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Premio de Ensayo María Zambrano 2013 Ramón Martínez Ocaranza, la oquedad del ser Rey Bulín 1

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Premio de Ensayo María Zambrano 2013

Ramón Martínez Ocaranza, la oquedad del ser

Rey Bulín

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Jugué mi vida al azar y me la ganó la poesía. La trágica poesía.

RAMÓN M. OCARANZA

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1. Olvido

La primera vez que leí a Ramón Martínez Ocaranza fue en el verano de 2008, en

Morelia, en donde cursaba estudios universitarios de literaturas hispánicas en la

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH). El libro en cuestión fue

Patología del ser (1981). Debo admitir que de no haber sabido que el auditorio de la

facultad llevaba su nombre, y eso gracias a que existe una placa en la entrada del

recinto, nunca habría reparado en la obra del vate michoacano. Así, ese primer

acercamiento a su obra estuvo precedido de una inquietante duda por saber por qué se

había nombrado al auditorio de la facultad de letras con el nombre de un poeta

virtualmente desconocido en México.

Tomás Segovia sostiene que hay poetas para quienes la poesía es una cuestión

estética, y otros para quienes es una cuestión vital. Martínez Ocaranza es un poeta de

la segunda categoría. Su poesía es una conjetura de la muerte, una intrincada danza

con ella y a su alrededor. Es una poesía de la lepra y el desamparo del ser, de todos los

seres y toda la podredumbre de la vida. Y él es un poeta que resta versos al silencio,

que le resta tiempo a la vida para exponerla en su desamparo natural ante su lector.

Enrique González Rojo ha escrito que la obra poética de Ocaranza no es

comparable a ningún otro proyecto poético mexicano del siglo XX, ninguno de sus

contemporáneos escribió como él, quien era el “poeta de la podredumbre y las

lobregueces” (“La patología” 34). La única afinidad entre sus contemporáneos

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reconocible para González Rojo (“La patología” 33) y para Ofelia Cervantes (118), la

hija de Ramón M. Ocaranza, es con la obra del duranguense José Revueltas.

La obra de Martínez Ocaranza es una poesía que “dice más con menos; resta

para abarcar más. Es poesía de oquedades, de cortes enigmáticos, de mostraciones

parciales que alude, preponderantemente, a un infinito de dolor, de desolación y de

miseria” (Perdomo 30). Es una poesía que ronda entre el compromiso social y la

denuncia de la desgracia.

La presencia de la obra de Ocaranza en las principales antologías mexicanas del

siglo XX es prácticamente nula. Sólo se encuentra en el índice de una antología

reciente, de poca difusión, sobre el movimiento estudiantil del 68 coordinada por José

Tlatelpas, Leopoldo Ayala y Mario Ramírez Centeno (2009).

¿Por qué la literatura mexicana se obstina en olvidar a un autor como Ocaranza?

¿Será por su desapego a los valores canónicos poéticos en su obra, a que siempre fue

considerado un poeta de provincia y por lo tanto periférico, a que no perteneció a

ningún grupo literario, fue debido a su marcado compromiso social o simplemente por

su radical postura ideología?

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2. Trágico destino

Ramón Martínez Ocaranza nació el 5 de abril de 1915 en el pueblo de Jiquilpan, o

como él escribía: Xiquilpan, en el estado Michoacán, muy cerca de la frontera con

Jalisco. Nació el mismo lugar donde nació el expresidente y general Lázaro Cárdenas

del Río en 1895, quien fue además fue gobernador del Estado de Michoacán, y en su

mandato presidencial materializó la reforma agraria y expropió las plantas donde se

extraía petróleo en 1938. En ese mismo pueblo nació Ramón, a mitad de la guerra civil

revolucionaria y sus interminables cambios de dirigentes.

El día que nació hubo rumores en el pueblo de que llegaría al pueblo el señor de

la guerra don Francisco Murguía, un carrancista que tenía asolado a toda la región; así

que sus padres, Antonio Martínez Godínez y María Ocaranza Gálvez, junto con varias

familias de Jiquilpan, huyeron buscando refugio al cerro de San Francisco. En una

barranca de ese cerro nació Ramón Martínez Ocaranza.

La casa de sus padres en Jiquilpan estaba muy cerca de la plaza principal del

pueblo; desde esa casa, en su niñez, fue testigo de la violencia de la guerra, expresada,

primero en la guerra entre las tropas de Enrique Estrada y las del bandolero Inés

Chávez García. En su autobiografía Ocaranza recuerda a varios estradistas colgados

en los fresnos de la plaza principal, “[…] pelaban los ojos, sacaban la lengua,

enchuecaban la boca, y danzaban la danza de la muerte con un siniestro ritmo de

pavorosa arquitectura” (17). Más tarde, a la edad de doce años, el 24 de octubre de

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1927, Ramón Martínez Ocaranza presenció el violento choque entre un grupo de

cristeros frente a un reducido grupo de personas de su pueblo que lo defendieron de

ser saqueado (Autobiografía 50-53). Esta temprana exposición ante los crímenes

políticos y ante la muerte sería una constante a lo largo de su vida: hechos que

marcaría significativamente la línea que habría de trazar con su poesía.

A pesar de que Jiquilpan es un pueblo muy pequeño y se encuentra a una

considerable distancia de las capitales de los Estados entre los que se encuentra,

Ocaranza desde muy joven estuvo indirectamente dentro del medio literario gracias a

su padre, que era uno de los bohemios y literatos de su pueblo. Las lecturas de su

padre iban de Amado Nervo, a Rubén Darío, a Salvador Díaz Mirón y a Manuel

Gutiérrez Nájera (Martínez Ocaranza, Autobiografía 43). Y gracias a que su padre era

Secretario de Ayuntamiento tenía en su casa la colección de clásicos editada por José

Vasconcelos que significaron el primer peldaño en la formación literaria de Ramón

Martínez Ocaranza, y que, como él explica (45), fueron la razón por la que desde muy

joven conociera su vocación humanista y literaria.

Cuando había terminado sus estudios de primaria en su pueblo el destino de

Ocaranza se vio doblemente negado, primero porque su familia le impidió ingresar con

los jesuitas a estudiar y, posteriormente, porque le prohibieron ingresar al Colegio de

San Nicolás en Morelia. La privación a sus deseos, que se le presentó desde muy

joven, ha sido otro de los constantes tormentos a lo largo de su vida, lo que derivó en el

sentimiento de que su existencia estuvo marcada por la negación de sus circunstancias.

Muy a su pesar en 1930 su padre decide enviarlo a Morelia a estudiar en la

Escuela Técnica Industrial Álvaro Obregón, a pocos metros del Colegio de San Nicolás,

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por donde actualmente se encuentra el teatro José Rubén Romero a un costado del

Jardín de las Rosas. Pero debido al régimen casi militar que imponían en la escuela y al

nulo interés de Ramón en pocos meses regresa a su natal Jiquilpan sin una perspectiva

clara de lo que sería en su futuro (Martínez Ocaranza, Autobiografía 66-68). En su

pueblo se encuentra con Dámaso Cárdenas que le expide una carta de recomendación

para que vaya a visitar a su hermano en Morelia. Lázaro Cárdenas le otorga una beca,

modesta pero suficiente como dice el propio Ramón (70-71), que le permite entrar a

estudiar en el Colegio de San Nicolás y vivir en la casa de estudiantes que todos

conocían como el Hotel Magallanes.

La casa de estudiantes se encontraba a un costado de la Biblioteca Pública en la

Avenida Madero, que antiguamente fue el tempo de la Compañía de Jesús pero que en

1926 fue tomada por los estudiantes de San Nicolás y por anarquistas morelianos para

convertirla en teatro y en 1930 Lázaro Cárdenas convirtió en biblioteca, por lo que era

habitual ver a estudiantes en las torres de la antigua iglesia.

Cuenta Ocaranza que muchas veces, en su época de estudiante y hambre: de

bohemia sin dinero, él subía a una de las torres y se ponía a leer y a divagar sobre la

naturaleza de la poesía. Ramón M. Ocaranza transcribe en su autobiografía una

conversación con un amigo suyo en las torres de la Biblioteca Pública, en dónde sólo él

hablaba y su amigo escuchaba, que bien podría ser tomada como una temprana

poética:

—La poesía es la música de la conciencia desgarrada. Cada metáfora es un chorro

de sangre de la conciencia.

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—La desgarradura de la poesía es la conciencia.

—La desgarradura de la conciencia es la poesía.

—¿Tú sabes que es la conciencia?

—Son las ventas por donde soplan los cuatro vientos del mundo.

—También son las ventanas por donde entran las estrellas.

—El hambre es la musa de los poetas malditos.

—No hay poetas malditos. Hay poetas golpeados por el Destino maldito.

(Autobiografía 113)

Ese Destino maldito, en su caso, no es más que el desamparo intelectual y económico

en el que vivió Ocaranza la mayor parte de su vida, la violencia que siempre sufrió

directa o indirectamente, principalmente por causas políticas e ideológicas y la

presencia de la muerte que nunca lo dejó ni se despejó de su mente. No es vano que

su amigo Efraín Huerta haya escrito sobre él: “Es un demonio de poeta maldito,

amalditadamente romántico, ese moreliano Ramón Martínez Ocaranza” (46).

En el Colegio de San Nicolás Ocaranza tomó sus primeras clases de literatura y

filosofía; sin embargo, al poner todo su empeño en las materias humanistas y preferir

leer, principalmente a Dostoyevsky, que asistir a sus otras materias, reprobó varias

materias. Este hecho sumado a que a finales de 1934, casi en la misma fecha que

Lázaro Cárdenas asumía su cargo como Presidente de la República, la beca que

recibía Ramón, y varios muchachos de Jiquilpan, dejó de llegar según les contó la

persona que les daba el dinero, decide ir a la ciudad de México.

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Muchos años después, en vísperas de empezar mi profesorado en el Colegio de

San Nicolás [1951], me encontré borracho en Xiquilpan al encargado de paganos

las becas y me abrazó llorando y me pidió perdón. Me confesó que las becas

siguieron llegando por algún tiempo, pero que él tenía muchos problemas y dispuso

del dinero. (Martínez Ocaranza, Autobiografía 71-72).

En la ciudad de México se contacta con uno de sus tíos, el Dr. Fernando Ocaranza

Carmona, recién nombrado rector de la UNAM, para que le ayudara a ingresar a la

Preparatoria de la Universidad, mas la falta de certificado de secundaria lo excluyó de

esta posibilidad. Siguiendo en la capital del país va a visitar al amigo de su padre el

general Francisco Múgica quien era Ministro de la Economía Nacional y éste le da un

trabajo pequeño por seis mesas en la Agencia de Economía de la ciudad de

Guanajuato. Durante este tiempo Ramón se mantuvo enfrascado en la lectura de obras

de Dostoyesky y García Lorca por lo que descuidó sus labores burocráticas, y tras seis

meses fue cesado de su cargo (Autobiografía 123-124).

Sin trabajo de nuevo, Ramón Martínez Ocaranza regresa a la ciudad de México

para hablar de nuevo con Francisco Múgica, quien ahora como Ministro de

Comunicaciones y obras Públicas le ofrece otro trabajo de burócrata. Durante esa

estancia en el DF, Ocaranza entabla amistad con al poeta comunista Marco Antonio

Millán al que había conocido en Morelia en 1932. Gracias a Millán Ocaranza conoce y

lee la revista Contemporáneos, y más importante gracias a él entra,

momentáneamente, al medio literario de la ciudad de México años después. En el

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mismo año de 1935 Ramón M. Ocaranza se une a la Juventud Comunista en donde

conoce a otros de sus amigos más cercanos, José Revueltas (Cervantes 117).

A comienzos de 1936 Martínez Ocaranza regresa a Morelia, y al Hotel

Magallanes, a terminar sus estudios en el Colegio de San Nicolás. Tras sufrir para

pasar sus clases de física, química y matemáticas, en el cuarto y quinto año de

preparatoria Ramón entra en el área de Ciencias Sociales en donde destaca y llega a

ser nombrado presidente del Consejo Estudiantil Nicolaita (CEN). En este cargo fue

unos de los organizadores de las Milicias Nicolaitas, como una forma de apoyar

simbólicamente a las milicias españolas que luchaban contra las tropas franquistas.

Cuenta Ramón sobre esta temprana militancia:

Todos nos sentíamos unos milicianos, que desde el Colegio de San Nicolás,

luchábamos contra el fascismo y apoyábamos la política cardenista, a favor de la

República Española.

También fuimos […] a la estación de ferrocarril a recibir a los niños españoles

que trajo a Morelia el Presidente Cárdenas y que habían sido víctimas de los

bombardeos de Francisco Franco a la población civil. Yo dije un discurso de

bienvenida a desde el estribo de un carro de ferrocarril.

También éramos partidarios de la educación socialista. Y nos indignaban los

secuestros y agresiones a los maestros rurales. (146)

En 1937 antes de terminar la preparatoria editó un poema en la revista del Colegio de

San Nicolás, y en 1938 se inscribió a la Escuela de Derecho, por más deseos de su

padre que de él, en donde conoció al profesor marxista Aníbal Ponce al que siguió

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frecuentado aún después de que abandonara la carrera ese mismo año. Siguiendo con

los designios de orfandad y desamparo que marcaron su formación, en mayo de 1938

muere Aníbal Ponce tras un accidente automovilístico cerca de Morelia.

Desde muy joven Ramón Martínez Ocaranza se vio inmerso en la lectura y en el

medio literario de los lugares donde vivió, pero no fue hasta esta fecha que dio el salto

a la creación. Él escribe sobre este salto: “cuando se toma la literatura como una

expresión de la existencia, la existencia un día se hace literatura. Y se penetra en el

secreto de la creación” (Autobiografía 76).

De estas fechas proviene el deseo de Ocaranza de ir “[…] penetrando en los

misterios de la canción misteriosa. De la canción que nace de los conflictos del Ser. De

la canción que es el Ser hecho conflicto” (Martínez Ocaranza, Autobiografía 151): de

jugarse todo por la poesía, de volcar su existencia en ella. Al mismo tiempo en España,

Francisco Franco disolvía la República, poniendo fin a la guerra civil y comenzando su

dictadura fascista, lo cual significó un duro golpe anímico para Ocaranza que siempre

manifestó su apoyo al bando republicano.

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3. Periplos y cátedra

Tras abandonar la carrera de Leyes, su padre lleva a Ocaranza a vivir con unos

parientes a la ciudad de México en la colonia Industrial. A sus parientes les decía

Ocaranza que estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, pero la

verdad es que sin dinero lo que hacía era ir a la Biblioteca Nacional en la calle Uruguay,

o a la Hemeroteca que estaba a un lado, a proseguir su educación autodidacta literaria.

Poco tiempo pasó para que Ramón saliera de casa de sus parientes, gracias a su

madre que le consiguió un trabajo mediante un amigo suyo (Martínez Ocaranza,

Autobiografía 162), y se hospedara, como ya había hecho la primera vez que residió en

el DF, en la casa de huéspedes Pensión Michoacana, ubicada a un lado de la iglesia de

Jesús María, hasta mediados de 1940 cuando regresó a Jiquilpan.

En estas fechas, de 1938 a 1940, vuelve a frecuentar a Marco Antonio Millán, con

quien ahora comparte las lecturas de la revista Taller y la obra poética de José

Gorostiza, y entabla amistad con Silvestre Revueltas después de encontrárselo en una

cervecería de La Merced como narra Ocaranza (Autobiografía 162). Al mismo tiempo

conoció e inició su amistad con al poeta Barba-Jacob:

En esa época me llevo Marco Antonio Millán con el poeta colombiano Porfirio Barba-

Jacob. […] Con Porfirio Barba-Jacob aprendí a sufrir con el orgullo de los dioses.

Supe que ser poeta no era sino la suma heroica de los más duros heroísmos

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humanos, que si yo quería ser poeta, tendría que enfrentarme con el dolor del

abandono y de la soledad; con el trabajo diario, poderoso, fecundo; con la corona de

mis desesperadas espinas, pero al mismo tiempo con la satisfacción de la vida, con

el orgullo de la fuerza que dan la consistencia, la dignidad y la belleza de ser

hombre, un hombre consagrado a la difícil tarea de embellecer las sombras oscuras

de este mundo, con la canción que surge de los propios naufragios y de las

resurrecciones. (Martínez Ocaranza, Autobiografía 160-161)

Ramón Martínez Ocaranza escribe en su autobiografía que fue a partir de la amistad y

las pláticas con Barba-Jacob, al que llegó ayudar en varias ocasiones escribiéndole sus

cartas para el Embajador de Colombia y para el Director de Ultimas noticias, donde

escribía su columna Perifonemas, que comenzó a trabajar con verdadera pasión en su

propia obra poética (162).

Antes de regresar a su pueblo, Ramón se entera en la ciudad de México del

comienzo de la invasión de las tropas alemanas de Hitler a Polonia, el inicio de la

Segunda Guerra Mundial, lo que hace relativizar su situación: “me di cuenta de que la

locura del alcohol, era un nido de golondrinas, al lado de la locura del mundo en mi

tiempo” (Autobiografía 168).

Tras una muy breve temporada en su pueblo Martínez Ocaranza vuelve a Morelia

a finales de 1940, en donde entra a trabajar como mecanógrafo en unas de las Salas

del Supremo Tribunal de Justicia y en el ámbito literario se adentra en el medio cultural

de la ciudad. Entre otros personajes se encontraban: Francisco Aday y Manuel Ponce

que editaban la revista Viñetas; otro grupo lo conformaban Ezequiel Calderón, Eugenio

Villicaña y otros nicolaitas que editaba la revista La espiga y el laurel; Raúl Arreola

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Cortés y Tomás Rico Cano estaban al frente de la revista Pliegos. En tanto Ramón

Martínez Ocaranza y Enrique González Vázquez editaban la revista Voces (Martínez

Ocaranza, Autobiografía 174-176).

Ramón escribe: “Fue también por esos años cuando llegué a la poesía de Pablo

Neruda, que era el poeta de mi generación” (Autobiografía 177). No es vano señalar

que por estos años Neruda había publicado uno de sus libros más comprometidos

socialmente: España en el corazón. Himno a las glorias del pueblo en la guerra (1937) y

poco antes había publicado Residencia en la tierra (1935), por el que Ramón Martínez

Ocaranza sentía verdadera devoción.

Los editores de La espiga y el laurel, invitaron a Neruda a una lectura en 1941. Se

le ofreció un café en el salón principal del Museo Michoacán y posteriormente una cena

en el antiguo Hotel Valencia. “Ahí leí mi cuadernito de poesía, recién publicado llamado

Al pan pan y al vino vino [1941]. Los sonetos le gustaron tanto a Pablo, que me pidió

que los repitiera. […] Así se inició mi amistad con ese gran poeta”, cuenta Ocaranza

(Autobiografía 179).

No tardó mucho tiempo para que la amistad entre Ocaranza y Neruda se

reforzara:

Después de la invasión de Hitler a la Unión Soviética [junio de 1941], fui a la ciudad

de México al congreso de la SAURSS (Sociedad de Amigos de la URSS). En este

congreso me encontré de nuevo con Pablo, quién me invitó a hospedarme en su

casa durante un tiempo [alrededor de seis meses]. (Martínez Ocaranza,

Autobiografía 179-180)

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Poco después, en agosto de 1943, la UMSNH le otorgó a Pablo Neruda el grado de

Doctor Honoris Causa y Ramón Martínez Ocaranza junto al Rector de la Universidad

fueron las dos personas encargadas de pronunciar los discursos en honor al poeta

(Olivares Briones 293).

El año de 1944 es significativo para Ocaranza porque publica su segundo

plaquette de poesía, Ávido amor, aunque en realidad este podría ser considerado el

primero ya que su primer poemario lo publicó bajo el pseudónimo de Anónimo

Picaresco.

A comienzos de 1945 Ramón recibió un telegrama de Dionisio Encinas, Secretario

General del Partido Comunista, invitándolo a trabajar en la ciudad de México en La Voz

de México, el periódico del partido. Se trasladó de nuevo a la capital del país a trabajar

alrededor de un año en el periódico. “Escribía editoriales. Hacía entrevistas a dirigentes

sindicales. A personajes de la política nacional. Allí me puse en contacto con el

proletariado de México. Comencé a tratar de entender los problemas de la lucha de

clases en la práctica” (Martínez Ocaranza, Autobiografía 183). En 1946 decide ir una

temporada a Xalapa a tomarse unas vacaciones y ahí escribiría su siguiente libro:

Preludio de la muerte enemiga, que editaría el siguiente año a su llegada al DF. El

plaquette, con dibujos de Benajmín Molina, tuvo reconocimiento en los círculos literarios

de México, debido, comenta Ocaranza: “[…] a mis relaciones fraternales con la revista

América, dirigida por los poetas Efrén Hernández y Marco Antonio Millán” (Autobiografía

189).

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Durante los cerca de tres años, de 1947 a 1949, en los que Ocaranza ayudó a

corregir las pruebas de la revista y fue colaborador ocasional, Millán fue el director de la

revista y Hernández el subdirector (Martínez Ocaranza, Autobiografía 191). El grupo

alrededor de la revista América, que se reunía en un café de chinos en la calle de

Dolores, lo conformaban, entre otros, Margarita Michelena, Pita Amor, Luisa Josefina

Hernández, Rosario Castellanos, Dolores Castro, Sergio Magaña, Emilio Carbadillo,

Jaime Sabines y Juan Rulfo (Millán 72-73).

A finales de 1947 Ramón Martínez Ocaranza contrajo matrimonio con Ofelia

Cervantes (Rodríguez Morales & López López 13), con quien posteriormente tuvo dos

hijas y un hijo. Ella cuenta en una entrevista que varias veces estuvo presente en las

reuniones de su esposo con el grupo de la revista América (117).

A pesar de estar en uno de los círculos importantes en la vida cultural y literaria de

la ciudad de México, Ramón no tenía el dinero suficiente para mantener una familia; así

que, en 1950, después de haber trabajado el año anterior en el Departamento Agrario

gracias a la ayuda del poeta Miguel Rubio Candelas que le consiguió el puesto, regresa

una temporada a Jiquilpan en donde contempla los murales que pintó José Clemente

Orozco de 1940 a 1941 por encargo de Lázaro Cárdenas en la biblioteca pública del

pueblo, antiguamente una iglesia (Martínez Ocaranza, Autobiografía 206).

Los murales de la biblioteca pública de Jiquilpan son posteriores a los famosos

murales que Orozco pintó en Guadalajara. En ellos predominan los trazos fuertes

hechos con pintura negra sobre blanco y el color rojo de algunas banderas. Los cuadros

laterales son escenas de la Revolución Mexicana; escenas de violencia, de muerte, de

cuerpos hechos jirones que se confunden con los cuerpos deshechos de caballos, de

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injusticia, de fusilamientos, de mujeres buscando entre cadáveres a sus muertos. No

hay ninguna victoria que ponderar en esos murales, no hay ninguna reivindicación de la

lucha armada revolucionaria, ni de lo mexicano, como en los murales de Guadalajara.

En Jiquilpan sólo hay un atroz fracaso y un sentimiento de inutilidad por las tantas

muertes que ocasionó la guerra. Muertes que únicamente lograron cambiar el nombre

del gobierno, la cúpula gobernante, no la estructura en sí.

Al fondo de la iglesia, en donde estuvo el atrio tiempo atrás, se encuentra el mural

de mayor tamaño y el único policromático de todos. En la parte baja de este mural hay

una siembra de nopales, encima un águila real trata de extender sus alas sin

conseguirlo ya que a su alrededor, asfixiándola, está una enorme serpiente color olivo

que la quiere devorar. Brincando de derecha a izquierda por detrás de esta escena hay

un jaguar. También por encima de la siembra de nopales y un poco delante del águila

hay otro jaguar traslada a una mujer envuelta en un rebozo sobre su lomo. A la derecha

de la serpiente y la águila una pareja que ostenta en sus cabezas sendas coronas

miran la escena de muerte frente a ellos sin hacer nada para impedirla.

En estos murales, Orozco invirtió los símbolos de la patria mexicana: los

reacomodó en una forma más visceral, más real. Ese cambio de papeles entre el águila

y la serpiente hace evidente que el escudo de la bandera nacional es una escena de

sometimiento y muerte. Tal vez México no deba ser simbolizado, ni representado, por

una escena como esa, da igual si es un águila matando una serpiente o una serpiente

matando un águila, en su esencia “es la muerte la que nos lleva por la muerte”, como

escribió Ocaranza.

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Después de su corta temporada en Jiquilpan Ramón M. Ocaranza parte con

rumbo a Morelia para trabajar como secretario de la Escuela Popular de Bellas Artes. Al

año siguiente de su arribo a Morelia le es otorgada la cátedra de Literatura Mexicana e

Hispanoamericana en el Colegio de San Nicolás de Hidalgo por el rector Gregorio

Torres Fraga.

De inmediato incluye en su programa de estudio las literaturas prehispánicas, las

que por esas fechas está siendo redescubiertas por varios investigadores en México. A

sus curso de literatura Ocaranza incorporaría el estudio de las literaturas maya, náhuatl

y p’urhépecha. Años después en 1970, ya cerca de su jubilación como profesor, sus

clases se materializarían en dos cuadernos de literatura mexicana preparados por él y

editados por la UMSNH.

Instalado en una casa en la Avenida Madero, a pocos metros del Colegio de San

Nicolás en donde daba sus clases, Ocaranza llevó sus trabajos académicos a la par

que siguió trabajando su obra poética. Entre 1951 y 1955 Ocaranza publicó tres

pequeños libros de poesía en los que la muerte vuelve a ser el tema detrás de cada uno

de ellos. De especial atención es su poemario Río de llanto (1955), motivado por la

trágica muerte de su hermano Gilberto M. Ocaranza, quien murió ahogado en las aguas

del río Jaltepec, en el Istmo de Tehuantepec, Veracruz a mediados de 1954.

De notar en este último plaquette son las anotaciones al final de cada poema que

indican el lugar y la fecha de su realización. Este detalle aparentemente superfluo tiene

una gran importancia en la poesía ocaranziana posterior, debido a las implicaciones

que conlleva la fijación espacio-temporal de los textos por el propio autor. Anotar, a

manera de diario las fechas de la escritura de un poema, lo que no significa

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necesariamente que dicho texto no sea posteriormente trabajado, retocado, etc., implica

que los poemas guardan cierta relación con hechos exteriores que afectaron a la propia

acción de la escritura; el poeta hace constar el fenómeno mediante la escritura, como

en un diario. Con este método se hace explícito lo que Salomón de la Selva escribió

alguna vez en su “Evocación de Horacio”: la poesía es memoria.

Esta escritura se convierte en el medio para trasmitir la experiencia del hecho, el

fenómeno tal como fue percibido, de dar nombre a lo que no tiene nombre, y por lo

tanto constatar su existencia más allá del sujeto que lo transmite mediante palabras. De

esta forma los poemas de Río de llanto son una constatación del dolor provocado por la

muerte. Una prueba de que la muerte es tan real como la desolación detrás de ésta.

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4. Encarcelamiento

Aunque en los últimos años había menguado su activismo político, Ocaranza siempre

apoyó la causa comunista. En mayo de 1961 en representación de la SAURSS de la

que era presidente en Michoacán fue a Moscú a un congreso internacional, y aprovechó

para conocer la casa de Dostoyevsky y para hacerse uno estudios debido a que su

salud no era la mejor (Martínez Ocaranza, Autobiografía 84).

En ese mismo año llegó a la rectoría de la Universidad Michoacana el Dr. Eli de

Gortari proveniente de la UNAM y comenzó a realizar una restructuración de la

UMSNH, creando nuevos proyectos académicos y carreras que no había en

Michoacán. Se crearon la Coordinación de Investigación Científica y la Facultad de

Altos Estudios Melchor Ocampo que albergaba las carreras de biología, historia,

filosofía y fisicomatemáticas. El movimiento del rector atendía a una modernización de

la universidad en vías de colocarse como una de las mejores instituciones del país; sin

embargo:

[…] se amontonaron varios hechos que dieron al traste con este proceso de

modernización académica. La rancia y feudal sociedad moreliana vio con malos ojos

la nueva vida académica que se abría paso por encima de sus torpes y tradicionales

designios. Y trató de oponerse a la nueva corriente de la vida creadora. Y encontró

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eco en el gobernante en turno que era un loco, reaccionario. (Martínez Ocaranza,

Autobiografía 232)

El gobernador al que hace referencia Ocaranza es el licenciado Agustín Arriaga Rivera

quien estuvo al frente del estado de 1962 a 1968. Es debido a los problemas suscitados

entre el Gobierno del Estado y la Universidad que el Dr. Eli de Gortari abandona su

nombramiento como rector. Poco tiempo después de Gortari regresaría a la UNAM,

apoyaría el movimiento estudiantil en 1968, sería arrestado y llevado a Lecumberry tras

lo ocurrido en Tlatelolco.

Por estas fechas y hasta 1966 en Morelia había un grupo de estudio comunista

llamada la Liga Leninista Espartaco que se reunían en el Colegio de San Nicolás así

como en la librería Máximo Gorki. En ella participaban además de Ocaranza, su

esposa, Hugo Villatoledo, Sergio Alain Molina, Trinidad Amezcua, Jaime Labastida, y en

ocasiones acudían, llevados por Ramón M. O., como invitados especiales el poeta

Enrique González Rojo y José Revueltas (Ballesteros Olivares 126-127).

Para 1963 la tensión entre el Gobierno y la Universidad llegó a una etapa crítica

después de que se impusiera una Ley Orgánica en la UMSNH a orden del gobernador,

con lo que la autonomía se vio gravemente afectada; también varias de las reformas

que el Dr. Eli de Gortari había implantado fueron detenidas o canceladas en ese

periodo Esta tensión se rompió de manera violenta cuando algunos estudiantes se

manifestaron y el Ejército Nacional disparó contra el grupo, hiriendo a ocho, de los

cuales uno falleció. Mucha gente fue al velorio del estudiante asesinado en el Colegio

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de San Nicolás y a su posterior sepelio (Martínez Ocaranza, Autobiografía 234). Escribe

Ocaranza sobre las consecuencias de este hecho:

En ese momento trágico, me estaban nombrando a mí –con fines siniestros–,

Presidente de la Federación de Maestros Universitarios, puesto que habían

usurpado, durante tres años, los dirigentes del Partido Popular Socialista, que a la

postre fueron los que traicionaron a la Universidad y que como pago de su traición,

recibieron diputaciones de partido en el Congreso Estatal. […] Mis enemigos me

entregaron esa Federación como una brasa ardiendo. Y yo la acepté consciente del

peligro y de la responsabilidad que eso significaba. (Autobiografía 233-234)

Tras ese enfrentamiento ente Ejército y estudiantes, varios grupos de estudiantes,

“falsos revolucionario superizquierdistas y payasos” como los nombra Ramón M.

Ocaranza (Autobiografía 235), querían continuar la lucha contra el Ejército, a lo que

Ocaranza se negó rotundamente junto con otros profesores que lo apoyaron en su

decisión. Así explica sus motivos para tal negativa:

Nos habrían masacrado el Ejército de la manera más atroz. San Nicolás hubiera

sido el primer Tlatelolco de México. […] Pronto nos dimos cuenta algunos maestros

que los falsos revolucionarios […] eran provocadores a sueldo que ya tenían

nombramientos de servidores del Gobierno del Estado. (Martínez Ocaranza,

Autobiografía 235)

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Pasaron tres años muy inestables y de gran nerviosismo entre las posibles acciones

entre la Universidad y el gobierno. En julio de 1964 Martínez Ocaranza escribe su

“Declaración poética”, significativa por ser una pieza a mitad de su obra y que engloba

elementos de sus poemas anteriores y posteriores:

Despedazaré los ritmos,

las palabras,

el feroz contrapunto del concepto,

y tumultuariamente hice un mitin

en contra de lo bello.

Si quise decir luna,

dije perros muriéndose de hambre.

Si quise decir árboles,

predije la lucha de los hombres. (Poesía 41-68 290)

En 1966, cuando la tarifa del transporte público fue elevada y los estudiantes de la

Universidad organizaron un mitin en contra ésta, la policía judicial intervino y les quitó

su equipo de sonido. Los estudiantes fueron hasta las oficinas de la judicial para tratar

de recuperar el equipo y fueron recibidos con disparos; el estudiante Everardo

Rodríguez Orbe murió ese día (Rodríguez Morales & López López 15).

A pesar de la artritis que sufría en esos días Ramón Martínez Ocaranza pronunció

la oración fúnebre en el panteón de la ciudad exigiendo que se castigara a los

responsables del asesinato. Al día siguiente, cuenta el mismo Ocaranza (Autobiografía

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236), su artritis se agravó a tal punto que ya no pudo abandonar su cama debido al

dolor.

Las manifestaciones por parte de los estudiantes y el Consejo Universitario se

radicalizaron al punto de pedir la desaparición de los Poderes en el Estado y de

convocar a una gran movilización estudiantil en todo Michoacán para pedir la caída del

Gobernador. El día que sesionaron y determinaron esto, Ramón M. Ocaranza no pudo

intervenir como la primera vez para oponerse. Ese mismo día el Ejército ocupó el

Colegio de San Nicolás y hubo una gran cantidad de arrestos. Al mismo tiempo la

policía judicial allanó de forma violenta e ilegal la casa de Ocaranza, llevándolo preso a

él, aunque no podía pararse, y a su familia a la XXI Zona Militar de Morelia (Martínez

Ocaranza, Autobiografía 238-239).

Por esos días de mi cautiverio, corrió de mano en mano, en el cuartel, un escrito

redactado en el Palacio de Gobierno, donde se afirmaba que el movimiento era un

complot del comunismo internacional para derrocar al Gobierno de Díaz Ordaz. […]

Cientos de estudiantes salieron después de haber sido interrogados, fichados,

presionados para que declararan en mi contra y en contra de otros detenidos. Varios

lo hicieron y quedaron como testigos de cargo. (Martínez Ocaranza, Autobiografía

243)

Entre las personas que salieron estuvieron sus hijos, que se quedaron con varios

amigos de Ocaranza que vivían en la ciudad de México, su hija con Paula Gómez

Alonso, su otra hija con Guillermina Bravo y su hijo con Enrique González Rojo

(Martínez Ocaraza, Autobiografía 243-244). Ramón y su esposa permanecieron en

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prisión junto a varios estudiantes que no declararon en su contra. El 16 de octubre de

ese año el grupo de detenido ingresó a la Penitenciaría de Morelia.

Durante el tiempo que Ocaranza permaneció encerrado sus hermanas le

mandaban comida todos los días a él y a su esposa. Él se dedicó a reescribir de

memoria poemas de otros, como de Fray Luis de León y San Juan de la Cruz (Martínez

Ocaranza, Autobiografía 251), y a escribir lo que se convertiría en 1968 en su plaquette

Otoño encarcelado. En ese poemario hay un diálogo consigo mismo sobre su propia

muerte:

Mi muerte es un meditado viaje,

para que así se cumpla la escritura.

De aquí nos vamos a la sepultura,

camarada Ramón, sin equipaje. (Poesía 41-68 367)

El 28 de diciembre de 1966 ante la presión ejercidas por intelectuales que pedía su

libertad, como Efraín Huerta, Carlos Pellicer, José Revueltas, Gastón García Cantú,

José Emilio Pacheco, Enrique González Rojo, Henrique González Casanova, Thelma

Nava, David Alfaro Siqueiros, Eugenio Arriaga y otros más, fue que el presidente de la

República Gustavo Díaz Ordaz ordenó se le liberara a él ya su esposa (Martínez

Ocaranza, Autobiografía 262; Rodríguez Morales & López López 15).

Cuando salió de la penitenciaría Ocaranza se enteró que había sido suspendido

como profesor del Colegio de San Nicolás y que el gobernador de Michoacán no le

permitiría su reingreso a las aulas. Esta situación no cambió sino hasta que Arriaga

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Rivera terminó su periodo de gobernación en 1968 y le fue sucedido por Carlos Gálvez

Betancourt.

De nuevo Ramón se encontraba sin trabajo y de nuevo sus amigos le ayudaron

mientras duró esta difícil situación: su amigo Alfredo Gálvez y su esposa recibieron a la

pareja mientras recuperó su trabajo, sus amigos dieron apoyo a sus hijos y ya que

Marco Antonio Millán se encontraba trabajando en el Departamento Editorial de la SEP

le ayudó editando su libro en prosa sobre un poeta michoacano de la época colonial:

Diego José Abad (1968). A su vez, su amigo Gastón García Cantú al ser director de

Difusión Cultural de la UNAM le editó su antología Poesía Insurgente (1970) en la

colección Biblioteca del Estudiante Universitario.

A la entrada del Lic. Carlos Gálvez Betancourt se puso en orden la situación legal

de Ramón Martínez Ocaranza; y de esta forma fue absuelto ya que “los testigos falsos,

en un careo, se retractaron con lágrimas en los ojos, cuando ya no pesaba sobre ellos

la presencia en el gobierno del Lic. Arriaga Rivera” (Martínez Ocaranza, Autobiografía

265). Por acuerdo del Consejo Universitario en su sesión del 15 de octubre de 1968

Martínez Ocaranza volvió a su puesto en la Universidad que no interrumpió hasta su

jubilación en 1977.

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5. Colección de llagas

La obra poética de Martínez Ocaranza se puede dividir en tres periodos, en tres épocas

en donde la poesía es asumida y vivida por el poeta de distintas formas por el vate

michoacano:

El primero de estos momentos inicia con la publicación de su ópera prima: Al pan

pan y al vino vino en 1951 y termina en 1968 con el Otoño encarcelado. Se suma a este

periodo su libro póstumo Vocación de Job publicado en 1992 ya que como escriben

Margarita Rodríguez Morales y Marco Antonio López López el poemario fue escritor

desde “[…] principios de 1961 entre médicos, sanatorios y enfermeras, tanto en la

ciudad de Morelia, México y Moscú, pues hasta allá fue cargando su dolor y sufrimiento”

(20). Esta etapa se caracteriza por el uso de las formas vanguardista del siglo XX y la

constante reflexión acerca de la soledad y el destino mortuorio de la humanidad y de sí

mismo.

En su segunda etapa, Ocaranza publica sus libros escritos en prosa mas no

publica nada de poesía. En este periodo prevalece el silencio sobre la poesía. Para

Marguerite Duras escribir también es no hablar, es callarse, es aullar sin ruido. En esos

aullidos sin ruido permitió que la afonía, tan perjudicial para tantos poetas y escritores,

lo llevara a encontrar en su propio dolor su voz poética más original. Fueron cinco años

imprescindibles en los que encontró la hierofanía tan buscada desde sus primeros

poemas gracias a las lecturas de la mitología prehispánica mexicana, autores

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culteranistas y la Biblia. Ramón M. Ocaranza escribe al respecto: “Mi técnica mitológica

viene de Sor Juana. Sólo que yo agrego a sus alusiones a la mitología náhuatl, mis

alusiones a la mitología tarasca. También la doto de un operante contenido político”

(Poesía 69-82 24).

La última etapa se compone por la publicación de los libros: Elegía de los

triángulos (1974), Elegías en la muerte de Pablo Neruda (1977), Patología del ser

(1981) y La edad del tiempo (1984). Tetralogía de la agonía, de la lobreguez y de, como

dice Enrique González Rojo, “la colección de llagas más impresionante en lo que va de

la poesía mexicana” (“En el homenaje” 50). En estos libros Ocaranza consigue llegar a

la cima estética de su poética llegando, paralelamente, a otra sima: el fondo de la

enfermedad de la que se nutre la realidad del ser. Ésta no podría ser expresada de

forma clásica, romántica o moderna, no después de haber vivido los horrores de la

guerra civil mexicana, la española y dos guerras mundiales, no después del silencio que

ponderaba Theodor W. Adorno a la poesía después del holocausto; por eso la

expresión de Ocaranza al dolor y la muerte tenía que ser violenta, paradójica y

contradictoria. Ramón Martínez Ocaranza escribió al respecto: “El Ser es una disciplina

del No-Ser” (Autobiografía 258), y poetizo: “Morir es no morir para que nadie nos hable

de la muerte” (Poesía 69-82 356).

El propio González Rojo comenta sobre esta etapa de la poesía de Ocaranza:

La Patología del ser es, a mi manera de ver las cosas, no sólo el título de un libro,

[…] sino el tema englobante y el parámetro filosófico, épico y moral donde se

afirman y desarrollan los versos, epigramas, manifiestos y hasta «novelas» que

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conforman el siniestro y al propio tiempo bellísimo mundo lírico de Ramón. […] Los

cuatro libros de la segunda etapa de Martínez Ocaranza no son otra cosa que los

diversos cantos o cantares, en el sentido que le da al término Ezra Pound, donde se

va desplegando con sus llagas, sus pústulas y su sufrimiento la patología del ser.

(“La patología” 33)

Lo que me regresa a mi primera lectura de la obra de Ocaranza: uno nunca sale

indemne de ninguna lectura, menos de un enfrentamiento como ese, en donde se pone

en duda y rebate la existencia a cada página. El poemario Patología del ser está

cimbrado en un centro inexpresable: la muerte, el desgarramiento que acontece ante

ella, la incertidumbre que genera su incontestable cercanía en la propia vida:

Nadie se pierde. Todo participa en la terrible perfección. //

Nacemos por morir. // Y es la muerte la que nos lleva por la muerte. //

¡Camino de lo eterno! // ¿Qué sería del hombre sin su muerte? //

Fenomenología de conciencias // Que se deshace en la circunferencia. //

Dadme un morir. Y moveré la tierra. (Poesía 69-82 357)

Para Ocaranza la muerte en su poesía es la forma de lo que no tiene voz, la sombra

detrás de la forma. Lo que está más allá de todo lo decible y comunicable, lo que

encuentra el medio para exponerse en los límites del lenguaje porque, isomórficamente,

se encuentra en los límites de la vida; es decir, de lo conocible. Pero para Martínez

Ocaranza el linde de la vida no es el límite de la poesía; porque la vida no tiene linde,

precisamente, porque existe la poesía.

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Mediante la poesía es posible expresar lo indecible, aquello que se escapa a las

reglas de las lenguas: aquello que es intraducible, como sostiene Jaques Derrida, quien

comenta que el poema se constituye como:

el único lugar propicio para la experiencia de la lengua, esto es, de un idioma que a

la vez desafía para siempre a la traducción y apela a una traducción conminada a

hacer lo imposible, a volver posible lo imposible en ocasiones de un acontecimiento

inaudito. (14)

Ese acontecimiento inaudito, que está fuera de lo experimentable y por lo tanto de lo

expresable de cualquier lengua, en la obra de Martínez Ocaranza, ese imposibilidad es

la propia muerte, que Ramón expresa a través de blasfemias que se convierte en

metáforas insólitas de la circunvalación de los límites de la vida. La muerte revelada

como una eternidad, como la única eternidad en el universo. La muerte no como un fin

sino como una causa de movimiento, como un comienzo.

La obra del vate michoacano no tiene par en la literatura mexicana, lo que no

significa que no tenga a afinidades con otros poetas. Martínez Ocaranza escribe cantos

al estilo de Ezra Pound y elegías como las de León Felipe. En la poesía ocaranziana la

incertidumbre respecto a la vida se transfigura en hierofanía ante la muerte. Los límites

de la vida son los límites del lenguaje, parece decirnos Ramón Martínez Ocaranza a

través de sus palabras.

El poeta trabaja su canción con el material de su muerte.

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Porque la muerte es una metáfora engendrada por el tiempo.

Es la metáfora del tiempo. (Poesía 69-82 283)

La muerte le llegó a Ramón Martínez Ocaranza cuando estaba internado en un hospital

el 21 de septiembre de 1982 en Morelia. Su cortejo fúnebre y posterior entierro en el

panteón municipal fue un suceso importante en la ciudad; años después la ciudad de

Morelia le rindió tributo al colocar un busto en la pequeña calzada que ha dedicado a

sus poetas. Pero su muerte, el verdadero límite de ésta, se halla entre las metáforas

que dedicó a nombrar lo que no tiene nombre: ese silencio futuro del morir, la oquedad

de la vida, la melancolía de ver pasar el desconsuelo del mundo y no poder hacer nada:

el olvido propio ante la poesía, la forma de lo inasible que termina por quebrantar su

propia forma.

La literatura mexicana olvidó a Ocaranza porque “la «norma» no es otra cosa que

la buena conciencia de una amnesia” (Derrida 69) y la obra ocaranziana es la mala

conciencia de la poesía mexicana, de su medio literario y del medio político que lo

castigó sin llegar a callarlo. La poesía ocaranziana es la contradicción de una

circunstancia nutrida de la ansiada redención social y la desesperanza real del mundo,

que por más que se trata de olvidar siempre está ahí para recordarnos lo que significó

para muchos mexicanos el siglo XX, y para ayudarnos en la difícil tarea de pensar el XXI.

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Bibliografía

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trad. Irene Argoff. Bs. As.: Amorrortu, 2009. Impreso.

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del Trabajo / Cibertaria, 2009. Impreso.

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Índice

1. Olvido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 03

2. Trágico destino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 05

3. Periplos y cátedra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12

4. Encarcelamiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20

5. Colección de llagas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27

Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32

34