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Cuadernos: la frágil anatomía de la memoria De un tiempo a esta parte, los artistas gráficos parecen haberse ido animando a revelar aspectos íntimos de su proceso creativo mediante la publicación o divulgación de sus cuadernos personales. Cuadernos donde a veces se garabatea sin rumbo mientras se atiende una llamada telefónica o se asiste a una tediosa reunión. Cuadernos donde se apunta a vuelapluma las impresiones de un viaje. Cuadernos donde se comienza a dar forma y contenido a algún proyecto profesional. Cuadernos donde se toma nota de reflexiones o donde se enganchan o reflejan pedazos del entorno gráfico que nos envuelve. Cuadernos donde se dibujan rostros de amigos y desconocidos, donde se intenta, a veces, capturar el aroma del instante. Cuadernos que son, al fin, un pequeño pedazo de la siempre frágil anatomía de la memoria. Reunimos aquí muestras de 20 creadores de diversas generaciones unidos en su pasión por el dibujo: una tecnología sofisticada, pero al alcance de todos los bolsillos. Texto: Carlos Díaz visual 54 Pablo Auladell. Pep Carrió. Miguel Gallardo. Sr García.

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Page 1: Sr García. Pep Carrió. Cuadernosrevistasculturales.com/xrevistas/PDF/65/1647.pdf · 2016-01-18 · visual 58 del Sr García. También me entero de la traducción del término “cuadernistas”

Cuadernos:la frágil anatomía de la memoriaDe un tiempo a esta parte, los artistas gráficos parecen haberse ido animando a revelar aspectos íntimosde su proceso creativo mediante la publicación o divulgación de sus cuadernos personales. Cuadernos donde a veces se garabatea sin rumbo mientras se atiende una llamada telefónica o se asiste a una tediosa reunión.Cuadernos donde se apunta a vuelapluma las impresiones de un viaje. Cuadernos donde se comienza a dar formay contenido a algún proyecto profesional. Cuadernos donde se toma nota de reflexiones o donde se enganchan o reflejan pedazos del entorno gráfico que nos envuelve. Cuadernos donde se dibujan rostros de amigos y desconocidos, donde se intenta, a veces, capturar el aroma del instante. Cuadernos que son, al fin, un pequeñopedazo de la siempre frágil anatomía de la memoria. Reunimos aquí muestras de 20 creadores de diversasgeneraciones unidos en su pasión por el dibujo: una tecnología sofisticada, pero al alcance de todos los bolsillos.Texto: Carlos Díaz

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Pablo Auladell.

Pep Carrió.

Miguel Gallardo.

Sr García.

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Nuestro veterano amigo y colaborador –ese al quehemos convenido en llamar Sr. Gafapasta y que, enaras de la brevedad, denominaremos Sr. G– se hajubilado. Tras casi cuarenta años al servicio del gra-fismo, ha decidido que ha llegado el momento dehacer otras cosas. Los que le conocemos bien, yaimaginábamos que no iba a dedicar su tiempo a con-templar obras o a jugar a la petanca, pero no ha sidomenor la sorpresa de encontrárnoslo en una confe-rencia relacionada con la comunicación visual, a él,que no pierde ocasión de declarar su inquina contrala profesión y los que la ejercemos.

Aunque, según propia confesión, abandonó lacostumbre de desayunar con vinagre muchos añosatrás –creo que a imitación de uno de sus idolatra-dos poetas románticos–, su tez sigue presentandoun aspecto entre apergaminado y cetrino. Pero, enconjunto, hay que decir que tiene buen aspecto. Sesentó muy cerca de mí, así que tuve ocasión deobservarle durante toda la conferencia.

Isidro Ferrer, el conferenciante, hablaba sobrelos cuadernos, de su pasión por acumular cuader-nos propios y extraños, de la importancia que tienenen su proceso creativo y en su propia vida personal.La charla estaba acompañada de abundantes imá-genes y articulada a partir de, en sus propias pala-bras: “Cosas que caben en un cuaderno: el trabajo,los hallazgos, las reflexiones, los otros, la voz popu-lar, los listados, las dudas, la agenda, el amor, lasocurrencias, las certezas, las cervezas, los amigos,los viajes...”.

Cuando en pantalla aparecieron algunas de laspáginas de los cuadernos en los que Isidro ha reali-zado bocetos para sus trabajos, el Sr. G empezó arevolverse en su asiento, presa de la inquietud. Alaparecer, algunos de los bocetos para El libro de laspreguntas de Pablo Neruda, vi claramente, a pesarde la penumbra, como el habitual tono amarillentodel rostro del Sr. G viraba hacia el verde pistacho.La explicación del fenómeno no es otra que lasiguiente:

A estas alturas, no hay uno sólo de los llama-dos pecados capitales a los que el Sr. G no se hayaentregado con entusiasmo. Aunque su preferido esel de la lujuria (no seré yo quien se lo reproche), elque realmente ha ejercido con dedicación y ahínco–y del que ha conseguido ser un consumado ejem-

Ilustracion superior: Ana Rojo.

Ilustracion central: Antonia Santolaya.

Ilustracion inferior: Arnal Ballester.

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plo– es el de la envidia. El Sr. G padece unos ata-ques de envidia –con sus colaterales expresiones decelos, resentimiento y frustración– absolutamentefuribundos. En su defensa, subrayemos que al Sr. Gnunca le han interesado los bienes materiales y, portanto, jamás los ha envidiado. El Sr. G es, a su mane-ra, un virtuoso, ya que el objeto de su envidia es eltalento ajeno. Y en el reconocimiento de ese talento,hemos de admitir que nuestro hombre manifiestaun gusto exquisito. El Sr. G vive la desgarradoraparadoja de sus encontrados sentimientos de admi-ración y envidia hacia una parte importante de suscolegas de profesión. Una paradoja espejo de otramás sangrante para él: la distancia entre sus altasexpectativas y sus limitadas capacidades.

Caprichos del azar, algunos días después denuestro encuentro, volví a tropezarme con nuestromisántropo favorito en una céntrica librería deBarcelona. Me sorprendió verlo cargado con unmontón de libros de poesía. Con su acostumbradoverbo florido y cursi, me explicó que, aunque efec-tivamente había desertado muchos años atrás nosólo de la composición poética sino de su lectura,ahora que estaba jubilado se disponía a recuperaralgunos viejos hábitos. Eso es, al menos, lo que yole entendí, ya que me dijo no sé qué de “volver a fre-cuentar los áridos vergeles donde abreva la musaconcupiscente con la frente marchita” (o algo pare-cido). También se disponía a adquirir alguno deesos cuadernos de notas que, según reza la publici-dad, utilizaban Picasso, Matisse y Hemingway (sibien sólo hay constancia de que lo hiciera el legen-dario viajero Bruce Chatwin). El Sr. G también tuvoa bien explicarme que había vuelto a dibujar concierta asiduidad (en sus palabras: “mi mano vaga-bunda insiste en su torpe vuelo de tinta y carbón porestos cielos de sobrecogedores y pálidos silenciosde papel”).

Como no pude evitar reparar en un gruesovolumen que llevaba junto a los libros de poesía ylos cuadernos, el Sr. G sació mi curiosidad expli-cándome que se trataba de un libro dedicado a ladiva del porno Vanessa del Río: un regalo paraAllan, el cuervo con el que convive desde tiempoinmemorial. Me comentó que ya se había acostum-brado a que su vieja mascota se comportara comoun voyeur depravado, así que más valía tenerlo ocu-

Ilustracion superior: Pep Montserrat.

Ilustracion central: Daniel Sesé.

Ilustracion inferior: Pablo Amargo.

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pado con “ninfas del imaginario popular”, evitandoasí situaciones incómodas y malos entendidos conlas vecinas, unas estudiantes de Erasmus a las queAllan ha importunado más de una vez sobrevolandosus ventanas. En este punto, el Sr. G inició un largoe ininteligible monólogo que no llegué a discernir siversaba sobre la amistad, la pederastia o la oftalmo-logía y que sólo conseguí atajar cuando le hice lapropuesta de colaborar en este artículo.

Al decirle la lista de los colegas que ya mehabían enviado alguna imagen de sus cuadernospersonales, nuestro amigo adoptó un gesto que pre-tendía ser una amable sonrisa, pero que más pare-cía la viva imagen del estreñimiento crónico. Paratodos tuvo un elogio que contenía un dardo envene-nado cuidadosamente envuelto en celofán. Me sor-prendió enterarme que el Sr. G se había deshechode su equipo informático, escáner incluido, así quequedamos en vernos en su casa para que me pasarauno de sus cuadernos para que yo mismo me ocu-para de su reproducción.

Así que aquí estoy, en su casa, un par de díasdespués. El Sr. G me recibe en batín de seda de unrojo intenso y tornasolado, una gran copa de vinotinto en la mano y un vinilo de música barrocasonando atronadoramente en su viejo equipo demúsica. Sobre el busto de Baudelaire, Allan parecedormitar. Está francamente desmejorado desde miúltima visita: le faltan un montón de plumas en lacabeza y unas gafas de montura metálica descansanen la punta de su pico. A cambio de mi saludo, mas-culla su frase habitual: “never more”.

Mientras me muestra algunos de sus cuader-nos, mi amigo me comenta que ha estado navegan-do estos días por la red buscando información quepueda serme de utilidad. No debo extrañarme, dice,se ha deshecho de su equipo informático, pero seha comprado un iPad: “ya sabes que me gusta estaral día”, me comenta con sorprendente cinismo estedevoto de las capas, los duelos al despuntar el albay los coches de caballos.

Por lo visto, hay algunas páginas en la red quedebería conocer, comenzando por www.cuadernis-tas.com, donde algunos de los artistas representa-dos en el presente artículo cuelgan de vez en cuan-do reproducciones de sus cuadernos, desde el dia-rio visual de Pep Carrió a las llamadas fotonovelas

Ilustracion superior: Iker Ayestarán

Ilustracion central: Isidro Ferrer.

Ilustracion inferior: Pere Fradera.

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del Sr García. También me entero de la traduccióndel término “cuadernistas” a otros idiomas: carnet-tistes, cadernistas, taccuinisti, sketch bookers, skiz-zenbüchler…

“Mira –continúa el Sr. G–, si buscas en Googlesketchbook o sketch bookers, la información queaparece es asombrosa. ¿Sabías que hay tipos que seorganizan para ir a dibujar por ahí en grupo, como sifueran singles en busca de plan o un grupo de ancia-nos en viaje del Imserso?”.

“Es fantástico”, replico con inocente entusias-mo.

“¡Es abominable! –zanja mi malhumorado cole-ga– Dibujar en un cuaderno de estas característicasrequiere intimidad, es un momento de comunión conuno mismo y los meandros de su inconsciente”.

Hoy no tengo prisa, así que no me importaechar más gasolina a la incendiaria verborrea de miamigo:

“Hace un par de años tuve ocasión de ver unaexposición de libretas en Shangai –le comento–.Había cuadernos de artistas, diseñadores, escrito-res, músicos… Me hizo reflexionar sobre este cami-no de ida y vuelta entre lo privado y lo público.Asomarse a esas libretas era no sólo como entrar enla intimidad de esos creadores, en sus momentos desoledad, en sus encuentros familiares o con amigos,sus viajes… Sino que era hacerlo, efectivamente, alo más profundo de su subconsciente”…

“Mira, jovencito –me interrumpe el Sr. G,haciendo caso omiso de mis abundantes canas–, nonos vamos a sorprender a estas alturas del exhibicio-nismo de los que dedicamos nuestra vida a la crea-ción, sea en el ámbito que sea”.

“Pero ¿no crees que enseñar en público dibujos,bocetos o apuntes realizados sin preparación previay donde quedan registrados vacilaciones y erroresimplica un alto grado de humildad?”, me atrevo arebatirle.

“Bueno, desde que los cuadernos de dibujo hanabandonado el ámbito de lo privado y han trascendi-do –han tenido la voluntad de trascender– a lo públi-co creo que hemos perdido algo importante por elcamino. No sé si eso perjudica a los resultados–creo que no–, pero es obvio que cuando se pierdela impunidad del diálogo con uno mismo, las reglasdel juego varían. Se pierde la inocencia. No conozco

Ilustracion superior: Julie Escoriza

Ilustracion central: Joan Casaramona.

Ilustracion inferior: Gafapasta.

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a nadie, a nadie, capaz de verbalizar todo lo quepasa por la infranqueable privacidad de su cabeza:raramente sacamos a pasear a los monstruos por laplaza pública”.

Dado que no sé muy bien qué responder, miveterano colega prosigue:

“No sé a ti, pero siempre que caen a mis manoslibros que pretenden pasar por ser el diario íntimo oel dietario de tal o cual escritor, algo me huele a cha-musquina. Son textos perfectamente coherentes,con ideas demasiado bien hilvanadas y mejor expre-sadas: se nota la postproducción, el concienzudotrabajo del orfebre que sabe donde limar, cortar opulir”.

“Comparto esa sensación –respondo– aunqueme cuesta imaginar a Cesare Pavese corrigiendo ensu diario la sintaxis de su famosa frase ‘No más pala-bras. Un gesto. No escribiré más’ poco antes de salirde este mundo dando un portazo. No creo que loscuadernos de apuntes de un creador gráfico seanequiparables a un diario íntimo. A mi entender, separecen más unos ejercicios gimnásticos para man-tener la mano, y sobretodo el cerebro, en forma. Amí, insisto, me parece muy generoso que un creadornos permita asomarnos a la trastienda de sus pro-cesos creativos”.

Silencio. El Sr. G apura el último trago de esevino que no ha considerado oportuno compartir consu invitado. Lo paladea con tanta concentración, quecuando abre la boca, pienso que me va a recitar lanota de cata, pero me suelta lo siguiente: “El Tiempoes un sucedáneo metafísico del mar. Uno sólo pien-sa en él cuando quiere vencer la nostalgia marina”.

“Suena bien –acierto a decir–, pero no sé muybien cómo interpretarlo”… “Nada hay que interpre-tar –replica mi colega, mientras intenta contener uneructo con su mano cadavérica–, se trata de una citade Cioran. No pretenderás que a estas alturas denuestra amistad me rebaje a la tediosa planicie de loobvio”.

“Toda lucidez es la consecuencia de una pérdi-da”, añade Allan, otro experto en el pensador ruma-no.

“Bueno, lo importante es que vosotros estéisbien”, concluyo, mientras recupero mi sombrero yalcanzo la puerta de la calle, de vuelta al mundo delos vivos. ß

Ilustracion superior: Enrique Flores.

Ilustracion central: Sebastià Martí.

Ilustraciones inferiores: Iván Castro y Carole Hénaff.

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