siglo de oro - dossier 2 - humanismo

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  • DOSSIER N2

    CONTENIDOS

    2. Bibliografa: a. Francisco Rico. Humanismo y dignidad del hombre de la Espaa del Renacimiento b. Agustn Redondo. Desde los mrgenes: transgresin de saberes humansticos y de

    formas de vida en la Espaa del siglo XVI c. Mechthild Albert. Los saberes del ocioso: ocio, sociabilidad y saberes en el Siglo de

    Oro

    LECTURA PARA LA CLASE

    UsuarioTexto tecleadoSIGLO DE OROPROFESORA: LUISA OCARANZA P.AYUDANTES: VICTORIA CIFUENTES PAOLA VALDIVIA

    UsuarioTexto tecleado1. Fuentea.

    UsuarioTexto tecleadoGiovanni Pico della Mirandolla. Discurso de la dignidad del hombre

    UsuarioTexto tecleadoGiovanni Pico della Mirandolla. Discurso de la dignidad del hombre.

  • D ISCU R SO D E L A D IG N ID A D D E L H OM BRE

    por

    G I O V A N N I P I C O D E L L A M I R A N D O L A

    He ledo, Reverendsimos Padres, en los escritos de los rabes que cuando le fue preguntado a Abdal sarraceno qu era a sus ojos ms de admirar en esta especie de escenario que es el mundo, respondi que nada le pareca ms admirable que el hombre. Concuerda esta opinin con aquella de Mercurio: Gran maravilla, oh Asclepio, es el hombre.

    Al reflexionar sobre el sentido de estas sentencias, hall que no me satisfacan las razones que muchos haban aducido acerca de la superioridad de la naturaleza humana: que el hombre es mediador entre las criaturas, igual a los seres superiores, soberano de los inferiores; intrprete de la naturaleza por la perspicacia de sus sentidos, por la capacidad inquisitiva de su inteligencia, por la luz de su entendimiento; situado entre la eternidad inmvil y el tiempo que fluye y, como dicen los persas, vnculo unificador, o mejor dicho, himno nupcial del mundo, solo un poco inferior a los ngeles segn el testimonio de David. Ciertamente stas son caractersticas destacables de su naturaleza, pero no las principales, aquellas que permiten que el hombre reivindique para s legtimamente el privilegio de ser admirado sobre todos los restantes seres. Entonces, por qu no admirar ms a los ngeles y a los coros de bienaventurados celestiales?

    M e parece que finalmente he comprendido por qu el

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    hombre es el ms afortunado de los seres animados y ms digno por ello de la admiracin de todos, y cul es exactamente el lugar que le es propio en la jerarqua del universo, causa de envidia no solo para los seres irracionales sino tambin para los astros y para las mentes ms all de este mundo. Hecho increble y extraordinario! Y por qu habra de ser de otro modo? Acaso no es gracias a esto por lo que se considera y se proclama justamente que el hombre es un gran milagro y un ser maravilloso? Escuchad, pues, oh Padres, cul es la condicin del hombre y prestad odo benigno, de acuerdo con vuestra benevolencia, al desarrollo de mi discurso.

    Dios Padre, supremo arquitecto, haba ya erigido segn las leyes de su arcana sabidura esta morada terrena que vemos, augusto templo de su divinidad. Haba ornamentado la regin supraceleste con inteligencias; haba sembrado las esferas celestes de almas inmortales; haba cubierto las zonas viles e inmundas del mundo inferior con multitud de animales de todas las especies. Pero, completada su obra, el artfice dese que hubiera alguna criatura capaz de comprender la razn de tal empresa, de amar su belleza, de admirar su grandeza. Por ello, cuando hubo terminado todo lo dems, segn testimonio de M oiss y Timeo, pens en crear al hombre.

    Sin embargo, no haba entre los arquetipos alguno que le sirviera para crear la nueva criatura, ni entre sus tesoros uno con el que pudiera dotar como herencia al nuevo hijo, ni entre los lugares de todo el mundo quedaba alguno desde el cual ste pudiera contemplar el universo, lo d o estaba ya ocupado: todos los seres haban sido distribuidos en el orden superior, medio o inferior. Pero no habra sido propio de la potestad del Padre quedarse sin fuerzas, casi impotente, en el ltimo acto de la creacin. N o habra sido digno de su sabidura vacilar en asunto tan necesario

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  • por falta de ideas. N o habra sido caracterstico de su benfico amor que aquel que deba alabar la generosidad divina en los otros se viera obligado a vituperarla en s mismo.

    Finalmente, el mximo Artfice estableci que aquel a quien no poda dar nada propio compartira lo que haba sido concedido en particular a cada uno de los restantes seres. Tom, pues, al hombre, creacin sin una imagen precisa, y ponindolo en medio del mundo, le habl as: No te he dado, oh Adn, ni un lugar determinado, ni una fisonoma propia, ni un don particular, de modo que el lugar, la fisonoma, el don que t escojas sean tuyos y los conserves segn tu voluntad y tu juicio. La naturaleza de todas las otras criaturas ha sido definida y se rige por leyes prescritas por m. T , que no ests constreido por lmite alguno, determinars por ti mismo los lmites de tu naturaleza, segn tu libre albedro, en cuyas manos te he confiado. Te he colocado en el centro del mundo para que desde all puedas examinar con mayor comodidad a tu alrededor qu hay en el mundo. N o te he creado ni celestial ni terrenal, ni mortal, ni inmortal para que, a modo de soberano y responsable artfice de ti mismo, te modeles en la forma que prefieras. Podrs degenerar en las criaturas inferiores que son los animales brutos; podrs, si as lo dispone el juicio de tu espritu, convertirte en las superiores, que son seres divinos.

    Oh suma generosidad de Dios Padre, suprema y admirable felicidad del hombre al que le ha sido dado tener lo que elige, ser aquello que quiere! Los animales cuando nacen llevan consigo del vientre materno, como dice Lucilio, todo aquello que les constituir. Las criaturas superiores son desde el momento de su creacin, o poco despus, aquello que sern para toda la eternidad. En el hombre, desde su nacimiento, el Padre sembr toda clase de semillas y el germen de todo tipo de vida. Aquellas que

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    cada hombre en particular cultive madurarn y darn fruto en l: si son vegetativas, ser como una planta; si sensitivas, se convertir en animal; si son racionales, se elevar al rango de ser celestial; si intelectuales, ser ngel e hijo de Dios. Y si, insatisfecho con la suerte de todas las criaturas, se repliega en el centro de su propia unidad, transformado en un nico espritu con Dios, en la solitaria penumbra del Padre situado sobre todas las cosas, l mismo se elevar sobre todas ellas.

    Quin no se maravillar ante nuestra naturaleza cama- lenica? O mejor dicho, quin podra admirar ms a cualquier otra criatura? Del hombre dijo con razn Asclepio ateniense que, a causa de su mutabilidad y de su naturaleza, capaz de transformarse a s misma, estaba representado en los misterios simblicamente por Proteo. De aqu esas clebres metamorfosis entre los hebreos y los pitagricos. Efectivamente, la teologa ms oculta de los hebreos transforma unas veces al santo Enoch en un ngel de la divinidad al que llaman M al akh tba shabaotb y otras veces a otros en diferentes espritus divinos. Los pitagricos, por su parte, transforman a los criminales en animales y, si hemos de creer a Empdocles, incluso en plantas. A semejanza de ellos, Mohammed sola decir lo siguiente: que quien se aleja de la ley divina se convierte en una bestia; y no le faltaba razn. En efecto, no hace la corteza a la planta, sino su naturaleza insensible y obtusa; no es la piel la que hace al animal, sino su alma bestial y sensual; no es la rbita la que hace al cielo, sino su orden armonioso; ni hace al ngel la separacin del cuerpo, sino su inteligencia espiritual. Por consiguiente, si ves a un hombre abandonado a sus apetitos, arrastrndose sobre su vientre por el suelo, como una serpiente, es una planta, no un hombre lo que ests contemplando. Si ves a alguien cegado por los vanos e ilusorios engaos de su imaginacin, como si fue-

    ioo

  • ra Calipso, que seducido por su encanto se ha convertido en esclavo de sus sentidos, es una bestia, no un hombre lo que ests mirando. En cambio, si vieras a un filsofo juzgando todas las cosas a la luz de la razn, reverencia a ese hombre: es un ser celestial, que no pertenece al mundo. Y si ves a alguien que sea un contemplativo puro, que ajeno a su propio cuerpo permanece replegado en lo ms profundo de su pensamiento, considera que no es ni un ser celestial ni pertenece a este mundo: este es un espritu superior, revestido de carne humana.

    Quin no admirar entonces al hombre? N o sin razn ha sido designado en las sagradas escrituras, mosaicas y cristianas, unas veces con la expresin todo carne, otras con la de toda criatura, pues l mismo se moldea, se constituye y se transforma en el aspecto de toda la carne y en el carcter de todas las criaturas. Por ello escribi el persa Evantes en su comentario a la teologa caldea que el hombre carece de una imagen innata y propia, sino que posee mltiples externas y adventicias. De aqu deriva el dicho caldeo Hanoriscb tbarah sharinas, esto es, El hombre es un animal de naturaleza varia, multiforme y cambiante.

    Pero por qu me detengo en este punto? Para que entendamos que puesto que hemos nacido bajo esta condicin, que somos aquello que queremos ser, debemos procurar ante todo que nunca se pueda decir de nosotros que, habiendo sido puestos en tan alto lugar, no supimos reconocerlo y descendimos a una condicin semejante a la de las bestias y los animales de carga. Por contra, se nos deben poder aplicar las palabras del profeta Asaf, sed dioses y todos hijos del excelso. Subrayo esta idea tambin para que no abusemos de la indulgente generosidad del Padre y no transformemos el libre albedro que nos concedi para nuestra salvacin en causa de nuestra condena. Hagamos

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    que una especie de sagrada ambicin nos invada el nimo para que, insatisfechos con la mediocridad, aspiremos a lo ms alto y, puesto que podemos hacerlo si ponemos nuestra voluntad en ello, esforcmosnos al mximo en conseguirlo. Desdeemos las cosas terrestres, despreciemos las celestes y volviendo la espalda a todo lo que hay en este mundo, apresurmosnos a la corte ultraterrena, prxima a la divinidad ms excelsa; all donde, segn los misterios sagrados, serafines, querubines y tronos ocupan el primer lugar. Tratemos de emularlos nosotros, aunque seamos incapaces de admitir un segundo lugar y de cederles el primero, en su dignidad y su gloria. De esta manera, por la fuerza de nuestra voluntad, no seremos en nada inferiores a ellos.

    Pero de qu modo podemos lograr este fin?, qu tenemos que hacer? Veamos qu hacen ellos, cmo viven la vida. Si nosotros viviramos de igual manera y podemos hacerlo , compartiramos su suerte. Arde el serafn en el fuego del amor, brilla el querubn en el esplendor de la inteligencia, sobresale el trono en la firmeza de su juicio. Por consiguiente, si entregados a una vida activa cuidamos de las cosas inferiores con recto juicio, compartiremos la slida firmeza de los tronos. Si alejados de la accin meditamos sobre la presencia del Creador en sus obras y de las obras en el Creador, estaremos ocupados en el ocio contemplativo y brillaremos por doquier con la luz de los querubines. Si ardemos de amor solo por el Creador mismo, su fuego, que todo lo devora, nos inflamar de repente a imagen de los serafines. Por encima del trono es decir, del juez justo se sienta Dios, juez de los siglos. Por encima del querubn esto es, del que posee un espritu contemplativo vuela Dios y cuidndole, le alimenta casi como a un polluelo. Pues el espritu del Seor se mueve sobre las aguas, aquellas que estn sobre el cielo, y que, segn est

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  • escrito en el libro de Job, alaban al Seor cantando himnos al alba. Quienquiera que sea un serafn alguien que ama , habita en Dios y Dios en l; casi podra decirse que Dios y l son uno solo.

    Grande es el poder de los tronos, que alcanzamos cuando hacemos uso de nuestro juicio; sublime la excelsitud de los serafines, a la que llegamos cuando amamos. Sin embargo, cmo se puede juzgar o amar lo que no se conoce? Moiss am a un Dios que haba visto y como juez dict las leyes que previamente haba contemplado en la montaa. Por ello, el querubn acta como intermediario: no solo nos prepara con su luz para el fuego de los serafines, sino que igualmente nos ilumina hada el juido de los tronos. Este es el vnculo de las primeras mentes, el orden paldico, que preside la filosofa contemplativa. Este es el que debemos primeramente emular, perseguir y comprender; de aqu seremos raptados a las dmas del amor y descenderemos a las obligaciones de la vida activa, bien instruidos y preparados. N o obstante, merece la pena, si nuestra vida va a modelarse segn el ejemplo de la de los querubines, tener ante los ojos, de modo constante, qu vida es esa, as como cul es su naturaleza, qu hechos y qu obras les son propios. Pero ya que no nos est permitido conseguirlo por nosotros mismos, pues somos carne y tratamos de cosas terrenales, acudamos a los antiguos Padres, quienes pueden damos testimonio abundante y certero sobre tales asuntos, con los que estn familiarizados y conocen a fondo.

    Preguntemos al apstol Pablo, vaso de eleccin, qu vio hacer a los ejrcitos de querubines cuando fue elevado al tercer cielo. Responder, segn la interpretacin de Dionisio, que vio que primero se purificaban, que despus eran iluminados y que por ltimo llegaban a la perfeccin. Nosotros, por tanto, imitando a los querubines en nuestra

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    vida terrena, refrenando el impulso de las pasiones por medio de la ciencia moral, disipando las sombras de la razn mediante la dialctica, lavando por as decirlo las inmundicias de la ignorancia y de los vicios, purifiquemos el alma para que las pasiones no se desaten a su antojo ni la razn se descarre tal vez llevada de la imprudencia.

    Dejemos entonces que la luz de la filosofa natural inunde el alma a fin de que podamos, finalmente, hacerla perfecta en el conocimiento de las cosas divinas. Y si no nos bastan nuestros intrpretes, interroguemos al patriarca Jacob, cuya imagen brilla esculpida en el trono de la gloria. El padre sapientsimo, que duerme en el mundo inferior mientras permanece vigilante en el superior, nos instruir. Pero nos ensear a travs de una imagen as se les aparecan, de modo contingente, todas las cosas a ellos , la de una escala que se extiende desde el punto ms bajo de la tierra hasta la cima del cielo; dividida en numerosos peldaos, con el Seor sentado en el ms elevado, mientras los ngeles contemplativos alternativamente suben y bajan por ellas.

    Si esto es lo que debemos hacer, nosotros que aspiramos a ser como los ngeles, me pregunto: Quin tocar la escala del Seor con pies impuros, con las manos sucias? A los impuros, dicen los misterios, les est vedado tocar lo que es puro. Pero cules son esos pies?, cules son esas manos? Por los pies del alma se entiende aquella parte, la ms despreciable, con la que esta se apoya sobre la materia, as como sobre la superficie de la tierra; quiero decir, es la potencia nutriente y alimenticia, fuente de concupiscencia y maestra de muelle voluptuosidad. Por qu no llamaremos manos del alma a aquella otra irascible, que suscita los apetitos como si fuera su campeona y que como predadora se apodera en medio del polvo y a la luz del sol de aquello que el deseo devorar mientras dormita a la

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  • sombra? Esas manos, esos pies esto es, toda la parte sensual donde residen las tentaciones del cuerpo que, como dicen, retorcindole el cuello tienen presa al alma, bamoslos en la filosofa moral como si se tratara de una corriente de agua viva si no queremos ser arrojados de la escala como profanadores e impuros. Con todo, eso no ser suficiente, si es que queremos ser compaeros de los ngeles que recorren la escala de Jacob, a menos que primero seamos instruidos y estemos preparados para ascender de modo apropiado, de peldao en peldao, sin salimos de la escala, y para seguir el recorrido establecido de subida y bajada. Cuando lo hayamos logrado gracias al arte de la palabra y de la razn, animados entonces por el espritu de los querubines a subir por los escalones, filosofaremos en cada uno de los peldaos de la escala, es decir, de la naturaleza. De esta forma, al llegar al fondo de las cosas a partir del centro y hasta llegar a l, a veces descenderemos, desmembrando con fuerza titnica la unidad en una pluralidad de partes, como le sucedi a Osiris; otras, ascenderemos, devolviendo con la fuerza de Febo la unidad a la pluralidad, como ocurri con los miembros de Osiris, hasta que descansando finalmente en el seno del Padre, que est en lo alto de la escala, alcancemos la perfeccin con la bienaventuranza teolgica.

    Interroguemos tambin al justo Job, quien estableci con el Dios de la vida una alianza antes de ser trado l mismo a la vida, sobre lo que el Dios Supremo deseara por encima de todo en esas decenas de centenares de miles que le asisten: la paz, responder, tal y como leemos en su libro: El pone la paz en los cielos. Y puesto que el orden mediano interpreta las advertencias del orden supremo para los seres inferiores, que el filsofo Empdocles interprete para nosotros las palabras de Job el telogo. Aquel nos muestra que hay una doble naturaleza presente

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  • en nuestras almas: una nos empuja a las regiones celestiales, la otra nos precipita a los mundos inferiores, a travs del litigio y de la amistad o de la guerra y de la paz, segn testimonian sus versos. En ellos se lamenta de que cuando es dominado por la lucha y la discordia, que le convierten en un ser semejante a un loco y a un fugitivo de los dioses, se siente como si fuera arrojado a las profundidades del mar.

    Es cierto, Padres, que hay en nuestro interior mltiples discordias que crean en nosotros graves guerras internas, peores que las guerras civiles. Si es que las rechazamos, si aspiramos a aquella paz que nos llevara a un lugar tan alto que nos encontraramos entre los elegidos del Seor, solo la filosofa podr reprimir y apaciguar tales discordias en nosotros. Si primeramente nuestro hombre buscase tan solo una tregua con sus enemigos, la moral reconducir los desenfrenados desvarios de nuestra multiforme naturaleza animal y domear los impulsos, propios de una era, de la ira y el furor. Si despus, con mayor rectitud de juicio, deseramos alcanzar la seguridad de la paz perpetua, all estar aquella y colmar con generosidad nuestras intenciones, pues habiendo inmolado ambas bestias, como si del sacrificio de una puerca se tratase, sellar un pacto inviolable de santa paz entre la carne y el espritu. La dialctica apaciguar los tumultos de la razn que se agita confusa y ansiosa ante las inconsistencias del discurso y el carcter capcioso de los silogismos. La filosofa natural calmar las contradicciones y las diferencias de opinin que vejan, dividen y ofenden por doquier el alma inquieta, pero las suavizar haciendo que nos obliguen a recordar que la naturaleza, segn Herclites, nace de la guerra; por ello, Homero la sola denominar lucha. N o est, pues, en su poder proporcionamos una paz verdaderamente tranquila y estable: ese es el don y el privilegio de su seo

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  • ra, esto es, de la muy santa teologa. Esta nos mostrar la va a la naturaleza y nos guiar acompandonos; y cuando nos vea a lo lejos aproximndonos, gritar: Venid a m, vosotros que os habis esforzado. Venid a m y os dar la paz que el mundo y la naturaleza no os pueden dar.

    Llamados con tanta dulzura, incitados con tanta bondad, con pies alados, como si furamos Mercurios terrestres, volando al abrazo de esta bienaventurada madre, gozaremos la paz anhelada: paz santsima, unin indisoluble, amistad unnime. Por ella, todas las almas son no solo capaces de concordar en una sola mente que est sobre todas las mentes, sino que de un modo inefable se funden completamente en una sola. Esta es aquella amistad que los pitagricos dicen que es el fin de toda filosofa; esta es la paz que Dios crea en lo ms alto, la que los ngeles anunciaron a los hombres de buena voluntad cuando descendieron a la tierra para que los mortales ascendieran a travs de ella hasta el cielo y se convirtieran en ngeles. Deseemos esta paz a nuestros amigos, a nuestro siglo; desemosla para cada casa en la que entremos; desemosla para nuestra propia alma, para que por ella se convierta en la casa de Dios, para que despus de haberse librado de la suciedad gracias a la moral y la dialctica, pueda adornarse con todo tipo de filosofa como si se tratara de galas palaciegas y de decorar el umbral de su puerta con ornamentos teolgicos, y descienda el Rey de la Gloria y con el Padre venga a esta casa y haga de ella su morada. Si se muestra digna de tan elevado husped, cuya bondad es ilimitada, le recibir vestida con un ropaje dorado a modo de tnica nupcial, y rodeada de la mltiple variedad de las ciencias, acoger al magnfico husped no como tal, sino como esposo del que no se separar nunca. Preferir ser separada de su propio pueblo y, olvidando la casa de su padre, olvidada incluso de s misma, en s misma querr morir para poder vivir en

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  • su esposo, a cuyos ojos en verdad la muerte de los santos es preciosa; muerte, digo, si muerte puede llamarse aquella plenitud de vida, la meditacin de la cual dicen los sabios que es el fin ltimo de la filosofa.

    Citemos tambin al propio Moiss, quien se encuentra cerca de aquella copiosa fuente de santa e inefable inteligencia de cuyo nctar se embriagan los ngeles. Escuchemos al venerable juez cuando legisla para nosotros, que habitamos en la rida soledad de este cuerpo: Que aquellos que todava estn impuros y necesitan de la filosofa moral vivan con el vulgo, fuera del tabernculo, a cielo raso, hasta que se hayan purificado, como los sacerdotes de Tesalia. Que aquellos que hayan reformado ya sus costumbres entren en el santuario, pero sin tocar an las cosas sagradas; antes, cual fervientes levitas, deben asistir como novicios de la dialctica en las sagradas rdenes de la filosofa. Cuando hayan sido admitidos tambin a stas, desde el sacerdocio de la filosofa, podrn contemplar la belleza multicolor del excelso trono en la morada del Seor, esto es, las estrellas; podrn contemplar tambin el candelabro celeste dividido en siete brazos de luz, los elementos de piel, hasta que finalmente seamos acogidos en el santuario del templo por la gracia de la sublime teologa, sin que se interponga el velo de algn smbolo, y podamos disfrutar de la gloria de la divinidad. En verdad esto es lo que nos ordena Moiss, y al ordenrnoslo, nos aconseja, nos incita, nos exhorta a que nos preparemos cuanto podamos por medio de la filosofa para encaminarnos hacia la futura gloria celestial.

    Verdaderamente no son solo los misterios mosaicos y los cristianos, sino tambin la teologa de los antiguos la que nos muestra las ventajas y la dignidad de estas artes liberales, de las que hablar a continuacin. Qu otra cosa podran significar los grados de iniciacin observados en

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  • los misterios de los griegos? A estos se les conceda la admisin en los misterios solo despus de ser purificados por la moral y la dialctica, aquellas artes por as decir, expiatorias a las que nos referimos antes. Qu otra cosa podra significar esa admisin sino una interpretacin de los secretos ms ocultos de la naturaleza por medio de la filosofa? Solo despus de haber sido as preparados, accedan a esa epopteia, es decir, a la contemplacin de las cosas divinas a la luz de la teologa. Quin no desear ser iniciado en tales misterios? Quin aunque tenga que dar la espalda a todas las cosas humanas, que menospreciar los bienes de fortuna y que dejar de lado los del cuerpo, no codiciar sentarse a la mesa de los dioses y, embriagado con el nctar de la eternidad, recibir pese a ser una criatura mortal el regalo de la inmortalidad? Quin no querr verse as inflamado de aquel furor socrtico cantado por Platn en el Fedro que le haga escapar rpidamente con el remar, por as decirlo, de las alas y de los pies de aqu, de este mundo, que est asentado en el maligno, hasta llegar a la Jerusaln celestial? Dejemos que se apodere de nosotros, Padres, que se apodere de nosotros tal furor socrtico que nos saque fuera de nuestra mente para as poner nuestra mente y a nosotros mismos en Dios.

    Este furor nos invadir cuando hayamos hecho todo lo que est a nuestro alcance para ello. Pues, si gracias a la moral las fuerzas de las pasiones han sido reconducidas con las medidas apropiadas para alcanzar la armona entre ellas, de manera que puedan sonar en una concordancia estable, y si por medio de la dialctica nuestra razn avanza progresivamente de manera rtmica, entonces seremos sacudidos por el xtasis de las musas y beberemos la armona celestial con el odo. Entonces Baco, gua de las musas, mostrndonos en sus misterios esto es, en las seales vi-

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  • sibles de la naturaleza las cosas invisibles de Dios a nosotros, que estudiamos la filosofa, nos embriagar con la abundancia de la casa de Dios, la cual, si somos fieles como Moiss, habitar la santsima teologa inspirando en nosotros un doble furor. As pues, exaltados hasta su elevada altura, podremos medir desde all todas las cosas que son y que sern y que han sido en la eternidad; y admirando su belleza primigenia, cual vates de Febo seremos sus amantes alados hasta que, finalmente, incitados de amor inefable como por un aguijn, a modo de ardientes serafines, ajenos a nosotros mismos, colmados de la divinidad, no seremos ya ms nosotros mismos, mas seremos Aquel que nos ha creado.

    Si se investigaran los sagrados nombres de Apolo, su significado y sus misterios ocultos, se demostrara ampliamente que este dios no es menos un filsofo que un profeta. Puesto que Ammonio ha examinado suficientemente esta cuestin, no hay razn para que yo me detenga de nuevo en ella. Sin embargo, tengamos presentes en nuestra mente, Padres, los tres preceptos deficos indispensables a los que quieren entrar en el santo y augusto templo, no del falso, sino del verdadero Apolo que ilumina todas las almas que llegan a este mundo. Veris que no nos exhortan sino a abrazar con todas nuestras fuerzas la filosofa tripartita, objeto de este discurso. En efecto, aquella sentencia medcn agan, esto es, de nada demasiado, prescribe justamente la norma y la regla de todas las virtudes mediante la doctrina del justo medio, de la que trata la moral. A continuacin, el dicho gnoti deauton, esto es, concete a ti mismo, nos urge y anima al conocimiento de la naturaleza toda, de la que la naturaleza humana es al mismo tiempo punto de encuentro y como un ser compuesto, pues quien se conoce a s mismo, en s mismo reconoce todas las cosas, tal y como lo dej escrito Zoroas-

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  • tro primero y despus Platn en su Akibades. Iluminados finalmente por este conocimiento gracias a la filosofa natural, ya cercanos a Dios, cuando le saludemos con la frmula teolgica ei, es decir, t eres, nos estaremos dirigiendo as, de modo familiar, y por consiguiente, como bienaventurados, al verdadero Apolo.

    Preguntemos igualmente al muy sabio Pitgoras, sabio sobre todo porque nunca se consider merecedor de recibir tal nombre. Lo primero que nos recomendar ser que no nos sentemos sobre una fanega, esto es, que por ociosa indolencia no perdamos la facultad racional, con la que el alma mide, juzga y considera todas las cosas; antes bien, debemos dirigirla y estimularla sin descanso mediante el ejercicio y las normas de la dialctica. Tras ello, nos sealar dos cosas que debemos evitar: que orinemos cara al sol y que nos cortemos las uas mientras ofrecemos un sacrificio. Por contra, solo despus de habernos librado, por medio de la filosofa moral, del muelle deseo de placeres excesivos y de haber cortado, como si fueran uas demasiado largas, los agudos accesos de la clera y los pinchazos de la ira en el alma, solo entonces podremos comenzar a participar en los ritos sagrados esto es, en los misterios de Baco que hemos mencionado y podremos entregarnos a nuestra contemplacin, en la que el Sol es llamado con razn padre y gua. Por ltimo, Pitgoras nos aconsejar que demos de comer al gallo, esto es, que alimentemos la parte divina de nuestra alma con el conocimiento de las cosas divinas, verdadero alimento sustancioso y ambrosa celestial. Este es el gallo al que el len esto es, el poder terrenal teme y reverencia. Este es el gallo al que, segn leemos en Job, le fue dada inteligencia. Cuando este gallo canta, el hombre descarriado vuelve en s. Este es el gallo que a la dbil luz del amanecer canta con las estrellas en alabanza del Seor. Este es el gallo que Scrates,

    D I S C U R S O D E LA D I G N I D A D D E L H O M B R E

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  • moribundo, mientras esperaba unir la divinidad de su espritu con la divinidad de un mundo superior y en quien cualquier cuidado respecto a la enfermedad corporal haba ya desaparecido, quera sacrificar a Asclepio, es decir, al mdico del alma.

    Examinemos los escritos de los caldeos. Veremos si es que son dignos de ser credos que la va a la felicidad se abra a los mortales a travs de esas mismas artes. Los intrpretes caldeos atribuyen a Zoroastro la creencia de que el alma tiene alas y que cuando stas se caen, el alma se precipita en el cuerpo; ms tarde, cuando las alas le han vuelto a crecer lo suficiente, vuela otra vez hacia el cielo. Cuando sus seguidores le preguntaron de qu manera podan conseguir almas voladoras, que estuvieran provistas de alas abundantes de plumas, respondi: Baad las alas en el agua de la vida. Cuando le importunaron de nuevo para saber dnde podran hallar esas aguas, les respondi, segn acostumbraba, con una parbola: Atraviesan y riegan el paraso de Dios cuatro ros; de all debis tomar las aguas de vuestra salvacin. El que corre desde el septentrin se llama Piscon, que quiere decir recto. El que viene de occidente se llama Gicon, que significa expiacin. El que viene de oriente se llama Chidequel, que simboliza la luz; y el que viene del sur, Perath, cuyo nombre puede interpretarse como piedad.

    Prestad atencin y considerad con diligencia, oh Padres, lo que implican las enseanzas de Zoroastro. Ciertamente ninguna otra cosa, sino que con la ciencia moral, como si dijramos con las aguas que fluyen de occidente, debemos limpiar las impurezas de nuestros ojos; con la dialctica debemos dirigir su aguda vista hacia la rectitud, como si de una plomada boreal se tratase. Debemos acostumbrarlos a soportar en la contemplacin de la naturaleza la todava dbil luz de la verdad, como si fueran los pri

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  • meros rayos del sol naciente, para que al final, mediante la accin de la piedad teolgica y de la santa devocin a Dios, podamos aguantar con valenta, como guilas celestiales, la luminosidad deslumbrante del sol al medioda. Estos son quizs los pensamientos matinales, meridianos y vespertinos cantados primero por David y a los que san Agustn dio posteriormente una interpretacin ms amplia. Esta es esa luz del medioda que inflama a los serafines hacia su meta e ilumina igualmente a los querubines; este es el pas a donde Abraham, nuestro antiguo padre, dirigi siempre sus pasos; este es el lugar donde no hay lugar para espritus impuros, segn las enseanzas que los cabalistas y los rabes nos han transmitido. Y si es lcito, aun cuando sea bajo la forma de un enigma, traer a la luz pblica alguna cosa relacionada con los secretos de los misterios desde que una repentina cada del cielo conden la cabeza del hombre al vrtigo y desde que en palabras de Jeremas la muerte entr por las ventanas afectando con su mal nuestras entraas y nuestro pecho, imploremos a Rafael, el mdico celestial, que nos libere por medio de la filosofa moral y por medio de la dialctica, remedios para nuestra salvacin. Restablecida entonces nuestra salud, morar en nosotros Gabriel, vigor divino, quien, guindonos a travs de las maravillas de la naturaleza y mostrndonos por doquier la virtud y el poder de Dios, nos confiar finalmente al sumo sacerdote Miguel, quien por su parte premiar a los que se hayan distinguido en el servicio de la filosofa con el santo oficio de la teologa, como con una corona de piedras preciosas.

    Estas, reverendsimos Padres, son las consideraciones que no solo me han animado, sino que me han empujado al estudio de la filosofa. En verdad, no me habra referido a ellas si no tuviera que rebatir a aquellos que condenan su estudio, sobre todo entre los hombres principales o, inclu-

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  • so, entre los que viven en condiciones modestas. Pues todo este filosofar se ha vuelto ya y ese es el mal de nuestra poca motivo de desprecio y deshonra, que no de honor y gloria. En consecuencia, una funesta y monstruosa conviccin ha invadido casi todas las mentes: que no se debe estudiar filosofa en absoluto o que debe restringirse a una minora, como si careciera de valor tener el conocimiento delante de los ojos y en nuestas manos del origen de las cosas, los caminos de la naturaleza, la razn del universo, los designios de Dios, los misterios del cielo y de la tierra; a menos que se pueda obtener con ello un favor o sacarse un beneficio econmico. Antes bien, se ha llegado al punto ay!, bien doloroso en el que no se reputa sabio a nadie a menos que se dedique al estudio de la filosofa profesionalmente, a cambio de un sueldo, y en el que es posible ver a la casta Palas, que fue enviada a los hombres como regalo de los dioses, rechazada, explotada, expulsada a silbidos; y no teniendo nadie que la ame, que la favorezca, si no es prostituyndose por as decirlo y reponiendo con el mal ganado dinero la hucha de su amante despus de haber aceptado unos magros emolumentos a cambio de ver desflorada su virginidad.

    Lanzo estas acusaciones con sumo dolor e indignacin, no contra los prncipes de esta poca, sino contra los filsofos que sostienen e incluso declaran abiertamente que no hay lugar para la filosofa si no es a cambio de algn beneficio o de alguna recompensa, como si ellos mismos no revelaran con esta sola afirmacin que no son filsofos. Pues, dado que toda su vida est puesta en el lucro o la ambicin, no abrazan el conocimiento de la verdad por s misma. Yo me atribuir el mrito y no me sonrojar en absoluto al alabarme a m mismo sobre este punto de no haber filosofado jams por ninguna otra causa sino por el deseo de ser filsofo; y de no haber esperado ningn otro

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  • beneficio de mis estudios y de mis reflexiones a la luz de la lmpara, ni haber buscado ninguna otra recompensa que no fuera cultivar mi mente y el conocimiento de la verdad, que siempre he valorado por encima de todo. Lo he codiciado siempre tanto, lo he querido con tanta fuerza que, perdido todo el inters por los asuntos privados y los pblicos, me entregu por completo al ocio contemplativo. De l no han podido hasta ahora sacarme ni las calumnias de los envidiosos, ni la malicia de los enemigos de la sabidura; y no podrn hacerlo en el futuro. La filosofa misma me ha enseado a confiar en mi propia conciencia antes que en las opiniones ajenas y a estar siempre pendiente no tanto de qu malevolencia oir de m, sino de que yo mismo ni diga ni cometa maldad alguna.

    Por otra parte, no ignoro, reverendos Padres, que este mi discurso os es grato y que lo acogerais con placer, vosotros que favorecis todas las buenas artes y que habis querido honrar este acto con vuestra muy augusta presencia, aun a pesar de que sera grave y molesto para muchos otros; y s que no escasean aquellos quienes no solo han condenado hasta ahora mi iniciativa, sino que incluso la condenan en este momento por mltiples razones. As acostumbra a ser: las acciones buenas y santas realizadas en pro de la virtud suelen tener no menos detractores no dir que ms que aquellas inicuas y falsas encaminadas al vicio. Adems, hay algunos que rechazan en general este gnero de discusiones y este mtodo de debatir en pblico en torno a asuntos de letras, porque afirman que son ms una ocasin para hacer pomposa ostentacin de talento y de lo que se sabe que para incrementar el conocimiento. Otros, en cambio, no se muestran contrarios a este tipo de prcticas, pero en mi caso particular no lo aprueban en modo alguno porque a mi edad apenas veinticuatro aos he tenido la audacia de proponer una discusin

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  • acerca de los misterios ms sublimes de la teologa cristiana, de los temas ms elevados de la filosofa y de disciplinas desconocidas en una ciudad famossima, ante una numerosa asamblea de hombres doctsimos, ante el senado apostlico. Otros, aunque me permiten llevar a cabo la discusin, se muestran reticentes a que debata novecientas tesis, afirmando maliciosamente que una empresa semejante resulta tan superflua y ambiciosa como superior a mis fuerzas.

    Yo habra cedido de buena gana a sus objeciones y me habra doblegado de inmediato si la filosofa que profeso me hubiera instruido en este sentido; y no las contestara ahora, pese a tener a la filosofa como maestra, si creyera que este debate ha sido iniciado con el propsito de fomentar polmicas y querellas entre nosotros. Arrojemos, por tanto, fuera de nuestro nimo cualquier intencin de atacar y ofender al adversario, as como todo asomo de malicia, de la que Platn escribe que est siempre ausente del coro celestial, y tratemos amigablemente ambas cuestiones: si puedo debatir o no, y si puedo hacerlo sobre todas esas proposiciones.

    En primer lugar, a los que critican la costumbre de debatir en pblico no tengo mucho que decirles, porque tal crimen, si es que debe considerarse un crimen, es comn no solo a m y a todos vosotros, doctores excelentsimos, pues habis participado con frecuencia en este tipo de actos, mereciendo por ello suma alabanza y gloria, sino tambin a Platn, a Aristteles y a los filsofos ms eminentes de todas las pocas; todos ellos compartan la clara certeza de que no haba nada ms provechoso para alcanzar ese conocimiento de la verdad al que aspiraban que ejercitarse asiduamente en el debate. De la misma forma que las fuerzas corporales se robustecen con la gimnasia, el vigor de la mente sin duda deviene ms firme y se acrecienta en

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  • esta especie de justa literaria. Y me cuesta creer que los poetas cuando cantaron a las armas de Palas, o los hebreos cuando llamaron al barzel, la espada, smbolo de los sabios, hayan querido decir otra cosa sino que este tipo de contiendas son tan honorables como necesarias para adquirir la sabidura. Es quizs por esta razn por la que los caldeos deseaban que Marte apareciera dispuesto en tringulo con Mercurio en el momento del nacimiento de quien haba de ser filsofo, como si dijeran faltando esta conjuncin y esta lid, toda la filosofa quedar en el futuro en estado letrgico y somnoliento.

    Sin embargo, me ser ciertamente ms difcil encontrar la manera de defenderme frente a aquellos que dicen que no estoy a la altura de esta empresa, pues si me declaro preparado para ello, parecer, probablemente, que merezco el reproche de ser poco modesto y presuntuoso en exceso; si me declaro inferior a esa labor, el de ser temerario e imprudente. Ved en qu tesitura he cado, en qu situacin me encuentro, pues no puedo sin censura asegurar sobre m alguna cosa que despus no pueda cumplir sin ser censurado. Podra quizs remitir a aquel dicho de Job, el espritu est en todos los hombres, pero entonces tendra que or con Timoteo que ninguno menosprecia tu juventud. N o obstante, con toda franqueza, dir de acuerdo con mi conciencia que no hay nada extraordinario o singular en m. N o negar mi dedicacin al estudio y que persigo con afn las buenas artes, pero no tomar para m, ni me arrogar, sin embargo, el nombre de docto. Si me he echado a las espaldas una carga tan pesada, no ha sido, pues, porque no fuera consciente de mi debilidad, sino porque saba que estas contiendas de tipo literario tienen la peculiaridad de que en la derrota reside tambin la victoria. De lo cual se sigue que incluso el ms dbil no solo no debe rehuirlas, sino que puede y debe por derecho pro

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  • pi buscar el enfrentamiento, porque cuando quiera que sucumba no recibir dao del vencedor, sino una recompensa, que le convertir en ms rico; es decir, en ms docto y mejor equipado para futuras lides. Animado por esta esperanza, yo, un dbil soldado, no he tenido miedo a enfrentarme en tan cruenta pugna con los hombres ms fuertes e intrpidos. Si este hecho resulta una temeridad o no, se podr juzgar mejor a tenor del resultado de esta disputa, que no a partir de mi edad.

    Me resta, en tercer lugar, contestar a los que se han sentido molestos por el gran nmero de las tesis propuestas, como si semejante carga descansara sobre sus espaldas en lugar de recaer sobre m solo, no importa lo pesada que sea. Es verdaderamente escandaloso y desmesurado querer poner lmites a las tareas ajenas y, como dice Cicern, desear la mediocridad en aquello que es mejor cuanto mayor. En empresa de tal envergadura es fuerza o que fracase o que triunfe; si consigo el xito, no veo por qu motivo lo que defendido en diez cuestiones sera digno de elogio, y lo defendido en novecientas sera considerado reprobable. Si fracaso, los que me odian tendrn de qu acusarme; de qu disculparme los que estn de mi lado. Pues en asunto tan grave y de tal magnitud, el fracaso de un hombre joven, de poco talento y exiguos conocimientos, ser ms digno de perdn que de reproche. Acerca de lo cual, el poeta dej escrito: Si te faltan las fuerzas, la audacia ser tu gloria: en las grandes cosas, con haberlas intentado basta. Y si, a imitacin de Gorgias Leoncio, en nuestros tiempos muchos han adoptado la costumbre de proponer debates no solo en tomo a novecientas cuestiones, sino sobre todas las cuestiones posibles pertenecientes a todas las disciplinas despertando elogios por ello, por qu no puede permitrseme, sin ser objeto de reprobacin, que debata acerca de un gran nmero de proposiciones, cierto,

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  • pero concretas y bien delimitadas? N o obstante, afirman que es un acto innecesario y ambicioso. Por mi parte, arguyo que en mi caso no solo no es superfluo, sino necesario; y si consideraran conmigo el propsito de la filosofa, se veran obligados a admitir, aun a su pesar, que es un debate claramente necesario.

    Quienes siguen alguna escuela filosfica, ya sea la de Toms o la de Escoto, que son las que estn actualmente en boga, pueden exponer su doctrina discutiendo un nmero reducido de cuestiones. En cuanto a m, tengo por principio no jurar por la palabra de nadie: me he preparado para poder basarme en todos los maestros de la filosofa, examinar todas sus obras, conocer todas las escuelas. En consecuencia, he de hablar de todos los filsofos para que cuando mantenga las opiniones de uno en particular, no parezca que estoy adscrito a su escuela y que relego a los dems; y as, cuando propongo algunas tesis de una escuela determinada, me veo obligado a aadir otras muchas relacionadas con todas las escuelas en su conjunto. Y que nadie me culpe porque a donde me lleva la tempestad, all permanezco como husped, ya que era costumbre observada por todos los antiguos que cuando examinaban cualquier tipo de escritor, no pasaban por alto ninguno de los comentarios eruditos a su disposicin. Aristteles, en particular, observ este principio con tanto rigor que Platn le llam por esta causa anagnosts, el lector. Con seguridad es seal de una mente estrecha confinarse a una sola escuela, ya sea a la de los peripatticos o a la Academia, de igual modo que nadie que no se haya familiarizado primero con todas ellas podr elegir correctamente la suya propia. Adase que en cada escuela hay siempre algn elemento distintivo, que no comparte con las restantes.

    Y, ahora, para comenzar con las ms cercanas a nuestra fe, a las que lleg la filosofa en ltimo lugar, hallamos en

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  • Juan Escoto vigor y sutileza; en Toms, solidez y equilibrio; en Egidio, lucidez y exactitud; en Francisco, agudeza y penetracin; en Alberto, cierto carcter primitivo, copioso y solemne; en Enrique siempre me ha parecido que hay algo sublime y digno de reverencia. Entre los rabes, hay en Averroes firmeza y algo indiscutible; en Avem- pace [...]; en Alfarab, seriedad y profundidad; en Avicena, algo divino y platnico. Entre los griegos, en general, la filosofa aparece en verdad esplendorosa y pura: en Simplicio es rica y abundante; en Temistos, elegante y compendiosa; en Alejandro, coherente y erudita; en Teofrasto est elaborada gravemente; en Ammonio es delicada y graciosa. Y si prestas atencin a los platnicos, por no mencionar ms que a unos pocos, en Porfirio te deleitar la riqueza de la erudicin y la complejidad de su teologa; en Ymblico reverenciars la filosofa oculta y los misterios de los brbaros; en Plotino no hallars cosa que admirar sobre todas las restantes, puesto que todo en l es admirable: los propios platnicos, invirtiendo en ello el sudor de su frente, apenas le entienden cuando habla de la divinidad como en inspiracin divina y, con aquella docta oscuridad de estilo, de lo humano en trminos ms all de la humanidad. Pasar por encima de los platnicos ms recientes, Proclo, abundante en su fertilidad asitica, y los que derivan de l: Damascio, Olimpiodoro y muchos otros en los que brilla siempre aquel to theion, esto es, o divino', que es la seal distintiva de los platnicos.

    Aade a esto que cualquier faccin que se alza contra las doctrinas verdaderas, ridiculizando con ataques ingeniosos las causas correctas, no debilita la verdad, sino que la fortalece, como sucede con la llama, que en lugar de ser extinguida por el viento, es avivada por l. Animado por esta razn, he querido exponer las opiniones, no de una nica escuela como habra complacido a algunos , sino

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  • de todas, a fin de que a travs de la presente comparacin entre numerosas escuelas y de esta discusin de mltiples sistemas filosficos, aquel fulgor de la verdad que recuerda Platn en sus epstolas brille con mayor resplandor en nuestras mentes, como el sol naciente en lo alto del cielo. Qu se hubiera conseguido si nos hubiramos limitado a examinar la filosofa de los latinos, tales como Toms, Escoto, Egidio, Francisco o Enrique, omitiendo a los filsofos griegos y rabes, cuando toda la sabidura ha pasado de los brbaros a los griegos, y de los griegos nos ha sido transmitida a nosotros? En cuestiones de mtodo filosfico, los nuestros se han contentado siempre con los descubrimientos forneos, en los que se han basado, perfeccionando su trabajo. Para qu discutir con los peripatticos acerca de las cosas de la naturaleza si no hubiramos invitado tambin a la Academia platnica, cuya doctrina sobre las cosas divinas ha sido considerada siempre como la ms elevada de todas las filosofas, segn testimonia san Agustn, y que ahora, por primera vez que yo sepa y que nadie se sienta envidioso por ello , despus de muchos siglos, ha sido dada a conocer al pblico, por m, para ser examinada en un debate? De qu habra servido tratar acerca de las opiniones de todos los otros, no importa cuntas, si hemos de llegar al banquete de los sabios de balde, como gorrones, sin aportar nada de nuestra cosecha, nada que sea el fruto y el resultado del trabajo de nuestra mente?

    Es ciertamente poco noble, como dice Sneca, adquirir el conocimiento nicamente a travs de comentarios, como si los descubrimientos de los que nos han precedido hubieran cerrado las puertas a nuestra labor, como si la fuerza de la naturaleza se hubiera agotado y fuera ya incapaz de engendrar en nosotros nada que si no llega a mostrar la verdad de hecho al menos permita entreverla

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    de lejos. Porque si el campesino odia que su campo permanezca yermo y el marido que su mujer sea estril, tanto ms la mente divina odiar al alma infrtil, con la que est unida y asociada, cuanto la prole que desea engendrar en ella es considerablemente ms noble.

    Por este motivo, no contento con haber enriquecido las doctrinas comunes con numerosas enseanzas tomadas de la vetusta teologa de Mercurio Trimegisto, de las doctrinas de los caldeos y de Pitgoras, de los misterios secretos de los judos, he propuesto tambin como temas de discusin multitud de argumentos, descubiertos y estudiados por m, acerca de las cosas divinas y de la naturaleza. He empezado por proponer la concordancia entre Platn y Aristteles, que ha sido observada por muchos anteriormente sin ser demostrada nunca. Boecio, entre los latinos, prometi hacerlo, pero no queda rastro de que llegara a terminar la tarea que siempre quiso acometer. Simplicio, entre los griegos, asegur igualmente que lo hara; ojal hubiera cumplido su promesa! Agustn tambin escribe en Contra Acadmicos que no falt quien se esforzara, mediante argumentos sutilsimos, en probar eso mismo; a saber, que la filosofa de Platn y la de Aristteles coinciden. Juan el Gramtico, por ejemplo, aunque afirm que solo distinguen a Platn de Aristteles los que no entienden las doctrinas platnicas, dej, sin embargo, la demostracin para la posteridad. Yo he conseguido reunir, adems, varios pasajes de Escoto y Toms, y de Averroes y Avicena que, segn la mayora mantiene, se contradicen entre s, pero que en mi opinin concuerdan.

    En segundo lugar, junto a las reflexiones que he elaborado sobre la filosofa platnica y aristotlica, he establecido setenta y dos proposiciones fsicas y metafsicas, por medio de las cuales quien las sostenga podr resolver a menos que me equivoque, lo que pronto quedar de mani-

  • fiesto no importa qu cuestin se proponga, ya sea sobre las cosas de la naturaleza o de la divinidad, utilizando un mtodo muy diferente del que se nos ha enseado, del que est vigente en las escuelas y del que cultivan los filsofos de estos tiempos. Nadie debera escandalizarse, Padres, de que en mis primeros aos, en esta tierna edad en la que apenas se me debera permitir como alguno ha insinuado que lea las disertaciones ajenas, quiera introducir una nueva filosofa; ms bien, deberan loarla si puede probarse o condenarla si es rebatida. En fin, cuando se juzguen mis descubrimientos y mis conocimientos, no se deberan tener en cuenta los aos del autor, sino sus mritos y sus fallos.

    Ms an, adems de todo esto, existe un mtodo filosfico basado en los nmeros que yo he introducido como algo nuevo, aunque en realidad es un mtodo muy antiguo, que practicaban ya los primeros telogos, en especial Pitgoras, Aglaofeno, Filolao y Platn, y despus Platn y los platnicos iniciales; mas en los tiempos presentes, como tantas otras cosas ilustres, ha cado en desuso debido a la incuria de las generaciones posteriores hasta tal punto que apenas se halla rastro de l. Platn escribe en el Epimnides que de todas las artes liberales y las ciencias tericas, la ciencia de los nmeros es la principal y la ms divina; y preguntndose por qu el hombre es el ms sabio de los animales, concluye porque sabe contar, una opinin que Aristteles recuerda en sus Problemas. Abumasar cuenta que Avenzoar de Babilonia afirmaba que quien sabe contar conoce todas las cosas. Nada de ello puede ser cierto, en absoluto, si por arte de los nmeros se entiende aquel arte en el que hoy sobresalen los mercaderes; de ello es testigo Platn cuando nos advierte expresamente que no confundamos aquella aritmtica divina con el clculo de los mercaderes. Tras haber pasado muchas noches en

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  • vela reflexionando, creo haber descubierto esa aritmtica tan elevada, y para ponerla a prueba he prometido replicar pblicamente, mediante el empleo del arte numrico, setenta y cuatro cuestiones consideradas de la mxima importancia en la fsica y la metafsica.

    Asimismo, he propuesto teoremas relativos a la magia, en los que he sealado que hay dos formas de magia: una basada del todo en las obras y la autoridad de los demonios, la cual que Dios verdadero me ayude resulta execrable y portentosa; la otra, si bien se considera, no es sino la filosofa natural llevada a su entero cumplimiento. Pese a que los griegos mencionan ambas, niegan a la primera el honor de ser llamada magia, denominndola goteia; a esta ltima la designan con el nombre, apropiado y caracterstico, de magbeia, como una forma perfecta y suprema de sabidura. Efectivamente, como dice Porfirio, en lengua persa magus expresa la misma idea que intrprete y devoto de la divinidad en la nuestra. Ms an, la disparidad y desemejanza entre ambas artes es grande; o mejor, es la ms grande que pueda darse.

    La primera es condenada y rechazada no solo por la ley cristiana, sino por todas las religiones, por todas las repblicas bien ordenadas; la segunda, en cambio, todos los sabios, todas las naciones interesadas en las cosas humanas y divinas la aprueban y la buscan con anhelo. Aquella es la ms fraudulenta de las artes; esta, una forma de filosofa excelsa y santa. Aquella es ilusoria y vana; esta resulta bien fundada, fidedigna y cabal. Quien practica la primera siempre ha de disimular, porque acarrea ignonimia y reprobacin para su autor, mientras que la segunda ha procurado el ms elevado renombre y la gloria en el campo de las letras, desde la antigedad y a partir de entonces, casi siempre. Ningn hombre que sea un filsofo y que tenga deseo de aprender las buenas artes ha sido discpulo de la

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  • primera; por contra, Pitgoras, Empdocles, Demcrito y Platn atravesaron el mar para estudiar la segunda, la difundieron a su regreso y la consideraron por encima de cualquier otra arte en sus misterios. Aquella, como no ha sido demostrada mediante argumentos, tampoco ha sido aprobada por autores reputados; esta, honrada, por as decirlo, con ilustres padres, tiene dos autores principales: Zamolxis, a quien imit Abaris Hiperbreo, y Zoroastro, no aquel en quien quizs estis pensando, sino aquel otro, hijo de Oromasio.

    Si preguntamos a Platn qu tipo de magia practicaban estos dos ltimos autores, responder en su Alcibades que la magia de Zoroastro no era otra cosa que la ciencia de lo divino, en la que los reyes persas instruan a sus hijos con el fin de que aprendieran a gobernar su propia repblica a ejemplo de la repblica del mundo. Responder, en el Cmnides, que la magia de Zamolxis es la medicina que proporciona templanza al alma, de la misma manera que la templanza proporciona salud al cuerpo. Posteriormente siguieron sus huellas Carondas, Damigeron, Apolonio, Hostanes y Drdano; las sigui Homero, quien ocult esta filosofa, como todos los otros saberes, de modo simblico bajo el peregrinar de Ulises, segn demostrar algn da en mi Teologa potica; las siguieron Eudoxo y Hermipo; en fin, las han seguido casi todos los que han escrutado los misterios pitagricos y platnicos. Asimismo, entre los filsofos ms recientes hallo tres que han olfateado su existencia: el rabe Alquindo, Roger Bacon y Guillermo de Pars. Plotino tambin se refiere a ella cuando demuestra que un mago es un ministro de la naturaleza, no su artfice. Aquel varn sapientsimo aprobaba y apoyaba esta magia, pero rechazaba hasta tal punto la otra que, cuando fue convocado a los ritos de los malos espritus, dijo justamente que ellos deberan acudir a l, no l a ellos. Y ciertamente

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    tena razn, pues de igual modo que la falsa magia hace del hombre un devoto esclavo de sus malignos poderes, la verdadera le convertir en su prncipe y seor. En conclusin, aquella no puede reclamar para s el nombre de arte ni de ciencia; esta, en cambio, plena de altsimos misterios, abarca la ms profunda contemplacin de las cosas ms ocultas y, al fin, el conocimiento de la naturaleza toda. Esta, al sacar a la luz, como si las arrancara de las tinieblas, las virtudes diseminadas y sembradas en el mundo por la benevolencia de Dios, no obra maravillas, sino que se limita a servir fielmente a la naturaleza creadora. Aquella, habiendo escrutado en profundidad la armona del universo, que de modo ms expresivo los griegos llamaban sym- pabeia, y habiendo percibido claramente la afinidad mutua entre los elementos de la naturaleza y aplicando a cada uno de ellos en particular encantamientos apropiados a su naturaleza, que los magos llaman iuggs, sortilegios, saca a la luz pblica las maravillas ocultas en los lugares ms recnditos del mundo, en las profundidades de la naturaleza y en los prontuarios y en los arcanos de Dios, como si ella fuera su creadora; y como el agricultor anuda la via al olmo, as el mago une la tierra al cielo, esto es, el mundo inferior a las virtudes y las fuerzas del mundo superior. De aqu, que una magia aparezca tan monstruosa y nociva cuanto la otra divina y salutfera. El principal motivo para ello es que, al hacer del hombre siervo de los enemigos de Dios, la primera le aleja de El; por el contrario, esta despierta en l la admiracin de las obras divinas, de las que se derivan ciertamente la caridad, la fe y la esperanza. Efectivamente, nada mueve ms a la religin y al culto divino que la contemplacin asidua de las maravillas de Dios; si bien las consideramos a la luz de esta magia natural a la que nos hemos referido, nos sentiremos impulsados a cantar a Dios animados por un amor y devocin ma

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  • yores: Lleno es el cielo, llena es la tierra de la majestad de tu gloria. Y con esto ya he dicho bastante acerca de la magia; lo que he dicho ha sido porque s que son muchos los que a menudo, as como los perros siempre ladran a los extraos, condenan y odian lo que no entienden.

    Vengo ahora a lo que he recabado de los misterios de los antiguos hebreos y que traigo a colacin porque confirman la sacrosanta fe catlica. Para que aquellos que ignoran estas cosas no las consideren frusleras inventadas o fbulas de albardanes, quiero que comprendan cules son y en qu consisten, de dnde proceden, qu autores confirman su existencia y cun ilustres son esos autores, y cun arcanas, cun divinas, cun necesarias son a los hombres de nuestro tiempo para defender nuestra religin frente a las importunas calumnias de los judos.

    N o solo los doctores hebreos clebres, sino tambin entre la gente de nuestra fe Esdrs, Hilario y Orgenes escriben que Moiss recibi de Dios en la montaa no solo la Ley, que dej a la posteridad escrita en cinco libros, sino asimismo una interpretacin secreta y veraz de aquella. Despus, Dios le orden que proclamase la Ley entre la gente, prohibindole que pusiera por escrito la interpretacin de la Ley o que la divulgara; solo l en persona deba revelrsela a Josu, quien a su vez deba transmitirla a los altos sacerdotes que le sucedieran bajo sagrado juramento de guardar silencio. Bastaba una simple narracin de los hechos para dar a conocer el poder de Dios, su clera contra los impos, su clemencia con los buenos, su justicia con todos; bastaba el ser instruido mediante unos divinos y benficos preceptos para vivir bien y felizmente y practicar el culto de la verdadera religin. Mas revelar al vulgo los misterios ms secretos, los arcanos de la excelsa divinidad ocultos bajo la corteza de la Ley y el grosero ropaje de las palabras, qu otra cosa sera sino darles algo sagrado a los

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  • perros y tirar margaritas a los cerdos? Luego, mantener oculto al pueblo este saber, que haba de ser desvelado nicamente a los iniciados pues, segn dice Pablo, la sabidura solo habla cuando se encuentra entre ellos , no fue resultado de humana deliberacin, sino de precepto divino.

    Los antiguos filsofos guardaron escrupulosamente esta costumbre. As, Pitgoras apenas escribi nada excepto algunas rosillas que confi, moribundo, a su hija Dama. Las esfinges esculpidas en los templos de los egipcios les recordaban que deban custodiar las enseanzas msticas bajo el nudo de los enigmas, de modo que permanecieran fuera del alcance de la multitud profana. Platn, escribiendo a Dionisio sobre las sustancias supremas, le advirti: Te lo he de comunicar en enigmas, para que en caso de que la carta caiga en manos extraas, lo que te escribo no sea entendido por otros. Aristteles sola decir que los libros de su Metafsica, en los que trataba de lo divino, estaban publicados sin ser publicados. Qu ms aadir? Orgenes afirma que Jesucristo, el maestro de la vida, hizo numerosas revelaciones a sus discpulos que estos no quisieron poner por escrito para que no fueran comunes al vulgo. Este extremo es confirmado por Dionisio Areopa- gita, quien dice que los misterios ms secretos fueron transmitidos por los fundadores de nuestra religin, ex nous eis noun da msou logou, de mente a mente, sin que mediara la escritura, por medio de la palabra viva.

    De idntica manera, cuando por voluntad divina la verdadera interpretacin de la Ley fue revelada por Dios a Moiss, fue llamada Cbala, lo que significa en hebreo lo que en latn receptio. Y fue llamada as por el motivo evidente de que tal doctrina era transmitida de unos a otros, no por medio de testimonios escritos, sino en una especie de derecho hereditario, a travs de una sucesin regulada

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  • de revelaciones. Mas despus de que los hebreos fueran liberados por Ciro de la cautividad a la que estaban sometidos en Babilonia, cuando, con el templo ya reconstruido en tiempos de Zorobabel, se aprestaron a implantar la Ley de nuevo, Esdrs, entonces cabeza de la iglesia, tras enmendar los libros de Moiss y viendo que no se poda conservar la costumbre establecida por sus mayores de transmitir la doctrina de boca en boca a causa del exilio, de las masacres, de las huidas, de la cautividad del pueblo de Israel, por lo que se perderan los secretos de la doctrina celeste que les haban sido confiados por voluntad divina, ya que su memoria no podra persistir sin la ayuda de la escritura, estableci que se convocara a los sabios que haba entonces y que cada uno de ellos impartiera a los reunidos lo que recordaba de los misterios de la Ley para que los escribas lo recogieran en setenta volmenes, que era el nmero aproximado de sabios que componan el Sanedrn. Para que no hayis de fiaros tan solo de mi palabra, escuchad, Padres, a Esdrs en persona, quien habl as: Ocurri que pasados los cuarenta das el Altsimo se dirigi a m y me dijo: Haz pblico aquello que has escrito primero, que lo lean los dignos y los indignos, mas conserva los ltimos setenta libros para comunicrselos a los sabios de tu pueblo. En ellos quedar la vena de la inteligencia, la fuente de la sabidura y la corriente del conocimiento. Y as lo hice. Estas fueron las palabras literales de Esdrs. Se trata de los libros de la ciencia cabalstica, en los que, segn lo ha declarado Esdrs con voz alta y clara, se encuentra la vena de la inteligencia, esto es, la inefable teologa de la deidad suprasustancial; la fuente de la sabidura, esto es, la metafsica exacta de las formas inteligibles y de las anglicas; la corriente del conocimiento, esto es, la solidsima filosofa de la naturaleza. Sixto IV, soberano pontfice, predecesor inmediato de Inocencio VIII, bajo el

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    cual vivimos felizmente, puso gran cuidado e inters en que estos libros se tradujeran al latn en servicio pblico de nuestra fe. As, cuando muri, se haban traducido ya tres de ellos. Entre los hebreos de nuestra poca, estos libros se veneran de tal modo que no le est permitido tocarlos a quien tenga menos de cuarenta aos.

    Tras procurarme estos libros con gasto no pequeo, los le a fondo con suma diligencia y sin desfallecer en la tarea, hallando en ellos Dios es testigo no tanto la religin mosaica cuanto la cristiana. All se encuentra el misterio de la Trinidad, all se halla la encamacin del Verbo, all est la divinidad del Mesas; all he ledo acerca del pecado original, de su expiacin por Cristo, de la Jerusaln celeste, de la cada de los demonios, de las jerarquas de los ngeles, del purgatorio y de las penas del infierno, lo mismo que leemos a diario en Pablo y en Dionisio, en Jernimo y en Agustn. N o obstante, en las partes que tratan de cuestiones filosficas te parece estar oyendo a Pitgoras y a Platn, cuyas afirmaciones son tan afines a la fe cristiana que nuestro Agustn da infinitas gracias a Dios de que los libros de los platnicos hayan llegado a sus manos. En suma, no hay ninguna cuestin controvertida entre nosotros y los hebreos que no pueda ser combatida y refutada con los libros de los cabalistas, de manera que no queda rincn alguno en que puedan refugiarse. Como testigo de peso acerca de este hecho cuento con Antonio Crnico, un gran erudito, quien estando conmigo en un banquete escuch con sus propias orejas cmo Dctilo, un hebreo experto en aquella ciencia, convena en pleno con la doctrina cristiana de la Trinidad.

    Pero para volver a los captulos iniciales de la discusin, he aportado asimismo mi propia interpretacin de los poemas de Orfeo y de Zoroastro. Orfeo puede leerse casi ntegro en griego; en esta lengua puede leerse a Zoroas-

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    tro fragmentariamente, aunque en caldeo es posible hacerlo de modo ms completo. A ambos se les considera padres y fundadores de la antigua sabidura; no obstante, pasar por alto en este momento a Zoroastro, al que ya he mencionado a menudo y siempre con profunda veneracin al hablar de los platnicos. De Pitgoras, Ymblico de Calis escribe que sigui la teologa rfica como el modelo sobre el que l mismo deba construir y configurar su propia filosofa. Ms an, se dice que los dichos pitagricos son llamados sacros por la sola razn de que se basan en principios rficos; de ah ha manado, como si fuera su fuente primera, la secreta doctrina de los nmeros y cuanto de importante y de sublime ha producido la filosofa griega. Sin embargo, tal y como era costumbre de los antiguos telogos, Orfeo cubri los misterios de sus dogmas bajo un ropaje fabuloso, ocultndolos con el velo de la poesa, para que quien leyera sus himnos creyera que no haba nada debajo salvo historietas y meras ancdotas. He querido dejarlo claro para que se sepa cun trabajoso, cun difcil ha sido extraer el significado oculto de los secretos filosficos de la maraa intencionada de enigmas y de la oscuridad de las fbulas, especialmente porque en empresa tan ardua, recndita e inusitada no he podido servirme de la obra y el trabajo de otros intrpretes. Y pese a todo, aquellos perros han ladrado que he acumulado minucias y datos intiles para hacer ostentacin del nmero de tesis propuestas, como si todas ellas no fueran de la mayor ambigedad y controversia, cuestiones con las que las principales escuelas afilan sus argumentos, como si yo no hubiera aportado muchas cosas del todo desconocidas e insospechadas para aquellos que me atacan y se consideran a s mismos prncipes de los filsofos.

    Se equivocan; en realidad, estoy tan lejos de tal culpa, que he procurado reducir al mnimo los captulos de esta

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    discusin. Si hubiera querido dividirla en partes como otros acostumbran y desmenuzarla, hubiera alcanzado sin duda un nmero incontable de tesis. Omitir lo dems, pues quin ignora que una sola de las novecientas tesis, la que conciba la filosofa platnica y la aristotlica, podra haberla desarrollado sin despertar el recelo de que lo haca a propsito, para proponer un mayor nmero de ellas en seiscientos captulos, por no decir ms, enumerando uno tras otro los aspectos en los que se considera que dichos filsofos difieren y en los que yo creo que convergen? Mas, a pesar de todo, hablar. Hablar, aunque no resulte modesto de mi parte, ni sea propio de mi carcter, ya que los que me envidian me fuerzan a ello, ya que me fuerzan a hacerlo los que me calumnian: no he querido demostrar en esta discusin a la que os he convocado que s muchas cosas, sino que s cosas que muchos desconocen. Para que los hechos por s mismos lo pongan de manifiesto, Padres Reverendos, y para que mi discurso no os estorbe durante ms tiempo en vuestro deseo, excelentes doctores, a los que observo preparados y prestos ante la expectativa de la contienda y ojal que su resultado me sea feliz y favorable , acudamos ya a la lid como al son de los clarines de guerra.

    La Oratio (1485-1488) se conserva en dos versiones diferentes, ninguna de las cuales fue impresa completa en su tiempo. La primera, redactada en 1485, fue publicada por E. Garin, De hom'mis dignitati. Heptapltis. De ente et uno, Florencia, 1942, sobre la base de un manuscrito de la Biblioteca Palatina de Florencia. La segunda versin, que refleja el impacto que tuvo en Pico la lectura de la cabala y que le produjo una crisis de pensamiento que se extendi hasta 1488, incorpora la digresin sobre la paz, la ala-

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    banza a su labor como divulgador de los misterios egipcios, de los caldeos y de la cabala. En cambio, se suprimen o abrevian una breve crtica a quienes se dedican al cultivo de la retrica que recuerda por su contenido la conocida carta a Ermolao Brbaro, en la que defenda la filosofa escolstica (rente a la nueva tirana de la palabra, un pasaje que expresa su escepticismo sobre la posibilidad de alcanzar la paz verdadera y un corto elogio del debate como mtodo de inquisicin de la verdad. Seguimos en nuestra traduccin la segunda versin, por considerar que es la definitiva, de acuerdo con el texto fijado en Opera Oninia, Col. Philo- sophica humanstica rariora, Turn, Bottega de Erasmo, 1971, pp. 311-350, que hemos cotejado con la edicin bilinge de Oli- vier Boulnois, Oeuvres pbilosopbiques, Pars, 1993, pp. 3-64.

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    Los estados modernos se van constituyendo a lo largo del siglo XVI, con una concentracin, una centralizacin del poder, que se ha de acentuar en el siglo XVII. Por ello, las sociedades de esa poca son sociedades fuertemente codifica-das, regidas por normas y usos, tanto en el mbito civil como religioso, que descansan en un principio de autoridad centralizadora.1

    Sin embargo, el siglo XVI es tambin el siglo del humanismo que desea rege-nerar y dignificar al hombre gracias al estudio de las Buenas Letras (lo cual pasa necesariamente por la sabidura de los Antiguos), gracias asimismo a la educacin y a una capacidad reflexiva recuperada que debe darle la posibilidad de alcanzar una nueva autonoma y una nueva libertad.2 Programa exaltador que se inserta en un ensanchamiento de los horizontes humanos, en particular por lo que hace

    1 Acerca de este tipo de evolucin y del papel desempeado o no por las instituciones intermedias, vanse, por ejemplo, los trabajos siguientes: Pablo Fernndez Albadalejo, Fragmentos de monarqua, Ma-drid, Alianza Editorial, 1992; Id., Materia de Espaa. Cultura poltica e identidad en la Espaa moderna, Madrid, Marcial Pons, 2007; Ronald G. Asch y Heinz Duchhardt (eds.), El absolutismo, un mito? Revisin de un concepto historiogrfico clave, Barcelona, Idea Books, 2000; Jean-Philippe Genet y Michel Le Men, Gense de ltat moderne, Paris, CNRS, 1987; Fanny Cosandey e Isabelle Poutrin, Monarchies espagnole et franaise, 1550-1714, Paris, Alande, 2001; Jean-Marie Constant, Naissances des tats modernes, Paris, Belin, 2008; etc.

    2 Sobre el humanismo se ha escrito mucho, con trabajos clsicos como los de Paul Oskar Kristeller, Jacob Burckhardt, Eugenio Garin, Andr Chastel, etc. Vanse asimismo Andr Chastel y Robert Klein, Lhumanisme. LEurope de la Renaissance, Paris, Skira, 1995; Francisco Rico, El sueo del humanismo. De Petrarca a Erasmo, Madrid, Alianza Editorial, 1993; etc. Por lo que hace a Espaa ms directamente, vanse, por ejemplo, Domingo Yndurin, Humanismo y Renacimiento en Espaa, Madrid, Ctedra, 1994; Luis Gil Fernndez, Panorama social del humanismo espaol (1500-1800), 2a ed., Madrid, Tcnos, 1997; Augustin Redondo (ed.), Lhumanisme dans les lettres espagnoles, Paris, Vrin, 1979; Los humanistas espa-oles y el humanismo europeo (IV Simposio de filologa clsica), Murcia, Universidad de Murcia, 1990; las actas de los cinco Congresos internacionales de Humanismo y pervivencia del mundo clsico, que se han desarrollado en Alcaiz, entre 1990 y 2010; etc. Vanse adems Marcel Bataillon, Erasmo y Espaa, trad., 2a ed. en espaol, Mxico-Buenos Aires, Fondo de Cultura Econmica, 1966; Max Engammare, Marie-Ma-deleine Fragonard, Augustin Redondo y Saverio Ricci, Ltude de la Renaissance, nunc et cras, Genve, Droz, 2003; etc.

    DESDE LOS MRGENES: TRANSGRESIN DE SABERES HUMANSTICOS Y DE FORMAS DE VIDA EN LA ESPAA DEL SIGLO XVI

    AUGUSTIN REDONDOUNIVERSIT DE LA SORBONNE NOUVELLE-CRES

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    a una nueva concepcin del mundo, favorecida por los descubrimientos geogr-ficos y cientficos, as como por la aparicin de otros seres, o sea de otra dimen-sin de la Humanidad, de una forma desconocida de alteridad.3 El humanismo conduce tambin a una puesta en tela de juicio de esa centralidad a la cual nos hemos referido, ya que implica una reflexin valorizadora sobre las fronteras en todos los sentidos de la palabra, sobre los mrgenes del mundo y de lo humano, lo que plantea el problema de las diversas formas de vida.

    De ah la importancia de la nocin de margen, desde su acepcin espacial y tipogrfica hasta su acepcin figurada tanto en el mbito literario como en el mbito social y religioso.4 El margen o mejor dicho los mrgenes son capaces de variaciones mltiples pues van unidos a un centro pero ese centro no es inalte-rable dado que se modifica segn las circunstancias. Es decir que los mrgenes son mviles, vienen a constituir un espacio real o figurado en expansin cuya movilidad permite el cuestionamiento de la prepotencia del centro, de la regula-cin de los saberes, de los cuerpos y de los comportamientos, o sea de los diver-sos cnones.5 Situarse en los mrgenes equivale a echar otra mirada sobre lo ordenado, lo codificado por los grupos dominantes para que pueda expresarse una transgresin creadora, lo cual hace posible la emergencia de otras normas y otros valores, considerados de manera positiva o negativa, segn el punto de vista adoptado.

    Es lo que vamos a examinar ahora, a travs de unas cuantas orientaciones, apoyndonos en diversos ejemplos significativos.

    * * *El Renacimiento de la Antigedad clsica en los siglos XV y XVI ha conducido

    a una exaltacin de la dignidad del hombre, realzada en la Academia ficiniana y celebrada por Pico de la Mirndola, pero tambin ha llevado a una verdadera fascinacin por el arte retrico, segn el modelo ciceroniano, fundamento del conocimiento y del comentario de los textos.

    Verdad es que si bien el ideal humanista ha sido el de conocer las tres lenguas de cultura antiguas, base de la fundacin cisneriana, no obstante hay que reco-

    3 Vanse, por ejemplo, Franois de Dainville, La gographie des humanistes, 2a ed., Genve, Slat-kine Reprints, 1969; Frank Lestringant, Latelier du cosmographe ou limage du monde la Renaissance, Paris, Albin Michel, 1991.

    4 Sobre la nocin de margen, vanse los estudios reunidos en el volumen, Philippe Forest y Mi-chelle Szkilnik (eds.), Thorie des marges littraires, Nantes, Editions Ccile Defaut, 2005. Vanse tambin los trabajos emprendidos entre 2007 y 2010 y coordinados por Alain Viaut, en el marco de la Maison des Sciences de lHomme dAquitaine (Bordeaux), bajo el ttulo Marges, mmoire et reprsentation des territoi-res.

    5 Acerca de esta problemtica, vanse algunas reflexiones interesantes en Patricia Eichel-Lojkine, Excentricit et humanisme. Parodie, drision et dtournement des codes la Renaissance, Genve, Droz, 2002 y en Frdric Tinguely (ed.), La Renaissance dcentre, Genve, Droz, 2008.

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    DESDE LOS MRGENES: TRANSGRESIN DE SABERES HUMANSTICOS Y DE FORMAS DE VIDA EN L A ESPAA DEL SIGLO XVI

    nocer que dicho ideal no se ha realizado con frecuencia en la pennsula ibrica. Por lo menos el estudio de la lengua y de los textos latinos vena a ser indispen-sable.6

    La gramtica era la base incuestionable de tal estudio el cual deba afianzar un saber que era imprescindible para el que se ocupaba tanto de las artes liberales como de las divinas pues era la base misma de todos los conocimientos. De ah esa exaltacin del gramaticus por ejemplo por un ngel Policiano o un Lorenzo Valla. Nebrija, ese debelador de la barbarie, no deca algo diferente.7 Precisa-mente, para facilitar el trabajo de sus discpulos, y de los escolares de una ma-nera general, el maestro salmantino daba a la estampa, en 1481, sus clebres Introductiones latinae, una gramtica latina que haba de revisar varias veces e iba a ser el libro de texto de los estudiantes durante varias dcadas, conocin-dose bajo el nombre de el Arte del Antonio.

    Sin embargo, los maestros de latinidad (Cristbal de Escobar, Martn Ivarra, Gregorio Oriola, etc.) se haban apoderado de este texto, comentndolo en los mrgenes, aumentando de modo desmedido, y a veces muy torpe, la gramtica primitiva, de manera que los comentarios apresaban el escrito de Nebrija que desapareca bajo todo lo que le rodeaba. As, los mrgenes del libro, utilizados segn las normas escolares para apuntar comentarios, haban invadido y conta-minado el texto primitivo.8 El Arte nebricense haba venido a ser un mamotreto insufrible que los escolares deban memorizar, a pesar de las estupideces que encerraba. O sea que el escrito del profesor salmantino, cuya finalidad era apar-tar la barbarie y echar los cimientos de una buena latinidad, se haba convertido en el instrumento mismo de esa barbarie.9

    6 Vase fundamentalmente L. Gil Fernndez, Panorama social (cit. en n. 2).7 Vanse los trabajos siguientes: Francisco Rico, Nebrija frente a los brbaros. El canon de gramti-

    cos nefastos en las polmicas del humanismo, Salamanca, Ed. Universidad de Salamanca, 1978; Vctor Garca de la Concha (ed.), Nebrija y la introduccin del Renacimiento en Espaa, Salamanca, Ed. Univer-sidad de Salamanca, 1983; Carmen Codoer y Juan Antonio Gonzlez Iglesias (eds.), Antonio de Nebrija: Edad Media y Renacimiento, Salamanca, Ed. Universidad de Salamanca, 1994, etc. Sobre la actividad de Nebrija como gramtico, cfr. Luis Gil Fernndez, Nebrija y el menester del gramtico, en Id., Estudios de humanismo y tradicin clsica, Madrid, Ed. de la Universidad Complutense, 1984, pp. 165-179.

    8 Sobre la importancia del comentario desde la Antigedad, vase, por ejemplo, Mara Asuncin Snchez Manzano, Gramtica y comentario de autores en la tradicin latina, Len, Publicaciones de la Universidad de Len, 2000. Acerca del comentario, de sus desvos, pero tambin de sus aportaciones, en el Renacimiento y posteriormente, vanse Anthony Grafton, Les origines tragiques de lrudition. Une his-toire de la note en bas de page, trad., Paris, Seuil, 1998, en particular, pp. 94 y sigs.; Gisle Mathieu-Castel-lani y Michel Plaisance (eds.), Les commentaires et la naissance de la critique littraire, Paris, Aux Amateurs de livres, 1990; Michel Jeanneret, Le dfi des signes. Rabelais et la crise de linterprtation la Renaissance, Orlans, Paradigme, 1994, pp. 33 y sigs.; etc.

    9 Sobre los problemas planteados por los comentarios del propio Nebrija y de sus seguidores, vanse Carmen Codoer, El comentario gramatical de Nebrija, en C. Codoer y J. A. Gonzlez Iglesias (eds.), Antonio de Nebrija (cit. en n. 7), pp. 169-178; L. Gil Fernndez, Panorama social(cit. en n. 2), pp. 110-112. Vase asimismo Eustaquio Snchez Salor, Cambios en la gramtica latina de Nebrija a lo

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    Para dar un ejemplo revelador de la extensin del fenmeno, slo aduciremos el caso del humanista y poeta lvaro de Cadaval, que ense gramtica y retri-ca en la Universidad de Santigo de Compostela, entre 1542 y 1569. Pues este profesor de latinidad tena en su biblioteca cuyo inventario post mortem fue establecido en 1575 nada menos que tres ejemplares del Arte de Nebrija con sus comentarios. Y entre sus libros, no figuran manuales tan difundidos por Europa en el siglo XVI como el de Vives, Exercitationes linguae latinae, y sobre todo como el de Erasmo, De copia verborum et rerum, para no decir nada de la gramtica latina de Felipe Melanchton, dado que, a pesar de la difusin que al-canz, su autor era un protestante.10

    La cosa haba llegado a tanto que un humanista tan fino como Juan Maldo-nado, en su Paraenesis ad politiores literas de 1529, ya denunciaba el papel ne-gativo que desempeaba el Arte del Antonio. Lo mismo hace, por los aos 1550, otro humanista agudo, el autor del Viaje de Turqua. En efecto, pone de relieve irnicamente las lacras de ese sistema formativo espaol. Los tres personajes del Viaje estn dialogando y Matalascallando, uno de ellos, al evocar sus clases de latinidad en el colegio de Alcntara, indica significativamente:

    Devorar aquel arte [de Nebrija] se me haa a m gran perea y dificultoso como el diablo, prinipalmente en aquel gurges, merges, verres, sirinx et meninx et inx que paresen ms palabras de encantamiento que de doctrina. Tan dificultosas se me

    haan despus que me las declaraban como antes.11

    Pedro de Urdemalas, el personaje clave de la obra, smbolo de ese homo no-vus, deseado ya por San Agustn en otro sentido y pergeado por el humanismo, le dice entonces: Pues todava se lee la gramtica del Antonio?.

    Al contestarle afirmativamente Mata, Pedro embiste contra ese mamarracho que imposibilita que los escolares aprendan correctamente el latn: Agora digo que no me marabillo que todos los espaoles sean brbaros, porque el pecado original de la barbarie que a todos nos ha teido es esa arte.12

    La stira no puede ser ms incisiva ya que se trata de la norma de estudio en Espaa y la mirada que echa Pedro, desde los mrgenes, la transforma en norma de barbarie. Una centralidad ha reemplazado otra y conduce a privilegiar lo que Nebrija, el mayor humanista espaol de finales del siglo XV y de principios del

    largo del siglo XVI, en Gregorio Hinojo Andrs y Jos Carlos Fernndez Corte (eds.), Munus Quaesitum Meritis: Homenaje a Carmen Codoer, Salamanca, Ed. Universidad de Salamanca, 2007, pp. 775-784; Id., Las ediciones del arte de gramtica de Nebrija (1481-1700), Mrida, Editorial Regional de Extremadura, 2008.

    10 Vase nuestro trabajo, Le pdagogue et pote humaniste du XVIe sicle, lvaro de Cadaval, entre Espagne et Portugal, en Jacqueline Penjon (ed.), Hommage Anne-Marie Quint, Paris, Presses de la Sor-bonne Nouvelle, en prensa.

    11 Viaje de Turqua, ed. Marie-Sol Ortola, Madrid, Castalia, 2000, p. 596.12 Ibid., p. 598.

    AUGUSTIN REDONDO

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    siglo XVI, haba querido eliminar. Si en Espaa, prosigue Pedro, se hubieran adoptado otras Artes, escuetas, de cinco o seis pliegos de papel, sin burleras, como las de Herasmo o de Philipo Melanthon,13 artes venidas de ms all de las fronteras, de los mrgenes, buenos latinos seran los espaoles, lo que no es el caso.

    Sin embargo, despus de los aos 1560, empezaron a circular por la Penn-sula algunas gramticas latinas diferentes, como las de Sempere, Oliver, Torrellas, etc., si bien estas artes, salidas del entorno de la Universidad de Valencia, o sea de los mrgenes del reino de Felipe II, tuvieron muchas dificultades para enraizar en Castilla, donde sigui imperando el Arte de Nebrija.14 Adems, a pesar de los esfuerzos emprendidos entre 1560 y 1580 por hombres avisados como Pedro Si-mn Abril y el mismo Brocense, desde la Universidad de Salamanca, para refor-mar la enseanza del latn, despojando las Artes de todos los farragosos escolios que encerraban, la resistencia fue enorme.15 Y todava en 1595, el doctor Pedro Lpez de Montoya se lamentaba de la situacin, fustigando a los gramticos [que] ensean tan asquerosamente y con tantas impertinencias.16

    El complemento de la gramtica, la retrica, vino a adolecer en diversos textos del mismo desperfecto, al ensanchar los famosos ejercicios escolares, llamados preexercitamenta y al estudiar la difundida Rhetorica ad Herennium falsamente atribuida a Cicern, al manejar por fin textos poco pulcros invadidos por comen-tarios, como los de Quintiliano, Cicern, Horacio, etc. No obstante, desde los mrgenes del sistema de racionalizacin ciceroniana, se manifiesta un intento de modificar ese tipo de retrica, transgridiendo los cnones, tal vez por influencia de Hermgenes, cuya teora transmitida por Jorge Trapezuncio, analizaba los

    13 Ibid., p. 599.14 Vase Juan Codoer Merino, Juan de Pastrana y Fernando Nepote, Gramticas latinas de transi-

    cin, Salamanca, Ed. Universidad de Salamanca, 2000.15 Acerca de Pedro Simn Abril, vanse Margherita Morreale, Pedro Simn Abril, Madrid, CSIC, 1949;

    los trabajos de Luis de Caigral Corts, especialmente, Pedro Simn Abril. Textos de Humanismo y Didc-tica (prlogo y edicin), Albacete, Instituto de Estudios Albacetenses, 1988; Manuel Breve Claramonte, La didctica de lenguas en el Renacimiento: Juan Luis Vives y Pedro Simn Abril, Universidad de Deusto, 1995. Sobre El Brocense, vanse en particular, Jess Mar a Liao Pacheco, Sanctius, El Brocense, Salamanca, Ed. Universitad de Salamanca, 1971; Alfonso Martn Jimnez, Retrica y literatura en el siglo XVI: El Brocense, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1995; Carmen Codoer Merino et al. (eds.), El Brocense y las huma-nidades en el siglo XVI, Salamanca, Ed. Universidad de Salamanca, 2003; Eustaquio Snchez Salor y Csar Chaparro Gmez, Francisco Snchez de las Brozas. Minerva. De causis linguae, libri I, III y IV (introd. y ed. de Snchez Salor), liber II (ed. Chaparro Gmez), Cceres, Institucin Cultural El Brocense-Universi-dad de Extremadura, 1995.

    16 En su Libro de la buena educacin y enseanza de los nobles: en que se dan muy importantes avisos a los padres para criar y ensear bien sus hijos, Madrid, Viuda de Pedro Madrigal, s. a. [1595]. Vase la reed. del texto en Emilio Hernndez Rodrguez, Las ideas pedaggicas del doctor Pedro Lpez de Montoya, Madrid, CSIC, 1947. Cfr. p. 360.

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    estilos segn formas e ideas.17 De tal modo, el ciceronianismo que, como mo-delo, domina en Espaa, se halla matizado o mejor dicho recentrado, en retricas como la que Juan de Guzmn publica en 1589, influenciada precisamente por la doctrina de Hermgenes.18

    Asimismo, la teora retrica clsica se ha de revelar insuficiente y en el sistema correspondiente se han de introducir nociones marginales que van a cobrar nueva importancia y han de llegar hasta Baltasar Gracin, como la de lo irregu-lar, la del no s qu o la del donaire,19 particularidades que ha de integrar a nivel de los comportamientos cortesanos un texto que no deja de ser de inspira-cin platnica como el clebre Cortesano de Castiglione, traducido al castellano por Boscn en 1534.20

    Por lo dems, la oposicin entre ciceronianos y anticiceronianos define clara-mente lo que est en juego. Por un lado, los puristas como Bembo y Etienne Dolet, as como la mayora de los humanistas espaoles, seguidos por los jesuitas en sus colegios, desean escribir un latn conforme a la lengua y al estilo de Cice-rn. Este tipo de perfeccin viene a ser un canon necesario que trasciende la historia, sin tener en cuenta el lugar y el momento histrico. Al contrario, los an-ticiceronianos con Policiano, Pico de la Mirndola, Luis Vives y Erasmo, ese prn-cipe de los humanistas, sin dejar de lado los mode