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SUPER BOWL 2ª ÉPOCA • NÚMERO 140 • 27 DE ENERO DE 2015 INCLUYE ÍNTEGRO EL AS COLOR NÚMERO 140 DEL 22 DE ENERO DE 1974 TODO EL MUNDO ODIA A LOS PATRIOTS... ...Y TODO EL MUNDO ODIA A LOS SEAHAWKS (PERO A ELLOS LES IMPORTA UN BLEDO)

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SUPER BOWL

2ª ÉPOCA • NÚMERO 140 • 27 DE ENERO DE 2015

INCLUYE ÍNTEGRO EL AS

COLOR NÚMERO 140 DEL 22 DE

ENERO DE 1974

TODO EL MUNDO ODIA A LOS PATRIOTS...

...Y TODO EL MUNDO ODIA A LOS SEAHAWKS(PERO A ELLOS LES IMPORTA UN BLEDO)

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4-11

12-15

16-19

20-31

32-41

42-45

SUPER BOWL: PATRIOTS VS SEAHAWKSEn la NFL no hay ningún equipo más dispuesto a llegar

al límite por lograr la victoria que los dos finalistas.

Por Mariano Tovar

SEAHAWKS: LA ‘LEGION OF BOOM’Los Seahawks son los actuales campeones, tienen una

defensa legendaria y un público enloquecido.

Por Mariano Tovar

PATRIOTS: AL GRITO DE “DO YOUR JOB!”Han recuperado su espíritu original, para lanzarse al

asalto del título apelando al trabajo duro y humilde.

Por Mariano Tovar

TROFEOS, EL SÍMBOLO DE LA VICTORIAAlgunos trofeos destacan por su historia, originalidad o

aspecto. Son únicos por sus peculiares características.

Por Mario García

¿CUÁL ES EL REY DE LOS DORSALES NBA?En ninguna otra competición se recuerda tanto a las

leyendas por los números que lucieron en la espalda.

Por Mario Peña

EL POLO NORTE ES UN ASUNTO DE FAMILIAJosephine Peary revive en Berlín con la última película

de Isabel Coixet, ‘Nadie quiere la noche’.

Por Sebastián Álvaro

46-94 JOSÉ URTAIN CUENTA SU VIDA. “A Casadei no le debo nada, ya se llevó su parte; rompí con él por motivos económicos”.CON BERNABÉU EN SANTA POLA. “¿Por qué quieren que eche a Muñoz? ¿Acaso por haber ganado nueve títulos?”.EMILÍN ALONSO, EL ‘ESTILETE DE GUECHO’. “Gorostiza, Bosch y Emilín García fueron los mejores extremos izquierdos que conocí”.MEGIDO, EL OTRO FENÓMENO DE EL MOLINÓN. “El Megido futbolista nunca fue rebelde; el Megido de 21 años, sí”.SADURNÍ: EL GUARDAMETA VIVE SU SEGUNDA JUVENTUD. “El Barcelona no es tan sólo Cruyff, sino un conjunto en el que cuentan hasta los no titulares”.

EL AS COLOR CLÁSICO SOLO ESTÁ DISPONIBLE EN KIOSKO Y MÁS

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Han realizado este número:Coordinación y edición:

Miguel Ángel Vasco e Iñaki Gómez AmoresDiseño:

Mariano Tovar y Laura SánchezInfografía:

Fernando Robato, Miguel Ángel Fernández y Sonia Mochón

Fotografía: Archivo AS.

Para cualquier duda, sugerencia o propuesta puedes escribir a

[email protected]

Presidente: José Luis Sainz

Consejero delegado: Julio Alonso Peña

Director: Alfredo Relaño

Director adjunto: Alejandro ElorteguiDirector de AS.com: Luis Nieto

ÍNTEGRO, EL NÚMERO 140 DE

AS COLOR DEL 22 DE ENERO DE

1974

Editado por Diario AS Sociedad Limitada

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SUPER BOWLEn la NFL actual no existe

ningún equipo más ambicioso, más dispuesto a llegar al

límite por ganar un partido, que los dos que disputarán la gran final. Sólo queda saber

cual de ellos puede llegar más lejos por el ansia de victoria.

PATRIOTS VS SEAHAWKS

GENIO Y

FIGURA.

Richard

Sherman,

estrella

defensiva

de la mejor

defensa de la

NFL, domina

a sus rivales

en el campo y

delante de los

micrófonos.

CUANDO GANAR COMO SEASE CONVIERTE EN RELIGIÓN

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MARIANO TOVAR /

El vigente campeón contra el equipo del siglo. Seatt-

le Seahawks contra New England Patriots. Quizá no sea la final so-ñada para todos los aficionados, pero seguro que la mayoría se está relamiendo de gusto, sólo de pensar la cantidad de seres mito-lógicos, individuos peligrosos, per-sonajes peculiares y estrellas de otra galaxia que poblarán el empa-rrillado del estadio de la Universi-dad de Phoenix en Glendale, Arizo-na, la noche del 1 de febrero.

Es la Super Bowl, el mayor acontecimiento deportivo en los Estados Unidos de América. El partido de los partidos. El día de los millones de hamburguesas, pi-zzas, burritos y cervezas. Cuatro horas largas que ya se han con-vertido en fiesta ineludible en me-dio mundo. El tradicional absentis-mo laboral del lunes siguiente en Norteamérica poco a poco se va convirtiendo en epidemia. Las oje-ras como persianas han llegado a las cuatro esquinas del globo.

¿Es que todo el mundo se está volviendo loco? ¿Cómo es posible que ese deporte extraño, en el que unos tipos acorazados se chocan, caen al suelo, se le-vantan, descansan durante unos segundos, y vuelven a chocar con la misma violencia, esté conquis-tando el globo? Los incondiciona-les se multiplican año tras año. La NFL, una competición deporti-va sin esclavismos ni dependen-cia de ninguna federación inter-nacional o institución superior,

se ha dado cuenta de la populari-dad que está alcanzando, y ahora quiere ganar mucho dinero tam-bién fuera de las fronteras esta-dounidenses.

Hace ya ocho años que la NFL decidió cerrar su competición en el viejo continente. La NFL Europa se había convertido en un circo con muy poco interés deportivo, y que sólo parecía seguir una pe-queña legión de frikis incondicio-nales. Poco tiempo después, la NFL empezó a llevar a Londres, al mítico estadio de Wembley, al-gunos partidos de temporada re-gular. No los amistosos circenses de antaño, sino duelos a muerte de esos que los aficionados esta-dounidenses devoran cada domin-go mientras aúllan de pasión. La próxima temporada están progra-mados tres partidos y la NFL sabe que llenará Wembley hasta la ban-dera, como hace cada año. La po-sibilidad de que Londres pueda al-bergar en un futuro una franquicia permanente ha dejado de ser una utopía. Incluso hay quien sueña con que algún día se dispute una Super Bowl en el viejo continen-te. Ahora mismo, es complicado saber dónde está el límite de una liga que por fin parece haber roto ese telón de acero inexplicable, que parecía impedir que este de-porte atravesara fronteras.

Los 32 propietarios de la NFL lo tienen muy claro. Su competi-ción está para que la gente dis-frute, pero sobre todo para ganar dinero. Y lo curioso es que am-bos objetivos se complementan. Cuanto más apasionante es cada partido, cada temporada, mayo-res son los beneficios de una liga en la que hay límite salarial. To-dos tienen el mismo dinero para gastar, todos parten en igualdad de condiciones, todos pueden le-vantar el deseado trofeo Lombar-

di. Y nunca se invierte por encima de los beneficios. Aquí no existen los números rojos o las inversio-nes arriesgadas pensando en el futuro. No se trabaja con crédito, sino con dinero contante y sonan-te que proviene de miles de millo-nes de dólares en derechos televi-sivos, merchandising, entradas… Los billetes salen a borbotones y las 32 franquicias están en la lis-ta Forbes de las 50 instituciones deportivas más ricas del planeta. La NFL gana dinero con cualquier idea que pueda dar un dólar, por

peregrina que parezca. Mientras tanto, 32 equipos ávidos de glo-ria, dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias para dis-putar el gran partido, convierten esta liga en una de las más com-petitivas del mundo.

Hasta tal punto llega esa avi-dez, que ahora mismo Los Án-geles, el segundo mercado más grande de EE UU, no tiene equipo de la NFL y la solución del proble-ma está enquistada por el afán de hacer negocio. Hay varias franqui-cias pujando por trasladar allí su

sede, pero el principal impedimen-to es que el resto de los propieta-rios están poniendo todas las zan-cadillas posibles, para conseguir que el agraciado esté dispuesto a repartir con todos los demás la rentabilidad que genere el futuro equipo de la ciudad de las estre-llas. Si tenemos en cuenta que la mayor parte de las partidas de be-neficios que genera cada equipo van a parar a un fondo común y se reparten por igual, es fácil imagi-nar las cantidades de dinero que pueden aportar esas partidas tan

‘pequeñas’ que los dueños ni si-quiera se molestan en poner en común. Lo dicho, la NFL es la ga-llina de los huevos de oro.

Por todo lo anterior es tan com-plicado que se alineen los astros

A la NFL le ha costado abrirse camino fuera del mercado de

EE UU, pero su popularidad ahora crece como la espuma

Las 32 franquicias de la NFL están presentes en la lista Forbes de los 50 clubes más ricos del mundo

ADRENALINA

PURA. Los

que piensan

que la NFL es

un circo por

encima del

deporte, se

equivocan.

El origen del

espectáculo

está en la

intensidad

con que se

juega.

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como lo han hecho este año. Los Seahawks jugarán la final por se-gundo año consecutivo. Los Pa-triots disputarán su sexta Super Bowl en catorce años. Dos equi-pos abonados al éxito en una competición que busca la igual-dad con fiereza. Ambos empeza-ron la temporada regular jugando un football horrible, impropio de su prestigio, pero como hacen los grandes equipos, fueron crecien-do semana a semana. Dejaron en la cuneta llena de gallitos, hasta conseguir el mejor récord en tem-porada regular de sus respectivas conferencias. Para llegar al gran partido, ambos consiguieron im-ponerse con facilidad a uno de sus rivales en playoffs, pero ga-naron al otro de milagro. Los Pa-triots tuvieron que remontar dos ventajas de 14 puntos de los Ra-vens. Los Seahawks perdían por 12 puntos a falta de cuatro minu-tos contra los Packers. Ambos protagonizaron sendos milagros deportivos, finales imposibles y de infarto, que añaden aún más valor a la hazaña conseguida.

Dicen que los aficionados siem-pre se alían en las finales con el equipo más débil, pero esta vez la elección no será sencilla. Ambos son equipos ganadores. Y ambos después de muchos años de his-toria codeándose con los más me-diocres. Pero también ambos han cimentado su éxito no en las luces y los fuegos artificiales, sino en el trabajo humilde y en el espíritu de lucha. A Seahawks y Patriots no

les importa nada más que la victo-ria. Quizá ningún otro equipo de la NFL tiene esa ansia de gloria tan grabada en sus genes. Cuando salen al emparrillado no les pre-ocupa el público, las luces o el es-pectáculo. No piensan en anotar miles de puntos y poner al público de pie en sus asientos. Simple y llanamente, quieren ganar a cual-quier precio. Aunque sea con un triste safety en un 2-0 nunca vis-to, que es la anotación victoriosa más baja que puede darse en un partido de la NFL.

Curiosamente, ese desprecio hacia los focos y el espectáculo les convierte en dos de los equi-pos más espectaculares de ver de toda la competición. Patriots y Seahawks pueden ganar o perder, pero su football es sincero. Cada jugada es disputada por cada ju-gador como si no existiera el ma-ñana. Cada error es corregido al instante, cada intento busca ser una estocada mortal en la carne del rival. Codicia infinita, afán in-humano de victoria. Patriots y Se-ahawks nunca decepcionan. Si hay algún depor te cuyo terreno de juego se convierte en campo de batalla, ese es el football ame-ricano. Si hay dos equipos que lo practican como si fuera una gue-rra, esos son los dos contendien-tes que se enfrentarán el domin-go. Quien no haya visto nunca un par tido de football americano, tendrá además la opor tunidad de presenciar en directo una gran batalla. ¿Existe un mayor alicien-te para sentarse delante de la te-levisión?

Dos equipos ganadores, odia-dos por sus éxitos, que juegan al football como si fuera una guerra sin prisioneros, pueden no ser su-ficiente condimento para algunos escépticos. Pero el menú no aca-ba ahí. El campo estará lleno de

personajes odiosos, de tipos de esos que no pasan indiferentes, que caen bien hasta la devoción o crean rechazo hasta la abomina-ción. Una parada de monstruos a cada cual más despreciable.

Porque nadie puede negar que Tom Brady, el quarterback de los Patriots, es absolutamente repul-sivo. Un tipo que no puede ser más guapo ni más elegante. La imagen del pijo por excelencia. Casado con Guisele Bündchen, la mujer más deseada del mun-do. Considerado uno de los mejo-

res jugadores de la historia de la NFL, seguro miembro del Salón de la Fama en cuanto se retire, gana-dor de tres anillos, acaparador de récords, y que en su carrera ha ganado más partidos de postem-porada que 21 franquicias de la NFL en toda su historia. Multimi-llonario hasta el insulto, al igual que su mujer. El tipo al que todo le sale bien, que sonríe a la vida con la seguridad de que la vida le devuelve la sonrisa en cada deta-lle de su existencia. Es imposible de creer que Brady no hiciera en

un momento de su vida un pacto con el diablo, que en los orígenes fue un jugador casi despreciado, y parecía abocado a tener una larga y aburrida carrera como jugador desconocido de banquillo.

Aún peor es Richard Sherman, la estrella defensiva de los Sea-hawks. Un tipo políticamente in-correcto, líder de la ‘Legion of Boom’, la defensa contra el pase más dominante de los últimos tiempos. Sherman es el despre-cio personificado. Un tipo que sólo abre la boca para desacredi-

tar a sus rivales, para faltarles al respeto, para humillarles. Y que no tiene ningún inconveniente en perder las formas con tal de im-ponerse en una batalla psicológi-ca. Para él todos los rivales son

Patriots y Seahawks nunca decepcionan. Dan espectáculo

básicamente porque el espectáculo no les importa

Sherman sólo abre la boca para desacreditar a sus rivales, para faltarles al respeto, para humillarles

MODO

BESTIA.

Parece

seguro que

Marshawn

Lynch

abandonará

Seattle

después de

este partido.

Pero mientras

tanto, seguirá

a lo suyo,

atropellando.

UN DANDY.

Russell

Wilson, el

quarterback

de los

Seahawks,

suple la falta

de altura

con un

talento y una

inteligencia

fuera de lo

normal.

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profundamente incompetentes y no merecen pisar el mismo suelo que abonan con semillas de gloria los miembros de la plantilla de los Seahawks. Pero debajo de esa ac-titud se esconde uno de los juga-dores más inteligentes de la NFL, que sabe sacar beneficio para su equipo incluso de la declaración más insulsa y que él consigue convertir en dinamita.

Qué decir de Pete Carroll, el entrenador de la eterna sonrisa de plástico en los labios. Capaz de acuchillar te mientras te con-templa con mirada radiante, como haría cualquier psicópata. Y ade-más llega a la final con ansias de venganza. Fue entrenador de los Patriots, sus rivales esta semana, entre 1997 y 1999. Kraft, el pro-pietario de New England, le despi-dió en lo que consideró “una de las decisiones más difíciles” des-de que era dueño del equipo. Tras su despido tuvo que irse desterra-do a la liga universitaria de la que volvió en 2010 con un único ob-jetivo, demostrar que los Patriots se habían equivocado. Y vaya si lo está haciendo. Demoler al equipo que le humilló puede ser la guinda de su carrera.

Lo curioso es que Robert Kraft no se equivocó en absoluto des-pidiendo a Carroll, Bill Belichick tomó el relevo y consiguió con-ver tir a un equipo perdedor por tradición en la gran franquicia de la NFL en el siglo XXI. Siempre buscando los límites de todo lo que le rodea: sus jugadores, su

plan de juego, el reglamento… En 2007 fue castigado por espiar a sus rivales, grabando sus entre-namientos a puerta cerrada. La NFL incluso consideró suspen-derle después de castigarle con una multa de 500.000 dólares, la más alta para un entrenador en la historia del football ameri-cano hasta ese momento. Inclu-so llegaron denuncias de que ha-bía hecho lo mismo con los Rams antes de ganarles la Super Bowl en febrero de 2002. A Belichick nunca le han importado todas las críticas y denuncias. Él no ha na-cido para caer bien, sino para ga-nar partidos de football america-no, y lo hace al precio que sea. Su último escándalo se produjo hace unos pocos días, cuando denunciaron a los Patriots por ju-gar la final de conferencia con ba-lones desinflados. La NFL aún no ha dictado sentencia, pero nadie descarta que el equipo lo hiciera. Cualquier detalle, por pequeño que sea, puede desequilibrar un partido. Por todo lo anterior, Be-lichick es odiado y despreciado. Muchos intentan desacreditar sus éxitos manchándolos con irregula-ridades. John Harbaugh, el entre-nador de los Ravens, le acusó de tramposo cuando Belichick estru-jó el reglamento para desconcer-tar a la defensa rival en la primera ronda de playoffs. Pero ninguna mancha puede evitar que sea uno de los mejores entrenadores de football americano de todos los tiempos. Un personaje inefable, capaz de encontrar la fórmula mágica para destruir a cualquier rival sin importar las armas ni las circunstancias.

Y así, uno tras otro, podemos presentar uno tras otro a los juga-dores de ambos equipos. Desde Gronkowski, el despreocupado y eternamente feliz tight end de los

Patriots, y estrella ofensiva del equipo, que lo mismo posa en-cantado con una actriz porno, que completamente borracho en una fiesta, hasta Marshawn ‘Beast Mode’ Lynch, que se niega a apa-recer en las ruedas de prensa, y a conceder entrevistas, pese a que le cuesta miles y miles de dólares en multas, porque no tiene nada que contar, y ya lo dice todo cuan-do arranca a correr con el balón en los brazos, mientras van sal-tando por los aires todos los riva-les que se le acercan como si es-tuviera una partida de bolos. Con

Vince Wilfork arrasando a los riva-les de New England con sus 147 kilogramos de peso lanzados a toda velocidad, mientras su mu-jer Bianca, casi más grande que él, vocifera desde la banda, o Rus-sell Wilson, el quarterback de los Seahawks, pequeño con su 1,80 de altura, pero matón a la hora de lanzar misiles certeros con la inte-ligencia y precisión de in ingeniero nuclear. O con Legarrette Blount, que el año pasado jugaba en los Patriots, fue vendido al los Ste-elers, despedido por los Señores del Acero, y recuperado de nue-

vo por New England para intentar emular a Lynch y convertir en bo-los a sus rivales… Más de un cen-tenar de jugadores, sumando las dos plantillas, que concentran en sus vestuarios dos de las comuni-dades más curiosas y variopintas de toda la NFL.

Es la Super Bowl. El mayor acontecimiento anual del deporte americano. Una máquina de ha-cer dinero convertida este año en batalla campal por dos equipos ganadores, indestructibles y pla-gados de seres extraños y exóti-cos. Si nunca ha visto un partido

de football americano, no lo dude, este es el momento. Si conoce ya el deporte, le recomiendo que vea esta batalla con un casco puesto. Nunca se sabe de dónde puede salir un golpe… incluso dentro del salón de su casa.

Belichick siempre busca los límites, incluso del reglamento,

para conseguir que sus Patriots ganen como sea

La Super Bowl, una máquina de hacer dinero convertida este año en batalla campal entre dos equipos ganadores

EL HOMBRE

PERFECTO.

Tom Brady es

considerado

uno de los

mejores

quarterbacks

de la historia.

Pero es que

además

nadie ha

encontrado

defectos en

nada de lo

que hace.

GRONKO ESTÁ

SANO. El tight

end, dorsal 87

de los Patriots,

ha vivido en

una espiral

de lesiones

durante los

últimos años.

Por fin, llega

al partido

decisivo al

ciento por

ciento de

forma.

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Hay un famoso dicho en el mun-do del football americano, que ex-plica que lanzar un pase es peligro-sísimo porque sólo pueden pasar tres cosas, y dos de ellas son ma-las. La primera es que el receptor coja el balón y se convierta en un pase completo. La segunda es que el balón termine en el suelo. La úl-tima es que el cuero termine en los brazos de un rival. La ‘Legión of Boom’ provoca que la prime-ra opción, la única buena para el

En esta edición de la Super Bowl se darán cita más estrellas defensivas contra el pase que en ninguna anterior S

EAH

AWKS

Los Seahawks son los actuales campeones, tienen una defensa legendaria, un público enloquecido, un quarterback inteligente y un corredor desbocado. Una fauna así no es sencilla de parar.

NADIE PARA A LA ‘LEGION OF BOOM’

MARIANO TOVAR /

Cuando los Seahawks se im-pusieron a los Broncos en

la Super Bowl hace doce meses, todo el mundo se hacía la mis-ma pregunta. ¿Sería este grupo capaz de mantenerse en la cima para formar una dinastía defensi-va? Ganen o pierdan en el parti-

do de Glendale, la respuesta está clara: sí.

En la NFL es muy complicado que un equipo ganador se man-tenga. El límite salarial y el em-peño por buscar la igualdad por reglamento lo hacen muy compli-cado. Pero quizá sea aún más di-fícil para un equipo con el perfil de los Seahawks, que fundamen-talmente son un bloque defensivo. Pero no del estilo de la manida fra-se “la mejor defensa contra el me-jor ataque” que se repite año tras año cuando llega la Super Bowl, y que casi nunca es verdad. Los Se-ahawks son defensa hasta unos lí-mites desconocidos en la NFL pro-bablemente desde la época en que los Ravens de Ray Lewis ganaron la Super Bowl en 2001. Desde en-tonces hemos visto grandes defen-sas, pero ninguna tan dominante, tan salvajemente agresiva, que por si misma fuera capaz de ganar un partido tras otro, casi sin impor-tar cual fuera el papel ni del propio ataque, ni del contrario.

Dentro de esta defensa fabu-losa, que ya se ha convertido en una auténtica leyenda, hay un gru-po de jugadores, los miembros de su secundaria, que fueron bautiza-dos como ‘Legion of Boom’ y que quizá formen el mejor grupo, y el más compenetrado, de defensas contra el pase de toda la NFL. Ri-chard Sherman, Kam Chancellor, Earl Thomas y Byron Maxwell son un poker ganador sea cual sea la mano del rival.

Este grupo estaba formado en su origen por un quinto jugador, Brandown Browner, que ahora per-tenece, curiosamente, a la planti-lla de los Patriots, sus rivales en la Super Bowl. Si sumamos a Da-rrelle Revis, cornerback estrella de New England, durante la gran final de la NFL habrá más estrellas de-fensivas contra el pase por metro cuadrado que nunca en la historia de este deporte. Cada vez que un quarterback decida lanzar a volar un balón, se convertirá en un te-merario.

ataque, se convierta en un suce-so extraordinario y bastante poco probable.

Sin embargo el arranque de la temporada de los Seahawks no fue precisamente muy feliz. Parecía que seguían de resaca después de toda una offseason de cele-braciones. Sufrieron tres derrotas en los seis primeros partidos. Y lo que es peor, no hubo ni defensa, ni ‘Legion of Boom’, ni historias. Una formación infranqueable y domi-nante se había vuelto vulgar. Ade-más, en una división tan complica-da como la Oeste de la Nacional, con rivales tan ambiciosos y com-petitivos como Cardinals, 49ers o Rams, llegar al primer tercio de la temporada con un récord 3-3 es casi temerario.

Parecía que el éxito de los Se-ahawks iba a ser sólo flor de un día, y que la franquicia volvería a su estado permanente de somno-lencia, ahí arriba al noroeste de los Estados unidos, lejos de todo y de todos.

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RESURGIDOS.

El arranque

de la

temporada de

los Seahawks

fue una

decepción,

pero en

octubre

resucitaron

y desde

entonces

nadie pudo

pararles.

UN RATÓN

COLORADO.

Hay pocos

jugadores en la

NFL más listos

que Wilson,

capaz de sacar

ventaja de las

situaciones más

comprometidas

y de resolver los

rompecabezas

más

complicados.

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La afición de los Seahawks ha provocado movimientos sísmicos en Seattle con su

griterío y pataleos

La lejanía de Seattle del resto de las grandes urbes de EE UU se ha considerado siempre un hán-dicap para el equipo. Todos sus viajes son largos. Eso conlleva muchos inconvenientes como los cambios de horario o la reducción de días de descanso. Mientras al-gunos equipos tiene casi todos los viajes a muy pocas horas en avión, los de los Seahawks pueden ha-cerse interminables. Pero en los úl-timos años los Seahawks han con-seguido darle la vuelta a la tortilla para sacar ventaja de su situación geográfica. Quienes juegan como visitantes en el CenturyLink tienen casi asegurado el fracaso, y una derrota humillante. En los últimos tres años, los Seahawks sólo han sufrido dos derrotas en su fortín.

Los Seahawks no sólo sacan partido de tener su sede en la últi-

ma esquina de los EE UU. También tiene un arma secreta que todos los equipos envidian, y muy pocos pueden emular. Su afición es tan ruidosa, está tan volcada con el equipo, que se convierte en el au-téntico jugador número 12. En el caso del público del CenturyLink no es una frase bonita para ala-bar a los aficionados. Es una reali-dad. Una locura. Cuando el equipo rival tiene el balón, el gentío inicia un griterío ensordecedor, mientras patalea y hace ruido de todas las formas posibles, para evitar que el quarterback pueda comunicarse con sus compañeros y así colap-sar el ataque. Eso provoca salidas falsas y todo tipo de penalizacio-nes a favor de sus colores. Antes de cada partido, una personalidad de la cuidad, o un antiguo jugador del equipo, iza la bandera con el número 12 en uno de los puntos más altos del estadio, en una ce-remonia que da el pistoletazo a la locura. En los días de partido, la cuidad de Seattle ha registrado movimientos sísmicos con epicen-tro en el estadio cuando ataca el equipo visitante. Incluso se han instalado sismógrafos en las ins-talaciones para hacer estudios so-bre el curioso efecto.

Pero los Seahawks no sólo son una defensa jaleada por un público gritón. Cuentan en sus filas con un quarterback que ha roto todos los moldes clásicos de la NFL para al-canzar el éxito. Russell Wilson sólo mide un metro ochenta. Un ena-no para los cánones tradicionales para esa posición. Esa estatura se convierte en un grave hándicap cuando tienes que ver lo que suce-de en campo detrás de dos líneas de gigantes que suelen medir más de un metro noventa, y que levan-tan los brazos todo lo que pueden para intentar evitar que el balón lanzado supere su posición. Wil-son soluciona el problema con su gran movilidad, y sobre todo con una inteligencia superior. No es un quarterback que lance muchos pases por partido, pero su porcen-taje de completados es altísimo y, sobre todo, cada vez que un balón suyo surca el cielo, su destino es letal. Hay pocos jugadores en la

NFL que consigan ser tan dañinos cada vez que aparecen en el par-tido. Y si está complicado pasar, Wilson no tiene problemas para arrancar a correr y escabullirse de todos los placajes. Quizá no sea un quarterback que tenga tanto protagonismo como las grandes estrellas de la posición, ni que acu-mule estadísticas espectaculares, pero muy pocos son tan efectivos, y tienen tanta facilidad para leer la situación en la que se encuen-tra un partido. La remontada que protagonizó en la final de conferen-cia contra los Packers, en un due-lo que parecía perdido, es el mejor ejemplo de su capacidad para apa-recer en los momentos en que de verdad importa.

Wilson tiene un hándicap, ya que el grupo de receptores de los Seahawks quizá sea lo peor del equipo. Pero para compensar esa limitación está escoltado por el mejor corredor de poder de la NFL actual. Marshawn Lynch, apodado ‘Modo Bestia’, convierte a los su-yos en imparables cuando insisten en un ataque por tierra machacón. Lynch parece un bulldozer que se lleva por delante todo lo que sale a su paso, pero también es propie-tario de un juego de piernas prover-bial, que le permite hacer cambios de ritmo y dirección imposibles para un ser humano normal. Ade-más, su equipo tendrá que aprove-charle a fondo durante la final, por-que parece seguro que el año que viene ya no seguirá en Seattle. So-bre el campo es un tornado, pero fuera de él es un personaje pecu-liar, que se niega a aparecer en conferencias de prensa o a conce-der entrevistas, decide usar en el siguiente partido unas botas que están prohibidas por el reglamen-to, o celebra su última anotación echándose mano al paquete. Lyn-ch se despedirá de los Seahawks en la Super Bowl.

Los actuales campeones lo tie-nen todo para repetir título, pero se enfrentarán a otro equipo que, como ellos, da más importancia al bloque que al poder de sus estre-llas. Football americano en estado puro para una de las finales más esperadas de los últimos años.

EN TODAS

PARTES.

Chancellor,

miembro

insigne de

la ‘Legion of

Boom’, y uno

de los mejores

safeties de la

NFL, tiene

el don de la

ubicuidad.

Puede estar en

todas partes

al mismo

tiempo.

GRAN

MOTIVADOR.

Pete Carroll

ha conseguido

convertir la

plantilla de

los Seahawks

en una piña.

Ese ha sido su

gran logro en

un equipo que

históricamente

era muy gris.

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fiestas. Necesitaban trincheras, espíritu de lucha, fe... Y eso es lo que les entregaron los Patriots a paladas.

Pero tantas trincheras y tanta fe comenzaron a cansar a la gen-te, que vio cómo los apestados venidos a más no se conformaban con un entorchado. Dos años des-pués repetían, y volvían a repetir al siguiente. Tres anillos en cua-tro años. Siempre con la misma filosofía. Convirtiendo en estrellas

Los primeros Patriots ganadores apelaron al trabajo humilde y silencioso de jugadores en entredicho

PATR

IOTS

La antigua ‘Band of Brothers’ ha recuperado su espíritu original, para lanzarse al asalto del título apelando al trabajo duro y humilde.

TODOS AL GRITO DE “DO YOUR JOB!”

MARIANO TOVAR /

Casi todo el mundo odia a los Patriots. Y es lógico.

Los Patriots son odiosos. No lo son porque ganen casi siem-pre, que también, ni porque ade-más si pueden hacerlo humillan-do, parecen intentarlo. Tampoco son odiados porque casi siem-pre que surge un escándalo en la NFL ellos están implicados, y ya sean señalados como tramposos con una frecuencia inusitada. Los Patriots se han ganado la antipa-tía de todo el mundo porque van a los suyo, a ganar a toda costa,

sin que les importe un pimiento a quién demonios caen bien o mal, o que siempre se les tache de arrogantes. Lo más curioso es que ese desdén, esa insolencia que transmiten, está a las antípo-das de su auténtica filosofía.

Los Patriots ganadores surgie-ron en 2001 de la nada. Con Bled-soe, el quarterback mejor pagado de toda la NFL, lesionado a las primeras de cambio, rodeado de una plantilla de restos de tienta y jugadores descartados por los equipos de relumbrón. Belichick, un especialista en defensas con un gran prestigio como coordina-dor, pero que no parecía prepara-do para ser entrenador principal, tenía que lidiar con esa banda. Y vaya si lidió. Por aquellos días unos aviones se estrellaban so-bre las Torres Gemelas en el mayor atentado terrorista de la historia de EE UU, y Spielberg es-trenaba una serie llamada ‘Band of Brothers’, que contaba las ha-zañas de una compañía de la 101

aerotransportada estadounidense durante la Segunda Guerra Mun-dial. Los estadounidenses esta-ban necesitados de ejemplos con los que identificarse después de la tragedia terrorista. De banderas a las que agarrarse para recupe-rar la fe en su forma de vida. Los New England Patriots más patrio-tas que nunca, se convirtieron en ese estandarte. Fueron bautiza-dos como ‘The Band of Brothers’ de inmediato.

Los aficionados se enamora-ron de ese equipo de apestados, que tiraban de espíritu y volun-tad para ganar a sus rivales, por muy duros que fueran. Dirigidos por Tom Brady, un novato en el que nadie creía, personificaban el sueño americano. Eran conju-rados que salían de la nada para ganar la Super Bowl. Y no a un ri-val cualquiera, sino a los todopo-derosos Rams, ‘El mayor espec-táculo sobre el turf’. Todo fuegos ar tificiales y diversión. Los es-tadounidenses no estaban para

jugadores que otros equipos des-cartaban, y que volvían a conver-tirse en mediocres una vez aban-donaban el equipo.

Después de dos años sin tí-tulos, aunque siempre en la pe-lea hasta el último momento, en 2007 decidieron cambiar algo su filosofía y fichar a un puñado de estrellas. Entonces llegó la tempo-rada perfecta… hasta la derrota en la Super Bowl. Victoria tras vic-toria llegaba con resultados casi escandalosos, mientras humilla-ban a sus rivales sin misericor-dia y comenzaban a ser mirados de reojo. Se destapó un escánda-lo de espionaje a sus rivales, el ‘spygate’. Belichick introducía a asistentes con cámaras en los entrenamientos a puerta cerrada de sus rivales para conocer sus estrategias. En los días previos a la disputa de la Super Bowl, el es-cándalo alcanzó la categoría de te-rremoto cuando se denunció que si habían ganado a los Rams en 2001, cuando empezó su leyen-

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ESPÍRITU

DE EQUIPO.

Los Patriots

tienen uno de

los mejores

quarterbacks

de la historia,

pero su

auténtica

fuerza es su

espíritu de

bloque.

UN GENIO.

Belichick

ha visto su

trayectoria

manchada

por los

escándalos,

pero nadie

niega que

sea un

entrenador

genial.

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Parecía que el equipo había entrado en decadencia, pero

este año ha resurgido al grito de “Do your job!”

da, fue únicamente porque tam-bién les habían espiado. La fran-quicia de New England ya quedó marcada para siempre.

Todo el revuelo pareció afec-tar al equipo, que poco a poco iba perdiendo esa mentalidad de tra-bajo silencioso y abnegado que le había llevado a la cima. Los miem-bros del grupo original se iban ju-bilando o marchando, mientras la plantilla se llenaba de mercena-rios, encantados de jugar en el pe-renne máximo aspirante.

Por el camino disputaron una Super Bowl más en febrero de 2012. La quinta en once tempora-das. Pero en aquel partido volvie-ron a fracasar contra los mismos Giants que les habían vencido cuatro años antes. Y que curiosa-mente representaban lo mismo que sus rivales una década antes. Los de Nueva York era el equipo inferior, la víctima, que se sobre-ponía a todas sus carencias para derrotar al malvado gigante.

Parecía que el futuro de los Patriots se dirigía inevitablemen-te hacia una lenta decadencia. Durante los últimos dos años han vuelto a estar entre los favoritos, e incluso jugaron la final de confe-

rencia contra los Broncos el año pasado, pero la sensación era que Tom Brady estaba lanzando sus últimos pases, y que la di-nastía estaba a punto de venir-se abajo. Nada más lejos de la realidad.

Este año comenzaron la tem-porada dentro del grupo de favo-ritos de la Conferencia America-na, como casi siempre. Pero en los primeros partidos fueron una caricatura de si mismos. La línea ofensiva se hundía casi en cada jugada y Brady no se parecía en nada al quarterback estelar que todo el mundo considera ya uno de los mejores de todos los tiem-pos. El equipo tocó fondo en la se-mana 4, cuando los Kansas City Chiefs les endosaron un 41-14. ¿Estaban acabados los Patriots? ¿Había llegado definitivamente la inevitable decadencia después de tantos años de dominio?

Belichick suele sacar lo mejor de si mismo justo cuando todo el mudo le da por muerto. Pareció encontrarse en su salsa a partir de octubre, cuando volvió a sen-tirse rodeado por una plantilla de perdedores que todos los especia-listas estaban cuestionando. Tras el mal inicio, el equipo se lanzó a cerrar bocas y a jugar como un ro-dillo. Los rivales iban cayendo por paliza semana tras semana. El 2 de noviembre, Brady y compañía destrozaban 43-21 a los Broncos de Peyton Manning, los máximos favoritos de la conferencia hasta ese momento. Ya no había ningu-na duda. Los Patriots habían vuel-to. Pero no los Patriots vanidosos de las últimas temporadas, sino el equipo trabajador y humilde de los orígenes. Los Patriots de verdad.

La frase favorita de Bill Beli-chick vuelve a estar de moda en la NFL: “Do your Job!” “¡Haz tu trabajo!” Y eso vuelven a hacer los Pats, un equipo formado por trabajadores incansables, en mu-chos casos descartados por otros equipos, reconvertidos de posi-ción, apestados, que se olvidan de su propio ego y sólo viven para que la máquina patriota funcione como un reloj. Su entrenador sólo

les pide trabajo. No exige, ni ne-cesita, genialidad a borbotones o estrellas salvadoras. Lo único importante es que todo el mundo haga bien lo que debe.

Belichick no duda en castigar con dureza a quien no cumple con su parte. El 16 de noviembre convirtió en gran estrella a Jonas Gray, un corredor desconocido que nunca fue elegido en el draft, y que antes de llegar al equipo en pretemporada había pasado dos años dormitando en las escua-dras de prácticas de Dolphins y Ravens, sin llegar nunca a debu-tar en la NFL. Aquel día, Gray se convirtió en el gran protagonista de la jornada tras correr para 201 yardas y anotar cuatro touchdo-wns a los Colts, que luego perdie-ron con New England en la final de conferencia. Esa misma semana, y después de haber tocado el cie-lo con los dedos, Gray llegaba tar-de a un entrenamiento. Belichick aún no se lo ha perdonado. Desde entonces su papel ha sido menos que testimonial. En este equipo lo más importante no es meter cuatro touchdowns en un partido, sino llegar al entrenamiento a la hora prevista.

El espíritu de ‘The Band of Bro-thers’ ha vuelto a los Patriots y les ha llevado a la Super Bowl. Con Tom Brady volviendo a dirigir los ataque sin reunión como sólo él sabe hacerlo; con Gronkowski, el mejor objetivo de sus pases, dis-frutando como nunca: con la nube de abejas que forman Edelman, Vereen o Amendola, aparecien-do justo cuando más daño pue-den hacer; con Legarrette Blount embistiendo rivales semanas des-pués de ser despedido por los Ste-elers... Y con la espalda cubierta por una defensa sin grandes es-trellas, salvo quizá Darrelle Revis, uno de los mejores jugadores de secundaria de la NFL. Esa defen-sa, que durante parte de la tem-porada estuvo en entredicho, qui-zá no sea capaz de parar en seco a su rivales, ni de acumular juga-das espectaculares. Sin embargo, es suficiente para lo que Belichick necesita, porque tiene muy claro el camino: “Do your Job!”

LA ESTRELLA.

Tom Brady

es uno de

los mejores

quarterbacks

de la

historia. Su

inteligencia y

facilidad para

improvisar

le convierten

en casi

imparable.

SIEMPRE

VUELVE. En

dos ocasiones

ha parecido

que la carrera

de Blount

estaba

terminada.

En las dos

ocasiones

apareció

Belichick para

resucitarla.

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Subtitulo c24Quod se is, nocaetin

ducitera Serum ompl. Simis

nendeorte quium convolus, unc iam rei converibus,Qua

consil caure audc24Quod se is, nocaetin ducitera

Serum ompl. Simis nendeorte quium convolus, unc iam rei converibus,Qua

consil caure audam hocastraes

et verumTTROFEOSROFEOSEL SÍMBOLO DE LA VICTORIA

Los galardones y el deporte han ido de la mano desde siempre. Ambos han evolucionado al mismo ritmo y uno no existe sin el otro desde que

hay competiciones. Pero algunos

trofeos destacan sobre otros

por su historia, originalidad o

aspecto. Son únicos e inimitables por sus peculiares características.

MARIO GARCÍA /

El reconocimiento al cam-peón de una competición

depor tiva es algo que sucede desde la Antigüedad, aunque mu-cho ha evolucionado en sus for-mas desde entonces. Desde la corona de laurel que se otorgaba a los vencedores de los primeros Juegos Olímpicos en la Grecia clá-sica, y que también han llegado a ser utilizadas en nuestro siglo, como sucedió en la ceremonia de entrega de premios en Ate-nas 2004, hasta los variopintos galardones que podemos encon-

trarnos hoy ha pasado un mun-do, pero su significado y función siguen siendo los mismos, rendir pleitesía públicamente a quien ha demostrado ser el mejor en un de-terminado torneo o especialidad. Más allá del considerado deporte rey, el fútbol, hay trofeos con mu-cha historia, en ocasiones pinto-resca, y también peculiares por su tamaño, aspecto o la originalidad de su diseño, así como algunos de especial relevancia por la tras-cendencia del campeonato que representan. Son premios singu-lares que, en definitiva, poseen características que les diferen-

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cian de los demás y los convier-ten en únicos.

Sin duda un país en el que sa-ben de galardones sorprendentes es Estados Unidos, donde se pue-den encontrar desde el más pe-queño, el famoso anillo de cam-peón típico de las cuatro grandes ligas (NBA, NFL, NHL y MLB), has-ta uno de los de mayor tamaño del mundo, el Trofeo Borg Warner de las 500 Millas de Indianápolis, de 162,5 cm y 45 kilos de peso, que se entrega al campeón de la mítica carrera desde 1936 y es el más antiguo de los deportes de motor. Entre las particularida-des de esta codiciada copa está

el hecho de que todos los gana-dores de la carrera tienen su ros-tro grabado en ella y que la cele-bración del triunfo siempre viene acompañada de la ingesta de una botella de leche por parte del ven-cedor, tradición que se mantiene desde que Louis Meyer la iniciara en la segunda mitad de los años 30. Pero el de las 500 Millas de Indianápolis no es el único trofeo mítico del automovilismo norte-americano. Así, las pruebas de la NASCAR son también famosas por los premios que otorgan, que van desde el pequeño coche de juguete de Kansas al reloj de ta-maño gigante del Goody’s 500 de Martinsville, pasando por el pecu-liar coloso de piedra de Dover en la conocida como Milla Monstruo-sa, o la guitarra rockera de Nas-hville, entre otros.

Además de los anillos, com-puestos de oro y diamantes ge-neralmente, las grandes com-peticiones de Estados Unidos

CLÁSICA. La corona de laurel es un símbolo de victoria desde la Antigüedad.

Deportistas como el piragüista David Cal la pudieron lucir en la ceremonia de

entrega de premios en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.

El deporte de EE UU está lleno de ejemplos de trofeos

singulares, especialmente en el motor y el fútbol americano

PIE DE FOTO. Texto pie de foto

Mayúsculas +4Lor si tet praesto do

corper sis nis dolutpat, quat. Ut adit

ulla consed tatum amet wissim

PEQUEÑO Y FAMOSO.

El anillo de campeón es el galardón más

pequeño que existe en el mundo del deporte. Las

cuatro grandes ligas de Estdos Unidos lo utilizan

para premiar a sus respectivos ganadores.

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ÉXITO.

Pau Gasol ha

sido campeón

de la NBA en

dos ocasiones

(2009 y 2010)

y conoce bien

la sensación

que produce

recibir el

anillo.

BICAMPEÓN.

El eslovaco

Marian

Hossa,

jugador de

los Chicago

Blackhawks,

posee dos

anillos de

campeón de

la NHL (2010

y 2013).

cuentan, como es lógico, con sus propios trofeos. El Larry O’Brien de la NBA, realizado con seis ki-los y medio de aleación de plata y recubierto de oro de 24 kilates, debe su nombre al comisionado de la liga entre 1975 y 1984 y está valorado en 13.500 dólares. Anteriormente la copa se deno-minaba Trofeo Walter A. Brown, en homenaje al primer propieta-rio de los Boston Celtics y uno de los fundadores de la compe-

tición, y su diseño era similar al de la Stanley Cup de hockey, que posee un tazón colocado encima de unos paneles grabados con la lista de todos los campeones y es una de las grandes joyas del de-porte norteamericano, tanto por su antigüedad (se entrega desde 1893) como por ser la única que lleva inscritos los nombres de los jugadores, de ahí su gran tama-ño. El trofeo actual que recibe el campeón de la NHL, que debe su

nombre a Lord Stanley de Pres-ton, padre de la liga, es una copia del original debido a la falta de es-pacio que tenía ésta para sumar más nombres, después de que ya le hubiesen añadido varios pisos por la base. Este problema de es-pacio no lo sufre el Vince Lombar-di, el trofeo con nombre de un le-gendario entrenador de los Green Bay Packers que obtiene el gana-dor de la célebre Super Bowl, el par tido que decide el campeón

de la NFL y el más visto por te-levisión del planeta. El preciado balón ovalado de plata, de 3,5 ki-los de peso y 55 cm de alto, está valorado en 25.000 dólares y fue denominado originalmente como World Championship Game Tro-phy. Por su parte, el béisbol cuen-ta con el único galardón de las grandes ligas nor teamericanas que no lleva el nombre de alguna persona: el Trofeo del Comisiona-do. Creado por la prestigiosa em-

presa de joyería Tiffany & Co., al igual que el Larry O’Brien y el Vin-ce Lombardi, se concede al gana-dor de las Series Mundiales de la MLB. Contiene banderas que re-presentan a todos los equipos de la National League y la American League, pesa 14 kilos y está he-cho de plata esterlina.

La originalidad de los galardo-nes en el país de las barras y es-trellas es aún más llamativa en el deporte universitario, al menos en

lo que al fútbol americano se refie-re. Así, la rivalidad entre algunos equipos ha llevado a premiar al ganador con todo tipo de curiosos trofeos, que suelen ser de larga tradición y con una añeja historia detrás que justifica su forma. Un ejemplo es el de la tortuga de ma-dera, conocida como Illibuck, que se disputan Illinois y Ohio State desde 1925 (aunque empezaron a medirse en 1902), que represen-ta la larga vida que, según creían

EXTRAORDINARIO. El Trofeo Borg Warner

de las 500 Millas de Indianápolis es uno

de los de mayor tamaño que existen. Tiene

grabado el rostro de sus ganadores.

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y esperaban, tendría este enfren-tamiento. También el de la sartén de hierro (iron skillet) que ponen en juego South Methodist y Texas Christian desde 1946, cuando an-tes de verse las caras un seguidor de los primeros decidió ponerse a freír ancas de rana ante la per-plejidad de sus oponentes, que lo consideraron poco menos que un sacrilegio y exigieron que el resul-tado del duelo decidiese quién se quedaba con la sartén y las suso-dichas ancas.

Otro universo de trofeos sin-gulares es el del tenis. Memphis, tierra de blues y rock & roll y sede de un torneo ATP 500, tiene uno de los más curiosos: una raque-ta con la empuñadura en forma de mástil de una guitarra. Asimis-mo, son dignos de mención, en-tre otros, el huevo verde de Metz, el bello barco de plata de Dubai o el cuadro con el dibujo de un niño que patrocinaba Unicef y que has-ta la edición de 2013 se entrega-ba al ganador en Hertogenbosch. Todos ellos, eso sí, de menor re-

La urna de cenizas que se disputan desde 1882 Inglaterra y Australia en cricket es una de las copas más sorprendentes

levancia que la célebre ensalade-ra de la Copa Davis, tanto por su tamaño (1,10 metros de altura y 105 kilos de peso) como sobre todo por su trascendencia e his-toria, algo que sucede también con el viejo trofeo de Wimbledon, que permanece inalterable en su diseño desde sus inicios allá por 1877, y la Copa de los Mosquete-ros de Roland Garros, llamada así en homenaje a cuatro auténticas leyendas del tenis francés y del deporte en general: René Lacos-te, Henri Coechet, Jacques Brug-non y Jean Borotra.

Como verdaderamente único podría definirse el galardón que obtiene el ganador de los due-los entre Inglaterra y Australia de cricket, conocidos como ‘The As-hes’ y que se disputan como mí-nimo cada cuatro años: una urna para cenizas. Su origen data de 1882, cuando el diario británico ‘The Sporting News’ publicó una esquela satírica en la que se ase-guraba que el cricket inglés había fallecido y que el cuerpo sería in-

La chaqueta verde, el maillot amarillo o la ensaladera tienen

una larga historia que los convierte en realmente especiales

NASCAR. El

reloj tamaño

XXL del

Goody’s 500 de

Martinsville y

y la guitarra

de Nashville

son buenos

ejemplos de la

originalidad

de las famosas

carreras

de Estados

Unidos.

NBA. El trofeo Larry O’Brien es

recogido cada año por el ganador

del campeonato de baloncesto

más importante del mundo.

IMPACTANTE.

El coloso de

piedra de la

prueba de

NASCAR de

Dover no pasa

desapercibido

y poco tiene

que envidiar a

ningún trofeo

del mundo

en cuanto a

peculiaridad

se refiere.

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cinerado y sus restos llevados a Australia para que guardaran re-poso, aunque el trofeo no pasó a convertirse en algo físico hasta 1999. Más famoso es uno de los reconocimientos con mayor pres-tigio del deporte mundial, la cha-queta verde del Masters de Augus-ta de golf. Se entrega al campeón del torneo desde 1949, pero los socios del club estadounidense ya empezaron a utilizarla en 1937, tres años después de la inaugu-ración del campo. Por tradición, el vencedor de cada año la recibe de manos del anterior campeón. Lue-go la conserva hasta la siguiente edición con la obligación de devol-verla. El primer golfista en lucirla fue Sam Snead, quien aún posee el récord de victorias en el Circui-to Americano.

Igualmente legendario es el maillot amarillo del Tour de Fran-cia que, curiosamente, debe su color al diario que patrocinaba la carrera, ‘L’Auto’, antecesor de ‘L’Equipe’, cuyas páginas eran de esa tonalidad. Fue una acertada estrategia de marketing contra su gran rival de la época, ‘Le Vélo’, que se asociaba al color verde de sus páginas. El primer ciclista en lucirlo fue Eugène Christophe el 19 de julio de 1919. Sin cambiar de deporte, brilla por su originali-dad el trofeo de la clásica de las clásicas, como es conocida la Pa-rís-Roubaix, prueba que se dispu-ta desde 1896: el ganador recibe una réplica de los montones de adoquines por los que han pasa-do los corredores para completar

STANLEY CUP. El equipo campeón de la NHL recibe

este trofeo desde 1893. Lleva inscritos los nombres de

todos los jugadores que han alcanzado el título de la

prestigiosa liga norteamericana de hockey sobre hielo,

algo que le convierte en único en el deporte.

MAJESTUOSO. El barco de plata del

torneo de Dubai es uno de los más

bellos del tenis mundial. El mítico

jugador suizo Roger Federer lo ha

levantado en seis ocasiones.

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la carrera. Hay quien afirma, con sentido del humor, que este mítico test, considerado uno de los monumentos del ciclismo junto a la Milán-San Remo, el Tour de Flandes, la Lieja-Bastoña-Lieja y el Giro de Lombardía, consiste en sufrir para ganar una piedra.

Un trofeo emblemático que tiene la par-ticularidad de existir sólo simbólicamente, sin formato físico, y que no premia al mejor, sino todo lo contrario, es la cuchara de ma-dera. Conocida por todo buen seguidor del rugby, es otorgada al último clasificado del Torneo Seis Naciones y tiene su origen en el siglo XIX. Es otro ejemplo de que en el mun-do del deporte existen galardones de todo tipo, aunque en pleno siglo XXI tal vez aún haya cosas por inventar y en el futuro nos sigan sorprendiendo nuevos trofeos por su historia, originalidad, belleza o peculiaridad. Hay espacio para todo.

ANTIGUO. ‘The Ashes’ (Las

Cenizas) se originó en el siglo

XIX, después de que saliera

publicada una esquela

satírica que daba por

muerto al cricket inglés.

CURIOSOS. David Ferrer ha

ganado en dos ocasiones el

torneo de Hertogenbosch (2008

y 2012), que hasta la edición de

2013 otorgaba un dibujo de un

niño como galardón. El huevo

verde de Metz, que conquistó

Robredo en 2007, es uno de los

trofeos más peculiares del tenis.

LEGENDARIOS. El codiciado Vince Lombardi

(arriba, en el centro) premia al campéon de la NFL

y está valorado en 25.000 dólares. Por su parte, la

chaqueta verde del Masters de Augusta se entrega a

los ganadores de la competición desde 1949.

TOUR. El maillot amarillo surgió en 1919 como una

estrategia de márketing que resultó muy acertada.

BÉISBOL. El trofeo de la MLB es el único de las grandes

ligas de EE UU que no tiene el nombre de una persona.

GRANDE Y PRECIADA. La histórica ensaladera de la

Copa Davis mide 1,10 metros y pesa 105 kilos.

SOBRE TIERRA. Nadal ha conquistado nueve veces la

mítica Copa de los Mosqueteros de Roland Garros.

PIEDRA. El trofeo de la París-Roubaix es una réplica de

los adoquines por los que pasan los ciclistas en la carrera.

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diferencia de los estadísticos, son de distintos colores y formas. Me refiero a los dorsales. El número definitivo por el que son recorda-das las leyendas. Y es que, ¿qué amante del baloncesto no ve un 23 y se acuerda inmediatamente de Michael Jordan? ¿O un 32 y piensa en Magic? ¿O un raro do-ble cero y piensa en ‘El Jefe’ Ro-bert Parish?

Este reportaje va a intentar di-lucidar, de la forma más objetiva posible, cuál es el rey de estos números en la liga más importan-te del mundo. El rey de los dorsa-les en la NBA. Para ello, he tenido en cuenta, sobre todo, los dorsa-les retirados por cada equipo y los que vestían las 50 leyendas ele-gidas por la NBA con motivo de su quincuagésimo aniversario y los jugadores posteriores que po-drían entrar en una futura amplia-ción de esta lista. Un apunte an-tes de entrar en materia: si bien es cierto que la liga norteamerica-

MARIO PEÑA /

Es indudable que si hay un deporte en donde mandan

los números, ese es el balonces-to. Desde las estadísticas más básicas, como los puntos, los rebotes o las asistencias, hasta las más avanzadas, como el ratio asistencias/pérdidas o la produc-tividad, todo se cuantifica. Incluso los centímetros que mide de altu-ra cada jugador o la envergadura de sus brazos. Hasta hay dichos que resaltan esta obsesión por los números, como el que reza que quien se impone en los table-ros acaba ganando el partido. El deporte de la canasta está, de-finitivamente, invadido por la fría estadística. Este reportaje va de números, pero no de estas frías cifras que nos indican la producti-vidad de los jugadores o los equi-pos. Los números a los que me voy a referir son cálidos: traen re-cuerdos, suscitan emociones y, a

DORSALES¿CUÁL ES EL REY DE LOS NBA?

32 33

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na ha permitido (y permite) cual-quier número de una o dos cifras como dorsal del jugador, hay nú-meros mucho más frecuentes que otros. Es poco habitual ver jugadores con dorsales compren-didos entre el 25 y el 29, raro ver-los entre el 36 y el 39 y el 46 y el 49, y bastante difícil encontrarlos superiores al 55. En la actuali-dad, tan solo hay unos pocos dor-sales usándose entre el 56 y el 99, cuando son casi la mitad de los números permitidos como dor-sales por la liga: Andrea Bargnani en los Knicks con el 77, Batum en Portland y Shved en Philadelphia y Houston, ambos con el 88; Drew Gooden en Washington con el 90, el exestudiantil Nogueira en Toron-to con el 92 y Jae Crowder en Bos-ton con el 99.

Vayamos con los dorsales re-tirados por los equipos, no sin antes aclarar también que hay franquicias mucho más genero-sas que otras a la hora de honrar a sus jugadores y convertirles en

leyendas colgando sus camisetas del techo. Que el equipo que más números retirados tiene sea el más laureado, los Boston Celtics, entra dentro de la lógica. Pero di-cha lógica no se mantiene cuando se echa un vistazo al resto de las franquicias. Así, el tercer equipo con más anillos, los Bulls, solo tienen cuatro dorsales retirados. Y sin embargo, los Sacramento Kings, con tan solo un título que se remonta a 1951, cuando aún eran los Rochester Royals, tienen la friolera de once, incluyendo el número 6 en honor a sus fans (considerando a su afición como un ‘sexto jugador’ que ayuda igual que los cinco sobre la can-cha). Con respecto a este número en concreto, de los seis equipos que lo han retirado dos lo han he-

ta Clyde ‘The Glide’ Drexler, que pese a pasar tan solo dos de sus quince temporadas en Houston vio como los Rockets honraban su número por su decisiva contribu-ción a su segundo anillo (aunque es razonable pensar que el hecho de que el jugador fuera una leyen-da en la Universidad de Houston, en la que usaba el mismo dorsal, también influyó). Con respecto al 15, estaría en condiciones de su-bir de categoría si en la ciudad de Denver, Colorado, le perdonaran la espantada a Carmelo Anthony. De momento el número luce en lo alto de las canchas de Boston (Tom Heinsohn), Dallas (Brad Da-vis), Detroit (el ‘microondas’ Vin-nie Johnson), Philadelphia (Hal Greer), Portland (Larry Steele) y, en el caso opuesto al de Drexler, por dos jugadores distintos en el mismo equipo: los New York Knic-ks. El equipo neoyorkino le retiró el dorsal el 1 de marzo de 1986 a su mítico base Earl ‘The Pearl’ Monroe, que también recibió el

apodo de ‘Black Jesus’ en las ca-lles de la Gran Manzana. Monroe también tiene retirado el dorsal número 10 en Washington, aun-que cuando jugó con ellos ni es-taban en la capital ni se llama-ban Wizards: eran los Baltimore Bullets que llegaron a la final en 1971. Justo pocos meses des-pués el base sería traspasado a los Knickerbockers, con los que sí que lograría el ansiado anillo en el 73. El equipo neoyorkino volvió a retirar el número 15 seis años des-pués de honrar a Earl Monroe, esta vez para hacer lo propio con un ju-gador que lo había vestido bastan-te antes: Dick McGuire, un base de 1,81 que jugó en el equipo desde 1949 a 1957, pasando a ser el en-trenador neoyorkino durante un par de temporadas en los 60.

No todos los dorsales son igualmente frecuentes en la NBA. Es raro ver números superiores al 55

Los Celtics son la franquicia que más dorsales ha retirado. Los Clippers, la más veterana

que aún no ha retirado ninguno

cho con este motivo (el otro son los Orlando Magic) compartiendo los fans de ambas ciudades el ho-nor de ‘codearse’ con auténticas leyendas de la NBA como Bill Rus-sell, Julius Erving o en un futuro más que probable LeBron James, que lo vistió en su estancia con Miami Heat en la que ganó dos de los tres anillos que posee la

franquicia de Florida. También hay que decir que, por supuesto, hay equipos que aún no han retirado ningún número, en algunos casos por la juventud de las franquicias (como ocurre con Toronto, Mem-phis, Charlotte u Oklahoma City). Otra historia son los Clippers, fun-dados en 1970 como Buffalo Bra-ves y que han contado entre sus

filas con jugadores legendarios como Bob McAdoo o Bill Walton, ambos en el Hall of Fame. En la plantilla actual los angelinos tie-nen a un par de candidatos para ‘estrenar’ el techo de su pabellón en Chris Paul y Blake Griffin, aun-que a priori parecen obligados a ganar algún anillo para que esto ocurra.

En tercer lugar tenemos un em-pate entre los dorsales 15 y 22, cada uno retirado en siete ocasio-nes. El capicúa 22 adorna los es-tadios de Celtics (Ed Macauley), Cavaliers (Larry Nance), Mavs (Ro-lando Blackman), Lakers (Elgin Ba-ylor), Knicks (Dave DeBuschere) y, por supuesto, los de Blazers y Ro-ckets en honor al elegante escol-

POCO COMÚN... TAMBIÉN EN SUS DORSALES Dennis Rodman fue un jugador fuera de lo normal... más o menos en todo. Tanto el 91 que lució en los Bulls como el 73 de su fugaz paso por los Lakers son dorsales raros, ya que lo habitual es que sean un número inferior al 55.

¿PIONEROS? Chris Paul y Blake Griffin podrían ser los primeros jugadores con el dorsal retirado en los Clippers... aunque para ello seguramente tendrán que ganar algún anillo.

COLGANDO DEL TECHO. En la foto grande vemos el mítico Boston Garden, la anterior cancha de los Celtics, con todos sus números retirados colgando del techo. Los Celtics son el equipo más laureado de la NBA y el que más dorsales ha retirado hasta la fecha.

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Hay jugadores que tienen varios dorsales retirados y

equipos que tienen retirado varias veces el mismo número

En segundo lugar, de nuevo un empate, esta vez entre el 10 y el 33, ambos retirados ocho veces. El redondo número 10 luce en los techos de los pabellones de Bos-ton (Jo Jo White), Chicago (Bob Love), Detroit (Dennis Rodman), Miami (Tim Hardaway), Nueva York (Walt Frazier), Philadelphia (Mo Cheeks), Washington (el ya citado Earl Monroe) y, metafóri-camente por ahora, Seattle (Nate McMillan). El 33, segundo capi-cúa que aparece en esta lista, ha sido llevado por algunas de las le-yendas más notables y reconoci-bles que han pasado por la NBA. El número cuelga de los techos de Boston (en honor a Larry Bird), Chicago (por Scottie Pippen), Den-ver (David Thompson), Miami (Alo-nzo Mourning), New York (Patrick Ewing), Phoenix (Alvan Adams) y de los pabellones de Milwaukee y el de Los Angeles Lakers, ambos para honrar al máximo anotador de la liga, el legendario pívot Ka-reem Abdul-Jabbar.

Antes de hablar del número que va primero en el ránking, al menos en lo tocante a los nú-meros retirados, me gustaría ci-tar otro número que en un futuro no tan lejano podría empatar con el 10 y el 33 en segundo lugar. Y no es otro que el mítico y recono-cible número 23, retirado actual-mente por seis equipos pero que sin duda alguna subirá en el es-calafón tan pronto como se reti-ren dos rutilantes estrellas que lo visten en la actualidad. Hablo, por supuesto, de LeBron James y An-thony Davis. En el caso de ‘King’ James podría darse por seguro que Cleveland retirará su dorsal aunque no llegue el ansiado el anillo, ya que, aparte de ser veci-no y declarado seguidor del equi-po desde niño, cumple de sobra

Aunque el 23 no aparece en la lista de los más retirados, podría estarlo en un futuro gracias a LeBron y A. Davis

1,6 robos por partido, todo esto a la edad de 21 años (en marzo cumplirá los 22). Es indudable que si las lesiones le respetan estamos ante el pívot dominador de lo que queda de década y pri-mera mitad de los años 20, y a poco que pase la mayoría de su carrera en el estado de Lousiana es más que probable que su nú-mero acabe colgado en el Smoo-thie King Center (que vaya usted a saber que nombre tendrá den-tro de quince o veinte años). Los seis equipos que tienen el núme-ro ya retirado son los Hawks (Lou Hudson), Celtics (Frank Ramsey), Nets (John Williamson), Rockets (Calvin Murphy), y los Bulls y los Heat en honor a Michael Jordan. ¿Los Miami Heat? Que no cunda el pánico, efectivamente Jordan no jugó nunca vistiendo su cami-seta. El último de los récords que batió ‘His Airness’ fue el que le retiraran el dorsal en un equipo para el que nunca había jugado, algo completamente inédito. Lo

hicieron como tributo por su con-tribución a la liga durante la tem-porada 2002-2003. Con respec-to a Jordan y sus dorsales, una anécdota poco conocida: además del 23, el escolta se vio obligado a utilizar otros dos dorsales en los Chicago Bulls. La primera ocasión fue durante la temporada 89/90, en concreto el 14 de febrero de 1990, en la que poco antes de su partido contra los entonces debu-tantes en la liga Orlando Magic un individuo se coló en el vestuario y se llevó su camiseta. Michael se vio utilizado a jugar ese parti-do con una camiseta sin nombre y con el dorsal número 12 que los de Chicago tenían de repuesto. El segundo es el 45, que utilizó cuando volvió al basket después de probar suerte en el baseball

todos los requisitos para hacer-lo: MVP en dos ocasiones vistien-do los colores de los Cavs (logró otras dos veces el galardón en Miami), seis veces All Star (otras cuatro con los Heat), máximo ano-tador total de la franquicia (tanto en regular season como en pla-yoffs), record de anotación en un partido con 56 puntos, tiros ano-

tados e intentados, tiros libres anotados e intentados, rebotes totales en playoffs, asistencias en playoffs, robos de balón... Con respecto a Anthony Davis, en tan solo su tercera temporada en New Orleans está promedian-do números de superestrella con medias de 24 puntos, 10,5 rebo-tes, 3 tapones, 1,6 asistencias y

NÚMEROS MÁGICOS. Arriba, a la izquierda, Clyde Drexler luciendo el 22 en sus dos equipos. A su lado, el mito neoyorkino Walt Frazier.Abajo, a la izquierda, Earl Monroe también con los Knicks y a su lado, Anthony Davis haciendo un mate. En la otra página, Jordan luciendo el 12 y el 45, LeBron en su vuelta a los Cavs y el duelo de dos mitos: Bird contra Magic.

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Parece que las leyendas del basket USA tienen cierta

inclinación por llevar en sus camisetas números capicúas

en un filial de los Chicago White Sox, los Birmingham Barons. El motivo no es otro que el que su número 23 había sido inmediata-mente retirado por los Bulls des-pués de su retirada, aunque sería descolgado poco tiempo después, al recibir Jordan permiso de la liga para seguir vistiendo su dorsal de siempre.

Y por fin, el ganador. El núme-ro más veces retirado en la NBA. Evidentemente, igual que en el caso del 33, es el número que han vestido algunas de las estre-llas más rutilantes del balonces-to, aunque ya incidiremos en esto en la segunda parte del reporta-je. And the winner is... el 32. Reti-rado en nueve ocasiones, por los Celtics (Kevin McHale), Nets (en honor al gran Julius Erving, el Dr. J), Lakers (ni más ni menos que a Magic Johnson), Bucks (por Brian Winters), Sixers (Billy Cunning-ham), Blazers (Bill Walton), Spurs (Sean Elliott), Sonics (Fred Brown) y Jazz (‘El Cartero’ Karl Malone).

Con respeto a este último, una anecdota: cuando fichó por los Lakers en 2003, la franquicia an-gelina le ofreció la posibilidad de usar el dorsal que ha había lle-vado durante toda su carrera en Utah, pero ‘the Mailman’ rechazó esta oferta como muestra de res-peto a Magic, decantándose por llevar el 11.

Hasta aquí el análisis basado en la cantidad. Pero, ¿y qué pasa con la calidad? Es indudable que un jugador tiene que ser muy bue-no para que una franquicia dé el paso de retirar definitivamente su dorsal, pero no lo es menos que, por importantes que hayan sido para sus franquicias, no pueden compararse a Fred Brown o Brian Winters con Larry Bird o Kareem Abdul-Jabbar. Por eso, en esta se-

El jugador que inspiró el logo de la NBA llevó durante toda su carrera uno de los números destacados en este reportaje

Howard, Chris Paul, Carmelo An-thony y Paul Pierce.

Veamos cómo queda la cosa: entre los dorsales utilizados solo por las más rutilantes estrellas del universo NBA, se produce de nuevo un empate en la tercera po-sición, entre los números 11 y 44, vestido cada uno por cinco juga-dores de esta lista de los mejo-res. El primero fue usado por Paul Arizin en los Philadelphia Warriors (en los años 50, antes de que se mudaran a San Francisco), Walt Frazier en los Cleveland Cavs (después de dejar los New York Knicks que acabarían retirando su número 10, como ya hemos visto antes), Elvin Hayes, que lo utilizó en los San Diego Rockets (ahora en Houston) y en los Baltimore/Capital/Washington Bullets, Karl Malone, que como ya vimos an-tes lo adoptó en su única tempo-rada laker y Isiah Thomas, que fue el único número que llevó a la espalda en sus exitosas trece temporadas al frente de los De-

troit Pistons doblemente campeo-nes entre los 80 y los 90 (los Bad Boys). Con respecto al 44, la lis-ta no desmerece en calidad: Dave Bing, que lo vistió en los Boston Celtics (después de haber llevado el 21 en Pistons y Bullets), Geor-ge Gervin, que lo hizo famoso en los San Antonio Spurs (además de llevarlo previamente en los Vir-ginia Squires de la ABA), el ya ci-tado Elvin Hayes, que lo llevó en los Rockets una vez mudados ya a Houston y, para finalizar, ni más ni menos que el mismísimo logo de la NBA: el mítico base de Los Angeles Lakers Jerry West.

En segunda posición, con seis mitos que lo han lucido en sus ca-misetas, el número 33. ¡Se ve que a las estrellas les gustan los ca-picúas! Del 33 ya hemos hablado

gunda parte del reportaje vamos a ver los dorsales que han lleva-do cada uno de los jugadores ele-gidos como los 50 mejores por la NBA en 1996, así como los que estarían en virtud de ser seleccio-nados en una futura ampliación de esta lista. Los nombres de los elegidos podéis encontrarlos en nba.com/history/features/nba-at-

50-players/index.html o en wikipe-dia buscando la entrada “Anexo: 50 mejores jugadores en la histo-ria de la NBA”. A este medio cen-tenar de mitos hemos añadido a los siguientes: Kobe Bryant, Le-Bron James, Tim Duncan, Steve Nash, Dirk Nowitzky, Allen Iver-son, Kevin Garnett, Kevin Durant, Jason Kidd, Dwyane Wade, Dwight

LEYENDAS Y LOGOTIPOS. Arriba, el tradicional beso que se daban Magic Johnson e Isiah Thomas antes de enfrentarse en la cancha. A la izquierda, Elvin Hayes con los Baltimore Bullets y George ‘The Iceman’ Gervin con los Spurs. A su lado, Jerry West y el movimiento que inspiró el logo de la NBA.

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en la parte correspondiente a los dorsales retirados, aunque añadi-remos aquí a modo de anécdota que el también citado Earl Mon-roe lo vistió durante la primera temporada que jugó en los dos equipos que acabaron retirando sus otros dorsales: el 10 y el 15. Curioso, ¿verdad? Las otras cinco leyendas que lo vistieron fueron Kareem, que lo lució tanto en los Bucks como en los Lakers, Larry Bird en Boston, Patrick Ewing en los Knicks y en su única tempora-da en Seattle (antes de retirarse vistiendo el 6 en Orlando), Scot-tie Pippen, que lo lució en los tres equipos en los que jugó (Chicago, Houston y Portland) y Shaquille O’Neal, quien lo llevó en su única temporada en Cleveland, ya en el ocaso de su carrera (jugaría toda-vía una temporada más, en Bos-ton vistiendo el 36).

Y el ganador, con hasta 10 jugadores de estos 64 mejores es... de nuevo el número 32, que queda así definitivamente coro-

nado como el rey de los dorsales NBA. Ya hemos citado antes a Bi-lly Cuningham, que además de los Sixers también lo lució en los Ca-rolina Cougars de la ABA, Julius Erving que lo llevó en los Virgina Squires y los New York Nets, Ear-vin ‘Magic’ Johnson en los Lakers del Showtime, Kevin McHale en sus eternos rivales, los Celtics; Bill Walton que lo lució en Port-land y en los Clippers (tanto en San Diego como en Los Angeles) antes de retirarse en Boston lle-vando el 5, y Karl Malone en los Jazz. A estos tenemos que aña-dir a Jerry Lucas, que lo lució en San Francisco Warriors y New York Knicks; Lenny Wilkens, que lo llevó en sus primeras tempora-das en los St. Louis Hawks (aho-ra en Atlanta); Shaquille O’Neal,

La lista de jugadores que han llevado el 32 es impresionante: Magic, Dr. J, Shaq, K. Malone,

Bill Walton... entre otros

que lo vistió en Orlando, Miami y Phoenix; Jason Kidd, que lo llevó también en Phoenix; y una sorpre-sa poco conocida: Charles Bar-kley, ‘El Gordo’, lo vistió durante la temporada 91/92 en honor a Magic Johnson, que acababa de anunciar su retirada debido a ha-ber contraído el VIH.

Para acabar el reportaje, una última anécdota para recalcar la importancia histórica de los dor-sales que hemos considerado

como los dos primeros de este curioso ránking: de los distintos números que llevaban en sus res-pectivos equipos de origen los integrantes del Dream Team, el mejor equipo de baloncesto de la historia, tan solo se repetían el 32 (llevado por Magic, Karl Malo-ne, Christtian Laettner y esa tem-porada, aunque de modo excep-cional, también por Barkley) y el 33 (por Larr y Bird, Pat Ewing y Scottie Pippen).

EL 32 MACHACA A SUS RIVALES. Y no me refiero sólo a esta foto de un joven Shaquille O’Neil ‘posterizando’ a Dennis Rodman. El número 32 es el ganador absoluto en cuanto a dorsales, siendo el retirado por más equipos y el vestido por más jugadores de leyenda. El 33 (que también vistió Shaq) queda en un honroso segundo puesto.

EL MÁS UTILIZADO POR LOS MÁS GRANDES. Arriba, Bill Cunningham y un joven y ‘hippie’ Bill Walton en Sixers y Blazers, respectivamente. Abajo, Charles Barkley durante la temporada 1991/92, en la que llevó el 32 en honor a Magic Johnson. A su lado, Karl Malone con sus dos compañeros inseparables en los Jazz: John Stockton y su dorsal. En la tercera foto, Julius Erving con los New York Mets, aún en la ABA.

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SEBASTIÁN ÁLVARO

JOSEPHINE

PEARY

La última película de Isabel Coixet (‘Nadie quiere la noche’) iniciará la 65ª edición del

festival de Berlín. En ella se recupera

a un personaje fascinante:

Josephine Peary.

EL POLO NORTEES UN ASUNTO DE FAMILIA

PELÍCULA

BIOGRÁFICA.

Estas tres

imágenes

corresponden

al rodaje de

la película

‘Nadie quiere

la noche’,

dirigida

por Isabel

Coixet (en

la fotografía

inferior).

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El festival de cine de Ber-lín iniciará dentro de unos

días su 65ª edición con la última película de Isabel Coixet, ‘Nadie quiere la noche’. Una buena noti-cia para nuestra vapuleada indus-tria cinematográfica —es la prime-ra vez que una película española inaugura este certamen interna-cional de primera magnitud— y también una oportunidad para re-cuperar a un personaje de la Edad heroica de la exploración polar tan poco conocido como fascinante: Josephine Peary.

Coixet la convierte en protago-nista de un duro viaje (que afron-tó realmente) más allá del Círcu-lo Polar Ártico al encuentro de su marido, el explorador norteameri-cano Robert Peary, para compar-tir los dos juntos el éxito de haber llegado al Polo Norte Geográfico, algo que Peary diría haber logrado el 6 de abril de 1909.

Desde luego, Jo, como la co-nocían familiarmente, se había ganado con creces compartir esa gloria. Cuando se casó con el te-niente de la marina Robert Peary, en 1888, ella ya era consciente de que también lo había hecho con el sueño que consumía a su marido: la conquista del Polo Norte Geográfico. Pero no lo vivió como una carga conyugal que ha-bía que soportar con resignación sino como una aventura en la que quería participar.

Y vaya si lo hizo. No dudó en acompañarlo en sus expedicio-nes preparatorias en el norte de Groenlandia. Como los demás

del pequeño grupo, aprendió a cazar, a vestirse con pieles, a ma-nejar trineos de perros y a sopor-tar los interminables meses de la noche invernal polar en la ba-hía McCormick. Con estas expe-diciones Peary pretendía sobre todo adquirir experiencia y cono-cimientos de los inuits, habitan-tes tradicionales de esas tierras polares, con los que afrontar el asalto a sus ansiados 90º Norte. Un aprendizaje nada fácil y que le costó la amputación de varios de-dos de los pies, pero aquellos co-nocimientos esquimales serían

Es la protagonista de un duro viaje (que hizo realmente) más

allá del Círculo Polar Ártico al encuentro de su marido

vitales —junto a la capacidad de sacrificio y su obstinación— para sobrevivir en el medio más hostil del planeta.

En la segunda de estas expe-diciones, Josephine Peary daría a luz a una niña, que la prensa se apresuró a llamar “the snow baby” (la niña de la nieve) y fue el título de la narración que la propia Josephine escribió del nacimiento de su hija en tan inhóspito lugar. También publicó un diario de sus experiencias en el Ártico que lo-graron bastante fama al tiempo que, ya de vuelta en EE.UU., ayu-

daba decididamente a su marido, año tras año, a encontrar patroci-nadores y apoyos para la empresa familiar en que se había conver-tido la conquista del Polo Norte. Para que por fin Robert Peary pu-diera escribir: “¡¡¡Al fin el Polo!!! El premio de tres siglos, mi sueño y ambición durante 23 años. Mío al fin... me pertenece a mí, y se aso-ciará a mi nombre generaciones después de que yo haya dejado de existir”.

A pesar de que Peary lo procla-mase a los cuatro vientos la polé-mica sobre ese triunfo surgió des-

Robert Peary aseguró que él fue el primero en pisar los 90º Norte... pero su compatriota Cook afirmó lo mismo

de aquel mismo instante, mucho más cuando su compatriota Cook reclamó también para sí ese ho-nor, —según él logrado un año an-tes— y ha continuado hasta hoy, en el que los mayores especialis-tas dudan que efectivamente Pea-ry pisase los 90º Norte. Además sus oscuros negocios con el Mu-seo de Historia Natural, los ma-nejos con la poderosa National Geographic para influir en el Con-greso de los EE.UU. y así ser de-clarado vencedor oficial del Polo y el trato a los esquimales, a los que trataba como seres inferiores

y a los que estuvo manipulando sin consideración en favor de sus fines, terminaron por dar una ima-gen del explorador norteamerica-no más cercana a la de un menti-roso racista sin escrúpulos. Una imagen poco heroica.

‘LA NIÑA DE

LA NIEVE’.

Josephine

Peary dio a

luz una niña

a la que la

prensa llamó

‘the snow

baby’ (la niña

de la nieve),

por haber

nacido en

un lugar tan

inhóspito.

EXPEDICIÓN

PEARY. Según

Robert Peary,

la expedición

que él

comandó

llegó al

Polo Norte

Geográfico

el 6 de abril

de 1909. Las

dudas siguen

hoy en día.

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