solfeando 2012 nuestro padre jesus nazareno el abuelo
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Solfeando 2012 Explicación breve sobre la imagen de nuestro padre jesús el abuelo de JaénTRANSCRIPT
Jesús no quiso morir en la cruz, quiso amar, hasta el extremo. Lo primero fue
consecuencia de lo segundo. La cruz, por si misma, no tiene ningún valor. Recuerda:
“ya puedo dejarme quemar vivo, que, si no tengo amor, de nada me sirve” (1Co 13,3).
En cambio, como manifestación de ese amor máximo, la cruz tiene todo sentido del
mundo.
… Cuando la vista de la madre es arrebatada de sus ojos se diría que el prisionero se
viene abajo. ¿Va a caer de nuevo? El centurión se acerca a él y examina su rostro. Teme
que pueda morírsele allí mismo. Gira sus ojos en derredor. Necesita a alguien que
cargue con el travesaño de la cruz. Llevar la cruz del reo es participar de algún modo en
su castigo, en su culpa. Era por tanto algo degradante.
El elegido fue Simón de Cirene. Nada hace pensar que lo conociera de antes. Lo más
probable es que tomara la cruz a regañadientes; que en el camino volviera alguna vez
sus ojos iracundos a este condenado que le había estropeado su comida y le obligaba,
cansado como regresaba del campo, a una tarea que nada tenía que ver con él. Pero
seguramente vio cómo toda su ira se derretía ante los ojos mansos y serenos de aquel
hombre que, ciertamente, poco tenía que ver con los otros condenados.
Probablemente al principio sólo sentía curiosidad. Luego piedad. Y amor por fin. Sin él
saberlo estaba cumpliendo literalmente palabras que, un año antes, había dicho este
condenado al que ayudaba: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo,
tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24). Y él tomaba la cruz a la misma hora en que todos
los discípulos le habían abandonado.
Con la denominación de Jesús Nazareno se identifica la escena evangélica en la que
Cristo carga la cruz a cuestas camino del Calvario. Esta advocación se introduce en
Andalucía a comienzos del siglo XVI. En nuestra provincia, su presencia más antigua se
encuentra en la capilla del Arco de San Lorenzo de Jaén, en cuyo lateral de la entrada
muestra una inscripción en letras góticas, en la decoración de la azulejería, donde reza:
“Esta capilla de Jesús Nazareno es/ del Hospital de la Madre de Dios”.
Se trata por tanto de una advocación reciente, con la que se denomina una iconografía
ya desarrollada en época paleocristiana, que usa una terminología bastante antigua, con
la que se hace referencia a la procedencia de Jesús, pero que también acabó por
denominar a sus primeros seguidores. Por otro lado, su terminología se encuentra en
estrecha relación con el vocablo hebreo Nazir, que significa santo, y que aparece
utilizado en varias ocasiones en el Antiguo Testamento.
Con esta denominación de Jesús Nazareno se hace alusión a una iconografía de larga
tradición que designa el momento pasionista del camino del calvario, denso como
pocos, y ejemplo de mansedumbre, sumisión y entereza ante la adversidad para el
devoto, al enlazar las dos naturalezas, humana y divina, de la figura de Cristo.
Con la Contrarreforma la advocación de Jesús Nazareno fue vinculada por varias
órdenes religiosas al culto del dulce nombre de Jesús, identificado por el anagrama IHS
(abreviatura de su nombre) y con cuyo fomento se pretendían desterrar las blasfemias y
falsos juramentos.
Desde los primeros tiempos del cristianismo, el episodio tiene para la Teología su
principal prefiguración en la escena de Isaac llevando sobre sus hombros la leña para el
sacrificio, con frecuencia en correspondencia con el camino del Calvario. Pero también
otras escenas del Antiguo Testamento, tales como la de Aarón, marcando con la tau el
dintel de las casas de los israelitas; la del patriarca Jacob, bendiciendo con las manos
entrecruzadas a sus nietos Efraim y Manasés, o la imagen de la viuda de Sarepta,
llevando al profeta Elías dos leños dispuestos en forma de cruz, también se utilizan
como prefiguraciones del camino de Cristo hacia el Calvario.
El Nazareno jienense, secularmente conocido como Jesús de los Descalzos, y hoy más
popularmente como “el Abuelo”, es uno de los protagonistas indiscutibles de la Semana
Santa y en general de la religiosidad popular en la ciudad de Jaén, si bien, no ha contado
siempre con el beneplácito de los historiadores del arte. Tal vez por su condición de
imagen de vestir, por los postizos barrocos que complementan su aspecto, o por la
discutida restauración de la que fue objeto en 1902, que ya Enrique Romero de Torres
se limitó a señalar “de regular mérito”.
La cronología de su hechura podría cifrarse entre 1588, fecha de la fundación del
convento carmelita de San José y 1594, de cuando data la primera referencia señalada a
la ya fundada cofradía.
La cabeza y las manos, partes visibles, centran la atención del artista. Su rostro es
dolorido, pero sereno, de una belleza idealizada, en la que el sufrimiento es más
introspectivo que evidente, a través de las huellas físicas, lo que lo pone en la línea
formal de los nazarenos granadinos de la escuela de Rojas. La frente amplia y
despejada, y el cabello tallado, muy pegado al cráneo, permiten afirmar que la imagen
fue ideada para recibir los postizos de la corona de espinas y de la cabellera natural que
hoy luce.
La restauración realizada en 1902 por el valenciano José Bodria debió alterar la
policromía original, y con ella su expresividad, restándole dramatismo y reforzando con
ello la idealización que se desprende del clasicismo de su cabeza.
Presenta brazos y hombros articulados, que en siglos pasados se movían mediante un
sistema de poleas para dar la bendición; aspecto problemático éste, pues de forma
contraria a lo habitual en estas imágenes, carga la cruz con el hombro derecho, lo que
dificultad el movimiento de este brazo. Se ha señalado que quizá ese fuera el motivo por
el que se abandonara ese rito de la bendición y sólo se mantuviera, como sucede
actualmente, la ceremonia del Encuentro. Lo cierto es que también se ha constatado que
la primitiva Dolorosa, existente antes de la realizada por José de Medina en 1741, era
también talla articulada, permitiendo, por tanto, su movimiento.
Los paralelismos entre la cabeza del Nazareno giennense y algunas obras de Sebastián
de Solís, o de su círculo, como el crucificado del retablo mayor de Cambil, el del
Monasterio de Santa Clara y del Calvario de San Juan de Jaén, además del desaparecido
Nazareno de Mancha Real, justificarían la atribución de su autoría. Tal y como ya se ha
apuntado, “el Abuelo” ejemplifica la relación de la obra de Solís con Sevilla y Granada.
No obstante, las notables diferencias que se aprecian en la producción escultórica de
Sebastián de Solís, así como el cotejo con el desaparecido Nazareno de Alcaudete,
evidencia el problema aún no resuelto en la historiografía de si puede seguir
considerándose la producción de Solís en Jaén como un apéndice de la de Rojas en
Granada, dados los rasgos formales y compositivos que ambos comparten, dentro de la
misma rigurosidad.
La piedad popular se ve estimulada por el culto a las imágenes, escogido de forma
entusiasta por el pueblo devoto como elemento básico de diferenciación frente al
protestantismo iconoclasta, aunque acabe superando las expectativas de clérigos y
teólogos.
La espiritualidad emanada del Concilio de Trento acabaría alumbrando y permitiendo
una piedad popular no condicionada por reglas ni teorías, sincera, extrovertida y muchas
veces poco o nada ortodoxa.
En este contexto la iconografía de la Pasión renueva su importancia por varios motivos:
por una parte por su capacidad para “convencer”, dado su estrecho vínculo con la
renovación del sacrificio de la cruz en la Eucaristía, dogma negado por la Reforma.
Pero, sobre todo, en el “persuadir”, al prestarse los temas pasionistas, como ningunos
otros, a la expresividad.
Ciertamente, de la contemplación de esta imagen, la de Nuestro Padre Jesús Nazareno,
pueden brotar sentimientos, pensamientos, reflexiones y porqué no, oraciones desde la
vida como ésta:
Quisiera un amor, Señor
Quisiera Señor, un amor profundo a los demás,
sin buscar recompensa,
ni respuesta,
ni siquiera la satisfacción del bien hecho
o la alegría de parecerme más a ti.
Quisiera amarte más a ti,
sin esperar nada de ti,
sin estar pendiente de ti,
sin necesidad de saberte cercano,
ni experimentarte como amor.
Y quisiera amarme a mí mismo,
así como soy,
pero estimulándome a ser como debo ser,
como Tú quieres,
como los demás me necesitan.
Bien sabes la alegría y seguridad que me da
el saber que Tú me amas
hasta el límite de donde puedes amar,
es decir, hasta el amor sin límite.
Mantenme, Señor, limitado, y que lo acepte.
Que tenga, eso sí, pena de no amarte
hasta los límites que puede amarte un mortal.
Que aspire a amar a los demás,
hasta el límite de lo que puede amar un ser humano.
Amar hasta donde pueda para hacer a los demás
más humanos, más hermosos,
más parecidos a ti, más felices.
Esta noche, Señor,
a solas contigo,
me he sentido fuerte,
y además, fortalecido.
Me he sentido amado.