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revista de psicología NOVIEMBRE DE 2017 AÑO II - NÚMERO 3 ISSN: 2525-0752

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NOVIEMBRE DE 2017AÑO II - NÚMERO 3

ISSN: 2525-0752

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Revista de la Facultad de Psicología-Universidad Nacional de Rosario-Riobamba 250 bis. Rosario. Argentina

Director: Dr. Andrés Cappelletti

Secretaria: Ps. Romina Taglioni

Decano: Ps. Raúl Gómez Alonso

Secretaria de Ciencia y Tecnología: Ps. Romina Cattaneo

Diseño:Sebastián Andrada

Contacto: [email protected]

revista de psicología

NOVIEMBRE DE 2017AÑO II - NÚMERO 3

ISSN: 2525-0752

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Dr. Omar Acha (Universidad de Buenos Aires)

Dr. Eduardo Audisio (UNR)

Mg. Cecilia Augsburger (UNR)

Dr. Horacio Belgich – (IUNIR - UNL – UNSE)

Dra. Gloria Bereciartúa (UNR)

Dr. Jorge Besso (UNR)

Dr. Carlos Bonantini (UNR)

Dra. Carolina Bruna (U. Alberto Hurtado/Chile)

Dr. Stéphane Douailler (Paris/Francia)

Dra. Elsa Emmanuele (UNR)

Dr. Fernando Ferrari ( Universidad Nacional de Cordoba-CONICET)

Dr. Federico Finchelstein (New School for Social Research-Nueva York)

Dr. Roberto Follari (Universidad Nacional de Cuyo)

Dr. Hugo Gaggiotti, (University of the West of England, Bristol)

Mg. Marisa Germain (UNR)

Dr. Miguel González González (Universidad Nacional de Colombia)

Dra. Mirta Granero (UNR)

Dr. Adelmo Manasseri (UNR)

Dra. Soledad Nívoli (UNR)

Dr. Pablo Oyarzún Robles (U. de Chile/Chile)

Dra. Andrea Pujol (Universidad Nacional de Córdoba)

Dra. Silvia Serra (UNR)

Dra. Ana María Talak (Universidad Nacional de La Plata)

Dr. Félix Temporetti (UNR)

Dra. Andrea Torres (Universidad Nacional de Colombia)

Dr. Hugo Vezzetti (Universidad de Buenos Aires)

Dr. Paul Zawadzki ( Paris1 Pantheon- Sorbonne)

Comité Académico

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ÍndiceARTÍCULOS:

¿Depende la validación del conocimiento psicoanalítico de su eficacia terapéutica? Examen crítico de un argumento de Adolf Grünbaum.Dr. Maximiliano Azcona .....................................................................................................

La autonomía en el territorio de la discapacidad.Dr. A. Martín Contino .........................................................................................................

Soy asexual, no estoy enferma. Dra. Elsa Ortiz Rosero .........................................................................................................

Enseñanza y transmisión de psicoanálisis. Consideraciones éticas, episté-micas y políticas acerca de una Maestría en Psicoanálisis. Escritura y sa-ber: el ensayo y la tesis.Mg. Pilar Gallitelli ................................................................................................................

Sujeto pre-social y episteme pos-verdad: diacronías liberales.Dr. Roberto Follari ...............................................................................................................

RESEÑAS:

Educación, cercanía y distancia en tiempos de espacios digitales.Dra. Ana Borgobello .............................................................................................................

Los diferentes modos de existencia.Lic. Carina Mengo ................................................................................................................

Los sueños en la antigüedad tardía.Ps. Romina Taglioni .............................................................................................................

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EditorialEl logos griego descubrió – aunque Homero y Hesíodo lo intuyeran antes- que

el ser y el aparecer son dos órdenes diversos de la realidad. Platón construyó sobre esta diferencia su magnífico sistema; Plotino la llevó al extremo, exigiendo para reen-contrar el alma universal de la que fuimos parte el repudio a lo sensible. Largos siglos más tarde Occam otorga la primera forma sólida al empirismo, que suele descreer de las esencias, y que ha logrado tal hegemonía en el pensamiento de nuestra época que permite que ignorar la existencia de otros modos del logos epistémico no parezca ser, en efecto, simple ignorancia. ¿Son lo esencial y lo aparente dos hipóstasis diferentes de lo que es? ¿Podrá acontecer que la apariencia sostenga, resuma y sea la esencia, y que finalmente no haya otra cosa más que eso?

De forma un tanto paradójica lo que aparece como cierto es que nuestra con-temporaneidad es la época de la apariencia y del insidioso avance de la post verdad, es decir, del desprecio de la idea de verdad. Las condiciones en las que ese despliegue se produce son el tema central de la conferencia que el Dr. Roberto Follari ofreciera en el marco de las VII Jornadas de Investigación realizadas en nuestra Facultad y que aquí publicamos. Los otros artículos incursionan en temas y problemas diversos; tienen en común – tal la intención editorial de nuestra revista- el adoptar una perspectiva crítica de lo que se nos ofrece bajo la apariencia de le establecido.

Agradecemos a los autores y, como siempre, anticipadamente a los lectores que un grado o en otro se interesen por lo que aquí queda dicho.

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ARTÍCULOS

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RESUMEN Este escrito analiza y discute una de las principales afirmaciones sobre las que

Adolf Grünbaum ha basado su análisis crítico de la validación de la teoría psicoanalí-tica freudiana. Según Grünbaum, Freud concebía al éxito terapéutico como un indi-cador insoslayable de la validez de una hipótesis psicoanalítica que pretenda describir conexiones causales entre síntomas observables y procesos etiológicos conjeturados. Aquí se ofrecen cuatro conjuntos de razones para mostrar porqué esa afirmación no puede ser sostenida.

PALABRAS CLAVE: Psicoanálisis – Epistemología – Eficacia Terapéutica – Grün-baum

ABSTRACTThis paper analyzes and discusses one of the main statements on which Adolf

Grünbaum has based his critical analysis of the validation of Freudian psychoanalytic theory. According to Grünbaum, Freud admitted that therapeutic success is an una-voidable indicator of the validity of a psychoanalytic hypothesis that seeks to describe causal connections between observable symptoms and conjectured etiological proces-ses. Here four sets of reasons are offered to show why this claim can not be sustained.

KEYWORDS: Psychoanalysis – Epistemology – Therapeutic Efficacy – Grünbaum

¿Depende la validación del conocimiento psicoanalítico de su

eficacia terapéutica? Examen crítico de un argumento de Adolf Grünbaum

Recibido: 10/10/17Aceptado: 25/10/17

Dr. Maximiliano AzconaUniversidad Nacional de La Plata (UNLP)

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Introducción

La crítica de Adolf Grünbaum al psicoa-nálisis, relativamente poco conocida en nuestro margen rioplatense, se caracteriza por una preci-sa indagación de la obra freudiana que toma por objetivo de ataque a la evidencia y argumentación que el creador del psicoanálisis utilizaba para sos-tener sus principales teorizaciones. Se diferencia, en ese sentido, de aquellas réplicas que parten de un desconocimiento de la teoría psicoanalítica (Popper, Bunge) o de aquellas que hacen hincapié en los aspectos meramente biográficos de Freud (Masson, Sulloway, Onfray, etc.).

Siguiendo la perspectiva de otros críticos del psicoanálisis, Adolf Grünbaum ha insistido en va-rios de sus escritos (1984; 1993; 2002/2015) en que existiría (incluso habría existido para el pro-pio Freud) una relación estrecha entre la eficacia terapéutica y la validación de hipótesis. En este trabajo voy a discutir esa aseveración y, además, voy a argumentar en contra de la posibilidad de que la eficacia terapéutica sea un indicador nece-sario y suficiente de validación teórica.

a) La evidencia probatoria que pres-cinde del éxito terapéutico

Lo primero que podemos afirmar es que, sin lugar a dudas, el valor que Freud le otorgaba al conocimiento psicoanalítico no era dependiente del valor que el psicoanálisis tenía como procedi-miento terapéutico. Freud pareciera haber tenido muy en claro que “el uso del psicoanálisis para la terapia es sólo una de sus aplicaciones” y que “qui-zás el futuro muestre que no es la más importante” (Freud, 1926a/2004: 232). Unos años más tarde, finalizando la 34° de las nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, el vienés sostiene:

Les dije que el psicoanálisis se inició como una tera-pia, pero no quise recomendarlo al interés de ustedes en calidad de tal, sino por su contenido de verdad, por las informaciones que nos brinda sobre lo que toca más de cerca al hombre: su propio ser; también, por los nexos que descubre entre los más diferentes que-haceres humanos. Como terapia es una entre muchas, sin duda primus inter pares. Si no tuviera valor tera-péutico, tampoco habría sido descubierta en los enfer-mos mismos ni desarrollado durante más de treinta años. (Freud, 1933b/2004: 145).

Podemos afirmar que la relación estrecha que Grünbaum establece entre la eficacia terapéu-

tica y la validación de hipótesis, es una tesis que no se sostiene en lo aseverado por Freud. En la 16° conferencia de introducción al psicoanálisis, por ejemplo, el vienés expresa claramente la indepen-dencia entre ambas:

Aunque para todas las otras formas de contracción de enfermedades nerviosas y psíquicas el psicoanálisis se mostrara tan huero de éxitos como en el caso de las ideas delirantes, seguiría siendo; con pleno dere-cho, un medio insustituible de investigación científica. (Freud, 1917a/2004: 234).

No obstante haber leído este pasaje, Grün-baum mantiene su obstinada perspectiva de de-fender una relación consustancial entre los con-textos de justificación (validación) y de aplicación (terapéutica) psicoanalíticos; y considera que: “frente al desafío de la sugestionabilidad, esta de-claración [freudiana] es una pieza gratuita del arte de vender”1 (Grünbaum, 1984: 141). Es evidente que la afirmación que hace Freud en el mencio-nado pasaje, sobre las limitaciones terapéuticas del psicoanálisis en su abordaje de las ideas deli-rantes, contradice abiertamente la tesis de Grün-baum. Además, nuestro filósofo no ha notado que Freud ofrece, en la 28° conferencia, una justifica-ción precisa de la afirmación anterior que él des-precia:

…un gran número de resultados singulares del análi-sis, que de otro modo caerían bajo la sospecha de ser productos de la sugestión, nos son corroborados des-de otra fuente inobjetable. Nuestros testigos son en este caso los dementes y los paranoicos, insospecha-bles, desde luego, de recibir una influencia sugestiva. Lo que estos enfermos nos cuentan de sus traduccio-nes simbólicas y sus fantasías, que en ellos han pene-trado hasta la conciencia, coincide punto por punto con los resultados de nuestras indagaciones sobre el inconciente de los que sufren neurosis de trasferencia, y así confirma la corrección objetiva de nuestras inter-pretaciones, tan a menudo puestas en tela de juicio. (ibíd. p. 413).

Es decir, la estrecha relación entre las decla-raciones de pacientes psicóticos (no sugestiona-bles) con el material proveniente de la asociación libre en neuróticos, constituye un hecho corro-borador de la teoría independientemente de los resultados terapéuticos. Se trata de la apelación

1 “But in the face of the suggestibility challenge, this state-ment is a gratuitous piece of salesmanship”.

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freudiana a un hecho no terapéutico para funda-mentar sus ideas, lo cual desmiente la suposición de Grünbaum de que “la atribución de éxito tera-péutico al desmantelamiento de las represiones (…) fue el fundamento, tanto lógica como histó-ricamente, para la significación dinámica central que la ideación inconciente adquirió en la teoría psicoanalítica”2 (Grünbaum, 1984: 182). Además, la cita del vienés también contraría la afirmación grümbauniana de que Freud “otorgó explícita-mente la misma sanción epistémica a las etiolo-

gías clínicas de las dos subclases de psiconeurosis (…). Y presumiblemente lo hizo extrapolando la justificación terapéutica del método psicoanalí-tico de investigación etiológica desde las neuro-sis de transferencia a las neurosis narcisistas”3. (Grünbaum, 1984: 141). A decir verdad, ya en la conferencia 27° Freud (1917b/2004: 399) había afirmado que la extrapolación técnica para las neurosis narcisistas no daba resultado; aunque no descartaba, como sabemos, que modificaciones futuras lo posibilitasen: “es verdad que en el pre-sente, en este terreno, no todo saber se traspone en poder terapéutico; pero aun la mera ganancia teórica no debe ser tenida en menos, y cabe aguar-dar con confianza su aplicación práctica” (Freud, 1925b/2004: 57).

Ahora bien, el relato de los pacientes psicó-ticos no es la única fuente inobjetable desde la que Freud extrae apoyo confirmatorio para sus hipóte-sis: los chistes, los tabúes, la historia de las religio-nes, el comportamiento de las masas, la herencia cultural, la literatura, las acciones fallidas, etc., constituyen campos de fenómenos altamente di-

símiles pero que le sirven para confirmar la teoría más allá de la esfera terapéutica. Para el vienés el psicoanálisis no se reduce a un método terapéuti-co sino que también constituye una nueva ciencia. A nuestro modo de ver, cuando Grünbaum analiza las “credenciales del psicoanálisis” reduce injusti-ficadamente el conjunto de evidencias empíricas al subconjunto de los fenómenos clínicos (que luego identifica, también injustificadamente, con el subconjunto de “éxito terapéutico”).

De todas formas, lo que mejor echa por tierra la suposición de que Freud habría identificado la validación teórica con el éxito terapéutico, es lo que podemos atisbar en el tra-bajo realizado por el vienés con sus casos célebres: allí

no muestra en absoluto dificultades en vincular sus desarrollos teóricos con desilusiones desde el punto de vista terapéutico. Se ve claramente en los casos de Dora y del Hombre de los lobos que es a partir de las frustraciones en la cura que Freud hace avanzar el conocimiento psicoanalítico, re-chazando conjeturas y produciendo otras nuevas. Por eso el psicoanálisis, incluso “allí donde hoy no puede remediar, sino sólo procurar una com-prensión teórica, acaso allana el camino para una posterior influencia más directa sobre las pertur-baciones neuróticas” (Freud, 1923/2004: 246). Es decir, Freud valora el conocimiento alcanzado a partir de los fracasos terapéuticos; por lo que la asociación que Grünbaum pretende endilgar-le al pensamiento freudiano, no se sostiene. De hecho, en el caso del hombre de las ratas, Freud se lamenta del carácter lagunar del conocimiento alcanzado sobre ese historial y señala explícita-mente: “no se consiguió destejer hilo por hilo esta trama de envoltorios de la fantasía; justamente el éxito terapéutico fue aquí el obstáculo”. (Freud, 1909/2004: 163, n. 39). Enseguida agrega:

No se me han de reprochar, pues, estas lagunas en el análisis. En efecto, la exploración científica mediante el psicoanálisis hoy es sólo un resultado colateral del empeño terapéutico, y por eso el botín suele ser ma-yor justamente en los casos en que el tratamiento ha fracasado. (ibíd., cursivas añadidas).

Algo similar plantea en el caso del hombre de los lobos, cuando sostiene que:

Los análisis que obtienen un resultado favorable en breve lapso quizá resulten valiosos para el sentimien-

2 “…the attribution of therapeutic success to the undoing of repressions (rather than to mere suggestion) was the foundation, both logically and historically, for the central dynamical significance that unconscious ideation acqui-red in psychoanalytic theory: without reliance on the pre-sumed dynamics of their therapeutic results, Breuer and Freud could never have propelled clinical data into repres-sion etiologies.”3 “…he explicitly gave the same epistemic sanction to the clinical etiologies of the two subclasses of psychoneuro-ses (S.E. 1917, 16: 438-439). And presumably he did so by extrapolating the therapeutic vindication of the psychoa-nalytic method of etiologic investigation from the transfe-rence neuroses to the narcissistic ones.”

“El papel central que Freud le otorga a los `obstáculos´ constituye un indicio de su pensamiento crítico y de su filiación falibilista”

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to de sí del terapeuta y demuestren la significación médica del psicoanálisis; pero las más de las veces son infecundos para el avance del conocimiento científi-co. Nada nuevo se aprende de ellos. Se lograron tan rápido porque ya se sabía todo lo necesario para su solución. Sólo se puede aprender algo nuevo de aná-lisis que ofrecen particulares dificultades, cuya supe-ración demanda mucho tiempo. Únicamente en estos casos se consigue descender hasta los estratos más profundos y primitivos del desarrollo anímico y reco-ger desde ahí las soluciones para los problemas de las conformaciones posteriores. (Freud, 1918/2004: 11).

El papel central que Freud le otorga a los “obstáculos” constituye un indicio de su pensa-miento crítico y de su filiación falibilista; pero además, lo que estas reflexiones nos muestran es que Freud no hacía depender causalmente la va-lidez de sus teorías de los resultados terapéuticos obtenidos. También nos permiten atisbar la visión moderada que el vienés llegó a tener de los efectos terapéuticos del análisis, posiblemente en contes-tación al entusiasmo de varios de sus discípulos.

Evidentemente, Grünbaum ha distorsiona-do la base empírica que Freud utilizaba, angos-tándola a los resultados terapéuticos en la esfera clínica. Sintetizando, podría decirse que la íntima vinculación que Grünbaum quiere imponer como natural (incluso en el pensamiento freudiano) en-tre el éxito terapéutico y la confirmación de la teo-ría, no es otra cosa que un retoño contemporáneo del perenne furor sanandi denunciado por Freud (1915/2004: 174).

b) El éxito terapéutico no es el mejor indicio de validación etiológica

Además de que Grünbaum desarrolla esa vinculación entre éxito terapéutico y verdad teó-rica con independencia de las presuposiciones mantenidas por Freud, su planteo involucra un error argumentativo de otra índole, que es necesa-rio explicitar. Grünbaum sostiene que si el levan-tamiento de la represión no se deriva en la cura, entonces queda demostrado que los contenidos inconscientes y los conflictos no tienen poderes causales para la presencia de los síntomas neuró-ticos4. Este modo de razonar es equivocado pues encierra una simplificación de la acción causal de la represión, en donde se omite la conceptualiza-ción freudiana de los tiempos de la represión y el grado de determinación causal que cada factor hi-potetizado mantiene en el proceso de formación de síntomas. Coincidimos con Linda Brakel en

que esta falaz simplificación puede ser fácilmente desmontada mediante un ejemplo de la etiopato-genia médica:

Erradicar la bacteria estreptococo beta hemolítico (la causa esencial de la cardiopatía valvular reumática) no hará nada para mejorar esta enfermedad cardíaca una vez que se haya establecido. Por lo tanto, el hecho de que la eliminación de la causa de un padecimiento no dé como resultado una cura, de ninguna manera esta-blece que los poderes causales fueran asignados erró-neamente.5 (Brakel, 2015: 67; traducción nuestra).

En lo que respecta a los síntomas psicoanalí-ticos también sabemos que, una vez producidos, el sujeto puede extraer de ellos una ganancia secun-daria que los mantenga a expensas de sus fuentes originales de causación6. Si esta situación se conso-lida en el tiempo, se produce una armonización del síntoma con yo:

…una corriente psíquica cualquiera halla cómodo ser-virse del síntoma, y entonces este alcanza una función secundaria y queda como anclado en la vida anímica.

4 Basándose en los cánones inductivistas de John Stuart Mill, Grünbaum pretende formalizar la metodología tem-prana de Freud: “…el meollo del argumento inductivo [de Freud y Breuer] para inferir la etiología represiva se puede formular de la siguiente manera: la eliminación de un sín-toma histérico S mediante el levantamiento de una repre-sión R es evidencia convincente de que la represión R era causalmente necesaria para la formación del síntoma S […]. Porque si una represión actual R es causalmente necesaria para la patogénesis y la persistencia de una neurosis N, en-tonces la eliminación de R debe conllevar la erradicación de N. Por lo tanto la etiología inferida brindó una explicación deductiva de la supuesta eficacia terapéutica de las represio-nes deshechas. (Grünbaum, 1984: 179; cursivas del original). [“…the nub of their inductive argument for inferring a re-pression etiology can be formulated as follows: the removal of a hysterical symptom S by means of lifting a repression R is cogent evidence that the repression R was causally ne-cessary for the formation of the symptom S (S.E. 1893, 2: 7). For if an ongoing repression R is causally necessary for the pathogenesis and persistence of a neurosis N, then the removal of R must issue in the eradication of N. Hence the inferred etiology yielded a deductive explanation of the su-pposed remedial efficacy of undoing repressions.”]. Para un examen de las posibilidades de adecuación de los cánones del inductivismo eliminativo al dominio de las ciencias de lo humano en general y del psicoanálisis en particular, cf. Azcona, 2017: 349-369.5 “Eradicating beta hemolytic strep bacteria (the essential cause of rheumatic valvular heart disease) will do nothing to improve this cardiac disease once it has been established. Thus, the fact that removing the cause of an ailment does not result in a cure in no way establishes that the causative powers were wrongly assigned.”

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El que pretenda sanar al enfermo tropieza entonces, para su asombro, con una gran resistencia, que le enseña que el propósito del enfermo de abandonar la enfermedad no es tan cabal ni tan serio. (Freud, 1905/2004: 39).

Freud mismo nos advierte de que “si esa ga-nancia de la enfermedad, externa o accidental, es muy cuantiosa y no puede hallar un sustituto real, desconfíen ustedes de la posibilidad de influir sobre la neurosis mediante su terapia” (Freud, 1917b/2004: 349). Es decir que la satisfacción ob-tenida secundariamente del síntoma puede cons-tituir un factor de resistencia7 a su eliminación, y ello independientemente de que se haga conscien-te el conflicto que le dio origen. Evidentemente, esto está muy lejos de la imagen simplificada que Grünbaum se ha hecho de la neurosis, a la vez que contraría su noción lineal de la causación/cura-ción de los síntomas8.

Ahora bien, independientemente de lo que Freud creyese, la relación de dependencia causal que Grünbaum establece entre el éxito terapéutico

y la verdad aproximada de la teoría psicoanalítica es disparatada en sí misma. Esto es así fundamen-talmente porque la validez de una teoría es algo que mantiene relativa independencia epistémica de sus aplicaciones prácticas específicas. En últi-ma instancia, el valor de la teoría psicoanalítica de Freud va más allá de su eficacia terapéutica con las psiconeurosis del siglo XX, del mismo modo que el valor de las ideas de Ignaz Semmelweis va más allá de sus pretensiones en la reducción de muer-tes por fiebre puerperal; o del mismo modo que el valor de las ideas de Louis Pasteur va más allá de sus indagaciones sobre la fermentación, etc.

Incluso cerniéndonos al éxito terapéutico, el razonamiento de Grünbaum encierra otra con-fusión, que ha sido puesta de manifiesto por Zvi Lothane:

El fracaso o el éxito de la técnica psicoanalítica en una situación determinada necesita ser justificado, pero este éxito o fracaso no puede invalidar el método per se, no más de lo que un resultado poco satisfactorio de un tratamiento en Medicina pueda impugnar los tra-tamientos médicos: por ejemplo, el hecho de que cier-tas drogas anti-cáncer tengan sólo un 11 % de proba-bilidades de lograr la curación no invalida el método de la quimioterapia contra el cáncer per se. (Lothane, 1998: 282).

Lo que a esta altura queda a la vista de la postura de Grünbaum es su inmanente raciona-lidad instrumental y el recorte que ella opera en la racionalidad psicoanalítica: la teoría freudiana no es juzgada por su coherencia, por su capacidad de conectar diversos saberes (científicos y hu-manísticos) o distintos campos (social, histórico, biológico), ni tampoco por las posibilidades de comprensión que brindan sus conceptos. Su en-juiciamiento se reduce a un despótico arbitrio: sus aciertos instrumentales en el campo terapéutico. La justificación pasa exclusivamente por las vías de la eficacia, renunciándose desinteresadamente al valor de los mecanismos explicativos, incluso de dicha eficacia.

c) Evidencia extraclínica contempo-ránea de la validación teórica

Si nos detenemos a considerar los estudios empíricos con metodologías extraclínicas que apuntan a validar las hipótesis freudianas, en-contramos evidencia fuerte. Un ejemplo notorio de este tipo de estudios es la investigación experi-mental dirigida por Howard Shevrin et. al. (1992),

6 En la célebre comunicación preliminar, Freud y Breu-er habían referido su original concepción de la causalidad mediante una inversión del apotegma escolástico «cessan-te causa cessat effecttis», lo cual significa la suposición de que mientras se mantenga el síntoma (efecto) también los harán las vivencias traumáticas reprimidas (causa), y por eso les fue posible concluir en aquel entonces que “el his-térico padece por la mayor parte de reminiscencias” (Freud & Breuer, 1895/2004: 33). Grünbaum se apoya la mayoría de las veces sólo en estas tempranas elaboraciones de Freud para evaluar la causalidad implicada en las hipótesis etioló-gicas y terapéuticas del psicoanálisis (cf. Grünbaum, 1984: 181; 2002/2015: 17-18), lo cual supone un anacronismo que desatiende la posterior y fecunda conceptualización freudia-na sobre la teoría clínica (en sintonía con las complejidades añadidas a la concepción etiológica de las neurosis); que pa-sará a incluir, por ejemplo, las diversas formas de resistencia o las manifestaciones de una satisfacción paradójica. Nues-tro filósofo soslaya que, a pesar del obvio valor de esas ideas seminales en la constitución del programa freudiano, éste alcanzó, de la mano de Freud, una visión mucho más com-pleja que la expuesta originalmente en los Estudios sobre la histeria. Complejidad que abarca no sólo a las hipótesis etio-lógicas sino a la proliferación de los mecanismos defensivos involucrados en la producción de fenómenos (no solamente patológicos). 7 En Inhibición, síntoma y angustia Freud la incluye como una de las tres resistencias yoicas, junto a la “resistencia de represión” y a “la resistencia de transferencia”; además de las resistencias que provienen del ello y el superyó (cf. Freud, 1926b/2004: 149-150).8 Para un examen pormenorizado y crítico del planteamien-to de Grünbaum, de sus presupuestos filosóficos, de su ma-nera de leer a Freud y de sus principales aseveraciones, cf. Azcona, 2017.

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en la que cuatro psicoanalistas utilizaron datos del psicoanálisis de once pacientes, ocho diag-nosticados con fobia y tres con duelo patológico. A continuación, para cada sujeto, los analistas seleccionaron: a) algunas palabras que cada suje-to utilizaba para expresar su vivencia consciente del síntoma, y b) un número de palabras que pu-dieran representar lo mejor posible el hipotético y singular conflicto inconsciente central de cada uno de tales pacientes. Estas dos categorías de palabras con referencias claramente singulariza-das, junto con dos categorías generales de pala-bras no individualizadas (es decir que no tenían relación con los conflictos inconscientes o los sín-tomas y que funcionaron como una categoría de estímulos de control para el diseño de la prueba), fueron utilizadas como estímulo en un ambiente controlado: se les presentaron a los once pacientes de manera subli-minal (a 1 milisegundo) y supraliminal (30-40 milisegundos), y mediante electroencefalografía se ponderó la actividad cere-bral mientras los estímulos les eran presentados9. El resultado general fue una serie alta de correla-ciones en las ondas alfa, entre el estímulo subli-minal y el estímulo relativo al síntoma consciente; pero solo cuando el estímulo inconsciente fue pre-sentado de forma subliminal. A la vez, no se obtu-vieron resultados cuando se reemplazaron las pa-labras estímulo individualizadas con las palabras del grupo control. Es decir que la relación entre la frecuencia y la latencia reveló un patrón similar para el conflicto inconsciente y las palabras de los síntomas conscientes. Desde la óptica psicoana-lítica de los autores, esto sugiere que un proceso como la represión puede explicar estos fenómenos y que, por lo tanto, el experimento constituye un fuerte apoyo empírico para la teoría freudiana del conflicto inconsciente.

Este tipo de investigaciones ha continuado perfeccionándose hasta la indagación de especí-ficas relaciones causales entre conflictos incons-cientes y síntomas (Shevrin, et. al., 2013), y los autores han intercambiado sus resultados con

Grünbaum, quien se ha manifestado, según ellos, “satisfecho” con estos hallazgos probatorios. Por lo tanto, a pesar de que Grünbaum haya continua-do defendiendo, en distintos escritos posteriores, la postura filosófica originalmente consolidada en The Foundations of Psychoanalysis, sabemos que la evidencia empírica que él proclamaba ha llega-do conforme a sus expectativas y que él ha recono-cido su valor en la estipulación de la causalidad en términos freudianos.

Estudios como los de Shevrin han venido a mostrar de manera contundente que la validación de algunas hipótesis freudianas puede lograrse con procedimientos extraclínicos y apelando al es-tudio de casos singulares; pero, sobre todo, mues-

tran que la confirmación puede venir a expensas de las complejas relaciones que guarda la prácti-ca clínica con los resultados terapéuticos. En lo que a nuestra discusión respecta, constituyen una mostración categórica de que Grünbaum esta-ba equivocado en la identificación de la elimina-ción sintomática como único garante de la verdad aproximada de la teoría freudiana de la represión. Esto puede concluirse más allá de las limitaciones que podrían objetarse a estos estudios neurocien-tíficos para la validación de las conjeturas psicoa-nalíticas, cuestión que aquí no abordaré.

d) La función de la metapsicología en la teoría clínica

Por último, nos centraremos brevemente en otra suposición que Grünbaum asume incorrec-tamente como cierta y que mina, por lo tanto, su argumentación sobre el valor determinante de los resultados terapéuticos.

La estrategia central de nuestro crítico, des-de el inicio de su libro de 1984, consiste en cen-tralizar aquellos pasajes de Freud en donde éste afirma que el psicoanálisis es una ciencia natu-ral y que debe, por lo tanto, evaluarse como tal. En ese contexto, analiza la perspectiva original del Proyecto y sostiene que “Freud abandonó su noción inicial, ontológicamente reductiva del es-tatus científico, en favor de una metodológica, epistémica” (Grünbaum, 1984: 3). Su idea es que Freud comenzó basando el estatus científico del

“Si nos detenemos a considerar los estudios empíricos con metodologías extraclínicas que

apuntan a validar las hipótesis freudianas, encontramos evidencia fuerte”

9 Esto se llevó a cabo mediante el análisis de un Potencial Relacionado con Evento (ERP), que consiste en medir la respuesta cerebral a un evento específico; en este caso el es-tímulo del protocolo de palabras seleccionadas. El análisis de las respuestas estereotipadas de nivel electrofisiológico a este tipo de estímulos, es lo que permitió la correlación entre los distintos tipos de palabras y los distintos tipos de res-puesta cerebral.

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psicoanálisis en la constitución física de su objeto de estudio (como lo mostraría la primera página del proyecto de psicología), pero pronto dejó caer esta condición en favor de un basamento exclusi-vamente metodológico del conocimiento. Según la perspectiva original, que Grünbaum caracteriza como de “reduccionismo ontológico”, los fenóme-nos psíquicos sólo pueden incluirse dentro de la ciencia empírica si se pueden expresar en térmi-nos puramente físicos. Mientras que el punto de vista finalmente adoptado consiste en asumir que cualquier proposición teórica puede contar como científica a condición de que pueda ser estableci-da de acuerdo a los cánones metodológicos de la ciencia empírica establecida. Pero Grünbaum en-tiende que esta suerte de pasaje implica que Freud “considera explícitamente a la metapsicología como epistemológicamente prescindible en com-paración con la teoría clínica”11 (Grünbaum, 1984: 84). Nuestro filósofo crítico ha querido hacer de la teoría clínica el elemento central de la fundamen-tación freudiana del conocimiento psicoanalítico; pero lo que este punto de vista también conlleva es la suposición de que Freud habría excluido las consideraciones ontológicas en su fundamenta-ción del conocimiento. Este es exactamente el punto que no compartimos y que, creemos, vale la pena revisar.

A nuestro modo de ver, cuando Freud carac-terizaba a la metapsicología como una superes-tructura especulativa susceptible de transformar-se, no pensaba en su completa prescindencia ni en su inutilidad como fundamento del conocimiento psicoanalítico. En todo caso, la perfectibilidad de sus enunciados no supone la contingencia de su existencia: esa superestructura deviene necesaria. Hay varios pasajes que permiten mostrar esta im-portancia que tiene la metapsicología (y, por ende, las suposiciones ontológicas implicadas); en una de sus declaraciones finales, por ejemplo, sostiene que

La concepción según la cual lo psíquico es en sí in-conciente permite configurar la psicología como una ciencia natural entre las otras. Los procesos de que se ocupa son en sí tan indiscernibles como los de otras ciencias, químicas o físicas, pero es posible establecer las leyes a que obedecen, perseguir sus vínculos recí-procos y sus relaciones de dependencia sin dejar lagu-

nas por largos trechos —o sea, lo que se designa como entendimiento del ámbito de fenómenos naturales en cuestión—. (Freud, 1940/2004: 156).

Es decir que son las entidades y procesos postulados por su teoría, cuya existencia es inde-pendiente, los que hacen a su carácter científico y no sus aspectos metodológicos. Tales conceptuali-zaciones metapsicológicas

…poseen títulos para que se les otorgue, en calidad de aproximaciones, el mismo valor que a las corres-pondientes construcciones intelectuales auxiliares de otras ciencias naturales, y esperan ser modificados, rectificados y recibir una definición más fina median-te una experiencia acumulada y tamizada. Por tanto, concuerda en un todo con nuestra expectativa que los conceptos fundamentales de la nueva ciencia, sus principios (pulsión, energía nerviosa, entre otros), permanezcan durante largo tiempo tan imprecisos como los de las ciencias más antiguas (fuerza, masa, atracción). (ibíd.).

Como puede notarse, el papel de los desa-rrollos metapsicológicos fue central para Freud, hasta sus últimos días12. Si bien sus contenidos son definidos como provisionales (en virtud del falibilismo al que Freud adhería), su existencia es considerada como necesaria para el psicoanáli-sis13. Esto contradice, evidentemente, la creencia de Grünbaum de que sólo el método clínico apor-taría los fundamentos epistemológicos de la cien-tificidad del psicoanálisis.

Ahora bien, lo que el planteo de Grünbaum omite a partir de esa lectura equivocadamente centralizada en los aspectos metodológicos, es el análisis de los presupuestos filosóficos vinculados a la concepción que Freud tenía de la realidad y de su conocimiento, lo cual nos resulta absolutamen-te necesario para una coherente elucidación de los fundamentos del psicoanálisis14.

12 Para un examen exhaustivo del lugar central que ocupó la metapsicología en el pensamiento freudiano, cf. Assoun (2000/2002).13 El proceso incesante de elaboraciones metapsicológicas que Freud tiene en mente pareciera análogo al que alude Otto Neurath con su metáfora sobre la construcción del co-nocimiento científico: “somos como navegantes que tienen que transformar su nave en pleno mar, sin jamás poder des-mantelarla en un dique de carena y reconstruirla con los me-jores materiales.” (Neurath, 1932/1965: 206).14 En otro lugar hemos examinado la perspectiva ontológica de Freud a la luz del debate realismo-antirrealismo, mos-trando las dificultades que impiden identificar completa-mente al pensamiento freudiano con una de ambas posturas (Azcona, 2013).

10 “Freud forsook his initial, ontologically reductive notion of scientific status in favor of a methodological, epistemic one”11 “he explicitly deemed the metapsychology epistemologica-lly expendable as compared to the clinical theory.”

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Conclusiones

En este escrito hemos analizado la afirma-ción de Grünbaum sobre la pretendida conexión necesaria entre éxito terapéutico y validación teó-rica. Esperamos haber dado razones suficientes para concluir que dicha afirmación es equivocada: a) Freud no veía al éxito terapéutico como un in-dicio privilegiado para ponderar la validez de sus teorizaciones y, además, los fracasos terapéuticos eran para él indicadores epistémicos más conve-nientes para avanzar en la construcción del cono-cimiento psicoanalítico; b) la validez de una teoría es algo que mantiene relativa independencia epis-témica de sus aplicaciones prácticas específicas; c) pueden diseñarse investigaciones extraclínicas sobre la validación de algunas hipótesis psicoa-nalíticas sin hacer intervenir al éxito terapéutico como variable de análisis; y d) porque el planteo de Grünbaum omite considerar el papel desempe-ñado por la metapsicología en la validación de los fundamentos clínicos, para lo que se necesita tras-cender la racionalidad instrumental y avanzar ha-cia otro tipo de criterios, que él no ha considerado.

Estas conclusiones no deberían conducirnos a rechazar las posibilidades de estudiar la efica-cia terapéutica o la efectividad comparada de las distintas praxis psicoterapéuticas. Aunque éste ha sido y sigue siendo uno de los tópicos más contro-versiales en diversos campos de la psicología clí-nica, sobre todo por las dificultades implicadas en la definición misma de constructos como eficacia o por los obstáculos en la circunscribir las varia-bles intervinientes, etc.; actualmente disponemos de evidencia contundente sobre la efectividad del psicoanálisis y de las distintas variedades de psi-coterapias psicoanalíticas (Shedler, 2010; Fonagy, 2015).

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RESUMEN La noción de autonomía viene siendo formalizada desde distintos sectores vinculados

al territorio de la discapacidad, particularmente desde la elaboración de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CDPD). Ésta implica, principalmente, decidir sobre la forma en que se quiere vivir la propia vida, y llevarla adelante en la comunidad. Sin embargo, para que ello se concrete, actualmente se solicitan legislaciones y políticas públicas integrales, garantes de los servicios y las medidas de apoyo favorecedores de esta vida autóno-ma. Esto muestra una de las paradojas del territorio de la discapacidad: si bien la mayor parte de las transformaciones se dieron de manera verdaderamente autónoma, gracias a luchas y reclamos llevados adelante por movimientos políticos, agrupaciones autogestionadas, e indi-viduos en situación de discapacidad, se le exige cada vez más al Estado, las obras sociales y al mercado, que intervengan en las transformaciones que se adeudan, encontrando más obstácu-los e impedimentos que facilidades. Se favorece así una sociedad heterónoma e infantilizadora: otros toman a su cargo la responsabilidad de la transformación, representando y decidiendo por este sector poblacional. Se concluye que la autonomía exige que esta población pueda darse las reglas para su propia vida, pero pensando más allá del Estado, del mercado y de las obras sociales; es decir, de manera autogestionada. Se requieren entonces de tácticas y estrategias que transformen el territorio de la discapacidad, y la compleja situación a la que somete a quie-nes lo habitan, a través del mayor distanciamiento posible de la gubernamentalidad neoliberal.

PALABRAS CLAVE: Situación de discapacidad; Autonomía; Territorio; Procesos de subjeti-vación; Relaciones de poder

ABSTRACTThe notion of autonomy has been formalized from different sectors linked to the terri-

tory of disability, particularly since the development of the Convention on the Rights of Persons with Disability (CRPD). This implies, mainly, to decide on the way in which people want to live their own life, and take it forward in the community. However, for this to happen, we are currently requesting comprehensive legislation and public policies, guarantors of services and supportive measures of this autonomous life. This shows one of the paradoxes of the territory of disability: although most of the transformations happened in a truly autonomous way, due to struggles and demands carried out by political movements, self-managed groups, and indi-viduals in disabling condition, it is increasingly required to the State, social works and market, to intervene in the transformations that are due, finding more obstacles and impediments than solutions. An heteronomous and childlike society is favoured: others take responsibility for the transformation, representing and deciding for this population sector. It is concluded that autonomy requests this population can make the rules for their own life, but thinking beyond the State, market and social works; that is, in a self-managed way. It involves tactics and stra-tegies that change the territory of disability, and the complex situation to which it is submitted to those who inhabit it, through the greatest possible distance from neoliberal governmentality.

KEYWORDS: Disabling condition; Autonomy; Territory; Process of subjectivation; Power relations

La autonomía en el territorio de la

discapacidadRecibido: 22/09/17Aceptado: 6/10/17

Dr. A. Martín ContinoUniversidad Nacional de Rosario (UNR)

Instituto Universitario de Rosario (IUNIR)

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Sobre la autonomía

Etimológicamente, el término autonomía se compone de dos partes: autos, que significa ‘por sí mismo’, y nomias, que remite a regla, por lo que esta noción puede ser pensada como aquello que “se rige por sus propios estatutos o acuerdos” (Be-nítez, 2016: 16).

Según Castoriadis (2005), la posibilidad de darse las propias reglas a partir de las cuales se quiere vivir, emerge concretamente en la antigua Grecia, cuando la forma de vida de la polis reempla-za la hegemonía del pensamiento mítico, cargado de rituales y normativas emanadas de lo que, según se pensaba, era la disposición de los dioses.

Esta nueva forma de sociedad no podría ha-berse dado a su vez sin la isonomía, que remite a una “igual participación de todos los ciudadanos en el ejercicio del poder” (Vernant, 1984: 47). Es decir, una sociedad con estas características no hubiese sido posible sin una “igualdad plena y total” (78) entre los ciudadanos, los cuales deberían participar en su conjunto para definir la forma de vida en la polis, sin delegar sus funciones ni ser sustituidos por otros en el proceso.

Ya en relación a la Modernidad, Conill San-cho afirma en su texto La invención de la autono-mía, esta noción empieza a tener un nuevo sentido hacia el siglo XVII y XVIII, en el marco de las cien-cias jurídicas, pero impulsada a su vez por la defi-nición filosófica que Immanuel Kant le otorga en su escrito La metafísica de las costumbres, de 1875, en donde plantea la autonomía como la posibilidad del ser humano de determinarse a sí mismo, por sí mismo, en virtud de su capacidad racional (Delgado Amado, 2016).

Se fundamenta aquí filosóficamente un pun-to de conexión con el discurso jurídico, que todavía subsiste, el cual vincula la autonomía con la capa-cidad jurídica; esto es, la capacidad de decidir de manera consciente y voluntaria los propios actos, haciéndose responsable de los mismos.

Hubo que esperar hasta el siglo XIX para que llegara una nueva forma de concebir la autonomía, en esta oportunidad, de la mano del anarquismo.

Para Cappelletti, uno de los principales re-presentantes del anarquismo en la región latinoa-mericana, la autonomía remite a la posibilidad de decidir “todos los aspectos de la vida social, de la administración, de la sanidad, de la educación, de la cultura, etc. Y desde este punto de vista sustituye a toda autoridad política” (2011: 63).

Según el anarquismo, la autoridad política, el Estado, o cualquier forma de centralismo en el

ejercicio del poder, constituye uno de los mayores obstáculos para la posibilidad de vivir de manera autónoma:

La autonomía en el pleno sentido de la palabra no es ni puede ser otra cosa que la eliminación de toda forma de centralismo, por ser este mismo contrario a la idea de la autonomía, donde los individuos y organizaciones tie-nen plena independencia de todo aquello que los obli-gue a X cosa (Benítez, 2016: 14).

Es decir, una vida acorde a la autonomía im-plica necesariamente la “negación de todo poder permanente y de toda autoridad instituida (…) [de manera que no] sustituyan a la voluntad de cada uno, [ni] determinen el destino y la vida de todos” (Cappelletti, 2011: 16-17).

La noción de autonomía en los movi-mientos sociales, agrupaciones autogestio-nadas y las producciones teóricas de los/as profesionales

El proceso de favorecimiento de la autonomía de los sujetos en situación de discapacidad, parece ser incipiente y todavía algo incierto, si se tiene en cuenta que, en muchas teorizaciones y formaliza-ciones de los últimos cincuenta años, parece haber-se dejado de lado algunas de las formulaciones que se hicieron respecto de esta noción, especialmente por parte de la filosofía y del anarquismo.

Si bien existen algunas producciones escritas pertenecientes a determinadas agrupaciones auto-gestionadas conformadas en todo o en parte por sujetos en situación de discapacidad, así como for-malizaciones teóricas elaboradas por parte de pro-fesionales de diversas disciplinas vinculados de una u otra manera con este fenómeno, todavía no es po-sible encontrar una noción clara sobre la forma (o las formas) en que se puede pensar la cuestión de la autonomía en el territorio de la discapacidad. Esta suerte de ambigüedad o poca precisión conceptual genera incluso que, en muchas de estas produccio-nes escritas, no quede tan clara la diferencia entre autonomía, independencia, autovalimiento o inclu-so desinstitucionalización.

De hecho, la inserción de la noción de auto-nomía para pensar posibles transformaciones en este territorio es relativamente reciente, dado que data de hace poco más de una década. Sin embargo, experiencias llevadas adelante por parte de agrupa-ciones que se manejaban de manera autogestiona-da, pueden rastrearse desde hace más de un siglo. Se trata en general de organizaciones de individuos

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sordos y de ciegos, quienes reclamaban ser tenidos en consideración en varios sentidos, principalmen-te por parte del sistema educativo y laboral. (French y Swain, 2008; Sacks, 2012).

De todos modos, más allá de estas experien-cias aisladas, hasta la década de 1950 las condicio-nes subjetivas y/o físicas denominadas como mi-nusvalía, impedimento, etc., eran concebidas como una tragedia personal que significaba irremediable-mente una marginación respecto de la vida social (Barton, 1998; Ferrante, 2014).

Es a partir de dicho momento histórico, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, cuando este sector poblacional profundizó la visibilización de su situación, incrementando cada vez más la rea-lización de diversas acciones que han contribuido desde entonces a transformar en mayor o menor medida su situación.

Haciendo un breve, acotado y arbitrario rele-vamiento por algunas de estas experiencias, se pue-de mencionar como una de las primeras de Argenti-na, a la del club Marcelo J. Fitte Pro Superación del Lisiado. Se trata de un club fundado en la década de 1950 en Buenos Aires, cuyos socios fundadores se encontraban afectados por la epidemia de polio-mielitis de esa época. Su postura respecto de cómo querían ser vistos era clara:

No deseamos protección ni amparo, ni subvenciones pasivas que nada solucionan en el fondo, y sí buscamos, en cambio, la adopción de medidas activas que favorez-can nuestra rehabilitación absolutamente integral y que posibilite nuestro derecho a trabajar, estudiar y capa-citarnos como ciudadanos (En Marcha, 1958: 2, según cita Ferrante, 2014: 34).

Si bien en otros aspectos se encuentra presen-te una cierta postura rehabilitadora de la discapa-cidad, además de una mirada deficitaria el cuerpo “lisiado” en relación al cuerpo normal, la iniciativa autogestionaria de fundar un club y una publica-ción periódica (denominada En Marcha), la cons-trucción autónoma de una mirada propia respecto de su situación, y la renuncia a políticas basadas en el asistencialismo, sitúan esta experiencia como pionera en este territorio.

Por otro lado, se puede mencionar el Movi-

miento de Vida Independiente, nacido en 1962 en Estados Unidos, el cual se constituye como una experiencia inicialmente individual, luego deveni-da en agrupación autogestionada, y más tarde en movimiento social. Este Movimiento aporta uno de los antecedentes más importantes, por su trascen-dencia internacional, en relación a la lucha por la autonomía y la vida en la comunidad por parte de este sector poblacional.

Esta experiencia comprende a un sujeto en si-tuación de discapacidad (tetrapléjico) llamado Ed Roberts, quien se propuso enfrentar toda una serie de obstáculos hasta ser admitido como estudiante la Universidad de California, en Berkeley, en un momento histórico en el que esta posibilidad, para alguien que se desplazaba en silla de ruedas, no era ni siquiera contemplada como opción.

Si bien fue finalmente aceptado, comenzó a cursar de manera aislada del resto, en la Enfermería, por ser el único sitio accesible para sillas de ruedas. Esto motivó una segunda fase en su lucha: cursar junto al resto de sus compañeros/as,

dado que él afirmaba no estar enfermo como para cursar en ese sector de la Universidad.

Una vez ganada esta segunda fase de la lucha, se desplegó una nueva etapa que trascendió lo indi-vidual, para abarcar a un conjunto de individuos de este sector poblacional cuyas aspiraciones univer-sitarias se encontraban vivas, pero obstaculizadas por una educación superior construida en base al modelo de la normalidad. Emergió así un pedido cada vez más extendido de participación académica por parte de los sujetos en situación de discapaci-dad, motivada por una lucha individual que habilitó a otros a abogar por cambios en las estructuras aca-démicas y edilicias universitarias, de manera de po-der recibir estudiantes con diversas características físicas y sensoriales (Ferreira y REDI, 2011).

Roberts y los/as estudiantes que continuaron su lucha, conformaron entonces un grupo denomi-nado Rolling Quads (Tetrapléjicos sobre ruedas), y más tarde, en 1972, fundaron el primer Centro para la Vida Independiente (Hayasi y Okuhira, 2008). Estos Centros se extendieron luego a otras ciuda-des de Estados Unidos y a otros países del mundo, abriéndose de manera autogestionada, siempre por individuos pertenecientes a cada localidad.

Lo políticamente novedoso era que estos Cen-tros eran dirigidos y controlados por los propios sujetos en situación de discapacidad -en contraste con otros servicios comandados por profesionales

“La independencia sugiere que no se necesita asistencia, ayuda, acompañamiento o apoyo de nadie; postura que refuerza el individualismo competitivo inherente al capitalismo”

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centrados en tratamientos dentro de ámbitos ins-titucionales-. Se caracterizaban por proporcionar una gama de servicios y sistemas de apoyo diseña-dos para que la persona con discapacidad adopte un estilo de vida de su propia elección dentro de la comunidad. Para ello, uno de estos Centros, más precisamente el de Derbyshire, identificó siete ne-cesidades básicas para la vida independiente: infor-mación, apoyo de igual a igual, alojamiento, equi-pamiento, asistencia personal, transporte y acceso al entorno (Barnes, 2006).

El Movimiento de Vida Independiente se constituye de este modo como una alternativa a la vida en hogares o en establecimientos instituciona-les, optando por desafiar “la opresión y la segrega-ción institucional y la ausencia de derechos básicos tales como la accesibilidad, el empleo igualitario, la vivienda y el transporte” (Hayasi y Okuhira, 2008: 239). Para este Movimiento, la independencia es considerada como la capacidad de tomar decisiones sobre la propia vida y contar con el apoyo necesario para concretarlas (Palacios, 2008).

Ahora bien, otros activistas en situación de discapacidad, especialmente en Gran Bretaña, han propuesto la expresión vida integrada o inclusiva en lugar de vida independiente, basados en la pos-tura que plantea que los seres humanos son por de-finición seres sociales y que, por ende, no es posible ser interdependiente. En otras palabras, para cual-quier ser humano sería inconcebible una vida ver-daderamente independiente (García Alonso, 2003). La independencia sugiere que no se necesita asis-tencia, ayuda, acompañamiento o apoyo de nadie; postura que refuerza el individualismo competitivo inherente al capitalismo, imperante en la mayoría de las sociedades actuales.

Por otro lado, la noción de independencia que se sugiere desde el movimiento estadounidense, también se diferencia de la que utilizan en general los/as profesionales que adhieren al Modelo Médi-co o al Funcionalista, la cual se encuentra en íntima relación con la noción de autovalimiento, entendida como la posibilidad de realizar actividades de la vida diaria por sí mismo, como las de autocuidado, por ejemplo (bañarse, vestirse, cocinar, comer, etc.).

Hacia la misma época, la Unión de Personas con Discapacidad Física contra la Segregación (UPIAS por sus siglas en inglés), nacida en Londres (Inglaterra), lanza un comunicado conformado por un conjunto de ideas que representaban un cambio radical respecto de lo que se sostenía sobre la disca-pacidad. Se trata de los Principios Fundamentales de la Discapacidad, basados en una histórica dife-renciación entre la noción de deficiencia y la de dis-

capacidad (UPIAS, 1976). El documento aboga fun-damentalmente por un cambio en las legislaciones, de manera de reducir la dependencia del Estado e incrementar las políticas “que fomenten la inde-pendencia y la participación activa en los aspectos principales de la vida” (UPIAS, 1976: 22).

Un dato pertinente para el presente escrito, y que amerita ser resaltado, es que el término au-tonomía no es mencionado en ningún momento en este documento.

Ya entre fines de la década de 1970 y princi-pios de 1980, surgen los denominados Estudios en Discapacidad (Disability Studies), primero en In-glaterra, para posteriormente propagarse a Canadá, luego a Estados Unidos, y más tarde a muchos otros países, entre los cuales se encuentra la Argentina.

En ellos comienza a formalizarse el Modelo Social de la discapacidad, en contraposición al he-gemónico Modelo Médico, que se caracteriza por su orientación individualizante, patologizante, y reha-bilitadora de la discapacidad.

Los principales promotores del Modelo Social son profesionales en situación de discapacidad, por lo que se caracterizan por habitar ambos territorios a la vez: el académico y el de la experiencia perso-nal de este fenómeno. No se trata de un Modelo meramente teórico o abstracto, sino más bien po-lítico-académico: sus producciones buscan siempre algún grado de transformación de la situación de la discapacidad. En este sentido, plantean que, para favorecer la vida independiente, se requiere de la emancipación en el mundo académico; esto es, “que los investigadores [pongan] sus conocimientos y habilidades al servicio de las personas con discapa-cidad y sus organizaciones” (Barnes, 2008: 387), y no al revés.

Las pocas veces que aparece el término auto-nomía en las traducciones al castellano de las pro-ducciones escritas por los/as autores/as ingleses del Modelo Social (Barton, 1998 y 2008), hacen re-ferencia a tres cuestiones relacionadas entre sí. Las dos primeras tienen que ver con la forma de orga-nización y de funcionamiento de las agrupaciones autogestionadas. Por un lado, se hace referencia a la importancia de que cada agrupación conformada por sujetos en situación de discapacidad, no inter-fiera en las acciones llevadas adelante por otras si-milares. En segundo lugar, se plantea que, para ser autónomas, no deben subordinarse las demandas propias de las agrupaciones de este sector pobla-cional a otras externas a ellas (Shakespeare, 2008). Por último, en la tercera mención, se afirma que “los valores fundamentales en el movimiento de las personas con discapacidad son la autonomía, la in-

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tegración y la independencia” (Shakespeare, 2008: 83), pero sin entrar en detalles de lo que se entiende por cada una de estas nociones.

En Argentina, los principales representantes del Modelo Social fueron acercándose de manera gradual a la noción de autonomía, pero sin des-plegar de una manera profunda y precisa su con-ceptualización, hasta la elaboración de la CDPC. A partir de ello, sí puede encontrarse que fue adqui-riendo un despliegue cada vez mayor.

Por ejemplo, Dell’ano (2012) plantea que exis-te actualmente un movimiento cultural y político, basado en la iniciativa de los sujetos en situación de discapacidad, “tendientes a reafirmar su autonomía e independencia, (…) dándose sus propias orienta-ciones (…), enfocándose a abandonar posturas tute-lares y a destacar la cuestión de los ‘derechos huma-nos’” (16) (las comillas son de la autora).

Pero una de las agrupaciones argentinas que más se encargó de trabajar la noción de autonomía, es REDI (Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad), surgida en 1998 en la Ciudad Autó-noma de Buenos Aires.

Cuenta con numerosas producciones escritas, tanto en papel como en formato digital, incursio-nando en ocasiones en la escritura de algunas re-flexiones teóricas y, en otras oportunidades, en la elaboración de documentos destinados a explicitar su postura política respecto de diversos temas coti-dianos.

Entre sus producciones, hay dos que adquie-ren particular interés para este escrito. Se trata de dos libros elaborados a partir de encuentros pre-senciales organizados abordar el problema de la au-tonomía y arribar a propuestas de acción concretas (REDI, 2011 y 2013). Allí se plantea el derecho a la autonomía como un instrumento de participación social, y se sostiene que el mayor grado de autono-mía posible depende de la construcción de un sis-tema de servicios integral e integrado en la comu-nidad, sostenidos en el modelo conceptual y legal que ofrece el Modelo Social en general y la CDPD en particular (REDI, 2011).

Autonomía no es arreglárselas solo, es contar con con-diciones para llevar adelante aquello que deseamos, te-ner una actitud proactiva respecto de las cosas de uno mismo, desde la elección de dónde y qué estudiar, hasta el poder elegir si quiero o no tomar sopa y de quién la quiero recibir (Coriat, 2013: 22).

Por lo tanto, éste sería el primer principio de la Convención a reivindicar. “El principio de la au-tonomía es básico en cualquier estructura democrá-

tica, ya que sin éste existe sustitución y opresión” (Chávez Penillas y REDI, 2011a: 34). Posibilita ac-ceder a un rol protagónico, ejercer y exigir la rei-vindicación de los propios de derechos, y evitar así modelos políticos paternalistas, sustitutivos y opre-sivos (REDI, 2011 y 2013).

Profundizando en la significación que REDI -basándose en la CDPD- le otorga a la noción de autonomía, deviene importante destacar que ésta presenta para ellos una doble dimensión: moral y como derecho.

La autonomía moral, que está contenida como un prin-cipio legal e interpretativo en el artículo 3, es una de las bases de todos los derechos de la CDPD, entre ellos, el derecho a la vida autónoma, el derecho a la accesibili-dad, el derecho a la toma de decisiones y al ejercicio de la plena capacidad jurídica, entre otros.La autonomía moral es la que nos permite vivir de acuerdo con las reglas que deseamos darnos a nosotros mismos, es decir, vivir de acuerdo con nuestros propios deseos e intereses. Por ejemplo, decidir sobre nuestra vida afectiva, nuestras relaciones comunitarias, nues-tro estilo de vida, entre otros (Chávez Penillas y REDI, 2011a: 34).

Como resultado de esta forma de concebir la autonomía, por ejemplo, se puede mencionar el hecho histórico de que, en el momento de la elabo-ración de la CDPD, este sector poblacional se dio a sí mismo la denominación de personas con disca-pacidad, eligiendo abandonar otras como personas con necesidades especiales o con capacidades dife-rentes o discapacitados o con padecimiento mental (Chávez Penillas y REDI, 2011a). Si bien aún exis-ten debates e indefiniciones dentro de las distintas agrupaciones, puede considerarse que haber adop-tado por sí mismos convencionalmente una nomi-nación que los identifique, es un claro ejemplo de ejercicio de la autonomía.

Por otro lado, la autonomía como derecho, puede ser pensada como

el remedio o la tutela efectiva de poder vivir de manera independiente, sin que esa circunstancia afecte a nues-tra autonomía moral. Por ejemplo, contar con medios de accesibilidad, asistencia personal, vivienda integrada en la comunidad, contar con apoyos para la vida diaria, entre otros (Chávez Penillas y REDI, 2011a: 34).

La importancia de concebir a la autonomía como un derecho es crucial, dado que, sin éste, se deniegan otros derechos que se derivan a su vez de él (Chávez Penillas y REDI, 2011b: 45), como por

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ejemplo las políticas y programas de promoción de empleos, la posibilidad de crear o participar de or-ganizaciones gubernamentales y no gubernamenta-les, la contratación de los servicios de apoyo que se requieran en cada caso, etc.

Un derecho en particular que amerita un pá-rrafo aparte -adquirido a partir de la Convención y potenciado muy especialmente por la agrupación REDI-, es el de la autonomía política, ejercido me-diante consultas en el diseño de normas y políticas públicas, monitoreo y seguimiento del cumplimien-to de algunos artículos de la CDPC, y a través de la participación política internacional, mediante informes que pueden ser presentados al Comité sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, así como el régimen de informes in-dividuales del Protocolo Fa-cultativo (Chávez Penillas y REDI, 2011a).

Gubernamentalidad y heteronomía en las sociedades actuales: el caso de las legislacio-nes y políticas públicas argentinas

Lo expuesto hasta acá habilita a formular una pregunta crucial: las políticas públicas en Argenti-na, ¿van en la línea de apoyar la vida autónoma de los sujetos en situación de discapacidad o, por el contrario, tienden a su invisibilización como acto-res políticos y, en consecuencia, a la negación de un posicionamiento protagónico?

Las primeras legislaciones referidas al fenó-meno de la discapacidad son de la década de 1970, y casi todas refieren a diversos beneficios y excep-ciones pensadas de manera particular para sectores bien especificados: ciegos, amblíopes, minusváli-dos, disminuidos, etc. (Contino, 2016).

Sin embargo, en 1974 surge una ley que pre-senta algunos rasgos muy diferentes a los que se encuentran presentes en todas las demás leyes de la época. Se trata de la ley N° 20 923, impulsada por el Frente de Lisiados Justicialistas, que trabajó junto al club Marcelo J. Fitte y la Unión Nacional Socioeconómica del Lisiado, para la confirmación de esta normativa.

Aquí se presenta la discapacidad como una evidente situación de desventaja respecto de la si-tuación de otros actores sociales que no se encuen-tran atravesados por este fenómeno, por lo que el Estado debe ser quien instrumente los medios ne-cesarios para que “el discapacitado” –tal es la no-minación utilizada en dicha ley- cuente con ciertos

recursos que le permitan circular en lo social (en particular respecto de lo laboral) de un modo que contemple dicha situación de desventaja, como, por ejemplo, establecer la obligatoriedad de un cupo la-boral del 4 % de empleados estatales, en empresas mixtas y/o privadas destinado exclusivamente a su-jetos en situación de discapacidad (la cual continúa vigente a través de otras legislaciones actuales).

Además, esta legislación regula la creación de la Comisión Nacional del Discapacitado, desti-nada a dictar normas de aplicación y control de las disposiciones de la ley, aplicar sanciones, crear una Bolsa de Trabajo y crear un equipo técnico interdis-

ciplinario para determinar la orientación laboral en función de la discapacidad de cada uno. Se explicita que es responsabilidad “indelegable” del Estado re-gular la integración laboral.

Ahora bien, esta Comisión cuenta con la ade-lantada e inédita propuesta de que su directorio esté conformado por un 50 % de integrantes en si-tuación de discapacidad (pertenecientes a diversas entidades afines a la cuestión).

Este hecho puede leerse como una irrupción histórica extraña, no acorde a la época de la Argen-tina de ese momento, dado que apela a la participa-ción de individuos pertenecientes a este sector po-blacional en un ámbito de decisión creado por una ley. Tal es así que dicha ley será derogada en 1976, con la interrupción de la democracia por parte de la última dictadura cívico-militar, y sustituida por la ley 22 431, de 1981. Hasta la década de 1990, ya en un suelo histórico político muy diferente, no vol-verán a verse planteos similares, y de todos modos éstos serán escasos, tímidos y aislados (Contino, 2016).

A partir de la década de 1980 y hasta la pri-mera década del siglo XXI –a excepción de unas pocas excepciones desconectadas entre sí-, dos ras-gos hegemónicos caracterizan las legislaciones y las políticas públicas argentinas, dirigidas al fenómeno de la discapacidad.

El primer rasgo que se encuentra es el de la medicalización.

Las respuestas medicalizadas, ya sea en el marco de los opciones institucionales o bien ambu-latorias, se encuentran presentes desde mediados

“La importancia de concebir a la autonomía como un derecho es crucial, dado que, sin

éste, se deniegan otros derechos que se derivan a su vez de él”

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del siglo XX en las principales leyes, acorde a la construcción de la discapacidad como un problema individual, biológico, patológico, aleatorio y trágico (Contino, 2016). Si bien ello posibilitó brindar aten-ción terapéutica a un sector poblacional histórica-mente relegado, algunos autores sostienen que al mismo tiempo se generó un impresionante negocio de la discapacidad (Barnes, 1998), una formidable industria de la rehabilitación (Vallejos, 2009), que obviamente se sustenta en la subsistencia de la de-manda.

En otras palabras, el negocio de la discapa-cidad necesita que este fenómeno permanezca in-modificable, siempre en el terreno de los asuntos médicos, dado que de otro modo se interrumpiría el flujo de dinero, servicios, empleos y organizaciones construidas sobre la base de la discapacidad como algo que requiere casi exclusivamente de procesos de atención medicalizados (Contino, 2013).

El segundo rasgo radica en que los sujetos en situación de discapacidad son concebidos en las políticas públicas y legislaciones, como objetos de protección, tutelaje o asistencia.

Se trata de una lógica que, además de pater-nalista, ha sido definida como sustitutiva (llama-tivamente en concordancia con los planteos anar-quistas), dado que deja al sector poblacional más implicado en este fenómeno, virtualmente afuera de la posibilidad de tomar decisiones y/o definir as-pectos que les conciernen directamente, delegando esta importante responsabilidad en otros actores sociales no atravesados por la discapacidad.

Aunque esta clase de legislaciones y políticas públicas también posibilitaron transformar aspec-tos de la vida de este sector poblacional, que de otro modo hubieran sido impensados, perpetúan el he-cho de que históricamente los sujetos en situación de discapacidad han sido nombrados, hablados, pensados y escuchados por otros ajenos a su situa-ción (Contino y Ferrari, 2013), dificultando la posi-bilidad de materializar sus propios planes de vida. Como dice Rosato:

Las políticas estatales orientadas a la discapacidad in-troducen una diferencia entre sujetos, aquellos sobre los que se actúa, los discapacitados y aquellos que ac-túan sobre la discapacidad, los capacitados, los sujetos

de conocimiento y re reconocimiento, los que “saben” (2009: 239) (las comillas y cursivas son de la autora).

Ambos rasgos se entrecruzan y encuentran su mayor materialización hacia fines del siglo XX, en la ley N° 22 431 del año 1983, y la ley N° 24 901, de 1997, ambas referidas a las prestaciones básicas de atención integral a favor de los sujetos en situa-ción de discapacidad, en donde se plantea que sus beneficiarios/as disponen de prestaciones en lo te-rapéutico, educación, transporte, etc. Las obras so-ciales o coberturas médicas particulares, o el Esta-do a través de las suyas en caso de que el individuo beneficiario o su familia no posean ninguna, son las encargadas de cubrir las prestaciones: Hogares, Centros de Día, Centros Educativos Terapéuticos, apoyo a la integración escolar, etc.

La orientación prioritaria es la inserción en espacios institucionales, que se presentan, en su gran mayoría, en el subsector privado de la salud, aunque a su vez estas prestaciones son controladas por organismos estatales, pertenecientes al Minis-terio de Salud (tales como la Superintendencia de Servicios de Salud).

Cabe destacar que el término autonomía no aparece en absoluto en la ley N° 22 431; y aparece en una sola oportunidad en la ley N° 24 901, sim-plemente referida a la posibilidad de disponer de recursos económicos propios en caso de acceder a la inclusión laboral.

Ahora bien, a pesar de los objetivos busca-dos con la implementación de las mencionadas le-

gislaciones y de las políticas públicas que se desprenden de ella, la situación de disca-pacidad seguía siendo vivida y descrita como de margina-ción, exclusión, discrimina-ción, desigualdad, inequidad,

injusticia y opresión (Barton, 1998 y 2008).A partir de ello se propició la elaboración por

parte de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), de un tratado especial basado en los Dere-chos Humanos para intentar revertir dicha situa-ción: la Convención sobre los Derechos de las Per-sonas con Discapacidad (CDPD) (ONU, 2006). Fue presentada en el año 2006 y entró en vigencia al año siguiente, cuando un determinado número de países miembro la ratificaron a nivel nacional.

En concordancia con muchas otras legislacio-nes y tratados internacionales concernientes a otros sectores poblacionales, la CDPD ubica a las allí de-nominadas personas con discapacidad, como suje-tos plenos de derecho. Además, se presenta como

“De acuerdo a la Convención, se entiende por autonomía tanto la libertad de tomar decisiones propias, como lo que concierne a la independencia de las personas”

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una normativa supraconstitucional, por lo que sus postulados devienen ineludibles para el diseño de las políticas públicas y de las legislaciones de los Es-tados que elijan ratificarla (REDI, 2011), tal como es el caso de Argentina, que la ratificó mediante la ley N° 26 378 en el año 2008.

Con la finalidad de orientar el diseño de tales políticas, esta normativa internacional se organiza en torno a una serie de principios fundamentales que regulan todos sus artículos y anexos. Uno de es-tos principios fundamentales, según reza el inciso a) del artículo 3, es el de la autonomía.

De acuerdo a la Convención, se entiende por autonomía tanto la libertad de tomar decisiones propias, como lo que concierne a la independencia de las personas.

Además de ser un principio rector de la CDPD, la autonomía está contemplada también como un derecho (en el art. 19), el cual versa sobre el derecho a vivir de forma independiente y a ser incluido en la comunidad.

Para lograr esto, obliga a los Estados a adop-tar medidas a tal efecto, procurando en especial que:

a) las personas con discapacidad tengan la oportunidad de elegir su lugar de residencia, y dónde y con quién vi-vir,b) las personas con discapacidad tengan acceso a ser-vicios de asistencia domiciliaria, residencial, asistencia personal y otros servicios de apoyo que faciliten la inclu-sión en la comunidad, yc) que las instalaciones y los servicios comunitarios para la población en general tengan en cuenta las necesida-des de las personas con discapacidad y estén a su dis-posición.

Esto significa que ser autónomos y vivir en la comunidad, depende hoy de que estas medidas sean efectivamente propiciadas y posibilitadas por parte de los Estados (en todos sus niveles: nacional, provincial, municipal y comunal). Sin estas tecno-logías, dispositivos, ayudas, medidas y servicios de apoyo –recursos técnicos, asistencia personal, cam-bios en favor de la accesibilidad, diseños universa-les, etc.-, la marginación, segregación y opresión a la que históricamente se vio sometido este sector poblacional, se mantendrían intactas, obstaculi-zando la circulación y participación de lo social en igualdad de posibilidades que el resto de la pobla-ción.

Así las cosas, los sujetos en situación de dis-capacidad requieren a grandes rasgos de dos cues-tiones para una vida autónoma llevada adelante en

la comunidad: los servicios de apoyo que menciona el artículo 19, y que los servicios comunitarios para la población en general sean obviamente accesibles para este sector (transporte, educación, salud, vi-vienda, información, etc.).

Estas dos cuestiones, a su vez, se encuentran ineludiblemente entrelazadas, ya que por más acce-sibles que pudieran resultar las instalaciones y ser-vicios comunitarios para la población en general, si no se cuenta con los apoyos necesarios para salir del lugar de residencia y llevar adelante la vida de acuerdo a la decisión propia, difícilmente se pueda hacer uso de ellos (Chávez Penillas y REDI, 2011a).

Todo esto también implica, en consecuencia, que, si se adhiere a lo postulado en la Convención, tanto los Estados como la sociedad en general, de-berán trabajar para derrumbar las barreras existen-tes en el plano de lo arquitectónico, lo comunicacio-nal, lo actitudinal, etc., que obstaculizan o impiden la concreción de proyectos orientados a la vida au-tónoma y en la comunidad.

Retornando a la noción de autonomía, cabe especificar que ésta aparece otras tres veces más a lo largo de la Convención, pero ya no para ser des-plegada o profundizar su significación, sino para enumerarla dentro de otros aspectos igualmente deseables para los sujetos en situación de discapa-cidad, tales como el bienestar, la salud, la dignidad, la autoestima, las necesidades, etc.

Ahora bien, es un dato relevante el hecho de que la CDPC conviva todavía con legislaciones como la 22 431 y la 24 901, elaboradas en otro momento histórico, en donde primaba la mirada médica y la lógica de la inserción en diversos establecimientos institucionales –en general, del sector privado de salud- como la principal forma de abordar el fenó-meno de la discapacidad.

Por lo tanto, se produce aquí un punto de entrecruzamiento que anuda dos órdenes bien di-ferentes: por un lado, las reglas del mercado, que dictaminan que estos establecimientos encontra-rán mayor rentabilidad al tener la mayor cantidad de personas posibles ingresados como concurren-tes o alojados, y el mayor tiempo posible (Contino, 2016). Por otro, la obligación por parte del Estado de favorecer la desinstitucionalización y la vida en comunidad de los sujetos en situación de discapaci-dad, tal como lo exige la CDPC.

Se espera entonces que -de alguna misteriosa manera-, la inserción en el orden institucional de los sujetos en situación de discapacidad conduzca en algún momento a la materialización de una vida autónoma llevada adelante en la comunidad, aun-que ello implique una pérdida económica conside-

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rable a la empresa que lo realice. Como se ve, se tra-ta de dos racionalidades completamente diferentes, que se dirigen a dos objetivos irreconciliables entre sí.

Si a esto se le suma la escasez de políticas pú-blicas integrales (es decir, que no hayan sido pen-sadas exclusivamente para este sector poblacional) que contemplen la accesibilidad universal en ma-teria de transporte, educación, salud, asistencia social, recreación, etc. (Chávez Penillas, Ferrari, REDI, 2011), se llega a donde hoy se encuentran los sujetos en situación de discapacidad: segrega-dos en circuitos exclusivos para ellos –y por lo tanto excluyentes-, e inmersos en todo un entramado de dinero, profesionales, personal de apoyo, cursos, capacitaciones, etc., que conforman lo que algunos autores llaman exclusión incluyente:

La exclusión tiene aquí el sentido foucaultiano de la se-paración y expulsión. Sin embargo, esa separación no ubica a los sujetos por fuera de la sociedad (...). La ex-pulsión no refiere a un “afuera” de la sociedad, sino a un exterior de ciertas prácticas y circuitos institucionales (...). Sin embargo, este estar “afuera” de ciertas prácti-cas e instituciones supone, a la vez, ser incluida en otras prácticas y otros circuitos institucionales (...) destina-dos a la corrección normalizadora. (...) Se trata entonces de una suerte de exclusión incluyente (Kipen y Vallejos, 2009: 166-167) (las comillas son de los autores).

Se definen así, de manera externa, modos es-pecíficos –casi siempre exclusivos y excluyentes- de habitar, transitar y participar de lo social, por lo que podría hablarse -al decir de Castoriadis (2005)- de una causa heterónoma en la conformación de la forma de vida de todo este sector poblacional.

Esto significa que algunos pocos definen el modo de vida de otros muchos; en este caso, con dos agravantes. En primer lugar, de que lo hacen sin vivenciar ni haber vivenciado nunca las mismas experiencias que este sector poblacional transita cotidianamente.

Y, en segundo lugar, que se trata generalmen-te de políticas públicas que según Merklen (2013), apelan a la autonomía del individuo, dado que no funcionan solas. En este caso, se trata de una forma de concebir la autonomía que implica simplemente que cada beneficiario sea responsable de sí mismo y que se mantenga activo en toda circunstancia en lo que respecta a estas políticas públicas, activando los mecanismos necesarios que éstos comiencen a funcionar, independientemente de las dificultades o complicaciones que conlleve su circuito burocrá-tico.

Desde el pensamiento de Foucault (2009), para que se establezcan relaciones de poder entre los seres humanos mediante las cuales unos pocos puedan diagramar la forma de vida de otros mu-chos, y que, al mismo tiempo, esos muchos acepten y se sometan a la diagramación de su vida por parte de esos pocos, se requiere de la gubernamentali-dad.

La noción de gobierno presente en el neolo-gismo gubernamentalidad, no designa en este caso a las estructuras políticas o estatales, sino que se re-fiere más bien a la forma en la que puede dirigirse la conducta de los otros, tanto individuos como gru-pos, de acuerdo a una determinada racionalidad, y sin recurrir para ello a la dominación, la violencia, la coerción, la prohibición, la restricción (Foucault, 2009). Así, mediante diversas estrategias de gobier-no, lo humano se va constituyendo: se naturalizan formas de normalización, estilos de socialización, comportamientos, prácticas, rituales, modos de ha-cer algo con uno mismo, etc.

El poder opera así a nivel microfísico (Fou-cault, 1992a), por lo que más que como una sustan-cia cuya tenencia garantiza la obediencia, puede ser pensado como un flujo que penetra en los cuerpos, seduce y los transforma, favoreciendo a partir de ello la productividad, el deseo, la docilidad y la uti-lidad.

De todos modos, cabe recordar que si bien el poder produce individuos a través de las transfor-maciones que opera en ellos, sólo es capaz de fun-cionar porque otorgan siempre un margen de ac-ción, un mínimo de libertad. No podría haber poder sin posibilidad de resistencia, sin que existan po-sibilidades de libertad por todas partes (Foucault, 2007).

En consecuencia, a pesar de que la guberna-mentalidad neoliberal actual favorezca escenarios heterónomos, sostenidos en relaciones de poder mediante las cuales algunos pocos diagraman la vida de muchos otros en situación de discapacidad, cabe preguntarse: ¿cuáles serían las posibilidades de libertad, de resistencia y de margen de acción que podrían desplegar a pesar de ello los sujetos en situación de discapacidad? Esto es, ¿cómo pensar procesos de subjetivación que desnaturalicen, in-terroguen y cuestionen la heteronomía presente en las condiciones de vida de este sector poblacional, de manera de favorecer modos de vida cada vez más autónomos?

Procedimientos de sujeción y procesos de subjetivación en el territorio de la discapa-cidad

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Las características del territorio de la discapa-cidad muestran que, desde el principio, se diagramó en base a una relación asimétrica de saber-poder que viene promovida por un entrecruzamiento de los discursos médico, psiquiátrico, psi, pedagógico, religioso y jurídico. Luego de una efímera e infruc-tuosa etapa en la que algunas agrupaciones muy puntuales pretendieron formar parte de las instan-cias encargadas de tomar decisiones importantes respecto de este sector poblacional, triunfó esta concepción individualizante, medicalizadora y pa-ternalista de concebir el fenómeno de la discapaci-dad, el cual inevitablemente se hizo presente en las legislaciones y políticas públicas de las dos últimas décadas del siglo XX en adelante (Contino, 2016).

La asimetría presente en esta concepción pue-de ser observada prácticamente en todos los ámbi-tos sociales, ya sea que pertenezcan a la educación, la salud, la ley, etc. Remite a una bipartición entre dos clases de individuos, que establece una relación jerár-quica entre ellos, verticalis-ta, y obviamente desigual en lo que respecta al ejercicio del poder.

Quedan situados así, por un lado, recibiendo tratamiento, asistencia, beneficios, excepciones, quienes vivencias algunas de las formas de existen-cia que caen bajo la categorización de la discapaci-dad; y por otro, clasificando seres humanos, deci-diendo destinos, elaborando y ejecutando políticas, administrando recursos, corrigiendo formas y fun-ciones, pedagogizando por dentro o por fuera del sistema educativo, abordando terapéuticamente, quienes sólo se encuentran con el fenómeno de la discapacidad por razones laborales y/o profesiona-les.

Ahora bien, si piensa la discapacidad en tér-minos de territorio (Contino, 2016), esta asimetría no concierne solamente a las prácticas, sino que también tiene implicancias en el plano de la subje-tividad (Foucault, 1988).

Un territorio define un interior respecto de un exterior, pero no de manera clara y determinan-te, sino más bien de forma difusa, con fronteras un poco porosas. A pesar de esta laxitud en sus fronte-ras, un territorio es capaz de diagramar modos de vivir, de hacer, de pensar, de sentir, de desear, de acceder al placer, de los cuales cada uno de los ha-bitantes de ese territorio se apropia, los toma como propios, los asume como sus propiedades (Deleuze y Parnet, 2014). Por lo tanto, un territorio promue-

ve modos de subjetivación sobre sí mismo.Así, cuando en un territorio como es el de la

discapacidad existen condiciones de participación política tan escuetas para definir toda una serie de aspectos de la vida propia, cuando se limitan al máximo las posibilidades de decisión por parte del sector poblacional más implicado, por encontrar-se desplazadas a otros sectores de la población, se crean condiciones de posibilidad para la produc-ción de un tipo de subjetividad acorde a todo ello, caracterizado por la pasividad política, la infanti-lización, la desexualización, la naturalización de la circulación por circuitos marginales que se encuen-tran separados del resto de la sociedad, el acostum-bramiento al asistencialismo, a legislaciones y a las políticas públicas paternalistas (Contino, 2016).

Esto implica que no se interroguen mayor-mente los aspectos concernientes a cómo vivir la vida propia; qué actividades lúdicas, recreativas,

deportivas, culturales, educativas, o laborales reali-zar; qué procesos de atención aceptar; cómo circu-lar por lo social, etc. La vida del sector poblacional, queda así limitada a lo que hay disponible en una sociedad que paradójicamente no fue diagramada en base a la innegable multiplicidad de formas de existencia humana, y a su vez, sometido a un triple proceso que promueve modos de sujeción y subjeti-vación muy específicos.

En primer lugar, este sector poblacional se ve sujetado a habitar una sociedad pensada y diagra-mada de acuerdo a un modelo de normalidad im-posible de encontrar en todos los seres humanos. De la amplísima multiplicidad de formas de exis-tencia, se toma una, se la instituye como normal y se diagrama la sociedad en base a ella, creando con-diciones de vida excluyentes para todas las demás formas posibles de existencia.

En segunda instancia, cada uno de los indivi-duos que integra alguna de las formas de existencia humana que quedan por fuera de lo considerado normal, se ve sometido a un proceso de normali-zación que primero patologiza, luego diagnostica, a continuación clasifica, posteriormente certifica la discapacidad, y por último, promueve el ingreso en un territorio caracterizado por una asimetría de saber-poder que sólo puede definir la forma en que

“De la amplísima multiplicidad de formas de existencia, se toma una, se la

instituye como normal y se diagrama la sociedad en base a ella”

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este sector poblacional vivirá su vida de manera he-terónoma. El territorio de la discapacidad puede ser pensado entonces como un infantilizador, patológi-co y patologizante efecto de la gubernamentalidad actual.

La situación de discapacidad promueve así un entramado institucional y discursivo –es decir, de saber-poder-, que condiciona la diagramación de lo social, ubicando a quienes se hallan implicados directamente en este fenómeno en un lugar deter-minado, y a quienes no, en otro muy diferente. La naturalización de esa diagramación social y políti-ca, se encuentra legitimada a su vez por los modos de producción de subjetividad que promueven el te-rritorio de la discapacidad, tendiente a naturalizar, reproducir y hasta desear dicha situación. La tan proclamada autonomía, choca así con una socie-dad heterónoma e infantilizadora: otros nos repre-sentan y deciden por nosotros (Guattari y Rolnik, 2013).

Por último, el tercer paso de este proceso, es una vuelta irónica que mantiene a gran parte de este sector poblacional en una situación de de-tenimiento, de espera pasiva. Se trata de los obs-táculos y las trabas burocráticas que caracterizan todos los mecanismos y procedimientos pensados originalmente para facilitar la vida de los sujetos en situación de discapacidad. Ya sea desde el Estado, las obras sociales o el mercado –en este caso, repre-sentado por el sector privado de salud-, lo habitual es que se produzcan toda clase de complicaciones que impidan sistemáticamente concretar las venta-jas, materializar los beneficios, o garantizar los de-rechos contemplados en las diferentes legislaciones o propuesto en las diversas políticas públicas.

Así las cosas, en este territorio, se llega a un paroxismo desesperante en todo lo que concierne a la tramitación de procesos de atención, ingresos institucionales, obtención de servicios terapéuticos y de apoyo –prótesis, terapias, integración escolar, pensiones, pases de transporte, etc.-; y luego se obliga los/as beneficiarios/as a tener que resolver las trabas burocráticas que impiden acceder a di-chos beneficios, obstáculos provenientes del Esta-do, las obras sociales y el mercado.

Es en función de las características tan parti-culares que adquiere este territorio que podría afir-

marse que el sujeto perteneciente a este sector po-blacional, no es discapacitado, ni se encuentra con discapacidad (dado que no porta individualmente una limitación, una deficiencia o un déficit que le represente una desventaja), sino que se encuentra “en situación de discapacidad” (Contino, 2007: 61), por el solo hecho de habitar este territorio.

En consecuencia, no basta con apelar a la CDPD si las prácticas profesionales, las prácticas como ciudadanos/as, y la diagramación de políticas públicas continúan sustentándose en una concep-ción de discapacidad que la presenta como una tra-gedia personal de naturaleza patológica, que debe ser circunscripta a circuitos especiales creados es-pecíficamente para individuos categorizados como personas con discapacidad por un certificado.

Es necesario potenciar la reflexión en torno a la noción de autonomía, estableciendo las diferen-cias que existen con el autovalimiento o la supuesta independencia concordante con lograr hacer por sí

mismo las actividades pro-pias de la vida cotidiana. También es necesario dife-renciar la autonomía de la capacidad jurídica o el ejer-cicio de la ciudadanía, inhe-rentes a la figura del sujeto

de derechos. A diferencia de ello, se pretende con las reflexiones que forman parte de este artículo, interrogar la forma de existencia que hoy define los modos de habitar lo social de todo este sector de la población (Ferreira y REDI, 2011) y, por ende, intentar favorecer alguna desterritorialización que promueva otros modos de subjetivación en el terri-torio de la discapacidad.

Los modos posibles de subjetivación son construcciones epocales que pueden y deben ser in-terrogados, indagados, desnaturalizados. En espe-cial, en todo lo que atañe a la presencia del Estado, en tanto éste es siempre vehiculizador de una racio-nalidad gubernamental en la que unos pocos ocu-pan los espacios estratégicos destinados a proponer los modos legitimados de existir y de relacionarse socialmente con los otros (Foucault, 1996a). Diver-sas instituciones, gran cantidad de prácticas, nume-rosos discursos, infinidad de saberes, innumerables legislaciones, multiplicidad de políticas públicas, materializan tecnologías de poder -dirigidas tanto a los individuos como a las poblaciones- que condi-cionan los modos de producción de subjetividad y tienden a sostener la reproducción del orden social existente, basado en la racionalidad de la política económica del capitalismo. Es por ello que, al decir de Foucault, deviene imprescindible resguardar:

“Los modos posibles de subjetivaciónson construcciones epocales que puedeny deben ser interrogados, indagados,desnaturalizados”

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el derecho de los sujetos privados a intervenir efectiva-mente en el orden de las políticas y de las estrategias internacionales. La voluntad de los individuos debe in-cardinarse en una realidad que los gobiernos han pre-tendido monopolizar. Ese monopolio es el que hay que socavar poco a poco y día a día (Foucault, 1996b: 212).

La gubernamentalidad actual promueve des-de los Estados la figura del sujeto de derechos, lo cual implica la tan esperada posibilidad de adquirir ‘voz y voto’ en algunos sectores poblacionales que históricamente fueron privados de ello. Sin embar-go, se trata de una voz y un voto dirigidos a legiti-mar los lugares del Estado, el mercado y las obras sociales como mediadores o definidores de lo que finalmente acontecerá en la vida de los sujetos en situación de discapacidad, manteniendo intacto este complicado circuito heterónomo.

Es por eso que, si se recuperan los aportes del anarquismo, la autonomía en el territorio de la discapacidad debería posibilitar pensar más allá del Estado, del mercado, de las obras sociales, de los familiares a cargo, de los profesionales, y de toda aquella instancia que se sitúe en un lugar verticalis-ta o definitorio, de modo que este sector poblacio-nal pueda darse sus propias formas de existencia, tanto de manera individual como colectiva.

Si ello no acontece, existiría causa heteróno-ma, la cual puede ser situada en toda modalidad de funcionamiento de lo social en la que su raciona-lidad no haya sido dada por ella misma, sino por una instancia o figura ajena, la cual se encontraría habilitada y legitimada para otorgar tal normativa (Castoriadis, 1983).

Pensar más allá de estas instancias obliga a asumir que, así como “no deseamos someternos a nadie, (…) tampoco deseamos someter a nadie” (Be-nítez, 2016; 28). La autonomía, por lo tanto, no se pide, ni se otorga, ni se enseña, ni se impone, sino que se conquista. Se conquista con experiencias, lu-chas o reclamos sin importar que sean individuales o colectivos, dado que de todos modos se trata de un proceso que se juega en ese punto de pliegue en que la subjetividad no es ni meramente individual ni solamente colectiva, ni interna ni externa, sino que concierne a ambos polos (Deleuze, 2015).

Entre el adentro y el afuera no hay separación sino con-fusión, inversión, intercambio… es el afuera el que abre un sí mismo, un adentro que no es más que el dobla-miento, el plegado del afuera, plegado que se produce cuando una fuerza se afecta a sí misma en lugar de afec-tar a otras fuerzas, es decir, mediante la relación consi-

go mismo (Domènech, Tirado, Gómez, 2001: 35).

Darse las propias reglas de acuerdo a las cua-les se quiere vivir, implica llevar hasta sus últimas consecuencias la proclama anarquista que afirma que “no hay nadie más calificado que tú para decidir cómo vivir” (Crespo Flores, 2012: 3). El costo que conlleva rechazar la seducción de las políticas pre-dominantemente sustitutivas y paternalistas, debe ser asumido a su vez de manera consciente por este sector poblacional y por quienes transitan por este territorio, dado que esta postura tampoco puede significar no contar con ningún tipo de alianzas. Al fin y al cabo, tal como afirma Vidal, el anarquismo ve “al ser humano como un ente social, codepen-diente del resto de miembros de la sociedad” (2013: 2).

La autonomía en el territorio de la discapaci-dad podría remitir entonces a la capacidad de cues-tionar y de consensuar, de decidir y de rechazar, de elegir y de equivocarse, de correr riesgos y de ha-cer algo nuevo, de apropiarse y de producir, de no reproducir y de acepar consecuencias, de salir de un lugar de dependencia y de asumir responsabi-lidades, de fantasear y de repetir diferente, de vivir entre otros y con otros, de proyectar, imaginar, in-ventar, crear, jugar con el sentir, el pensar, el decir y el hacer.

Consideraciones provisorias de cierre

Las principales transformaciones en el terri-torio de la discapacidad, no se han producido a par-tir de los tratamientos rehabilitadores individuales comandados por profesionales de la salud, ni por la promulgación de leyes específicas para este sec-tor poblacional, ni por las políticas públicas que de ellas se desprenden, ni por las campañas de con-cientización que se proponen pedagogizar acerca de los modos de ver y vincularse con los sujetos impli-cados en esta problemática.

Si bien dichas vías han permitido significati-vos avances y notables mejoras en la calidad de vida del mencionado sector poblacional, éstas no dejan de mostrarse acotadas. El recurso jurídico de apelar a los derechos legislados, parece un terreno tran-quilizador, pero limitado. Y además cabe señalar que, en muchos casos, sus alcances sólo conciernen al plano individual de quienes logran activar y ac-ceder a las políticas públicas o las propuestas dis-ponibles.

Por el contrario, las experiencias autogestio-nadas que se han dirigido a cuestionar enérgica-mente cada punto discapacitante que la sociedad

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produce (sean éstos de orden político, legislativo, institucional, profesional, comunicacional, arqui-tectónico, de transporte, etc.), llevadas adelante de manera autónoma por individuos, agrupaciones o movimientos sociales afectados por el fenómeno de la discapacidad, son las que han habilitado las gran-des sacudidas en relación a lo más instituido de este territorio. Es decir, quienes han sabido identificar, explorar y potenciar las posibles formas de desterri-torializar y reterritorializar este territorio.

Se puede pensar entonces que la autonomía en un individuo o agrupación en situación de disca-pacidad remite a una postura política radicalmente opuesta a la que promueven las causas heteróno-mas de las políticas públicas. Se corresponde más bien a la capacidad de operar en el nivel de las rela-ciones de fuerza local, de hacer y deshacer alianzas, etc. (Guattari y Rolnik, 2013). Es absolutamente necesario entonces leer la complejidad del territo-rio que se habita, siempre con miras a transforma-ciones sociales más amplias, y llevada a cabo “por los individuos y grupos que les concierne” (Guattari y Rolnik, 2013: 187).

Esta capacidad de leer su propia situación y lo que pasa en torno a ellos, “es la que les va a dar un mínimo de posibilidad de creación les va a per-mitir preservar ese carácter de autonomía tan im-portante” (Guattari y Rolnik, 2013: 65). Entre otras cosas, esto implica atenerse a uno de los postulados más innegociables del Modelo Social: los sujetos en situación de discapacidad son los expertos en sus propias vidas, de manera que se constituyen como la principal autoridad en lo que respecta a las trans-formaciones y modificaciones que requiere lo terri-torializado.

Se trata entonces de una posición política que implicará una constante crítica y resistencia respec-to de lo más estratificado de lo territorializado. Esto exige recuperar la importancia de lo autogestionado en lo que respecta a la conquista de la autonomía, aunque conlleve, en ocasiones, tener que arriesgar-se a pensar más allá del Estado, del mercado, de las obras sociales, de los profesionales, y de toda aque-lla instancia que pretenda ubicarse en situación de ejercer el poder de decidir y definir por otros.

Así, las transformaciones en el territorio de la discapacidad no pueden remitir solamente al pla-no de las prácticas, investigaciones o teorizaciones profesionales, ni a las meras decisiones estatales, ni a los servicios privados específicos, ni a la lucha aislada del sector poblacional implicado, sino que tiene que materializarse en modos autogestionados de hacer, sostenidas en lo cotidiano por parte de este sector poblacional; a veces entre unos y otros,

otras veces pensando más allá de estas instancias. Como sostiene Guattari, siempre que se recurra a la autogestión “el problema consiste en definir, en cada nivel de organización, el tipo de relaciones, de formas que deben alentarse, y el tipo de poder a instituir” (s.f.: 115), dado que toda experiencia auto-gestionada en lo micro sólo puede subsistir si entra en relaciones productivas con lo macro.

Según Belgich, la autonomía exige “crear sen-tido y transformarlo colectiva e individualmente” (2005: 339), y para ello se deberá resistir a uno de los lineamientos principales del territorio de disca-pacidad: el de las relaciones de poder asimétricas. Pensar más allá de… puede ser una forma de resis-tencia, dado que ésta puede residir tanto en callar, como en postergar o resistir (Foucault, 1992b).

La autonomía exige entonces procesos de subjetivación que permitan explorarla tanto a nivel individual, como a nivel colectivo, de manera de fa-vorecer procesos de desterritorialización que logren disolver la posición subjetiva infantilizada, depen-diente, asistida y pasiva; y posteriormente procesos de reterritorialización que favorezcan otras posibi-lidades. “La ‘autonomía’ se refiere a nuevos terri-torios”, afirma Guattari (Guattari y Rolnik, 2013: 174).

Asumir la autonomía en los modos de hacer cotidianos podría posibilitarle a esta población dar-se las reglas desde las cuales vivir la propia vida, tanto a nivel individual como colectivo, mediante tácticas y estrategias autogestionadas que transfor-men el territorio de la discapacidad, y la compleja situación a la que somete a quienes lo habitan. “Es decir, vivir de acuerdo con nuestros propios deseos e intereses” (Chávez Penillas y REDI, 2011b: 42).

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RESUMEN Mi ponencia parte de una crítica a un artículo publicado en el diario El País,

en enero de 2013. En éste se trata de manera sesgada y patologizante el tema de la asexualidad, coincidiendo con estereotipos y prejuicios que socialmente pesan sobre las personas asexuales. A partir de esta crítica, relato también mi experiencia de vida como asexual, y cuestiona la tendencia a patologizar todas conductas humanas que salen de la norma.

Soy asexual, no estoy enferma

Artículo por invitación

Dra. Elsa Ortiz RoseroUniversidad de Salamanca (USAL)

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El orden heterosexual

El orden sexual es la primera forma de clasifi-car a la humanidad. Es así que nuestra primera de-finición (y consecuente socialización) pasa por de-finirnos como mujeres u hombres. Luego vendrá la asignación de roles (los estereotipos) partiendo de las diferencias anatómicas, sobre las que la ciencia basará un sinnúmero de supuestos absurdos, entre los que se encuentra la heterosexualidad obligato-ria, como denominaba Adrienne Rich (1980) , teó-rica feminista que afirmaba que esta situación era una de las herramientas de opresión de la mujer.

He esperado algún tiempo para elaborar este testimonio, tiempo que me ha servido para refres-car mis vísceras en aras de elaborar ideas. Tiempo que ha estado teñido de varios colores: desde el frío blanco azulado de la soledad y el aislamiento, hasta el amarillo rojizo de la lava volcánica de la incom-prensión desde su cara más intrusiva, cuando con el calor de la amistad sobreviene la estigmatización y la falta de respeto. En el contexto político contem-poráneo, en el que la lucha por la aceptación de las distintas orientaciones sexuales, y la diversidad ge-nérica han conquistado terreno, me parecía inne-cesario hablar de mi experiencia, pues en la esfera pública ciertamente se pueden palpar los cambios. Sin embargo, hay momentos en la vida que una en-cuentra ciertos detonantes de emociones. El desen-cuentro que me produjo un artículo publicado en el diario EL PAIS (Madrid, 23 de enero de 2013), me movió a plasmar este testimonio.

A diferencia de la homosexualidad y la bi-sexualidad, que constituyen una transgresión al orden heterosexual desde las prácticas visibles, la asexualidad transgrede dicho orden a través de la omisión. Me defino como asexual porque no quiero tener relaciones sexuales ni con hombres ni muje-res, no me llaman la atención más que como ami-gos/as, y aunque como relato a continuación, esta particularidad me cobró más de una decepción, aprendí que nunca el precio es alto por ser uno mis-mo.

Vivir la diversidad sexual

Nací y crecí en una sociedad muy conserva-dora y clerical, y específicamente en una familia con esas características. Este detalle puede sonar irrelevante, pero la noción primaria de asexualidad (al menos para mí) en este contexto estuvo siem-pre asociada al celibato, porque en ambos casos las relaciones sexuales no existen. Así, la abstinencia como virtud, y la historia de los/as virtuosos/as

engrosaban la lista de modelos a seguir, pero des-de luego no fueron los únicos. Estaban también los personajes de cuentos, películas y telenovelas que dibujaban a príncipes azules valientes y empode-rados, a princesas delicadas en búsqueda de pro-tección y cobijo, incapaces de solventarse por ellas mismas su propia vida. Mostraban también a mu-jeres que vivían solas, que salían en escoba por las noches, pero cuyo fin nunca fue la felicidad. Eso sí, ni las princesas se rescataban entre sí, ni se amaban entre sí, ni los fornidos príncipes bajaban las armas para sacar su ternura y amarse entre sí.

Confieso que siempre viví con cierta inco-modidad la idea de volverme adulta, porque defi-nitivamente implicaba abrazar los estereotipos y el “deber ser” mujer. Y desde luego en nuestras so-ciedades hetero normativa, el núcleo de ese “deber ser” constituye la heterosexualidad. El término he-teronormatividad fue acuñado por Michael Warner (1991) y se refiere al conjunto de las relaciones de poder por medio del cual la sexualidad se normaliza y se reglamenta en nuestra cultura, y como conse-cuencia las relaciones heterosexuales idealizadas se institucionalizan y se equiparan con lo que significa ser humano.

A diferencia de mis compañeras de aula, pri-mas y hermana, convertirme en adolescente no su-puso gustar de un chico, y sin ese primer supuesto, tampoco existieron ni mariposas en el estómago, ni pálpitos apresurados de corazón, ni sueños eróti-cos, ni suspiros.

Ojo, hablo de chicos, porque la norma hetero-sexual no contemplaba como parte de ese proceso biológico y social que es el crecimiento, la atracción hacia otras mujeres. Para etiquetar y sancionar este tipo de atracción, estaban los sermones, las clases de religión, y unos cuantos libros que bajo la bande-ra de guía de sexualidad, enmarcaban las conductas lésbicas u homosexuales en las “desviaciones del comportamiento”. Pero, a mí tampoco me atraían las chicas, a pesar de que mi estética les hiciera pensar lo contrario a mis compañeras, mi familia y profesor@s. Muchas asumieron mi lesbianismo, y como consecuencia llegó la exclusión, particulari-dad que me permitió ver desde los márgenes a ese jarrón cuadrado y con agujeros que es la heteronor-matividad. Mi vida transcurrió a partir de ese epi-sodio entre la ambivalencia de la soledad y la liber-tad, entre el dolor y la frescura que respectivamente me aportaban. Tomé conciencia de mi diferencia, a partir de la exclusión, pero también sentí que el problema no lo tenía yo, sino ese jarrón cuadrado del que antes hablé. A esta última conclusión no llegué de manera inmediata. Necesité tiempo para

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procesar mi situación, calmar las vísceras y abando-nar el inútil intento de acercarme a la gente.

La indignación y el resentimiento me llevaron a preguntarme: ¿Qué clase de delito o enfermedad era ser lesbiana o gay? ¿Contra quién atentaba el hecho de no gustar de los hombres siendo mujer, o no gustar de las mujeres siendo hombre? ¿Ese era motivo justificado para ser rechazado/a? ¿Esta-ban enfermas las personas homosexuales? ¿Estaba yo enferma? Pero no, yo no me sentía enferma; al contrario, la indignación me había dotado de las lu-ces necesarias para ver el espectro de la diversidad del deseo humano. Miré con nuevos lentes a gays, lesbianas y transexuales. En carne propia sentía el peso de un orden poderoso, que por mi juventud e inexperiencia no me atrevía a desafiar de frente. Por eso miré, calle, y el silencio ausentó la necesi-dad de nombrar mi forma de deseo.

Octubre de 1999. Iniciaba clases en la facul-tad de Derecho, con gente de derecha, en la Uni-versidad Católica, y una tarde en la cafetería, Eli (mi compañera en una asignatura) se sentó en mi mesa. En el preámbulo, después de intercambiar un par de comentarios sobre la fecha de exámenes, me dijo: “soy gay, espero que no tengas ningún proble-ma con eso”. Sentí por primera vez que no recorría yo sola los márgenes. Rompí el silencio con esta fra-se: “a mí no me gustan los hombres ni las mujeres”, acoté, extrañada de mi confesión, observando una sonrisa cómplice en el rostro de mi interlocutora. “Ah, eres asexual” me dijo, y yo asentí, con la libera-dora sensación del nombre como inicio de una exis-tencia. Ese instante salí del clóset. Sin saberlo, Eli, haló las compuertas.

Eli, hija de madre española y padre ecuato-riano, se había atrevido a dejar sus estudios de so-ciología en Canadá, para regresar a Quito, después de 10 años, decisión más que heroica, tomando en cuenta el contexto del Ecuador de aquella época, devastado por políticas económicas neoliberales, y un contexto social (marcadamente clerical) poco favorable a los cambios. En cuanto a las conquistas políticas (traducidas en modificaciones jurídicas), en 1997, el tribunal de Garantías Constitucionales había declarado inconstitucional la disposición del código penal que tipificaba como delito la homose-xualidad. Hasta ahí el relato suena genial. Sin em-

bargo, y en aras de la honestidad, debo mencionar (no sin cierta vergüenza) que la cereza del pastel de aquel fallo del tribunal constitucional, señalaba la imperante necesidad de despenalizar la homose-xualidad, a fin de que la población carcelaria “sana” no se “contamine”. El debate (tanto jurídico como público) no se centró en temas como la igualdad de derechos, ni nada parecido; al contrario, la pa-tologización fue el hilo conductor que llevaría a la despenalización. Inevitable fue no volver sobre los ingratos de recuerdos de adolescencia. Inevitable no recordar esta frase: “lo tuyo es una enfermedad, deberías hacerte un control de hormonas porque probablemente produzcas más testosterona, pero eso te cura un endocrinólogo”. Esa ridícula frase (que la pronunció una compañera de colegio con total aplomo repitiendo lo que leyó en una revista) condensaba el imaginario sobre la homosexualidad,

y recordarla en medio de la charla con Eli me revolvió la ira, a la que maticé con una carcajada.

Compartiendo nues-tras experiencias de vida, caí en cuenta cuánto de so-

cial, económico, político y estético tiene la vida se-xual de cada ser humano. Por primera vez hablar sobre sexo no tenía estas palabras: “testosterona, progesterona, estrógenos, hipotálamo, hormonas luteinizantes, ovarios, útero, vagina, pene”. Nos en-contramos en la diversidad y en las experiencias de rechazo, que ella para ese entonces en la facultad las vivía de manera sistemática. Admiré profundamen-te el coraje de mostrar al mundo (y en especial a esa parte del mundo) su existencia lésbica, encarando con distintos argumentos y bajo una reflexión in-terdisciplinaria y profunda, que distaba de la clásica reduccionista del sexo. En su discurso pude palpar la transgresión, desde una ética feminista, a ese or-den sexual. La vida me puso cara a cara con una experiencia lésbica real, más allá de la etiqueta que alguna vez me asignaron. Seguí de cerca su intensa lucha política, su visibilización en pareja, los ros-tros sorprendidos, los comentarios de pasillo que todas sus actividades fomentaban, y descubrí que si la “etiqueta” pesaba, vivirlo era un ejercicio au-téntico de valentía.

Su deseo transgresor aterrizaba en prácticas, mientras que el mío tomaba forma en un lugar in-visible. En este punto me gustaría aclarar esta cues-tión de la invisibilidad como un obstáculo a la hora de reivindicarla, pues se la asocia directamente con el celibato religioso, ya que en la práctica decantan en la ausencia de relaciones sexuales. No obstante,

“La indignación y resentimiento me llevaron a preguntarme: ¿Qué clase de delito era ser lesbiana o gay?”

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esta ausencia de encuentros íntimos se venera en lo religioso desde el sacrificio, desde la represión del deseo; y por lo tanto es este sacrificio lo que adquie-re valor, no la ausencia de deseo como tal.

El miedo al rechazo en ese nuevo espacio, hizo que escogiera el cómodo lugar del perfil bajo, que se mezcló con una nueva treta del destino. Mi estética andrógina me daba la apariencia de mon-ja, así que mucha gente decidió asumir esa condi-ción, y yo opté por ocultarme tras de ésta, porque de algún modo sentí que era una forma de vivir mi asexualidad.

Durante los años que duró la carrera univer-sitaria, en contrapartida a la militancia que ejer-cía mi amiga Eli, opté por la comodidad de ser “la monjita”, y de hecho, pensé que a fin de evitar las preguntas invasivas, y los comentarios y miradas de “sospecha” de mi supuesto lesbianismo, la vida religiosa sería la única opción para personas como yo. Eli se enfrentó a las autoridades universitarias, a los/as compañeros/as, a los/as profesores/as. En un contexto social en el que la homofobia, lesbofo-bia y transfobia decantaban en prácticas aberran-tes como el asesinato y la violación de la población GLBTI, no encontraba espacio para mi propia rei-vindicación, pues el blanco de la violencia (directa) fue siempre este colectivo, mientras que lo asexual se reducía de algún modo a la inexistencia, y esa misma característica me llevó a pensar (de manera ingenua y hasta cómoda) que los/as agredidos/as debían encabezar la lucha, y que únicamente este colectivo tenía total legitimación política para lu-char por la diversidad, de la que siempre me sen-tí parte, pero estaba consciente que la existencia asexual no es precisamente lo más abyecto de las transgresiones al orden heterosexual. ¿Cómo mos-trar la asexualidad? ¿Debía también yo pelear por ella? ¿Cómo pelear la asexualidad?

Mucha agua corrió bajo el puente desde aque-llos años universitarios. La progresiva visibilización de las parejas gays y lésbicas, la denuncia de los asesinatos a transexuales y travestis, provocaron también un cambio progresivo en la esfera públi-ca (tanto en lo social como en lo jurídico), aunque sea complejo el tema aún. Cursé una maestría en género, las teorías feministas me abrieron la men-te hacia lugares insospechados, y provocaron en mí una concientización de la violencia indirecta hacia la población asexual. Debo recalcar, no he tenido noticia alguna de una persecución sistemática hacia nosotros, pero así como la asexualidad implica una transgresión al orden heterosexual por la omisión, tardé en decodificar las micro prácticas agresivas como situaciones de violencia. Si bien no tuve una

persecución física sistemática, ni tengo noticias de que la asexualidad haya estado tipificada como de-lito, encontré muchas similitudes en el tratamiento que se le daba a la homosexualidad antes, y el que se le otorga ahora a lo asexual.

Ahora cuando hablo abiertamente de mi asexualidad, no ha faltado quien afirme (con la arrogancia de creer saber más que yo de mi propio deseo) que se trata de un estado pasajero, que no he conocido aún a la persona correcta (cuando no se refieren directamente al “hombre correcto”), que seguro estoy reprimiendo mi lesbianismo, y final-mente no ha faltado esta pregunta: “¿ te has hecho un chequeo hormonal?”, con lo que concluyo que existe aún una carga biologicista muy fuerte al abor-dar el tema de la sexualidad humana. Y, claro, como ciertas nociones de psicología se han colado en los nuevos estándares de “cultura general” más de una persona (sin haberse titulado en psicología) sugirió que seguramente algún suceso macabro marcó mi infancia.

No han faltado las burlas “si yo no tengo re-laciones en mucho tiempo, también me vuelvo asexual”, y desde luego están aquellas personas que al creer abanderadas de la liberación sexual, me han dicho: “no puedo confiar, en alguien que no disfrute de su cuerpo”. Desde el lado más amable, aunque no por ello comprensivo, he escuchado co-mentarios que se refieren a la asexualidad como un estado espiritual superior, un estadio posterior en la evolución humana: “eres como un angelito”. Ante este último tipo de comentarios, he preferido omitir réplica alguna, para macerar en mi cabeza cómo la idea del encuentro sexual con otras personas, sue-le estar teñida de impureza y de imperfección. Los invito a pensar en cualquier chiste de contenido se-xual, en la sensación de picardía de quien los cuenta y los consecuentes bochornos, sudores y carcajadas de quienes escuchamos.

Mi malestar ante estos comentarios me ha llevado a imaginar un mundo al revés, en el que la norma es la asexualidad, y ellos/as deben contestar estas preguntas: ¿por qué eres heterosexual? ¿Por qué te besas? Ya llegará tu momento de asexuali-dad ¿Has probado no tener relaciones durante un tiempo?

La misma premisa invasiva y desconsiderada con las opciones ajenas. Debo señalar sin embargo, que no siento un disgusto de hablar de lo asexual, siempre y cuando exista un clima de horizonta-lidad, condición que se quiebra con las burlas, la etiqueta y la patologización. Jorgelina, una amiga a quien conocí en Salamanca, mostró interés en el tema, compartió material conmigo y me impulsó a

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escribir este manifiesto. Con total honestidad me confesó que no lo entendía, pero siempre su actitud respetuosa y su visión política del tema, me mostró un nuevo horizonte ético: no entender no es sinóni-mo de irrespeto. Y desde luego, hay que reconocer, que todo lo que está fuera de la norma, causa al me-nos asombro.

El detonante

Menuda sorpresa me llevé precisamente al revisar el artículo publicado en el diario español EL PAIS, a inicios de este año, titulado “Los que pasan del sexo”, y al que hice referencia en un inicio. En éste se describe de manera breve el surgimiento del movimiento asexual, cuya principal plataforma on-line es AVEN, siglas en inglés que significan “Red para la educación y la visibilidad de la asexualidad” (Asexuality visibility and education network).

Carlos, un chico asexual cuyo testimonio está recogido en el artículo, afirma que “el problema de la asexualidad es precisamente mostrar que no hay ningún problema”. El giro que tomó el artículo me provocó mucho ruido, pues en un intento de hacer una genealogía de los movimientos asexuales, se re-mitió a la sociedad japonesa, como el primer país en donde se visibilizaron las personas asexuales, que en Japón se caracterizan por ser hombres jóvenes que no trabajan, viven en casa de sus padres, y gas-tan su día viendo televisión y consumiendo cereal, de allí que se les denomine “chicos herbívoros”. En el otro lado de la moneda, como réplica de la creciente apatía sexual de los hombres japoneses, están “las chicas carnívoras” exitosas ejecutivas, que luego de largas jornadas de trabajo, salen a los bares a “cazar” (sí ese término utiliza la autora del artículo) a los pocos hombres heterosexuales. Re-saltaba también la preocupación por el descenso de las tasas de natalidad en la sociedad nipona, como consecuencia de la falta de interés en el sexo por parte de los hombres. Me sorprendió el aplomo para soltar afirmaciones como ésta: “Japón, país piloto de lo que ocurrirá en el futuro” , y claro, no hay ningún argumento sólido que justifique esto. El artículo finaliza con la opinión de una experta sexóloga, que consideraba a la asexualidad como un “cajón de sastre” en donde entraban todo tipo de desórdenes, a la par que recomendaba no renun-ciar a la sexualidad pues es placer y salud. Entre las múltiples críticas que me suscitó el artículo, quiero destacar las siguientes:

• Es claro el tono androcéntrico con el que se refiere a la asexualidad, pues no se refiere de manera mínima a las mujeres asexuales; y en-

fatiza demasiado en la apatía sexual masculi-na.

• La interacción social en el campo sexual, si-gue bajo una óptica heteronormativa y bi-naria, que solo entiende de relaciones entre hombres y mujeres. Lamentablemente, el termómetro para medir la normalidad en el terreno sexual sigue siendo lo heterosexual.

• A pesar de que en el preámbulo se destaca el activismo asexual, y se lo compare inclu-so con los movimientos gays de la década de los setenta, o se subrayen frases como “no todo el mundo está interesado en el sexo”, los ejemplos citados, la opinión de la experta y el desenlace del artículo, etiquetan de manera indirecta a la asexualidad como “anormal”. Etiqueta que se camufla muy bien bajo un título políticamente correcto (Los que pasan del sexo), así como bajo unas pocas líneas que aparecen debajo de éste, sobre todo con la frase “los asexuales empiezan a salir del ar-mario”.

• Persiste aún la necesidad de entender a las prácticas sexuales, únicamente desde el lado biológico, y aparece así mismo una imperante necesidad de la prescripción médica, obvian-do el lado cultural de la sexualidad.

• Me llamó la atención el hecho de que se ex-tienda en el caso del Japón como ejemplo paradigmático, tanto que hasta le de la cate-goría de piloto, y contradictoriamente brin-de detalles de la existencia de una platafor-ma virtual AVEN, creada y monitoreada no precisamente por los “chicos herbívoros” del Japón. AVEN es una prueba irrefutable de la existencia de asexuales en otros territorios, y a diferencia de este grupo de herbívoros que definitivamente no nos representa, los/as asexuales nos juntamos, nos organizamos, buscamos afecto y lo disfrutamos, por eso su-frimos con la incomprensión y el rechazo.

• De la lectura y relectura del artículo, y toman-do en cuenta la sección editorial de enmar-carlo en moda en el que se lo enmarcó, y de que se finalice con la opinión de una exper-ta sexóloga, y estadísticas de descenso de de natalidad en la sociedad nipona, me quedó claro que aparte de estar patologizada la falta de interés sexual, tampoco se la lee como una transgresión al orden sexual, salvo para efec-tos del “peligro” que pueda suponer para la reproducción de la especie.

• La idea de placer está muy vinculada en el imaginario al acto sexual, obviando las múlti-

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ples formas de placer que todos los seres hu-manos experimentamos con distintas facetas, momentos, lugares y cosas.

La educación para el respeto

Un amigo gay un día me dijo: “es muy difí-cil que un hetero te entienda, no ha sentido la di-versidad”. Le creo, porque lo he ido comprobando, aunque debo añadir que la incomprensión hacia la diferencia no es patrimonio exclusivo de los hetero-sexuales. Sin importar el nivel de estudios, la con-dición social, económica, pertenencia étnica, credo e incluso orientación sexual o identidad de género, aceptar lo diverso nos cuesta. Hablo en plural, por-que más de una vez la norma heterosexual que la-mentablemente también nos pesa incluso a quienes desistimos de ella, me ha vuelto insensible, miope y me ha obligado a bañarme de humildad, recordán-dome que la pelea por el reconocimiento y el respe-to al otro es un campo de batalla interior.

Encontrarme con plataformas como AVEN, me contiene, me siento acompañada y me ha mo-tivado a salir de mi zona de confort, y me ha mostrado un mundo policromático, dentro de la misma asexua-lidad: asexuales románticos, no románticos, asexuales gays, asexuales lesbianas; asexuales no románticos (categoría con la que me identifico). Cuanto más reflexiono sobre las rela-ciones humanas, más pequeña siento mi existen-cia ante ese gran universo de afectos, sensaciones y placeres. Inútil tratar de tragar el infinito de una cucharada. Útil asumir con humildad el respeto a cómo se define y cómo decide vivir cada persona.

Repensar mi experiencia de vida me hizo re-cordar a Judith Butler, feminista norteamericana, que sostiene que es importante repensar los valo-res de reconocimiento que se utilizan en la socie-dad, para incluir a los otros. El reconocimiento que merecen las minorías sexuales, de género diferente, no puede ser en base a la “normalidad” al que se espera que lleguen, sino en el reconocimiento del sujeto tal cual es; sí, siendo diferente del otro. But-ler afirma que aunque existe un campo de límites éticos, y como el cuerpo es algo más que los sujetos mismos, que se construye en relación a otros, es im-portante tomarlo como el espacio de lucha política por el reconocimiento, en asociación, de las mino-rías sexuales. Y el discurso que permite articular-las, es la crítica a conformación de la familia única-mente por medio del matrimonio, y con la unión de

heterosexuales, cuando en la sociedad las familias tienen múltiples conformaciones, que atraviesan, la cultura, la raza, la clase, en especial el género (But-ler, 2006: 47). Para la autora la conformación del parentesco, según la institución del matrimonio (heterosexualidad y monogamia), puede acoger a un segmento de la sociedad, pero otro segmento, funciona paralelamente bajo sus propias reglas de convivencia.

Butler afirma que desidealizar los cuerpos y una fantasía de reconocimiento de género, es una necesidad posible más que una utopía. Con ello se lograría el reconocimiento y “se distribuirá de for-ma equitativa algo que pueda ser garantizado so-cialmente… y aprehendido” (Butler, 2006: 54). Por ello la afirmación de los derechos sexuales toma un significado especial: que el aparecer como gay (y yo le añado como bisexual, transexual y asexual) , en la sociedad no sea un desafío de las normas públicas o una transgresión de la morfología del cuerpo so-cialmente aceptada (2006: 58). Estos cambios per-mitirían disminuir la violencia contra las personas pertenecientes a las minorías sexuales.

Es necesario asumir también que la acepta-ción que hoy demandamos los/as asexuales, no im-plica que queremos forjar un mundo asexual, así como los gays, lesbianas, bisexuales e intersexuales, tampoco quieren forjar un mundo con estas carac-terísticas. No se busca una superposición de reglas, manteniendo la jerarquía y la desigualdad, sino al contrario, se busca una horizontalidad en la convi-vencia.

Butler sostiene que es importante formar parte de un proyecto democrático crítico, donde las mujeres, hombres, hermafroditas, transexua-les, intersexuales, pertenecientes a las minorías, logren incorporarse a lo humano, reinterpretando las circunstancias históricas y culturales en las que lo humano se defina de forma diferente (2006: 62). Enfatiza en la importancia de que la sociedad se abra a lo que no conoce, y aunque se mantengan tensiones, debemos reconocer que no conocemos el núcleo de otras realidades existentes y presentes en la sociedad.

Admiro la paciencia, la tolerancia, y el noble objetivo de acercar el tema a través de la educación. No olvido aquel octubre de 1999, aquella charla, ni

“Es necesario asumir también que la aceptación que hoy demandamos los/as asexuales, no implica que queremos

forjar un mundo asexual, así como los gays, lesbianas, bisexuales e intersexuales, tampoco quieren forjar un

mundo con estas características”

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la valentía con la que Eli y mucha otra gente han militado en aras de la diversidad sexual, que es donde se inscribe también la asexualidad, y que han allanado el camino para poder ahora debatir sobre este asunto. Y desde luego, como feminista y asexual me siento deudora principal de las reflexio-nes feministas, y por supuesto de quienes durante años ya sea desde la academia o desde las calles enarboladas por que nos han antecedido, pues la gran batalla ética detrás de toda esta discusión es reconocer nuestro cuerpo y el ajeno como territorio soberano.

La ira, el resentimiento, la incapacidad para expresar estas emociones a tiempo y con las frases correctas, constituyen también mi motivación para compartir mi experiencia. Como ven, mi panorama espiritual no es del una santa, convivo con miedos, decepciones, fracasos, orgullo, rencor, pero tam-bién con la felicidad de vivir como quiero hacerlo, lo que me llena de vitalidad y salud.

El placer no me es ajeno, lo busco constan-temente en el helado de ron con pasas, en la paella, en una copa de vino tinto, en un cigarrillo, mor-diendo granos de pimienta negra. Más de una vez he sentido mariposas en el estómago, que son como estallidos internos. Los más fuertes se produjeron, frente al Guernica de Picasso, acercándome a la to-rre Eiffel y cuando vi nevar por primera vez en mi vida. En las tres ocasiones lloré y reí algunos minu-tos, mientras un escalofrío recorría mi cuerpo. Una amiga me dijo que así se sentía el orgasmo.

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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

Abundancia, R. (2013) “Los que pasan del sexo” El País. Madrid (24 de enero). Disponible en http://smoda.elpais.com/articulos/los-que-pasan-del-sexo/2986

Butler, J. (2006). Deshacer el género. Barcelona. Ediones Paidós Ibérica. Rich. A. [1980] “La heterosexualidad obligatoria y la existencia lesbiana”, en

Marysa Navarro y Catherine R. Stimpson (Comps.) (1999).Sexualidad, género y roles sexuales. México. FCE: 159-212.

Warner. M. (1991). “Introduction: Fear of a queer planet” en Social text, No. 29, Duke University Press: 3-17

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RESUMEN Las problemáticas que se indagan son varias y abren a diversos interrogantes.

¿Puede escribirse una tesis psicoanalítica? ¿A qué precio el psicoanálisis soporta los protocolos y las exigencias universitarias? ¿En qué lengua hablar para que el psicoa-nálisis no sea una lengua muerta? ¿Es acaso lo peor que puede pasarle al psicoanálisis, terminar en una Maestría en Psicoanálisis?

PALABRAS CLAVE: Psicoanálisis-Universidad- escritura- tesis- ensayo.

RÉSUMÉ Les problématiques dont nous allons réfléchir sont plusieures et nous poussent

à nous poser diverses questions. Peut-on écrire une thèse en psychoanalyse? À quel prix le psychoanalyste subit-il les protocoles et les exigences universitaires? Dans que-lle langue s´exprimer pour que la psychoanalyse ne devienne pas une langue morte? Serait-il le pire qui pourrait arriver au psychoanalyse, le fait de finir en Maîtrise en Psychoanalyse?

MOTS CLÉ: Psychoanalyse – Université – écriture – thèse – essai

Enseñanza y transmisión del psicoanálisis.

Consideraciones éticas, epistémicas y políticas acerca de una Maestría en Psicoanálisis.

Escritura y saber: el ensayo y la tesis.Recibido: 07/10/17Aceptado: 14/11/17

Mg. Pilar GallitelliUniversidad Nacional de Rosario (UNR)

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La pregunta fundamental es sobre la transmi-sión, partiendo de la idea de que es imposible diso-ciar el modo en que se concibe el psicoanálisis de la manera de transmitirlo. En este sentido, se adhiere a la idea desarrollada por Ritvo y Kuri en el prólogo de Ensayo de las razones, según la cual la enun-ciación con la que se hacen los conceptos se mues-tra no como un aspecto separado del psicoanálisis, sino como el estado y la estructura misma de éste. Así, la argumentación en psicoanálisis no es lineal ni indiferente al tiempo de la enunciación, asunto a partir del cual se diferencia de las ciencias forma-les y del ideal del sistema filosófico. Esto es lo que los lleva a hablar de ensayo de las razones, el cual prefieren a orden. Según el planteo desarrollado, la argumentación, sus tiempos, sus ritmos y la ocasión expositiva de los conceptos es lo que constituye a la metapsicología como eficacia de acto. Entendi-da de ese modo, la argumentación no se sobrepone metalingüísticamente al cuerpo del psicoanálisis, sino que tiene una función estructurante. De allí se deriva la importancia de reparar en las formas de argumentar y transmitir, más allá de los conteni-dos propiamente dichos. Éstas no son anecdóticas y accesorias, aunque comúnmente sean pasadas por alto en búsqueda de la idea principal, de lo impor-tante. Entonces, es necesario detenerse en el modo de argumentar, en cómo son presentados los con-ceptos, en el estilo.

Teniendo dicha idea como horizonte, es pre-ciso reparar en las formas freudianas de transmitir la clínica. A partir de los historiales y fragmentos clínicos, Freud funda un discurso, un modo de de-cir, el cual presenta la novedad de incluir el lugar de la enunciación. Por otro lado, en los escritos metap-sicológicos puede leerse el apremio por dar cuenta de lo que sucede en la práctica, de las inquietudes suscitadas por ésta, encontrándose así permanente-mente penetrados por la clínica. El discurso del en-sayo permite nombrar tanto a los historiales como a los textos metapsicológicos, por el modo de argu-mentación que introduce, por el ejercicio de discur-so que pone en juego y por el modo en que articula escritura y saber. Es por este motivo que se afirma la existencia de una afinidad, un movimiento de es-critura común con el ensayo, el cual salvaguarda la interrogación al no dar por sentado, al cuestionar, obliga a dar razones, a argumentar, introduciendo así la dimensión ética (Kuri, 2011).

Por otra parte, la pregunta por la transmisión en Lacan, deriva en un desarrollo de lo lacaniano en relación al estilo, categoría indisociable del rasgo, del nombre y de la enunciación. Reparar en la cate-goría de estilo supone asimismo reparar en la fun-

dación de un lector, el auditorio y las marcas que este imprime en el discurso, en tanto forma parte de la categoría de estilo (Kuri, 1992). La insistencia en la pregunta acerca de cómo pensar el estilo se fundamenta en que de allí se deriva una política de transmisión. Así, el recorrido teórico sobre el estilo es una ocasión que invita a tomar distancia de las posturas que resuelven la cuestión en la filiación de Lacan al barroco o que encuentran respuesta a la pregunta por el estilo en la poesía, dando lugar a groseras analogías. En cambio, el estilo es entendi-do aquí como rasgo que introduce una modulación en el modo de argumentar y presentar los concep-tos (Kuri y Ritvo, 1997). Esta manera de entender la categoría se aleja asimismo de las conceptualiza-ciones que toman como referencia la personalidad del autor.

Detenerse en la transmisión implica también hacer una lectura de la función que ocupan los ma-temas, si se trata verdaderamente de un discurso algorítmico, sin significado, expresión de puras relaciones y, en todo caso, si el psicoanálisis pue-de plegarse a las leyes que rigen dicho campo y a qué precio. Se propone una lectura que desplaza el acento del matema y los objetos topológicos a la ar-gumentación y el estilo, movimiento que privilegia el trabajo conceptual frente a una supuesta consis-tencia de la letra. De este modo, lo prioritario es el ejercicio discursivo que fundó ya sea al matema o a los objetos topológicos (Kuri, 1995). Precisamente la confusión se ha propagado a partir de otorgarles consistencia, de pensar que sobreviven aisladamen-te y no reparar en la argumentación que los introdu-ce. Por el contrario, se propone priorizar el trayecto argumentativo en vez de los axiomas, del brillo de la fórmula, del uso de categorías como objeto. Así, importa más el recorrido, los desvíos, los saltos, los cortes que el punto de llegada.

La apología al matema implica desmentir la verdad del psicoanálisis. En cambio, se sugirió pen-sar al matema como marca de remanencia que provoca el decir, límite en lo enseñable, marca de lo no enseñable, en tanto lo que se fija en la letra es la imposibilidad de unir decir y dicho (Kuri y Ritvo, 1997). Ahora bien, del prescindir de la positividad de la letra en la transmisión no se desprende la con-dena inexorable a cierto desplazamiento metoními-co (Ritvo, 1997).

El discurso psicoanalítico no aspira a la sín-tesis, no hay progreso, sino que se trata de solu-ciones específicas, provisorias, coyunturales, para un determinado problema, se trata de hipótesis ad hoc, que se agregan sin formar sistema en donde la dimensión temporal no puede eliminarse. Hay

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una mecánica temporal de la argumentación, que se opone a la atemporalidad adjudicada a la lógica. El discurso psicoanalítico no construye un edificio doctrinario a través de proposiciones que se deduz-can lógicamente, sino que por el contrario, se des-taca el carácter conjetural de las construcciones. La ausencia de proposiciones en psicoanálisis, la no

existencia de proposiciones aislables de su contex-to, independientes del medio, la falta de una con-catenación de proposiciones que se desprendan unas de otras, hace que no se estructure al modo de una teoría formal, y que éstas no funcionen al modo de enunciados sino, de esa manera, se anu-laría la argumentación. En cambio, la argumen-tación, entendida como trabajo de enunciación, introduce un trabajo de conflicto, interroga el lazo que vincula a las premisas, las relaciones lógicas que se establecen entre ellas, se muestra escéptica a los conectores que unen las secuencias (Kuri, 1995). Consecuentemente, aloja la contingencia, la impre-visibilidad, lo indeterminado, lo inconcluso y la au-sencia de certeza. Gracias a ese esfuerzo incansable, atento a los pliegues del decir, evita la mortificación de la lengua.

Se produce entonces un desplazamiento de la episteme a la enunciación (Kuri, 1995). La ciencia opera un rechazo del tiempo, hace una disyunción entre el saber y los avatares que le dieron origen, de ahí que no tenga memoria, olvida las circuns-tancias de las cuales nació. Se emancipa de las vi-cisitudes que fundan su saber, instaurando de este modo un desgarro con la historia. El movimiento que va desde la episteme al discurso implica no des-embarazarse del carácter conjetural, del azar, de las circunstancias que originaron ciertos desarrollos, lo cual tiene como consecuencia la muerte de la epis-temología psicoanalítica (Kuri y Ritvo, 1997). Ahora bien, como la cuestión no se resuelve en el orden de la episteme y se desplaza a la enunciación, esto in-troduce un problema ético. La cuestión ética vincu-lada a la recuperación del trabajo de enunciación se encuentra en referencia a la abstinencia de sobre-entendido, la cual permite escapar a la reiteración y a la devoción porque invita a atender lo que no se agota en el enunciado, lo no analizado, los huecos, los intersticios.

Atender a la enunciación en la argumentación

implica el trabajo de volver sobre lo que se está di-ciendo y considerar la materia con que se construyó el enunciado, sobre el modo en que eso se encuen-tra dicho. En ese sentido, la argumentación se aleja del encadenamiento de enunciados para invitar a pensar el papel enunciativo de los conceptos (Kuri, 1995).

Siguiendo a Kuri en La argumentación incesante, el trabajo de argumentación en tanto trabajo de enunciación implica asimismo reparar en el modo de presentación de los conceptos, las circunstan-

cias de aparición, en tanto no se trata de conceptos autónomos. Si se olvida dicho trabajo se convierten en sustantivos, evitando de ese modo pensar los problemas que acarrea la categoría en cuestión. In-terrogarse por la manera de construir los concep-tos, por la operación de instauración, por el movi-miento argumental de los conceptos, hace que no se conviertan en mojones fijos e incuestionables, categorías estáticas idénticas a sí mismas, que ten-drían una supuesta sustancia y se sostendrían en un referente, sino que muestra que algo se cuela en el momento de asirlos, algo se escapa en tanto no tienen ninguna consistencia y defectúan y exceden la definición. El riesgo de permanecer ajenos a las circunstancias argumentales es pensar los concep-tos como una positividad, atemporales, invariables, como si tuvieran una esencia propia. En definitiva, se trata de conceptos que no son conceptos, en tan-to no gozan de identidad epistémica, ni se significan por sí mismos independientemente del contexto enunciativo. Se apunta de este modo a devolver la opacidad, el enigma a los conceptos en vez de feti-chizarlos.

Los desarrollos en referencias al estilo de La-can se encuentran en relación a la argumentación y el trabajo de enunciación, lo cual lleva a advertir el carácter sofista de la argumentación lacaniana (Cassin, 2013), vinculado al tipo de verdad que pro-duce, al hecho que la verdad aparezca indisoluble-mente ligada al ejercicio de discurso en tanto efecto de lenguaje. La aproximación también radica en el modo de concebir al lenguaje como performativo, en tanto pone en juego la dimensión del acto. El discurso funda, tiene efecto creador, esto es lo que lleva a Lacan y a los sofistas a descreer de la onto-logía. Asimismo, Lacan comparte con la sofística la reticencia al sentido y permanece atento al equívo-co significante, sublevándose así contra la voluntad aristotélica de sentido. Se trata de dos prácticas de lenguaje, marcadas por la retórica del tiempo, en

“Se apunta de este modo a devolver la opacidad, el enigma a los conceptos en vez de fetichizarlos.”

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las cuales el lugar que ocupa el auditorio es deter-minante sobre el discurso.

El discurso de Lacan se entrega a la especula-ción, a la conjetura, sin miramientos por la perdu-rabilidad. No presenta un saber adquirido, un siste-ma cerrado, no ofrece un material listo para su uso ni propone soluciones que aspiren a ser definitivas. Tampoco se ocupa de emprolijar los puntos ríspidos o de esconderlos, exponiendo de manera lineal. Por el contrario, muestra los tropiezos, las vacilaciones, procede con avances y retrocesos, deteniéndose más en los problemas que en las soluciones, sin ali-viar la tensión. No se ampara (aunque en ocasiones podamos constatar el recurso al modelo deformado o al apabullamiento erudito) en una voz detrás, ya sea la de la ciencia o la de una institución. Tampoco se resguarda en la autoridad de un cargo, ni hace pie en un cuerpo teórico acabado que forme un sis-tema. No dice lo que sabe revestido de un saber ab-soluto, ni encarna el lugar del profesor. En cambio, se muestra en estado de enunciación, sin taponar la irreductibilidad entre decir y dicho.

En lo que respecta a la transmisión no es in-diferente la manera en la que Lacan dicta su ense-ñanza, por este motivo reviste interés analizar cómo enseña, qué medios prefiere, cómo se considera su Seminario, cómo se estructura, desde dónde ha-bla, desde qué relación con el saber, qué relación guarda con la publicación. De ahí la importancia de preguntarse cómo nos ha llegado a nosotros Lacan. Esto supone detenerse en el modo en que fueron es-tablecidos los Seminarios por Jacques Alain-Miller, lo cual implica recordar que no se trata de un libro escrito por un autor, sino que hubo una operación de establecimiento de texto a partir de un contenido predominantemente oral.

El acento en la vía freudiana de transmisión y, por otro lado, en la enunciación y en el estilo de Lacan, se debe a lo que esto instaura como pregun-ta, a saber, cómo trasmitir lo que ellos han trans-mitido, cómo transmitir un material que tiene esa naturaleza, tratando de no traicionarlo al someterlo a modos que le sean impropios. Remarcar el lugar fundamental que se le otorga a la argumentación, invita a pensar las fricciones que eso genera con el discurso universitario, lleva a preguntarse cómo transmitir, sin caer en una trituración en donde se pierda lo problemático de ese material.

La insistencia en el modo de aproximación al discurso de Lacan, en explicitar cómo se lo entien-de, radica en considerar que esto inevitablemente hace a la manera de pensar la transmisión. Si se considera que se trata de una obra, con lo que esto supone en cuanto a la idea de evolución, progre-

sión, unidad y autonomía, en donde se desestima la función del auditorio, teniendo éste un papel acce-sorio y a esto se agrega la idea que hay pensamiento en Lacan, estructurado en proposiciones, que per-manecen ajenas a las circunstancias argumentales, en donde los conceptos revisten una positividad y se definen por una determinada esencia, estamos ante una concepción de la transmisión antagónica a la que nos hace pensar que se trata más bien de un lienzo donde se sobreimprimen lecturas y secuen-cias argumentales, que suponen la transmisión por la vía del estilo, entendido como rasgo y vinculado al trabajo argumental y supone asimismo deslizar la pregunta por lo lacaniano en relación al nombre, la enunciación y la fundación de un lector, lo cual sitúa otros problemas en relación a la clínica (Kuri, 1997).

Al suprimir el papel fundamental de la enun-ciación, se hace de Lacan un pensador, un autor, a partir de lo cual habría patrones de lectura níti-dos, sin confusión. Es en este sentido es que Kuri en La obra muda, publicada en KAOS N°4, estable-ce una oposición entre obra y discurso, se trata de dos vías de lectura y de aproximación enteramente distintas. Se trata de privilegiar el lugar del lector en desmedro de las proposiciones. La guía es la ac-ción de la lectura, el lugar del auditorio y las marcas que éste imprime en el discurso. Si se pensara como una obra, el lector no tendría allí más que el lugar de una eventualidad empírica, entendido como ex-trínseco e independiente, sin incidencia alguna en la construcción, lo cual se contrapone a pensarlo como parte estructurante. De ese modo, Lacan no se dirige a un lector preexistente, un lector mode-lo, que antecede al discurso, que cumple con ciertas exigencias y espera ser alimentado discursivamen-te. Por el contrario, crea un lector.

La apuesta es a una lectura que se distinga de una conservación puramente formal del mensaje, que despliegue las fisuras del texto, lecturas pro-visorias, inconclusas, a partir de lo no dicho, que no se apuren a otorgar sentido o en comprender. Esto lleva consigo intentar penetrar en las redes del texto, en el modo en que está escrito. Supone establecer una polémica con el texto de manera de escapar a una lectura complaciente y devota (Gior-dano, 2005). De esa manera fue como Lacan leyó a Freud, sin reverenciarse frente a los textos, sin ser un lector condescendiente, sino que se detuvo en los pantanos de la argumentación freudiana.

La dificultad reside en desviarse de la tenden-cia a caer en el modelo universitario, el cual reclama consistencia y proponer una lectura que soporte re-correr los meandros del texto, los huecos, fracturas,

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intersticios, los núcleos irresueltos, las incompleti-tudes no para taparlos o emparcharlos. El escollo está dado por sostener esta actitud crítica en caso que impere el discurso universitario.

Si bien no es posible generalizar y habría que estudiar la situación dentro de cada una de las cáte-dras de la carrera de grado y los diferentes estados de situación que se encuentran en las distintas ca-rreras de posgrado, con el objetivo de no caer en un caracterización masiva en la que se pierdan los múl-tiples matices, es preciso marcar que actualmente, en la Facultad de Psicología de la Universidad Na-cional de Rosario (U.N.R.), prepondera la ausencia de discusión, la ausencia de búsqueda, la burocrati-zación, la exposición neutra. Se encuentran signos de desgano, de abulia. Resulta cada vez más difícil hallar rastros de pasión y de creatividad debido a la propagación del confort intelectual. Es frecuente la pronunciación de discursos asépticos y desapasio-nados, que no conmueven a nadie. Sumado a esto, el adormecimiento del espíritu crítico y el culto a la enciclopedia escolar, conforman un cocktail mortí-fero.

La arraigada práctica de utilización de los conceptos al modo de guiños y la repetición de los enunciados hace que adquieran una consistencia tal que constituye una obstrucción para pensar. Al in-tentar reproducir a Lacan, quedamos inhibidos de argumentar, inhibidos de inventar. El problema es que la repetición no ha llevado al hastío, sino que por el contrario, se insiste en la repetición. De ese modo, se conserva de la manera más impropia al discurso de Lacan, más aún cuando se pretende emular su estilo, en vergonzantes y patéticos in-tentos de utilizar de manera barroca el lenguaje o de transmitir un mensaje a través de aforismos. A fuerza de la repetición, el riesgo es que la teoría se convierta en dogma, en proposiciones idénticas a sí mismas, irrefutables, irremplazables, con la con-secuente muerte de la praxis. Quizás la manera de mantener vivo al psicoanálisis sea obligándolo con violencia si es necesario a decir algo nuevo, una nueva interpretación que permita acercarse como por primera vez (Giordano, 2005).

Estamos empantanados, girando en círculo, llegando siempre a los mismos lugares comunes, aplastados por los significantes de Lacan, lo cual se pone de manifiesto en la imposibilidad de tomar distancia de los textos. El desafío radica en producir un corte con las lecturas religiosas, tomando como punto de partida la argumentación.

Asistimos a una transmisión literal, una re-producción mecánica de enunciados, en donde se suprimen las preguntas, las contradicciones, las as-

perezas. Se presentan lecturas transparentes, pro-lijas, en donde se han eliminado los elementos irri-tantes, los titubeos, las confusiones, los asombros, los enigmas, se ha pulido lo opaco. Ahora bien, la repetición produce una familiaridad que hace creer que se conoce a Lacan. De igual manera, el uso abu-sivo de ciertas categorías induce a pensar que se en-tiende. Se da por sentado un cierto significado y no se argumenta más. Se ha perdido el ejercicio de in-terpelación, en favor del asentimiento automático.

Por esta razón es preciso atender al tipo de lectura que se propician con los criterios de evalua-ción, qué y cómo se evalúa, en tanto la Universidad reclama pruebas de saber. Se produce una incon-gruencia al promover una determinada relación con la lectura, con la singularidad del lector en el encuentro con un texto, y al mismo tiempo, tomar examen. Esto se debe a que el examen supone una decisión univoca sobre una materia equívoca (Fe-rrero, 1993).

El modo en el que se evalúa, los criterios que se emplean, suponen una política de cómo enseñar y de cómo se concibe aquello que se enseña. Si repe-tir ciertas contraseñas da el acceso, abre la entrada, permite engalanarse con las plumas de Lacan, se pone en juego una mecánica de evocación de nom-bres, de conceptos, de temas que se apoya en la me-moria mecánica y taxonómica. Se produce de este modo un inventario enciclopédico atiborrado de fechas, nombres y citas de autoridad (Ritvo, 2015). De ese modo, se apunta al aspecto más superficial del saber, al conocimiento. Éste se diferencia del sa-ber en la posibilidad de abrirse a lo no sabido pero que puede saberse con los medios de los que se dis-pone (Ritvo, 2012). De este modo se diferencia de un saber hecho, terminado, facturado, el cual se os-tenta. Por otra parte, es imposible que el psicoanáli-sis transite por fuera de toda institución, por lo que esta dificultad debería considerarse también como inherente a la circulación misma del psicoanálisis.

El problema consiste en que la repetición como forma de pertenencia anula la función crítica del saber. La recitación de textos, la reproducción a la letra, la memorización de los años de aparición de síntomas, la transcripción del contenido de los sueños, la definición de conceptos, partiendo del supuesto de que la hay, aplasta el despliegue argu-mental. De ahí la insistencia acerca de qué tipo de lectura se promueve en la Universidad, cómo abor-damos los textos, si leemos los Seminarios como si fuesen libros, un material terminado del que hay que apropiarse, y si se lee a Lacan como a un autor.

De acuerdo con Lacan en el Seminario 17, en el discurso universitario el saber ocupa la catego-

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ría central y se encuentra regido por el mandato de seguir sabiendo cada vez más, de producir cada vez más saber. El asunto es cómo se estructura el saber, cómo se transmite, cómo se evalúa, en qué estado de lengua. Asimismo, a qué precio el psicoanálisis soporta los protocolos y las exigencias universita-rias y en qué lengua hablar para que el psicoanálisis no sea una lengua muerta.

Entonces, es necesario preguntarse por el lu-gar del psicoanálisis en la Universidad, si conserva su extraterritorialidad, si permanece en su condi-ción de extranjero, si cuestiona los poderes acadé-micos, si sospecha de los saberes oficiales o si, por el contrario, perdió fuerza crítica seducido o ador-mecido por el discurso universitario.

Ahora bien, la pregunta si hay transmisión en la Universidad, quizás incluso se encuentre mal formulada, porque supone una división tópica co-rrespondiente a enseñanza y transmisión, como si se diera por supuesto que en el análisis, supervisión y en la Escuela habría transmisión y la Universidad se limitaría en el mejor de los casos a la enseñanza. Puede acontecer algo del orden de la transmisión, independientemente del emplazamiento e inde-pendientemente del dispositivo, ya que éste no es garantía de transmisión. Por supuesto que el hecho que el discurso universitario se encuentre regido por el mandato de todo saber, hace que de entrada el acento se encuentre pues-to en la enseñanza, a dife-rencia de la transmisión que es inasible en una teoriza-ción de ideas, pero es nece-sario realizar la correspon-diente diferenciación entre Universidad y discurso uni-versitario, ya que la Universidad puede ser más o menos universitaria. Por este motivo se sostiene que si hay en el enseñante alguna relación a la cau-sa del deseo en el hecho que enseñe, puede haber efecto de transmisión. La transmisión se distingue de la enseñanza, de la impartición de un saber, es-capa a la consistencia, operando en los intersticios incalculables de la enseñanza, de la práctica, de la supervisión, sin identificarse con ninguna.

Es preciso aclarar que pensar en la transmi-sión supone dejar a un lado la idea de una trans-misión integral, sin pérdida, total. Se trata de un objeto que escapa a su total transmisión, en tanto la experiencia inconciente supone la emergencia de una verdad y un saber que no puede ser dicho totalmente porque se trabaja con la palabra. De he-cho, la transmisión pone en juego la imposibilidad de transmitir, imposibilidad de escribir una sesión

poniéndose de manifiesto así el hiato entre grafía y voz, imposibilidad de contar un historial en una supervisión, imposibilidad de contar el propio aná-lisis. Si hay transmisión es porque algo se sustrae a la enseñanza (Kuri, 1997). La imposibilidad de unir decir y dicho es lo que funciona como límite a lo en-señable y lo que posibilita que la transmisión tenga lugar. Ésta supone como condición de posibilidad que algo se suprima en el enunciado. Es imposible decir algo sin elipsis, razón por la cual ésta tiene un papel esencial en la transmisión. Precisamente, se transmite porque no se dice. Si se pudiera decir sin resto, no diríamos nada ya que el decir reclama el intervalo entre decir y dicho (Ritvo, 2005).

Entonces, no interesa verificar si la Univer-sidad es un lugar necesario e insustituible para la formación, no es una declaración de principios lo que está en juego. Tampoco se pretende hacer una apología de los beneficios del psicoanálisis en la Universidad, ni demonizar su presencia, sino situar los problemas que esta inserción plantea. Interesa más el recorrido de las dificultades suscitadas por el entrecruzamiento de discursos que la toma de posi-ción pro o contra. No importa si se puede o se debe enseñar el psicoanálisis en la Universidad desde un lugar moral. No es un cuestionamiento de empla-zamiento sino una cuestión de estado de discurso, lengua y escritura.

Cabe entonces plantear el interrogante sobre si lo peor que le puede pasar al psicoanálisis es ter-minar en una Maestría en Psicoanálisis y esbozar una respuesta. Pese al carácter fatalista o sensacio-nalista que en principio puede revestir la pregunta, invita a pensar sin considerar que deba respondér-sela contundentemente ya sea de manera afirmati-va o negativa, sino que la fuerza de la pregunta, lo taxativo de la misma, promovió, empujó a cuestio-nar varios aspectos. Si se olvida la especificidad del psicoanálisis, los problemas propios, si cae irreme-diablemente en la academización homogeneizante con los otros discursos, sin dudas que es lo peor que le puede pasar. Igualmente, si se la considera como una especialización, una mercancía más en el mercado de posgrados a través de la cual se junta puntaje académico. Asimismo, constituye un desti-no fatídico si la presencia en la Maestría conduce a

“La imposibilidad de unir decir y dicho es lo que funciona como límite a lo enseñable y lo que posibilita que la

transmisión tenga lugar.”

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la erudición banal, a la afasia letrada. Lo propio su-cede si se considera que el título obtenido da cuenta de la formación del analista, si se lo homologa a un programa profesional de conocimiento, si se piensa que el analista es una resolución académica. En la misma línea estaría el riesgo de promover una auto-rización del analista en su práctica, que produciría una habilitación profesional y otorgaría derechos profesionales en cuanto a la práctica. Por el contra-rio, sólo tiene incumbencias académicas, en rela-ción a la formación en investigación. Sin embargo, esto no exime de enfrentarse con otra serie de pro-blemas en relación a lo que implica la investigación en la Universidad.

La investigación en psicoanálisis no se rige por el afán de alcanzar un saber y una verdad en-tendida en términos de adecuación a la realidad del objeto, universal, necesaria, separada del tiempo. Por el contrario, si se considera que la verdad sólo puede ser dicha a medias, puede encontrarse que lo que la investigación freudiana muestra es su valor de exceso y defecto a la vez con relación a aquello que pretende dar cuenta. ¿Qué puede producir una investigación psicoanalítica como conocimiento, si mediante la clínica y teoría psicoanalítica se ha des-pejado un saber que lejos de ser conocimiento es una textualidad? El resultado de la investigación es un texto en el que la validación del conocimiento no está dada ni por la aplicación del método ni por el principio de continuidad deductiva.

Justamente, el problema es el tipo de texto que produce el discurso psicoanalítico, próximo al ensayo, en su distancia con los textos universitarios. Se plantea un problema de escritura. La escritura académica excluye al sujeto, evita la primera per-sona, prefiriendo el plural o el impersonal, marca de que no hay una subjetividad allí. Se produce un borramiento de la enunciación en favor de la obje-tividad (Giordano, 2005). Se pretende sostener un semblante de asepsia, así, se escogen expresiones que no dan lugar a equívocos, sin ambigüedad, sim-ples, pero, al ser expuesto de ese modo, el problema pierde fuerza. El lenguaje resulta homogeneizado, erradicando cualquier vestigio de creatividad, evi-tando las metáforas y reduciendo la polisemia. La lengua es entendida como transcripción del pensa-miento, como si se tratara de una mera herramien-

ta, un medio para expresar una idea, lo cual dista de pensarla como “lugar dialéctico en el que las cosas se hacen y se deshacen” (Barthes, 1982:93). El re-sultado es la producción de escritos pulidos, desa-fectados, impersonales, en donde la estructura sal-vaguarda de imprevistos y en los que se borran las contradicciones, ya que no soportan antítesis.

Por su parte, el ensayo se opone a la división entre conocimiento y escritura que promueve el discurso académico (Giordano, 2011). A partir de las características intrínsecas al ensayo, puede re-conocerse una cercanía entre el ensayo y los textos psicoanalíticos (Kuri, 1997). Comparten una mane-ra de argumentar, la puesta en primer plano de la enunciación, y el habilitar a la pregunta por las re-laciones entre enunciado y enunciación. El ensayo vuelve sobre sí mismo, sobre la escritura misma, en tanto el saber del ensayo da cuenta de su enuncia-ción y esto lo diferencia del discurso científico.

El ensayo es entendido como una estrategia de resistencia a los poderes reductores de la aca-demización porque cuestiona la metodología y la retórica universitaria, instalando una línea de fuga al encorsetamiento académico (Giordano, 2005). Ahora bien, apelar a la ética del ensayo para esca-par al encorsetamiento de la moral académica no exime de plantear los puntos de rispidez, de conflic-to, en tanto se trata de dos estados de lengua que no son superponibles ni reductibles. No puede dejar de plantearse el conflicto enorme que supone pensar

una tesis en psicoanálisis y es necesario pensar si el re-curso al ensayo resuelve u oculta el problema. La sim-ple remisión al ensayo no constituye una solución. El riesgo del recurso al ensayo

como manera de sortear las limitaciones académi-cas, como modo de zanjar el abismo entre el psicoa-nálisis y la tesis, es que funcione como el mecanismo que obture las dificultades que el cambio de lengua supone. El peligro consiste en que al resolverlo de ese modo se olvide lo problemático, que a partir de disfrazar al ensayo de tesis, haciendo semblante de saber, una pantomima de trabajo científico, se considere dirimido el asunto. Por el contrario, se considera que es necesario poner en primer plano la contradicción flagrante, la exclusión, la incompa-tibilidad, la disparidad entre ambos estados de len-gua. Del mismo modo, es menester preguntarse por la especificidad de los textos analíticos.

Los formatos de investigación están tomados por la tradición hipotético-deductiva, engendran-do así un corset investigativo. No perder de vista

“La posibilidad de que una investigación no sucumba a modos que le son impropios es sosteniendo un ejercicio incansable de cuestionamiento”

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la especificidad de la investigación en psicoanálisis, supone advertir la tensión con la epistemología, la resistencia a incluirse en el orden general de la episteme y razón metodológica, entrando en con-tradicción con los modos científicos y universita-rios. Ahora bien, se presenta la dificultad de, en el marco de un formato académico estricto, sostener un ejercicio de argumentación y escritura despren-dido de la coacción metodológica. El punto crucial es de qué manera hacer una investigación desde las razones del psicoanálisis, sin que esto implique ni el desentendimiento ni la sumisión a los formatos académicos (Kuri, 2006).

La posibilidad de que una investigación no sucumba a modos que le son impropios es soste-niendo un ejercicio incansable de cuestionamiento, que no lleve a plegarse a las exigencias del método, que bregue por no perder de vista la especificidad y que no abandone los modos propios al adaptarse a otros, hechos con otra estofa. Esto supone no entre-garse mansamente sin cuestionar las modalidades de producción de saber universitarias, los formatos de escritura e investigación, sino problematizarlos, analizar qué efectos produce el intentar ajustarse a esas condiciones, qué pérdidas acarrea. No se tra-ta simplemente de modalidades de presentación, de formas, sino de un género que tiene su propia moral, su relación con la lengua y con el saber. No es sin consecuencias el adoptar un formato de es-critura ajeno a su modo de producción de saber, no tan livianamente puede escribirse una tesis psi-coanalítica. No se trata simplemente de ceder en las formas pero conservar el contenido, hay múlti-ples problemas que el género impone. El asunto es cómo hacer que circule el discurso del psicoanálisis en la Universidad sin apartarse de la manera de ar-gumentación, cómo investigar en psicoanálisis sin cambiar de lengua (Kuri, 2006). La alternativa es no escatimar en múltiples esfuerzos de liberarse de la coacción metodológica, puesto que el precio de la sujeción sería hacer otra cosa que no sea un escri-to psicoanalítico. Del mismo modo, estar atentos a que no se mortifique el discurso en la transcripción a otras leyes.

Esto lleva consigo cuestionar las exigencias académicas, sospechar del pedido de borramiento en favor de una escritura impersonal, como manera de no dejar rastro de quien escribe. Por el contrario, la especificidad de los textos analíticos está dada por cómo aparece el sujeto dividido, extremando algo de lo que se da en el problema del ensayo (Kuri, 1992). La tesis, los escritos académicos, no toleran dicha aparición. En cambio, en los escritos analí-ticos, la división subjetiva toca la argumentación

misma. Se busca dar cuenta de la enunciación de lo que se enuncia, albergar las marcas que las condi-ciones de enunciación ejercen en el discurso.

En definitiva, lo que se pretende situar son los sucesivos problemas que presenta una investi-gación radicada en la Universidad. Precisamente una de las limitaciones, o situaciones con las que debe lidiarse en el marco de una Maestría son las exigencias institucionales, al asunto es si se pue-de ponerlas en suspenso, interrogarlas. Se trata de poner en cuestión las exigencias institucionales sin caer en una posición renegatoria del ámbito donde se encuentra, en el intento de escapar a las limita-ciones académicas. Es menester situar los escollos que plantea el discurso académico, la retórica uni-versitaria, por la manera en que pone en juego la relación escritura-saber. En este sentido, es preciso remarcar el problema que introduce la tesis como género académico, altamente protocolarizado, co-dificado, el estado de lengua que supone. El proble-ma de construcción de la tesis se constituye enton-ces como problema retórico. Se trata de reflexionar sobre el hecho de escribir, y de escribir en la Uni-versidad, sin naturalizar ni olvidar los problemas que introduce para el psicoanálisis la estructura y la moral de los textos académicos.

La tesis es un género discursivo que como tal supone ciertas normas, valores, creencia epistemo-lógica, metodología, retóricas procedimentales. Se rige conforme a determinados patrones retóricos: proposiciones asertivas, predominio de la función informativa del discurso, univocidad, supresión de metáforas, precisión terminológica, autorizaciones eruditas de las categorías que se usen. Asimismo, se ordena de acuerdo a patrones epistemológicos: consistencia argumentativa, claridad expositiva, ausencia de juicios de valor. Realiza remisiones es-colares, descansa en la palabra autorizada, donde hace pie, desresponsabilizándose así respecto de la enunciación. No soporta las alusiones cifradas, las resonancias, las menciones imprecisas (Dalmaroni, 2000).

El cuerpo de la tesis se organiza de acuerdo con un comienzo y un apartado final de conclusio-nes, en donde se exponen a los resultados arroja-dos por la investigación, los cuales se encuentran justificados a través de argumentos que presentan conexión deductiva, y habiendo sostenido continui-dad en la exposición, correlativa la continuidad del pensamiento. Regida por el imperio del método, predetermina un fin, un recorrido, desde el marco teórico. El desarrollo es sistemático, sin ser plausi-ble detenerse en cualquier momento, o introducir giros imprevistos. Se prefiere un desarrollo lineal,

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sin vueltas y revueltas, en el cual el afán de sistema-ticidad se opone a la reflexión ocasional y fragmen-taria, a lo cambiante, a lo perecedero y a lo efímero. Tampoco es admitido lo lacunar, lo coyuntural, lo transitorio, lo conjetural, la fisura del texto. El mis-mo rechazo es mostrado hacia lo lúdico y lo infantil. De igual modo, se resiste a la divagación, al andar errante, y a aquello que se muestre como inútil. De ahí que sea importante la elección del tema, la jus-tificación, la pertinencia y la explicitación de los be-neficios que producirá la investigación. El objetivo es producir un saber útil, realizar un aporte sustan-tivo al campo, para a partir de allí construir, para continuar otorgando consistencia al saber.

Por estas razones, es necesario problematizar cada uno de los aspectos que supone escribir una tesis psicoanalítica. Por un lado, el problema que supone el método, en tanto pareciera que hay que optar, como sugiere Barthes, entre el método o la escritura, o dicho de otro modo, que “allí donde rige el método no le queda nada a la escritura” (Barthes, 1982:374). A esto se agrega el problema que supone el marco teórico, al partir del supuesto que puede plantearse con anterioridad un recorrido. Por otro lado, la argumentación a desplegar también cons-tituye un problema, el modo de utilización de los conceptos. Del mismo modo, la posición de quien escribe; cómo escribir, pregunta sobre la posibili-dad de que el texto sea atravesado por la marca del interrogante singular de quien escribe. También es preciso marcar la distancia del carácter conclusivo del cual alardea la tesis, considerando que luego de un análisis exhaustivo el tema se ha cerrado y ago-tado.

Entonces, descartando que el título que otor-ga la Maestría habilite para la práctica, que se en-cuentre en relación a la formación profesional, esta-bleciendo que sólo tiene incumbencias académicas vinculadas a la formación en investigación, surge el inconveniente consistente en que los formatos de investigación universitarios, los modos de pro-ducción de saber, los géneros imperantes, el tipo de texto que engendran, la lengua en la que hablan, resultan extraños para el discurso del psicoanálisis, es en ese punto en donde surge la cuestión acerca de por qué una Maestría en Psicoanálisis, o tal vez, por qué una tesis psicoanalítica y no otro tipo de producción textual, y es ahí donde se vuelve recur-sivamente a las exigencias universitarias las cuales reconducen a la pregunta inicial.

Aún siendo una tesis universitaria, y sin es-capar a los vicios propios del género, se pretende cuestionar los modos de escritura académica y si-tuar las incompatibilidades y los puntos de tensión

con el discurso psicoanalítico. Quizás el modo de permanecer en la Universidad, sin pagar el precio de convertirse en otra cosa, sea sostener las contra-dicciones, exaltarlas, subrayarlas, llevarlas al límite para sostener la fricción, el punto de irreductibili-dad. La permanencia es posible a condición de un ejercicio constante de cuestionamiento, del esfuer-zo por ir en contra de la inercia universitaria, ape-lando al pensamiento crítico, a la actitud polémica y apostando a una transmisión más allá de conte-nidos.

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Buenos días, agradezco vivamente las palabras del profesor Cappelletti y cierta-mente estoy muy gustoso de visitar nuevamente esta Universidad y singularmente esta Facultad. Tengo también que agradecer a la Secretaria de Ciencia y Tecnología que es quien ha estado en contacto conmigo y muy cuidadosamente ha estado preparando esta venida y ha hecho muy grata, no sólo ella sino toda la Facultad, mi presencia aquí. Y además, ya que estamos haciendo la iniciación, vale la pena destacar el valor de estar en una Facultad donde se da sitio importante a lo gratuito de la Universidad Pública; cosa que no sucede en todas partes, y respecto de lo cual hay hoy ciertas tendencias regresivas a nivel nacional, que en este caso afortunadamente no son las que están presentes.

Bueno, vamos a hablar hoy acerca de algo que tiene que ver con esta cuestión de la subjetividad y el neoliberalismo que es la idea de sujeto pre-social que tiene el neoliberalismo, y su fuerte apuesta a la post-verdad. Ello según su actual ejercicio, pues la post-verdad no está en la ideología neoliberal inicial, sino que es un elemento propio de su práctica contemporánea. Y vamos a señalar entonces esta diacronía que dice el título, la diacronía entre una cosa y la otra porque la noción de sujeto pre-social es una noción que tiene por lo menos dos siglos y la idea de post-verdad (por lo menos lanzada de manera galopante como está operando hoy en los hechos y en las prácticas políticas latinoamericanas y también en nuestro país dentro de América Latina), es algo muy contemporáneo y que no tiene precedente en el mismo sentido. Así que se conjuntan en el presente tendencias que responden, diríamos, a surgimientos históri-cos muy diferentes en el tiempo.

“La sociedad no existe”: dijo así Margaret Thatcher alguna vez, y planteó con esto uno de los dogmas del liberalismo, pues efectivamente para ellos lo social no es nada más que un conglomerado de individuos, lo que existe son sólo individuos y la sociedad es una especie de ilusión, de apariencia pero que efectivamente no existiría. Alguien dirá ¿pero cómo? estamos acá todos juntos, cómo no va a ser lo social algo evi-dente por sí mismo. Pero la verdad es que si uno fuera empirista al máximo (ustedes saben qué es ser empirista, es decir, reducir el conocimiento a la observación en un sentido literal, en un sentido diríamos estricto), acá no hay una sociedad, acá hay solo una serie de personas. Claro, esta serie de personas después uno puede mostrar qué relaciones tienen con sectores sociales, acorde a determinados tipos de variables que son sociales. Pero en una versión empirista radical lo que se dice es que lo único que hay son individuos: yo nunca he visto pasar una sociedad frente a mi ventana porque efectivamente las sociedades no están configuradas, simplemente por ejemplo, por el agrupamiento; muchos de ustedes tienen sus lazos sociales más importantes fuera de

Sujeto pre-social y episteme post-verdad:

diacronías neoliberales

*Conferencia dictada en el marco de las VII Jornadas de Investigación en Psicología 2017 organizada por la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario.

Dr. Roberto FollariUniversidad Nacional de Cuyo (UNCu)

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aquí, fuera de este aula en la que se juntaron aho-ra. Lo cual indica que desde el punto de vista social muchos de ustedes están casualmente, episódica-mente aquí y quizás sea mucho más propio para definirlos a ustedes desde el punto de vista social el sector social del cual vienen, el barrio en el cual están, la escuela a la cual fueron. O sea: algo que no tiene que ver con el hecho de que estén acá.

El que estén acá parece un hecho fuertemente social, pero desde el punto de vista de la descripción sociológica habría que ver cuánto tienen en común y cuánto no quienes están hoy aquí y –ciertamen-te- algunos de ustedes tienen más en común, social-mente, con otras personas que no están ahora acá.

Con esto, quiero diferenciar entre estar agru-pados y ser sociedad. Nos podemos juntar episódi-camente con un grupo o podemos andar solos; pero en cuanto se está solo no se está fuera de la socie-dad, se tienen todas las determinaciones sociales que uno trae consigo, el sector social del cual viene, la escuela a la que fue, etcétera. De modo tal, que lo social no se configura por estar agrupados sola-mente.

Entonces, empíricamente uno podría decir, como dijo Thatcher y como dicen los individualis-tas metodológicos en las Ciencias Sociales: “no hay sociedad, lo que hay son sólo individuos”.

Contra esto, la versión de Durkheim, por ejemplo, como iniciador de las Ciencias Sociales allá por el año 1900, nos muestra cómo hay reglas e instituciones que van más allá de los sujetos. O sea: que cada uno de nosotros podemos ser muy in-dividuales, pero en realidad, operamos acá adentro acorde a las reglas que existen en la Universidad. Podemos transgredir esas reglas, pero las transgre-siones a esas reglas pueden tener sanciones acorde a las reglas que hay aquí. Por lo tanto, nosotros no somos acá seres que hacemos lo que individualmen-te o simplemente se nos ocurre, sino que estamos siempre socialmente reglados. Es decir, que la so-ciedad existe aunque no se vea, más allá de nuestra presencia individual. Sin embargo, para la versión liberal, lo que hay son exclusivamente individuos y las sociedades son un invento, una imaginería pro-pia de pensamientos más o menos afiebrados, como ellos suponen que es, por ejemplo, el de Marx.

En el medioevo, antes del capitalismo, no existía la sociedad en el sentido actual. Existía algo que podemos llamar hoy “comunidad” en el sentido de que no era una sociedad diferenciada, es decir, no era una sociedad con roles diferenciados, ex-cepto los de los siervos, en relación con los señores feudales. Había propietarios y apropiados, por de-cirlo de alguna manera, que no eran esclavos pero

sí eran en buena medida propiedad del señor, y te-nían que responderle. Allí todos hacían las mismas cosas, con pequeñas diferencias, pero no existían las diferenciaciones sociales, las profesiones que hoy existen. Mucho menos los distintos lenguajes disciplinarios de las ciencias. Eso no existía, porque las ciencias no existían en su diferenciación actual. Había un sólo saber, que era la Filosofía, por eso se la llamaba “Amor a la sabiduría” en tanto la filoso-fía era todo el saber, no había ciencias diferenciales. Los filósofos eran los que estudiaban matemática, física, y de hecho, la filosofía aristotélica hasta San-to Tomás y todos los filósofos medievales incluye tanto la metafísica como la física.

No había, por tanto, el individuo en esa so-ciedad. Borges solía decir que la noción de autor es rara porque, ciertamente, en esas sociedades todo era un conjunto, aunque ese conjunto estaba subor-dinado al amo. No estoy diciendo que el medioevo fuera ninguna maravilla, era la igualdad de la servi-dumbre, de estar en condición de siervo. Pero efec-tivamente entre ellos, los distintos siervos no tenían diferencias importantes de estatus, ni de clase, ni de acceso a propiedad.

Había lo que Durkheim llamó solidaridad mecánica. El surgimiento del individuo -de la idea del individuo- es moderno, es propio del capitalis-mo, no existía antes de él.

Por eso es que existía el llamado folklore en un sentido estricto: una canción, un tema musical no era propiedad de alguien, no había un autor, sino que era de la comunidad. Y aunque alguien fuera el que en un momento sintetizara en su cabeza ciertas tendencias, y fuera él quien escribiera, de cualquier modo no importaba que fuera Pepe o que fuera Ma-ría, lo que importaba es que eso pertenecía a cierto patrimonio histórico del conjunto.

Esto desaparece con el capitalismo, porque el capitalismo termina con que todos los sujetos en el feudo vivían igual entre sí, excepto el señor, y te-nían iguales condiciones, y en todo caso vivían me-dianamente bien o se morían de hambre todos jun-tos. Desde que el capitalismo surge, estamos cada uno librados a nuestra suerte. O sea, que si no te ocupas de ti mismo, lo más probable es que te mue-ras de hambre. Por lo tanto, el “hacerse cargo de sí” y el vivir al vecino como competencia es propio del capitalismo. El capitalismo entonces, promueve au-tomáticamente, es decir, promueve como ideología interna a sus formas de práctica la aparición de la individualidad, la aparición del hombre que Fou-cault también presentaría como iniciándose en el post-medioevo.

O sea que la idea del hombre como individuo

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es una idea nueva en la historia, existe desde hace unos tres siglos. Esto implica la desfamiliarización del sujeto en relación al mundo, que es lo que Des-cartes va a proponer en su filosofía. Es decir, la filo-sofía cartesiana, por primera vez presenta una radi-cal desfamiliarización del sujeto con el mundo. Fue Descartes el primero que dice “No voy a confiar en los datos, no voy a confiar en lo que veo. ¿No será que hay un genio maligno que me está engañan-do, me hace ver lo que no existe?” Es una pregunta que no se había hecho nadie antes, por lo menos tan radicalmente como él. Y esto no es porque Des-cartes fuera más genial que otros, obviamente era brillante como filósofo, pero esto surge en realidad porque el Yo está, por primera vez, sin puentes con el mundo. El sujeto se siente tan afuera en relación con los demás y con el resto de la sociedad que tiene que dudar de su relación con ellos, tiene que dudar de su relación cognitiva con ese mundo. Ahí vemos claramente surgir el sujeto, en el sentido moderno de la palabra. Esto es el inicio de lo que se llama la Modernidad, propiamente. Ahí surge esta idea del individuo que pareciera desgajado de lo social. Esto lo vemos de alguna manera en la economía de Adam Smith, en la idea de que cada uno concurre, desde su condición personal, individual al libre mercado; y sobre todo de Rousseau como personaje de la fi-losofía política moderna, como personaje fundante para el cual la sociedad es un mal, y los sujetos es-tán en condición natural, son naturalmente buenos, y es la sociedad la que los arruina, los hace malos. Es allí donde está la idea de que uno puede ser un sujeto pre-social, que sólo luego está haciendo el tan meneado pacto social, por el cual se asumiría las condiciones del arreglo para que los distintos sujetos se sometan a la condición de sociabilidad. Ahí pareciera que efectivamente el individuo es no social, y después recién entra en lo social.

Pero esto es solamente una apariencia, va-mos a decir nosotros según lo señalamos recién: las nuevas formas de la producción son las que dan por efecto estas maneras de entender al sujeto como si fuera autónomo, o pre-social.

Fue Marx quien mostró que los sujetos somos relaciones, la famosa tesis aquella de que el ser hu-mano es la suma, o la combinación de sus relacio-nes, y no existe por fuera de ellas. Además, nosotros pensamos, y cada uno es lo que es y piensa como piensa desde un lugar social, es la condición social la que explica nuestra condición individual. Dicho de otro modo, aquello que distingue a dos de us-tedes es explicable en términos sociales, es decir, en las diferencias de sus historias sociales, y no de algo así como “cada uno es como es” y ello se ex-

plica porque supuestamente nació distinto al otro. Uno puede tener, como ustedes saben, porque estoy en una facultad de Psicología, determinado tipo de condiciones psicofísicas iniciales, pero ciertamen-te, todos los contenidos que hay en la mente tienen que haber pasado por los sentidos, tienen que haber pasado por las prácticas, y por lo tanto, nuestras di-ferencias son fundamentalmente diferencias apren-didas, diferencias adquiridas.

A su vez, al margen de Marx, y muy lejos de él, Émile Durkheim, al cual hemos hecho varias re-ferencias porque es el iniciador de la sociología so-cialmente aceptada (Marx había escrito antes de él, pero claro, a Marx se lo tachaba de ideológico y por tanto, no dejaban entrar a la universidad a su dis-curso) es quien señaló muy claramente que hay que estudiar los hechos sociales como cosas sociales. Es decir, Durkheim acabó con la idea de Dilthey y de toda la filosofía especulativa que decía que los seres humanos somos totalmente libres, y que por tanto, no se los puede tratar con reglas propias del causa-lismo. El hecho de que se hable de causas es propio de las ciencias físico-naturales, y se suponía que en las ciencias sociales no las habría. Ciertamente, las ciencias sociales son diferentes a las físico-natura-les, y la forma en que operan las causas en las cien-cias sociales es distinta a las de las físico-naturales, pero, sí operan causas.

Y esto es lo que Durkheim recupera cuando dice que hay regularidades empíricas, no conocidas por los actores sociales. ¿Qué es esto? Es que preci-samente, entre quienes están aquí, si uno llegara a disponer todos sus datos de ingresos, escolaridad, vivienda, propiedades, etc., uno podría tipificar que hay algunos de ustedes que tienen más parecidos entre sí que los que tienen con otros de ustedes, ha-brían varios segmentos distintos, de lo cual ustedes mismos no saben. Ustedes no saben con quiénes de aquí tienen parecidas características, no tienen por qué saberlo, pero efectivamente esas características están operando en quienes son ustedes. De modo que ustedes se parecen a otras personas que están acá, sin saber que se parecen a ellas, porque están determinadas por las mismas condiciones.

Esto es lo social que opera sobre aquello que parece ser puramente individual. Pero en realidad, hay una condición social de ingresos, de lugar de re-sidencia, de tipos de escolaridad, que hace que sean Uds. quienes son, o sea que las diferencias llamadas individuales están socialmente producidas.

Y el mismo Durkheim, para insistir en su ar-gumento, utilizó una expresión muy fuerte, muy cu-riosa para la época, que es la de “coerción”. El dijo que la sociedad ejerce coerción sobre los individuos.

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No cohesión, la coerción se impone directamente a los individuos. Entonces, lejos de ser libres, como se supone o tendemos a suponer, somos efecto de ciertas condiciones estructurales que la sociedad hace en nosotros.

Después de Durkheim, en el plano de los grandes clásicos de la sociología (que son de algún modo los de las ciencias sociales en general), vino Max Weber, ese extraordinario erudito, muy ale-mán, él leía tantas horas por día que terminó en el psiquiátrico -un tiempo cortito, después salió-, pero realmente era un lector obsesivo y escritor brillante. El es el pensador de la modernidad, en cierto sen-tido, cuando él habla de la diferenciación social. El dice que una sociedad es distinta a las comunidades medievales en la medida en que esa sociedad se mo-derniza. Y modernizar significa tener burocracia (es algo que él estudió muy a fondo), y una burocracia a su vez modernizada, lo que significa una burocracia eficaz, eso que no solemos tener en los países lati-nos. Tenemos algunas cosas bastante mejores que los sajones, pero en eso no, evidentemente tenemos mucho que aprender de ellos.

Y Weber plantea la diferenciación como parte de los procesos de racionalización modernizante. O sea, la modernización de las sociedades es la racio-nalización de éstas. Él cree que lo que va haciendo la ciencia y la tecnología es modernizar a las socie-dades y hacerlas cada vez más racionalizadas. Esa racionalización produce la pérdida del carisma, la ruti-nización, en fin, lo racional no enamora pero sí funcio-na como una forma de hacer más eficientes los procedi-mientos sociales, y allí se da la especialización como un elemento central. Lo que diferencia a los políticos de los académicos: cuando un país tiene menos desarrollo desde el punto de vista económico, y a veces desde el punto de vista de los efectos culturales de lo económico, sucede que la relación entre academia y política es más poro-sa, está más mezclada. Esto en algunos países lati-noamericanos es muy evidente. Si comparamos la Argentina con Ecuador o Venezuela, países ambos que conozco, uno ve que allá se pasa de la acade-mia a los cargos políticos con mucha facilidad. En la Argentina no es tan así. No digo que no haya ca-sos, por supuesto que los hay, pero no es fácil que el prestigio académico tenga efectos en lo político. Es un capital, como diría Bourdieu, diferente en cada caso: son dos capitales muy distintos.

Esto implica que la diferenciación social de la Argentina es más alta. Con esto no estoy diciendo,

por favor, que esa condición es mejor ni peor, estoy haciendo simplemente una descripción que hace que tengamos una sociedad más pluralizada desde el punto de vista de los discursos, de las especiali-zaciones profesionales, de los campos de práctica…

Pero -esto parece importante marcarlo-, po-dría llevar a la idea de que las sociedades moder-nizadas ya no son sociedades, sino son una multi-plicidad de repertorios absolutamente disímbolos, diferenciados. No se tendría en cuenta, contra lo que plantea Weber, la existencia de alguna unidad social de conjunto por fuera de la diferenciación. En cambio, para nuestro autor no es que cada uno está en la suya, sino que la sociedad en su conjunto se regula por cierto tipo de armonización, conflictiva siempre, pero existen mecanismos de cohesión en-tre estas distintas especialidades, lenguajes, etc.

El hecho de que la sociedad sea muy diferen-ciada internamente no significa que no exista una estructura de conjunto que ordena esa diferencia-ción. Porque alguien podría decir “Si está muy di-ferenciada ya no es una unidad, ya no es una socie-dad”. Pero en esa diferenciación hay un orden, esa diferenciación implica funcionalidades desde una parte a la otra, de cada uno de los sectores y de los lenguajes específicos de las profesiones a las otras, de manera tal que, en realidad, esa diferenciación es un mundo social que ordena ciertas heterogenei-dades internas.

Y esto lo digo ya para el último momento de esta historización que estoy haciendo, que sería el momento de lo que algunos autores -yo he estado de acuerdo en eso y he escrito al respecto- llama-mos “época posmoderna”.

Hablar de lo posmoderno (lo aclaro de una vez, porque en su época era un debate que se dio en los ‘90, hoy en día casi nadie ya habla al respec-to, porque ya se ha asumido que los rasgos posmo-dernos son los rasgos de nuestra cultura) digo que hablar de eso no significa que uno valore positiva-mente las formas de vida y de pensamiento posmo-derno, ese estilo cultural. Simplemente es la moda-lidad que mayoritariamente existe en esta época, y hay que hacerse cargo de ella, nos guste o no.

Hay un autor que se llama Gilles Lipovetsky, que vale la pena leerlo no porque sea brillante (es una especie de apologeta de lo posmoderno, alguien

“Lo típico de esta época es la diferenciación llevada al máximo, lo

posmoderno es sobre-moderno”

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que dice que lo posmoderno es el mejor de los mun-dos, yo no estoy de acuerdo en eso) sino porque es un buen descriptor de ciertos aspectos propios de la vida cultural que vienen desde los años, yo diría ’80, para acá. Eso llamado posmoderno es precisamente la condición de la cultura en los últimos 35 años, más o menos.

Lo típico de esta época es la diferenciación llevada al máximo, lo posmoderno es sobre-moder-no, diríamos la racionalidad de esta diferenciación weberiana llevada al extremo, es una sociedad don-de se hablan múltiples lenguajes, ahora tenemos 80 FM en cualquier ciudad, todo está segmentado. En la época en que yo era joven habían 2 o 3 emisoras, en alguna ciudad del tamaño de Mendoza o Rosa-rio, que es el doble de Mendoza, de algún modo es-tán en el mismo rango, había 2 o 3 canales de tele-visión, todos veíamos lo mismo o no veíamos nada, no había otra chance.

Ahora tenemos diferenciaciones de canales de televisión, de radios, de estilos de consumo, mu-chísimo mayores. La sociedad está todavía más di-ferenciada.

Pero lo que Lipovetsky no explica, porque él abandona todo pensamiento crítico, son las condi-ciones sociales de la producción del individualismo, porque si hay algo que caracteriza esta época, es el individualismo, el narcisismo dice él.

Por supuesto, insisto en ello, no es que hayan otras tendencias presentes en la cultura y en la so-ciedad, pero sí es la tendencia dominante. Lo com-paro con la época en que a mí me tocó ser joven, en los años ‘70. Evidentemente, aquella época sostenía una épica de lo heroico y de la cultura revolucio-naria, que ciertamente de ninguna manera permea la cultura actual. Eso no significa que sea mejor ni peor, son distintas condiciones históricas, pero hoy en día el individualismo tiene un peso muy fuerte.

Existe, insisto en esto, una producción social de los individuos que se viven a sí mismos como centros de sí mismos. Dicho de otro modo, la so-ciedad produce el efecto de creerse que uno está “aislado” y que uno puede dedicarse a sí mismo sin ningún tipo de producción social sobre lo que uno piensa y quiere, en el sentido de creer “Bueno, yo hago lo que me gusta, yo pienso lo que me da la gana”. Bueno, esto es lo que creemos, pero en reali-dad pienso lo que puedo pensar en la condición so-cial en que estoy, y hago lo que foucaultianamente se me impone como forma del deseo en las condi-ciones sociales que me han tocado, en las escuelas a las que fui, en la familia en la que estoy, en lo que los medios -esos tremendos agentes socializadores contemporáneos- hacen de mi persona.

Entonces, para ir cerrando esta primer parte, negar lo social es una forma de atraso conceptual de al menos dos siglos. Y ese es el supuesto avance del pensamiento neoliberal.

En base a las condiciones actuales en las cua-les podemos sentirnos a nivel de apariencia, cada uno totalmente independiente respecto de los otros, y cada uno encerrado en su propio deseo y en su propia trayectoria de auto-satisfacción, hay una condición social que produce eso, y esa condición social de producción de lo individual es lo que está oculto por la apariencia de la centralidad de lo in-dividual.

De manera tal que basarse en esa apariencia, y pensar al sujeto como lo pensaba Thatcher, “no hay sociedad, sólo hay individuos”, es ir 200 años para atrás o volver a Rousseau, y es no advertir que esa preeminencia del individuo es una apariencia socialmente producida. Es la sociedad la que pro-duce la condición de dominancia de lo individual, y desde ese punto de vista el efecto de individualismo es un efecto socialmente cristalizado, y por lo tanto, la sociedad precede al individuo, y no hay ningún individuo pre-social, como lo supone el liberalismo. Esta es la primera parte de lo que quería decir.

Presente y post-verdad

La otra parte de mi alocución tiene que ver con la post- verdad. Eso sí no es desde hace 200 años, es de hace bastante poco, cuando hubo visionarios como Nietzsche que extraordinariamente plantea-ron hace un siglo y un poquito más que “todo dato es interpretación”, y que en realidad toda verdad es la imposición de una voluntad de poder. Es decir, Nietzsche planteó antes que Foucault (y Foucault lo retoma de él) la idea de que la verdad es una rela-ción de fuerzas y de que, por tanto, la objetividad sería nada más que un cuento chino inventado por alguien para imponernos su voluntad.

Pero esto que Nietzsche dijo, de algún modo lo dijo “fuera de época”, lo dijo en un momento en que el positivismo estaba en su auge, con lo cual lo que él dijo quedó para filósofos, quedó para outsi-ders, y quedó quizá para algunos hippies de los años ‘70, pero no quedó asentado como voluntad mayo-ritaria, como pensamiento mayoritario, porque no era propio de esa época, donde la ciencia tenía un prestigio enorme, y se la pensaba como sinónimo de realidad objetiva. Esto, quienes trabajamos Epis-temología, como también lo hace aquí el profesor Cappelletti, conocemos bien que la cuestión es más complicada, pero lo cierto es que en esa época no se

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podía plantear con éxito masivo desde el perspecti-vismo nietzscheano, así es que por mucho tiempo se diferenció claramente la noticia de la opinión, la información de la opinión. Y también se diferenció el referente de un enunciado de lo que es el conte-nido del enunciado, es decir, la verdad de un enun-ciado se daba por la relación entre el contenido del enunciado y una condición objetiva que se suponía claramente exterior al enunciado.

Por supuesto, diversas teorías del lenguaje (y autores significativos como Lacan y Foucault) ha-brán mostrado los problemas que hay para pensar la correlación entre una subjetividad que emite el enunciado y una condición objetiva externa que es inasible en sí misma, según se supo desde Kant en adelante; pero ciertamente siempre se supuso la existencia de esa condición externa, que de algún modo puede ser “el real” de Lacan, pues no todo termina en el plano de lo simbólico y lo imaginario como condiciones del sujeto. Lo cierto es que se di-ferenciaba el enunciado, de aquello a lo cual refería el enunciado. Vamos a volver sobre eso; antes de hacerlo, quiero aclarar algo respecto a que se utiliza mucho la noción de “mentira” en la denuncia acerca de los medios hegemónicos, contra los medios he-gemónicos, los que efectivamente falsean notable-mente las noticias en todas partes, y ciertamente mucho en nuestro país. Pero habría que decir que a menudo está mal usada la noción de mentira, porque falsedad y mentira no son exactamente lo mismo. Mentira es la “false-dad intencional”, yo miento cuando a propósito digo algo distinto a lo que creo que es, pero hasta podría darse el caso de que uno mienta y sin embargo diga la verdad, sin saber que es tal verdad. Supongamos que yo quiero hacerles creer a ustedes algo falso, pero resulta que yo tengo mal conocimiento de la cosa, y entonces, lo que digo, paradojalmente, puede resultar verda-dero aunque yo crea que es falso. Lo que importa en la noción de mentira es que yo tenga la intención de engañar, lo que importa en la noción de falsedad es que el enunciado no se corresponde con las cosas, al margen de que yo tenga buena o mala intención. Si, por alguna cosa rara, tuviera mal el reloj y yo dijera “-Bueno, ahora son las 11:15”, aunque en realidad son las 11:02. Si alguien me pregunta y yo le digo “Mire, son las 11:15” yo he dicho algo falso, pero si yo estoy convencido de que son las 11:15, no estoy mintiendo.

En cambio, si quiero “meterle el perro” a al-guien por alguna razón, porque me cae mal, porque

me preguntó de mala manera y le quiero contestar cualquier cosa, le contesto mal, mi reloj dice 11:15 y le digo “No, son las 11:02” bueno, resulta que es cierto a pesar de que yo le quería mentir.

Entonces, lo que importa es la falsedad más que la idea de mentira, y la falsedad está muy pre-sente actualmente en determinados tipos de discur-sos, tanto periodísticos como en las redes sociales –más aún en estas-, pero la post-verdad no es el rei-no de la falsedad necesariamente, ni tampoco de la mentira, sino es un espacio en el que “ya no importa si algo es verdad o es falso”. La post-verdad es que ya no importa fijarse si las afirmaciones coinciden o no con los hechos, sino importa que las planteemos como nos parece, como tenemos ganas, como es acorde a nuestra propia decisión, gusto, y/o ideo-logía.

Esa post-verdad está funcionando fuertemen-te, con potentes efectos políticos. La aplicó Trump en su campaña y tuvo éxito, le fue bien con eso, después se demostró que lo suyo era falso, pero ya no importa. Y en ese caso era falso y también era mentira, pues se falseó a propósito. Se aplicó con-tra Evo Morales cuando él hizo el referéndum para la posibilidad de su reelección, que la perdió, y se demostró también que lo propalado era falso; él no tenía esta hija que se suponía que había tenido pero no importa, ya el daño estaba hecho y qué importa si fuera falso, si ya logramos que Evo Morales no pudiera ganar esa elección.

Es decir, se aplica con singular éxito en dis-tintos sitios. ¿Por qué? Estamos en una época de in-flación de signos, en una época de hiper producción simbólica, la cual tiene que ver (esto si a alguien le interesa después puedo profundizarlo), desde una visión materialista esta inflación de los signos tiene que ver con el predominio del capital financiero en relación con el conjunto de la composición del capi-tal. Es decir, que el avance del capital financiero por sobre el capital productivo ha producido la imagen de que no se necesita trabajar para producir rique-za. Basta tener una tarjeta, basta manejar símbo-los, basta meterse en Internet para poder resolver problemas económicos. Por lo cual, pareciera que entre el valor que está objetivado en el dinero y la producción de valor-trabajo no hubiera ninguna re-lación. Por lo menos hay que decir que la relación

“La post-verdad es que ya no importa fijarse si las afirmaciones coinciden o no con los hechos, sino importa que las planteemos

como nos parece”

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se ha hecho muy indirecta, y por lo tanto, nuestra relación con el mundo del trabajo directo y de la producción en el “sentido material” del término, se ha hecho muy mediada, con lo cual, cada vez más, parece que vivimos en un mundo platónico donde el espíritu se produce a sí mismo, donde el mundo simbólico funciona solo y sin ataduras con las con-diciones materiales.

Siendo así, entonces, hay todas las condicio-nes para que el signo se despegue del referente. Hay todas las condiciones para que exista un mundo de lo simbólico al que cada vez más le importe poco o nada su relación con algún tipo de referente fuera de lo simbólico mismo, fuera del mundo interno a los signos, el cual está hipertrofiado, por supuesto, por Internet también, y por las mal llamadas redes sociales (digo “malamente” porque redes sociales son todas las redes en que estamos inscriptos, no sólo las redes que tienen que ver con el mundo elec-trónico, pero bueno, les han puesto ese nombre y nosotros lo usamos en ese sentido parcial).

En fin, ¿qué puede pasar a partir de este pre-dominio del mundo simbólico? Cuando digo simbó-lico digo también lo que se suele llamar imaginario en cuanto a los registros del psicoanálisis, es decir, el mundo de las significaciones en su conjunto.

A partir de eso, advertimos la desfachatez de ciertos periodistas actuales, los cuales saben que en el vértigo de las noticias los furcios se olvidan.

En otra época había que chequear las noticias. En contraste, hoy se puede decir cualquier barbari-dad. Cosas aberrantes, que total mañana se van a decir otras cosas aberrantes, y las aberraciones de hoy serán perfectamente olvidadas por las aberra-ciones de mañana. Con lo cual, se puede perfecta-mente cometer todo tipo de furcios intencionales, muy a menudo, a veces no, las más de las veces sí, pero que en otra época hubieran sido un escándalo. Pero claro, en esa época había sólo dos o tres pe-riódicos, ahora hay no sé cuántos y tantos canales de televisión, que si uno se ocupa de la cantidad de barbaridades, de cosas falsas que han sido dichas en un día, tiene que ocupar tres días nada más que para notificarse de lo de ese día, pero resulta que en los tres días siguientes hubo muchas más. Y ade-más, uno ve un canal y no ve todos a la vez, con lo cual, las cosas pasan y algunos se dan cuenta, otros no, los que ven ese canal lo ven porque les gusta, por lo tanto aceptan, a menudo, esos furcios como si fueran buenos. Ello en la medida en que lo que se ha impuesto, entonces, es el estilo egosintónico de las redes sociales en el mundo de los medios.

¿Qué es esto de lo egosintónico? Bueno, uno en las redes sociales al que no le gusta lo borra. Si

uno no puede argumentar, que es lo que a menudo sucede, le pone “jaja, jiji, sos un no se qué”, se insul-ta, el argumento es lo de menos, la cuestión es como herir al otro, como ponerlo en ridículo, las redes so-ciales son una cloaca, más allá de que ciertamente son un enorme espacio de comunicación posible y efectivo, y que desde ese punto de vista, todos lo utilizamos de una manera en que nos es útil, pero desde el punto de vista de la argumentación, es el epitafio del argumento, allí la argumentación es lo que menos importa.

La cuestión es quien insulta más fuerte, quien dice algo más impactante, quien tiene más segui-dores. Bueno, hay ejércitos de trolls pagados, cosas que son realmente pasmosas, desde el punto de vis-ta del manejo de la opinión a partir de una condi-ción nueva que es que a nadie le importa si lo que se dice es cierto o no, sino lo que importa es que yo le gane al otro diciendo que las cosas son como a mí se me ocurren. Y se terminó. Si Nisman se suicidó o fue asesinado es algo que se discute la más de las ve-ces en términos de lo que cada uno quiere. ¿Qué me conviene a mí? ¿Decir que lo asesinaron? Entonces, lo asesinaron. Es en esos términos que se da la dis-cusión. No tiene nada que ver con peritajes, por ej. los peritajes que se van a hacer ahora con lo de Mal-donado; pues en el caso Nisman fueron los peritos la Corte Suprema los que dijeron que aquello había sido un suicidio y ahora, nada menos que tres años después, al estilo redes sociales la Corte Suprema dice que no dijo lo que dijo. Dicen desde la Corte Suprema, que ellos no mandaron a hacer el peritaje que desde la Corte Suprema se había hecho. Cosas que sólo en esta época podrían pasar. Solo en esta época podría ocurrir algo tan escandaloso como que la Corte Suprema de la nación diga que no mandó a hacer el peritaje que mandó a hacer. Y que eso suceda es una muestra más de las condiciones en que en la barahúnda del mensaje todo pasa, total mañana nadie se acuerda. Entonces, la cuestión es que ya nadie quiere saber qué pasó. Qué nos impor-ta lo que pasó, ya todo el mundo tiene decisiones acerca de Maldonado, en estos días en que estamos en medio de una espera para intentar saber efecti-vamente qué ha pasado. Uno ve a periodistas deses-perados por mostrar cómo los cuerpos bajo ciertas condiciones de temperatura pueden estar setenta y ocho días debajo del agua sin tener modificaciones importantes. Gente que no tiene el menor estudio acerca de nada ni tiene la menor idea sobre el tema, son los que dicen eso. No han estudiado biología, ni han estudiado medicina, ni cuestiones forenses, ni han estudiado nada, pero sin embargo están tra-bajando. Y la sociedad hoy acepta esas cosas. A ver

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si me explico: obviamente todos tenemos ideología, todos tenemos derecho a sostenerla y necesidad de portarla. No hay nadie sin ideología. Los más ideo-lógicos son los que creen que no tienen ideología: esos sí que son esclavos de su propia ideología, por-que ni siquiera la reconocen. Pero digo: ideología te-nemos todos, y no está mal tenerla. Ahora, una cosa es tener ideología, y otra cosa es decir que siempre las cosas son como mi ideología dicta. Y que antes de que los sucesos hayan ocurrido yo ya sé lo que son, pues los hechos siempre son lo que yo quiero. Es que en las redes sociales las cosas son lo que yo quiero y al que diga otra cosa lo saco, lo insulto. Se terminó, no tengo nada que argumentar, no tengo que esperar pruebas, de modo que las discusiones llegan a niveles “ramplones” realmente insólitos.

El otro día escuchaba el argumento de que se supone que el hermano de Maldonado había ido al recital de Bono, según parece fue para conseguir firmas, pero se pretende que ello deslegitime cual-quier intervención de la familia sobre el caso. Por cierto: ¿quién se va a ocupar de querer encontrar más a un desaparecido que su propia familia? Pero no: quién es ese Sr. para hablar de su hermano, si es un irresponsable que anda yendo a festivales. Bue-no, y se ponen los tweets en pantalla de TV y eso es un argumento en esta época, eso se propone como un argumento ¿cierto? El caso es de una bajeza pa-tética, de una cortedad intelectual y ética inauditas, es decir: los argumentos en las redes son eso. Es un nivel insólito, donde insisto, no hay referente, no hay una verdad que buscar, se trata de “lo que quiero yo”. Yo digo que esto es así y vos decís otra cosa y listo, ya está, discutimos. No sabemos cómo es, pero qué importa que no sepamos. Lo que importa es lo que yo pienso.

Bueno, esta “desaparición de lo real”, en don-de lo único que se hace es tomar partido, está to-talmente establecida, forma parte de un régimen de incomunicación total, al que voy a distinguir de otros dos regímenes: uno, es precisamente el de la ideología. Ideologías existieron siempre, discusio-nes ideológicas existieron siempre, enfrentamiento ideológicos han existido siempre, pero se suponía que la ideología tenía que tener relación con un mundo objetivo externo. O sea: se tenía que dar razón de los hechos para ver si la ideología propia valía. Hoy en día, eso es lo que está desplazado. No importa si objetivamente las cosas son así o no, to-das las cosas tienen que ser como yo quiera. Diga-mos: no hay nada que discutir entre nosotros, pues

efectivamente los hechos son como yo digo.Y la otra es la noción de inconmensurabili-

dad de Tomás Kuhn, que algunos conocerán desde la filosofía de la ciencia. Kuhn muestra que dos pa-radigmas de la misma ciencia -y está hablando de ciencias físico culturales, de física- por ej. entre un físico cuántico y otro relativista, o uno relativista y otro que trabaje desde la mecánica clásica newto-niana, no se entienden; y la discusión entre ellos en algún sentido es estéril, porque de los argumentos que cada uno sostiene, los que son buenos para uno no son buenos para el otro, porque tienen funda-mentos distintos, criterios diferentes. Esto hace que haya inconmensurabilidad, o sea que no haya una medida en común para cada uno de ellos para lle-gar a decidir quién tiene razón. Y por tanto, Kuhn muestra que las discusiones se vuelven inútiles. (Se corta por la alarma y vuelve a retomar)

Decíamos que para la noción Kuhniana, para la noción de Kuhn, entre uno de los que discute y otro de los que discute hay argumentos que cada uno usa y el otro no los comparte, el segundo no puede asumir los argumentos que al primero le pa-recen claros. Y eso que hay referencia a datos, o sea que hablamos de una discusión científica, hay una discusión en relación con los datos. Puede ser que dos personas de paradigmas diferentes no interpre-ten igual los datos, pero en todo caso está la exigen-cia de ir a constatar los datos. En cambio hoy, esa exigencia ha desaparecido: o sea que la noción de inconmensurabilidad que mostraba que dos discur-sos distintos son muy lejanos entre sí ha sido dejada

muy atrás por esto, lo que se juega en la post-ver-dad es mucho mayor. Ahora los datos no importan, los datos los inventamos, ponemos lo que se nos ocurre, o directamente practicamos la supresión, el insulto, cosas así respecto al otro. Esto es lo que nuestra época de inflación simbólica ha determina-do. Insisto: es un régimen de incomunicación total porque cada uno de nosotros dice lo que se le ocu-rre y cada uno dice lo suyo y de eso, obviamente, no puede salir absolutamente nada compartido, porque no hay la menor intención de escuchar o aprender o de saber qué es lo que efectivamente ha ocurrido en alguna situación.

Entonces, estamos en el abandono del conoci-miento objetivo y de cualquier exigencia epistémica.

“Es un régimen de incomunicación total porque cada uno de nosotros dice lo que se

le ocurre y cada uno dice lo suyo”

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Conocimiento objetivo (digo: relativamente objeti-vo, nunca ha habido conocimiento objetivo puro), pues en el abandono de la idea de conocimiento como sometimiento a ciertas reglas para saber qué es lo que efectivamente sucede en una situación, la exigencia epistémica es prácticamente nula, no se necesita haber estudiado nada para poder hablar. El “hablemos sin saber” es una regla en el mundo periodístico actual, que cuanto menos sabe más ha-bla. Y todo esto, fuertemente afectado por el vértigo informacional y un deseo cada vez más descontro-lado. Estamos en esta época llamada postmoderna, que es la época del neo narcisismo, es la época don-de, de alguna manera, todos buscamos que las co-sas sean lo más cómodas posibles para cada uno de nosotros y lo que nos incomoda lo quitamos (somos una sociedad que soporta bastante poco actual-mente la contrariedad, el dolor y la angustia y en todo caso uno trata de taparlo si los padece). Aho-ra el principio de realidad está parcialmente aboli-do, el principio de realidad freudiano: no se trata de adaptarme a como son las cosas, sino a que las cosas se entiendan como yo quiero que sean. Por eso se da en sujetos como los actuales que la espera de la satisfacción, propia de Freud, la necesidad de espera para satisfacerse y que es un rasgo de salud mental, hoy en día está fuertemente afectado. Y las adicciones y las relaciones sexuales sin intensidad ni compromiso, son las formas de cubrir a menu-do el vacío de sentido. Por supuesto estoy hablan-do en términos tendenciales. Esto no significa que no haya gente que piense muy distinto a esto en la sociedad actual. Esa es la tendencia histórica más densa en la comparación de la cultura actual con la de otros momentos históricos. Entonces, para ce-rrar, la post-verdad garantiza la primacía del indi-viduo, la post-verdad implica que yo no tenga por qué atender lo que piensa el otro ni como son las cosas, me basta mi propio mundo, me basta mi pro-pio deseo, me basta con mi posición y no necesito de ningún otro, ni siquiera explicar esa posición a nadie, basta simplemente tirársela en la cara.

Entonces hay una especie de retorno al no reconocimiento de lazo social. En este lugar, en este punto de no reconocimiento del lazo, con la post-verdad se liga a lo que hablábamos la primera parte de la charla, es decir, la post-verdad es una cierta forma un retorno a la idea del individuo pre social, individuo que vive en su propio mundo como Baudrillard plantea, vivimos en una especie de es-cafandra, cada uno en la suya y que esto implica, prácticamente, dejar el lazo social a un costado. Y ello está ligado a la fantasía del goce perpetuo. Lo que Melman en un libro que se llama “El hombre

sin gravedad”, cuyo subtítulo es “gozar a cualquier precio” que está editado, allá por el año lejano de 2005, Melman -que es un psicoanalista lacaniano contemporáneo-, plantea ese síntoma contemporá-neo de gozar a cualquier precio, y el “goce a cual-quier precio” implica una especie de condición nar-cisista enormemente autocentrada. Ciertamente no son demasiado optimistas estas conclusiones, pero estamos en un mundo donde esto está vigente, por lo menos en mi impresión, es lo que luego vamos a charlar o discutir con ustedes en la medida que lo quieran, pero lo que digo es que hay que tratar de ser lo más lúcidos que resulte posible en las con-diciones de lo existente para poder en cualquier caso revertirlas, si es que nos parece que vale la pena revertirlas. Quiero decir, por lo menos aque-llos que creemos que la atención a ciertas formas de objetividad, a cierto respeto por los datos, cierto respeto por la argumentación es algo necesario a la convivencia. Tenemos que advertir que esto no pasa por su mejor momento y en todo caso admi-tiéndolo, podríamos establecer estrategias, qué tipo de acciones se pueden tomar para buscar restituir en algún punto la argumentación racional, el cara a cara y el compromiso con la propia palabra, que de alguna manera este estilo que provocan las redes sociales donde no todos actúan como hemos dicho pero muchos sí, puedan dejar de ser lo dominante en el mundo de la vida social, en el mundo público, en la discusión de modelo de país. Porque si la dis-cusión sobre el modelo de país que tenemos hoy se da en ese nivel, es que nos hemos apartado mucho del país que ha sido ilustrado, en el buen sentido de la palabra aunque también en el malo, porque se ha perseguido a los no ilustrados en nombre de la ilus-tración. Como se hizo en nombre de la escuela sar-mientina, o en la Campaña al Desierto, renovadas en estos días de manera adecuada a estos tiempos atacando a mapuches, pero ciertamente hemos sido un país que ha tenido una condición cultural im-portante, fuerte y consolidada, y ojalá que seamos capaces de recuperar esto para sostener el necesa-rio debate sobre qué país queremos, qué sociedad buscamos para nuestro futuro.-

Agradecemos la desgrabación del presente material a la profesora Ariadna Mariatti y a los ayudantes alumnos de

la cátedra de Problemas Epistemológicos de la Psicología de la Facultad de Psicología (Universidad Nacional de Rosario):

Patricio Savage; Sofia Romagnoli; Carolina Marc.

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RESEÑAS

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La elección de un libro para reseñar se basa en múltiples determinantes, temas actuales, la manera en que se entiende el contexto en el que se publica, aspectos polí-ticos y biográficos –sobretodo, basados en esa biografía académica que generalmente permanece en el plano de lo privado. Esta reseña recupera todos esos aspectos en un intento de síntesis algo detallada de un libro polifónico. Daré algunas de mis razones para la elección del libro.

¿Por qué un libro digital? Porque las tecnologías actuales permiten combina-ciones de lo “antiguo” –el libro- y lo más contemporáneo en formatos diversos, uno de esos formatos es el libro que es, en este caso, al mismo tiempo, digital. ¿Por qué en acceso abierto? Para remarcar que considero que la producción científica debería ser distribuida en formatos que permitan la accesibilidad que abra posibilidades de diá-logo. Al fin y al cabo, la mayor parte de la producción académica está sostenida por el Estado, por lo que quienes somos empleados estatales deberíamos considerar produ-cir accesible –y no para empresas privadas.

¿Por qué elegir un libro con múltiples voces? Dado que la ciencia, la escritura y las prácticas académicas en general son, a mi entender, sociales y conflictivas, con con-vergencias y divergencias, pero siempre múltiples. Elegir un libro polifónico enfatiza esa mirada.

¿Por qué la elección de este libro en particular? Porque es una producción de una universidad nacional en la que participan autores de distintas instituciones, por-que recupera tiempos y espacios para pensar lo digital y la educación, porque permite pensar nuestro contexto de enseñanza y aprendizaje desde pensadores que nos son cercanos.

En lo personal, además, representó un desafío hacer una reseña de un libro. Quienes trabajamos en investigación –creo con esta idea recuperar sentimientos de muchos colegas con los que he hablado el tema- corremos mucho y leemos mucho. Leemos, fundamentalmente, artículos de revistas científicas. La producción en artí-culos recupera en un espacio muy acotado –solo algunas páginas- el trabajo científico de quienes investigamos. La lectura del libro académico completo escasea. Así, por lo dicho, la propuesta de reseñar un libro –actual, no clásico- me resultó inicialmente extraña y desafiante. Después de terminar la reseña advertí que busqué algo a mi me-dida, un libro con colecciones de capítulos sobre un eje temático común, cabe admitir, en algunas características, bastante parecido a una revista.

Educación, cercanía y distancia en tiempos y

espacios digitalesDra. Ana Borgobello

Universidad Nacional de Rosario (UNR)Instituto Rosario de Investigaciones en Ciencias de la Educación (IRICE-CONICET)

FORMAR EN EL HORIZONTE DIGITALCompiladores: María Eugenia Collebechi y Federico Gobato

Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2017230 páginas.

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Antes de entrar directamente en la produc-ción de los autores del libro, van algunas ideas en forma de introducción general. “Formar en el hori-zonte digital” –disponible en http://libros.uvq.edu.ar- recupera experiencias pequeñas y de aquellas que involucran estados nacionales, miradas, teo-rías, prácticas mediadas por pizarrones con tiza y con computadoras, redes, tecnologías, realidades distintas a las de la Facultad de Psicología de la UNR, y otras muy parecidas. Es un libro que perte-nece a una colección más amplia de la Universidad Nacional de Quilmes que se ha denominado IDEAS en Educación Virtual. Este libro en particular con-densa, renueva y cuestiona ciertas evidencias que pareciera que no requieren aclaración, lo digital está ahí, aquí, ha transformado nuestras vidas uni-versitarias –y nuestras vidas cotidianas- y se que-dará, seguramente mutando, pero se quedará. El desafío es cómo pensamos y qué hacemos en estos tiempos en los que formamos –y nos formamos- en el horizonte digital.

Aprendí muchas cosas que desconocía de un área temática que se supone me es familiar. Consi-dero que es un libro para recorrer más de una vez, desde los intereses que el lector o la lectora tenga en un momento determinado, varias veces y en dis-tintos sentidos. Propongo una síntesis de aspectos que se destacan desde mi lectura en los capítulos, asumiendo que no serán exhaustivos ni ingenuos.

Claves socioculturales para pensar la educa-ción en tiempos digitales

La primera parte del libro, tal como remarcan los editores María Eugenia Collebechi y Federico Gobato, reúne escritos en claves socioculturales. Los trabajos en este apartado muestran experien-cias de sociabilidad que se dan en escenarios en los que se articulan estas prácticas sociales, comunica-tivas y educativas que diluyen las fronteras entre los ámbitos públicos y privados. Los contextos de educación no están aislados, por ello los autores exploran diálogos, interpelan y comprenden la sub-jetividad y sociabilidad en estas sociedades contem-poráneas.

Carlos Solari explora la polifonía pedagógi-ca. La ecología transmedia de los medios, pregun-tándose de qué formas es posible “aprovechar” los cambios dados en el sistema de medios desde el sis-tema educativo. Se platea que atravesamos una fase de desequilibrio en el ecosistema de los medios a partir “nuevas especies mediáticas” como redes so-ciales y diversos dispositivos móviles. Se pasa de la emisión hacia muchas personas a un lógica basada

en “muchos a muchos” –many to many. La apari-ción de la web en los `90 tuvo efectos disruptivos en los diferentes ámbitos de la vida. La educación está pasando desde “uno-a-muchos” a la polifonía, del modelo hegemónico en el que el profesor es me-diador del libro impreso para los alumnos, a clases cada vez más centradas en proyectos grupales. Una educación transmedia implicaría superar la educa-ción centrada en el libro y en el profesor como me-diador único, pasar de la repetición a la creación. Propone romper las barreras disciplinarias en los trabajos de fin de curso, crear zonas libres de pro-tocolos que fomenten intercambios y experimen-tación, en una disrupción que nace desde abajo y aprovecha las fisuras del sistema.

Débora Nakache piensa lo “nómade” desde los sujetos en una subjetividad contemporánea con sus transmutaciones epocales en la articulación de los lazos sociales como también el los formatos cul-turales vigentes. Se desdibuja la infancia de la mo-dernidad en la que la persona se encontraba al am-paro de los adultos, un tiempo del prepararse para el futuro. Los niños y las niñas nacen como sujetos plenos de derechos en un mundo ligado al consu-midor como figura y al mercado como articulador de lazos sociales. Propone problematizar la mirada para pensar las pantallas como “prótesis” cultura-les en las que los sujetos pueden situarse como dis-tribuidores de conocimientos entre ellos mismos. Propone restituir el lugar de adulto –de docen-te- cuestionando el mito de la asimetría invertida en la que los jóvenes conocen más que los adultos sobre las nuevas tecnologías. Sobretodo piensa en situaciones educativas mediadas por pantallas en los adultos abran interrogantes sobre pertinencia y confiabilidad, en síntesis, interpelen la información que se encuentra en la web. En el “nomadismo” ac-tual, la educación puede constituirse como un lugar de construcción de infancias en plural en las que se pueda experimentar, errar, jugar, aprender; cons-tructores de oportunidades de devenir un poco más libres frente a las pantallas y con las pantallas.

Marcelo Urresti sostiene que en la cibercul-tura, las tecnologías de comunicación digital son hoy el canal principal que media las distintas inte-racciones cotidianas. Los adolescentes utilizan sus teléfonos en multifunción y en tareas simultáneas. La tendencia parece dirigirse a una cultura digital superpuesta con artefactos nómades y redes que se imponen unos a otros. En este contexto, la cons-trucción del yo –y del nosotros- está cada vez más intervenida por la tecno-sociabilidad en la que las nuevas formas de comunicación fuerzan hacia la exposición pública ámbitos que tradicionalmente

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eran considerados privados. Así se perfila una nue-va subjetividad, de logística de percepción y de rela-ciones interpersonales inmersas en nuevos lengua-jes, géneros y canales poco clasificables en los que se mezclan formatos y soportes.

Mariano Zukerfeld refiere a la actividad labo-ral de gente que trabaja con flujos de información digital como periodistas, programadores, académi-cos y educadores, especialmente quienes tienen una relación mediada por tecnologías digitales. Destaca que la atención humana es el bien escaso en este mundo con sobreabundancia de información. Son tiempos de múltiples y simultáneos estímulos y ta-reas en los que el tiempo de ocio y de trabajo infor-macional han perdido las fronteras que eran propias del capitalismo industrial. El contexto educativo se encuentra diseñado para una subjetividad real distinta de quien recibe ese dispositivo. A su vez, la separación entre trabajadores informacionales y trabajo manual precario se visualiza en segmentos poblacionales que se encuentran separados territo-rialmente (como ejemplo, trabajadores manuales mexicanos y centroamericanos proveen la mano de obra precaria a la economía informacional de Esta-dos Unidos). En la educación a distancia ya no se producen servicios –que se agotan al momento en que se producen- como en el trabajo docente pre-sencial, sino que se trata de bienes informacionales que perviven en el tiempo y a los que les correspon-dería derechos de propiedad intelectual. Sin embar-go, reflexiona, no parece haber regulación específi-ca aún que puede evitar la precarización de este tipo de trabajo.

Lucía Cantamutto presenta cómo se decons-truyen supuestos en relación a la comunicación por telefonía móvil, el dispositivo que resume la poten-cialidad del paradigma de ubicuidad y simultanei-dad, a partir de una serie de hipótesis que abren preguntas y posibles respuestas. ¿Se puede hablar de sincronía cuando existe un continuum comuni-cacional entre los usuarios que van desde asincróni-co, pasando por lo casi sincrónico, a lo sincrónico? ¿Existe en una alguna instancia -más allá de la es-critura a través de los teléfonos- en el que estemos en un contexto comunicativo único? ¿Cómo apare-ce la información en los espacios de información no compartida? ¿Carecen de marcas de enunciación, de huellas deícticas estos supuestos espacios en los que el contexto es “innecesario”? así, los hablantes en estos textos breves suelen aprovechar al máxi-mo recursos lingüísticos para conseguir sus metas comunicativas evitando locuciones confusas o am-biguas.

Las instituciones frente a los desafíos de los tiempos digitales

En la segunda parte del libro, los editores re-únen trabajos relativos a miradas desde las institu-ciones frente a los desafíos que imponen los tiem-pos digitales. Plantean que el denominador común de los trabajos es la problemática de la inclusión en relación a los procesos de formación en los que se incluyen las tecnologías digitales. Asimismo, la preocupación de los escritos se centra en los modos en que las estructuras del Estado en general, tan-to administrativas, como políticas y técnicas se ven afectadas por estas incorporaciones.

Ana Rivoir reseña el Plan Ceibal implementa-do a partir de 2007 en Uruguay en cuanto a la inclu-sión de tecnologías en educación. Reflexiona acerca de la contribución del programa al desarrollo hu-mano y al desarrollo de capacidades informaciona-les. Esta política contribuyó, según la autora, a re-ducir la brecha digital especialmente en los sectores más excluidos. Analiza el desafío de los docentes en la difícil tarea de lograr frenos a la inclusión digital con las desigualdades sociales existentes. Conside-ra que la propuesta fue evolucionando desde enfo-ques basados en la inclusión social a propósitos de tipo educativos, pero que aún persisten obstáculos en estos grandes desafíos.

Constanza Necuzzi plantea el caso argentino de intento de acotar la brecha digital a través del Programa Conectar Igualdad creado en 2010. Des-taca tres dimensiones del impacto del programa en la enseñanza y el aprendizaje: acceso a hardware y software a partir de las computadoras, los conteni-dos preinstalados y la formación de los docentes. Reflexiona sobre las tecnologías como habilitación en el trabajo con la diversidad y como vías de inclu-sión en la sociedad de conocimiento. Por otro lado, refiere a la posibilidad de que las escuelas, a partir de la incorporación de computadoras, vayan en un sentido de ampliación de horizontes y democrati-zación.

Marta Mena sintetiza una serie de fenómenos propios de nuestro tiempo que ya entraron en las universidades sin suficiente reflexión acerca de su pertinencia y rol. Ejemplos de ello son los MOOC –Massive Open Online Course, cursos masivos y abiertos- y las conferencias TED –y más recien-temente las TEDx- que aparecen desde contextos extra universitarios. Estas tendencias y espacios interpelan a la universidad. Otro desafío que la au-tora presenta y que enfrenta la universidad es la tendencia la internacionalización. En un extremo se encuentra el rechazo por el carácter competitivo

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y mercantil que parece imponer, pero, por en el otro extremo se asocia a la internalización a la renova-ción curricular y a redes colaborativas que parecen promover. El desafío de la universidad parece cen-trarse no sólo en tomar postura ante la incorpora-ción de TIC sino también a los fenómenos asocia-dos como la conformación de redes de producción y ofertas académicas transfronterizas y conjuntas. La autora plantea una serie de problemas que se agu-dizan en estos tiempos pero que provienen de gene-raciones anteriores. Un ejemplo radica en la actitud evitativa y morosa de los organismos de evaluación y acreditación en relación a las experiencias media-das por TIC bajo el pretexto de centrarse en la cali-dad. Sostiene la importancia de dar estos debates y de permitirnos dudar.

Alejandro Villar sostiene que la universidad como sistema en Argentina asume paulatinamente el desafío de incorporar las TIC y se encamina ha-cia un cursado bimodal en el que subsistirá el espa-cio físico presencial de encuentros pedagógicos. En este desafío, plantea la necesidad de que la univer-sidad pueda ofrecer alternativas que promuevan, por ejemplo, la permanencia, permitiendo el trán-sito diverso en las trayectorias académicas entre modalidades presenciales a virtuales y combinadas.

Los actores educativos en los escenarios di-gitales

La tercera parte del libro reúne trabajos en re-lación a los actores educativos como protagonistas de los escenarios digitales. Esta parte del libro, tal como la presentan los editores, se centra en expe-riencias concretas en las que se piensan experien-cias desde contenidos y tecnologías apropiadas por los mismos protagonistas de modo activo y produc-tivo. Estas reflexiones se reúnen fundamentalmente en torno a la creatividad desde y con las tecnologías digitales en apuestas formativas.

Silvia Carrió y Jorge Janson relatan en prime-ra persona del plural la historia de transformación en relación a la experiencia de un curso semipre-sencial sobre habilidades narrativas de los profe-sionales de Salud. Narran cómo se fueron gestando cursos desde encuentros sólo presenciales al forta-lecimiento de la propuesta en modalidad semipre-sencial siempre bajo la convicción de que las habi-lidades narrativas pueden cultivarse y enseñarse. Destacan qué ganaron con la nueva modalidad: in-tegrar recursos dispersos; apreciar la interpretación personal de cada participante; estimular la lectura y relectura en la construcción de nuevos significa-dos; crear un espacio de libertad que permitiera un

aprovechamiento de los materiales según las nece-sidades de cada participante; ser menos directivos y explicativos como coordinadores; devoluciones más integradoras y acentuar la polifonía de voces.

Mariela Yeregui plantea el desafío de interpe-lar a las tecnologías y al arte desde un rol de sujetos productores. El arte electrónico emerge como inter-cambio e interconexión de conocimientos, supone relación entre el propio arte, ciencia y tecnología en situación intersticial en pensamiento y prácti-cas transdisciplinarias. Trabaja pensando en dos aspectos sólidamente unidos, la praxis –en tanto operaciones exploratorias y experimentales- y la re-flexión –que se produce al tiempo y es considerada indisoluble de la praxis. Se trata de construcciones en un desafío que implica el replanteo de paradig-mas estéticos tradicionales, revisión de posturas academicistas en diálogos entre práctica artística e investigación.

Patricia San Martín presenta desde la aten-ción a los derechos sociotécnicos que convocan a reflexionar acerca de la necesidad de construir y fortalecer construcciones participativas y con-textuadas de conocimiento abierto, el Dispositivo Hipermedia Dinámico –DHD- Memoria y Expe-riencia Cossettini. En este DHD se busca el fluir de pensamiento, palabra y acción desde el trabajo de archivo que incluye foros, enlaces y otras herra-mientas que promueven el dejar huellas al explorar promoviendo la interactividad. Esta experiencia se presenta como una práctica (obra) abierta e inclu-siva entorno al Archivo que resguarda la conocida trayectoria de las maestras Olga y Leticia Cossettini en una escuela rosarina entre los años 1935 y 1950.

Guadalupe Álvarez se propone explorar pro-blemas y oportunidades en torno a la escritura co-laborativa mediada tecnológicamente en el ámbito universitario. Postula dos razones principales para su indagación: se trata de una práctica habitual y numerosos estudios han mostrado que presenta di-ficultades en los estudiantes. Diferencia la escritura colaborativa de otras clases de escrituras en grupo –más tendientes, por ejemplo, a la cooperación. Se trata de escritura colaborativa cuando los procesos de producción se dan en conjunto, con rotación y flexibilidad de roles y participación de todos los in-tegrantes en las diferentes etapas de producción. Expone estudios centrados en la escritura colabo-rativa académica a partir de los cuales es posible sugerir aspectos a tener en cuenta en el diseño y desarrollo de experiencias de este tipo: el grado de apropiación que las personas tienen de las tecno-logías de escritura, las dimensiones del texto más influenciables por el uso de tecnologías y el rol del

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docente en las intervenciones.

Recursos, movilidad, difusión y asociativi-dad

La cuarta y última parte del libro se centra en la creación de espacios de investigación y coopera-ción diversos a partir de la idea de que la convergen-cia tecnológica es una oportunidad de convergencia de culturas educativas y organizacionales. Los edi-tores destacan la fertilidad de redes y tecnologías digitales para la asociación y ampliación de acción de las universidades en la gestión de información, circulación de conocimiento y creación de espacios que articulen saberes.

Juan José Mendoza reflexiona acerca de la conformación de la Asociación Argentina de Hu-manidades Digitales. Se pregunta, entre otros cues-tionamientos, qué podrían ser las Humanidades Digitales: ¿se trata del diseño y mantenimiento de colecciones, bibliotecas y datos?, ¿son prácticas cruzadas en confluencia de humanidades, ciencias sociales e informática? Sostiene que la era digital cambia la escala para pensar a las humanidades, es-pecialmente pensando desde un paradigma de “ac-ceso abierto”. Si bien las humanidades digitales son ámbitos de formación, evidencian cierta tensión productiva en un destino que parece inconmensu-rable. Evidencian conflictos políticos y de tradicio-nes altamente disímiles. Quizá, para el autor, pen-sar en las humanidades digitales que parecen no reconocer las jerarquías y autoridades del mundo analógico, sea un pretexto para reflexionar qué pasa –mucho antes- con las humanidades.

Marcela Czarny reflexiona desde la perspecti-va del enfoque de derechos de la infancia y la ado-lescencia y el desarrollo de programas en la ONG Chicos.net. Estos programas, describe, se encuen-tran basados en investigaciones que pretenden op-timizar la relación de los niños y adolescentes con las tecnologías en un desarrollo integral. Desde el concepto de “ciudadanía digital” en un entorno que desconoce límites geográficos en las legislaciones, buscan empoderar a niños, niñas y adolescentes desde la obligación que tenemos personas e insti-tuciones de protegerlos y respetarlos. Presenta los hallazgos de investigaciones recientes como útiles para comprender la incorporación de TIC en la vida cotidiana. Los adultos, señala, tienden a confundir capacidad de dominio técnico con capacidad de cui-dado los niños quedando así en una falsa autonomía en la que los niños quedan desprotegidos. Cuando los niños pueden vincularse de manera segura a las tecnológicas tienden a devenir curiosos, sociables,

creativos e integrados con recursos para manejarse como ciudadanos digitales respetuosos. Para ello, necesitan de los adultos.

Matías Vlahusic pone en evidencia las nuevas maneras de publicación de resultados generados por la ciencia con implicancias políticas, económi-cas, sociales y culturales. Se centra en tensiones y debates que genera la publicación en revistas cien-tíficas en acceso abierto para la difusión del conoci-miento. Se trata de un modelo democratizador que genera cambios en la comunidad académica mun-dial. Destaca el potencial en Argentina –a pesar de que el nivel de profesionalización de la edición científica rara vez es exclusiva- para el desarrollo de la vía dorada –publicaciones de revistas científicas revisadas y evaluadas. Menciona que las publica-ciones en acceso abierto más representadas a nivel local son las de ciencias sociales y humanidades en comparación con las de otras áreas del conocimien-to. Presenta características y diferencias de porta-les, indizadores y bibliotecas de revistas científicas utilizadas y reconocidas a nivel local, la mayoría co-nocidos por sus acrónimos: el Portal de Publicacio-nes Científicas y Técnicas (PPCT); Núcleo Básico de Revistas Científicas Argentinas; Latindex; LILACS; CLACSO; SCOPUS; ISI Web of Knowledge; DOAJ; RedALyC; y SciELO.

Sebastián Torre discute las posibilidades de la comunicación sincrónica como alternativa de in-tercambio académico y de movilidad internacional. Destaca que en la actualidad pueden realizarse se-minarios, cursos, jornadas académicas, clases, in-tercambios desde aulas presenciales a otras aulas presenciales, todo transmitido en vivo a través de distintos softwares. Ello, puntualiza, no depende tanto de las tecnologías disponibles sino de los se-res humanos. El potencial de intercambio es bas-tante claro, pero la facilitación y acceso depende en gran medida de gestores e instituciones académicas que involucran decisiones políticas que promuevan estos usos en las prácticas docentes.

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En este libro, el despliegue de diferentes modos de existencia se presenta como recorrido central y al mismo tiempo como lenguaje común a una serie de pensadores (Souriau, Stengers, Latour) que permiten revitalizar la ontología, la estética y la epis-temología, a partir de establecer la acción humana y sus relaciones con los objetos creados, como sede del devenir. Sabemos que el S. XX es heredero virtuoso de las grandes críticas decimonónicas respecto de los parámetros básicos de la Modernidad. Desde esta perspectiva, el hombre, las cosas y las producciones culturales, científicas y artísticas comparten una situación relacional que permite ser explorada desde vastas configuraciones disímiles. En las páginas que componen las tres piezas de esta obra, un ballet de nociones conectadas se disemina en la búsqueda de los claroscuros de la existencia.

Étienne Souriau (1892- 1979) presenta al existir como movimiento en el cual nada está completamente acabado. Para este filósofo francés (cuya obra es retomada por Simondon, Deleuze y Latour, entre otros), debemos asumir el inacabamiento exis-tencial de todas las cosas. Como enuncia en el epígrafe elegido por los editores para encabezar la selección de textos: “Puedo degustar diversos tipos de existencia; cons-tituir eso que sueño, primero en el orden del sueño, luego en el de la existencia física y concreta… Tállate en la estofa de existencia que quieras, pero hace falta tallar, y así haber elegido ser de seda o de sayal”. Un estilo atrapante, desarrollos que se bifurcan y enriquecen con el análisis erudito de la existencia como problema, se entrelazan con la postulación de la responsabilidad singular de cada hombre y mujer ante las existen-cias a medio camino que nos invitan a responder. Es así que, los movimientos perpe-tuos entre trayectos o senderos de los modos de existencia, la errabilidad (inherente al peligro que ronda las obras y las cosas) y la instauración (experiencia del sujeto en el transcurso del hacer) marcan el pulso de la escritura de Souriau en un vaivén per-manente que nos precipita desde el sujeto realizador hacia las realizaciones posibles.

El libro que recientemente ha sido editado por Cactus, se compone de dos escri-tos y una delicada presentación a cuatro manos. Los diferentes modos de existencia (1943) y Del modo de existencia de la obra por hacer (1956) componen un conjunto muy vivaz que permite adentrarnos en la riqueza de este festejante del pluralismo exis-tencial y ontológico. Ambas obras son precedidas por una bella introducción de Isabe-lle Stengers y Bruno Latour que invita a recorrer caminos reflexivos en la búsqueda de nociones, contactos y despliegues de este filósofo olvidado.

Los diferentes modos de existenciaLic. Carina MengoUniversidad Nacional de Rosario (UNR)

LOS DIFERENTES MODOS DE EXISTENCIAAutor: Étienne SouriauBuenos Aires: Cactus, 2017251 páginas.

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En Del modo de existencia de la obra por ha-cer (1956), Souriau trabaja la relación entre el exis-tir y sus diversas intensidades respecto de la acción necesaria para llegar a la realización. Podríamos arriesgar que en este escrito, el filósofo condensa aspectos centrales de sus preocupaciones ontológi-cas. Quizás podamos emprender la lectura en esta instancia que alude a una experiencia, la experien-cia de las sombras: “todo está en penumbras”. Para Souriau, la existencia no es algo que se posea de un modo contundente, ya que todo existir implica un hacer, una acción instauradora. De este modo lo no hecho requiere, demanda, exige, desde una urgen-cia existencial. Ante esa urgencia puede aparecer un sujeto creador que se entregue al peligro, la erra-bilidad y las preguntas que manifiesta la cosa. En el escrito, Souriau desenvuelve un drama con tres personajes que son: la obra por hacer, la obra en el modo de la presencia concreta y el sujeto crea-dor que tiene la responsabilidad de entregarse to-talmente a ese proceso de instauración. Del hacer del hombre emergen esos algo que parecen venir de otros mundos a capturar nuestra fascinación: poemas, esculturas, frescos, miniaturas, sinfonías, teorías científicas y filosóficas. Por ello, el filósofo afirma que la consumación auténtica requiere de la entrega total del sujeto a las exigencias de los algo o a las situaciones interrogantes que despliegan.

Por su parte, en el escrito titulado Los diferen-tes modos de existencia (1943), se abren, de manera muy singular, interrogantes clásicos que han atra-vesado a la filosofía a lo largo de toda su historia. El primer Capítulo (desde &1 hasta &16) plantea la investigación a realizar, estableciendo la importan-cia de la pregunta por los diferentes modos de exis-tencia y la cuestión del acto de instauración o de los procesos que orientan las metamorfosis necesarias para culminar en una consumación.

El Capítulo II (desde &17 hasta &36) exhibe los modos intensivos de existencia como propios del sujeto que, con fuerza o debilidad, hará factible el encuentro con las interrogaciones de las cosas. Souriau acude al fantasma, al náufrago y al hombre de vocación religiosa como muestra de personajes que se aprestan a cavilar sobre la responsabilidad existencial. ¿Qué soy? ¿Qué soy en el instante en que el mundo ya no responde por mí? Estos perso-najes nos indican los laberintos de la instauración. Los laberintos de la subjetividad que, sometiéndose a la obra por hacer, se pregunta si su vida tiene rea-lidad o no.

El Capítulo III (desde &37 hasta &89) des-envuelve los modos específicos de existencia en un abanico de posibilidades que parte de los fenóme-

nos para multiplicarse en los reicos, los solicitudi-narios, los virtuales y los sinápticos. Los seres y los saberes se expanden, se diversifican, y el filósofo se esfuerza en demostrar que los fenómenos no son la única fuente legítima para acceder al conocimiento.

Finalmente, el Capítulo IV (desde &90 hasta &111) desarrolla los caracteres de la sobreexistencia como acción instaurativa o como acto de tomar nota de sí en medio de la creación. A modo de susurro, el filósofo testimonia: “Es bueno que algunas cosas no existan, para que tengamos que hacerlas; para que necesiten de nosotros con el fin de existir”… Y sus palabras nos orientan, invocando a la multiplicidad de existencias divergentes, cuya realización puede situarnos como radicalmente humanos.

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El sueño ha sido un tema que ha insistido a lo largo de la historia de la humani-dad y ha recibido múltiples teorizaciones. Algunas de las disciplinas que se abocan a su análisis son la psicología, la antropología, la sociología y las neurociencias. También desde la literatura el sueño ha sido un gran recurso para entretejer una experiencia fantástica y extraordinaria con otras verosímiles.

En particular esta reseña se ocupa del riguroso libro de Patricia Cox Miller deno-minado Los sueños en la antigüedad tardía. La autora es profesora de religión en la universidad de Siracusa y ha escrito otro libro titulado Biography in Late Antiquity: A Quest for the Holy Man en el año 1983.

El ejemplar aquí reseñado es la traducción realizada por Tabuyo y López en el año 2002 por la editorial española Siruela. Su título original es Dreams in Late Anti-quity. Studies in the imagination of a culture, publicado en el año 1994 en Princeton.

En esta obra se puede vislumbrar el estudio del sueño como vía de acceso para la indagación durante el periodo comprendido entre los siglos I y II en la cultura greco-rromana, que la autora la denomina “antigüedad tardía”.

Miller realiza un análisis exhaustivo abordando numerosos autores de la época referida y de autores pretéritos entre los que se destacan principalmente los filósofos clásicos de la antigüedad, Socratés, Platón y Arístoteles, como así también los textos de Homero, Apuleyo y escritos de sueños paganos y cristianos.

Entretanto sostiene que una de las principales funciones del sueño es la produc-ción de sentido:

Los sueños formaron un modelo distintivo de imaginación que aportó presencia visual y tangibi-lidad a conceptos abstractos como tiempo, historia cósmica, alma e identidad de la persona. Los sueños eran los tropos que permitían que el mundo – incluido el mundo del carácter personal y las relaciones humanas-pudiera ser representado (p.17).

En este sentido la autora escoge explícitamente a los sueños como fuente históri-ca, con el objeto de investigar un periodo de la historia de la humanidad. La escasa ac-cesibilidad de los sueños suele producir que muchos historiadores los descarten como fuentes históricas fidedignas o confiables y allí se cifra en buena medida la originalidad del tratamiento que la autora propone.

La obra posee dos partes; Imágenes y conceptos del soñar y Soñadores. Ambas

Los sueños en la antigüedad tardía

Ps. Romina TaglioniUniversidad Nacional de Rosario (UNR)

LOS SUEÑOS EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍAAutora: Patricia Cox MillerMadrid: Siruela, 2002.392 páginas.

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secciones parten del supuesto de que el sueño es una figura desde la cual es posible derivar y comprender distintas representaciones socio-culturales.

La primera parte posee un primer capítulo denominado “Figuraciones de los sueños” donde la autora define al sueño como una actividad de la imaginación describiendo minuciosamente las imágenes oníricas más frecuentes en la antigüedad tardía, a las que señala como préstamos o depura-ciones de textos preclásicos y clásicos.

El segundo capítulo está dedicado a recorrer distintas facetas de los sueños en relación a presen-cias intangibles de la vida cotidiana tales como dio-ses, ángeles, daimones y almas.

En el tercer capítulo de esta primera parte -ti-tulado curiosamente “La interpretación de los sue-ños”- Miller señala que el sueño debía ser contado o escrito para que sea sometido a interpretación y se imaginaba que estos ofrecían un mensaje que debía ser descifrado:

Las investigaciones precedentes de las diversas estra-tegias interpretativas empleadas por los onirlogos y alegoristas grecorromanos para descifrar las imágenes desconcertantes de los sueños y los textos de sueños han sugerido que el sueño estaba insertado en una forma pertinazmente figurativa de considerar las dimensiones social psíquica, religiosa y filosófica de la vida, forma de la que al mismo tiempo era productor (p. 131 – 132).

En este sentido, al igual que en Freud, el sue-ño es entendido como una producción psíquica en imágenes pero, según el psicoanálisis freudiano, un sueño no es un mensaje, es decir no quiere decir nada a nadie. Sólo se convierte en mensaje cuando para el soñante ese sueño aparece como un enigma que a través de un trabajo de elaboración se pue-de dar lugar a lo inconsciente y esto produciría un efecto en el sujeto, tal vez “terapéutico”, en el senti-do de ser un alivio al sufrimiento humano.

Miller también asocia “Sueños y terapia” en la vida del pueblo grecorromano en la antigüedad tardía. En este último capítulo de la primera parte, examina la acción terapéutica de los sueños y des-taca principalmente la terapia física inductora de sueño procedente del culto al dios sanador Ascle-pio, analizando además la función de los sueños en la magia.

En la segunda parte, denominada Soñadores, la autora plantea que la interacción del sujeto con el sueño revela un espacio interior activo, lo cual facilita un análisis sobre aspectos particulares de la vida de los individuos. Es por ello que desplie-ga ensayos sobre sueños de soñadores concretos

que permiten ampliar la conciencia de los mismos al provocar un compromiso con asuntos de impor-tancia personal. Miller esboza que los sueños son considerados proyecciones de deseo que alteran las estructuras existentes de la autocomprensión. En este sentido la autora intenta mostrar cómo la ima-ginación onírica actúa como estímulo en el proceso de reconstrucción de lo que un sujeto experimenta como real y significativo en un contexto histórico determinado. Particularmente se puede inferir que Miller entiende que el sueño no puede ser reducido a la mera individualidad, desconectado de lo colec-tivo y de lo cultural.

Finalmente se puede decir que a semejanza de la perspectiva psicoanalítica, la autora compren-de que los sueños son ante todo únicos y referidos a personas individuales, pero que existen ciertos gru-pos de sueños que se incluyen en una historia su-praindividual (Koselleck, R. Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Buenos Aires: Paidós,1992). De esta forma se puede afirmar que Miller realiza un aporte novedoso al estudio de las complejas relaciones entre lo individual y lo co-munitario, entre lo singular y lo colectivo, a partir de los sueños, destacándolos como elementos rele-vantes a la hora de intentar comprender una época determinada. “Más que colocar los sueños en una estructura binaria que opone lógica e ilógico, los soñadores, de Artemidoro a Freud, han situado los sueños no ya en lo lógico o ilógico, sino en la imagi-nación (p.157)”.

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