reflexiones sobre el self y su transformación en el
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1 Este artículo de reflexión es producto de un proceso de análisis interpretativo, realizado para obtener el título de especialistas en
Psicología Clínica con Énfasis en psicoterapia en Niños, niñas y Adolescentes de la Universidad Católica de Pereira. Septiembre
de 2020 2 Psicóloga egresada de la Fundación Universitaria Claretiana, Candidata a Especialista en psicología clínica de la Universidad Católica de Pereira: [email protected] 3 Psicóloga egresada de la UNAD, Especialista en gerencia del talento humano de la Universidad de Manizales, Candidata a
Especialista en psicología clínica de la Universidad Católica de Pereira: [email protected] 4Director, psicólogo egresado de la Universidad de Manizales, Especialista en Consultoría y psicoterapia Sistémica; Docente en Especialización en Clínica con niños y Adolescentes en la Universidad Católica de Pereira: [email protected]
Reflexiones sobre el self y su transformación en el encuentro terapéutico 1
Liliana Andrade Córdoba 2
Paula Andrea González 3
John Walter Ceballos Osorio4
Colombia
2020
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Resumen
El objetivo de este artículo es reflexionar sobre el Self y sus transformaciones en el encuentro
terapéutico. Se exploran tres temáticas centrales como son la relación terapéutica, el Self y la
autorreferencia, describiendo luego la manera como estas se entretejen para la transformación del
self en el proceso, especialmente desde los aportes teóricos que presentan las posturas
constructivistas y construccionistas, las cuales describen nuevas concepciones del Self que lo
capacitan para venir a este encuentro con una serie de recursos que en su estructura autopoiética,
en el lenguaje y en su ser social le permiten auto-actualizarse, fortalecer su autonomía y
resignificar las historias de vida. La propuesta valida también el cambio del terapeuta,
concluyendo que la psicoterapia es un camino hacia la transformación del self del sistema
terapéutico.
Palabras clave: Auto referencia, Encuentro terapéutico, Psicoterapia, Terapia sistémica, Self.
Abstract
The objective of this article is to reflect on the Self and its transformations in the therapeutic
encounter. Three central themes are explored, such as the therapeutic relationship, the Self and
self-reference, then describing the way in which these interweave for the transformation of the
self in the process, especially from the theoretical contributions presented by the constructivist
and constructionist positions, which describe new conceptions of the Self that enable him to
come to this meeting with a series of resources that in his autopoietic structure, in language and
in his social being allow him to update himself, strengthen his autonomy and resignify his life
stories. The proposal also validates the change of the therapist, concluding that psychotherapy is
a path towards the transformation of the self of the therapeutic system.
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Keywords: Self-referral, Therapeutic encounter, Psychotherapy, Systemic therapy, Self.
Reflexiones sobre el self y sus transformaciones en el encuentro terapéutico
Reflexionar sobre la transformación del self en el sistema terapéutico, significa dar
importancia a lo humano y dar luz sobre, la capacidad de auto-crearse, de tener límites propios y
de reconocer la narración de experiencias, además de, aportar en la comprensión del cómo se
forja la identidad en relación con el otro. En esta misma línea de ideas existen autores que
esbozan la necesidad implícita por parte del terapeuta, de desarrollar la habilidad de utilizar su
biografía, sus vivencias y experiencias emocionales con el fin de identificarse y a la vez, de
diferenciarse de sus consultantes (Szmulewicz, 2013).
Así, cada proceso terapéutico se convierte en único e irrepetible; y por consiguiente es
sustancial aclarar que, esto no significa que el terapeuta no haga uso de los conocimientos y
técnicas, sino que, debe de generarse una unidad entre vivencias personales y conocimientos
profesionales.
Por otro lado, se puede decir que esta reflexión sobre el self y su transformación en el
encuentro terapéutico se hace significativo en el ejercicio de la psicología tanto de profesionales
como psicólogos en formación, porque permite una definición del estilo terapéutico. Tal y como
lo afirman Archobold et al. (2018) “es importante precisar que, el proceso de observación y
autoobservación en el marco de referencia guía la conformación de su estilo terapéutico” (p.77);
y, por consiguiente, esta reflexión da luz de un marco teórico de referencia y un recurso que
aporta herramientas personales para el terapeuta y que serán útiles a la hora de intervenir.
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Esta reflexión se logra realizar a partir de la búsqueda de bases de datos bibliográficos
confiables, logrando identificar una relación muy estrecha entre el trato terapéutico, el self y la
autorreferencia; con la finalidad de comprender el cómo se da lugar a la transformación del self,
tanto del terapeuta, como del sistema consultante en el resultado de la psicoterapia.
Así mismo, se puede identificar, que es de gran importancia que los terapeutas estén en una
constante observación de su self, y de lograr deconstruir un estilo terapéutico que pueda generar
éxito en estos procesos. De acuerdo a lo anterior; Olmos, Moreno y Ceballos (2020) destacan:
“la importancia de los procesos autorreferenciales en la construcción del estilo
terapéutico, dado que son un recurso útil para que cada profesional pueda darse a la tarea
de revisarse a sí mismo, pudiendo determinar cuáles son sus características, qué tipo de
terapeuta es y traer al presente aquello de su historia que influye directamente en cómo
hace terapia”. (p.18)
Se puede decir que, en el proceso terapéutico no solo se presenta una transformación del
sistema del consultante; sino que también, existe una transformación del sistema del terapeuta.
Así como el consultante acude en busca de ayuda porque siente incomodidad con algún
aspecto de su vida, de igual manera el terapeuta se forma porque algo lo incomoda, algo
de sí y algo en el mundo, buscando un cambio que espera lograr a partir de ayudar a
cumplir con la necesidad de cambio de los consultantes, la terapia sistémica obliga al
terapeuta a ser sujeto en búsqueda constante del cambio personal, es decir, él también
asiste a terapia con el objetivo de cambio y esto se logra a partir de la auto referencia.
(Moreno, et al., 2020, p.19).
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Desde la perspectiva de Bowlby (1989) la relación terapéutica, está determinada tanto por la
historia del consultante como por la historia del terapeuta, quien deberá de ser consciente de su
propia contribución a la relación para poder actuar construyendo un vínculo (Dueñas, 2016). Es
por esto que, la emergencia del self en el encuentro terapéutico, es importante como herramienta
que permite el éxito de la psicoterapia.
Elkaim (1998) se interesa por el proceso de, cómo el observador emerge y sigue en el proceso
de observar. Cuando este autor habla del observador, hace referencia a la observación del acto de
observar. En donde, el acto de observar es un proceso reflexivo, que permite comprender como
el self es transformado en medio del encuentro terapéutico, en el que se exploran elementos
importantes sobre la relación terapéutica, el self y la auto referencia, además de comprender
como cada uno de esto ayuda a identificar ese proceso de resignificación.
Habitualmente en la psicoterapia se hace fundamental la reflexión en el proceso, desde los
recursos de observar, observarse y hacerse parte del sistema que remite el concepto de auto
referencia. Así evidentemente se da lugar a la emergencia de la conciencia del sí mismo, del otro
y del sistema terapéutico, dando como resultado el encuentro entre humanos con todas sus
experiencias, recursos personales, sensaciones, pensamientos, significados, habilidades, recursos,
una herramienta poderosa que permiten la reflexión para generar cambios significativos.
Por consiguiente, este artículo genera reflexiones sobre el self y sus procesos de
transformación en terapia, respondiendo a la pregunta de: ¿cómo se transforma el self en el
encuentro terapéutico? En donde se contemplan tres (3) premisas básicas.
La primera afirma que, el self del sistema consultante se transforma en el encuentro
terapéutico. La segunda asevera que el self del terapeuta también se transforma en dicho
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encuentro. Y la tercera enfatiza que, este proceso de transformación está mediado por la
intervención de dos categorías fundamentales: el establecimiento de una adecuada relación
terapéutica y la inclusión de procesos autorreferenciales de parte del sistema terapéutico.
Para tal logro, el contenido de este artículo se centra en la descripción comprensiva de las tres
categorías; la relación terapéutica, el self y la autorreferencia para, luego, ilustrar cómo se
entretejen las tres para la emergencia del self en el proceso terapéutico.
Relación terapéutica
El proceso terapéutico incluye diversos factores que interactúan entre sí, dentro de estos
existen componentes de mucha importancia como son: el terapeuta, el consultante y la relación
que se da entre ellos; además de, como esta relación influye en los resultados del proceso
terapéutico.
Si bien es cierto que, el consultante toma la decisión de buscar a un profesional que pueda
apoyarlo en un momento de su vida, en el cual, tal vez, no se siente con la capacidad de enfrentar
situaciones complejas. Esta búsqueda conlleva a que exista en la vida del consultante una
persona extraña, y esto es un paso hacia un viaje al cual se ingresa únicamente a través de la
confianza. Y es cuando el terapeuta debe ser consciente de la importancia del paso que da el
consultante al buscar su ayuda y como esa búsqueda va a generar efectos tanto en la vida del
consultante como del profesional.
Este vínculo, consultante-terapeuta, es posible si se trabaja en la empatía la cual, permite que
el sistema consultante sienta que es comprendido en sus experiencias, sus cogniciones, sus
significados y sus emociones (Bermejo, 2012). Es así como, la empatía permite que surja entre el
terapeuta y el consultante la intimidad, la cual facilita el abordaje de los conflictos del sistema en
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un ambiente de confianza que le permita la libertad de expresar lo que ocurre en su organización
interna sin sentirse juzgada (Romero y Galicer, 2010).
Para Rogers (1975) la empatía es uno de los elementos esenciales que aporta el profesional a
la relación con el consultante. Sin olvidar que también es la capacidad de percibir el mundo
interior de la otra persona y que esto en ocasiones conlleva a integrar significados personales y
privados, como si fuesen propios, pero sin perder nunca de vista ese “como sí” (Bermejo, 2012).
Buber ya en 1948 expresó que “la psicoterapia es la confirmación de la persona del otro”
(Villegas 2013, p.29). Y con un pensamiento similar, Villegas (2013) plantea que el primer paso
que demanda la relación de ayuda en psicoterapia es, acoger al otro como si fuese uno mismo.
En donde es importante expresar actitudes de respeto, interés, aprecio y afecto hacia la persona
que se atiende en consulta, a lo que el autor llama el amor terapéutico. Que no es más que, traer
al encuentro terapéutico lo que la tradición fenomenológica y existencial ha denominado la
presencia. Una relación auténtica entre paciente-terapeuta, donde el ser humano es percibido no
como un objeto para analizar; sino como, persona para comprender, es decir, una relación de
existencia a existencia en palabras del autor Binswanger (Villegas, 2013).
O de persona a persona como lo cataloga el autor Rogers en 1975 (Villegas, 2013). Sin
importar como se le nombre, es en esta fase de acogida, donde se establece el fundamento para el
desarrollo de una especie particular de relación entre el profesional y el consultante, que es
llamada por Villegas (2013) como alianza terapéutica.
Algo semejante ocurre con otros autores que definen la alianza terapéutica como, un proceso
de comunicación interpersonal entre un profesional experto, el terapeuta o psicólogo, y un agente
social, necesitado de ayuda, por problemas de salud; en donde se supone que, el terapeuta tiene
como objeto producir cambios para mejorar la salud del consultante (Andrade, 2005). Aunque,
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en otro sentido, para Weinberg, esta categoría de “la alianza terapéutica es exactamente lo que su
nombre implica: el terapeuta y el paciente trabajando juntos en armonía” (Vivas, 2016-2017, p.
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Así mismo el autor Gérard refiere que todos los enfoques terapéuticos deben considerar como
un aspecto fundamental para construir un compromiso mutuo con el consultante, teniendo en
cuenta que “la manera en la cual se desarrolla la relación depende en primer lugar de la
personalidad del terapeuta, cada uno tiene su manera de comprometerse y de entrar en la relación
con un consultante” (Ortiz, 2008, p.178).
A propósito , Relvas y Sotero (2014) consideran que las definiciones de alianza tienen en
común “la existencia de una conexión emocional o de una relación afectiva entre el terapeuta y el
cliente, así como de un intercambio de objetivos y tareas terapéuticas entre el terapeuta y el
cliente, es decir, de una colaboración mutua entre ambos” (p.34).De modo similar que Horvath y
Bedi al considerar que la alianza terapéutica representa la cualidad y la fortaleza de la relación de
colaboración entre el cliente y el terapeuta, incluyendo “los lazos afectivos entre ambos, tales
como la confianza mutua, el consenso, en el respeto y el interés(..), (..)un compromiso activo con
las metas de la terapia y con los medios para alcanzarlas(..), (..)y un sentido de asociación(..)”
(Escudero, 2009,p.252).
Además, Relvas y Sotero observan que, “aunque la relación terapéutica sea un constructo más
amplio e inclusivo que la alianza, los dos constructos son a veces usados de forma indiferenciada
en la literatura” (Norcross, 2010, p.34).
Por otro lado, Buber define la relación terapéutica como el “entre”, que es el espacio que se
da en el encuentro al generar la interacción entre personas; que se reconocen como sujetos
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activos, que viven, actúan y se comprometen con responsabilidad en el cambio, además que, en
mayor parte depende de esta relación, aunque la técnica y la teoría son importantes, nada tendría
sentido sin un encuentro entre consultante y terapeuta que promueva la confianza, el compromiso
y la empatía, que se gestan en este encuentro (Desatnik, 2013).
Desde una postura constructivista, la relación terapéutica es un encuentro de dos expertos;
según lo expresa Fiorini (citado por Celis y Ceberio, 2016): “el paciente es una mezcla de
ignorancia y saber, y el terapeuta también” (p.41). Por consiguiente, cada uno trae, al espacio de
conversación en medio de la terapia, su propia experticia, el paciente trae sus historias de vida y
el terapeuta sus conocimientos teóricos y prácticos (Celis y Ceberio, 2016).
Esta última postura corrobora el carácter transformador de la relación terapéutica, producto de
la influencia recíproca y recursiva en la que el terapeuta y el sistema consultante se influyen. En
tanto, la situación terapéutica se constituye en un espacio de aprendizaje de doble juego, dado
que: “después de interactuar en cada sesión, en un intercambio comunicacional donde transitan
emociones, prácticas y reflexiones, ni el terapeuta ni el paciente son los mismos, gracias a que
ambos han resuelto situaciones en la relación” (Ceberio y Linares, 2005, p.p. 25-26).
De modo idéntico para Corigliano (1990) “la relación terapéutica debe ser contemplada,
cuando es eficaz, como una relación de dos polos. Capaz por ello de inducir una doble
transformación: De la familia y del terapeuta” (p.221). Pero, no obstante, el reconocimiento del
carácter de mutua transformación y experticia concedida a la relación terapéutica, varios autores
califican esta como una relación asimétrica.
Enfáticamente radical es la postura de Ceberio, cuando asegura que “las relaciones
terapéuticas siempre, absolutamente siempre, son asimétricas, pues se constituyen como
relaciones de poder” (Celis y Ceberio, 2016, p. 41). O, cuando de manera similar Feixas expone
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dos razones por las cuales se mantiene esta asimetría pues, en primer lugar, el objetivo central de
la terapia es hablar de la vida del consultante y no del terapeuta y, en segundo lugar, existe un
acuerdo de pago en el que aquél remunera a éste por el servicio que le presta (Celis y Ceberio
2016).
En concordancia, para Hernández (2007) dicha relación es asimétrica porque el consultante le
permite al terapeuta influir en sus actuaciones presentes y futuras, atribuyéndole un poder y es de
esta forma que inevitablemente, el terapeuta ejerce influencias sobre el consultante buscando
condiciones que permitan generar bienestar, según sus necesidades.
En contraste Gergen (1996) propone una relación terapéutica que camina hacia la igualación y
la construcción:
El enfoque moderno del terapeuta como un cognoscente superior ha sido puesto en tela de
juicio por los escritos constructivistas (Mahoney, 1991, citado por Gergen,1996). Con todo,
para la mayoría de los constructivistas el terapeuta sigue siendo independiente de la
subjetividad del cliente. Desde el punto de vista construccionista, sin embargo, la pérdida de
autoridad del terapeuta es un dato primario; la jerarquía tradicional es desmantelada. En su
lugar el terapeuta ingresa en el ámbito no con una verdad superior sobre el mundo, sino en
diversos modos de ser, incluyendo una gama de lenguajes. Tampoco estos modos de ser son
inherentemente superiores a los del cliente/paciente. No son modos de vida, sino más bien
formas de vida que, juntamente con las acciones del cliente, pueden engendrar alternativas
útiles. Tal como los comentaristas expresan cada vez más, el terapeuta se convierte en un
colaborador, un co-constructor de significado. (p.213).
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Desde otro punto de vista Gibney sostiene que el terapeuta debe trabajar desde adentro del
sistema familiar y a la vez, ser el forastero que mira hacia adentro alejándose de una postura de
experticia. Atendiendo los sentimientos del consultante, apoyando la construcción de nuevos
comienzos, atendiendo y honrando el pasado, cultivando un nuevo sentido de identidad sin
desmeritar la experiencia del sufrimiento; además de, construir un vínculo de compromiso con el
otro a la vez se debe propiciar el desprendimiento, mostrándose como un ser humano dispuesto a
sentir lo que nuestros consultantes sienten, mientras que buscamos conducirlos a una posición
emocional distinta (Dueñas, 2016).
Es entonces como Bowen menciona que el nivel de diferenciación del terapeuta es esencial
durante el proceso terapéutico; si el terapeuta puede mantenerse interesado en la familia, pero sin
verse involucrado en su sistema emocional y al mismo tiempo recordando que, en la terapia
sistémica, la alianza terapéutica está enfocada no a un individuo sino a un sistema consultante,
así mismo es necesario que el terapeuta construya una alianza fuerte con cada miembro de la
familia, para lograr identificar la problemática y establecer los objetivos compartidos (Ortiz,
2008).
Por el contrario, otros autores destacan una actitud curiosa por parte del terapeuta, que lleva a
tener una comprensión del problema lo más parecido posible a la vivencia del consultante
(Arango y Moreno, 2009, p.142). El terapeuta, puede mostrar rasgos espontáneos como asumir
una postura cálida, empática y creativa, permitiendo comportamientos como llorar, reír,
sorprenderse etc., concibiéndose esta espontaneidad como fundamental dentro del proceso de
construcción de la relación terapéutica.
En concordancia Gibney (citado por Dueñas, 2016) menciona que una vez se le ha apostado a
un modelo que reduce la jerarquía y honra la conexión, es inevitable incluir las experiencias del
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terapeuta, sus sentimientos y emociones como parte de la ecuación, pues la relación terapéutica
es el primer elemento de diversificación, en el que el terapeuta, se permite cambiar de posición
mediante alianzas y coaliciones. En ocasiones ocupando una posición de observador de lo que
ocurre en la relación, y en otras entrando o saliendo en el sistema, permitiendo así la
transformación de la dinámica familiar (Hernández, 2007).
En concordancia, Rait sostiene que:
En la terapia familiar, la relación terapéutica no se ha construido un concepto formal, pero
cada teórico ha resaltado la importancia de establecer y mantener una relación terapéutica
positiva con la familia; destacando aspectos importantes que la diferencian de la terapia
individual; como establecer múltiples alianzas en la terapia, construir coaliciones con los
miembros con mayor necesidad de apoyo, la influencia del terapeuta sobre la familia, y la
posición del terapeuta, de acuerdo a las diferentes perspectivas o paradigmas teórico-clínicos
adoptados por el terapeuta. (Arango y Moreno, 2009, p.5)
En la terapia sistémica, la alianza terapéutica está enfocada no a un individuo sino a un
sistema consultante; desde este enfoque terapéutico, la relación del terapeuta con cada uno de los
miembros de la familia como grupo es de importancia crucial, para que la intervención tenga
éxito. Se puede decir que, el acercamiento familiar es la base sobre la cual se hace una
construcción sólida para incluir los demás elementos necesarios en el proceso terapéutico que
promueva el cambio (Vivas, 2016-2017).
Por otro lado, es de tenerse en cuenta que para la construcción de la alianza de trabajo en
psicoterapia en el enfoque sistémico se debe:
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Identificar objetivos que sirvan para toda la familia, crear acuerdos claros sobre tareas
dentro del sistema familiar, y promover un buen vínculo emocional positivo, basado en la
confianza, generándose un ambiente de seguridad y comodidad entre terapeuta y sistema
consultante, que permita expresar sus experiencias. La alianza construida debe, ser
suficientemente fuerte con cada miembro del sistema consultante que permita construir y
trabajar en los objetivos comunes, buscando el equilibrio del sistema como un proceso de
empoderamiento de la familia hacia el cambio (Escudero y Friedlander, 2019, p.15).
Por tal motivo el terapeuta sistémico debe enfocarse, antes de un proceso terapéutico, a
establecer una relación empática con el consultante y su sistema. Debe conocer como son los
dilemas, motivaciones, recursos, dificultades, prioridades y expectativas del sistema y así lograr
propiciar la inmersión necesaria para establecer un vínculo adecuado con el sistema consultante
(Romero y Galicer, 2010, p.125).
El Self
¿Qué es el Self?
Como lo expresa Daniel Siegel, médico y profesor clínico de psiquiatría estadounidense:
pocas ideas son tan pesadas y resbalosas como la noción del self. Por “self” comúnmente
nos referimos al ser particular que cada persona es, algo que lo distingue de los otros,
define los papeles de nuestra existencia juntos, persiste a través de los cambios o abre el
camino hacia lo que podríamos o deberíamos ser (Bertrando, 2011, p.215)
No hay una sola postura acerca del self, sino que este, puede ser comprendido desde distintos
paradigmas de acuerdo a la teoría que encarne y dependiendo de quién lo defina. Por supuesto,
en este artículo intentaremos describirlo en base a autores que se mueven desde diferentes
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perspectivas teóricas, haciendo énfasis, en las posturas del constructivismo y el
construccionismo.
La postura constructivista concibe los sistemas psíquicos y sociales como interdependientes y
autorreferentes, por lo cual, el Yo “se sitúa en un lugar donde cobran importancia las instancias
intrapsíquicas en interdependencia con su contexto” (Celis y Ceberio, 2016, p.43). Desde este
paradigma, “el Yo es entendido como una unidad autopoiética, es decir, como un sistema que
tiene la capacidad de crearse (poiésis) a sí mismo (auto) y de especificar sus propios límites”
(Celis y Ceberio, 2016, p.37).
Como lo plantean estos autores, esta delimitación le permite al sujeto filtrar la información
que le llega del contexto, reservándose el derecho de admisión sólo a lo que considere necesario
para la construcción; puesto que la información se transforma y se carga de significado a través
de los propios procesos internos.
En esa misma línea encontramos autores, quienes denotan que la conciencia que tiene el Yo
de ser sí mismo es un fenómeno tácito experimentado, que se expresa por medio de la
simbolización narrativa (López, 2014). Así el self, se puede describir como un conjunto de
sistemas: el sistema emocional, el cognitivo, el motor, el verbal, etc., y es lo que se denomina
self system y cuya función es la de percibirse a sí mismo y al entorno como un mundo totalmente
familiar, cercano y estable (López, 2014)
Desde esta perspectiva la aparición del lenguaje posibilita el orden de acontecimientos en
forma de episodios narrados de forma secuencial, esto permite observar la existencia de una
continuidad en tiempo y espacio en la experiencia emotiva y constituirá una estructura narrativa
de la experiencia humana (López, 2014). Así que, el lenguaje estructura la experiencia emocional
permitiendo la articulación de la experiencia en una especie de trama narrativa, con
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características temporales y espaciales; y es por esto que, la identidad personal en el aspecto
explícito da paso a generar una identidad narrativa; en donde tal fenómeno solo se puede
desprender de la capacidad del self system al experimentarse a sí mismo como sujeto (López,
2014).
El self, desde esta perspectiva, encuentra su evidencia en lo social, gracias a que el self system
hace uso de las experiencias simbolizadas por otros para determinar aspectos confusos de su
experiencia.
Por otro lado, dentro de las posturas construccionistas el concepto del self “es una
construcción conversacional explícita que toma su sentido en la ejecución de un rol. El
funcionamiento y la conciencia del sujeto estarán determinadas por las pautas culturales de
acción que rigen cada contexto” (López, 2014, p.126). Es decir que el sustento del self son las
narraciones sociales.
Desde el construccionismo, solo es posible obtener información sobre nosotros mismos a
través del lenguaje, por lo tanto, el uso de las palabras ya viene permeado por ideologías,
representaciones sociales, discursos sociales, etc. En efecto, “los discursos sociales reproducidos
en las conversaciones cotidianas ofrecen el anclaje suficientemente necesario para tener noticia
del mí mismo.” (López, 2014, p.126)
Ante la pregunta ¿Qué es el self? Goolishian y Anderson (1998) cuestionan la concepción
esencialista y dualista de las teorías modernas para las cuales, el self, es una entidad
independiente, conocible, observable, medible, estable, singular, único, delimitado e integrado. A
este Yo estos autores lo denominan el “Yo encapsulado”.
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Por consiguiente, “el sí mismo no es una entidad estable y duradera, sino una autobiografía que
escribimos y reescribimos en forma constante, al participar en las prácticas sociales que
describimos en nuestras siempre cambiantes narraciones” (Goolishian y Anderson, 1998, p.299).
Por esto, el ser humano no es más que un coautor de su narración que se encuentra en
permanente cambio al momento de relatar su pasado construyendo su self a partir de estas
narraciones de identidad. Y como coautores de esta narración de identidad, estamos inmersos
desde siempre, en la historia de nuestro pasado narrado y en los múltiples contextos de nuestras
construcciones narrativas.
La autorreferencia
Desde la perspectiva de la intersubjetividad de Vizer define la autorreferencia como un
“proceso eminentemente socio subjetivo de auto observación reflexiva y de presentación del sí
mismo en sociedad. Y como marcas del ‘yo’ en tanto sujeto y actor social en el lenguaje y en la
interacción social” (Socha y Castillo, 2017, p.32). Lo anterior lleva a comprender a la
autorreferencia como la identificación que tiene el terapeuta sobre su identidad y la manera como
esta participa en un contexto.
De este modo Garzón (2008) afirma:
Aquello que se define como un sentimiento, emoción, reacción e ideación que nace en el
terapeuta durante la terapia, no tiene solamente un sentido en cuanto a la construcción del
mundo que posee acorde con su experiencia e historia personal; sino también, al sistema
consultante dentro del contexto de la terapia del cual emerge, punto que nos sirve para
proponer que lo que nace en el terapeuta puede ser indicativo de una regla importante para
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el sistema terapéutico en cuanto a su dinamismo, evolución y su eficacia para la
transformación y el cambio.(p.163)
Por supuesto, esta tarea demanda que el terapeuta tenga disposición a un encuentro emocional
e intelectual, lo cual implica un “proceso recursivo de observar las observaciones; de este modo
se da cuenta de la reflexividad en contexto para adquirir conciencia de sí mismo, del otro y del
nosotros que emerge en los encuentros humanos” (Garzón, 2008, p.p.161-162).
En palabras de Castañeda, Abreo y Parra (2005)
La autorreferencia se ha definido como la posibilidad que tiene el psicólogo de evaluar el
impacto de su intervención a partir de la observación de su relación con el sistema familiar,
poniendo en juego su sistema de creencias construido a partir de prejuicios, constructos
personales, mitos familiares y valores culturales. (p. 25)
Como lo explican Castañeda et al. (2005) la autorreferencia se hace muy necesaria en el
proceso terapéutico, debido a que en la cibernética de segundo orden las observaciones del
observador dicen más de sí mismo que del fenómeno observado, es decir que en los procesos de
intervención “se ve lo que se puede y se quiere ver” (p.22) corriéndose el riesgo de confundir las
apreciaciones del interventor con las verdaderas necesidades de la familia. La autorreferencia le
permite al terapeuta tomar conciencia de esto y ponerlas al servicio del proceso, ganado
comprensión del motivo de consulta.
Así en la intervención sistémica la observación de sí mismo es fundamental donde se
involucra el saber, el hacer y el querer, desde su integralidad como persona y como profesional
(Cruz Fernández, 2009). Por ello, durante el desarrollo de la terapia, la autorreferencia le permite
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al terapeuta comprender desde nuevas perspectivas y posibilidades, aspectos que se remontan al
proceso personal y al quehacer laboral. (Páez, M.L., et al, 2018).
Además de que el concepto de autorreferencia se relaciona con el enfoque sistémico, según
Garzón (2008) con el ejercicio ético desde la práctica clínica, que demanda del terapeuta, a partir
de su propia forma de hacer terapia, asumir que es más que un experto que enseña el arte de
vivir, el terapeuta es un ser humano que se reconoce a sí mismo y reconoce al otro en sus
experiencias y capacidades para construir nuevos significados.
Para Elkaim (1989) el terapeuta sistémico se enfrenta al problema de la autorreferencia. En
efecto “Lo que describe el psicoterapeuta surge en una intersección entre su entorno y él mismo:
no puede separar sus propiedades personales de la situación que describe” (p. 15). Así pues, lo
que siente el terapeuta remite no solamente a su historia personal, sino también al sistema en que
estos sentimientos emergen. Pues en última estancia, el sentido y la función de esta experiencia
vivida se vuelven herramientas de análisis y de intervención al servicio mismo del sistema
terapéutico.
Por lo tanto, se enfatiza en la ubicuidad de los sentimientos del terapeuta en el proceso
terapéutico, es decir, la imposibilidad de no auto-develarse frente al paciente y de no alterarlo al
punto de influir activamente en la transferencia (Szmulewicz, 2017). Por esto, la relación
paciente-terapeuta está continuamente cambiando y están siempre afectándose el uno al otro. La
auto-develación del terapeuta conduce a una menor aparición de fenómenos de transferenciales
disruptivos.
En concordancia, Aron (2006) afirma que como resultado de un ajuste en el desencuentro
surge la posibilidad de aceptar la subjetividad propia, la del otro y, al mismo tiempo, reabrir el
espacio intersubjetivo, para preservar así la mutualidad y el reconocimiento, en desmedro de la
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complementariedad en la que, tanto paciente como terapeuta, pueden identificarse sólo con una
posición. (Szmulewicz, 2017)
Según Elkaim (1998), el sentimiento que nace en el terapeuta no tiene sentido solo en su
economía personal, sino también, en la economía del sistema terapéutico, teniendo en cuenta
que, si el terapeuta sigue los sentimientos que nacen en su interior sin analizarlos, puede llevar a
reforzar en el proceso terapéutico las construcciones del sistema consultante y las propias,
además de que, “el terapeuta deberá analizar primero la utilidad de lo que siente con relación a
su propia historia antes de verificar su pertenencia con respecto a las reglas del sistema familiar
con que tiene que vérselas” (Elkaim, 1998, p.69), pues si su historia es importante para el
terapeuta, también lo será para el sistema consultante al descubrir o dar luz del vínculo que lo
liga al sistema dentro del proceso psicoterapéutico.
Y por último Garzón (2008) afirma que la autorreferencia en el proceso terapéutico:
Es un principio organizador del conocimiento experiencial que se construye conjuntamente en
la formación y en la terapia, y también como estrategia de generación de recursividades entre
dominios emocionales, experienciales y cognitivos asociados a las dinámicas relacionales de
los terapeutas, los consultantes y los sistemas de formación. (p.160)
Un acercamiento a la resonancia y el ensamble.
Algunos autores al hablar de resonancia hacen referencia a una regla que opera tanto en el
sistema consultante como en el sistema familiar nuclear, o, en el de la familia de origen del
terapeuta. Además, depende del desarrollo personal y continuo del terapeuta, el estar atento, para
poder distinguir la resonancia y usarla a conveniencia en la terapia. Cabe resaltar que la
20
resonancia se entiende, en la medida que se aplique una misma regla, en la familia nuclear o, de
origen del paciente, en la institución en la que el paciente es recibido, en el grupo de supervisión,
etc.; todo al mismo tiempo. (De Pablo, 2017)
No obstante, la resonancia puede jugar en contra o a favor de nuestro buen desempeño
profesional, dando paso a el desarrollo de obstáculos particulares que impidan al terapeuta,
pensar y actuar con libertad, debido a lo que algunos autores llaman, la resonancia perturbadora.
Por lo tanto, se precisa de un proceso catalizador entre la resonancia y la respuesta del terapeuta.
El cual se pude llevar a cabo con el registro de lo que pasa con nosotros mismos (terapeuta), la
reflexión acerca de lo sentido y pensado, así como, por último, de la decisión de tomar acción
para cambiar esto que perturba al profesional (De pablo 2017).
Se habla de ensamblaje cuando las resonancias están compuestas por elementos disímiles
que pueden llegar a ser complementarios a las dificultades de los pacientes o que
interfieren con estas. Y en últimas, esto va a depender, nuevamente, de la capacidad que
tenga el terapeuta para ver, entender y utilizar estos principios a favor en la tarea
terapéutica. (Szmulewicz, 2013, p.63)
Así pues, para Szmulewicz (2013) tanto la resonancia como el ensamblaje, hacen referencia a
intersecciones que se producen entre la noción del mundo del sistema del paciente y la noción
del mundo del sistema terapéutico. En otras palabras, cuando se habla de la noción del mundo,
en este caso, se refiere a aquellas creencias que se han desarrollado a partir de experiencias
primordiales del sujeto y que emergen en la actualidad; tal vez así, los sujetos se encuentren en
un espacio distinto, dichas intersecciones también producirán determinados sentimientos, que no
21
pueden aparecer sino en esas circunstancias y en la medida en que algún elemento toque la fibra
sensible del terapeuta. (De Pablo, 2017).
Por consiguiente, dichas intersecciones marcadas por las experiencias y las creencias, tanto
del terapeuta como del sistema consultante, que emergen en la actualidad, producen
según Elkaim; “determinados sentimientos, que no pueden aparecer sino en esas
circunstancias y en la medida en que algún elemento toca la fibra sensible del terapeuta”
(Szmulewicz, 2013, p.63).
Emergencia del self en psicoterapia a través de la relación terapéutica y la autorreferencia.
En la psicoterapia se trata con un sujeto que tiene un mundo, subjetivo, interno y propio, que
emerge y se transforma permanentemente en las relaciones con los demás en los distintos
ámbitos de la relación. Los procesos psicológicos permiten dicha emergencia de un sujeto, de un
ser que se diferencia de otros, paradójicamente en constante relación con los demás en sus
contextos significativos. (Estupiñán, Hernández y Serna, 2017).
Como lo plantean estos autores, las personas que vienen a terapia llegan con un self
congelado, arrinconado, un ser perplejo en un mar de confusiones, que viene en busca de un
panorama más amplio que le permita recuperar libertad y autonomía. La terapia, por tanto, tiene
como objetivo viabilizar un proceso que desatasque el self, crear comprometidamente un
contexto relacional de confianza que blinde al self y que le permita exponer sus intimidades con
garantía de confidencialidad y de no ser juzgado. Pero, dicho logro no debe darse a conveniencia
de las creencias del terapeuta, sino de lo que el consultante quiere y considera que le conviene.
Desde la postura constructivista, el consultante llega a la terapia con una situación en la cual
presenta unas historias, que dan cuenta de la mejor versión que tiene de sí mismo hasta el
22
momento; no obstante, que le generan al mismo tiempo sufrimiento. El objetivo principal de la
psicoterapia es facilitarle un proceso, a través del cual él mismo revista sus experiencias de
nuevos significados, pues, éste tiene la suficiente sabiduría para responsabilizarse del cambio,
negociar y transformar los significados que le otorga a su experiencia. Dicho cambio se da de
manera autorreferencial donde el consultante se auto-actualiza y resignifica su discurso a través
de la autoobservación que le facilita el encuentro con el otro en la relación terapéutica (Celis y
Ceberio, 2016).
Para Goolishian y Anderson (1998) estas nuevas concepciones sobre la emergencia del sí
mismo, generan transformaciones importantes para la psicoterapia. Esta nueva perspectiva,
tomando distancia de la tradición en terapia familiar, nos introduce en el mundo de la
construcción de significados, en la que emergen nuevas auto-narrativas del self, a través del
relato de nuevas historias que surgen en el proceso conversacional, concediéndole un rol de
agentes de sus propios actos a los interlocutores que participan en él.
“Así lo que tiene lugar en la terapia no es una edición de la narración del consultante a cargo
del terapeuta, sino una conversación terapéutica que dé cabida a la transformación del Self
narrador del consultante” (, p.301) en el cual este se vuelve protagonista. “Este paradigma se
basa en la premisa de que los seres humanos son, ante todo, seres creadores de significados e
intérpretes de su propio Self recuperando su autonomía” (Goolishian y Anderson, 1998.p. 301).
Para Fried y Fuks (1998) la perspectiva sistémica se ha visto enriquecida con los aportes que,
desde los años ochenta, han dado: la cibernética de segundo orden, los enfoques constructivistas
y construccionistas, las reformas de las teorías comunicacionales, la inclusión de la
hermenéutica, la semiótica, la crítica literaria, los paradigmas del caos y la complejidad, así
23
como los paradigmas alejados del equilibrio. Y de acuerdo a lo expuesto por estos autores, estas
contribuciones han dado lugar a nuevas perspectivas en las que cobra relevancia la inclusión del
observador en la observación, la autorreferencia, la reflexividad y el sujeto en relación
contextual, en donde el sí mismo, emerge en el mundo de sus relaciones.
En consecuencia, se abandona la perspectiva esencialista del sí mismo para dar lugar a “la
metáfora del self como proceso (..), (..)a la emergencia del self y de los mundos posibles(..)”
(Fried y Fuks,1998, p.385). Desde esta perspectiva, la terapia se convierte en una práctica social
en la que “consultantes y terapeutas co-construyen en la terapia y devienen productores de
cualidades emergentes de selves y mundos posibles, a la vez que construyen epistemologías en
acto y teorías singulares” (p. 386).
Se puede señalar que para Bertrando (2011), son varios los efectos que un buen ejercicio de la
terapia sistémica genera en el self del consultante. En donde se espera que en el proceso emerja:
a) un self que ha crecido en su visión del mundo relacional, b) que ha superado el determinismo
para concebir mundos diferentes posibles en los que también hay espacio para el punto de vista
de los demás, c) un self que ha aumentado su capacidad para proyectarse y anticiparse al futuro,
d) un self que capitaliza sus recursos, autónomo y optimista; y por último, y no menos
importante, un self que cultiva el reconocimiento de sí mismo en el mundo de sus emociones.
En el viaje que implica el proceso terapéutico, Canevaro et al. (2017) afirma que allí se
establece una unión entre el self personal y el self profesional, ambos rodeados de características
fundamentales. Desde el self personal, se encuentra inmersa la influencia de la familia de origen
y la familia actual, las cuales tienen un peso significativo. Puesto que, la familia de origen deja
huella en la personalidad e influencia en la vida privada y en la vida profesional del terapeuta. El
self profesional, se mueve en un grupo de redes que se encuentran en constante relación: la red
24
profesional, donde se encuentran ubicados los contactos con colegas, escuelas terapéuticas y
asociaciones científicas, además de, la red relacional de los pacientes, donde se confirma o no, la
capacidad profesional, el bienestar económico, entre otros.
En concordancia, en el escenario terapéutico el terapeuta puede reescribir significados de su
vida a partir de la resignificación realizada por los pacientes en relación con su propia vida. Este
proceso de acompañamiento trasciende en la relación que tiene el terapeuta sistémico con el
mundo, en sus narrativas de identidad personal, en el significado que hace de sí mismo, de su
vida y de su trabajo (Szmulewicz, 2013).
En esta misma línea de ideas, según López, (2010) la identificación por parte del terapeuta, de
la idea de que es semejante al otro que aparece en consulta, debe ser tomada como una realidad
que hay que utilizar, en vez de esconderla, o creer que se puede eliminar, y poder así usarla
convenientemente en el trabajo terapéutico de manera equilibrada.
Por otra parte, Archobold et al. (2018) describen que esa identificación:
Permite comenzar a dimensionar la importancia que tiene para el terapeuta el cuidado del
self, a partir de su reconocimiento como un sujeto que posee postura emocional activa
que requiere supervisión. Así, el cuidado del cuidador y la salud emocional son
considerados asuntos vitales para mantener la curiosidad y actitud necesaria durante el
ejercicio como terapeuta familiar. (p.78)
En contraste Rodríguez y Martínez, (2015) sostienen que es la diferenciación del self, la que
se expresa en límites flexibles que facilitan la intimidad emocional y la unión física con el otro,
sin la aparición del miedo. Así, dentro del proceso terapéutico, los sistemas consultantes con
significativas diferencias se sienten libres para involucrarse en relaciones personales, sin que
25
exista un limitante en la consecución de las metas que son indispensables para el cambio
(Rodríguez y Martínez, 2015).
Para Estupiñán, Hernández y Serna (2017), el proceso terapéutico es un encuentro entre
personas, que se fundamenta en la gestación de una relación que da inicio desde la primera
sesión. Sesión que se da en un escenario propicio para la emergencia del self. Tal como lo afirma
Bertrando (2011) “las tecnologías del self emergen en lo que se conoce como reglas del
escenario. El escenario especifico de cada terapia es tal vez la determinante más fuerte para la
modificación de uno mismo en clientes y terapeutas” (p.222).
Por lo tanto, en el escenario terapéutico se da lugar a un encuentro, que permite la interacción
de dos mundos, mediante el nacimiento de nuevas narrativas, que entrelazan las vivencias
significativas tanto para el terapeuta como para el consultante. Y es por esto entonces, que, la
intersección de la construcción del mundo del terapeuta y la construcción del mundo del sistema
que consulta en los procesos dialógico-reflexivos del contexto de la terapia emerge la realidad
que está en relación directa con la idea del sistema estocástico del cambio evolutivo. (Garzón,
2008).
Discusión y conclusiones
A partir del análisis bibliográfico se argumentó desde la postura de diferentes autores, la
transformación que puede tener el self en el encuentro terapéutico, donde se comprendió la
importancia del proceso reflexivo y la co-construcción del sí mismo, que permite la emergencia
del self a través del lenguaje de las narrativas llenas de significado; tanto del terapeuta como del
sistema consultante, resaltando que la principal herramienta que tenemos como terapeutas somos
26
nosotros mismos, donde cada participante en el encuentro se reinventa y se enfrente con su vida
y su propio interior desde el proceso recursivo de observar, observarse y hacer parte del sistema.
Se destacó la importancia que tiene el primer encuentro entre el terapeuta y el consultante,
además de inferir que, ese primer encuentro es determinante para establecer la ruta del proceso,
donde el consultante hace apertura a lo más íntimo de su historia con la esperanza de ser
orientado hacia los cambios necesarios para la transformación del sistema, allí el terapeuta debe
identificar la importancia de la decisión del consultante al acudir en su ayuda.
Por consiguiente, se debe establecer un vínculo inicial basado en la empatía, la cual permite
que el consultante se encuentre en una posición cómoda que, a su vez, le permite externalizar su
historia sin sentirse juzgado. Es este vínculo el que permitirá que el terapeuta y el consultante
trabajen juntos en la elaboración de metas y objetivos que permitan el cambio del sistema; y es
cuando, el proceso terapéutico se convierte en un encuentro entre el self del terapeuta y self del
consultante, porque el encuentro terapéutico significa una relación de ayuda con un componente
de asimetría que dificulta o facilita, la identidad, la relación y construcción del self.
El self del sistema consultante se descongela y descongestiona en pro de su transformación,
en virtud del contexto de confianza que ofrece el encuentro terapéutico.
Los antecedentes demostraron que en ambas posturas tanto constructivistas como
construccionistas, el self se transforma, tanto en el terapeuta como en el sistema consultante, por
medio del encuentro terapéutico. Entonces se concluye que este es el espacio que facilita la
27
modificación de las representaciones internas del self; un self que tiene como característica la
transformación permanente en las relaciones con los demás. Por lo tanto, al existir una relación
entre terapeuta y consultante, el self empieza su movilización hacia la creación de nuevas
estructuras internas, que permiten nuevos significados. Esta movilización se ve reflejada en el
cambio de las narraciones que se tienen al inicio de la terapia; narraciones saturadas de
problemas que cambian a narraciones llenas de oportunidades de cambio.
El self del terapeuta camina hacia su transformación a través del establecimiento de la
relación terapéutica y los procesos autorreferenciales que se generan en cada encuentro
terapéutico, lo cual implica, para el mundo de la psicoterapia, la concepción de un terapeuta en
estado de crisálida, en proceso de metamorfosis, un terapeuta que deviene en construcción.
En particular compartimos la idea de que la autorreferencia como resultado de la construcción
del mundo del consultante y la construcción del mundo del terapeuta, admite generar cambios a
partir de la reflexividad tanto para el sistema consultante como para el mismo terapeuta, donde
el terapeuta debe ser precavido y usar esta herramienta de transformación constante en el
momento de realizar intervenciones y así generar cambios, al mismo tiempo que ayuda al
terapeuta a realizar reflexiones sobre su sí mismo.
En su proceso de transformación el self del sistema consultante se abre camino hacia la
libertad y la autonomía así en psicoterapia se trata con un sujeto que tiene un mundo, valga la
redundancia, subjetivo, interno y propio, que emerge y se transforma permanentemente en las
relaciones con los demás en los distintos ámbitos de la relación. Los procesos psicológicos
28
permiten dicha emergencia de un sujeto, de un ser que se diferencia de otros, paradójicamente en
constante relación con los demás en sus contextos significativos. (Estupiñán, Hernández y Serna,
2017).
No obstante, y de manera paradójica, la perspectiva sistémica, especialmente constructivista,
enfatiza la permanencia de estructuras autónomas, Autopoiéticas en cada individuo que son las
que, precisamente, le permiten apersonarse de su propio proceso de cambio. El objetivo principal
de la psicoterapia es facilitarle un proceso a través del cual, él mismo revista sus experiencias de
nuevos significados, pues, éste tiene la suficiente sabiduría para responsabilizarse del cambio,
negociar y transformar los significados que le otorga a su experiencia. Dicho cambio se da de
manera autorreferencial dado que el consultante se auto-actualiza y resignifica su discurso a
través de la autoobservación que le facilita el encuentro con el otro en la relación terapéutica
(Celis y Ceberio, 2016). Y esto se traduce, en psicoterapia, en un consultante que camina hacia la
autonomía, pero que a pesar de, ya viene con autonomía. En otras palabras, el consultante no es
ni tabula rasa ni recipiente vacío, a llenar en la terapia.
De este modo, el terapeuta promueve el cambio del sistema consultante, pero no es
responsable del mismo. Desde la postura constructivista, el cambio está exclusivamente en
manos de las estructuras autopoiéticas del sistema consultante. Por tal motivo, las autoras de este
artículo cuestionan las pretensiones de imprescindibilidad y de grandeza que algunas veces se
promueve depositar en la experticia de la persona del terapeuta como agente del cambio. El
terapeuta promueve la transformación del sistema consultante, pero no es su protagonista.
29
Poner la confianza en los procesos autopoiéticos trae bastante descanso y alivio,
especialmente a terapeutas que recién inician en el campo de la psicoterapia y a aquellos que
tienen la tendencia a quedar atrapados en un rol mesiánico. Para el terapeuta, autorreferenciarse
con esta comprensión en el encuentro terapéutico, no sólo le permite caminar emocionalmente
más ligero de equipaje; es decir, libre de la carga estresante que le impone el rol de salvador, sino
también, el hecho de caminar hacia el autocuidado y la vigilancia de su propio proceso de
transformación, todo ello gracias a los procesos autorreferenciales que facilitan el crecimiento
del self personal y profesional.
Lo abordado en este articulo da pie para su continuidad y profundización en futuras revisiones
e investigaciones; así, por ejemplo, sería muy interesante explorar la temática desde las
diferentes etapas del ciclo vital del sistema consultantes en especial en infancia y adolescencia;
sugiriendo la pregunta ¿Cómo se transforma el Self en psicoterapia cuando el abordaje familiar
nace de la demanda clínica para niños, niñas y adolescentes?
30
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