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Sobre Mujeres Sobre Mujeres

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Gata Negra presenta su publicacion #1 donde toca temas sobre la mujer.

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Si la mujer hablara qué silencio.

Cuando a partes iguales nos sobra

igual, María oculta y el Ángel distraído.

Entonces ¿a quién correr a decirle qué

anuncio?

No porque nos sepamos habitados,

en deuda como un vaso ya muy sucio,

nos hemos resignado: Queda la doble

intención de las puertas.

Y pobre de la sombra desflecada.

Y qué piedad de todo cuanto existe.

Si la mujer nos habla.

Si en mitad de la noche nos despierta.

Rubén Chávez

Adverso

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APLASTARTEA Cristina. No puedo empezar en esta ocasión sin antes señalar las cuestiones de fondo en este número de la revista: ¿qué significados surgen al evo-car a la mujer?, y ¿de dónde provienen dichos significa-dos?Para contestar a esta pregun-ta tampoco puedo iniciar en compartir con ustedes cual-quier cosa sin antes decir que las incursiones plásticas que invaden y visten de negro a nuestra gata son dos artistas de la gráfica nacional que se han sumergido con seriedad y compromiso a indagar en las implicaciones conceptua-

les para abordar el tema de la mujer… y que para evitar reduccionismos simplistas y faroles hemos de decir que la mujer no es precisamente un tema sino una circunstancia, una situación concreta que lleva sin lugar a duda a referir-nos en un sentido más amplio a la cultura de género. Y ha-blemos de cultura por ser una realidad que ha ampliado lími-tes y vecindades en los terrenos de lo biológico, lo sexual, lo po-lítico, etc.Y para dale vuelo a la hilacha necesito terminar de comenzar por definir la presencia de nues-tros apreciables huéspedes:

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Artista nacida en el Estado de Méxi-co, quien ha rolado por varias par-tes de la república en galerías y talleres de producción. Roló por Aguascalientes hace no más de 2 años, con su exposición titulada fémina fe-ble, conjunto de grabados en los que marca su profunda convicción como

participe y creadora de la identidad de género. Activa en su definición de fe-mineidad, hace evidencia de vida de la mujer profesionista comprometida con la relevancia social del arte en su con-texto. —Flores a la mujer, ¡ya estás!, pero de radical importancia es lo que ella tiene que decir con su trabajo—.

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A PLASTARTEEthel Orozco

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El discurso visual de Ethel busca des-concertar al espectador mostrándo-nos una cara muy específica y clara de un problema: la carga cultural de lo que la mujer supone debe de cumplir como figura inserta en una realidad social específica. Eviden-ciar los paradigmas que flotan en la esfera de la intimidad en las rela-ciones de pareja, por ejemplo; estas son algunas de las situaciones que poco a poco se han hecho públicas y han salido a la luz para dejar de ser esquemas silenciosos. La artista le-vanta la voz, a través de la imagen, para protestar de manera activa y confrontar al visitante de museos y galerías (aquí lectores) con estas rea-lidades. En estos grabados se evoca a la imaginación para colocar al pú-blico en situaciones que, quizá, le puedan ser ajenas para notar que no todo ha sido dicho, para generar opinión, y aún más, para tomar ac-ción. Y ahora pensemos: ¿cuál será el sentir de la mujer violada, abu-sada, o del golpeador, el perverso, frente a estos cuadros? Y también

hay que notar que se hace explíci-ta la distinción: la mujer víctima, el hombre villano. Aquí la connotación de género se encuentra fuertemen-te cargada de una actitud reactiva, es decir, la violencia de género ha de generar la acción que protesta contra dicho abuso, pero veámoslo bien, también protesta contra la su-misión a este esquema patológico. La carga discursiva también corres-ponde, entonces, al terreno de la moral golpeadora y golpeada, lasti-mosa y lastimera. Dicha relación dia-léctica se hace complementaria en un círculo vicioso que aquí se detie-ne para dejar una huella, o si se quie-re, una cicatriz que apunta hacia los esquemas y mecanismos de control de los distintos sectores sociales. La lucha de Ethel no se ha de llevar a cabo dentro de las galerías sino den-tro de los mercados, los camiones, las oficinas, los salones de clase, los hogares, la cama. Aquí se pone en-tredicho todo lo que se supone de la identidad de género, señalando con tinta negra, lo que no, dejando

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teAPLASTARTE

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lo que sí, para la vida cotidiana. Es la actitud la que define la construc-ción de una identidad de género que se provoca a cada paso, que se define en la acción positiva que se proyecta. Entonces, la evidencia más clara de este despliegue del potencial de la mujer lo encontra-mos en la ruta que se ha trazado, en este caso Ethel, y todos aquellos que marcan la diferencia en cuan-to a la creación de una identidad de género propia en lo individual y colectiva en lo social, satisfacien-do con esto la necesidad de perte-nencia sin omisión, sin sumisión.

Es entonces ¿qué encontra-mos en las imágenes de la artista?, al varón varita mágica en mano, cual director de orquesta, acom-pasando las peripecias y maromas de la mujer, quien no debe dejar la sonrisa Colgate, para complacer a su señor. Dueño del cuerpo ajeno, el machín, como el mercado, frag-menta, tras los barrotes del capi-tal, la figura femenina, modelando su silueta según los cánones de la moneda y de la moda, ignorando por completo la esencia, se enfoca en la cosa corpórea sugiriendo al sexo como el placer de consumo (aquí la sustancia crítica de la se-rie). En otros trabajos encontramos recogimiento, la mujer envuelta, en posición fetal, expulsada de un

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APLASTARTEvientre expone el suyo, lo toca, res-plandece (aquí la sensualidad ado-lorida). El problema de los años, la necesidad de procrear y la presión social, moral y biológica que con-lleva. ¿Mujer?, no. ¡Mujer!... mujer… ujer… jer… er… r… y lo ecos (aquí la resonancia del arte).

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A PLASTARTECarlos Castañeda

Dícese del artista sin fronteras asi-duo del barrio de la Purísima, entre talleres de gráfica, museos y gale-rías. Se identifica por tener las “ma-nos de las uñas” manchadas de tin-ta negra. Peinados varios. Se le ha visto en ciudades como el DeFec-tuoso, Paguis, Niuyork, entre otros, por motivos turístico-laborales, a lente negro. Es pues que este artis-ta abunda en el tema de la muerte desde hace ya buen rato. Dentro de su tratamiento temático le ha sido inevitable abordar un fenómeno tan amplio, como la muerte, sin de-tenerse en la figura de la mujer.

Los trabajos de Carlos son los que acompañarán a nuestra Gata Negra a cruzar sobre la balsa del Aqueronte, hacia el Hades, con choloescuincle y todo, por los nue-ve niveles del Mictlán, por las frías planchas del Servicio Médico Fo-rense y la fosa común, hacia el par-co anonimato del ser humano, con bata, cofia y cubre-bocas. La gran

diferencia es que estas muertas no huelen sino a tinta y papel. Pero ¿no será la obra de Carlos evidencia de la misoginia?, ¿asesinatos sublima-dos?, ¿catarsis gráficas de un im-pulso reprimido? Vámonos lento. Podemos apuntar que en su obra general aparecen cadáveres de todo género. Pero entonces es peor aun ¡misantropía! pero alto, bajo la apreciación cruda, es la evidencia directa de la muerte que conmocio-na, por obvias razones, la identidad de la retina que se enfrenta a la últi-ma gran proyección de la materia, el cadáver en descomposición, maltra-tado, corrompido: castigado. Es en esto en donde encontramos la cla-ridad de la gráfica del artista. Es en el contraste de entender la muerte como un fenómeno natural en con-traposición de sufrirla como castigo por el pecado de la sabiduría, por el que la carne sufrirá laceraciones. En ningún momento podíamos referir a la obra de Castañeda sensualidad, jamás, a menos por necrofilia.

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teVeámoslo más detenidamente, en-foquemos al origen: Eva, título de una de las piezas aquí publicadas. Ella: la mujer, la bíblica, el vientre del

que deriva toda genealogía, génesis del pecado incitado por la lagartija sin patas, la rastrera figura fálica de la serpiente que repta soberbia y silenciosamente para retar al crea-dor de lo viviente. Ella, mirada sos-tenida, mano en la cintura, aroma a primavera, seduce a Adán, discípulo de Dionisio y de Baco, quien accede al fruto abierto que ella entrega ge-nerosamente al sentido del gusto, al mundo de lo sensible, a la sensua-lidad. Pero ¿dónde está el pecado?, ¿en qué momento se pervierte el asunto?... ¡ya!, recuerdo: todo el pro-blema se ve reducido a la conciencia de la desnudez que se ve desterrada a la intimidad, al coto de lo mundano y de lo privado. Aquí fue en dónde se comenzó a privatizar el mundo y se hizo la distinción de género qué no es más que una diferencia genital, ya no sexual: ni homo, ni hetero, ni trans. Simple y sencilla genitalidad. Y sí, todos conocemos el cuento de la genitalidad procreativa, pero hable-mos de sus implicaciones, ¿qué, no?, el gozo: genitalidad recreativa. Que

alguien me asegure que Adán y Eva no sintieron rico cuando procrea-ron, a ver, ¿quién levanta la mano? Es entonces el placer genital una de

las implicaciones de compartir la desnudez física del cuerpo. Es ese no sé qué, que se siente rico. Pero no está aquí, ni el problema ni el pecado. El pecado de la conciencia está en saber que ese placer se ex-tingue en el mejor momento, justo en el punto más alto de la sensuali-dad genital, justo en la cumbre, se derrumba el titán, nos abandona completamente y nos roba el alma. Es el orgasmo, aquella ventana a lo infinito, que nos arroja a la concien-cia del final de las cosas, a la ya muy referida muerte chiquita que nos murmura al oído el abandono en los placeres de la vida, que como la vida misma, el más grande de los placeres, ha de terminar inevitable-mente. Es por esto que el cadáver es la confrontación eventual de la conciencia con el final de los place-res. Es el registro, la huella, la sábana mojada y el humor de los calzones, trusas y pantaletas, allá, en la esqui-na del cuarto o debajo de la cama; quizá en la sima del cortinero. Es el fin de lo sensible: su despojo.

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Juan Vizcaíno

A PLASTARTE

Es por esta conciencia, entendida como pecado, que la humanidad de unos siglos para acá se ha decidido por la condena existencial de saber

que, tanto los placeres como la vida, se acaban inevitablemente. Por esto hemos abandonado a dios, sin pena ni vergüenza, y quizá con gloria, para vivir como condenados, hijos de Eva, la primer difunta de todas las mujeres. Entonces sí, siguiendo este desarro-llo, podemos hablar de que la obra de Carlos Castañeda evoca la sensua-lidad por su ausencia, disfrazándola de necrofilia insensible. Por este mo-tivo resulta indispensable observar el cuadro general de las cosas, pres-tar atención a los títulos de las piezas para poder entender el sentido inte-gral al que Carlos nos remite.

Antes de que todo termine, quiero agradecer una vez más a los artistas que publican hoy en la mini-na, por compartir sus trabajos y to-dos sus rollos visuales con nosotros. También reconocer a la lectora y lec-tor curtidos que se la rifaron leyendo este artículo que celebra a la mujer, vista a través de dos casos específicos de la gráfica nacional.

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Cometí un error al enterar-me de tu piel. Ahora dibujo mis atribulados pensamientos en una hoja marchita por la ausencia. Me veo aprisionado bajo la sombra de este árbol, testigo de lágrimas y desapariciones. Estoy postrado, con la esperanza de verte salir de sus raíces y pronunciarte el soneto que te he escrito.

El viento es el único que ha-bla a mis oídos; canta al bailar con las hojas del árbol. Es un sonido compuesto para quien ha perdido el camino de su mundo. ¡Por favor, es todo lo que pido! Quizá pueda sentir el brote de mi sangre desva-necida desde los ayeres que guar-dan tu memoria.

Da una señal que borre el hueco de tu persona. El árbol me llama con una voz soñadora. Pero no quiero mirarlo. Deseo verte a ti, tan sólo con tu tersa y morena ves- Luis Ángel Vargas Reynoso

elárbol

timenta natural. De verdad, el collar que el árbol me ofrece es tentador. Pero no quiero colocarlo en mi cuello y lucirlo ante la sombra de sus ramas. Y me sigue llamando. No te escucho a ti. Mis ojos comienzan a sentirse ahoga-dos. Mis manos han perdido la vo-luntad de plasmar sus sonidos.

¿Y si mejor camino hacia la rama? Es un hermoso collar. Ahora que lo tengo puesto, no se siente tan aterrador. Es más, mi cuerpo se mece de un lado a otro, al compás del viento; aguardando tu llegada bajo la sombra.

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Yo tampoco escogí venir a esta playa de cactáceas y luciérnagas voracesni escogí andar descalza con la ari-dez rasgando mi rostro

En este desierto de flor inmarchitabletodo yace aquí fosilizado

Atrapaba estrellas fugaces y piedras para lanzar al infinito

Yo no quería venir a este matadero donde cadáveres navegan bajo tierra o boca abajo en el marLa playa es un paso en falso: al fondo una fila de rocas

(dirán que fue suicidio)Me arrebataron de la tierra sin ser mi tiempo

Frontera: Desierto/mar

Verónica G. Arredondo

Alguien vino hacía mí con la marea violenta penetrándome cada costa del cuerpo

Alguien me dejó por pezones dos caracolas abiertas

De este mar sangre de mi sangre vuela un pájaro esquelético a postrar-se en el corazón de los míos

Esperaré despierta con el rumor del aleteo en cada piedra

Alguien: Cuando los alacranes me suban por las piernasquizás encuentren tu torso mutilado en la arena

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México y Aguascalientes tienen un lega-do musical muy importante y a muchas personas les puede sorprender que par-te de ese legado sea la ópera.Así es, nuestro país fue un importante promotor de la ópera desde el perio-do histórico llamado el porfiriato has-ta aproximadamente la mitad del siglo XX. Durante ese tiempo, la sociedad mexicana experimentó un gusto por la ópera, desde los clásicos que se presen-taban en Europa hasta producciones hechas en México. No está por demás decir que el sector social gustoso de este género musical era la alcurnia de aquellos periodos, o bien la gente que tenía facilidades monetarias para asistir a un espectáculo como lo era la ópera. Nuestra ciudad cuenta con re-gistros en el Teatro Morelos de varias óperas llevadas a cabo, principalmente, durante el porfiriato. A partir del siglo XX, por aquello de la revolución, la es-cenificación de óperas disminuyó con-siderablemente. Sin embargo, la socie-dad aguascalentense no se quedó sin disfrutar de eventos como éste, pues si bien las compañías de ópera no podían viajar por el país con tanta libertad para presentarse en otras ciudades dada a la situación política que atravesaba Méxi-

La CarpaPor Rebeca Ruiz Flores Frausto

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co, provincias como la de Aguascalien-tes tenían a sus propios músicos y artis-tas que podían ofrecer espectáculos de mucha calidad. Por ejemplo, no podemos olvidar a la muy tradicional Banda Municipal, que desde aquellos años deleitaba a los oyentes con las melodías típicas de aquellos momentos. Dentro de los ta-lentos de la ciudad, también encontra-mos puestas en escena de muchísimas zarzuelas, subgénero de la ópera, por cierto. Estas no solo se representaban en el Teatro Morelos, espacios públicos de la ciudad y salones de escuelas eran condicionados para poder llevarlas a cabo ahí. Podría seguir hablando de lo que sucedió durante el porfiriato y la primera mitad del siglo XX por muchos párrafos más. Sin embargo, me brincaré algunos cuantos años y hablaré del presente.Aguascalientes sigue siendo una ciu-dad con producción artística basta y, lo crean o no, la ópera está resurgiendo en ella. Después de un periodo en el que la ópera se ha dejado de practicar con la misma frecuencia y facilidad, nuestra ciudad la está experimentando otra vez. Son varios los grupos artísticos independientes, pero uno en especial es el que rescata las tradiciones ope-rísticas nacionales y locales. Me refie-ro a la Compañía de Ópera y Teatro “La Carpa”, liderada por la maestra de canto Corina Mora.

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En su escaso año y medio de existencia, La Carpa ha ofrecido va-rios espectáculos de ópera al público hidrocálido, pero no solo a grupos sociales estables, como antiguamen-te era, pues uno de los objetivos prin-cipales de esta compañía es difundir por todos los sectores sociales la mú-sica nacional con timbres operísticos. Estamos hablando no sólo de clásicos como Verdi, Mozart o Puccini, sino también de boleros, canciones tradi-cionales mexicanas e incluso música moderna.La Carpa está integrada por jóvenes cantantes y actores que quisieron ir más allá de sus cualidades vocales, introduciéndose al mundo de la ac-tuación y el teatro. Los resultados de dicha combinación les han permiti-do experimentar nuevas técnicas de ejecución y sobre todo la experiencia profesional que hasta entonces no habían tenido. Son varios los proyectos que “La Carpa” ha ofrecido y en todos ellos la respuesta del público ha sido favora-ble. ¿Qué mejor que la misma socie-dad aguascalentense agradezca que su música sea interpretada en lugares nunca antes pensados? “La Carpa” ofreció cantar en distintos espacios públicos de la ciudad, como centros comerciales y mercados. Nunca an-tes la ópera había sido ejecutada así en Aguascalientes y, sin duda, es algo

que permite especular más sobre las siguientes actividades de la compañía.Sin duda Aguascalientes tiene una he-rencia musical importante que es obli-gación de los mismos artistas rescatar. Recordemos no sólo al ya muy cono-cido Manuel M. Ponce, sino también a los diferentes músicos que pusieron a la ciudad en calidad de importante productora de artistas. Incluso hablan-do de la ópera, podemos rescatar a un aguascalentense, escritor de la ópera Anáhuac, llevada a cabo en distintos teatros del DF, Arnulfo Miramontes. Están los diferentes directores de la Banda Municipal, que también desta-can por composiciones que se han eje-cutado en distintos países, entre ellos Estados Unidos y Francia. No podemos olvidar a una cantante y de las mejo-res pianistas que ha logrado fama y reconocimientos Internacional, Angéli-ca Morales, cuyo nombre lo tiene una medalla que ofrece Bellas Artes al que resulte el mejor pianista del país. Toda esta herencia musical es im-posible negarla. Gracias a grupos ar-tísticos actuales, Aguascalientes está retomando a los ya mencionados mú-sicos y a muchos otros que por falta de espacio no se mencionan. “La Carpa” nos hace recordar a la ópera como par-te de esa herencia y, mejor aún, la hace presente y demuestra que la cultura musical no tiene por qué tener restric-ciones de ningún tipo.

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INOCENCIA tiene tres hijos varones; su esposo por

ahora no trabaja, se recupera de una operación: te-

nía una piedra. Ella es una indígena huichola; cuando

le pido permiso para tomarle una foto me dice que

mejor vea sus cosas. Insisto con la cámara en la mano

y se voltea hacia el bordado que tiene sobre sus pier-

nas. Empiezo a ver sus artesanías y me encuentro

con aretes, pulseras y collares preciosos, pienso en el

tiempo que le llevó elaborarles y no logro imaginar

qué pensaba Inocencia mientras las hacía.

Le pregunto si me puedo sentar, voltea inquie-

ta hacia el interior del establecimiento donde la de-

jan poner su puesto artesanal y me dice: “en veces

ellos se molestan”. Me mantengo de pie y me enfoco

en tocar y admirar los aretes que me han llamado la

atención.- ¿Te puedo hacer una pregunta? - Inocencia se ríe

y encoje los hombros.

- Es que es difícil, yo no sé, no entiendo.

- Es una pregunta sencilla- vuelve a agachar la

cara y sonríe de nuevo.

- Para ti, ¿qué significa ser mujer?- se encoje de

hombros, sonríe: - No sé, es que yo no sé contes-

tar cosas, bueno sí, pero como los precios.

- Pero, ¿te gusta ser mujer?

Inocencia guarda silencio, agacha la mirada y

vuelve a decir: - Mmm… No sé.

Esto evidencia la falta de autoconocimiento, va-

loración y reflexión de esta hermosa mujer. Así como

ella se encuentran muchas más mujeres, adolescen-

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tes y niñas que desconocen su por qué. Desempeñan

las funciones que les han dicho que son propias sólo

de su género, consecuencias de las expectativas de

los hombres (y del sistema patriarcal) que están a su

alrededor. Hacen tan sólo lo que culturalmente de-

ben o no hacer o ser.

Andrea Fernanda tiene doce años, le gusta es-

cribir y leer, vive desde hace un año en el Hogar de la

Niña. Para ella ser mujer significa “ser mujer libre y que

ningún hombre me toque”.

Tampoco Josefina quiere que ningún hombre

la toque. No quiere saber de su esposo, con el cual

no vive desde hace más de dos años y quien en una

estrategia para obtener el divorcio, ha hecho que su

hija diga que la pareja de su mamá (mujer también)

ha intentado violarla.

Almendra y José, sus hijos, su vida, ya no viven

con ella, ya no la quieren ver ni siquiera los domin-

gos, no atienden sus llamadas. El padre contaminó

sus mentes para alejarlos de su madre por atreverse

a amar a otra mujer y por no quererle dar el divorcio

porque para él ella es de su propiedad ¡¿Cómo otra

mujer va ocupar su lugar?!

Definidas por las necesidades y construcciones

sociales, hechas por un mundo de hombres, estas

mujeres (y no sé cuántas más) son estereotipadas

como entes de menor categoría, sin derecho a de-

cidir, amar o elegir; algunas por violencia, otras por

ignorancia, pero finalmente segregadas, unidas por

una misma condición: ser mujer.

Carolina Barrera.

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...No existe ni antes ni hoy. Es siempre. Siempre la derro-ta y la persecución. Siempre el amo que no se aplaca con la obediencia más abyecta ni con la humildad más servil. Siempre el látigo cayendo sobre la espalda sumisa. Siem-pre el cuchillo cercenando el ademán de insurrección. Rosario Castellanos

¿Cómo la sangre llegó hasta aquí y humedeció los cuerpos?¿Cuándo el ojo y su mirar cerraron su ventisca de luz ha-cinándonos en nuestro olvido?

La mentira clama y la sangre abandonada se enardece, des-de el rincón siderúrgico, terregoso o salobre donde descan-sa, hurga y sueña la voz, ya asolada de la vida...En este valle de nervios afeitados y sonrisas que florecen en los rostros, de ebriedades forzadas por aniquilar la so-briedad del escenario, de búsquedas truncas y proyectos de fe postergados en un rincón. El extravío, el presentimiento de la inocencia al centro del presidio: del día lúcido, del aire completo sin aduanas que traspase, de la caricia terrorista que nos alcance y nos dé muerte. ¡De una vez por todas!¿Cómo este desvarío? ¿Cómo esta lucha despierta y ti-rante por el lazo, por el breve abrazo que prometa una salida, un retazo de luz solar como la vida?¿Cuándo la vena de sudor, vacuna de la espera?

Y los silbatos, los disparos, las sirenas sonando, señalan-do el peligro, reproduciéndose en un vacío cada vez más doloroso, más punzante de tan cercano, más alerta en el fondo como el silencio y el miedo, frenesí de una lucha con el fin común que la alimenta, con la llama que la com-plementa, yermo resonante de los años desafortunados, de los de siempre, de los que ya no son ajenos, que ya no extrañan, del dolor hecho duda y estandarte...

¿A caso hay dolores más grandes que no duelan...?

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Laheroína,la encrucijada yel caos en el cinede Von TrierPor Arturo Villalobos

Cuando pasean por el pueblo, ¿han vis-to a un hombre cabizbajo y abatido? Él es mi esposo. Con crueldad secreta, de la que nadie sa-brá nunca, robó mi juventud y mi belleza. Sin dignidad, avergonzada, humilde, con dientes amarillos, bajé al sepulcro. ¿Qué suponen ustedes que le roe el co-razón? La cara de la que fui y la cara de aqué-lla en que me convirtió. Ambas lo traen donde yazgo. Al fin, después de muerta, he podido vengarme. Ollie McGee

Se llama Bess y para complacer a su esposo, quien ha sufrido un grave accidente que lo ha dejado paralíti-co e impotente, accede a tener re-

laciones sexuales con los hombres de un pue-blo puritano y sumido en un feroz patriarcado, bajo la mirada de un dios iracundo que dialoga ima-ginariamente con ella, hasta acabar convertida en una especie de pros-tituta. El marido va mejorando su si-tuación mientras escucha los relatos de Bess, aventuras que forman una red de perversión que terminará por atraparla. Pero la pureza de Bess ja-más será tocada, aun cuando su dios le abandone y a pesar de la sordidez de sus peripecias, a cada paso más violentas. Se llama Selma y apenas puede mirar tras de sus gruesos lentes. Trabaja en una fábrica y ama los espectáculos musicales, que incluso se le presen-tan constantemente en su imagina-ción y convierten cualquier evento de la vida real, por duro y cruel que sea, en un pequeño paraíso de baile y efusión. Ha sido condenada a muerte por asesinar al amigo ladrón que iba

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a arrebatarle el dinero para la opera-ción de su hijo, a quien busca rescatar del destino de oscuridad que en ella se ha vuelto insalvable. Piensa que ya lo ha visto todo en el mundo, aunque no puede esperar piedad alguna del tri-bunal ni de la opinión pública que se han conjurado en su contra. Se llama Grace y está huyendo de la justicia, no quedándole otro remedio que refugiarse en un pueblecillo don-de es acogida al principio como una sirvienta de la que todo mundo puede disponer, una ciudadana de categoría inferior. Más tarde, el abuso llegará a extremos inconcebibles de afrenta, violación y encerramiento, para una comunidad que se considera piado-sa y temerosa de las leyes humanas y divinas. Ni siquiera su poético y plató-nico enamorado le dispensará un con-suelo, paliativo o defensa para la de-gradación a la que será sometida, para el escarnecimiento brutal de que será objeto. Se llama Justine y la comida le sabe a ceniza. Le aterra la sola idea de darse un baño en una tina, devorada como está por una depresión que la mina impla-

cablemente, absorta en las tonalida-des de su autodestrucción. Acaba de pasar por el fracaso de una boda que ella misma se encargó de echar a per-der, al principio con errores inocentes y exasperantes; después, con acciones desquiciadas y bochornosas, a pesar de los ruegos desesperados de su her-mana y su cuñado quienes sufragaron los gastos de la boda. Pero Justine po-see ciertos poderes que ni ella cono-ce del todo. En su irónico hundimien-to, Justine condena a la humanidad al polvo y atrae sobre nuestro mundo la órbita de un planeta que arrasará con todo. Ella se vuelve entonces como una sacerdotisa del silencio final, de la nada sideral precedida por una sinfo-nía majestuosa. No hay más necesidad de perdonar, de olvidar o de vengarse; sólo esperar el acercamiento irreme-diable con ese azar planetario que nos borrará a todos y hasta el recuerdo de cualquier gloria se vuelve una pésima humorada. La última mujer carece de nombre para nosotros porque podría ser Eva, Lilith, Perséfone o María Magdalena. Pero se encuentra en nuestros tiem-pos, acaba de perder un hijo y su es-poso la ha llevado a una cabaña en lo

La heroína, la encrucijada y el caos en el cine de Von Trierla

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profundo del bosque para aplicarle un dudoso tratamiento psicológico y de-volverle así lo que él considera, des-de su perspectiva racionalista, la nor-malidad mental. Mientras ella realiza una investigación académica sobre la mitología medieval en relación a las brujas, su catástrofe personal, tenaz y largamente reprimida, despertará sal-vajemente, transformándole al uníso-no de una incontenible naturaleza que se convertirá en un templo de lo ate-rrador y fuera de control que existe en el mundo viviente. El enfrentamiento entre una postura lógica y civilizada, fuertemente represiva, con los domi-nios del caos, la arrojará, como en un tormenta de oscuridad, a la inmola-ción de su identidad y el renacimiento de los atavismos bestiales que habitan bajo la superficie de la cultura, el ho-rror de lo orgánico tras la pulcritud del espejo, el Edén metamorfoseado en Infierno. Estas cinco mujeres son protagonistas, anti-heroínas y víctimas propiciatorias en controvertidos filmes de Lars Von Trier, que pueden provocar aversión y hasta una repulsión sin matices ante lo abyecto de las situaciones, pero nun-ca dejarnos indiferentes. Bess en Rom-

piendo las olas, Selma en Bailarina de la oscuridad, Grace en Dogville, Justine en Melancolía, y la mujer innominada en Anticristo. Todas ellas comparten el hecho de haber sido atrapadas en una situación que las va ahogando en el agua helada de su existencia mientras miran a su alrededor buscando una respuesta dentro de un ambiente hos-til o incomprensible que permanece mudo o sólo sale de su silencio para hablar en un lenguaje ajeno y maqui-nal, emitiendo los alfabetos de su bru-talidad. Bess apenas puede comprender a su estricto dios, al esposo por quien se ha sacrificado o a los hombres que bus-can sus favores sexuales. Selma care-ce de la malicia suficiente para sospe-char que su vecino pueda abusar de su condición de ciega y robarle; tam-poco hace esfuerzos enérgicos por defenderse ante los jueces que bus-can quitarle la vida. Grace es capaz de perdonar en todos los demás pecados y faltas que nunca aceptaría en ella misma, incluso a quienes han abusa-do de ella de las maneras más execra-bles posibles, como se lo hace ver su padre al final de la historia. Justine ja-más llega a aceptar

La heroína, la encrucijada y el caos en el cine de Von Trier

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la necesidad de su casamiento, insulta y escupe a quienes tratan de ayudarla, y casi mira a su familia como si fuesen unos extraños a miles de años luz de esas ruinas en que se ha internado sin retorno. Y el psicólogo de la mujer en el bosque pretende que ella, aún des-trozada por su tragedia, se recupere mediante una terapia mecánica que se revela alienante por su control dis-ciplinario. Todas ellas hasta cierto punto carecen de fuerzas para enfrentar una adversi-dad que destruiría a personas menos fuertes. Buscan soluciones ahí donde ya les han sido negadas de antemano y donde la única salida de la encruci-jada es atreverse a ser ellas mismas, a pesar y en contra de todo. Dentro de esa misma contradicción que supone el atreverse a ser íntegramente en un mundo que les cancela toda posibili-dad de elección auténtica, se debate uno de los temas de Lars Von Trier: la mujer enmascarada por una sociedad que trata de imponerle una disciplina atávica, y la bomba de tiempo que se enciende cuando ella decide arrancar-se la máscara y mostrársela al mundo como lo que es: una enredadera para mantenerla sujeta a las raíces que le han inventado, así se arranque la piel

al desprenderse de ellas. De ahí que Von Trier no vacile jamás en hundir al espectador en ficcionalizaciones que atraviesan todos los límites, intentan-do destacar por cualquier medio los inmemoriales ídolos, hipertrofiados de poder y violencia, que surgen a ras de tierra apenas se excava en los sitios precisos de la geografía psicosocial de nuestra época. Tampoco está de más señalar que sus personajes femeninos se enlazan con un pasado histórico y literario, pues en ellos también per-duran los ecos de Antígona, Juana de Arco o la Justine de Sade (aunque esta última se relacionaría más íntimamen-te con la Karen de Los idiotas). Empero y a pesar del complejo sim-bolismo que revisten estas películas, el arte de Lars Von Trier - siempre ex-perimentando con nuevas técnicas y formas cinematográficas, a menudo inspiradas en el lenguaje literario - no puede hacernos olvidar la multitud de críticas que han recibido sus anti-he-roínas, por lo desconcertante, absur-do, indigno o hasta repugnante que hay en sus formas de enfrentar la rea-lidad. “Pornografía de las emociones” ha sido un vituperio célebre para sus historias, cuando no se ha utilizado el más común de “misógino” para su di-

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rector. Cuesta creer, por ejemplo, en una mujer tan sumisa como Bess, que acepte ir en contra de todos sus prin-cipios, personales y comunitarios, para obedecer a su esposo y navegar a fon-do la promiscuidad más humillante. Y con tal de permanecer fiel a la imagen que tiene de sí misma como un “cora-zón de oro”, Selma será más fácilmen-te condenada a muerte sólo por pro-teger a quien la ha traicionado. Grace irá al otro extremo y se complacerá en un genocidio “justiciero” después de haber estado jugando un tiempo a la cristiana que no se cansa de ofre-cer la otra mejilla. Tanto Justine como la mujer-anticristo destilan tal veneno en sus flagelaciones que hay quienes se preguntan si esos personajes no son como dos rostros deliberadamen-te perversos con los cuales el director danés quiso pintar a la mujer. Estas críticas, que no dejan de tener su margen de corrección, confunden sin embargo al arte cinematográfico como elaborador de modelos psicosociales, y en cierta forma así sucede cuando se trata de seguir los cánones de Ho-llywood, consumado fabricante de es-tándares existenciales. En el caso de Lars Von Trier ha persistido un conflic-to entre su vertiente situacional y sus plasmaciones simbólicas: nos muestra

sin concesiones las contradicciones y sufrimientos de sus personajes enma-rañados en circunstancias abrumado-ras, pero también nos sugiere claves de interpretación simbólica para ele-varles a otros planos de significación. Así por ejemplo en Melancolía, el des-trozo que Justine inflige a su matrimo-nio, moribundo antes de nacer a pesar de las primorosas apariencias, nunca es gratuito ni sólo dependiente de las necesidades de la trama. También se puede leer como una rebelión contra el orden monogámico que no puede limitar, agotar o reglamentar el deseo de la mujer. Justine enciende la mecha de la pólvora para destruir dentro de sí una institución ideológica, corpo-ral y simbólica que le han impuesto como la única opción coherente para su existencia y que en vano han pre-tendido introyectarle desde un orden masculino de dominio. Sin embargo, esa explosión la condenará a una to-tal desconexión subjetiva con sus alle-gados, quienes se verán inermes ante ella, pues aún viven dentro del orden simbólico que Justine ya rechazó para siempre. En Anticristo, cuyo título pue-de interpretarse como una referencia al cristianismo como ideología de po-der, la rebelión se volverá incluso más

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desesperada y anárquica. Tales superposiciones simbólicas no siempre se ensamblan a la perfec-ción, y suelen producir roces y dislo-caciones entre ambos planos, pues en ciertos pasajes ambos se contra-dicen y corrompen entre sí, rondan-do la sátira y la parodia. Pero en ello mismo radica una de las claves para entender a Von Trier: estamos ante un artista de la contradicción cuya dialé-ctica no busca resolverse. Lo sencillo sería que Von Trier llevara a puerto seguro a sus personajes y que a no-sotros nos dejara una solución con-forme con nuestra ideología. Pero el cineasta se niega a condescender: agudiza los conflictos hasta la estri-dencia y el exceso, contrapuntea los símbolos y las situaciones para que se subviertan mutuamente (la esce-na donde Selma es conducida a la cámara donde será ejecutada, mien-tras fantasea con un beatífico show musical por el último pasillo, llega a extremos casi aberrantes de un liris-

mo tragicómico), así como provoca a sus personajes a vivir sus contra-dicciones hasta límites insupera-bles, impidiéndonos identificarnos por completo con ellos, mantenién-donos en el suspenso dialógico de ese distanciamiento crítico promo-vido por el modelo dramático de Bertolt Brecht. Muy a despecho de nuestras certe-zas, Lars Von Trier ha buscado lan-zarnos a una aventura que ya es hora de que el cine cumpla: “La misión del arte hoy es introducir el caos en el orden”, como escribiera Theodor W. Adorno. Y en un arte como el cine, cuyos códigos masivos y pro-badas estructuras amenazan con eternizarse en un reciclaje crónico, la mirada de Lars Von Trier sobre el universo denso y contradictorio de la mujer, nunca desligado de las cir-cunstancias históricas y los espacios simbólicos, merece una mirada más amplia y desprejuiciada que el mero tributo a nuestros modelos sociales y fetiches racionalistas.

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Simulacro de muertes pequeñas.cas. Cierto día, fue una casualidad el decidir emborracharse en casa, la misma casualidad de hacer una cita erótica con un ser desconoci-do para ella. Harta de los mismos encuentros monótonos tanto con hombres como con mujeres, deci-dió subir la intensidad carnal a su vida. Alfonsina desconoció que ese encuentro sería algo más que cual-quier sexo ocasional. Café, libros, alcohol, política, sexo, amor, acade-mia, cultura, música… todo se volvió una cotidianidad sólo para aquellos amantes rotos. Alfonsina, terminó por ilusionarse con otro amante que seguramente le volvería a romper su jodido corazón.

El problema, según lo pensó Alfon-sina, era la complicada concepción que tenía del amor. Todos hasta ese momento se habían ido, todos ab-solutamente todos decidían que, finalmente,

“Tendrías que que-darte para darte

cuenta”. Alfonsina repitió estas palabras

cada noche antes de llevar sus sueños desgastados a la cama, eselugar que en el pasado utilizó para satisfa-cer todo tipo de necesida-des carnales. Cada fin de semana realiza-ba un itinerario nocturno para embrutecer en alco-hol. El amor y la revolución no le habían hecho justicia en los últimos años, por lo que Alfonsina se entregó a cada uno de los pecados castigados por la moral social, en especial al sexo. A la par, visitaba cualquier tipo de tugurio escondi-do y habitado por seres ruines,bebía acompañada,a veces sola, esperando cual-quier tipo de animal que le desgarrara las entrañas se-

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tener una mujer como lo era ella, trae-ría problemas con su personalidad. Después se enfocó en las mujeres, carne desconocida y de sentimientos similares, que al final sólo logró acen-tuar un placer esquicito que con gran intensidad degustaba en cada encuen-tro íntimo, pero nunca logró estable-cer un vínculo más allá de aquello. No estaba dispuesta a cambiar ese placer descubierto por alguien que tarde o temprano se marcharía con ese estú-pido discurso que todos presentaban.Pero se quedó… y no sólo se que-dó sino que ahora entraba en el jue-go perverso del cariño. Las noches se volvieron agonizantes: “Tendrías que quedarte para darte cuenta”, la dialé-ctica del eterno abandono que has-ta hoy Alfonsina siente cada noche. Mientras tanto, los encuentros se vol-vieron constantes hasta que las reglas del juego fueron cambiando, se perca-tó que no necesitaba de más encuen-tros vacíos de cariño, no más hombres ni mujeres, no mientras tales acciones le provocaran algún daño a Leonardo.

Mencionaba su nombre sin miedo, era el que decidió amar todas esas cicatri-ces de una mujer llamada Alfonsina.

Pero aún no cortaba relación con los animales que le comían las entrañas en esos días nostálgicos de deseo, no podía, eran años de constancia, sabían a la perfección como erizar su piel al ritmo de éxtasis. Cómo de-cirle, cómo explicarle que el amor se volvió el alimento del deseo, “Lo amo, no quiero volver a es-tar contigo, lo siento”. Inimagi-nable lo que hizo Alfonsina, su pecho cargado de orgullo supo que aquello no era cosa de ca-sualidad sino de confianza, en su cama, en su cuerpo, en su jodido corazón sólo estaba Leonardo.Extraña manera tiene el cariño de expresarse, tal vez esa acción de or-gullo debió guardarla, tal vez en pa-rejalos secretos e intimidades per-sonales deben existir, pero cómo hacerlo cuando jamás había creído en amor, se cuestionó constante-mente Alfonsina. De alguna manera un ego fue herido en aquella oca-sión, Leonardo no jugaba las mismas reglas, él tenía sus propios animales para evadir su soledad. Aparecieron las mentiras con un toque de ver-dad, no quería estar más con esa mujer que se hacía llamar Alfonsina,

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la de todos, la de nadie, la que se pertenece sólo a ella misma, la de la carne ardiente y nostálgi-ca. Ebria de locura, decidió co-mer su cuerpo ante el dolor y no que sus amantes lo hicieran por ella. Era su proceso de do-lor, porque el amor hasta ese día no le había demostrado otra cosa, porque tal vez el sexo con él solamente era eso,

buen sexo. “Ese hombre me consume” desde la tercera cita

lo supo y ese dolor tenía que tra-garlo, había que aceptarlo, Leonar-

do se había ido, los defectos habían ganado.Y así como el ocaso se lo llevó, el alba lo regresó para ser sólo de Alfonsina. Veía el reflejo de su rostro en sus ojos, así como su olor, su voz, sus labios y su maldito vicio al tabaco. Todo aquello volvió y se reconstruyeron los mapas con las ya tan conocidas grietas, ba-ñándose en los ríos que ellos mismos dibujaron sobre sus cuerpos donde nadie había entrado jamás. Los sa-bores de su piel herida no habían cambiado, su voz melosa e incitante al juego intimo del deseo, el vaivén de sus caderas recreando el infinito.

Ahí estaba Leonardo ensanchando el sexo de Alfonsina, tocando el origen de su vida, asesinando el pasado que los había llevado hasta ahí. No devora-ba esas entrañas, las acariciaba como si toda la vida hubieran estado con él.Llegó la noche, justo cuando comenzó a pensarla, amar en la oscuridad era tal vez lo que secretamente ambos implo-raban, tal vez por miedo a no mirarse a los ojos, tal vez por el pudor de no saber de si mismos y al mismo tiempo querer sólo saber el uno del otro, nada importaba, gracias al tacto se guia-ban el uno al otro por las partes más vulnerables que ambos tácitamente se habían cedido. Leonardo apretó su miembro para acallar las palpitaciones que el alevosamente se provocaba, como aletargando por un instante el placer, impidiéndolo con la promesa de que éste se prolongaría por la acu-mulación de ganas, con las yemas de sus dedos comenzó a recorrer el cuer-po de Alfonsina, dibujando la aureola de sus senos pletóricos y excitados, en instantes pellizcando delicadamente sus pezones que rebosaban de saliva mientras su lengua exploraba la ca-vidad bucal de aquella mujer inerte como en lo álgido de un mantra.

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Él, sapiente de lo que en ella provo-caba aquellos juegos perversamente planeados, continúo negando el pla-cer máximo, con su mano abarco sus senos y los juntó uno con otro, apretu-jando ambos con pulgar y meñique. En un beso que amalgamó alientos, Alfonsina, comenzó a morder el labio inferior de Leonardo y a frotar con su palma el miembro duro y erguido de aquél que la estremecía con el zigza-gueo de su mano por la cintura. Con un movimiento brusco en el ambos cayeron hacía la tibieza de las sába-nas, con perfecta sincronía amalga-maron sus miembros sollozando cada quien en su tono -él ronco, ella suave- de placer, la luz se las arregló para ser testigo de aquél acto de pasión y en-tró por un resquicio de las cortinas de seda iluminando los ojos de Leonar-do que Alfonsina vio, aquellos ojos hablaron de una vez por todas y pro-vocaron en ella un estremecimiento bastante parecido al inevitable óbito humano que comenzó por su vien-tre y se propagó por su estómago, dibujo una línea en su espalada súbi-tamente descendió hacía sus piernas

y como en un acto de

resistencia,Alfonsin,a contrajo los dedos de sus pies para no dejar-lo escapar, como apilando una a otra las contracciones que la privaron de si misma, transportándola en se-gundos- tal vez en milésimas- a una realidad alternativa a una muerte pequeña donde un último sollozo la regresó a la tibieza de las sábanas y al aliento que expiraba Leonardo cul-minando aquél acto que era envidia-do por la luz… la luz que fue testigo del encuentro.Lo había perdido pero ahí estaba, estaba hermoso y desnudo sobre la cama desgastada de tanto soñar, se mezcló tanta pasión, tanto amor que Alfonsina tembló de miedo al imagi-nar que podría morir en ese instante, derretirse por completo sobre el pe-cho de Leonardo, porque se quedó para darse cuenta, porque a pesar de perderlo constantemente, regresó a ese desierto de repentinos maremo-tos sentimentales, porque algún día se va a ir para siempre con sus ríos y no volverá a verse en sus mudos ojos.

Érika Corpus

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En varias ocasiones he afirmado que en América Latina los feminismos tuvieron desde sus inicios una finalidad ética y política y que, desde finales del siglo XIX, adquirieron características movimentistas. Eso sin menoscabo de que puedan rastrearse expresiones de descontento de las mujeres hacia su condición de sumisión o encierro o denuncias de su indefensión legal y económica, en épocas muy anteriores. Ni de que exista un registro de importantes expresiones de los círculos literarios, musicales y pictóricos de mujeres que se encontraban entre sí, con el beneplácito de padres o maridos liberales, y desde ahí abogaban por la libertad y calidad de sus expresiones artísticas, así como por su derecho a la educación.

Las vertientes liberales, anarquistas y socialistas del feminismo que se manifestaron en el siglo XIX reivindicaron la abstracta igualdad de todas las mujeres, pero nunca actuaron programáticamente contra el racismo que constituye uno de los rasgos más evidentes de la Modernidad en América. Sus proyectos eran distintos, aunque todos confrontaban

Francesca Gargallo Celentani

TEORÍAS Y PRÁCTICAS

DE LOS FEMINISMOS EN NUESTRAMÉRICA

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un sistema que pretendía una natural diferencia de las mujeres y hombres y que se sustentaba en una supuesta inferioridad física, mental, religiosa, si no es que ética, de las mujeres. En 1896, en Argentina, inmigrantes, exiliadas y obreras anarquistas fundan La voz de la mujer. Periódico comunista anárquico, en la que manifiestan su capacidad de reconocer por sí mismas las diferentes formas de opresión y la explotación patronal, la represión estatal, las imposiciones del clero y de los hombres de la familia. En su número 4, del 27 de marzo de 1896, afirmaban contundentemente:

Queremos hacer comprender a nuestras compañeras que no somos tan débiles e inútiles cual creen o nos quieren hacer creer los que comercian con nuestros trabajos y nuestros cuerpos. Queremos libertarnos, rompiendo, deshaciendo y destrozando, no sólo nuestras cadenas, sino también al verdugo que nos las ciñó. Ayer suplicábamos, rogábamos, mas hoy tomaremos lo que falta nos haga, cuando y en donde podamos tomarlo. Las noches de largo y hambriento insomnio las sustituiremos por las hecatombes de sangre de canallas. No tenemos Dios ni ley.1

Por supuesto, las feministas liberales de América Latina, esposas e hijas de políticos, en ocasiones muy confrontadas no sólo con el clero sino también con los juristas positivistas que dominaron la escena política de finales del siglo XIX, no pedían para liberarse el fin del mundo capitalista ni la sangre de patrones y maridos. Algunas, como la mexicana Laureana Wright de Kleinhans, fundadora y directora de Las Violetas del Anáhuac, pedían un rostro humano al capitalismo que la dictadura de Porfirio Díaz pretendía que coincidiera con el orden y el progreso, y para hacerlo insistieron en la educación de las niñas de todas las clases sociales y la mejora de las condiciones de vida de obreras y campesinas, mejora que vendría por su acceso a la educación. La mayoría de las feministas liberales 1 La voz de la mujer. Periódico comunista anárquico, Ediciones Gato Ne-gro-Desde La Otra Orilla, Bogotá, 2011.

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eran mujeres que querían acceder a la burguesía por sus medios, así que peleaban derechos a la educación, a la igualdad ante la ley y a la ciudadanía plena.

La tensión entre la transformación radical de la organización política y económica y la inserción en los ámbitos masculinos de la misma para transformarla desde dentro, sigue viva hoy en día en diferentes posturas y formas de acción y organización feminista.

Ahora bien, como todos los movimientos de profunda insatisfacción ante las condiciones de la propia vida, el feminismo se conforma para dar respuesta a una necesidad, y su teoría se explaya sobre todo aquello que esa necesidad devela. Puesto que la resistencia de los soldados, legisladores, padres, maridos, sacerdotes, maestros, artesanos, campesinos, obreros, sindicalistas, estudiantes, hijos, carpinteros y demás hombres a la simple demanda de igualdad jurídica para que las mujeres pudieran acceder a la escuela, al control de la propia economía y al voto, desde finales del siglo XVIII hasta principios del siglo XX, delató que el problema no era pequeño, que todas las estructuras sociales estaban atravesadas por la negativa del reconocimiento de las mujeres como personas autónomas, el feminismo fue amalgamándose y creciendo al postular más espacios de acción y reflexión para las mujeres. Y lo fue haciendo en todo el mundo occidental u occidentalizado, desde Europa hasta Australia, pasando por supuesto por todas las cúpulas blancas y la población mestiza de Nuestra América.

Según la colombiana Alejandra Restrepo, muchas posiciones encontradas del feminismo nuestramericano contemporáneo tienen origen en las diferencias políticas radicales de feminismos decimonónicos que el movimiento de liberación de las mujeres de mediados del siglo XX se

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resiste a considerar como su fuente o su pasado.2

Por ejemplo, poco antes de que las feministas de Argentina inauguraran, el 18 de mayo de 1910 en Buenos Aires, el Primer Congreso Femenino Internacional de la República Argentina,3 donde debatieron temas tan diversos como los derechos políticos, la educación de las mujeres, el significado de la prostitución, el trabajo doméstico y asalariado, las mujeres anarquistas que vivían y actuaban en ese mismo país, habían escrito contra el feminismo burgués, fundando periódicos y dedicando sus reflexiones a la realidad de mujeres que en pocos casos podían siquiera aspirar a la educación universitaria.4

2 Vid. Alejandra Restrepo, en Feminismo(s) en América Latina y el Caribe: La diversidad originaria, tesis para obtener el grado de Maestra en Estudios Latinoamericanos, UNAM, México, febrero de 2008, sostiene que las corrientes feministas pueden rastrearse desde el siglo XIX en las diferentes ideologías po-líticas a las que se suscribían las mujeres que originaron la defensa del derecho de las mujeres a participar en la vida política y cultural.3 Los días 18, 19, 20, 21 y 23 de mayo de 1910, la Asociación de Universitar-ias Argentinas organizó en el salón de la sociedad Unione Operari Italiani, de Buenos Aires, el primer congreso feminista de Nuestramérica, con el fin de “es-tablecer lazos entre todas las mujeres del mundo” para fortalecer un proyecto común que involucrara “la educación e instrucción femeninas, la evolución de las ideas que fortifiquen su naturaleza física, eleven su pensamiento y su volun-tad, en beneficio de la familia, para mejoramiento de la sociedad y perfección de la raza”. Su otro fin explícito era celebrar “el Centenario de la Libertad Argentina”. Primer Congreso Femenino, Buenos Aires 1910. Historia, Actas y Trabajos, compilación e introducción de Dora Barrancos, Universidad Nacio-nal de Córdoba, Córdoba, 2008.4 Juana Rouco Buela fundó Nuestra Tribuna (textos recopilados en Mis Proc-lamas. Juana Rouco, antología editada por Manuel Brea, Editorial Lux, San-tiago de Chile, sin fecha de impresión, aunque podemos situarla en la década de 1920). En ella profería: “El feminismo es un partido de mujeres que todavía no ha definido claramente sus aspiraciones. En el extranjero ha tiempo que se desenvuelve semiorgánicamente y participado ya en varios pujilatos electora-les. Por el carácter de su desenvolvimiento noto que el partido feminista ansía reivindicar los derechos de la mujer políticamente, o más comprensiblemente, por intermedio del parlamentarismo. Esto se notará en tiempos de elecciones, donde se verá a las mujeres componentes de esa fracción política feminista,

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Este desconocimiento, mezcla de elección de una sola línea de acción, de voluntad de marcar una separación entre el feminismo emancipatorio del siglo XIX y la liberación de las mujeres de mediados del XX, y de un tradicional desinterés político y académico en la historia de las mujeres y sus genealogías políticas, reduce el pensamiento feminista, en particular el producido en Nuestra América, a la justificación de la lucha por el voto y a la construcción del derecho al cuerpo.

La complejidad de un pensamiento político que abarca todas las relaciones posibles entre las personas, desde las sexuales y afectivas hasta las sociales, culturales, con el Estado, y de resistencia a las instituciones y a las prácticas de dominación, se esfuma de esta manera. La tradicional forma de dejar de lado el racismo de todos los países latinoamericanos mediante la táctica de negarlo, trasladándolo a otros planos como los de la higiene, de la educación, de los modales, atañe así también el feminismo que es incapaz de reconocer en las formas de vida de las mujeres de los pueblos originarios, pensamientos y prácticas de mejora de las condiciones de vida de mujeres insertas en una relación de sobrevivencia y reafirmación grupal.proclamar a voz en cuello su participación en la política electoral”. En 1896, en La voz de la mujer, proclamaban: “COMPAÑEROS Y COMPAÑERAS ¡SALUD! Y bien: hastiadas ya de tanto y tanto llanto y miseria, hastiadas del eterno y desconsolador cuadro que nos ofrecen nuestros desgraciados hijos, los tiernos pedazos de nuestro corazón, hastiadas de pedir y suplicar, de ser el juguete, el objeto de los placeres de nuestros infames explotadores o de viles esposos, hemos decidido levantar nuestra voz en el concierto social y exigir, exigir decimos, nuestra parte de placeres en el banquete de la vida.Largas veladas de trabajo y padecimientos, negros y horrorosos días sin pan han pesado sobre nosotras, y ha sido necesario que sintiésemos el grito seco y desgarrante de nuestros hambrientos hijos, para que hastiadas ya de tanta miseria y padecimiento, nos decidiésemos a dejar oír nuestra voz, no ya en forma de lamento ni suplicante querella, sino en vibrante y enérgica demanda. Todo es de todos” (se respetó la grafía original en ambos textos).

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Entre los sectores blancos y mestizos, la imposición de una idea sufragista de feminismo desaparece las tensiones de las mujeres católicas, presas entre un deseo ético de reconocimiento de su libre albedrío y la obligación de mantener la estructura familiar que se sostiene en el sacramento matrimonial; así como desaparece la elección política de esas militantes antimperialistas que, como Visitación Padilla, hondureña que en la década de 1930 apeló a la participación política de las mujeres contra la invasión estadounidense, las feministas vivieron desgarradas entre el deseo de emancipación individual y el deber de una participación política en un proyecto mixto, urgente, que requería del aporte de las mujeres aunque no concediera importancia a sus demandas específicas de igualdad y libertad.

Asimismo, no tendría lugar el análisis de las reflexiones de un feminismo de la diferencia sexual avant la lettre, como el de Ana Belén Gutiérrez quien, tras luchar por los derechos laborales de mineros y campesinos durante la Revolución Mexicana, abogó por una cultura feminista e indigenista en la refundación de la nación y terminó reivindicando, en el libelo de 1936, República Femenina, una política de las mujeres como tales, no ligada al voto de partidos masculinos, rescatadora de la maternidad como creación y de “la voluntad de la mujer a redimirse a sí misma”.5

5 Ana Belén Gutiérrez en República femenina, libelo que editó con sus fondos como la mayoría de sus escritos, afirmaba: “Poco o nada adelantará la hu-manidad si la mujer, al surgir no viene a hacer más que una reproducción del hombre, que poco servirá su fuerza si no puede tener más que la misma apli-cación. Si la mujer no va a desarrollar otras actividades más que las mismas que desarrolla el hombre es absolutamente ocioso que reclame un derecho de acción, buena parte de estos errores se debe a que la mujer en su siglo de inex-istencia ha adquirido el habito de la irresponsabilidad, causa de su despreocu-pación en sus siglos de esclavitud; ha adquirido el habito del servilismo, causa de su tendencia imitativa. Por otra parte su acción inicial tiene la irreflexión propia de la infancia y la mujer en este caso se deja llevar de su primer impulso

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Ahora bien, esas diversidades responden a los anhelos, reflexiones, artes, reivindicaciones, afectos y denuncias de cientos de mujeres que percibieron sus necesidades como móviles políticos legítimos y se atrevieron a pensar el mundo y a pensarse en el mundo desde sí mismas. Feministas que participaron y participan de un horizonte temporal, compartiendo los sustratos materiales que obligan a las personas a tener intereses por las mismas cosas, aunque sea desde posiciones ideológicas y políticas divergentes, y que, por ello, entablaron y entablan aún con sus congéneres un diálogo de ideas capaz de sustentar redes de conocidas que se cruzan e intervienen en la reflexión y el trabajo de las afines.

Hoy las ecofeministas y las mujeres que actúan desde el Estado o desde la acción directa de la denuncia de los feminicidas, los violadores y los golpeadores de mujeres yendo al frente de sus casas para señalarlos ante los vecinos, establecen un vínculo entre la violencia sexual sistemática y la destrucción ambiental que pasa por la objetivación obrando a la ligera sin preocuparse por la dirección que sigan sus primeros pasos ni por las consecuencias de sus primeros actos los que, naturalmente no son definitivos pero sí tienen que incluir por bastante tiempo en la vida social, no vamos a escudarnos con nuestra infancia aprovechándonos de ella para satisfacer pequeñas aspiraciones que ni siquiera tienen el encanto de los caprichos infantiles. Es cierto que la vida de la mujer está en la infancia, pero no es menos cierto que la edad de las mujeres que han asumido la tarea rep-resentativa ha dejado de ser ya, la encantadora edad infantil y tienen el deber de reflexionar. La transformación que se inicia aceptará más que a está gen-eración que pasa a las generaciones que vienen y no tenemos ningún derecho para comprometer un porvenir que no podremos salvar.

Por estas razones me dirijo a las mujeres que en la actualidad inician su obra de emancipación, a las que en la actualidad representan el movimiento femenino; tanto a las que actúan por su propio impulso como a las que actúan obedeciendo a una consigna, porque todas son mujeres y no traicionarán a la mujer. Espero ver confirmada esta suposición y muy cordialmente las invito a que expongan sus puntos de vida en relación con el propósito de constituir la República Femenina sobre las inconmovibles bases de derecho natural que es el único origen legítimo de todos los derechos” (se respetó la grafía original).

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de la tierra y el cuerpo de las mujeres. Las feministas comunitarias del pueblo xinka en Guatemala, hablan de territorio-cuerpo y construyen un nexo indisoluble entre los derechos territoriales de su pueblo y el derecho de las mujeres a su integridad física y sexual; las feministas comunitarias aymara de Bolivia afirman que no es posible ninguna descolonización de América sin una política despatriarcalizadora que involucre a todas las mujeres. Igualmente, las feministas antirracistas negras brasileñas postulan que, entre sistema de clase, violencia sexual y exclusión racista, el punto de encuentro son las narrativas patriarcales que convierten en romance las violaciones de mujeres negras e indias, a la vez que justifican la sumisión de sectores mayoritarios de la población. Las lesbianas feministas reconocen en la construcción de la mujer una finalidad de apropiación del cuerpo para la reproducción del sistema heteronormativo. Así es como a principios del siglo XX, las prácticas y las teorías feministas nuestramericanas se construyen a partir de los cambios que se manifiestan en las relaciones de poder, aprovechando las coyunturas políticas locales para reconocer el valor de la propia experiencia en la formulación de una política general.

Las mujeres que buscaban su emancipación tuvieron

aliados, “ardientes y sinceros campeones”, como definía a “los feministas” uno de sus más acérrimos enemigos, el filósofo positivista Horacio Barreda.6 Hoy, sin renunciar a la reflexión autónoma, muchas feministas reconocen la existencia de hombres que han aprendido a dialogar con la política de las mujeres. Ahora bien, el profundo miedo a las transformaciones políticas, siempre asociadas a la pérdida del orden -y a los cambios sociales que el feminismo propugnaba al reivindicar la ciudadanía de las 6 Vid. Horacio Barreda, “Estudios sobre ‘El Feminismo’. Advertencia Pre-liminar”, en Revista Positiva, vol. IX, México, 1909, pp.44-60.

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mujeres-, impulsaron a los filósofos positivistas -entonces dominadores indiscutidos de la educación en América Latina y el Caribe, defensores “científicos” del racismo implícito en las teorías de la existencia de razas y clases “superiores”, y cercanos al poder político de partidos “del orden y progreso” y de dictadores iluminados como Porfirio Díaz en México y el Doctor Francia en Paraguay- a atacar duramente los postulados del feminismo y, en particular, de sus sostenedores de sexo masculino. La iglesia, muchos partidos conservadores y la mayoría de las asociaciones de padres de familia hoy siguen haciendo lo mismo, por ejemplo, cuando un Estado reconoce el derecho a la maternidad voluntaria de las mujeres o el matrimonio entre personas del mismo sexo.

El estudio de Asunción Lavrin, Mujeres, feminismo y cambio social en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940,7 demuestra que la historia política de una región está atravesada y determinada por la historia política de las mujeres. No sólo son las mujeres dirigidas por Paulina Luisi las que impulsan y logran con sus acciones y escritos el sufragio en Uruguay en 1927, sino que su accionar revela la presencia de científicas liberales, socialistas organizadas en secciones de partido, organizadoras de centros y defensoras de los derechos de las mujeres, desde la década de 1900.

En toda Nuestra América, la lucha por los derechos civiles y legales de las mujeres en las décadas de 1910 a 1940 adquirió matices más pragmáticos que en el siglo XIX: dar respuesta a los ataques antifeministas de los hombres que se asustaban por sus ideas,8 intentar la reforma de los códigos 7 Centro de Investigaciones Diego Barros Aranda, Santiago de Chile, 2005.8 Los ataques contra el feminismo provenían bien de hombres de tendencias políticas conservadoras, que consideraban peligroso, cuando no “contra na-tura”, alejar a las mujeres de sus funciones tradicionales de madre y esposa y esgrimían discursos religiosos para negar su igualdad con el hombre, bien de los comunistas y revolucionarios, quienes consideraban al feminismo una des-

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civiles en pos de una superación de la subordinación legal de las mujeres al padre o al esposo y obtener la igualdad civil con los hombres, cuando no la fundación de partidos abiertamente feministas como en Panamá.9

La presencia y visibilidad de las mujeres no se circunscribía a una sola posición ideológica, aunque se remitió siempre a un afán de emancipación del pesado tutelaje masculino. La ya citada hondureña Visitación Padilla fue claramente una antimperialista y se abocó a la participación política de las mujeres por ello, pero, ¿qué tipo de feminista era? Tras leer sus cartas y proclamas no sabría afirmarlo con claridad. Obviamente se sentía “orgullosa porque mis compañeras han atendido con fineza la excitativa” que se les dirigía en una “hoja patriótica” de 1924, y en la que conminaba a las mujeres a tener un alto concepto del “patriotismo”: “Patriotismo es indignarse ante un atentado a la dignidad nacional con el que estamos sufriendo ante una tropa de extranjeros que ha entrado al país sin permiso del Gobierno”.10 Visitación Padilla creía firmemente que las mujeres son capaces de hacer política y tener una responsabilidad en ella; no obstante, se refería a las mujeres como “las señoritas y señoras de Honduras” y jamás expresó una opinión política sobre ellas ni asumió ninguna “causa de las mujeres”. Veinte años más tarde, su connacional Lucila Gamero de Medina -quien afirmaba “conste que soy feminista y que he trabajado y seguiré trabajando porque la mujer goce de iguales derechos civiles que el hombre”-, aconsejaba

viación ideológica burguesa que alejaba a las mujeres proletarias de la lucha con el hombre para la liberación de su clase. En ocasiones, ambos discursos antifeministas se hibridaban de manera paradójica, dando pie a una difusa misoginia política.9 Yolanda Marco, Clara González de Behringer. Biografía, Edición Roeder, Panamá, 2007.10 Visitación Padilla, “Colaboración Femenina en la Defensa Nacional”, folleto s/p/i, Tegucigalpa, 23 de marzo de 1924.

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a las mujeres “no salirse nunca de la debida compostura, inherente a su sexo”, pues debía tener como objetivo en la vida “el mantenimiento de un hogar honesto, armónico, y hasta donde sea posible feliz”. Esta “partidaria del voto de la mujer” quería “combatir las costumbres femeninas llamadas modernas, que son inmorales y hasta cierto punto licenciosas”.11

Posturas como éstas implicaron para las mujeres, que en la segunda mitad del siglo XX se rebelaron a la familia y las costumbres para liberar sus deseos y sus proyectos vitales, abiertas contradicciones con la idea de igualdad y, aún más, con la de liberación que abanderaban. Sin embargo, eran una constante entre las mujeres de izquierda y entre las católicas de la primera mitad del siglo.

Releyendo sus escritos a la luz de los aportes de la socióloga chilena Julieta Kirkwood -quien analizaba en 1983 el “conservatismo femenino” como algo subordinado a muy complejas construcciones sociales, culturales y políticas-,12 la panameña Urania Ungo llegó a la conclusión de que el feminismo nuestramericano era mucho menos radical -más recatado, casi timorato- que el europeo y el estadounidense. Esta afirmación debe matizarse por medio de un hecho concreto: las feministas de América Central, por la peculiar historia de sus países invadidos por aventureros, piratas y bananeras estadounidenses, tenían muchos más contactos y relaciones políticas con los hombres de los partidos nacionalistas, liberales y socialistas 11 Lucila Gamero de Medina, “Para las mujeres de Honduras”, en La Voz de Atlántida. Revista mensual panamericana, La Ceiba, Honduras, año 10, n.425, junio de 1946, p.11. Hay que subrayar que La Voz de Atlántida fue fundada y dirigida desde sus inicios por una mujer católica y feminista, Paca Navas de Miralda, quien iniciaba sus artículos con “Prepárate mujer para la lucha desde hoy”.12 Julieta Kirkwood, “El feminismo como negación del autoritarismo”, Po-nencia presentada en FLACSO, ante el Grupo de Estudios de la Mujer, Buenos Aires, 4 de diciembre de 1983.

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de sus países, con los que en ocasiones compartían tribunas, ideas y armas, que las europeas enteramente excluidas de la política masculina, lo cual llevaba a las primeras a verlos –o a verse a sí mismas- como “complementarios” en su lucha por la liberación nacional y las reivindicaciones feministas, y no siempre como personas con las qué enfrentarse para tener acceso a la vida pública… ni siquiera cuando éstos les exigían una ideología tradicional acerca de su vida privada. Ahora bien, comparto plenamente con Urania Ungo que éste es el punto nodal de la radicalidad emancipativa.

A principios de siglo XX se sucedieron diversas conferencias que pusieron en la palestra internacional la discusión sobre la igualdad jurídica de las mujeres.

El Centro Feminista de Buenos Aires convocó en 1906 al Congreso Internacional de Libre Pensamiento, antecedente directo del Primer Congreso Femenino Internacional (el primer encuentro mundial de mujeres llevado a cabo en América Latina), realizado en 1910 con la finalidad de tratar las mejoras sociales, la lucha por la paz, el acceso de las mujeres a la educación superior, y para expresarse en contra de una doble moral que privilegiaba a los hombres y su libertad en toda ocasión.13

Poco después, y en un contexto revolucionario y de construcción de una sociedad laica, en México, bajo la égida del gobernador socialista Salvador Alvarado, se llevarían a cabo el Primer Congreso Feminista de Yucatán, realizado en enero de 1916, y el Segundo, en noviembre del mismo año, convocados conjuntamente por las feministas de la localidad y el Gobierno del Estado. Las conclusiones de estos congresos constituyeron una verdadera plataforma progresista para la época, pues no presentaban ninguna perspectiva de defensa de la familia a través de la educación

13 Cf. Primer Congreso Femenino. Buenos Aires 1910. Historia, actas y tra-bajo, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 2008.

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femenina, ni hacían hincapié en la supremacía del valor de la maternidad en la vida de las mujeres. Sus propuestas giraron en torno a la separación del Estado y la iglesia, la educación laica y de fácil acceso para las mujeres, el derecho al trabajo y a la plena ciudadanía, así como a la enseñanza de métodos anticonceptivos. En la declaración final del congreso de enero, las feministas yucatecas reclamaban al Estado que les abriera todas las puertas para librar a la par del hombre su lucha por la vida; además, afirmaron: “Puede la mujer del porvenir desempeñar cualquier cargo público que no exija vigorosa constitución física, pues no habiendo diferencia alguna entre su estado intelectual y el del hombre, es tan capaz como éste de ser elemento dirigente de la sociedad”.14

A pesar de que en Mérida, bajo la égida de un segundo gobernador socialista, Felipe Carrillo Puerto, se eligiera a una mujer como concejal del municipio, tres mil kilómetros más al norte, durante la Asamblea reunida en 1917 en Querétaro para redactar la Constitución que brotaría de una gesta revolucionaria donde habían participado miles de mujeres, se discutieron temas como la educación y los derechos laborales de las mujeres,15 pero las catorce feministas que alegaron personalmente o por carta que el voto de las mujeres no sería una concesión, sino un asunto de estricta justicia, ya que si las mujeres tenían obligaciones con la sociedad también debían

14 Luis Vitale, Historia y sociología de la mujer latinoamericana, Editorial Fontamara, Barcelona, 1981, p.48.15 Y, de hecho, en el artículo 3 se estableció la educación laica (que liberaría a las mujeres de la influencia de la iglesia católica) y en el 123 se dispuso que el salario mínimo fuese igual para mujeres y hombres, así como una jornada laboral de 8 horas, la protección a la maternidad y la prohibición de trabajo in-salubres y peligrosos para las mujeres y los menores de 16 años. Sin embargo, los intentos de reformar el artículo 22 para decretar la pena de muerte por el delito de violación y el 34 para reconocer la ciudadanía de las mujeres, fueron rechazados.

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tener derechos, no lograron ser tomadas en serio.16 Sus peticiones fueron rechazadas sin mucha discusión, bajo el pretexto de que las mujeres se desenvolvían dentro de sus hogares y los asuntos políticos no le interesaban, no representando a nadie.

Sin embargo, hundiéndose aún más en las contradicciones de una misoginia culposa, en abril de 1917, dos meses después de promulgada la Constitución, el presidente Carranza (cuya secretaria era la feminista Hermila Galindo) instauró un moderado camino de reformas presidenciales. La Ley sobre Relaciones Familiares, reformaba el Código Civil de 1870 y declaraba la igualdad de obligaciones y derechos personales entre la mujer y el hombre al interior del matrimonio. Igualmente, garantizaba el derecho de las mujeres casadas a mantener y disponer de sus bienes, a ser tutoras de sus hijas e hijos, a extender contratos, a participar en demandas legales, a establecer un domicilio diferente del cónyuge en caso de separación, a volverse a casar después del divorcio y a comparecer y defenderse en un juicio.

Después de ello, Argentina en 1926 fue el primer país del Cono Sur al que las mujeres organizadas impusieron reformas de peso en su Código Civil. En 1929, las ecuatorianas conquistaron el voto. Luego, el gobierno de Nicaragua aprovechó el fermento femenino para dar el voto a las mujeres en 1933 con la esperanza de que votaran por el dictador en turno. Chile, en 1934, se vio 16 Esta tesis, muy parecida a la de Olimpia de Gouges en su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana (“si la mujer puede subir al cadalso, debe poder subir a la Tribuna”) fue sostenida, entre otras, por Hermila Galin-do, feminista radical que en Yucatán había alegado por el reconocimiento de la sexualidad femenina y se había pronunciado por la reforma del Código Civil con el propósito de eliminar la discriminación de las mujeres. En 1918, se postuló como candidata a diputada y cuando el Colegio Electoral no le reconoció que había obtenido la mayoría de los votos, exhibió el atropello ante la opinión pública.

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orillado a promulgar leyes que favorecieran la igualdad económica y jurídica en el matrimonio; lo mismo hizo Uruguay en 1946. La totalidad de los países de América que todavía no lo habían hecho, menos Paraguay que lo hizo en 1964, reconoció el derecho de las mujeres al sufragio activo y pasivo durante la década de 1950.

La mayoría de las analistas de las diferentes facetas de la historia de las mujeres, menos las literatas, coinciden en el análisis de que –sin menoscabo del entusiasmo de las mujeres guatemaltecas mestizas de una emergente clase media de la capital (maestras, universitarias, activistas políticas) en los gobiernos democráticos del Dr. Arévalo y de Jacobo Árbenz, entre 1944 y 1954, del Partido Peronista Femenino, creado en 1949 en Argentina, y del extraordinario número de mujeres involucradas en la lucha armada en Cuba desde 1956- los veinte años que corrieron de finales de los 40 hasta 1968 fueron “años perdidos” o “años dormidos” para el movimiento feminista y el feminismo teórico en Nuestra América.

Las luchas sindicales en que se habían visto involucradas muchas mujeres, menguaban; el sufragismo no tenía ya razón de ser; las elites latinoamericanas, siempre tan pendientes de las costumbres y directrices culturales europeas, después de la Segunda Guerra Mundial dirigieron la educación de las jóvenes hacia la sofisticación del ámbito de lo doméstico; la moda se complicó nuevamente atrapando a las mujeres en el yugo de sus dictados; la política volvió a cauces conservadores, y las mujeres de los sectores populares se replegaron bajo la represión de sus movimientos.

Sólo la literatura escrita por mujeres removió la cultura durante esos años: sin afanes revolucionarios, describía malestares y opresiones, enumeraba injusticias, renegaba del deber ser femenino. Víctimas o heroínas de

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diversa índole, las personajas de escritoras como María Luisa Bombal y Carmen Lyra, en la década de los 40, y con mayor fuerza de Inés Arredondo, Teresa de la Parra, Rosario Castellanos, Elena Garro, Alba Lucía Ángel, Marta Traba, en los años cincuenta, sesenta y setenta, y todavía Marvel Moreno, María Luisa Puga, Elena Poniatowska17 y Rosario Ferré en las décadas de 1980 y 1990, reinventaron la narrativa al otorgar interés a lo cotidiano, lo semi-inmóvil, las rebeliones ocultas, las solidaridades interclasistas que rompen con los estamentos sociales del patriarcado (son nanas, pobres, indígenas, sirvientas, negras, parias las que entran al relato en plan de igualdad representativa y de solidaridad o competencia entre miembros del género femenino).

Si bien desestructuraron el inmenso discurso del machismo latinoamericano, sus cuentos y novelas también prefiguraban miradas femeninas independientes en lo social, fantasías sexuales, gustos propios y una escala de valores que, después de las revueltas estudiantiles-obreras de 1968, se revelaron en las paralelas reivindicaciones de una liberación femenina y de la revolución sexual, ofreciendo a las mujeres un bagaje ideológico propio.

Al finalizar la década de 1970, el feminismo volvió a ser “movimiento”; eso es, a aglutinar mujeres alrededor de un proyecto que se oponía al autoritarismo en la vida cotidiana y en la vida política y que reivindicaba una identidad femenina no mediatizada por los controles patriarcales. El feminismo se reactivó en su vertiente de liberación y se multiplicaron los grupos de autoconciencia, las organizaciones de mujeres, las publicaciones libertarias y colectivas, los espacios autónomos de la mirada masculina

17 Como todas ellas, Poniatowska escribió durante muchas décadas, así que ubicarlas en una sola es algo arbitrario. Por ejemplo, Hasta no verte Jesús Mío es de 1969, Querido Diego de 1978 y Tinísima de 1992; en las tres la escritora mexicana aborda la condición de la mujer de manera crítica y literaria.

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para el debate político, la participación organizada de los sectores femeninos y las formas de resistencia a las dictaduras militares que derrocaron uno tras otro todos los intentos de gobiernos democráticos en América del Sur.

Durante tres décadas, el feminismo en Nuestra América fue diferenciándose, institucionalizándose, recuperando su poder disruptivo, dando voz a la cuestión lésbica, a lo urbano, a las políticas de identidad negra e indígena, de la mano de la producción teórica proveniente de una academia que se rebelaba contra la organización patriarcal del saber, y con las acciones de mujeres que buscaban imponer su presencia en los partidos, las organizaciones de la sociedad civil y los gobiernos, siempre filosofando desde su condición en la relación desigual con los hombres y en la relación a construir entre mujeres, a partir de su propio accionar –de sujeto individual en liberación y de sujeto colectivo en reformulación- en la realidad económica, política y social de sus países.

Proponían otro proyecto para las mujeres: ya no la emancipación por la ley, sino la liberación sexual, teórica, política y corporal de sus vidas en cuanto mujeres. Acti-vistas, intelectuales, militantes de partidos políticos mix-tos, dirigentes sindicales y políticas, escritoras, periodistas, especialistas en las perspectivas femeninas de la investi-gación social, mujeres de diversas proveniencias étnicas, de clase, ideológicas, etarias y nacionales, se hicieron con la palabra para expresar posiciones claramente diferentes –aunque por momentos contradictorias, heterogéneas y fragmentarias- sobre la política de las mujeres y para las mujeres, provenientes de las mujeres en diálogo entre sí.

A pesar de que no debe confundirse la producción de mujeres que debaten sobre su condición de oprimidas por el sistema patriarcal, y sobre sus intereses particulares de reivindicación de la maternidad voluntaria, los

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derechos sexuales, una vida libre de diversas violencias, y la producción de mujeres que enfrentan las dictaduras suramericanas o las luchas guerrilleras centroamericanas en la década de 1970, el lema acuñado a principios de 1980 en Chile por Julieta Kirkwood y Margarita Pisano: “Democracia en el país, en la casa y en la cama”, vincula lo público, lo privado y lo íntimo en las reivindicaciones feministas de todo el continente.

La feminista mexicana Irma Saucedo propone volver la mirada hacia los feminismos de los años 1970-1990 en su conjunto, como teorías críticas de la realidad que necesitan escarbar en su genealogía para no perder sus propios referentes políticos.18 Por supuesto, sin ningún afán de exhaustividad, pues la totalidad de una teoría que se expresa en la práctica de muchas actoras sociales es siempre escurridiza e inabarcable, participa del lado luminoso y del lado ominoso de la filosofía, remite a la fuerza de las mujeres en su encuentro y a su debilidad en la sociedad que buscan transformar.

Los feminismos introspectivos, marxistas, de la liberación sexual, igualitaristas, de la diferencia sexual, de posicionamiento en las estructuras del poder, pos y de-colonialistas, de desconstrucción del patriarcado, etcétera, de la segunda mitad del siglo XX y de los primeros años del siglo XXI pueden llegar a posiciones todavía más diferentes entre sí que las del feminismo decimonónico. No obstante, todos se ubican en la reivindicación de un derecho a pensar-se y actuar políticamente sobre la realidad toda desde otro lugar que el de la hegemonía y el dominio, el lugar de las mujeres reivindicadas desde:

18 Cf. Irma Saucedo González, “Teoría crítica feminista. Breve genealogía”, trabajo realizado para la Universidad Autónoma de Barcelona, Departamento de Sociología, Programa de doctorado, curso 2001-2002.

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a) la resistencia a la desigualdad histórica frente al colectivo masculino con poder;

b) su perspectiva de contraparte del mismo colectivo en una relación desigual pero recíproca entre los sexos (relación de géneros);

c) su reivindicación de equivalencia de los sujetos femenino y masculino en lo jurídico, sin menoscabo de una diferencia sexual positiva.

El cuerpo sexuado y socializado ha sido rescatado hace cuarenta años por el feminismo desde la elaboración de un pensamiento de la liberación. Se fundaron revistas que asumieron la responsabilidad de dar visibilidad a una reflexión intelectual y desde la experiencia del movimiento sobre el ser, el sentir y el proponerse de las mujeres en el mundo.19 La sexualidad fue rescatada, cuestionada, desligada de la naturaleza, ubicada en la historia mediante la práctica dialógica de los grupos de autoconciencia, donde, entre pocas, las feministas enfrentaron el miedo y la creatividad al nombrar en femenino los alcances y los límites de una revolución sexual postulada por los hombres progresistas en un mundo todavía dominado por una doble moral sexual, favorable a los hombres y a su actuar.

Esto quiere decir que el movimiento de liberación de las mujeres implicó la revisión de la sexualidad por las propias mujeres, libres de la necesidad de ver su cuerpo, su deseo y su placer en relación con una pareja necesaria y heterosexual, hasta entenderla como la experiencia del cuerpo sexuado en la formación de la propia identidad. El análisis del cuerpo y de la sexualidad de las mujeres por las mujeres mismas, armadas de un speculum y del pro-pio derecho a nombrar lo vivido, abarcó desde la ruptura con la adscripción a la reproductividad hasta la separación

19 Fem, México; Cuéntame tu vida, Colombia; Feminaria y Mora, Argentina; Debate Feminista, México; Revista de Crítica Cultural, Chile; y otras desde 1976 hasta la fecha.

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del goce sexual del necesario establecimiento de alianzas sexo-afectivas (noviazgos, convivencias, matrimonios, ubi-cados en la heterosexualidad o el lesbianismo). Con el reco-nocimiento político de la sexualidad y las relaciones que de ella se derivaban, las lesbianas se encontraron y for-maron grupos que, en un principio, estuvieron cobijados por un feminismo que se definía heterosexual. Su primera reivindicación fue el reconocimiento de sus grupos; lue-go emprendieron una larga lucha para que el tema de la sexualidad fuera retomado aparte por el feminismo de los marcos heterosexuales y reproductivos.

Desde entonces, el pensamiento de las feministas les-bianas sobre la reflexión feminista de la liberación se hizo comparable en importancia con el que se deriva de la rei-vindicación de los feminismos poscoloniales e indígenas.20 Ambas corrientes, en efecto, interpelan la predominancia de las relaciones de género analizadas desde la cultura pa-triarcal individualista de origen monoteísta, aristotélico y moderno euro-americano (también llamada cultura occi-dental), y reivindican otra posibilidad de verse mujeres en el mundo.

En la actualidad, los pensamientos feministas más disruptivos son seguramente los que provienen de diver-sas concepciones del ser mujeres en las comunidades in-dígenas, y que confrontan la idea occidental del individuo como único sujeto de derecho y de participación política, a la vez que plantean una relación con los hombres que

20 Entendemos por “ feminismos poscoloniales” aquellos pensamientos-ac-ciones feministas que enfocan sus esfuerzos contra el orden de la Modernidad colonialista y racista desde las realidades relacionales de los pueblos origi-narios de América; desde las culturas africanas de las deportadas por la es-clavización moderno-capitalista de África a América en los siglos XV-XIX; y desde la reflexión no occidental de las migrantes asiáticas.

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se sostiene sobre supuestos metafísicos distintos a los oc-cidentales. Se trata de pensamientos feministas en oca-siones radicales, como los del feminismo comunitario, en otras muy cercanos a la institucionalidad comunitaria, que inspiran diversas espiritualidades femeninas a la vez que se sostienen en la lucha por la tierra y en el reconocimien-to de los derechos históricos de sus pueblos, construidos durante la modernidad colonialista de América. Tienen aportes fundamentales para la relación materialista entre tierra, cuerpo, ley e historia, y expresan posiciones clara-mente anticolonialistas que se traducen en posturas an-ticapitalistas en el campo y reivindicaciones del derecho a una educación propia, que construya otros sistemas de género que no corresponden necesariamente al sistema de género hegemónico de origen europeo.

Paralelamente, hoy se manifiesta un feminismo de mujeres que participan de la “indignación” ante el sistema neoliberal y depredador de la naturaleza, que ha llevado a millones de jóvenes mujeres y hombres, en diálogo con personas de todas las edades, a sentirse profundamente inconformes con la desigual distribución de la riqueza en el mundo y entre clases sociales. Las feministas del mo-vimiento de indignados, o “indignadas”, son materialis-tas que se niegan a aceptar la idea burguesa de estado y a la existencia de un sector de intermediarios entre la población y la organización social y económica, esos “re-presentantes” de la nación que en la Modernidad fueron considerados los encargados de darle normas estatales a la nación o al pueblo.

Coatepec, 7 de marzo de 2012

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