romeo y julieta · 2018. 5. 28. · title: romeo y julieta author: william shakespeare created...

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ROMEO Y JULIETA WILLIAM SHAKESPEARE Ediciones elaleph.com

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  • R O M E O Y J U L I E T A

    W I L L I A M S H A K E S P E A R E

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    PERSONAJES

    ESCALA, Príncipe de Verona.PARIS, pariente del Príncipe.MONTESCO.CAPULETO.Un viejo de la familia Capuleto.ROMEO, hijo de Montesco.MERCUTIO, amigo de Romeo.BENVOLIO, sobrino de Montesco.TEOBALDO, sobrino de Capuleto.FR. LORENZO, FR. JUAN, de la Orden de San

    Francisco.BALTASAR, criado de Romeo.SANSÓN, GREGORIO, criados de Capuleto.PEDRO, criado del ama de Julieta.ABRAHAM, criado de Montesco.Un boticario.Tres músicos.Dos pajes de Paris.Un Oficial.La señora de Montesco.

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    La señora de Capuleto.JULIETA, hija de Capuleto.El ama de Julieta.

    CIUDADANOS de Verona, ALGUACILES,GUARDIAS, ENMASCARADOS, etc., CORO

    La escena pasa en Verona y en Mantua

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    PRÓLOGO

    CORO.- En la hermosa Verona, donde acaecieronestos amores, dos familias rivales igualmente nobleshabían derramado, por sus odios mutuos, muchainculpada sangre. Sus inocentes hijos pagaron la pe-na de esos rencores, que trajeron su muerte y el finde su triste amor. Sólo dos horas va a durar en laescena este odio secular de razas. Atended al tristeenredo, y supliréis con vuestra atención lo que faltea la tragedia.

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    ACTO PRIMERO

    ESCENA PRIMERA

    Una plaza de Verona

    (SANSÓN y GREGORIO con espadas y broqueles)

    SANSÓN.- A fe mía, Gregorio, que no hay por québajar la cabeza.GREGORIO.- Eso sería convertirnos en bestias decarga.SANSÓN.- Quería decirte que, si nos hostigan, de-bemos responder.GREGORIO.- Sí: soltar la albarda.SANSÓN.- Yo, si me pican, fácilmente salto.

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    GREGORIO.- Pero no es fácil picarte para quesaltes.SANSÓN.- Basta cualquier gozquejo de casa de losMontescos para hacerme saltar.GREGORIO.- Quien salta, se va. El verdadero va-lor está en quedarse firme en su puesto. Eso que lla-mas saltar es huir.SANSÓN.- Los perros de esa casa me hacen saltarprimero y me paran después. Cuando topo de ma-nos a boca con hembra o varón de casa de losMontescos, pongo pies en pared.GREGORIO.- ¡Necedad insigne! Si pones pies enpared, te caerás de espaldas.SANSÓN.- Cierto, y es condición propia de los dé-biles. Los Montescos al medio de la calle, y sus mo-zas a la acera.GREGORIO.- Esa discordia es de nuestros amos.Los criados no tenemos que intervenir en ella.SANSÓN.- Lo mismo da. Seré un tirano. Acabaréprimero con los hombres y luego con las mujeres.GREGORIO.- ¿Qué quieres decir?SANSÓN.- Lo que tú quieras. Sabes que no soy ra-na.

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    GREGORIO.- No eres ni pescado ni carne. Saca tuespada, que aquí vienen dos criados de casa Mon-tesco.SANSÓN.- Ya está fuera la espada: entra tú en lid, yyo te defenderé.GREGORIO.- ¿Por qué huyes, volviendo las es-paldas?SANSÓN.- Por no asustarte.GREGORIO.- ¿Tu asustarme a mí?SANSÓN.- Procedamos legalmente. Déjalos empe-zar a ellos.GREGORIO.- Les haré una mueca al pasar, y ve-remos cómo lo toman.SANSÓN.- Veremos si se atreven. Yo me chuparéel dedo, y buena vergüenza será la suya si lo toleran.(Abraham y Baltasar.)ABRAHAM.- Hidalgo, ¿os estáis chupando el dedoporque nosotros pasamos?SANSÓN.- Hidalgo, es verdad que me chupo el de-do.ABRAHAM.- Hidalgo, ¿os chupáis el dedo porquenosotros pasamos?SANSÓN (a Gregorio).- ¿Estamos dentro de la ley,diciendo que sí?GREGORIO (A Sansón).- No por cierto.

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    SANSÓN.- Hidalgo, no me chupaba el dedo por-que vosotros pasabais, pero la verdad es que me lochupo.GREGORIO.- ¿Queréis armar cuestión hidalgo?ABRAHAM.- Ni por pienso, señor mío.SANSÓN.- Si queréis armarla, aquí estoy a vuestrasórdenes. Mi amo es tan bueno como el vuestro.ABRAHAM.- Pero mejor, imposible.SANSÓN.- Está bien, hidalgo.GREGORIO (A Sansón.).- Dile que el nuestro esmejor, porque aquí se acerca un pariente de mi amo.SANSÓN.- Es mejor el nuestro, hidalgo.ABRAHAM.- Mentira.SANSÓN.- Si sois hombre, sacad vuestro acero.Gregorio: acuérdate de tu sabia estocada. (Pelean.)(Llegan Benvolio y Teobaldo.)BENVOLIO.- Envainad, majaderos. Estáis pelean-do, sin saber por qué.TEOBALDO.- ¿Por qué desnudáis los aceros?Benvolio, ¿quieres ver tu muerte?BENVOLIO.- Los estoy poniendo en paz. Envainatú, y no busques quimeras.TEOBALDO.- ¡Hablarme de paz, cuando tengo elacero en la mano! Más odiosa me es tal palabra queel infierno mismo, más que Montesco, más que tú.

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    Ven, cobarde. (Reúnese gente de uno y otro bando. Trábasela riña)CIUDADANOS.- Venid con palos, con picas, conhachas. ¡Mueran Capuletos y Montescos! (EntranCapuleto y la señora de Capuleto.)CAPULETO.- ¿Qué voces son ésas? Dadme mi es-pada.SEÑORA.- ¿Qué espada? Lo que te conviene esuna muleta.CAPULETO.- Mi espada, mi espada, que Montescoviene blandiendo contra mí la suya tan vieja como lamía. (Entran Montesco y su mujer.)MONTESCO.- ¡Capuleto infame, déjame pasar,aparta!SEÑORA.- No te dejaré dar un paso más. (Entra elPríncipe con su séquito.)PRÍNCIPE.- ¡Rebeldes enemigos de la paz, derra-madores de sangre humana! ¿No queréis oír? Hu-manas fieras que apagáis en la fuente sangrienta devuestras venas el ardor de vuestras iras, arrojad enseguida a tierra las armas fratricidas, y escuchad misentencia. Tres veces, por vanas quimeras y fútilesmotivos, habéis ensangrentado las calles de Verona,haciendo a sus habitantes, aun los más graves eilustres, empuñar las enmohecidas alabardas, y car-

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    gar con el hierro sus manos envejecidas por la paz.Si volvéis a turbar el sosiego de nuestra ciudad, meresponderéis con vuestras cabezas. Basta por ahora;retiraos todos. Tú, Capuleto, vendrás conmigo. Tú,Montesco, irás a buscarme dentro de poco a la Au-diencia, donde te hablaré más largamente. Pena demuerte a quien permanezca aquí. (Vase.)MONTESCO.- ¿Quién ha vuelto a comenzar la an-tigua discordia? ¿Estabas tú cuando principió, so-brino mío?BENVOLIO.- Los criados de tu enemigo estabanya lidiando con los nuestros cuando llegué, y fueroninútiles mis esfuerzos para separarlos. Teobaldo searrojó sobre mí, blandiendo el hierro que azotaba elaire despreciador de sus furores. Al ruido de las es-tocadas acorre gente de una parte y otra, hasta que elPríncipe separó a unos y otros.SEÑORA DE MONTESCO.- ¿Y has visto a Ro-meo? ¡Cuánto me alegro de que no se hallara pre-sente!BENVOLIO.- Sólo faltaba una hora para que el solamaneciese por las doradas puertas del Oriente,cuando salí a pasear, solo con mis cuidados, al bos-que de sicomoros que crece al poniente de la ciudad.Allí estaba tu hijo. Apenas le vi me dirigí a él, pero

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    se internó en lo más profundo del bosque. Y comoyo sé que en ciertos casos la compañía estorba, seguími camino y mis cavilaciones, huyendo de él contanto gusto como él de mí.SEÑORA DE MONTESCO.- Dicen que va allí confrecuencia a juntar su llanto con el rocío de la ma-ñana y contar a las nubes sus querellas, y apenas elsol, alegría del mundo, descorre los sombríos pa-bellones del tálamo de la aurora, huye Romeo de laluz y torna a casa, se encierra sombrío en su cámara,y para esquivar la luz del día, crea artificialmenteuna noche. Mucho me apena su estado, y sería undolor que su razón no llegase a dominar sus capri-chos.BENVOLIO.- ¿Sospecháis la causa, tío?MONTESCO.- No la sé ni puedo indagarla.BENVOLIO.- ¿No has podido arrancarle ningunaexplicación?MONTESCO.- Ni yo, ni nadie. No sé si piensobien o mal, pero él es el único consejero de sí mis-mo. Guarda con avaricia su secreto y se consume enél, como el germen herido por el gusano antes dedesarrollarse y encantar al sol con su hermosura.Cuando yo sepa la causa de su mal, procuraré ponerremedio.

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    BENVOLIO.- Aquí está. O me engaña el cariñoque le tengo, o voy a saber pronto la causa de sumal.MONTESCO.- ¡Oh, si pudieses con habilidad des-cubrir el secreto! Ven, esposa. (Entra Romeo.)BENVOLIO.- Muy madrugador estás.ROMEO-. ¿Tan joven está el día?BENVOLIO.- Aún no han dado las nueve.ROMEO.- ¡Tristes horas, cuán lentamente cami-náis! ¿No era mi madre quien salía ahora de aquí?BENVOLIO.- Sí por cierto. Pero ¿qué dolores sonlos que alargan tanto las horas de Romeo?ROMEO.- El carecer de lo que las haría cortas.BENVOLIO.- ¿Cuestión de amores?ROMEO.- Desvíos.BENVOLIO.- ¿De amores?ROMEO.- Mi alma padece el implacable rigor desus desdenes.BENVOLIO.- ¿Por qué el amor que nace de tandébiles principios, impera luego con tanta tiranía?ROMEO.- ¿Por qué, si pintan ciego al amor, sabeelegir tan extrañas sendas a su albedrío? ¿Dónde va-mos a comer hoy? ¡Válgame Dios! Cuéntame lo queha pasado. Pero no, ya lo sé. Hemos encontrado elamor junto al odio; amor discorde, odio amante! ra-

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    ra confusión de la naturaleza: caos sin forma, mate-ria grave a la vez que ligera, fuerte y débil, humo yplomo, fuego helado, salud que fallece, sueño quevela, esencia incógnita. No puedo acostumbrarme atal amor. ¿Te ríes? ¡Vive Dios!...BENVOLIO.- No, primo. No me río, antes lloro.ROMEO.- ¿De qué, alma generosa?BENVOLIO.- De tu desesperación.ROMEO.- Es prenda del amor. Se agrava el peso demis penas, sabiendo que tú también las sientes.Amor es fuego aventado por el aura de un suspiro;fuego que arde y centellea en los ojos del amante. Omás bien es torrente desbordado que las lágrimasacrecen. ¿Qué más podré decir de él? Diré que eslocura sabia, hiel que emponzoña, dulzura embria-gadora. Quédate adiós, primo.BENVOLIO.- Quiero ir contigo. Me enojaré si medejas así, y no te enojes.ROMEO.- Calla, que el verdadero Romeo debe an-dar en otra parte.BENVOLIO.- Dime el nombre de tu amada.ROMEO.- ¿Quieres oír gemidos?BENVOLIO.- ¡Gemidos! ¡Donosa idea! Dimeformalmente quién es.

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    ROMEO. - ¿Dime formalmente?... ¡Oh, qué frasetan cruel! Decid que haga testamento al que está pa-deciendo horriblemente. Primo, estoy enamoradode una mujer.BENVOLIO.- Hasta ahí ya lo comprendo.ROMEO.- Has acertado. Estoy enamorado de unamujer hermosa.BENVOLIO.- ¿Y será fácil dar en ese blanco tanhermoso?ROMEO.- Vanos serían mis tiros, porque ella, tancasta como Diana la cazadora, burlará todas las pue-riles flechas del rapaz alado. Su recato la sirve dearmadura. Huye de las palabras de amor, evita el en-cuentro de otros ojos, no la rinde el oro. Es rica,porque es hermosa. Pobre, porque cuando muera,sólo quedarán despojos de su perfección soberana.BENVOLIO.- ¿Está ligada a Dios por algún votode castidad?ROMEO.- No es ahorro el suyo, es desperdicio,porque esconde avaramente su belleza, y priva deella al mundo. Es tan discreta y tan hermosa, que nodebiera complacerse en mi tormento, pero aborreceel amor, y ese voto es la causa de mi muerte.BENVOLIO.- Déjate de pensar en ella.ROMEO.- Enséñame a dejar de pensar.

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    BENVOLIO.- Hazte libre. Fíjate en otras.ROMEO.- Así brillará más y más su hermosura.Con el negro antifaz resalta más la blancura de latez. Nunca olvida el don de la vista quien una vez laperdió. La belleza de una dama medianamente bellasólo sería un libro donde leer que era mayor la per-fección de mi adorada. ¡Adiós! No sabes enseñarmea olvidar.BENVOLIO.- Me comprometo a destruir tu opi-nión.

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    ESCENA II

    Calle

    (CAPULETO, PARIS y un CRIADO)

    CAPULETO.- La misma orden que a mí obliga aMontesco, y a nuestra edad no debía ser difícil viviren paz.PARIS.- Los dos sois iguales en nobleza, y no de-bierais estar discordes. ¿Qué respondéis a mi peti-ción?CAPULETO.- Ya he respondido. Mi hija acaba dellegar al mundo. Aún no tiene más que catorce años,y no estará madura para el matrimonio, hasta quepasen lo menos dos veranos.

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    PARIS.- Otras hay más jóvenes y que son ya ma-dres.CAPULETO.- Los árboles demasiado tempranosno prosperan. Yo he confiado mis esperanzas a latierra y ellas florecerán. De todas suertes, Paris, con-sulta tú su voluntad. Si ella consiente, yo consentirétambién. No pienso oponerme a que elija con todalibertad entre los de su clase. Esa noche, segúncostumbre inmemorial, recibo en casa a mis amigos,uno de ellos vos. Deseo que piséis esta noche elmodesto umbral de mi casa, donde veréis brillarhumanas estrellas. Vos, como joven lozano, que noholláis como yo las pisadas del invierno frío, dis-frutaréis de todo. Allí oiréis un coro de hermosasdoncellas. Oídlas, vedlas, y elegid entre todas la másperfecta. Quizá después de maduro examen, os pa-recerá mi hija una de tantas. Tú (al criado) vete reco-rriendo las calles de Verona, y a todos aquellos cu-yos nombres verás escritos en este papel, invítalospara esta noche en mi casa. (Vanse Capuleto y Paris.)CRIADO.- ¡Pues es fácil encontrarlos a todos! Elzapatero está condenado a usar la vara, el sastre lahorma, el pintor el pincel, el pescador las redes, y yoa buscar a todos aquellos cuyos nombres están es-

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    critos aquí, sin saber qué nombres son los que aquíestán escritos. Denme su favor los sabios. Vamos.

    (BENVOLIO y ROMEO)

    BENVOLIO.- No digas eso. Un fuego apaga otro,un dolor mata otro dolor, a una pena antigua otranueva. Un nuevo amor puede curarte del antiguo.ROMEO.- Curarán las hojas del plátano.BENVOLIO.- ¿Y qué curarán?ROMEO.- Las desolladuras.BENVOLIO.- ¿Estás loco?ROMEO.- ¡Loco! Estoy atado de pies y manos co-mo los locos, encerrado en cárcel asperísima, ham-briento, azotado y atormentado. (Al criado.) Buenosdías, hombre.CRIADO.- Buenos días. ¿Sabéis leer, hidalgo?ROMEO.- Ciertamente que sí.CRIADO.- ¡Raro alarde! ¿Sabéis leer sin haberloaprendido? ¿Sabréis leer lo que ahí dice?ROMEO.- Si el concepto es claro y la letra también.CRIADO.- ¿De verdad? Dios os guarde.ROMEO.- Espera, que probaré a leerlo. “El señorMartín, y su mujer e hijas, el conde Anselmo y sushermanas, la viuda de Viturbio, el señor Plasencio y

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    sus sobrinas, Mercutio y su hermano Valentín, mitío Capuleto con su mujer e hijas, Rosalía mi sobri-na, Livia, Valencio y su primo Teobaldo, Lucía y lahermosa Elena.” ¡Lucida reunión! ¿Y dónde es lafiesta?CRIADO.- Allí.ROMEO.- ¿Dónde?CRIADO.- En mi casa, a cenar.ROMEO.- ¿En qué casa?CRIADO.- En la de mi amo.ROMEO.- Lo primero que debí preguntarte es sunombre.CRIADO.- Os lo diré sin ambages. Se llama Capu-leto y es generoso y rico. Si no sois Montesco, po-déis ir a beber a la fiesta. Id, os lo ruego. (Vase.)BENVOLIO.- Rosalía a quien adoras, asistirá a estafiesta con todas las bellezas de Verona. Allí podrásverla y compararla con otra que yo te enseñaré, y elcisne te parecerá grajo.ROMEO.- No permite tan indigna traición la santi-dad de mi amor. Ardan mis verdaderas lágrimas,ardan mis ojos (que antes se ahogaban) si tal herejíacometen. ¿Puede haber otra más hermosa que ella?No la ha visto desde la creación del mundo, el solque lo ve todo.

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    BENVOLIO.- Tus ojos no ven más que lo que leshalaga. Vas a pesar ahora en tu balanza a una mujermás bella que ésa, y verás cómo tu señora pierde delos quilates de su peso, cotejada con ella.ROMEO.- Iré, pero no quiero ver tal cosa, sino go-zarme en la contemplación de mi cielo.

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    ESCENA III

    En casa de Capuleto

    (La señora de CAPULETO y el AMA)

    SEÑORA.- Ama, ¿dónde está mi hija?AMA.- Sea en mi ayuda mi probada paciencia dedoce años. Ya la llamé. Cordero, Mariposa. VálgameDios. ¿Dónde estará esta niña? Julieta...JULIETA.- ¿Quién me llama?AMA.- Tu madre.JULIETA.- Señora, aquí estoy. Dime qué sucede.SEÑORA.- Sucede que... Ama, déjanos a solas unrato... Pero no, quédate. Deseo que oigas nuestraconversación. Mi hija está en una edad decisiva.

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    AMA.- Ya lo creo. No me acuerdo qué edad tieneexactamente.SEÑORA.- Todavía no ha cumplido los catorce.AMA.- Apostaría catorce dientes (¡ay de mí, no ten-go más que cuatro!) a que no son catorce. ¿Cuándollega el día de los Ángeles?SEÑORA.- Dentro de dos semanas.AMA.- Sean pares o nones, ese día, en anochecien-do, cumple Julieta años. ¡Válgame Dios! La mismaedad tendrían ella y mi Susana. Bien, Susana ya estácon Dios, no merecía yo tanta dicha. Pues como ibadiciendo, cumplirá catorce años la tarde de los Án-geles. ¡Vaya si los cumplirá! Me acuerdo bien. Haceonce años, cuando el terremoto, la quitamos el pe-cho. Jamás confundo aquel día con ningún otro delaño. Debajo del palomar, sentada al sol, unté mi pe-cho con acíbar. Vos y mi amo estabais en Mantua.¡Me acuerdo tan bien! Pues como digo, la tonta deella, apenas probó el pecho y lo halló tan amargo,¡qué furiosa se puso contra mí! ¡Temblaba el palo-mar! Once años van de esto. Ya se tenía en pie, yacorría... tropezando a veces. Por cierto que el díaantes se había hecho un chichón en la frente, y mimarido (¡Dios le tenga en gloria!) con qué gracia le-vantó a la niña, y le dijo: “Vaya, ¿te has caído de

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    frente? No caerás así cuando te entre el juicio.¿Verdad, Julieta?” Sí, respondió la inocente limpián-dose las lágrimas. El tiempo hace verdades las bur-las. Mil años que viviera, me acordaría de esto.“¿No es verdad, Julieta?” y ella lloraba y decía quesí.SEÑORA.- Basta ya. Cállate, por favor te lo pido.AMA.- Me callaré, señora; pero no puedo menos dereírme, acordándome que dijo sí, y creo que tenía enla frente un chichón tamaño como un huevo, y llo-raba que no había consuelo para ella.JULIETA.- Cállate ya; te lo suplico.AMA.- Bueno, me callaré. Dios te favorezca, porqueeres la niña más hermosa que he criado nunca. ¡Quégrande sería mi placer en verla casada!JULIETA.- Aún no he pensado en tanta honra.AMA.- ¡Honra! Pues si no fuera por haberte criadoyo a mis pechos, te diría que habías mamado lechede discreción y sabiduría.SEÑORA.- Ya puedes pensar en casarte. Hay enVerona madres de familia menores que tú, y yo mis-ma lo era cuando apenas tenía tu edad. En dos pa-labras, aspira a tu mano el gallardo Paris.AMA.- ¡Niña mía! ¡Vaya un pretendiente! Si parecede cera.

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    SEÑORA.- No tiene flor más linda la primavera deVerona.AMA.- ¡Eso una flor! Sí que es flor, ciertamente.SEÑORA.- Quiero saber si le amarás. Esta nocheha de venir. Verás escrito en su cara todo el amorque te profesa. Fíjate en su rostro y en la armonía desus facciones. Sus ojos servirán de comentario a loque haya de confuso en el libro de su persona. Estelibro de amor, desencuadernado todavía, mereceuna espléndida cubierta. La mar se ha hecho para elpez. Toda belleza gana en contener otra belleza. Losáureos broches del libro esmaltan la áurea narra-ción. Todo lo que él tenga, será tuyo. Nada perderásen ser su mujer.AMA.- ¿Nada? Disparate será el pensarlo.SEÑORA.- Di si podrás llegar a amar a Paris.JULIETA.- Lo pensaré, si es que el ver predisponea amar. Pero el dardo de mis ojos sólo tendrá lafuerza que le preste la obediencia. (Entra un Criado.)CRIADO.- Los huéspedes se acercan. La cena estápronta. Os llaman. La señorita hace falta. En la co-cina están diciendo mil pestes del ama. Todo estádispuesto. Os suplico que vengáis en seguida.SEÑORA.- Vámonos tras ti, Julieta. El Conde nosespera.

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    AMA.- Niña, piensa bien lo que haces.

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    ESCENA IV

    Calle

    (ROMEO, MERCUTIO, BENVOLIO y máscarascon teas

    encendidas)

    ROMEO.- ¿Pronunciaremos el discurso que traía-mos compuesto, o entraremos sin preliminares?BENVOLIO.- Nada de rodeos. Para nada nos hacefalta un Amorcillo de latón con venda por pañuelo,y con arco, espanta pájaros de doncellas. Para nadarepetir con el apuntador, en voz medrosa, un prólo-go inútil. Mídannos por el compás que quieran, yhagamos nosotros unas cuantas mudanzas de baile.

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    ROMEO.- Dadme una tea. No quiero bailar. El queestá a oscuras necesita luz.MERCUTIO.- Nada de eso, Romeo; tienes quebailar.ROMEO.- No por cierto. Vosotros lleváis zapatosde baile, y yo estoy como tres en un zapato, sin po-der moverme.MERCUTIO.- Pídele sus alas al Amor, y con ellas televantarás de la tierra.ROMEO.- Sus flechas me han herido de tal modo,que ni siquiera sus plumas bastan para levantarme.Me ha atado de tal suerte, que no puedo pasar la ra-ya de mis dolores. La pesadumbre me ahoga.MERCUTIO.- No has debido cargar con tanto pesoal amor, que es muy delicado.ROMEO.- ¡Delicado el amor! Antes duro y fuerte ypunzante como el cardo.MERCUTIO.- Si es duro, sé tú duro con él. Si tehiere, hiérele tú, y verás cómo se da por vencido.Dadme un antifaz para cubrir mi rostro. ¡Una mas-cara sobre otra máscara!BENVOLIO.- Llamad a la puerta, y cuando este-mos dentro, cada uno baile como pueda.

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    ROMEO.- ¡Una antorcha! Yo, imitando la frase demi abuelo, seré quien lleve la luz en esta empresa,porque el gato escaldado huye del agua.MERCUTIO.- De noche todos los gatos son par-dos, como decía muy bien el Condestable. Nosotroste... Si haces esto te salvaremos de tus miras. La luzse extingue.ROMEO.- No por cierto.MERCUTIO.- Mientras andamos en vanas pala-bras, se gastan las antorchas. Entiende tú bien loque quiero decir.ROMEO.- ¿Tienes ganas de entrar en el baile?¿Crees que eso tiene sentido?MERCUTIO.- ¿Y lo dudas?ROMEO.- Tuve anoche un sueño.MERCUTIO.- Y yo otro esta noche.ROMEO.- ¿Y a qué se reduce tu sueño?MERCUTIO.- Comprendí la diferencia que hay delsueño a la realidad.ROMEO.- En la cama fácilmente se sueña.MERCUTIO.- Sin duda te ha visitado la reina Mab,nodriza de las hadas. Es tan pequeña como el ágataque brilla en el anillo de un regidor. Su carroza vaarrastrada por caballos leves como átomos, y susradios son patas de tarántula, las correas son de gu-

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    sano de seda, los frenos de rayos de luna: huesos degrillo e hilo de araña forman el látigo; y un mosquitode oscura librea, dos veces más pequeño que el in-secto que la aguja sutil extrae del dedo de ociosadama, guía el espléndido equipaje. Una cáscara deavellana forma el coche elaborado por la ardilla,eterna carpintera de las hadas. En ese carro discurrede noche y día por cabezas enamoradas, y les haceconcebir vanos deseos, y anda por las cabezas delos cortesanos, y les inspira vanas cortesías. Correpor los dedos de los abogados, y sueñan con proce-sos. Recorre los labios de las damas, y sueñan conbesos. Anda por las narices de los pretendientes, ysueñan que han alcanzado un empleo. Azota con lapunta de un rabo de puerco las orejas del cura, pro-duciendo en ellas sabroso cosquilleo, indicio ciertode beneficio o canonjía cercana. Se adhiere al cuellodel soldado y le hace soñar que vence y triunfa desus enemigos y los degüella con su truculento acerotoledano, hasta que oyendo los sones del cercanoatambor, se despierta sobresaltado, reza un padrenuestro, y vuelve a dormirse. La reina Mab es quienenreda de noche las crines de los caballos, y enma-raña el pelo de los duendes, e infecta el lecho de la

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    cándida virgen, y despierta en ella por primera vezimpuros pensamientos.ROMEO.- Basta, Mercutio. No prosigas en esacharla impertinente.MERCUTIO.- De sueños voy hablando, fantasmasde la imaginación dormida, que en su vuelo excedela ligereza de los aires, y es más mudable que elviento.BENVOLIO.- Tú sí que estás arrojando vientos yhumo por esa boca. Ya nos espera la cena, y no escosa de llegar tarde.ROMEO.- Demasiado temprano llegaréis. Témomeque las estrellas están de mal talante, y que mi malasuerte va a empezarse en este banquete, hasta quellegue la negra muerte a cortar esta inútil existencia.Pero en fin, el piloto de mi nave sabrá guiarla. Ade-lante, amigos míos.BENVOLIO.- A son de tambores.

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    ESCENA V

    Sala en casa de Capuleto

    (MÚSICOS y CRIADOS)

    CRIADO 1º.- ¿Dónde anda Cacerola, que ni limpiaun plato, ni nos ayuda en nada?CRIADO 2º.- ¡Qué pena me da ver la cortesía entan pocas manos, y éstas sucias!CRIADO 1º.- Fuera los bancos, fuera el aparador.No perdáis de vista la plata. Guardadme un pedazode pastel. Decid al portero que deje entrar a Elena ya Susana la molinera. ¡Cacerola!CRIADO 2º.- Aquí estoy, compañero.CRIADO 1º.- Todos te llaman a comparecer en lasala.

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    CRIADO 2º.- No puedo estar en dos partes almismo tiempo. Compañeros, acabad pronto, y elque quede sano, que cargue con todo. (Entran Capu-leto, su mujer, Julieta, Teobaldo, y convidados con máscaras.)CAPULETO.- Celebro vuestra venida. Os invitan albaile los ligeros pies de estas damas. A la danza, jó-venes. ¿Quién se resiste a tan imperiosa tentación?Ni siquiera la que por melindre dice que tiene callos.Bien venidos seáis. En otro tiempo también yogustaba de enmascararme, y decir al oído de lashermosas secretos que a veces no les desagradaban.Pero el tiempo llevó consigo tales flores. Celebrovuestra venida. Comience la música. ¡Que pasendelante las muchachas! (Comienza el baile.) ¡Luz, másluz! ¡Fuera las mesas! Nada de fuego, que harto ca-lor hace. ¡Cómo te agrada el baile, picarillo! Una si-lla a mi primo, que nosotros no estamos para dan-zas. ¿Cuándo hemos dejado la máscara?EL PRIMO DE CAPULETO.- ¡Dios mío! Hacemás de 30 años.CAPULETO.- No tanto, primo. Si fue cuando laboda de Lucencio. Por Pentecostés hará 25 años.EL PRIMO DE CAPULETO.- Más tiempo hace,porque su hijo ha cumplido los treinta.

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    CAPULETO.- ¿Cómo, si, hace dos años, aún nohabía llegado a la mayor edad?ROMEO.- (A su Criado.) ¿Dime, qué dama es la queenriquece la mano de ese galán con tal tesoro?CRIADO.- No la conozco.ROMEO.- El brillo de su rostro afrenta al del sol.No merece la tierra tan soberano prodigio. Pareceentre las otras como paloma entre grajos. Cuando elbaile acabe, me acercaré a ella, y estrecharé su manocon la mía. No fue verdadero mi antiguo amor, quenunca belleza como ésta vieron mis ojos.TEOBALDO.- Por la voz parece Montesco. (AlCriado.) Tráeme la espada. ¿Cómo se atreverá esemalvado a venir con máscara a perturbar nuestrafiesta? Juro por los huesos de mi linaje que sin cargode conciencia le voy a quitar la vida.CAPULETO.- ¿Por qué tanta ira, sobrino mío?TEOBALDO.- Sin duda es un Montesco, enemigojurado de mi casa, que ha venido aquí para burlarsede nuestra fiesta.CAPULETO.- ¿Es Romeo?TEOBALDO.- El infame Romeo.CAPULETO.- No más, sobrino. Es un perfecto ca-ballero, y todo Verona se hace lenguas de su virtud,y aunque me dieras cuantas riquezas hay en la ciu-

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    dad, nunca le ofendería en mi propia casa. Así lopienso. Si en algo me estimas, ponle alegre sem-blante, que esa indignación y esa mirada torva nocuadran bien en una fiesta.TEOBALDO.- Cuadra, cuando se introduce ennuestra casa tan ruin huésped. ¡No lo consentiré!CAPULETO.- Sí lo consentirás. Te lo mando. Yosólo tengo autoridad aquí. ¡Pues no faltaba más!¡Favor divino! ¡Maltratar a mis huéspedes dentro demi propia casa! ¡Armar quimera con ellos, sólo porechárselas de valiente!TEOBALDO.- Tío, esto es una afrenta para nues-tro linaje.CAPULETO.- Lejos, lejos de aquí. Eres un rapazincorregible. Cara te va a costar la desobediencia.¡Ea, basta ya! Manos quedas... Traed luces... Yo teharé estar quedo. ¡Pues esto sólo faltaba! ¡A bailar,niñas!TEOBALDO.- Mis carnes se estremecen en la durabatalla de mi repentino furor y mi ira comprimidaMe voy, porque esta injuria que hoy paso, ha de tra-er amargas hieles.ROMEO.- (Cogiendo la mano de Julieta.) Si con mi ma-no he profanado tan divino altar, perdonadme. Mi

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    boca borrará la mancha, cual peregrino ruboroso,con un beso.JULIETA.- El peregrino ha errado la senda aunqueparece devoto. El palmero sólo ha de besar manosde santo.ROMEO.- ¿Y no tiene labios el santo lo mismo queel romero?JULIETA.- Los labios del peregrino son para rezar.ROMEO.- ¡Oh, qué santa! Truequen pues de oficiomis manos y mis labios. Rece el labio y concededmelo que pido.JULIETA.- El santo oye con serenidad las súplicas.ROMEO.- Pues oídme serena mientras mis labiosrezan, y los vuestros me purifican. (La besa.)JULIETA.- En mis labios queda la marca de vues-tro pecado,ROMEO-¿Del pecado de mis labios? Ellos se arre-pentirán con otro beso. (Torna a besarla.)JULIETA.- Besáis muy santamente.AMA.- Tu madre te llama.ROMEO.- ¿Quién es su madre?AMA.- La señora de esta casa, dama tan sabia cómovirtuosa. Yo crié a su hija, con quien ahora pocoestabais hablando. Mucho dinero necesita quien ha-ya de casarse con ella.

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    ROMEO.- ¿Con que es Capuleto? ¡Hado enemigo!BENVOLIO.- Vámonos, que se acaba la fiesta.ROMEO.- Harta verdad es, y bien lo siento.CAPULETO.- No os vayáis tan pronto, amigos.Aún os espera una parca cena. ¿Os vais? Tengo quedaros a todos las gracias. Buenas noches, hidalgos.¡Luces, luces, aquí! Vámonos a acostar. Ya es muytarde, primo mío. Vámonos a dormir. (Quedan solasJulieta y el Ama.)JULIETA.- Ama, ¿sabes quién es este mancebo?AMA.- El mayorazgo de Fiter.JULIETA.- ¿Y aquel otro que sale?AMA.- El joven Petrucio, si no me equivoco.JULIETA.- ¿Y el que va detrás... aquel que no quie-re bailar?AMA.- Lo ignoro.JULIETA.- Pues trata de saberlo. Y si es casado, elsepulcro será mi lecho de bodas.AMA.- Es Montesco, se llama Romeo, único here-dero de esa infame estirpe.JULIETA.- ¡Amor nacido del odio, harto pronto tehe visto, sin conocerte! ¡Harto tarde te he conocido!Quiere mi negra suerte que consagre mi amor alúnico hombre a quien debo aborrecer.AMA.- ¿Qué estás diciendo?

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    JULIETA.- Versos, que me dijo uno bailando.AMA.- Te están llamando. Ya va. No te detengas,que ya se han ido todos los huéspedes.EL CORO.- Ved cómo muere en el pecho de Ro-meo la pasión antigua, y cómo la sustituye una pa-sión nueva. Julieta viene a eclipsar con su lumbre ala belleza que mataba de amores a Romeo. Él, tanamado como amante, busca en una raza enemiga suventura. Ella ve pendiente de enemigo anzuelo elcebo sabroso del amor. Ni él ni ella pueden declararsu anhelo. Pero la pasión buscará medios y ocasiónde manifestarse.

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    ACTO II

    ESCENA PRIMERA

    Plaza pública, cerca del jardín de Capuleto

    (ROMEO, BENVOLIO y MERCUTIO)

    ROMEO.- ¿Cómo me he de ir de aquí, si mi cora-zón queda en esas tapias, y mi cuerpo inerte viene abuscar su centro?BENVOLIO.- ¡Romeo, primo mío!MERCUTIO.- Sin duda habrá recobrado el juicio eídose a acostar.BENVOLIO.- Para acá viene: le he distinguido a lolejos saltando la tapia de una huerta. Dadle voces,Mercutio.

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    MERCUTIO.- Le voy a exorcizar como si fuera eldiablo. ¡Romeo amante insensato, esclavo de la pa-sión! Ven en forma de suspiro amoroso: respónde-me con un verso solo en que aconsonen bienes condesdenes, y donde eches un requiebro a la madredel Amor y al niño ciego, que hirió con sus dardosal rey Cofetua, y le hizo enamorarse de una pobrezagala. ¿Ves? No me contesta ni da señales de vida.Conjúrote por los radiantes ojos, y por la despejadafrente, y por los róseos labios, y por el breve pie ylos llenos muslos de Rosalía, que te aparezcas en tuverdadera forma.BENVOLIO.- Se va a enfadar, si te oye.MERCUTIO.- Verás como no: se enfadaría, si meempeñase en encerrar a un demonio en el círculo desu dama, para que ella le conjurase; pero ahora ve-réis cómo no se enfada con tan santa y justa invoca-ción, como es la del nombre de su amada.BENVOLIO.- Sígueme: se habrá escondido en esasramas para pasar la noche. El amor, como es ciego,busca tinieblas.MERCUTIO.- Si fuera ciego, erraría casi siempresus tiros. Buenas noches, Romeo. Voyme a acostar,porque la yerba está demasiada fría para dormir.¿Vámonos ya?

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    BENVOLIO.- Vamos, ¿a qué empeñarnos en bus-car al que no quiere ser encontrado?

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    ESCENA II

    Jardín de Capuleto

    ROMEO.- ¡Qué bien se burla del dolor ajeno quiennunca sintió dolores...! (Pónese Julieta a la ventana.)¿Pero qué luz es la que asoma por allí? ¿El sol quesale ya por los balcones de oriente? Sal, hermososol, y mata de envidia con tus rayos a la luna, queestá pálida y ojeriza porque vence tu hermosuracualquier ninfa de tu coro. Por eso se viste de ama-rillo color. ¡Qué necio el que se arree con sus galasmarchitas! ¡Es mi vida, es mi amor el que aparece!¿Cómo podría yo decirla que es señora de mi alma?Nada me dijo. Pero ¿qué importa? Sus ojos ha-blarán, y yo responderé. ¡Pero qué atrevimiento es

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    el mío, si no me dijo nada! Los dos más hermososluminares del cielo la suplican que les sustituya du-rante su ausencia. Si sus ojos resplandecieran comoastros en el cielo, bastaría su luz para ahogar losrestantes como el brillo del sol mata el de una an-torcha. ¡Tal torrente de luz brotaría de sus ojos, queharía despertar a las aves a media noche, y entonarsu canción como si hubiese venido la aurora! Ahorapone la mano en la mejilla. ¿Quién pudiera tocarlacomo el guante que la cubre?JULIETA.- ¡Ay de mí!ROMEO.- ¡Habló! Vuelvo a sentir su voz. ¡Ángelde amores que en medio de la noche te me apareces,cual nuncio de los cielos a la atónita vista de losmortales, que deslumbrados le miran traspasar convuelo rapidísimo las esferas, y mecerse en las alas delas nubes!JULIETA.- ¡Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Ro-meo? ¿Por qué no reniegas del nombre de tu padrey de tu madre? Y si no tienes valor para tanto, áma-me, y no me tendré por Capuleto.ROMEO.- ¿Qué hago, seguirla oyendo o hablar?JULIETA.- No eres tú mi enemigo. Es el nombrede Montesco, que llevas. ¿Y qué quiere decir Mon-tesco? No es pie ni mano ni brazo, ni semblante ni

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    pedazo alguno de la naturaleza humana. ¿Por quéno tomas otro nombre? La rosa no dejaría de serrosa, y de esparcir su aroma, aunque se llamase deotro modo. De igual suerte, mi querido Romeo,aunque tuviese otro nombre, conservaría todas lasbuenas cualidades de su alma, que no le vienen porherencia. Deja tu nombre, Romeo, y en cambio detu nombre que no es cosa alguna sustancial, tomatoda mi alma.ROMEO.- Si de tu palabra me apodero, llámame tuamante, y creeré que me he bautizado de nuevo, yque he perdido el nombre de Romeo.JULIETA.- ¿Y quién eres tú que, en medio de lassombras de la noche, vienes a sorprender mis se-cretos?ROMEO.- No sé de cierto mi nombre, porque túaborreces ese nombre, amada mía, y si yo pudiera,lo arrancaría de mi pecho.JULIETA.- Pocas palabras son las que aún he oídode esa boca, y sin embargo te reconozco. ¿No eresRomeo? ¿No eres de la familia de los Montescos?ROMEO.- No seré ni una cosa ni otra, ángel mío, sicualquiera de las dos te enfada.JULIETA.- ¿Cómo has llegado hasta aquí, y paraqué? Las paredes de esta puerta son altas y difíciles

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    de escalar, y aquí podrías tropezar con la muerte,siendo quien eres, si alguno de mis parientes te ha-llase.ROMEO.- Las paredes salté con las alas que me dioel amor, ante quien no resisten aun los muros de ro-ca. Ni siquiera a tus parientes temo.JULIETA.- Si te encuentran, te matarán.ROMEO.- Más homicidas son tus ojos, diosa mía,que las espadas de veinte parientes tuyos. Míramesin enojos, y mi cuerpo se hará invulnerable.JULIETA.- Yo daría un mundo porque no te des-cubrieran.ROMEO.- De ellos me defiende el velo tenebrosode la noche. Más quiero morir a sus manos, amán-dome tú, que esquivarlos y salvarme de ellos, cuan-do me falte tu amor.JULIETA.- ¿Y quien te guió aquí?ROMEO.- El amor que me dijo dónde vivías. De élme aconsejé, él guió mis ojos que yo le había en-tregado. Sin ser nauchero, te juro que navegaríahasta la playa más remota de los mares por conquis-tar joya tan preciada.JULIETA.- Si el manto de la noche no me cubriera,el rubor de virgen subiría a mis mejillas, recordandolas palabras que esta noche me has oído. En vano

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    quisiera corregirlas o desmentirlas... ¡Resistenciasvanas! ¿Me amas? Sé que me dirás que sí, y que yo locreeré. Y sin embargo, podrías faltar a tu juramento,porque dicen que Jove se ríe de los perjuros de losamantes. Si me amas de veras, Romeo, dilo con sin-ceridad, y si me tienes por fácil y rendida al primerruego, dímelo también, para que me ponga esquiva yceñuda, y así tengas que rogarme. Mucho te quiero,Montesco, mucho, y no me tengas por liviana, anteshe de ser más firme y constante que aquellas que pa-recen desdeñosas porque son astutas. Te confesaréque más disimulo hubiera guardado contigo, si nome hubieses oído aquellas palabras que, sin pensarloyo, te revelaron todo el ardor de mi corazón. Per-dóname, y no juzgues ligereza este rendirme tanpronto. La soledad de la noche lo ha hecho.ROMEO.- Júrote, amada mía, por los rayos de laluna que platean la copa de estos árboles...JULIETA.- No jures por la luna, que en su rápidomovimiento cambia de aspecto cada mes. No vayasa imitar su inconstancia.ROMEO.- ¿Pues por quién juraré?JULIETA.- No hagas ningún juramento. Si acaso,jura por ti mismo, por tu persona que es el dios queadoro y en quien he de creer.

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    ROMEO.- ¡Ojalá que el fuego de mi amor...!JULIETA.- No jures. Aunque me llene de alegría elverte, no quiero esta noche oír tales promesas queparecen violentas y demasiado rápidas. Son como elrayo que se extingue, apenas aparece. Aléjate ahora:quizá cuando vuelvas haya llegado a abrirse, anima-do por las brisas del estío, el capullo de esta flor.Adiós, ¡y ojalá aliente tu pecho en tan dulce calmacomo el mío!ROMEO.- ¿Y no me das más consuelo que ése?JULIETA.- ¿Y qué otro puedo darte esta noche?ROMEO.- Tu fe por la mía.JULIETA.- Antes te la di que tú acertaras a pe-dírmela. Lo que siento es no poder dártela otra vez.ROMEO.- ¿Pues qué? ¿Otra vez quisieras quitár-mela?JULIETA.- Sí, para dártela otra vez, aunque estofuera codicia de un bien que tengo ya. Pero mi afánde dártelo todo es tan profundo y tan sin límite co-mo los abismos de la mar. ¡Cuanto más te doy, másquisiera darte!... Pero oigo ruido dentro. ¡Adiós! noengañes mi esperanza... Ama, allá voy... Guárdamefidelidad, Montesco mío. Espera un instante, quevuelvo en seguida.

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    ROMEO.- ¡Noche, deliciosa noche! Sólo temo que,por ser de noche, no pase todo esto de un deliciososueño.JULIETA.- (Asomada otra vez a la ventana.) Sólo te di-ré dos palabras. Si el fin de tu amor es honrado, siquieres casarte, avisa mañana al mensajero que teenviaré, de cómo y cuándo quieres celebrar la sa-grada ceremonia. Yo te sacrificaré mi vida e iré enpos de ti por el mundo.AMA.- (Llamando dentro.) ¡Julieta!JULIETA.- Ya voy. Pero si son torcidas tus inten-ciones, suplícote que...AMA.- ¡Julieta!JULIETA.- Ya corro... Suplícote que desistas de tuempeño, y me dejes a solas con mi dolor. Mañanairá el mensajero...ROMEO.- Por la gloria...JULIETA.- Buenas noches.ROMEO.- No. ¿Cómo han de ser buenas sin tusrayos? El amor va en busca del amor como el es-tudiante huyendo de sus libros, y el amor se aleja delamor como el niño que deja sus juegos para tornaral estudio.JULIETA.- (Otra vez a la ventana.) ¡Romeo! ¡Romeo!¡Oh, si yo tuviese la voz del cazador de cetrería, pa-

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    ra llamar de lejos a los halcones! Si yo pudiera ha-blar a gritos, penetraría mi voz hasta en la gruta dela ninfa Eco, y llegaría a ensordecerla repitiendo elnombre de mi Romeo.ROMEO.- ¡Cuán grato suena el acento de mi amadaen la apacible noche, protectora de los amantes! Másdulce es que música en oído atento.JULIETA.- ¡Romeo!ROMEO.- ¡Alma mía!JULIETA.- ¿A qué hora irá mi criado mañana?ROMEO.- A las nueve.JULIETA.- No faltará. Las horas se me harán sigloshasta que ésa llegue. No sé para qué te he llamado.ROMEO.- ¡Déjame quedar aquí hasta que lo pien-ses!JULIETA.- Con el contento de verte cerca me olvi-daré eternamente de lo que pensaba, recordando tudulce compañía.ROMEO.- Para que siga tu olvido no he de irme.JULIETA.- Ya es de día. Vete... Pero no quisieraque te alejaras más que el breve trecho que con-siente alejarse al pajarillo la niña que le tiene sujetode una cuerda de seda, y que a veces le suelta de lamano, y luego le coge ansiosa, y le vuelve a soltar...ROMEO.- ¡Ojalá fuera yo ese pajarillo!

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    JULIETA.- ¿Y qué quisiera yo sino que lo fueras?aunque recelo que mis caricias habían de matarte.¡Adiós, adiós! Triste es la ausencia y tan dulce ladespedida, que no sé cómo arrancarme de los hie-rros de esta ventana.ROMEO.- ¡Que el sueño descanse en tus dulcesojos y la paz en tu alma! ¡Ojalá fuera yo el sueño,ojalá fuera yo la paz en que se duerme tu belleza! Deaquí voy a la celda donde mora mi piadoso confe-sor, para pedirle ayuda y consejo en este trance.

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    ESCENA III

    Celda de fray Lorenzo

    (FRAY LORENZO y ROMEO)

    FRAY LORENZO.- Ya la aurora se sonríe mirandohuir a la oscura noche. Ya con sus rayos dora lasnubes de oriente. Huye la noche con perezosos pies,tropezando y cayendo como un beodo, al ver lalumbre del sol que se despierta y monta en el carrode Titán. Antes que tienda su dorada lumbre, ale-grando el día y enjugando el llanto que vertió la no-che, ha de llenar este cesto de bien olientes flores yde yerbas primorosas. La tierra es a la vez cuna ysepultura de la naturaleza y su seno educa y nutrehijos de varia condición pero ninguno tan falto de

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    virtud que no dé aliento o remedio o solaz al hom-bre. Extrañas son las virtudes que derramó la pródi-ga mano de la naturaleza, en piedras, plantas y yer-bas. No hay ser inútil sobre la tierra, por vil y des-preciable que parezca. Por el contrario, el ser másnoble, si se emplea con mal fin, es dañino y abomi-nable. El bien mismo se trueca en mal y el valor envicio, cuando no sirve a un fin virtuoso. En esta florque nace duermen escondidos a la vez medicina yveneno: los dos nacen del mismo origen, y su olorcomunica deleite y vida a los sentidos, pero si seaplica al labio, esa misma flor tan aromosa mata elsentido. Así es el alma humana; dos monarcas impe-ran en ella, uno la humildad, otro la pasión; cuandoésta predomina, un gusano roedor consume laplanta.ROMEO.- Buenos días, padre.FRAY LORENZO.- Él sea en tu guarda. ¿Quiénme saluda con tan dulces palabras, al apuntar el día?Levantado y a tales horas, revela sin duda intranqui-lidad de conciencia, hijo mío. En las pupilas del an-ciano viven los cuidados veladores, y donde reina lainquietud ¿cómo habitará el sosiego? Pero en lechodonde reposa la juventud ajena de todo pesar yduelo, infunde en los miembros deliciosa calma el

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    blando sueño. Tu visita tan de mañana me indicaque alguna triste ocasión te hace abandonar tanpronto el lecho. Y si no... será que has pasado la no-che desvelado.ROMEO.- ¡Eso es, y descansé mejor que dormido!FRAY LORENZO.- Perdónete Dios. ¿Estuvistecon Rosalía?ROMEO.- ¿Con Rosalía? Ya su nombre no suenadulce en mis oídos, ni pienso en su amor.FRAY LORENZO.- Bien haces. Luego ¿dóndeestuviste?ROMEO.- Te lo diré sin ambages. En la fiesta denuestros enemigos los Capuletos, donde a la vez he-rí y fui herido. Sólo tus manos podrán sanar a uno yotro contendiente. Y con esto verás que no conser-vo rencor a mi adversario, puesto que intercedo porél como si fuese amigo mío.FRAY LORENZO.- Dime con claridad el motivode tu visita, si es que puedo ayudarte en algo.ROMEO.- Pues te diré en dos palabras que estoyenamorado de la hija del noble Capuleto, y que ellame corresponde con igual amor. Ya está concertadotodo, sólo falta que vos bendigáis esta unión. Luegoos diré con más espacio dónde y cómo nos conoci-

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    mos y nos juramos constancia eterna. Ahora lo queimporta es que nos caséis al instante.FRAY LORENZO.- ¡Por vida de mi padre SanFrancisco! ¡Qué pronto olvidaste a Rosalía, en quiencifrabas antes tu cariño! El amor de los jóvenes nacede los ojos y no del corazón. ¡Cuánto lloraste porRosalía! y ahora tanto amor y tanto enojo se ha disi-pado como el eco. Aún no ha disipado el sol los va-pores de tu llanto. Aún resuenan en mis oídos tusquejas. Aún se ven en tu rostro las huellas de anti-guas lágrimas. ¿No decías que era más bella y gentilque ninguna? y ahora te has mudado. ¡Y luego acu-sáis de inconstantes a las mujeres! ¿Cómo buscáisfirmeza en ellas, si vosotros les dais el ejemplo deolvidar?ROMEO.- ¿Pero vos no reprobabais mi amor porRosalía!FRAY LORENZO.- Yo no reprobaba tu amor, si-no tu idolatría ciega.ROMEO.- ¿Y no me dijisteis que hiciera todo loposible por ahogar ese amor?FRAY LORENZO.- Pero no para que de la sepul-tura de ese amor brotase otro amor nuevo y más ar-diente.

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    ROMEO.- No os enojéis conmigo, porque mi seño-ra me quiere tanto como yo a ella y con su amorresponde al mío, y la otra no.FRAY LORENZO.- Es que Rosalía quizá adivinarala ligereza de tu amor. Ven conmigo, inconstantemancebo. Yo te ayudaré a conseguir lo que deseaspara que esta boda sea lazo de amistad que extingael rencor de vuestras familias.ROMEO.- Vamos, pues, sin detenernos.FRAY LORENZO.- Vamos con calme para notropezar.

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    ESCENA IV

    Calle

    (BENVOLIO y MERCUTIO)

    MERCUTIO.- ¿Dónde estará Romeo? ¿Parecióanoche por su casa?BENVOLIO.- Por casa de su padre no estuvo. Asíme lo ha dicho su Criado.MERCUTIO.- ¡Válgame Dios! Esa pálida mucha-chuela, esa Rosalía de duras entrañas acabará portornarle loco.BENVOLIO.- Teobaldo, el primo de Capuleto, haescrito una carta al padre de Romeo.MERCUTIO.- Sin duda será cartel de desafío.

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    BENVOLIO.- Pues Romeo es seguro que contesta-rá.MERCUTIO.- Todo el mundo puede responder auna carta.BENVOLIO.- Quiero decir que Romeo sabrá tratarcomo se merece al dueño de la carta.MERCUTIO.- ¡Pobre Romeo! Esa rubia y pálidaniña le ha atravesado el corazón a estocadas, le hatraspasado los oídos con una canción de amor, y elcentro del alma con las anchas flechas del voladorCupido... ¿Y quién resistirá a Teobaldo?BENVOLIO.- ¿Quién es Teobaldo?MERCUTIO.- Algo más que el rey de los gatos; esel mejor y más diestro esgrimidor. Maneja la espadacomo tú la lengua, guardando tiempo, distancia ycompás. Gran cortador de ropillas. Espadachín, es-padachín de profesión, y muy enterado del inmortalpassato, del punto reverso y del par.BENVOLIO.- ¿Y qué quieres decir con eso?MERCUTIO.- Mala landre devore a esos nuevoselegantes que han venido con gestos y cortesías a re-formar nuestras antiguas costumbres. “¡Qué buenaespada, qué buen mozo, qué hermosa mujer!” De-cidme, abuelos míos, ¿no es mala vergüenza queestemos llenos de estos moscones extranjeros, estos

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    pardonnez moi, tan ufanos con sus nuevas galas y tandespreciadores de lo antiguo? ¡Oh, necedad insigne!(Sale Romeo.)BENVOLIO.- ¡Aquí tienes a Romeo! ¡Aquí tienes aRomeo!MERCUTIO.- Bien roma trae el alma. No eres car-ne ni pescado. ¡Oh materia digna de los versos delPetrarca! Comparada con su amor, Laura era unafregona, sino que tuvo mejor poeta que la celebrase;Dido una zagala, Cleopatra una gitana, Hero y Elenados rameras, y Ciste, a pesar de sus negros ojos, nopodría competir con la suya. Bon jour, Romeo. Salu-do francés corresponde a vuestras calzas francesas.Anoche nos dejaste en blanco.ROMEO.- ¿Qué dices de dejar en blanco?MERCUTIO.- Que te despediste a la francesa. ¿Loentiendes ahora?ROMEO.- Perdón, Mercutio. Tenía algo que hacer,y no estaba el tiempo para cortesías.MERCUTIO.- ¿De suerte que tú también las usas aveces y doblas las rodillas?ROMEO.- Luego no soy descortés, porque eso eshacer genuflexiones.MERCUTIO.- Dices bien.

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    ROMEO.- Pero aquello de que hablábamos es cor-tesía y no genuflexión.MERCUTIO.- Es que yo soy la flor de la cortesía.ROMEO.- ¿Cómo no dices la flor y nata?MERCUTIO.- Porque la nata la dejo para ti.ROMEO.- Cállate.MERCUTIO.- ¿Y no es mejor esto que andar enlamentaciones exóticas? Ahora te reconozco: eresRomeo, nuestro antiguo y buen amigo. Andabas he-cho un necio con ese amor insensato. (Entran Pedro yel Ama.)MERCUTIO.- Vela, vela.BENVOLIO.- Y son dos: una saya, y un sayal.AMA.- ¡Pedro!PEDRO.- ¿Qué?AMA.- Tráeme el abanico.MERCUTIO.- Dáselo, Pedro, que siempre será másagradable mirar su abanico que su cara.AMA.- Buenas tardes, señores.MERCUTIO.- Buenas tardes, hermosa dama.AMA.- ¿Pues hemos llegado a la tarde?MERCUTIO.- No, pero la mano lasciva del relojestá señalando las doce.AMA.- ¡Jesús, qué hombre!

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    MERCUTIO.- Un hombre que Dios crió, para queluego echase él mismo a perder la obra divina.AMA.- Bien dicho. Para que echase su obra a per-der... ¿Pero me podría decir alguno de vosotrosdónde está el joven Romeo?ROMEO.- Yo te lo podré decir, y por cierto que esejoven será ya más viejo cuando le encontréis, quecuando empezabais a buscarlo. Yo soy Romeo, afalta de otro más joven.AMA.- ¿Lo decís de veras?MERCUTIO.- ¿Conque a falta de otro mejor, osparece joven? Discretamente lo entendéis.AMA.- Si verdaderamente sois Romeo, tengo quedeciros secretamente una palabra.BENVOLIO.- Si querrá citarle para esta noche...MERCUTIO.- ¿Es una alcahueta, una perra?... ¡Oh,oh!...ROMEO.- ¿Qué ruido es ése?MERCUTIO.- No es que haya encontrado yo nin-guna liebre, ni es cosa de seguir la liebre, aunquecomo dice el cantar: “En cuaresma bien se puedecomer una liebre vieja, pero tan vieja llega a podrir-se, si se la guarda, que no hay quien la pueda mas-car.” ¿Vas a casa de tu padre, Romeo? Allá iremos acomer.

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    ROMEO.- Voy con vosotros.MERCUTIO.- Adiós, hermosa vieja; hermosa,hermosa, hermosa. (Vanse él y Benvolio.)AMA.- Bendito sea Dios, que ya se fue éste. ¿Mepodríais decir (a Romeo) quién es este majadero, tanpagado de sus chistes?ROMEO.- Ama, es un amigo mío que se escucha así mismo y gusta de reírse sus gracias, y que hablamás en una hora que lo que escuchas tú en un mes.AMA.- Pues si se atreve a hablar mal de mí, él me lopagará, aunque vengan en su ayuda otros veinte desu calaña. Y si yo misma no puedo, otros sacarán lacara por mí. Pues no faltaba más. ¡El grandísimoimpertinente! ¿Si creerá que yo soy una mujer deésas?... Y tú (a Pedro) que estás ahí tan reposado, ydejas que cualquiera me insulte.PEDRO.- Yo no he visto que nadie os insulte, por-que si lo viera, no tardaría un minuto en sacar miespada. Nadie me gana en valor cuando mi causa esjusta, y cuando me favorece la ley.AMA.- ¡Válgame Dios! todavía me dura el enojo ylas carnes me tiemblan... Una palabra sola, caballero.Como iba diciendo, mi señorita me manda con unrecado para vos. No voy a repetiros todo lo que meha dicho. Pero si vuestro objeto es engañarla, cier-

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    tamente que será cosa indigna, porque mi señoritaes una muchacha joven, y el engañarla sería muymala obra, y no tendría perdón de Dios.ROMEO.- Ama, puedes jurar a tu señora que...AMA.- ¡Bien, bien, así se lo diré, y ha de alegrarsemucho!...ROMEO.- ¿Y qué le vas a decir, si todavía no mehas oído nada?AMA.- Le diré que protestáis, lo cual, a fe mía, esobrar como caballero.ROMEO.- Dile que invente algún pretexto para iresta tarde a confesarse al convento de Fray Loren-zo, y él nos confesará y casará. Toma este regalo.AMA.- No aceptaré ni un dinero, señor mío.ROMEO.- Yo te lo mando.AMA.- ¿Conque esta tarde? Pues no faltará.ROMEO.- Espérame detrás de las tapias del con-vento, y antes de una hora, mi criado te llevará unaescala de cuerdas para poder yo subir por ella hastala cima de mi felicidad. Adiós y séme fiel. Yo te lopremiaré todo. Mis recuerdos a Julieta.AMA.- Bendito seáis. Una palabra más.ROMEO.- ¿Qué, ama?AMA.- ¿Es de fiar vuestro criado? ¿Nunca oísteisque a nadie fía sus secretos el varón prudente?

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    ROMEO.- Mi criado es fiel como el oro.AMA.- Bien, caballero. No hay señorita más hermo-sa que la mía. ¡Y si la hubierais conocido cuandopequeña!... ¡Ah! Por cierto que hay en la ciudad untal Paris que de buena gana la abordaría. Pero ella,bendita sea su alma, más quisiera a un sapo feísimoque a él. A veces me divierto en enojarla, diciéndoleque Paris es mejor mozo que vos, y ¡si vierais cómose pone entonces! Mas pálida que la cera. Decidmeahora: ¿Romero y Romeo no tienen la misma letrainicial?ROMEO.- Verdad es que ambos empiezan por R.AMA.- Eso es burla. Yo se que vuestro nombreempieza con otra letra menos áspera... ¡Si vieraisqué graciosos equívocos hace con vuestro nombre ycon Romero! Gusto os diera oírla.ROMEO.- Recuerdos a Julieta.AMA.- Sí que se los daré mil veces. ¡Pedro!PEDRO.- ¡Qué!AMA.- Toma el abanico, y guíame.

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    ESCENA V

    Jardín de Capuleto

    (JULIETA y el AMA)

    JULIETA.- Las nueve eran cuando envié al ama, ydijo que antes de media hora volvería. ¿Si no lo ha-brá encontrado? ¡Pero sí! ¡Qué torpe y perezosa!Sólo el pensamiento debiera ser nuncio del amor. Élcorre más que los rayos del sol cuando ahuyentanlas sombras de los montes. Por eso pintan al amorcon alas. Ya llega el sol a la mitad de su carrera. Treshoras van pasadas desde las nueve a las doce, y élno vuelve todavía. Si ella tuviese sangre juvenil yalma, volvería con las palabras de su boca: pero lavejez es pesada como un plomo. (Salen el Ama y Pe-

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    dro.) ¡Gracias a Dios que viene! Ama mía, queridaama... ¿qué noticias traes? ¿Hablaste con él? Que sevaya Pedro.AMA.- Vete, Pedro.JULIETA.- Y bien, ama querida. ¡Qué triste estás!¿Acaso traes malas noticias? Dímelas, a lo menos,con rostro alegre. Y si son buenas, no las eches aperder con esa mirada torva.AMA.- Muy fatigada estoy. ¡Qué quebrantados es-tán mis huesos!JULIETA.- ¡Tuvieras tus huesos tú y yo mis noti-cias! Habla por Dios, ama mía.AMA.- ¡Señor, qué prisa! Aguarda un poco. ¿No meves sin aliento?JULIETA.- ¿Cómo sin aliento, cuándo te sobra pa-ra decirme que no le tienes? Menos que en volverloa decir, tardarías en darme las noticias. ¿Las traesbuenas o malas?AMA.- ¡Que mala elección de marido has tenido!¡Vaya, que el tal Romeo! Aunque tenga mejor caraque los demás, todavía es mejor su pie y su mano ysu gallardía. No diré que la flor de los cortesanos,pero tengo para mí que es humilde como una oveja.¡Bien has hecho, hija! y que Dios te ayude. ¿Hascomido en casa?

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    JULIETA.- Calla, calla: eso ya me lo sabía yo. ¿Peroque hay de la boda? dímelo.AMA.- ¡Jesús! ¡qué cabeza la mía! Pues, y la espal-da... ¡Cómo me mortifican los riñones! ¡La culpa estuya que me haces andar por esos andurriales,abriéndome la sepultura antes de tiempo.JULIETA.- Mucho siento tus males, pero acaba dedecirme, querida ama, lo que te contestó mi amor.AMA.- Habló como un caballero lleno de discre-ción y gentileza; puedes creerme. ¿Dónde está tumadre?JULIETA.- ¿Mi madre? Allá dentro. ¡Vaya una pre-gunta!AMA.- ¡Válgame Dios! ¿Te enojas conmigo? ¡Buenemplasto para curar mis quebraduras! Otra vez vastú misma a esas comisiones.JULIETA.- Pero ¡qué confusión! ¿Qué es en sumalo que te dijo Romeo?AMA.- ¿Te dejarán ir sola a confesar?JULIETA.- Sí.AMA.- Pues allí mismo te casarás. Vete a la celda deFray Lorenzo. Ya se cubren de rubor tus mejillascon tan sencilla nueva. Vete al convento. Yo iré porotra parte a buscar la escalera, con que tu amante ha

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    de escalar el nido del amor. A la celda, pues, y yo acomer.JULIETA - ¡Y yo a mi felicidad ama mía!

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    ESCENA VI

    Celda de Fray Lorenzo

    (FRAY LORENZO y ROMEO)

    FRAY LORENZO.- ¡El cielo mire con buenos ojosla ceremonia que vamos a cumplir, y no nos castiguepor ella en adelante!ROMEO.- ¡Así sea, así sea! Pero por muchas penasque vengan no bastarán a destruir la impresión deeste momento de ventura. Junta nuestras manos, ycon tal que yo pueda llamarla mía, no temeré ni si-quiera a la muerte, verdugo del amor.FRAY LORENZO.- Nada violento es duradero: niel placer ni la pena: ellos mismos se consumen co-mo el fuego y la pólvora al usarse. La excesiva dul-

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    cedumbre de la miel empalaga al labio. Ama, pues,con templanza. (Sale Julieta.) Aquí está la dama; supie es tan leve que no desgastará nunca la eterna ro-ca; tan ligera que puede correr sobre las telas dearaña sin romperlas.JULIETA.- Buenas tardes, reverendo confesor.FRAY LORENZO.- Romeo te dará las gracias ennombre de los dos.JULIETA.- Por eso le he incluido en el saludo. Sino, pecaría él de exceso de cortesía.ROMEO.- ¡Oh, Julieta! Si tu dicha es como la mía ypuedes expresarla con más arte, alegra con tus pala-bras el aire de este aposento y deja que tu voz pro-clame la ventura que hoy agita el alma de los dos.JULIETA.- El verdadero amor es más prodigo deobras que de palabras: más rico en la esencia que enla forma. Sólo el pobre cuenta su caudal. Mi tesoroes tan grande que yo no podría contar ni siquiera lamitad.FRAY LORENZO.- Acabemos pronto. No os de-jaré solos hasta que os ligue la bendición nupcial.

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    ACTO III

    ESCENA PRIMERA

    Plaza de Verona

    (MERCUTIO, BENVOLIO)

    BENVOLIO.- Amigo Mercutio, pienso que debía-mos refrenarnos, porque hace mucho calor, y losCapuletos andan encalabrinados, y ya sabes que enverano hierve mucho la sangre.MERCUTIO.- Tú eres uno de esos hombres quecuando entran en una taberna, ponen la espada so-bre la mesa, como diciendo: “ojalá que no te nece-site”, y luego, a los dos tragos, la sacan, sin que na-die les provoque.

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    BENVOLIO.- ¿Dices que yo soy de ésos?MERCUTIO.- Y de los más temibles espadachinesde Italia, tan fácil de entrar en cólera como de pro-vocar a los demás.BENVOLIO.- ¿Porqué dices eso?MERCUTIO.- Si hubiera otro como tú, pronto osmataríais. Capaz eres de reñir por un solo pelo de labarba. Donde nadie vería ocasión de camorra, la vestú. Llena está de riña tu cabeza, como de yema unhuevo, y eso que a porrazos te han puesto tan blan-da como una yema, la cabeza. Reñiste con uno por-que te vio en la calle y despertó a tu perro que esta-ba durmiendo al sol. Y con un sastre porque estrenósu ropa nueva antes de Pascua, y con otro porqueataba sus zapatos con cintas viejas. ¿Si vendrás tú aenseñarme moderación y prudencia?BENVOLIO.- Si yo fuera tan camorrista como tú,¿quién me aseguraría la vida ni siquiera un cuarto dehora?... Mira, aquí vienen los Capuletos.MERCUTIO.- ¿Y qué se me da a mí, vive Dios?

    (Teobaldo y otros.)TEOBALDO.- Estad cerca de mí, que tengo quedecirles dos palabras. Buenas tardes, hidalgos. Qui-siera hablar con uno de vosotros.

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    MERCUTIO.- ¿Hablar solo? más valiera que la pa-labra viniese acompañada de algo, v. g., de un golpe.TEOBALDO.- Hidalgo, no dejaré de darle si haymotivo.MERCUTIO.- ¿Y no podéis encontrar motivo sinque os lo den?TEOBALDO.- Mercutio, tú estás de acuerdo conRomeo.MERCUTIO.- ¡De acuerdo! ¿Has creído que somosmúsicos? Pues aunque lo seamos, no dudes que enesta ocasión vamos a desafinar. Yo te haré bailarcon mi arco de violín. ¡De acuerdo! ¡Válgame Dios!BENVOLIO.- Estamos entre gentes. Buscadpronto algún sitio retirado, donde satisfaceros, odesocupad la calle, porque todos nos están mirando.MERCUTIO.- Para eso tienen ojos. No me voy deaquí por dar gusto a nadie.TEOBALDO.- Adiós, señor. Aquí está el doncelque buscábamos. (Entra Romeo.)MERCUTIO.- Mátenme si él lleva los colores devuestro escudo. Aunque de fijo os seguirá al campo,y por eso le llamáis doncel. TEOBALDO.- Romeo,sólo una palabra me consiente decirte el odio que teprofeso. Eres un infame.

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    ROMEO.- Teobaldo, tales razones tengo para que-rerte que me hacen perdonar hasta la bárbara grose-ría de ese saludo. Nunca he sido infame. No me co-noces. Adiós.TEOBALDO.- Mozuelo imberbe, no intentes co-bardemente excusar los agravios que me has hecho.No te vayas, y defiéndete.ROMEO.- Nunca te agravié. Te lo afirmo con ju-ramento. Al contrario, hoy te amo más que nunca, yquizá sepas pronto la razón de este cariño. Vete enpaz, buen Capuleto, nombre que estimo tanto comoel mío.MERCUTIO.- ¡Qué extraña cobardía! Decídanlolas estocadas. Teobaldo, espadachín, ¿quieres venirconmigo?TEOBALDO.- ¿Qué me quieres?MERCUTIO.- Rey de los gatos, sólo quiero una detus siete vidas, y luego aporrearte a palos las otrasseis. ¿Quieres tirar de las orejas a tu espada, y sa-carla de la vaina? Anda presto, porque si no, la míate calentará tus orejas antes que la saques.TEOBALDO.- Soy contigo.ROMEO.- Detente, amigo Mercutio.MERCUTIO.- Adelante, hidalgo. Enseñadme esequite. (Se baten.)

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    ROMEO.- Saca la espada, Benvolio. Separémoslos.¡Qué afrenta, hidalgos! ¡Oíd, Teobaldo! ¡Oye, Mer-cutio! ¿No sabéis que el Príncipe ha prohibido sacarla espada en las calles de Verona? Deteneos, Teo-baldo y Mercutio. (Se van Teobaldo y sus amigos.)MERCUTIO.- Mal me han herido. ¡Mala peste aCapuletos y Montescos! Me hirieron y no los herí.ROMEO.- ¿Te han herido?MERCUTIO.- Un arañazo, nada más, un arañazo,pero necesita cura. ¿Dónde está mi paje, para queme busque un cirujano? (Se va el paje.)ROMEO.- No temas. Quizá sea leve la herida.MERCUTIO.- No es tan honda como un pozo, nitan ancha como el pórtico de una iglesia, pero basta.Si mañana preguntas por mí, verásme tan calladocomo un muerto. Ya estoy escabechado para el otromundo. Mala landre devore a vuestras dos familias.¡Vive Dios! ¡Que un perro, una rata, un ratón, ungato mate así a un hombre! Un matón, un pícaro,que pelea contra los ángulos y reglas de la esgrima.¿Para qué te pusiste a separarnos? Por debajo de tubrazo me ha herido.ROMEO.- Fue con buena intención.MERCUTIO.- Llévame de aquí, Benvolio, que mevoy a desmayar. ¡Mala landre devore a entrambas

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    casas! Ya soy una gusanera. ¡Maldita sea la discordiade Capuletos y Montescos! (Vanse.)ROMEO.- Por culpa mía sucumbe este noble caba-llero, tan cercano deudo del Príncipe. Estoy afren-tado por Teobaldo, por Teobaldo que ha de ser mipariente dentro de poco. Tus amores, Julieta, mehan quitado el brío y ablandado el temple de mi ace-ro.BENVOLIO (que vuelve).- ¡Ay, Romeo! Mercutio hamuerto. Aquella alma audaz, que hace poco des-preciaba la tierra, se ha lanzado ya a las nubes.ROMEO.- Y de este día sangriento nacerán otrosque extremarán la copia de mis males.BENVOLIO.- Por allí vuelve Teobaldo.ROMEO.- Vuelve vivo y triunfante. ¡Y Mercutiomuerto! Huye de mí, dulce templanza. Sólo la iraguíe mi brazo. Teobaldo, ese mote de infame que túme diste, yo te lo devuelvo ahora, porque el alma deMercutio está desde las nubes llamando a la tuya, ytú o yo o los dos hemos de seguirle forzosamente.TEOBALDO.- Pues vete a acompañarle tú, necio,que con él ibas siempre.ROMEO.- Ya lo decidirá la espada. (Se baten, y caeherido Teobaldo.)

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    BENVOLIO.- Huye, Romeo. La gente acude yTeobaldo está muerto. Si te alcanzan, vas a ser con-denado a muerte. No te detengas como pasmado.Huye, huye.ROMEO.- Soy triste juguete de la suerte.BENVOLIO.- Huye, Romeo. (Acude gente.)CIUDADANO 1º.- ¿Por dónde habrá huido Teo-baldo, el asesino de Mercutio?BENVOLIO.- Ahí yace muerto Teobaldo.CIUDADANO 1º.- Seguidme todos. En nombredel Príncipe lo mando. (Entran el Príncipe con sus guar-dias, Montescos, Capuletos, etc.)EL PRÍNCIPE.- ¿Dónde están los promovedoresde esta reyerta?BENVOLIO.- Ilustre Príncipe, yo puedo referirostodo lo que aconteció. Teobaldo mató al fuerteMercutio, vuestro deudo, y Romeo mató a Teobal-do.LA SEÑORA DE CAPULETO.- ¡Teobaldo! ¡Misobrino, hijo de mi hermano! ¡Oh, Príncipe! unMontesco ha asesinado a mi deudo. Si sois justo,dadnos sangre por sangre. ¡Oh, sobrino mío!PRÍNCIPE.- Dime con verdad, Benvolio. ¿Quiéncomenzó la pelea?

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    BENVOLIO.- Teobaldo, que luego murió a manosde Romeo. En vano Romeo con dulces palabras leexhortaba a la concordia, y le traía al recuerdovuestras ordenanzas: todo esto con mucha cortesíay apacible ademán. Nada bastó a calmar los furoresde Teobaldo, que ciego de ira, arremetió con el ace-ro desnudo contra el infeliz Mercutio. Mercutio leresiste primero a hierro, y apartando de sí la suerte,quiere arrojarla del lado de Teobaldo. Este le esqui-va con ligereza. Romeo se interpone, clamando:“Paz, paz, amigos.” En pos de su lengua va su brazoa interponerse entre las armas matadoras, pero desúbito, por debajo de ese brazo, asesta Teobaldouna estocada que arrebata la vida al pobre Mercutio;Teobaldo huye a toda prisa, pero a poco rato vuel-ve, y halla a Romeo, cuya cólera estalla. Arrójansecomo rayos al combate, y antes de poder atra-vesarme yo, cae Teobaldo y huye Romeo. Esta es laverdad lisa y llana, por vida de Benvolio.LA SEÑORA DE CAPULETO.- No ha dicho ver-dad. Es pariente de los Montescos, y la afición queles tiene le ha obligado a mentir. Más de veinte es-padas se desenvainaron contra mi pobre sobrino.Justicia, Príncipe. Si Romeo mató a Teobaldo, quemuera Romeo.

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    PRÍNCIPE.- Él mató a Mercutio, según se infieredel relato. ¿Y quién pide justicia, por una sangre tancara?MONTESCO.- No era Teobaldo el deudor, aunquefuese amigo de Mercutio, ni debía haberse tomadola justicia por su mano, hasta que las leyes decidie-sen.PRÍNCIPE.- En castigo, yo te destierro. Vuestrasalmas están cegadas por el encono, y a pesar vuestrohe de haceros llorar la muerte de mi deudo. Seréinaccesible a lágrimas y a ruegos. No me digáis pa-labra. Huya Romeo: porque si no huye le alcanzarála muerte. Levantad el cadáver. No sería clemenciaperdonar al homicida.

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    ESCENA II

    Jardín en casa de Capuleto

    (JULIETA y el AMA)

    JULIETA.- Corred, corred a la casa de Febo, aladoscorceles del Sol. El látigo de Faetón os lance al oca-so. Venga la dulce noche a tender sus espesas corti-nas. Cierra ¡oh Sol! tus penetrantes ojos, y deja queen el silencio venga a mí mi Romeo, e invisible selance en mis brazos. El amor es ciego y ama la no-che, y a su luz misteriosa cumplen sus citas losamantes. Ven, majestuosa noche, matrona de hu-milde y negra túnica, y enséñame a perder en elblando juego, donde las vírgenes empeñan su casti-dad. Cubre con tu manto la pura sangre que arde en

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    mis mejillas. Ven, noche; ven, Romeo, tú que eresmi día en medio de esta noche, tú que ante sus ti-nieblas pareces un copo de nieve sobre las negrasalas del cuervo. Ven, tenebrosa noche, amiga de losamantes, y vuélveme a mi Romeo. Y cuando muera,convierte tú cada trozo de su cuerpo en una estrellarelumbrante, que sirva de adorno a tu manto, paraque todos se enamoren de la noche, desenamorán-dose del Sol. Ya he adquirido el castillo de mi amor,pero aún no le poseo. Ya estoy vendida, pero noentregada a mi señor. ¡Qué día tan largo! tan largocomo víspera de domingo para el niño que ha deestrenar en él un traje nuevo. Pero aquí viene miama, y me traerá noticias de él. (Llega el ama con unaescala de cuerdas.) Ama, ¿qué noticias traes? ¿Esa es laescala que te dijo Romeo?AMA.- Sí, ésta es la escala.JULIETA.- ¡Ay, Dios! ¿Qué sucede? ¿por qué tie-nes las manos cruzadas?AMA.- ¡Ay, señora! murió, murió. Perdidas somos.No hay remedio... Murió. Le mataron... Está muerto.JULIETA.- ¿Pero cabe en el mundo tal maldad?AMA.- En Romeo cabe. ¿Quién pudiera pensar talcosa de Romeo?

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    JULIETA.- ¿Y quién eres tú, demonio, que así vie-nes a atormentarme? Suplicio igual sólo debe de ha-berle en el infierno. Dime, ¿qué pasa? ¿Se ha mata-do Romeo? Dime que sí, y esta palabra basta. Serámás homicida que mirada de basilisco. Di que si oque no, que vive o que muere. Con una palabrapuedes calmar o serenar mi pena.AMA.- Sí: yo he visto la herida. La he visto por misojos. Estaba muerto: amarillo como la cera, cubiertotodo de grumos de sangre cuajada. Yo me desmayéal verle.JULIETA.- ¡Estalla, corazón mío, estalla! ¡Ojos mí-os, yaceréis desde ahora en prisión tenebrosa, sintornar a ver la luz del día! ¡Tierra, vuelve a la tierra!Sólo resta morir, y que un mismo túmulo cubra misrestos y los de Romeo.AMA.- ¡Oh, Teobaldo amigo mío, caballero sinigual, Teobaldo! ¿Por qué he vivido yo para vertemuerto?JULIETA.- Pero ¡qué confusión es ésta en que mepones! ¿Dices que Romeo ha muerto, y que hamuerto Teobaldo, mi dulce primo? Toquen, pues, latrompeta del juicio final. Si esos dos han muerto,¿qué importa que vivan los demás?

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    AMA.- A Teobaldo mató Romeo, y éste anda deste-rrado.JULIETA.- ¡Válgame Dios! ¿Conque Romeo de-rramó la sangre de Teobaldo? ¡Alma de sierpe,oculta bajo capa de flores! ¿Qué dragón tuvo jamástan espléndida gruta? Hermoso tirano, demonio an-gelical, cuervo con plumas de paloma, cordero ra-paz como lobo, materia vil de forma celeste, santomaldito, honrado criminal, ¿en qué pensabas, natu-raleza de los infiernos, cuando encerraste en el pa-raíso de ese cuerpo el alma de un condenado? ¿Porqué encuadernaste tan bellamente un libro de tanperversa lectura? ¿Cómo en tan magnífico palaciopudo habitar la traición y el dolo?AMA.- Los hombres son todos unos. No hay enellos verdad, ni fe, ni constancia. Malvados, pérfi-dos, trapaceros... ¿Dónde está mi escudero? Dameunas gotas de licor. Con tantas penas voy a en-vejecer antes de tiempo. ¡Qué afrenta para Romeo!JULIETA.- ¡Maldita la lengua que tal palabra osódecir! En la noble cabeza de Romeo no es posibledeshonra. En su frente reina el honor como sobera-no monarca. ¡Qué necia yo que antes decía mal deél!

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    AMA.- ¿Cómo puedes disculpar al que mató a tuprimo?JULIETA.- ¿Y cómo he de decir mal de quien es miesposo? Mató a mi primo, porque si no, mi primo lehubiera matado a él. ¡Atrás, lágrimas mías, tributoque erradamente ofrecí al dolor, en vez de ofrecerleal gozo! Vive mi esposo, a quien querían dar muerte,y su matador yace por tierra. ¿A qué es el llanto? Pe-ro creo haberte oído otra palabra que me angustiamucho más que la muerte de Teobaldo. En vano meesfuerzo por olvidarla. Ella pesa sobre mi concien-cia, como puede pesar en el alma de un culpable elremordimiento. Tú dijiste que Teobaldo había sidomuerto y Romeo desterrado. Esta palabra desterra-do me pesa más que la muerte de diez mil Teobal-dos. ¡No bastaba con la muerte de Teobaldo, o esque las penas se deleitan con la compañía y nuncavienen solas! ¿Por qué cuando dijiste: “ha muertoTeobaldo” no añadiste: “tu padre o tu madre, o losdos”? Aun entonces no hubiera sido mayor mi pe-na. ¡Pero decir: Romeo desterrado! Esta palabrabasta a causar la muerte a mi padre y a mi madre, y aRomeo y a Julieta. “¡Desterrado Romeo!” Dime,¿podrá encontrarse término o límite a la profun-

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    didad de este abismo? ¿Dónde están mi padre y mimadre? Dímelo.AMA.- Llorando sobre el cadáver de Teobaldo.¿Quieres que te acompañe allá?JULIETA.- Ellos con su llanto enjugarán las heri-das. Yo entre tanto lloraré por el destierro de Ro-meo. Toma tú esa escalera, a quien su ausencia privade su dulce objeto. Ella debía haber sido caminopara mi lecho nupcial. Pero yo moriré virgen y casa-da. ¡Adiós, escala de cuerda! ¡Adiós, nodriza! Meespera el tálamo de la muerte.AMA.- Retírate a tu aposento. Voy a buscar a Ro-meo sin pérdida de tiempo. Está escondido en lacelda de fray Lorenzo. Esta noche vendrá a verte.JULIETA.- Dale en nombre mío esta sortija, y dileque quiero oír su postrera despedida.

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    ESCENA III

    Celda de Fray Lorenzo

    (FRAY LORENZO y ROMEO)

    FRAY LORENZO.- Ven, pobre Romeo. La des-gracia se ha enamorado de ti, y el dolor se ha despo-sado contigo.ROMEO.- Decidme, padre. ¿Qué es lo que mandael Príncipe? ¿Hay alguna pena nueva que yo no hayasentido?FRAY LORENZO.- Te traigo la sentencia del Prín-cipe.ROMEO.- ¿Y cómo ha de ser si no es de muerte?FRAY LORENZO.- No. Es algo menos dura. Noes de muerte sino de destierro.

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    ROMEO.- ¡De destierro! Clemencia. Decid demuerte. El destierro me infunde más temor que lamuerte. No me habléis de destierro.FRAY LORENZO.- Te manda salir de Verona, pe-ro no temas: ancho es el mundo.ROMEO.- Fuera de Verona no hay mundo, sinopurgatorio, infierno y desesperación. Desterrarmede Verona es como desterrarme de la Tierra. Lomismo da que digáis muerte que destierro. Con unahacha de oro cortáis mi cabeza y luego os reís delgolpe mortal.FRAY LORENZO.- ¡Oh, que negro pecado es laingratitud! Tu crimen merecía muerte, pero la indul-gencia del Príncipe trueca la muerte en destierro, yaún no se lo agradeces.ROMEO.- Tal clemencia es crueldad. El cielo estáaquí donde vive Julieta. Un perro, un ratón, un gatopueden vivir en este cielo y verla. Sólo Romeo nopuede. Mas prez, más gloria, más felicidad tiene unamosca o un tábano inmundo que Romeo. Ellospueden tocar aquella blanca y maravillosa mano deJulieta, o posarse en sus benditos labios, en esos la-bios tan llenos de virginal modestia que juzgan pe-cado el tocarse. No lo hará Romeo. Le mandan vo-lar y tiene envidia de las moscas que vuelan. ¿Por

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    qué decís que el destierro no es la muerte? ¿No te-níais algún veneno sutil, algún hierro aguzado queme diese la muerte más prono que esa vil palabra“desterrado”? Eso es lo que en el infierno se dicenunos a otros los condenados. ¿Y tu, sacerdote, con-fesor mío y mi amigo mejor, eres el que viene a ma-tarme con esa palabra?FRAY LORENZO.- Oye, joven loco y apasionado.ROMEO.- ¿Vais a hablarme otra vez del destierro?FRAY LORENZO.- Yo te daré tal filosofía que tesirva de escudo y vaya aliviándote.ROMEO.- ¡Destierro! ¡Filosofía! Si no basta paracrear otra Julieta, para arrancar un pueblo de su lu-gar, o hacer variar de voluntad a un príncipe, no mesirve de nada, ni la quiero, ni os he de oír.FRAY LORENZO.- ¡Ah, hijo mío! Los locos nooyen.ROMEO.- ¿Y cómo han de oír, si los que están ensu seso no tienen ojos?FRAY LORENZO.- Te daré un buen consejo.ROMEO.- No podéis hablar de lo que no sentís. Sifuerais joven, y recién casado con Julieta, y la adora-seis ciegamente como yo, y hubieras dado muerte aTeobaldo, y os desterrasen, os arrancaríais los cabe-

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    llos al hablar, y os arrastraríais por el suelo como yo,midiendo vuestra sepultura. (Llaman dentro.)FRAY LORENZO.- Llaman. Levántate y ocúltate,Romeo.ROMEO.- No me levantaré. La nube de mis suspi-ros me ocultará de los que vengan.FRAY LORENZO.- ¿No oyes? ¿Quién va?... Le-vántate, Romeo, que te van a prender... Ya voy... Le-vántate. Pero, Dios mío, ¡qué terquedad, qué locura!Ya voy. ¿Quién llama? ¿Qué quiere decir esto?AMA (dentro).- Dejadme entrar. Traigo un recado demi ama Julieta.FRAY LORENZO.- Bien venida seas. (Entra elama.)AMA.- Decidme, santo fraile. ¿Dónde está el espo-so y señor de mi señora?FRAY LORENZO.- Mírale ahí tendido en el sueloy apacentándose de sus lágrimas.AMA.- Lo mismo está mi señora: enteramente igual.FRAY LORENZO.- ¡Funesto amor! ¡Suerte cruel!AMA.- Lo mismo que él: llorar y gemir. Levantad,levantad del suelo: tened firmeza varonil. Por amorde ella, por amor de Julieta. Levantaos, y no lancéistan desesperados ayes.ROMEO.- Ama.

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    AMA.- Señor, la muerte lo acaba todo.ROMEO.- Decías no sé qué de Julieta. ¿Qué es deella? ¿No llama asesino a mí que manché con sangrela infancia de nuestra ventura? ¿Dónde está? ¿Quédice?AMA.- Nada, señor. Llorar y más llorar. Unas vecesse recuesta en el lecho, otras se levanta, grita: “Teo-baldo, Romeo”, y vuelve a acostarse.ROMEO.- Como si ese nombre fuera bala de arca-buz que la matase, como lo fue la infame mano deRomeo que mató a su pariente. Decidme, padre, ¿enqué parte de mi cuerpo está mi nombre? Decídmelo,porque quiero saquear su odiosa morada. (Saca elpuñal.)FRAY LORENZO.- Detén esa diestra homicida.¿Eres hombre? Tu exterior dice que sí, pero tullanto es de mujer, y tus acciones de bestia falta delibre albedrío. Horror me causas. Juro por mi santohábito que yo te había creído de voluntad más fir-me. ¡Matarte después de haber matado a Teobaldo!Y matar además a la dama que sólo vive por ti. Di-me, ¿por qué maldices de tu linaje, y del cielo y de latierra? Todo lo vas a perder en un momento, y adeshonrar tu nombre y tu familia, y tu amor y tu jui-cio. Tienes un gran tesoro, tesoro de avaro, y no lo

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    empleas en realzar tu persona, tu amor y tu ingenio.Ese tu noble apetito es figura de cera, falta dealiento viril. Tu amor es perjurio y juramento vacío,y profanación de lo que juraste, y tu entendimiento,que tanto realce daba a tu amor y a tu fortuna, es elque ciega y descamina a tus demás potencias, comosoldado que se inflama con la misma pólvora quetiene, y perece víctima de su propia defensa.¡Alienta, Romeo! Acuérdate que vive Julieta, porquien hace un momento hubieras dado la vida. Estees un consuelo. Teobaldo te buscaba para matarte, yle mataste tú. He aquí otro consuelo. La ley te con-denaba a muerte, y la sentencia se conmutó en des-tierro. Otro consuelo más. Caen sobre ti las bendi-ciones del cielo, y tú, como mujer liviana, recibes demal rostro a la dicha que llama a tus puertas. Nuncafavorece Dios a los ingratos. Vete a ver a tu esposa:sube por la escala, como lo dejamos convenido.Consuélala, y huye de su lado antes que amanezca.Irás a Mantua, y allí permanecerás, hasta que sepueda divulgar tu casamiento, hechas las paces entrevuestras familias y aplacada la indignación del Prín-cipe. Entonces volverás, mil veces más alegre quetriste te vas ahora. Vete, nodriza. Mil recuerdos a tu

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    ama. Haz que todos se recojan presto, lo cual seráfácil por el disgusto de hoy. Dile que allá va Romeo.AMA.- Toda la noche me estaría oyéndoos. ¡Quégran cosa es el saber! Voy a animar a mi ama convuestra venida.ROMEO.- Sí: dile que se prepare a reñirme.AMA.- Toma este anillo que ella me dio, y vete, queya cierra la noche. (Vase.)ROMEO.- Ya renacen mis esperanzas.FRAY LORENZO.- Adiós. No olvides lo que te hedicho. Sal antes que amanezca, y si sales después,vete disfrazado; y a Mantua. Tendrás con frecuencianoticias mías, y sabrás todo lo que pueda interesarte.Adiós. Dame la mano. Buenas noches.

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    ESCENA IV

    Sala en casa de Capuleto

    (CAPULETO, SU MUJER, el AMA y CRIADOS)

    CAPULETO.- la reciente desgracia me ha impedidohablar con mi hija. Tanto ella como yo queríamosmucho a Teobaldo. Pero la muerte es forzosa. Ya estarde para que esta noche nos veamos, y a fe mía osjuro que si no fuera por vos, ya hace una hora queme habría acostado.PARIS.- Ni es ésta ocasión de galanterías sino deduelo. Dad mis recuerdos a vuestra hija.CAPULETO.- Paris, os prometo solemnemente lamano de mi hija. Creo que ella me obedecerá. Puedoasegurároslo. Esposa mía, antes de acostarse, ve a

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    contarle el amor de Paris, y dile que el miércolespróximo... Pero, ¿qué día es hoy?PARIS.- Lunes.CAPULETO.- ¡Lunes! Pues no puede ser el miér-coles. Que sea el jueves. Dile que el jueves se casarácon el conde. ¿Estáis contento? No tendremosfiesta. Sólo convidaré a los íntimos, porque estandotan fresca la muerte de Teobaldo, el convidar a mu-chos parecería indicio de poco sentimiento. ¿Os pa-rece bien el jueves?PARIS.- ¡Ojalá fuese mañana!CAPULETO.- Adelante pues: que sea el jueves.Avisa a Julieta, antes de acostarte. Adiós, amigo.Alumbradme. Voy a mi alcoba. Es tan tarde, quepronto amanecerá. Buenas noches.

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    ESCENA V

    Galería cerca del cuarto de Julieta, con una ventanaque da al jardín

    (ROMEO y JULIETA)

    JULIETA.- ¿Tan pronto te vas? Aún tarda el día.Es el canto del ruiseñor, no el de la alondra el queresuena. Todas las noches se posa a cantar en aquelgranado. Es el ruiseñor, amado mío.ROMEO.- Es la alondra que anuncia el alba; no esel ruiseñor. Mira, amada mía, cómo se van tiñendolas nubes del oriente con los colores de la aurora.Ya se apagan las antorchas de la noche. Ya se ade-lanta el día con rápido paso sobre las húmedas ci-

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    mas de los montes. Tengo que partir. O si no. Aquíme espera la muerte.JULIETA.- No es ésa luz de la aurora. Te lo asegu-ro. Es un meteoro que desprende de su lumbre elSol para guiarte en el camino de Mantua. Quédate.¿Por qué te vas tan luego?ROMEO.- ¡Qué me prendan, que me maten! Man-dándolo tú, poco importa. Diré que aquella luz grisque allí veo no es la de la mañana, sino el pálido re-flejo de la luna. Diré que no es el canto de la alondrael que resuena. Más quiero quedarme que partir.Ven, muerte, pues Julieta lo quiere. Amor mío, ha-blemos, que aún no amanece.JULIETA.- Sí, vete, que es la alondra la que cantacon voz áspera y destemplada. ¡Y dicen que sonarmoniosos sus sones, cuando a nosotros viene asepararnos! Dicen que cambia de ojos como el sapo.¡Ojalá cambiara de voz! Maldita ella que me apartade tus atractivos. Vete, que cada vez se clarea más laluz.ROMEO.- ¿Has dicho la luz? No, sino las tinieblasde nuestro destino. (Entra el ama.)AMA.- ¡Julieta!JULIETA.- ¡Ama!

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    AMA.- Tu madre viene. Ya amanece. Prepárate y note descuides.ROMEO.- ¡Un beso! ¡Adiós, y me voy! (Vase por laescala.)JULIETA.- ¿Te vas? Mi señor, mi dulce dueño,dame nuevas de ti todos los días, a cada instante.Tan pesados corren los días infelices, que temo en-vejecer antes de tornar a ver a mi Romeo.ROMEO.- Adiós. Te mandaré noticias mías y mibendición por todos los medios que yo alcance.JULIETA.- ¿Crees que volveremos a vernos?ROMEO.- Sí, y que en dulces coloquios de amorrecordaremos nuestras angustias de ahora.JULIETA.- ¡Válgame Dios! ¡Qué présaga tristeza lamía! Parece que te veo difunto sobre un catafalco.Aquel es tu cuerpo, o me engañan los ojos.ROMEO.- Pues también a ti te ven los míos páliday ensangrentada. ¡Adiós, adiós! (Vase.)JULIETA.- ¡Oh, fortuna! te llaman mudable: a miamante fiel poco le importan tus mudanzas. Sé mu-dable en buena hora, y así no le detendrás y me lerestituirás luego.SEÑORA DE CAPULETO (dentro).- Hija, ¿estásdespierta?

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    JULIETA.- ¿Quién me llama? Madre, ¿estás des-pierta todavía o te levantas ahora? ¿Qué novedad tetrae a mí? (Entra la señora Capuleto.)SEÑORA DE CAPULETO.- ¿Qué es esto, Julieta?JULIETA.- Estoy mala.SEÑORA DE CAPULETO.- ¿todavía Lloras lamuerte de tu primo? ¿Crees que tus lágrimas puedendevolverle la vida? Vana esperanza. Cesa en tullanto, que aunque es signo de amor, parece locura.JULIETA.- Dejadme llorar tan dura suerte.SEÑORA DE CAPULETO.- Eso es llorar la pér-dida y no al amigo.JULIETA.- Llorando la pérdida, lloro también alamigo.SEÑORA DE CAPULETO.- Más que por elmuerto ¿lloras por ese infame que le ha matado?JULIETA.- ¿Qué infame, madre?SEÑORA DE CAPULETO.- Romeo.JULIETA (aparte).- ¡Cuánta distancia hay entre él yun infame! (Alto.) Dios le perdone como le perdonoyo, aunque nadie me ha angustiado tanto como él.SEÑORA DE CAPULETO.- Eso será porque to-davía vive el asesino.JULIETA.- Sí, y donde mi venganza no puede al-canzarle. Yo quisiera vengar a mi primo.

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    SEÑORA DE CAPULETO.- Ya nos vengaremos.No llores. Yo encargué a uno de Mantua, donde esevil ha sido desterrado, que le envenenen con algunamortífera droga. Entonces irá a hacer compañía aTeobaldo, y tú quedarás contenta y vengada.JULIETA.- Satisfecha no estaré, mientras no vea aRomeo... muerto... Señora, si hallas alguno que secomprometa a darle el tósigo, yo misma le prepara-ré, y así que lo reciba Romeo, podrá dormir tran-quilo. Hasta su nombre me es odioso cuando no letengo cerca. para vengar en él la sangre de mi primo.SEÑORA DE CAPULETO.- Busca tú el modo depreparar el tósigo, mientras yo busco a quien ha deadministrárselo. Ahora oye tú una noticia agradable.JULIETA.- ¡Buena ocasión para gratas nuevas! ¿Ycuál es, señora?SEÑORA DE CAPULETO.- Hija, tu padre es tanbueno que, deseando consolarte, te prepara un díade felicidad que ni tú ni yo esperábamos.JULIETA.- ¿Y qué día es ése?SEÑORA DE CAPULETO.- Pues es que el jueves,por la mañana temprano, el conde Paris, ese gallar-do y discreto caballero, se desposará contigo en laiglesia de San Pedro.

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    JULIETA.- Pues te juro, por la iglesia de San Pedro,y por san Pedro purísimo, que no se desposará. ¿Aqué es tanta prisa