa y sus mareantes ojos azules hicieron el resto.Nada más acercarse, Jacob tuvo que excusarse, alegando que se encontrabamareado, algo que en parte era cierto, y que necesitaba ir al baño. Diezminutos después estaba sentado en una habitación que servía de sala dedescanso.

    Por un lado estaba contento, tenía que admitirlo. Más que contento,emocionado de volver a ver a Lia. Por otro lado estaba muy enfadado.

    Con ella porque seguro que ya sabía de antemano que él iba a integrarseen el proyecto, así que como siempre, le llevaba ventaja.

    Y desde luego con Boggs. Era un genio al que idolatraba, pero no le

    gustaba que nadie -ni siquiera Stephen Boggs -jugara con él y con sussentimientos. Y Jacob no era tan estúpido como para suponer que la presenciade Lia y la suya eran casuales.

    No, alguien como Stephen Boggs no pasa por alto esos detalles…

    Como si lo hubiera invocado con su pensamiento la puerta de la estanciase abrió, con un siseo de aire comprimido y entró su anfitrión con una ampliasonrisa.

    -¿Qué tal, Jacob? ¿Recuperado de ese súbito mareo? Es normal, todo

    esto es nuevo para ti y te he estado abrumando con informaciones a medias,

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    instalaciones futuristas y conductores que parecen salidos de una película deespías. Espero que no estés incómodo.

    Jacob levantó la mano en señal de pausa y añadió, en tono suave -Tranquilo, Stephen. No me gustan las alturas, padezco de vértigo. Al

    asomarnos al laboratorio me he visto a treinta metros del suelo y era algo queno me esperaba. Pensé que al bajar se me pasaría, pero ya has visto que no.Ahora estoy mejor… -mintió.

    -¡Cuánto lo siento, Jacob, ya estoy advertido, no más sustos con lasalturas!

    En fin, me alegro de que estés mejor, porque creo que ha llegado elmomento de que te explique de qué va todo esto. Si te parece bien, lo haremosmientras te presento al personal del laboratorio.

    -De acuerdo, Stephen, creo que me vendrá bien moverme y empezar a

    trabajar de verdad -contestó Jacob, esta vez de forma sincera.

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    “No almacenes en la memoria lo que puedas almacenar en el bolsillo”

    Albert Einstein

    Capítulo 03

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    A los pocos minutos ya estaban de nuevo en el gran laboratorio central.

    -Bien, retomemos las presentaciones. Este es Lee Chen, nuestro expertoen software.

    Jacob vio un chico asiático de aspecto joven, con el pelo corto, muydelgado y de rostro anguloso, cuya mirada le inspiró confianza.

    -Encantado -dijo Lee inclinando la cabeza.

    -Chen es uno de los mejores ingenieros informáticos del planeta, Jacob, yestá al frente de un equipo de doce programadores. Son los responsables detodo el código del proyecto. Desde el programa que arranca el sistema hasta elcódigo de inteligencia artificial más complejo ¡No sabe los milagros que hacenestos tipos con un teclado en las manos!

    Chen se sonrojó e hizo un gesto con las manos restando importancia alcomentario de Boggs. Para recalcar su gesto añadió -Es un placer y un honorpara mí contar con usted, doctor Assavar. A pesar de las buenas palabras deldoctor Boggs estamos atascados con un problema con el código deinterpretación neuronal. Ahí es donde necesitamos su inestimable ayuda.

    -¿Interpretación neuronal? Entonces es cierto lo que supuse… ¡estáisinterpretando órdenes mentales!

    -Tranquilo, Jacob, tranquilo -contestó Boggs, sonriendo -Todo a su debidotiempo. Déjame que te presente a los otros chicos del equipo y te haremos unapequeña demostración de nuestro trabajo -y acto seguido continuó, sin poderevitar que su sonrisa se ampliara.

    -A Lia ya la conoces, aunque creo que le debes un nuevo saludo.

    Jacob por fin saludó a Lia, que se mostró muy sonriente y le preguntó quétal se encontraba.

    Conteniendo la respiración, Jacob escrutó sus azules y profundos ojos.

    Percibió un claro mensaje procedente de su mirada.Nada de tonterías… -pensó Jacob, decepcionado.

    Los ojos de Lia hablaban por sí solos. No era la primera vez que le ocurríay sabía que él siempre acertaba con ella y sus miradas, así que decidió sonreír,contestar de forma cortés y seguir saludando gente.

    Veinte minutos después Jacob había conocido a casi todo el personal dellaboratorio. Al frente de hardware estaba Mark Gekko, un caucásico conaspecto de treinta y pocos años y con el pelo alborotado, gruesas gafas y cara

    de niño despistado, que coordinaba una legión de treinta operarios. Eran los

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    reyes de los cables, las placas bases y los procesadores. Cualquier ensamblajeera posible en sus manos.

    El equipo de seguridad estaba dirigido por el señor Jones -al parecer notenía ningún interés en proporcionar su nombre de pila, si es que tenía-, que

    debía ser familiar cercano de su chófer, dado que no solo era de raza negra,sino que andaba cerca de los dos metros de altura y aunque no era tanllamativo en su físico como Smith, su aspecto no invitaba a tonterías. Jacobpensó que ese proyecto empezaba a atufar mucho a gobierno de los EstadosUnidos.

    Por su parte, Lia era la Directora y Coordinadora de Pruebas y tenía a susórdenes a un equipo de siete personas, tres hombres y cuatro mujeres, todosellos ingenieros con diversas especialidades que abarcaban desde la robóticahasta la psicología.

    Lo que más le había llamado la atención era la completa unidad deasistencia sanitaria, que contaba con dos especialistas en cuidados intensivos,tres turnos de enfermería y una moderna sala que no tenía nada que envidiar alas mejores UCIs del país.

    -Estamos preparados para cualquier evento. Podemos estabilizar a unapersona grave y organizar un traslado de forma eficaz… y discreta -le habíacomentado Stephen.

    En total, con Jacob eran 55 las personas que componían el núcleo delexperimento. Otras cinco se encargaban de la seguridad y unas cuantasdecenas más de tareas adyacentes como mantenimiento general, limpieza,suministros, cocina y otras necesidades.

    Conozco unos cuantos pueblos de Almería que tienen menos habitantesque este laboratorio… -pensó Jacob.

    -Bien, Jacob, ya conoces a casi todo el mundo -exclamó Stephen –Hallegado el momento de que te hagamos una pequeña demostración.

    Jacob se sentía emocionado, algo que hacía tiempo que no le ocurría. Se

    sentó y se puso cómodo para escuchar la explicación de Stephen.-Como ya sabes nuestro desarrollo consiste en un aparato de realidad

    aumentada. Los prototipos actuales recogen una imagen de nuestro entorno yla analizan. Buscan en sus bases de datos o se ayudan de un chip GPS yentonces, con suerte y tras un rato de espera, por fin nos dicen qué es lo quetenemos delante de nosotros. Si somos pacientes hasta puedenproporcionarnos información adicional, como por ejemplo dónde está elMcDonald’s más cercano. Nosotros vamos… un poco más allá.

    Jacob vio cómo unos técnicos desplegaban una gran pantalla

    semicircular.

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    Colocaron una mesa delante, sobre la cual había un joystick similar al delos simuladores de vuelo. Hacía años que no jugaba y le resultó graciosoreconocer la palanca de mando, similar a la de los cazas del ejército. La voz deStephen le hizo volver al presente.

    -Hace dos años empezamos a trabajar en un dispositivo que no sóloreconoce el entorno con una velocidad y una eficacia abrumadoras, sino queofrece una información cristalina adaptada a las necesidades de cada usuario.

    Lejos de complicadas interfaces de usuario, nuestro aparato responde auna sola gran premisa, la sencillez.

    Un operario le colocó unas gafas de gruesa montura de plástico con unosanchos cristales que parecían de pasta y que no deformaban su visión. Quizáseran un poco grandes y pesadas pero por lo demás no le parecieron extrañas.Supuso que serían para ver una presentación en tres dimensiones.

    -Bien, Jacob -continuó Stephen -te dejo en manos de nuestra Directora dePruebas, que creo te va a hacer una presentación que te va a gustar.

     Así que se trata de una presentación, ojalá sea en 3D… -pensó Jacob, nosin cierto nerviosismo.

    Empezaron a proyectarse unas imágenes de Roma, a pie de calle, sobrela enorme pantalla semicircular. La voz de ella le hizo dar un respingo.

    -En este momento estás viendo una simulación con imágenes reales delas calles de Roma. Es como si estuvieras ahora mismo en esa ciudad. Simueves hacia delante el joystick verás que la imagen se desplaza simulandoque caminas hacia delante. Si lo mueves a los lados girarás. Prueba, Jacob.

    Este obedeció y observó asombrado lo bien que funcionaba el programa,simulando hasta los pasos que hubiera dado Jacob al andar.

    ¡Joder, de verdad parece que estoy ahí!

    Probó a empujar la palanca de juego hacia delante, con fuerza, y leagradó comprobar que el programa simulaba que corría, desplazando las

    imágenes a mayor velocidad.-Estupendo, Jacob, veo que te has familiarizado enseguida -dijo Lia por

    su micrófono -ahora te recomiendo que muevas la palanca con suavidadporque vamos a activar nuestro dispositivo.

    ¿Qué? ¿Es que todavía no está en marcha?

    Jacob se preguntó qué podía ser mejor aún que lo que estaba viendocuando oyó un suave zumbido procedente de las gafas.

    El corazón le dio un vuelco.

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    Seguía en Roma pero todo había cambiado.

    Ahora no veía sólo las calles, las casas y las tiendas. En sus gafas seproyectaban también minúsculos pixeles de información y todo tenía ahora unnombre asociado, una etiqueta que se desplazaba flotando alrededor de cada

    lugar reconocible. Veía los nombres de las calles, los números, los nombres delos comercios, a qué se dedicaban…

    Todo funcionaba en tiempo real y de una forma tan suave que lainformación parecía que formaba parte del entorno. Veía de forma muy nítidalos textos en los que centraba su atención y más difuminados aquellos quequedaban en la periferia de su campo de visión.

    No llevo ni un minuto y ya me he acostumbrado… ¡menudo software!

    Probó a correr empujando la palanca hacia delante y vio que el programa

    funcionaba a la perfección. Los portales y los nombres de las callesparpadeaban para llamar su atención cuando pasaba a su lado.

    ¡Te destaca lo relevante si vas rápido!

    Siguió corriendo, emocionado. Avanzaba por la que el aparato señalabacomo la Vía Ostilia y unos metros después de pasar por el número seis giró asu derecha. Vio, a pesar de estar corriendo, que estaba en la Via CapoD’Africa, que el sistema le resaltaba el Teatro Ivelise con un tenue parpadeo ysin darse cuenta, unos metros después, se paró, soltando el joystick.

    Enfrente se alzaba, majestuoso y milenario, el impresionante ColiseoRomano. Parpadeó su contorno y un texto empezó a desfilar acompañado

    de imágenes con vistas del monumento que se superponían de formasemitransparente a un lado de este, sin molestar la visión original.

    “Piazza del Colosseo, 9, 00184 Roma, Roma (Lazio) - 06 700461. ElColiseo (Colosseum en latín), originalmente llamado Anfiteatro Flavio(Amphitheatrum Flavium), es un gran edificio situado en el centro de la

    ciudad de Roma, capital de Italia. En la antigüedad poseía un aforo para 50.000espectadores, con ochenta filas de gradas. Los que estaban cerca de la arena

    eran el Emperador y los senadores, y a medida que se ascendía se situabanlos estratos inferiores de la...”

    Por fin habló.

    -Es… es… impresionante.

    -Sí que lo es, Jacob, pero aún no has visto lo mejor -comentó Boggs porlos altavoces del laboratorio -Escucha atento lo que te va a decir Lia, porque laque estás manejando es la primera versión operativa del software deldispositivo.

    Vamos a explicarte cómo se controla la versión 1.20 antes de cargarla enla memoria de esas preciosas gafas que llevas puestas.

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    ¿¡Qué!? ¿Hay más?

    Los textos desaparecieron y dejó de oírse el zumbido de las gafas. Lapantalla semicircular quedó en blanco. Tras unos largos e intensos segundos

    en los que Jacob intentó tranquilizarse sin éxito, se vio situado junto a la fuentede la Plaza de España en Madrid, mirando hacia la Gran Vía.

    Oyó la voz de Lia.

    -Jacob, empieza a andar utilizando el joystick. Esta vez te pido que, por tubien, no corras…

    De nuevo el zumbido y Jacob estaba mirando hacia la Gran Vía de Madridcon infinidad de rótulos superpuestos sobre los portales, bares, hoteles,cines… hasta sobre los quioscos parecía haber información. No pudo evitar

    sonreír de nuevo, intentando mirar todo lo que le rodeaba, para ver hasta quégrado de detalle llegaba el etiquetado. Avanzó unos metros usando el joystick yse detuvo a mirar un periódico que estaba colgado en un quiosco que eldispositivo catalogó como “Diario El Mundo, descargando noticias…”

    Impresionante… hasta el más mínimo detalle se actualiza en tiempo real.

    -Por favor, me gustaría que dijeras en voz alta algo que te gustaríaencontrar.

    Jacob no se lo podía creer.

    -¿Le hablo al dispositivo, eso es lo que quieres decir, Lia?

    -Bueno, más o menos sí… -respondió Lia, divertida.

    Está bien. A ver qué tal habéis trabajado el programa de interpretación.

    -A ver si este aparato tiene buen gusto literario… -dijo sonriendo- …megustaría encontrar “El Emblema del Traidor”, un muy buen libro de JuanGómez- Jurad...

    Sin darle tiempo a acabar la frase, en la pantalla se dibujó una línea quese dirigía en línea recta a la Plaza de Callao. A la derecha aparecieron dosimágenes. En una se veía la fachada de una tienda con un texto debajo.

    “Fnac Madrid. Calle Preciados, 28. Abierto de lunes a domingo. Distancia700 metros.”

    En la imagen inferior se veía una foto de la fachada de otroestablecimiento.

    “Casa del Libro. Gran Vía, 29. Abierto de lunes a domingo. Distancia1.000 metros.”

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    Un mensaje parpadeaba muy despacio en la parte inferior de su campode visión, a modo de subtítulo:

    “¿Desea ir a alguno de estos dos establecimientos?”

    Jacob volvió a asombrarse. Empezó a mover el mando y vio cómo la líneahacía las veces de guía indicándole el camino a los dos establecimientos. En elmomento en que iba a abrir la boca para admitir que el dispositivo funcionabade forma espectacular, Lia le interrumpió de nuevo.

    -Jacob, ahora viene lo mejor de todo el proyecto. En vez de decir dóndequieres ir a buscar el libro, por favor, limítate a pensarlo.

    ¿Qué? ¿Pensarlo? ¡No me lo puedo creer! ¡Lo han hecho!

    Iba a pensar en que quería ir al más cercano, cuando las imágenes y eltexto cambiaron. Se borró toda la información referente a La Casa del Libro y alfondo de la imagen empezó a parpadear una silueta delimitando el contorno delllamativo edificio anaranjado de la Fnac. En la parte inferior de la pantalla, elmensaje cambió:

    “Destino tienda Fnac Madrid. Distancia 698 metros. Tiempo de llegada: 5minutos”

    Jacob contuvo la respiración. Eso era mucho más gordo de lo que élmismo hubiera podido soñar.

    Este maldito dispositivo no interpreta órdenes mentales... ¡Me estáleyendo el mismísimo pensamiento!

    Con un rápido gesto se quitó las gafas y miró a Lia.

    Una hora más tarde, Boggs, Lia y Jacob estaban sentados en laconcurrida cafetería del laboratorio. Como ocurría en el resto del complejo, laestancia era amplia, sencilla y anodina.

    Para reducir esa sensación de frialdad, unos cristales opacos de colorblanco iluminados por dentro generaban la falsa ilusión de dar al exterior,dotando a esa estancia de un aspecto menos claustrofóbico.

    Jacob se encontraba mirando uno de ellos cuando Lia le devolvió a larealidad.

    -¡Me estás escuchando?

    Se giró y le indicó que continuara con un gesto.

    -Te lo resumiré para que no te aburras mucho, pues veo que te despistas!

    - dijo ella sonriendo con cierta maldad -Te estaba diciendo que la idea deldispositivo es bastante sencilla: una diminuta placa base que alberga un

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    procesador, una memoria Flash de 256GB, 4GB de memoria RAM, unapequeña y potente tarjeta gráfica, un chip GPS, un modem 3G con capacidadde transmisión de 21 megabits por segundo y un chip WIFI, así como variosacelerómetros, brújula digital... todo de última generación. Incluso hay piezasen fase experimental. El aparato final es más pequeño y fino que un móvil,

    cabe en un bolsillo y se conecta de forma inalámbrica a las gafas.

    -Un momento, -dijo Jacob -ya me parece asombroso que hayáiscondensado un ordenador de última generación en algo más pequeño que unmóvil y que hayáis conseguido un protocolo que puede transmitir de formainalámbrica a una velocidad altísima. Lo que no comprendo es dóndeconseguís meter la enorme cantidad de información que maneja el dispositivo.No hablo ya de los miles de datos a procesar para el reconocimiento delentorno, sino, por ejemplo, el gigantesco código que debe tener sólo elprograma de interpretación mental. ¿Cómo lo habéis hecho?

    Bogss y Lia se miraron sólo durante una fracción de segundo. Él tomó lapalabra, sonriendo.

    -En realidad, el dispositivo es muy simple: una parte la componen las dospantallas en forma de cristales de las gafas, que reciben información y lavisualizan donde el programa le indica. Todo lo que se proyecta en las gafas sedesplaza conforme lo hacen los objetos de tu campo de visión. Esa parte fue lamás fácil, gracias a los acelerómetros.

    Lia asintió. Jacob siguió escuchando, atrapado por el ánimo quetransmitía

    Stephen.

    -La otra parte es el ordenador que te ha comentado Lia y, por supuesto,un software. Dadas las limitaciones técnicas que has entendido, nos centramosen depurar el código y los algoritmos de compresión.

    -Cuanta menos información se gestione, más rápido funcionará –respondió Jacob.

    -Sí, aunque con algunos matices. Las gafas llevan incorporadas cámaras

    diminutas que envían, de forma continua, imágenes al dispositivo de bolsillo.Con las coordenadas GPS, los datos de la brújula y los acelerómetrospara saber dónde estás, dónde miras y hacia dónde te diriges, el dispositivoconoce a la perfección qué información tiene que buscar.

    Lia puso una mano sobre el brazo de Stephen para hacer un inciso.

    -En el caso del simulador, desactivamos el GPS y la brújula. Esainformación la simula un ordenador.

    -¡Correcto! -continuó Stephen -Con esa información el dispositivo rescata

    lo que necesita de una base de datos que se alimenta con los datos quecaptura de todo Internet… ¡el flujo de datos es descomunal!. El procesador de

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    este dispositivo de bolsillo selecciona la información relacionada con el entornoy gestiona las etiquetas. Acto seguido, el procesador sigue mostrando másinformación de menor relevancia, pero sin abrumar al usuario.

    -Y eso fue sólo el principio, claro… -murmuró Jacob, viendo cómo Lia

    sonreía ante su comentario.

    Eso era algo que siempre le gustaba ver.

    -Cierto. Hasta aquí la parte que cualquiera hubiera podido hacer.Nosotros quisimos dar un paso más e implementamos un programa dereconocimiento de voz.

    -Y decidisteis dar un paso más, nada menos que ¡hala, a leer la mente! -Jacob se echó hacia delante, dado que esta parte empezaba a interesarle más.

    -Bueno, ya sabes que leer la mente de forma literal no es posible, Jacob.Lo que hicimos fue añadir un nuevo programa que interpretaba las ondascerebrales cuando el usuario pensaba las órdenes, en vez de pronunciarlas envoz alta… y funcionó, de hecho funcionó bastante bien.

    -Alto, Stephen, para un momento -le interrumpió Jacob, alzando la mano -el reconocimiento de voz e incluso la interpretación de las ondas cerebralesson posibles con cualquier ordenador de hoy en día. Pero me estás hablandode un procesador que maneja una cantidad brutal de información, se comunicapor WIFI, envía datos a una velocidad de vértigo, procesa y proyecta imágenesen tiempo real en dos pantallas y además interpreta ondas cerebrales… ¿Mepuedes decir qué clase de procesador es capaz de hacer todo eso?

    Jacob miró a Lia, pero esta agachó la cabeza. Stephen suspiró antes decontestar.

    -Uno increíble. Y es justo el motivo por el que podrías ir a la cárcel sialguna vez hablas con alguien de este proyecto.

    Stephen intentó explicar a Jacob la evolución del proceso, ante la atentamirada de Lia. Mirada que se había endurecido, apreció Jacob. La voz de

    Stephen le obligó a centrarse.-Hubo un momento en que para que una sola unidad del dispositivo

    funcionara de forma fluida nos teníamos que apoyar en cuatro prototipos deservidores XServe, equipados cada uno con dos procesadores Quad CoreXeon y arropados por 12GB de memoria RAM cada uno… para que lavelocidad no decayera demasiado en los cálculos.

    Jacob sabía que cada equipo de esas características costaría alrededorde unos quince mil euros, un precio nada excesivo si se tenía en cuenta que elsistema equivalía a más de 30 ordenadores personales, pero complicado de

    asumir por un usuario.

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    -¿Y cómo habéis comprimido un servidor de 50 kilos en una cajita demenos de 300 gramos? -preguntó entre divertido y curioso -Por no hablar delprecio, claro.

    -Jacob, esta es la información más clasificada. Al principio, ni con los

    XServe a pleno rendimiento, el programa iba fluido. A veces se atrancaba y lostextos y las imágenes iban mal sincronizados con el entorno, de forma que lagente se mareaba al utilizarlo.

    -¿Y…? -Jacob arqueó una ceja.

    -Pues que la solución apareció de forma casi milagrosa la primera vezque la empresa que nos subvenciona nos visitó para conocer los avances delproyecto. Ese día enseñamos un proyecto en una fase muy verde y casi en uncallejón sin salida. Ellos se se mostraron muy satisfechos.

    -¿Satisfechos? -Interrumpió de nuevo Jacob

    -Eso es lo sorprendente -respondió Lia con voz temblorosa -piensa en loque enseñamos, un maravilloso aparato de realidad aumentada que necesitabaun carro, un enchufe cercano y que provocaba vómitos y mareos. Paranosotros fue un completo fracaso, mostramos un genial prototipo de unamaravillosa idea pero al que le quedaban diez años para poder ser usado en lacalle.

    Lia siempre había sido muy dura con sus fracasos, pensó Jacobcontemplando sus ojos. Stephen retomó el hilo.

    -Para nuestra sorpresa, las personas que vinieron a la presentación nosdijeron que estaban muy contentos con nuestros avances. Dijeron que sólonecesitábamos una, digamos pieza, que nos harían llegar y que podíamos usarcon ciertas condiciones: no debía manipularse ni ser utilizada para ninguna otracosa que no fuera este proyecto. Por supuesto no podíamos contar nada bajopena de unas gravísimas sanciones que ya conoces. Vamos, que esa pieza…no existía fuera de aquí.

    Jacob se dio cuenta de que a Stephen le estaba costando encontrar las

    palabras y algo le dijo que no era por hablar en español.¿Qué es lo que no quiere contar?

    -Al cabo de unos días nos entregaron un chip, en concreto un nuevoprocesador, un prototipo.

    -¡Y qué procesador! -interrumpió Lia -Recuerdo la primera prueba quehicimos nada más acoplarlo al dispositivo de bolsillo… ¡Ninguno nos creíamoslos resultados!

    -Que no son otra cosa que lo que has probado hoy -interrumpió Boggs –Ese chip se entiende a la perfección con nuestro código y lo procesa a una

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    velocidad mil veces superior a los anteriores… ¡sin calentarse nada! Ese chipes asombroso.

    -Y nuestro proyecto con él, el invento del siglo -puntualizó Lia -Si ese chipno es muy caro, en unos meses el aparato podría estar en la calle y todo el

    mundo querrá uno. ¿Quién iba a querer moverse sabiendo todo lo que sepierde cuando no lleva nuestro dispositivo? ¡Es el invento del año… o del siglo,que casi ni ha empezado! -Terminó su frase sonriendo, radiante.

    Lo que daría por verla así siempre…

    -Eso sí, hay una pega muy importante -añadió Stephen al tiempo que lasonrisa de Lia se esfumaba- Que es el motivo por el que estás aquí. Ya hascomprobado que nuestras rutinas de lectura de ondas cerebrales funcionanmuy bien gracias a la potencia del chip, ya que estas rutinas están… pocodepuradas.

    -Pues para estar poco depuradas casi parecen leer la mente. Supongoque será una sensación falsa fruto de la velocidad del procesador, queinterpretará las ondas…

    -No… -le detuvo Boggs -…el dispositivo no es que actúe interpretandonuestras ondas cerebrales tan rápido que parece anticiparse a nuestropensamiento. Lo hemos comprobado.

    Jacob se pudo rígido.

    No, no puede ser cierto…

    Un escalofrío le recorrió la espalda cuando Stephen materializó conpalabras lo que estaba pensando.

    -Lo que está ocurriendo, Jacob, es que sabemos que el programa envíaórdenes antes de que nosotros generemos las ondas. Es decir, que sabe loque vamos a pensar antes de que nosotros lo pensemos.

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    “El que piensa en la muerte está ya muerto a medias.”

    Heinrich Heine

    Capítulo 04

    Puentes en Venecia

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    Jacob miró a Stephen y a Lia. Ella asintió.

    -Volvamos al laboratorio, Jacob. Es mejor que esta parte te la expliquenLia y Chen.

    Se levantaron y regresaron al enorme laboratorio semicircular. Losoperarios ya habían recogido la pantalla desplegable, que ahora estabaenrollada en un lado de la sala. Un grupo de técnicos estaba revisando datosen los ordenadores del centro de la estancia, mientras otros tecleaban a todavelocidad o discutían frente a alguno de los muchos monitores que poblaban lasala.

    -Lee, ¿puedes venir un momento? -Indicó en voz alta Stephen mientrasse acercaban a un grupo de técnicos que, sentados frente a sus monitores,contestaban a lo que parecían las preguntas de una verificación rutinaria que

    estaba realizando el asiático. Este alzó la vista de su tableta digital y miró algrupo de tres personas, sonriendo.

    -¡Ya me preguntaba cuándo ibais a venir a verme!

    -Parece que aún tienen alguna pequeña sorpresa que darme, si es queeso es posible -contestó Jacob, sonriendo al joven científico.

    Chen miró interrogante a Lia y Stephen. Este le hizo un gesto de calma.

    -Aún no le hemos explicado en qué punto estamos ahora, Lee. Megustaría que lo hicierais vosotros dos. Cuando quieras, Lia.

    Ella comenzó a hablar, en un tono neutro.

    -Él ya conoce que nuestro dispositivo de realidad aumentada sabe lo quevamos a pensar incluso antes que nosotros mismos, aunque aún parece tenerdudas. Es importante que conozca… los primeros hallazgos que obtuvimos enlos experimentos posteriores.

    Inspiró antes de seguir, algo que a Jacob no le pasó desapercibido.

    -Tras la sorpresa inicial por el chip retomamos nuestro trabajo y seguimosdesarrollando el software de interpretación de órdenes. Casi todos los díashacíamos una prueba similar a la que has hecho tú. Por favor, Chen, explícaleesto.

    -¡Por supuesto! -comentó Lee, encantado de poder dirigirse a Jacob -Enlas pruebas, el protocolo siempre era el mismo. Primero probábamos un paseomás o menos libre y luego el sujeto empezaba a dar órdenes al aparatosiguiendo un grado ascendente de complejidad. Estas órdenes eran primeroverbales y luego mentales.

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    -¿Del tipo “busca un restaurante de un estilo, o una discoteca de moda”? -dijo Jacob, sonriendo

    -¡Más o menos! -dijo Lee con una sonrisa -al principio, las pruebas sólolas hacía un grupo reducido de personas, ya que las órdenes tenían que ser

    muy concretas, con el fin de no forzar el procesador con pensamientos maldirigidos.La idea vino cuando empezamos a usar el nuevo chip. ¡Descubrimos que

    podíamos escribir código sin optimizarlo, ya que ese chip lo procesaba sininmutarse, como un demonio devorando almas!

    Para sorpresa de Jacob, algo le dijo que esa comparación no era enabsoluto desacertada.

    Lia interrumpió a Chen.

    -Así que avanzamos a pasos agigantados en el software, pero en algúnmomento cometimos… un error.

    Chen se sonrojó.

    -Es cierto, la culpa creo que es mía. En algún lugar hemos metido la patay ahora mismo el programa hace, digámoslo así… más cosas de las quedebería.

    Jacob arqueó las cejas

    -¿Cómo que más cosas? ¡Hará las que hayáis programado que haga!Lee le miró con gesto preocupado.

    -No… del todo. En algunos momentos de las pruebas pedimos al usuarioque vagara de forma libre por el entorno virtual. Y nos empezamos a encontrarcon curiosos hallazgos. Tras una sesión de pruebas que realizó uno de mistécnicos, al día siguiente me dijo que quería hablar conmigo a solas. No le diimportancia, pero me di cuenta de que él sí estaba preocupado. Me dijo quedurante el rato que había estado caminando por una simulación de Nueva Yorkhabía pasado por la puerta de al menos una docena de bares y siete licorerías.

    -Supongo que el chico estaría pensando en tomar un trago y entre elsimulador y la enorme oferta alcohólica de esa ciudad, debió sentirse como unborracho empedernido ¿no? -sonrió Jacob.

    -Eso pensé yo, pero la historia era algo más compleja. El chico fuealcohólico antes de entrar a trabajar en este laboratorio. Ahora lleva añosrehabilitado y sin probar gota de alcohol, según afirmó de forma rotunda.

    Jacob notó un hormigueo que precedió a las palabras de Chen.-El problema es que cuando hizo el experimento ni siquiera sentía el más

    mínimo deseo de beber.

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    -¿Me está diciendo que el aparato no sólo sabía que su técnico había sidoalcohólico, sino que además le inducía a beber?

    -No, en absoluto -saltó Chen -¡Le aseguro que mi software no haría esonunca!

    Boggs y Lia le miraron apesadumbrados. Estaba claro que ellos tambiénlo habían pensado.

    -Lo que creo que ocurre es que, como todos sabemos, la rehabilitación deun alcohólico nunca es completa. Sólo su fuerza de voluntad le mantienealejado de la bebida.

    -Hasta donde sabemos, eso es cierto -añadió Boggs.

    Lee continuó, agradeciendo las palabras de apoyo.

    -Barajamos que el análisis de ondas detectara un deseo oculto del técnicoque él mismo tiene anulado en su pensamiento consciente… Vamos, que él nosentía el deseo de beber, pero su subconsciente sí. El dispositivo lo percibió yle buscó opciones para saciar ese deseo… oculto.

    -¡Pero eso es muy peligroso! -le interrumpió de nuevo Jacob –Imagíneseque ese aparato empieza a ofrecer posibilidades de satisfacer nuestros viciosocultos… incluso aquellos que ni conocemos!

    -Eso mismo nos temimos nosotros -replicó Lia con gesto más serio -Poreso decidimos que, adelante y en todos los experimentos, habría unos 15minutos de plena libertad y registraríamos todo. Más tarde, Chen o yoentrevistábamos a la persona que había probado el dispositivo y leinterrogábamos.

    -¿Y alguno más dijo algo así de llamativo? -preguntó Jacob, clavando enella su mirada. Lia permaneció quieta unos segundos y tras un leve temblor delbrillo de sus ojos miró a Chen para que continuara él.

    -Uno de los técnicos pasó por la puerta de varios prostíbulos del centro deMadrid y acabó mirando un escaparate de un Sex-shop muy conocido. Me

    comentó que era un adicto al sexo, pero me juró que eso era lo último en lo queestaba pensando al hacer la prueba. Un operario de mantenimiento visitóvarias iglesias en París y aunque me señaló que le pareció muy normal pues esun ferviente cristiano, admitió que no se le pasó por la cabeza el ir a verlas,sólo se dejó llevar por el dispositivo. Otro técnico muy joven me admitióavergonzado que en su prueba había terminado en uno de los barrios de Romadonde es más fácil conseguir marihuana. Me aseguró que él ya hacía muchoque no tomaba nada. Podría seguir con una larga lista, doctor Assavar…

    Jacob no podía salir de su asombro. Las consecuencias eraninimaginables.

    Debería haber pedido más sueldo…

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    -Pero fue otro caso el que nos hizo parar el proyecto hasta conseguir queusted viniera -siguió Chen, apesadumbrado.

    Lia continuó en un tono muy serio.

    -Jacob, una semana antes de que Stephen te llamara por teléfono, uninformático del equipo de Chen estuvo paseando por las calles de Venecia ensu prueba. Se detuvo en todos los puentes por los que pasó, asomándose.

    A Jacob se le erizó el vello.

    Los puentes no sólo sirven para cruzar ríos…

    -Cuando Chen lo entrevistó más tarde casi le dio un infarto. Al preguntarlesi le gustaba asomarse a los puentes, el informático le contestó que nada máslejos de la realidad -comentó Lia con lágrimas en los ojos.

    No hace falta que sigas, Lia, creo que sé cómo acaba esta historia –dijoJacob, con un hilo de voz mientras se acordaba de cierta noticia.

    -No, Jacob, déjame que te lo cuente -los ojos de Lia ya estabanempapados.

    -El técnico le dijo a Chen que el año anterior había sido el peor de su vida.Su mujer le había abandonado y sus padres habían fallecido en un accidente.Solo en la vida y sin aspiraciones, había estado a punto de suicidarse en variasocasiones. ¿Sabes cómo?

    -Sí, Lia, lo sé -dijo Jacob decidido a no hacerle pasar el mal trago –Me juego mi carrera a que es la persona que se suicidó desde el puente de laautovía cinco días antes de que Stephen me llamara, ¿verdad?

    Lia no pudo contestar.

    Estaba llorando.

    Stephen interrumpió el momento de tensión.

    -No podemos ni debemos precipitarnos en las conclusiones de todo esto.

    Lia, ve al baño o descansa un rato si te parece bien. Ya hemos hablado muchosobre este suceso y nadie debe sentirse culpable.

    Lia se dio la vuelta sin mirar a Jacob ni a Lee. Stephen continuó.

    -Jacob, ante todo me gustaría dejar clara una cosa. Estoy seguro de queAlexis, el técnico fallecido, tenía planeado sucidarse antes o después.

    Puede que durante su prueba visitara puentes, pero concluir por ello que eldispositivo influyera de alguna manera creo que es erróneo. El dispositivo no leempujó a saltar desde la autovía dos días después, desde luego. Quizás el falloque cometimos fue que, a raíz de lo que le contó a Lee, decidí darle dos días

    libres para que descansara un poco y él lo interpretara como una falta deconfianza.

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    Jacob decidió que era el momento de empezar a opinar.

    -Puede que el aparato no le impulsara en el último momento, pero lológico es pensar que pueda existir alguna relación. Y si no es así, debemos

    demostrarlo. Tenemos que garantizar que el dispositivo no influye sobre laspersonas induciéndolas a beber, drogarse, saltar por las ventanas o quién sabequé. Ni siquiera deberíamos seguir con las pruebas sin esa garantía.

    Lee estaba cabizbajo pero se atrevió a contestar.

    -Ése es el motivo por el que está usted aquí, doctor Assavar. Hemosrevisado el código mil veces y, a pesar de que creemos que no hay nadaanormal, me sigo sintiendo con responsabilidad. Cuando nos enteramos de…la noticia, presenté mi dimisión.

    -Por supuesto, no se la admití -saltó Stephen -y le propuse un trato. Élcontinuaba y yo le traía al mayor experto en neurología informática.

    -Cuando me dijo su nombre no pude negarme -concluyó Chen -Yo mesentía fracasado y me daba miedo seguir con este proyecto. Sólo la idea deque alguien como usted supervisara mi código y certificara que este es correctome ha permitido continuar con todas las consecuencias…

    ¿Con todas las consecuencias? ¿Estás seguro?

    Jacob vio a Lia aparecer de nuevo. A pesar de estar aún a varias decenasde metros podía percibir sus preciosos ojos, tristes y aún congestionados. Verlaasí le enternecía y se dio cuenta de que él era el apoyo que ella másnecesitaba ahora.

    -Stephen y Lee, me acabáis de plantear el mayor reto de toda mi vida -empezó a decir Jacob -Llegados a este punto, cualquier persona coherentedebería recomendar paralizar este proyecto y empezar la programación desdecero, repasando el software línea por línea antes y después de cada prueba.

    Stephen torció el gesto pero Jacob levantó la mano en señal de paciencia

    antes de continuar.-Entiendo que tendréis unos plazos de entrega.

    -Cierto. Si esto no es viable en seis meses, nos retiran la financiación. Deahí la prisa en contratarte y las condiciones de tu contrato -contestó Stephen.

    -De acuerdo. Empezar de cero con el software nos llevaría más. Sólo unprimer código ejecutable nuevo supondría…

    -Dos meses -le interrumpió Lee -Con la primera versión tardamos cuatro,

    pero como ya tenemos mucho aprendido, creo que podríamos reducirlo a dos.

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    -Olvídalo -dijo Jacob -aunque tardáramos dos meses en tener unaprimera versión, dudo que en cuatro pudiéramos presentar una versióncompleta y operativa, ¿verdad?

    -No, Jacob, eso sería imposible -reflexionó Stephen, que miró a Lia, ya

    incorporada de nuevo al grupo -no podemos pedirte que crees en seis mesesun código que nosotros hemos tardado en desarrollar dos años.

    -Stephen, no podemos escribir el código de nuevo ni repasar línea a líneael actual, no tenemos tiempo. Pero creo que podemos seguir adelante con laspruebas y el desarrollo del dispositivo, mientras… cazamos el código que hagenerado todo este problema.

    -¿Cómo, Jacob? -preguntó Lia, aún con signos de congestión en sus ojos- ¿Cómo piensas cazar unas líneas de código mientras desarrollamos unaspruebas que no sabemos si son seguras?

    -¡Creo que yo ya lo sé! -dijo Lee con expresión más optimista.

    Jacob le miró y por su expresión intuyó que Lee iba encaminado, así quesonrió y le dejó hablar.

    -El doctor Assavar no va a buscar el código línea a línea. Eso es lo quecualquiera haríamos. Va, como ha dicho Lia, a cazar de forma literal el códigoerróneo… ¿haciéndole salir de su madriguera?

    Todos se giraron hacia Jacob, que sonreía de oreja a oreja.

    -Tan cierto como que para ello necesitaré un cebo.

    -¿Es que quieres que muera otra persona? -preguntó Lia mientras dejabalos cubiertos sobre la mesa.

    Ambos estaban sentados en una de las mesas de la cafetería, aún nomuy concurrida. Jacob estaba encantado de estar a solas con ella, pero sucompañera no parecía sentir lo mismo.

    -¿O es tu eterno afán de protagonismo el que te ha hecho decir esatontería del cebo?

    -Llámalo como quieras, pero es una gran idea. Podríamos estar añosrevisando las líneas de código y no encontrar ningún error. Los programas deinterpretación neuronal funcionan de forma integrada. Es decir, a lo mejor todoslos fragmentos de código cumplen con su función, pero si juntas varios sepueden originar circuitos no planificados. Así funciona la mente humana, al fin yal cabo.

    -Sí, vale, tu eterna teoría de que el todo es más que la simple suma de

    sus partes… -contestó ella, con gesto agrio.

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    -Exacto -señaló Jacob mirándola a los ojos -sabes que una persona esmucho más que la suma de sus recuerdos y su pensamiento lógico. Lasdecisiones que tomamos no sólo dependen de nuestra memoria y nuestroraciocinio. Si fuera así, nuestros actos podrían ser anticipados. A esos factoreshay que añadir una casi infinita cantidad de microvariables que modulan

    nuestras decisiones. Por eso las circunstancias influyen tanto en nuestrasvidas… no existe la casualidad en nuestras decisiones, aunque estas a vecesparezcan caóticas, sino la causalidad.

    -Y eso es lo que nos distingue de las máquinas ¿no? Aunque en algunosno parece aplicarse… -Lia lanzó uno de sus habituales dardos a Jacob, al quesiempre le había tachado de cerebral.