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Sexto Domingo de Pascua, ciclo B El texto Juan 15, 9-17 (lee este texto, serena y tranquilamente una o varias veces hasta desentrañar parte de su estructura, personajes y organización) 9Como el Padre me ha amado, así yo a ustedes los he amado. Permanezcan en mi amor. 10Si observan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he observado los mandamientos de mi padre y permanezco en su amor. 11Les he dicho estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y la alegría de ustedes sea hecha plena. 12Este es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros como yo los he amado. 13Ninguno tiene amor más grande que éste, que quien da su vida/alma por sus amigos. 14Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. 15Ya no les digo siervos, ya que un siervo no conoce lo que hace su señor, a ustedes les he llamado amigos, ya que todas las cosas que he escuchado a mi padre los he dado a conocer. 16No me han elegido ustedes a mí, sino a ustedes yo les he elegido y los he constituido para que vayan y porten fruto y su fruto permanezca, a fin de que cuanto pidan al Padre en mi nombre lo de a ustedes. 17Esto es lo que les mando, que se amen los unos a los otros.

Busca leyendo... (Lo que dice el texto en si mismo para entenderlo mejor)

Este discurso de Jesús lo encontramos cuando él se presenta como la Vid verdadera (Jn 15, 1-17). De ahí la importancia de los verbos: permanecer y tener vida. El sarmiento que no permanece en la vid se seca y es cortado y echado al fuego; el que permanece tiene vida y da mucho fruto. La manera de permanecer es el cumplimiento de los mandamientos, estos mandamientos en plural se resumen y se radicalizan en el mandamiento del amor que ya había sido enunciado (vv. 34-35) y que se repite aquí dos veces (vv. 12.17). Se muestra una concatenación de personajes: el Padre, Jesús, los discípulos. En estos se manifiestan de manera análoga tanto el amor (que desciendo desde el Padre) como el cumplimiento de los mandamientos (para permanecer en esta cadena). El fruto de esta permanencia en el amor a través del cumplimiento de los mandamientos es la perfección de la alegría de Cristo en los discípulos. Los vv. 13 y 14 nos muestran la relación especial de Jesús con los discípulos: una amistad con un amor tan grande que llega al punto de entregar la propia vida, y no se trata sólo de la vida biológica, sino de lo más profundo de la vitalidad humana (psiché). Sin embargo, esta relación de amistad, de parte de los discípulos tiene una condición: hacer lo que él manda. Encontramos una paradoja entre el libre don de Jesús y la respuesta condicionada de sus amigos, que se subraya con la libre elección de Cristo (v. 16). El término amigos es contrapuesto al de siervos, dado que no se trata de una obediencia ciega a una autoridad, sino al conocimiento de lo íntimo de la vida familiar (v. 15). Reaparece el tema del fruto de quien permanece unido a la vid (vv. 4-5), pero ahora se acentúa la perennidad de éste; estableciendo una conexión permanente de los discípulos con el Padre a través del nombre de Jesús.

... y encontrarás meditando. (Reflexión personal y profundización sobre la Palabra, lo que a mí me dice ahora) La alegría de ser amados.

Cuando hablamos de una amistad sincera y verdadera, generalmente le añadimos el calificativo de “incondicional”. Pareciera que Jesús nos pone la condición de cumplir los mandamientos para poder acceder al título de amigos, sin embargo, esa condición no depende de él. Su amor se muestra más allá de lo incondicional entendido como una mera aceptación del otro, sino que es una entrega total y activa, involucrando en ello la totalidad de la persona, incluidas las capacidades afectivas. Al sabernos amigos

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de Jesús, no estamos hablando de un selecto club de socios privilegiados, sino de una permanencia vital y afectiva. Es nuestra libertad de observar o no los mandamientos del Padre la que nos posibilita o impide existencialmente la capacidad de amar (y de sabernos amados). Un siervo que obedece por temor o por simple obligación no tiene más paga que lo estipulado en el contrato: un estipendio que se enajena del señor. Pero el amigo y el hijo, que conocen el proyecto del corazón del Padre y lo observan movidos por el amor, lo que reciben es la alegría como fruto propio de esta relación, de ahí que este fruto permanece, pues no se agota – como un bien externo a Dios – sino que se acrece y profundiza. Permanecer en el amor del Padre es una opción libre de permanecer en la predisposición de amar. No se trata pues de un amor voluntarista, sino también de un dejarse permear y transformar por el amor del Padre.

Llama orando... (Lo que le digo, desde mi vida, al Dios que me habla en su Evangelio. Le respondo)

Tú, Señor, eres la fuente de mi alegría. No hay amor más grande que el tuyo, que has entregado toda tu vida, tu alma, tu corazón por nosotros, a quienes has querido llamar amigos. Nos has elegido, simplemente porque nos amas; sin más pretensión que tengamos vida, que demos fruto de alegría, que este fruto permanezca. Es una lógica tan simple que nos cuesta tanto aceptarlo. Permítenos descubrirnos amados por ti, para poder responderte con un amor más puro y libre, sin miedos, sin intereses, sin medias tintas. Ayúdame a comprender que sólo permaneciendo en ti, sin acumular para mí, puedo mantenerme vivo en el amor. Que sólo en esta confianza en tu amor mi alegría llegará a la perfecta armonía, pues mis pequeños actos de amor estarán en la sintonía del Amor más grande, el mismo Amor con el cual el Padre desde la eternidad te ha amado. Tú, Señor, eres la fuente de mi alegría.

y se te abrirá por la contemplación (Hago silencio, me lleno de gozo, me dejo iluminar y tomo decisiones para actuar de acuerdo a

la Palabra de Dios) ¿Qué sentimiento despierta en mi corazón cuando Jesús me llama amigo?, ¿qué temores aún son una nube oscura cuando escucho la palabra “cumplir los mandamientos”? ¿Vivo de verdad como un amigo que conoce lo que hace su Señor, o como un simple siervo? ¿Me preocupo de conocer más; me da miedo “comprometerme” existencialmente con las exigencias que de este conocimiento se deriven? ¿Qué decisión puedo tomar para permanecer en este amor?, ¿a quién perdonar?, ¿cómo amar a los otros? Recordemos a Don Bosco: “Tengo prometido a Dios que incluso mi último aliento será para mis pobres jóvenes. (MBe XVIII, 229)” Me detengo y me contemplo amado por el Señor, que me hace partícipe de sus planes de salvación, que me deja siempre en libertad de querer amar.