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TEMA 5: EL RENACIMIENTO Prof. Eduardo Escartín González HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO TEMA 5 EL RENACIMIENTO

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TEMA 5: EL RENACIMIENTO Prof. Eduardo Escartín González

HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO

TEMA 5

EL RENACIMIENTO

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TEMA 5: EL RENACIMIENTO Prof. Dr. Eduardo Escartín González

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1.- AMBIENTE SOCIOCULTURAL

El Renacimiento es el periodo de la cultura occidental comprendido entre los siglos XV y XVI durante el cual se rescataron los valores y el espíritu de la antigüedad clásica greco-romana. Su manifestación más visible se encuentra en el arte y la arquitectura, pero otros aspectos culturales también fueron afectados.

El Renacimiento constituyó una revolución puesto que en un breve lapso histórico cambiaron todas las estructuras sociales, culturales, religiosas, políticas y económicas.

La difusión de las obras de Aristóteles, Platón y los restantes autores griegos influyó grandemente en que los pensadores empezaran a defender el humanismo y los intereses del individuo frente al estado, los señores feudales y los municipios. Ya se vio en el tema anterior, cómo las conclusiones de los escolásticos iban derivando desde la condena hacia la permisividad y reconocimiento de la propiedad privada, la licitud de los beneficios comerciales y el cobro de intereses.

Pero con toda la importancia que esto pudiera tener, fue el desarrollo de la economía, el comercio y la acumulación de grandes fortunas el móvil fundamental del cambio, generándose una emancipación de las ataduras, vinculaciones y servidumbres personales impuestas por el régimen feudal.

Este espíritu de libertad e individualismo se reflejó en todos los órdenes sociales.

La modificación de la estructura económica se vio impulsada por la existencia de excedentes, libres del control de los señores feudales, derivados de un gran aumento de la producción, parte del cual pudo dedicarse al comercio internacional. Fueron surgiendo burgos (o núcleos urbanos) y una nueva clase social compuesta por comerciantes y artesanos (los burgueses) que consiguieron la exención de los tributos señoriales. Esta nueva clase social también logró la protección de los reyes frente al poder feudal.

El afán de riquezas y lucro personal impulsó la actividad comercial e incitó las grandes exploraciones de las rutas oceánicas hacia el lejano Oriente (exentas del control que los turcos ejercían en el Mediterráneo oriental) y así acceder directamente a los productos exóticos y a otras maravillas descritas por el viajero veneciano del siglo XIII Marco Polo.

La costa africana se iba conociendo en el intento de bordear este continente para llegar a Persia, India y China. El archipiélago de las Canarias fue descubierto y conquistado por el reino de Castilla, así como las Azores, Madeira y numerosas islas atlánticas por los portugueses. El proceso culminó con los grandes descubrimientos: en 1492 Cristóbal Colón llegaba a América; en 1498 Vasco de Gama alcanzaba Calcuta por la ruta de El Cabo (en el sur de África); en 1519 Hernán Cortés desembarcaba en Méjico y lo conquistaba en pocos años; en 1519 partía Magallanes de España intentando llegar a Oriente por la ruta del oeste, a través del estrecho que lleva su nombre en el sur del continente americano, para evitar el monopolio portugués de la ruta africana; al morir Magallanes en Filipinas, asumió el mando Juan Sebastián Elcano en quien recayó la gloria de circundar por primera vez el mundo al regresar a España en 1522.

Las estructuras políticas igualmente evolucionaron. Se fueron formando las grandes naciones y nacionalidades europeas configurando sus fronteras en continuas guerras en la pugna por lograr la hegemonía tanto a nivel nacional como internacional.

Los reyes asentaron e impusieron su autoridad sobre la aristocracia feudal apoyándose en la población libre del yugo de los feudos, la burguesía emergente, y en la creación de estructuras sociales de poder basadas en la burocracia y en el ejército profesional permanente, equipado con artillería.

El mantenimiento de estas estructuras de poder resultaban muy caras e inalcanzables para la nobleza feudal; los reyes recurrieron a la tributación general

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(aunque la nobleza estaba exenta de ella y tenía derecho a sus propios impuestos) y al empréstito concedido por comerciantes y banqueros, logrando así los ingentes recursos necesarios para consolidar su autoridad y constituirse en monarquías absolutas.

Nicolás Maquiavelo (1469-1527) descendiente de una noble, pero venida a menos, familia florentina, entró de secretario en la cancillería de Florencia, prestando numerosos servicios diplomáticos que representaron una fuente de observación e inspiración de la que extrajo su pensamiento político que plasmó en diversos libros, como Sobre el arte de la guerra (1521) y muy en especial en El príncipe (1513) donde aconseja la mejor forma de conseguir y mantener el poder, dando primacía a la razón de estado cualesquiera que fueran los medios para ello. Maquiavelo también es famoso por su divertida comedia La Mandrágora (1520).

La cultura experimentó una auténtica explosión en todas sus manifestaciones. Basta para apreciarlo la cita de algunas de las más renombradas figuras surgidas en estos dos siglos:

Simón de Colonia (¿ - ?) arquitecto que inició la catedral de Sevilla en 1401, en ese momento primer templo de la cristiandad por sus dimensiones, aunque posteriormente fue superado por el de S. Pedro en Roma y el de S. Pablo en Londres.

Filippo Brunelleschi (1377-1446) pintor, escultor y arquitecto florentino.

Donatello (Donato di Betto Bardi, 1386-1460) escultor florentino.

Luis Dalmau (1ª mitad del siglo XV) pintor español.

Jan Van Eyck (c.1390-1441) pintor flamenco.

Alfonso Rodríguez (siglo XV) arquitecto que continuó la catedral de Sevilla.

Verrocchio (Andrea di Cione, 1435-1488) orfebre, escultor y pintor florentino.

Nebrija (Antonio Martínez de Cala, 1441-1522) humanista español natural de Lebrija (Sevilla), autor de la Gramática Castellana (1492).

Alessandro Botticelli (1445-1510) pintor italiano.

Pedro Berruguete (c.1450-1504) pintor español, nacido en Paredes de Nava (Palencia). Su hijo Alonso Berruguete (c.1480-1561) alcanzó inmortal fama como escultor y también como pintor. Asimismo destacó en escultura el sobrino de éste último Inocencio Berruguete (c.1520-1575).

Leonardo da Vinci (1452-1519) pintor, escultor, ingeniero, arquitecto e inventor florentino.

Erasmo de Rotterdam (c.1469-1536) monje agustino y eminente humanista.

Enrique Egas (finales s.XV-c.1534) arquitecto que empezó la catedral de Granada "obra cumbre del renacimiento español hasta el Escorial", según el Marqués de Lozoya. También trabajó en la construcción de la sacristía de la catedral de Sevilla.

Alberto Durero (Albrecht Dürer, 1471-1528) extraordinario grabador (y también pintor) alemán nacido en Nüremberg.

Ludovico Ariosto (1474-1533) escritor y poeta italiano autor del famoso poema caballeresco Orlando Furioso (1516).

Miguel Angel (Michelangelo Buonarroti, 1475-1564) el gran escultor, pintor y arquitecto de la Basílica de S. Pedro (El Vaticano, Roma).

Juan Gil de Hontañón (c.1480-1526) arquitecto español, continuador de la catedral de Sevilla e iniciador de las de Salamanca y Segovia. A su hijo Rodrigo, también arquitecto, se debe la Universidad de Alcalá de Henares (1551-1553).

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Rafael (Raffaello Santi, 1483-1520) pintor y arquitecto italiano.

Antonio de Guevara (c.1480-1545) fraile franciscano y humanista español.

Diego de Riaño (siglo XV-1534) arquitecto español, maestro mayor de la Catedral de Sevilla durante su construcción y artífice del edificio del Ayuntamiento de Sevilla (1527-1534).

Pedro Machuca (siglo XV-1550) pintor y arquitecto toledano a quien se le encargó la construcción del Palacio de Carlos V en Granada.

Ticiano Vecellio (c.1487-1576) pintor veneciano.

Correggio (Antonio Allegri, c.1490-1534) pintor italiano de Correggio (Parma).

Luis Vives (1492-1540) humanista y filósofo español.

Diego de Siloé (1495-1563) escultor y arquitecto español continuador de la Catedral de Granada (su obra maestra) y de la sacristía de la Catedral de Sevilla.

Juan de Valdés (c.1499-1541) humanista español autor de Diálogo de la lengua (1535).

Tartaglia (Niccoló Fontana, c.1499-1557) matemático italiano.

Luis de Vargas (1505-1567) pintor sevillano.

Tintoretto (Jacopo Robusti, 1518-1594), pintor veneciano.

Juan de Herrera (c.1530-1597) arquitecto español, famoso sobre todo por su gran obra del monasterio de S. Lorenzo de El Escorial, pero que también intervino en la construcción del palacio de Carlos V de Granada y realizó la Lonja de Mercaderes (actual Archivo de Indias) en Sevilla (1572-1598).

El Greco (Doménikos Theotokópoulos, 1541-1614), pintor nacido en la isla de Creta, por aquel

entonces posesión de la República de Venecia. Adquirió fama en Venecia, Roma y, sobre todo en España.

Y por último, Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) autor de El Quijote, cuya primera parte fue publicada en 1605 (la segunda lo fue en 1615), libro que constituye el punto de arranque de toda la novelística occidental.

Las innovaciones tecnológicas contribuyeron al desarrollo económico y cultural. Por ejemplo, el primer alto horno para la obtención de hierro data de 1550. Pero el avance de la técnica más representativo del renacimiento fue la invención de la imprenta de caracteres móviles que permitió a la cultura un gran cambio cualitativo; de circunscribirse al ámbito casi exclusivo de la clase eclesiástica pasó a otro con predominio de la clase seglar.

Hasta este momento histórico, quien deseara tener una obra de algún autor debía encargar una copia amanuense de la misma, acudiendo para ello a la biblioteca, la mayoría de ellas monacales, donde se encontrara un ejemplar. Las primeras impresiones xilográficas en Europa datan del siglo XII; su empleo consistía en la grabación de dibujos, mientras que el texto se escribía a mano. Esta técnica se desarrolló lentamente, ampliándose a la grabación de palabras, y empezó a generalizarse a principios del siglo XV.

La invención de la imprenta de caracteres móviles fue la que dio paso a la impresión de libros (caracterizada por la fabricación en serie). Estas ediciones, aún siendo caras inicialmente, permitieron su comercialización, su adquisición por amplios sectores de población y la difusión de la cultura.

Gutenberg (Johannes Gensfleisch, c.1399-1468, apodado Gutenberg) empezó a trabajar sobre un nuevo invento, el de la impresión con caracteres móviles en 1438 que terminó en 1440. En 1455 imprimió su primer libro, La Biblia de Maguncia en latín, a doble columna de 42 líneas. La imprenta,

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rápidamente se extendió por toda Europa: en 1465 se introdujo en Italia, en 1468 en España, en 1469 en Francia, en 1479 en Oxford, etc.

Los libros de las primeras ediciones tiradas a imprenta desde su invención hasta el año 1500 son muy apreciados y se los designa genéricamente con el nombre de incunables.

2.- LA REFORMA

La Iglesia católica tampoco quedó exenta de las convulsiones típicas de esta época. Los cismas, herejías, relajación moral y el afán de riquezas y poder político minaron el liderazgo ético y religioso de la Iglesia.

A principios del siglo XV coexistieron tres papas (Benedicto XIII, antipapa español o el papa Luna -a quien le sucedió Clemente VIII o el papa Muñoz-, Juan XXIII, antipapa y Gregorio XII, papa) excomulgándose unos a otros. Los antipapas se sucedieron hasta mediados del siglo XV. Desde esas fechas, Alonso de Borja (procedente de una familia aragonesa instalada en Valencia en el siglo XIII) fue elegido papa (Calixto III) en 1455; favoreció a sus sobrinos, uno de los cuales, Rodrigo, que había conseguido una inmensa fortuna, logró ser nombrado papa en 1492 (Alejandro VI). Él y sus hijos mantuvieron suntuosas cortes y practicaron intrigas políticas y guerras, en todo iguales a las de los reinos terrenales, que dominaron el Vaticano hasta bien entrado el siglo XVI. A principios de este último siglo surgen protestas por el orden social existente que dan lugar a la aparición de Iglesias Protestantes separadas de la obediencia al Papa con la pretensión de llevar a cabo una reforma moral de la Iglesia.

Por motivos diferentes, Enrique VIII de Inglaterra rompió con Roma y fundó la Iglesia Anglicana, al no obtener del Papa la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos y tía del soberano más poderoso de Europa,

el emperador Carlos V y rey de España (Carlos I), quien presionó al papa Clemente VII para que se negara a conceder dicha anulación.

Martín Lutero (Martin Luther, 1483-1546), procedente de una familia alemana de campesinos, estudió en la Universidad de Erfurt, ingresó en la orden agustina de esa ciudad, se doctoró en teología y enseñó filosofía, teología y exégesis bíblica. En 1515 desempeñó el cargo de vicario general de los agustinos en Alemania.

En 1517 se opuso públicamente a la venta de indulgencias para recaudar fondos con que continuar las obras de la basílica de San Pedro, en la ciudad del Vaticano. El papa León X le instó a retractarse, pero Lutero se negó, por lo que fue excomulgado en 1520. En su Manifiesto a la nobleza cristiana de Alemania (1520) exhortaba a los príncipes (y a todos los hombres en general) a procurar y responsabilizarse de la salvación de la patria y de la Iglesia. Concibió la Iglesia (εκκλησία = asamblea) sin jerarquías eclesiásticas, como una comunidad de fieles subordinados al estado y sometidos al poder terrenal de los príncipes que lo han adquirido por la gracia de Dios.

Esta doctrina era favorable a los intereses de los príncipes alemanes, hasta el punto de que Federico de Sajonia concedió asilo a Lutero cuando en 1521 fue perseguido por el emperador Carlos V, quien le había convocado a la Dieta de Worms para que se retractara. Se manifestó en contra de la sublevación de los campesinos (1524-1525) a quienes instó en vano a la paz, por lo que alentó a los señores a castigar severamente al campesinado rebelde.

Su reforma religiosa, expuesta en La libertad del cristiano, se fundamentaba en el sacerdocio de todos los hombres, que no necesitan los dictados eclesiásticos para interpretar directamente el Evangelio. Al suprimir la jerarquía eclesiástica, es el pueblo quien debe elegir y revocar a los sacerdotes, quienes, en esta identificación con el pueblo, no tienen que atenerse a la norma eclesiástica del celibato. De hecho, Lutero se

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casó en 1525 con Katherina von Bora, monja exclaustrada.

Lutero expone el resumen de su doctrina en forma de silogismo aristotélico, sistema de razonar muy empleado por la escolástica; consiste en establecer dos premisas en forma dialéctica, es decir, contrapuestas (tesis y antítesis) para deducir de ellas la conclusión, o síntesis. Según él, el cristiano es libre, señor de todas las cosas, y a nadie está sometido. Por otra parte, el cristiano es en todas las cosas un siervo y está sometido a todo el mundo. La conclusión es que el cristiano debe observar una vida ascética y santa que le conduzca a la salvación por la gracia de Dios, recibida únicamente por su fe, sin estar sometido a nadie; para que pueda tener algo de independencia, debe permitírsele, con el fruto de su trabajo, adquirir una pequeña propiedad independiente que satisfaga sus necesidades. En todo lo demás está sometido al poder temporal, que interpreta el bien común, dirige la sociedad y lleva la iniciativa en la actividad económica de la Nación. El pueblo, por tanto, no tiene derecho a sublevarse contra sus señores, aunque éstos sean injustos.

Sus ideas políticas, económicas y sociales, extraídas fundamentalmente de San Agustín y también inspiradas en La Monarquía de Santo Tomás , están más próximas al pensamiento patrístico y a la época medieval que al pensamiento laico y las nuevas estructuras socioeconómicas que se imponían en su propia época renacentista. Por ejemplo, Lutero insistía en el justo precio y condenaba la usura sin admitir las teorías de los títulos extrínsecos; sin embargo, en los últimos años de su vida cambió de parecer y toleró la percepción de intereses dentro de ciertos límites (Böhm-Bawerk, 1884, p. 51).

Con toda probabilidad, el arraigo de la doctrina luterana, admitida por numerosos príncipes alemanes y difundida por el pueblo, coadyuvó a mantener en los estados alemanes un sistema de producción y un sometimiento servil a la autoridad, propios de las estructuras socioeconómicas de carácter

feudal, que retrasaron el desarrollo económico de los estados alemanes hasta el siglo XIX y la asimilación de la cultura humanística y liberal que se iba difundiendo por el resto de Europa.

Juan Calvino (Jean Cauvin, 1509-1564), humanista, jurista y teólogo francés, que truncó la carrera eclesiástica prevista por su padre (procurador del cabildo catedralicio de Noyon –Picardia– y que murió excomulgado por no presentar durante cuatro años las cuentas del cabildo). Estudió derecho en Orleans y en Bourges, donde además recibió enseñanzas de griego, hebreo y teología de un profesor luterano. Terminó sus estudios en París donde frecuentaba los círculos reformadores. Involucrado en la distribución de pasquines contra la misa fue perseguido por la Inquisición Francesa y se refugió en Basilea (Suiza). Fue invitado por George Farel (otro reformador francés refugiado en Suiza) cuando sus partidarios ganaron las elecciones contra el partido burgués. Allí organizó la nueva Iglesia Protestante que se fue extendiendo por varios países europeos. Dotado de gran capacidad organizativa pronto pasó a ser jefe indiscutido de la Iglesia con gran influencia política que ejerció dictatorialmente, persiguiendo, ejecutando y desterrando a cuantos se le opusieron (el médico y teólogo español Miguel Servet y otros 57 más fueron ejecutados en sólo 4 años y, en ese mismo periodo, 1542-1546, fueron desterradas 76 personas, entre ellas el carmelita Bolsec).

El estado teocrático, según su concepción, debía preservar la pureza de la fe siguiendo los dictados de la Iglesia y exigiendo una acendrada conducta moral a los súbditos.

Predicó la doctrina de la predestinación, ya expuesta por Zuinglio, según la cual las almas de los elegidos ya están seleccionadas por designio de Dios; en la tierra existen síntomas de esa predestinación que se manifiestan en el éxito del buen creyente en los asuntos terrenales y en la práctica de una rigurosa conducta moral, estrictamente regulada por la Iglesia.

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Algunos autores (como Max Weber, Tema 19) han pretendido (sin demasiada reflexión) apreciar en las doctrinas calvinistas el desarrollo del capitalismo puesto que fomentaban el éxito en los negocios por ser un síntoma de la predestinación, en el que creyeron los protestantes, y no se oponían al cobro de intereses y la consecución de beneficios privados. Para Calvino, la norma general era la aceptación del interés, aunque con excepciones, las que fueran contrarias a los principios morales y de la justicia, que con el tiempo fueron considerándose con flexibilidad y tolerancia. Calvino fue uno de los primeros teólogos que interpretó el Nuevo Testamento en un sentido no condenatorio del cobro de intereses (en realidad Lucas, 6,35, sólo dice que no se debe esperar remuneración por el préstamo; pero no proscribe ni condena el rédito). Entre sus argumentos estaba que no apreciaba diferencia entre prestar una casa, una tierra y dinero, puesto que, pese a ser ambos de por sí estériles, quienes reciben prestados cualesquiera de esos bienes se benefician con ello; es decir, obtienen lo que se denomina frutos civiles. Por tanto no había una razón de peso para aprobar el alquiler de una casa, el arriendo de una tierra y condenar, por el contrario, el interés del dinero; es más, el prestamista con el dinero, en lugar de prestarlo, podría haber comprado un inmueble y arrendarlo (Böm-Bawerk, 1884, pp. 52 y 53). Otro autor que en esa misma época defendió ideas similares fue Charles Dumoulin (o Carolus Molinaeus) y más tarde, hacia 1640, Claudius Salmasius.

3.- LOS ÚLTIMOS ESCOLÁSTICOS

En el Renacimiento, período de transición entre la supremacía cultural de los eclesiásticos durante la Edad Media y el predominio cultural de los seglares durante la Edad Moderna, todavía hubo muchos escolásticos en todos los países. Entre ellos cabe citar a:

Luca Pacioli (1445-1510), fraile franciscano y eminente matemático italiano, nacido en Venecia. Escribió, entre otras obras, Suma de aritmética,

geometría, proporciones y proporcionalidad (1494) donde resume todo el saber matemático de su tiempo y en donde expone el Tractatus particularis de computis y scripturis que constituye el primer tratado sistemático de la teoría de la contabilidad por partida doble1

En lo relativo a este epígrafe, a continuación sólo se tratarán los autores españoles por dos motivos: primero, porque en todos ellos existe una cierta uniformidad en su pensamiento, con diferencias en los matices, y, segundo, porque España pasó a ser una referencia mundial al convertirse en una potencia económica, política y militar a escala mundial debido a las enormes riquezas que obtuvo del desarrollo del comercio con sus colonias americanas tras el descubrimiento y conquista del nuevo mundo.

importantísimo instrumento para el control y el análisis del funcionamiento de toda actividad económica.

Escuela de Salamanca es la denominación en la cual se incluyen los últimos escolásticos españoles que fueron discípulos (o sin serlo directamente, de algún modo desarrollaron las enseñanzas) de los maestros de Teología de la Universidad de Salamanca a lo largo de varias generaciones hasta bien entrado el siglo XVII. Estos teólogos-juristas abordaron también, con carácter verdaderamente científico, el estudio de los hechos y problemas económicos que, a partir del descubrimiento de América, se fueron multiplicando. Entre los catedráticos de Teología de la Universidad de Salamanca, que trataron los fenómenos económicos, cabe destacar a Francisco de Vitoria (el iniciador de estos estudios, por lo que ha merecido el título de fundador de la Escuela de Salamanca), Domingo de Soto, Martín de Azpilcueta, Diego de Covarrubias, Miguel Palacios Salazar, Pedro de Aragón, Domingo Báñez y Basilio Ponce de León. Pese a ser numerosos los autores pertenecientes a esta escuela, sólo se

1 Se debe a Leonardo de Pisa la invención del método de contabilidad por partida doble en 1202.

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tratarán a Francisco de Vitoria y brevemente a Martín de Azpilcueta y a Tomás de Mercado.

El término de Escuela de Salamanca ya fue utilizado en 1917 por el teólogo católico alemán Martin Grabmann (1875-1949). Posteriormente, en 1943, José Larraz en su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, titulado La época del mercantilismo en Castilla, 1500-1700, se refiere a la «Escuela de Salamanca» de economistas en el siglo XVI. En 1952, Marjorie Grice-Hutchison publica el opúsculo The School of Salamanca, Reading in Spanish Monetary Theory, 1544-1605. Este pequeño libro (como ella lo llama) contribuyó a difundir en el extranjero la denominación de Escuela de Salamanca; e igualmente la Historia del Análisis Económico de Joseph A. Schumpeter, que recogió esta nomenclatura del discurso de Larraz (aunque sin atreverse a asumirla por completo).

Francisco de Vitoria (c.1483-1546)2

2 Para el tratamiento de este autor se seguirá a José Barrientos García (1985):Un siglo de moral económica en Salamanca (1526-1629).

nació en Burgos, de donde era su madre, siendo su ascendencia paterna de Vitoria (de la familia de los Arcayas). En 1505 ingresó en el convento dominico de su ciudad natal. Desde 1507 hasta 1523 estudió y ejerció el profesorado en la Universidad de París, donde se doctoró en Teología. La fama de su sapiencia hizo que la Orden le reclamara para hacerse cargo de la cátedra de Teología en el colegio de san Gregorio de Valladolid. En 1526 obtiene por oposición la cátedra de Prima de Teología de la Universidad de Salamanca, donde impartió docencia durante veinte años hasta su muerte. Francisco de Vitoria utilizó para impartir sus enseñanzas un nuevo método: el dictado. Sus alumnos eran así amanuenses de sus lecciones. El pensamiento de Francisco de Vitoria (el cual nunca publicó sus conferencias) se difundió por toda España y por Europa, a través de las copias de los dictados realizados por sus alumnos en el aula. De sus conferencias, todas

impartidas básicamente en latín, destacan De potestate civili (1528), De indis (1539) y De iure belli (1539). En estas conferencias se asientan principios por los que más tarde se desarrollaría el derecho internacional; de ahí que Francisco de Vitoria sea considerado uno de los fundadores del derecho internacional.

La teoría del valor, o del precio justo, que nos proporciona Francisco de Vitoria es muy completa y moderna. Como los precios deben ser, ante todo, justos, es condición indispensable que en los contratos no exista fraude, engaño o ignorancia; es decir, entre las partes que intervienen en los contratos no debe existir dolo (engaño), ni violencia o coacción de ningún tipo, ya sea directa o indirecta (incluso la involuntaria), ni ignorancia. Por lo tanto, quienes intervienen en los contratos deben tener perfecto conocimiento de lo que están haciendo. Como norma general, cuando en los contratos hay absoluta voluntariedad, no viciada por aquellas causas, los precios así establecidos de mutuo acuerdo son lícitos.

El problema fundamental en los intercambios es la desigualdad intrínseca de los bienes, en especial cuando uno de ellos es el dinero. Por este motivo, es difícil conseguir la justicia conmutativa: que lo entregado sea equivalente a lo recibido, de forma que el resultado del contrato no sea más oneroso para uno que para otro. Así, se precisa dilucidar la correspondencia de valor entre los bienes; por ejemplo, entre el ganado y los cereales o los metales. Una dificultad añadida es el uso del dinero en los intercambios, porque a su vez éste no mantiene su valor en los distintos lugares ni en diferentes momentos.

El criterio general para determinar el valor de los bienes (incluido el dinero) es el de su apreciación según la común estimación en cada plaza y en cada estación del año, incluso en cada época. Este principio, equivalente a la determinación del precio en mercados de competencia perfecta, sólo es aplicable cuando haya muchos compradores y muchos vendedores y, además, es independiente de las circunstancias especiales que

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entrañan la obtención de la mercancía, como pueden ser el coste, el trabajo, el riesgo, etc.; es decir, los costes de producción (Barrientos, 1985, PP. 37 a 39).

En los mercados de competencia imperfecta, Vitoria distingue entre aquellos en los que hay más vendedores que compradores y en los que existen más compradores que vendedores. Así, el modo de vender influye en la determinación del precio. Si se vende “rogando” (ofreciendo más que demandando, como en las ventas al por mayor) los precios bajan; en cambio, si se vende “rogado” (demandando más que lo ofrecido, como en las ventas al detalle) los precios suben. Estos precios, en ausencia de fraudes y acaparamientos injustos (que provocan la escasez relativa) son lícitos, pues también se establecen en el mercado por común estimación, según las necesidades, y son independientes de los costes de producción. Como se ve, en este tipo de mercados también actúa el principio de la oferta y la demanda (Barrientos, 1985, pp. 40 a 42).

Otra distinción de Vitoria, que se refiere a los bienes en sí, es entre las mercancías de utilización común (como los bienes de primera necesidad) y las mercancías poco corrientes (como los bienes de lujo). Las primeras deben venderse de forma competitiva y su precio sigue el principio fundamental de la oferta y la demanda, según la común estimación. En cambio, la venta de los segundos no puede establecerse de forma competitiva por lo que falta la común estimación. La determinación de su precio, en la que ahora sí es posible tener en cuenta los costes de producción, puede ser muy flexible, pero sin llegar a un precio abusivo (Barrientos, 1985, pp. 42 y 43).

No obstante, hay casos en que los costes no existen o no pueden tenerse en consideración. Ejemplo de este supuesto sería la venta por necesidad de una casa; entonces el precio puede ser mínimo por falta de pujas, y si las hubiera el precio sería mayor, pero siempre inferior al precio normal. En todo caso, serían precios justos ya que éstos quedan establecidos públicamente (ibídem, p. 45).

Es preciso resaltar que Vitoria siempre atendió a la libertad del mercado (cuando éste no está viciado por el dolo o el fraude) en la fijación del precio. Sin embargo, también contempló el precio intervenido. El precio fijado por ley es el precio justo, pero la ley sólo debe establecer los precios de las mercancías muy necesarias, las que se prestan al acaparamiento injusto por parte de los comerciantes, ávidos de riqueza que debido a su desmedido afán de lucro dañan con este proceder a la comunidad (ibídem, p. 47). Consideró lícito que en la venta al fiado se cobrara algo más que en la venta al contado (ib., pp. 53 y 96 y ss.).

Respecto al interés del dinero, Francisco de Vitoria comprendió la necesidad de la financiación para el desarrollo de los negocios y el progreso económico. Por eso, consideró lícitas ciertas formas de préstamo encubierto, como la mohatra (Grce-Hutchinson, 1993, p. 55); consistía ésta en comprar al detalle y a crédito una mercancía al precio justo correspondiente al caso de exceso de demanda y a continuación vender el género al por mayor y al contado a un precio inferior, pero igualmente justo por pertenecer a los casos de exceso de oferta. La diferencia de precios, en realidad, era el interés de un préstamo equivalente a la cantidad de dinero obtenida en la segunda operación, la de venta de la mercancía. También aceptó abiertamente las figuras del damnum emergens y de la mora debitoris; en cambio, la del lucrum cessans sólo la admitió bajo determinadas circunstancias, manteniendo la condena genérica sobre la usura (Barrientos, 1985, pp. 81 y 84).

En la cuestión de los salarios, Francisco de Vitoria no es partidario de la libertad absoluta de contratación. En consecuencia, acepta el principio de la laesio enormis, según el cual se está obligado a restituir cuando se cobra más del precio justo o se paga menos del salario justo. Tal sería el caso de un médico o un abogado que aprovechándose de una gran necesidad, cobrara más de la mitad del honorario justo; o el del amo que paga a su criado menos de la mitad del salario justo. En estos casos no existe verdadera voluntariedad

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ni libertad en la aceptación del contrato por la parte perjudicada, cuyo consentimiento está viciado debido a la extrema necesidad (ib., pp. 52 y 53).

Francisco de Vitoria hizo una incipiente incursión en la teoría del poder adquisitivo del dinero a través de su paridad en los cambios con otras monedas de distintos países. Da a entender que en los países en los que escasea la moneda, ésta vale mucho, y, por tanto, si alguien desea cambiar su dinero procedente de un lugar en el que la moneda vale poco, tendrá que entregar más cantidad de dinero en el sitio de origen que la cantidad a recibir en la plaza de destino, donde la moneda vale mucho:”En este caso si el Duque de Alba, por ejemplo, entregaba en Medina mil ducados, no podía recibir otros mil en Alemania debido al mayor valor del dinero en Alemania, lo cual era totalmente justo” (Barrientos, 1985, p.126). Esta apreciación de Vitoria, como podemos comprobar, se encuentra muy próxima a la teoría cuantitativa del dinero3

Otro tema tratado por Francisco de Vitoria fue el comercio internacional, de cuya libertad se erigió en firme defensor. Él consideró que todos los pueblos tienen derecho al libre comercio, porque pertenece al derecho de gentes, es natural y de origen divino. Ello es debido a que los pueblos y las naciones no son autosuficientes en la satisfacción de sus necesidades; por tanto, no se les puede negar la posibilidad de adquirir los bienes que no existen en su territorio y sean útiles para la vida y usos de los hombres.

. Pero, cuando se trata de una mera vinculación entre cantidad de dinero y nivel de precios sin otras explicaciones más complejas que conformen una teoría del dinero más completa, es preferible la nomenclatura de Schumpeter (1954. p. 362): “El teorema de la cantidad”.

Martín de Azpilcueta (el doctor Navarrus, 1493-1586) estudió teología en Alcalá de Henares,

3 Cuyo concepto ya ha sido mencionado en el Tema anterior (Epígrafe 4).

Toulouse y Cohors, donde también impartió la enseñanzas. De regreso a España ingresó en la orden de San Agustín de Roncesvalles. En la Universidad de Salamanca fue catedrático de Prima de Cánones durante 14 años y otros 16 años en la Universidad de Coimbra (Portugal) siendo uno de los canonistas más cultos y eruditos de su época. Sus principales obras son Tratado de las rentas de los beneficios eclesiásticos (1556) y Manual de Confesores y penitentes (1556); en un apéndice a éste último, titulado Comentario resolutorio de usuras, Azpilcueta, aun asumiendo la opinión de Aristóteles sobre la antinaturalidad de las ganancias obtenidas con el préstamo del dinero y condenándolo con carácter de generalidad, acabó por no considerar injusto el interés en determinadas circunstancias, como podría ser el caso del damnum emergens y lucrum cessans. En otro apéndice Comentario resolutorio de cambios trató de conciliar la postura aristotélica respecto al comercio con la apreciación moral no condenatoria de los negocios existentes en su tiempo. Así, de su análisis sobre la licitud de comprar barato y vender caro, llega a una conclusión afirmativa en base a una teoría subjetiva del valor, según la cual es la necesidad de las mercancías la que provoca la subida de los precios; los cuales se conforman por la escasez con que se disponen y por la deseabilidad, o necesidad, que los individuos muestran por los productos: “ todas las mercancías encarecen por la mucha necesidad que hay y poca cantidad de ellas” (transcripción de Grice-Hutchinson, 1993, p. 237). Esta conclusión está muy próxima a la actual teoría de la oferta y de la demanda, de la misma forma que sus apreciaciones sobre los efectos del dinero están muy cercanas de la teoría cuantitativa, o, más bien, del teorema de la cantidad.

Fue uno de los primeros autores en percatarse que la abundancia de dinero (como ocurría en España con la masiva afluencia de oro y plata procedente de América) era la causa de la elevación de los precios; y por este motivo se le considera el iniciador de lo que posteriormente se denominaría “la teoría cuantitativa del dinero”. Ésta puede reconocerse en las siguientes

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frases: “do hay gran falta de dinero, todas las otras cosas vendibles, y aun las manos y trabajos de los hombres, se darán por menos dinero que donde hay abundancia de él, como por la experiencia se ve en Francia, do hay menos dinero que en España, valen mucho menos el pan, vino, paños, manos y trabajos de los hombres; y aún en España, el tiempo que había menos dinero, por mucho menos se daban las cosas vendibles, las manos y trabajos de los hombres, que después que las Indias descubiertas la cubrieran de oro y plata” (transcripción de Grice-Hutchinson, 1993, p.237-238).

Igualmente Azpilcueta es considerado un precursor de la «teoría de la paridad del poder adquisitivo del dinero» en el tipo de cambio. Es decir, el dinero se intercambia en otros países, y, por tanto, se desplaza a ellos en función de su capacidad de compra. Azpilcueta se expresa así: "el dinero vale más donde y cuando hay falta de él, que donde y cuando hay abundancia (transcrito por Grice- Hutchinson, 1993, p.58). “el dinero [...] se encarecerá con la mucha necesidad y poca cantidad de él” (ib.,, p.237). Esta última frase la extiende a toda clase de mercancías, pues el dinero, al poder venderse, comprarse e intercambiarse de múltiples formas, se comporta exactamente como una mercancía. Como se puede apreciar su pensamiento es también el esbozo de una teoría de la oferta y la demanda con aplicabilidad general.

Tomás de Mercado (nació en Sevilla, o en Méjico según algún historiador, en fecha desconocida y murió en 1575). Su juventud transcurrió en Méjico donde, después de tomar los hábitos de los dominicos (1553). Se trasladó a España, residiendo en Salamanca, en cuya universidad completó sus estudios doctorándose en Teología, y en Sevilla; murió en el viaje de regreso a Méjico poco antes de arribar a la costa. Publicó Tratos y contratos de mercaderes y tratantes (1569), libro que alcanzó gran fama y se reeditó, en una versión ampliada, con el título

abreviado de Suma de tratos y contratos (1571 y 1587) y en una edición en italiano (1591). Escrito al estilo ético de la escolástica, con la pretensión de ser una guía moral para mercaderes, lo dedicó al Consulado de Mercaderes de Sevilla. Pero ello no es óbice para que en él se analicen las prácticas mercantiles al uso, especialmente en la ciudad de Sevilla que ostentaba el monopolio del comercio con América. Mercado obtuvo las informaciones de primera mano, conversando con los comerciantes, y su libro es muy instructivo para conocer las costumbres y prácticas mercantiles en la España de esa época.

Tomás de Mercado (1571, pp.158, 168 y200) expone una teoría del valor similar a la de Francisco de Vitoria. Funda el valor en la utilidad proveniente de la necesidad y en la escasez relativa, ya sea ésta de la mercancía, del dinero, del número de compradores en proporción a los vendedores o del tipo de venta (contado o a crédito). En esta teoría contempla dos elementos: uno subjetivo y otro objetivo.

Al igual que Vitoria, es partidario de la tasación legal del precio cuando se trata de las mercancías más necesarias (ib., p. 160). En este caso, en la fijación del precio deben tenerse en cuenta los costes de producción, una prima por riesgo y un módico beneficio; de ésta forma se incentiva la producción de los bienes (ib., p. 167). Aquí su teoría sólo es de tipo objetivo y hoy podríamos decir que se basa en los costes de producción.

Su teoría del tipo de cambio también sigue las directrices establecidas por Vitoria y demás miembros de la Escuela de Salamanca. Distingue entre valor nominal de la moneda y su poder adquisitivo. Aquél viene fijado por ley (ib., p. 160); en cambio, éste último viene determinado por la estima subjetiva relacionada con la escasez objetiva de la mercancía. Por este motivo, en una plaza donde haya poca moneda se estima mucho el dinero y se dan menos monedas a cambio de las que proceden de un lugar donde abunde y se estime menos el dinero (ib., p. 168).

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En lo concerniente al dinero, también expuso el teorema de la cantidad al observar la íntima relación entre la afluencia de los metales preciosos de América y la subida de los precios (ib.,p. 329).

Tomás de Mercado, en lo que respecta a sus ideas sobre economía política, adoptó una temprana posición mercantilista. Para Mercdo el dinero es la representación de la riqueza; con él se consiguen todos los bienes. De ahí que considere que una nación es próspera si en ella abunda el dinero y que se queje de la salida del oro y la plata, sin que con estos metales se haya fomentado la producción y el comercio (ib., pp. 301 y 302).

Además, presentó una teoría sobre el interés del dinero basada en las preferencias subjetivas de las personas hacia los bienes presentes respecto a los futuros. En concreto dice (ib., p. 324) que “más vale el dinero presente, que el ausente”, y, a continuación añade para realzar este principio económico que “más vale pájaro en mano, que buitre volando”. De esta forma resume su concepción sobre la apreciación de los hombres por disponer en la actualidad del dinero, lo que les induce a pagar una prima en el futuro además de devolver el principal del préstamo.

Entre los escolásticos españoles no pertenecientes a La Escuela de Salamanca podemos considerar a los siguientes autores:

Luis de Molina (1535-1601), jesuita y teólogo español que fue profesor en Évora (Portugal) y de moral en el Colegio Imperial de la corte. A los efectos económicos que nos interesan, escribió el libro De iustitia et iure (que publicó por partes en 1593, 1597 y 1600; póstumamente se publicó el libro completo en 1613).

Este autor expone una teoría del valor (formación de los precios) muy próxima a las actuales, basada en la utilidad subjetiva (uso al que son destinados los bienes) y en el coste objetivo (gastos en que se incurre en la producción de los bienes). Según

Molina, el coste interviene en el valor de cambio (el precio) de los bienes, pero no es la causa de éste por sí solo, sino que es la necesidad de ellos, por el uso que se les va a dar, la que origina su valor de cambio (Schumpeter, 1954, p. 137).

La preocupación por la justicia, típica de la Escolástica, le lleva a la consideración de que cualquier precio establecido en los mercados sin la intervención de la autoridad pública y de agentes monopolísticos, esto es, el establecido por común estimación ( o en mercados de competencia perfecta, como hoy diríamos) es un precio justo, tanto si es alto como bajo, y aun cuando los mercaderes sufran pérdidas, pues tal precio se ajusta a la coyuntura económica de cada momento (Schumpeter, 1954, p. 137-138). En cambio, son ilícitas las ganancias obtenidas mediante precios fijados por un monopolio, incluso por las autoridades públicas. En todo caso, el monopolio es pernicioso por ir en contra del bien común (Schumpeter, 1954, p. 136).

Molina, de forma similar al análisis de Martín de Azpilcueta sobre el interés, apreciaba la necesidad de tomar en cuenta algunos de los títulos extrínsecos, particularmente el del lucrum cessans y el damnun emergens, pues el dinero (a pesar de reconocer que no es productivo de por sí) es un instrumento, una mercancía como las demás, en manos del comerciante, por lo que el capital dinerario, en esas circunstancias, puede producir ganancias, al igual que la venta de cualquier producto (Schumpeter, 1954, p. 142-143).

En la España del siglo XVI era tan corriente que cualquier persona prestara dinero lucrándose de ello que negar esa posibilidad a los comerciantes era un contrasentido. Por eso, Molina estimaba la posibilidad de que al prestamista se le compensara restituyéndole más capital del prestado, porque tenía derecho a la devolución del préstamo y al cobro del interés en concepto de lucrum cessans.

Juan de Mariana (1536-1624), jesuita e historiador español que fue profesor en la Universidad de París (La Sorbona ),donde se doctoró. Es autor de la

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Historia general de España (1592) y de Del rey y de la institución real (De rege et regis institutione, 1599) y Siete tratados (Tractatus septem, 1609) que contiene un breve ensayo Sobre la alteración de la moneda (De monetae mutatione).

En De rege et regis institutione se muestra partidario del fomento de la agricultura muy desatendida en la España del siglo XVI. En solidaridad con el pueblo oprimido y en aras del bien común, llegó hasta el punto de disculpar el tiranicidio; en algunas versiones de La Monarquía de Santo Tomás se menciona “destruir al tirano” (en latín destruo), mientras que en otras versiones se dice “destituir al tirano” (destituo en latín); véase a este respecto el Estudio Preliminar de L. Robles y A. Chueca a La Monarquía de Santo Tomás, p. LIII. El rey de España, Felipe III, a través del Tribunal de la Inquisición, mandó incoar expediente por delito de laesa majestate, al padre Mariana, debido a su ensayo De monetae mutatione, donde vierte acusaciones de corrupción por las medidas monetarias adoptadas por el duque de Lerma. Aunque no llegó a dictarse sentencia y su autor fue excarcelado, Mariana no fue reivindicado hasta poco antes de morir, al ser nombrado por Felipe IV cronista real (Fernández de la Mora,1992, pp. 341 y ss.).

El paradigma escolástico del bien común es el norte que guía a este jesuita en la denuncia de las injusticias originadas por la adulteración de la moneda que pone de relieve en su opúsculo citado De monetae mutatione. En él critica muy duramente la política monetaria de Felipe III, cuyos validos habían practicado sistemáticamente la corrupción y habían acumulado inmensas fortunas a costa de la Hacienda Pública. Para evitar una mayor presión fiscal en el reino (que presentaba síntomas de no poder soportarla al estar inmerso en una depresión económica, a pesar de que seguía llegando la plata americana) y obtener los cuantiosos recursos monetarios que el Imperio necesitaba para su sostenimiento, se decidió, en 1599,

acuñar el vellón de cobre sin alearlo con plata. En 1602 se procedió a reducir el peso del maravedí a la mitad; a partir de 1603 todavía se redujeron más los costes del monedaje al resellar las monedas existentes con un valor facial doble, incluso triple, del originario (ib., p. 343-344). La inflación consiguiente a estas medidas monetarias acabó en una secular depresión económica, que los esporádicos intentos de restablecer el valor de la moneda no consiguieron evitar, pues al poco tiempo se volvía a las devaluaciones. Hasta 1680 no se renunció definitivamente a la alteración del valor de las monedas. A ese periodo de 1599 a 1680 se le ha designado La revolución del cobre.

4.- LOS AUTORES LAICOS

El florecimiento económico y cultural del Renacimiento propició la aparición de numerosos escritores que se interesaron por los temas económicos. La selección de algunos de ellos siempre presenta el problema de los olvidos y las susceptibilidades. La limitación de unos apuntes impide la exposición de muchos autores que también contribuyeron de forma significativa al desarrollo del pensamiento económico; por eso se tratan los que, en principio, parecen ser los más representativos.

Respecto al título del epígrafe, se requiere una observación. Los autores laicos (es decir, no eclesiásticos en puridad de términos) no se contraponen a los escolásticos. La educación recibida por unos y por otros fue la misma (todos escribieron preferentemente en latín) y los laicos continuaron la obra de los escolásticos precedentes. Los valores superiores del bien común y de la justicia siguieron influyendo poderosamente en el pensamiento de estos autores, y si bien no escribían con la pretensión de guiar a los confesores y aconsejar la conducta de los fieles, sí lo hicieron con el ánimo de orientar a los reyes y gobernantes en la adopción de políticas económicas.

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Santo Tomás Moro (Thomas More, 1478 -1535) fue un eminente humanista, amigo del también gran humanista Erasmo de Rótterdam, jurisconsulto, abogado prestigioso y político inglés. Procedente de una noble familia, se educó en Oxford y Londres. Llegó a ser el Lord Canciller del reino pero, por no aprobar el divorcio de Enrique VIII, dimitió de su cargo, y, posteriormente, al no acceder a las exigencias del rey para que reconociera la nulidad de su primer matrimonio y la validez de su nueva boda con Ana Bolena, éste último lo acusó de traidor, lo encarceló y lo mandó decapitar.

Escribió Utopía y envió su libro a Erasmo, quien se encargó de publicarlo en Lovaina (Bélgica) a finales de 1516.

El libro de Moro, con notables influencias de La República de Platón –reconocidas por el autor– y posiblemente de La Monarquía de Santo Tomás, está catalogado como obra fantástica, producto de la imaginación; pero la realidad es que la constitución de un estado ideal, el de la isla de Utopía, localizada en ninguna parte (u = prefijo griego de negación y topos = lugar geográfico) es un recurso literario que, junto con una fina ironía y una aguda percepción de los móviles psicológicos humanos, dan solución a los problemas económicos y sociales de la Europa de principios del siglo XVI que son analizados rigurosamente en la primera parte de su libro. Los instrumentos analíticos que utiliza son los de la Escolástica.

Para Tomás Moro el principal problema de la sociedad es el dinero, causa directa de la institución de la propiedad privada, la acumulación de riquezas, el paro, el hambre y los crímenes (que la gente "pase hambre con ahínco, a no ser que robe con ahínco" –p.74–) y de todo tipo de calamidades como el fraude, el robo, los motines y levantamientos, los asesinatos, las traiciones, etc.

El autor aprovecha la ocasión para criticar severamente la " conspiración de los ricos que se sirven del nombre y título de "res pública" para sus

intereses particulares. Arbitran e inventan toda clase de argucias y procedimientos para detentar, sin temor a que se lo quiten, lo que han acumulado con artimañas y para pagar lo menos posible por la mano de obra y fatigas de los pobres, abusando de ellos. Es suficiente que los ricos decreten por una sola vez que esas maquinaciones deben acatarse en nombre del interés público (es decir, también en interés de la gente pobre), para que adquieran con ello fuerza de ley" (p.203). Y también denuncia a los "jueces sometidos a la voluntad del rey y, en disposición de fallar las causas a favor de la realeza [...] no habrá causa suya, por injusta que parezca, en la que uno de esos jueces no encuentre un resquicio para defenderla con artimañas [...] para que interpreten la ley a su favor" (p.96).

La influencia de Tomás Moro en economistas de siglos posteriores fue muy notable.

Los aspectos económicos más destacados, tratados por Tomás Moro en Utopía son:

A) LA FINALIDAD DE LA SOCIEDAD

Ésta consiste en la satisfacción de las necesidades de todos los ciudadanos y el disfrute de los placeres virtuosos, sobre todo los placeres del espíritu.

El medio para conseguirlo, promulgando sólo pocas leyes, es la laboriosidad de los hombres que al trabajar por lo que necesitan contribuyen al bienestar general, objetivo de la organización social; la educación humanista y las prácticas consuetudinarias son suficientes para regular las actividades y las conductas humanas.

Todos los habitantes de Utopía "hombres y mujeres, sin discriminación” tienen “una ocupación común: la agricultura, y de ella nadie está excluido" (p.120). Y "todos se dedican a oficios útiles" por lo que "disponen de todo en abundancia" (p.126). "La única finalidad de las instituciones del Estado -en cuanto lo permiten las necesidades de la comunidad- es restar el mayor tiempo posible a las servidumbres de carácter

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físico, para que todo ciudadano lo consagre a la libertad y al cultivo del espíritu" (p.127).

"son gente modesta y sencilla, cuya constante laboriosidad redunda en mayor beneficio para la sociedad que para ellos mismos" (p.105). "Si buscamos satisfacción personal respetando esas leyes, actuamos con prudencia; pero si además procuramos el bien general, actuamos virtuosamente" (p.147).

"Un rey antes debe ocuparse del bienestar de su pueblo que del suyo particular" (p.98). "Si existiera un rey tan despreciado y odiado por sus súbditos que para mantenerlos sumisos tuviera que recurrir a malos tratos, a la exacción y a las confiscaciones, reduciéndolos a la indigencia, mejor sería que abdicase en lugar de conservar la corona por tales procedimientos [...]. Es impropio de la dignidad de la realeza que ejerza su imperio sobre mendigos y no sobre gentes prósperas y felices" (p.98).

B) LA FORMA DE GOBIERNO

La mejor forma de organizar el gobierno de la sociedad es la república democrática. Respecto a este tipo de gobierno, podemos considerar que Tomás Moro fue uno de los monarcómacos (nombre con el que se designa a los escritores renacentistas que rescataron el concepto de democracia helenístico para introducirlo en las monarquías contemporáneas). El Gobernador vitalicio de Utopía es elegido por votación secreta; aunque puede ser destituido en casos extremos. Los restantes cargos se designan, por sufragio democrático, durante el período de un año; basta que alguien desee un nombramiento público para que sea excluido de la elección (p.167), pues es síntoma de que busca antes su interés particular que el general. Las asambleas de ciudadanos para discutir los asuntos públicos, que serán decididos en el Senado, son un trámite de obligado cumplimiento.

C) LA PROPIEDAD COMUNAL

Tomás Moro enfrenta la propiedad comunal platónica con la privada aristotélica, llegando a la

conclusión de que aquélla es más apta que la privada y proporciona cohesión social, ya que "es la necesidad, quien nos lleva a creer que antes debe atenderse a lo propio que a lo del pueblo, es decir, a lo ajeno. Mientras que, por el contrario, allí -donde todas las cosas son comunes- nadie teme que vaya a faltarle cosa alguna privada (con tal que se mantengan rebosantes los graneros públicos)" (p.201). Así es que la "única solución del bienestar social es establecer la igualdad de bienes; cosa que no sé si llegará jamás a tener efecto en tanto exista la propiedad privada. Porque mientras un individuo cualquiera, valiéndose de determinados títulos, arramble con cuanto pueda, sucederá que, por muy abundantes que sean los bienes existentes, unos cuantos se los repartirán en su totalidad y dejarán a los demás en la miseria" (p.105).

Sin embargo, Utopía no es un estado absolutamente igualitario. Los gobernantes electos gozan de algún pequeño privilegio y existen esclavos y siervos, con distintos derechos, aunque se les trata con dignidad. La dureza de trato sólo se practica con los propios conciudadanos que son sentenciados a la esclavitud por la comisión de algún delito, "porque habiendo recibido una excelente educación para llevar una vida virtuosa no han sido capaces de rechazar la atracción de la delincuencia" (p.160-161).

D) EL ESTADO DEL BIENESTAR

Al ser el bien común un valor supremo de toda la sociedad, ningún habitante de Utopía es desatendido, mereciendo especial dedicación los enfermos y los ancianos. "Los hospitales son públicos [...] y la asistencia es tan cuidadosa y tan constante el desvelo de los médicos que, aunque la hospitalización no es obligatoria casi todos los ciudadanos prefieren que se les ingrese en los hospitales a que se les atienda en sus domicilios" (p.130). "Las atenciones con que se rodea a los que trabajaron antaño, y hoy día se hallan incapacitados, no son menores que si actualmente trabajasen (p.201), porque la sociedad no puede ser tan ingrata que olvide a quienes “han consumido su edad

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viril en el trabajo proporcionando a la sociedad cuantiosos beneficios" (p.202).

La educación y la sanidad son prestaciones sociales gratuitas proporcionadas prioritariamente por el estado.

En Utopía también encontramos un principio básico del estado del bienestar: “la búsqueda del bienestar personal no debe causar malestar al prójimo” (p.147). Un principio similar a éste sería definido ya en el siglo XX a propósito de la búsqueda de situaciones óptimas de bienestar social, y que se conoce como el óptimo de Pareto. (véase Tema 25).

E) EL VALOR DE LOS BIENES

En este libro, su autor esboza una teoría de la formación del precio de los bienes basada en dos elementos. En primer lugar, está el elemento subjetivo: son los propios hombres los que establecen el valor al estimar útiles las cosas, aunque por su naturaleza no lo sean. Moro plantea la paradoja del valor, es decir, cómo una cosa que tiene poca utilidad alcanza un alto valor, cuando otras que tienen mucha utilidad son baratas (p141). La explicación de Moro es que en el valor interviene un segundo elemento, objetivo: la escasez o la abundancia. Los bienes muy abundantes son baratos y los escasos caros; concretamente, los alimentos son caros debido a las enclosures que sustraen del cultivo grandes extensiones de tierra de labor. La escasez puede ser relativa si unos pocos acaparan un bien del que no tienen urgencia por vender. A esta situación Tomás Moro la definió como "oligopolio" (p.78), siendo así el inventor4

4 Hablando de invenciones, Moro expone en su Utopía una forma de producir pollos mediante la incubación artificial de muchos huevos sometidos a un calor constante. Respecto a la paradoja del valor, véase más adelante el epígrafe H) EL DINERO.

de este término que cayó en el olvido durante siglos (según Schumpeter, 1954, p.1.066n, en 1914 lo volvió a utilizar Karl Schlesinger y Chamberlin lo difundió en su Teoría de la competencia monopolística de 1933).

F) LA PRODUCCIÓN

La producción en Utopía es agrícola, complementada con la artesanal que, por la importancia numérica de las personas dedicadas a ellas, se reducen fundamentalmente a cinco actividades: "tratar la lana, labrar el lino, la albañilería, la herrería y la carpintería. Fuera de estos oficios no hay otros dignos de mención, por lo que se refiere al número de los obreros" (p.121).

Los factores de la producción son la tierra y el trabajo. El capital no se considera puesto que en Utopía no existe dinero, ni, por tanto, capital financiero; y respecto al capital productivo sólo se utilizan los aperos de labranza (y se supone que las herramientas necesarias para ejercer los oficios).

Respecto a la tierra, los campos y las granjas, se describe la forma en que se dispone la tierra para el cultivo y la crianza de animales así como el relevo del personal dedicado a la agricultura, actividad considerada especialmente penosa y dura.

Por lo que se refiere al trabajo, se reparte equitativamente entre todos los ciudadanos, sin que nadie quede ocioso, estableciéndose un máximo de seis horas (p.123) laborales al día; con esa duración de la jornada hay más que suficiente para abastecer a toda la sociedad y para obtener excedentes de todos los productos.

Cuando en determinadas estaciones del año hay acumulación de trabajo (siega, recolección, etc.) todos colaboran y el tiempo sobrante se emplea en las obras públicas.

A modo de contraste, Moro pone de manifiesto que el tremendo paro existente en Inglaterra se debía a las enclosures, o sea, a los cercamientos de las tierras de labor por los nobles y señores para dedicarlas a pastizales y cría de ovejas, expulsando a los campesinos: “Todo lo cercan para pastos”. De forma que “vuestras ovejas [...] se están volviendo tan voraces y bravías que devoran hasta los mismos

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hombres, y devastan y despueblan campos, casas y villas” (p.76).

G) LA DISTRIBUCIÓN

La producción se guarda en almacenes públicos para su distribución gratuita según las necesidades; las lonjas de comestibles perecederos también son públicas y gratuitas. En Utopía todo se distribuye sin mediar el dinero, inexistente en la isla.

Las necesidades se calculan con gran exactitud y en función de ello se realiza la producción (es decir, se trata de un sistema de planificación central), de forma que sea excedentaria para prevenir la penuria y años de malas cosechas.

Los excedentes, después de las previsiones de abastecimiento durante un bienio, se emplean en el comercio internacional para importar hierro del que no hay yacimientos en la isla y otros bienes. En el comercio exterior se utiliza el dinero; pero, como en el interior no sirve para nada, un séptimo de los productos exportados lo ceden gratuitamente a los pobres del otro país y el resto lo venden a un precio moderado.

Como se aprecia, Utopía es el primer país que dedica una parte de su producto interior bruto para ayuda al subdesarrollo y no practica la explotación comercial de otros países.

El dinero conseguido mediante el comercio exterior, se guarda para hacer frente a las contingencias, por ejemplo, pagar a mercenarios en caso de guerra y a traidores que siembren la subversión en el campo contrario. Una parte de ese dinero se deja depositado a interés en bancos extranjeros.

H) EL DINERO

Para Moro, el dinero (monedas de oro y plata) es una mercancía más y su valor se rige por los dos elementos que intervienen en la formación del precio de las cosas: la escasez y la estimación subjetiva. Estas dos, son altas, en el caso de los metales preciosos, por lo que el dinero tiene un elevado valor.

Sin embargo, Moro realza el carácter de convención social que tiene el dinero y por la cual es valioso; ya que, para él, el oro y la plata apenas tienen utilidad práctica para otros fines que no sean los de la ostentación. Los compara con el hierro que tiene una grandísima utilidad para el hombre, al igual que el fuego y el agua, que sin embargo son muy baratos. Atribuye a "la necedad humana el que haya hecho estimable su rareza" (p.137).

Debido a estas consideraciones, se puede decir que Moro asume una teoría nominalista del dinero, puesto que es “el hombre mismo [...] quien establece su valor” (p.141); como se puede apreciar, da a entender que cualquier cosa, que siendo escasa fuera apreciada por los hombres, podría servir de dinero.

Moro no ignora que el dinero sirve para facilitar el intercambio y de hecho los utopienses lo usan en el comercio exterior. No obstante, en la isla está abolida la institución del dinero, con lo cual no existe la posibilidad de realizar el comercio; la sociedad que describe no es mercantil, es una sociedad prácticamente igualitaria en que todos los bienes se comparten en común con un gran sentido de la solidaridad. Se trata de una sociedad tipo precapitalista que los antropólogos hubieran catalogado como sistema económico de reciprocidad y de distribución de bienes.

Respecto al interés del dinero, Tomás Moro se limita a citarlo como algo de lo más natural, aunque sin buscar el enriquecimiento con él, puesto que se condona en caso de apuros del prestatario. Por lo demás, no expone ningún tipo de teoría sobre el interés.

I) LA POBLACIÓN

En Utopía se mantiene un equilibrio entre los habitantes y los recursos, de forma que si la población aumentase por encima de cierto límite, se fundan colonias en el exterior, regidas por las mismas leyes y costumbres, para dar salida al excedente demográfico. En los territorios vírgenes ocupados se convive pacíficamente con los nativos, procurando su beneficio

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al dotarles de los progresos técnicos más avanzados de los utopienses. Sin embargo, éstos consideran lícita la guerra y expulsan a los indígenas cuando no consienten en la ocupación de tierras incultas y abandonadas, impidiendo su uso por quienes las necesitan para sobrevivir. Si acaeciera una calamidad en Utopía que mermara su población se repatrían a los colonizadores (pp. 128 y 129).

Todos los niños menores de cinco años se quedan en salas especiales al cuidado de nodrizas (p. 132), como en las actuales guarderías.

En el país de Utopía se practica de forma encubierta la selección biológica de la especie humana. A tal fin, en la elección de cónyuge es presentada la mujer desnuda y el hombre desnudo, respectivamente, a cada uno de los pretendientes, para que ambos puedan comprobar que no existen deformidades físicas y evitar así “el riesgo grave de hacer una mala coyunda” (p.163).

La infancia y la educación merecen especiales cuidados (p. 142).

Por motivos humanitarios, y no por causa de la presión demográfica, se incita a la eutanasia cuando la vida deja de ser placentera por causa de alguna enfermedad acompañada de grandes sufrimientos. Al paciente se le consuela y se le persuade a quitarse la vida adormeciéndolo para evitar el dolor. En cambio, el suicidio voluntario está penado con la privación de exequias y de sepultura (pp. 161 y 162) .

Nicolás Copérnico (Niklas Koppernigk, 1473-1543), astrónomo y jurista polaco. Su padre, rico comerciante, le proporcionó una esmerada educación. Inició su enseñanza universitaria en Cracovia, donde se matriculó en astronomía. Prosiguió sus estudios de astronomía y de derecho en Bolonia (Italia), en Roma y en la Universidad de Ferrara donde se doctoró en derecho canónico. De regreso a Polonia, estuvo al servicio de un tío suyo, obispo de Ermeland, y posteriormente tomó posesión de su cargo de canónigo

en la catedral de Frauenburg (en aquella época no era necesario ser ordenado sacerdote para obtener una canonjía).

Su famosa y revolucionaria teoría heliocéntrica la plasmó en Devolutionibus orbium caelestium que no se atrevió a publicar, y no sin fundamento, puesto que tras su publicación póstuma en 1543 acabó siendo declarada herética. Esta fue una de las primeras teorías modernas basadas en el razonamiento deductivo a partir de unas hipótesis; y las conclusiones a las que se llegaba permitían resolver las múltiples discordancias y las complicadas explicaciones de los movimientos de los planetas al considerar la tierra como centro del sistema planetario.

Si bien el método científico empleado por Copérnico tiene mucha importancia para la Economía (y para todas las ciencias en general), el motivo por el que se le cita aquí es por su temprana observación y exposición de un hecho monetario cuyo enunciado se aproxima a la teoría cuantitativa del dinero.

A finales del siglo XV y principios del XVI la familia de los Fugger, banqueros alemanes, por compra o alianzas pusieron en explotación minas de cobre y plata en Europa central (Selva Negra, Tirol, Hungría) cuyos metales se distribuyeron por Europa antes de la afluencia de los tesoros americanos. Copérnico pudo observar los efectos que el incremento monetario producía en los precios. En 1522 ya había expuesto en la asamblea prusiana el fundamento de una moneda fuerte y unos años después escribió sus apreciaciones a petición del propio rey polaco en Monetae Cudendae Ratio (Consideraciones sobre la acuñación de moneda, 1526). Su conclusión más significativa era que "el dinero se deprecia normalmente cuando se hace demasiado abundante", ya que "si se transforma mucha plata en monedas, la demanda de los lingotes es superior a la de las monedas" (citado por Spiegel, p.114). Según esto, el precio de mercado de los lingotes aumenta respecto al valor del dinero. A este enunciado, referido al poder adquisitivo del dinero, le falta la

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generalización al aumento de precio de todas las mercancías para llegar a una formulación más cercana a la teoría cuantitativa.

Luis Ortiz, escritor español del siglo XVI del que, hasta hace poco, sólo se tenían noticias por la recopilación de textos de contenido económico realizada por el economista, jurista y político español Manuel Colmeiro (del siglo XIX) en su libro Biblioteca de los economistas españoles de los siglos XVI, XVII y XVIII (1880). De su vida apenas se conoce algo: estudió en la Universidad de Salamanca y fue contador de las finanzas reales.

Luis Ortiz escribió Memorial al rey para que no salgan dineros de estos reinos de España (1558), a raíz de la primera bancarrota del recién estrenado reinado de Felipe II. Su título es un poco engañoso ya que parece tratarse de una temprana obra mercantilista, que en efecto también lo es, pero fundamentalmente es el tratado de un sistema casi completo de economía (elogiado por J.A. Schumpeter,1954, p.207n), que sorprende por su aparición histórica tan precoz. En él se expone la forma de llevar a cabo un desarrollo económico equilibrado, muy bien razonado y basado en la investigación de los hechos económicos.

Las causas, que Ortiz aprecia, de los problemas económicos de Castilla y de la salida del oro del reino son (según Martín, 1999, p. 425-426):

La subida de los precios en el país.

La escasa oferta productiva para hacer frente al aumento de la demanda que la colonización de América supuso.

El desprestigio social del que ere objeto el trabajo artesanal.

Uno de los principales problemas que observa Ortiz (1558, p. 31) es que salen del reino mercaderías sin elaborar (materias primas) y entran productos manufacturados; por eso propone (ib., p. 35) que sólo se grave con el 5% la exportación de productos

elaborados y con el 20% los no elaborados. Otro (ib., p. 32) es el desprestigio de los oficios mecánicos, por lo que recomienda que se promulguen leyes en las que se honren los oficios para que puedan ser ejercidos por “hijos de Grandes y Caballeros”. También es un problema la generalizada ociosidad de la gente, por lo que propone fomentar el empleo y efectuar una formación profesional para incrementar la producción nacional de manufacturas aprovechando las materias primas del país. El reino de España en aquella época exportaba materias primas baratas e importaba caros productos elaborados en el extranjero sufriendo un déficit comercial con el exterior debido a que las manufacturas tienen un alto valor añadido. De este modo se propagaba en España un alza de los precios (Lluch, 1999, p. 444).

Mas recomendaciones de Ortiz son: en lo relativo a la agricultura, fomentar el cultivo de los campos; aumentar los regadíos y aprovechar los aguazales para sembrar lino y cáñamos (1558., p. 42); para evitar el encarecimiento de las subsistencias, sustituir los derechos de los Corregidores por salarios a cargo del erario; impedir los acaparamientos; vedar la venta de ganados a quienes no los críen y que los carniceros no puedan comprar más de lo necesario para proveer a los clientes (ib., p. 69).

Además de criticar a los intermediarios, porque encarecen los precios (ib., p. 70), sugiere la necesidad de crear y mejorar las infraestructuras, en particular haciendo navegables los ríos (ib. P. 75), aumentar la productividad a la par que la competitividad (mediante la reducción de los precios), eliminar el complejo sistema aduanero interior (ib., p. 81) y afrontar una reforma fiscal que fomentara la producción interior y la exportación de productos manufacturados y que desalentara la importación de manufacturas y la exportación de materias primas.

Especial atención dedica al trigo (ib., pp 136 a 139), el alimento más básico y necesario para la subsistencia que se presta al acaparamiento y la

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especulación a costa de la vida de los habitantes de la nación cuando hay escasez y carestía del mismo. Propone que en cada pueblo importante se construyan alhóndigas para almacenar el trigo cuando las cosechas son abundantes y, mediante la buena administración de un fator, sacarlo a la venta en épocas de escasez a un precio que sólo cubra los costes de almacenaje y una moderada ganancia

En resumidas cuentas, Ortiz expone un concienzudo programa de desarrollo económico integral, que abarca la agricultura, la artesanía, los transportes (propuso convertir los ríos en navegables, además de la mejora de los caminos, para abaratar los gastos de transporte), la marina de guerra y la formación de un tesoro con fines bélicos (Lluch, 1999, pp. 444 a 446 y Villar, 1999, p. 559).

Algunos economistas modernos han acusado a Ortiz de ignorar la teoría cuantitativa y, así, entrar en la contradicción de propugnar que no salga del reino el oro y ala vez que bajen los precios. Quizá tal acusación no le haga justicia y su talla de buen economista (ya de por sí excelente debido al contenido de su tratado) sea mayor de lo que suponen esos economistas, porque no se debe olvidar que, antes de 1534 (año en el que ya estaba prestando servicios a la Corona) estudió en Salamanca, cuna del denominado teorema de la cantidad, o cuantitativismo monetario, (cuyo primer exponente, Francisco de Vitoria, ya impartía sus clases desde 1526), y, sobre todo, porque el objetivo perseguido por Ortiz con la acumulación de metales preciosos era su inversión productiva para sacar a España del empobrecimiento (según Perdices de Blas, 1999, p- 465) y sustituir productos de importación por manufacturas más baratas de elaboración propia. Además es preciso tener en cuenta, en primer lugar, que la acumulación de oro esterilizada en un tesoro nacional (al no pasar a la circulación monetaria) no afecta al nivel general de los precios; y, en segundo lugar, que una mayor cantidad de dinero unida a una producción mucho mayor no origina necesariamente inflación.

Sir Thomas Gresham (1519-1579) hombre de negocios, funcionario público y asesor financiero de la reina de Inglaterra. Creó en Londres la Bolsa de Comerciantes de la que fue el Controlador de Cambios (Royal Exchequer).

Lleva su nombre la Ley de Gresham, según la cual, en su enunciado más simple, la moneda mala expulsa a la buena; es decir, si coexisten legalmente dos monedas del mismo valor nominal, una con mayor contenido de metal precioso que la otra, ésta última que es la más barata (la mala) acabará siendo la única en circulación (las buenas son retiradas bien para fundirlas o bien para ser usadas como medio de pago en el extranjero). Tal observación figura en un memorándum de Gresham, cuando era asesor de la reina y se encuentra también recogida, al año siguiente, en la Proclama Real de 1560, condenatoria de la moneda de plata de baja ley. Anteriormente, a principios del siglo XVI, durante los reinados de Enrique VIII y Eduardo VI, estos reyes habían practicado la política monetaria de adulterar las monedas.

Juan Bodino (Jean Bodin, 1530-1596), jurista, filósofo, magistrado y economista francés. Estudió en la Universidad de Toulouse, en la que también fue alumno y ejercido el profesorado Martín de Azpilcueta antes del nacimiento de Bodino. Fue secretario del duque de Anjou y procurador del rey en Laon.

Por la gran difusión de sus obras, se le atribuyó la paternidad de la teoría cuantitativa del dinero hasta que a mediados del siglo XX se reconoció la primacía de Martín de Azpilcueta.

Durante el Renacimiento no se puede hablar, en rigor, de teoría cuantitativa, puesto que no hay explicación de la demanda de dinero ni de la oferta del mismo ni de la producción (que es un flujo) puesta en comparación con una masa monetaria (que es un stock). Pero como estos autores del siglo XVI explicaron el aumento de los precios en función de la cantidad de dinero en circulación, lo que constituye un paso

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importante hacia la teoría, es por lo que, simplificadamente, se los considera pioneros en la construcción de dicha teoría.

La explicación de Bodino se encuentra en su libro Respuesta a las paradojas de M. de Malestroit (1568). Jean Cherruyt de Malestroit, dos años antes en su obra Paradoxes sur le faict des Monnayes (1566) había explicado que el aumento generalizado de los precios se debía a la devaluación de la moneda y que, por lo tanto, los precios no habrían experimentado variación si se hubieran expresado en la misma moneda antes de su degradación.

La respuesta de Bodino (según Schumpeter, p. 361) era que la variación de los precios se debía a cinco causas: 1ª, al aumento de la cantidad de oro y plata. 2ª, a la preponderancia de los monopolios. 3ª, a la escasez de mercancías debida al decaimiento económico y a las exportaciones. 4ª, al gasto de los reyes y de los aristócratas en lujos. Y 5ª, a la adulteración de la moneda. Esta última era la única que había considerado Malestroit, cuando para Bodino la principal causa era la primera. Respecto a la cuarta, su argumento era que el pueblo tendía a adquirir los productos utilizados por los grandes señores y, por ese motivo, aumentan de precio aunque de por sí no tengan tan alto valor. En cambio, cuando los señores observan que sus vasallos utilizan los mismos productos que ellos los menosprecian y al dejar de consumirlos bajan de precio.

Lo interesante de esta última observación es que lleva implícita la moderna consideración del efecto demostración (que consiste en un aumento del consumo causado por el afán de emular el nivel de vida y consumo de los vecinos -o clases sociales- situados en un estrato social más elevado).

John Hales (murió en 1571) funcionario y parlamentario inglés, al que la Sra. Elizabeth Lamod considera ser el autor de Compendio o breve examen de ciertas querellas ordinarias de algunos de nuestros compatriotas de estos días: las cuales son en parte injustas y frívolas, son todas ellas debatidas y

discutidas en forma de diálogos, por el caballero W.S. (1565); hay otra edición de este libro en 1581. La Sra. Lamod publicó una edición en 1893 con el título Discurso sobre la prosperidad pública de este reino de Inglaterra (Schumpeter, p.208n).

Este libro es un tratado monográfico sobre temas económicos donde se compendia todo lo conocido hasta entonces sobre Economía. Por este motivo, apenas expone nada nuevo que no hubiera sido anteriormente contemplado por otros autores, la mayoría de los cuales utilizan más el razonamiento especulativo de tipo filosófico y moral, basándose en la investigación empírica, que el razonamiento hipotético deductivo de tipo teórico. En el caso del presente autor esto es más evidente, puesto que él mismo afirma "que la experiencia va más allá que la sabiduría y tomémosla como si fuera la madre de la misma" (citado por Spiegel, p.109). Y en efecto, su libro basado en la observación de los hechos económicos es muy cabal y coherente. Sin embargo, algunas de sus reflexiones sobrepasan la mera observación fáctica.

Un principio del que parte es que el móvil económico de los hombres es su propio egoísmo intentando lograr el máximo provecho y con ello también se beneficia a la sociedad, excepto cuando se perjudica a alguien; para evitarlo se requeriría una adecuada legislación, pero es consciente de la dificultad práctica de la Ley, porque siempre habría alguien que podía encontrar la forma de evadirla. Desaprobó las enclosures, los monopolios, la exportación de materias primas, la importación de frivolidades ("que a los extranjeros les cuesta poco y aunque los ingleses las pagan caras", según se expresa Schumpeter, 1954, p.208-209) y las adulteraciones de la moneda, causa principal del aumento de los precios 5

5 En la edición de 1581 (que fue póstuma, si verdaderamente Hales es el autor) alguien cambió la versión, siendo el motivo principal del aumento de los precios la gran abundancia de oro y plata procedente de las Indias. (Schumpeter, 1954, p. 208n).

que perjudica a

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los perceptores de rentas y salarios fijos (tal como ya lo habían explicado anteriormente algunos escolásticos).

Recomendó el desarrollo económico del país mediante el fomento libre de las artes y los oficios (suprimiendo la rigidez de los gremios), la concesión de incentivos económicos para impulsar las producciones, las exportaciones de productos elaborados en el país y la formación de un tesoro público para prevenir catástrofes (guerras, malas cosechas ...) ya que el dinero es como "un almacén de toda mercancía" (Schumpeter,

1954, p.208),esto equivale a la función del dinero de constituir un depósito de valor.

Otro aspecto relevante de este autor fue su intento de prestigiar la enseñanza de la economía a impartir dentro de la filosofía moral. Los gobernantes deberían recibir en su educación la filosofía moral ya que su misión era conseguir el bien común. En tan alta estima tenía la influencia de la educación que atribuyó la victoria de Cesar sobre Pompeyo a la mejor educación del primero (Schumpeter, 1954, p, 208).

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