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174 Ars Medica. Revista de Humanidades 2008; 2:174-189 Sobre la bilis negra o mal de Saturno On the black bile or Saturn’s spell Rafael Núñez Florencio Aunque vivieras tres mil años y otras tantas veces diez mil, no obstante recuerda que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra que la que pierde Marco Aurelio. Meditaciones 1 Resumen Se propone en este texto una reflexión sobre las múltiples formas que ha adoptado en nuestra civilización el llamado “mal de Saturno” a partir de una pre- gunta desconcertante: ¿puede haber una epidemia de melancolía? Según la famosa teoría de los humores, el predominio de la bilis negra hace a los hombres depresivos pero, al mismo tiempo, en clásica formulación aristotélica, el genio nace de esa con- dición. Esta dualidad se mantiene a lo largo de los siglos: por un lado, la melancolía se considera resultado de la lucidez y de una concepción trágica de la existencia, pero por otra se emparenta con actitudes más superficiales, como el spleen. Dejando al margen los aspectos clínicos de la cuestión, se trata de establecer una sencilla aproximación a la historia cultural de la melancolía. Palabras clave Melancolía. Bilis negra. Mal de Saturno. Tristeza. Pesadumbre. Taciturno. Tedio. Decadencia. Muerte. Abstract This article offers a reflection on the diverse shapes that our civiliza- tion gives to Saturn’s Spell. Therefore, a disconcerting question is going to be sug- gested: could there be an epidemic of melancholy? According to the well-known Hu- mors theory, the predominance of black bile makes people depressive. Notwithstand- ing this, from what Aristotelian philosophy says, genius emerges from melancholy. This duality has continued throughout centuries: on the one hand, melancholy is con- sidered the result of lucidity and tragic conception of existence. On the other it is Artículos El autor es doctor en Historia y profesor de Filosofía. 1 Marco Aurelio. Op. cit.; p. 64.

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  • 174 Ars Medica. Revista de Humanidades 2008; 2:174-189

    Sobre la bilis negra o mal de Saturno

    On the black bile or Saturns spell

    Rafael Nez Florencio

    Aunque vivieras tres mil aos y otras tantas veces diez mil, no obstante recuerdaque nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra que la que pierde

    Marco Aurelio. Meditaciones1

    ResumenSe propone en este texto una reflexin sobre las mltiples formas que

    ha adoptado en nuestra civilizacin el llamado mal de Saturno a partir de una pre-gunta desconcertante: puede haber una epidemia de melancola? Segn la famosateora de los humores, el predominio de la bilis negra hace a los hombres depresivospero, al mismo tiempo, en clsica formulacin aristotlica, el genio nace de esa con-dicin. Esta dualidad se mantiene a lo largo de los siglos: por un lado, la melancola seconsidera resultado de la lucidez y de una concepcin trgica de la existencia, pero porotra se emparenta con actitudes ms superficiales, como el spleen. Dejando al margenlos aspectos clnicos de la cuestin, se trata de establecer una sencilla aproximacin ala historia cultural de la melancola.

    Palabras claveMelancola. Bilis negra. Mal de Saturno. Tristeza. Pesadumbre. Taciturno. Tedio.

    Decadencia. Muerte.

    AbstractThis article offers a reflection on the diverse shapes that our civiliza-

    tion gives to Saturns Spell. Therefore, a disconcerting question is going to be sug-gested: could there be an epidemic of melancholy? According to the well-known Hu-mors theory, the predominance of black bile makes people depressive. Notwithstand-ing this, from what Aristotelian philosophy says, genius emerges from melancholy.This duality has continued throughout centuries: on the one hand, melancholy is con-sidered the result of lucidity and tragic conception of existence. On the other it is

    Artculos

    El autor es doctor en Historia y profesor de Filosofa.1 Marco Aurelio. Op. cit.; p. 64.

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  • bound to more superficial attitudes, such as spleen. Leaving medical aspects aside,this article intends to set a simple approach to melancholy cultural history.

    Key wordsMelancholy. Black Bile. Saturns Spell. Sadness. Sorrow. Taciturn. Tedium. Deca-

    dence. Death.

    Puede haber una epidemia de melancola? Es contagioso el llama-do mal de Saturno? A qu causas obedece su propagacin? No, no estamos hablandoen broma, aunque tambin es cierto y obvio que no estamos en coordenadas estric-tamente biolgicas sino simblicas, como cuando se habla de ordenadores infectados y delos virus de la informtica. Una epidemia de melancola es el epgrafe del captulo spti-mo de una interesante obra de Barbara Ehrenreich, paradjicamente dedicada a esta-blecer una historia cultural del sentimiento opuesto. Permtanme que cite sus primeras l-neas: Empezando con Inglaterra en el siglo XVII, el mundo europeo se vio afectado por loque parece, en trminos actuales, una epidemia de depresin. La enfermedad atac a j-venes y ancianos, sumindolos en meses o aos de mrbida apata e incesantes terrores2.

    Para los ingleses, sigue diciendo la autora, la enfermedad era el mal ingls que apa-rece en el Tratado de melancola de Timothie Bright (fines del siglo XVI) y que en el siglosiguiente concretamente en 1621 sera exhaustivamente analizado por Robert Bur-ton en su archiclsica Anatoma de la melancola. (No me resisto a sealar de paso queresulta curiosa la relacin entre este sentimiento y el carcter nacional, pues segn An-drew Salomon la melancola es un mal originariamente italiano, pero el italiano Gio-vanni Botero deca en 1603 que era una enfermedad especficamente espaola. Mstarde, en el siglo XVIII, quizs por la influencia de la obra de Durero, se afirmaba que lamelancola era un mal del alma alemana.)

    Queremos decir o, ms exactamente quiere decir la autora que la melancolaest sujeta a las apreciaciones subjetivas, a las formas culturales, a las modas, porexpresarlo con un trmino rotundo? S y no. Desde el punto de vista clnico o indivi-dual, la melancola ha existido desde siempre, porque siempre han existido personasdepresivas o propensas a ello. Pero no es menos cierto que, aunque no haya un incre-mento real de la enfermedad en trminos absolutos, s puede hablarse en trminos re-lativos de tendencias, actitudes o poses que ganan adeptos en determinados momentoshistricos. Nos referimos adems a adeptos que tienen una cierta influencia sobre elconjunto social. Para entendernos, pinsese en la relacin, comnmente admitida, en-tre el romanticismo decimonnico y la prevalencia del suicidio. Pues del mismo modopuede hablarse, por paradjico que resulte, de los placeres de la melancola. De he-cho, exactamente as, se titula una famosa obra de Thomas Warton, de 1747, muy se-

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    2 Ehrenreich B. Op. cit.; p. 131.

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    La melancola (o Melancola I ), realizado en 1514, es uno de los grabados ms conocidos del pintoralemn Alberto Durero (Albrecht Drer, 1471-1528). Representa la esfera intelectual dominada por elplaneta Saturno, que segn la astrologa tradicional est ligado a la melancola. Y de acuerdo conesta concepcin (mucho se ha escrito al respecto), se pueden explicar los elementos que aparecen enel grabado. Por ejemplo, el reloj de arena y la escala son dos smbolos de Saturno, y sirven paramedir y pesar la vida; o la figura alada que est coronada con verbena, planta usada para disiparo prevenir las enfermedades, en especial la locura.

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  • mejante en su espritu a la tambinmuy conocida Oda a la melancola deElizabeth Carter (1739).

    Entre nosotros, para no poner msejemplos extranjeros, la melancola es-tuvo de moda en distintos momentoshistricos, desde el Barroco hasta nues-tros das. Es casi un lugar comn cali-ficar de melanclico el espritu o fondode la propia obra cumbre de Cervantes:lejos de la superficie risible, el Caballerode la Triste Figura vendra a ser paramuchos analistas el prototipo del hom-bre apesadumbrado el hroe venci-do de la modernidad3. Ms claramen-te an, por lo que se refiere a movimien-tos culturales, el modernismo de co-mienzos del siglo XX, tanto en su ver-tiente potica los Machado, Juan Ra-mn o Villaespesa como en otras for-mas literarias las Sonatas de Valle-In-cln, por ejemplo se solazaron en to-dos los elementos materiales y psicol-gicos relacionados con una concepcintriste del mundo: ruinas, jardines aban-donados, lluvia mansa, crepsculo, na-turaleza otoal, soledad, afliccin, de-samparo, apata, amor no correspondi-

    do... Si se fijan, no son actitudes cercanas a la desesperacin, sino todo lo contrario:dentro de la tristeza, pudiera decirse que son ms bien sentimientos dulces, tibios, casiagradables... Volvemos, pues, al arriba aludido placer de la melancola.

    Esa melancola, en efecto, no hace sufrir realmente, no es autntica pesadumbre, nonos sumerge en la depresin inconsolable, sino ms bien todo lo contrario, es un estadode cierta delectacin, une rverie agrable. Por decirlo con una certera acuacin de Vc-tor Hugo, recogida por Marina y Lpez Penas en su Diccionario de los sentimientos, es ladicha de ser desdichado4. Estos autores hacen hincapi adems en que lo caractersticodel estado melanclico es el desconocimiento por parte del sujeto de la causa que lo pro-voca, y citan en este sentido unos versos de No hay cosa como callar, de Caldern:

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    3 Garca Gibert J. Op. cit.4 Marina JA y Lpez Penas M. Op. cit.; p. 276.

    Cubierta de Anatomy of Melancholy de RobertBurton.

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    Toda melancolanace sin ocasin, y as es la ma

    que aquesta distincin naturalezadio a la melancola y la tristeza5.

    Inmediatamente despus insisten en que la mayora de los tratadistas estn deacuerdo en trazar esa lnea de separacin entre melancola y tristeza. Desde mi puntode vista, la distincin es bsicamente correcta, pero no despeja, ni mucho menos, lasambigedades o imprecisiones del primer trmino, que es el que nos interesa. Fjense,por ejemplo, en la sutil apreciacin que introduce Carlos Gurmndez al abordar elmismo asunto: cuando la tristeza no se manifiesta en sollozos y se interioriza es me-lancola, es decir, su meditacin reflexiva. El verdadero melanclico se concentra ypreocupa por saber el origen de su tristeza6.

    En este aspecto estoy completamente de acuerdo con Lszl Fldnyi, cuando esta-blece de forma tajante que el primer problema que nos encontramos es la propia difi-cultad de precisar qu queremos decir con el concepto de melancola: sorprende de en-trada la imprecisin del trmino, que las pocas posteriores tampoco lograron paliar.No existe una definicin inequvoca y exacta. La historia de la melancola es tambinla historia interminable del intento de precisar el concepto. De ah, pues, la duda: al ha-blar de la melancola tal vez no la estemos estudiando, sino tratando de encontrar nues-tra propia posicin con la ayuda de los conceptos acuados sobre ella7.

    La vaguedad y polisemia del trmino, que es sin duda un escollo para la reflexin fi-losfica o psicolgica, puede convertirse empero en un interesante punto de partidapara la historia cultural. A lo largo de las pocas, sobre un fondo comn de tristeza, pe-simismo o desencanto, se han ido construyendo y perfilando una serie de manifesta-ciones artsticas y literarias que trataban de expresar la maldad del ser humano, la as-pereza del mundo, el destino trgico del hombre o su desorientacin vital. En las pgi-nas que siguen, dentro de los estrechos lmites de una reflexin de estas caractersticas,vamos a dar una especie de paseo por esas expresiones.

    Genio y melancola

    Nuestra historia cultural siempre nos remite al mismo sitio, el mundo griego, el m-bito en el que nace la investigacin, la especulacin racional y el conocimiento sobre elhombre y el Universo tal y como lo hemos entendido en Occidente a lo largo de veinti-cinco siglos. De los antiguos griegos viene la teora de los humores corporales que fue

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    5 Marina JA y Lpez Penas M. Op. cit.; p. 274.6 Gurmndez C. Op. cit.; p. 33.7 Fldnyi L. Op. cit.; p. 12.

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  • sistematizada por Galeno a partir de planteamientos anteriores de los pitagricos, Em-pdocles de Agrigento y otros autores8. Segn dicha teora, la salud consiste en elequilibrio de los elementos que integran el compuesto humano, entre ellos los fluidoso humores. Con la fascinacin numrica tan caracterstica de nuestra cultura, se es-tableca una equivalencia entre dichos humores cuatro: bilis negra, bilis amarilla,sangre y flema y otras entidades marcadas por el mismo cardinal, desde las estacio-nes del ao a las edades del hombre, pasando naturalmente por los consabidos cuatroelementos constituyentes del mundo. La cosmovisin de Galeno se prolong durantemuchos siglos, poco menos que como un dogma incuestionable9.

    El predominio de uno de tales humores en cada ser humano dara como resultadosu temperamento caracterstico: sanguneo, colrico, flemtico o melanclico. Esteltimo, que es el que nos interesa, se asociaba a la tierra (uno de los cuatro elemen-tos constituyentes del mundo), al otoo (una de las cuatro estaciones) y a la madurez(una de las edades del hombre). Si la salud era el equilibrio, la enfermedad era el de-sarreglo o predominio de un determinado componente en detrimento de los dems. Se-gn ese planteamiento, el melanclico en situacin prolongada, permanente o mor-bosa padecera de una alteracin de la bilis (khol) negra (melas), de donde procede eltrmino melancola. El mencionado desarreglo humoral estara provocado por un malfuncionamiento del bazo, ya que en la cultura antigua se consideraba que ese rganoejerca una labor de limpieza o purificacin de elementos nocivos. En cierta manera,esta enfermedad vena a ser una especie de envenenamiento de la sangre o los fluidoscorporales. En este caso dicha afeccin se manifestaba en una disposicin anmica yfisiolgica de desgana, cansancio y lasitud. Estaramos por tanto, claramente, anteuna perturbacin con efectos palpablemente desagradables para quien la sufre: de ahque se la asocie al hasto, a la postracin, a la pesadumbre y hasta al carcter agrio(acidia).

    Junto a esa evaluacin negativa de la melancola como trastorno corporal surgepronto una estimacin opuesta, que suele atribuirse a Aristteles y que aparece origi-nalmente expresada en forma de pregunta: por qu razn todos los hombres excep-cionales en el terreno de la filosofa, la ciencia del Estado, la poesa o las artes son ma-nifiestamente melanclicos? Como han puesto de relieve destacados especialistas, laformulacin parece que no procede exactamente del estagirita, sino de su discpuloTeofrasto10. Para lo que aqu nos importa, es una cuestin menor porque en cualquiercaso, como dice Jackie Pigeaud en el estudio previo de la obra, nos hallamos inmer-sos en un universo de pensamiento aristotlico y el texto en cuestin respondera ple-namente a preocupaciones autnticamente peripatticas11.

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    8 Klibansky R et al. Op. cit.; pp. 29-39.9 Velzquez A. Op. cit.; pp. 79-88.

    10 Klibansky R. Op. cit.; p. 99.11 Aristteles. Op. cit.; pp. 55 y 58.

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    La asociacin entre el genio y la melancola es casi desde entonces uno de los grandeslugares comunes de nuestra cultura. No pretendo impugnar tal vnculo, sino simple-mente llamar la atencin sobre el hecho de que, como toda afirmacin de carcter uni-versal, tiene mucho de simplificacin abusiva. Adems, no se olvide que si la vincula-cin puede funcionar en un sentido demos por bueno que la mayora de los geniosson melanclicos, lo que est claro es que no resulta cierta en sentido contrario: elmelanclico, por el simple hecho de serlo, no se convierte en genio. Por otra parte, laagrupacin de ambos elementos, melancola y genialidad, es claramente tributaria deun concepto romntico de esta ltima que no tiene por qu ser tachado de falso, peroque s es manifiestamente restrictivo. Para entendernos, estaramos hablando del pin-tor o escritor por utilizar los estereotipos ms comunes que tiene lnea directa conlas musas, que crea en situacin casi de sonambulismo, como iluminado, en estadode trance. Hoy sabemos y admitimos que un filsofo que use framente la razn, o uncientfico que trabaje ocho horas diarias en un laboratorio pueden ser tan geniales ycreativos como aquellos otros que buscan febrilmente la inspiracin.

    Pero volvamos al genio individualista, romntico, excntrico, que es el tipo que sigueoperando en las pautas culturales y en las inevitables simplificaciones de nuestra civi-lizacin. Es el que ha nacido bajo el signo de Saturno. Hay una obra clsica de Rudolfy Margot Wittkower que se llama as, y que lleva como subttulo explicativo: Genio ytemperamento de los artistas desde la Antigedad hasta la Revolucin Francesa. Enlas pginas iniciales se explica as el ttulo del libro: Mercurio es el arquetipo de loshombres de accin, alegres y enrgicos. Segn la tradicin antigua, los artesanos, en-tre otros, nacen bajo su signo. Saturno es el planeta de los melanclicos, y los filsofosrenacentistas descubrieron que los artistas emancipados de su tiempo mostraban lascaractersticas del temperamento saturnino: eran contemplativos, meditabundos, rece-losos, solitarios, creativos. En aquel crtico momento histrico naci la nueva imagendel artista alienado12. Lo que puede ser una simplificacin discutible, pero sobre unabase firme y con una slida documentacin bien utilizada caso del libro citado, seconvierte en otras ocasiones en una ingenua relacin de causa-efecto entre trastornosmentales y creatividad, como en el volumen de Kay Redfield Jamison: Marcados con fue-go. La enfermedad manaco-depresiva y el temperamento artstico. La concepcin del ar-tista como una especie de sagrado enfermo mental, tan cara al pensamiento primitivo,resurge as con fuerza.

    Tcito, taciturno

    Me interesa destacar un rasgo de lo que acabo de exponer y tirar de ese hilo para arri-bar a otra dimensin del asunto. Veamos: el genio despierta admiracin y quizs hasta

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    12 Wittkower M y Wittkower R. Op. cit.; p. 12.

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  • envidia en los dems pero, a tenor de lo dicho, es indudable que estar bajo la gida deSaturno parece ms maldicin que amparo. Saturno el Cronos griego es el dios quedevora a sus hijos. Los melanclicos no necesitan enemigos externos: se bastan y so-bran consigo mismos, pues, por lo general, son personas de una alta exigencia; al final,esa imperiosa conciencia moral termina siendo un demonio interior, fuente de una an-siedad que, por nunca satisfecha, se hace crnica, hasta llegar a un perpetuo sinsa-bor. Los saturninos saben por ello que no hay esperanza. La melancola en este con-texto puede ser simplemente el resultado de la lucidez. El pesimismo no sera tanto unaopcin como un destino: la constatacin de los lmites de la condicin humana13.

    Cuando ninguna ilusin es posible, cuando no nos creemos las mentiras piadosas,cuando nos sabemos condenados al fracaso por el mero hecho de ser hombres y de es-tar arrojados a una vida sin sentido, qu nos puede quedar?; cul es nuestro refugio?Slo el recogimiento en uno mismo el ensimismamiento y el silencio. Volviendo ala Antigedad, no olvidemos que silencio en latn se dice taciturnitas: se supone que elmutismo tan propio del melanclico es expresin de tristeza o desconsuelo. De ahpor seguir con la lengua latina a hundirse en un insondable taedium vitae hay unligero y casi inevitable paso. En nuestro idioma tambin puede seguirse un parecidohilo conductor. En castellano antiguo exista la palabra tazer, proveniente de tacere,que ha dado la forma actual de tcito (callado), de la que deriva taciturno. Para no car-gar las tintas en la pesadumbre, podramos tambin desde esta perspectiva retomar lavinculacin entre el temperamento taciturno y la excelencia: la melancola, encuadradaen la edad madura, es un estado de nimo que suele expresarse mediante el recogi-miento y la meditacin y, por ello, de modo natural, se asocia a las personas sobresa-lientes (artistas, escritores, filsofos), por cuanto aquellas cualidades son considera-das indispensables para la reflexin intelectual y la capacidad de innovacin.

    Se produce aqu un equvoco semejante al que detectbamos en la relacin entre ge-nio y melancola. Del mismo modo que decamos que, como mucho, puede aceptarseque el primero tiende a la segunda, pero que la relacin no funciona en sentido inverso,ahora tendramos que precisar que esos sujetos egregios pueden distinguirse a menu-do por su mutismo, pero eso no autoriza bajo ningn concepto a considerar el silencioper se sntoma de inteligencia o lucidez. Sin embargo, como cualquiera puede compro-bar a su alrededor, el silencio goza de un prestigio desmesurado, porque se le asociacasi siempre no hace falta subrayar que abusivamente con el talento, la profundi-dad o una rica vida interior. Es curioso constatar en este sentido que tendemos a verla vida y juzgar a las personas con una implcita carga dramtica: el melanclico gozade ms consideracin que otros temperamentos, del mismo modo que el silencioso esintelectualmente ms apreciado que el locuaz o, ya en un terreno ms amplio, el pesi-mismo que pasa por ser casi sinnimo de clarividencia y penetracin tiene ms

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    13 Diego R y Vzquez L eds. Op. cit.; pp. 15-30.

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    entidad y peso especfico que el optimismo, que suele ser tildado de ingenuidad o ino-cencia en sentido peyorativo. Merece la pena reflexionar un momento sobre el porqude esas tendencias.

    La idea de que el mundo es malo es vieja como la Humanidad, en el sentido de quesurge casi espontneamente desde el momento en que el hombre hace uso de su fa-cultad distintiva, la razn. Muchos encuentran explicacin, consuelo y sentido en la re-ligin, con el convencimiento de que existir otra oportunidad, en forma de existenciaposterior. Pero para otros la vida aparece como el fruto perverso de un dios malvolo osimplemente como algo irracional, insensato. Por ello, si el ser est abocado a la nada,si la vida desemboca indefectiblemente en la muerte, no habra sido mejor desde elprincipio no-ser, no-vivir? No hace falta cargar las tintas ni recalar en actitudes extre-mas: quin puede negar que hay algo de trgico en el destino humano? No hablo aho-ra de grandes calamidades de tipo natural o catstrofes provocadas por el hombre, sinodel lento discurrir hacia la muerte inevitable. Qu es en ltima instancia la gran tra-gedia griega sino una recreacin de las diversas formas del lamento humano ante sudestino? Algunos de los ms famosos moralistas clsicos glosaron el sueo eterno comoalgo dulce, el reposo supremo, por oposicin a los sinsabores y ansiedades de la vida.Una imponente vena pesimista recorre la filosofa antigua, desde el escepticismo radi-cal de la segunda Sofstica al estoicismo senequista. Hasta en el Viejo Testamento loselegidos de Yavh se alzan a veces contra su triste sino, aunque ello suponga en oca-siones rebelarse intilmente contra los designios del Todopoderoso.

    La historia sigue su curso y vienen luego situaciones ms o menos propicias para unavisin amarga del mundo y de la existencia humana. Quien quiera ejemplos, los tienea decenas en una sugestiva obra de Tom Lutz: El llanto. Historia cultural de las lgri-mas. Hay movimientos, como el Barroco, que no pueden entenderse disociados de esavisin abisalmente negativa del universo. En este lapso se acenta una veta lbrega ydepresiva que, no obstante, antes y despus est tambin presente, incluso en los mo-mentos tericamente exultantes. Al fin y al cabo la nocin que puede simbolizarse conel proverbio Vanitas vanitatis et omnia vanitas permea nuestra cultura (aunque noslo ella) como una de las enseanzas o frmulas ms repetidas por telogos, pensa-dores y poetas.

    Como ya he dicho, no es mi intencin defender ni justificar esas actitudes ni, en l-tima instancia, tomar partido en un sentido u otro en lo relativo al balance final de lapresencia humana en este mundo. Me limito a dejar constancia de algo que han dichoantes y mejor miles de moralistas y pensadores. La propensin a mirar las cosas nega-tivamente reside en ltima instancia en la certeza de la muerte o, lo que es lo mismo, enla constatacin de la fugacidad de la vida. Hasta en el interior de la risa hay tristeza,dice un viejo proverbio recogido por Robert Burton en uno de los libros clsicos sobreesta materia. Ms an, sigue diciendo el erudito ingls, podemos intentar divertirnos osimplemente distraernos, pero en el fondo siempre late lo que todos sabemos y no po-demos evitar: Incluso en el medio de todas nuestras fiestas y nuestras alegras () hay

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  • pena y descontento14. En fin, no hay nada que hacer: vale ms someterse al destino oa los designios divinos. La paz interior es ante todo conformidad, resignacin. Por eso,el sabio calla y medita aunque, como es consciente de la vaciedad y pequeez de todo,no pueda evitar caer en la melancola.

    Pesadumbre y dimensin colectiva

    Ya que aludimos antes a etimologas significativas, fijmonos en una palabra que haaparecido en ms de una ocasin y que ahora, a estas alturas, puede revelarnos sumisterio: pesadumbre. El concepto viene definido por la RAE primordialmente en susentido de pesado o pesadez fsica, y slo en su cuarta acepcin se habla claramente dedesazn o padecimiento moral, que es lo que aqu ms nos concierne. Pero conviene re-tener esas primeras acepciones relativas al peso material, porque nos vamos a encon-trar un asombroso paralelismo en este aspecto entre la dimensin fsica o corporal porun lado, y espiritual o psicolgica, por otro.

    No por casualidad se habla de pesadumbre como sufrimiento moral. Resulta curiosoobservar la iconografa del carcter melanclico, es decir, las diversas representacio-nes que a lo largo de las pocas han realizado los pintores, escultores, grabadores yotros artistas de los hombres y mujeres en estado de postracin. Fijmosnos en las po-ses y actitudes que aparecen retratadas. La primera impresin es que no pueden con sucuerpo: necesitan sostener la cabeza con la mano, estn tumbados o cados, se apo-yan en lo primero que pueden con un gesto de cansancio. Es evidente que lo que el ar-tista quiere plasmar es lo contrario de la ligereza (de hecho, el concepto de gravedad tie-ne tambin ese doble sentido fsico y moral al que nos estamos refiriendo). Podra de-cirse sin excesiva metfora que la melancola pesa: es como una cadena que arrastra-mos, como un fardo, o un lastre que nos arquea las espaldas, o que nos oprime el pe-cho hasta hacernos difcil la respiracin.

    Hablamos de una constante que se mantiene a lo largo de los siglos, sin que los di-versos y a menudo contrapuestos movimientos artsticos cambien en lo esencial la plas-macin de esa figura humana que suponemos grvida, recogida en s, probablementeatormentada. En nuestro mbito cultural, la referencia inexcusable, la que todos re-cuerdan, es la famossima Melancola I, ese grabado de Durero (fechado concretamen-te en 1514) que por s solo compendia todo lo que estamos exponiendo. Pero antes deesa fecha ya hay mltiples ejemplos de actitudes melanclicas, con la pose caracters-tica del cuerpo arqueado, vencido o tumbado, y la mano a la altura de la sien, como sila cabeza no pudiera sostenerse por s sola sobre los hombros. Todos ngeles, santos,guerreros o escritores parecen reflejar de ese modo el peso de la vida en sus distin-

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    14 Burton R. Op. cit.; pp. 66-67.

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    tos grados, desde la mera contrariedad a la amargura, angustia o desesperacin. En elentorno cultural que nos resulta ms prximo, el ejemplo arquetpico poda ser el lien-zo que pint Goya del ms alto representante de la Ilustracin espaola, Gaspar Mel-chor de Jovellanos, un retrato que trasciende la dimensin individual, con ser impor-tante, para convertirse en smbolo de un estado de cosas: el ensimismamiento del re-tratado expresa tambin sutilmente el desencanto y la melancola de un momento his-trico.

    Obsrvese la relevancia de esa ltima expresin. La melancola, podamos decir conotras palabras, la sufre el individuo pero, como sentimiento, trasciende la dimensin in-dividual. Es innegable que la melancola puede ser causada por un suceso puntual,pero tiene que ser muy grave y excepcional para que produzca por s slo los efectospersistentes que aqu tratamos, los que logran moldear una forma de ser y caracteri-zar toda una vida. Del mismo modo, puede hablarse de un carcter melanclico comoresultado de una suma de experiencias exclusivamente privadas, pero tampoco el m-bito individual suele ser tan determinante en este aspecto. El hombre, en definitiva,no vive aislado, es un ser social, necesita a los dems, y su concepcin de la vida y delmundo no puede disociarse de su tiempo y su comunidad. Ms all de pesadumbrescoyunturales, consustanciales al hombre por el hecho de serlo, la melancola que esta-mos tratando constituye una actitud ante la realidad que tiene en cuenta al yo, indu-dablemente, pero integrndolo en una dimensin suprapersonal.

    Si atendemos al devenir del pensamiento contemporneo se entender mejor lo quequiero decir. Desde hace ms de dos siglos, tras el optimismo ilustrado y su confianzaabsoluta en la Razn, tras el positivismo luego y su ingenua confianza en el progresocientfico, la filosofa ms influyente se ha despeado por un abismo tenebroso, impli-cando al hombre en un sino fatal, ms infausto an que el que dibujaba la tragediagriega. El hombre es un ser arrojado al mundo y perdido en l. De ah, ante todo, unaprofunda desolacin, porque ya no hay nadie a quien acudir, no hay altar ante el quepropiciar favores, no hay reducto donde refugiarse. Por no haber, no hay ni expiacin niredencin, ni las lgrimas tienen sentido, ni el llanto cura. Nietzsche predica la muertede Dios y el hombre queda a merced de s mismo en un desierto inescrutable, conde-nado a morir sin gloria, sin grandeza y, por supuesto, sin esperanza alguna. Un am-biente asfixiante, el ttrico horizonte del nihilismo: cmo echamos de menos la inge-nuidad de creer cuando ya no podemos creer en nada!

    Podramos dibujar una estela que, partiendo de Kierkegaard, Schopenhauer o Nietzs-che, desembocara en Marcuse, pasando previamente por Spengler o Heidegger, slo porcitar nombres seeros. En todos estos autores, con distintas modulaciones, y enotras influyentes tendencias coetneas se impone un negativismo radical, segn el cualel mundo desarrollado, lejos de dirigirse hacia un progreso ilimitado, como sostena elpositivismo decimonnico, est condenado a un proceso de deterioro, agotamiento ycolapso inevitable. Por tanto, por decirlo con palabras de Arthur Herman, el hombremoderno vive en un mundo que se despea en el abismo de la desesperacin, hasta

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  • que surja un orden totalmente nuevo y redentor15. Quizs hubo un momento en quean fue posible la esperanza, con el secreto deseo de que esos planteamientos no fue-ran ms que alucinaciones de profetas desnortados. Despus, tras la experiencia de lascatstrofes del siglo XX, no cabe ya negar la evidencia. Desgraciadamente, el negativis-mo del pensamiento contemporneo no era un juego de agoreros sino el aviso premo-nitorio que no se tuvo en cuenta. A estas alturas, con esa experiencia a sus espaldas, elhombre que piensa sobre s y sus semejantes, sobre la vida y el mundo, puede hacertabula rasa de todo ello?

    De las diversas actitudes ante la muerte

    No pretendo decir que estemos abocados a la melancola. El hombre tiene mltiplesrecursos. Puede ser, por otra parte, que estemos viviendo malos tiempos para el pen-samiento positivo. Con suerte, un autor de un par de siglos ms adelante dir de no-sotros lo que al principio de este artculo sealaba B. Ehrenreich con respecto al Ba-rroco: pobrecillos, vivieron en una poca en que hubo una epidemia de melancola!

    Quizs les parezca un tanto frvolo el tono que acabo de emplear. Lo he hecho deli-beradamente, por contraste con el cariz depresivo de la filosofa contempornea antesesbozado. No sera justo, ni exacto, decir que la melancola se nutre exclusivamente deese pesimismo intelectual. No hay una relacin tan simple de causa-efecto. Las cosas,siempre, son ms complejas. Dependiendo de las pocas y de las personas, las desgra-cias pueden ser motivo de arrebato y desesperacin, y generar de ese modo sentimien-tos depresivos; pero pueden tambin propiciar una actitud resignada, una conformidadque incluso puede dejar su hueco a una recreacin no necesariamente morbosaque lleva a la catarsis y a la paz interior. El mal, el dolor o el sufrimiento generan enlos seres humanos reacciones extraas, casi nunca unvocas: a menudo, desde luego,rechazo u horror, pero tambin una singular curiosidad con tintes atrayentes quepuede convertirse en franca seduccin. A veces esos sentimientos contradictorios estntan inextricablemente unidos que la empata, que lleva a la compasin, es paradjica-mente compatible con una cierta delectacin en la desdicha de nuestros semejantes. Lairrupcin de la muerte la negra Seora, por ms que sea el destino sabido, tiene confrecuencia ribetes desconcertantes.

    No, no quiero acudir a Freud, ni a Eros o Thanatos, porque, como habr podidocomprobar quien me haya seguido hasta aqu, he orillado sistemticamente la dimen-sin clnica del asunto para centrarme en otra vertiente, la de la historia social y cul-tural. Lo que me importa destacar es que esa fascinacin hacia el mal, esa atraccinde lo negativo, desemboca en una cierta complacencia o deleite en la desgracia, sea sta

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    15 Herman A. Op. cit.; pp. 17-18.

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    la que fuere, y perfila as una actitud caracterstica que, mirada desde la distancia, separece mucho a un masoquismo intelectual. Una vez ms, recurrir a algunos casosconcretos. Ahora, quiero perfilar brevemente un escenario que nos es relativamente cer-cano, el del movimiento regeneracionista que estuvo vigente en Espaa a finales del si-glo XIX y las primeras dcadas del XX.

    En dicho momento histrico los pensadores con una cierta capacidad de influjo socialdesde entonces se les llama precisamente intelectuales entendan que su papelera sacudir a la sociedad con una crtica inmisericorde, y adoptaban por ello una acti-tud displicente, descreda, cuando no abiertamente catastrofista. Muy pronto, el inte-lectual regeneracionista se encontraba ya a priori prisionero en cierto modo de ese rol,encasillado malgr lui, a su pesar, en el cometido de profeta tronante, hasta un pocoarisco en las formas. El autor del libro que inaugura este tipo de literatura Lucas Ma-llada en Los males de la patria, obra de 1890 dice sin ambages en la pgina inicialque, mientras unos lo ven todo de color de rosa, otros entre los cuales se incluye,naturalmente slo podemos mirar a travs de vidrios ahumados, vemos todas las co-sas con tintes sombros; hasta los pjaros y las flores se nos figuran de siniestros con-tornos; a cada instante vemos un peligro y en todo objeto una seal de espantosas ca-tstrofes16. Algo despus, un autor que se mueve en la misma lnea, Gustavo La Igle-sia, en una obra que pretenda desentraar nada menos que el alma nacional, hacaestas reflexiones: Dcese comnmente que la vida es triste, que la tierra es un valle delgrimas, que la historia de la humanidad viene a ser una especie de historia del dolor.Nada ms cierto. En vez de paliar ese sufrimiento, nos gusta hacer lo contrario, au-mentar nuestras penas con nuestra torpe manera de vivir: somos artistas del dolor,tenemos la voluptuosidad satnica del suplicio y del llanto17.

    Esa melancola vital no es, por supuesto, una prerrogativa espaola. Hay, por ejem-plo, un tpico muy extendido que identifica el alma rusa y, sobre todo, sus intrpre-tes geniales Pushkin, Chjov, Tolstoi, etc. con la actitud melanclica, como si fue-ran un concepto y su definicin. Otros pueblos, pocas e incluso ciudades han presu-mido tambin de halo decadente. Venecia, por seguir el tpico ms manido, es la quetodo el mundo identifica en esos trminos, pero hay otras muchas, como Brujas, que sepusieron de moda a finales del siglo XIX con el marchamo de ciudades muertas. Aun-que es menos conocido, hasta el Estambul actual tiene, en palabras de Orham Pa-muk, su aire lnguido, melanclico, decadente, que se expresa con un trmino espec-fico, intraducible, el hzn: una mezcla de aoranza por un grandioso pasado que ya noregresar y lamento por un presente de ruina y desorientacin. En una obra que se haconvertido en un clsico de la literatura culta de viajes, El Danubio, dice el triestinoClaudio Magris bajo el revelador epgrafe de Tristemente magiar que la literatura hn-

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    16 Mallada L. Op. cit.; p. 23.17 La Iglesia y Garca G. Op. cit.; pp. 7-11.

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  • gara es una densa antologa de heridas abiertas por una historia de derrotas encade-nadas. Tanto es as que se habla de la condicin de permanente agona de dicha lite-ratura18.

    Ninguna colectividad ciudad, pas, civilizacin puede tener la patente melancli-ca en exclusiva, porque el abatimiento, la desesperanza o cualquiera de las expresionesasimilables constituyen una dimensin indefectible de la vida humana. George Steinernos recuerda que Schelling, entre otros, atribuye a la existencia humana una tristezafundamental, ineludible. Ello es as por una razn muy sencilla, porque el hombre esun ser racional y la actividad de la razn, el pensamiento, es inseparable de una pro-funda e indestructible melancola. Pensar, desde esta perspectiva, vendra a ser cargar,por as decirlo, con un legado de culpa19. Pero, como he tenido que hacer varias ve-ces a lo largo de esta reflexin, llegados a este punto, conviene desdramatizar, porque lamelancola tiene tambin una dimensin ms pedestre. A veces esta pose pesimista nisiquiera deriva de una concepcin trgica de la existencia ms o menos impostada, sinode algo ms elemental: el aburrimiento. Ya lo dijo P. Bourget en una formulacin que hasido repetida con leves variantes: El hombre moderno es un animal que se aburre. Enefecto, del aburrimiento puro y simple, del dolce far niente, de la vida muelle propiciadapor el progreso y los avances tecnolgicos, viene una parte nada despreciable de los ma-les vitales que aquejan al hombre contemporneo.

    La sensacin de fracaso y decepcin en una sociedad cualquiera no viene dada poruna percepcin objetiva de las condiciones de vida o por un fro anlisis de las expec-tativas. En una obra clsica, La buena sociedad y sus descontentos, Robert Samuel-son seala que la inmensa mejora en las condiciones materiales de vida de los nortea-mericanos durante el perodo contemporneo no ha llevado a un estado de optimismogeneralizado, sino ms bien a todo lo contrario. El pesimismo cultural est en el am-biente que respiramos y no siempre es fcil concretar razones objetivas. En este senti-do, un analista apunta un rasgo enormemente significativo: Las cosas que la socie-dad moderna hace mejor brindar creciente opulencia econmica, igualdad de opor-tunidades y movilidad geogrfica y social son sistemticamente atacadas y despre-ciadas por sus beneficiarios20.

    El aburrimiento es primo hermano de la pereza y de la apata. Para qu moverse,para qu hacer nada? Una buena coartada la proporciona el desencanto, el descrei-miento, el hecho de estar de vuelta de todo. Acaso puede entusiasmarse ya con algoel hombre inteligente? No son incompatibles la ilusin y la lucidez? Mejor abandonar-se a la nada, as, directamente, puesto que nada somos en el fondo. Es la enfermedadque se pone de moda en el tramo final del XIX, una elaboracin ms radicalizada de lamelancola romntica, y que adopta unas formas sutiles siempre el prestigio cultu-

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    18 Magris C. Op. cit.; pp. 236-237.19 Steiner G. Op. cit.; pp. 10-12.20 Herman A. Op. cit.; p. 440.

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    ral del pesimismo segn los pases: Langeweile (Alemania), spleen (Gran Bretaa), en-nui (Francia). En espaol diramos hasto, tedio o abulia, siempre con ese matiz de su-ficiencia, de superioridad mental de quien no siente pasin por cosa alguna porque yalo ha experimentado todo. Aunque est escrito para un contexto muy diferente, tambinaqu sera de aplicacin el famoso dictamen de Ortega y Gasset sobre el esfuerzo intilque conduce a la melancola.

    No quiero terminar sin hacer una referencia intemporal (casi universal, me sientotentado a decir). En estas lneas hemos procurado contextualizar la melancola desdevarias perspectivas, pero casi siempre contando con el entorno social y cultural, es de-cir, teniendo siempre en cuenta las coordenadas espacio-temporales del llamado malde Saturno y sus diversas variantes. Pero la reflexin melanclica tiene un sustratoms primario, enraizado en la esencia de la condicin humana, y que podra expre-sarse as: hagamos lo que hagamos, seamos como seamos, todo al cabo es brutal-mente efmero. Todos tenemos marcada nuestra fecha de caducidad, queramos o noatender a ella. Cuando empezamos a ser conscientes de ello vamos ya experimentan-do en nosotros mismos el declive que presagia el fin. Como han dicho muchos analis-tas, quizs la nocin misma de decadencia, presente en todas las culturas, tenga suorigen en la experiencia individual, la percepcin del conjunto de cambios corporalesque van del vigor de la juventud al inevitable quebranto fsico y mental que acarrea elpaso de los aos. Dicho en trminos rotundos, tendemos a confundir el mundo ynuestro mundo, a creer que todo declina porque nosotros vamos consumindonos. Vi-vir es morir cada da un poco. Y la conciencia de ello no puede por menos que refle-jarse en nuestra manera de mirar las cosas. La poesa ltima de ngel Gonzlez tienelos tintes negros de quien, abocado al fin, sabe que ya nada tiene sentido. No hay es-peranza sino espera... de la muerte. En Nada grave, su ltimo libro de poemas, es-cribe:

    Tanto la he llamado, tantohe suplicado su asistencia,

    que ahora,cuando apenas tengo ya voz para llamarlacasi lo que ms temo es que al fin venga.

    No me vuelva a dar la vida.

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