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RESUMEMES Y ANALISIS DE ALGUNOS LIBROS DE FILOSOFÍA (LUIS ÁNGEL RÍOS PEREA) https://www.bing.com/images/search?view=detailV2&ccid=UQUVaQVr&id=8E5DEE4FE5EF969BE5378D9F907DB69 607852A2E&thid=OIP.UQUVaQVrtzNY3ehnRaQ0LgEsCf&q=IMAGENES+DE+UN+PENSADOR&simid=60800373281 5545611&selectedIndex=16&ajaxhist=0

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RESUMEMES Y ANALISIS DE ALGUNOS LIBROS DE

FILOSOFÍA

(LUIS ÁNGEL RÍOS PEREA)

https://www.bing.com/images/search?view=detailV2&ccid=UQUVaQVr&id=8E5DEE4FE5EF969BE5378D9F907DB69607852A2E&thid=OIP.UQUVaQVrtzNY3ehnRaQ0LgEsCf&q=IMAGENES+DE+UN+PENSADOR&simid=60800373281

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Índice Introducción al filosofar Metafísica desde Latinoamérica Introducción al pensamiento filosófico El mundo de Sofía Filosofar: a lo universal por lo profundo Viaje a pié Filosofía sin supuestos La República Las imágenes del hombre El pensamiento comunista Conversaciones con Estanislao Zuleta El hombre mediocre Las crisis humanas Laques Filosofía Cristiana de la Existencia La política El Crátilo

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INTRODUCCIÓN AL FILOSOFAR (Eudoro Rodríguez Albarracín)

Trata sobre la cotidianidad, la inautenticidad, la autenticidad, la relación entre filosofía y cultura, la filosofía y política, la filosofía y educación, la filosofía y ciencia, posibilidad de la filosofía latinoamericana, la problemática y los métodos de la filosofía. Me gustó mucho.

METAFÍSICA DESDE LATINOAMERICA (Germán Marquínez Argote)

“Metafísica desde Latinoamérica”, de Germán Marquínez Argote. Se compone de seis partes: 1. Entorno (cosas a la vista), medio (cosas a la mano), mundo (unidad de sentido y horizonte de posibilidades). 2. Situación y habitud. 3. ¿Ontología y/o metafísica? 4. Metafísica de la realidad. 5. Metafísica de la alteridad. 6. Liberación y religión. En el libro se tratan conceptos claves o categorías como entorno, medio, mundo, situación, habitud, realidad, sentido, ser, perosoneidad, alteridad, liberación, religación. Componentes del mundo cultural. 1. Ecología. Sólo un hombre ecológicamente enraizado puede realizar un naturalismo humano o un humanismo de la naturaleza. 2. Industrias (entorno técnico). Medios técnicos de producción y enseres de carácter documental. 3. Instituciones (cosas invisibles morales). Estructuras morales y jurídicas en formación, en vigencia o en crisis. 4. Valores. Maneras peculiares con que un grupo aprecia los aspectos más significativos de la existencia: relaciones hombre-naturaleza, hombre-hombre, hombre-trabajo, hombre-propiedad, hombre-tiempo, hombre-muerte. Se manifiesta en forma de prácticas (sociales, morales, religiosas) y de tradiciones. Entre los temas que se destacan está la liberación, la realidad y la alteridad. Se trata con toda profundidad el sentido de la libertad, el hombre como realidad personal, moral y jurídica. Destaca la analogía de la proporcionalidad, que permite la liberación, la alteridad, la analéctica, Colombia en situación comprometida, ante la analogía de atribución, que se caracteriza por la dominación, la totalidad, la dialéctica, la ontología. Afirma que la analogía de proporcionalidad sostiene que todas las cosas en el mundo son, según de suyo, proporcionalmente se. Esto quiere decir que (yo soy ser) de modo análogo a como (tú eres ser). No hay aquí dependencia en el sentido verticalista de la analogía de atribución; no hay superior dominante ni inferiores dominados; hay alteridad perfecta. Cada ente tiene su modo de ser, su posición y su función en el concierto de los entes. Sólo existen posiciones en sentido de funciones. Se ha calificado este tipo de analogía como horizontal. Se critica a la ontología, producto del ideísmo, a partir de Descartes a Hegel, como la ideología de la modernidad (cuyo punto de partida es el “Yo pienso” cartesiano), cuyo espíritu es el ontologismo. La modernidad es la época de la imagen (le hechura del elaborar representador). Según Heidegger, en la moderniddad ocurrió el olvido del ser, eclipsado por el brillo oropelesco de los entes. Esta ontología, que parte del “Yo pienso”, es diferente

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a la aristotélica-tomista , que partía de aquello que existe en la realidad. El ontologismo se caracteriza por su ideísmo (primacía de la idea sobre la realidad), divinización (se diviniza el Estado en Hegel) y creacionismo (el europeo se siento creador del mundo). En ontología opera en forma ideológica. Ideología es un sistema (que posee su propia lógica y su rigor propio) de representaciones (imágenes, mitos, ideas o conceptos), dotado de una existencia y de un papel histórico en el seno de una sociedad dada. , adolece de defectos y cumple funciones negativas: complejos de superioridad (sentirse los mejores, menospreciando a los demás), ortodoxia (espíritu estrecho de intolerancia) y mesianismo (sentirse con una misión especial que cumplir). Como todo lo humano, es ambivalente: buena o mala según la medida de las cosas. La ideología es un fenómeno social, cumple un papel histórico (escenificación, integración y motivación) y un sistema de representaciones. La ideología puede adolecer de defectos y, por lo mismo, cumplir funciones negativas: Complejo de superioridad (sentirse los mejores, menospreciando a los demás), ortodoxia (espíritu estrecho de intolerancia) y mesianismo (sentirse con una misión especial que cumplir). Cuando una ideología adolece de estos defectos, su discurso ideológico obra en forma de distorsión de la realidad, de disimulación, de encubrimiento. Una cosa es la realidad y otra el reflejo ideológico que pretende justificarla. Toma la justificación por realidad. A la ontología le opone la metafísica de la realidad como camino que va de la idea del ser a la realidad de las cosas. En la realidad las cosas tienen forma, son buenas y valen. Realidad vive del latín “res” (cosa, bienes, riqueza, hacienda, propiedad) y del sánscrito “rai” (fortuna o valor). Según el autor, los problemas de Latinoamérica son: falta de identidad, falta de verdad y falta de autenticidad. Religación. El poder de lo real es posibilitante: nos abre a un piélago de posibilidades entre las cuales he de optar para convertirlas en realidades. Es impelente: nos hace hacernos, o nos obligar a realizarnos personalmente. Este apoderamiento es religación.

INTRODUCCIÓN DEL PENSAMIENTO FILOSOFICO (J. M. Bocehnski)

“Introducción al Pensamiento Filosófico”, de J. M. BOCEHNSKI. Trata aspectos como la filosofía, el conocimiento, el pensamiento, la verdad, el ser, el absoluto, la ley. Es un libro un poco complejo, pero que brinda algunos aspectos de interés para la filosofía.

EL MUNDO DE SOFÍA

(Jostein Gaarder)

El mayor Alberto Knag, asesor de paz de la ONU, en el Líbano, le envía a su hija Hilde Moller Knag, quien vive en Lillesang, Noruega, una carpeta grande de anillas un tratado de filosofía, como regalo de quince años. En este extenso documento, escrito a máquina, el padre le cuenta a su hija la historia de la

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filosofía, a través de Sofía Amundsen y Alberto Knox, quienes actúan como personajes centrales. Al buzón del correo de la casa de Sofía, de 14 años, empiezan a llegar postales con preguntas a las cuales la filosofía pretende dar respuesta. Luego le llegan hojas escritas a máquina con las primeras lecciones de filosofía. Posteriormente, Sofía ve a su profesor Akberto Knox a través de un vídeo; después lo conoce personalmente. A partir de entonces las clases de filosofía son personales. Alberto se caracteriza a la usanza de cada época para explicarle lo que pensaba cada filósofo. Desde el principio hasta Berkeley, Alberto le reseña la historia de la filosofía a Sofía a través de cartas y personalmente. A partir de Kant, Hilde empieza a leer la historia de la filosofía, contenida en la carpeta de anillas. Luego de que Hilde cumple los quince años, su padre regresa del Líbano, y le explica por qué le envío ese extraño pero invaluable regalo de cumpleaños. Es importante destacar la maestría con que el autor relata la historia de la filosofía de manera novelada. El libro, que consta de 633 páginas, es interesante de principio a fin. Se trata de una original y amena manera de relatar la historia de la filosofía de forma tan genial y explícita que cualquier persona puede acercarse al apasionante mundo de la filosofía. Al principio, el lector no tiene claridad si Sofía y Hilde son una sola persona; luego el asunto se aclara: Hilde es de carne y hueso, y Sofía, lo mismo que Alberto Knox, son personajes inventados por el mayor Alberto Knag. Pero Sofía y Alberto Knox, de manera hábil, logran “salirse” de la novela y “tomar vida”, sin que Hilde, su padre y su madre puedan verlos ni notar su presencia. Aunque el libro no es en realidad un verdadero curso de filosofía, en el sentido que enseñe a pensar reflexivamente y a desarrollar el sentido crítico, si contribuye a despertar en el lector el interés por la filosofía, ya que no se usan lenguajes confusos y se utilizan ejemplos para explicar los planteamientos de algunos de los más importantes filósofos. Por razones del tamaño del libro no se explica el pensamiento de todos los filósofos; solamente se habla de los más destacados: Tales, Anaximando, Anaxímenes, Parménides, Heráclito, Empédocles, Demócrito, Protágoras, Sícrates, Platón, Aristóteles, Epicuro, Plotino, San Agustín, Santo Tomás, Descartes, Spinoza, Loocke, Hume, Berkely, Kant, Schelling, Fitche, Hegel, Kieerkegaard, Darwin, Freud, Marx, Nietzsche y Sartre. En defensa de la filosofía y del pensamiento crítico, el autor hace una virulenta crítica a los libros de parasicología, a la clarividencia, a la telequinesia, al espiritismo, a la telepatía, a la astrología, a la ufolofía, al misticismo, etc., porque en estos temas absurdos el hombre busca erróneamente las respuestas fundamentales para su vida. “Se trata del negocio más rentable del mundo” (p. 576). Piensa que esos temas son puro engaño. Aunque son muy engañosos, esos

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libros se venden como revistas pornográficas. La verdadera relación entre estos libros o temas y la auténtica filosofía “es más o menos como la diferencia entre verdadero amor y pornografía”. (p. 575). Algunas frases: *El saber lo que uno no sabe es una forma de saber. *Un filósofo sabe que en realidad sabe muy poco. *Según Aristóteles, el ser humano sólo será feliz si utiliza todas sus capacidades y posibilidades. *Recorrer una parte del camino no significa equivocarse de camino. *Etica: es la enseñanza de cómo debemos vivir para conseguir la felicidad. *Una de las misiones principales del filósofo es la de advertir a la gente que no saque conclusiones demasiado precipitadamente. *Cuando más extremistas sean los adversarios, más fuerte será la reacción con la que serán contestados.

FILOSOFAR: A LO UNIVERSAL POR LO PROFUNDO (Leopoldo Zea)

“Filosofar: A lo universal por lo profundo”, del filósofo mexicano LEOPOLDO ZEA, nacido en 1912. Leopoldo Zea plantea las eternas inquietudes sobre la posibilidad de una filosofía latinoamericana y si el hombre de este continente tiene la capacidad de filosofar. El autor, influenciado por el historicismo de José Ortega y Gasset y de José Gaos, considera que lo primero es posible pero sin desconocer la historia y la realidad concreta del hombre latinoamericano. “Existe y ha existido un filosofar que ha sido resultado de la conciencia que sobre su propia realidad ha tomado el latinoamericano. Filosofar de hombres comprometidos en las acciones que se les va algo más que la pura eficacia de la razón, les va la existencia misma”. Disiente del punto de vista que sostiene que la filosofía de nuestro continente debe partir desde el desarrollo, por éste “se expresa como acumulación de conocimientos y datos que han de redituar ampliando el desarrollo alcanzado”. La filosofía latinoamericana debe ser “la toma de conciencia de una realidad que ha de ser transformada y en este sentido, la filosofía como expresión de este conocimiento previo a su necesario cambio”. Sostiene que el hombre latinoamericano sí tiene capacidad y facultad para filosofar. Nosotros no estamos negados para filosofar, “si el filosofar es algo más que un simple saber cómo manipular los instrumentos del desarrollo”. Para él, nuestro filosofar “se planteará el problema de la gravedad del interrogante, del cuestionamiento, respecto a la capacidad de los latinoamericanos para filosofar”. A la pregunta de si existe y es legítimo un filosofar latinoamericano, afirma categóricamente que “el filosofar latinoamericano existe y es legítimo”. Pero concibe ese filosofar como “toma de conciencia”. Esa filosofía se “expresa como un reflexionar sobre los problemas del hombre, de la problemática del hombre concreto latinoamericano”. Mientras se identifica con los planteamientos de Francisco Romero, Andrés Bello y otros pensadores que reconocen la posibilidad de una filosofía desde

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Latinoamérica, con fundamento en su historia y su subdesarrollo, no está de acuerdo con Augusto Salazar Bondy, quien propone filosofar desde la actualidad, desde el desarrollo, y con el positivismo de Juan Bautista Alberdi y con la “civilización y barbarie” de Domingo Faustino Sarmiento. En Latinoamérica se ha de pensar “para el logro de algo que plantea la realidad en donde ese reflexionar se origina y le da sentido al mismo”. Hace énfasis en la pregunta sobre si ¿existe o es posible una filosofía o un filosofar propiamente latinoamericano? Es posible una filosofía “que sirva a los intereses de los hombres de América, como otras filosofías han servido a los intereses de los hombres de otras regiones del mundo”. Para una filosofía propia “hay que volver a revisar con el mismo sentido crítico y positivo la realidad que ha de ser transformada, pero no ya a partir de modelos que le sean extraños, sino a partir de lo que ha sido, para verse y que puede y lo que no puede seguir siendo sin perder su propia identidad” como hombre latinoamericano. Es en nuestra historia de las ideas del filosofar latinoamericano en donde encontramos el suelo nútrico para el filosofar de América Latina. “Será en esta historia, historia de sus ideas, como se llamará, que se irá haciendo potente la peculiar identidad del hombre, el pueblo y la cultura de esta región americana”. En la historia de las ideas se encuentran las respuestas del hombre latinoamericano. “Será en la historia de las ideas de esta América que se pueden captar las respuestas que el hombre de esta América ha dado a los múltiples problemas que le aquejan como a todo hombre... Es a través de la historia de las ideas de esta América que se va haciendo patente el meollo del auténtico filosofar que tanto había preocupado a los latinoamericanos. La nutrida generación de historiadores de estas ideas, a lo largo de esta América, va ofreciendo ya los elementos para afirmar un filosofar indiscutiblemente latinoamericano. Filosofía que parte de la realidad concreta de esta América, para elevarse a una reflexión más del hombre sí mismo, y sobre la relación del hombre con otros hombres, que es en ello, que estriba su autenticidad como filosofía”. Respecto a la auténtica filosofía, sin que sea copia del pensamiento de Europa, piensa que se puede filosofar auténticamente desde Latinoamérica, sin desconocer la importancia de la filosofía occidental, pero ésta no será la que dé las respuestas a la problemática nuestra. “Será en la propia filosofía euroeo-occidental que los latinoamericanos encuentran los instrumentos para captar y aceptar la original de las expresiones de su propio filosofar o razonar... Se puede filosofar, hacer ciencia, desde una determinada circunstancia que no tiene, ni puede ser la misma de la filosofía europea y occidental... Europa ofrece así el nuevo arsenal de interpretación filosófica, pero no ya la verdad por excelencia que ha de ser buscada y alcanzada por los propios latinoamericanos. Ayuda a plantear y resolver los problemas del hombre de esta América, pero no le da ya la solución misma de esos problemas. Es el hombre, este hombre concreto de Latinoamérica, el que ha de encontrar y dar las respuestas apropiadas... Se parte del propio pasado filosófico, pero también del

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conocimiento del pasado filosófico europeo, para hacer del mismo instrumento de la propia y original interpretación de una filosofía al servicio de la realidad e historia latinoamericana... Se trata así de una filosofía originaria de Latinoamérica, nacida de su prosa problemática; filosofía que no tiene por qué ser mejor o peor que cualquier filosofía. Tampoco se trata de una filosofía opuesta al filosofar europeo-occidental, sino tan sólo de un filosofar distinto, porque distinto es el campo de su preocupación... Filosofar distinto, pero no extraño al filosofar considerado como universal... Un filosofar consciente de esta situación es, por ello, un filosofar del hombre y para el hombre y por ende filosofar, universal. Porque es el hombre, sujeto y objeto, de todo filosofar en que otorga la universalidad”. Plantea la posibilidad de una filosofía de la liberación que nos permita tomar conciencia de nuestra alienación, marginamiento, dominación y dependencia, teniendo en cuenta los planteamientos de Enrique Dussel, para superar y negar estas realidades que le impiden al hombre latinoamericano su autosuperación. “Es menester desenajenar al hombre de esta América de las expresiones de un filosofar encaminado a justificar y mantener la dominación impuesta... Se trata de una filosofía liberadora que niegue la dominación sin tener que recurrir a otro filosofar enajenante... Filosofía auténtica latinoamericana será aquella que, al mismo tiempo muestre para su destrucción los resortes de la dominación, haga posible la liberación... Misión de la filosofía de la liberación latinoamericana ha de ser entonces el destruir, negar por su conocimiento, la filosofía dominadora europea y occidental para crear la propia, la filosofía de los pueblos de esta América Latina y la de todos los hombres y pueblos que han sido y son objetos de dominación”. Algunos apartes importantes del libro: *Peor para el hombre si éste se olvida de sí mismo y se deja enajenar por su propio conocer. *Resulta paradójico anularse a sí mismo para poder ser otro que se es. *El razonar no puede quedarse en sí mismo, tiene que ser instrumento de comprensión. *¡Hombres, aprendan a juzgar por sí mismos; aspiren a la independencia del pensamiento! *Toda auténtica filosofía es libertad, es liberadora, desenajenante. *El que unos hombres sean distintos de otros no los hace superiores ni inferiores entre sí, simplemente distintos. *Todos los hombres son distintos entre sí, pero siempre hombres. Hombres que no pueden ser vistos ni como superiores ni como inferiores frente a otros hombres. * Todo hombre, a partir del reconocimiento de la propia identidad es también capaz de reconocer la de cada uno de los otros hombres, otorgando a este reconocimiento el respeto que debe exigir para sí. *La humanidad tendrá un futuro, si se reconoce que la libertad y el bienestar de todos condiciona el bienestar y la libertad de cada pueblo y de cada hombre. *¡Detente tiempo, que bello eres! (Gohete). *Nosotros estamos aquí porque antes ustedes estuvieron allá. *Sabiduría es el arte de convivir a partir de la capacidad del hombre para limitarse a sí mismo en relación con la libertad de los otros hombres. *Los hombres no son iguales entre sí por la razón, sino por ser entes concretos y, por serlo, distintos entre sí. *Todos los hombres son iguales entre sí

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por ser precisamente distintos; por poseer una individualidad, una personalidad, una identidad. *El filósofo, a través de una amplía capacidad de comprensión de lo existente, rebasaba el horizonte común de significaciones existentes. *El filósofo no es un sabio, sino un amante, un afanoso del saber; del saber que provoca admiración, los callejones sin salidas, las aporías, que la naturaleza y los otros hombres plantean. Problemas de urgente solución, ya que en ellos va la propia existencia o identidad. *La filosofía surge del afán del hombre por conocer su realidad, el entorno en que él ha de actuar; por el afán de situar, ordenar este entorno para actuar racionalmente dentro de él. Conociéndolo podrá enfrentar los problemas que le plantea. Esto es, razonar, tomar conciencia de lo que le es extraño y por ello objeto de tal conocimiento. *El filósofo se rige en conciencia universal: razón de todo lo creado incluyendo el de la relación entre los hombres, lo político. *Problema central de toda preocupación filosófica lo ha sido el de la liberación del hombre tanto de la naturaleza como del afán de dominio de sus semejantes. *Todos los hombres son iguales, por ser distintos, semejantes entre sí. *El hombre trata de manipular a otros hombres, no viendo en ellos a semejantes, sino objetos o cosas inútiles. *¿Civilización o barbarie? Civilización es todo lo que se debía ser, pero no se es, barbarie es todo lo que se es y se quisiera no ser. *Todos los hombres son iguales y precisamente lo son por ser distintos, esto es, por ser individuos concretos. *La razón es la capacidad para comprender lo externo y comunicarlo a otras y entenderse con ellos. *La filosofía surge del afán de comprender y hacerse comprender, comprender y comunicar. *Para ser totalmente hombres hay que saber usar con plenitud la razón. *El hombre pleno, es de razón.

VIAJE A PIE (Fernando González Ochoa)

El narrador (posiblemente el autor) y don Benjamín, dos personas que dicen ser exbachilleres jesuitas y aficionados a la filosofía, efectúan un viaje a pie, con morrales y bordones; partiendo de Medellín, pasando por El Retiro, La Ceja, Abejorral, Aguadas, Pácora, Salamina, Aranzazu, Niera, Manizales, Cali Buenaventura, Armenia y Los Nevados, para volver nuevamente a Medellín. Durante el viaje reflexionan de manera crítica, mordaz y sarcástica (pero sin mayor profundidad) sobre la vida, la ignorancia, los fracasados, los gordos (que no le simpatizan al narrador), el hombre, el amor, la vejez, Dios, el diablo, la tristeza, el dinero, la filosofía pesimista, el sueño, el cristianismo, el misticismo, el camino, los grandes hombres, la tierra, el pecado, los alemanes (a quienes fustiga duramente), el aventurero, el “míster”, el mendigo, la energía, los jesuitas, Colombia, Rasputín, el frailejón, el metafísico, la belleza, el abogado, la verdad y la lógica, entre otros temas. Aunque es una obra de filosofía, no es grande el aporte que hace el autor al mundo de la filosofía. Según el autor, “la columna vertebral moral del viaje es la idea del ritmo”. Algunos de sus apartes, son:

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“Perpetua lucha es la vida del hombre. Concentrarse es el método para vencer... Nos llamamos filósofos aficionados para no comprometernos demasiado y porque ese nombre es mucho para cualquiera... Lo airoso o desairado de la actitud humana depende de la ideología presente entonces en el campo de la conciencia... El ritmo es tan importante para vivir como lo es la idea del infierno para el sostenimiento de la religión católica. Cada individuo tiene su ritmo para caminar, para trabajar y para amar. Indudablemente cuando un hombre y una mujer se atraen, eso se verifica por sus ritmos; es porque unidos son importantísimos para la economía del universo. Por el ritmo podrían clasificarse los hombres... Para no cansarse hay que descubrir nuestros ritmos, ajustar a ellos nuestros pasos... La salud, la conservación de nuestra elasticidad juvenil, son finalidades del viaje. Necesitamos cuerpos, sobre todo cuerpos. Que no se tenga miedo al desnudo. A los colombianos, a este pobre pueblo sacerdotal, lo enloquece y lo mata el desnudo, pues nada que se quiere tanto como aquello que se teme... El gran defecto del excursionismo es formar caracteres atrevidos. Que el joven se acostumbre a obrar por la satisfacción del triunfo sobre el obstáculo, por el sentimiento de plenitud de vida y de dominio... Los pueblos acostumbrados al esfuerzo son los grandes... Cada ciencia que se posea es una ventana más para contemplar el mundo... El ignorante se aburre en los caminos; sólo percibe las sensaciones de cansancio y de distancia. Es como un fardo. Su alma está cerrada en la carne. Los ojos le sirven sólo para ver la comida, el obstáculo y la hembra; el oído, para oír ruidos, y el tacto, olfato y gusto, para los fines primordiales... Es nuestro deseo, además, que sirva de sermonario a los curas de esta tierra de santos y santas palúdicos... Los que triunfan, lo deben a una creencia arraigada, generalmente a la creencia en sí mismos. Son fracasados los que no han creído en algo que les sirviera de columna vertebral para desarrollar su personalidad; algunos, muy interesantes por cierto, creyeron fuertemente, pero la creencia se desvanecía para ser reemplazada. Éstos son aquellos de quienes se dice: Eran muy inteligentes y nada han realizado; ¡qué inexplicable! Hay que curar el fracasado haciéndole creer en sus fuerzas, en su importancia. Los educadores deben hacer nacer o renacer la fe en las fuerzas propias.. El hombre es lo que se cree... Por eso, curad al amigo abatido, haciéndose creer en sí mismo o en algo que le sirva de eje, de hilo madre para tejer la tela de su vida... ¡Cuán propia es esta vida moderna, rápida, difícil y variada, para perder toda fe, para ir por la vida como madero agua abajo!.. Todos los seres que se ponen en contacto por primera vez luchan para decidir cuál sea el amo, para saber cuál abdica de sus creencias y además accesorios psíquicos y convertirse en un admirador, en un esclavo del otro... Lo que hace mover al mundo no es sino el ánimo de los héroes.... Así es el amor. Vencimiento del amante y triunfo del amado... La vejez, que se compone de falta de fe, tolerancia y amor, no es agotamiento de esa energía que causa el fenómeno variado de la vida... Predicador de moral es llegar a ser al declinar la vida... Quien envejece se petrifica y para él lo imposible adquiere magnitud inmensa. La vejez, la hora de la joroba del reumatismo, va acompañada de todas virtudes que describe el catálogo universitario... Es el imperativo categórico: alegrarnos y alegrar a quienes nos rodean. Generalmente nos

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entristecemos unos a otros; no amargarnos este relámpago, este epifenómeno que es la vida humana... ¡Qué epifenómeno es mi vida! ¡Qué bagatela, tan efímera y deseable, la belleza! No hay más remedio que irse agarrando a un propósito que nos escude contra la tristeza de la decadencia y de la muerte... Caminar es el gran placer para el cuerpo pues todo está hecho para ello... Cruel destino el de la mujer que permanece virgen y soltera. Se convierte en monstruo duro, pesimista y vengativo... La Biblia afirma que el hombre después del coito es un animal triste... ¡El amor! Todo él está en los ojos y en los actos. ¿Para qué sirve la palabra allí? Una mujer quiere a un hombre. ¿Qué el padre morirá? Que muera. ¿Qué resulta el fin de todo? Que venga ese fin. Pero la mujer no lo dice; en esos casos o habla.. ¡El amor! Todo está en los actos; no se debe hablar. Por eso decía Enrique Laserre que las mujeres tienen el pudor en las orejas... Las palabras sirven casi siempre para disimular, para vestir los lenguajes, para tergiversar su origen... Si le pedimos un beso a una mujer, lo niega indignada... Pero sí se lo damos sin hablar de él, todo pasa deliciosamente, porque entonces nada se puede afirmar, porque fue acto nuestro, porque nosotros hicimos el esfuerzo. Fue que no hablamos... Sólo se obra conforme a una idea o representación cuando ella está en la subconsciencia... La vida nuestra es automática, instintiva; la parte de la voluntad y conciencia es mínima... Toda mujer que se distrae, se entrega... La vida del hombre sobre la tierra es brega y tristeza. ¡Qué horrible es, durante algunos de días, vivir... El único método para vivir que conserva la alegría, es vivir resistiendo al deseo que nos urge por el goce; vivir despacio, inervados... ¡Peor que la muerte eres tu apresuramiento!.. Así como el delito, el amor tiene circunstancias antecedentes del amor; todo lo que llamamos alegría, en cualquiera de sus manifestaciones, es antecedente del amor... Porque ya no pensamos en la eternidad, porque somos un manojo de segundos, lo supremo para nosotros es el dinero... Todo es para nosotros un medio de conseguir dinero; se persigue la ciencia, para ello; se desea la moralidad, la honorabilidad social, porque producen dinero; nuestra amor es frívolo y mercenario; por eso es tan agradable; la cónyuge se consigue porque tiene dinero. Deseamos tener carácter, porque es cualidad para conseguir dinero. Para eso cultivamos la literatura. Todos los segundos de nuestras vidas están empapados de la necesidad de conseguir dinero. Este es nuestro último fin, indudablemente... Nuestras necesidades se han multiplicado; nuestros placeres son tantos como nuestros segundos... ¡Son tantas las mujeres hermosas y tantas las bagatelas que adornan sus cuerpos transitorios... y todo se vende! El billete es la piel mágica en la que se viaja por los países feéricos; ¡el dinero es la imagen de todo lo agradable!... Movimiento rápido a leguas por hora, a kilómetros por minuto... Es necesario correr, acumular rápidamente, porque nos deja la vida. Este es el siglo del hombre que hace fortuna... El hombre de acción es hermoso. ¡Loor a nuestro hombre recto, de mirada firme, pletórico de ansias!... La cantidad de dinero sirve de metro para saber el valor del hombre. La pobreza es signo inequívoco de inferioridad. La pobreza es indicadora de toda clase de inferioridad. En realidad, el pobre, fuera de ser peligroso, es un ser que disgusta. Está lleno de odios y envidias; es un ser torcido y frustrado; sus cualidades se han marchitado... En todo movimiento de impaciencia, en

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todo esfuerzo brusco se pierde gran cantidad de ese algo que llamamos vitalidad... La vitalidad conserva el organismo después de formarlo y lo defiende; cuando esa fuerza nos abandona, enfermamos y morimos... ¡Cuán trágico en el amor el papel representado por el macho!... Las cosas que no han de ser nuestras, no se dejarán coger... Todo lo nuestro habrá de llegar al minuto, hora, día y año... El hombre tiene lo que merece; no tendrá lo que no merece,. Venga, pues, a cada uno lo suyo... Lo nuestro es lo único que llegará a nosotros... No tenemos ideas; no tenemos sino opiniones... El principio básico del hombre culto es no dejarse arrastrar por lo bueno que está fuera de su camino... La cultura consiste en el humilde reconocimiento de nuestra imperfección y del deber en que estamos de vivir conforme a nuestro plano mental. Para adquirir el éxito es necesario darle todo nuestro corazón al fin perseguido y desechar todo lo demás en cuanto no tenga relación con él y por bueno y agradable que sea... El filósofo es un rumiante amigo de la lentitud... Unicamente el hombre es animal pródigo, desordenado, saltarín y, al mismo tiempo, animal triste. Los animales domésticos han sido contagiados de tristeza y desorden por el hombre... El hombre después del coito es animal triste... El hombre de hoy es apenas un ensayo, complicado como todo lo que es ensayo... Los datos del problema son estos: todo es alegre y en el hombre hay tristeza; todo vive según medida y normas, menos el hombre, que es irregular y desmedido... El misticismo consiste en colocar nuestros destinos en otra existencia que vendrá después de la muerte... Según los místicos, el hombre está triste porque la tierra no es su patria, porque aquí está desterrado, porque aquí no es su medio ambiente... La tristeza, ese fenómeno humano, proviene de la incompatibilidad del espíritu y del mundo material; no es otra cosa que la inadaptabilidad del hombre al medio impropio en que vive transitoriamente... Según Job, guerra es la vida del hombre sobre la tierra... Somos un ser nuevo. Esta extraña modalidad de la materia que llamamos espíritu aun no ha aprendido a vivir, a obrar; desea contradicciones; no sabe de dónde viene ni para dónde va y se admira al ver que posee ese don raro de volver sobre sí misma... El camino es casi toda la vida del hombre; cuando está en él sabe de dónde viene y para dónde va. Caminos son los códigos y las costumbres, y las modas. El método es el camino... El hombre es un animal que suda, que digiere, que elimina toxinas, que desea la mujer ajena y todo lo ajeno, y que apenas por instantes piensa... La humanidad se agarra desesperadamente a sus grandes hombres; les compone sus vidas con leyendas; corrige sus actos, los pule, pues los grandes hombres fueron en realidad seres vulgares el 98% de sus vidas. Apenas muere uno que haya logrado pensar, sentir y obrar, lo coge la humanidad desesperadamente y perfecciona su imagen... El camino hace adelantar y al mismo tiempo es un obstáculo... El camino es la línea de menor resistencia; para abandonarlo tiene que esforzarse es espíritu... El hambre y la desnudez son las consecuencias de abandonar el sendero... Amar y abandonar el camino ha sido toda nuestra vida... Sólo nosotros, los colombianos, podemos hablar mal de Colombia, y sólo nosotros, los católicos, podemos renegar de los curas... Sólo el marido puede insultar a su mujer; sólo el nacional puede hablar mal de su país... El arcipreste de Hita sostiene que las cualidades del buen

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amante son la mesura, el sosiego y la lozanía... ¿Qué hay agradable que no sea circunstancia antecedente del amor?... ¡Qué dificultad para elevarse! Somos hijos de la tierra y sus parásitos; nos liga a ella como un cordón umbilical, la ley de la gravedad... Esta esfera dura es nuestra cuna y nuestro sepulcro. ¿Por qué deseamos abandonar esta madre? ¿Por qué los ímpetus de elevarse? ¿Por qué el santo y el héroe? Es un indicio, de que hay en nosotros algo que no es terrestre. Ese leve indicio ha creado la metafísica y el misticismo... Los místicos no comprenden otra lucha que la brega con el mundo, el demonio y la carne... La única escena de la vida en que la riqueza es una tontería sin sentido es un entierro... Un hombre muerto queda tan vacío que es un indicio aterrador de que su parte esencial se fue no se sabe para dónde... Y el cadáver pesa más; al morir nos hacemos más terrenales; nos llama más fuertemente la tierra... El pecado es lo que hace interesante al hombre... Lo más notable de los alemanes son sus cabezas. No sabemos explicar por qué esas testas afeitadas nos impresionan más que los nevados de los Andes a nosotros, peludos del trópico... La vida es movimiento causado por los grandes factores llamados hambre, amor y miedo... El fin de la acción humana es quitar el hambre y el miedo, y el hombre perfecto, no tiene hambre ni miedo, el hombre perfecto, está apacible... Para la grandeza se necesita una grande escuela de sufrimiento... El hambre es la causa de que el hombre arañe y horade la tierra y dé caza a los animales; lo impulsa a la invención de armas para la caza y de máquinas para la producción... Dios y el Diablo eran una sola persona, eran el Totem de los clanes... El dios de los primeros hombres era también el diablo; era una fuerza que crea y la que destruye; la energía que hace germinar y la que produce la muerte... Luzbel, según los judíos, era el alter ego de Dios; era la persona que estaba a su derecha; era la mano de Dios, tan poderoso que promovió en el Cielo una revolución más terrible que las mejicanas... Dios y el Diablo eran uno mismo... Pero el progreso humano todo lo especializa. Las fuerzas destructoras, el mal, fue concretándose poco a poco en el Diablo, hasta personificarse en esta figura negra, interesante y de rabo prensil que es el dios de los pecados capitales... Lucifer, el que lleva la luz, Luzbel, luz bella, era la mano derecha de Dios, y se convirtió en Belzeburt, en el Diablo, que significa el calumniador. Se apartó de Dios todo el mal... Aventurero es todo aquel que realiza su corazón por el mundo; el tipo lleno de vida que crea las circunstancias y cuya llegada produce una transformación del ambiente... En el amor y en la amistad son necesarias las peleas violentas, pues la vida común con el amigo o con la amante trae pequeños roces, discusiones, malos entendimientos, pretendidas ofensas que se van reconcentrando en el subconsciente en forma de irritabilidad contra el amigo o contra la amada. Tiene uno, por decirlo así, desquites que aun no se han efectuado. Quien es ofendido y no ofende guarda el veneno y se intoxica con él. A toda acción debe corresponder necesariamente una reacción, y si ésta es contenida, se hunde en los subconsciente y permanece allí en estado latente... Los superhombres cicatrizan pronto sus heridas y no conservan recuerdo de ellas; los débiles recuerdan intensamente, reaccionan en el sentido del odio reconcentrado... Aquí hemos sentido, hemos vivido la verdad de que el hombre sea ama a sí mismo con amor tan grande como es su vida; que todo ser

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vivo es egoísta en cuanto vivo, o sea, que el amor propio ocupa igual espacio que la vida... ¿Amamos a los otros seres? En ellos nos amamos, y si a alguien odiamos o despreciamos, en ese desprecio u odio nos amamos... Vivimos buscando goce. La quinta esencia de la vida es moverse en busca del placer propio de cada uno. La vida puede definirse así: Movimiento en busca del placer. Es movimiento en busca de lo que nos falta; es la tendencia de lo imperfecto hacia lo perfecto... Colombia está marchita como planta en verano porque no hay partidos políticos y únicamente hay ladrones que gobiernan sin concepto de patria, que es el de solidaridad con los que conviven bajo el mismo cielo... En Colombia no hay sino homúnculos... Hay que aprender a dominarse, a ser uno mismo, a sacar el mejor partido de su propio modo... No aspiremos a ser otros; seamos lo que somos, enérgicamente. Somos tan importantes como cualquiera en la armonía del universo... El amor es para nosotros lo que está detrás de las formas, la médula de lo fenoménico o, para decirlo en forma bárbara, el nóumeno... El metafísico percibe lo que hay debajo de los fenómenos; el que adivina el hilo madre que sirve de eje para la tela efímera del devenir. ¡Y generalmente se percibe a sí mismo como esencia! Imaginaos un muchacha variada y ricamente vestida. Pues el metafísico es el único para quien ella se desnuda. Los demás, el físico, el matemático, etcétera, están ocupados en examinar sus vestidos. ¡Nosotros somos los verdaderos amantes de esta muchacha... Bello es todo aquello que incita a poseerlo... No importa al abogado la verdad, sino que aparezca como cierta la afirmación que le encomendaron sus clientes... Por eso el abogado es el hombre que maneja los medios de probar; es el titiritero de la certeza, el creador de la verdad... La lógica consiste en obrar de modo que cada acto encierre en sí el efecto apetecido; consiste en saber determinar cuáles partes componen un todo, y en qué partes se descompone un todo. Es el medio de conocer y obrar que nos suministró Dios para conocer y obrar aquello que El hace y conoce por intuición... El hombre es malicioso por naturaleza, y por eso la astucia del campesino vence a la razón del estudioso... Una cosa es lo que es y no otra...

FILOSOFÍA SIN SUPUESTOS (Danilo Cruz Vélez)

Husserl y Heidegger pretendían una filosofía sin supuestos. Este ideal, perseguido por todos los filósofos, pero no alcanzado por ninguno, busca una filosofía como un saber fundamental. Husserl lo centra en la eliminación de los supuestos en la tendencia objetivista del hombre, y Heidegger en el subjetivismo y en la metafísica de la subjetividad. El libro investiga la pugna entre el objetivismo y el subjetivismo, de Husserl, y la superación de la metafísica de la subjetividad en Heidegger. Los supuestos son “los conceptos cuya validez se supone sin más y con los cuales se opera simplemente sin tematizarlos nunca”. PRIMERA PARTE. LOS CAMINOS DE LA FENOMENOLOGIA. (Edmundo Husserl 1859-1938).

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Para Husserl, el principal problema de la filosofía es el problema del camino, del método. Por eso se mueve sobre “la cuestión de la vía de acceso al dominio en que ha de instalarse la filosofía”. No quiere conceptos oscuros y confusos. Dedicó su reflexión filosófica a “meditar sobre la búsqueda de su camino”, sin que lo hubiera encontrado. “Nunca pude construir un sistema, ni llegar a resultados definitivos en ninguna cuestión”. Pensaba que la filosofía tenía que ser una ciencia sin supuestos. Ese propósito se debe buscar al comienzo del filosofar. La fenomenología aspira a ser una ciencia sin supuestos. Entre los múltiples caminos, en este libro se citan tres: el camino cartesiano, el camino histórico y el camino psicológico. Ninguno de estos caminos lo conduce al dominio de la filosofía, porque en ellos se encuentran supuestos. En el camino cartesiano, el punto de partida es la actitud natural, la vida cotidiana natural; en el camino histórico es la existencia humana colocada ya en situación histórica del hombre griego embarcado en la aventura filosófica. El camino cartesiano plantea la afirmación, la negación y la epojé (abstención del juicio). “En la epojé dejo de ser un yo coejecutivo y me convierto en un yo contemplador, en un contemplador desinteresado”. El campo propio de la filosofía es la subjetividad, “en cuyo horizonte surgen los problemas propiamente dichos”. El campo de la filosofía es el camino que conduce a la subjetividad. “Éste se descubre en un movimiento de regreso del yo al sí mismo”. Ese regreso se denomina reflexión. “El camino hacia el campo de la filosofía es, pues, el camino de la reflexión”. En él se asume “una actitud refleja”, la actitud propiamente filosófica. Entonces entramos al terreno de la subjetividad. “La subjetividad reposa en sí misma y es el fundamento de todo lo demás”. A través “de la reflexión que pone en marcha la epojé se nos da primariamente una subjetividad empírica, a la cual reducimos todas las cosas”. Según Husserl, “la epojé, la reflexión y la reducción trascendentales, en las cuales pongo entre paréntesis todo lo trascendente y me percato de la inmanencia pura, me abren el campo de la filosofía: la subjetividad trascendental”. Por medio de la reducción trascendental, el último paso del método fenomenológico, “se sobrepasa el mundo eidético y se ingresa a la subjetividad trascendental, que se revela como el último fundamento del ser y de la explicación de todos los objetos, sin excluir los ideales”. Husserl pretende fundar un sistema del saber apodíctico que excluya toda clase de supuestos. “El fenomenólogo debe atender exclusivamente a los fenómenos”. Para captar los fenómenos interesan las cosas mismas. Husserl hace comenzar la filosofía con los sofistas. La filosofía surge cuando se supera la actitud natural y se descubre la subjetividad como su campo propio de trabajo. El pensar presocrático tiene la totalidad como tema y la teoría como método. Se apoya en un suelo inseguro. El filosofar propiamente dicho se inicia con los sofistas. El escepticismo es el origen de todo filosofar auténtico. La esencia de todo escepticismo es el subjetivismo. La sofística significa el origen histórico de la filosofía. Los sofistas fueron los primeros subjetivistas, porque descubrieron el campo propio de la filosofía: la subjetividad. El subjetivismo trascendental es la filosofía auténtica. La fenomenología trascendental emprende la marcha por el campo real de la filosofía. Husserl atribuye a Sócrates el método de la reducción

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eidética o ideación. Es un estado del método fenomenológico, “el segundo paso en el proceso de reducción del mundo trascendente a la subjetividad”. En la reducción eidética se pone entre paréntesis la facticidad de lo dado y la reduce a la esencia. En la reducción psicológica, el primer paso, se elimina lo objetivo, “todo correlato mundano de los actos mediante los cuales el sujeto se refiere al mundo”. El objeto exterior se pone entre paréntesis, se suspende el juicio sobre el objeto como existente fuera del sujeto. Por medio de la reducción psicológica los objetos trascendentes son reducidos a hechos síquicos”. Hay que superar la facticidad síquica a que conduce la reducción psicológica. “Esta tarea la realiza la reducción eidética o ideación. Mediante ella se reduce el hecho síquico a su eidos”. La reducción de lo fáctico a lo eidético es una absorción de lo individual. A parir de Platón, la filosofía quiere ser “una ciencia que se pueda justificar a sí misma de modo absoluto”. Platón aspiraba a un saber universal que sirviese de base a todas las ciencias, a un saber que no necesitase de ningún otro y que pudiese, por ende, justificarse de modo absoluto. Por eso Platón descubre el mundo de las ideas. Para éste, el lugar de las ideas es el topos uranos, un lugar supraceleste; para Husserl es la subjetividad. Las ideas nos remiten al sujeto. “Platón quiere fundar un saber universal y necesario sobre los objetos trascendentes, que capte lo que éstos son en verdad”; por ello da un giro hacia la subjetividad. Los sofistas lo dan hacia lo subjetivo, pero se quedan “en el terreno movedizo de los hechos síquicos, sobre el cual no se puede fundar ningún saber verdadero. Platón va más allá de la esfera síquica. En este movimiento de superación encuentra las ideas”. Según Husserl, las ideas no son lo último que encuentra el pensar; lo último es la subjetividad. Lo que hace posible la filosofía es la subjetividad trascendental, el último paso de la reducción trascendental. “Por medio de ella se sobrepasa el mundo eidético y se ingresa a la subjetividad trascendental, que se revela como el último fundamento del ser y de la explicación de todos los objetos, sin excluir los ideales. Platón se queda en la reducción eidética y no puede llegar hasta la reducción trascendental”. Según Husserl, el pensar griego posterior a Platón se desvía de la meta que perseguía la filosofía desde sus orígenes. La modernidad ha sido una lucha entre el objetivismo y el subjetivismo, con el dominio de éste. Husserl considera como representantes de la filosofía moderna a Descartes, Locke, Hume y Kant. Los griegos descubrieron el dominio trascendental de la subjetividad, pero sin llegar a posesionarse de él. Desde Aristóteles hasta Descartes la objetividad prevalece, perdiéndose la subjetividad. Descartes la rescata. Es Descartes quien rescata la subjetividad, buscando eliminar todos los supuestos, comentando con un nuevo y auténtico estilo de filosofar. Descartes, queriendo remover el terreno mundano y la actividad natural de donde brotan los supuestos, intenta “una destrucción metódica y sistemática del mundo”. Con su duda metódica, “no pretende negar el saber, sino fundamentarlo en la subjetividad”. Buscando un método matemático para filosofar, rechaza lo sensorial y opta por la razón, por el intelecto, con ingredientes como espacio, tiempo, cantidad, número, figura y magnitud. “Las proposiciones matemáticas son evidentes para todo el mundo. Su fuerza lógica resiste todo ataque de la duda”. El dudar es un modo de pensar; otros, son: entender, afirmar, negar,

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querer, no querer, imaginar, creer, sentir. “Antes de Descartes se había avistado la subjetividad, pero no se había apresado en conceptos”. En opinión de Husserl, Descartes es el auténtico iniciador de la filosofía, la verdadera filosofía; pero éste se quedó a la entrada de lo que él descubrió, incapaz de entrar en lo descubierto. El primer intento de la filosofía trascendental es el “Ensayo sobre el Entendimiento Humano”, de Locke, pero éste se desvía de ese intento por “la obstinada tendencia objetivista o mundana de la actitud natural”. Locke va más allá en la tematización de la subjetividad, pero deja perder el yo puro descubierto por Descartes. A pesar de que Berkeley, uno de los filósofos más radicales y geniales de la época moderno (según Husserl), destruyó el mundo de las cosas y se aferró resueltamente a la subjetividad como lo único seguro, afirmando que el alma es una sustancia cuyas propiedades son las vivencias y negando la sustancia material. Hume prueba que ello es imposible, “ateniéndose estrictamente al principio del metódico empirista, que sostiene: lo que no puede reducirse a la experiencia es una ficción”. Según Hume, la fuente originaria de la experiencia son los sentidos. “Si queremos justificar la validez de una idea, lo primero que tenemos que hacer es preguntar de qué impresión se deriva”. Husserl sostiene que en Kant encontramos “el esbozo de un primer sistema científico de una filosofía trascendental. El da todos los pasos necesarios hacia tal sistema. Su regreso de los objetos al sujeto como su fundamento explicativo, equivale a la superación natural que le abre la dimensión de la subjetividad como campo propio del filosofar. Somete la subjetividad trascendental (la razón pura) a análisis exhaustivos antes de entrar a explicar la objetividad de los objetos desde ella”. Sin embargo, no llega “hasta los verdaderos fundamentos, hasta la problemática más originaria y el método definitivo de la filosofía trascendental”. Hay un objetivismo dogmático en la base de la crítica a la razón que opera con supuestos metafísicos trascendentales: la cosa en sí, fuente del objetivismo kantiano. “Kant no pudo llegar hasta la subjetividad absoluta que constituye todo este en su sentido y validez”. A través de Kant se avista el campo propio de la filosofía, la subjetividad trascendental, “pero rodeado de una oscuridad que va creciendo en la filosofía posterior, hasta ocultarlo totalmente”. Por los caminos cartesiano e histórico se llega a la subjetividad trascendental. En el nuevo camino, cuya fórmula es “Yo Como Filósofo Principiante”, el impulso dominante es filosófico. El filósofo principiante se deja guiar por la aspiración de obtener un saber fundado, del cual pueda hacerse responsable, y no acepta ningún conocimiento que él no haya conquistado por su propio esfuerzo y del cual no pueda responder. “Lo primero que tiene que hacer es una crítica de la experiencia mundana”, es decir, de la experiencia externa: “El mundo es”. El tema de la crítica de la experiencia mundana es el mundo. Esta crítica nos abre el campo de la experiencia apodíctica: la subjetividad. Esto implica desatender el mundo y atender el yo. Ahora se tematiza la experiencia interna (yo soy) en el camino psicológico. En la reflexión fenomenológica “todo mi interés se dirige a los fenómenos síquicos, a los actos, a las vivencias” (un interés puro por lo absoluto). Para llegar a la filosofía trascendental hay que pasar por la sicología. “Sólo a través del camino psicológico se puede arribar a la filosofía auténtica”.

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La subjetividad trascendental es el contrapolo absoluto de todo lo objetivo. La sicología no ofrece el saber que busca el filósofo principiante, porque la ciencia está llena de supuestos. Entonces se debe acudir la reducción trascendental (yo trascendental o epojé). “En la reducción psicológica se reducen los objetos intramundanos a lo síquico. Lo reducido en la reducción eidética son los hechos síquicos; las esencias son el reducendo. En la reducción trascendental lo que se reduce es lo objetivo en general; el reducendo es el yo trascendental tomado como fundamento de toda objetividad”. Esta reducción tiene un carácter universal, excluyendo el peligro de los supuestos. La reducción trascendental nos conduce a la subjetividad trascendental. “Por medio de la reducción trascendental damos un salto del sujeto psicológico a la sujetividad trascendental”, que es el campo de la investigación de la fenomenología trascendental. El salto trascendental nos conduce al dominio de la filosofía auténtica. La pregunta que guía a la filosofía auténtica es la pregunta por el ser de los entes, “o sea la pregunta por el ser de los objetos”. Kant encuentra las condiciones de posibilidad de los objetos en la subjetividad trascendental, dentro de un marco en el cual lo dado adquiere objetividad. “Dicho marco está constituido por la forma a priori de la sensibilidad (espacio y tiempo) y del entendimiento (las categorías), producto de las funciones trascendentales del yo puro. Según Husserl, estas funciones “están al servicio de lo mundano; su vida intencional no reposa en el sí misma, sino que necesita salir hacia lo heterogéneo y opuesto a ella”. Para Husserl, “la subjetividad trascendental es la esfera de la inmanencia pura, situada aquende todo lo trascendente”. La subjetividad trascendental es la unidad yo-mundo, fundamento explicativo del ser de los objetos. El mundo es el horizonte en que hay que esclarecer el ser de todos los objetos. A pesar de que Kant plantea “la imposibilidad del conocimiento del mundo y la falta de sentido de la pregunta por su origen”, Husserl coloca la cuestión del mundo en el centro de la problemática filosófica, porque el mundo hursseliano “pertenece a la dimensión de la subjetividad. Su pregunta por el ser de los objetos no equivale a la pregunta por la causa de ellos trascendente al sujeto. El identifica el ser y sentido. Lo que él busca es el sentido de los objetos, el cual se constituye en el horizonte del mundo”, pero no en el mundo como la suma de las cosas, sino el horizonte de comprensión de su sentido. “El mundo es el horizonte subjetivo en que el sujeto ve todas las cosas. La cuestión de su origen se refiere a su constitución en la subjetividad trascendental”. Este mundo sólo es accesible mediante la experiencia trascendental. Husserl purificó la subjetividad de todo lo trascendente y la fijó como fundamento explicativo de todos los objetos. Husserl es la plenitud y el fin de la metafísica de la subjetividad, puesta en marcha por Descartes. Grados de la experiencia trascendental en la cual se nos esclarece el mundo: “1. En la actitud natural prefilosófica está en relación con las cosas mediante la experiencia natural, percibiéndolas, deseándolas, modificándolas, valorándolas, imaginándolas, etc. Lo experimentado en esta experiencia son las cosas y el mundo circundante. En cambio, el yo que hace la experiencia permanece desatendido, oculto. Por ello, para esta experiencia las cosas y el mundo circundante existen independientemente del yo, poseen un ser en sí. 2º. En el

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curso de la experiencia natural, los engaños, las contradicciones, las ilusiones, las alucinaciones, etc., quebrantan la fe ingenua en el ser en sí de lo trascendente al yo. A pesar de ello, así sale a la luz el yo oculto y olvidado antes. Además, la actitud natural se modifica. En lugar de la actitud refleja vuelta hacia fuera, surge una actitud refleja vuelta hacia adentro: la actitud psicológica, que hace posible la experiencia psicológica. En un primer estadio de esta actitud, empero, la reflexión es aún natural, pues el interés por lo subjetivo está al servicio del interés predominante por lo trascendente. 3º. Por medio de la reducción fenomenológica se purifica a la experiencia psicológica de su interés por lo trascendente. En esta experiencia pura psicológica lo único que interesa es lo subjetivo. Pero la teoría de las implicaciones desentraña los supuestos mundanos de dicha experiencia. 4º. La reducción trascendental transforma la actitud psicológica en la actitud trascendental, que hace posible la experiencia trascendental. El campo de esta experiencia es la vida subjetiva universal como la unidad del yo y el mundo, purifica totalmente de todo lo trascendente”. SEGUNDA PARTE. SUPERACION DE LA METAFISA DE LA SUBJETIVIDAD (Heidegger). Heidegger interpreta la filosofía moderna de manera semejante a Husserl, pero difiere en el juicio sobre la validez de ésta. Heidegger vuelve al revés el sistema interpretativo de Husserl. El pensamiento entre Descartes y Husserl, Heidegger lo denomina “Metafísica de la Subjetividad”. Según Heidegger, “con la fenomenología trascendental comienza a declinar la metafísica que pretende responder a la pregunta por el ser de los entes desde el sujeto”. Heidegger busca los supuestos en una dimensión más profunda que la de Husserl. Lo que explora son las bases mismas en que se apoya la metafísica de la subjetividad: la idea del yo, la identificación del yo con el sujeto y la relación sujeto-objeto. El sujeto no es la fuente del ser. Dasein es el ser del hombre. En su camino histórico hace una crítica de la concepción del hombre como sujeto. La guía de investigación es el ser del hombre; la cuestión capital de la filosofía desde Descartes hasta Husserl. Heidegger, en su investigación histórica, encuentra que la metafísica griega gira en torno de la pregunta ¿qué es el ente? El sentido del hypokeímenon aristotélico hay que buscarlo en el horizonte de las preguntas ¿qué es el ente? Y ¿qué ese el ser? El hypokeímenon griego pasó a ser subjectum en la Edad Media. El término griego ousia (lo que a uno le pertenece), luego fue traducido como sustancia en la Edad Media. Ousia viene del griego ser. Ousia, que fue tomado por la filosofía del lenguaje cotidiano, se convirtió en el nombre para designar el ser de los todos los entes. Para los griegos, Ousia (el ser) era permanente presencia. Los griegos veían el ser a la luz del tiempo. Etimológicamente, hypokeímenon significa subyacente. Lo que está presente en la cosa, según Aristóteles. Ontológicamente, hypokeímenon es un nombre del ser de las cosas. Hypokeímenon pasaría a ser sujeto. La metafísica de la subjetividad se basa en la relación sujeto-objeto. “La búsqueda de Descartes gira en torno al ente, sin llegar a hacerse cuestión del ser mismo”. La traducción de Ousia es substancia. En griego substancia es hypokeímenon,

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que se traduce por subjectum. En la Edad Media la verdad era la adecuación de la cosa y el intelecto. Por su concepción divina, tenía dos sentidos: la adecuación de la cosa al intelecto y la adecuación del intelecto a la cosa. Tanto la verdad de la cosa como la verdad del juicio tienen su fundamento último en Dios. Esta concepción, para Heidegger, “el saber sería incapaz de alcanzar la indubitabilidad”. Descartes busca la certeza del saber en el saber mismo. Resumiendo, sujeto viene de subjectum (traducción de hypokeímenon). Subjectum, lo mismo que hypokeímenon, es el primer nombre que recibe el ser de los entes en la metafísica anterior a Descartes. Descartes renueva la pregunta por el ser del ente, lo que determina un cambio semántico en el término subjectum. En Descartes el único subjectum es el yo. Desde el idealismo alemán (Fitche, Schelling y Hegel) hasta Husserl, el sujeto y el yo son lo mismo. Según Heidegger, antes de Descartes existe la metafísica de la subjetividad, que determina el ser desde el subjectum (hypokeímenon), y después de Descartes existe la metafísica de la subjetividad en cuanto determina el ser desde el sujeto (yo). Descartes descubre el yo como un ente distinto de todos los otros entes. Para Descartes, el yo es una cosa que piensa, y esto cosifica al yo, ocultándolo y desfigurándolo. Kant, tratando de superar este ocultamiento, se pregunta por el “yo pienso”, rechazando la sicología racional. En Descartes el yo se afirma como lo único indubitable. Según Kant, la substancia es una categoría de las cosas. En la metafísica de la subjetividad, “el objeto es siempre un objeto para un yo-sujeto”. Preguntar por el ser del objeto es preguntar por las condiciones de posibilidad de la representación objetiva. “Para Kant, estas condiciones, son la intuición y el concepto. Mediante la intuición se nos da la multiplicidad sensible; por medio del concepto pensamos lo sí dado... el objeto es el producto de la unidad sintética de los dos momentos”. Sólo mediante la unidad de la intuición y el concepto, puede el yo hacerse presente a sí mismo (representarse). “Kant no confunde el yo con una substancia, con una cosa, con el alma substancial, pero identifica su modo de ser con el modo de ser de las cosas. En este sentido, vuelve al punto de partida cartesiano, y el ego cogito sigue siendo res cogitans y su ser la realidad”. Kant rompe los modelos de la metafísica de la subjetividad. “El yo pienso no puede ser percibido como lo son los objetos, pues no es objeto; pero puede ser apercibido al percibir los objetos”. Lo único que se sabe del yo en la apercepción trascendental es que es. “En cuanto al yo trascendental, yo no puedo saber qué soy, sino solamente que soy, es decir, que existo... El yo trascendental funciona como condición de posibilidad de toda representación objetiva y de la objetividad de los objetos, tanto de los físicos o externos como de los síquicos o internos. El yo pienso, según Kant, tiene que poder acompañar todos mis representaciones. De lo contrario, yo no podría tener experiencia de objetos”. Lo que no es naturaleza en el hombre es la libertad. “Como hombre, en sentido estricto, pertenece al reino de la libertad; su ser aquí no está prefijado, sino que tiene que conquistarlo él mismo, para llamarlo suyo”. La espontaneidad es la facultad de comenzar algo por sí mismo, algo que no se puede explicar por causas naturales. Autonomía significa autolegislación, capacidad de darse a sí mismo su propia ley. Lo que se conoce por medio de la apercepción trascendental es la actividad del yo o el yo como

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actividad. Este yo es práctico. Según Kant, el yo pienso expresa el acto de determinar mi existencia. La existencia designa en su lenguaje el ser natural del hombre, que le ha sido dado como a las otras cosas. “El yo pienso es un acto, es actividad; la actividad del hombre por medio de la cual determina su existencia, imponiéndole una ley que ya no proviene de la naturaleza, sino de sí mismo. En esta determinación se constituye su propio ser, no como algo dado, sino como una tarea, donde todo depende del yo quiero”. Kant considera el ego cogito de manera distinta a Descartes. “La categoría conductora para determinarlo no es la realidad, sino el poder ser, la posibilidad”. Husserl intenta apresar el ser del yo. Rechaza el yo puro o trascendental kantiano. “En manos del Husserl la duda metódica se convierte en epojé fenomenológica”, al poner entre paréntesis lo mundano. Para Husserl, la cosa es la unión de propiedades. En la esfera del hombre hay que buscar el yo puro. “El yo puro no es una realidad y no tiene propiedades reales”. Lo que hay se reparte entre la realidad y el yo puro. “A la realidad no sólo pertenece el mundo físico, sino el psíquico y el personal”. El yo puro está purificado de todo lo real; por eso reposa en sí mismo y es absoluto. Lo real es relativo al yo puro. Es trascendental porque es condición de posibilidad de los objetos reales. Es el fundamento de lo real. El yo puro no es objeto. “El yo puro puede convertir en objeto por medio de la reflexión”. En la reflexión se encuentra la corriente de las vivencias como un campo objetivo de la investigación. En la actitud reflexiva el yo está oculto. En la reflexión se modifica la perfección. La reflexión se mueve en el presente y en el pasado. “Mediante su función temporalizante la reflexión nos descubre al yo puro como algo idéntico en el tiempo”. Heidegger quiere esclarecer el ser del hombre. Inicia la analítica ontológica del Dasein en la existencia. Heidegger busca la mismidad del hombre, su ser propio, lo que lo distingue de lo real. Según él, la reflexión no sirve como método para resolver la cuestión del ser; para esto sólo sirve la ontología fundamental”, que, como analítica existencia, tiene que investigar el ser del hombre antes de enfrentarse con el ser en cuanto tal. Heidegger parte de la cotidianidad (actitud natural en Husserl). En ésta debe comenzar el análisis, no en la reflexión. El punto de partida de la analítica del Dasein no es suficiente la cotidianidad. En ésta el yo es un engaño. “El yo allí es un nombre bajo el cual se oculta el verdadero sujeto de la existencia cotidiana. En ella el hombre está entregado con los otros a sus quehaceres en el mundo, olvidándose de sí mismo”. Sus actos brotan desde afuera. Yo hago esto y lo otro, pero porque los demás lo hacen, porque así ser hace, porque uno lo hace. El sujeto de la existencia cotidiana no soy yo. En la cotidianidad yo soy todos y nadie. Soy un yo universal, vacío, sin ningún contenido. Heidegger rechaza el yo como punto de partida de la analítica del Dasein. “La esencia del Dasein se funda en su existencia”. La esencia en Heidegger es el qué de una cosa, su eidos, el ser genérico que conviene a todas las cosas de la misma clase. Identifica la esencia con el ser. “El ser del hombre se funda en su existencia, la cual tiene, por ello, una primacía sobre la esencia”. El hombre no tiene sus determinaciones como la cura tiene sus propiedades. “Las determinaciones del Dasein resultan del comportamiento frente a las

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posibilidades, de su estar abierto a diversos modos de ser posible... Lo que él llega a ser depende de su estar abierto a sus posibilidades eligiendo unas y dejando de lado otras, acertando en la elección o fallando en ellas”. El yo que el Dasein llega a ser radica en su existencia,. La pregunta fundamental de “Ser y Tiempo” es ¿qué es el ser? Según Heidegger, había que superar la metafísica, responsable del olvido del ser. En “Ser y Tiempo” tenía dos caminos: la pregunta por el ser en cuanto ser y la pregunta por el ser del hombre. Se decide por el ser del hombre. “El único camino transitable para desenvolver la pregunta por el ser era el de la relación del hombre con el ser”. El hombre como sujeto está en relación con el ser. “Apoyándose en la metafísica de la subjetividad, Heidegger concibe la relación del hombre con el ser como una relación trascendental. Ser y Tiempo pregunta por las condiciones de posibilidad de comprensión del ser”. El hombre es una relación: ser y comprensión del ser. “La relación del hombre con el ser es lo mismo que le comprensión del ser”. La metafísica clásica sostiene que el hombre es un animal racional. Según Heidegger, “en las tres direcciones en que se mueve la metafísica (la cosmología, la teología y la sicología)” se olvida del ser propio del hombre. La metafísica considera al hombre como un ente entre entes. La Metafísica de la Subjetividad lo coloca en el centro de lo que hay. En ella opera un antropocentrismo desaforado. Para Heidegger, “el centro no está en el hombre sino el punto de cruce del hombre con el ser, que es el centro de la relación, pues en ese cruce se constituye el hambre en cuanto hombre y aparecen todos los entes”. Los nombres del ser del hombre son: 1. El Dasein (ser-ahí, el ser del hombre). “El término Dasein expresa tanto la relación tanto la relación del ser con el hombre como la relación del hombre con el ser”. 2. La existencia. 3. Trascendencia. 4. Ser-en-en-el-mundo (el mundo es horizonte). 5. Libertad. 6. El hombre es poder ser. 7. El hombre es una relación son su muerte. 8. El hombre es proyecto. “El hombre es el ámbito en que el ser se hace patente”. El hombre llega a ser hombre en cuanto entra en contacto con el ser. El Dasein es el punto en que se cruzan el hombre y ser. “Sólo el hombre existe”. En los nombres del ser del hombre “Dasein nombra la doble relación del hombre con el ser y del ser con el hombre. Existencia nombra el ser extático del hombre dentro de la reflexión. Trascendencia nombra el movimiento del hombre desde los entes hacia el ser. Ser-en-el-mundo nombra el término de la trascendencia y la dimensión concreta en que está el hombre en su relación con el ser”. El hombre es una posibilidad de libertad. “La libertad es el fundamento de la relación del hombre con el ser”. La libertad es el fundamento del fundamento. 9. El hombre es poder ser. Las determinaciones del hombre no están en su esencia, no le han sido dadas, sino que resultan de la relación del hombre con sus posibilidades. “A lo que el hombre resulta ser en cada caso ha precedido una relación con su poder ser, una relación de un posible modo del ser, una relación de un posible modo ser, una decisión de realizar lo elegido y una ejecución decidida”. No se puede decir qué es el hombre, sino sólo cómo es. En la metafísica aristotélica, la posibilidad contiene la disyunción ser o no ser; “es una meta del ser y no ser”. El Dasein es lo que puede ser y del modo como es posibilidad. Según Heidegger, “el ser actual del hombre hay que entenderlo desde el presente,

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sobre el cual empuja el pasado y dónde sea abre el porvenir (la unidad de los éxtasis temporales)”. TERCERA PARTE: EL SER DE LA FILOSOFIA El ideal de Husserl era construir una filosofía como ciencia estricta. La filosofía también es una ciencia en dos direcciones: 1. Por el lado de la subjetividad, es fenomenología: descripción de los fenómenos de la conciencia, de las vivencias. 2. Por el lado objetivo, es espistemología o teoría de la ciencia. “Su meta es el esclarecimiento de los fundamentos de las ciencias en un regreso a la conciencia, base de todo saber”. Siguiendo el principio que anima el método filosófico (Ir a las cosas mismas), Husserl sostiene que la “filosofía debe rechazar todo principio infundado, toda hipótesis sin demostrar, todo juicio oscuro, toda construcción en el aire. La única fuente de la que ella se puede alimentar es la de lo dado en una evidencia indubitable”. Según Husserl, “la esperanza del nombre de ver un día toda su cultura dirigida por ideas científicas ha caído en la inautenticidad y en la atrofia”. Hay que buscar una ciencia universal que sirva de fundamento a todas las formas de saber y que se funde en radial autenticidad. La nueva ciencia debe basarse en juicios que concuerdan con el objeto. “Toda ciencia aspira a poseer juicios fundados, que son los únicos que ofrecen un conocimiento permanente y válido universalmente”. Todas las ciencias persiguen alcanzar verdades auténticamente fundadas, válidas para siempre y para todo el mundo. Primer principio metódico de Husserl: “No puedo formar ni admitir como válido ningún juicio que no haya extraído de la evidencia, de experiencias en las cuales me sean presentes las respectivas cosas y contenidos objetivos como ellos mismos”. La subjetividad es una ciencia; una conciencia fundamental y fundamentadora de los otras ciencias; una ciencia cuyo campo de trabajo es la subjetividad”. Según Husserl, la filosofía es una ciencia estricta. “Es una ciencia fundamental y fundamentadora de las otras ciencias”. Las ciencias surgen de la filosofía. “Antes de que una ciencia se pueda dedicar a investigar cómo son los objetos de su dominio, tiene que saber qué son ellos”. La actividad científica es un modo de ser del hombre. El autor del libro sostiene que la filosofía no es una ciencia en el sentido que le Husserl da a la ciencia, “porque su idea de la verdad no corresponde a la de la ciencia... porque ella no puede fundamentar sus juicios como las ciencias... porque no puede alcanzar, como las ciencias, juicios válidos y para siempre... juicios válidos para todo el mundo....”. La filosofía no es una ciencia como las ciencias particulares. Para Platón, el origen de la filosofía se encuentra cuando el hombre abandona el mundo o el reino de las tinieblas, de las sombras, de las apariencias, e ingresa en el mundo de la luz, guiado por la razón. Para Descartes y Husserl, en la superación de la actividad natural, en la reflexión. Para Heidegger, en la pregunta por el ser, en la analítica de la cotidianidad, en la existencia misma. El ser es el tema del preguntar filosófico. La pregunta por el ser es la pregunta de la filosofía. Según Husserl, la actitud natural es le primer campo concreto de

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investigación filosófica. La actitud natural es el campo donde pone en marcha el filosofar. En Platón, el filosofar se pone en marcha con una descripción de la vida natural de los cavernícolas. En Descartes comienza con el análisis del mundo fluctuante de los sentidos en que vive el hombre de la actitud natural. “La actitud natural se caracteriza por la ingenuidad. En ella estamos en relación con las cosas representando, juzgando, queriendo y sintiendo, y lo representado, juzgado, querido o sentido se pone ingenuamente como existiendo. Por esta ingenuidad entra en crisis cuando constata que continuamente somos víctimas de engaños, ilusiones, alucinaciones, en fin, que el mundo de la actitud natural está en el flujo incesante”. FENOMENOLOGIA. Es el intento de superar el sicologismo, el neokantismo, el historicismo y positivismo. Es la ciencia de las esencias, la pura universalidad de la ciencia. Método capaz de procurarse descriptivamente, con expresión pura, la esencia aprehendida directamente en la intuición esencial y las condiciones fundadas puramente en dicha creencia. El fenómeno es lo que se da en la conciencia. La esencia o el eidos de una entidad individual es lo que se encuentra en su ser y lo que lo constituye como tal. La intuición de las esencias origina los juicios sobre esencias, que tienen un carácter universal y necesario, en cuanto que la esencia constituye el ámbito del ser ideal, allende el espacio y el tiempo. Epojé (cesación, abstención): poner entre paréntesis o en suspenso, en entredicho, la creencia en la realidad del mundo. Vivo la vida real, pero absteniéndome de su vigencia real. Reducción eidética o búsqueda de la estructura esencial de las cosas: dejar que el objeto quede manifestado ante mi como lo que es, en su esencia. En Husserl lo trascendental sólo tiene sentido como comprensión de lo que es. La conciencia es un ser absoluto. Es el único ser que no necesita de ningún ser para ser. La conciencia pura es la conciencia trascendental. El conocimiento fenomenológico es un saber absoluto de las esencias. Husserl propone ir a las cosas mismas, sin quedarnos en las apariencias. Reducción fenomenológica: El paso del fenómeno a la esencia, de lo natural a lo ideal es lo que Husserl va a emprender a través del método de las reducciones fenomenológicas. Reducción es el tránsito originante del hecho a la esencia, de lo contingente a lo necesario. La reducción tiene como objeto la totalidad de lo mundano. Se ejerce sobre la actitud natural o dogmática a través de la cual miramos el mundo como existente objetivamente y en la cual nosotros nos insertamos viviendo en ese mundo, creemos en sus realidad y en la de nosotros mismos. El mundo, aquí, está construido por totalidad de los entes entre los cuales me encuentro yo. La reducción debe dejar entre paréntesis esta protocreencia para buscar su sentido y la estructura oculta de esa totalidad de los seres, entre los cuales vivo yo. Por ello debo dejar en suspenso su validez y tomar la actitud de abstenerme de juzgarlo, lo mismo que de encarar las descripciones doctrinales que la filosofía sustenta sobre ello. Se trata de abandonar los prejuicios sobre los entes para llegar a las cosas mismas y poder captar intuitivamente sus esencias. Reducciones para llegar a la cosa en sí: 1. Reducción histórica: Se prescinde de toda teoría anterior. 2. Reducción eidética:

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Se pone entre paréntesis la existencia concreta del fenómeno estudiado. 3. Reducción trascendental: Prescindir de la conciencia del contenido de la conciencia para quedarse con la conciencia pura, es decir, el yo puro al cual se reducen todas las vivencias.

LA REPUBLICA (Platón)

LIBRO PRIMERO Sócrates se reúne con Glaucón, Adimanto, Polemarco, Trasímaco y otros, en casa de Céfalo, en El Pireo, en la ciudad griega de Atenas. Comienzan dialogando sobre la vejez. Céfalo, hombre rico, se siente bien con su vejez. Considera que ésta “es un estado de reposo y de libertad respecto de los sentidos”. Los problemas en este estado los causa el carácter. “Con costumbres suaves y convenientes, la vejez es soportable; pero con un carácter opuesto, lo mismo la vejez que la juventud son desgraciadas”. Las riquezas garantizan una buena vejez, pero con sabiduría. “Sin la sabiduría nunca las riquezas la harían más dulce”. Las riquezas procuran ventajas, cuando el viejo ha sido justo y no tiene remordimientos. En la extensa discusión sobre la justicia, Sócrates pregunta si “está bien definida la justicia haciéndola consistir simplemente en decir la verdad, y en dar a cada uno lo que de él se ha recibido”. Según él, en esto no consiste la justicia. Para el poeta Simónides, esto es la justicia: “La justicia es dar a cada uno lo que se le debe”. Sócrates arguye que Simónides pensaba que “debe hacerse bien a sus amigos y no dañarles en nada”. Simónides piensa que había que “dar a cada uno lo que le conviene”. Del concepto de Simónides, se desprende que “la justicia hace bien a sus amigos y mal a sus enemigos”. Simónides llama justicia “hacer bien a sus amigos y mal a sus enemigos”. Polemarco pensa que la justicia “consiste siempre en favorecer a sus amigos y dañar a sus enemigos”. Para Sócrates, la justicia es una verdad. El hombre justo no puede causar mal a nadie. “Nunca es justo hacer daño a otro”. Sócrates, convencido que la justicia no consiste en lo anterior, pregunta en qué consiste. Trasímaco, de manera arrogante y sofista, sostiene que “la justicia no es otra cosa que lo que es más útil al más fuerte”. Tratando de justificar su aserto dice que “en cada Estado la justicia no es más que la utilidad del que tiene la autoridad en sus manos, y, por consiguiente, del más fuerte”. Aunque Sócrates conviene con Trasímaco en que “la justicia es una cosa ventajosa”, con su mayéutica disiente de la concepción de Trasímaco. Éste piensa que la naturaleza de lo justo y de lo injusto es un bien para todos, “menos para el injusto”; que la justicia es útil para el más fuerte, el que manda, y dañosa para el débil; “que la injusticia ejerce su imperio sobre las personas justas, que por sencillez ceden en todo ante el interés del más fuerte, y sólo se ocupan en cuidar los intereses de éste abandonando a los suyos... El hombre justo siempre lleva la peor parte cuando se

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encuentra con el hombre injusto”. Cree que el injusto, teniendo un gran poder, “se vale de él para dominar constantemente a los demás”. Convencido de su planteamiento, insiste en que “la justicia es el interés del más fuerte, y la injusticia es por sí misma útil y provechosa”. Como Sócrates considera que la justicia como “la regla de conducta que cada uno debe seguir para gozar durante la vida la mayor felicidad posible”, piensa que no es “más ventajoso ser malo que hombre de bien... aunque el malo tenga el poder de hacer el mal, sea por fuerza o sea por astucia, nunca creeré que su condición sea preferible a la del hombre justo”. No concede a Trasímaco que la justicia sea el interés del más fuerte. Trasímaco insiste en que la justicia es más ventajosa que la justicia perfecta. Para él, la injusticia es sabiduría. Los injustos son buenos, virtuosos y sabios. Para Sócrates la injusticia es cosa vergonzosa y mala. Trasímaco le atribuye a la injusticia títulos como la fuerza y la belleza. El injusto es inteligente y hábil; el justo no lo es. Sócrates, con sus irónicas preguntas, persuade a Trasímaco que “el justo es hábil y sabio, y el injusto ignorante e inhábil”. Para su concepción de justicia, Trasímaco se funda en la opinión de poner la justicia en el manejo de los bienes penosos que no merecen nuestros cuidados por la gloria y las recompensas que producen. Los dos estuvieron de acuerdo en que “la justicia es habilidad y virtud, y la injusticia es ignorante e inhábil”; que la justicia es una virtud y la injusticia es un vicio; que el alma (cuya función es pensar, gobernar y deliberar) justa y el hombre justo viven bien, y el injusto vive mal; que el que vive bien es dichoso, y el que vive mal es desgraciado. “El justo es dichoso y el injusto desgraciado”. Trasímaco reconoce que es falso que la injusticia sea más provechosa que la injusticia. Al término de este diálogo Sócrates no sabe aún qué es la justicia. LIBRO SEGUNDO Sócrates incluye la justicia dentro de los bienes que deben amarse por ellos mismos y por sus resultados. Glaucón, que no queda satisfecho de la discusión entre Sócrates y Trasímaco en pro y en contra de la justicia y de la injusticia, quiere “saber cuál es su naturaleza y qué efecto producen ambas inmediatamente en el alma, sin tener en cuenta ni las recompensas que llevan consigo ni tampoco ninguno de sus resultados, buenos o malos”. Glaucón cree que el gran mérito de la injusticia consiste en parecer justo sin serlo. Quiere que se decida sobre la felicidad del justo y del injusto. El está de parte de los que prefieren la injusticia a la justicia. Adimanto expone su tesis de los que toman el partido de la justicia contra la injusticia. “Nada es más bello, ni al mismo tiempo más difícil y más penoso que la templanza y la justicia... Nada hay más dulce que la injusticia y el libertinaje... La virtud no tiene más trabajos y penalidades que ofrecerme... La apariencia de la virtud puede contribuir más a mi bienestar que la realidad de la misma...”. Sólo se inclina por la justicia porque todo le sale bien si es injusto. Nadie ha probado que la injusticia sea mala y la justicia sea buena. Adimanto pide a Sócrates que, además de probar que la justicia es preferible a la injusticia, explique los efectos que ambas producen por sí mismas en el alma. Sócrates para responder plantea la formación de un Estado, en procura de descubrir cómo la justicia y la injusticia

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nacen en él. Cree que lo que da origen a la sociedad es la impotencia en que cada hombre se encuentra incapaz de bastarse a sí mismo y la necesidad de muchas cosas que experimenta. La aglomeración de necesidades que reúne a muchos hombres hará auxiliarse mutuamente, dando nacimiento al Estado. Propone a sus interlocutores construir un Estado con el pensamiento, en cuya base están las necesidades de alimento, la habitación y el vestido. Cada uno deberá hacer lo que sabe hacer en virtud de su profesión y de acuerdo con su talento. Cada uno debe limitarse a los suyo propio. Ese Estado necesitará de un número mayor de labradores y obreros; también de comerciantes. Se necesita un mercado y una moneda. También son necesarios los guerreros con carácter de perros de buena raza: dulces con quien conocen y agresivos con los desconocidos. La filosofía y el valor serán las cualidades de los guerreros. El guardián debe ser valiente y filósofo. El instinto del perro es el ideal porque “ladra a los que no conoce aunque no haya recibido de ellos ningún mal, y halaga a los que conoce, aunque no le hayan hecho ningún bien”. Un buen guardián del Estado debe tener valor, fuerza, actividad y filosofía. ¿Cuál es la educación desde niños para los guerreros? “Formar el cuerpo mediante la gimnasia y el alma mediante la música”. No se les deben contar fábulas a los niños que impliquen crímenes, venganzas e injurias. No se podrán contar fábulas de Hesíodo, Homero y otros poetas, porque representan a los dioses y a los héroes distintos de como son. No se debe hablar de los combates de los dioses, ni de los lazos que se tendían unos a otros. Se les deben contar cosas que los conduzcan en la virtud. Los poetas deben representar a Dios tal como es; debe decirse que Dios es bueno. Los bienes deben atribuirse a Dios. Una primera ley es que “Dios no es el autor de todas las cosas, sino sólo de las buenas”. No se debe mentir, porque la mentira es ignorancia que afecta el alma del que el engañado; la mentira es expresión del sentimiento que el alma experimenta. Dios no miente ni engaña. La segunda ley prohibe hablar y escribir respecto a los dioses como encantadores, mutantes y que engañan con discursos y acciones. En los discursos no debe haber quejas ni lamentaciones. LIBRO TERCERO Para que los guerreros sean valientes, los poetas no deben escribir versos en donde se desprecie la muerte y no se elogien los infiernos, para que prefieran morir en combate antes que ser derrotados o esclavizados. En la poesía no deben haber lamentaciones y quejas en boca de los hombres grandes. No debe haber lágrimas ni gemidos en los hombres; sólo en las mujeres más débiles. Los poetas no deben representar a los dioses llorando. La mentira nunca es útil, solamente para los médicos en ciertos casos. “Sólo a los magistrados supremos pertenece el poder mentir, a fin de engañar al enemigo o a los ciudadanos para bien de la República. La mentira no debe nunca permitirse a los demás hombres”. No se les debe mentir a los magistrados. Hay que desarrollar en los jóvenes guerreros la templanza. Los principales efectos de la templanza es hacerlos sumisos para con los que mandan y dueños de ellos mismos en todo lo relativo a comer y beber y en los placeres de los sentidos. “Los poetas y los

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autores de fábulas se engañan gravemente con relación a los hombres, cuando dicen que los malos son dichosos en su mayor parte y los hombres de bien desgraciados; que la injusticia es útil en tanto que permanece oculta, y, por el contrario, que la justicia es dañosa al que la practica y útil a los demás”. Estos discursos serán prohibidos. “En la poesía y en toda ficción hay tres clases de narraciones. La primera es imitativa, y pertenece a la tragedia y a la comedia. La segunda se hace en nombre del poeta (los ditirambos). La tercera es una mezcla de una y otra, y nos servimos de ella en la epopeya y en otras cosas”. Los poetas no pueden hacer narraciones puramente imitativas. Los guerreros no deben ser imitadores. “Un hombre solo no puede imitar muchas cosas lo mismo que una sola... Menos podría aplicarse a una función importante y al mismo tiempo imitar muchas cosas y sobresalir en la imitación, cuando se ve en dos cosas, que tanto se dan la mano como la comedida y la tragedia, es difícil que un mismo hombre sobresalga en ambas... No se puede sobresalir a la vez en los dos géneros”. Los guerreros no deben imitar nada; libres de toda ocupación deben “consagrarse únicamente a conservar y defender la libertad del Estado”. Si imitan algo, esto los debe conducir al valor, a la templanza, a la grandeza del alma, a la santidad y a las demás virtudes. No se debe imitar nada que sea bajo y vergonzoso. Para éstos la virtud es un deber. No podrán imitar a una mujer, sea joven o vieja, ni a los esclavos, ni a los hombres malos o cobardes. No deben remedar a los locos. El guerrero “debe conocer a los dementes y a los malos, ahombres y mujeres, pero no se les debe imitar ni parecérseles”. No debe imitar obreros ni hacer lo que éstos hacen. No debe imitar relinchos de caballos, murmullo de ríos, del mar, del rayo ni de nada más”. El zapatero, será zapatero y no piloto; el labrador, labrador y no juez; el guerrero, guerrero y no comerciante; y así los demás. La melodía se compone de palabras, armonía y número. En consecuencia, las palabras cantadas deben componerse según las disposiciones anteriores; la armonía y el número deben corresponder a las palabras. No se permitirán los tocadores y constructores de flauta; sólo la lira y el laúd “para la ciudad, y para los campos el caramillo, que usarán los pastores”. Se deben preferir los instrumentos musicales inventados por Apolo y no por el sátiro Marsias. Se deben “buscar artistas hábiles, capaces de seguir la huella de la naturaleza de lo bello y de lo gracioso, a fin de que nuestros jóvenes, educados en medio de sus obras como en una atmósfera pura y sana, reciban sin cesar saludables impresiones por los ojos y por los oídos, y que desde la infancia se vean insensiblemente conducidos a imitar y amar lo bello, y a establecer entre éste y ellos mismos un perfecto acuerdo”. La música es importante en la educación, porque, “insinuándose desde muy temprano en el alma, el número y la armonía se apoderan de ella, y consiguen que la gracia y la armonía se apoderen de ella, y consiguen en ella, siempre que se dé esta parte de educación como conviene darla, puesto que sucede todo lo contrario cuando se la desatiende”. Educado adecuadamente un joven en la música, “advertirá con la mayor exactitud lo que haya de imperfecto y de defectuoso en las obras de la naturaleza y del arte, y experimentará a su vista una impresión justa y penosa; alabará por la misma razón con entusiasmo la belleza que observe, le dará entrada en su alma, se alimentará con ella, y se formará por este medio en

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la virtud”. El verdadero músico amará a todos en quienes encuentre armonía. Además de la música, los jóvenes se deben formar en la gimnasia. Un cuerpo bien constituido hace buena al alma. Un guerrero no podrá embriagarse. Los guerreros deben alimentarse y dormir bien. “Deben estar, como los perros, siempre alerta, verlo todo, oírlo todo, mudando sin estar en campaña el alimento y la bebida, sufrir el frío y el calor, y, por consiguiente, temer un cuerpo a prueba de todas las fatigas”. Una buena educación es necesaria para que tengan dulzura tanto los unos respecto de los otros, como respeto de aquellos cuya defensa les está encomendada. “Además de esta educación, todo hombre sensato habrá de convenir en que las habitaciones y la fortuna que se les asigne, deben ser tales que no les impidan ser excelentes guardianes, ni les induzcan a dañar a sus conciudadanos”. No deben tener propiedades. Comerán en comedores comunes. No necesitan oro ni plata, porque Dios puso en sus almas oro y plata divina. Si tienen pertenencias, se convertirán en comerciantes, y, en lugar de defender el Estado, se vuelven en contra de éste. LIBRO CUARTO Las riquezas y la pobreza dañan a las artes y a sus ejercitantes. Los magistrados deben estar alerta sobre esto. “La opulencia y la pobreza, porque ambas engendran molice, la holgazanería y el amor a las novedades; y a la otra este mismo amor a las novedades, la bajeza y el deseo de hacer mal”. Todas las cosas deben ser comunes entre amigos. Una buena educación forma un buen carácter. “Los que hayan de estar a la cabeza de nuestro Estado vigilarán especialmente para que la educación se mantengan pura; y, sobre todo, para que no se haga ninguna innovación ni en la gimnasia ni en la música”. Los magistrados harán de la música la ciudadela del Estado. Los niños deberán estar callados delante los ancianos, “levantarse cuando éstos se presenten, cederles siempre el puesto de honor, respetar a los padres, conservar el modo de vestir, de cortarse el pelo y de calzarse, todo lo relativo al cuidado del cuerpo y otras mil cosas semejantes”. El Estado debe ser prudente, templado y justo. “Todo Estado organizado naturalmente debe su prudencia a la ciencia que reside en la más pequeña parte de él mismo”. Este tipo de Estado es la justicia misma. “La justicia consiste en que cada uno haga lo que tiene obligación de

hacer”. Un Estado que tenga templanza (dominio de sí mismo), fortaleza y prudencia encarnará la justicia. Estas tres virtudes contribuyen a la perfección de la sociedad civil. La justicia, en unión de la prudencia, la templanza y la fortaleza, asegura el bien del Estado. “La justicia asegura cada uno la posesión de lo que le pertenece y el ejercicio libre del empleo que le conviene”. La injusticia es un crimen contra el Estado. El hombre justo no se diferencia en nada de un Estado justo. En el alma del hombre hay tres principios, que responde a los tres órdenes del Estado. El particular debe ser prudente y valiente. “Lo que hace el Estado justo, hace igualmente justo al particular”. Pertenece a la razón mandar porque en ella reside la prudencia. “La razón deliberará; la cólera combatirá, y, secundada por el valor, ejecutará las órdenes de la razón”. Debe haber armonía entre la parte que manda y la que obedece.

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LIBRO QUINTO Con respecto a la educación de las mujeres y de los niños, dice que, debido a las naturalezas diferentes, entre el hombre y la mujer, tendrán oficios diferentes. “Por consiguiente, las mujeres de nuestros guerreros deberán abandonar sus trajes, puesto que la virtud ocupará su lugar. Participarán con sus maridos de sus trabajos de la guerra y de todos los que exija la guarda del Estado, sin ocuparse de otra cosa. Sólo se tendrá en cuenta la debilidad de su sexo, al señalar las cargas que deban imponérseles. El que se burle a la vista de las mujeres desnudas que ejerciten su cuerpo para un fin bueno, recoge fuera de sus sazón los frutos de su sabiduría; no sabe ni lo que hace, ni por lo que se ríe; porque hay y habrá siempre razón para decir que lo útil es bello, y que sólo es feo lo que es dañoso”. Todos los oficios deben ser comunes entre los guerreros y sus mujeres. “Las mujeres de nuestros guerreros serán comunes todas y para todos; ninguna de ellas cohabitará en particular con ninguno de ellos; los hijos serán comunes y los padres no conocerán a sus hijos ni éstos a sus padres”. Las mujeres procrearán entre los 20 y 40 años; los hombres, “desde que hayan pasado el primer fuego de juventud hasta los 55 años”. Los ciudadanos participarán en común de los intereses de cada particular, y se regocijan y se afligirán todos por unas mismas cosas. Todo debe ser común entre los hombres y las mujeres. En lo relativo a la educación, a los hijos y a la guarda del Estado, las mujeres permanecerán en la ciudad; juntos irán a la guerra y compartirán las fatigas, es decir, irán a mediar en todas las empresas de las guerras. El verdadero filósofo debe ser gobernante. Pero el auténtico filósofo es aquel que ama la sabiduría, toda y por entero. El filósofo es que “el que lleva de frente todas las ciencias con ardor igual, que desearía abrazarlas todas y tiene un deseo insaciable de aprender”. Los verdaderos filósofos son los que gustan contemplar la verdad. Los contempladores de la verdad “son los únicos a quienes conviene el nombre de filósofos”. El alma del filósofo auténtico es capaz de elevarse hasta la esencia de la belleza misma, reconocerla y unirse a ella. Sólo el verdadero filósofo es capaz de elevarse hasta lo bello en sí y contemplarlo en su esencia. Sólo el filósofo auténtico, que es capaz de contemplar la belleza, sea en sí misma, sea en lo que participa de su esencia, que no confunde lo bello y las cosas bellas, y que no toma jamás las cosas bellas por lo bello, vive en la realidad y no en el sueño. El filósofo ama la sabiduría, toda y por entero. Sus conocimientos, fundados en una vista clara de los objetos, son una verdadera ciencia; los que descansan en la apariencia, corresponde al universo de la opinión, y ésta no es otra cosa que la facultad que tenemos de juzgar por la apariencia”. La opinión es una intermedia en la ciencia y la ignorancia. “Por consiguiente, para los que ven la multitud de cosas bellas, pero que no distinguen lo bello en su esencia, ni pueden seguir a los que intentan demostrárselo, que ven la multitud de cosas justas, pero no la justicia misma, y lo mismo todo lo demás, diremos que todos sus juicios son opiniones y no conocimientos... Los que contemplan la esencia inmutable de las cosas tienen conocimientos y no opiniones”. El nombre de filósofo sólo se dará a “los que se consagran a la contemplación de la esencia de las cosas”.

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LIBRO SEXTO El gobernante debe ser filósofo. Pero hay que distinguir cuáles son los auténticos filósofos. “Los verdaderos filósofos son aquellos cuyo espíritu puede alcanzar el conocimiento de lo que existe siempre de una manera inmutable”; quienes giran alrededor de muchos objetos mudables no son filósofos. Los magistrados (los gobernantes) serán los más adecuados para mantener leyes y las instituciones en todo vigor. Deberán “fijar por medio de leyes lo que es honesto, bueno y justo en las acciones humanas”; deberán conocer la esencia de las cosas. El gobernante debe ser capaz de unir la experiencia con la especulación. El filósofo debe amar con pasión la ciencia que puede conducirle al conocimiento de las esencias. El filósofo debe amar la sabiduría y desechar la mentira, porque “el espíritu verdaderamente ávido de ciencia debe, desde la primera juventud, amar y buscar la verdad”. En el alma del verdadero filósofo no habrá “nada que le rebaje, porque la pequeñez no puede tener absolutamente cabida en un alma que debe abrazar en sus indagaciones todas las cosas divinas y humanas”. El hombre justo debe ser moderado en sus deseos, exento de concupiscencias, de bajeza, de arrogancia y de cobardía. El alma nacida para la filosofía desde pequeña mostrará equidad y dulzura; también deberá tener habilidades para aprender mucho y tener buena memoria. El filósofo deberá estar “dotado de memoria, de penetración, de grandeza de alma, de afabilidad”; ser amigo de la verdad, de la fortaleza y de la templanza. Deberá ser un hombre perfeccionado por la educación y la experiencia. Sólo a ellos se les debe confiar el gobierno de un Estado. Para ser un verdadero sabio en necesario amar la verdad, “que debe buscarse en todo y por todo. El auténtico filósofo debe recibir de la naturaleza la facilidad de aprender, la memoria, el valor y la grandeza del alma... Desde la infancia será, el primero entre sus iguales, sobre todo si las perfecciones del cuerpo corresponden en él a los del alma... Cuando haya llegado a la edad madura, sus padres y sus conciudadanos se apresurarán a servirse de sus talentos y a confiarle sus intereses y los del Estado”. El verdadero filósofo no podrá ser un sofista. Del mal filósofo saldrán “pensamientos frívolos, sofismas, opiniones desprovistas de verdad, de buen sentido y solidez”. La idea de bien es el objeto del más sublime conocimiento y la justicia y las demás virtudes deben a esta idea su utilidad y todas sus ventajas. Algunos hacen consistir el bien en el placer y otros en el conocimiento. El seguro guardador de lo justo y de lo honesto es el que conozca las relaciones que mantienen con el bien. “Nuestro Estado estará bien gobernado, si tiene por jefe un hombre que una el conocimiento del bien al de lo bello y de lo justo”. Las cosas bellas o buenas son objeto de los sentidos; las ideas de lo bello y de lo bueno son objeto del espíritu. Cuando los objetos están iluminados por los astros de la noche y no por el sol, apenas se les puede distinguir. “Lo mismo sucede respecto al alma. Cuando fija sus miradas en objetos iluminados por la verdad y por el ser, los ve claramente, los conoce y muestra que está dotada de inteligencia; pero cuando vuelve sus miradas sobre lo que está envuelto en tinieblas, sobre lo que nace y perece, su vista se turba, se oscurece, y ya no tiene más que opiniones, que mudan a cada momento; en una palabra, parece completamente privada la inteligencia... Lo que derrama sobre

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los objetos de las ciencias la luz de la verdad, lo que da al alma la facultad de conocer, es la idea de bien, que es el principio de la ciencia y de la verdad, en cuanto caen bajo el dominio del conocimiento. Por bellas que sean la ciencia y la verdad, puedes conseguir, sin temor de engañarte, que la idea del bies es distinta de ellas, y las supera en belleza. Y así como en el mundo visible hay razón para creer que la luz y la vista tienen analogía con el sol, pero sería falso decir que son ellas el sol; en la misma forma en el mundo inteligible pueden considerarse la ciencia y la verdad como imágenes del bien, pero no habría razón para tomar la una o la otra por el bien mismo, cuya naturaleza es de un valor infinitamente más elevado”. Lo que las apariencias son a las cosas que ellas representan es la opinión al conocimiento. La pura inteligencia, el conocimiento razonado, la fe y la conjetura son las cuatro operaciones del alma. LIBRO SEPTIMO Sócrates refiere a Glaucón la Alegoría de la Caverna, en donde los hombres sólo perciben sombras. “El hombre de la caverna comienza por verse libre de sus cadenas; después, abandonando las sombras, se dirige hacia las figuras artificiales y hacia la luz que las alumbra. En fin, sale de este lugar subterráneo para subir hasta los sitios que ilumina el sol; y como sus ojos, débiles y ofuscados, no pueden fijarse, desde luego, ni en los animales, ni en las plantas, ni en el sol, recurre a las imágenes de los mismos, pintadas en la superficie de las aguas y en sus sombras, pero estas sombras pertenecen a seres reales y no a objetos artificiales como sucedía en la caverna; y no están formadas por aquella luz, que nuestro prisionero tomaba por el sol... El antro subterráneo es este mundo invisible; el fuego que le ilumina es la luz del sol; este cautivo, que si ve a la región superior y que la contempla, es el alma que se eleva hasta la esfera inteligible... En los últimos límites del mundo inteligible está la idea del bien, que se percibe con dificultad; pero una vez percibida no se puede menos de sacar la consecuencia de que ella es la causa primera de todo lo que hay de bello y de bueno en le universo; que, en este mundo visible, ella es la que produce la luz y el astro de que ésta procede directamente; que en el mundo invisible engendra la verdad y la inteligencia; y en fin, que ha de tener fijos los ojos en esta idea el que quiera conducirse sabiamente en la vida pública y en la privada”. La vista puede afectarse de dos maneras y por causas opuestas: “por el tránsito de la luz a la oscuridad o por el de la oscuridad a la luz; y aplicando a los ojos del alma lo que sucede a los del cuerpo, cuando vea a aquella turbada y entorpecida para a distinguir ciertos objetos, en vez de reír sin razón al verla en tal embarazo, examinará si éste procede que el alma viene de un estado más luminoso, o si es que al pasar de la ignorancia a la luz, se ve deslumbrada por el excesivo resplandor de ésta”. La Alegoría de la Caverna está dirigida al hombre que busca la verdad, y nos dice que el conocimiento es como una liberación de este mundo, el de los sentidos, y nos sitúa en el ámbito de la auténtica realidad: el mundo de las ideas; intenta demostrarnos la validez de su planteamiento sobre el conocimiento; nos explica que la realidad auténtica, para los encadenados serían sólo las sombras que ellos han visto durante toda su vida, proyectadas sobre la pared; quiere darnos a entender que el mundo que

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nosotros captamos a través de los sentidos es como las sombras que ven los encadenados. Según el autor, sólo el alma sería capaz de ver la auténtica realidad, como así le ocurrió al que fue liberado de sus cadenas. El legislador debe buscar la felicidad de todos los gobernados, sin ningún tipo de excepción. En el Estado Gobernado por el auténtico filósofo ha de reinar la concordia. En una República bien ordenada sólo mandarán los gobernantes verdaderamente ricos en sabiduría y en virtud, porque estas riquezas constituyen la verdadera felicidad. El filósofo debe despreciar las dignidades y los sucedáneos. El gobernante debe estar instruido por la ciencia de gobernar. La ciencia que eleva el alma desde lo que nace hasta lo que es (el conocimiento del bien) debe ser útil a los guerreros, y esa ciencia es la de los números y del cálculo. Eleva el alma al puro conocimiento y la conduce a la contemplación del ser. Conducen al conocimiento de la verdad. “Ellas son necesarias al guerrero para disponer bien un ejército, y al filósofo para salir de lo que nace y muere, y elevarse hasta la esencia misma de las cosas, porque sin esto no será nunca un verdadero aritmético”. A quien se confía la guarda del Estado es guerrero y filósofo. “Demos una ley a los que hemos destinado en nuestro plan de ocupar los primeros puestos, para que se consagren a la ciencia del cálculo, para que estudien, no superficialmente, sino hasta que, por medio de la pura inteligencia, hayan llegado a conocer la esencia de los números, no para servirse de esta ciencia en las compras y ventas, como hacen los mercaderes y negociantes, sino para aplicarla a las necesidades de la guerra y facilitar al alma el camino que debe conducirla desde la esfera de las cosas percibibles hasta la contemplación de la verdad y del ser”. La ciencia del número tiene la virtud de elevar el alma, “obligándola a razonar sobre los números, tales como son en sí mismo, son consentir jamás que sus cálculos recaigan sobre números visibles y palpables”. Esta ciencia obliga al alma a servirse del entendimiento para conocer la verdad. La geometría mueve al lama a contemplar la esencia de las cosas. Tiene por objeto el conocimiento de lo que existe, y no de lo nace y perece. “La geometría atrae al alma hacia la verdad, forma en ella es espíritu filosófico, obligándola a dirigir a lo alto sus miradas, en lugar de abatirlas, como suele hacerse, sobre las cosas de este mundo”. La astronomía es otra ciencia de interés para el guerrero y el gobernante, porque necesitan conoce las estaciones, los meses y los años. Las matemáticas, la geometría y la astronomía son ciencias que tienen mucho valor, que pocos saben apreciar. “Purifican y reaniman un órgano del alma extinguido y embotado por las demás ocupaciones de la vida”. La astronomía obliga al alma a mirar a lo alto a contemplar las cosas del cielo. El verdadero astrónomo creerá “que el que ha hecho el cielo ha dado a su obra la belleza que el artista humano ha dado a la suya. Y así nos serviremos de los astros en el estudio de la astronomía, como nos servimos de las figuras en la geometría, sin detenernos en lo que pasa en el cielo, si queremos hacernos verdaderos astrónomos y sacar algún provecho de la parte inteligente de nuestra alma, que sin esto no nos sería de utilidad alguna”. La dialéctica es otra ciencia importante porque es completamente espiritual. “El que se dedica a la dialéctica, renunciando en absoluto al uso de los sentidos, se eleva sólo mediante la razón, hasta la esencia de las cosas; y si continúa sin indagaciones hasta que haya

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percibido mediante el pensamiento la esencia del bien, ha llegado al término de los conocimientos inteligibles, así como el que ve el sol ha llegado al término del conocimiento de las cosas visibles”. Todas estas ciencias elevan la parte más noble del alma hasta la contemplación del más excelente de los seres. ¿En qué consiste la dialéctica, en cuantas especies se divide y por qué camino se llega a ella? Es un método para descubrir la esencia de cada cosa. “El método dialéctico es el único que, dejando a un lado las hipótesis, se eleva hasta el principio para establecerlo firmemente, sacando poco a poco el ojo del alma del cieno en que estaba sumido, y elevándose a lo alto con el auxilio y por el ministerio de las artes”. Dialéctico es el que conoce la razón de la esencia de cada cosa. “Un hombre que no puede separar por el entendimiento la idea del bien de todas las demás, de dar de ella una definición precisa, no vencer todas las objeciones, como un hombre de corazón en un combate, ni demostrar esta idea de una manera real, destruyendo todos los obstáculos mediante un razonamiento irresistible, ¿no dirás de él que ni conoce el bien por esencia, ni ningún otro bien; que si percibe algún fantasma de bien, no es mediante la ciencia sino mediante la opinión como él la comprende; que su vida se pasa en un profundo sueño, acompañado de ensueños, del que no saldrá en este mundo antes de bajar a los infiernos, donde dormirá un sueño verdadero”. La dialéctica, como ciencia de interrogar y de responde de la manera más sabia posible, es “el coronamiento y el colmo de las demás ciencias; que no hay ninguna que pueda colocarse por encima de ella, y que cierra la serie de ciencias que importa aprender”. El buen gobernante debe prepararse desde su juventud. “Desde la edad más tierna es preciso destinar nuestros discípulos al estudio de la aritmética, de la geometría y demás ciencias que sirvan de preparación a la dialéctica; pero es necesario desterrar de la enseñanza todo lo que sean trabas y coacciones... Un espíritu libre no debe aprender nada como esclavo. Que los ejercicios del cuerpo sean forzados o voluntarios, no por eso el cuerpo deja de sacar provecho; pero las lecciones que se hacen entrar por fuerza en el alma, no tienen en ella ninguna fijeza... No emplees la violencia con los niños cuando les des las lecciones; haz de manera que se instruyan jugando y así y te podrás mejor en situación de conocer las disposiciones de cada uno”. En un buen Estado todo será común: “mujeres, hijos, educación, ejercicios propios de la paz y de la guerra”. Los hombre consumados en la filosofía y en la ciencia militar deben designarse como jefes de Estado. LIBROS OCTAVO Y NOVENO Sócrates plantea sus formas de gobierno: timocracia, el más alabado; oligarquía, expuesto a un gran número de males; democracia, poco estimado; y tiranía, la mayor enfermedad que pueda padecer un Estado. Se examinan todos estos tipos de gobiernos, mostrando la inconveniencia de cada uno de ellos y la manera en que se transforman en otro peor. Son inapropiados para el modelo de Estado que se diseña en La República. Se inclina por la aristocracia, como la mejor forma de gobierno. LIBRO DECIMO

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En el modelo de Estado platónico se debe prohibir la poesía imitativa. “El arte de imitar está muy distante de lo verdadero, y si se ejecutan tantas cosas es porque no toma sino una pequeña parte de cada una; y aun esta pequeña parte no es más que un fantasma. El pintor, por ejemplo, nos representará un zapatero, un carpintero o cualquier otro artesano, sin conocer nada estos oficios. A pesar de esto, si es un excelente pintor, alucinaría a los niños y al vulgo ignorante, mostrándoles de lejos el carpintero pintado, de suerte que tomarán la imitación por la verdad... Si estuviera realmente versado en el conocimiento de lo que imita, creo que querría más dedicarse a producir por sí, que no imitar lo que hacen los otros; que haría un esfuerzo en distinguirse, dejando para la posteridad, como otros tantos momentos, numeroso trabajos y preciosas obras; en una palabra, que preferiría merecer elogios a los demás a tener que tributarlos él a éstos... Digamos de todos los poetas, comenzando por Homero, que ya traten en sus versos de la virtud o de cualquiera otra materia, no son más que imitadores de fantasmas, sin llegar jamás a la realidad. Y lo mismo que dijimos antes del pintor, el cual hará un retrato de un zapatero, aunque ningún conocimiento tenga de este oficio, con un parecido tal que los ignorantes, engañados por el dibujo y por colorido, creerán ver un verdadero zapatero... El poeta, sin otro talento que el de imitar, sabe, con un barniz de palabras y de expresiones figuradas, dar tan bien a cada arte los color que le convienen, ya hable de zapatería, ya trate de la guerra o de cualquier otro objeto que, con la medida, el número y la armonía de su lenguaje, convence a los que le escuchan, y que juzgan sólo por los versos de que está perfectamente instruido en las cosas de que habla; ¡tan poderoso es el prestigio de la poesía! Por lo demás, ya sabes, por otra parte, el papel que hacen los versos cuando se les quita el colorido musical; no puedes menos de haberlo observado... El imitador no tiene ni principios seguros, ni una opinión fija, tocante a lo que debe ser bueno o malo en todo lo que imita”. Todo imitador no tiene sino un conocimiento superficial de lo que imita. Todos los que se dedican a la poesía dramática son imitadores. Todo arte que consiste en la imitación, está muy distante de la verdad en todo lo que ejecuta; esta parte de nosotros mismos con la que el arte de imitar está en relación, se encuentra también muy distante de la sabiduría, y no inspira nada verdadero ni real. “La poesía imitativa nos representa a los hombres entregados a acciones forzosas o voluntarias, de cuyo resultado depende que se crean dichosos o desgraciados y que se abandonen a la alegría o a la tristeza”. La poesía no debe versar sobre la parte débil del hombre, sino de la fuerte. “La poesía imitativa produce en nosotros el mismo efecto con respecto al amor, a la cólera y a todas las pasiones del alma que tienen por objeto el placer y el dolor, y que nos sitian constantemente. En lugar de hacer que se sequen poco a poco, las rocía y las alimenta. La poesía imitativa nos hace viciosos y desgraciados a causa de la fuerza que da a estas pasiones sobre nuestra alma, en vez de mantenerlas a raya y en completa dependencia, para asegurar nuestra virtud y nuestra felicidad” Para el Estado platónico, Homero no es el indicado. Cuando oigas decir a los admiradores de Homero que este poeta ha formado la Grecia, y que, leyéndole, se aprende a gobernar y conducir

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bien los negocios humanos, y que lo mejor que se puede hacer es someterse a sus preceptos, deberás tener toda clase de miramientos y de consideraciones con los que empleen este lenguaje, como si estuvieran dotados de del mayor mérito, y hasta entre los trágicos; pero el mismo tiempo no pierdas de vista que en nuestro Estado no podemos admitir otras obras de poesía que los himnos a los dioses y los elogios de los hombres grandes; porque tan pronto como des cabida a la musa voluptuosa, sea épica, sea lírica, el placer y el dolor reinarán en el Estado en lugar de las leyes, en lugar de esta razón, cuya excelencia han reconocido todos los hombres en todos los tiempos”. La injusticia, la intemperancia, la cobardía y la ignorancia hacen mala el alma. La injusticia, como la enfermedad, conduce a la muerte. Los que dan entrada en su alma a la injusticia, mueren más o menos pronto. “Convencidos de que nuestra alma es inmortal y capaz por su naturaleza de todos los bienes como de todos los males, marcharemos siempre por el camino que conduce a lo alto, y nos consagraremos con todas nuestras fuerzas a la práctica de la justicia y de la sabiduría”. Clasificaciones platónicas: CUERPO ALMA VIRTUD ESTADO CLASE GOBIERNOS Cabeza Razón Sabiduría Gobernante Oro Aristocracia Pecho Voluntad Valor Soldados Plata Timocracia Vientre Deseo Moderación Productores Bronce Democracia El razonamiento es el instrumento del filósofo. La filosofía no está hecha para espíritus bastardos, sino para verdaderos y legítimos talentos.

LAS IMÁGENES DEL HOMBRE (Roger Mehl)

EL HOMBRE MARXISTA El hombre marxista tiene vigor. Conserva la confianza en el futuro. “Cree que nos encaminamos hacia un reinado de paz y de justicia”. Según Marx, “no es la creencia de los hombres que determina su realidad, sino su realidad social que determina su creencia”. El marxista se atreve a mirar el futuro y la tarea pendiente por realizar. No tiene miedo ni se aferra al pasado. “Para hacerse a sí mismo y modelar la descendencia del nuevo hombre, está dispuesto a sacrificar su bienestar, seguridad, familia, patria y aun a su propia persona”. El marxismo quiere cambiar la visión capitalista del mundo. “Al hombre del pasado –aplastado por la necesidad física, alienado por la religión, por la filosofía, por el trabajo y por el capitalismo; expropiado de todo el fruto de su trabajo en la

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tierra, expropiado de sus hijos y de su patria- el marxismo le sustituye por la visión de un hombre poseedor de la naturaleza y de sí mismo, reconciliado con los demás; libre y dispuesto a servir y amar al prójimo intensamente”. El hombre marxista propende por la abolición de clases y del Estado, como el origen de opresión y coacción. “El comunista no tiene derecho a pensar en su muerte debido a que tiene mejores cosas para poder ocupar su mente”. El marxista debe olvidarse de sí y luchar, inclusive morir si es necesario, “con la seguridad de que la causa es excelente aunque no entienda las tácticas”. A partir de la Revolución Industrial, el proletariado ha empezado a hacer historia, renunciando a ser individuo. Sostiene Marx que “toda la pretendida historia del mundo, no es otra cosa que la producción del hombre alcanzada por medio del trabajo”. Para esta doctrina, el trabajo no es un castigo ni una necesidad penosa que debe ser sustituida por el ocio; por el contrario, “el trabajo es el acto humano por excelencia”. En el mundo capitalista, el obrero se encuentra expoliado del fruto de su trabajo, alienado y frustrado. “La actitud del marxista está fundada sobre la eliminación de lo trágico de nuestro mundo y de nuestra historia”. El marxismo es humanismo porque se preocupa por el hombre. El marxista en un hombre virtuoso y un moralista riguroso. EL HOMBRE EXISTENCIALISTA El hombre existencialista en un hombre de salones, y en comparación con el marxista es menos auténtico, más artificial, más intelectual y más mundano. El pensamiento existencialista se ha expuesto en literatura. Muchos filósofos existencialistas son escritores. “Quizá su filosofía sea una reflexión de la literatura que escriben, la cual no es otra cosa que un reflejo del existencialista”. No tiene esperanza, no cree en el futuro de la humanidad. “Le parece que a toda existencia humana le aguarda la nada y que es un engaño pensar que las cuestiones pueden clasificarse para resolverse los problemas uno tras otro, al igual que lo hace un buen técnico. La existencia no es un negocio lucrativo sino un gran problema”. Pone al desnudo la vanidad, lo absurdo de nuestra vida. La nada es el premio de nuestra vida. “La existencia es un surgimiento inexplicable que raya el absurdo y no tiene ningún apoyo en el mundo de las cosas, instituciones, ni de las técnicas”. El existencialista, por petición de Sartre, no debe ser un cochino, sino un hombre con lucidez para apechugar la existencia. El marxista y el existencialista no piensan “que el hombre tenga una esencia y una naturaleza eternas y que cada hombre por obligación tiene que darse cuenta de ello; se presentan como una negación de lo eterno en el hombre. Para el existencialista, el hombre, “lanzándose en el mundo, sufriendo y luchando, se va definiendo poco a poco y la definición permanece abierta... El hombre es incapaz de descubrir por sí mismo el sentido de su presencia en el mundo”. Para el hombre existencialista, el problema de mi relación con el otro tiene demasiado relevancia. “La existencia del otro es mi propia negación y me pone en peligro... Por la mirada del otro soy reducido a ser una cosa, a ser un medio o un obstáculo para la realización del proyecto del otro... Necesito de ese otro que me aniquila y que a la vez anuncia mi propia realidad. Es en la mirada que el

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otro pone sobre mí, que descubro lo que soy... El otro hace nacer en mí el sentimiento de malestar o de vergüenza, sentimientos de ser un objeto y reconocerme dentro de este ser degradado, dependiente y amorfo que soy para el otro... Estamos ligados eternamente unos a otros por el conflicto”. Según Sartre, “el infierno son los otros”. ¿Uno puede querer al otro para sí? “Lo quiero, en realidad, sólo para mí y mi pretendido amor por el otro, es un monopolio del otro y en consecuencia una destrucción del otro por medio de la seducción o la violencia”. Si en el otro no hay refugio, no puede apoyarse en una cierta cantidad de valores objetivos recomendados a la conciencia por la tradición. “Los valores reputados como más estables pueden ser trastornados en cualquier momento... La vida del hombre no está determinada por una dicotomía del bien y del mal, los cuales existen sino en la medida de nuestra opción y sin esta opción destruirían la libertad”. Sólo es posible la libertad del hombre si se edifica a sí mismo edificando todas las cosas; “si, en vez de ser obediente a un orden establecido, a un pasado, se proyecta hacia el futuro; si no sólo tiene un proyecto sino siendo el mismo proyecto... El existencialista se da a sí mismo su existencia; se crea él mismo convirtiéndose en proyecto, acto por el cual compromete su porvenir. La humanidad consiste en ser causa de uno mismo y poder decir: Soy porque quiero ser mi propio origen... El acto libre es la única forma de acceso al ser auténtico”. El tema de la situación es uno de los principales temas del existencialismo. Marcel sostiene que el hombre “es un ser en situación”. Sartre dice que “el hombre es sólo una situación y nada más... totalmente condicionado por su categoría, salario, clase de trabajo que realiza; condicionado en sus sentimientos y hasta en sus pensamientos”. La libertad del hombre consiste en reasumir su situación o en darle un sentido que ella misma no tiene. “Me escojo a mí mismo, no en mi ser, sino en mi forma de ser”, según Sartre. “El sentido del mundo nos pertenece y somos los únicos capaces de dar un sentido al mundo”. La libertad es fuente de angustia, “porque si bien todo depende de nuestra libertad y si bien esta libertad confiere un sentido a las cosas y crea valores, no tiene en sí misma ningún apoyo y no tiene sentido por sí sola... La libertad es la única salida para el hombre y al mismo tiempo es una especie de maldición”. La libertad crea solidaridad y valores. La libertad es angustiosa porque la acción libre obliga a su autor y a los demás. Sartre se pregunta que “si el hombre no es pero se va haciendo y si haciéndose asume la responsabilidad de toda la especie; si no hay valores ni moral concedidos a priori, sino que en cada caso debemos decidir solos y sin una base de apoyo, y sin embargo para toso, ¿cómo no podremos sentirnos ansiosos cuando se trata de actuar?”. Por eso que cada uno de nuestros actos “pone en juego el sentido del mundo y el lugar del hombre en el universo”. Cada decisión implica a los demás. “El más difícil de todos los problemas es el de encontrarse con el otro y comunicarse con el otro”. El existencialismo ni hace trampas ni engaña a la existencia. Plantea que “en la raíz de nuestro ser hay un misterio indescifrable que bien pudiera ser el absurdo”. El hombre sólo tiene significado a través de la libertad. “Si en la libertad no confronto a nadie, mi libertad es vana”. Entonces la libertad tiene sentido en el acto libre e interactuando con el otro.

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EL HOMBRE CISTIANO El hombre cristiano actual ha perdido su importancia y su relieve. No ordena la realidad que le concierne ni estatuye su dependencia al Dios de Jesucristo. Ya no es el hombre poderoso y seductor. Entonces, ¿dónde encontrar el cristiano auténtico? “Para conocer al cristiano debemos mirar en primer lugar a Aquel que es el señor del hombre, a Jesucristo. El hijo de Dios nos hará conocer el cristiano genuino”. Pero no se trata de imitar a Jesucristo, porque Cristo es más que un modelo para emular. “Consiste, más bien, en saber si creemos formalmente en la realidad de la encarnación”. En Jesús se nos presenta el auténtico futuro de la humanidad, “como participación por mediación de Cristo y en Cristo, a la vida misma de Dios. Si queremos conocer nuestro verdadero destino y naturaleza, el cristiano en su autenticidad... debemos volvernos hacia Jesucristo quien es el nuevo hombre y el nuevo Adán... Conocer a Jesucristo es conocer al hombre auténtico”. Dios y el hombre sólo se conocen a través de Jesucristo. “Si permanecemos en la fe de su palabra y creemos que está sobreabudantemente abastecida de poder, a pesar de nuestros desfallecimientos, de nuestras miserias y de nuestra vida poco ejemplar, el hombre nuevo siegue estando presente en nosotros”. El significado de Cristo el claro: “Reinará hasta el fin de los tiempos y el Señor a quien todo poder le ha sido dado en los cielos y sobre la tierra”. El cristiano debe tender a glorificar a Jesucristo. El cristiano debe estar a lado de quienes quieren transformar el mundo, de los pobres y del progreso. No de debe estar del lado de los conservadores asustados, de los ricos ni de los reaccionarios. “El cristiano es un hombre que acepta vivir del perdón y de la incesante renovación de su propio ser, por el perdón. El perdón es victoria sobre el tiempo, a pesar de que éste no perdona; victoria sobre lo que nosotros llamamos irremediable...”. El cristianismo nos debe procurar la auténtica libertad. “Tan sólo podemos ser libres si aceptamos la posición que Dios nos ha ofrecido para su gloria –lo que significa también nuestra salvación- dentro de la creación. Se trata de verdadera libertad, porque no está hecha de resignación sino de consentimiento y participación”. El auténtico cristiano debe ser útil a la humanidad y mirar hacia Jesucristo. “El hombre cristiano sabe que toda su grandeza estriba en considerarse un ser útil y no desea, en modo alguno, figurar en una galería de ejemplares o prototipos humanos. Lo que en él hay de esencial, está escondido con Cristo y es hacia él que deben converger todas las miradas”. Se es cristiano remitiéndose a Cristo mismo. El cristianismo busca que los hombres comprendan a los hombres, porque las ideologías actuales propenden por la incomprensión entre los hombres. La vocación del hombre cristiano es anunciar el sentido de la vida. El cristiano no ha perdido su ánimo, “cada día descubre de nuevo que tan sólo la palabra de Dios puede dar verdadero sentido a la existencia y a la historia”.

EL PENSAMIENTO COMUNISTA (J. Rafael Faría)

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El autor, desde la filosofía tradicional, específicamente desde la metafísica y desde la doctrina católica, hace una crítica al comunismo, destacando su concepción, sus puntos de vista, su doctrina, sus dogmas, sus contradicciones y sus inconsistencias. La intención del libro es “dar a conocer y combatir la doctrina comunista, destructora de nuestra civilización cristiana”. La obra explica y comenta el marxismo y el comunismo, con el fin de que el lector conozca los temas y sepa que, según el autor, el marxismo tiene sus inconsistencias y que el comunismo no es un sistema para que el hombre encuentre su auténtica autorrealización. Trata sobre el marxismo y su dialéctica, su ateísmo y su humanismo. A medida que explica esto, el autor resalta lo negativo del marxismo y lo refuta con planteamientos metafísicos. Señala las graves deficiencias del marxismo y reseña el materialismo histórico. Finalmente, muestra la crisis humana y moral del comunismo, y llama la atención sobre las causas de su difusión o propagación. La crítica al comunismo se orienta hacia el sistema de la otrora Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, criticando la dictadura y tiranía de Stalin. El autor trata con sus argumentos de rebatir algunos aspectos del marxismo y del comunismo. La crítica se hace básicamente a textos de Marx, Engels, Lenin y Stalin. Aunque el autor reconoce algunas fallas del capitalismo, sostiene que la Iglesia no es defensora de éste. Reconoce que la doctrina marxista sirvió para humanizar un poco al capitalismo. Las críticas, los cuestionamientos, las refutaciones y los análisis los efectúa haciendo comparaciones con la realidad del capitalismo y del comunismo. El marxismo sale muy mal librado de la pluma del autor: “La filosofía marxista ha sido refutada innumerables veces, y convencida de absurda y contradictoria. Esto nada le importa al marxismo, con tal de que su praxis le siga sirviendo para la conquista del mundo”. El libro demuestra con argumentos que el comunismo imposibilita la libertad. Algunos aspectos de la obra: “El fundamento del marxismo es la dialéctica de Hegel... Este movimiento dialéctico es inmanente al ser e incesante a él. La realidad es un continuo suceder de nuevas síntesis... La base y fundamento primero de la evolución, no es la idea sino la materia... Para Marx la materia es lo primero y fundamental; la idea lo derivado y secundario, y el pensamiento viene a ser un simple producto o reflejo de la materia... Por el automovimiento de la materia se explica todo el movimiento en el universo, sin necesidad de acudir a Dios como primer motor de los seres... La dialéctica marxista tiene como fundamento la identidad y lucha de contrarios y la defensa de la contradicción... Las bases de la filosofía tradicional son los tres principios de identidad, no contradicción y exclusión de tercero... El movimiento, dice Engels, es una contradicción... Dialéctica en sentido estricto es el estudio de las contradicciones contenidas en la esencia misma de los objetos, y también es el desarrollo de la lucha de contrarios... La lucha de contrarios es la base filosófica en la cual el marxismo fundamenta la lucha de clases... Advierte Aristóteles que en los seres que se presentan a nuestra observación hay mezcla de ser y no ser, o sea de perfección y de perfectibilidad, de acto y de potencia... El movimiento, dice Engels, es la forma de existir de la materia... El materialismo dialéctico

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pretende explicar el automovimiento por la lucha de los elementos contrarios que integran el ser... Negar la existencia de Dios es la tesis fundamental del marxismo... Para el marxismo, la materia es eterna, o en frase de Engels es causa de sí misma... La energía va degradándose día por día. Esta es la llamada ley de entropía, descubierta por Sady Carnot... La materia está dotada de automovimiento y evolución... La religión es para el marxista un engaño, una ilusión utópica, con que se pretende acallar la miseria del hombre; la expresión de un orden social vituperable, el arma con que los ricos pretenden mantener su opresión sobre los desheredados; el opio del pueblo; la enemiga de la ciencia; y, en manos de la iglesia, la aliada incondicional del capitalismo... Marx afirma que la religión es el opio del pueblo; esta frase significa que la religión al señalar la existencia de una vida futura, le impide reaccionar contra las miserias de la vida presente. La religión le inculca al hombre amor y compasión para con sus semejantes, en vez de infundirle odio y venganza; así lo incapacita para la violencia y la revolución sangrienta... La sicología marxista niega la espiritualidad, la libertad y la inmortalidad del alma... Nuestra conciencia y nuestro pensamiento, por más suprasensibles que parezcan, son el producto de un órgano material: el cerebro... El materialismo vulgar niega en absoluto la existencia de la mente o espíritu... La mente es la etapa superior de la materia... El marxismo niega la libertad psicológica o libre albedrío... Para el marxismo el alma no existe, o es algo material... Se ufana de que sólo él posee la ciencia... Errores del marxismo: Degradación de la verdad; pragmatismo moral e intelectual; sometimiento de la filosofía a la práctica política; oportunismo, relativismo, pragmatismo y dogmatismo... El marxismo es la filosofía de la afirmación sin pruebas, de la vaguedad, de la ausencia del análisis profundo, y del recurso a la palabra mágica para resolver los más hondos problemas filosóficos... La sicología marxista es degradada, su ética rebajada, es la filosofía del absurdo, la de los valores opacados... Dentro del comunismo el hombre no es dueño de sí mismo, de su conciencia, de su opinión, de su pensamiento, palabras, movimientos, bienes, etc. Es tan sólo un instrumento ciego y pasivo en manos del partido... Tesis fundamental del materialismo histórico es que el modo de producción de los bienes materiales es el factor decisivo en los acontecimientos humanos... Marx enseñó que es la economía la que domina las diversas etapas de la sociedad humana y determina la historia... El desarrollo de los modos del producción de los bienes materiales es la fuerza esencial que determina toda la vida social... La economía es la estructura; las demás actividades son superestructuras, simples reflejos de la actividad económica... La actividad suprema del hombre es la producción de bienes materiales... Según Marx, el hombre es un animal que maneja instrumentos... Los diversos modos de producción determinan las diversas etapas de la historia humana... Los modos de producción son la clave principal para la interpretación de la historia... Para el marxismo, la economía o modo de producción de los bienes materiales es el fundamento de todos los fenómenos sociales, sin excepción ninguna. Según Marx, la producción económica es la base de la historia política e intelectual de la época... En el desarrollo de los pueblos tiene mayor importancia la materia que la inteligencia... Sólo el trabajo humano da valor a

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las cosas... Etapas económicas-sociales: la comunidad primitiva (propiedad colectiva y común), la esclavitud (propiedad privada), el feudalismo (propiedad en manos de algunos), el capitalismo (máquinas y grandes fábricas), el socialismo (dictadura del proletariado) y el comunismo (propiedad común. Desaparición de las clases sociales y del Estado por inútil)... El paso del socialismo al comunismo se distingue porque desaparecen la revolución, las clases sociales y la dictadura del proletariado, y el Estado se hace inoficioso... El comunismo es la última etapa de la revolución social... La lucha de los contrarios es la única fuente de movimiento, evolución y progreso... El capitalismo es el paso inevitable entre el feudalismo y la dictadura del proletariado... La alienación económica es la causa de la religión o alienación religiosa... Según Marx, el hombre no está hecho para la contemplación de la verdad, sino para transformar activamente la realidad. ¡Los filósofos se han desvivido hasta el momento por interpretar el mundo de diversas maneras; pero ahora se trata de transformarlo! La praxis denota el conocimiento de la realidad que nos rodea... El conocimiento debe ser una conformidad con la realidad, y no simplemente con nociones de la mente... Praxis significa un modo de vivir de acuerdo con la realidad que nos rodea... Praxis designa también la actividad económica... Según Wetter, la actividad peculiar del hombre no es pensar, sino la actividad para obtener los medios de subsistencia... Praxis denota ña confirmación experimental que necesita una hipótesis científica para resultar verdadera... Praxis significa criterio de verdad... Praxis denota práctica revolucionaria... La praxis es principalmente preparación a la revolución social... El marxismo entiende por praxis especialmente la revolución social y lo que conduce a ella... El marxismo, más que una disciplina especulativa, es un medio eficaz de acción... Todas las actividades superiores del hombre: la filosofía, la ciencia, la religión, la moral, el arte y la cultura en general, son un simple reflejo de la economía, es decir, un resultado fatal del desarrollo de las formas de producción. Las formas de producción son la estructura básica de la sociedad... Las actividades humanas superiores son un simple reflejo de los factores materiales... Teoría del valor: sólo el trabajo humano confiere valor a las cosas... Teoría de la plusvalía: todo el fruto del trabajo corresponde al obrero... Entre la fuerza de trabajo que el obrero entrega y la remuneración que recibe, hay siempre una diferencia que perjudica al obrero y enriquece injustamente al patrón... Es el obrero el que contribuye de modo principal con su trabajo a la transformación de la materia y a darle valor comercial... Para el marxismo, el individuo es una simple unidad sin valor alguno y sin derechos ante el Estado... Para el comunismo, sólo es bueno lo que lo favorezca... El comunismo, más que una filosofía, es una praxis, una política de acción convencida e intrépida...

CONVERSACIONES CON ESTANISLADO ZULETA (Alberto Valencia G.)

Se trata de un texto en el cual se publican varias entrevistas con Estanislao Zuleta y dos breves reseñas sobre su vida. Las entrevistas fueron realizadas por profesores universitarios y por otros intelectuales entre las décadas de los

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setenta y los ochenta. En la introducción (¿Por qué este libro?), Alberto Valencia exalta la personalidad de Zuleta y reseña brevemente el contenido del libro. Sostiene que el discurso de Zuleta se construye en “la exégesis de los autores, el estudio de las situaciones humanas que la literatura ofrece, la crítica del prejuicio, la revaloración de la tradición, el análisis concreto de las representaciones de la vida cotidiana, las interpretaciones consagradas en el sentido común, etc.”. William Ospina, en “El Arte de la Conversación”, afirma que Zuleta era un gran conversador. “En nada creyó tanto Estanislao Zuleta como en la conversación y en el diálogo”. Según Ospina, Estanislao fue el “hombre más elocuente y el más brillante expositor” que él conoció. Para Zuleta no había “interlocutores despreciables o indignos”. Zuleta amaba los libros. “Dedicó su vida a fundamentar una actitud hacia los libros, un tipo de lectura, que pudiera evitar los peligros del dogmatismo”. La prosa de Zuleta es próxima a la vida. Zuleta enseñaba el “Goce singular de pensar por sí mismos”. Con Luis Antonio Restrepo conversa sobre la obra de Tomás Mann, especialmente sobre las novelas “José y sus Hermanos” y “La Montaña Mágica”. Zuleta dice que el “amor es renovación o no es nada”. Sostiene que “Tomás Mann nos enseña que la historia no es la maestra de la vida, más aun, que la historia puede ser una negación de la vida, de lo que nos está ocurriendo, de lo que podemos amar u odiar aquí y ahora”. En “José..” Mann “enseña que la vida es un hecho grandioso en sí mismo, aunque la historia no haya cambiado, aunque la historia no nos vaya a redimir”. En “José...” “nos devolvió la infancia, nos devolvió el sentido del armo, del deseo”. Nos dice que lo más importante de nuestra vida son el significado de los acontecimientos objetivos. Nos enseña lo que significa lo que ahora tenemos, las personas con quien nos relacionamos, nuestra vida y las cosas de la vida. “Lo importante no es lo que vamos a ganar o a perder en el orden de los acontecimientos, que tengamos éxitos o fracasos, si no lo que cada cosa significa para nosotros”. Con “José...” Mann “propuso un hombre para el cual la vocación artística no era una manera de evitar el éxito, sino una manera de conseguirlo”. La lectura de “La Montaña Mágica” fue uno de las razones que lo convencieron de abandonar el bachillerato. Con Ramón Pérez dialoga sobre la novela “El Hombre sin Atributos”, del escritor austriaco Roberto Musil. La literatura de Musil es la “respuesta a la agresión de una forma de saber contra el sentido de la vida”. El hombre está perdido si no tiene un sentido de lo posible. “Un hombre sin atributos es alguien que no se deja atribuir una identidad por las circunstancias sociales de su pertenencia de clase, de sus funciones, de sus estudios, de su padre, etc.”. La realidad es una construcción y no tan solo un dato que nos aportan los sentidos. La obra contiene los elementos de la sociedad de la Primera Guerra Mundial. Con Fernando Viviescas y Luis Antonio Restrepo reflexiona sobre la ciudad y la literatura. “La ciudad es una forma de vida inevitable, no tenemos alternativa: ciudad o no ciudad, no es el problema”. Compara la ciudad griega con la ciudad moderna. Para el griego la ciudad era una entidad ética. “La ciudad era algo que pertenecía al individuo y el individuo a la ciudad... Para nosotros la ciudad no es una entidad ética; es una refugio, una situación, un hecho... Para nosotros la ciudad no es una entidad... En la ciudad moderna nadie sabe quién es”. La ciudad moderna

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significa una pérdida de identidad, “una disolución en la masa, en la circulación, en el anonimato de los apartamentos”. Como la novela es aventura, los personajes no pueden estar determinados. “El personaje de la novela es alguien que no sabe quién es, quién puede llegar a ser, pues todo puede depender de un encuentro”. Dostoievsky es el novelista por excelencia. A Tomás Carrasquilla lo considera como un cronista y no como un novelista por cuanto sus personajes están determinados desde el nacimiento. La novela es acción, y la acción existe cuando el hombre está buscando un sentido que no le ha sido determinado. Con Delfín Ignacio Grueso platica sobre Freud, el psicoanálisis, Marx, el marxismo y Nietzsche. Exalta a Kant y afirma que la escuela no despierta la pasión por la lectura. Con Hernando Villa Garzón conversa sobre la escuela, el aparato educativo, la izquierda y otros aspectos. Critica al marxismo por tratar mal a la pequeña burguesía y exaltar al proletariado. Umberto Valverde resume una extensa entrevista sobre la condición de intelectual de Zuleta. Estanislado confiesa su relativa ignorancia por la literatura latinoamericana. Dice haber leído a contados autores como Borges, León de Greif, Porfirio Barba Jacob y García Márquez, destacando como la mejor obra de éste al “Coronel no Tiene Quién le Escriba”. Sobre “La Vorágine” afirma que es una novela mala, que empezó pero no terminó de leer, porque afirma que es mala y fue escrita por un autor que quiere contar cosas que él no ha vivido. Según Zuleta, el pensamiento latinoamericano no es posible; “lo que sí es posible es que haya pensadores latinoamericanos”. También sostiene que no hay una literatura latinoamericana, sino escritores latinoamericanos. Con Ramón Pérez, Ciro Roldán y Jaime Galarza dialoga sobre la visión capitalista y marxista de los derechos humanos. “La racionalidad capitalista no puede tener en cuenta las condiciones de posibilidad de los derechos humanos”. Sostiene que el imperialismo destruye las culturas y que los derechos humanos son asunto burgués, particular de la Europa burguesa, occidental. Para Marx, los derechos humanos son una conquista muy relativa, “y su relatividad es la misma de cualquier libertad en la sociedad capitalista”. En su acerba crítica al capitalismo, Zuleta afirma que éste multiplica la depresión y el entusiasmo vacío, responsables de la locura de la juventud, el consumo de drogas y la competencia. Con Tomás Vásquez habla sobre responsabilidad social del intelectual. Con equipo de periodistas de la revista “Alternativa” dialoga sobre la problemática electoral. Critica a la burguesía, habla sobre la izquierda y platica sobre el sicoanálisis y la revolución. El psicoanálisis aporta luces en la investigación social, sobretodo en el análisis de la ideología. “El problema del sicoanálisis no está solamente en saber que la religión tiene una función social porque objetivamente apoya los intereses de las clases dominantes, sino que está en la posibilidad de leer el texto mismo de la religión”. Con Aida Calero habla sobre el gobierno de Belisario Betancur y sobre la revolución marxista. Con Hernán Suárez habla sobre la problemática de la educación en Colombia, y dice que uno de los principales problemas es que se enseña sin filosofía. La educación tiende a producir un individuo heterónomo y no una persona autónoma, capaz de pensar por sí misma. “Sólo

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puede ser eficaz una educación si busca enseñar a alguien algo que desea aprender”.

EL HOMBRE MEDIOCRE (José de Ingenieros)

Este retórico y florido ensayo, que comienza haciendo una vehemente exaltación de los ideales y del auténtico hombre idealista, es un profundo análisis de la mediocridad y de la moral del hombre mediocre y del hombre genial, destacando a éste en grado sumo y atacando profundamente a aquél. El mediocre se encuentra entre el idiota y el genio, pasando por el inferior, el mediocre y el talentoso. Los mediocres son considerados como imitadores, envidiosos, sin ideales, rutinarios, sin personalidad, pobres en carácter, pasivos, pacotillas, normales, vulgares, incapaces, conformistas, sombras, hipócritas, viciosos, honestos, domesticados, inferiores, tránsfugas morales, conservadores, infames, serviles, sanchos, inadaptables, dogmáticos, espíritus débiles, aduladores, quitamotas, adocenados, maledicientes, criticastros, perezosos, funcionarios, ambiciosos, contempladores, ambiguos… Entre los hombres superiores, los caracteres excelentes, los visionarios, los espíritus originales, los prohombres, los héroes, están los talentos y los genios, que corresponden a los virtuosos y a los santos. El grado máximo de perfección es el santo que es un talento moral. El autor, que profesa una “filosofía científica”, analiza la actividad intelectual, moral, el carácter y la conducta del hombre mediocre. Destaca al hombre superior, que culmina en su máxima expresión de perfección: el santo, el genio, el hombre auténticamente creador, el prohombre de ideales. En tanto que exalta al genio, degrada al mediocre. Considera al hombre romántico como el genio capaz de alterar profundamente el curso de la historia. Sólo los hombres de genio, gracias a su fe, “pueden tomarse ejemplos morales que contribuyan al perfeccionamiento de la humanidad”. El genio es la personificación supremo de un ideal. Los santos de la moral idealista realizan grandes obras, “conciben supremas bellezas, investigan profundas verdades”. Purifica y dignifica el concepto de patria, fustiga la democracia y defiende la aristocracia del mérito. La patria es “sincronismo de espíritus y de corazones, temple uniforme para el esfuerzo y homogénea disposición para el sacrificio, simultaneidad en la aspiración de la grandeza, en el pudor d e la humillación y en el deseo de la gloria”. La democracia es una ficción, una mentira, un espejismo, una abstracción, una mediocracia, afirma el privilegio a favor del mérito, busca la justicia en la igualdad. La aristocracia del mérito es su régimen

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ideal porque frente a la mediocracia, que ensombrece la historia, busca la justicia en la desigualdad.

LAS CRISIS HUMANAS José Ferrater Mora

Este ensayo explora someramente las diversas crisis que nos han afectado en tres épocas: antigua, moderna y contemporánea. Estas crisis nos han puesto en una encrucijada, y hemos tratado de buscar salidas a través del cinismo, el estoicismo, el platoinismo, el neoplatonismo, el poder, el judaísmo y el cristianismo durante la antigüedad; el subjetivismo cartesiano, la razón y la ilustración en tiempos de la modernidad; las revoluciones americana, francesa e industrial, los nacionalismos y el colonialismo. Ningunas de estas alternativas nos han brindado una salida concreta, porque si conseguimos una solución surge otro problema, porque además de tener problemas, los seres humanos somos problema. La ciencia y la técnica que parecían ser la posible salida nos han vuelto a la encrucijada, porque éstas, obedeciendo a intereses mezquinos, se han salido de los cursos éticos en muchas ocasiones. El autor se pregunta si el “progreso material” puede ir acompañado del progreso moral, si es posible integrar en formas de vida material y moralmente más elevadas a sociedades cada vez más extensas, si somos capaces de renovarnos y mejorar o somos bestias insensatas y crueles, y si nos esperan catástrofes, mediocridad o alentadoras perspectivas.

LAQUES (Platón)

Lisímaco y Milesias, padres de Aristides y Tucídides, que les parece bien educar a sus hijos lo mejor posible, sin permitir que hagan lo que quieran cuando sean adolescentes, piden consejo a Nicias, Laques y Lisias, si es conveniente adiestrarlos en el manejo de las armas. Nicias dice que es aconsejable la equitación, ya que el ejercicio de las armas despierta el arte de la táctica y deseo de conocer la estrategia, y así no temerán a ningún hombre. Laques aconseja que no, porque, sea una ciencia o no, es de poca utilidad. Ante estos desacuerdos, Lisias pide a Sócrates que emita su punto de vista, ya que éste “nunca deja que se vaya su interlocutor antes de haberlo investigado y aclarado todo”. Laques, que le gustan los maestros que armonizan su persona y expresión, dice que la gustaría ser examinado por Sócrates, y se ofrece para que éste le enseñe. Sócrates dice que si fueran llamados para aconsejar acerca de qué virtud había de añadirse al alma de sus hijos par mejorarla, era necesario empezar por definir la virtud, porque quien la desconoce no puede aconsejar. Sócrates dice que atender primero a una parte de la virtud que se refiere al

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aprendizaje del uso de las armas, que para muchos esto es el valor. Sócrates pide a Laques que defina qué es el valor, contestando que es valeroso quien permanece en las filas luchando con los enemigos, sin huir. Sócrates pregunta que si quien retrocede luchando también no es valiente. Entonces le vuelve a solicitar que defina el valor, “esta fuerza que se halla en el placer, en el dolor, y en tantas otras cosas que son en realidad una sola, y que se llama valentía”. Laques dice que es cierta energía del alma. Se ponen de acuerdo en que el valor es algo hermoso. Sócrates llama virtud a una parte del valor, prudencia, justicia, y otras muchas cosas restantes. Tiene virtud quien conoce todos los bienes y males presentes, futuros y pasados. Quien sabe distinguir lo temible o lo no temible posee saber, justicia y piedad. Eso es la totalidad de la virtud.

Argumento de Laques, por Patricio Azcárate

El verdadero objeto del Laques no es el valor, sino, con ocasión del valor, la educación de los hijos, es decir, la ciencia de los estudios y de los Ejercicios que más pueden convenirles. Melesías y Lisímaco, dos ancianos, cuyos hijos han llegado ya a la adolescencia, acompañados de Nicias y de Laques que intervienen a propósito en la discusión, acometen, todos juntos, a Sócrates, para pedirle consejo sobre los mejores medios de desenvolver las facultades físicas y morales de sus hijos. Sócrates les obliga a convenir en que el beneficio de la educación consiste en que se arraigue en el alma de los jóvenes la idea de la virtud; mas para que así suceda, es preciso poseerla, o por lo menos conocerla, como quedó ya demostrado en el Primer Alcibíades. Por lo pronto ya se nota la mucha dificultad que presenta una buena educación. La verdadera cuestión que debe resolverse, si este punto se ha de tratar a fondo, no puede menos de ser la siguiente: ¿Qué es la virtud? Pero como este objeto es tan vasto, Sócrates, en vez de examinar lo que es la virtud en general, limita la cuestión a indagar si se conoce bien alguna de sus partes, el valor, por ejemplo.

Laques da el primero una definición: el valor consiste en mantenerse firme y no huir delante del enemigo. Pero el hombre valiente puede ceder por táctica delante del enemigo, y esto en realidad es también una especie de valor. ¿Y no tiene necesidad el hombre de mostrarse valiente en la enfermedad, en la pobreza, en la buena o mala fortuna y en la lucha con sus pasiones? Esta definición, que [258] presenta el general de ejército, es rechazada por Sócrates, por exclusiva y por falsa.

Laques propone en seguida otra: el valor es la constancia. Pero Sócrates le prueba que la constancia sola, desprovista de prudencia y de razón, no merece el nombre de valor, y resulta ser una definición demasiado general y por consiguiente falsa.

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Nicias a su vez define el valor: la ciencia de las cosas que son de temer y de las que no lo son. Pero los médicos que saben lo que es y lo que no es de temer, los labradores que saben lo mismo con relación a la agricultura, no por esto son hombres valientes. Aun cuando admitamos que lo sean, los adivinos que prevén todo lo que es o no es de temer en la vida, deberían ser los hombres más valientes del mundo; conclusión evidentemente inadmisible. Pero no es esto sólo; si el valor es verdaderamente una ciencia, precisamente constituye un conocimiento universal de todo lo que es de temer y de esperar, es decir, de todos los bienes y de todos los males. Es así que esta ciencia aplicándose por su naturaleza a lo pasado, a lo presente y al porvenir, no es nada menos que el conocimiento absoluto del bien y del mal; luego el hombre que poseyese tal ciencia, no sólo conocería una parte de la virtud, el valor, sino también todas las demás, la sabiduría, la piedad, la justicia, y se pondría fuera de la condición humana, al abrigo de toda falta, y sería un ser perfecto y no el hombre valiente. De aquí se sigue, que el valor no ha sido aún definido, puesto que todas las definiciones propuestas están, por exceso o por defecto, en desacuerdo con la idea misma de valor.

La última conclusión que debe sacarse de lo que queda dicho es que es difícil conocer la virtud, puesto que no es fácil formar idea de una de sus partes. La dificultad y la grandeza de la ciencia son las dos grandes verdades que la enseñaza socrática no se cansa de establecer.

FILOSOFÍA CRISTIANA DE LA EXISTENCIA

(Ignace Lepp)

INTRODUCCIÓN La filosofía cristiana de la existencia encara, como realidades concretas, la libertad, la angustia, el devenir, la elección, el compromiso, la soledad, el amor y la amistad. A menudo confronta el existencialismo ateo, especialmente el de Sartre. Su principal característica y signo distintivo es que pone el acento sobre el aspecto comunitario de la existencia humana. DE ARISTÓTELES A SARTRE El punto de partida de la filosofía occidental es la física; el de la oriental, la psicología. Los griegos reflexionaron sobre la naturaleza, el mundo exterior del hombre. El pensamiento occidental reduce la realidad humana al dominio de la física; el oriental se pregunta por el parentesco de la naturaleza con el alma. El pensamiento oriental, de origen religioso, nació de la ascesis y la introspección. Aristóteles inventó la metafísica para designar las realidades irreductibles de la física. Así, Dios es el primer motor, concebido como causalidad física. El pensamiento occidental ha hecho grandes progresos en el conocimiento y consecutivo uso de la naturaleza. Debido a su pobreza espiritual, se generó una orientación fisicista que ocasionó una civilización inhumana y materialista. Si

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hubiera empezado por la psicología, “el progreso no se habría convertido en un fin en sí ni habría aplastado al hombre, sino que se habría puesto al servicio de la verdadera felicidad”. En la modernidad, al ser reemplazada la física aristotélica, surge el idealismo, fundado en el razonamiento lógico, que ha ejercido “la más funesta de las influencias intelectuales en Europa”. La ontología desapareció porque bajo los conceptos ya no había ser. El idealismo filosófico generó anarquía intelectual, negando todos los valores, todas las creencias, todo lo eterno. Rompió el contacto con lo real que caracteriza la neurosis. El marxismo, una reacción contra las abstracciones del idealismo, trata “de volver a encontrar el mundo real y el lugar del hombre en ese mundo”. Tiene una fe absoluta en la ciencia. Por su ateísmo, ignora la realidad espiritual del hombre. Sus consecuencias prácticas son funestas para el hombre como las del idealismo. Kierkegaard supera el cientificismo y el idealismo. Fue el primero en oponer la existencia a las abstracciones de los lógicos. Según él, el cristianismo no es una moral ni un cuerpo de doctrina, es toda una vida con Cristo. “Para ser cristiano hay que encontrar una verdad que se una verdad para mí, una verdad que sea la sustancia misma de mis ser”. El cristianismo es verdadero porque transforma todas nuestras certidumbres racionales y las convenciones humanas. Afirma la irreductible oposición entre la razón y el cristianismo. “No estamos seguros de nada, ni de tener una fe que nos justifica y salva”. El hombre no puede entrar en comunión con Dios si no se reconoce pecador. Debido a su vida interior, sus obras reflejan melancolía, tristeza y pesimismo. Según Heidegger, la existencia es un estado de absoluto abandono. “No habiendo elegido existir y debiendo, con todo, existir, el hombre sólo puede tener un destino trágico, una conciencia desdichada. Toma conciencia de que está arrojado-en-el-mundo, donde todo va al fracaso... El ser del hombre es un ser-para-morir y la única cosa adecuada que puede hacer en el curso de su existencia consiste en adquirir conciencia de su nada y realizar de una manera original su ser-para-morir”.

Sartre distingue dos modos del ser. 1. La conciencia, cuya estructura fundamental es la intencionalidad, es decir, el hecho de que el ser lleva siempre en sí un ser otro; toda conciencia es, en realidad, conciencia de algo: el ser para-sí. 2. El mundo, que no es más que lo que es y que se define por su plenitud perfecta: el ser en-sí. Si se quiere comprender qué es la nada no hay que partir del ser en-sí, pues la nada no podría ser concebida a partir de un ser que es plenitud, sino que sólo a través de la conciencia puede emerger en el mundo. La conciencia es, en efecto, nihilizadora, es decir, puede negar el en-sí. En este sentido, debe ser caracterizada como libertad; una libertad que al ser absoluta

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experimenta la angustia ante la responsabilidad de ser el fundamento de todos sus actos.

Para huir de esta angustia, el ser para-sí puede intentar recuperar la tranquilidad de la sencilla coincidencia consigo mismo gracias a la “mala fe”: cuando la conciencia miente sobre su realidad haciéndose cosa, como el homosexual que justifica sus tendencias por su pasado y rehúsa asumir la responsabilidad de su homosexualidad. La mala fe consiste en mentirse a sí mismo sin romper la unidad de la conciencia. No obstante, la mala fe no puede ser una cosificación real: no es porque yo sea libre por lo que puedo relacionarme con lo que yo debo ser. Así, el camarero de un café no puede ser camarero de café más que porque no lo es, porque juega a serlo. De donde se deduce, precisamente, el ser para-sí, que es contingente, lo que define su facticidad, su ser-arrojado al mundo; pero también es carencia, cuya expresión inmediata es el deseo, relacionándose entonces con su ser como con un posible, sin poder llegar nunca a coincidir consigo mismo, como el en-sí. Pero sobre todo es temporalidad: lo que el para-sí ha sido y que se presenta a sí bajo la forma del en-sí (el pasado) y lo que es como posible (futuro). En cuanto al presente, es la presencia en-sí del para-sí. En resumen, el para-sí es transcendencia, es decir, siempre se relaciona con otra cosa distinta que sí o en-sí como posible, y en este sentido su relación con el mundo no es nunca intuitiva, sino que el mundo es siempre para él un mundo de utensilios.

Para Sartre la existencia es absurda. El hombre está condenado a la libertad. “El hombre, nada por naturaleza, no podría hacer cosa alguna que no fuese nada, y todos sus esfuerzos no podrían concluir en otra cosa que en la nada”. El “para-sí” (la existencia, el hombre, la conciencia de algo, la trascendencia, la realidad humana), con su libertad radical y su lucidez, no presenta ningún progreso sobre la impenetrable opacidad del “en-si” (el mundo empírico, la esencia, la inmanencia). Como es imposible la síntesis “en-si-para-si”, el hombre dota la realidad humana de una realidad imaginaria, que proyecta fuera del mundo y la llama Dios. Pero la idea de Dios es una contradicción, y por eso las elecciones del hombre lo conducen al fracaso. “El proyecto fundamental de la existencia es el de devenir dios, y como el hombre no podría jamás convertirse en dios, su existencia a fin de cuentas sólo podría concluir en el fracaso”. Así, el hombre es una pasión inútil que sólo acaba su huida del ser hacia el ser con la muerte. El hombre es lo que hace, y al mismo tiempo, lo que el hombre hace revela su proyecto. El hombre no es otra cosa que lo que él mismo se hace, lo que ha proyectado ser, la asunción de la responsabilidad total de su existencia. Una misión digna de la existencia es escarnecer todos los valores y no respetar nada. El hombre no tiene otro legislador que él mismo; él mismo debe elegirse y reafirmarse como fin en sí realizándose en absoluta libertad, no puede guiarse por ninguna normatividad externa, pues ninguna moral escrita puede decir qué decisión debe tomar. Ser libre y elegir es inventar, pues ninguna moral nos puede indicar lo que hay que hacer. La libertad posibilita la creación de valores.

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LA EXISTENCIA El existencialismo es un movimiento filosófico que resalta el papel crucial de la existencia, de la libertad y de la elección individual. Su tema principal es el énfasis puesto en la existencia individual concreta y, en consecuencia, la subjetividad, la libertad individual y los conflictos de la elección. Resalta la importancia de la acción individual apasionada al decidir sobre la moral y la verdad. Su tema más destacado es el de la elección. La primera característica del ser humano, según la mayoría de los existencialistas, es la libertad para elegir. Mantienen que los seres humanos no tienen una naturaleza inmutable, o esencia, como tienen otros animales o plantas; cada ser humano hace elecciones que conforman su propia naturaleza. Para Sartre, la existencia precede a la esencia. La elección es, por lo tanto, fundamental en la existencia humana y es ineludible; incluso la negativa a elegir implica ya una elección. La libertad de elección conlleva compromiso y responsabilidad. Los existencialistas han expuesto que, como los individuos son libres de escoger su propio camino, tienen que aceptar el riesgo y la responsabilidad de seguir su compromiso dondequiera que éste les lleve. Kierkegaard mantenía que es crucial para el espíritu reconocer que uno tiene miedo no sólo de objetos específicos sino también un sentimiento de aprensión general, que llamó “temor”. Lo interpretó como la forma que tenía Dios de pedir a cada individuo un compromiso para adoptar un tipo de vida personal válido. El concepto de angustia posee un papel decisivo y similar en las obras de Heidegger; la angustia lleva a la confrontación del individuo con la nada y con la imposibilidad de encontrar una justificación última para la elección que la persona tiene que hacer. En la filosofía de Sartre, la palabra “náusea” se utiliza para el reconocimiento que realiza el individuo de la contingencia del Universo, y el término “angustia” para el reconocimiento de la libertad total de elección a la que hace frente el hombre en cada momento. La existencia en la filosofía tradicional es uno de los atributos del ser; por eso en el estudio de éste no se tiene en cuenta el problema de aquella. Así, la esencia constituye el ser, que escapa a las determinaciones del espacio y del tiempo. Entonces, la esencia precede a la existencia, es decir, prima lo eterno sobre lo temporal, lo esencial sobre lo accidental. Contrario a la postura de la filosofía tradicional, en el existencialismo, siendo primero la existencia y luego la esencia, la existencia es diferente del ser-cosa. La existencia, condición del hombre, no el ser inmutable y eterno. Las cosas no son jamás del todo lo que son. “La existencia es el ser del hombre”. Ella se encuentra en la nostalgia, la desesperación, la inquietud, el estremecimiento, la insatisfacción, el júbilo desbordante, el entusiasmo, la pasión que transforma, la esperanza que exalta. La reacción contra el cientificismo y el racionalismo influyó en el surgimiento del existencialismo, que reflexiona y lucha por la existencia concreta. La

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existencia difiere de la vida, pues éste y aquella no son sinónimos. “La realidad propia de la vida es biológica, sus manifestaciones específicas son sociales, en tanto que la existencia comienza, precisamente, más allá de lo biológico y lo social, existencia implica la interioridad, la intimidad, la presencia en sí”. La existencia no es ser ni cosa. El ser de la existencia no es nada acabado; está enteramente por ser. A pesar de que la existencia es tensión, estremecimiento, nostalgia, desesperación, esperanza, sufrimiento, alegría, no es caos. Disintiendo de los existencialistas ateos, la existencia no tiende al reposo, a la muerte, sino a la existencia superior. El existencialismo sartriano se limita a las facetas oscuras de la existencia, en tanto que la Filosofía Cristiana de la Existencia no restringe la experiencia existencial a un número demasiado pequeño de situaciones. A la existencia auténtica, como devenir, la muerte no le pone fin. El existencialismo de Sartre es pesimista y absurdo porque es ateo. Como el hombre no es Dios, sino semejante a Dios, su proyecto es la realización de su destino, que nunca será vano ni estará condenado al fracaso. Para que la existencia tenga sentido, “basta que poseamos la posibilidad de hacer de ella alguna cosa”. Kierkegaard aclara que la existencia no es una cosa sino una tarea, que debe inventarse a sí misma en cada instante de su duración. “Si no tomamos en serio esta tarea, si no orientamos y dirigimos nuestro devenir, sufriremos pasivamente las leyes biológicas, psicológicas, morales, sociológicas, en lugar de servirnos de ellas en función de nuestro proyecto existencial”. En el perpetuo devenir de la existencia no existe presente ni pasado. “Nuestro presente es nuestra tensión constante hacia el porvenir, está henchido de todo lo pasado y lo transforma incansablemente. Basta que cambiemos de proyecto existencial para que el pasado cambie también de sentido y significación”. La existencia es libertad; sólo libre puede poseer libertad. “La libertad confiere al hombre el poder creador que le permite escapar a las leyes mecánicas de la evolución cósmica y tomar en sus manos su propio devenir existencial”. Los demás se presentan como un obstáculo a nuestra libertad. “El hombre es siempre libre por referencia a alguien o algo”. Si es libre la existencia no depende de leyes científicas. Las leyes existenciales permiten que el hombre verdadero se realice en medio de todos los peligros y de todos los riesgos que encierra el empleo de la libertad. “Los seres timoratos y cobardes sienten más o menos confusamente que la verdadera libertad les impediría permanecer en el reposo y la mediocridad, obligándolos a la perpetua superación de sí mismos y exponiendo su vida a los riesgos”. DE LA FILOSOFÍA “NOCIONALISTA” A LA FILOSOFÍA DE LA EXISTENCIA

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Filosofía “nocionalista” son las tendencias, escuelas o sistemas que dan primacía a lo objetivo, lo común, lo abstracto sobre lo subjetivo, lo singular y lo concreto; las que oponen la filosofía a la existencia. Se origina en Aristóteles y domina la enseñanza escolar de la filosofía. Abarca a muchos escolásticos y sus seguidores, a los nominalistas, a Descartes y los cartesianos, a Kant, Fichte, Hegel y todos los idealistas de los siglos XIX y XX. El nominalismo (Occam, Hume, Berkely) y el idealismo (Kant, Fichte, Hegel, Renouvier, Bruschvicg) son los sistemas que más lejos han llevado las tendencias abstractivas y objetivantes del “nocionalismo”. El “nocionalismo” profesa un verdadero culto al conocimiento objetivo y abstracto. Se interesa por el universo inmutable de los conceptos y de las ideas; se desinteresa del mundo concreto, “que es un perpetuo cuestionarse a sí mismo, y donde nada es jamás perfecto y adecuadamente definible”. El racionalismo, el idealismo y el materialismo se oponen a la filosofía de la existencia, de lo singular y de lo único, que es más sabiduría que conocimiento. A cambio de lo general y lo universal, reflexiona sobre lo único, singular, personal. El “nocionalismo” se interesa por el mundo de las ideas, del “ser-en-sí”. Ignora voluntariamente al hombre en lo que constituye su auténtica humanidad, porque escapa a sus métodos de investigación y no encaja en sus categorías. Expresa desdén por la filosofía de la existencia. El hombre estudiado por Aristóteles, Descartes, Kant y todos los nominalistas, racionalistas, idealistas y materialistas es un hombre objetivo, la esencia del hombre. El hombre del “nocionalismo” “sólo es un simple modo del espíritu, un simple concepto”, y ninguno nos reconocemos en ella. Como la existencia es libertad no entra en las definiciones y escapa a las reglas de la lógica formal y a los de la dialéctica idealista. No obstante, no se pude condenar al “nocionalismo”. “No es, pues, la filosofía nocionalista en sí misma lo que execramos, sino el uso de que ella se ha hecho”. A pesar de que ha analizado ideas, elaborado definiciones, construido una lógica y una dialéctica, no ha sabido ni podido comprender la libertad y la vida, lo personal y lo concreto. Por eso impera la confusión moral, intelectual y espiritual. Ha sacrificado muchos valores existenciales auténticos: “amor, fe, libertad, fidelidad, disponibilidad, generosidad, entusiasmo, pasión…” La filosofía de la existencia no pone en duda el valor de la razón; se opone a los abusos que el racionalismo hace de ella. “El pensador existencial va hacia la realidad con todo su yo, y ese su yo todo no es sólo su razón, sino además de su libertad, su corazón, su voluntad, su sensibilidad, sus instintos y… su inteligencia”. No existe diferencia entre filosofar y existir. “Mientras que en el nocionalista sólo cuenta el pensamiento, en el existente el pensamiento no podría estar separado de la existencia. Los filósofos de la existencia nos ponen en comunicación con hombres que viven, luchan, aman, sufren. “Los

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existenciales no adoptan jamás la actitud de observadores desinteresados frente al universo y a la condición humana; se encuentran necesariamente comprometidos con ellos, participan activamente en el drama cósmico”. Como la filosofía de la existencia está comprometida con la existencia del hombre concreto, no se contenta con ser sólo discusión entre filósofos, sino tiende a la conversión, a la acción. “Para el existencialista, se trata de descubrir el sentido de la existencia, su origen, su justificación, su finalidad”. TRADICIÓN OCCIDENTAL DEL PENSAMIENTO CRISTIANO El pensamiento cristiano parte de Cristo, se fortalece con San Agustín, continúa con San Buenaventura y se consolida con Pascal, quien la renueva y perfecciona. Jesús, que predicó un mensaje de salvación, hizo de las parábolas y comparaciones extraídas de la experiencia cotidiana y más común a la mayoría de los hombres, el vehículo de su doctrina. “Jamás la enseñanza de un filósofo, de un sabio, ha sido a tal punto expresión directa de una auténtica experiencia existencial; en ella la existencia y el existencialismo forman verdaderamente una sola cosa”. Los primeros escritores cristianos continuaron la tradición existencial de los Evangelios. San Pablo advierte que el auténtico fundamento de su enseñanza es su experiencia personal con Jesucristo. “Cuando San Pablo habla de sufrimiento o de la alegría cristianos es porque ha experimentado, en su cuerpo y su alma, lo que significa sufrir por Cristo…”. San Agustín es el principal padre y maestro de la filosofía cristiana de la existencia. Su palabra llega más directamente al corazón y al espíritu del hombre contemporáneo. “Todas las reflexiones de San Agustín tienen como punto de partida la experiencia íntima del hombre, no de un hombre racional, en sí, sino del hombre concreto, vale decir, del hombre dividido en lo más profundo de sí mismo, solicitado por apetitos y voliciones contradictorios”. Captó el lugar que ocupa la temporalidad de la existencia humana, frágil y contingente. “Su experiencia de hombre y de sacerdote le enseñó que nada es en la vida del hombre definitivo ni estable, que todo en ella está en perpetuo movimiento. El presente es para ello sólo una ficción, una visión del espíritu; únicamente el pasado y el futuro poseen realidad”. Tuvo conciencia de la extrema fragilidad de la realidad humana. Estaba convencido de la libertad humana como condición del hombre. “Sin ella nada habría de trágico en la condición del hombre; no habría grandeza ni debilidad para ninguno de nosotros”. Nada de existencia sin libertad. Elaboró una filosofía de la existencia que, en lo esencial, dijo lo mismo que dirían los existencialistas modernos. San Buenaventura, cuya obra es una lucha contra el racionalismo aristotélico, porque le parecía absolutamente inconciliable con la inspiración y la tradición de la filosofía cristiana, “combate la autonomía de la razón, que pretende

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descubrir la verdad merced a sus solas fuerzas, y no comprende que doctores cristianos quieren razonar como si la fe no existiera”. La fe no es un hecho exterior al yo, sino que se confunde con la misma realidad. El hombre no aspira a probar la existencia de Dios, sino a verlo. La filosofía debe mostrarnos el camino que conduce a la salvación. La filosofía es la sabiduría que indica el camino que conduce a Dios. Afirma la primacía existencial de la salvación del alma sobre el conocimiento teórico. El conocimiento del alma es el fundamento de su filosofía. Pascal plantea que la existencia está hecha de contradicciones, de tensiones y es fuente de conflictos. La existencia debe ser movimiento constante. “Para el existente no hay ni debe haber reposo. Al salir de un estado dado de tensión no alcanzamos el reposo, sino un nuevo estado de oscilación e incertidumbre”… La existencia humana se halla en movimiento, se asemeja a una corriente que no se detiene jamás. Nada más insoportable para el hombre que estar en pleno reposo, sin pasiones, sin quehacer, sin diversión, sin aplicación. Siente entonces su nada, su abandono, su insuficiencia, su dependencia, su impotencia, su vacío. Pero al entrar en movimiento no sólo pone fin a su nada, su abandono, etc., sino que hasta ingresa en una existencia superior”. Lo propio de la grandeza humana es su calidad de ser consciente. “La grandeza del hombre es grande porque se sabe miserable”. No abriga ninguna ilusión acerca del hombre, porque conoce todas sus debilidades y sabe que es más miserable y más débil que las bestias. “Habiendo alcanzado la miseria, el sufrimiento, el terror de la condición humana, no se detiene, lleva más adelante sus investigaciones y así descubre la grandeza humana. Lo que hace la grandeza del hombre es su calidad de ser pensante, de ser espiritual”. La superación de sí mismo es el único camino a su estado miserable y abrirse los senderos de la grandeza. O se supera en lo espiritual o se envilece. SITUACIÓN PRESENTE DE LA FILOSOFÍA CRISTIANA DE LA EXISTENCIA Henri Berson, Maurice Blondel, Karl Jaspers, Max Scheler, Louis Lavalle, Gabriel Marcel, Nicolás Berdiaev y Emmanuel Mounier han ejercido una gran influencia en el pensamiento cristiano actual. Bergson, sin ser (como Blondel) propiamente filósofo de la existencia, desenmascaró las artificiales certidumbres del intelectualismo positivista. “Puso de manifiesto los irreductibles fenómenos de la vida y la conciencia, utilizó la ciencia biológica moderna para establecer la autonomía y la preminencia del espíritu sobre la naturaleza”. Blondel (de inspiración católica) abordó la problemática cristiana, abriendo nuevos senderos a la indagación teológica. El hombre es frágil y miserable. Sólo puede realizarse saliendo de sí. Al superarse a sí mismo ingresa en una realidad

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superior y así establece su grandeza. La realidad del hombre es temporal y espacial. Es en el tiempo donde realiza su destino eterno. Jaspers, el patrono del existencialismo cristiano y uno de los más grandes maestros de la filosofía de la existencia, no es católico ni cristiano. La religión es irreconciliable con la filosofía; la religión es el estado inferior de la vida espiritual, y el estado superior es la filosofía. El hombre recurre a la religión para escapar a la angustia de su conciencia, cuando comprende la radical contingencia de la existencia. Reprocha “al cristianismo haber objetivado el absoluto, haber hecho de él el Dios de todo el mundo, mientras que el verdadero Dios no podría ser sino mi Dios, incomunicable a los demás, sin ninguna relación con el Dios del otro”. La experiencia mística no conduce a la Trascendencia auténtica. La Trascendencia sólo se revela en la inmanencia. “No podemos ni pensar la Trascendencia como un Dios individual, separado del mundo, ni decir que todo es trascendente y que Dios es el que contiene todo”. Rechaza el ateísmo porque niega la Trascendencia y la existencia. Criticó negativamente la religión, y admitió que el común de los hombres no podría vivir sin religión; “sería peligroso liberarlos prematuramente de la dominación de las creencias tradicionales”. Sin embargo, influyó profundamente en los pensadores de la Filosofía Cristiana de la Existencia y comprendió muy bien la noción de Trascendencia. La existencia se abre a la Trascendencia (Ser, Uno, Dios pero no el de la revelación cristiana) y así es posible salir del nihilismo de los existencialistas ateos, que sólo concluyen en el fracaso y la muerte. La Trascendencia debe colmar nuestra fundamental insuficiencia, nuestro radical fracaso. La afirmación de la Trascendencia es un acto primordial de la existencia. La existencia si no está en relación con la Trascendencia, no es. “La Trascendencia es lo separado, el Uno absoluto, la libertad soberana que se opone a mi libertad… El espíritu sólo existe gracias a su impulso, su tensión hacia lo absoluto, y la existencia no podría ser auténtica, es decir, intensa y profunda, salvo por su relación con lo Absoluto”. La Trascendencia se impone a la conciencia. “Se me presenta como la realidad sin posibilidad, como la absoluta realidad, más allá de la cual nada hay; ante ella permanezco mudo. Toda la libertad del hombre es tan solo impulso hacia la Trascendencia”. La Trascendencia es inaccesible al espíritu humano. Para la existencia la Trascendencia permanece oculta, pero no se desvanece. Scheler plantea que las emociones humanas son lo que podría llamarse la materia primera de su experimentación existencial. Toda emoción tiende hacia un objeto, es intencional, como lo es la existencia. “El objeto hacia el cual tienden todas nuestras emociones es siempre un valor existencial, y es este valor lo que les confiere un sentido y una significación, lo que hace de ella actos humanos”.

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Lavelle ve en el espíritu el signo distintivo y el título de nobleza de la realidad humana. La existencia sólo se concibe en función de la Trascendencia: el Dios personal que ama y cuyo Amor otorga a la existencia sentido y significación. Su pensamiento posee una serenidad que irradia paz (por eso se le llama “el Sabio”). Sus obras tocan el aspecto más contingente y ambiguo de la condición humana. Marcel es un filósofo de la existencia profundo y de grandes alcances. Como católico defendió la identidad entre filosofía y religión. Se interrogó sobre el contenido y las modalidades de su fe. Buscó angustiosamente el sentido y la significación de la existencia. Distinguió el problema del misterio. “El problema es algo que uno encuentra obstruyendo el camino; está enteramente ante mí. El misterio es algo en que me encuentro envuelto, cuya esencia es no estar enteramente ante mí”. El problema tiene solución; el misterio aclara la zona existencial. Las verdades reveladas y las principales realidades existenciales son misterios, no problemas. El hombre sólo es hombre superándose, siendo más que hombre. Se supera trascendiendo. El corazón del hombre exige la Trascendencia absoluta: Dios de los cristianos. No hay oposición entre el ser y la existencia. Concilia al Dios de los filósofos con el Dios de Jesucristo. Berdiaev plantea que la intuición mística es la mejor adaptada para alcanzar el mundo espiritual, mediatizando un conocimiento del misterio del hombre y del Dios. “Su fe no reniega de la razón, pero la transfigura, se convierte en su luz interior y le confiere así el poder de comprender la libertad, la fuente del ser y de la creación, todas las restantes realidades existenciales”. Metafísica y mística son las dos formas supremas del conocimiento filosófico. Se ocupó del sentido de la vida y el destino del hombre. El enemigo de la autenticidad existencial es la objetivación de las cosas del hombre y del espíritu, y hasta de Dios, que son culpables la ciencia y la filosofía tradicional. Reivindica los derechos de la persona. El punto de partida de su filosofía es Dios-hombre (teandría). “El misterio cristiano de la encarnación es el acontecimiento central de la historia humana y sólo a partir de ahí puede comprenderse al hombre y su historia, a Dios y su obra”. El hombre no es nada fuera de Dios. La vida económica no se comprende al margen de lo espiritual. Mounier lucha por los derechos y la dignidad de la persona. Toma conciencia del carácter irreductible del hecho humano y comprendió la dignidad de la persona, que no hay derecho a sacrificar a ningún fin temporal. El punto de partida del personalismo es la toma de conciencia de la crisis de la civilización que se dice cristiana, pero que ha traicionado todos los valores esenciales de la existencia. “Nuestra civilización se halla en crisis porque está despersonalizada, porque no tiene ya como sostén una comunidad de personas sino simplemente un agregado de individuos”.

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Distingue a la persona del individuo y el personalismo del individualismo. La persona es centro invisible en que todo se une. Sólo ella está abierta a los otros, al mundo y a Dios. El personalismo es una exigencia moral con miras a la personalización de la existencia. A pesar de que no se hace ninguna ilusión sobre el hombre despersonalizado, profesa un “optimismo trágico” y no un pesimismo. DE LO COTIDIANO A LO AUTÉNTICO Como la existencia es libertad y perpetuo devenir, el hombre, contrario a los planteamientos sartrianos, no está condenado a la fatalidad y a ser libre, sino que está llamado a devenirlo; no está condenado a la existencia. Para superar lo cotidiano y pasar de una vida inauténtica a una existencia auténtica, el hombre debe experimentar la angustia existencial, que es la principal fuerza motriz, el primer acto de la existencia y destruye los cimientos de la falsa seguridad en la que se ha instalado voluntaria o involuntariamente. La angustia existencial, que nos motiva a cuestionar nuestra situación en el mundo, a interrogarnos, a ver la necesidad y la posibilidad de la superación existencial, “sigue inmediatamente a la toma de conciencia por el hombre de su ambigüedad fundamental, de que no es nunca totalmente lo que es, de que es una asombrosa mezcla de finito e infinito, de tiempo y eternidad, de necesidad y libertad”. La angustia existencial pone al hombre en la obligación de optar por una elección absoluta (detrás que están las elecciones relativas) que da una orientación absoluta a la existencia, en función de la cual se harán todas las demás elecciones. Pero toda elección da lugar a un compromiso respecto de Dios, de nosotros mismos y de los demás, a una fidelidad, a una disponibilidad, a un riesgo, a una pasión y a una fe, que son valores existenciales que permiten alcanzar una existencia auténtica. El compromiso y la fidelidad “En todo acto de elección está contenida una promesa de fidelidad para con el valor elegido. Todo compromiso nos liga; pero la firmeza de la ligadura del compromiso la determina el carácter de la elección… El existente auténtico no se compromete nunca a la ligera, y por consecuencia jamás será infiel a su promesa, así sea de poca importancia, sin verse obligado a ello por motivos serios. La fidelidad a los compromisos contraídos es la condición para que la sociedad humana no sea un infierno en el que nadie pueda confiar en los demás, sino que se convierta en una comunidad fraternal. Y es también indispensable para que el yo pueda salir de la dispersión, recogerse en la

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unidad… El compromiso y la fidelidad, si bien suponen renuncias y sacrificios, dan lugar al no empobrecimiento, sino al enriquecimiento de la existencia… El compromiso y la fidelidad para con una persona o causa no nos fuerza en modo alguno al fanatismo, al rechazo de todo lo que no es el objeto propio de nuestro compromiso y nuestra fidelidad… Aun la fidelidad a la propia mujer no implica la negativa a admirar la belleza, los encantos y las cualidades afectivas de las demás mujeres. El fanatismo no ha sido jamás señal de autenticidad en el compromiso y la fidelidad… Y cuando un hombre se muestra particularmente celoso de su mujer, señal es de que su amor no es ya muy puro. Sólo el hombre entregado totalmente a una persona o a una causa está en condiciones de comprender que los demás pueden realizar acciones diametralmente opuestas a las suyas… Los esposos auténticamente fieles al compromiso del sacramento del matrimonio son los que se hallan en disposición de dar pruebas de mayor delicadeza, hasta de galantería de buena ley, para con las demás mujeres… Como no puede haber existencia auténtica sin elección que comprometa y sin fidelidad, es lógico inferir la irremediable bancarrota de toda existencia…”. La disponibilidad La filosofía de la perfecta disponibilidad ha sido el ideal de muchas personas del siglo XX. La verdadera disponibilidad procede de la pobreza y no del espíritu de posesión. Sólo el ser disponible es capaz de subordinar su interés individual en bien de los demás. “Y en el curso de todas nuestras elecciones y compromisos deberemos permanecer siempre disponibles para otras elecciones y compromisos, porque la existencia no puede alcanzar su plenitud mediante una sola y única elección, y un solo y único compromiso. La elección absoluta, el compromiso irrevocable al servicio de lo Absoluto, no anulan nuestra disponibilidad, sino que la orientan, la hacen salir de ese estado de pasividad pura en que se encontraría si no estuviera al servicio de ningún compromiso primordial. El hombre comprometido y fiel, al mantenerse disponible, evita convertirse en un sectario, un fanático, un espíritu estrecho. Tiene, ciertamente, y debe tener, sus ideas, sus convicciones, su ideal, y se les mantiene fiel… Vale la pena escuchar a los demás, ponerse en su lugar, dejarse instruir por ellos… La verdadera disponibilidad no es nada fácil; no podrá ser otra cosa que el fruto de una laboriosa conquista… Todas las elecciones, con todos los compromisos existenciales, que encierran todos ellos una enorme parte de riesgo…”. El riesgo “Nuestra existencia, por cualquier faz que la encaremos, está siempre expuesta al riesgo, porque nuestro destino debe realizarse en el tiempo y la duración temporal no es un desenvolvimiento mecánico armonioso sino una creación desordenada… Nada está en nuestra existencia prescrito; nosotros mismos debemos construir nuestro destino… La idea de la libertad humana encierra riesgo… El riesgo es tanto mayor cuanto más auténtica la existencia, es decir, cuanto mayor la parte de libertad personal. Aun si se pudiera abolir todo riesgo, el hombre anheloso de vida intensa no tiene el derecho de hacerlo, pues

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infaliblemente resultaría una nueva lamentable caída en lo inauténtico… El riesgo tampoco posee significación existencial sino cuando se pone al servicio de la marcha hacia la autenticidad. Y sin embargo, quien tiene inclinación y voluntad de riesgo, aun vano, tiene más oportunidades de convertirse en un ser auténtico que el obsesionado por el deseo de la seguridad a cualquier precio… La aceptación del riesgo existencial es, con frecuencia, ciertamente, locura; pero ella es para el hombre el único medio de salir de su egotismo, de su pequeño universo narcisista y estrecho… Sabiéndonos expuestos al riesgo, no ponemos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios, esperando que Él querrá tender su mano socorredora para ayudarnos a salir de las emboscadas. Evidentemente, no nos expondremos a los riesgos manteniéndonos en pasiva espera, sino avanzando valerosa y confiadamente”. La pasión La existencia es auténtica si se vive apasionadamente. A pesar de que no hay grandeza humana sin pasiones, no se pueden divinizar, porque cuando son destructoras conducen al desorden y a la anarquía. La pasión debe ir ligada a la razón, para evitar su desborde. Ni la razón ni la pasión pueden sobredimensionarse. No se puede condenar la razón por los abusos del racionalismo ni poner en entredicho las pasiones por culpa de los crímenes pasionales. No puede haber oposición entre razón y pasión porque esto ha traído graves consecuencias. La pasión no puede dominar a la razón ni ésta someter a aquella. Para que no sean destructoras hay que armonizarlas. Para que la razón sea creadora debe ser apasionada y la pasión necesita ser iluminada por las luces de la razón. Lo que se hace con pasión, moralmente vale más que lo que se hace por puro cálculo, por interés. La fe La fe supera el abismo que separa la existencia de la Trascendencia. Contrario a la posición de que “la fe es una evasión del hombre agobiada por las dificultades de su luchador la vida, la fe ilumina y aclara los actos humanos y nos pone en relación con la Trascendencia: Dios que llama y se da. Nos motiva al riesgo y nos impide el fracaso supremo de toda existencia empírica que es la muerte. “El creyente no vive en el mundo como si ya estuviera muerto, puesto que sabe que la muerte temporal no es el fin de la vida, sino el pasaje de la existencia temporal, necesariamente imperfecta, a la vida eterna perfecta”. La existencia del cristiano se fundamenta en las perspectivas de la fe. DE LA SOLEDAD A LA COMUNIÓN La filosofía de la existencia ha luchado radical y apasionadamente contra la objetivación, la socialización excesiva de la vida humana, producto del “nocionalismo” que sólo se interesa en la persona en cuanto puede ser considerada como objeto entre los demás objetos. Reivindica el derecho a la soledad, porque mediante ésta, el hombre se encuentra a sí mismo, se recoge,

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toma conciencia de sí y se pone en condiciones para experimentar la necesidad de lo Absoluto; y descubre la existencia contingente, lo cual le genera angustia que lo motiva al anhelo de encontrarse con los demás, con el otro. “Es el otro en cuanto tal, es decir, en cuanto a existencia que también se ha descubierto en las angustias y los goces de la soledad, lo que necesita para su propia realización”. Pero la soledad reivindicada, no es un aislamiento, un encerrarse en sí mismo, un negarse a los demás, un marginar y marginarse del “otro”. El aislamiento es negativo; la soledad es positiva, existencial. La soledad debe ser temporal, dialéctica; no puede ser un estado definitivo, sino un momento de la dialéctica existencial, porque la soledad total y prolongada es insoportable para el hombre. “En la soledad dialéctica, existencial, reside siempre la nostalgia de una comunicación con los demás seres humanos y con lo Absoluto”. Es por ello que la filosofía cristiana plantea el problema del otro, porque considera que no podemos amar la existencia e ir a Dios sin pasar por la mediación del otro, y es imposible realizarme a mí mismo sino es por dicha mediación. Tenemos necesidad de los demás, de los otros, del otro, para conocernos a nosotros mismos. Sin poner en duda el valor social de la solidaridad y sin dejar de reconocer que “gracias a ella los hombres se ponen en presencia unos de otros y aumentan sus oportunidades de encuentro personal”, desmitifica la solidaridad, la forma más corriente de las relaciones humanas, “cuya noción implica la idea de una oposición a otras comunidades de intereses… Y una agrupación de intereses se halla casi siempre en lucha contra otras, pues cierto particularismo forma parte integrante de la noción de solidaridad”. La solidaridad no es un vínculo existencial, no pone fin al desamparo del hombre y no da lugar a la auténtica comunión personal. Lo que la constituye es la cohesión de un número de individuos que buscan su propio bien. Así, el hombre se convierte en hombre-masa inauténtico, y se siente desamparado, abandonado. La solidaridad no es el único vínculo interpersonal positivo, porque todo encuentro con los demás sólo podría aumentar la desdicha de mi conciencia. “Es necesario atreverse a apuntar más lejos que a la comunicación objetiva que la solidaria mediatiza”. El hombre tiene que pasar de su soledad impersonal, de su aislamiento, a la comunión total, auténtica, despojándose de su egoísmo, para que pueda dar y darse a los demás. La comunión, que debe fundarse en el plano de la subjetividad, tiende a la fusión de la intimidad de dos o más seres. A pesar de que la comunión total, auténtica, personal, no es fácil, “sólo puede haber comunión entre los humanos en algo que los supere, en Dios ante todo”. La comunión auténtica se logra a través del amor, que constituye la verdadera dialéctica del devenir humano. Una sociedad humana verdaderamente universal sólo se funda en el amor. Si tiende a la posesión y utilización del otro,

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no es amor verdadero, no es existencial, no da lugar a la comunión. “Sólo a partir del momento en que hayamos reconocido concretamente la dignidad y la vocación del otro en cuanto persona y que no existe para nosotros sino para sí mismo, podremos considerar que nos encontramos en la disposición espiritual requerida para amar al otro con amor auténtico”. El amor que libera del egoísmo es el amor con que nosotros amamos. “No obstante, sólo el amor recíproco da nacimiento a una auténtica comunión existencial”. Para que el hombre se aleje del egoísmo, la avaricia y sea creativo debe alcanzar el amor auténtico. Como el amor no es ciego, gracias a su mediación nos permite el conocimiento existencial de los demás. Para conocerlos debemos amarlos. “Mientras no los amemos, no conoceremos de ellos sino el aspecto más superficial, el menos personal; sólo el amor puede darnos el conocimiento de su intimidad, de lo que son en sí mismos”. No son las cualidades del amado lo que amamos, sino la realidad metafísica del otro. “A causa de esto en todo amor auténtico hay siempre algo misterioso, inexplicable, y tratar de saber por qué amamos a tal persona o por qué nos ama ella, se presenta como una indiscreción, una inadmisible acometida al misterio, en un intento a rebajarlo al nivel de un problema”. El amor, como realidad espiritual, que se inserta profundamente en las estructuras psíquicas y morales, se encuentra muy unido a la admiración, la felicidad y la libertad. Sólo se puede amar a quien se admira; si cesa la admiración, cesa el amor. “Cuando la admiración apunta a cualidades puramente imaginarias o sin raíz profunda en el corazón de la existencia, no tardará en desaparecer y hasta cede el lugar a un desdén activo, transformando el amor en odio”. La fidelidad que no está condicionada por méritos, es una exigencia de la ley moral positiva y la exige de la naturaleza misma del amor. “La infidelidad de uno de los amantes no justifica en modo alguno la del otro”. El amor no se puede oponer a libertad. Sólo hay amor auténtico si es libre. El amor libre vence obstáculos y supera sus propias imperfecciones. El amor erótico hace vibrar al unísono el dinamismo físico, psíquico y espiritual de los seres, y es mediador en la más profunda de las comuniones existenciales, donde cada una de las existencias es una sola carne y un sólo espíritu. “El amor erótico auténtico es simultánea existencia e indisolublemente, estremecimiento del espíritu y la carne… confiere a la procreación humana una belleza y una dignidad que no puede poseer cuando no procede sino del acoplamiento instintivo”. La amistad auténtica, más espiritual que el amor erótico, ignora los celos, las limitaciones. “La esencia de la amistad es una relación de mi a ti; el otro es realmente querido por sí mismo… “Ninguna comunión es por naturaleza menos egoísta ni está más orientada hacia la Trascendencia que la amistad”. La amistad implica un llamamiento a la superación.

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Si amo a un amigo, amo a la humanidad. “El amor a la humanidad me descubre los vínculos que me unen al cosmos, la comunicación cósmica me conduce al Autor y Padre de cuanto existe”. Como en el corazón de cada existencia hay un núcleo incomunicable, inaccesible a los demás, ninguna comunión humana es absolutamente perfecta ni sacia totalmente la sed de nuestra alma. La misión principal de la comunión entre hombres es la prepararlos y conducirlos a la comunicación con el Absoluto. “Sólo en esta etapa habrá alcanzado la existencia toda su perfección, y la muerte ya no aparecerá como una catástrofe, sino como la realización definitiva de aquella”.

EL ANTICRISTO

(Federico Nietzsche) Tema. Ataque contundente al cristianismo. Argumento. En este breve ensayo, que consta de 62 capítulos cortos, el autor, con un lenguaje sencillo, pero muy contundente, realiza un demoledor ataque al cristianismo (considerado como la religión de la decadencia que atenta contra el instinto vital del hombre), a la moral y valores cristianos, a los teólogos y a san Pedro. Con un lenguaje directo y contundente, de manera breve, ataca y acusa crítica y mordazmente al cristianismo, la compasión, a los teólogos (judíos y cristianos), a los idealistas alemanes (en especial a Kant), a Lutero, la moral cristiana, los valores cristianos, el concepto cristiano de Dios, los Evangelios, el apóstol Pablo, los mártires, anarquistas y socialistas; analiza psicológicamente al redentor, la convicción, los Evangelios, la fe y los fieles; exalta al tipo de hombre superior y al Renacimiento; hace apología del budismo y del Código de Manú; reseña la génesis y la verdadera historia del cristianismo, y demuestra cómo el cristianismo es enemigo de la ciencia y cómo acabó con el legado cultural de los griegos y romanos. Resumen. (Aunque en el libro los capítulos no tienen nombre, les he colocado algunos para hacer más entendible la obra). EL TIPO DE HOMBRE SUPERIOR (1-4) Es el tipo de hombre que debe ser desarrollado y potenciado. Un hombre superior, una especie de superhombre, digno de vivir y dueño del porvenir. Su opuesto es el hombre del rebaño, enfermo, débil, decadente, cristiano. Esta clase de hombre anhela el rayo, la acción, la plenitud, la tensión, acumula energías, es tormentoso, no tiene un camino, está alejado de la felicidad de los débiles, de la resignación. Para este tipo de hombre superior, bueno es todo lo que acrecienta

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en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo; malo es todo lo que proviene de la debilidad; y felicidad es la conciencia de que se acrecienta el poder; que queda superada una resistencia. EL CRISTIANISMO CONTRA EL HOMBRE SUPERIOR (5-6) El cristianismo ha luchado contra este tipo de humano superior. Ha defendido a los débiles, bajos y malogrados. Ha repudiado los instintos de conservación de la vida pletórica. Los valores cristianos en que la humanidad sintetiza su aspiración suprema, son valores de la decadencia. Quien pierde sus instintos y elige o prefiere lo que no le conviene (los valores cristianos) es un corrupto (decadente). “La vida se me aparece como instinto de crecimiento, de supervivencia, de acumulación de fuerzas, de poder; donde falta la voluntad de poder, aparece la decadencia”. EL CRISTIANISMO, LA RELIGIÓN DE LA COMPASIÓN (7) La compasión atenta contra la energía del sentimiento vital, tiene efectos depresivos. Es contraria “a la ley de la evolución, que es la ley de selección”. Preserva lo que tiene que desaparecer y favorece a los desheredados y condenados de la vida. Da a la vida un aspecto sombrío. El cristianismo ha hecho de la compasión una virtud, la raíz y el origen de toda virtud. Es contraria a los instintos que preservan y potencian la vida, seduce a la nada: “más allá”, “Dios”, “vida eterna”, “redención”, “bienaventuranza”. En síntesis, la compasión, este “instinto depresivo y contagioso”, surte un efecto depresivo, agrava y multiplica la pérdida de fuerza vital, atenta contra ley de la evolución, preserva lo que debe perecer, está a favor de los desheredados y condenados de la vida, da a la vida un aspecto sombrío y problemático, es la práctica del nihilismo, es contraria a los instintos tendentes a la preservación y a la potenciación de la vida, es multiplicadora de la miseria y preservadora de todo lo miserable, es malsana y seduce a la nada. ATAQUE A LOS TEÓLOGOS (8-13) Los teólogos judíos y cristianos son los antípodas del hombre superior. En los idealistas hay instinto de teólogo. “El idealista, como el sacerdote, tiene todos los grandes conceptos en la mano y con desprecio correspondiente los opone a la razón, los sentidos, los honores, el bienestar y la ciencia”. La humildad, la castidad, la pobreza, la santidad, que predican los sacerdotes, han hecho mucho daño a la humanidad. “Mientras el sacerdote, este negador, detractor y envenenador profesional de la vida, sea tenido por un tipo humano superior, no hay respuesta a la pregunta: ¿qué es verdad?” Los teólogos tienen una actitud torcida y mentirosa ante todas las cosas. “Lo que un teólogo siente como verdadero no puede por menos de ser falso”. Lo más perjudicial para la vida, lo llaman “verdadero”; lo que eleva, acrecienta, afirma, justifica y exalta la vida, lo llaman “falso”.

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La filosofía idealista alemana está corrompida por la sangre de teólogos; es una teología pérfida. Kant, como teólogo agazapado, abrió el camino para retornar subrepticiamente a los conceptos de “mundo verdadero” y de “moral como esencia del mundo”. Hizo de la realidad una apariencia; del mundo ficticio, el del Ser, la realidad. Kant, con su instinto de teólogo agazapado, pretendió que toda virtud debía ser practicada nada más que por respeto al concepto virtud, perjudicando con esto a la humanidad. Por el contrario, toda virtud debe ser inventada por uno, por la íntima defensa y necesidad de uno. “La virtud, el deber, el bien en sí, el bien impersonal y universal; todo son quimeras en las que se expresa la decadencia, la debilidad última de la vida… Cada cual debe inventar su propia virtud, su propio imperativo categórico. Un pueblo sucumbe si confunde su específico deber con el deber en sí”. El imperativo categórico kantiano es un peligro mortal. Es una receta para los decadentes, para los idiotas. “Kant se convirtió en un idiota… ¡Esta araña fatal ha sido y sigue siendo, considerada como un filósofo alemán!... El instinto equivocado en todas las cosas, la antinaturalidad como instinto, la decadencia alemana como filosofía; ¡he aquí Kant!”. LA MORAL CRISTIANA (14-15) Una consecuencia del hombre ser el animal más fuerte y el más listo es su espiritualidad. No es la cumbre de la creación. Es el animal más malogrado, más morboso, lo más peligroso desviado de los instintos. La moral cristiana aconseja apaciguar los sentidos, “cortar relaciones con las cosas terrenas y despojarse de todo lo que tiene de mortal, quedando entonces lo principal de él, el espíritu puro”, que es pura estupidez. “Ni la moral ni la religión corresponden en el cristianismo a punto alguno de la realidad. Todo son causas imaginarias (Dios, alma, yo, espíritu, el libre albedrío, o bien el determinismo); todo son efectos imaginarios (pecado, redención, gracia, castigo, perdón). Todo son relaciones entre seres imaginarios (Dios, almas, ánimas); ciencias naturales imaginarias (antropocentricidad, ausencia total del concepto de las causas naturales); una psicología imaginarias (sin excepción, malentendidos sobre sí mismo, interpretaciones de sentimientos generales agradables o desagradables…); una teleología imaginaria (el reino de Dios, el juicio final, la eterna bienaventuranza)”. CRÍTICA DEL CONCEPTO CRISTIANO DE DIOS (16-19) El Dios cristiano beneficia y perjudica, es amigo y enemigo, es bueno y malo. Es un dios que conoce la ira, la venganza, la envidia, la burla, la astucia y la violencia. Por eso se le admira y venera. Es tímido, miedoso, cobarde y modesto, invita a la “paz del alma”, la renuncia al odio, la indulgencia y aun el “amor” al amigo y al enemigo. Moraliza sin cesar, penetra en las cuevas de todas las virtudes privadas y se convierte en dios para todo el mundo, en particular, en cosmopolita…” Este dios despoja de sus virtudes a los impulsos

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viriles, porque es un dios de los decadentes, de los débiles, de “los buenos”, le falta voluntad de poder. “Tanto el dios bueno como el diablo son engendros de la decadencia”. La concepción cristiana de Dios elimina las premisas de la vida ascendente, toda fuerza, valentía, soberbia y altivez del tipo de hombre superior. El dios cristiano es bastón para cansados, salvavidas para náufragos, alivio para los pobres, redentor de los pecadores y salud para los enfermos. Es un dios metafísico, es “la cosa en sí”. “La concepción cristiana de Dios, Dios como dios de los enfermos, como araña, como espíritu, es una de las más corrompidas que existen sobre la tierra… ¡En Dios, declarada la guerra a la vida, a la Naturaleza, a la voluntad de vida! ¡Dios, la fórmula para toda detracción de este mundo, para toda mentira del más allá! ¡En Dios, divinizada la nada, santificada la voluntad de alcanzar la nada!” APOLOGIA DEL BUDISMO (20-23) A pesar de que el budismo está emparentado con el cristianismo, y es una doctrina nihilista y decadente, es más realista que el cristianismo. Plantea objetiva y fríamente y es posterior a un movimiento filosófico multisecular. Desecha la concepción de Dios. Es la única religión positiva. No proclama la lucha contra el pecado, sino que lucha contra el sufrimiento. “Lo que lo distingue radicalmente del cristianismo es el hecho de que está con el autoengaño de los conceptos morales tras sí, hallándose, según mi terminología, más allá del bien y del mal”. Receta la vida al aire libre, la trashumancia, la frugalidad, la abstemia y la no preocupación por uno o por los demás. La jovialidad y la bondad promueven la salud. Desecha la oración y el ascetismo, los imperativos categóricos y las obligaciones. Respeta a los que piensan de otra manera. No predica la venganza, la antipatía o el resentimiento (“No es por la enemistad como se pone fin a la enemistad”). La meta suprema es la paz serena, el sosiego y la extinción de todo deseo. En el cristianismo, los instintos sometidos y oprimidos, las clases más bajas buscan su salvación. Por eso se arrepiente de sus “pecados”, se cree en el poderoso dios como un regalo, como una gracia. “Aquí se desprecia el cuerpo y se repudia la higiene como sensualidad… Lo cristiano supone un cierto sentido de crueldad, consigo mismo y con los demás; el odio a los heterodoxos; el afán persecutorio… Cristiano es el odio mortal a los amos de la tierra, a los nobles, en conjunción con una competencia solapada… Cristiana es la hostilidad enconada al espíritu, al orgullo; cristiana es la hostilidad enconada a los sentidos, a los placeres sensuales, a la alegría en fin…” Mientras el budismo es una doctrina para hombres sensibles al dolor, para razas suaves, mansas e hiperespiritualizadas, el cristianismo predica el descontento consigo mismo, el sufrimiento consigo mismo. El cristianismo quiere domar fieras, y para esto las enferma y las domestica. En el cristianismo,

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a los que sufren se les promete una vida mejor en el más allá. En el amor cristiano se manifiesta el poder de la ilusión. “El amor es el estado en que el hombre ve las cosas, más que en ningún otro, como no son”. Quien ama aguanta todo, es una premisa cristiana. GÉNESIS DEL CRISTIANISMO (24-27) El antiguo pueblo judío, que era vitalidad extrema y antípoda de todo lo decadente, puesto en el dilema de ser o no ser, decidió ser a cualquier precio, falseando toda la naturaleza, la naturalidad, la realidad, el mundo interior y exterior. “Los judíos invirtieron la religión, el cuto, la moral, la historia y la psicología, de un modo fatal, en lo contrario de los valores naturales de las condiciones naturales”. El cristianismo, heredero de la tradición judía decadente, es la idiosincrasia judía llevada a su consecuencia última. El tipo sacerdotal es el tipo humano que domina en el judaísmo y en el cristianismo, y está “interesado en enfermar a la humanidad, en invertir los conceptos de bien y mal, verdadero y falso, en un sentido que entraña un peligro mortal para la vida y significa el repudio del mundo”. Los sacerdotes judíos, que desnaturalizaron todos los valores naturales, falsearon la concepción de dios y la moral. El dios de Israel, que “era la expresión de la conciencia de poder, del goce mismo, de la esperanza depositada en sí mismo… el dios de la justicia”, lo sustituyeron por un dios que exige. La moral, que era la expresión de las condiciones de existencia y prosperidad del pueblo judío antiguo, su más soterrado instinto vital, se vuelve abstracto y antiviral. La moral judeo-cristiana es el “azar despojado de su inocencia; la desgracia envilecida por el concepto de pecado”, ese gusano roedor de la conciencia. Ese orden moral impone que es la voluntad de Dios la que determina el valor de los individuos y los pueblos, encargada de castigar o premiar, según el grado de obediencia. El sacerdote, abusando del nombre Dios, fija el valor de las cosas y lo llama “el reino de Dios”, y a los medios para conseguir y mantener ese estado de cosas lo denomina “voluntad de Dios”. Los sacerdotes judíos trocaron una época grande de la historia de Israel en una época de decadencia. Para revelar el fraude de la “voluntad de Dios”, inventaron la Biblia. Desde entonces son indispensables en los acontecimientos naturales de la vida: nacimiento, matrimonio, enfermedad y muerte, convirtiéndose en parásitos de la vida instintiva. Así, desobedecer a Dios (a los sacerdotes) es pecado, y sólo ellos redimen. En ese suelo falso creció el cristianismo, que es la forma insuperable de enemistad mortal a la realidad. SICOLOGÍA DEL REDENTOR (28-38) No importa saber qué hizo, qué dijo y cómo murió Jesús, “sino saber si su tipo es todavía reconocible; si está transmitido por la tradición”. Jesús, que fue un “delincuente político” y que sólo murió por su culpa y no por culpa ajena, no fue ni genio ni héroe.

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La figura del redentor nos ha llegado desfigurada. El mundo singular y enfermo en que nos introducen los Evangelios vulgarizaron su figura. Por las circunstancias, contingencias y vicisitudes de la primitiva comunidad cristiana, “tuvo la necesidad de un teólogo riguroso, enconado, iracundo y maliciosamente sutil para hacer frente a otros teólogos, se creó un dios de acuerdo con sus necesidades, del mismo modo que se le atribuyó sin vacilar conceptos nada evangélicos de los que ya no podía prescindir: resurrección, juicio final y toda clase de esperanzas y promesas temporales…”. La “buena nueva” de la tradición cristiana, “que está encontrada en la verdadera vida, la vida eterna; que está ahí, dentro del hombre; como vida en el amor sin reservas, sin condiciones, sin distanciamiento”, es distante a la predicada por Cristo, que consiste en “que ya no hay antagonismos y contrastes; que el reino de los cielos es el reino de los niños. La fe que aquí se manifiesta no es una fe conquistada en lucha, sino que está ahí, desde un principio; es, como si dijéramos, una infantilidad replegada sobre la esfera de lo espiritual… Tal fe no odia, no censura, no se resiste; no trae la espada; le es totalmente ajena la idea de que pueda llegar a separar. No se prueba a sí misma, ni por milagros, ni por premio y promesa, ni menos por la sagrada escritura; ella es en todo momento su propio milagro, su propio premio, su propia prueba, su propio reino de Dios”. Las ideas de culpa, castigo y pecado están ausentes en toda la psicología del Evangelio. “Está abolido el pecado, cualquier relación de distancia jerárquica entre Dios y el hombre; tal es precisamente la buena nueva… No se promete ni se condiciona la bienaventuranza; es ésta la única realidad. Todo lo demás es signo que sirve para hablar de ella… La consecuencia de tal estado se proyecta en una práctica nueva, en la práctica propiamente evangélica”. Son anticristianos los conceptos burdos eclesiásticos de un Dios como persona, de un reino de Dios, que vendrá, de un reino de los cielos más allá; de un hijo de Dios, segunda persona de la Trinidad. “Todo esto es absolutamente incompatible con el Evangelio… El reino de los cielos es un estado del corazón, no algo que viene del más allá o de una vida de ultratumba… El reino de Dios no es algo que se espera; no tiene un ayer ni un pasado mañana, no vendrá en mil años; es una experiencia íntima; está en todas partes, y no está en parte alguna… Este portador de la buena nueva murió como había vivido: no para redimir a los hombres sino para enseñar cómo hay que vivir”. Después de la muerte de Jesús, el cristianismo es un mal entendido. “Conforme el cristianismo se propaga entre las masas más vastas y más rudas, carentes para comprender las condiciones en que se había originado, era necesario vulgarizarlo y barbarizarlo…La fatalidad del cristianismo reside en el hecho de que su credo tenía que volverse tan enfermo, bajo y vulgar como las necesidades que estaba llamado a satisfacer. La Iglesia es la barbarie hecha potencia…

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Los sacerdotes saben que no hay Dios, pecadores, redentor, libre albedrío y orden moral. “Todos los conceptos de la Iglesia están desenmascarados como lo que son: como la más maligna sofisticación, con miras a desvalorizar la Naturaleza, los valores naturales; el sacerdote mismo está desenmascarado como lo que es: como el tipo más peligroso de parásito, la araña venenosa propiamente dicha de la vida… Los conceptos más allá, juicio final, inmortalidad del alma, alma; se trata de instrumentos de tortura, de sistemas de crueldades mediante los cuales el sacerdote llegó al poder y se ha mantenido en él…” LA VERDADERA HISTORIA DEL CRISTIANISMO (39-43) No hubo más que un solo cristiano que murió en la cruz. Sólo es cristiana la práctica cristiana de Jesús. Reducir el ser cristiano, la esencia cristiana a un creer cierta tal o cual cosa, significa negar la esencia cristiana. El cristianismo verdadero no es una fe, sino un hacer, un no hacer muchas cosas, un ser diferente. La fe o el creer nada puede hacer frente a la fuerza de los instintos. En lo que la tradición llama cristiano dominan los instintos. La fe no es más que una cortina, detrás de la cual los instintos hacen de las suyas. Siempre se ha hablado de fe, pero se obra por el instinto. Los primitivos cristianos, ante la muerte de Jesús, en venganza contra la clase gobernante judía, elevaron a Jesús de manera extravagante. “El solo Dios y el solo hijo de Dios son por igual un producto del resentimiento”. Pablo es el antípoda de la “buena nueva” de Cristo. Este falsario es el genio del odio que le convenía para sus planes. “Su necesidad era el poder; con Pablo, el sacerdote trató una vez más de erigirse en amo; sólo le convenían conceptos, doctrinas y símbolos que sirvieran para tiranizar masas y organizar un rebaño”. Pablo fue el más grande apóstol de la venganza. Con la mentira del Jesús resucitado, se sitúa el centro de gravedad de la vida, no en la vida, no en la vida, sino en el más allá, en la nada. “La gran mentira de la inmortalidad de la persona destruye toda razón, toda naturalidad, en el instinto; todo lo que hay de benéfico, de vital, de grávido, de porvenir en los instintos despierta entonces la suspicacia. Vivir en forma de que ya no tenga sentido vivir: he aquí lo que llega a ser entonces el sentido de la vida”. El cristianismo ha librado una guerra contra la distancia jerárquica entre los hombres; “del resentimiento de las masas se ha forjado su arma principal blandida contra nosotros, contra todo lo aristocrático, gallardo y generoso sobre la tierra, contra nuestra felicidad sobre la tierra”. Con la muerte del Redentor se inició un proceso de decadencia. El cristianismo es el arte de mentir santamente. LOS EVANGELIOS (44-46)

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La lectura de los evangelios entraña muchas dificultades. Como arte y maestría en la corrupción sicológica ocupan lugar parte. “Se ha leído el Evangelio como si fuera el libro de la inocencia. No debemos dejarnos confundir porque ellos dicen “¡no juzguéis!”; sin embargo, envían al infierno a cuanto les estorba. “Haciendo juzgar a Dios, juzgan ellos mismos; postulando las virtudes que ellos son capaces de practicar, aún más, que ellos necesitan para mantenerse en su posición dominante, dan la magna apariencia de que luchan por la virtud, bregan por el imperio de la virtud… Pretenden presentar como un deber su propio modo de ser que los condena a una vida rastrera, a estar sentados en el rincón, a vivir cual sombras a la sombra; en virtud de la noción del deber su vida parece como humildad, y como humildad es una prueba más de la piedad… Hay que leer los Evangelios como libros de seducción por la moral; esa pequeña gente monopoliza la moral: ¡bien sabe ella lo que hay con la moral! ¡Es la moral el medio más eficaz para engañar a la humanidad!” En el Nuevo Testamento, que hay que leerlo con guantes, no hay nada liberal, bondadoso, simpático, franco, decente. Sólo hay malos instintos. Las únicas palabras que en el Nuevo Testamento tienen valor, y que implican su crítica, y aun su destrucción, son las de Pilatos: “¿qué es verdad?”. EL CRISTIANISMO, ENEMIGO DE LA CIENCIA (47-49) Lo que ha sido venerado como Dios es lamentable, absurdo, perjudicial, un crimen contra la vida. El cristianismo es enemigo mortal de la ciencia (la sabiduría del mundo). “La fe como imperativo es el veto a la ciencia, y en la práctica la mentira a cualquier precio… Pablo comprendió que hacía falta la mentira, la fe”. El Dios inventado por pablo es un dios que confunde la ciencia. Pablo llama Dios a su propia voluntad. La ciencia es un grave peligro para el sacerdote. La consigna del sacerdote es provocar la desgracia del hombre. “El concepto de culpa y castigo, todo el orden moral, está inventado para combatir la ciencia; para combatir la emancipación de los hombres del sacerdote… El hombre no debe mirar más allá, sino dentro de sí mismo; no debe mirar inteligente y prudentemente, aprendiendo dentro de las cosas; no debe mirar, en fin, sino sufrir… Y debe sufrir de manera que tenga en todo tiempo necesidad de sacerdote… La noción de culpa y castigo, así como la doctrina de la gracia, de la redención y del perdón, mentiras cien por cien, desprovistas de toda realidad psicológica, están inventadas para destruir el sentido causal del hombre; representan el atentado contra el concepto causa y efecto”. El pecado fue inventado para imposibilitar la ciencia, la cultura, toda elevación y aristocratismo del hombre. ANÁLISIS PSICOLÓGICO DE LA FE, DE LOS FIELES (50-52) Ser creyente es ser indecente, un decadente, de impulso vital quebrado. Que la fe salva sólo está prometido pero no demostrado. “Hay que estar lo suficientemente enfermo para ser un cristiano”. El cristianismo es despreciable

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porque enseñó a entender mal el cuerpo. “El cristianismo es la mayor desgracia que se ha abatido jamás sobre la humanidad”. Es incompatible con toda salud mental. La fe es una modalidad patológica. La Iglesia denuncia como prohibidos todos los caminos derechos, honrados, científicos del conocimiento. “La fe significa negarse a saber la verdad… El hombre de la fe, el fiel, de cualquier índole, es necesariamente un hombre dependiente, uno que no es capaz de establecerse a sí mismo como fin, de establecer fin alguno por su cuenta. El fiel no se pertenece a sí propio; sólo puede ser un medio, tiene que ser consumido, necesita de alguien que lo consuma. Su instinto exalta la moral de la alienación de sí mismo; a ella lo persuade todo: su cordura, su experiencia, su vanidad. Toda fe es de por sí una expresión de alienación de sí mismo, de abdicación del propio ser”. El sacerdote es un enfermo porque su instinto le exige que la verdad no prevalezca. “Lo que enferma es bueno; lo que proviene de la plenitud, de la superabundancia, del poder, es malo. Así se siente el fiel. El teólogo es incapaz para la teleología: leer bien los hechos sin falsearlos a través de la interpretación”. LA VERDAD Y LOS MÁRTIRES (53) Los mártires nada tienen que ver con la verdad. Han sido una gran desgracia en la historia. Ninguna causa por la cual uno sacrifica su vida es verdadera. La sangre es el peor testigo de la verdad. PSICOLOGÍA DE LA CONVICCIÓN (54-55) Sólo los espíritus grandes son escépticos. Como las convicciones son cárceles, los hombres de convicción no cuentan para cuestiones fundamentales de valor. “El no estar atado a ninguna convicción, el estar capacitado para el mirar soberano, es un atributo de la fuerza”. El hombre de convicción tiene en la fe su apoyo y su arrimo. El convencido es un fanático, un espíritu enfermo; todo lo contrario a un espíritu fuerte, liberado, escéptico. El convencido es un epiléptico del concepto y prefiere ver posturas a escuchar argumentos. Las convicciones son más enemigas de la verdad que las mentiras. La mentira se torna en convicción. Mentira es empeñarse en no ver lo que se ve, no ver tal cual se ve. La mentira más corriente es mentirse a uno mismo. En el cristianismo no hay más que fines malos: “el emponzoñamiento, detracción y negación de la vida, el desprecio hacia el cuerpo, la degradación y la autoviolación del hombre por el concepto de pecado; luego también sus medios son malos”. APOLOGIA DEL CÓDIGO DE MANÚ (56-57)

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El Código de Manú, en comparación con el cristianismo, es una obra espiritual y superior. Tiene por fondo y esencia una verdadera filosofía. “En este código, las castas aristocráticas, los filósofos y los guerreros, dan la pauta a las masas; señorean en todos los órdenes valores aristocráticos, un sentimiento de perfección, un decir sí a la vida, un goce triunfante de sí mismo y de la vida; todo este libro está bañado en sol. Todas las cosas que el cristianismo hace víctimas de su inenarrable vileza, como la procreación, la mujer y el matrimonio, aquí son tratadas con seriedad y veneración, con amor y confianza”. Este código sintetiza la experiencia, la sabiduría y moral experimental de muchas centurias; resume, ya no crea nada. “Redactar un código con el de Manú significa brindar a un pueblo en los sucesivo la oportunidad de llegar a ser maestro, de alcanzar la perfección, de aspirar al supremo arte de vivir”. En síntesis, la legislación religiosa de este código es perpetuar la premisa capital de la vida próspera, una gran organización de la sociedad. EL CRISTIANO Y EL ANARQUISTA (58) “El cristiano y el anarquista son decadentes, incapaces de hacer otra cosa que disolver, emponzoñar el instinto de odio mortal a todo lo que existe grande y perdurable, henchido de promesas de porvenir”. EL CRISTIANISMO ACABÓ CON EL LEGADO DE LOS GRIEGOS Y ROMANOS (59-60) El cristianismo acabó el camino trazado por los griegos y romanos. En ellos estaba la mirada franca ante la realidad, la mano cautelosa, la paciencia y la serenidad aun en el íntimo pormenor, toda la probidad del conocimiento. En ellos se dieron “todas las promesas de una cultura erudita, todos los métodos científicos; ya estaba elaborado el sublime, el incomparable arte de bien leer; la premisa de una tradición de la cultura, de la unidad de la ciencia; las ciencias naturales, en alianza con las matemáticas y la mecánica, estaban óptimamente encaminadas; ¡el sentido de la realidad fáctica, este sentido último y más valioso, tenía sus escuelas y poseía una tradición multisecular!”. El cristianismo, además de desacreditar la cultura antigua, desacreditó y aplastó los frutos de la cultura islámica. Procedió así “¡porque reconocía como origen instintos aristocráticos, viriles; porque decía sí a la vida moral!.. La Iglesia ha librado su guerra sin cuartel a todo lo aristocrático de la tierra”. EL RENACIMIENTO (61) El cristianismo y Lutero y algunos pensadores alemanes hicieron del Renacimiento un acontecimiento fallido. El Renacimiento, la última gran cosecha cultural, fue la transformación de los valores cristianos y la tentativa de consolidar los valores aristocráticos.

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ACUSACIÓN CONTRA EL CRISTIANISMO (62) El cristianismo y la Iglesia Católica son la corrupción más grande que pudo concebirse. Han hecho de todo valor un sin valor, de toda verdad una mentira. La Iglesia ha obsesionado a la humanidad con el gusano roedor del pecado. La práctica de la Iglesia es el parasitismo. “¿Qué es lo más perjudicial que cualquier vicio? La compasión activa con todos los débiles y malogrados; el cristianismo… Llamo cristiano la gran maldición, la gran corrupción soterrada, el gran instinto de venganza para el cual ningún medio es bastante pérfido, furtivo, subrepticio y mezquino; le llamo, en resumen, el borrón inmortal de la humanidad”. Comentario. Con su particular estilo ataca instintivamente al cristianismo, producto de su “guerra al cristianismo”, tal como lo reconoce en su Ecce Homo. En su “práctica bélica” se aprecia claramente que ataca a una “causa que triunfa”. Es evidente la forma tan contundente como “dinamita” al cristianismo. Con sus “guantes” y su “martillo”, en forma virulenta, propina golpes certeros al corazón del cristianismo. Con su “naturaleza belicosa” dispara su artillería pesada contra los sacerdotes y san Pablo, responsables de haber inventado los decadentes conceptos de “Dios”, “alma”, “inmortalidad del alma”, “más allá”, “vida eterna”, “redención”, “bienaventuranza”, “compasión”, “amor incondicional” y “pecado” (el gusano roedor de la conciencia). El cristianismo reprimió los instintos vitales de la vida pletórica y enseñó el desprecio del cuerpo, predicando la moral y los valores de la decadencia. En todo caso, su demoledor ataque no es contra Cristo sino contra el cristianismo. Crítica. La obra no debería llamarse El Anticristo, sino El Anticristiano, pues, como se puede apreciar, Nietzsche no está en contra de Cristo sino en contra del cristianismo. Él mismo es claro cuando dice en su Ecce Homo (como principio de su naturaleza y práctica bélica) que jamás ataca a personas. Todo el rigor de su inconformidad se dirige hacia el cristianismo, hacia el cristiano.

Si bien es cierto que el contundente ataque contra el cristianismo es muy merecido y está bien fundado (y pienso que se quedó corto, debido a que el cristianismo se merece un ataque más intenso y desmitificador), porque esta doctrina tiene “cuentas pendientes” con la humanidad, debido a que, efectivamente, le ha causado más mal que bien y es responsable de la decadencia de la actitud vital de muchas personas y de propiciar en ellas una mentalidad del rebaño, también es cierto que no todos los cristianos son decadentes por causa de la práctica cristiana, sino por otras circunstancias del entorno que lo alienan, le impiden desarrollar su sentido crítico y lo convierten un ser del rebaño. Lo que más repudio del cristianismo, y por ende su “moral cristiana” es haber hecho de la sexualidad (la genitalidad) algo sucio, indecente,

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inmoral, prohibido. Así, generó un desprecio por el cuerpo, por el disfrute del cuerpo, haciendo que las personas sientan vergüenza de su cuerpo. “Sólo el cristianismo, que se basa en el resentimiento contra la vida, ha hecho de la sexualidad algo impuro: ha arrojado basura sobre el comienzo, sobre, el presupuesto de nuestra vida... “

No comparto en su totalidad la intención nietzscheana de potenciar un hombre que, con su mentalidad aristocrática y su fuerza vital, se imponga a los demás. Tampoco que esté a favor de las jerarquías de hombres dominadores y que se muestre partidario de las religiones donde se prediquen doctrinas que favorezcan el sistema de castas. A mi juicio, son ofensivos los epítetos de “decadente”, “araña fatal”, “idiota” y “teólogo agazapado” con que ataca a Kant. Es cierto que algunos de sus puntos de vista, como el de llegar a demostrar la existencia de Dios sólo mediante la fe, no me convencen, pero Kant es un pensador grandioso y monumental que no se merece semejantes términos tan peyorativos. De todas formas es muy laudable que apareciera un filósofo valiente que fuera capaz de “cantarle la tabla” a esta doctrina que venía “haciendo de las suyas” (sin que nadie se atreviera a cuestionarla de esta forma tan punzante) a costa de la salud vital de la civilización occidental, principalmente. Práctica bélica nietzschena: “Primero: yo sólo ataco causas que triunfan; en ocasiones espero hasta que lo consiguen. Segundo: yo sólo ataco causas cuando no voy a encontrar aliados, cuando estoy solo, cuando me comprometo exclusivamente a mí mismo. No he dado nunca un paso en público que no me comprometiese; éste es mi criterio del obrar justo. Tercero: yo no ataco jamás a personas, me sirvo de la persona tan sólo como de una poderosa lente de aumento con la cual puede hacerse visible una situación de peligro general, pero que se escapa, que resulta poco aprehensible. Así es como ataqué a David Strauss, o, más exactamente, el éxito, en la “cultura”alemana, de un libro de debilidad senil. A esta cultura la sorprendí en flagrante delito. Así es como ataqué a Wagner, o, más exactamente, la falsedad, la bastardía de instintos de nuestra “cultura”, que confunde a los refinados con los ricos, a los epígonos con los grandes. Cuarto: yo sólo ataco causas cuando está excluida cualquier disputa personal, cuando está ausente todo trasfondo de experiencias penosas. Al contrario, en mí atacar re presenta una prueba de benevolencia y, en ocasiones, de gratitud. Yo honro, yo distingo al vincular mi nombre al de una causa, al de una persona: a favor o en contra; para mí esto es aquí igual. Si yo hago la guerra al cristianismo, ello me está permitido porque por esta parte no he experimentado ni contrariedades ni obstáculos; los cristianos más serios han sido siempre benévolos conmigo. Yo mismo, adversario de rigueur [de rigor] del cristianismo, estoy lejos de guardar rencor al individuo por algo que es la fatalidad de milenios”. (El Eccehomo).

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En resumen, su práctica bélica puede resumirse en cuatro principios. “Primero: yo sólo ataco causas que triunfan… Segundo: yo sólo ataco causas cuando no voy a encontrar aliados, cuando estoy solo… Tercero: yo no ataco jamás a personas… Cuarto: yo sólo ataco causas cuando está excluida cualquier disputa personal…”.

LA POLÍTICA (Aristóteles)

Debido a que el hombre es sociable por naturaleza, un animal político, “infinitamente más sociable que las abejas y que todos los animales que viven en grey”, se asocia en búsqueda de lo que le parece bueno; así funda el Estado, la asociación política autártica, “un fin y una felicidad”, compuesto de individuos y colectividades. “La naturaleza arrastra instintivamente a todos los hombres a la asociación política”, y el Estado es una asociación política. Según los designios de la naturaleza, unos seres mandan sobre otros. “La naturaleza, teniendo en cuenta la necesidad de la conservación, ha creado unos seres para mandar y otros para obedecer”. El hombre manda sobre la mujer y el señor sobre el esclavo. El esposo y la esposa y el señor y el esclavo son las bases de la familia. Ésta, que es una asociación natural y permanente, al unirse con otras forman el pueblo (“colonia natural de la familia”), y la agrupación de éstas conforman el Estado, que es una “asociación de ciudadanos que obedecen a una misma constitución”. (Ciudadano es para Aristóteles el hombre libre que tiene participación en la administración de la justicia y en el gobierno). El Estado procede de la naturaleza y tiene por origen las necesidades de la vida. “El Estado está naturalmente sobre la familia y cada individuo”.

En la ciencia doméstica es importante la propiedad, porque es un “instrumento de la existencia”. Como en la naturaleza unos nacen para mandar y otros para obedecer (“cada uno debe, según las exigencias de la naturaleza, ejercer el poder o someterse a él”), la esclavitud no va en contra de ésta. “Cuando uno es inferior a sus semejantes, se es esclavo por naturaleza”. Así como el alma gobierna al cuerpo y la razón al instinto, el señor manda sobre el esclavo, que es una de sus propiedades. Los esclavos y los animales domésticos son de la misma utilidad, debido a que “unos y otros nos ayudan con el auxilio de sus fuerzas corporales a satisfacer las necesidades de nuestra existencia”. La naturaleza hace diferentes en su aspecto corporal a los hombres libres y a los esclavos, “dando a éstos el vigor necesario para las obras penosas de la sociedad” y destinando a los hombres libres “solamente a las funciones de la vida civil… entre las ocupaciones de la guerra y de la paz”, ya que, por naturaleza, son “incapaces de doblar su erguido cuerpo para dedicarse a trabajos duros”. Para los esclavos, la esclavitud es tan útil como justa; así mismo, “la autoridad del señor sobre el esclavo esa la par justa y útil…” La familia, como elemento del Estado, para que sea completa, debe tener hombres

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libres y esclavos. El esclavo “no es sólo esclavo del señor, sino que depende de éste absolutamente”. El señor debe saber mandar a sus esclavos; la ciencia del señor “consiste en tan solo saber mandar lo que los esclavos deben saber hacer”. La adquisición de bienes (comerciales y domésticos) corresponde al gobierno doméstico. Los bienes de la familia debe adquirirlos el jefe de la familia y suministrarlos la naturaleza con la materia (“sustancia que sirve para fabricar un objeto”). La adquisición doméstica es natural y la comercial no lo es “sí sólo es resultado del tráfico”, razón por la cual es despreciada por generar usura, “porque es un modo de adquisición nacido del dinero mismo, al cual no se da el destino para que fue creado… El interés es dinero producido por el dinero mismo; y de todas las adquisiciones es ésta la más contraria a la naturaleza”. Esta forma de adquisición (comercial) “tiene por objeto el acrecentamiento indefinido del dinero”, considerando “que es preciso a todo trance conservar o aumentar hasta el infinito la suma de dinero que se posee”, pues se cree erróneamente que la riqueza no tiene límites. Cuando no se pueden satisfacer los placeres por adquisiciones naturales, que requieren de abundancia de dinero, “se acude a otras, y aplica uno sus facultades a usos a que no estaban destinado por naturaleza”. Es por ello que algunas “profesiones se ven convertidas en negocio de dinero, como si fuera éste su fin propio, y como si todo debiese tender a él”. El arte de adquirir la riqueza verdadera y necesaria (doméstica) “no es más que la economía natural, ocupada únicamente con el cuidado de las subsistencias”, que, al contrario del comercial, tiene límites positivos. En cuanto al poder doméstico, el hombre, “salvo algunas excepciones contrarias a la naturaleza, es el llamado a mandar más bien que la mujer, así como el ser de más edad y de mejores cualidades es el llamado a mandar al más joven y aún incompleto”. Si tanto el que manda como el que obedece no tienen las virtudes de la prudencia y la equidad no pueden mandar bien y obedecer cumplidamente. El marido manda a la esposa y el padre al hijo. “El esclavo está absolutamente privado de voluntad; la mujer la tiene, pero subordinada; el niño la tiene incompleta”. Disintiendo del comunismo platónico, Aristóteles propone que la ciudad es múltiple y no una unidad compacta, y que el poder, “ya sea un honor, ya sea una carga”, debe rotarse y los funcionarios permanecer poco tiempo en sus cargos. Un trabajador, un obrero o artesano pueden alternar sus labores y no estar destinados, como lo plantea Platón, a desempeñar de por vida una sola actividad. La propiedad común no es conveniente porque sólo se piensa en los intereses privados y se descuida lo público. En la República platónica no existe “la propiedad y la afección”, que son los dos grandes móviles de solicitud y amor en el hombre. Contrario a la comunidad de bienes, es “preferible que la propiedad sea particular, y que sólo mediante el uso se haga común” para satisfacer el encanto de socorrer a los demás debe existir la propiedad individual. El Estado y la familia deben tener una unidad, pero no absoluta.

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“Por medio de la educación es como conviene atraer a la comunidad a la unidad al Estado; la propiedad, el trabajo y la templanza son el remedio para evitar los crímenes”. La definición del concepto de “ciudadano” es objeto de controversia, porque según la clase de Estado y de la Constitución se tendrá una concepción de ciudadano. En una democracia “el rasgo eminentemente distintivo del verdadero ciudadano es el goce de las funciones de juez y de magistrado”; ciudadanos son los que gozan de la magistratura, y ésta es “la idea de juez y de miembro de la asamblea pública”. El ciudadano es “un individuo revestido de cierto poder” y para serlo basta gozar de este poder. Fuera de la democracia “es ciudadano el individuo que puede tener en la asamblea pública y en el tribunal voz deliberante, cualquiera que sea, por otra parte, el Estado de que es miembro; y por Estado entiendo positivamente una masa de hombres de este género, que posee todo lo preciso para satisfacer las necesidades de la existencia”. El Estado es una posición de ciudadanos que obedecen a una misma constitución. El gobierno es cierta organización impuesta a todos los integrantes de un Estado. Como la naturaleza y la condición del ciudadano varían de una constitución a otra, a Aristóteles le interesa encontrar la idea absoluta de ciudadano. La virtud del ciudadano es distinta a la virtud del hombre privado. Como en un Estado no sólo hay hombres de bien, no hay identidad entre la virtud política y la virtud privada. El Estado se compone de elementos que no son semejantes, y por ello no hay unidad de virtud en todos los ciudadanos; así “la virtud del ciudadano y la virtud tomada en general, no son absolutamente idénticas”. El magistrado reúne la virtud del ciudadano y la virtud del hombre de bien; es digno del mando que ejerce y es virtuoso y hábil, debido a que la habilidad y la virtud son necesarias para el hombre de Estado; por eso se debe dar una educación especial a “los hombres destinados a ejercer el poder”. La virtud del ciudadano no puede ser idéntica a la del hombre de bien; la virtud de los ciudadanos no es idéntica a la del magistrado que los gobierna. “No se estima como menos elevado el talento de saber, a la par, obedecer y mandar; y en esta doble perfección, relativa al mando y a la obediencia, se hace consistir ordinariamente la suprema virtud del ciudadano. Pero si el mando debe ser patrimonio del hombre de bien, y el saber obedecer y el saber mandar son condiciones indispensables en el ciudadano, no se puede, ciertamente, decir que sean ambos dignos de alabanzas absolutamente iguales. Deben concederse estos dos puntos: primero, que el ser que obedece y el que manda no deben aprender las mismas cosas; segundo, que el ciudadano debe poseer ambas cualidades: la de saber ejercer la autoridad y la de resignarse a la obediencia. He aquí cómo se prueban estas dos aserciones”. El que manda no necesariamente debe ser capaz de trabajar, lo que sí necesita es saber emplear a los que obedecen; lo demás le toca al esclavo, es decir tener su fuerza necesaria para realizar

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todo el trabajo doméstico. Hay tantas especies de esclavos como hay tantos oficios: artesanos, obreros de profesiones mecánicas… La autoridad política se ejerce sobre seres libres e iguales por nacimiento. El magistrado manda, comenzando por obedecer el mismo, porque Solón decía que la única verdadera escuela del mando es la obediencia. Al buen ciudadano le corresponde “reunir en sí la ciencia y la fuerza de la obediencia del mando, consistiendo su virtud precisamente en conocer estas dos fases opuestas del poder que se ejerce sobre los seres libres… La única virtud especial exclusiva del mando es la prudencia; todas las demás son igualmente propias de los que obedecen y de los que mandan. La prudencia no es la virtud del súbdito; la virtud es propia de éste es una justa confianza en su jefe…” Sólo es plenamente ciudadano el que tiene participación en los poderes públicos. En el Estado el ciudadano y el hombre virtuoso son uno solo. Solamente es ciudadano el hombre político, “que es o puede ser dueño de ocuparse, personal, o colectivamente, de los intereses comunes”. La constitución, que se identifica con el gobierno, es pura cuando se elabora en procura del interés general ya que busca la práctica rigurosa de la justicia; está viciada cuando sólo busca el interés personal de los gobernantes, y no es más que una corrupción de las buenas constituciones. Así, existen las constituciones puras y las constituciones corrompidas. “Cuando la monarquía o gobierno de uno solo tiene por objeto el interés general, se le llama comúnmente reinado. Con la misma condición, al gobierno de la minoría, con tal que no esté limitada a un solo individuo, se le llama aristocracia; y se la denomina así, ya porque el poder está en manos de los hombres de bien, ya porque el poder no tiene otro fin que el mayor bien del Estado y de los asociados. Por último, cuando la mayoría gobierna en bien del interés general, el gobierno recibe como denominación especial la genérica de todos los gobiernos, y se le llama república. La desviación de la monarquía degenera en tiranía; la de la aristocracia en oligarquía, y la de la república en demagogia. La tiranía es una monarquía que sólo tiene por fin el interés personal del monarca; la oligarquía tiene en cuenta tan sólo el interés particular de los ricos; la demagogia, el de los pobres. Ninguno de estos gobiernos piensa en el interés general… Lo que distingue esencialmente la democracia de la oligarquía es la pobreza y la riqueza; y dondequiera que el poder está en manos de los ricos, sean mayoría o minoría, es una oligarquía; y dondequiera que esté en las de los pobres, es una demagogia”. El Estado, como asociación política, tiene por finalidad la existencia material de todos los asociados, su felicidad y su virtud. El primer cuidado de un Estado es la virtud; su fin es el bienestar de los ciudadanos, la virtud y la felicidad de los individuos y la vida en común.

La soberanía pertenece a las leyes fundadas en la razón (la soberanía de la razón). Las leyes son como los gobiernos: malos si el gobierno es malo, buenas

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si éste es bueno, justas si el gobierno es justo e injustas si el gobierno es injusto. Las leyes deben hacer relación al Estado; serán “buenas en los gobiernos puros, y viciosas en los gobiernos corrompidos”. La igualdad sólo reina entre iguales. Todos los ciudadanos tienen derechos, pero no derechos absolutos. Al dictar leyes justas, el legislador debe tener en cuenta el interés o el de los ciudadanos distinguidos. “La justicia en este caso es la igualdad, y esta igualdad de la justicia se refiere tanto al interés general del Estado como al interés individual de los ciudadanos. Ahora bien, el ciudadano en general es el individuo que tiene participación en la autoridad y en la obediencia pública, siendo por otra parte la condición del ciudadano variable, según la constitución; y en la república perfecta es el individuo que puede y quiere libremente obedecer y gobernar sucesivamente de conformidad con los preceptos de la virtud”. Los individuos iguales por su nacimiento y por sus facultades (“seres superiores”) son la ley, pero ésta no se ha hecho para éstos. Los individuos “superiores” no pueden confundirse con la masa de la ciudad ni reducirlas a la igualdad común porque se procedería injustamente, pues esos “seres superiores” son dioses entre los hombres. “Ésta es una nueva prueba de que la legislación necesariamente debe recaer sobre individuos iguales por su nacimiento y por sus facultades”. Someterlos a la constitución es “el origen del ostracismo* en los Estados democráticos, que más que ningún otro son celosos de que conserve la igualdad”. El ostracismo aplicado a las superioridades reconocidas es políticamente injusto. En el ostracismo no se tiene en cuenta el interés de la República, porque es simplemente un arma de partido. En los gobiernos corrompidos el ostracismo es justo porque sirve al interés particular. (El ostracismo era el destierro político acostumbrado entre los atenienses). Los ciudadanos deben someterse a la superioridad de la virtud, ya que es un gran hombre, al que hay que “tomarse por rey mientras viva”. La letra y la ley no pueden constituir un buen gobierno. “La ley es impasible, mientras que toda alma humana es, por el contrario, necesariamente apasionada”. La aristocracia (el gobierno de muchos ciudadanos virtuosos) es preferible al reinado “con tal que se componga de individuos que sean tan virtuosos los unos como los otros”. El reinado absoluto es rechazado porque “el Estado no es más que una asociación de seres iguales, y que entre seres naturalmente iguales las prerrogativas y los derechos deben ser necesariamente idénticos… la desigualdad entre iguales no es menos irracional. Es, por tanto, justo que la participación en el poder y en la obediencia sea para todos perfectamente igual y alternativa; porque esto es, precisamente, lo que procura hacer la ley, y la ley es la constitución. Es preciso preferir la soberanía de la ley a la de uno de los ciudadanos; y por este mismo principio, si el poder debe ponerse en manos de muchos, sólo se les debe hacer guardianes y servidores de la ley; porque si la existencia de las magistraturas es cosa indispensable, es una injusticia patente dar una magistratura suprema a un solo hombre, con exclusión de todos los que valen tanto como él”. Cuando se reclama la soberanía de la ley se pide

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que la razón reine a la par con las leyes. La soberanía de un hombre (rey) no es procedente “porque los atractivos del instinto y las pasiones del corazón corrompen a los hombres cuando están en el poder, hasta a los mejores; la ley, por el contrario, es la inteligencia sin las ciegas pasiones”. En política, corrupción y favor ejercen poderosamente un funesto influjo. “Un pueblo monárquico es aquel que naturalmente puede soportar la autoridad de una familia dotada de todas las virtudes superiores que exige la dominación política. Un pueblo aristocrático es aquel que, teniendo las cualidades necesarias para tener la constitución política que conviene a hombres libres, puede naturalmente soportar la autoridad de ciertos jefes llamados por su mérito a gobernar. Un pueblo republicano es aquel en que por naturaleza todo el mundo es guerrero, y sabe igualmente obedecer y mandar a la sombra de una ley que asegura a la clase pobre la parte de poder que debe corresponderle”. Cuando una raza o un hombre sobresale por su elevada virtud superior que sobresalga sobre la virtud de todos los ciudadanos juntos el justo elevarlo al reinado, al supremo poder. Así, “no queda otra cosa que hacer que obedecer a este hombre y reconocer en él un poder, no alternativo, sino perpetuo”. El gobierno perfecto debe procurar la más perfecta felicidad. La felicidad se encuentra en los bienes que el hombre puede gozar: “bienes que están fuera de su persona, bienes del cuerpo y bienes del alma; consistiendo la felicidad en la reunión de todos ellos. No hay nadie que pueda considerar feliz a un hombre que carezca de prudencia, justicia, fortaleza y templanza, que tiemble al ver volar una mosca, que se entregue sin reserva a sus apetitos groseros de comer y beber, que esté dispuesto, por la cuarta parte de un óbolo, a vender a sus más queridos amigos y que, no menos degradado en punto a conocimiento, fuera tan irracional y tan crédulo como un niño o un insensato. Cuando se presentan estos puntos en esta forma, se conviene en ellos sin dificultad. Pero en la práctica no hay esta conformidad, ni sobre la medida, ni sobre el valor relativo de estos bienes. Se considera uno siempre con bastante virtud, por poca que tenga; pero tratándose de riqueza, fortuna, poder, reputación y todos los demás bienes de este género, no encontramos límites que ponerles, cualquiera que sea la cantidad en que los poseamos”. Lo que creemos útil no es más que lo que nos complica y nos es inservible. Los bienes exteriores “y las cosas que se dicen útiles son precisamente aquellas cuya abundancia nos embaraza inevitablemente, o no nos sirven verdaderamente para nada”. Los bienes del alma son útiles debido a su abundancia, ya que son cosas esencialmente bellas. El alma es más preciosa que la riqueza y que el cuerpo. La felicidad la hallamos en la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, y no en la riqueza material, la fortuna, la reputación, el poder y todos los demás bines de este género, porque “la felicidad está siempre en proporción de la virtud y de la prudencia, y de la sumisión a las leyes de éstas…” El Estado más

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perfecto es simultáneamente el más dichoso y el más próspero. El Estado y el hombre valiente, prudente y virtuoso es justo, sabio y templado. El fin esencial del individuo y del Estado es “el más noble grado de virtud y hacer todo lo que ella ordena”. La felicidad del individuo está constituida por los mismos elementos de la felicidad del Estado: si la felicidad del individuo está en la riqueza, el Estado rico será feliz. Si está en el poder tiránico, el Estado será también feliz si es grande su dominación; “si para el hombre la felicidad suprema consiste en la virtud, el Estado más virtuoso será igualmente el más afortunado”. El Estado más perfecto es aquel donde cualquier ciudadano, de acuerdo con la ley, “pueda practicar lo mejor posible la virtud y asegurar su mejor felicidad”. Aunque la virtud es el fin capital de la vida, el hombre prudente elegirá el camino que le parezca mejor: el de la política o el de la filosofía. Para el ciudadano es preferible la acción (la vida política) que la inacción, “porque la felicidad sólo se encuentra en la actividad”. Éste debe participar en la vida política debido a que si no se obra, es imposible “ejecutar actos de virtud, y la felicidad y las acciones virtuosas son cosas idénticas. Estas opiniones son en parte verdaderas y en parte falsas. Que vale más vivir como un hombre libre que vivir como un señor de esclavos es muy cierto; el empleo de un esclavo, en tanto que esclavo, no es cosa muy noble, y las órdenes de un señor, relativas a los pormenores de la vida diaria no tienen nada de encantador. Pero es un error creer que toda autoridad sea necesariamente la autoridad del señor. La que se ejerce sobre hombres libres y la que se ejerce sobre esclavos no difieren menos que la naturaleza del hombre libre y la naturaleza del esclavo, como ya hemos demostrado en el principio de esta obra. Pero se incurre en una gran equivocación al preferir la inacción al trabajo, porque la felicidad sólo se encuentra en la actividad, y los hombres justos y sabios se proponen siempre en sus acciones fines tan numerosos como dignos… y si la felicidad consiste en obrar bien, la actividad es para el Estado todo, lo mismo que para los individuos en particular, el asunto capital de la vida. No quiere decir esto que la vida activa deba, como se piensa generalmen-te, ser por necesidad de relación con los demás hombres, y que los únicos pensamientos verdaderamente activos sean tan sólo los que proponen resultados positivos, como consecuencia de la acción misma. Los pensamientos activos son más bien las reflexiones y las meditaciones completamente personales, que no tienen otro objeto que su propio estudio; obrar bien es un fin; y esta volición es ya casi una acción; la idea de actividad se aplica, en primer término, al pensamiento ordenador que combina y dispone los actos exteriores. El aislamiento, hasta cuando es voluntario con todas las condiciones de existencia que lleva tras sí, no impone necesariamente al Estado la inacción. Cada una de las partes que componen la ciudad puede ser activa mediante las relaciones que necesariamente y siempre tienen las unas con las otras. Otro tanto puede

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decirse de todo individuo considerado separadamente, cualquiera que él sea; porque de otra manera resultaría que Dios y el mundo entero no existían, puesto que su acción no tiene nada de exterior, sino que permanece concentrada en ellos mismos. Y así, el fin supremo de la vida es necesariamente el mismo para el individuo que para los hombres reunidos y para el Estado en general”. El Estado perfecto no puede ser ni muy grande ni muy pequeño, ni muy populoso ni muy escaso de individuos. “La belleza resulta de ordinario de la armonía del número con la extensión; y la perfección para el Estado consistirá necesariamente en reunir justa extensión y un número conveniente de ciudadanos”. Es conveniente, para su seguridad y su comercio, que el Estado esté a la orilla del mar. La raza griega es la más indicada para conformar un Estado porque es inteligente, industriosa y tiene corazón para amar. “Posee a la par inteligencia y valor; sabe al mismo tiempo guardar su independencia y constituir buenos gobiernos, y sería capaz, si formara un solo Estado, de conquistar el universo”. Los elementos indispensables para la existencia de la ciudad son las subsistencias, las artes, las armas, las riquezas, los sacerdotes y los jueces. “Enumeremos las cosas mismas a fin de ilustrar la cuestión: en primer lugar, las subsistencias; después, las artes, indispensables a la vida, que tiene necesidad de muchos instrumentos; luego las armas, sin las que no se concibe la asociación, para apoyar la autoridad pública en el interior contra las facciones, y para rechazar los enemigos de fuera que puedan atacarlos; en cuarto lugar, cierta abundancia de riquezas, tanto para atender a las necesidades interiores como para la guerra; en quinto lugar, y bien podíamos haberlo puesto a la cabeza, el culto divino, o, como suele llamársele, el sacerdocio; en fin, y este es el objeto más importante, la decisión de los asuntos de interés general y de los procesos individuales… El Estado exige imperiosamente todas estas diversas funciones; necesita trabajadores que aseguren la subsistencia de los ciudadanos; y necesita artistas, guerreros, gentes ricas, pontífices y jueces que velen por la satisfacción de sus necesidades y por sus intereses”. En la república perfecta los ciudadanos no se ocuparán de las profesiones mecánicas, especulación mercantil, agricultura y otras contrarias a la virtud. La clase guerrera y la que delibera sobre los negocios estatales y juzga los procesos son los dos elementos políticos del Estado y los pontifica; la clase guerrera será perpetua y la deliberante alterna. Los bienes raíces están reservados para estas dos clases de ciudadanos. Los artesanos y las otras clases extrañas a las nobles ocupaciones de la virtud” no tienen derechos políticos. Los ciudadanos serán los propietarios de los bienes raíces y los labradores serán “esclavos, o bárbaros o siervos”. El cuerpo político se divide en la clase guerrera y en la deliberante. Las clases distintivas son la de los guerreros y la de los

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labradores. Un Estado oligárquico y monárquico debe estar situado en lo alto del terreno; el aristocrático en las altas fortificaciones, y el democrático en las llanuras. Todos deseamos la virtud y la felicidad, pero las circunstancias y la naturaleza lo impiden a algunos. La virtud está reservada a los individuos afortunados y no a los menos favorecidos, pero es posible que esos afortunados se desvíen en el camino de su búsqueda. La administración perfecta del Estado perfecto debe procurar la mejor suma de felicidad para los ciudadanos; y “la felicidad es un desenvolvimiento y una práctica completa de la virtud, no relativa, sino absoluta”. La virtud relativa se refiere a las necesidades precisas de la vida, y la virtud absoluta únicamente a lo bello y al bien. El hombre virtuoso “es el que, a causa de su virtud, sólo tiene por bienes los bienes absolutos”. Es la voluntad inteligente del hombre la que asegura la virtud del Estado y no el azar, que a veces es el único dueño de las cosas. “El Estado no es virtuoso sino cuando todos los ciudadanos que forman parte del gobierno lo son”. La virtud general es el resultado de la virtud de todos los particulares. La naturaleza, el hábito y la razón hacen al hombre virtuoso. Como el hombre está sometido a la razón, a la costumbre y a la naturaleza, se requiere que las armonice. Como la asociación política está compuesta de jefe y subordinados, la alternancia en el mando y la obediencia debe ser común a todos los ciudadanos. “La igualdad es la identidad de atribuciones entre seres semejantes, y el Estado no podría vivir de un modo contrario a las leyes de la equidad”. La virtud del ciudadano que manda es idéntica a la virtud del hombre perfecto. “La vida, cualquiera que ella sea, tiene dos partes: trabajo y reposo, guerra y paz. De los actos humanos, unos hacen relación a lo necesario, a lo útil; otros únicamente a lo bello. Una distinción del todo semejante debe encontrarse necesariamente bajo estos diversos conceptos en las partes del alma y en sus actos: la guerra no se hace sino con la mira de la paz; el trabajo no se realiza sino pensando en el reposo; y no se busca lo necesario y lo útil sino en vista de lo bello. En todo esto el hombre de Estado debe arreglar sus leyes en vista de las partes del alma y de sus actos, pero, sobre todo, teniendo en cuenta el fin más elevado a que ambas puedan aspirar. Iguales distinciones se aplican a las distintas profesiones, a las diversas ocupaciones de la vida práctica. Es preciso estar dispuesto lo mismo para el trabajo que para el combate; pero el descanso y la paz son preferibles. Es preciso saber realizar lo necesario y lo útil; sin embargo, lo bello es superior a ambos. En este sentido conviene dirigir a los ciudadanos desde la infancia, y durante todo el tiempo que permanezcan sometidos a jefes”. Es necesario conocer la naturaleza del poder que el político debe esforzarse en saber, porque “mandar a hombres libres vale mucho más y es más conforme a la virtud que mandar a esclavos”. El Estado para gozar de paz debe ser prudente,

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valeroso y firme. Hay que tener valor y paciencia en el trabajo, y filosofía en el descanso; en el trabajo y en la guerra se requiere prudencia y templaza, especialmente en medio de la paz y el reposo. La justicia, la moderación y la filosofía son virtudes necesarias para el bienestar y para la vida moral del Estado. Si en el alma ejercen influencia la naturaleza, las costumbres o el hábito y la razón (alma irracional, que le es propio el instinto, y al racional, que le es propia la inteligencia), se debe educar primero el cuerpo, luego el alma instintiva y, por último, el alma inteligente. El legislador y el verdadero hombre de Estado deben saber cuál es la mejor forma y naturaleza de gobierno, mediante qué condiciones puede ser perfecto, qué constitución conviene adoptar, cuál es en sí y en absoluto el mejor gobierno, y cuál es la mejor relativamente a los elementos que han de constituirle. El primer deber del hombre de Estado consiste en conocer la constitución que pueda darse a la mayor parte de las ciudades. No basta imaginar un gobierno perfecto; se necesita, sobre todo, un gobierno practicable. El hombre de Estado deber ser capaz de mejorar la organización de un gobierno ya constituido. En su orden, los gobiernos malos o peores, son: la tiranía, la oligarquía y la demagogia. Según Platón, la demagogia es el menos bueno de los buenos gobiernos y el mejor de los malos. Los elementos sociales del Estado son los labradores, los artesanos, los comerciantes, los mercenarios, los guerreros, los ricos y los magistrados. Los ricos y los pobres son las dos porciones más distintas del Estado; son los elementos políticos completamente opuestos, porque los ricos son minoría y los pobres mayoría; por eso la diferencia de constituciones que se reducen a la democracia y a la oligarquía. En las clases inferior y elevada o distinguida hay diversos grados. En la clase inferior existen los labradores, los artesanos, los comerciantes, los marineros y los pobres; “en la clase elevada, las distinciones se fundan en la fortuna, la nobleza, el mérito, la instrucción, y en otras circunstancias análogas”. Hay cinco especies diversas de democracia. “La igualdad es la que caracteriza la primera especie de democracia y la igualdad fundada por la ley en esta democracia significa que los pobres no tendrán derechos más extensos que los ricos, y que ni unos ni otros serán exclusivamente soberanos, sino que lo serán todos en igual proporción. Por tanto, si la libertad y la igualdad son, como se asegura, las dos bases fundamentales de la democracia, cuanto más completa sea esta igualdad en los derechos políticos, tanto más se mantendrá la democracia en toda su pureza; porque siendo el pueblo en este caso el más numeroso, y dependiendo la ley del dictamen de la mayoría, esta constitución es necesariamente una democracia… Después de ella viene otra, en la que las funciones públicas se obtienen con arreglo a una renta, que de ordinario es muy moderada. Los empleos en esta democracia deben ser accesibles a todos los que tengan la renta fijada, e inaccesibles para todos

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los demás. En una tercera especie de democracia, todos los ciudadanos cuyo derecho no se pone en duda obtienen las magistraturas, pero la ley reina soberanamente. En otra, basta para ser magistrado ser ciudadano con cualquier título, dejándose aún la soberanía a la ley. Una quinta especie tiene las mismas condiciones, pero traspasa la soberanía a la multitud, que reemplaza a la ley; porque entonces la decisión popular, no la ley, lo resuelve todo. Esto es debido a la influencia de los demagogos. …en las democracias en que la ley gobierna, no hay demagogos, sino que corre a cargo de los ciudadanos más respetados la dirección de los negocios. Los demagogos sólo aparecen allí donde la ley ha perdido la soberanía. …el demagogo y el adulador tienen una manifiesta semejanza. Ambos tienen un crédito ilimitado; el uno cerca del tirano, el otro cerca del pueblo corrupto. Los demagogos, para sustituir la soberanía de los derechos populares a la de las leyes, someten todos los negocios al pueblo porque su propio poder no puede menos de sacar provecho de la soberanía del pueblo de quien ellos soberanamente disponen, gracias a la confianza que saben inspirarle… La especie que viene en segundo lugar en el orden que hemos trazado es aquella en la que todos los ciudadanos de cuyo origen no se duda tienen derechos políticos, aunque realmente sólo los gozan los que pueden vivir sin trabajar. En esta democracia, las leyes son todavía soberanas, porque los ciudadanos, en general, no son bastante ricos, ni tienen bastantes rentas propias. En la tercera especie, basta ser libre para poseer derechos po-líticos. Pero aquí también la necesidad de trabajar impide a casi todos los ciudadanos el ejercerlos: y la soberanía de la ley no es menos indispensable que en las dos primeras especies. La cuarta es la más moderna, cronológicamente hablando. Habiendo alcanzado más extensión los Estados, que la tenían escasa en un principio, y aumentado su bienestar con el crecimiento de las rentas públicas, la multitud adquirió, a causa de su importancia, todos los derechos políticos; y los ciudadanos pudieron entonces consagrarse en común a la dirección de los negocios generales, porque tenían tiempo de sobra, y se procuró a los menos acomodados, por medio de indemnizaciones, el tiempo necesario para consagrarse también a la cosa pública. Estos mismos ciudadanos pobres son los más desocupados, puesto que no tienen intereses particulares de que cuidar, circunstancia que con tanta frecuencia no permitía a los ricos concurrir a las asambleas del pueblo y a los tribunales de que son miembros, y así la multitud se hace soberana, ocupando el lugar de las leyes. Tales son las causas necesarias que determinan el número y las diversidades de las democracias”. También existen diversas formas de oligarquía. “El carácter distintivo de la primera especie de oligarquía es la fijación de un censo bastante alto, para que los pobres, aunque estén en mayoría, no puedan aspirar al poder, abierto sólo a los que poseen la renta fijada por la ley. En una segunda especie, el censo exigido para tomar parte en el gobierno es de

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consideración, y el cuerpo de magistrados tiene el derecho de elegir sus propios miembros. Sin embargo, es preciso decir que si la elección ha de recaer entre todos los incluidos en el censo, la institución parece más bien aristocrática; y sólo es oligárquica cuando el círculo de la elección es limitado. Una tercera especie de oligarquía se funda en la sucesión, a manera de herencia, en los empleos que pasan de padre a hijo. En otra, la cuarta, se une a este principio hereditario el de la soberanía de los magistrados, la cual sustituye al reinado de la ley. Esta última forma co-rresponde perfectamente a la tiranía en los gobiernos monárquicos; y en las democracias, a la especie de que últimamente hemos hablado. Esta especie de oligarquía se llama dinastía o gobierno de la fuerza… La primera especie de oligarquía es aquella en la que la mayoría de los ciudadanos posee riquezas inferiores a las de que acabamos de hablar, y que son de poca consideración. El poder se atribuye a todos aquellos que tienen la renta legal; y el ser tantos los ciudadanos que adquieren de esta manera los derechos políticos ha sido causa de que se haya atribuido la soberanía a la ley y no a los hombres. Estando muy distantes a causa de su número de la unidad monárquica, y siendo muy poco ricos para vivir en un ocio absoluto, y no bastante pobres para deber vivir a expensas del Estado, tienen necesidad de proclamar la ley soberana, en vez de hacerse ellos mismos soberanos. Si suponemos que los poseedores de renta son menos numerosos que en la primera hipótesis, y las fortunas más pingues, tendremos la segunda especie de oligarquía. La ambición entonces se aviva con el poder, y los ricos nombran ellos mismos entre los demás ciudadanos a los que habrán de desempeñar los empleos del gobierno. Poco poderosos aún para reinar sobre la ley, lo son bastante, sin embargo, para hacer dictar la que les concede estas inmensas prerrogativas. Concentrando en un número de manos todavía menor las fortunas que han llegado ya a ser demasiado grandes, se llega al tercer grado de la oligarquía, en el cual los miembros de la minoría desempeñan personalmente las funciones, pero conforme a la ley que las hace hereditarias. Suponiendo en los miembros de la oligarquía un nuevo aumento de riquezas y de partidarios, este gobierno hereditario se aproxima mucho a la monarquía. Los hombres, no la ley, reinan en él. Esta cuarta forma de oligarquía corresponde a la última forma de democracia. Al lado de la democracia y de la oligarquía existen otras dos formas políticas, una de las cuales, según reconocen todos los autores y nosotros también, forma parte de las cuatro principales constituciones, si se admite, siguiendo la opinión común, que estas constituciones son la monarquía, la oligarquía, la democracia y la llamada aristocracia. Una quinta forma política es aquella que recibe el nombre genérico de todas las demás, y que se llama comúnmente república; como es muy rara, pasa desapercibida a los ojos de los autores que pretenden enumerar las especies diversas de gobierno y que sólo reconocen las cuatro que acabamos de indicar, como ha hecho Platón en sus dos repúblicas. Con razón se ha llamado el gobierno de los mejores a aquel de que hemos

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tratado precedentemente. Este hermoso nombre de aristocracia sólo se aplica verdaderamente con toda exactitud al Estado compuesto de ciudadanos que son virtuosos en toda la extensión de la palabra, y que no se limitan a tener sólo alguna virtud particular. Este Estado es el único en que el hombre de bien y el buen ciudadano se confunden en una identidad absoluta. En todos los demás sólo se tiene la virtud que está en relación con la constitución particular bajo que se vive. También hay otras combinaciones políticas que, diferenciándose de la oligarquía y de lo que se llama república, reciben el nombre de aristocracias; estos son los sistemas en que los magistrados son escogidos tomando en cuenta el mérito, por lo menos tanto como la riqueza. Este gobierno entonces se aleja de la oligarquía y de la república, y toma el nombre de aristocracia; y es que, en efecto, no hay necesidad de que la virtud sea el objeto especial del Estado mismo, para que encierre en su seno ciudadanos tan distinguidos por sus virtudes como pueden serlo los de la aristocracia. Así pues, cuando la riqueza, la virtud y la multitud tienen derechos políticos, la constitución puede ser todavía aristocrática…Y así, la aristocracia, además de su primera y más perfecta especie, tiene también las dos formas que acabamos de decir, y hasta una tercera que presentan todos los Estados que se inclinan más que la república propiamente dicha hacia el principio oligárquico”.

Las diversas formas políticas, de gobierno o constituciones, son la monarquía, la oligarquía, la democracia y la aristocracia. La tiranía no es un verdadero gobierno. La república es una combinación de la democracia y la oligarquía. “Es costumbre dar el nombre república a los gobiernos que se inclinan a la democracia, y los de aristocracia a los que se inclinan a la oligarquía”. La lustración y la riqueza son patrimonio de los ricos; el sistema aristocrático tiene por fin dar la supremacía a los ciudadanos eminentes. Todos los gobiernos son corrupciones de la constitución perfecta. No hay buen gobierno sino donde se obedece a la ley, y ésta está fundada en la razón. “El principio esencial de la aristocracia consiste, al parecer, en atribuir el predominio político a la virtud; porque el carácter especial de la aristocracia es la virtud, como la riqueza es el de la oligarquía, y la libertad el de la democracia. Todas tres admiten, por otra parte, la supremacía de la mayoría, puesto que, en unas como en otras, la decisión acordada por el mayor número de miembros del cuerpo político tiene siempre fuerza de ley. Si los más de los gobiernos toman el nombre de república, es porque casi todos aspiran únicamente a combinar los derechos de los ricos y de los pobres, de la fortuna y de la libertad; pues la riqueza, al parecer, ocupa casi en todas partes el lugar del mérito y de la virtud”. La igualdad, la libertad, la riqueza y el mérito son los elementos que se disputan en el Estado. La combinación de la igualdad y la libertad produce la república, y la combinación de la riqueza, el mérito y la nobleza produce la aristocracia.

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El Estado virtuoso, el Estado feliz, es el que su mayoría pertenece a la clase acomodada, la clase media (el justo medio – la virtud), porque los extremos (la riqueza y la pobreza) hacen que unos no obedezcan y otros sólo sepan obedecer. Los ricos son insumisos, vanidosos y esto impide la convivencia pacífica. La igualdad y la semejanza, que es la que requiere el Estado, se encuentra en las situaciones medias, en el justo medio. Es una gran ventaja que la mayoría tenga una fortuna modesta, pero suficiente para atender a todas sus necesidades. “Una constitución no se consolida sino donde la clase media es más numerosa que las otras dos clases extremas…”. Los tres elementos o poderes del gobierno o del Estado son el legislativo (asamblea general, asamblea deliberante o soberano), el ejecutivo (los magistrados) y el judicial (los tribunales). En cuanto a la organización del poder en la democracia, tenemos: “El principio del gobierno democrático es la libertad. Al oír repetir este axioma, podría creerse que sólo en ella puede encontrarse la libertad; porque ésta, según se dice, es el fin constante de toda democracia. El primer carácter de la libertad es la alternativa en el mando y en la obediencia. En la democracia el derecho político es la igualdad, no con relación al mérito, sino según el número. Una vez sentada esta base de derecho, se sigue como consecuencia que la multitud debe ser necesariamente soberana, y que las decisiones de la mayoría deben ser la ley definitiva, la justicia absoluta; porque se parte del principio de que todos los ciudadanos deben ser iguales. Y así, en la democracia, los pobres son soberanos, con exclusión de los ricos, porque son los más, y el dictamen de la mayoría es ley. Este es uno de los caracteres distintivos de la libertad, la cual es para los partidarios de la democracia una condición indispensable del Estado. Su segundo carácter es la facultad que tiene cada uno de vivir como le agrade, porque, como suele decirse, esto es lo propio de la libertad, como lo es de la esclavitud el no tener libre albedrío. Tal es el segundo carácter de la libertad democrática. Resulta de esto que en la democracia el ciudadano no está obligado a obedecer a cualquiera; o si obedece es a condición de mandar él a su vez; y he aquí cómo en este sistema se concilia la libertad con la igualdad. Estando el poder en la democracia sometido a estas necesidades, las únicas combinaciones de que es susceptible son las siguientes. Todos los ciudadanos deben ser electores y elegibles. Todos deben mandar a cada uno y cada uno a todos, alternativamente. Todos los cargos deben proveerse por suerte, por lo menos todos aquellos que no exigen experiencia o talentos especiales. No debe exigirse ninguna condición de riqueza, y si la hay ha de ser muy moderada. Nadie debe ejercer dos veces el mismo cargo, o por lo menos muy rara vez, y sólo los menos importantes, exceptuando, sin embargo, las funciones militares. Los em-pleos deben ser de corta duración, si no todos, por lo menos todos

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aquellos a que se puede imponer esta condición. Todos los ciudadanos deben ser jueces en todos, o por lo menos en casi todos los asuntos, en los más interesantes y más graves, como las cuentas del Estado y los negocios puramente políticos; y también en los convenios particulares. La asamblea general debe ser soberana en todas las materias, o por lo menos en las principales, y se debe quitar todo poder a las magistraturas secundarias, dejándoselo sólo en cosas insignificantes… Si los caracteres de la oligarquía son el nacimiento ilustre, la riqueza y la instrucción, los de la democracia serán el nacimiento humilde, la pobreza, el ejercicio de un oficio. Es preciso cuidarse mucho de no crear ningún cargo vitalicio; y si alguna magistratura antigua ha conservado este privilegio en medio de la revolución democrática, es preciso limitar sus poderes y conferirla por suerte en lugar de hacerlo por elección. Tales son las instituciones comunes a todas las democracias. Se desprenden directamente del principio que se considera como democrático, es decir, de la igualdad perfecta de todos los ciudadanos, sin que haya entre ellos otra diferencia que la del número, condición que parece esencial a la democracia y querida a la multitud. La igualdad pide que los pobres no tengan más poder que los ricos, que no sean ellos los únicos soberanos, sino que lo sean todos en la proporción misma de su número; no encontrándose otro medio más eficaz de garantizar al Estado la igualdad y la libertad… Al decir de los partidarios de la democracia, la justicia está únicamente en la decisión de la mayoría; y si nos atenemos a lo que dicen los partidarios de la oligarquía, la justicia está en la decisión de los ricos, porque a sus ojos la riqueza es la única base racional en política. De una y otra parte veo siempre la desigualdad y la injusticia. Los principios oligárquicos conducen derechamente a la tiranía; porque si un individuo es más rico por sí solo que todos los demás ricos juntos, es preciso, conforme a las máximas del derecho oligárquico, que este individuo sea soberano, porque solamente él tiene el derecho de serlo. Los principios democráticos conducen derechamente a la injusticia; porque la mayoría, soberana a causa del número, se repartirá bien pronto los bienes de los ricos, como he dicho en otro lugar… La debilidad reclama siempre igual-dad y justicia; la fuerza no se cuida para nada de esto”. La ciudad necesita de las siguientes magistraturas: 1. La del mercado público. 2. La de la conservación de las propiedades públicas y particulares, tanto en el campo como en la ciudad. 3. La encargada de recibir las rentas y custodiar y repartir el tesoro público. 4. La encargada de regular y revisar los negocios jurídicos. 5. La encargada de las condenas judiciales y del cuidado de los presos. 6. La encargada de la defensa de la ciudad y los asuntos militares. 7. La encargada de presidir la asamblea en los Estados en que el pueblo es soberano. 8. La encargada del culto a los dioses. 9. La encargada del cuidado de los sacrificios públicos que la ley no encomienda a los pontífices. “En resumen, puede decirse que las magistraturas indispensables al Estado tienen por objeto

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el culto, la guerra, las contribuciones y gastos públicos, los mercados, la policía de la ciudad, los puertos y los campos, así como también los tribunales, las convenciones entre particulares, los procedimientos judiciales, la ejecución de los juicios, la custodia de los penados, el exa-men, comprobación y liquidación de las cuentas públicas; y por último, las deliberaciones sobre los negocios generales del Estado”. La desigualdad es siempre la causa de las revoluciones. Las revoluciones se hacen para conquistar la igualdad. Como es peligroso pretender constituir la igualdad real o proporcional entre los pertenecientes a la nobleza y a la virtud, que son minoría, y los pobres, que son mayoría, “lo más prudente es combinar la igualdad relativa al número con la igualdad relativa al mérito”. La democracia está menos sujeta a las revoluciones que la oligarquía. “La república en que domina la clase media y que se acerca más a la democracia que a la oligarquía, es también el más estable de los gobiernos”. Las causas y origen de la revoluciones son “la disposición moral de los que se revelan, el fin de la insurrección y las circunstancias determinantes que producen la turbación y la discordia entre los ciudadanos”. Los ciudadanos se sublevan, ya en defensa de la igualdad, ya por el deseo de la desigualdad y predominio político. Un inferior se rebela para conseguir la igualdad, y cuando la consigue se rebela para dominar. “Su propósito, cuando se insurrecciona, es alcanzar fortuna y honores, o también para evitar la oscuridad y la miseria…”. El ansia de riquezas y de honores puede encender la discordia. El ansia de riquezas y de honores, el insulto, el miedo, la superioridad, el desprecio, el acrecentamiento desproporcionado de algunas parcialidades de la ciudad, las cábalas, la negligencia, las causas imperceptibles y la diversidad de origen son las causas de las revoluciones. Si los gobernantes son insolentes y codiciosos generan motivos para la sublevación. La posición topográfica también a veces acarrea revoluciones. “Pero el más poderoso motivo de desacuerdo nace cuando están la virtud de una parte y el vicio de otras; la riqueza y la pobreza vienen después; y, por último, vienen todas las demás causas, más o menos influyentes…”. Las revoluciones proceden empleando la violencia y la astucia. En la democracia las revoluciones nacen del carácter turbulento de los demagogos. En las oligarquías las revoluciones proceden de la opresión de las clases inferiores y de que el jefe del movimiento sale de las filas mismas de la oligarquía. En las aristocracias proceden de que las funciones públicas son patrimonio de una minoría demasiado reducida, y de la miseria extrema de los unos y de la opulencia excesiva de los otros.

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Para conservar los estados es necesario: 1. No derogar la ley ni atentar contra ella, porque “la ilegalidad mina sordamente al Estado”. 2. Conducta prudente de los gobernantes. 3. No permanecer tanto tiempo en el poder. 4. Vigilar la ciudad. 5. Prevenir las luchas y las disensiones de los ciudadanos poderosos por medios legales. 6. Cuidar que no surja una superioridad desproporcionada. 7. No perder de vista el acrecentamiento de prosperidad y de fortuna que pueden adquirir las diversas clases de la sociedad. 8. Impedir que los cargos públicos enriquezcan a quienes lo ejercen. 9. En las aristocracias sólo se debe confiar el poder a los ciudadanos eminentes. 10. Ejercer controles para evitar la dilapidación de las rentas públicas. 11. Apreciar la moderación y la mesura. 12. Acomodar la educación al principio mismo de la constitución. “Una educación conforme a la constitución no es la que enseña a hacer todo lo que parezca bien a los miembros de la oligarquía o a los partidarios de la democracia; sino que es la que enseña a poder vivir bajo un gobierno oligárquico o bajo un gobierno democrático. En las oligarquías actuales, los hijos de los que ocupan el poder viven en la molicie, mientras que los hijos de los pobres, endurecidos con el trabajo y la fatiga, adquieren el deseo y la fuerza para hacer una revolución. En las democracias, sobre todo en las que están constituidas más democráticamente, el interés del Estado está muy mal comprendido, porque se forman en ellas una idea muy falsa de la libertad. Según la opinión común, los dos caracteres distintivos de la democracia son la soberanía del mayor número y la libertad. La igualdad es el derecho común; y esta igualdad consiste en que la voluntad de la mayoría sea soberana. Desde entonces libertad e igualdad se confunden en la facultad que tiene cada cual de hacer lo que quiera: «todo a su gusto», como dice Eurípides. Este es un sistema muy peligroso, porque no deben creer los ciudadanos que vivir conforme a la constitución es una esclavitud; antes, por el contrario, deben encontrar en ella protección y una garantía de felicidad”. ARISTOTELES Y LA EDUCACIÓN EN “LA POLÍTICA”

CAPÍTULO XIV

DE LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS EN LA CIUDAD PERFECTA Si es un deber del legislador asegurar robustez corporal desde el principio a los

ciudadanos que ha de formar, su primer cuidado debe tener por objeto los matrimonios de los padres y las condiciones, relativas al tiempo y a los individuos, que se requieren para contraerlos. Dos cosas deben tenerse presentes: las personas y la duración probable de su unión, a fin de que haya entre las edades una conveniente relación, y que las facultades de los dos esposos no estén nunca en discordancia, pudiendo el marido tener aún hijos cuando la mujer se ha hecho estéril, o al contrario; porque estas diferencias en las uniones son origen de querellas y disgustos. Esto importa, en segundo lugar, a causa de la relación que debe haber entre los padres y los hijos que deben reemplazar a aquéllos. No es conveniente que haya entre padres e hijos una excesiva diferencia, porque entonces la gratitud de éstos para con aquéllos, que son demasiado ancianos, es

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completamente vana, no pudiendo los padres procurar a su familia los recursos de que tiene necesidad. Tampoco conviene que esta diferencia de edades sea muy poca, porque se tropieza con otros inconvenientes no menos graves. Los hijos entonces no tienen a sus padres mayor respeto que a sus compañeros de edad; y esta igualdad puede dar lugar en la administración de la familia a discusiones poco oportunas.

Pero volvamos a nuestro punto de partida, y veamos cómo el legislador podrá formar, casi como le plazca, los cuerpos de los niños tan pronto como son engendrados. Todo esto descansa en un punto, al que hay que prestar una particular atención. Como la naturaleza ha limitado la facultad generadora hasta los sesenta años, a lo más, para los hombres, y hasta los cincuenta para las mujeres, ajustándose a estas edades extremas puede fijarse la edad en que puede comenzar la unión conyugal. Las uniones prematuras son poco favorables para los hijos que de ellas salen. En toda clase de animales, el emparejamiento de individuos demasiado jóvenes produce crías débiles, las más veces hembras y de formas raquíticas. La especie humana está necesariamente sometida a la misma ley. Puede uno convencerse de ello viendo que en todos los países donde los jóvenes se unen ordinariamente muy pronto, la raza es débil y de pequeñas proporciones. De esto también resulta otro peligro: las mujeres jóvenes padecen más en los partos y sucumben con más frecuencia. Así se dice que, habiendo los trezenios con-sultado al oráculo sobre la frecuencia con que morían sus jóvenes mujeres, éste respondió: que se las casaba muy pronto «sin tomar en cuenta el fruto que debían dar». La unión en una edad más adelantada no es menos útil para asegurar la templanza de las pasiones. Las jóvenes que han sentido el amor muy pronto parecen dotadas en general de un temperamento ardiente. Respecto a los hombres, el uso de la venus (deleite sexual o acto carnal) durante su crecimiento daña al desarrollo del cuerpo, que no cesa de adquirir fuerza sino en el momento fijado por la naturaleza, más allá del cual no puede crecer más.

Se puede fijar la edad para el matrimonio en los dieciocho años para las mujeres y en los treinta y siete o un poco menos para los hombres. Dentro de estos límites, el momento de la unión será el de mayor vigor; y los esposos tendrán un tiempo igual para procrear convenientemente, hasta que la naturaleza quite a ambos el poder generador. De esta manera su unión podrá ser fecunda, y lo será desde el momento de mayor vigor, si, como debe suponerse, el nacimiento de los hijos sigue inmediatamente al matrimonio, hasta la declinación de la edad, es decir, hacia los setenta años para los maridos. Tales son nuestros principios sobre la época y la duración de los matrimonios. En cuanto al momento mismo de la unión, participamos de la opinión de aquellos que, en vista de los buenos resultados de su propia experiencia, creen que la época más favorable es el invierno. Es preciso consultar también lo que los médicos y los naturalistas han dicho sobre la generación. Los primeros podrán decir cuáles son las cualidades requeridas en cuanto a la salud, y los segundos dirán qué vientos conviene esperar. En general el viento del Norte es, según ellos, preferible al del Mediodía.

No nos detendremos en las condiciones de temperamento que han de tener los padres para que nazcan con vigor sus hijos. Estos pormenores, si se tratase el asunto profundamente, tendrían su verdadero lugar en un tratado de educación. Aquí podremos ocuparnos de él en pocas palabras. No hay necesidad de que el

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temperamento sea atlético, ni para las faenas políticas, ni para la salud, ni para la procreación; tampoco es conveniente que sea valetudinario e incapaz de rudos trabajos, sino que es preciso que ocupe un término medio entre estos extremos. El cuerpo debe agitarse por medio de la fatiga, pero de modo que ésta no sea demasiado violenta. Tampoco deben limitarse estos ejercicios a un solo género, como hacen los atletas, sino que debe poder soportar el cuerpo todos los trabajos dignos de un hombre libre. Estas condiciones me parecen igualmente aplicables a las mujeres que a los hombres. Las madres, durante el embarazo, atenderán con cuidado a su propio régimen, y se guardarán bien de permanecer inactivas y de alimentarse ligeramente. El medio es fácil, pues bastará que el legislador les ordene que vayan todos los días al templo para implorar el favor de los dioses que presiden a los nacimientos. Pero si su cuerpo necesita la actividad, convendrá que su espíritu conserve, por el contrario, la calma más perfecta. Los fetos sienten las impresiones de las madres que los llevan en su seno, lo mismo que los frutos de la tierra penden del suelo que los alimenta.

Para distinguir los hijos que es preciso abandonar de los que hay que educar, convendrá que la ley prohíba que se cuide en manera alguna a los que nazcan deformes; y en cuanto al número de hijos, si las costumbres resisten el abandono completo, y si algunos matrimonios se hacen fecundos traspasando los límites formalmente impuestos a la población, será preciso provocar el aborto antes de que el embrión haya recibido la sensibilidad y la vida. El carácter criminal o inocente de este hecho depende absolutamente sólo de esta circunstancia relativa a la vida y a la sensibilidad.

Pero no basta haber fijado la edad en que el hombre y la mujer podrán llevar a

cabo la unión conyugal; es preciso determinar también la época en que la generación deberá cesar. Los hombres muy ancianos, y lo mismo los muy jóvenes, sólo producen seres incompletos de cuerpo y de espíritu, y los hijos de los primeros son de una debilidad irremediable. Se debe cesar de engendrar en el momento mismo en que la inteligencia ha adquirido todo su desenvolvimiento, y esta época, si nos atenemos al cálculo de algunos poetas que miden la vida por septenarios, coincide generalmente con los cincuenta años. Y así se debe renun-ciar a procrear hijos a los cuatro o cinco años a contar desde este término, y no usar de los placeres del amor sino por motivos de salud o por consideraciones no menos graves.

En cuanto a la infidelidad, cualquiera que sea la parte de que proceda y cualquiera el grado en que se verifique, es preciso considerarla como cosa deshonrosa, mientras uno sea esposo de hecho o de nombre; y si la falta ha sido cometida durante el tiempo fijado para la fecundidad, deberá ser castigada con una pena infamante y con toda la severidad que merece.

CAPÍTULO XV

DE LA EDUCACIÓN DURANTE LA PRIMERA INFANCIA

Una vez nacidos los hijos, es preciso convencerse de que la calidad del alimento

que se les dé ha de ejercer un gran influjo sobre sus fuerzas corporales. El ejemplo mismo de los animales, así como el de todas las naciones que hacen un

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estudio particular de los temperamentos propios para la guerra, nos prueba que el alimento más sustancial y que más conviene al cuerpo es la leche, y que es preciso abstenerse de dar vino a los niños por temor a las enfermedades que engendra.

Importa igualmente saber hasta qué punto conviene dejarles libertad en sus movimientos; y para evitar que sus miembros, tan delicados, no se deformen, algunas naciones se sirven aún en nuestros días de ciertas máquinas que procuran a estos pequeños cuerpos un desenvolvimiento regular. También es útil habituarlos, desde la más tierna infancia, a las impresiones del frío, costumbre que no es menos útil para la salud que para los trabajos de la guerra. Asimismo hay muchos pueblos bárbaros que tienen la costumbre de bañar a sus hijos en agua fría, o de vestirlos con ropa muy ligera, que es lo que hacen los celtas.

Todos los hábitos que deben contraer los niños conviene que comiencen desde

la más tierna edad, teniendo cuidado de proceder por grados; así, el calor natural de los niños hace que arrostren muy fácilmente el frío. Tales son sobre poco más o menos los cuidados que más importa tener en la primera edad. En cuanto a la edad que sigue a ésta y que se extiende hasta los cinco años, no se puede exigir ni la aplicación intelectual, ni ciertas fatigas violentas que impedirían el crecimiento. Pero se les puede exigir la actividad necesaria para evitar una pereza total del cuerpo. A los niños se les debe excitar al movimiento empleando diversos medios, sobre todo el juego, los cuales no deben ser indignos de hombres libres, ni demasiado penosos, ni demasiado fáciles. Pero sobre todo, que los magistrados encargados de la educación, y que se llaman pedónomos, vigilen con el mayor cuidado las palabras y los cuentos que lleguen a estos tiernos oídos. Todo esto debe hacerse a fin de prepararles para los trabajos que más tarde les esperan; y así sus juegos deben ser en general ensayos de los ejercicios a que habrán de dedicarse en edad más avanzada. Es un gran error ordenar en las leyes que se compriman los gritos y las lágrimas de los niños, cuando son un medio de desarrollo y un género de ejercicio para el cuerpo. Reteniendo el aliento se adquiere una nueva fuerza en medio de un penoso esfuerzo, y los niños también se aprovechan de esta contención cuando gritan. Entre otras muchas cosas, los pedónomos cuidarán también de que los niños se comuniquen lo menos posible con los esclavos, ya que hasta los siete años han de permanecer necesariamente en la casa paterna. Mas, no obstante esta circunstancia, conviene alejar de sus miradas y de sus oídos toda palabra y todo espectáculo indignos de un hombre libre. El legislador deberá desterrar severamente de su ciudad la obscenidad en las palabras, como lo hace con cualquier otro vicio. El que se permite decir cosas deshonestas está muy cerca de permitirse ejecutarlas, y, por tanto, debe proscribirse desde la infancia toda palabra y toda acción de este género. Si algún hombre libre por su nacimiento, pero demasiado joven para ser admitido en las comidas en común, se permite una palabra, una acción prohibida, que se le castigue poniéndole a la vergüenza, que se le apalee, y si es de edad ya madura, que se le pene como a un vil esclavo con castigos convenientes a su edad, porque su falta es propia de un esclavo. Si proscribimos las palabras indecentes, hemos de hacer lo mismo con las pinturas y las representaciones obscenas. El magistrado debe cuidar de que ninguna estatua ni dibujo recuerde ideas de este género, a no ser en los templos de aquellos dioses a quienes la ley misma permite

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la obscenidad. Pero la ley prescribe, en una edad más avanzada, no dirigir súplicas a estos dioses ni en favor de uno mismo, ni de su mujer, ni de sus hijos.

La ley debe prohibir a los jóvenes asistir a la representación de piezas satíricas y de las comedias, hasta la edad en que puedan tomar asiento en las comidas comunes y beber vino puro20. Entonces la educación los resguardará de los peligros de estas reuniones.

No hemos hecho hasta aquí más que tratar someramente esta materia; pero más adelante veremos, al insistir más en ella, si será conveniente privar a la juventud absolutamente de todo espectáculo, o en caso de admitir este principio, cómo deberá modificarse. Por ahora nos hemos limitado a las generalidades más indispensables.

Teodoro, el actor trágico, quizá tenía razón para decir que no podía tolerar que un cómico, aunque fuese malo, se presentase en escena antes que él, porque los espectadores se acomodaban fácilmente a la voz del primero que oían. Esto es igualmente exacto en las relaciones con nuestros semejantes y con las cosas que nos rodean. La novedad es siempre la que más nos encanta; y así debe alejarse de la infancia todo lo que lleve el sello de algo malo, y principalmente todo aquello que tenga que ver con el vicio o con la malevolencia.

Desde los cinco a los siete años es preciso que los niños asistan, durante dos, a las lecciones que más adelante habrán de recibir ellos mismos. Después, la educación comprenderá necesariamente dos épocas distintas: desde los siete años hasta la pubertad, y desde la pubertad hasta los veintiún años. Es una equivocación el querer contar la vida sólo por septenarios. Debe seguirse más bien para esta división la marcha misma de la naturaleza, porque las artes y la educación tienen por único fin llenar sus vacíos.

Veamos, pues, en primer lugar, si conviene que el legislador imponga una regla a la infancia. Después veremos si vale más que la educación se haga en común por el Estado, o si ha de dejarse a las familias, como sucede en la mayor parte de los gobiernos actuales; y diremos, por fin, sobre qué objetos debe recaer.

LIBRO QUINTO

DE LA EDUCACIÓN EN LA CIUDAD PERFECTA

CAPÍTULO I

CONDICIONES DE LA EDUCACIÓN

No puede negarse, por consiguiente, que la educación de los niños debe ser uno

de los objetos principales de que debe cuidar el legislador. Dondequiera que la educación ha sido desatendida, el Estado ha recibido un golpe funesto. Esto consiste en que las leyes deben estar siempre en relación con el principio de la constitución, y en que las costumbres particulares de cada ciudad afianzan el sostenimiento del Estado, por lo mismo que han sido ellas mismas las únicas que han dado existencia a la forma primera. Las costumbres democráticas conservan la democracia, así como las costumbres oligárquicas conservan la oligarquía, y cuanto más puras son las costumbres, tanto más se afianza el Estado.

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Todas las ciencias y todas las artes exigen, si han de dar buenos resultados,

nociones previas y hábitos anteriores. Lo mismo sucede evidentemente con el ejercicio de la virtud. Como el Estado todo sólo tiene un solo y mismo fin, la educación debe ser necesariamente una e idéntica para todos sus miembros, de donde se sigue que la educación debe ser objeto de una vigilancia pública y no particular, por más que este último sistema haya generalmente prevalecido, y que hoy cada cual educa a sus hijos en su casa según el método que le parece y en aquello que le place. Sin embargo, lo que es común debe aprenderse en común, y es un error grave creer que cada ciudadano sea dueño de sí mismo, siendo así que todos pertenecen al Estado, puesto que constituyen sus elementos y que los cuidados de que son objeto las partes deben concordar con aquellos de que es objeto el conjunto. En este punto nunca se alabará bastante a los lacedemonios. La educación de sus hijos se verifica en común, y le dan una extrema importancia. En nuestra opinión, es de toda evidencia que la ley debe arreglar la educación, y que ésta debe ser pública. Pero es muy esencial saber con precisión lo que debe ser esta educación, y el método que conviene seguir. En general, no están hoy todos conformes acerca de los objetos que debe abrazar; antes, por el contrario, están muy lejos de ponerse de acuerdo sobre lo que los jóvenes deben aprender para alcanzar la virtud y la vida más perfecta; Ni aun se sabe a qué debe darse la preferencia, si a la educación de la inteligencia o a la del corazón. El sistema actual de educación contribuye mucho a hacer difícil la cuestión. No se sabe, ni poco ni mucho, si la educación ha de dirigirse exclusivamente a las cosas de utilidad real, o si debe hacerse de ella una escuela de virtud, o si ha de comprender también las cosas de puro entretenimiento. Estos diferentes sistemas han tenido sus partidarios, y no hay aún nada que sea generalmente aceptado sobre los medios de hacer a la juventud virtuosa; pero siendo tan diversas las opiniones acerca de la esencia misma de la virtud, no debe extrañarse que lo sean igualmente sobre la manera de ponerla en práctica.

CAPÍTULO II

COSAS QUE DEBE COMPRENDER LA EDUCACIÓN

Es un punto incontestable que la educación debe comprender, entre las cosas

útiles, las que son de absoluta necesidad, pero no todas sin excepción. Debiendo distinguirse todas las ocupaciones en liberales y serviles, la juventud sólo aprenderá, entre las cosas útiles, aquellas que no tiendan a convertir en artesa-nos a los que las practiquen. Se llaman ocupaciones propias de artesanos todas aquellas, pertenezcan al arte o a la ciencia, que son completamente inútiles para preparar el cuerpo, el alma o el espíritu de un hombre libre para los actos y la práctica de la virtud. También se da el mismo nombre a todos los oficios que pueden desfigurar el cuerpo y a todos los trabajos cuya recompensa consiste en un salario, porque unos y otros quitan al pensamiento toda actividad y toda elevación. Bien que no haya ciertamente nada de servil en estudiar hasta cierto punto las ciencias liberales; cuando se quiere llevar esto demasiado adelante se está expuesto a incurrir en los inconvenientes que acabamos de señalar. La gran diferencia depende en este caso de la intención que motiva el trabajo o el estudio.

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Se puede, sin degradarse, hacer para sí, para sus amigos, o con intención virtuosa, una cosa que, hecha de esta manera, no rebaja al hombre libre, pero que, hecha para otros, envuelve la idea del mercenario y del esclavo. Los objetos que abraza la educación actual, lo repito, presentan, en general, este doble carácter, y sirven poco para ilustrar la cuestión. Hoy la educación se compone ordinariamente de cuatro partes distintas: las letras3, la gimnástica, la música y, a veces, el dibujo; la primera y la última, por considerarlas de una utilidad tan positiva como variada en la vida; y la segunda, como propia para formar el valor. En cuanto a la música, se suscitan dudas acerca de su utilidad. Ordinariamente, se la mira como cosa de mero entretenimiento, pero los antiguos hicieron de ella una parte necesaria de la educación, persuadidos de que la naturaleza misma, como he dicho muchas veces, exige de nosotros, no sólo un loable empleo de nuestra actividad, sino también un empleo noble de nuestros momentos de ocio. La naturaleza, repito, es el principio de todo. Si el trabajo y el descanso son dos cosas necesarias, el último es, sin contradicción, preferible, pero es preciso el mayor cuidado para emplearlo como conviene. No se dedicará, en verdad, al juego, porque sería cosa imposible hacer aquél el fin mismo de la vida. El juego es principalmente útil en medio del trabajo. El hombre que trabaja tiene necesidad de descanso, y el juego no tiene otro objeto que el procurarlo. El trabajo produce siempre la fatiga y una fuerte tensión de nuestras facultades, y es preciso, por lo mismo, saber emplear oportunamente el juego como un remedio saludable. El movimiento que el juego proporciona afloja el espíritu y le procura descanso mediante el placer que causa.

El ocio parece asegurarnos también el placer, el bienestar, la felicidad; porque

éstos son bienes que alcanzan no los que trabajan, sino los que viven descansados. No se trabaja sino para llegar a un fin que aún no se ha conseguido, y, según opinión de todos los hombres, el bienestar es, precisamente, el fin que debe conseguirse, no mediante el dolor, sino en el seno del placer. Es cierto que el placer no es uniforme para todos, pues cada uno le imagina a su manera y según su temperamento. Cuanto más perfecto es el individuo, más pura es la felicidad que él imagina y más elevado su origen. Y así es preciso confesar que para ocupar dignamente el tiempo de sobra hay necesidad de conoci-mientos y de una educación especial; y que esta educación y estos estudios deben tener por objeto único al individuo que goza de ellos, lo mismo que los estudios que tienen la actividad por objeto deben ser considerados como necesidades y no tomar nunca en cuenta a los demás. Nuestros padres no han incluido la música en la educación a título de necesidad, porque no lo es; ni a título de cosa útil, como la gramática, que es indispensable en el comercio, en la economía doméstica, en el estudio de las ciencias y en una multitud de ocupaciones políticas; ni como el dibujo, que nos capacita para juzgar mejor las obras de arte; ni como la gimnástica, que da salud y vigor; porque la música no posee, evidentemente, ninguna de estas ventajas. En la música sólo han encontrado una digna ocupación para matar el ocio, y esto han tenido en cuenta en la práctica; porque, según ellos, si hay un solaz digno de un hombre libre, éste es la música. Hornero es del mismo dictamen cuando pone en boca de uno de sus héroes estas palabras:

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Convidemos al festín a un cantor armonioso,

o cuando dice que algunos de sus personajes llaman Al cantor, cuya voz sabrá hechizar a todos, y en otro pasaje Ulises dice que el

más dulce de los placeres para los hombres, cuando se entregan a la alegría,

Escuchar en el festín, en que todos toman parte, los acentos del poeta...

CAPÍTULO III

DE LA GIMNÁSTICA COMO ELEMENTO DE LA EDUCACIÓN Se debe, pues, reconocer que hay ciertas cosas que es preciso enseñar a los

jóvenes, no como cosas útiles o necesarias, sino como cosas dignas de ocupar a un hombre libre, como cosas que son bellas. ¿Hay sólo una ciencia de esta clase?, ¿hay muchas?, ¿cuáles son?, ¿cómo deben enseñarse? He aquí una serie de cues-tiones que examinaremos más tarde. Lo que aquí queremos hacer constar es que la opinión de los antiguos sobre los objetos esenciales de la educación coincide con la nuestra, y que de la música pensaban absolutamente lo mismo que nosotros. Añadiremos, también, que si la juventud debe adquirir conocimientos útiles, tales como la gramática, no es sólo a causa de la utilidad especial de estos conocimientos, sino también porque facilitan la adquisición de otros muchos. Otro tanto debe decirse del dibujo. Se aprende éste, no tanto para evitar los errores y equivocaciones en las compras y ventas de muebles y utensilios, como para formar un conocimiento más exquisito de la belleza de los cuerpos. Por otra parte, esta preocupación exclusiva de la idea de utilidad no conviene ni a almas nobles ni a hombres libres.

Se ha demostrado que se debe pensar en formar las costumbres antes que la razón, y el cuerpo antes que el espíritu; de donde se sigue que es preciso someter los jóvenes al arte de la pedotribia y a la gimnástica: aquélla para procurar al cuerpo una buena constitución; ésta para que adquiera soltura. En los gobiernos, que parecen ocuparse con especial cuidado de la educación de los jóvenes, se intenta las más veces hacer de ellos atletas, lo cual perjudica tanto a la gracia como al crecimiento del cuerpo. Los espartanos8 evitan esta falta, pero cometen otra; a fuerza de endurecer a los jóvenes, los hacen feroces con el pretexto de hacerlos valientes. Pero, lo repito, no hay que fijarse en su solo fin exclusivamente, y en éste menos que en cualquier otro. Si sólo se intenta inspirar valor, tampoco se consigue por este medio. El valor, lo mismo en los animales que en los hombres, no es patrimonio de los más salvajes, sino que lo es, por el contrario, de los que reúnen la dulzura y la magnanimidad del león. Algunas tribus de las orillas del Ponto Euxino, los aqueos y los heniocos, tienen por costumbre el asesinato y son antropófagos; otras naciones, situadas más al interior, tienen hábitos semejantes, y a veces todavía más horribles; y, sin embar-go, no son más que bandoleros y no tienen verdadero valor. Ahí están los mismos lacedemonios, que debieron al principio su superioridad a sus hábitos de ejercicio y de fatiga, y que hoy son sobrepujados por muchos pueblos en la gimnástica y

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hasta en el combate; y es que su superioridad descansaba no tanto en la educación de su juventud, como en la ignorancia de sus adversarios en gimnástica.

Es preciso, pues, poner en primer lugar un valor generoso, y no la ferocidad.

Desafiar noblemente el peligro no es cualidad propia de un lobo, ni de una bestia salvaje; es propio exclusivamente del hombre valiente. Dando demasiada importancia a esta parte secundaria de la educación, y despreciando los puntos principales de la misma, no hacéis de vuestros hijos más que obreros; habéis querido hacerlos aptos tan sólo para una ocupación de la sociedad, y resulta que son, hasta en esta especialidad, muy inferiores a otros muchos, como lo dice claramente la razón. Es preciso juzgar de las cosas en vista, no de los hechos pasados, sino de los actuales: hoy encontramos rivales tan instruidos como puede serlo uno mismo; en otro tiempo no los había.

Debe, por tanto, concedérsenos que la ocupación de la gimnástica es necesaria y que los límites que le hemos fijado son los verdaderos. Hasta la adolescencia los ejercicios deben ser ligeros; y se evitará la alimentación demasiado sustanciosa, así como los trabajos demasiado duros, no sea que vayan a detener el crecimiento del cuerpo. El peligro de estas fatigas prematuras se prueba con un notable testimonio: apenas se encuentran en los fastos de Olimpia dos o tres vencedores de los premiados cuando eran niños, que hayan conseguido el premio más tarde en edad madura; los ejercicios demasiado violentos de la primera edad les habían privado de todo su vigor. Los tres años que siguen a la adolescencia serán consagrados a estudios de otro género; y se podrá, ya sin peligro, someterlos en los años siguientes a ejercicios rudos y a un régimen más severo. De esta manera se evitará fatigar a la vez el cuerpo y el espíritu, cuyos trabajos producen, en el orden natural de las cosas, efectos del todo contrarios: los trabajos del cuerpo dañan el espíritu; los trabajos del espíritu son funestos al cuerpo.

CAPÍTULO IV

DE LA MÚSICA COMO ELEMENTO DE LA EDUCACIÓN

Ya hemos expuesto acerca de la música algunos principios dictados por la

razón; creemos conveniente volver sobre esta discusión y desarrollarla más, a fin de suministrar alguna dirección a las indagaciones ulteriores que otros podrán hacer sobre esta materia. Dificultoso es decir en qué consiste su poder y cuál es su verdadera utilidad. ¿Es sólo un juego? ¿Es un puro pasatiempo, como el sueño y los placeres de la mesa, entretenimientos poco nobles en sí mismos, sin duda, pero que, como ha dicho Eurípides,

¿Nos agradan... y sirven de desahogo?

¿Se debe poner la música al mismo nivel, y tomarla como se toma el vino, no

deteniéndose hasta la embriaguez, o como se toma el baile? Hay gentes que dan otro valor a la música. Pero la música, ¿no es más bien uno de los medios de llegar a la virtud? Así como la gimnástica influye en los cuerpos, ¿no puede ella influir en las almas, acostumbrándolas a un placer noble y puro? Y, en fin, ¿no

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tiene como tercera ventaja, que debe unirse a aquellas dos, la de que, al procurar descanso a la inteligencia, contribuye también a perfeccionarla?

Se convendrá sin dificultad en que la instrucción que se da a los jóvenes no es cosa de juego. Instruirse no es una burla, y el estudio es siempre penoso. Añadamos que el ocio no conviene durante la infancia, ni en los años que la siguen: el ocio es el término de una carrera; y un ser incompleto no debe, mien-tras lo sea, detenerse. Si se cree que el estudio de la música, durante la infancia, puede tener por fin el preparar una diversión para la edad viril, para la edad madura, ¿a qué viene adquirir personalmente esta habilidad, en lugar de valerse, para gozar de este placer y alcanzar esta instrucción, del talento de artistas especiales, como hacen los reyes de los persas y de los medos? Los hombres prácticos que se han consagrado a la música como una profesión, ¿no alcanzarán en ella una ejecución mucho más perfecta que los que sólo han dedicado a la misma el tiempo estrictamente necesario para conocerla? Y si cada ciudadano debe hacer personalmente estos largos y penosos estudios, ¿por qué no ha de aprender también los secretos de la cocina, educación que sería completamente absurda? Esta objeción no tiene menos fuerza si se supone que la música forma las costumbres. Porque en este caso también, ¿para qué aprenderla personalmente? ¿No se podrá también gozar con ella, y juzgarla bien, oyéndola a los demás? Los espartanos han adoptado este método, y sin poseer ellos mismos este conocimiento pueden, según se asegura, juzgar muy bien el mérito de la música y decidir si es buena o mala. La misma respuesta puede darse si se pretende que la música es el verdadero placer, el verdadero solaz de los hombres libres. ¿Para qué aprenderla uno mismo, y no gozar de ella mediante la habilidad de otro? ¿No es esta la idea que nos formamos de los dioses? ¿Nos han presentado jamás los poetas a Júpiter cantando y tocando la lira? En una palabra, hay algo de servil en hacerse uno mismo artista de este género en música; y a un hombre libre sólo se le permite en la embriaguez o por pasatiempo.

Más adelante tendremos quizá ocasión de examinar el valor de todas estas objeciones.

CAPÍTULO V

CONTINUACIÓN DE LO RELATIVO A LA MÚSICA COMO

ELEMENTO DE LA EDUCACIÓN

Ante todo, ¿debe la música ser comprendida en la educación o debe ser

excluida?; ¿qué es realmente de los tres caracteres que se le atribuyen?; ¿es una ciencia, un juego o un simple pasatiempo? Es posible la duda, porque la música presenta igualmente estos tres caracteres. El juego no tiene otro objeto que la dis-tracción; pero es preciso que ésta sea agradable, porque es un remedio para las penalidades del trabajo. También es preciso que el pasatiempo, honesto como es, sea agradable, porque el bienestar sólo existe mediante estas dos condiciones; y la música, según parecer de todo el mundo, es un delicioso placer, aislado o acompañado por el canto. Museo lo ha dicho:

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El canto, verdadero hechizo de la vida.

Y así no deja de tenerse presente en toda reunión, en toda diversión, como un verdadero goce. Este motivo bastaría por sí solo para incluirla en la educación. Todo lo que procura placeres inocentes y puros puede concurrir al fin de la vida, y, sobre todo, puede ser un medio de descanso. Raras veces el hombre consigue el objeto supremo de la vida, pero tiene con frecuencia necesidad de descanso y de diversiones; y aunque no fuera más que por el sencillo placer que causa, siempre se sacaría buen partido de la música tomándola como un pasatiempo. Los hom-bres hacen a veces del placer el fin capital de la vida; el fin supremo, cuando el hombre lo consigue, procura también, si se quiere, placer; pero no es el placer que se encuentra a cada paso; buscando uno, se fija en otro, y se confunde las más de las veces con lo que debe ser el objeto de todos nuestros esfuerzos. Este fin esencial de la vida no debe buscarse a causa de los bienes que puede darnos; y, de igual modo, los placeres de que aquí se trata se buscan, no por los resultados que deban producir, sino a causa de lo que les ha precedido, es decir, del trabajo y las penalidades. He aquí, sin duda, por qué se cree encontrar la verdadera felicidad en estos placeres, que, sin embargo, no la proporcionan.

En cuanto a cierta opinión común que recomienda el cultivo de la música, no por sí misma, sino como un utilísimo medio de descanso, puede preguntarse, aun aceptándola, si la música es verdaderamente cosa tan secundaria, y si no se le puede asignar un fin más noble que aquel vulgar empleo. ¿Es posible que no pueda esperarse de ella otra cosa que este vano placer que excita en todos los hombres? Porque no se puede negar que causa un placer físico que encanta sin distinción a todas las edades y a todos los caracteres. ¿O es cosa que debe averiguarse si ejerce algún influjo en los corazones y en las almas? Para demostrar su poder moral, bastaría probar que puede modificar nuestros sentimientos. Y, ciertamente, los modifica. Véase la impresión que producen en los oyentes las obras de tantos músicos, sobre todo de Olimpo. ¿Quién negará que entusiasme a las almas? ¿Y qué es el entusiasmo más que una modificación puramente moral? Basta, para renovar las vivas impresiones que la música nos proporciona, oírla repetir aunque sea sin el acompañamiento o sin la letra.

La música es, pues, un verdadero goce; y como la virtud consiste en saber

gozar, amar, aborrecer, como pide la razón, se sigue que nada es más digno de nuestro estudio y de nuestros cuidados que el hábito de juzgar sanamente las cosas y de poner nuestro placer en las sensaciones honestas y en las acciones vir-tuosas. Ahora bien, nada hay tan poderoso como el ritmo y el canto de la música, para imitar, aproximándose a la realidad tanto como es posible, la cólera, la bondad, el valor, la misma prudencia, y todos los sentimientos del alma, como igualmente todos los opuestos a éstos. Los hechos bastan para demostrar cómo la simple narración de cosas de este género puede mudar la disposición del alma; y cuando en presencia de simples imitaciones se deja uno llevar del dolor y de la alegría, se está muy cerca de sentir las mismas afecciones en presencia de la realidad. Si al ver un retrato, siente uno placer sólo con mirar la copia que tiene delante de sus ojos, se consideraría ciertamente dichoso si llegara a contemplar a la persona misma, cuya imagen tanto le había encantado. Los demás sentidos, como el tacto y el gusto, no reproducen ni poco ni mucho las impresiones

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morales; el sentido de la vista lo hace suavemente y por grados, y las imágenes a que aplicamos este sentido concluyen poco a poco por obrar sobre los espectadores que las contemplan. Pero ésta no es, precisamente, una imitación de las afecciones morales; no es más que el signo revestido con la forma y el color que ellas toman, limitándose a las modificaciones puramente corporales que revelan la pasión. Pero cualquiera que sea la importancia que se atribuya a estas sensaciones de la vista, jamás se aconsejará a la juventud que contemple las obras de Pauson, mientras que se le pueden recomendar las de Polignoto o las de cualquier otro pintor que sea tan moral como él.

La música, por el contrario, es evidentemente una imitación directa de las sensaciones morales. Cada vez que las armonías varían, las impresiones de los oyentes mudan a la par que cada una de ellas y las siguen en sus modificaciones. Al oír una armonía lastimosa, como la del modo llamado mixolidio, el alma se entristece y se comprime; otras armonías enternecen el corazón, y son las menos graves; entre estos extremos hay otra que proporciona al alma una calma perfecta, y este es el modo dórico, único que, al parecer, causa esta última impresión; el modo frigio, por el contrario, nos llena de entusiasmo. Estas diversas cualidades de la armonía han sido bien comprendidas por los filósofos que han tratado de esta parte de la educación, y su teoría no se apoya sino en el testimonio de los hechos. Los ritmos no varían menos que los modos. Los unos calman el alma, los otros la conmueven; pudiendo ser las formas de estos últimos más o menos vulgares, de mejor o peor gusto.

Es, por tanto, imposible, vistos todos estos hechos, no reconocer el poder moral de la música; y puesto que este poder es muy verdadero, es absolutamente necesario hacer que la música forme parte de la educación de los jóvenes. Este estudio guarda también una perfecta analogía con las condiciones de esta edad, que jamás sufre con paciencia lo que le causa fastidio, y la música, por su naturaleza, no lo causa nunca. La armonía y el ritmo parecen cosas inherentes a la naturaleza humana, y algunos sabios no han temido sostener que el alma no es más que una armonía, o, por lo menos, que es armoniosa.

CAPÍTULO VI

CONTINUACIÓN DE LO RELATIVO A LA MÚSICA

Pero ¿debe enseñarse a los jóvenes a ejecutar por sí mismos la música vocal y

la instrumental? Esta es una cuestión que ya indicamos antes, y que ahora vamos a tratar. No se puede negar que la influencia moral de la música varía necesariamente mucho, según que se practique o no personalmente, porque es imposible, o, por lo menos, muy difícil ser buen juez en cosas que uno no practica por sí mismo. Además, la infancia necesita una ocupación manual. El mismo sonajero de Arquitas no fue mala invención, puesto que, haciendo que los niños tuviesen las manos ocupadas, les impedía romper alguna cosa en la casa, porque los niños no pueden estar quietos ni un solo instante. El sonajero es un juguete excelente para la primera edad, y el estudio es el sonajero de la edad que sigue; y aunque no sea más que por esto, nos parece evidente que es preciso enseñar también a los jóvenes a cultivar por sí mismos la música. Es fácil, por otra parte, determinar hasta dónde debe extenderse este estudio en las diferentes

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edades, para que no exceda los límites debidos, a fin de poder rechazar las objeciones de los que pretenden que la música sólo puede crear virtudes vulgares. Por lo pronto, puesto que para juzgar bien en este arte es preciso practicarlo por sí mismo, concluyo de aquí que es necesario que los jóvenes aprendan a ejecutar la música. Más tarde podrán abandonar este trabajo personal, pero entonces serán capaces de apreciar y de gozar como es debido de las obras de mérito, gracias a los estudios que han hecho cuando eran jóvenes. En cuanto al inconve-niente que se pone a veces a la ejecución musical diciendo que ella reduce al hombre al papel de simple artista, basta para contestar a este cargo precisar lo que conviene exigir en punto al talento de ejecución musical a los hombres que hayan de formarse en la virtud política; qué cantos y qué ritmos se les debe obligar a aprender y qué instrumentos deben estudiar. Todas estas distinciones son muy importantes, puesto que, mediante ellas, se puede responder a los que hablan de aquel supuesto inconveniente, porque no niego que cierta clase de música produce el mal efecto que se denuncia. Es preciso, pues, evidentemente, reconocer que el estudio de la música no debe perjudicar en nada a la carrera ulterior que se emprenda; que no debe degradar el cuerpo, haciéndolo incapaz de las fatigas de la guerra o de las ocupaciones políticas; en fin, que no debe ser un obstáculo a que a la sazón se practiquen los ejercicios del cuerpo, ni más tarde se adquieran los conocimientos serios. Para que el estudio de la música sea verdaderamente lo que debe ser no se ha de aspirar ni a formar discípulos que hayan de presentarse en los concursos solemnes de artistas, ni a enseñar a los jóvenes esos vanos prodigios de ejecución que en nuestros días han comenzado por introducirse en los conciertos, y que han pasado después a la esfera de la educación común. De estas delicadezas del arte sólo debe tomarse lo necesario para sentir toda la belleza de los ritmos y de los cantos, y tener para apreciar la música un sentimiento más completo que el vulgar que produce hasta en algunas especies de animales, así como en la muchedumbre de esclavos y de niños.

Con arreglo a los mismos principios se han de elegir los instrumentos para esta

parte de la educación. Es preciso proscribir la flauta y los instrumentos de que sólo se sirven los artistas, como la cítara y los que a ella se parecen; y admitir solamente los que son propios para formar el oído y desenvolver generalmente la inteligencia. La flauta, por otra parte, no es instrumento moral; sólo es buena para excitar las pasiones, y se debe limitar su uso a aquellas circunstancias en que nos proponemos corregir más bien que instruir. Además, otro de los inconvenientes de la flauta, desde el punto de vista de la educación, es que impide el uso de la palabra mientras se la estudia. No sin razón han renunciado a ella hace mucho tiempo los jóvenes y los hombres libres, por más que en un principio se les obligara a estudiarla. Tan pronto como nuestros padres pudieron gustar las dulzuras del ocio, como resultado de su prosperidad, se consagraron con un ardor magnánimo a la virtud, y, orgullosos de sus campañas pasadas y, sobre todo, de sus victorias en la Guerra Médica, cultivaron todas las ciencias con más pasión que discernimiento y elevaron el arte de la flauta a la dignidad de ciencia. Se vio en Lacedemonia a un corista dar el tono al coro, tocando él mismo la flauta; y en Atenas este gusto se hizo tan nacional que no había hombre libre que no aprendiese este arte; como lo prueba bien el cuadro que Trasipo consagró a los dioses cuando tomó a su cargo la representación de una de las comedias de

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Ecfantides. Pero la experiencia hizo que bien pronto se desechara la flauta, cuando se reflexionó con más detenimiento sobre lo que podía contribuir o perjudicar a la virtud. Se proscribieron también muchos de los antiguos instrumentos, los pectides, los barbitonos, los que sólo excitan en los oyentes ideas voluptuosas, los heptágonos, los trígonos y los sambucos, y todos los que exigen un extremado ejercicio de la mano. Una antigua tradición mitológica, que es muy razonable, proscribe asimismo la flauta, diciéndonos que Minerva, que la había inventado, no tardó en abandonarla. Se ha dicho también, con mucha gra-cia, que la antipatía de la diosa a este instrumento procedía que afeaba el semblante; pero puede creerse que Minerva rechazaba el estudio de la flauta porque no sirve para perfeccionar la inteligencia, ya que, realmente, Minerva es a nuestros ojos el símbolo de la ciencia y del arte.

CAPÍTULO VII

CONCLUSIÓN DE LO RELATIVO A LA MÚSICA

En punto a instrumentos y a ejecución, rechazamos, por tanto, aquellos

estudios que son propios de los que se dedican a ser profesores, esto es, de los que se destinan a tomar parte en los combates solemnes de la música. Los que tal hacen no se proponen mejorarse a sí mismos moralmente, sino que sólo tienen en cuenta el placer grosero de los futuros oyentes. Y así no considero esta como una ocupación digna de un hombre libre y sí como un trabajo de mercenario, que sólo sirve para hacer artistas de profesión. El fin a que el artista aspira en este caso con el mayor empeño es malo, porque tiene que rebajar su obra poniéndola al alcance de los espectadores, cuya grosería envilece muchas veces a los artistas que intentan complacerles, degradando hasta su cuerpo a causa de los movimientos que han de hacer para tocar su instrumento.

En cuanto a armonías y a ritmos, ¿se deben incluir todos indistintamente en la educación, o se deben elegir algunos? ¿Admitiremos solamente, como hacen hoy los que se ocupan de esta parte de la enseñanza, dos elementos en música, la melopea y el ritmo, o añadiremos uno más? Importa conocer con precisión el poder de la melopea y del ritmo desde el punto de vista de la educación. ¿Debe preferirse la perfección de la una o la de la otra? Como todas estas cuestiones han sido, a nuestro parecer, muy discutidas por algunos músicos de profesión y por algunos filósofos que practicaron la misma enseñanza de la música, recomendamos los exactos pormenores de sus obras a todos los que quieran profundizar esta materia; y ya que aquí tratamos de la música sólo desde el punto de vista del legislador, nos limitaremos a algunas generalidades fundamentales.

Admitimos la división de los cantos hecha por algunos filósofos, y distinguimos, como ellos, el canto moral, el animado y el apasionado. Dentro de la teoría de estos autores, cada uno de estos cantos corresponde a una armonía especial, que es análoga a él. Partiendo de estos principios creemos que de la música se puede sacar más de un género de utilidad, puesto que puede servir a la vez para instruir el espíritu y para purificar el alma. Decimos aquí, en general, que puede purificar el alma, pero ya trataremos este punto con más claridad en nuestros estudios sobre la Poética. En tercer lugar, la música puede emplearse

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como un solaz y servir para distraer el espíritu y procurarle descanso después del trabajo. Igual uso deberá hacerse, evidentemente, de todas las armonías, pero con fines diversos en cada una de ellas. Para el estudio se escogerán las más morales; y para los conciertos, en lo que uno oye pero no toca, se escogerán las animadas y apasionadas. Estas impresiones que ciertas almas experimentan de un modo tan poderoso, alcanzan a todos los hombres, aunque en grados diversos; porque todos, sin excepción, se ven arrastrados por la música a la compasión, al temor, al entusiasmo. Algunos se dejan dominar más fácilmente que otros por estas impresiones; y así puede verse cómo, después de haber oído una música que ha conmovido su alma, se tranquilizan de repente al escuchar los cantos sagrados, que vienen a ser para ésta una especie de curación y purificación moral. Estos cambios bruscos tienen lugar también necesariamente en aquellas almas que se dejan arrastrar por el encanto de la música a la compasión, al terror, o a cualquier otra pasión. Cada oyente se siente conmovido, según que estas sensaciones han influido más o menos en él; pero todos han experimentado una especie de purificación y se sienten aliviados de este peso por el placer que han experimentado. Por el mismo motivo, los cantos que purifican el alma nos producen una alegría pura; y deben dejarse estas armonías y estos cantos tan impresionables a los músicos que tocan en el teatro. Pero los oyentes son de dos especies; unos que son libres e ilustrados, y otros, artesanos y groseros mercenarios, que tienen necesidad de juegos y espectáculos para descansar de sus fatigas. Como en estas naturalezas inferiores el alma se ha torcido y separado de su debido camino, tiene necesidad de armonías tan degradadas como ella y de cantos de un color falso y de una rudeza que no pierden jamás. Cada cual sólo encuentra placer en lo que responde a su naturaleza, y he aquí por qué concedemos a los artistas que han de disputarse el premio el derecho de acomodar la música a los groseros oídos de los que deben escucharla.

Pero en la educación, lo repito, sólo se admitirán los cantos y las armonías que

tiene un carácter moral, como, por ejemplo, según hemos dicho ya, la armonía dórica. También es preciso aceptar cualquiera otra que propongan los versados en la teoría filosófica o en la enseñanza de la música. Sócrates, en la República de Platón, al no admitir más que el modo frigio al lado del dórico, incurre en una equivocación tanto más extraña cuanto que ha proscrito el estudio de la flauta. Es el modo frigio en las armonías poco más o menos lo que la flauta entre los instrumentos, puesto que ambos producen igualmente en el alma sensaciones impetuosas y apasionadas. La poesía misma lo prueba bien, porque en los cantos que consagra a Baco y en todas sus producciones análogas a éstas exige, ante todo, el acompañamiento de la flauta. En los cantos frigios es donde particularmente tiene lugar este género de poesía, por ejemplo, el ditirambo, cuyo carácter completamente frigio nadie desconoce. Las gentes versadas en estas materias citan de esto muchos ejemplos, entre otros, el de Filóxeno, el cual, después de haber intentado componer su ditirambo, las Fábulas, según el modo dórico, se vio obligado, por la naturaleza misma de su poema, a emplear el modo frigio, único que convenía bien en aquel caso.

En cuanto a la armonía dórica, todos convienen en que tiene más gravedad que todas las demás, y que su tono es más varonil y más moral. Partidarios declarados, como lo somos nosotros, del principio que busca siempre el término

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medio entre los extremos, sostendremos que la armonía dórica, que es la que tiene este carácter entre todas las demás, debe ser evidentemente enseñada con preferencia a la juventud. Dos cosas deben tenerse aquí presentes: lo posible y lo oportuno; porque lo posible y lo oportuno son principios que deben guiar a todos los hombres; pero la edad de los individuos es la única que puede determinar lo uno y lo otro. A los hombres fatigados por la edad les sería muy difícil modular cantos vigorosamente sostenidos, y la naturaleza misma les inspira más bien modulaciones suaves y dulces. Así es que algunos autores que se han ocupado de la música han echado en cara a Sócrates, y con razón, el haber proscrito las armonías dulces de la educación, con el pretexto de que sólo eran propias de la embriaguez. Sócrates se ha equivocado al creer que tenía que ver con la embriaguez, cuyo carácter consiste en una especie de frenesí, mientras que el dé los cantos no es más que el de una dulce dejadez. Cuando llega la época próxima a la edad senil es bueno estudiar las armonías y los cantos de esta especie, y hasta creo que se podría encontrar entre ellos uno que convendría perfectamente a la infancia, y que reuniría, a la vez, la decencia y la instrucción; y, a nuestro juicio, tal sería con preferencia a cualquiera otro el modo lidio. Y así en punto a edu-cación musical, se requieren esencialmente tres cosas: primero, evitar todo exceso; segundo, hacer lo que sea posible, y, finalmente, hacer lo que sea oportuno. COMENTARIO Esta grandiosa obra de Aristóteles, a pesar del tiempo trascurrido desde su composición, todavía, en algunos aspectos, tiene una gran vigencia en la actualidad. Este pensador, gracias a su irrefutable genialidad, se adelantó a su época y nos legó un tratado político muy actual. Para citar un solo ejemplo tenemos la división tripartita del poder público (legislativo, ejecutivo y judicial), de vital importancia en las democracias contemporáneas y en nuestro país. Asombra y deleita la manera cómo discurre su pensamiento comparando la naturaleza con el hombre, para sacar de aquella los principios para plantear el arte de gobernar. Sorprende el hecho de que en esa época no contaba con la información teórica con que hoy contamos para su estudio de las diversas constituciones y los tipos de gobiernos. En esta obra, además del Aristóteles filósofo, encontramos al Aristóteles psicólogo, antropólogo, biólogo, sociólogo, político, economista, constitucionalista, abogado, educador… Refleja en su libro todo su amplio saber enciclopédico. Este filósofo genial escrutó los intrincados laberintos del alma humana y descubrió sus grandezas y miserias.

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*Ostracismo, en la antigüedad griega, procedimiento político que permitía desterrar temporalmente a un ciudadano considerado peligroso para el bienestar público. Según Aristóteles, la ley del ostracismo fue promulgada en Atenas por Clístenes en el 510 a.C., pero fue aplicada por primera vez hacia el 487-485 a.C. contra Hiparco. Todos los años la asamblea ateniense votaba a mano alzada si querían aplicar el ostracismo ese año. Si la decisión era afirmativa, dos meses más tarde tenía lugar una votación pública. Cada votante escribía el nombre de la persona a quien deseaba exiliar en un trozo de cerámica (en griego, ostrakon), y siempre que hubiera al menos 6.000 ostraka válidos, la persona tenía que abandonar Atenas antes de diez días y permanecer en el exilio durante diez años. El ostracismo no imponía estigmas permanentes a las víctimas y éstas no perdían las propiedades o los derechos civiles; la persona condenada al ostracismo podía ser perdonada por votación de la asamblea. Entre los políticos destacados que se sabe fueron condenados al ostracismo se encuentran Arístides (c. 483 a.C.), Temístocles (471 a.C.) y Cimón (461 a.C.). Hipérbolo, un demagogo ateniense, fue la última persona condenada por este procedimiento (417 a.C.). En la actualidad el término „ostracismo‟ hace referencia, sobre todo en lenguaje político, al apartamiento de cualquier persona que no es del agrado de quienes toman esa decisión. Melopea: Canto monótono.

EL CRATILO O DEL LENGUAJE (Platón)

En este diálogo, que trata el lenguaje como problema, Sócrates, aceptando que la ciencia de los nombres es compleja, dado que sobre éstos no sabe “lo que es cierto y lo que no es”, discute sobre las teorías natural y convencional respecto al origen y propiedad de los nombres. Cratilo defiende la natural, que sostiene “que cada cosa tiene un nombre que le es naturalmente propio” y “que la naturaleza ha atribuido a los nombres un sentido propio”. Hermógenes, partidario de la convencional, señala que los nombres no tienen “otra propiedad que la que le deben a la convención y consentimiento de los hombres”. Negando que la naturaleza haya dado nombres a las cosas, sostiene que “todos los nombres tienen su origen en la ley y el uso, y son obra de los que tienen el hábito de emplearlos”. La única propiedad de los nombres es llamar a cada cosa con el nombre que se le asigna. En diferentes lugares “las mismas cosas tienen nombres distintos”. Sócrates refutando, primero a Hermógenes, conviene en que el discurso verdadero dice las cosas como son, y el falso las dice como no son. El discurso permite decir lo que es y lo que no es. Contrario a la opinión de los sofistas, afirma “que los seres tienen en sí mismos una esencia fija y

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estable”, y “existen en sí mismos según la esencia que le es natural”. Todas las cosas son las mismas para todos, y no tal como nos parecen a cada uno. No es cierto que todos los nombres sean exactos por convención. Como existe una sabiduría y una insensatez, hay hombres sabios y sensatos, hombres ignorantes e insensatos, hombres buenos y hombres malos. De acuerdo que hablar es una acción, convienen que para hablar bien se debe hacerlo con reglas y sin capricho. Como nombrar es una parte del hablar, “es preciso nombrar las cosas como es natural nombrarlas con el instrumento conveniente y no según nuestro capricho; si queremos, al menos, ser consecuentes con nosotros mismos”. Quien quiera ejecutar la acción de nombrar debe utilizar “el instrumento propio para enseñar y distinguir los seres”, que es el nombre. Sólo nombra el que posee el arte de nombrar, y éste es el legislador, y “de la obra del legislador se sirve el maestro cuando se sirve del nombre”. Corresponde solamente al legislador, “el verdadero obrero de los nombres”, imponer nombres a las cosas. Al momento de asignar los nombres, es preciso “que el legislador sepa formar con sonidos y sílabas el nombre que conviene naturalmente a cada cosa; que forme y cree todos nombres fijando sus miradas en el nombre en sí, si quiere ser un buen instituidor de nombres”. El legislador, para designar bien, debe ser dialéctico, dada la complejidad del arte de nombrar. Como hay nombres que son naturales a las cosas, se necesita de talento en este arte, porque “sólo es competente el que sabe qué nombre es naturalmente propio a cada cosa…” Los espíritus sublimes y de gran penetración fueron “los primeros que instituyeron los nombres”, incluyendo los nombres de los dioses. “Porque la institución de los nombres sólo puede ser obra de hombres de recta condición”. Indagando “en que consiste la propiedad de los nombres”, Sócrates encuentra que los antiguos legisladores asignaron nombres partiendo de la concepción de que todo estaba en movimiento continuo, y por ello creyeron “que las cosas nacen sin cesar, que no hay una que sea durable y fija, que todo está en un movimiento sin fin y en una eterna generación”. Así los nombres están sometidos al movimiento, al cambio y al flujo permanente. Sócrates, que no comparte el planteamiento del devenir, señala que “los que creen que todo está en un movimiento, suponen que la mayor parte del universo no hace más que pasar…”. Por eso hay diversas respuestas a la pregunta ¿qué es lo justo? Uno dice que es el sol, otro que el fuego, alguien más que la inteligencia, etc. Ninguno se pone de acuerdo, quedando Sócrates más confundido que cuando inició su indagación sobre la justicia y lo justo. El legislador antiguo que inventó los nombres “miraba más en general todo lo que impide y retarda el movimiento de las cosas”. El pensamiento y la inteligencia es la causa de que las cosas se

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llamen como se llaman. La propiedad de los nombres consiste “en que nos representan lo que es cada cosa”. Sócrates, al empezar la discusión con Cratilo, aclara que no afirma nada de lo expuesto antes y que sólo se limitó a exponer lo que le indicaba su espíritu, sorprendido de que su ciencia de la cual desconfía. “El engañarse a sí mismo es seguramente lo peor que puede suceder; porque entonces el engañador es uno con nosotros, y nos sigue por todas partes”. Cratilo acepta que unos nombres convienen a las cosas y otros no. Para éste, la virtud de los nombres es que tienen el poder de enseñar, y “el que sabe los nombres sabe igualmente las cosas”. La exactitud del nombre consiste en que este revele la esencia de la cosa nombrada, debido a que el lenguaje es un arte imitativo. Influenciado por el pensamiento heracliteo, Cratilo acepta la teoría de la mímesis. Según esta, nombrar un objeto es imitarlo con la voz, porque el nombre “es la imitación de un objeto mediante la voz. El legislador “ha imitado con las letras y las sílabas nombres para designar cada ser… procurando siempre con empeño imitar la naturaleza de las cosas”. Contrario a la idea del movimiento, Sócrates considera que si revisan algunos nombres se encontrará que el inventor de éstos ha querido expresar que las cosas quedan y permanecen, y no que éstas se mueven y pasan. Persuade a Cratilo que no es “necesario que el que determina los nombres sepa cuál es la naturaleza de los objetos sobre los que recaen”, porque no es posible “aprender o encontrar cosas sino después de haber aprendido o encontrado por sí mismo la significación de los nombres”. Los legisladores no pueden conocer las cosas antes de la existencia de los nombres. Según Cratilo, “un poder superior del hombre ha dado los primeros nombres a las cosas”. Éste reconoce que “los nombres bien hechos son conformes a los objetos que ellos designan, y que son imágenes de las cosas”. Reconociendo que no es posible conocer las cosas por sus nombres, Sócrates precisa “que no es en los nombres, sino en las cosas mismas donde es preciso buscar y estudiar las cosas”. Sócrates, que no está de acuerdo con la teoría convencionalista ni con la teoría naturalista del lenguaje, considera que el lenguaje o los nombres no sirven para proporcionarnos certeza sobre la realidad, en contraposición de Hermógenes y de Cratilo, quienes afirman que el lenguaje o los nombres es el único medio para conocerla. Platón, a través de Sócrates, nos dice que los nombres o el lenguaje es una vía engañosa e insegura para conocer la realidad. LUIS ÁNGEL RÍOS PEREA

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