reflexiones sobre fundamentos del comportamiento colectivo

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Al sentarme a escribir estas líneas me asaltan multitud de ideas y de dudas (también de resistencias, por qué no admitirlo) sobre lo que estoy leyendo. He descubierto (o mejor, redescubierto) conceptos y puntos de vista que colocan patas arriba planteamientos que durante siglos se han mantenido intocables para el pensamiento político moderno, aunque ya aparecían –y con más profundidad- en El experimento moderno. Esto me deja en una situación de perplejidad y de incomodidad ante tal avalancha de nuevas perspectivas, pero, al mismo tiempo, con mucha curiosidad por aprender más al respecto. En Fundamentos del comportamiento colectivo, de Alexander y Margarete Mitscherlich, se encuentran reunidos una serie de trabajos de diferente extensión con un punto en común: el comportamiento político, de los alemanes en particular, y del ciudadano de finales del siglo XX en general. Son una pareja de psicoanalistas que escriben sobre política porque, como ellos dicen, “acaso la politología y el psicoanálisis no sean tan distintos como a primera vista parece” (p. 320). De la observación y de la experiencia terapéutica con sus pacientes, utilizando el método freudiano, han extraído una serie de conclusiones atrevidas sobre la situación política de Alemania, su país, y del mundo que les rodea. A los autores les preocupa fundamentalmente que sus conciudadanos no se sientan culpables por los horrores de los que fueron protagonistas en la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes han seguido viviendo sin ningún remordimiento de conciencia, sin querer asumir ninguna responsabilidad por lo sucedido. De igual manera que se acomodaron al régimen nazi, se han habituado a vivir sin mayores problemas en una democracia parlamentaria impuesta por

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Al sentarme a escribir estas lneas me asaltan multitud de ideas y de dudas (tambin de resistencias, por qu no admitirlo) so

Al sentarme a escribir estas lneas me asaltan multitud de ideas y de dudas (tambin de resistencias, por qu no admitirlo) sobre lo que estoy leyendo. He descubierto (o mejor, redescubierto) conceptos y puntos de vista que colocan patas arriba planteamientos que durante siglos se han mantenido intocables para el pensamiento poltico moderno, aunque ya aparecan y con ms profundidad- en El experimento moderno. Esto me deja en una situacin de perplejidad y de incomodidad ante tal avalancha de nuevas perspectivas, pero, al mismo tiempo, con mucha curiosidad por aprender ms al respecto. En Fundamentos del comportamiento colectivo, de Alexander y Margarete Mitscherlich, se encuentran reunidos una serie de trabajos de diferente extensin con un punto en comn: el comportamiento poltico, de los alemanes en particular, y del ciudadano de finales del siglo XX en general. Son una pareja de psicoanalistas que escriben sobre poltica porque, como ellos dicen, acaso la politologa y el psicoanlisis no sean tan distintos como a primera vista parece (p. 320). De la observacin y de la experiencia teraputica con sus pacientes, utilizando el mtodo freudiano, han extrado una serie de conclusiones atrevidas sobre la situacin poltica de Alemania, su pas, y del mundo que les rodea.A los autores les preocupa fundamentalmente que sus conciudadanos no se sientan culpables por los horrores de los que fueron protagonistas en la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes han seguido viviendo sin ningn remordimiento de conciencia, sin querer asumir ninguna responsabilidad por lo sucedido. De igual manera que se acomodaron al rgimen nazi, se han habituado a vivir sin mayores problemas en una democracia parlamentaria impuesta por los vencedores de la guerra. Sin embargo, debajo de esta apariencia de normalidad se encuentran stanos de la conciencia repletos de muertos. A rescatar esta memoria enterrada se dedican los Mitscherlich en las pginas del primer captulo del libro, sobre las que planea una tesis fundamental: la incapacidad de sentir duelo de los alemanes es consecuencia de una renegacin infantil de la culpa (p. 29). El ciudadano medio si tal cosa existe- alemn asegura que la culpa de todo la tuvo el Fhrer y los dems cabecillas del nacionalsocialismo, sin querer recordar sus manifestaciones entusiastas de apoyo a la dictadura y a la guerra, la participacin en actos de extrema crueldad que de ella se derivaron, as como la significativa ausencia de resistencia al gobierno hitleriano durante los aos que se mantuvo en el poder. Esto puede tener su origen en una particular manera alemana de amar sin claudicacin alguna lo casi inasequible, hasta el punto de perder por ello lo asequible (p. 18), una aficin desmesurada por dejarse llevar por lo irreal, por los fantasmas de omnipotencia de un pueblo que demasiadas veces se ha considerado a s mismo una raza de seores. Cul es la razn de que uno de los pases ms avanzados culturalmente del mundo se dejara arrastrar a la barbarie? Respuesta de los autores: la confusin del fantasma de omnipotencia con el poder efectivo haba desdeado el poder de los dems pases; los resentimientos acumulados por un pas derrotado en la Gran Guerra y con una aguda crisis econmica hicieron resucitar los viejos sueos de grandeza, y por tanto, empezaron a reclamar al hombre fuerte, a la dictadura, al terror (p. 23). Esta explicacin, en mi opinin, no tiene nada de original: desde el instituto he escuchado la misma cantinela sobre las causas del nazismo. La originalidad de la visin de estos psicoanalistas la encontramos en que estos impulsos destructivos tienen su fuente en el inconsciente, que es capaz de incorporar y subordinar todas las herramientas del pensamiento lgico. A este delirio colectivo no escapan ni siquiera los intelectuales (p. 311). Aunque los autores no lo citen, el caso de Heidegger me parece un ejemplo flagrante de este peligroso proceso inconsciente. Hitler personificaba una nueva conciencia moral (una exageracin del sadismo, el sentimentalismo, la xenofobia y el endiosamiento del autoideal de seores), que permiti arrojar al basurero de la historia la conciencia moral tradicional, y con ello cometer crmenes horrendos sin ningn impedimento tico. El mecanismo que lleva a la victoria a un jefe de masas est caracterizado por el hecho de que, en la disputa entre esta conciencia moral antigua y el ideal del yo, acariciado como fetiche, es aqulla la que sucumbe (p. 69). El nazismo se convirti en una idolatra que demandaba sacrificios. Cuando yo me identifico con el dolo y lo ensalzo con todas mis fuerzas, no siento ya como peso, sino como placer, la opresin que de l emana (p. 34), es decir, la idolatra poltica es capaz de generar un masoquismo que elimina las angustias del yo dbil. Me interesa especialmente resaltar la relacin que establecen los autores entre el culto al dolo y la omnipotencia: Hitler (el dolo) hizo creer a los alemanes que sus infantiles fantasmas de omnipotencia eran realizables (p. 34). El lder representaba el ideal colectivo del yo, convirtindose en un objeto interior, al que traspasar la responsabilidad de nuestros actos. Simbolizaba las ansias de omnipotencia que, desde la temprana infancia, cultivamos acerca de nosotros mismos (p. 35). Los alemanes tuvieron que protegerse, al morir el Fhrer, de un empobrecimiento de ese self endiosado: la incapacidad de sentir duelo es una renuncia a admitir que haban perdido su sueo omnipotente. Los ciudadanos alemanes han desrealizado su pasado. Prefieren pensar que el ao 1945 es el ao cero. Se acomodaron pragmticamente a la nueva democracia y aplicaron todas sus fuerzas (energas libidinales, dicen los autores) a hacer realidad el milagro econmico de la posguerra. Pero, si dejamos a un lado los xitos materiales, el self omnipotente del pueblo alemn sufri un violento desprendimiento de su propia identidad que se manifest en la rigidez afectiva ante los desastres de la guerra, una fcil identificacin con los vencedores y una manaca anulacin retroactiva mediante la reconstruccin del pas (pp. 40-41). A pesar de este trauma tan profundo, muy pocas enfermedades psquicas aparecieron como producto del pasado nazi, puesto que la renegacin de la realidad fue de naturaleza colectiva. En todo este entramado de argumentos tericos respira con fuerza un tipo de relacin afectiva muy especial y ambivalente, esencial para una poltica entendida en clave psicoanaltica, el amor-odio hacia la figura (la autoridad) paterna. Supone una mezcla de sentimientos tan fuerte que impide pensar, reflexionar crticamente nuestra situacin. Para Freud, la vivencia de los jefes se halla relacionada con la vivencia de los padres como objetos (p. 58). Como debemos reprimir el odio al padre, la agresividad se proyecta hacia los enemigos del padre (en este caso, los judos, los comunistas, etc.). El patriotismo alemn tiene que crearse adversarios con el fin de que la insoportable tensin ambivalente con respecto a la propia autoridad paterna sea trasladada a una relacin con un objeto situado fuera del grupo (p. 61).

Estas pulsiones inconscientes se cobran siempre una vctima muy importante para el desarrollo de la libertad: el coraje cvico (p. 61). La capacidad de tener un juicio propio, de ser independiente, no era por supuesto aceptada en la sociedad nazi; pero los autores sugieren algo mucho ms inquietante: no est bien vista en casi ninguna sociedad.

En el fondo, dirn los Mitscherlich, la eleccin de Hitler como objeto de amor se realiz sobre una base de narcisismo, sobre el amor a s mismo (p. 73), que slo puede ser corregida, para que no vuelva a ocurrir algo semejante, con un sentimiento retrospectivo de empata hacia las vctimas. Para devolver a los alemanes la capacidad de sentir duelo hace falta avanzar desde la forma narcisista de amar hasta el reconocimiento del prjimo como un ser vivo dotado de iguales derechos que nosotros (p.79).La empata es, para los autores, la clave para resolver los conflictos polticos. Hablan incluso en el tercer captulo de un pensar emptico (p. 208-209), entendido como comprensin de la situacin del otro, que me trae a la mente el enlarged self de Arendt. A lo largo del resto de la obra aparecen una serie de ideas que son, en mi opinin, de gran inters para la ciencia de la poltica y que merecen ser debatidas:

- El hombre, al contrario que el resto de los animales, no posee comportamientos innatos y especficos ritualizados, por lo tanto la sentencia hobbesiana homo homini lupus es inexacta: el hombre puede ser mucho peor que el lobo, ya que la inhibicin de matar, que obliga al lobo a perdonar a su compaero de especie, puede quedar fcilmente derogada por el hombre (p. 90). - La imparable agresividad humana, difcil de encauzar, se canaliza mediante ejecuciones de actos manacos (p. 101).

- La reforma de las pulsiones sobre la cual reposa nuestra idoneidad para la cultura, puede quedar anulada, de un modo temporal o permanente, por la influencia de la vida (p. 102). Esta cita de Freud me parece un magnfico reconocimiento de la contingencia.

- Contra la mentalidad retrgrada, nacida del tab y del resentimiento, nadie est inmune (p. 105). Los prejuicios y los tabes adormecen nuestro yo crtico, lo someten a una dictadura intrapsquica, y lo hacen ms proclive a identificarse con un Dios-Padre- Jefe omnipotente (p.133).- Reconocimiento del papel esencial de los afectos en nuestras decisiones: Hacemos mal en considerar nuestra inteligencia como una potencia independiente y en prescindir de su dependencia de la vida afectiva, de hecho, los sentimientos pueden convertir a nuestro intelecto en un simple instrumento de la voluntad (p. 133-134).- La importancia central del desvalimiento infantil humano en nuestra actitud poltica adulta: en cuanto nios fsicamente dbiles, y, ms tarde, en cuanto personas socialmente dbiles, nosotros nos hundimos a menudo en la posicin omega del absolutamente impotente. En nuestros fantasmas de omnipotencia, que colorean frecuentemente nuestro ideal del yo, somos lo bastante fuertes para vengarnos (p. 144) de las humillaciones padecidas en nuestros primeros aos de vida. - Encuentro en la obra una concepcin del poder como dominio, caracterizado por la toma de decisiones, la movilizacin de los otros y el establecimiento de jerarquas (p. 280). Esto parece contradecir la visin tan amplia de la naturaleza humana que podemos hallar en otras pginas. Prefiero esa otra forma de entender el poder como la capacidad humana para actuar concertadamente, que defiende Arendt.

- La angustia de la inseguridad del ciudadano en pocas de inestabilidad social (y estoy pensando en la actual crisis econmica) hace que aparezca un circulo vicioso entre la experiencia de la impotencia, contra la que se defienden, y los excesivos fantasmas de omnipotencia que dominan en la concienciael comportamiento cotidiano acaba por estar ms determinado por fantasmas irreales (por el pensar propio de los procesos primarios) que por una orientacin por la realidad (p. 286). - El saber psicolgico puede acarrear un abuso de poder y una racionalizacin, es decir, un autoengao a travs de una pseudojustificacin de las necesidades y afectos pulsionales (p. 287). Encontramos en los autores una oposicin a identificar el conocimiento con el poder, e incluso proponen el trabajo en equipo para contrarrestar el deseo ideal de omnipotencia (p. 296). - El hecho de que en las sociedades democrticas y pluripartidistas la mayora de las instituciones polticas funcionen de forma colegiada supone un paso ms en la tendencia de un cambio desde la autoridad paterna a la autoridad fraterna. Pero aqu aparece otro sentimiento que puede ser causa de discordia en la comunidad: la envidia (p. 299, 328). Esto me hace pensar si no estaremos pasando del mito de Edipo al mito bblico de Can y Abel como paradigma explicativo de la nueva realidad poltica democrtica. - La ideologa sirve como disparador de los fantasmas de omnipotencia porque seala a los enemigos, siempre los otros, los que no forman parte del grupo (p. 312)- La funcin poltica de la culpa. La vivencia de la culpabilidad es, pues, la base de la experiencia que nos hace ver que el yo y el t, el yo y el objeto, son seres separados (p. 315). Es decir, que a partir del sentimiento de culpabilidad, de que hemos hecho algo mal a otra persona, nos damos cuenta de que el otro es tambin un ser humano. La culpa como pegamento democrtico? Aqu me he acordado de estas palabras de Walter Benjamn: La teora freudiana es tambin parte del dominio sacerdotal de ese culto. Est pensada de forma totalmente capitalista. Lo reprimido, la imaginacin pecaminosa es, en lo ms profundo y por [una] analoga que todava habr que clarificar, el capital, que paga intereses [verzinst] por el infierno del inconsciente (El capitalismo como religin). Tienen algo que ver estas palabras con esta instrumentalizacin de la culpabilidad?

- Apunto una ltima idea relacionada con la omnipotencia: todas las relaciones sociales estn organizadas de tal manera que el jefe concreto de cada caso se le aparece al individuo como una parte de su omnipotencia fantaseada. El individuo mantiene con su jefe la misma relacin ntima que el creyente mantiene con su diosese jefe poderoso ha ocupado el puesto del ideal del yo. El yo obedece como si estuviera hipnotizado. Toda vacilacin crtica no slo est amenazada por sanciones externas, sino que va acompaada tambin de sentimientos de culpabilidad (p. 313). Otra vez: Dios-Padre-Jefe.

Hay otras muchas propuestas que me dejo en el tintero. Si las anotara todas, estas reflexiones se haran demasiado extensas y no serviran para el objetivo de debatir sobre las mismas. Hay otra cuestin sin embargo que no puedo dejar de enunciar: la fijacin constante de los autores en la obra de Freud. Las referencias al maestro son continuas en todo el texto, particularmente a dos libros: El malestar en la cultura y Psicologa de las masas y anlisis del yo. Sobre este ltimo basan todas sus conclusiones sobre la autoridad poltica. No deja de ser curioso que un investigador como Alexander Mitscherlich, que escribi una obra titulada Hacia una sociedad sin padres, busque sus apoyos tericos insistentemente en el padre del psicoanlisis, que continuara, segn la opinin de los autores, la labor de la Ilustracin (p. 103). Adems, para que no toquen a la obra del padre, declararn que los efectos que pueda despertar [el libro que comentamos] deberan dirigirse, sin embargo, contra los autores y no contra el instrumento ms precioso del conocimiento del hombre que nosotros poseemos: el psicoanlisis (p. 81). De este modo, no reproducen el mismo defecto del que se ha acusado en tantas ocasiones a la escolstica marxista?