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FACUNDO DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO Ediciones elaleph.com

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  • F A C U N D O

    D O M I N G O F A U S T I N OS A R M I E N T O

    Ediciones elaleph.com

    Diego Ruiz

  • Editado porelaleph.com

    1999 Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

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    Advertencia del autorDespus de terminada la publicacin de esta obra, he

    recibido de varios amigos rectificaciones de varios hechosreferidos en ella. Algunas inexactitudes han debidonecesariamente escaparse en un trabajo hecho de prisa, lejosdel teatro de los acontecimientos, y sobre un asunto de queno se haba escrito nada hasta el presente. Al coordinar entres sucesos que han tenido lugar en distintas y remotasprovincias, y en pocas diversas, consultando un testigoocular sobre un punto, registrando manuscritos formados ala ligera, o apelando a las propias reminiscencias, no esextrao que de vez en cuando el lector argentino eche demenos algo que l conoce, o disienta en cuanto a algnnombre propio, una fecha, cambiados o puestos fuera delugar.

    Pero debo declarar que en los acontecimientos notables aque me refiero, y que sirven de base a las explicaciones quedoy, hay una exactitud intachable, de que respondern losdocumentos pblicos que sobre ellos existen.

    Quiz haya un momento en que, desembarazado de laspreocupaciones que han precipitado la redaccin de estaobrita, vuelva a refundirla en un plan nuevo, desnudndola

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    de toda digresin accidental, y apoyndola en numerososdocumentos oficiales, a que slo hago ahora una ligerareferencia.

    1845.On ne tue point les ides.

    FORTOUL

    A fines del ao 1840, sala yo de mi patria, desterrado porlstima, estropeado, lleno de cardenales, puntazos y golpesrecibidos el da anterior en una de esas bacanales sangrientasde soldadesca y mazorqueros. Al pasar por los baos deZonda, bajo las armas de la patria que en das ms alegreshaba pintado en una sala, escrib con carbn estas palabras:

    On ne tue point les ides.

    El Gobierno, a quien se comunic el hecho, mand unacomisin encargada de descifrar el jeroglfico, que se decacontener desahogos innobles, insultos y amenazas. Oda latraduccin, y bien! -dijeron-, qu significa esto?....

    ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

    Significaba, simplemente, que vena a Chile, donde lalibertad brillaba an, y que me propona hacer proyectar losrayos de las luces de su prensa hasta el otro lado de losAndes. Los que conocen mi conducta en Chile saben si hecumplido aquella protesta.

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    Introduccin

    Je demande l'historien l'amour de l'humanit ou de la libert; sajustice impartiale ne doit pas tre impassible. Il faut, au contraire, qu'ilsouhaite, qu'il espre, qu'il souffre, ou soit heureux de ce qu'il raconte.

    VILLEMAIN, Cours de littrature.

    Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que,sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, televantes a explicarnos la vida secreta y las convulsionesinternas que desgarran las entraas de un noble pueblo! Tposees el secreto: revlanoslo! Diez aos an despus de tutrgica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de losllanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto,decan: No, no ha muerto! Vive an! l vendr! Cierto!Facundo no ha muerto; est vivo en las tradicionespopulares, en la poltica y revoluciones argentinas; en Rosas,su heredero, su complemento: su alma ha pasado a este otromolde, ms acabado, ms perfecto; y lo que en l era sloinstinto, iniciacin, tendencia, convirtise en Rosas ensistema, efecto y fin. La naturaleza campestre, colonial ybrbara, cambise en esta metamorfosis en arte, en sistema y

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    en poltica regular capaz de presentarse a la faz del mundo,como el modo de ser de un pueblo encarnado en unhombre, que ha aspirado a tomar los aires de un genio quedomina los acontecimientos, los hombres y las cosas.Facundo, provinciano, brbaro, valiente, audaz, fuereemplazado por Rosas, hijo de la culta Buenos Aires, sinserlo l; por Rosas, falso, corazn helado, espritu calculador,que hace el mal sin pasin, y organiza lentamente eldespotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo.Tirano sin rival hoy en la tierra, por qu sus enemigosquieren disputarle el ttulo de Grande que le prodigan suscortesanos? S; grande y muy grande es, para gloria yvergenza de su patria, porque si ha encontrado millares deseres degradados que se unzan a su carro para arrastrarlo porencima de cadveres, tambin se hallan a millares las almasgenerosas que, en quince aos de lid sangrienta, no handesesperado de vencer al monstruo que nos propone elenigma de la organizacin poltica de la Repblica. Un davendr, al fin, que lo resuelvan; y la Esfinge Argentina, mitadmujer, por lo cobarde, mitad tigre, por lo sanguinario, morira sus plantas, dando a la Tebas del Plata el rango elevado quele toca entre las naciones del Nuevo Mundo.

    Necestase, empero, para desatar este nudo que no hapodido cortar la espada, estudiar prolijamente las vueltas yrevueltas de los hilos que lo forman, y buscar en losantecedentes nacionales, en la fisonoma del suelo, en lascostumbres y tradiciones populares, los puntos en que estnpegados.

    La Repblica Argentina es hoy la seccin

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    hispanoamericana que en sus manifestaciones exteriores hallamado preferentemente la atencin de las nacioneseuropeas, que no pocas veces se han visto envueltas en susextravos, o atradas, como por una vorgine, a acercarse alcentro en que remolinean elementos tan contrarios. LaFrancia estuvo a punto de ceder a esta atraccin, y no singrandes esfuerzos de remo y vela, no sin perder elgobernalle, logr alejarse y mantenerse a la distancia. Susms hbiles polticos no han alcanzado a comprender nadade lo que sus ojos han visto, al echar una mirada precipitadasobre el poder americano que desafiaba a la gran nacin. Alver las lavas ardientes que se revuelcan, se agitan, se chocanbramando en este gran foco de lucha intestina, los que porms avisados se tienen han dicho: Es un volcn subalterno,sin nombre, de los muchos que aparecen en la Amrica;pronto se extinguir; y han vuelto a otra parte sus miradas,satisfechos de haber dado una solucin tan fcil como exactade los fenmenos sociales que slo han visto en grupo ysuperficialmente. A la Amrica del Sur en general, y a laRepblica Argentina sobre todo, le ha hecho falta unTocqueville, que, premunido del conocimiento de las teorassociales, como el viajero cientfico de barmetros, octantes ybrjulas, viniera a penetrar en el interior de nuestra vidapoltica, como en un campo vastsimo y an no explorado nidescrito por la ciencia, y revelase a la Europa, a la Francia,tan vida de fases nuevas en la vida de las diversas porcionesde la humanidad, este nuevo modo de ser, que no tieneantecedentes bien marcados y conocidos. Hubirase,entonces, explicado el misterio de la lucha obstinada que

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    despedaza a aquella Repblica; hubiranse clasificadodistintamente los elementos contrarios, invencibles, que sechocan; hubirase asignado su parte a la configuracin delterreno y a los hbitos que ella engendra; su parte a lastradiciones espaolas y a la conciencia nacional, inicua,plebeya, que han dejado la Inquisicin y el absolutismohispano; su parte a la influencia de las ideas opuestas quehan trastornado el mundo poltico; su parte a la barbarieindgena; su parte a la civilizacin europea; su parte, en fin, ala democracia consagrada por la revolucin de 1810; a laigualdad, cuyo dogma ha penetrado hasta las capas inferioresde la sociedad. Este estudio que nosotros no estamos an enestado de hacer por nuestra falta de instruccin filosfica ehistrica, hecho por observadores competentes, habrarevelado a los ojos atnitos de la Europa un mundo nuevoen poltica, una lucha ingenua, franca y primitiva entre losltimos progresos del espritu humano y los rudimentos de lavida salvaje, entre las ciudades populosas y los bosquessombros. Entonces se habra podido aclarar un poco elproblema de la Espaa, esa rezagada a la Europa, que,echada entre el Mediterrneo y el Ocano, entre la EdadMedia y el siglo XIX, unida a la Europa culta por un anchoistmo y separada del frica brbara por un angosto estrecho,est balancendose entre dos fuerzas opuestas, yalevantndose en la balanza de los pueblos libres, ya cayendoen la de los despotizados; ya impa, ya fantica; oraconstitucionalista declarada, ora desptica impudente;maldiciendo sus cadenas rotas a veces, ya cruzando losbrazos, y pidiendo a gritos que le impongan el yugo, que

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    parece ser su condicin y su modo de existir. Qu! Elproblema de la Espaa europea, no podra resolverseexaminando minuciosamente la Espaa americana, comopor la educacin y hbitos de los hijos se rastrean las ideas yla moralidad de los padres? Qu! No significa nada para lahistoria y la filosofa esta eterna lucha de los puebloshispanoamericanos, esa falta supina de capacidad poltica eindustrial que los tiene inquietos y revolvindose sin nortefijo, sin objeto preciso, sin que sepan por qu no puedenconseguir un da de reposo, ni qu mano enemiga los echa yempuja en el torbellino fatal que los arrastra, mal de su gradoy sin que les sea dado sustraerse a su malfica influencia?No vala la pena de saber por qu en el Paraguay, tierradesmontada por la mano sabia del jesuitismo, un sabioeducado en las aulas de la antigua Universidad de Crdobaabre una nueva pgina en la historia de las aberraciones delespritu humano, encierra a un pueblo en sus lmites debosques primitivos, y, borrando las sendas que conducen aesta China recndita, se oculta y esconde durante treintaaos su presa, en las profundidades del continenteamericano, y sin dejarla lanzar un solo grito, hasta quemuerto, l mismo, por la edad y la quieta fatiga de estarinmvil pisando un suelo sumiso, ste puede al fin, con vozextenuada y apenas inteligible, decir a los que vagan por susinmediaciones: vivo an!, pero cunto he sufrido!, quantummutatus ab illo! Qu transformacin ha sufrido el Paraguay;qu cardenales y llagas ha dejado el yugo sobre su cuello, queno opona resistencia! No merece estudio el espectculo dela Repblica Argentina, que, despus de veinte aos de

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    convulsin interna, de ensayos de organizacin de todognero, produce, al fin, del fondo de sus entraas, de lontimo de su corazn, al mismo doctor Francia en la personade Rosas, pero ms grande, ms desenvuelto y ms hostil, sise puede, a las ideas, costumbres y civilizacin de los puebloseuropeos? No se descubre en l el mismo rencor contra elelemento extranjero, la misma idea de la autoridad delGobierno, la misma insolencia para desafiar la reprobacindel mundo, con ms, su originalidad salvaje, su carcterframente feroz y su voluntad incontrastable, hasta elsacrificio de la patria, como Sagunto y Numancia; hastaabjurar el porvenir y el rango de nacin culta, como laEspaa de Felipe II y de Torquemada? Es ste un caprichoaccidental, una desviacin mecnica causada por la aparicinde la escena, de un genio poderoso; bien as como losplanetas se salen de su rbita regular, atrados por laaproximacin de algn otro, pero sin sustraerse del todo a laatraccin de su centro de rotacin, que luego asume lapreponderancia y les hace entrar en la carrera ordinaria? M.Guizot ha dicho desde la tribuna francesa: Hay en Amricados partidos: el partido europeo y el partido americano; stees el ms fuerte; y cuando le avisan que los franceses hantomado las armas en Montevideo y han asociado suporvenir, su vida y su bienestar al triunfo del partidoeuropeo civilizado, se contenta con aadir: Los francesesson muy entrometidos, y comprometen a su nacin con losdems gobiernos. Bendito sea Dios! M. Guizot, elhistoriador de la civilizacin europea, el que ha deslindado loselementos nuevos que modificaron la civilizacin romana y

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    que ha penetrado en el enmaraado laberinto de la EdadMedia, para mostrar cmo la nacin francesa ha sido el crisolen que se ha estado elaborando, mezclando y refundiendo elespritu moderno; M. Guizot, ministro del rey de Francia, dapor toda solucin a esta manifestacin de simpatasprofundas entre los franceses y los enemigos de Rosas: Sonmuy entrometidos los franceses! Los otros pueblosamericanos, que, indiferentes e impasibles, miran esta lucha yestas alianzas de un partido argentino con todo elementoeuropeo que venga a prestarle su apoyo, exclaman a su vezllenos de indignacin: Estos argentinos son muy amigos delos europeos! Y el tirano de la Repblica Argentina seencarga oficiosamente de completarles la frase, aadiendo:Traidores a la causa americana! Cierto!, dicen todos;traidores!, sta es la palabra. Cierto!, decimos nosotros;traidores a la causa americana, espaola, absolutista, brbara!No habis odo la palabra salvaje, que anda revoloteandosobre nuestras cabezas?

    De eso se trata: de ser o no ser salvaje. Rosas, segn esto,no es un hecho aislado, una aberracin, una monstruosidad?Es, por el contrario, una manifestacin social; es unafrmula de una manera de ser de un pueblo? Para qu osobstinis en combatirlo, pues, si es fatal, forzoso, natural ylgico? Dios mo! Para qu lo combats!... Acaso porque laempresa es ardua, es por eso absurda? Acaso porque el malprincipio triunfa, se le ha de abandonar resignadamente elterreno? Acaso la civilizacin y la libertad son dbiles hoyen el mundo, porque la Italia gima bajo el peso de todos losdespotismos, porque la Polonia ande errante sobre la tierra

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    mendigando un poco de pan y un poco de libertad? Por qulo combats!... Acaso no estamos vivos los que despus detantos desastres sobrevivimos an; o hemos perdido nuestraconciencia de lo justo y del porvenir de la patria, porque,hemos perdido algunas batallas? Qu!, se quedan tambinlas ideas entre los despojos de los combates? Somos dueosde hacer otra cosa que lo que hacemos, ni ms ni menoscomo Rosas no puede dejar de ser lo que es? No hay nadade providencial en estas luchas de los pueblos? Concedisejams el triunfo a quien no sabe perseverar? Por otra parte,hemos de abandonar un suelo de los ms privilegiados de laAmrica a las devastaciones de la barbarie, mantener cienros navegables, abandonados a las aves acuticas que estnen quieta posesin de surcarlos ellas solas ab initio?

    Hemos de cerrar voluntariamente la puerta a lainmigracin europea que llama con golpes repetidos parapoblar nuestros desiertos, y hacernos, a la sombra de nuestropabelln, pueblo innumerable como las arenas del mar?Hemos de dejar, ilusorios y vanos, los sueos dedesenvolvimiento, de poder y de gloria, con que nos hanmecido desde la infancia, los pronsticos que con envidianos dirigen los que en Europa estudian las necesidades de lahumanidad? Despus de la Europa, hay otro mundocristiano civilizable y desierto que la Amrica? Hay en laAmrica muchos pueblos que estn, como el argentino,llamados, por lo pronto, a recibir la poblacin europea quedesborda como el lquido en un vaso? No queris, en fin,que vayamos a invocar la ciencia y la industria en nuestroauxilio, a llamarlas con todas nuestras fuerzas, para que

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    vengan a sentarse en medio de nosotros, libre la una de todatraba puesta al pensamiento, segura la otra de toda violenciay de toda coaccin? Oh! Este porvenir no se renuncia asno ms! No se renuncia porque un ejrcito de 20.000hombres guarde la entrada de la patria: los soldados muerenen los combates, desertan o cambian de bandera. No serenuncia porque la fortuna haya favorecido a un tiranodurante largos y pesados aos: la fortuna es ciega, y un daque no acierte a encontrar a su favorito, entre el humo densoy la polvareda sofocante de los combates, adis tirano!;adis tirana! No se renuncia porque todas las brutales eignorantes tradiciones coloniales hayan podido ms, en unmomento de extravo, en el nimo de masas inexpertas: lasconvulsiones polticas traen tambin la experiencia y la luz, yes ley de la humanidad que los intereses nuevos, las ideasfecundas, el progreso, triunfen al fin de las tradicionesenvejecidas, de los hbitos ignorantes y de laspreocupaciones estacionarias. No se renuncia porque en unpueblo haya millares de hombres candorosos que toman elbien por el mal, egostas que sacan de l su provecho,indiferentes que lo ven sin interesarse, tmidos que no seatreven a combatirlo, corrompidos, en fin, que noconocindolo se entregan a l por inclinacin al mal, pordepravacin: siempre ha habido en los pueblos todo esto, ynunca el mal ha triunfado definitivamente. No se renunciaporque los dems pueblos americanos no puedan prestarnossu ayuda; porque los gobiernos no ven de lejos sino el brillodel poder organizado, y no distinguen en la oscuridadhumilde y desamparada de las revoluciones los elementos

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    grandes que estn forcejeando por desenvolverse; porque laoposicin pretendida liberal abjure de sus principios,imponga silencio a su conciencia, y por aplastar bajo su pieun insecto que la importuna, huelle la noble planta a que eseinsecto se apegaba. No se renuncia porque los pueblos enmasa nos den la espalda a causa de que nuestras miserias ynuestras grandezas estn demasiado lejos de su vista paraque alcancen a conmoverlos. No!; no se renuncia a unporvenir tan inmenso, a una misin tan elevada, por esecmulo de contradicciones y dificultades: las dificultades sevencen, las contradicciones se acaban a fuerza decontradecirlas!

    Desde Chile, nosotros nada podemos dar a los queperseveran en la lucha bajo todos los rigores de las privaciones,y con la cuchilla exterminadora, que, como la espada deDamocles, pende a todas horas sobre sus cabezas. Nada!,excepto ideas, excepto consuelos, excepto estmulos; armaninguna no es dado llevar a los combatientes, si no es la quela prensa libre de Chile suministra a todos los hombres libres.La prensa!, la prensa! He aqu, tirano, el enemigo quesofocaste entre nosotros. He aqu el vellocino de oro quetratamos de conquistar. He aqu cmo la prensa de Francia,Inglaterra, Brasil, Montevideo, Chile y Corrientes va a turbartu sueo en medio del silencio sepulcral de tus vctimas: heaqu que te has visto compelido a robar el don de lenguaspara paliar el mal, don que slo fue dado para predicar elbien. He aqu que desciendes a justificarte, y que vas portodos los pueblos europeos y americanos mendigando unapluma venal y fratricida, para que por medio de la prensa

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    defienda al que la ha encadenado! Por qu no permites entu patria la discusin que mantienes en todos los otrospueblos? Para qu, pues, tantos millares de vctimassacrificadas por el pual; para qu tantas batallas, si al cabohabas de concluir por la pacfica discusin de la prensa?

    El que haya ledo las pginas que preceden creer que esmi nimo trazar un cuadro apasionado de los actos debarbarie que han deshonrado el nombre de don Juan Manuelde Rosas. Que se tranquilicen los que abriguen este temor.An no se ha formado la ltima pgina de esta biografainmoral; an no est llena la medida; los das de su hroe nohan sido contados an. Por otra parte, las pasiones quesubleva entre sus enemigos son demasiado rencorosas an,para que pudieran ellos mismos poner fe en su imparcialidado en su justicia. Es de otro personaje de quien deboocuparme: Facundo Quiroga es el caudillo cuyos hechosquiero consignar en el papel.

    Diez aos ha que la tierra pesa sobre sus cenizas, y muycruel y emponzoada debiera mostrarse la calumnia quefuera a cavar los sepulcros en busca de vctimas. Quinlanz la bala oficial que detuvo su carrera? Parti de BuenosAires o de Crdoba? La historia explicar este arcano.Facundo Quiroga, empero, es el tipo ms ingenuo delcarcter de la guerra civil de la Repblica Argentina; es lafigura ms americana que la revolucin presenta. FacundoQuiroga enlaza y eslabona todos los elementos de desordenque hasta antes de su aparicin estaban agitndoseaisladamente en cada provincia; l hace de la guerra local, laguerra nacional, argentina, y presenta triunfante, al fin de

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    diez aos de trabajos, de devastaciones y de combates, elresultado de que slo supo aprovecharse el que lo asesin.

    He credo explicar la revolucin argentina con labiografa de Juan Facundo Quiroga, porque creo que lexplica suficientemente una de las tendencias, una de las dosfases diversas que luchan en el seno de aquella sociedadsingular.

    He evocado, pues, mis recuerdos, y buscado paracompletarlos los detalles que han podido suministrarmehombres que lo conocieron en su infancia, que fueron suspartidarios o sus enemigos, que han visto con sus ojos unoshechos, odo otros, y tenido conocimiento exacto de unapoca o de una situacin particular. An espero ms datosde los que poseo, que ya son numerosos. Si algunasinexactitudes se me escapan, ruego a los que las adviertanque me las comuniquen; porque en Facundo Quiroga no veoun caudillo simplemente, sino una manifestacin de la vidaargentina, tal como la han hecho la colonizacin y laspeculiaridades del terreno, a lo cual creo necesario consagraruna seria atencin, porque sin esto la vida y hechos deFacundo Quiroga son vulgaridades que no mereceranentrar, sino episdicamente, en el dominio de la historia.Pero Facundo, en relacin con la fisonoma de la naturalezagrandiosamente salvaje que prevalece en la inmensaextensin de la Repblica Argentina; Facundo, expresin fielde una manera de ser de un pueblo, de sus preocupaciones einstintos; Facundo, en fin, siendo lo que fue, no por unaccidente de su carcter, sino por antecedentes inevitables yajenos de su voluntad, es el personaje histrico ms singular,

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    ms notable, que puede presentarse a la contemplacin delos hombres que comprenden que un caudillo que encabezaun gran movimiento social no es ms que el espejo en que sereflejan, en dimensiones colosales, las creencias, lasnecesidades, preocupaciones y hbitos de una nacin en unapoca dada de su historia. Alejandro es la pintura, el reflejode la Grecia guerrera, literaria, poltica y artstica; de laGrecia escptica, filosfica y emprendedora, que se derramasobre el Asia, para extender la esfera de su accincivilizadora.

    Por esto nos es necesario detenernos en los detalles de lavida interior del pueblo argentino, para comprender su ideal,su personificacin.

    Sin estos antecedentes, nadie comprender a FacundoQuiroga, como nadie, a mi juicio, ha comprendido, todava,al inmortal Bolvar, por la incompetencia de los bigrafosque han trazado el cuadro de su vida. En la Enciclopedia Nuevahe ledo un brillante trabajo sobre el general Bolvar, en elque se hace a aquel caudillo americano toda la justicia quemerece por sus talentos y por su genio; pero en estabiografa, como en todas las otras que de l se han escrito, hevisto al general europeo, los mariscales del Imperio, unNapolen menos colosal; pero no he visto al caudilloamericano, al jefe de un levantamiento de las masas; veo elremedo de la Europa, y nada que me revele la Amrica.

    Colombia tiene llanos, vida pastoril, vida brbara,americana pura, y de ah parti el gran Bolvar; de aquelbarro hizo su glorioso edificio. Cmo es, pues, que subiografa lo asemeja a cualquier general europeo de

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    esclarecidas prendas? Es que las preocupaciones clsicaseuropeas del escritor desfiguran al hroe, a quien quitan elponcho para presentarlo desde el primer da con el frac, ni msni menos como los litgrafos de Buenos Aires han pintado aFacundo con casaca de solapas, creyendo impropia suchaqueta, que nunca abandon. Bien: han hecho un general,pero Facundo desaparece. La guerra de Bolvar puedenestudiarla en Francia en la de los chouanes: Bolvar es unCharette de ms anchas dimensiones. Si los espaoleshubieran penetrado en la Repblica Argentina el ao 11,acaso nuestro Bolvar habra sido Artigas, si este caudillohubiese sido tan prdigamente dotado por la naturaleza y laeducacin.

    La manera de tratar la historia de Bolvar, de losescritores europeos y americanos, conviene a San Martn y aotros de su clase. San Martn no fue caudillo popular; erarealmente un general. Habase educado en Europa y lleg aAmrica, donde el Gobierno era el revolucionario, y podaformar a sus anchas el ejrcito europeo, disciplinarlo y darbatallas regulares, segn las reglas de la ciencia. Suexpedicin sobre Chile es una conquista en regla, como la deItalia por Napolen. Pero si San Martn hubiese tenido queencabezar montoneras, ser vencido aqu, para ir a reunir ungrupo de llaneros por all, lo habran colgado a su segundatentativa.

    El drama de Bolvar se compone, pues, de otroselementos de los que hasta hoy conocemos: es preciso ponerantes las decoraciones y los trajes americanos, para mostrarenseguida el personaje. Bolvar es, todava, un cuento forjado

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    sobre datos ciertos: Bolvar, el verdadero Bolvar, no loconoce an el mundo, y es muy probable que, cuando lotraduzcan a su idioma natal, aparezca ms sorprendente yms grande an.

    Razones de este gnero me han movido a dividir esteprecipitado trabajo en dos partes: la una, en que trazo elterreno, el paisaje, el teatro sobre que va a representarse laescena; la otra en que aparece el personaje, con su traje, susideas, su sistema de obrar; de manera que la primera est yarevelando a la segunda, sin necesidad de comentarios niexplicaciones.

    Seor don Valentn Alsina:Consgrole, mi caro amigo, estas pginas que vuelven a

    ver la luz pblica, menos por lo que ellas valen, que por elconato de usted de amenguar con sus notas los muchoslunares que afeaban la primera edicin. Ensayo y revelacin,para m mismo, de mis ideas, el Facundo adoleci de losdefectos de todo fruto de la inspiracin del momento, sin elauxilio de documentos a la mano, y ejecutada no bien eraconcebida, lejos del teatro de los sucesos y con propsitosde accin inmediata y militante. Tal como l era, mi pobrelibrejo ha tenido la fortuna de hallar en aquella tierra, cerradaa la verdad y a la discusin, lectores apasionados, y de manoen mano, deslizndose furtivamente, guardado en algnsecreto escondite, para hacer alto en sus peregrinaciones,emprender largos viajes, y ejemplares por centenas llegar,ajados y despachurrados de puro ledos, hasta Buenos Aires,a las oficinas del pobre tirano, a los campamentos delsoldado y a la cabaa del gaucho, hasta hacerse l mismo, en

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    las hablillas populares, un mito como su hroe.He usado con parsimonia de sus preciosas notas,

    guardando las ms substanciales para tiempos mejores y msmeditados trabajos, temeroso de que por retocar obra taninforme desapareciese su fisonoma primitiva y la lozana yvoluntariosa audacia de la mal disciplinada concepcin.

    Este libro, como tantos otros que la lucha de la libertadha hecho nacer, ir bien pronto a confundirse en el frragoinmenso de materiales, de cuyo caos discordante saldr unda, depurada de todo resabio, la historia de nuestra patria, eldrama ms fecundo en lecciones, ms rico en peripecias yms vivaz que la dura y penosa transformacin americana hapresentado. Feliz yo, si, como lo deseo, puedo un daconsagrarme con xito a tarea tan grande! Echara al fuego,entonces, de buena gana, cuantas pginas precipitadas hedejado escapar en el combate en que usted y tantos otrosvalientes escritores han cogido los ms frescos laureles,hiriendo de ms cerca, y con armas mejor templadas, alpoderoso tirano de nuestra patria.

    He suprimido la introduccin como intil, y los doscaptulos ltimos como ociosos hoy, recordando unaindicacin de usted, en 1846, en Montevideo, en que meinsinuaba que el libro estaba terminado en la muerte deQuiroga.

    Tengo una ambicin literaria, mi caro amigo, y asatisfacerla consagro muchas vigilias, investigaciones prolijasy estudios meditados. Facundo muri corporalmente enBarranca-Yaco; pero su nombre en la Historia podaescaparse y sobrevivir algunos aos, sin castigo ejemplar

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    como era merecido. La justicia de la Historia ha cado, ya,sobre l, y el reposo de su tumba, gurdanlo la supresin desu nombre y el desprecio de los pueblos. Sera agraviar a laHistoria escribir la vida de Rosas, y humillar a nuestra patria,recordarla, despus de rehabilitada, las degradaciones porque ha pasado. Pero hay otros pueblos y otros hombres queno deben quedar sin humillacin y sin ser aleccionados. Oh!La Francia, tan justamente erguida por su suficiencia en lasciencias histricas, polticas y sociales; la Inglaterra, tancontemplativa de sus intereses comerciales; aquellos polticosde todos los pases, aquellos escritores que se precian deentendidos, si un pobre narrador americano se presentaseante ellos como un libro, para mostrarles, como Diosmuestra las cosas que llamamos evidentes, que se hanprosternado ante un fantasma, que han contemporizado conuna sombra impotente, que han acatado un montn debasura, llamando a la estupidez energa; a la ceguedad,talento; virtud a la crpula e intriga, y diplomacia a los msgroseros ardides; si pudiera hacerse esto, como es posiblehacerlo, con uncin en las palabras, con intachableimparcialidad en la justipreciacin de los hechos, conexposicin lucida y animada, con elevacin de sentimientos ycon conocimiento profundo de los intereses de los pueblos ypresentimiento, fundado en deduccin lgica, de los bienesque sofocaron con sus errores y de los males quedesarrollaron en nuestro pas e hicieron desbordar sobreotros..., no siente usted que el que tal hiciera podrapresentarse en Europa con su libro en la mano, y decir a laFrancia y a la Inglaterra, a la Monarqua y a la Repblica, a

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    Palmerston y a Guizot, a Luis Felipe y a Luis Napolen, alTimes y a la Presse: Leed, miserables, y humillaos! He ahvuestro hombre!, y hacer efectivo aquel ecce homo, tan malsealado por los poderosos, al desprecio y al asco de lospueblos!

    La historia de la tirana de Rosas es la ms solemne, lams sublime y la ms triste pgina de la especie humana,tanto para los pueblos que de ella han sido vctimas comopara las naciones, gobiernos y polticos europeos oamericanos que han sido actores en el drama o testigosinteresados.

    Los hechos estn ah consignados, clasificados, probados,documentados; fltales, empero, el hilo que ha de ligarlos enun solo hecho, el soplo de vida que ha de hacerlosenderezarse todos a un tiempo a la vista del espectador yconvertirlos en cuadro vivo, con primeros planos palpables ylontananzas necesarias; fltale el colorido que dan el paisaje,los rayos del sol de la patria; fltale la evidencia que trae laestadstica, que cuenta las cifras, que impone silencio a losfraseadores presuntuosos y hace enmudecer a los poderososimpudentes. Fltame, para intentarlo, interrogar el suelo yvisitar los lugares de la escena, or las revelaciones de loscmplices, las deposiciones de las vctimas, los recuerdos delos ancianos, las doloridas narraciones de las madres, queven con el corazn; fltame escuchar el eco confuso delpueblo, que ha visto y no ha comprendido, que ha sidoverdugo y vctima, testigo y actor; falta la madurez del hechocumplido y el paso de una poca a otra, el cambio de losdestinos de la nacin, para volver, con fruto, los ojos hacia

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    atrs, haciendo de la historia ejemplo y novenganza.Imagnese usted, mi caro amigo, si codiciando para m

    este tesoro, prestar grande atencin a los defectos einexactitudes de la vida de Juan Facundo Quiroga ni de nadade cuanto he abandonado a la publicidad. Hay una justiciaejemplar que hacer y una gloria que adquirir como escritorargentino: fustigar al mundo y humillar la soberbia de losgrandes de la tierra, llmense sabios o gobiernos. Si fuerarico, fundara un premio Monthion para aquel que loconsiguiera.

    Envole, pues, el Facundo sin otras atenuaciones, y hgaloque contine la obra de rehabilitacin de lo justo y de lodigno que tuvo en mira al principio. Tenemos lo que Diosconcede a los que sufren: aos por delante y esperanzas;tengo yo un tomo de lo que a usted y a Rosas, a la virtud yal crimen, concede a veces: perseverancia Perseveremos,amigo: muramos, usted ah, yo ac; pero que ningn acto,ninguna palabra nuestra revele que tenemos la conciencia denuestra debilidad y de que nos amenazan para hoy o paramaana tribulaciones y peligros.

    DOMINGO SARMIENTO Yungay, 7 de abril de 1851.

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    1. Aspecto fsico de la Repblica Argentina ycaracteres, hbitos e ideas que engendra.

    L'tendue des Pampas est si prodigieuse, qu'au nord elles sont bornespar des bosquets de palmiers, et au midi par des neiges ternelles.

    HEAD

    El continente americano termina al sur en una punta, encuya extremidad se forma el Estrecho de Magallanes. Aloeste, y a corta distancia del Pacfico, se extienden, paralelosa la costa, los Andes chilenos. La tierra que queda al orientede aquella cadena de montaas y al occidente del Atlntico,siguiendo el Ro de la Plata hacia el interior por el Uruguayarriba, es el territorio que se llam Provincias Unidas del Rode la Plata, y en el que an se derrama sangre pordenominarlo Repblica Argentina o ConfederacinArgentina. Al norte estn el Paraguay, el Gran Chaco yBolivia, sus lmites presuntos.

    La inmensa extensin de pas que est en sus extremos esenteramente despoblada, y ros navegables posee que no hasurcado an el frgil barquichuelo. El mal que aqueja a laRepblica Argentina es la extensin: el desierto la rodea por

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    todas partes, y se le insina en las entraas; la soledad, eldespoblado sin una habitacin humana, son, por lo general,los lmites incuestionables entre unas y otras provincias. All,la inmensidad por todas partes: inmensa la llanura, inmensoslos bosques, inmensos los ros, el horizonte siempre incierto,siempre confundindose con la tierra, entre celajes y vaporestenues, que no dejan, en la lejana perspectiva, sealar elpunto en que el mundo acaba y principia el cielo. Al sur y alnorte, acchanla los salvajes, que aguardan las noches deluna para caer, cual enjambre de hienas, sobre los ganadosque pacen en los campos y sobre las indefensas poblaciones.En la solitaria caravana de carretas que atraviesapesadamente las pampas, y que se detiene a reposar pormomentos, la tripulacin, reunida en torno del escaso fuego,vuelve maquinalmente la vista hacia el sur, al ms ligerosusurro del viento que agita las yerbas secas, para hundir susmiradas en las tinieblas profundas de la noche, en busca delos bultos siniestros de la horda salvaje que puede, de unmomento a otro, sorprenderla desapercibida. Si el odo noescucha rumor alguno, si la vista no alcanza a calar el velooscuro que cubre la callada soledad, vuelve sus miradas, paratranquilizarse del todo, a las orejas de algn caballo que estinmediato al fogn, para observar si estn inmviles ynegligentemente inclinadas hacia atrs. Entonces contina laconversacin interrumpida, o lleva a la boca el tasajo decarne, medio sollamado, de que se alimenta Si no es laproximidad del salvaje lo que inquieta al hombre del campo,es el temor de un tigre que lo acecha, de una vbora que nopuede pisar. Esta inseguridad de la vida, que es habitual y

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    permanente en las campaas, imprime, a mi parecer, en elcarcter argentino, cierta resignacin estoica para la muerteviolenta, que hace de ella uno de los percances inseparablesde la vida, una manera de morir como cualquiera otra, ypuede, quiz, explicar, en parte, la indiferencia con que dan yreciben la muerte, sin dejar en los que sobrevivenimpresiones profundas y duraderas.

    La parte habitada de este pas privilegiado en dones, yque encierra todos los climas, puede dividirse en tresfisonomas distintas, que imprimen a la poblacincondiciones diversas, segn la manera como tiene queentenderse con la naturaleza que la rodea. Al norte,confundindose con el Chaco, un espeso bosque cubre, consu impenetrable ramaje, extensiones que llamaramosinauditas, si en formas colosales hubiese nada inaudito entoda la extensin de la Amrica. Al centro, y en una zonaparalela, se disputan largo tiempo el terreno, la pampa y laselva; domina en partes el bosque, se degrada en matorralesenfermizos y espinosos; presntase de nuevo la selva, amerced de algn ro que la favorece, hasta que, al fin, al sur,triunfa la pampa y ostenta su lisa y velluda frente, infinita, sinlmite conocido, sin accidente notable; es la imagen del maren la tierra, la tierra como en el mapa; la tierra aguardandotodava que se la mande producir las plantas y toda clase desimiente.

    Pudiera sealarse, como un rasgo notable de la fisonomade este pas, la aglomeracin de ros navegables que al este sedan cita de todos los rumbos del horizonte, para reunirse enel Plata y presentar, dignamente, su estupendo tributo al

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    ocano, que lo recibe en sus flancos, no sin muestras visiblesde turbacin y de respeto. Pero estos inmensos canalesexcavados por la solcita mano de la naturaleza nointroducen cambio ninguno en las costumbres nacionales. Elhijo de los aventureros espaoles que colonizaron el pas,detesta la navegacin, y se considera como aprisionado enlos estrechos lmites del bote o de la lancha. Cuando un granro le ataja el paso, se desnuda tranquilamente, apresta sucaballo y lo endilga nadando a algn islote que se divisa a lolejos; arribado a l, descansan caballo y caballero, y de isloteen islote se completa, al fin, la travesa.

    De este modo, el favor ms grande que la Providenciadepara a un pueblo, el gaucho argentino lo desdea, viendoen l, ms bien, un obstculo opuesto a sus movimientos,que el medio ms poderoso de facilitarlos: de este modo, lafuente del engrandecimiento de las naciones, lo que hizo lacelebridad remotsima del Egipto, lo que engrandeci a laHolanda y es la causa del rpido desenvolvimiento deNorteamrica, la navegacin de los ros o la canalizacin, esun elemento muerto, inexplotado por el habitante de lasmrgenes del Bermejo, Pilcomayo, Paran, Paraguay yUruguay. Desde el Plata, remontan aguas arriba algunasnavecillas tripuladas por italianos y carcamanes; pero elmovimiento sube unas cuantas leguas y cesa casi de todopunto. No fue dado a los espaoles el instinto de lanavegacin, que poseen en tan alto grado los sajones delnorte. Otro espritu se necesita que agite esas arterias, en quehoy se estagnan los fluidos vivificantes de una nacin. Detodos estos ros que debieran llevar la civilizacin, el poder y

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    la riqueza, hasta las profundidades ms recnditas delcontinente y hacer de Santa Fe, Entre Ros, Corrientes,Crdoba, Salta, Tucumn y Jujuy, otros tantos pueblosnadando en riqueza y rebosando poblacin y cultura, slouno hay que es fecundo en beneficio para los que moran ensus riberas: el Plata, que los resume a todos juntos.

    En su embocadura estn situadas dos ciudades:Montevideo y Buenos Aires, cosechando hoy,alternativamente, las ventajas de su envidiable posicin.Buenos Aires est llamada a ser, un da, la ciudad msgigantesca de ambas Amricas. Bajo un clima benigno,seora de la navegacin de cien ros que fluyen a sus pies,reclinada muellemente sobre un inmenso territorio, y contrece provincias interiores que no conocen otra salida parasus productos, fuera ya la Babilonia americana, si el espritude la pampa no hubiese soplado sobre ella y si no ahogase ensus fuentes el tributo de riqueza que los ros y las provinciastienen que llevarla siempre. Ella sola, en la vasta extensinargentina, est en contacto con las naciones europeas; ellasola explota las ventajas del comercio extranjero; ella solatiene poder y rentas. En vano le han pedido las provinciasque les deje pasar un poco de civilizacin de industria y depoblacin europea: una poltica estpida y colonial se hizosorda a estos clamores. Pero las provincias se vengaronmandndole en Rosas, mucho y demasiado de la barbarieque a ellas les sobraba.Harto caro la han pagado los quedecan: La Repblica Argentina acaba en el Arroyo delMedio. Ahora llega desde los Andes hasta el mar: labarbarie y la violencia bajaron a Buenos Aires, ms all del

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    nivel de las provincias. No hay que quejarse de BuenosAires, que es grande y lo ser ms, porque as le cupo ensuerte. Debiramos quejarnos, antes, de la Providencia, ypedirle que rectifique la configuracin de la tierra. No siendoesto posible, demos por bien hecho lo que de mano deMaestro est hecho. Quejmonos de la ignorancia de estepoder brutal, que esteriliza para s y para las provincias losdones que natura prodig al pueblo que extrava. BuenosAires, en lugar de mandar ahora luces, riqueza y prosperidadal interior, mndale slo cadenas, hordas exterminadoras ytiranuelos subalternos. Tambin se venga del mal que lasprovincias le hicieron con prepararle a Rosas!

    He sealado esta circunstancia de la posicinmonopolizadora de Buenos Aires para mostrar que hay unaorganizacin del suelo, tan central y unitaria en aquel pas,que aunque Rosas hubiera gritado de buena fe: Federacin omuerte!, habra concluido por el sistema unitario que hoy haestablecido. Nosotros, empero, queramos la unidad en lacivilizacin y en la libertad, y se nos ha dado la unidad en labarbarie y en la esclavitud. Pero otro tiempo vendr en quelas cosas entren en su cauce ordinario. Lo que por ahorainteresa conocer, es que los progresos de la civilizacin seacumulan en Buenos Aires solo: la pampa es un malsimoconductor para llevarla y distribuirla en las provincias, y yaveremos lo que de aqu resulta. Pero sobre todos estosaccidentes peculiares a ciertas partes de aquel territoriopredomina una faccin general, uniforme y constante; ya seaque la tierra est cubierta de la lujosa y colosal vegetacin delos trpicos, ya sea que arbustos enfermizos, espinosos y

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    desapacibles revelen la escasa porcin de humedad que lesda vida; ya, en fin, que la pampa ostente su despejada ymontona faz, la superficie de la tierra es generalmente llanay unida, sin que basten a interrumpir esta continuidad sinlmites las tierras de San Luis y Crdoba en el centro, yalgunas ramificaciones avanzadas de los Andes, al norte.Nuevo elemento de unidad para la nacin que pueble, unda, aquellas grandes soledades, pues que es sabido que lasmontaas que se interponen entre unos y otros pases, y losdems obstculos naturales, mantienen el aislamiento de lospueblos y conservan sus peculiaridades primitivas.Norteamrica est llamada a ser una federacin, menos porla primitiva independencia de las plantaciones que por suancha exposicin al Atlntico y las diversas salidas que alinterior dan: el San Lorenzo al norte, el Mississip al sur y lasinmensas canalizaciones al centro. La Repblica Argentina esuna e indivisible.

    Muchos filsofos han credo, tambin, que las llanuraspreparaban las vas al despotismo, del mismo modo que lasmontaas prestaban asidero a las resistencias de la libertad.Esta llanura sin lmites, que desde Salta a Buenos Aires, y deall a Mendoza, por una distancia de ms de setecientasleguas, permite rodar enormes y pesadas carretas, sinencontrar obstculo alguno, por caminos en que la mano delhombre apenas ha necesitado cortar algunos rboles ymatorrales, esta llanura constituye uno de los rasgos msnotables de la fisonoma interior de la Repblica. Parapreparar vas de comunicacin, basta slo el esfuerzo delindividuo y los resultados de la naturaleza bruta; si el arte

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    quisiera prestarle su auxilio, si las fuerzas de la sociedadintentaran suplir la debilidad del individuo, las dimensionescolosales de la obra arredraran a los ms emprendedores, yla incapacidad del esfuerzo lo hara inoportuno. As, enmateria de caminos, la naturaleza salvaje dar la ley pormucho tiempo, y la accin de la civilizacin permanecerdbil e ineficaz.

    Esta extensin de las llanuras imprime, por otra parte, ala vida del interior, cierta tintura asitica, que no deja de serbien pronunciada. Muchas veces, al salir la luna tranquila yresplandeciente por entre las yerbas de la tierra, la hesaludado maquinalmente con estas palabras de Volney, en sudescripcin de las Ruinas: La pleine lune, l'Orient s'levait surun fond bleutre aux plaines rives de l'Euphrate. Y, en efecto, hayalgo en las soledades argentinas que trae a la memoria lassoledades asiticas; alguna analoga encuentra el esprituentre la pampa y las llanuras que median entre el Tigris y elEfrates; algn parentesco en la tropa de carretas solitariaque cruza nuestras soledades para llegar, al fin de unamarcha de meses, a Buenos Aires, y la caravana de camellosque se dirige hacia Bagdad o Esmirna. Nuestras carretasviajeras son una especie de escuadra de pequeos bajeles,cuya gente tiene costumbres, idiomas y vestidos peculiares,que la distinguen de los otros habitantes, como el marino sedistingue de los hombres de tierra.

    Es el capataz un caudillo, como en Asia, el jefe de lacaravana: necestase, para este destino, una voluntad dehierro, un carcter arrojado hasta la temeridad, para contenerla audacia y turbulencia de los filibusteros de tierra, que ha

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    de gobernar y dominar l solo, en el desamparo del desierto.A la menor seal de insubordinacin, el capataz enarbola suchicote de fierro y descarga sobre el insolente golpes quecausan contusiones y heridas; si la resistencia se prolonga,antes de apelar a las pistolas, cuyo auxilio por lo generaldesdea, salta del caballo con el formidable cuchillo enmano, y reivindica, bien pronto, su autoridad, por la superiordestreza con que sabe manejarlo. El que muere en estasejecuciones del capataz no deja derecho a ningn reclamo,considerndose legtima la autoridad que lo ha asesinado.

    As es como en la vida argentina empieza a establecersepor estas peculiaridades el predominio de la fuerza brutal, lapreponderancia del ms fuerte, la autoridad sin lmites y sinresponsabilidad de los que mandan, la justicia administradasin formas y sin debates. La tropa de carretas lleva, adems,armamento: un fusil o dos por carreta y, a veces, uncaoncito giratorio en la que va a la delantera. Si losbrbaros la asaltan, forma un crculo, atando unas carretascon otras, y casi siempre resisten victoriosamente a lascodicias de los salvajes, vidos de sangre y de pillaje.

    La rrea de mulas cae, con frecuencia, indefensa enmanos de estos beduinos americanos, y rara vez los troperosescapan de ser degollados. En estos largos viajes, elproletario argentino adquiere el hbito de vivir lejos de lasociedad y a luchar individualmente con la naturaleza,endurecido en las privaciones, y sin contar con otrosrecursos que su capacidad y maa personal, para precaversede todos los riesgos que le cercan de continuo.

    El pueblo que habita estas extensas comarcas se

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    compone de dos razas diversas, que, mezclndose, formanmedios tintes imperceptibles, espaoles e indgenas. En lascampaas de Crdoba y San Luis predomina la raza espaolapura, y es comn encontrar en los campos, pastoreandoovejas, muchachas tan blancas, tan rosadas y hermosas,como querran serlo las elegantes de una capital. En Santiagodel Estero, el grueso de la poblacin campesina habla an laquichua, que revela su origen indio. En Corrientes, loscampesinos usan un dialecto espaol muy gracioso. -Dame,general, un chirip- decan a Lavalle sus soldados.

    En la campaa de Buenos Aires, se reconoce todava elsoldado andaluz; y en la ciudad predominan los apellidosextranjeros. La raza negra, casi extinta ya -excepto enBuenos Aires-, ha dejado sus zambos y mulatos, habitantesde las ciudades, eslabn que liga al hombre civilizado con elpalurdo; raza inclinada a la civilizacin, dotada de talento yde los ms bellos instintos de progresos.

    Por lo dems, de la fusin de estas tres familias haresultado un todo homogneo, que se distingue por su amora la ociosidad e incapacidad industrial, cuando la educacin ylas exigencias de una posicin social no vienen a ponerleespuela y sacarla de su paso habitual. Mucho debe habercontribuido a producir este resultado desgraciado laincorporacin de indgenas que hizo la colonizacin. Lasrazas americanas viven en la ociosidad, y se muestranincapaces, aun por medio de la compulsin, para dedicarse aun trabajo duro y seguido. Esto sugiri la idea de introducirnegros en Amrica, que tan fatales resultados ha producido.Pero no se ha mostrado mejor dotada de accin la raza

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    espaola, cuando se ha visto en los desiertos americanosabandonada a sus propios instintos.

    Da compasin y vergenza en la Repblica Argentinacomparar la colonia alemana o escocesa del sur de BuenosAires y la villa que se forma en el interior: en la primera, lascasitas son pintadas; el frente de la casa, siempre aseado,adornado de flores y arbustillos graciosos; el amueblado,sencillo, pero completo; la vajilla, de cobre o estao,reluciente siempre; la cama, con cortinillas graciosas, y loshabitantes, en un movimiento y accin continuos.Ordeando vacas, fabricando mantequilla y quesos, hanlogrado algunas familias hacer fortunas colosales y retirarse ala ciudad, a gozar de las comodidades.

    La villa nacional es el reverso indigno de esta medalla:nios sucios y cubiertos de harapos viven en una jaura deperros; hombres tendidos por el suelo, en la ms completainaccin; el desaseo y la pobreza por todas partes; una mesitay petacas por todo amueblado; ranchos miserables porhabitacin, y un aspecto general de barbarie y de incuria loshacen notables.

    Esta miseria, que ya va desapareciendo, y que es unaccidente de las campaas pastoras, motiv, sin duda, laspalabras que el despecho y la humillacin de las armasinglesas arrancaron a Walter Scott: Las vastas llanuras deBuenos Aires -dice- no estn pobladas sino por cristianossalvajes, conocidos bajo el nombre de guachos (por decirGauchos), cuyo principal amueblado consiste en crneos decaballos, cuyo alimento es carne cruda y agua y cuyopasatiempo favorito es reventar caballos en carreras

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    forzadas. Desgraciadamente -aade el buen gringo-,prefirieron su independencia nacional a nuestros algodones ymuselinas1.Sera bueno proponerle a la Inglaterra, por ver,no ms, cuntas varas de lienzo y cuntas piezas de muselinadara por poseer estas llanuras de Buenos Aires!

    Por aquella extensin sin lmites, tal como la hemosdescrito, estn esparcidas, aqu y all, catorce ciudadescapitales de provincia, que si hubiramos de seguir el ordenaparente, clasificramos, por su colocacin geogrfica:Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ros y Corrientes, a lasmrgenes del Paran; Mendoza, San Juan, Rioja, Catamarca,Tucumn, Salta y Jujuy, casi en lnea paralela con los Andeschilenos; Santiago, San Luis y Crdoba, al centro. Pero estamanera de enumerar los pueblos argentinos no conduce aninguno de los resultados sociales que voy solicitando. Laclasificacin que hace a mi objeto es la que resulta de losmedios de vivir del pueblo de las campaas, que es lo queinfluye en su carcter y espritu. Ya he dicho que la vecindadde los ros no imprime modificacin alguna, puesto que noson navegados sino en una escala insignificante y sininfluencia. Ahora, todos los pueblos argentinos, salvo SanJuan y Mendoza, viven de los productos del pastoreo;Tucumn explota, adems, la agricultura; y Buenos Aires, ams de un pastoreo de millones de cabezas de ganado, seentrega a las mltiples y variadas ocupaciones de la vidacivilizada.

    1 Life of Napoleon Bonaparte, tomo II, cap. I (Nota de la 1 edicin).

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    Las ciudades argentinas tienen la fisonoma regular decasi todas las ciudades americanas: sus calles cortadas enngulos rectos, su poblacin diseminada en una anchasuperficie, si se excepta a Crdoba, que, edificada en cortoy limitado recinto, tiene todas las apariencias de una dudadeuropea, a que dan mayor realce la multitud de torres ycpulas de sus numerosos y magnficos templos. La ciudades el centro de la civilizacin argentina, espaola, europea;all estn los talleres de las artes, las tiendas del comercio, lasescuelas y colegios, los juzgados, todo lo que caracteriza, enfin, a los pueblos cultos.

    La elegancia en los modales, las comodidades del lujo, losvestidos europeos, el frac y la levita tiene all su teatro y sulugar conveniente. No sin objeto hago esta enumeracintrivial. La ciudad capital de las provincias pastoras existealgunas veces ella sola, sin ciudades menores, y no faltaalguna en que el terreno inculto llegue hasta ligarse con lascalles. El desierto las circunda a ms o menos distancia: lascerca, las oprime; la naturaleza salvaje las reduce a unosestrechos oasis de civilizacin, enclavados en un llanoinculto, de centenares de millas cuadradas, apenasinterrumpido por una que otra villa de consideracin.Buenos Aires y Crdoba son las que mayor nmero de villashan podido echar sobre la campaa, como otros tantosfocos de civilizacin y de intereses municipales; ya esto es unhecho notable.

    El hombre de la ciudad viste el traje europeo, vive de lavida civilizada, tal como la conocemos en todas partes: allestn las leyes, las ideas de progreso, los medios de

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    instruccin, alguna organizacin municipal, el gobiernoregular, etc. Saliendo del recinto de la ciudad, todo cambiade aspecto: el hombre de campo lleva otro traje, que llamaramericano, por ser comn a todos los pueblos; sus hbitosde vida son diversos; sus necesidades, peculiares y limitadas;parecen dos sociedades distintas, dos pueblos extraos unode otro. An hay ms: el hombre de la campaa, lejos deaspirar a semejarse al de la ciudad, rechaza con desdn sulujo y sus modales corteses, y el vestido del ciudadano, elfrac, la capa, la silla, ningn signo europeo puede presentarseimpunemente en la campaa. Todo lo que hay de civilizadoen la ciudad est bloqueado all, proscripto afuera, y el queosara mostrarse con levita, por ejemplo, y montado en sillainglesa, atraera sobre s las burlas y las agresiones brutales delos campesinos.

    Estudiemos, ahora, la fisonoma exterior de las extensascampaas que rodean las ciudades y penetremos en la vidainterior de sus habitantes. Ya he dicho que en muchasprovincias el lmite forzoso es un desierto intermedio y sinagua. No sucede as, por lo general, con la campaa de unaprovincia, en la que reside la mayor parte de su poblacin.La de Crdoba, por ejemplo, que cuenta 160.000 almas,apenas veinte de stas estn dentro del recinto de la aisladaciudad; todo el grueso de la poblacin est en los campos,que, as como por lo comn son llanos, casi por todas partesson pastosos, ya estn cubiertos de bosques, ya desnudos devegetacin mayor, y en algunas, con tanta abundancia y detan exquisita calidad, que el prado artificial no llegara aaventajarles. Mendoza, y San Juan sobre todo, se exceptan

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    de esta peculiaridad de la superficie inculta, por lo que sushabitantes viven principalmente de los productos de laagricultura. En todo lo dems, abundando los pastos, la crade ganados es no la ocupacin de los habitantes, sino sumedio de subsistencia. Ya la vida pastoril nos vuelve,impensadamente, a traer a la imaginacin el recuerdo delAsia, cuyas llanuras nos imaginamos siempre cubiertas, aquy all, de las tiendas del calmuco, del cosaco o del rabe. Lavida primitiva de los pueblos, la vida eminentemente brbaray estacionaria, la vida de Abraham, que es la del beduino dehoy, asoma en los campos argentinos, aunque modificadapor la civilizacin de un modo extrao.

    La tribu rabe, que vaga por las soledades asiticas, vivereunida bajo el mando de un anciano de la tribu o un jefeguerrero; la sociedad existe, aunque no est fija en un puntodeterminado de la tierra; las creencias religiosas, lastradiciones inmemoriales, la invariabilidad de las costumbres,el respeto a los ancianos, forman reunidos un cdigo deleyes, de usos y de prcticas de gobierno, que mantiene lamoral, tal como la comprenden, el orden y la asociacin de latribu. Pero el progreso est sofocado, porque no puedehaber progreso sin la posesin permanente del suelo, sin laciudad, que es la que desenvuelve la capacidad industrial delhombre y le permite extender sus adquisiciones.

    En las llanuras argentinas no existe la tribu nmade: elpastor posee el suelo con ttulos de propiedad; est fijo enun punto, que le pertenece; pero, para ocuparlo, ha sidonecesario disolver la asociacin y derramar las familias sobreuna inmensa superficie. Imaginaos una extensin de dos mil

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    leguas cuadradas, cubierta toda de poblacin, pero colocadaslas habitaciones a cuatro leguas de distancia unas de otras, aocho, a veces, a dos, las ms cercanas. El desenvolvimientode la propiedad mobiliaria no es imposible; los goces del lujono son del todo incompatibles con este aislamiento: puedelevantar la fortuna un soberbio edificio en el desierto; pero elestmulo falta, el ejemplo desaparece, la necesidad demanifestarse con dignidad, que se siente en las ciudades, nose hace sentir all, en el aislamiento y la soledad. Lasprivaciones indispensables justifican la pereza natural, y lafrugalidad en los goces trae, enseguida, todas lasexterioridades de la barbarie. La sociedad ha desaparecidocompletamente; queda slo la familia feudal, aislada,reconcentrada; y, no habiendo sociedad reunida, toda clasede gobierno se hace imposible: la municipalidad no existe, lapolica no puede ejercerse y la justicia civil no tiene mediosde alcanzar a los delincuentes.

    Ignoro si el mundo moderno presenta un gnero deasociacin tan monstruoso como ste. Es todo lo contrariodel municipio romano, que reconcentraba en un recinto todala poblacin, y de all sala a labrar los campos circunvecinos.Exista, pues, una organizacin social fuerte, y sus benficosresultados se hacen sentir hasta hoy y han preparado lacivilizacin moderna. Se asemeja a la antigua sloboda esclavona,con la diferencia que aqulla era agrcola, y, por tanto, mssusceptible de gobierno: el desparramo de la poblacin noera tan extenso como ste. Se diferencia de la tribu nmadeen que aqulla anda en sociedad siquiera, ya que no seposesiona del suelo. Es, en fin, algo parecido a la feudalidad

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    de la Edad Media, en que los barones residan en el campo, ydesde all hostilizaban las ciudades y asolaban las campaas;pero aqu falta el barn y el castillo feudal. Si el poder selevanta en el campo, es momentneamente, es democrtico:ni se hereda, ni puede conservarse, por falta de montaas yposiciones fuertes. De aqu resulta que aun la tribu salvaje dela pampa est organizada mejor que nuestras campaas parael desarrollo moral.

    Pero lo que presenta de notable esta sociedad, en cuantoa su aspecto social, es su afinidad con la vida antigua, con lavida espartana o romana, si por otra parte no tuviese unadesemejanza radical. El ciudadano libre de Esparta o deRoma echaba sobre sus esclavos el peso de la vida material,el cuidado de proveer a la subsistencia, mientras que l vivalibre de cuidados en el foro, en la plaza pblica, ocupndoseexclusivamente de los intereses del Estado, de la paz, laguerra, las luchas de partido. El pastoreo proporciona lasmismas ventajas, y la funcin inhumana del ilota antiguo ladesempea el ganado. La procreacin espontnea forma yacrece indefinidamente la fortuna; la mano del hombre estpor dems; su trabajo, su inteligencia, su tiempo, no sonnecesarios para la conservacin y aumento de los medios devivir. Pero si nada de esto necesita para lo material de la vida,las fuerzas que economiza no puede emplearlas como elromano: fltale la ciudad, el municipio, la asociacin ntima,y, por tanto, fltale la base de todo desarrollo social; noestando reunidos los estancieros, no tienen necesidadespblicas que satisfacer: en una palabra, no hay res publica.

    El progreso moral, la cultura de la inteligencia descuidada

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    en la tribu rabe o trtara, es aqu no slo descuidada, sinoimposible. Dnde colocar la escuela para que asistan arecibir lecciones los nios diseminados a diez leguas dedistancia, en todas direcciones? As, pues, la civilizacin esdel todo irrealizable, la barbarie es normal, y gracias, si lascostumbres domsticas conservan un corto depsito demoral. La religin sufre las consecuencias de la disolucin dela sociedad; el curato es nominal, el plpito no tieneauditorio, el sacerdote huye de la capilla solitaria o sedesmoraliza en la inaccin y en la soledad; los vicios, elsimoniaquismo, la barbarie normal, penetran en su celda yconvierten su superioridad moral en elementos de fortuna yde ambicin, porque, al fin, concluye por hacerse caudillo departido.

    Yo he presenciado una escena campestre digna de lostiempos primitivos del mundo, anteriores a la institucin delsacerdocio. Hallbame en 1838 en la sierra de San Luis, encasa de un estanciero, cuyas dos ocupaciones favoritas eranrezar y jugar. Haba edificado una capilla en la que, losdomingos por la tarde, rezaba l mismo el rosario, parasuplir al sacerdote y al oficio divino de que por aos habancarecido. Era aqul un cuadro homrico: el sol llegaba alocaso; las majadas que volvan al redil, hendan el aire consus confusos balidos; el dueo de la casa, hombre de sesentaaos, de una fisonoma noble, en que la raza europea pura seostentaba por la blancura del cutis, los ojos azulados, lafrente, espaciosa y despejada, haca coro, a que contestabanuna docena de mujeres y algunos mocetones, cuyos caballos,no bien domados an, estaban amarrados cerca de la puerta

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    de la capilla. Concluido el rosario, hizo un fervorosoofrecimiento. Jams he odo voz ms llena de uncin, fervorms puro, fe ms firme, ni oracin ms bella, ms adecuada alas circunstancias, que la que recit. Peda en ella, a Dios,lluvia para los campos, fecundidad para los ganados, pazpara la Repblica, seguridad para los caminantes... Yo soymuy propenso a llorar, y aquella vez llor hasta sollozar,porque el sentimiento religioso se haba despertado en mialma con exaltacin y como una sensacin desconocida,porque nunca he visto escena ms religiosa; crea estar en lostiempos de Abraham, en su presencia, en la de Dios y de lanaturaleza que lo revela. La voz de aquel hombre candorosoe inocente me haca vibrar todas las fibras, y me penetrabahasta la mdula de los huesos.

    He aqu a lo que est reducida la religin en las campaaspastoras: a la religin natural; el cristianismo existe, como elidioma espaol, en clase de tradicin que se perpeta, perocorrompido, encarnado en supersticiones groseras, sininstruccin, sin culto y sin convicciones. En casi todas lascampaas apartadas de las ciudades ocurre que, cuandollegan comerciantes de San Juan o de Mendoza, lespresentan tres o cuatro nios de meses y de un ao para quelos bauticen, satisfechos de que, por su buena educacin,podrn hacerlo de un modo vlido; y no es raro que a lallegada de un sacerdote se le presenten mocetones, quevienen domando un potro, a que les ponga el leo yadministre el bautismo sub conditione.

    A falta de todos los medios de civilizacin y de progreso,que no pueden desenvolverse, sino a condicin de que los

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    hombres estn reunidos en sociedades numerosas, ved laeducacin del hombre del campo. Las mujeres guardan lacasa, preparan la comida, trasquilan las ovejas, ordean lasvacas, fabrican los quesos y tejen las groseras telas de que sevisten: todas las ocupaciones domsticas, todas las industriascaseras las ejerce la mujer: sobre ella pesa casi todo eltrabajo; y gracias, si algunos hombres se dedican a cultivarun poco de maz para el alimento de la familia, pues el pan esinusitado como mantencin ordinaria. Los nios ejercitansus fuerzas y se adiestran por placer, en el manejo del lazo yde las bolas, con que molestan y persiguen sin descanso a lasterneras y cabras; cuando son jinetes, y esto sucede luego deaprender a caminar, sirven a caballo en algunos quehaceres;ms tarde, y cuando ya son fuertes, recorren los campos,cayendo y levantando, rodando a designio en las vizcacheras,salvando precipicios y adiestrndose en el manejo delcaballo; cuando la pubertad asoma, se consagran a domarpotros salvajes, y la muerte es el castigo menor que lesaguarda, si un momento les faltan las fuerzas o el coraje. Conla juventud primera viene la completa independencia y ladesocupacin.

    Aqu principia la vida pblica, dir, del gaucho, pues quesu educacin est ya terminada. Es preciso ver a estosespaoles, por el idioma nicamente y por las confusasreligiosas que conservan, para saber apreciar los caracteresindmitos y altivos, que nacen de esta lucha del hombreaislado, con la naturaleza salvaje, del racional, del bruto; espreciso ver estas caras cerradas de barba, estos semblantesgraves y serios, como los de los rabes asiticos, para juzgar

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    del compasivo desdn que les inspira la vista del hombresedentario de las ciudades, que puede haber ledo muchoslibros, pero que no sabe aterrar un toro bravo y darlemuerte; que no sabr proveerse de caballo a campo abierto, apie y sin el auxilio de nadie; que nunca ha parado un tigre, yrecibdolo con el pual en una mano y el poncho envueltoen la otra, para meterle en la boca, mientras le traspasa elcorazn y lo deja tendido a sus pies. Este hbito de triunfarde las resistencias, de mostrarse siempre superior a lanaturaleza, desafiarla y vencerla, desenvuelveprodigiosamente el sentimiento de la importancia individualy de la superioridad. Los argentinos, de cualquier clase quesean, civilizados o ignorantes, tienen una alta conciencia desu valer como nacin; todos los dems pueblos americanosles echan en cara esta vanidad, y se muestran ofendidos desu presuncin y arrogancia. Creo que el cargo no es del todoinfundado, y no me pesa de ello. Ay del pueblo que no tienefe en s mismo! Para se no se han hecho las grandes cosas!Cunto no habr podido contribuir a la independencia deuna parte de la Amrica, la arrogancia de estos gauchosargentinos que nada han visto bajo el sol, mejor que ellos, niel hombre sabio ni el poderoso? El europeo es, para ellos, elltimo de todos, porque no resiste a un par de corcovos delcaballo. Si el origen de esta vanidad nacional en las clasesinferiores es mezquino, no son por eso menos nobles lasconsecuencias; como no es menos pura el agua de un roporque nazca de vertientes cenagosas e infectas. Esimplacable el odio que les inspiran los hombres cultos, einvencible su disgusto por sus vestidos, usos y maneras. De

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    esta pasta estn amasados los soldados argentinos, y es fcilimaginarse lo que hbitos de este gnero pueden dar en valory sufrimiento para la guerra. Adase que, desde la infancia,estn habituados a matar las reses, y que este acto decrueldad necesaria los familiariza con el derramamiento desangre, y endurece su corazn contra los gemidos de lasvctimas.

    La vida del campo, pues, ha desenvuelto en el gaucho lasfacultades fsicas, sin ninguna de las de la inteligencia. Sucarcter moral se resiente de su hbito de triunfar de losobstculos y del poder de la naturaleza: es fuerte, altivo,enrgico. Sin ninguna instruccin, sin necesitarla tampoco,sin medios de subsistencia, como sin necesidades, es feliz enmedio de la pobreza y de sus privaciones, que no son talespara el que nunca conoci mayores goces, ni extendi msaltos sus deseos. De manera que si esta disolucin de lasociedad radica hondamente la barbarie, por la imposibilidady la inutilidad de la educacin moral e intelectual, no deja,por otra parte, de tener sus atractivos. El gaucho no trabaja;el alimento y el vestido lo encuentra preparado en su casa;uno y otro se lo proporcionan sus ganados, si es propietario;la casa del patrn o pariente, si nada posee. Las atencionesque el ganado exige se reducen a correras y partidas deplacer.

    La hierra, que es como la vendimia de los agricultores, esuna fiesta cuya llegada se recibe con transportes de jbilo: alles el punto de reunin de todos los hombres de veinte leguasa la redonda; all, la ostentacin de la increble destreza en ellazo. El gaucho llega a la hierra al paso lento y mesurado de

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    su mejor parejero, que detiene a distancia apartada; y paragozar mejor del espectculo, cruza la pierna sobre elpescuezo del caballo. Si el entusiasmo lo anima, desciendelentamente del caballo, desarrolla su lazo y lo arroja sobre untoro que pasa, con la velocidad del rayo, a cuarenta pasos dedistancia: lo ha

    cogido de una ua, que era lo que se propona, y vuelvetranquilo a enrollar su cuerda.

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    2. Originalidad y caracteres argentinos

    Ainsi que l'ocan, les steppes remplissent l'esprit du sentiment del'infini.

    HUMBOLDT

    Si de las condiciones de la vida pastoril, tal como la haconstituido la colonizacin y la incuria, nacen gravesdificultades para una organizacin poltica cualquiera ymuchas ms para el triunfo de la civilizacin europea, de susinstituciones, y de la riqueza y libertad, que son susconsecuencias, no puede, por otra parte, negarse que estasituacin tiene su costado potico, y faces dignas de la plumadel romancista. Si un destello de literatura nacional puedebrillar momentneamente en las nuevas sociedadesamericanas, es el que resultar de la descripcin de lasgrandiosas escenas naturales, y, sobre todo, de la lucha entrela civilizacin europea y la barbarie indgena, entre lainteligencia y la materia: lucha imponente en Amrica, y queda lugar a escenas tan peculiares, tan caractersticas y tanfuera del crculo de ideas en que se ha educado el espritueuropeo, porque los resortes dramticos se vuelven

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    desconocidos fuera del pas donde se toman, los usossorprendentes, y originales los caracteres.

    El nico romancista norteamericano que haya logradohacerse un nombre europeo es Fenimore Cooper, y esoporque transport la escena de sus descripciones fuera delcrculo ocupado por los plantadores, al lmite entre la vidabrbara y la civilizada, al teatro de la guerra en que las razasindgenas y la raza sajona estn combatiendo por la posesindel terreno.

    No de otro modo, nuestro joven poeta Echeverra halogrado llamar la atencin del mundo literario espaol consu poema titulado La Cautiva. Este bardo argentino dej a unlado a Dido y Argia, que sus predecesores los Varela trataroncon maestra clsica y estro potico, pero sin suceso y sinconsecuencia, porque nada agregaban al caudal de nocioneseuropeas, y volvi sus miradas al desierto, y all en lainmensidad sin lmites, en las soledades en que vaga elsalvaje, en la lejana zona de fuego que el viajero ve acercarsecuando los campos se incendian, hall las inspiraciones queproporciona a la imaginacin, el espectculo de unanaturaleza solemne, grandiosa, inconmensurable, callada; yentonces, el eco de sus versos pudo hacerse or conaprobacin, aun por la pennsula espaola.

    Hay que notar, de paso, un hecho que es muy explicativode los fenmenos sociales de los pueblos. Los accidentes dela naturaleza producen costumbres y usos peculiares a estosaccidentes, haciendo que donde estos accidentes se repiten,vuelvan a encontrarse los mismos medios de parar a ellos,inventados por pueblos distintos. Esto me explica por qu la

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    flecha y el arco se encuentran en todos los pueblos salvajes,cualesquiera que sean su raza, su origen y su colocacingeogrfica. Cuando lea en El ltimo de los Mohicanos, deCooper, que Ojo de Halcn y Uncas haban perdido el rastrode los Mingos en un arroyo, dije para m: Van a tapar elarroyo. Cuando, en La pradera, el Trampero mantiene laincertidumbre y la agona, mientras el fuego los amenaza, unargentino habra aconsejado lo mismo que el Tramperosugiere al fin, que es limpiar un lugar para guarecerse, eincendiar a su vez, para poderse retirar del fuego que invade,sobre las cenizas del punto que se ha incendiado. Tal es laprctica de los que atraviesan la pampa para salvarse de losincendios del pasto. Cuando los fugitivos de La praderaencuentran un ro, y Cooper describe la misteriosa operacindel Pawnie con el cuero de bfalo que recoge: va a hacer lapelota, me dije a m mismo; lstima es que no haya una mujerque la conduzca, que entre nosotros son las mujeres las quecruzan los ros con la pelota tomada con los dientes por unlazo. El procedimiento para asar una cabeza de bfalo en eldesierto es el mismo que nosotros usamos para batear unacabeza de vaca o un lomo de ternera. En fin, mil otrosaccidentes que omito prueban la verdad de quemodificaciones anlogas del suelo traen anlogascostumbres, recursos y expedientes. No es otra la razn dehallar, en Fenimore Cooper, descripciones de usos ycostumbres que parecen plagiadas de la pampa; as, hallamosen los hbitos pastoriles de la Amrica, reproducidos hastalos trajes, el semblante grave y hospitalidad rabes.

    Existe, pues, un fondo de poesa que nace de los

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    accidentes naturales del pas y de las costumbresexcepcionales que engendra. La poesa, para despertarse(porque la poesa es como el sentimiento religioso, unafacultad del espritu humano), necesita el espectculo de lobello, del poder terrible, de la inmensidad, de la extensin, delo vago, de lo incomprensible, porque slo donde acaba lopalpable y vulgar empiezan las mentiras de la imaginacin, elmundo ideal. Ahora yo pregunto: Qu impresiones ha dedejar en el habitante de la Repblica Argentina el simple actode clavar los ojos en el horizonte, y ver..., no ver nada;porque cuanto ms hunde los ojos en aquel horizonteincierto, vaporoso, indefinido, ms se le aleja, ms lo fascina,lo confunde y lo sume en la contemplacin y la duda?Dnde termina aquel mundo que quiere en vano penetrar?No lo sabe! Qu hay ms all de lo que ve? La soledad, elpeligro, el salvaje, la muerte! He aqu ya la poesa: el hombreque se mueve en estas escenas se siente asaltado de temorese incertidumbres fantsticas, de sueos que le preocupandespierto.

    De aqu resulta que el pueblo argentino es poeta porcarcter, por naturaleza. Ni cmo ha de dejar de serlo,cuando en medio de una tarde serena y apacible una nubetorva y negra se levanta sin saber de dnde, se extiendesobre el cielo, mientras se cruzan dos palabras, y de repente,el estampido del trueno anuncia la tormenta que deja fro alviajero, y reteniendo el aliento, por temor de atraerse un rayode dos mil que caen en torno suyo? La oscuridad se sucededespus a la luz: la muerte est por todas partes; un poderterrible, incontrastable, le ha hecho, en un momento,

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    reconcentrarse en s mismo, y sentir su nada en medio deaquella naturaleza irritada; sentir a Dios, por decirlo de unavez, en la aterrante magnificencia de sus obras. Qu mscolores para la paleta de la fantasa? Masas de tinieblas queanublan el da, masas de luz lvida, temblorosa, que iluminaun instante las tinieblas, y muestra la pampa a distanciasinfinitas, cruzndola vivamente el rayo, en fin, smbolo delpoder. Estas imgenes han sido hechas para quedarsehondamente grabadas. As, cuando la tormenta pasa, elgaucho se queda triste, pensativo, serio, y la sucesin de luz ytinieblas se contina en su imaginacin, del mismo modoque cuando miramos fijamente el sol nos queda, por largotiempo, su disco en la retina.

    Preguntadle al gaucho a quin matan con preferencia losrayos, y os introducir en un mundo de idealizacionesmorales y religiosas, mezcladas de hechos naturales, pero malcomprendidos, de tradiciones supersticiosas y groseras.Adase que, si es cierto que el fluido elctrico entra en laeconoma de la vida humana y es el mismo que llaman fluidonervioso, el cual, excitado, subleva las pasiones y enciende elentusiasmo, muchas disposiciones debe tener para lostrabajos de la imaginacin, el pueblo que habita bajo unaatmsfera recargada de electricidad hasta el punto que laropa frotada chisporrotea como el pelo contrariado del gato.

    Cmo no ha de ser poeta el que presencia estas escenasimponentes:

    Gira en vano, reconcentra suinmensidad, y no encuentra

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    la vista en su vivo anhelodo fijar su fugaz vuelocomo el pjaro en la mar.

    Doquier, campo y heredades,del ave y bruto guaridas;doquier cielo y soledadesde Dios slo conocidas,que El slo puede sondear.

    ECHEVERRA.

    O el que tiene a la vista esta naturaleza engalanada?

    De las entraas de Amricados raudales se desatan:el Paran, faz de perlas,y el Uruguay, faz de ncar.

    Los dos entre bosques corren,o entre floridas barrancas,como dos grandes espejos entre marcos de esmeraldas.

    Saldanlos en su pasola melanclica pava,el picaflor y el jilguero,el zorzal y la torcaza.

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    Como ante reyes se inclinanante ellos seibos y palmasluego, en el Guaz se encuentran,y le arrojan flor del aire,aroma y flor de naranja;

    y reuniendo sus aguas,mezclando ncar y perlasse derraman en el Plata.

    DOMNGUEZ

    Pero sta es la poesa culta, la poesa de la ciudad. Hayotra que hace or sus ecos por los campos solitarios: lapoesa popular, candorosa y desaliada del gaucho.

    Tambin nuestro pueblo es msico. Esta es unapredisposicin nacional que todos los vecinos le reconocen.Cuando en Chile se anuncia, por la primera vez, unargentino en una casa, lo invitan al piano en el acto, o lepasan una vihuela y si se excusa diciendo que no sabepulsarla, lo extraan y no le creen, porque siendo argentino-dicen- debe ser msico. Esta es una preocupacin popularque acusa nuestros hbitos nacionales. En efecto: el jovenculto de las ciudades toca el piano o la flauta, el violn o laguitarra; los mestizos se dedican casi exclusivamente a lamsica, y son muchos los hbiles compositores einstrumentistas que salen de entre ellos. En las noches de

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    verano, se oye sin cesar la guitarra en la puerta de las tiendas,y, tarde de la noche, el sueo es dulcemente interrumpidopor las serenatas y los conciertos ambulantes.

    El pueblo campesino tiene sus cantares propios.El triste, que predomina en los pueblos del Norte, es un

    canto frigio, plaidero, natural al hombre en el estadoprimitivo de barbarie, segn Rousseau.

    La vidalita, canto popular con coros, acompaado de laguitarra y un tamboril, a cuyos redobles se rene lamuchedumbre y va engrosando el cortejo y el estrpito de lasvoces. Este canto me parece heredado de los indgenas,porque lo he odo en una fiesta de indios en Copiap, encelebracin de la Candelaria; y como canto religioso, debeser antiguo, y los indios chilenos no lo han de haberadoptado de los espaoles argentinos. La vidalita es el metropopular en que se cantan los asuntos del da, las cancionesguerreras: el gaucho compone el verso que canta, y lopopulariza por la asociacin que su canto exige.

    As, pues, en medio de la rudeza de las costumbresnacionales, estas dos artes que embellecen la vida civilizada ydan desahogo a tantas pasiones generosas, estn honradas yfavorecidas por las masas mismas, que ensayan su speramusa en composiciones lricas y poticas. El jovenEcheverra residi algunos meses en la campaa, en 1840, yla fama de sus versos sobre la pampa le haba precedido ya:los gauchos lo rodeaban con respeto y aficin, y cuando unrecin venido mostraba seales de desdn hacia el cajetilla,alguno le insinuaba al odo: Es poeta, y toda prevencinhostil cesaba al or este ttulo privilegiado.

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    Sabido es, por otra parte, que la guitarra es elinstrumento popular de los espaoles, y que es comn enAmrica. En Buenos Aires, sobre todo, est todava muyvivo el tipo popular espaol, el majo. Descbresele en elcompadrito de la ciudad y en el gaucho de la campaa. Eljaleo espaol vive en el cielito: los dedos sirven de castauelas.Todos los movimientos del compadrito revelan al majo: elmovimiento de los hombros, los ademanes, la colocacin delsombrero, hasta la manera de escupir por entre los dientes:todo es an andaluz genuino.

    Del centro de estas costumbres y gustos generales selevantan especialidades notables, que un da embellecern ydarn un tinte original al drama y al romance nacional. Yoquiero slo notar aqu algunas que servirn a completar laidea de las costumbres, para trazar enseguida el carcter,causas y efectos de la guerra civil.

    El rastreadorEl ms conspicuo de todos, el ms extraordinario, es el

    rastreador. Todos los gauchos del interior son rastreadores.En llanuras tan dilatadas, en donde las sendas y caminos secruzan en todas direcciones, y los campos en que pacen otransitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir lashuellas de un animal, y distinguirlas de entre mil, conocer siva despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o de vaco: staes una ciencia casera y popular. Una vez caa yo de uncamino de encrucijada al de Buenos Aires, y el pen que meconduca ech, como de costumbre, la vista al suelo: Aqu

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    va -dijo luego- una mulita mora muy buena...; sta es la tropade don N. Zapata..., es de muy buena silla..., va ensillada...,ha pasado ayer... Este hombre vena de la Sierra de SanLuis, la tropa volva de Buenos Aires, y haca un ao que lhaba visto por ltima vez la mulita mora, cuyo rastro estabaconfundido con el de toda una tropa en un sendero de dospies de ancho. Pues esto, que parece increble, es con todo,la ciencia vulgar; ste era un pen de rrea, y no unrastreador de profesin.

    El rastreador es un personaje grave, circunspecto, cuyasaseveraciones hacen fe en los tribunales inferiores. Laconciencia del saber que posee le da cierta dignidadreservada y misteriosa. Todos le tratan con consideracin: elpobre, porque puede hacerle mal, calumnindolo odenuncindolo; el propietario, porque su testimonio puedefallarle. Un robo se ha ejecutado durante la noche: no biense nota, corren a buscar una pisada del ladrn, y encontrada,se cubre con algo para que el viento no la disipe. Se llamaenseguida al rastreador, que ve el rastro y lo sigue sin mirar,sino de tarde en tarde, el suelo, como si sus ojos vieran derelieve esta pisada, que para otro es imperceptible. Sigue elcurso de las calles, atraviesa los huertos, entra en una casa y,sealando un hombre que encuentra, dice framente: Estees! El delito est probado, y raro es el delincuente queresiste a esta acusacin. Para l, ms que para el juez, ladeposicin del rastreador es la evidencia misma: negarla seraridculo, absurdo. Se somete, pues, a este testigo, queconsidera como el dedo de Dios que lo seala. Yo mismo heconocido a Calbar, que ha ejercido, en una provincia, su

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    oficio durante cuarenta aos consecutivos. Tiene, ahora,cerca de ochenta aos: encorvado por la edad, conserva, sinembargo, un aspecto venerable y lleno de dignidad. Cuandole hablan de su reputacin fabulosa, contesta: Ya no valgonada; ah estn los nios. Los nios son sus hijos, que hanaprendido en la escuela de tan famoso maestro. Se cuenta del que durante un viaje a Buenos Aires le robaron una vez sumontura de gala. Su mujer tap el rastro con una artesa. Dosmeses despus, Calbar regres, vio el rastro, ya borrado einapercibible para otros ojos, y no se habl ms del caso.Ao y medio despus, Calbar marchaba cabizbajo por unacalle de los suburbios, entra a una casa y encuentra sumontura, ennegrecida ya y casi inutilizada por el uso. Habaencontrado el rastro de su raptor, despus de dos aos! Elao 1830, un reo condenado a muerte se haba escapado dela crcel. Calbar fue encargado de buscarlo. El infeliz,previendo que sera rastreado, haba tomado todas lasprecauciones que la imagen del cadalso le sugiri.Precauciones intiles! Acaso slo sirvieron para perderle,porque comprometido Calbar en su reputacin, el amorpropio ofendido le hizo desempear con calor una tarea queperda a un hombre, pero que probaba su maravillosa vista.El prfugo aprovechaba todos los accidentes del suelo parano dejar huellas; cuadras enteras haba marchado pisandocon la punta del pie; trepbase en seguida a las murallasbajas, cruzaba su sitio y volva para atrs; Calbar lo seguasin perder la pista. Si le suceda momentneamenteextraviarse, al hallarla de nuevo exclamaba: Dnde te mi asdir! Al fin lleg a una acequia de agua, en los suburbios,

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    cuya corriente haba seguido aqul para burlar al rastreador...Intil! Calbar iba por las orillas sin inquietud, sin vacilar. Alfin se detiene, examina unas yerbas y dice: Por aqu hasalido; no hay rastro, pero estas gotas de agua en los pastoslo indican. Entra en una via: Calbar reconoci las tapiasque la rodeaban, y dijo: Adentro est. La partida desoldados se cans de buscar, y volvi a dar cuenta de lainutilidad de las pesquisas. No ha salido, fue la breverespuesta que, sin moverse, sin proceder a nuevo examen,dio el rastreador. No haba salido, en efecto, y al dasiguiente fue ejecutado. En 1831, algunos presos polticosintentaban una evasin: todo estaba preparado, los auxiliaresde fuera, prevenidos. En el momento de efectuarlo, uno dijo:Y Calbar? Cierto!, contestaron los otros, anonadados,aterrados. Calbar! Sus familias pudieron conseguir deCalbar que estuviese enfermo cuatro das, contados desde laevasin, y as pudo efectuarse sin inconveniente.

    Qu misterio es ste del rastreador? Qu podermicroscpico se desenvuelve en el rgano de la vista deestos hombres? Cun sublime criatura es la que Dios hizo asu imagen y semejanza!

    El baqueanoDespus del rastreador viene el baqueano, personaje

    eminente y que tiene en sus manos la suerte de losparticulares y de las provincias. El baqueano es un gauchograve y reservado, que conoce a palmos veinte mil leguascuadradas de llanuras, bosques y montaas. Es el topgrafo

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    ms completo, es el nico mapa que lleva un general paradirigir los movimientos de su campaa. El baqueano vasiempre a su lado. Modesto y reservado como una tapia, esten todos los secretos de la campaa; la suerte del ejrcito, elxito de una batalla, la conquista de una provincia, tododepende de l.

    El baqueano es casi siempre fiel a su deber; pero nosiempre el general tiene en l plena confianza. Imaginaos laposicin de un jefe condenado a llevar un traidor a su lado ya pedirle los conocimientos indispensables para triunfar. Unbaqueano encuentra una sendita que hace cruz con elcamino que lleva: l sabe a qu aguada remota conduce; siencuentra mil, y esto sucede en un espacio de mil leguas, llas conoce todas, sabe de dnde vienen y adnde van. lsabe el vado oculto que tiene un ro, ms arriba o ms abajodel paso ordinario, y esto en cien ros o arroyos; l conoce enlos cinagos extensos un sendero por donde pueden seratravesados sin inconveniente, y esto en cien cinagosdistintos.

    En lo ms oscuro de la noche, en medio de los bosques oen las llanuras sin lmites, perdidos sus compaeros,extraviados, da una vuelta en crculo de ellos, observa losrboles; si no los hay, se desmonta, se inclina a tierra,examina algunos matorrales y se orienta de la altura en quese halla, monta en seguida, y les dice, para asegurarlos:Estamos en dereceras de tal lugar, a tantas leguas de lashabitaciones; el camino ha de ir al Sur; y se dirige hacia elmundo que seala tranquilo, sin prisa de encontrarlo y sinresponder a las objeciones que el temor o la fascinacin

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    sugiere a los otros.Si an esto no basta, o si se encuentra en la pampa y la

    oscuridad es impenetrable, entonces arranca pastos de variospuntos, huele la raz y la tierra, las masca y, despus derepetir este procedimiento varias veces, se cerciora de laproximidad de algn lago, o arroyo salado, o de agua dulce, ysale en su busca para orientarse fijamente. El general Rosas,dicen, conoce, por el gusto, el pasto de cada estancia del surde Buenos Aires.

    Si el baqueano lo es de la pampa, donde no hay caminospara atravesarla, y un pasajero le pide que lo llevedirectamente a un paraje distante cincuenta leguas, elbaqueano se para un momento, reconoce el horizonte,ex