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Tema 4: La celebración Litúrgica Liturgia y Sacramentos Sembrar - CEDIER
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LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA
¿QUIÉN CELEBRA?
“Las acciones litúrgicas son celebraciones de la Iglesia; es decir, del pueblo santo
congregado y ordenado bajo la presidencia del obispo o de un presbítero (SC 26.41-42 y
LG 28)”.
“La Liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus totus). Los que desde ahora la
celebran participan ya, más allá de los signos, de la liturgia del cielo, donde la
celebración es enteramente comunión y fiesta” (CIC 1136).
Estas ideas del Concilio Vaticano II y que retoma el Catecismo de la Iglesia Católica,
quiere situar en primer lugar el papel del pueblo de Dios en la celebración y las
características de este pueblo en la realización de la acción sagrada. La acción litúrgica
y principalmente la Eucaristía, no es la acción del sacerdote a quien se une el pueblo,
servido por los ministros que precisamente a través de su ministerio dan al pueblo la
presencia sacramental del Señor.
La asamblea REUNIDA celebra junto con Jesucristo (centro de toda celebración y
sacramento en sí mismo) de forma activa y participativa, como verdaderos integrantes
del pueblo de Dios y no como meros espectadores, y siendo PRESIDIDA por el ministro
ordenado.
La celebración litúrgica se transforma así en ese misterio de comunión, junto a todos
los hombres, unidos a la liturgia celestial, lo humano y lo divino se confunden en un
mismo cuerpo celestial.
Siguiendo el pensamiento litúrgico tradicional, la liturgia terrenal obtiene su realidad y
su simbología de la liturgia celestial: allí está su origen, su fin, y sus signos. Por ello, en
la gran tradición de la Iglesia, se estudia a la liturgia en orden a los celebrantes (los
celestiales -CIC 1137ss-; los terrenales -CIC 1140ss-).
LOS CELEBRANTES CELESTIALES .
En el libro del Apocalipsis, leído en la liturgia de la Iglesia, se nos revela la “liturgia
celestial” como obra ante todo la Santísima Trinidad en sus signos: “Uno sentado en el
trono” (Ap 4,2), “el Cordero, inmolado y de pie” (Ap 5,6), “el río de Vida” (Ap 22,1);
queda así establecida la ley del doble dinamismo de la liturgia cristiana, reflejado en
tantas plegarias: Del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; al Padre por el Hijo en el
Espíritu Santo. (CIC 1137).
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Luego, los participantes creados abarcadores del nivel cósmico y del nivel histórico de
la creación, recapitulados en la Iglesia en cuanto Cuerpo de Cristo o Cristo Total (CIC
1138):
- Las potencias celestiales.
- Toda la creación entera.
- Los servidores de la Antigua y Nueva Alianza (los veinticuatro ancianos).
- El nuevo pueblo de Dios (los ciento cuarenta y cuatro mil).
- Los mártires.
- La Bienaventurada Virgen María.
- Una muchedumbre inmensa que nadie podría contar (los santos y aquellos que
gozan de la gloria del cielo y que la Iglesia cuenta en la totalidad de los santos).
LOS CELEBRANTES TERRENALES [de la liturgia Sacramental]
La Iglesia. Es toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien
celebra. «Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la
Iglesia, que es "sacramento de unidad", esto es, pueblo santo, congregado y ordenado
bajo la dirección de los obispos. Por tanto, pertenecen a todo el Cuerpo de la Iglesia,
influyen en él y lo manifiestan, pero afectan a cada miembro de este Cuerpo de manera
diferente, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual» (SC 26). Por
eso también, "siempre que los ritos, según la naturaleza propia de cada uno, admitan
una celebración común, con asistencia y participación activa de los fieles, hay que
inculcar que ésta debe ser preferida, en cuanto sea posible, a una celebración
individual y casi privada" (SC 27).
Consecuencia para la pastoral litúrgica: preferencia para con la celebración
comunitaria y la participación activa.1
La asamblea. En cada celebración la Iglesia se "actualiza" (se hace presente y se
manifiesta) en "estos fieles cristianos aquí y ahora reunidos": es la Iglesia la que hace a
la liturgia; es la liturgia la que hace a la Iglesia.
El bautismo, al injertarnos en Cristo, origina el doble fundamento de esa doble
realidad: origina la eclesialidad; origina el sacerdocio común. Porque gracias al
bautismo hay Iglesia y sacerdocio, por eso hay liturgia.
Consecuencia para la pastoral litúrgica: la participación de los fieles ha de ser plena o
fructífera (=mediante la gracia); consciente (=inteligente, intus legere); activa
(=corporal).
1 La liturgia nunca excluye el derecho de cada sacerdote a la legítima celebración individual de la Santa
Misa, mediante la cual cumple el principal ministerio del orden sagrado: ser “mediador entre Dios y los hombres” (CIC, 903-904).
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“La Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella
participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la
naturaleza de la liturgia misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del
bautismo, el pueblo cristiano "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo
adquirido" (1 P 2,9; cf 2,4-5)» (SC 14).
El orden sagrado. “Pero ‘todos los miembros no tienen la misma función’
(Rm 12,4). Algunos son llamados por Dios en y por la Iglesia a un servicio especial de la
comunidad. Estos servidores son escogidos y consagrados por el sacramento del Orden,
por el cual el Espíritu Santo los hace aptos para actuar como representantes de Cristo-
Cabeza para el servicio de todos los miembros de la Iglesia” (CIC 1142)
Así como la Iglesia debe realizarse-revelarse por y en la liturgia como Cristo-Cuerpo,
también ha de hacerlo como Cristo-Cabeza. Por ello, el sacerdocio ordenado (sobre
todo en la Eucaristía) es el que hace posible el ejercicio del sacerdocio común a cuyo
servicio es a su vez ordenado; o lo que es lo mismo, porque el Cristo se hace presente
por el sacerdocio jerárquico bajo las especies en su cuerpo eucarístico, por eso puede
estar en nosotros actualizándonos como su cuerpo místico en nuestro sacerdocio
bautismal.
Consecuencia para la pastoral litúrgica: a la larga al menos, toda liturgia (y por tanto el
misterio de Cristo en nosotros) es posible si hay presbíteros (y obispos); además, toda
liturgia es legítima "cum papa et episcopo" (para afianzar y expresar la legítima
comunión jerárquica y eclesial se los nombra en la plegaria eucarística).
Los ministerios particulares. Sirven de puente entre ambos sacerdocios: el obispo
los destina para colaborar en que el sacerdocio común pueda ejercerse efectivamente
de modo sacramental o visible.
“Ministerios particulares, no consagrados por el sacramento del Orden, y cuyas
funciones son determinadas por los obispos según las tradiciones litúrgicas y las
necesidades pastorales. "Los acólitos, lectores, monitores/hostiarios y los que
pertenecen a la schola cantorum desempeñan un auténtico ministerio litúrgico"(CIC
1143)
Consecuencia para la pastoral litúrgica: no son por tanto superfluos ni mero ornato
ceremonial, sino actores de un verdadero servicio posibilitador de celebración litúrgica
o sacramental.
La unidad de la asamblea en celebración. Tiene como fundamento la unidad con
Cristo en la unidad del Espíritu.
“En la celebración de los sacramentos, toda la asamblea es "liturgo", cada cual según
su función, pero en "la unidad del Espíritu" que actúa en todos. "En las celebraciones
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litúrgicas, cada cual, ministro o fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello
que le corresponde según la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas" (SC 28).
(CIC 1144)
¿CÓMO CELEBRAR?
“Una celebración sacramental esta tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía
divina de la salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la
cultura humana, se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en
plenitud en la persona y la obra de Cristo” (CIC 1145)
Tradiciones litúrgicas y catolicidad de la iglesia: Desde la primera comunidad de
Jerusalén hasta la Parusía, las iglesias de Dios fieles a la fe apostólica, celebran en todo
lugar el mismo Misterio Pascual. El misterio celebrado en la liturgia es uno, pero las
formas de su celebración son diversas.
La riqueza insondable del Misterio de Cristo es tal, que ninguna tradición litúrgica
puede agotar su expresión. La historia del nacimiento y del desarrollo de estos ritos
testimonia una maravillosa complementariedad. Cuando las iglesias han vivido estas
tradiciones litúrgicas en comunión en la fe y en los sacramentos de la fe, se han
enriquecido mutuamente y crecen en la fidelidad a la tradición y a la misión común a
toda la iglesia. (Cf.EN 63-64).
Las diversas tradiciones litúrgicas nacieron por razón misma de la misión de la Iglesia.
Las Iglesias de una misma área geográfica y cultural llegaron a celebrar el Misterio de
Cristo, a través de expresiones particulares, culturalmente tipificadas: en la tradición
del depósito de la fe (Cf. 2 Tm 1, 14), en el simbolismo litúrgico, en la organización de
la comunión fraterna, en la inteligencia teológica de los misterios, y en tipos de
santidad. Así Cristo luz y salvación de todos los pueblos, mediante la vida litúrgica de la
Iglesia, se manifiesta al pueblo y a la cultura a los cuales es enviada y en los que se
enraíza. La Iglesia es católica: puede integrar en su unidad purificándolas, todas las
verdaderas riquezas de las culturas (cf. LG 23; UR 4).
Las tradiciones litúrgicas o ritos, actualmente en uso en la Iglesia son, el Rito Latino
(principalmente el rito romano, pero también los ritos de algunas Iglesias locales como
el rito Ambrosiano, el rito Hispánico-Visigótico o los de diversas órdenes religiosas) y
los ritos Bizantino, Alejandrino o Copto, Siriaco, Armenio, Maronita y Calldeo.
“El Sacrosanto Concilio fiel a la tradición declara, que la Santa Madre Iglesia concede
igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el
futuro se conserven y fomenten por todos los medios”. (SC 4).
Por lo tanto la celebración de la liturgia debe al genio y a la cultura de los diferentes
pueblos (CF. SC 37-40). Para que el misterio de Cristo sea dado a conocer a todos los
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gentiles para obediencia de la fe (Rm 16,26) , debe ser anunciado celebrado y vivido en
todas las culturas, de modo que éstas no son abolidas sino rescatadas y realizadas por
el.(cf. CT 53). La multitud de los hijos de Dios mediante su cultura humana propia,
asumida y transfigurada por Cristo, tiene acceso al Padre, para glorificarlo en un solo
Espíritu.
¿CUÁNDO CELEBRAR?
“La santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de salvación de su
divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año. Cada
semana, en el día que llamó "del Señor", conmemora su resurrección, que una vez al
año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la
Pascua. Además, en el ciclo del año desarrolla todo el Misterio de Cristo” (CIC 1163).
El día del Señor o Domingo
Dice Juan Pablo II: “Toda la vida del hombre y todo su tiempo deben ser vividos como
alabanza y agradecimiento al Creador. Pero la relación del hombre con Dios necesita
también momentos de oración explícita, en los que dicha relación se convierte en
diálogo intenso, que implica todas las dimensiones de la persona. El “día del Señor” es,
por excelencia, el día de esta relación, en la que el hombre eleva a Dios su canto,
haciéndose voz de toda la creación”.
“La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su origen del mismo día de la
Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es
llamado con razón "día del Señor" o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin
de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la
Pasión, la Resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los «hizo
renacer a la viva esperanza por la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (1
Pe, 1,3). Por esto el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse
a la piedad de los fieles, de modo que sea también día de alegría y de liberación del
trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de veras de suma
importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año
litúrgico”. (SC 106)
El domingo es el día de la resurrección del Señor. En ella culmina la historia de la
salvación. Es la recapitulación del prolongado diálogo de Dios con su pueblo, desde el
Edén hasta la celebración gozosa del Apocalipsis. El tiempo es atravesado por este
acontecimiento del primer día de la semana: el Señor resucita, se aparece a los
discípulos, dándoles la plenitud del Espíritu.
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Cuando la comunidad expresa el primer día como día del Señor, está afirmando el
centro de la fe cristiana. Por todo esto el domingo es el centro del tiempo litúrgico,
porque es la celebración semanal del misterio pascual.
El año litúrgico
“La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días
determinados a través del año la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el
día que llamó «del Señor», conmemora su Resurrección, que una vez al año celebra
también, junto con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua”. (SC 102)
La Santa Iglesia celebra la memoria sagrada de la obra de la salvación realizada por
Cristo, en días determinados durante el curso del año.
Los días litúrgicos:
1- El día litúrgico en general: Cada día es santificado por las celebraciones litúrgicas
del pueblo de Dios, principalmente por el sacrificio eucarístico y por la Liturgia de
las Horas. El día litúrgico comienza a medianoche y se extiende hasta la
medianoche siguiente. Pero la celebración del domingo y las solemnidades
comienza ya en la tarde del día precedente.
2- El domingo: Día festivo primordial.
3- La Iglesia venera con amor particular a la Santísima Virgen María, Madre de Dios-
en la liturgia después del Hijo, la Madre de Jesús, María- y propone las memorias
de los mártires y de los Santos- proclamando el misterio pascual cumplido en ellos
que sufrieron y fueron glorificados con Cristo-
4- Las ferias: los días de la semana
El curso del año – Tiempos litúrgicos
Durante el curso del año, la Iglesia conmemora todo el misterio de Cristo desde la
Encarnación hasta el día de Pentecostés y la expectativa de la venida del Señor.
I- El Triduo Pascual: Constituye el punto culminante de todo el año litúrgico. Está
formado –como su nombre indica- propiamente por tres días: Viernes y Sábado
Santos y Domingo de Resurrección. Pero este Triduo tiene como un pórtico o
apertura en la tarde del Jueves Santo, con una celebración que conmemora la
institución de la Eucaristía, sacramento que Cristo entregó a su Iglesia en la
víspera de su muerte, precisamente para que su misterio quedara
sacramentalmente presente y actuante en la misma Iglesia.
II- El Tiempo Pascual: En el Conjunto del año litúrgico, la Cincuentena pascual es
el “tiempo fuerte” por excelencia. Todo cristiano debería celebrar este ciclo
como algo diverso de los días restantes del año. Celebrar el año cristiano
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colocando su culminación en estos cincuenta días de alegría responde muy bien
a lo que es el núcleo mismo del mensaje cristiano: anuncio de alegría, de
liberación, de vida nueva.
A los cuarenta días de la Pascua: la Ascensión del Señor.
Los días, entre la Ascensión hasta el sábado antes de Pentecostés, preparan
para la venida del Espíritu Santo. Pentecostés: efusión del Espíritu, que es el
don del Resucitado.
III- El Tiempo de Cuaresma: En estos cuarenta días, la Iglesia revive el significado
que tuvo para los padres de Israel su peregrinación hacia la tierra prometida.
Para la Iglesia, pues, este período significa un camino de desierto y austeridad,
para llegar, por medio de la penitencia, a la verdadera libertad de la Pascua
definitiva.
Empieza el miércoles de ceniza hasta la misa vespertina del Jueves Santo. La
Semana Santa recuerda la Pasión del Señor desde su entrada mesiánica en
Jerusalén.
IV- El Tiempo de Navidad: Desde las primeras vísperas de la Natividad del Señor
hasta el domingo después de Epifanía –6 de enero-. El domingo después de
Epifanía es la fiesta del Bautismo del Señor. En este tiempo contemplamos al
Hijo de Dios hecho hombre, a fin de llevar a la humanidad a la comunión con
Dios.
V- El tiempo de Adviento: Desde las primeras vísperas del domingo más próximo
al 30 de noviembre, hasta Navidad. Tiene como finalidad celebrar la venida del
Señor, tanto en su aspecto histórico como en el escatológico. En los primeros
días se hace más ahínco en la venida escatológica, mientras que al final de este
período se subraya más bien la venida de Cristo en su nacimiento humano.
VI- El Tiempo Ordinario: El año litúrgico se divide en dos grandes bloques: por una
parte, los “tiempos fuertes” –Pascua, con la Cuaresma que la prepara, Adviento
y Navidad- y, por otra, el llamado “tiempo ordinario”
Este tiempo recuerda el misterio de Cristo en su plenitud (33 o 34 semanas).
Comienza desde el Bautismo del Señor hasta Cuaresma y desde Pentecostés
hasta Adviento.
Los ciclos anuales
Se dividen en tres ciclos:
- El ciclo A se basa preferentemente en el evangelio de Mateo.
- El ciclo B se basa preferentemente en el evangelio de Marcos
- El ciclo C se basa preferentemente en el evangelio de Lucas.
El evangelio de Juan se intercala en los distintos ciclos.
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La liturgia de las horas
¿QUÉ ES? La Liturgia de las Horas u Oficio Divino es el conjunto de oraciones (salmos,
antífonas, himnos, oraciones, lecturas bíblicas y otras) que la Iglesia ha organizado
para ser rezadas en determinadas horas de cada día, siendo su finalidad la santificación
del día.
El Oficio Divino es, pues, liturgia en el sentido más estricto, como lo son la eucaristía y
los demás sacramentos; y su característica propia es que se trata de una liturgia
constituida esencialmente por la oración. En segundo lugar, esta liturgia oracional es
de Horas, y está consiguientemente ordenada a la santificación continua del tiempo
humano.
El Oficio Divino al ser parte de la liturgia constituye, con la Misa, la plegaria pública y
oficial de la Iglesia.
Su fin es consagrar las horas al Señor, extendiendo la comunión con Cristo efectuada
en el Sacrificio de la Misa. Quien reza el oficio hace un paro en las labores para rezar
con la Iglesia aunque se encuentre físicamente solo. Sin duda es necesaria la oración
privada, pero también es necesario que los cristianos recen formalmente unidos como
Iglesia.
Si bien sólo los sacerdotes, religiosos y religiosas tienen obligación de rezar el Oficio
Divino, la Iglesia invita a todos sus fieles a rezar la Liturgia de las Horas:
“Se invita encarecidamente también a los demás fieles a que, según las circunstancias,
participen en la Liturgia de las Horas, puesto que es acción de la Iglesia” (Código de
Derecho Canónico 1174 § 2).
La Liturgia de las Horas está estructurada para que se consagre todo el día con la
alabanza de Dios. Se reza en diferentes "Horas" del día, siendo las principales
"laudes", que se hacen por la mañana, y "vísperas", al atardecer. De esta manera
todos los fieles, sacerdotes, religiosos y laicos, ejercen el sacerdocio real de los
bautizados, “prolongando así el sacerdocio de Cristo a través de su Iglesia, que sin
cesar alaba al Señor, e intercede por la salvación de todo el mundo” (SC 83)
Sacrosanctum Concilium 88 dice: “Siendo el fin del Oficio la santificación del día,
restablézcase el curso tradicional de las Horas, de modo que dentro de lo posible, se
devuelva a las Horas su tiempo natural”
La liturgia de las Horas se divide en Horas Canónicas y Horas Menores:
- Horas canónicas:
Laudes, que significa “alabanza”, y es la oración matutina.
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Vísperas, proviene de “vesper”, que significa “tarde”, por lo que es la
oración vespertina.
Completas, son las oraciones al culminar el día, antes de acostarse.
Maitines, que viene del latín “matutinus”, es la primera de las Horas
canónicas, se suelen hacer como alabanza matutina o bien después de
la media noche.
- Horas menores:
Tercia: tercera hora después de salir el sol, aproximadamente a las 8:00.
Sexta: tres horas después, alrededor de las 11:00
Nona: novena hora, a las 14:00.
Oficio de Lecturas, consiste en tres salmos y dos lecturas, una bíblica y
otra de otra fuente, generalmente de los Padres de la Iglesia, de los
Santos o de un documento eclesial.
La celebración íntegra y cotidiana de la Liturgia de las Horas, es para los sacerdotes y
diáconos en camino a su ordenación presbiteral. Los miembros de institutos de vida
consagrada, están sujetos de acuerdo a sus constituciones particulares, según lo
expresa el Código de Derecho Canónico (canon 1174 § 1).
Los fieles laicos si celebran la Liturgia de las Horas, deben rezar las Horas principales,
Laudes y Vísperas, y pueden si lo desean, rezar cualquier otra de las horas menores, en
general se elige sólo una, de acuerdo a la que más se acomode al momento del día
elegido.
¿DÓNDE CELEBRAR?
El culto "en espíritu y en verdad" (Jn 4,24) de la Nueva Alianza no está ligado a un lugar
exclusivo. Toda la tierra es santa y ha sido confiada a los hijos de los hombres. Cuando
los fieles se reúnen en un mismo lugar, lo fundamental es que ellos son las "piedras
vivas", reunidas para "la edificación de un edificio espiritual" (1 P 2,4-5).
Pero los cristianos, a lo largo de los siglos, construyen edificios destinados al culto
divino (templos). Estas Iglesias visibles no son simples lugares de reunión, sino que
significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los
hombres reconciliados y unidos en Cristo.
"En la casa de oración se celebra y se reserva la sagrada Eucaristía, se reúnen los fieles
y se venera para ayuda y consuelo los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro
Salvador, ofrecido por nosotros en el altar del sacrificio. Esta casa de oración debe ser
hermosa y apropiada para la oración y para las celebraciones sagradas" (SC 122-127).
En esta "casa de Dios", la verdad y la armonía de los signos que la constituyen deben
manifestar a Cristo que está presente y actúa en este lugar (SC 7).
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La función del templo-edificio de culto- es poner de relieve la presencia de lo sagrado.
Por eso el templo no solo hace presente lo sagrado sino que también es el lugar de
encuentro del hombre con Dios. Es así que podemos distinguir en el templo como dos
aspectos, que se diferencian por dos términos de la antigüedad griega:
- El templo es “Naós” habitación/morada de Dios.
- El templo es “Ierón” lugar consagrado, lugar que los hombres han separado
de cualquier otro uso para destinarlo solo al encuentro con Dios.
Al templo cristiano, también se lo llama “Iglesia” porque es el lugar de encuentro
donde se reúne la “Asamblea litúrgica” para el culto. Es por eso que en la Iglesia
primitiva de la llamaba “domus ecclesiae”, es decir, casa de reunión o casa de la Iglesia,
o como le gusta decir a algunos Padres: “la Casa entre las casas”.
Este es el sentido primario de nuestros templos, ser Iglesias. Aunque no podemos
dejar de tener en cuenta que es allí (en el Sagrario que los templos resguardan) donde
está la presencia del Dios viviente.
Es por eso que el concilio ha insistido en que: “Al edificar los templos, procúrese con
diligencia que sean aptos para la celebración de las acciones litúrgicas y para conseguir
la participación activa de los fieles” (SC 124).
El verdadero templo cristiano, aquel en que Dios realmente habita, no es un edificio,
sino la comunidad, la Iglesia “Cuerpo de Cristo”.
Esta disposición apta para la celebración en que participe la Asamblea es la que
determina algunos que podríamos llamar elementos esenciales para el lugar donde se
celebra el misterio de la fe:
- EL PRESBITERIO, que es el lugar designado a los presbíteros o los ministros
sagrados. El presbiterio deberá distinguirse de la nave de la iglesia por hallarse en un
plano más elevado o por su peculiar estructura y ornato (IGMR 295).
Presbiterio debe estar ubicado:
El Altar Mayor:
El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos
sacramentales, es además la mesa del Señor, a cuya participación es convocado el
pueblo de Dios en la Misa; y es el centro de la acción de gracias que culmina en la
Eucaristía.
La celebración de la Eucaristía, en el lugar sagrado, debe hacerse siempre sobre el
altar; fuera del lugar sagrado, puede hacerse también sobre una mesa adecuada,
usándose siempre el mantel y el corporal, la cruz y los candeleros.
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Conviene que en todas las iglesias haya un altar fijo, que es signo más claro y
permanente de Cristo Jesús, la Piedra viva (1P 2,4; Ef 2,20); en los demás lugares,
dedicados a las celebraciones sagradas, puede haber un altar movible.
Se llama altar fijo al que está adherido al suelo y por tanto no se puede mover;
movible, al que se puede trasladar.
El altar ocupe el lugar que en verdad sea el centro hacia el que espontáneamente
converja la atención de toda la asamblea de los fieles.
Según la costumbre tradicional de la Iglesia y por lo que significa, la mesa del altar fijo
sea de piedra, es decir, de piedra natural.
El Ambon
La dignidad de la Palabra de Dios, exige que en la iglesia haya un lugar adecuado desde
donde se la anuncie, y hacia el cual converja espontáneamente la atención de los
fieles, durante la liturgia de la Palabra.
Desde el ambón se proclaman únicamente las lecturas, el salmo responsorial y el
pregón pascual; también desde él pueden hacerse la homilía y las intenciones de la
oración universal.
La sede presidencial y lugar para los ministros (lectores, acólitos entre
otros).
La sede del sacerdote celebrante debe significar su función de presidente de la
asamblea y de moderador de la oración.
También en el presbiterio se han de colocar los asientos para los sacerdotes
concelebrantes y para los presbíteros que, revestidos con la vestidura coral, asisten a
la celebración, aunque no concelebren.
El asiento para el diácono colóquese cerca de la sede del celebrante. Para los
otros ministros ubíquense de tal modo que se distingan claramente de los asientos del
clero y ellos mismos puedan cumplir con facilidad el oficio que se les ha confiado.
- EL LUGAR DE LOS FIELES, constituye lo que habitualmente llamamos “nave” de
la Iglesia. Estos lugares deben disponerse con todo cuidado, a fin de que los fieles
puedan participar debidamente, con la mirada y el espíritu, en las celebraciones
sagradas.
Los bancos o sillas, sobre todo en los edificios recientemente construidos, han de
disponerse de tal modo que los fieles puedan adoptar con facilidad las posturas
indicadas para las diversas partes de la celebración y puedan acercarse sin dificultad a
recibir la sagrada Comunión.
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- LUGAR PARA EL CORO que cumple una función importante en la celebración.
El coro, según la disposición de cada iglesia, se colocará de modo que se vea con
claridad lo que es en realidad: parte de la asamblea de fieles congregada y que en ella
desempeñan una función particular; que les facilite la ejecución de su ministerio
litúrgico; que permita a cada uno de sus miembros la plena participación sacramental
en la Misa.
Algunos otros lugares importantes dentro del Templo:
Hay otros lugares en nuestro templo, que si bien no son necesarios e indispensables
para la celebración litúrgica (principalmente la Eucaristía), si toman relevancia en
alguno de los demás sacramentos o para la oración privada; y ayudan a lograr el
“espacio sagrado” necesario para la celebración litúrgica.
- Lugar de la reserva para la Eucaristía: Según la estructura de la iglesia y
conforme a las legítimas costumbres de cada lugar, el Santísimo Sacramento será
reservado en un sagrario en una parte de la iglesia muy noble, insigne, destacada,
convenientemente adornada y apropiada para la oración.
El sagrario, de ordinario, sea único, inamovible, hecho de material sólido e inviolable,
no transparente, y cerrado de tal modo que se evite al máximo el peligro de
profanación.
Por razón del signo es más apropiado que en el altar en el que se celebra la Misa no
esté el sagrario en el que se reserva la Santísima Eucaristía.
Conviene por eso que el sagrario sea colocado, a juicio del Obispo diocesano:
a) o en el presbiterio, fuera del altar de la celebración, en la forma y en el lugar
más conveniente, sin excluir el altar antiguo que no se usa más para la celebración.
b) o también en una capilla apta para la adoración y oración privada de los fieles,
que esté armoniosamente unida a la iglesia y sea visible a los fieles cristianos.
- La pila bautismal: Los antiguos bautisterios han quedado hoy reducidos a una
pila de piedra o de mármol, más o menos grande y artística. Hoy se tiende a
emplazarlas en el presbiterio. Es por eso que debe haber en el Templo un lugar
especial destinado a los bautismos, por medio del cual se entra a formar parte de la
Iglesia.
- El confesonario: Lugar donde Cristo, a través de su Iglesia, en la persona del
sacerdote, administra y ofrece el sacramento de la confesión para el perdón de los
pecados de los hombres. A partir del concilio de Trento, en el siglo XVI, aparecieron los
confesonarios cerrados a los lados, con paredes provistas de rejilla. Los confesonarios
actuales son funcionales y prácticos, y están situados en lugares especiales de la iglesia
o en capillas penitenciales.
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Según el Código de Derecho Canónico, el lugar propio para oír confesiones es una
iglesia u oratorio.
Por lo que se refiere a la sede para oír confesiones, la Conferencia Episcopal dé
normas, asegurando en todo caso que existan siempre en lugar patente confesionarios
provistos de rejillas entre el penitente y el confesor que puedan utilizar libremente los
fieles que así lo deseen.
- El Atrio: Del latín “atrium” que significa: Patio de entrada.
Atrio, es el pórtico o espacio que está delante de un templo, como zona de transición
entre la calle y el edificio. Litúrgicamente puede tener un buen sentido pastoral el que
haya un atrio, ya que defiende el espacio interior del templo como espacio de silencio
y oración y a la vez sea un lugar de reunión, saludo o despedida antes y después de la
celebración.
- Pila de agua bendita: Lo primero que se encuentra, al entrar en una iglesia, es
una o dos pilas de agua bendita. Es un símbolo: purificarnos antes de comenzar una
acción litúrgica en el templo sagrado. Esta agua bendita es un sacramental, que
debemos aprovechar con devoción, fe y reverencia.
- Las imágenes sagradas: La Iglesia en la Liturgia terrena pregusta y participa de
aquella Liturgia celestial, que se celebra en la ciudad santa de Jerusalén hacia la cual
peregrina, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios, y venerando la memoria de
los Santos, espera tener parte con ellos y gozar de su compañía.
Así, conforme a una antiquísima tradición de la Iglesia, en los templos se han de
exponer a la veneración de los fieles, imágenes del Señor, de la Santísima Virgen y de
los Santos, y se han de disponer en el templo de tal modo que orienten a los fieles
hacia los misterios que allí se celebran.
Como dijo Benedicto XVI, "la naturaleza del templo cristiano se define por la liturgia
misma" (Sacramentum caritatis, n. 41). Por esta razón, incluso el diseño del mobiliario
sagrado (el altar, el tabernáculo, la sede, el ambón, el baptisterio, el lugar de la
penitencia) no pueden seguir solamente criterios funcionales. La arquitectura y el arte
no son factores extrínsecos a la liturgia, ni tampoco tienen una función puramente
decorativa. Por lo tanto, el compromiso de construir o adecuar las iglesias existentes
debe estar impregnado por el espíritu y las normas de la liturgia de la Iglesia, es decir,
de aquella lex orandi que expresa la lex credendi, y en esto está la gran
responsabilidad, sea de los diseñadores como de los clientes.