revista ep iii - pérez liñán

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Revista Espacios Políticos Año 2006 - N° 3 - Publicación de distribución gratuita La Nueva Inestabilidad Política y el Presidencialismo. Por Aníbal Sebastián Pérez Liñán. (Doctor por la Universidad de Notre Dame. Actualmente es Profesor de política comparada en la Universidad de Pittsburgh ([email protected] ) En 1988, la editorial EUDEBA publicó una compilación que incluía el hoy conocido ensayo de Juan Linz, “¿Democracia presidencial o parlamentaria: hay alguna diferencia?” Casi veinte años más tarde, el principal argumento de aquel ensayo continúa debatiéndose en las cátedras que abordan cuestiones institucionales: en contraste con los sistemas parlamentarios que permiten el voto de censura o las elecciones anticipadas, el modelo presidencial requiere la coexistencia de dos poderes electos con fuentes de legitimidad electoral y mandatos igualmente válidos; por ende, cuando el presidente y el congreso entran en conflicto se genera una parálisis institucional capaz de abrir el camino a la inestabilidad política y a la intervención militar. Sin embargo, la experiencia latinoamericana reciente parece cuestionar algunos supuestos fundamentales de esta teoría. La revisión crítica de Scott Mainwaring y Matthew Shugart, hoy generalmente aceptada, ha establecido que no todos los presidencialismos son iguales. Ciertamente, algunas configuraciones institucionales son más propensas al conflicto que otras. Estos autores, sin embargo, nunca cuestionaron el supuesto linzeano de fondo: la idea de que el bloqueo institucional, una vez producido, es una fuente de inestabilidad para el régimen político. Recientes desarrollos históricos y teóricos parecen disputar este supuesto. En primer lugar, resulta evidente que la mayor parte de los conflictos institucionales ocurridos recientemente no lograron desestabilizar el régimen democrático. Los ejemplos abundan. El http:www.espaciospoliticos.com.ar 1

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Revista presentada en el VII Congreso Nacional de Democracia, Universidad Nacional de Rosario.

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Revista Espacios PolíticosAño 2006 - N° 3 - Publicación de distribución gratuita

La Nueva Inestabilidad Política y el Presidencialismo.Por Aníbal Sebastián Pérez Liñán. (Doctor por la Universidad de Notre Dame. Actualmente es

Profesor de política comparada en la Universidad de Pittsburgh ([email protected])

En 1988, la editorial EUDEBA publicó una compilación que incluía el hoy conocido

ensayo de Juan Linz, “¿Democracia presidencial o parlamentaria: hay alguna diferencia?” Casi

veinte años más tarde, el principal argumento de aquel ensayo continúa debatiéndose en las

cátedras que abordan cuestiones institucionales: en contraste con los sistemas parlamentarios

que permiten el voto de censura o las elecciones anticipadas, el modelo presidencial requiere la

coexistencia de dos poderes electos con fuentes de legitimidad electoral y mandatos

igualmente válidos; por ende, cuando el presidente y el congreso entran en conflicto se genera

una parálisis institucional capaz de abrir el camino a la inestabilidad política y a la intervención

militar. Sin embargo, la experiencia latinoamericana reciente parece cuestionar algunos

supuestos fundamentales de esta teoría.

La revisión crítica de Scott Mainwaring y Matthew Shugart, hoy generalmente aceptada,

ha establecido que no todos los presidencialismos son iguales. Ciertamente, algunas

configuraciones institucionales son más propensas al conflicto que otras. Estos autores, sin

embargo, nunca cuestionaron el supuesto linzeano de fondo: la idea de que el bloqueo

institucional, una vez producido, es una fuente de inestabilidad para el régimen político.

Recientes desarrollos históricos y teóricos parecen disputar este supuesto. En primer

lugar, resulta evidente que la mayor parte de los conflictos institucionales ocurridos

recientemente no lograron desestabilizar el régimen democrático. Los ejemplos abundan. El

Poder Legislativo removió de su cargo (o forzó la renuncia de) Fernando Collor de Mello en

Brasil en 1992, Carlos Andrés Pérez en Venezuela en 1993, Abdalá Bucaram en Ecuador en

1997 y Raúl Cubas Grau en Paraguay en 1999. Los congresistas intentaron sin éxito remover

de su cargo a Ernesto Samper de Colombia en 1996 y a Luis González Macchi de Paraguay en

2001 y 2002. Otros presidentes fueron obligados a renunciar en Argentina en 2001, en Bolivia

en 2003 y 2005, en Ecuador en 2000 y 2005, en Guatemala en 1993, en Perú en 2000.

Ninguna de estas crisis determinó un quiebre de la democracia. Los militares jugaron un papel

clave solamente en el Perú en 1992 (con el autogolpe liderado por Alberto Fujimori), en

Guatemala un año más tarde (los oficiales de rango medio se negaron a apoyar un autogolpe

similar, y el presidente Serrano debió renunciar), y en Ecuador en 2000 (un golpe forzó la salida

del presidente Jamil Mahuad, pero la junta militar no pudo ocupar el poder). Entre 1950 y 1989,

el 65 por ciento de las crisis ejecutivo-legislativo observadas en América Latina concluyeron

con una intervención militar. Entre 1990 y 2000, solamente el 21 por ciento concluyó en forma

similar. La región parece vivir actualmente la paradoja de un presidencialismo inestable en el

marco de un modelo de democracia estable.

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¿Cómo entender estos desarrollos recientes? Al menos tres respuestas han

comenzado a emerger en la disciplina. Para Arturo Valenzuela, la caída reiterada de

presidentes simplemente ha corroborado la inestabilidad intrínseca del presidencialismo. Sin

embargo, existe en este argumento un problema de nivel de análisis: resulta evidente que la

nueva inestabilidad política afecta a los gobiernos más que a los regímenes políticos. Una

segunda interpretación, representada por autores como John Carey y contraria a la de

Valenzuela, ha enfatizado la aparente “parliamentarización” del presidencialismo

latinoamericano. Según esta perspectiva, la rigidez constitucional del presidencialismo ha sido

superada por una práctica informal: las mayorías legislativas a menudo remueven al presidente

(como en Brasil en 1992) o nombran a su sucesor (como en Argentina en 2001), evitando el

quiebre de la democracia. En vista de la crítica de Valenzuela, esta lectura optimista debe ser

manejada con prudencia: mientras que el voto de censura es un episodio normal en la vida de

un sistema parlamentario, el juicio político o la renuncia de un presidente representan

verdaderas convulsiones en un sistema presidencial.

Una tercera línea de investigación ha comenzado a ver las recientes crisis

presidenciales a la luz del desgaste del modelo neoliberal, enfatizando el rol de la protesta

popular como una forma de accountability societal (sobre este concepto, ver Peruzzotti y

Smulovitz 2002). Esta interpretación, esbozada recientemente por estudiantes de los

movimientos sociales como Kathtryn Hochstetler y León Zamosc, responde a una observación

clave: en las crisis recientes, la movilización social tuvo un efecto fundamental para definir la

salida del presidente. Pero al igual que en el caso del argumento sobre la “parliamentarización”

del presidencialismo, el optimismo implícito en esta lectura debe ser moderado. La

movilización popular resultante de la frustración y el desempleo no siempre ha generado

formas de participación duraderas (consideremos la suerte de las asambleas barriales de la

Argentina del 2002) o cambios institucionales tendientes a moderar la arbitrariedad del poder

presidencial (como lo sugiere la trayectoria de la región andina a partir de los años noventa).

Las crisis presidenciales de los últimos años tienden a cuestionar el supuesto de que el

bloqueo institucional automáticamente se asocia con la inestabilidad democrática. En vista de

la centralidad de este supuesto para el análisis de la gobernabilidad durante las últimas dos

décadas, resulta imprescindible desarrollar un análisis más exhaustivo del nuevos patrón de

inestabilidad política a los efectos de entender la dinámica del presidencialismo

latinoamericano.

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