tema 1 de aristóteles: virtudes morales y virtudes intelectuales

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TEMA 1 de Aristóteles: Virtudes morales y virtudes intelectuales Aristóteles define la felicidad como la actividad del alma según la virtud; lo que significa que cualquier profundización en el concepto de “virtud” depende del ahondamiento del concepto de alma . Según Aristóteles, se distinguen tres “partes” o funciones en el alma, dos irracionales, es decir, el alma vegetativa y el alma sensitiva, y otra racional, el alma intelectiva. Y, como cada una de estas partes desarrolla su actividad peculiar, así también cada una tiene una virtud o excelencia especial; aunque la virtud humana es sólo aquella en la que interviene la actividad de la razón, por lo que Aristóteles se centra en ésta. El hombre es una sustancia compuesta de cuerpo y alma, por lo que junto a las tendencias apetitivas propias de su naturaleza animal, encontraremos tendencias intelectivas propias de su naturaleza racional. Habrá, pues, dos formas propias de comportamiento y, por lo tanto, dos tipos de virtudes: las virtudes éticas o morales (propias de la parte apetitiva y volitiva de la naturaleza humana, en concreto, del alma sensitiva, que han de controlarse racionalmente), fruto de la costumbre o hábito; y las virtudes dianoéticas o intelectuales (propias de la diánoia, del pensamiento, de las funciones intelectivas del alma, la razón teórica y la razón práctica), fruto de la educación. Las virtudes éticas están relacionadas con la manera de actuar en el mundo, controlando nuestras pasiones y nuestros deseos. El ser humano actuará correctamente y será virtuoso si sus deseos y costumbres se encuentran dentro de lo racional, una racionalidad que en cada circunstancia escoge según un término medio óptimo entre dos extremos de conducta, ambos negativos (uno por exceso y el otro por defecto). Las virtudes éticas se derivan en nosotros de la costumbre : el hombre es potencialmente capaz de formarlas y, mediante el ejercicio, traduce esa potencialidad en actualidad. Por tanto, realizando gradualmente actos justos, nos volvemos justos, es decir, adquirimos la virtud de la justicia, que permanece en nosotros de forma estable, como un hábito. Ante la variedad de factores y circunstancias, y de la imposibilidad de dictar reglas para cada momento o reglas generales que sean válidas en cualquier situación, la pauta ética más adecuada es buscar siempre el término medio, la moderación en todos los aspectos del comportamiento. Cuando me pregunto qué he de hacer, la respuesta es “evitar tanto el exceso como el defecto”. Por ejemplo, una persona poseerá la virtud de la valentía si su comportamiento es un término medio entre la cobardía y la temeridad. Continúa Aristóteles con el mismo razonamiento aplicado a las restantes virtudes éticas: la templanza (dominio de uno mismo) es el “justo medio” entre el libertinaje y la insensibilidad, la liberalidad (distribuir alguien generosamente sus bienes sin esperar recompensa, generosidad) es el “justo medio” entre la avaricia y la prodigalidad (gastar excesivamente), y así sucesivamente con el resto de virtudes (amabilidad, veracidad, buen humor, etc…). Entre todas las virtudes morales, el Estagirita señala la justicia como la más importante. En sentido general, es el respeto a la ley del Estado, y como esta ley abarca toda la vida moral (en el Estado griego), la justicia comprende toda la virtud. En sentido específico, la justicia es la repartición de los bienes, de los beneficios, de las ventajas; consiste, por tanto, en la justa medida con la que se reparten los beneficios, las ventajas y las ganancias, o los males y desventajas. Constituye una posición media porque es la característica del justo medio, mientras la injusticia lo es de los extremos. Aristóteles es consciente de que este término medio dependerá de cada caso y de cada situación, por lo que considera que sólo la prudencia y la razón de cada uno garantizan la elección correcta del término medio. Por encima de las virtudes éticas se encuentran las virtudes características de la parte más elevada del alma, el alma racional: son las virtudes dianoéticas o intelectuales. Aristóteles distingue, dentro del alma racional, entre una racionalidad epistémica o teórica (que conoce las cosas necesarias e inmutables) y una racionalidad práctica (que conoce las

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TEMA 1 de Aristóteles: Virtudes morales y virtudes intelectuales

Aristóteles define la felicidad como la actividad del alma según la virtud; lo que significa que cualquier profundización en el concepto de “virtud” depende del ahondamiento del concepto de alma. Según Aristóteles, se distinguen tres “partes” o funciones en el alma, dos irracionales, es decir, el alma vegetativa y el alma sensitiva, y otra racional, el alma intelectiva. Y, como cada una de estas partes desarrolla su actividad peculiar, así también cada una tiene una virtud o excelencia especial; aunque la virtud humana es sólo aquella en la que interviene la actividad de la razón, por lo que Aristóteles se centra en ésta.

El hombre es una sustancia compuesta de cuerpo y alma, por lo que junto a las tendencias apetitivas propias de su naturaleza animal, encontraremos tendencias intelectivas propias de su naturaleza racional. Habrá, pues, dos formas propias de comportamiento y, por lo tanto, dos tipos de virtudes: las virtudes éticas o morales (propias de la parte apetitiva y volitiva de la naturaleza humana, en concreto, del alma sensitiva, que han de controlarse racionalmente), fruto de la costumbre o hábito; y las virtudes dianoéticas o intelectuales (propias de la diánoia, del pensamiento, de las funciones intelectivas del alma, la razón teórica y la razón práctica), fruto de la educación.

Las virtudes éticas están relacionadas con la manera de actuar en el mundo, controlando nuestras pasiones y nuestros deseos. El ser humano actuará correctamente y será virtuoso si sus deseos y costumbres se encuentran dentro de lo racional, una racionalidad que en cada circunstancia escoge según un término medio óptimo entre dos extremos de conducta, ambos negativos (uno por exceso y el otro por defecto). Las virtudes éticas se derivan en nosotros de la costumbre: el hombre es potencialmente capaz de formarlas y, mediante el ejercicio, traduce esa potencialidad en actualidad. Por tanto, realizando gradualmente actos justos, nos volvemos justos, es decir, adquirimos la virtud de la justicia, que permanece en nosotros de forma estable, como un hábito. Ante la variedad de factores y circunstancias, y de la imposibilidad de dictar reglas para cada momento o reglas generales que sean válidas en cualquier situación, la pauta ética más adecuada es buscar siempre el término medio, la moderación en todos los aspectos del comportamiento. Cuando me pregunto qué he de hacer, la respuesta es “evitar tanto el exceso como el defecto”.

Por ejemplo, una persona poseerá la virtud de la valentía si su comportamiento es un término medio entre la cobardía y la temeridad. Continúa Aristóteles con el mismo razonamiento aplicado a las restantes virtudes éticas: la templanza (dominio de uno mismo) es el “justo medio” entre el libertinaje y la insensibilidad, la liberalidad (distribuir alguien generosamente sus bienes sin esperar recompensa, generosidad) es el “justo medio” entre la avaricia y la prodigalidad (gastar excesivamente), y así sucesivamente con el resto de virtudes (amabilidad, veracidad, buen humor, etc…).

Entre todas las virtudes morales, el Estagirita señala la justicia como la más importante. En sentido general, es el respeto a la ley del Estado, y como esta ley abarca toda la vida moral (en el Estado griego), la justicia comprende toda la virtud. En sentido específico, la justicia es la repartición de los bienes, de los beneficios, de las ventajas; consiste, por tanto, en la justa medida con la que se reparten los beneficios, las ventajas y las ganancias, o los males y desventajas. Constituye una posición media porque es la característica del justo medio, mientras la injusticia lo es de los extremos.

Aristóteles es consciente de que este término medio dependerá de cada caso y de cada situación, por lo que considera que sólo la prudencia y la razón de cada uno garantizan la elección correcta del término medio.

Por encima de las virtudes éticas se encuentran las virtudes características de la parte más elevada del alma, el alma racional: son las virtudes dianoéticas o intelectuales. Aristóteles distingue, dentro del alma racional, entre una racionalidad epistémica o teórica (que conoce las cosas necesarias e inmutables) y una racionalidad práctica (que conoce las

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cosas contingentes y variables), sustrayendo lo práctico-moral del dominio de la teoría. Esto supone distinguir, además, en el ámbito de la racionalidad práctica entre la “racionalidad de la producción”, propia de la técnica, y la “racionalidad de la acción”, característica del saber moral.

Cinco son, tal como se exponen en el libro VI de la Ética Nicomáquea, al que pertenece el fragmento que estamos comentando, las virtudes intelectuales o dianoéticas, es decir, las disposiciones por las que el alma puede disponer de la verdad (tanto práctica como teórica): arte o técnica (téchne), ciencia (epistéme), sabiduría moral o prudencia (phrónesis), intelección (nôus) y sabiduría (sophía). Se desarrollan con la educación, por lo que exigen experiencia reflexiva y tiempo.

La téchne es la “capacidad para producir o fabricar algo”, hacer (póiesis) una obra (ergón), fue llamada ars por Cicerón. Pero no indica el arte del artista, sino una aptitud para producir, una disposición productiva acompañada de razón verdadera. Es el oficio mediante el cual se transforma una realidad natural en un producto artificial. Se trata de un saber que presupone el conocimiento de la naturaleza sobre la que se trabaja, por lo que Aristóteles la emparenta con la episteme y la diferencia del saber moral. El artesano (technítes), el técnico (experto) sabe por qué hace las cosas, por eso puede enseñarlas y su saber es universal (y no particular como el de la experiencia).

Epistéme, la ciencia, es un saber deductivo (sigue el método o el camino de la lógica), en la medida en la que presupone la validez de unos supuestos o principios, que son captados mediante el nôus. Todo lo que sea objeto de la ciencia es necesario, eterno, ingénito e indestructible, enseñable y capaz de ser aprendido. La ciencia es un modo de ser demostrativo que conoce sus principios; unas proceden por inducción y otras por silogismo.

El nôus, la actividad del intelecto, parte superior del alma, es el encargado de acceder a los “principios de lo demostrable y de toda ciencia”, es decir, mediante la intelección conocemos los primeros principios (arjai), que son los supuestos de la ciencia. Estos principios de la ciencia no pueden ser ni arte, ni ciencia, ni prudencia, porque lo científico es demostrable y el arte y la prudencia son contingentes (pueden ser de otra manera).

Sophía, la sabiduría, es la más excelsa (elevada) de las virtudes dianoéticas. El sabio no sólo debe conocer lo que sigue de los principios, sino los principios mismos, por lo que la sabiduría es, afirma Aristóteles, intelecto y ciencia. Como figura de sabios cita a Anaxágoras y Tales, porque saben cosas grandes, admirables, difíciles y divinas, pero inútiles, porque no buscan los bienes humanos. La sabiduría es la más exacta de las ciencias, es el hábito de captar la verdad, considerando lo que está por encima del hombre, y representa el nivel más elevado de virtud. Aristóteles la identifica con la verdadera felicidad.

Si el arte es la virtud propia de la racionalidad de la producción (uso práctico de la razón), y la ciencia, la intelección y su unión en la sabiduría conforman las virtudes de la racionalidad teórica, la prudencia será la virtud de la racionalidad de la acción (la otra de las vertientes de la razón práctica). Es la sabiduría práctica, una actividad (praxis) cuyo objeto es el bien (agathon) y el mal (kakón). El hombre prudente es aquel que es capaz de deliberar rectamente no sólo sobre lo que es bueno para él mismo, sino para vivir bien en general. La prudencia no es ni ciencia ni arte, sino que es una virtud, una cualidad propia de administradores y políticos. Es fruto de la experiencia y es una virtud fundamental de la vida moral, porque sin ella no podremos adquirir las virtudes morales. Aplicada a las distintas facetas de la vida, privada y pública, del hombre, tenemos distintos tipos de prudencia (individual, familiar, política).

Podemos concluir, entonces, que el Estagirita hace residir en la theoría, en la actividad contemplativa, la felicidad perfecta, el punto culminante de la actividad humana excelente, pues el intelecto es lo más elevado que hay en nosotros.