siete pañuelos y bernabé somoza
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8/17/2019 Siete Pañuelos y Bernabé Somoza
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SIETE PAÑUELOS Y BERNABÉ SOMOZA EDUARDO ZEPEDA-HENRÍQUEZ
El solo nombre de “Siete Pañuelos” está cargado de resonancias
míticas, porque el número siete, como se sabe, es el modelo espacio-
temporal, vale decir, las tres dimensiones y sus contrarios, más el
centro; los cuales corresponden a su vez, a los días de la semana.
Siete eran, asimismo, los antiguos planetas mitológicos, que regían el
curso de las vidas umanas.
El septenario simboliza, pues, la con!unción de cielo y tierra; pero,
además, la trans"ormación, por la cuenta periódica de las "ases
lunares, y con"orme la misma idea astrobiológica. En e"ecto, el apodo
del bandolero nicarag#ense “Siete Pañuelos” tenía que calar ondo
en la "e mágica de nuestro pueblo, que aún lo escuca como si oyese
mencionar al demonio, o al mismísimo dragón de las siete cabezas; de
igual manera que suena en los oídos cinos el zorro de siete colas. $a
verdad es que todas las "ecorías de nuestro legendario "ora!ido,
acaso ya desde "ines de %&'(, se volvieron pa)uelos o sea,
verdaderos “paños de lágrimas” para los abitantes del norte de
*icaragua.
El malecor, en cambio, agitaba sus pa)uelos como banderas de
victoria, asta que el %+ de marzo del a)o siguiente las tropas del
directorio derrotaron, al parecer de"initivamente, al propio “Siete
Pañuelos” y a sus secuaces. El caso es que bastaron unos meses de
vandalismo para que tal individuo quedase en la conciencia popular
como la sola encarnación de los siete pecados capitales. no puede
asegurarse que el bandido muriese en aquella ocasión. Es claro que
o"icialmente se le dio por muerto; pero su mito mal"ico seguiría
viviendo en el medio social nicarag#ense, donde los mitos tienen siete
vidas, como los gatos. e aí que todos los bandidos de la poca,
cuyos nombres an sido casi olvidados, como los de /uan 0óngora y
el 1ato $ara, se resumieran en “Siete Pañuelos”, a quien se le
acacaban los crímenes a!enos, como si los suyos propios no eran ya
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su"icientes. 2or eso aquel "ora!ido es el símbolo triste de los quince
a)os de anarquía que vivió nuestro pueblo entre %&3& y %&(%. “Siete
Pañuelos” e"ectuaba sus tropelías, sobre todo, en la región
monta)osa de $as Segovias.
Estaba, pues, “enmontañado”, literalmente, y abía decidido acer la
guerra por su cuenta 4la guerra sucia del bandolerismo4, puesto que
en un principio "ormaba parte de movimientos revolucionarios de signo
liberal y agrarista, cuyos caudillos "ueron el coronel /os 5aría 6alle,
alias “El Chelón”, y 7ernab Somoza 5artínez, “liberal de grande
importancia para el partido8, según 9rtega :rancibia, istoriador
coetáneo de los ecos. uera de toda ley umana o divina, el
bandolero resultaba escurridizo en aquella zona de *icaragua, como
que sus pa)uelos parecían de ilusionista; pero, cuando ba!aba de la
monta)a para saquear las poblaciones, eran “los siete contra
Tebas”, cometiendo verdaderos atropellos 4como escribe 1amorro
ning,
siguiendo a ?omás :yón, le llama ?rinidad 0allardo, mientras que
2edro /oaquín 1amorro
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4imagen proverbial entre nosotros4 se a re"ugiado en la magia de
lo desconocido, en esa “guaca” "uneraria de la que salen los
"antasmas, por aquello de los “siete pies de tierra” Ao “siete
cuartas”'; ya que por algo la “guaca”, de origen quecua, es voz
corriente en *icaragua, con el signi"icado de lugar oculto, es decir, deescondri!o ba!o tierra o vaso de ultratumba. :í está nuestra danza del
esqueltico ?oro-guaco, al que el pueblo nicarag#ense, llamándolo
“Toro( guaco”, a dado un aire ocultista y, por ello, relacionado con
los mitos de la muerte. 2or lo demás, resulta signi"icativo que en las
pirámides de 5oca, precisamente en la guaca (o “huaca”' del solindígena peruano, se cuentan siete gradas, siete pelda)os rituales.
2ero el mote cabalístico de aquel "ora!ido no sólo encubrió los
crímenes de otros malvados que, aprovecando el mito de “SietePañuelos”, lograron la impunidad a la sombra de ste; sino que el
mismo serviría tambin de máquina de guerra o de arma arro!adiza en
la luca política de ?imbucos y 1alandracas, como se conocía
entonces a nuestros partidos de "iliación conservadora y de tinte
liberal, respectivamente. El caso es que las istorias partidistas “le
echaron el muerto” de las correrías de “Siete Pañuelos” al !e"e
revolucionario 7ernab Somoza, liberal centroamericanista o
morazánico, y Bverdadero enemigo del gobierno e=istente8, dico con
palabras de /os olores 0ámez. e aí que tales atribuciones
tendenciosas 4que deben cali"icarse, al menos, de "alsi"icación
istórica4 arraigaran en la conciencia mítica de nuestro pueblo en
"orma de con"usión entre aquellos dos persona!es, asta el punto de
"undirlos en uno solo. :sí 7ernab Somoza participó de un mito que
era el más ale!ado, en realidad, de su estampa “caballeresca”&
El mito, pues, de un "acineroso nos izo perder de vista quizá la única
imagen nicarag#ense que la verdad istórica presenta como tocadapor la "antasía de la pica medieval. 2ero aquí no se trata de re"utar
los mitos 4empe)o parecido al de la caza de bru!as4, sino de
per"ilarlos, en lo posible, deslindando su verdad potica de la
veracidad prosaica de nuestra istoria. sólo por eso ay que acer
notar que trece días despus 4 Ce=actamente %3D4 de que el irector
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Supremo, don /os $eón Sandoval, comunicara al país la aniquilación
de “Siete Pañuelos” y su banda, 7ernab Somoza tomaba sin
resistencia la ciudad de El 6ie!o, iniciando así, el 3 de marzo de %&'F,
su principal o"ensiva revolucionaria. os son los traba!os
monográ"icos dedicados a "i!ar istóricamente la "igura de 7ernab So-moza, aunque el primero de los mismos, de Gildebrando :. 1astellón,
sólo pueda considerarse como intento, en lo que no tiene de
panegírico. El más reciente, en cambio, de 9rlando 1uadra o>ning,
es notable por su ecuanimidad y por su cauteloso mane!o de las
"uentes. El autor lo subtitula “Vida y Mu!" d u# H$%&! dA''i#)* con lo cual nos indica que va derecamente al curso de losecos, y a atar los cabos mismos del desborde vital de un “hombre
histórico”, de ese nicarag#ense de acción y de pasión que era7ernab Somoza. 1uadra o>ning recorta al persona!e sobre un
"ondo de istoria; nosotros, al revs, lo destacamos en un contorno
mítico. El 7ernab de aqul, por consiguiente, es una autntica
resurrección; el nuestro, por su parte, una recreación en el origenH
aqulla en que consiste todo mito. 2orque Somoza tuvo su mito
propio, genuino y original; no el que se le endosó de “Siete
Pañuelos”, el cual le sienta como un dis"raz y no como la sola
encarnación de un símbolo. 2ero, además, tenía que venirle peque)o,
porque a Somoza, en vida, le llamaban “El Somo)ón” , debido a su
corpulencia y tambin, seguramente, a su estatura mítica; ya que toda
realidad miti"icada comienza por parecer de tama)o Beroico8.
El 7ernab Somoza istórico "ue, por línea paterna, nieto de
espa)oles, i!o de la ciudad de /inotepe y ermano de padre del poeta
granadino /uan Iribarren. El Somoza mítico, a su vez, era i!o de su
cora!e, su "uerza "ísica y su destreza en el mane!o de las armas del
caballeroH la lanza y la espada. Era un ombre de duelos y torneos,cantor y galanteador, !inete consumado que, cabalgando en un
“*elámpago” 4así era el nombre de una de sus cabalgaduras4,
cazaba tigres y se ganaba la admiración de todos. :rancibia nos dice
que, en /inotepe, los Somoza, como los 5ora, “eran esgrimistas
notables8, y que 7ernab, concretamente, “ten!a una uer)a
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muscular prodigiosa, ad+uirida en eercicios gimnásticos - al +ue
pon!a encima su puante bra)o, +uedaba uera de combate”
A*icaragua. 1uarenta :)osJ. El mismo istoriador, testigo de la poca,
describe a Somoza, ya de o"icial en el e!rcito morazanista, en %&'',
como si se tratara del roe de un libro de caballerías. 2or eso elpropio 1uadra o>ning, que no pretende acer mitología, no duda en
con"esar “+ue as! se ue orando la le-enda del h.roe - del
hombre de acción, aureola de le-enda +ue e#altaba su $alor
temerario, puesto mil $eces a prueba%” . Ge allí, pues, la sola
"igura Bgótica8 de toda nuestra vida independiente, porque el mito de
Somoza, antes que olor a pólvora, tiene brillo de acero. esa "igura
evoca 4como apunta Squier4 al caballero de la 1onquista, que era,
sin duda, medieval a ultranza. 2ero, en el orden mítico, es "ácilremontarse de lo caballeresco a lo típicamente eroico, en sentido
greco-latino. $o cierto es que en 7ernab no se daban ni por asomo,
aquellos siete pa)uelos de nuestro @omanticismo, y sí los doce
traba!os del eroísmo clásico. Estamos, en e"ecto, ante una imagen
mítica de la caballería, pero tambin con rasgos mitológicos del mundo
antiguo. a los seis a)os de vida pública de nuestro persona!e 4que
terminaron con su e!ecución cuando l apenas tenía treinta y cuatro de
edad4, por sí solos dibu!an la estampa ideal de quienes mueren
!óvenesH esa envidiable estampa que celebró 5enandro. no digamos
nada del eco mágico 4no obstante su absoluto rigor istórico4 que
re"iere 1uadra o>ning, ablándonos de aquel "usilamiento y como
una prueba más de lo que l mismo llama “tintes de mártir” de
7ernabH “Su cadá$er con un dogal al cuello ue colgado en la
pla)a de *i$as, en la es+uina del predio de la casa , +ue es ho- de
la $iuda de /on 0oa+u!n *eina, es+uina en la +ue nadie, a"n en
nuestros d!as , constru-ó habitación alguna por considerar +ue el
sitio hab!a sido e#ecrado por un acto de lesa humanidad”&
2ero a 7ernab Somoza, más que la in!usticia, le abía condenado a
muerte su carisma, el mesianismo suyo que ponía en pie de guerra a
los barrios indígenas, despertando incontables adesiones a la causa
liberal, unionista y agraria. el carácter popular de su rebelión se pone
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de mani"iesto en un testimonio del general Isidro Krteco, que
reproduce integro 1amorro
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el rebelde se abía puesto al servicio del imperialismo británico. :ora
bien, 2edro /oaquín 1amorro ace, al respecto, una pura insinuación
que no llega a ser argumentoH “Por lo menos estaba patente la
sospechosa coincidencia de +ue su terrible acción debilitaba a
:icaragua en el preciso momento en +ue los ingleses leusurpaban parte de su territorio”&
2ero Squier, el diplomático, nos cuenta algo que l tenía por qu
saber, y que contradice tal con!etura. estas son sus palabras que se
a!ustan al eco, sin que puedan distraernos los comentarios que
dedica el mismoH “desde el comien)o de sus operaciones en$ió
Somo)a un mensaero a nuestro cónsul con una carta plena de
maniestaciones de buena $oluntad, - e#presando además en ella
+ue, despu.s de regular el gobierno marchar!a sobre San 0uan
del :orte a e#pulsar de all! a los ladrones ingleses”& : decir
verdad, lo ob!etivo en Squier no tiene precio; ya que muestra una
e=celente memoria B"otográ"ica8. Sin embargo, entre sus !uicios 4
especialmente en el asunto de Somoza4 ay para todos los gustos.
Ello quizá pueda e=plicarse por su condición de diplomático
norteamericano, o bien porque contaba apenas veintioco a)os
cuando llegó a *icaragua, aunque su libro saliera a la luz algo más
tarde. El caso es que l con"iesa, con entusiasmo !uvenilH “1l igual +ue las riendas de mi antas!a iban sueltas las de mi caballo +ue,
siendo el de más rápido paso, me hab!a alea( do un poco de mis
compañeros& /e pronto, al +uebrar un recodo, top. con un grupo
de hombres armados% El +ue parec!a ee salió al rente
cerrándonos el paso al tiempo +ue gritaba9 “8ui.n $i$e6”
Tratábase de un oicial de las uer)as del gobierno%
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autori)aban a go)ar al in de las deliciosamente rescas -,
n!tidamente limpias camas +ue esa noche nos in$itaron a
conciliar el sueño& 5e apropi. de una sin ninguna ceremonia, -
en menos de lo +ue canta un gallo me ech. a dormir soñando con
Somo)a%”& $as citas anteriores son sabrosas y, sobre todo,necesarias para de!ar muy clara la buena "e de su autor y, además,
entender cómo, en su obra, es posible encontrar una buena dosis de
la mitología nicarag#ense o, más concretamente, el modo en que ese
libro a servido para ilustrar, a un tiempo, la leyenda dorada y la
leyenda negra de 7ernab Somoza. Incluso podría decirse que la
leyenda negra, en Squier, es consciente de sí misma. :sí, ablando
del asalto de Somoza a la ciudad de @ivas, aquel via!ero escribeH
“Seg"n los relatos +ue de su acción o!mos, la ciudad entera ueincendiada - sus habitantes asesinados inmisericordemente, sin
respeto a edad ni se#o& Tales noticias sin embargo, as! como las
reerentes al n"mero de sus secuaces, resultaron ser burdas
e#ageraciones%”&
$a leyenda dorada, por el contrario, parece contar con el au=ilio del
arrebato y la "antasía del escritor, inspirado por el demonio de la
aventura, en bene"icio de su estilo literario. 2or- que el mito genuino
de 7ernab Somoza tampoco sirve de alegato istórico en pro deaquel rebelde; pero sí como contraste del espíritu creador de nuestro
pueblo y, desde luego, del valor de aquello que no a enriquecido
dico mito, y que se usó para despoetizarlo, atribuyndole los
caracteres de un mito en absoluto negativo. Esto equivale a traicionar
la obra de la conciencia mágica popular, es decir, a burlar por sistema
esa misma conciencia, con el mero arti"icio ABdeus e= macina8J de
aquella propaganda que mane!a las imágenes públicas o los códigos
propios del inconsciente colectivo. 2ero el estudio de tal "enómeno nossituaría en la "rontera donde se tocan los mitos y lo que aora se
conoce como producto publicitario.
e aí que nos limitemos, en la leyenda de 7ernab, a subrayar el
eco de que una tradición manipulada se vuelve una traiciónH una
traición a la criatura mítica, que, paradó!icamente, requiere ser
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traicionada en su destino mismo, lo cual tiene 0uiraud por “uno de
los temas ma-ores de toda la literatura .pica” . LSerá, pues, la vie!a
campa)a desmiti"icadora contra Somoza nada más que una abilísima
"alsi"icación de su mito, o asimismo el acompa)amiento de una traición
istórica que izo posible ese mito, y que sólo se mueve por inercia,como un remordimientoM Squier sigue, en cambio, otro caminoH el de
arrimar el de Somoza 4aunque tiznado, a veces, de leyenda negra4
a las míticas y románticas estampas caballerescas del espa)ol
universal, según las cuales lo mismo el bandolero que el mendigo
tienen porte de se)or. 2ero de!emos que el via!ero nos presente a
Somoza con esa imagen de guardarropíaH “Por lo +ue llegara a
nuestros o!dos, pues, me lo iguraba algo as! como uno de esos
galantes salteadores de los 1peninos o de Sierra 5orena, o ungentil bandolero español, - casi me consideraba un hombre
aortunado ante la posibilidad de $erme en$uelto en un lance
personal con .l apenas llegado al interior del pa!s”& 5ás adelante
narra e=tensamente el encuentro que tuvo con un compatriota suyo,
quien estaba poseído por el mitoH B*o esperó a que le preguntásemos
nada; allí no más soltó la lenguaH “=>i a Somo)a, lo $i, lo $i?”& 7e
hab!a $uelto la $o) - supimos toda la historia, relatada con tal
candor - buena e +ue, sólo ello, aparte de las peripecias
pasadas, era para morirse de risa&” El norteamericano del cuento
via!aba en un bongo, que 7ernab y sus ombres abían abordado
desde una lanca. Squier continúaH “/e pie, unto al mástil del
bongo, un hombre alto - garboso con una pluma en el sombrero&
/e uno de sus hombros colgaba una roa capa española, un par
de pistolas sin unda en la cintura, - en su mano ten!a la espada
desnuda cla$ada la punta en el banco de un remero& El hombre
interrogaba al tr.mulo patrón, - lo hac!a runciendo el ceño -
cla$ándole los oos a+uilinos% Somo)a dio ciertas órdenes a sus
hombres - se dirigió a la chopa& :uestro pobre paisano cre-ó de
$eras +ue le hab!a sonado su "ltima hora se incorporó, ante lo
cual Somo)a deó caer la espada, - echándosele encima le dio un
caluroso abra)o a la española, pero tan uerte +ue al sólo
recordarlo le $ol$!a a doler la espalda& < eso se repitió una - otra
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$e), hasta +ue el dolor, superando en mucho el susto, le hi)o
implorar entre agon!as9 “=:o más, señor, no más?”& Pero ese
tormento acabó solo para dar comien)o a otro nue$o, pues ahora,
agarrándolo por las manos con la uer)a de un titán, se las guiñó
tan reciamente +ue estu$o a punto de desgaarle el hombro&Somo)a, entre tanto, entonaba un ogoso discurso, ininteligible
por demás para su o-ente, +uien sólo se atre$!a a decir,
silabeando9 “=S!, señor, s!, s!, señor?”& Terminada su alocución,
+uitóse Somo)a del dedo un rico anillo, insistiendo en deárselo a
nuestro amigo% @+ue, por supuesto, no lo aceptó'& >io a Somo)a
por "ltima $e) en la popa de su barco, destacándose entre sus
semidesnudos hombres por su capa - su pluma al $iento lle$adas
a la manera de a+uellos legendarios con+uistadores de -elmo - cota de malla”& $o cierto es que 7ernab Somoza era corts en la
vida real, y asta en el campo de batalla mismo. :sí lo a"irma 9rtega
:rancibia, sin temor de que sus "rases adquieran brillos 5íticosH “Su
uerte era la lan)a; - montado, ascinaba a la tropa por su apuesto
continente - lo bien maneado de su arma a$orita& Era
bondadoso - saga) con el soldado; se captó las simpat!as de
todos - lo segu!an con entusiasmo cuando iba a batirse saliendo
siempre ileso de los combates, por lo cual lo cre!a el $ulgo un
hombre sobrehumano& Aban con .l al peligro por+ue peleando a
su lado se cre!an los hombres inmortales”& Según ese te=to, el mito
de buena ley de nuestro persona!e acía reconocible, en alguna
medida, su propia "igura istórica. 2ero si aora se preguntase al
típico nicarag#ense qu opina acerca de 7ernab Somoza, empezaría
respondiendo con esta inevitable e=clamaciónH =1h, “Siete
Pañuelos”?