sredni vashtar

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Sredni Vashtar Saki Publicado en: Saki (Hector Hugh Munro), The Chronicles of Clovis (1911) Conradin tenía diez años y, según la opinión profesional del médico, no llegaría a vivir cinco años más. Era un médico afable, ineficaz, que no contaba demasiado, pero su opinión estaba respaldada por la señora De Ropp, la cual contaba mucho. La señora De Ropp, prima de Conradin, era su tutora, y representaba para él esas tres quintas partes de las cosas del mundo: las necesarias, las desagradables y las reales; las otras dos quintas, en perpetuo antagonismo con aquellas, estaban representadas por él mismo y su imaginación. Conradin pensaba que no estaba lejos el día en que habría de sucumbir a la dominante presión de las cosas necesarias y fastidiosas: las enfermedades, los cuidados excesivos y el interminable aburrimiento. Su imaginación, estimulada por la soledad, le impedía sucumbir. La señora De Ropp, aun en los momentos de mayor sinceridad, no hubiera admitido que no quería a Conradin, aunque tal vez habría podido darse cuenta de que al contrariarlo por su bien cumplía con un deber que no le molestaba en absoluto. Conradin la odiaba con una ferocidad que sabía disimular a la perfección. Los escasos placeres que podía conseguir se acrecentaban con la perspectiva de disgustar a su tutora, que estaba excluida del reino de su imaginación por ser una criatura impura. En el triste y lóbrego jardín, vigilado por tantas ventanas dispuestas a abrirse para indicarle que no hiciera esto o aquello, o recordarle que era la hora de ingerir un remedio, Conradin hallaba pocos atractivos. Los escasos árboles frutales estaban celosamente colocados fuera de su alcance, como si hubieran sido raros ejemplares de su especie crecidos en el desierto. Sin embargo, hubiera resultado difícil encontrar quien pagara diez chelines por 1

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Relato de Saki. Lectura para 2ª ciclo de ESO.

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Sredni Vashtar

Saki

Publicado en: Saki (Hector Hugh Munro), The Chronicles of Clovis (1911)

Conradin tena diez aos y, segn la opinin profesional del mdico, no llegara a vivir cinco aos ms. Era un mdico afable, ineficaz, que no contaba demasiado, pero su opinin estaba respaldada por la seora De Ropp, la cual contaba mucho. La seora De Ropp, prima de Conradin, era su tutora, y representaba para l esas tres quintas partes de las cosas del mundo: las necesarias, las desagradables y las reales; las otras dos quintas, en perpetuo antagonismo con aquellas, estaban representadas por l mismo y su imaginacin. Conradin pensaba que no estaba lejos el da en que habra de sucumbir a la dominante presin de las cosas necesarias y fastidiosas: las enfermedades, los cuidados excesivos y el interminable aburrimiento. Su imaginacin, estimulada por la soledad, le impeda sucumbir.

La seora De Ropp, aun en los momentos de mayor sinceridad, no hubiera admitido que no quera a Conradin, aunque tal vez habra podido darse cuenta de que al contrariarlo por su bien cumpla con un deber que no le molestaba en absoluto. Conradin la odiaba con una ferocidad que saba disimular a la perfeccin. Los escasos placeres que poda conseguir se acrecentaban con la perspectiva de disgustar a su tutora, que estaba excluida del reino de su imaginacin por ser una criatura impura.

En el triste y lbrego jardn, vigilado por tantas ventanas dispuestas a abrirse para indicarle que no hiciera esto o aquello, o recordarle que era la hora de ingerir un remedio, Conradin hallaba pocos atractivos. Los escasos rboles frutales estaban celosamente colocados fuera de su alcance, como si hubieran sido raros ejemplares de su especie crecidos en el desierto. Sin embargo, hubiera resultado difcil encontrar quien pagara diez chelines por su produccin anual. En un rincn, casi oculta por un arbusto, haba un cobertizo de herramientas abandonado, y en su interior Conradin hall un refugio, algo que participaba de las diversas cualidades de un cuarto de juguetes y de una catedral. La haba poblado de fantasmas familiares, nacidos, en parte, de los recuerdos de sus lecturas, y, en parte de su imaginacin; estaba tambin orgulloso de alojar a dos huspedes de carne y hueso. En un rincn viva una gallina del Houdn, de andrajoso plumaje, a la que el nio prodigaba un cario que no sola tener otras ocasiones de expansionarse. Ms al fondo, en la oscuridad, haba una jaula dividida en dos compartimentos, uno de ellos con barrotes estrechamente enlazados. All se encontraba un gran hurn que un amigo, aprendiz de carnicero, introdujo de contrabando, con jaula y todo, a cambio de unas monedas de plata que guard durante mucho tiempo. A Conradin le inspiraba un miedo terrible ese animal flexible, de afilados colmillos, pero era su tesoro ms preciado. Su presencia en el cobertizo era motivo de una secreta y terrible felicidad que deba ocultrsele escrupulosamente a la Mujer, como sola llamar a su prima. Un da, no se sabe cmo, imagin para el animal un nombre maravilloso, y a partir de entonces el hurn fue para Conradin un dios y una religin.

La Mujer se entregaba a la religin una vez por semana, en una iglesia de los alrededores, y obligaba a Conradin a que la acompaara, pero el servicio religioso significaba para el nio una traicin a sus propias creencias. Pero todos los jueves, en el musgoso y oscuro silencio de la casilla, Conradin celebraba un culto misterioso y elaborado ante la jaula de madera, santuario de Sredni Vashtar, el gran hurn. Pona en el altar amapolas cuando era la estacin y bayas rojas en invierno, pues era un dios interesado especialmente en el aspecto silvestre y feroz de las cosas; en cambio, la religin de la Mujer, por lo que poda observar Conradin, manifestaba la tendencia contraria.

En las grandes fiestas espolvoreaba la jaula con nuez moscada, pero era condicin importante del rito que las nueces fueran robadas. Las fiestas no tenan fecha fija y su finalidad era celebrar algn acontecimiento especial. En ocasin de un agudo dolor de muelas que padeci durante tres das la seora De Ropp, Conradin celebr els suceso durante todo ese tiempo, y lleg incluso a convencerse de que Sredni Vashtar era personalmente responsable del dolor. Si el malestar hubiera durado un da ms, la nuez moscada se habra agotado.

La gallina del Houdn no participaba del culto de Sredni Vashtar. Conradin haba dado por sentado que era anabaptista. No pretenda tener ni la ms remota idea de lo que era ser anabaptista, pero tena una ntima esperanza de que fuera algo audaz y no muy respetable. La seora De Ropp encarnaba para Conradin la odiosa imagen de la respetabilidad.

Al cabo de un tiempo, las permanencias de Conradin en el cobertizo despertaron la atencin de su tutora.

-No le har bien pasarse el da all, con lo variable que es el tiempo -decidi repentinamente, y una maana, a la hora del desayuno, anunci que haba vendido la gallina del Houdn la noche anterior. Con sus ojos miopes atisb a Conradin, esperando que manifestara odio y tristeza, que estaba ya preparada para contrarrestar con una retahla de excelentes preceptos y razonamientos. Pero Conradin no dijo nada: no haba nada que decir. Algo en esa cara impvida y blanca la tranquiliz momentneamente. Esa tarde, a la hora del t, haba tostadas: manjar que por lo general exclua con el pretexto de que hara dao a Conradin, y tambin porque hacerlas daba trabajo, mortal ofensa para una mujer de clase media.

-Cre que te gustaban las tostadas -exclam con aire ofendido al ver que no las haba tocado.

-A veces -dijo Conradin.

Esa noche, en el cobertizo, hubo un cambio en el culto al dios hurn. Hasta entonces, Conradin no haba hecho ms que cantar sus alabanzas. Aquella noche le pidi un favor:

-Haz algo por m, Sredni Vashtar.

Algo, sin precisar qu. Sredni Vashtar era un dios, ya sabra qu hacer. Y ahogando un sollozo, mientras contemplaba el otro rincn vaco del cobertizo, Conradin volvi a ese otro mundo que detestaba tanto.

Y todas las noches, en la acogedora oscuridad de su dormitorio, y todas las tardes, en la penumbra del cobertizo, se elev la amarga letana de Conradin:

- Haz algo por m, Sredni Vashtar.

La seora De Ropp not que las visitas al cobertizo no haban cesado, y un da llev a cabo una inspeccin ms completa.

-Qu guardas en ese cajn cerrado con llave? -le pregunt-. Supongo que son conejillos de Indias. Har que se los lleven a todos.

Conradin apret los labios, pero la Mujer registr su dormitorio hasta descubrir la llave, y luego se dirigi al cobertizo para proseguir su pesquisa. Era una tarde fra y Conradin haba sido obligado a permanecer dentro de la casa. Desde la ltima ventana del comedor se divisaba el cobertizo entre los arbustos; detrs de esa ventana se instal Conradin. Vio entrar a la mujer, y la imagin despus abriendo la puerta de la jaula sagrada y examinando con sus ojos miopes el lecho de paja donde yaca su dios. Quiz tanteara la paja movida por su torpe impaciencia. Conradin articul con fervor su plegaria por ltima vez. Pero saba al rezar que no crea. La mujer aparecera de un momento a otro con esa sonrisita de desprecio que l tanto detestaba, y dentro de una o dos horas el jardinero se llevara a su dios prodigioso, no ya un dios, sino un simple hurn de color pardo, en un cajn. Y saba que la Mujer terminara como siempre por triunfar, y que sus persecuciones, su tirana y su sabidura superior iran vencindolo poco a poco, hasta que a l ya nada le importara, y la opinin del mdico se vera confirmada. Y como un desafo, comenz a cantar en alta voz el himno de su dolo amenazado:

Sredni Vashtar avanz:Sus pensamientos eran pensamientos rojos y sus dientes eran blancos.Sus enemigos pedan la paz, pero l les trajo muerte. Sredni Vashtar el hermoso.

De pronto dej de cantar y se acerc a la ventana. La puerta del cobertizo segua entreabierta. Los minutos pasaban. Los minutos eran largos, pero aun as iban pasando. Mir a los estorninos que volaban y corran por el csped; los cont una y otra vez, sin perder de vista la puerta.

Una criada de expresin agria entr para preparar la mesa para el t. Conradin segua esperando y vigilando. La esperanza gradualmente se deslizaba en su corazn, y ahora empez a brillar una mirada de triunfo en sus ojos que antes slo haban conocido la melanclica paciencia de la derrota. Con una exultacin furtiva, volvi a murmurar el himno de victoria y devastacin. Sus ojos fueron recompensados: por la puerta sali un animal largo, bajo, amarillo y castao, con ojos deslumbrados por la luz del crepsculo y oscuras manchas mojadas en la piel de las mandbulas y del cuello. Conradin se hinc de rodillas. El Gran Hurn se dirigi al arroyuelo que estaba al extremo del jardn, bebi, cruz un puentecito de tablas y desapareci entre los arbustos. As se fue Sredni Vashtar.

-El t est servido -anunci la criada de expresin agria-. Dnde est la seora?

-Fue hace un rato hacia el cobertizo de las herramientas -dijo Conradin.

Y mientras la criada sali en busca de la seora, Conradin sac de un cajn del aparador el tenedor de las tostadas y se puso a tostar un pedazo de pan. Y mientras lo tostaba y lo untaba con mucha mantequilla, y mientras duraba el lento placer de comrselo, Conradin estuvo atento a los ruidos y silencios que llegaban en rpidos espasmos desde ms all de la puerta del comedor. Primero el estpido grito de la criada, las exclamaciones de estupor que le hicieron eco desde la cocina, el ruido de pasos precipitados y las galopadas de aquellos que enviaron en busca de ayuda exterior, y luego, despus de una pausa, el llanto enloquecido y las lentas pisadas de los que entraron en casa llevando una pesada carga.

-Quin se lo dir al pobre chico? Yo no podra! -exclam una voz chillona.

Y mientras debatan la cuestin entre ellos, Conradin se prepar otra tostada.

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