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CAPÍTULO 4 FUNDAMENTOS PRÁCTICOS DE LA PSICOLOGÍA MODERNA Puede entenderse la institucionalización de la psicología a finales del siglo XIX como un fenómeno que consistió en proyectar el discurso cientí- fico sobre ciertas prácticas o técnicas que ya existían en diferentes ámbitos culturales. La ciencia les proporcionaba un aura de respetabilidad y permi- tía que se encargara de ellas un nuevo grupo social compuesto por exper- tos. Las cátedras, los laboratorios o los posteriores colegios profesionales pasaron a ocuparse de las teorías acerca de la naturaleza humana y sus aplicaciones. Los psicólogos empezaron a desplazar a los curas, moralistas, maestros, consejeros espirituales y amigos. Sus opiniones e intervenciones especializadas comenzaron a colonizar todos los ámbitos de la vida, desde la crianza de los niños hasta la asistencia a personas mayores, pasando por las relaciones de pareja, la reclusión penitenciaria, la educación, el trabajo, la organización industrial, el comercio, la política, el deporte, los proble- mas personales, etc. Por supuesto, la psicología científica también incluía prácticas: no cons- tituyó una simple cobertura retórica de las que ya existían, sino que las transformó y además generó otras nuevas. Y tampoco es que la psicología fuera una mera consecuencia histórica de las prácticas que la precedieron. Más bien se desarrolló en el mismo caldo de cultivo que algunas de éstas y se mezcló con ellas. Fruto de esa mezcla fueron una serie de transformacio- nes mutuas que han desembocado en la situación actual. En este tema vamos a referirnos brevemente a algunas prácticas psi- cológicas que había antes de que la psicología se institucionalizara como ciencia. Las denominamos técnicas o prácticas de subjetivación porque calificarlas de psicológicas es un tanto anacrónico, ya que la psicología co- mo tal no existía antes del siglo XIX. Eran procedimientos para regular la actividad propia y ajena, a veces muy sistematizados. Y decimos que eran de subjetivación porque operaban sobre uno mismo como sujeto o sobre los demás, contribuyendo a conformar subjetividades, es decir, formas de vida y maneras de pensar y sentir. Así pues, las prácticas de subjetivación 1

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psicologia moderna

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  • Captulo 4fundamentos prcticos

    de la psicologa moderna

    Puede entenderse la institucionalizacin de la psicologa a finales del siglo XIX como un fenmeno que consisti en proyectar el discurso cient-fico sobre ciertas prcticas o tcnicas que ya existan en diferentes mbitos culturales. La ciencia les proporcionaba un aura de respetabilidad y permi-ta que se encargara de ellas un nuevo grupo social compuesto por exper-tos. Las ctedras, los laboratorios o los posteriores colegios profesionales pasaron a ocuparse de las teoras acerca de la naturaleza humana y sus aplicaciones. Los psiclogos empezaron a desplazar a los curas, moralistas, maestros, consejeros espirituales y amigos. Sus opiniones e intervenciones especializadas comenzaron a colonizar todos los mbitos de la vida, desde la crianza de los nios hasta la asistencia a personas mayores, pasando por las relaciones de pareja, la reclusin penitenciaria, la educacin, el trabajo, la organizacin industrial, el comercio, la poltica, el deporte, los proble-mas personales, etc.

    Por supuesto, la psicologa cientfica tambin inclua prcticas: no cons-tituy una simple cobertura retrica de las que ya existan, sino que las transform y adems gener otras nuevas. Y tampoco es que la psicologa fuera una mera consecuencia histrica de las prcticas que la precedieron. Ms bien se desarroll en el mismo caldo de cultivo que algunas de stas y se mezcl con ellas. Fruto de esa mezcla fueron una serie de transformacio-nes mutuas que han desembocado en la situacin actual.

    En este tema vamos a referirnos brevemente a algunas prcticas psi-colgicas que haba antes de que la psicologa se institucionalizara como ciencia. Las denominamos tcnicas o prcticas de subjetivacin porque calificarlas de psicolgicas es un tanto anacrnico, ya que la psicologa co-mo tal no exista antes del siglo XIX. Eran procedimientos para regular la actividad propia y ajena, a veces muy sistematizados. Y decimos que eran de subjetivacin porque operaban sobre uno mismo como sujeto o sobre los dems, contribuyendo a conformar subjetividades, es decir, formas de vida y maneras de pensar y sentir. As pues, las prcticas de subjetivacin

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  • 2Historia de la psiCologa

    se aplican sobre los sujetos pero al mismo tiempo los producen, dado que influyen en sus emociones, creencias, valores y conductas. Por lo dems, la psicologa actual puede contemplarse como un gran repertorio de prcticas de subjetivacin e incluso como una gran tcnica de subjetivacin ella mis-ma, al menos en el mundo occidental (lo cual no significa que no conviva con viejas tcnicas como la confesin o los diarios ntimos.1

    Si bien hemos organizado este tema en cuatro epgrafes por motivos didcticos, ha de tenerse en cuenta que algunas de las prcticas tratadas podran incluirse e uno u otro segn la perspectiva desde la que se aborden. Por ejemplo, la confesin era una tecnologa del yo, ya que comportaba el trabajo de uno mismo sobre su propia conciencia, pero tambin era una tcnica de control colectivo, ya que vehiculaba el poder social de la Iglesia.

    ADIESTRAMIENTO, CRIANZA Y EDUCACIN

    Las prcticas de control del comportamiento propio y ajeno no son pa-trimonio exclusivo de los humanos. Desde luego, slo en el caso humano se dan en forma de tcnicas de subjetivacin, porque stas exigen un gra-do de sistematizacin imposible sin lenguaje articulado, el cual permite que se hagan explcitos los procedimientos empleados y adems les aade justificaciones tericas de carcter mitolgico, religioso o cientfico. Sin embargo, muchas especies de animales poseen pautas de comportamien-to colectivo regulares que les exigen ciertos niveles de autocontrol y un control preciso del comportamiento de los congneres y de individuos de otras especies.

    1 En las historias de la psicologa no ha sido habitual referirse a las prcticas de subjetivacin, quiz debido a cierta conciencia gremial segn la cual se da por supuesto que la psicologa es una ciencia con un objeto definido y, por tanto, ha cortado definitivamente sus lazos con la filosofa y con prcticas precientficas. Algunas excepciones han sido las de J.R. Kantor (1969) y David B. Klein (1970). Estos autores, a pesar de mostrar dicha conciencia gremial, se mostraban sensibles a la idea de que las ciencias proceden de tcnicas que las preceden. La idea del origen tcnico de las ciencias ha tenido cierta importancia historiogrfica. Vere G. Childe (1936), Benjamin Farrington (1947, 1969) o Mario Vegetti (1981) fueron historiadores de la ciencia que la aplicaron a sus investigaciones sobre la gnesis de las matemticas, la geometra, la biologa y la medicina. Por otro lado, Stanley W. Jackson (1999) ha publicado un libro acerca de la historia de la terapia psicolgica en donde se retrotrae hasta la an-tigua Grecia y explica prcticas precientficas como la confesin o las tcnicas de auto-observacin de algunos filsofos.

  • 3Fundamentos prCtiCos de la psiCologa moderna

    Tcnicas animales

    La organizacin jerrquica de las manadas de mamferos depende de que cada miembro del grupo conozca su posicin dentro del mismo y la de los dems. Si su comportamiento no se ajusta a la posicin que ocupa, probablemente estallar un conflicto, que a su vez se resolver conforme a ciertas pautas establecidas (rituales de apaciguamiento, por ejemplo, como cuando un lobo se tumba de espaldas o un perro agacha la cabeza). Por consiguiente, cada individuo debe inhibir sus impulsos y cambiar su conducta segn con quin est interactuando. En especies acusadamente sociales, como las de los simios, ello incluye prever las consecuencias de la propia conducta sobre la ajena y las intenciones de los dems cuando se dirigen a uno.

    La caza cooperativa, tpica en especies como los leones o los chimpan-cs, constituye un excelente ejemplo de prctica en la cual se pone en juego la coordinacin entre el comportamiento de uno mismo y el de los dems (hay ejemplos en Goodall, 1971). Por descontado, entre el comportamiento de los dems hay que incluir el de las presas, cuyas costumbres y habilida-des han de conocerse muy bien para que la caza tenga xito. Las tcnicas de acercamiento, acecho y ataque son a veces enormemente complejas.

    Otro mbito en el que se ponen en prctica formas de coordinacin pau-tada entre la conducta propia y la del otro es la transmisin de destrezas de una generacin a otra. Aunque obviamente no hay entre los animales un aprendizaje explcito, mediado por el lenguaje, s hay fenmenos de imitacin activa y guiada por adultos, relacionada con la adquisicin de habilidades de obtencin de alimento (Waal, 2001). Un ejemplo, observado en algunos grupos de chimpancs, es la actividad de cascar nueces. Hay adultos que ensean a hacerlo a las cras moviendo los brazos de stas y corrigindoles errores.

    Tcnicas humanas

    En las sociedades agrarias y cazadoras-recolectoras, ha habido (y hay) destrezas de crianza y observacin de animales de otras especies. La crianza, ligada a la ganadera, exige conocimientos precisos sobre los ritmos de ma-duracin de los animales, sus capacidades, sus necesidades y sus tendencias

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    de comportamiento. Los ganaderos practicaban tradicionalmente (y an lo hacen) una suerte de psicologa comparada informal (Despret y Porcher, 2007). De hecho, algunos de los datos que aparecan en las obras de Darwin y los primeros psiclogos comparados procedan de gente del campo.

    La observacin del comportamiento de los animales es imprescindible para actividades tan importantes como la caza. Desde tiempos remotos, pescadores y cazadores posean conocimientos prcticos sobre las costum-bres de las diferentes especies, sus hbitats, sus capacidades sensoriales y su inteligencia (en qu clase de trampas caen, cmo reaccionan ante un ataque). De hecho, desde al menos la Grecia clsica (s. V a. C.) existieron tratados de caza, pesca y agricultura en los que se recogan ese tipo de conocimientos, que a su vez filsofos como Aristteles (384-322 a. C.) in-corporaban a sus obras ms tericas sobre la naturaleza. Adems, el adiestramiento de los perros de caza exiga conocer muy bien sus tenden-cias psicolgicas y las reglas a que obedece su aprendizaje, es decir, qu cosas se les pueden ensear y cmo.

    En general, la domesticacin y el adiestramiento de animales constitua una fuente de datos sobre su comportamiento que confluy en la psicologa comparada del siglo XIX. Prcticas como la colombofilia, la colombicultura, la equitacin y la cetrera estaban sistematizadas en manuales didcticos. Se publicaban manuales de equitacin desde la poca de la Grecia clsica. En cuanto a la cetrera, constituy un deporte muy extendido entre la no-bleza medieval europea, que dej tambin numerosos tratados. En estos escritos y en los dedicados a la cra y entrenamiento de palomas podemos observar principios de aprendizaje que la psicologa animal del siglo XX teorizara en trminos de condicionamiento. Por otra parte, el conocimien-to prctico del comportamiento animal ha servido a lo largo de la historia como espejo del comportamiento humano: los animales servan como mo-delos e inspiraban comparaciones (as, al zorro se le atribuye astucia y de una persona sagaz se dice que es astuta como un zorro).

    Por ltimo, y circunscribindonos ya enteramente a nuestra especie, el control del comportamiento de los nios constituy a lo largo de la historia una fuente inagotable de conocimiento prctico sobre su psicologa. Antes de la psicologa evolutiva y la psicologa educativa contemporneas, exista toda una tradicin de psicologa del desarrollo informal que en algunos ca-sos alcanzaba un alto grado de elaboracin. De hecho, se publicaron nume-

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    rosos manuales sobre la crianza de los nios pequeos y lo que se llamaba educacin del carcter infantil en la Europa de la segunta mitad del siglo XIX y el primer tercio del XX. Las tcnicas de subjetivacin que aparecan en los manuales de crianza pretendan ensear a los padres cmo lograr que el recin nacido tuviera el comportamiento adecuado respecto a los ritmos de sueo, la alimentacin, el llanto o la asimilacin de rutinas bsicas. Las tcnicas ofrecidas por los libros sobre educacin del carcter buscaban en-sear a los padres cmo tratar a los nios y nias para que llegaran a ser unos sujetos ajustados al modelo socialmente deseable. Se buscaba que el recin nacido se conviertiera en un adulto competente de acuerdo con los criterios del grupo al que perteneca. A tal fin se ofrecan consejos y proce-dimientos relativos a cuestiones como la necesidad de que los nios estuvie-ran expuestos a buenos ejemplos, el uso de las recompensas y los castigos o la manera de atajar la desobediencia, los miedos y el hbito de mentir. Dentro de un momento veremos que haba tambin manuales de urbanidad y buenas maneras que profundizaban en esa educacin del carcter.

    TECNOLOGAS DEL YO

    El filsofo francs Michel Foucault (1926-1984) fue uno de los autores ms preocupados por rastrear las prcticas de subjetivacin a lo largo de la historia. Para l representaban formas de interiorizar relaciones de poder y, al mismo tiempo, resistirse a ellas a travs del ejercicio de determinadas maneras de vivir. Una clase de prcticas de subjetivacin que investig con particular inters fueron las prcticas de s o tecnologas del yo, que defina como tcnicas que permiten a los individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto nmero de operaciones sobre su cuerpo y su alma, pensamientos, conducta, o cualquier forma de ser, obte-niendo as una transformacin de s mismos con el fin de alcanzar cierto estado de felicidad, pureza, sabidura o inmortalidad (Foucault, 1988, p. 48). As pues, las tecnologas del yo son prcticas de subjetivacin que uno aplica sobre s mismo.

    A lo largo de toda la historia del pensamiento occidental y de modo palmario en el caso del oriental hubo siempre tendencias que subrayaban que la propia filosofa es en s misma una tecnologa del yo, es decir, un modo de cuidarse a s mismo y vivir una vida buena (Hadot, 2001). A ve-

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    ces esas tendencias se plasmaron en textos prcticos sobre la mejor forma de conducirse en los distintos mbitos de la vida. Por ejemplo, el alemn Arthur Schopenhauer (1788-1960) escribi una serie de tratados sobre te-mas como el arte de hacerse respetar, el arte de tratar con las mujeres, el arte de envejecer, el arte de conocerse a s mismo, etc. (una muestra en: Schopenhauer, c. 1828, 2006). La tradicin de la filosofa prctica no ha perdido vigencia (Onfray, 1993; Sloterdijk, 2009). En cierto modo, es una alternativa al recurso a la psicologa entendida como repertorio de protoco-los para solucionar problemas vitales, derivada de una disciplina cientfica apadrinada por expertos y aplicada igual que se aplican los remedios mdi-cos a las enfermedades fsicas.

    A continuacin nos referiremos a tres tipos de tecnologas del yo que no pertenecan estrictamente a la tradicin filosfica, sino a dominios cultura-les cuyas vicisitudes histricas fueron ms complejas.

    La mnemotecnia

    La mnemotecnia o arte de la memoria existi desde al menos los prime-ros siglos de nuestra era. Proceda de la retrica clsica era una estrategia de recuerdo del discurso y fue muy popular en la Europa renacentista, o sea, durante los siglos XV y XVI. En la Roma antigua, en torno al siglo II d. C., tambin estuvo ligada al examen de conciencia, que a la sazn no tena connotaciones religiosas, sino que consista en recordar lo que uno haba hecho a lo largo del da, a menudo para comprobar si haba sido lo correcto. En ocasiones se contaba por carta el resultado del examen a un amigo, lo que constitua un modo de gestionar conjuntamente la propia vida en el da a da. En aquella poca, adems, la amistad masculina entre las clases sociales cultivadas albergaba componentes homosexuales, que in-fluyeron en la creacin de los primeros monasterios cristianos, donde naci la confesin de los pecados.

    La mnemotecnia era una manera de administrar las propias capaci-dades cognitivas, por as decirlo. En el Renacimiento, algunos llegaron a considerarla casi mgica, porque segn ellos proporcionaba habilidades de recuerdo prodigiosas. De hecho, a veces se vinculaba a la magia y a la cbala, una doctrina esotrica surgida en la Edad Media y relacionada con el judasmo. En ocasiones se narraban hazaas memorsticas tan increbles

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    como intiles, entre las que figuraba la de un muchacho capaz de recitar hacia delante y hacia atrs una lista de ms de 30.000 palabras en diferen-tes idiomas.

    El mtodo mnemotcnico ms conocido era el de los lugares, que an hoy se utiliza. Consiste en asociar a un lugar fsico cada elemento que se desea recordar. A menudo se empleaban tambin metforas prcticas a travs de las cuales visualizar o estructurar los procedimientos de recuerdo. Por ejemplo, se hablaba de los palacios de la memoria o el teatro de la memoria, mtodos que constituan una sofisticacin del de los lugares. Exigan la construccin imaginaria o no tan imaginaria, pues uno se poda ayudar de dibujos de estancias arquitectnicas en las cuales ir dis-tribuyendo los objetos a recordar segn niveles y categoras.

    A lo largo de la historia, y ms all del mbito de la menotecnia, fueron variadas las metforas empleadas para referirse a la memoria: la cera en la que se plasmaban huellas, la piazarra en la que se escriba, el cristal ahumado en el que se grababan sonidos para el fongrafo, la cmara os-cura del olvido... (Draaisma, 1995). En ltima instancia, lo que hara la psicologa cientfica sera recurrir a otro tipo de metforas, expresadas en lenguaje cientfico, para explicar el funcionamiento de la memoria hu-mana. Una de las ltimas es la del ordenador, que como veremos ms adelante ha usado ampliamente la psicologa cognitiva contempornea. Segn ella, la memoria almacena informacin igual que el ordenador al-macena datos.

    La confesin

    La confesin cristiana ha sido una de las tecnologas del yo ms impor-tantes histricamente y ms relevantes para entender el origen histrico y cultural de la psicoterapia. Aunque tena sus races en prcticas antiguas vinculadas a la relacin maestro-discpulo dentro de las escuelas filosficas y los monasterios (sobre todo en los primeros siglos de nuestra era), la con-fesin moderna adquiri la forma con que ha llegado a la actualidad en el siglo XIII, cuando se convirti en confesin auricular privada (el sacerdote escucha en al pecador sin la presencia de terceras personas) y la Iglesia de-cidi que todos sus fieles deban someterse obligatoriamente a ella al menos una vez al ao.

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    Entre los siglos XVI y XIX se publicaron en la Europa catlica numerosos manuales de confesores, en los que se ofrecan todo tipo de consejos y tc-nicas para llevar a cabo con xito el sacramento de la confesin, cuya prc-tica alcanzaba grados de sofisticacin tan altos que era objeto de intensos debates teolgico-morales en los que se discuta cules eran los requisitos para obtener el perdn de los pecados y hasta qu punto era conveniente ser riguroso a la hora de exigir esos requisitos y aplicar la penitencia. El confesor actuaba como un autntico psiclogo avant la letre, porque deba hacer a su interlocutor las preguntas necesarias para que ste vaciase su alma, es decir, le confesara todos sus pecados y con todo lujo de detalles. Ahora bien, el sacerdote no poda reprobar abiertamente la conducta del pecador. Tena que hacerlo con mucha mano izquierda y benevolencia paternal. Si adoptaba una actitud censora o se escandalizaba, ello poda inhibir al pecador e impedir que su alma se vaciara del todo. Por su parte, el pecador no slo tena que rendir cuentas detalladas de sus malas acciones enumerndolas e indicando su frecuencia, sino que tena que escrutarse a s mismo: era preceptivo que examinara su conciencia en busca de signos de culpa, tentaciones o pensamientos pecaminosos.2 Adems, aparte de aprender a autoobservarse metdicamente y con rigor moral, el pecador tena que aprender a gestionar sus emociones ante el confesor venciendo la vergenza que le asaltaba al referirle cierta clase de pecados. El secreto de confesin intentaba paliar esa vergenza.

    Los manuales de confesores contenan, como hemos dicho, consejos y tcnicas para sortear esos escollos y llevar la ceremonia de la confesin a buen trmino, lo que traa como consecuencia dejar a cero el marcador de los pecados, por as decir, y compensar las malas acciones con una pe-nitencia proporcional a ellas. La mayor parte de las tcnicas se referan a la manera de interrogar a los fieles lo que inclua un cuidado exquisito del lenguaje no verbal y a la administracin de penitencias que no slo

    2 No todo el mundo era capaz de semejante finura psicolgica. Slo a las personas cultas una exigua minora les resultaba fcil realizar el examen de conciencia, entre otras cosas porque su lxico psicolgico era ms rico. De hecho, podemos aventurar la hiptesis de que la extensin de la confesin como forma de control social favoreci a su vez un cierto enriquecimiento y sofisticacin del lenguaje psicolgico, algo que se acabara difundiendo entre amplias capas sociales. Por lo dems, esa sofistica-cin lingstica no era un simple aadido a las vivencias de la gente, que permitiera describir mejor los estados mentales y emocionales, sino que generaba nuevas y ms complejas formas de experimentarse a s mismo, es decir, nuevas capacidades psicolgicas.

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    fueran proporcionadas, sino que tuvieran sentido teraputico. Algunas de esas tcnicas eran sorprendentemente similares a las que en el siglo XX empleara la psicoterapia. Por ejemplo, los confesores conminaban a los fieles a que rezasen, evitaran las tentaciones y recordaran peridicamente los mandatos de Dios. A un psiclogo actual no le resultara difcil reco-nocer en ello procedimientos de desvo atencional (rezar es incompatible con tener malos pensamientos porque exige concentrarse en la oracin), discusin cognitiva y autoinstrucciones (recordar los mandatos divinos equivale a fortalecer las conductas deseadas y debilitar las indeseables) o autoregulacin de la exposicin a estmulos (evitando la ocasin se evita la tentacin).

    Como fenmeno cultural, la confesin fue fundamental para la consti-tucin histrica del sujeto psicolgico moderno, que sera el mismo que la psicoterapia incorporara a sus propias prcticas. La mayora de las psico-terapias potenciaran lo que la confesin haba generado: individuos capa-ces de observarse a s mismos de una forma cuidadosa, sistemtica y orde-nada.3 Ahora bien, esa continuidad entre la confesin y la psicoterapia ha ido acompaada de una discontinuidad evidente que se pone de manifiesto en el hecho de que la psicologa actual ya no toma como referencia al menos expresamente valores religiosos, sino que su marco de referencia es una concepcin cientfica de la naturaleza humana.

    La escritura autobiogrfica

    La escritura es un instrumento idneo para las prcticas de subjeti-vacin, porque permite estructurar el comportamiento plasmndolo me-diante cdigos que uno mismo y otros pueden descifrar. As, en la antigua Roma el gnero epistolar constituy una tecnologa del yo muy utilizada. Los filsofos estoicos romanos se carteaban haciendo balance de sus acti-vidades diarias. Sus cartas eran tambin una forma de cultivar la amistad,

    3 Por supuesto, eso supona algn grado de interiorizacin de las normas sociales dominantes. Los telogos distinguan entre el arrepentimiento por atricin y por contricin. El primero se basaba simplemente en el temor al castigo divino. El segundo, que era el verdadero arrepentimiento, se basaba en haberse dado cuenta de que uno haba obrado mal y senta pesar por ello. La contricin, por tanto, equivala a una interiorizacin de los valores repecto a los cuales se defina lo que era o no pecaminoso. De ah, obviamente, el sentimiento de culpa.

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    cuya funcin teraputica se pona de manifiesto en muchos casos. Por su parte, la escritura autobiogrfica se propag desde la Baja Edad Media como medio para realizar confesiones pblicas (Gurevich, 1994). Mucho ms tarde, en los siglos XVII y XVIII, los diarios y las autobiografas se ex-tendieron entre las clases cultas de los pases protestantes, sobre todo en ambientes calvinistas y puritanos, tal vez porque respondan a la obsesin por escrutar la conciencia tpica de esas tendencias religiosas. Finalmente, el diario ntimo fue una especie de subgnero de la autobiografa que se hizo muy popular en el siglo XIX (entre quienes saban leer y escribir, claro est). Una de sus caractersticas es que, en principio, se escriba para uno mismo, casi como un modo de guardar un secreto en un lugar fsico (las pginas del diario) a fin de que no se olvidara. Sin embargo, el hecho de que se escribiera implicaba que el autor era a la vez el lector. Por tanto, se desdoblaba, se converta en otro. Uno se converta a s mismo en un objeto y se vea como tal. De ah la potencia de este tipo de escritura como tcnica de subjetivacin: permita objetivar la propia vida y, con ello, gestionarla.

    En realidad, los diarios no eran un mero reflejo expresivo de las vicisi-tudes vitales de sus autores, sino parte integral de stas. No se limitaban a reflejar la vida, sino que la transformaban. Adems, pese a que buscaban la autenticidad, los diarios recurran a tpicos y frmulas retricas esta-blecidas. Como sealamos al principio, esto es algo que ocurre con todas las prcticas de subjetivacin: por definicin, todas sirven para objetivarse y transformarse a s mismo o a los dems, y todas se valen de los recursos culturales disponibles, a menudo plasmados en manuales.

    DE LA CORTESA A LA URBANIDAD

    Como su propio nombre indica, la cortesa proceda de la corte, esto es, del conglomerado social que en la Baja Edad Media y el Renacimiento gi-raba en torno a los castillos y palacios donde vvian los reyes (Elias, 1969). En rigor, la corte la formaban la familia real y quienes se encargaban de la administracin del reino, pero todo un mundo de criados, doncellas, nobles y advenedizos pululaba en torno a la dicha familia y vivan de y para ella. Las reglas de conducta de quienes formaban ese mundo estaban pautadas de una manera bastante estricta. Implicaban un trato desigual segn la posicin jerrquica superior o inferior de la persona con la que uno

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    se relacionaba. El gesto de hacer una reverencia condensa el significado de la cortesa. Bsicamente, ser corts era comportarse de acuerdo con lo que la corte esperaba de uno. Por extensin, pas a significar la adopcin de modos y costumbres socialmente bien vistos, y casi acab confundin-dose con la buena educacin, aunque conserv ciertas connotaciones de artificiosidad e hipocresa. Los manuales de cortesa y buenas maneras proliferaron en la Europa renacentista y barroca. Contenan consejos sobre el comportamiento en la mesa, la higiene o la expresin adecuada de las emociones (Elias, 1939).

    Histricamente, la urbanidad fue desplazando a la cortesa conforme las ciudades europeas iban desplazando a las cortes como escenarios de la vida social. Aunque segua incluyendo reglas diferentes segn la posicin social de los implicados en la interaccin, el clasismo ya no tena como referente a la nobleza, sino a la burguesa. La urbanidad s se identific ms claramente con la buena educacin e incluso con las formas de comportamiento que de-ba adoptar un buen ciudadano. En el siglo XIX, cuando la aristocracia haba perdido su preeminencia social, proliferaron los manuales de urbanidad.

    Antes nos referimos a los libros de crianza y educacin del carcter infantil. Los dedicados a ensear urbanidad y buenos modales pueden en-tenderse como una prolongacin de aqullos. Solan ir dirigidos a nios un poco mayores y, en vez de ensear a los padres cmo encauzar la conducta de sus hijos, pretendan ensear a los propios nios o adolescentes cmo comportarse en sociedad; por ejemplo, qu hacer y qu no hacer cuando se recibe una visita o se va de visita, cmo relacionarse con las personas ma-yores y los profesores, cmo circular por la calle, cmo guardar la compos-tura, cmo expresarse con correccin, etc. Aqu la demarcacin entre sexos era tal que incluso se escribieron manuales diferentes para nios y nias, en los que obviamente se reproducan los estereotipos tradicionales sobre lo que es y debe ser un nio varn ms activo y orientado al exterior y una nia ms modosa y orientada al hogar.

    Otras fuentes de informacin sobre las habilidades sociales y las reglas de comportamiento previas a la psicologa moderna las encontramos en la literatura moral, la novela picaresca o los tratados de cortejo, seduccin y conducta matrimonial, as como en los escritos acerca de las normas a seguir en un duelo a espada o pistola. Cada uno de estos subgneros litera-rios tuvo su poca de esplendor. Aunque no todos ellos han desaparecido

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    (siguen escribindose tratados de urbanidad), la psicologa cientfica los desplazara conforme avanzaba el siglo XX mediante la colonizacin de las prcticas acerca de las cuales versaban. Por ejemplo, el estudio psicolgico de las llamadas habilidades sociales y su aplicacin clnica ha sustituido parcialmente al ejercicio de stas tal y como apareca reflejado en los ma-nuales antiguos.

    CONTROL COLECTIVO

    Determinadas prcticas de subjetivacin requeran (y requieren) dispo-sitivos para controlar en comportamiento de los dems tomados como una colectividad, no individualmente. Las escuelas, las crceles y los manico-mios son tres instituciones en las que se ponen en marcha esas prcticas. En tales instituciones se aplican tcnicas que no consisten en ofrecer a los individuos estrategias para el xito social o para afrontar situaciones como el cortejo o el trato con un superior, sino en pautar estrictamente el com-portamiento colectivo en cuanto a horarios (qu se hace en cada momento del da), rgimen de visitas e ingreso (quin est dentro y quin est fuera), distribucin de la autoridad (quin manda y quin obedece), ocupacin de los espacios (dnde se puede estar y dnde no), etc. Por supuesto, esas pautas incorporan reglas sobre la interaccin entre las personas y, en ese sentido, incluyen la prctica de habilidades sociales: es preciso saber cmo dirigirse a los dems segn qu funcin desempeen dentro de la institu-cin (en un colegio, por ejemplo, no est permitido hablar al profesor igual que a un compaero, o al menos no lo estaba hasta hace pocos aos). Por lo dems, en este tipo de instituciones se da un fenmeno peculiar, y es que las prcticas de subjetivacin son a menudo implcitas, porque pertenecen a la cultura o subcultura grupal de quienes se encuentran en ellas. Desde luego, hay prcticas explcitas y se han publicado muchos manuales sobre la gestin de las escuelas, los manicomios y las crceles, en los cuales se explican tcnicas para identificar y controlar conductas problemticas, or-ganizar la vida en comn y mantener el orden interno. Pero tambin hay prcticas que constituyen una especie de costumbres que definen el estilo de vida grupal de cada institucin. En algunos casos incluso sirven de va para que los individuos se integren en el grupo y se identifiquen con cier-tos valores compartidos (las novatadas en algunas escuelas constituyen un ejemplo de eso).

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    Tradicionalmente, las tcnicas de subjetivacin de crceles, escuelas y manicomios buscaban la docilidad de los sujetos y que stos interiori-zasen las normas establecidas y los principios de funcionamiento organi-zativo. Huelga decir que hoy la psicologa est omnipresente tanto en las instituciones penitenciarias como en las educativas, y por supuesto en la dedicadas a la salud mental. En todas ellas comparte competencias y a la vez compite con otros gremios profesionales como el de los psiquiatras, los pedagogos o los trabajadores sociales, y en todo caso participa activamente en la gestin de la vida de las personas que se encuentran en dichas insti-tuciones. Los textos actuales sobre la administracin del comportamiento en ellas incluyen tcnicas de dinmica de grupo, gestin de los conflictos, motivacin, terapia ocupacional, etc. Se trata, en definitiva, de tcnicas ya psicologizadas.

    A partir de lo anterior podramos establecer fcilmente paralelismos entre las prcticas de subjetivacin previas a la psicologa y las que sta nos viene proporcionando desde hace cien aos. Como hemos visto, haba tcnicas ligadas a dos de los tres grandes mbitos de aplicacin de la psi-cologa moderna: la educacin (crianza, educacin del carcter, control es-colar) y la psicologa clnica, entendida sta en sentido amplio (tecnologas del yo, habilidades sociales, control penitenciario y manicomial). No haba tcnicas ligadas al tercer mbito, el del trabajo, por la sencilla razn de que la organizacin cientfica del trabajo, consecuencia de la segunda revolu-cin industrial, coincidi en el tiempo con el nacimiento de la psicologa como disciplina. Lo ms parecido a tcnicas de organizacin laboral antes del siglo XIX quiz podamos encontrarlo en los procedimientos de organiza-cin y racionalizacin del tiempo que se aplicaban en los monasterios me-dievales, donde la vida diaria estaba rigurosamente pautada buscando un equilibro entre oracin y labor que, adems, pretenda que cuerpo y mente se mantuvieran siempre ocupados, lejos del pecado (Linage, 2007). Esa racionalizacin de la vida diaria tuvo su reflejo fuera de los monasterios en los libros de horas, muy populares entre la nobleza medieval y renacentista.

    Tambin se encuentran antecedentes de la racionalizacin cotidiana de las propias fuerzas en los diarios de un personaje que algunos historiadores han tomado como arquetipo del burgus, un tipo de sujeto que eclosion en

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    el siglo XIV y ha llegado con fuerza aunque con cambios hasta nuestros das. Se trata de Benjamin Franklin, quien en el siglo XVIII escriba una lis-ta de virtudes en las que deba ejercitarse y dibujaba tablas (hoy diramos autorregistros) donde anotaba semanalmente sus progresos en cada una de ellas (Sombart, 1913). Como sugerimos al principio de este tema, las prc-ticas de subjetivacin ponen de manifiesto que no hay una nica forma de ser sujeto: no hay, ni histricamente ni a lo largo y ancho del mundo, una nica forma de vivir, pensar y sentir. Las tcnicas de subjetivacin favore-cen unas u otras maneras de ser sujeto porque constituyen procedimientos mediante los cuales las personas interiorizan valores y hbitos. Las diversas corrientes de la psicologa se basan en determinados ideales de lo que debe ser un sujeto humano, y sus tcnicas hacen que las personas se acerquen a esos modelos ideales.

    En efecto, las formas contemporneas de ser sujeto han estado estrecha-mente ligadas a la psicologa cientfica, que ha reforzado ciertos modelos en detrimento de otros. El burgus ha representado una de esas formas de ser sujeto e incluso la del sujeto moderno por antonomasia, para el cual ha constituido un arquetipo caracterizado por rasgos como el clculo de costes y beneficios, la racionalizacin de la vida, la proteccin de la privacidad, la bsqueda de relaciones sociales convenientes y el autocontrol psicol-gico, necesario para la buena marcha de los negocios (un burgus hurao o emocionalmente inestable sera poco de fiar y tendra, en consecuencia, poco crdito, en su doble sentido moral y econmico). Otras formas de ser sujeto, algunas de cuyas caractersticas llegan asimismo hasta nuestros das, surgieron a finales del siglo XIX, a veces en franca oposicin al mode-lo del burgus codicioso e interesado. Una de ellas fue la del trabajador, y particularmente el proletario, cuyo modelo, tematizado tanto por el fascis-mo como por el comunismo, incluye valores como la solidaridad, el apoyo mutuo, la conciencia de clase o la mentalidad revolucionaria. Otra forma de subjetividad que eclosion a finales del siglo XIX fue la del ciudadano, que en la Europa occidental y los pases anglosajones ha sido (y es) el modelo de sujeto tpico de los regmenes democrticos, caracterizado por la respon-sabilidad, la participacin y la asuncin de derechos y deberes.

    En el siglo XIX aparecieron igualmente formas de ser sujeto que consti-tuan una reaccin no slo contra el modelo burgus, sino en general contra la administracin cientfica de la sociedad y la psicologizacin de la vida. Los dandis y los decadentes, por ejemplo, buscaban una autogestin de s

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    mismos basada en criterios estticos, y para ello recurran a tcnicas de subjetivacin especficas centradas en el autocontrol y las apariencias. En muchos aspectos, las tribus urbanas de la segunda mitad del siglo XX han sido herederas de estas figuras, aunque en ellas hay asimismo componentes de otras, como la del trabajador.

    Los psiclogos actuales, en su ejercicio profesional, se enfentan con personas que se hallan ms cerca de unos u otros modelos de sujeto y, por tanto, poseen diferentes valores y actitudes que no tienen por qu coincidir con los del psiclogo.

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