temario sobre la fe revisiÓn de vida

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INTRODUCCION A LA REVISION DE VIDA Solo hay una cosa importante, buscar el reino de Dios. Hace unos años el Consejo Diocesano introdujo en las carpetas de las campañas unas hojas en las que, breve y sencillamente, se explicaba cómo hacer la revisión de vida. Se ha pensado reeditar dichas hojas y, aprovechando la ocasión, se han introducido pequeñas aclaraciones con el único fin de que los militantes la hagamos cada vez mejor. A. Condiciones previas Para que la revisión de vida sea eficaz, debe tenerse en cuenta lo siguiente: 1. El equipo que hace la revisión de vida no debe pasar de 8 personas, con el fin de que todos puedan participar debidamente. 2. Debe haber un responsable de equipo que sea exigente para evitar discursos, divagaciones, pérdidas de tiempo, juicios sobre personas. él mismo u otra persona nombrada al efecto, actuará como secretario tomando nota de lo más significativo para en un momento dado resumir, sintetizar, retomar el hilo de la reunión, etc. 3. A la reunión del VER, se debe ir con el hecho de vida del tema correspondiente ya pensado. Igualmente, para la reunión del JUZGAR se ha debido hacer oración y reflexión con los textos de la Palabra de Dios y/o del Magisterio de la Iglesia. Gran parte de la formación del militante pasa por que sea responsable y se prepare a conciencia este apartado. 4. Es muy importante hacer del momento del JUZGAR un verdadero acto de oración -contemplando las actitudes de Cristo- para poder juzgar la vida con sus propios ojos. 5. No se debe tener prisa para pasar de un momento a otro. Los tres momentos de la revisión de vida son igualmente importantes y ha de dedicarse suficiente tiempo a cada uno. Como norma general dedicaremos una reunión al ver y otra al juzgar y al actuar, aunque no es nada exagerado desglosar esta última en dos. Al comienzo de cada reunión el responsable de equipo o el secretario (si lo hubiera) debe hacer una síntesis de todo lo dicho en la reunión anterior. 6. El momento del ACTUAR no debe ser una mera fórmula o algo que hagamos para salir del paso. Se debe tener un verdadero sentido de conversión a Dios. Debemos pensar que la Acción Católica se ha caracterizado a lo largo de su historia por las acciones frutos de sus compromisos. Si de nuestros grupos no surgen compromisos decididos a cambiarnos a nosotros y a nuestro entorno, deberíamos plantearnos si vivimos en profundidad el espíritu y método de la revisión de vida. 7. Si parece oportuno, según el tiempo disponible, al final de cada

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Page 1: TEMARIO SOBRE LA FE REVISIÓN DE VIDA

INTRODUCCION A LA REVISION DE VIDASolo hay una cosa importante, buscar el reino de Dios.

Hace unos años el Consejo Diocesano introdujo en las carpetas de las campañas unas hojas en las que, breve y sencillamente, se explicaba cómo hacer la revisión de vida. Se ha pensado reeditar dichas hojas y, aprovechando la ocasión, se han introducido pequeñas aclaraciones con el único fin de que los militantes la hagamos cada vez mejor.

A. Condiciones previasPara que la revisión de vida sea eficaz, debe tenerse en cuenta lo siguiente:

1. El equipo que hace la revisión de vida no debe pasar de 8 personas, con el fin de que todos puedan participar debidamente.

2. Debe haber un responsable de equipo que sea exigente para evitar discursos, divagaciones, pérdidas de tiempo, juicios sobre personas. él mismo u otra persona nombrada al efecto, actuará como secretario tomando nota de lo más significativo para en un momento dado resumir, sintetizar, retomar el hilo de la reunión, etc.

3. A la reunión del VER, se debe ir con el hecho de vida del tema correspondiente ya pensado. Igualmente, para la reunión del JUZGAR se ha debido hacer oración y reflexión con los textos de la Palabra de Dios y/o del Magisterio de la Iglesia. Gran parte de la formación del militante pasa por que sea responsable y se prepare a conciencia este apartado.

4. Es muy importante hacer del momento del JUZGAR un verdadero acto de oración -contemplando las actitudes de Cristo- para poder juzgar la vida con sus propios ojos.

5. No se debe tener prisa para pasar de un momento a otro. Los tres momentos de la revisión de vida son igualmente importantes y ha de dedicarse suficiente tiempo a cada uno. Como norma general dedicaremos una reunión al ver y otra al juzgar y al actuar, aunque no es nada exagerado desglosar esta última en dos. Al comienzo de cada reunión el responsable de equipo o el secretario (si lo hubiera) debe hacer una síntesis de todo lo dicho en la reunión anterior.

6. El momento del ACTUAR no debe ser una mera fórmula o algo que hagamos para salir del paso. Se debe tener un verdadero sentido de conversión a Dios. Debemos pensar que la Acción Católica se ha caracterizado a lo largo de su historia por las acciones frutos de sus compromisos. Si de nuestros grupos no surgen compromisos decididos a cambiarnos a nosotros y a nuestro entorno, deberíamos plantearnos si vivimos en profundidad el espíritu y método de la revisión de vida.

7. Si parece oportuno, según el tiempo disponible, al final de cada revisión, el consiliario o un miembro del equipo puede hacer una breve celebración de la Palabra que ilumine todo el proceso realizado (oración, lectura del Evangelio, preces y Padre nuestro).

B. Esquema simplificado La revisión de vida es un acto contemplativo. Debe comenzar con una oración

(cuidadosamente preparada por un miembro del grupo) que sitúe al equipo en actitud de fe, ante la presencia de Dios.

1. Ver. Encuentro con la realidad Lo más importante de este primer momento es Ilegar a descubrir una actitud

(sea positiva o negativa) que todos los miembros del grupo podamos hace nuestra. El hecho de vida nos ayudará a encontrarla, pero no es lo más importante del ver. En el ver nunca se analiza a nadie, sino que se busca la actitud que todor los

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miembros pueden asumir como propia.

1. Cada miembro del equipo presenta un hecho de vida correspondiente al tema Propio (si no es personal, a través del VER estaremos juzgando al prójimo, a vez que no miraremos en nuestro interior para cambiar nuestra forma de actuar), concreto y expuesto con delicadeza y discreción.

2. Elección de uno de los hechos presentados: actual, común, importante para el equipo, acorde con el tema. Es importantísimo tener en cuenta que se elige el hecho de vida en si mismo y no a la persona que lo ha expuesto.

3. La persona cuyo hecho ha sido elegido hará una descripción más amplia del mismo (causas que lo provocaron, consecuencias que produjo, reacciones ante el hecho) sin juicios ni valoraciones, sino simplemente con el objeto de facilitar la búsqueda de la actitud que dicho hecho encierra.

4. Centrar el hecho: se trata de buscar la actitud profunda que se esconde tras el hecho. La actitud deberá poder resumirse o en una sola palabra o en una pequeña frase. Una actitud no admite divagaciones.

5. Universalización de la actitud. Todos los miembros del equipo deberán poder hacer suya la actitud descubierta tras el hecho de vida. Cada miembro del grupo expondrá muy brevemente un momento de su vida en el que ha participado de la actitud encontrada.

6. Tiempo de interiorización. Ver esa actitud con los ojos de Dios. Contemplar cómo el Señor participa de ella (si es positiva) o cómo nos enseña a cambiar la (si es negativa).

2. Juzgar. Encuentro con DiosEn este segundo momento no se trata de juzgar a los demás, sino de

contemplar desde Dios la vida contrastando su actitud con la nuestra. A la vez, este paso de la revisión de vida servirá para una profundización en la Sagrada Escritura y un acercamiento al Magisterio de la Iglesia, que si se hace debidamente supondrá una riquísima fuente de formación para el militante.

1. Tiempo de silencio para contemplar la actitud de Jesús y contrastarla con la actitud elegida.

2. Cada miembro aporta un texto de la Sagrada Escritura y/o del Magisteriú de la Iglesia, que tenga que ver con la actitud elegida. Conviene que el pasaje sea citado textualmente, aunque posteriormente demos una breve explicación del porqué lo hemos elegido.

3. Apertura a la luz aportada por los textos, tanto por el mío como por los que hayan aportado los demás. Se trata de escuchar a Jesús, no de hacerle coincidir con mi parecer. Esta luz pondrá en contraste la actitud de Jesús con las nuestras.

3. Actuar. Dios sigue actuando. Se trata de ver cómo debo actuar a partir de la luz recibida de Dios. Es un paso

tan importante como los dos anteriores, y en cierto modo más, pues es aqui donde plasmamos de forma concreta nuestro deseo de cambiar y asemejarnos más a Jesús

1. Cada miembro señala las Ilamadas de Dios recibidas en la reunión a nivel personal, social, eclesial.

2. Formulación personal de un compromiso acorde con la Ilamada de Dios. El compromiso debe ser una acción concreta (lugar, tiempo, personas), inmediata,

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posible y revisable.

3. Formulación de un compromiso comunitario para el equipo e incluso para todo el centro (cuando sea posible). Las grandes acciones de la Acción Católica han surgido de serios compromisos de grupos y de centros.

La reunión concluye con una oración que brota del contexto de la Revisión de vida, y que permite a los miembros del equipo expresar su propia experiencia personal (Acción de gracias, Preces).

MOTIVACION

El curso que ahora comenzamos, 2002-2003, va a exigirnos a todos los militantes de Acción Católica General de Madrid un esfuerzo grande para apoyar, trabajar, y promover el Sínodo Diocesano. El señor Cardenal desea que todos los diocesanos nos tomemos en serio este gran compromiso de descubrir la diócesis, sus necesidades, sus lagunas, sus esfuerzos. Los militantes no podemos dejar de poner toda la ilusión y todo el empeño por sacarlo adelante.

A falta de conocimiento real de lo que el Sínodo va a suponer en la vida de nuestro Movimiento, sus grupos y sus miembros, el Consejo Diocesano decidió hacer una nueva Campaña para este curso. Si los trabajos para el Sínodo que deberemos realizar demostraran durante el curso que nuestro temario no se puede realizar por completo o prácticamente nada, se darán las recomendaciones oportunas. Este planteamiento lo conoce nuestro Cardenal y nos mostró su conformidad y aprobación.

Pensando en el Sínodo Diocesano en el que se va a plantear como tema central el de la transmisión de la fe, se creyó conveniente hablar en este temario expresamente de la fe. De la virtud teologal de la fe. Razón y fundamento de nuestro ser cristiano y ser Iglesia. La fe es lo que aúna a todos los diocesanos de Madrid. Profundizar en la fe y en la vida de fe es un compromiso siempre actual y necesario, que puede servirnos, además, de introducción al Sínodo. Por otra parte, este ha sido el tema de fondo en los diferentes Planes Diocesanos de Pastoral de los últimos años. La campaña de este año nos invita a continuar en ese camino. Camino personal y diocesano, y por ello también de la Acción Católica.

Pero en un Movimiento de Acción Católica no se puede ver la fe como algo abstracto y general. La fe es algo absolutamente práctico. Es una virtud, y como tal un don que no sólo recibimos, sino que hay que vivir. Por eso el estudio de la fe tiene una exigencia muy apostólica. Nos debe ayudar a ser cristianos, mejores y más cristianos en nuestra vida concreta, en los quehaceres de cada día. La fe nos convierte en testigos de Cristo en este mundo de increencia en el que vivimos. Por ello es un don exigente, que espera una respuesta verdadera y sincera, una respuesta no solamente intelectual, también vivencial, respuesta de conversión y entrega. Esta exigencia de nuestra fe cristiana nos hace reconocer el valor de la fe que profesamos y la alegría que da al alma de quien la vive. La fe en Cristo nos hace más humanos y por ello mismo más sobrenaturales, más de Dios.

Al señor Cardenal le gustó mucho el planteamiento de este temario, e incluso corrigió alguno de los primeros planteamientos que tuvimos. Desde aquí le agradecemos su interés y su ayuda continua. El Obispo, una vez más, nos muestra de modo práctico que está atento a nuestros procesos de formación y a los objetivos que nos marcamos.

Ahora queda que los militantes, como hemos hecho siempre, nos tomemos en serio el trabajo de este curso. Con la ayuda de nuestra Señora, la Reina de la Acción Católica, seguro que lo conseguimos.

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El Consejo Diocesano Acción Católica General de Madrid

TEMA 1: LA FE COMO DONNo seas incrédulo, sino creyente ((Jn 20, 27)

Objetivo

Caer en la cuenta de la gracia tan grande que para cada uno de los cristianos supone la fe. Esta certeza nos ayudará a ser agradecidos con Dios y a cuidar la virtud de la fe en nuestras vidas.

Introducción

Desde pequeños nuestros padres y familiares se han tomado muy en serio nuestra formación humana. Más tarde los maestros y profesores de los colegios e institutos completaron esa formación con la enseñanza de las diferentes materias. Así se consiguió una formación seria y profunda no sólo en valores humanos, cívicos y cristianos, sino también en las diferentes ciencias del saber humano. A lo largo de nuestros años de vida hemos ido aumentando esos conocimientos y hemos registrado datos en nuestro entendimiento a través de la experiencia, que, como dice el refranero español, es la madre de la ciencia. La inteligencia se ha convertido así en un pequeño 'ordenador portátil' en el que se guardan multitud de bases de datos y registros.

Muchos de esos datos que tenemos almacenados y que trasmitimos luego a los demás con absoluta certeza, no han sido comprobados personalmente. Nosotros los hemos recibido de otros que nos los han enseñado y a quienes hemos creído. Lo mismo ocurrirá con aquellos a quienes nosotros se los enseñemos, se fiarán de nuestra palabra. Es un hecho que la mayoría de las cosas que el hombre sabe tienen su raíz en lo que otros nos han trasmitido, aunque nosotros las hayamos hecho nuestras después. Los hombres necesitamos fiarnos de los demás, de sus conocimientos y experiencia. No podemos poner en duda lo que ha dado de sí la historia del conocimiento y de las ciencias. A esto se le denomina fe humana. Hay quien intentó trabajar poniendo en duda todos los datos recibidos, pero es un camino imposible de realizar. La vida exige confianza en los demás.

Dios ha hablado al hombre. Lo ha hecho a través de la historia humana que se ha convertido en historia de salvación para el hombre. Dios ha abierto su corazón para que el hombre, creado a su imagen y semejanza, sea capaz de conocerle a Él y su designio de salvación sobre él. Dios, que creó al ser humano, no le abandona, como afirman los deístas. Ni siquiera cuando la criatura se rebela contra su Creador. Dios le busca, le habla al corazón y le enseña la verdad sobre Dios, sobre la creación y sobre el hombre mismo.

El creyente es ese hombre que reconoce la voz de Dios trasmitida por su Iglesia. No se trata de un ingenuo o un inmaduro que se deja persuadir por quienes son más fuertes, o más complicados. El hombre de fe es una criatura a quien Dios le ha dado el don de la confianza en la Iglesia y en la verdad que enseña. La fe sobrenatural no sólo no es contraria a la dignidad del hombre, sino que le reconoce la capacidad de conocer a Dios y de entenderle. Esto significa que el hombre posee una dignidad muy superior a la de cualquier otra criatura. Es "capaz de Dios" (san Agustín), de conocerle y de amarle.

La fe es un don, un verdadero regalo que nos ha hecho Dios. Por ello hay que cuidarla, hay que fortalecerla, hay que alimentarla, porque, si bien Dios la puso en nuestra alma en el Bautismo, ahora siendo nosotros adultos, nos hacemos

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responsables de ella. En nuestra vida hemos de verificar esa fe, siendo capaces de hacérla vida y asumirla en nuestras circunstancias concretas.

Dios nos concedió la fe por su benevolencia y no por nuestros méritos. Por ello debemos pedir al Señor lo que pidió Pedro: "Señor, aumenta nuestra fe" (Lc 17, 5). Sin duda alguna no somos nosotros los que hacemos que esta virtud se fortalezca en nuestro corazón. Pero eso no impide que nosotros podamos pedírselo al Señor y, en la medida de nuestras posibilidades, poner los medios humanos para que el Señor nos escuche y atienda.

Afirmar que la fe es un don de Dios nos invita a agradecérselo, a hacer una sincera acción de gracias al Señor que nos la ha concedido.

1. Partiendo de la vida (ver)

1. Buscar hechos de vida en los que hayas sentido la fe como un don, como un regalo inmerecido que el Señor te ha querido conceder y este sentimiento te ha ayudado a vivir con alegría y paz incluso en algún momento difícil por el que has pasado.

2. Hechos de vida que muestren cómo, en otras ocasiones, has podido sentir que la fe te pesaba y exigía. La dificultad por asumir sus exigencias y el dolor que pudiste vivir en aquel momento puede ser un buen hecho.

3. Hechos de vida en los que tu testimonio, bien sea por el ejemplo, bien sea por la palabra, haya movido a otros a agradecer a Dios la fe que recibieron en su bautismo, y que puede que tuvieran un poco olvidada.

4. Mostrar hechos de vida en los que nos hemos mostrado débiles, sin capacidad de reacción, y hemos tenido que pedir a Dios más fe para poder actuar conforme a los criterios del Evangelio.

2. Iluminación desde la fe (juzgar)

A) Palabra de Dios

La Escritura reconoce la fe como un don que Dios concede, del cual no somos nosotros nunca merecedores: Mc 9,19-24; Jn 3,14-15; Hech 5,12-16; Heb 11,1.

Esa fe que hemos recibido es necesaria para la salvación: Mc 16,16; Jn 3,16-21; Hech 16, 30-34; Rom 3,21-31.

El Señor elogia la fe de algunas personas, por eso es bueno ver el ejemplo que la Escritura recoge de los que creen: Lc 5,1-11(fe de Pedro y de los primeros); Jn 1,43-51(Natanael, el 'verdadero israelita'); 6, 67-71 (fe de los apóstoles ante el don de la Eucaristía); Mt 8, 5-13(curación del criado del centurión); Heb 11,1-40 (Abraham, nuestro padre en la fe).

Pero el Señor también reprocha a quienes dudan, a los que no creen: Mt 14,22-33 (desconfianza de Pedro); Jn 20,19-29 (incredulidad de Tomás); Lc 1,5-25 (Zacarías).

B) Magisterio de la Iglesia

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El artículo segundo de la primera parte del Catecismo de la Iglesia Católica es un texto imprescindible para todo este tema. No podemos dejar de leerlo, y sólo son los números 74-95.

De un modo más general pero interesante se habla de la fe como un don en la Constitución Dogmática Lumen Gentiun del Concilio Vaticano II, puedes leer los números 12 y 14. Los números 15-22 de Gaudium et Spes (otra de las Constituciones del Concilio) hablan de la dignidad de la fe en el hombre y de la tristeza que supone el ateísmo.

El Sr. Cardenal desde el comienzo de su ministerio en Madrid nos ha hablado de la importancia de la fe y de la necesidad de cuidarla para poder trasmitirla, podemos en concreto leer el capítulo 2º de su primera carta pastoral ECI. O las introducciones a los diferentes planes de Pastoral que promulgó en los años1996-1999 que tienen como título común "Fortalecer la fe y el testimonio misionero de todo el pueblo de Dios".

El tema de la fe ha sido abordado por Juan Pablo II de modo exhaustivo en su Encíclica Fides et Ratio, para este primer tema puede ayudar especialmente el primer capítulo.

3. Compromiso Apostólico (Actuar)

Fundamental en este tema es adquirir un verdadero compromiso de formación seria y profunda. Cada cual debe ver cómo y cuando debe buscarla, pero es necesario tomarse este compromiso en serio. En la Parroquia el grupo de revisión de vida puede hacer una propuesta de trabajo para que los diferentes grupos se formen bien. Podemos dar a conocer las actividades que con este fin se promueven en la Acción Católica Diocesana. Muchas veces tenermos la oportunidad de dar testimonio de nuestra fe sacando temas de actualidad o planteamientos erroneos en el pensamiento de las diferentes personas ciertamente contrarios a ella.

TEMA 2: La fe como vida"Todo cuanto habéis aprendido, recibido y oído, ponedlo por obra"

(Fil 4, 10)

Objetivo

Poner los medios para que cada uno de nosotros tengamos en nuestra vida ordinaria una mayor unidad de vida, siendo capaces de llevar a la práctica lo que creemos.

Introducción

Gracias a Dios todavía el hombre, cualquier hombre, al levantarse cada mañana no se plantea quién es, qué es y cuál es la razón de su existencia. Cada mañana, cuando salimos de casa camino del trabajo o de nuestras ocupaciones, no nos planteamos que somos seres humanos y no animales; que somos varón o mujer, según sea el caso; que estamos casados, solteros o viudos; que tenemos tal o cual actividad laboral... No tenemos que pararnos a pensar cómo podemos adecuar nuestra forma de actuar conforme a esas condiciones que acabamos de apuntar.

Son cosas que tenemos claras. Pase lo que pase en ese nuevo día vamos a actuar con la mayor naturalidad conscientes de lo que somos. En cada momento nos comportamos convencidos de que nuestras actitudes y nuestros comportamientos son justamente los que se esperan de personas como nosotros.

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Algo distinto ocurre a veces con nuestra condición de cristianos. Hay quienes opinan que la fe es cosa de la intimidad, para vivir en privado o en los momentos en los que estamos dedicados expresamente a un acto religioso, sea de formación, de culto o de caridad. Los que así piensan son hombres y mujeres que cumplen, y procuran cumplir con sinceridad: van a misa, dedican algún rato a rezar, de vez en cuando leen algún libro piadoso, e incluso algunos acuden a algún grupo cristiano de formación (puede ser que esté en un equipo de revisión de vida de la Acción Católica). Y es verdad que procuran vivir con generosidad esos momentos concretos, convencidos de que la fe es para ellos importante.

Pero luego salen a la calle, al mundanal ruido, y como quien deja el abrigo en casa, se olvidan de la fe. En el trabajo, en la familia, entre los amigos o conocidos, en el bar o en una excursión actúan como cualquier otro del grupo, sin que parezca que la fe les lleve a vivir una serie de actitudes propias del cristiano: alegría, generosidad, comprensión hacia los demás, austeridad y sentido de la pobreza, espíritu de lucha y de superación, aceptación gozosa de la cruz, capacidad de sacrificio por los demás, deseo de servir y no de servirse o de ser servido, magnanimidad y visión sobrenatural...

Muchos de ellos en casa son más motivo de discordia que de paz (aunque puedan encontrar una justificación), o piensan más en lo que en cada momento les apetece (dicen que porque nunca nadie se acuerda de ellos), o protestan cuando se les pide algún favor o sacrificio (piensan que siempre les toca hacerlos a ellos).

En el trabajo también protestan, se consideran víctimas, suelen ser bastante exigentes con los demás, y les cuesta perdonar. Son de fácil crítica, y tienen excusa para no rendir demasiado ellos mismos. A los inferiores les tratan con indiferencia, con mala cara y vanidad. Con los superiores son complacientes, aunque a veces puedan comentar sus defectos.

Entre los amigos no parecen importarles las groserías o los insultos. Se justifican con facilidad las exageraciones o las verdaderas mentiras siempre y cuando sean para quedar bien, llamar la atención o ser centro de conversación. Quizás tampoco miran demasiado pasarse un poco (un punto, dicen los jóvenes) en temas de alcohol, de velocidad con el coche o la moto, con las conversaciones subidas de tono, porque muestra espontaneidad y normalidad en el trato.

Es verdad que estas descripciones son más bien caricaturas de la realidad, y seguro que a todos nos ha parecido exagerada esta concatenación de datos. Pero sí tenemos que pedir al Señor luces para ver si vivimos esa unidad fe-vida que exige nuestro seguimiento al Señor. Somos cristianos, discípulos de Cristo, y eso no quiere decir en absoluto que debamos vestir, comer o vivir de modo distinto a como lo hacen nuestros hermanos los hombres honrados de nuestro tiempo. Pero sí quiere decir que, en todo lo que hacemos, la fe nos sirve de rasero y medida, de tal modo que viviendo con una absoluta normalidad y naturalidad en medio de nuestro mundo procuramos vivir las virtudes humanas y sobrenaturales en todas y cada una de las actividades que realizamos. Uno de los primeros documentos escritos del cristianismo, la "Carta a Diogneto", hace la comparación de los cristianos con el alma. Así como el alma da vida al cuerpo, estando plenamente integrada en él, los cristianos, viviendo entre los hombres, absolutamente identificados con ellos, dan vida sobrenatural a la sociedad en la que viven.

No se trata de ser clericales o espiritualistas, valgan las expresiones. Se trata de ser muy humanos, pero con criterios y sentido de fe en todo lo que se hace. Somos, debemos ser, hombres y mujeres corrientes, en los que la fe informa -da forma a- todo nuestro actuar como lo da el ser varón o mujer, estar casado o no… Esta deformación clerical (ser conocedores de todo el mundillo diocesano y parroquial, estar a la última en los nombramientos de los sacerdotes, tenernos como maestros de las prácticas de la Iglesia...) es a veces una verdadera tentación, de la que tenemos que estar prevenidos y a la que tenemos que rechazar cuando se

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presente, porque el seglar no es un sacerdote o religioso venido a menos, sino un hombre del mundo que tiene justamente la vocación de estar en el mundo implantando el Reino de Dios.

1. Partiendo de la vida (ver)

1. Seguro que leyendo la introducción has recordado algún momento en el que hayas deseado no ser reconocido como cristiano por respetos humanos o timidez, podrías explicar esa situación.

2. A lo mejor puedes poner un hecho de vida en el que se refleje cómo a pesar de una determinada dificultad has manifestado tu ser cristiano y has dado un verdadero testimonio de la grandeza de tu fe.

3. ¿Recuerdas alguna ocasión que pudiste escandalizar a alguien por tu forma de actuar, siendo por todos conocido que eres una persona creyente y militante?

4. Podrías contar aquella vez en la que el ejemplo de un amigo, familiar o conocido te ayudó a ser tú mismo una persona congruente con la fe..

2. Iluminación desde la fe (juzgar)

A) Palabra de Dios

Jesús llama la atención a su amiga Marta por no darse cuenta de que el trabajo sin contemplación no es cristiano y la oración lleva siempre al trabajo, a la acción: Lc 10,38-42.

Jesús advierte que las cosas de este mundo pueden separarnos de ver a Dios, cuando deberían ayudarnos a vivir mejor nuestro ser cristiano Lc 16, 9-14.

El texto más importante para este tema es Sant 2,14-26. El apóstol exhorta a los cristianos a mostrar su fe a través de su conducta, de su quehacer diario, de las cosas que están llamados a vivir cotidianamente.

Para san Juan los actos humanos conformes a nuestra vocación lo son también conforme a la verdad y son luz: Jn 3, 18-21.

B) Magisterio de la Iglesia

Sobre la unidad fe-vida se habla de modo expreso en muchos documentos de la Iglesia, pero sin duda alguna los fundamentales están en el Concilio Vaticano II: LG 35; AA 4; GS 43.

También Juan Pablo II dedica varias páginas a este tema en ChL 59. De modo más general se hace referencia a ello en todo el capítulo III.

También el CEC hace referencia a la unidad fe-vida en el capítulo sobre "la Vida en Cristo" (leer especialmente los números 1691-1709). También cuando se explica el sacramento del Bautismo podemos encontrar puntos para la lectura: nn. 1253-1255 y 1265-1270.

3. Compromiso Apostólico (Actuar)

Este tema se presta claramente a multitud de compromisos personales. Puedo comprometerme, por ejemplo, a hablar claramente como cristiano y no guardar silencio en las conversaciones en el trabajo, entre los amigos, o con el resto de la

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familia, y transmitir la opinión de la Iglesia en los temas objeto de discusión. También puedo asumir como compromiso desterrar de mi forma de actuar, la crítica constante y despiadada y no consentir que se critique a nadie en mi presencia, demostrando así el amor por cada hermano.

Como grupo se puede programar alguna actividad pública de caridad o de piedad en el que todos participemos (vigilia de oración, celebración de los patronos, procesión del Corpus, algún Rosario de la Aurora...). Quizás podemos organizar un cine forum para todos los miembros de la Parroquia en el que se pueda dialogar sobre esto.

TEMA 3: La fe como conversión"Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, pues volverán a mí con todo su

corazón" (Jer 24,7)

Objetivo

Descubrir que la conversión no es algo concluido sino un camino de fe que debe recorrerse cada día.

Introducción

Ciertamente la fe es un don de Dios. Por más que nos lo propongamos no creeremos si Dios no nos lo concede. En nuestro bautismo se nos dio la fe, se nos sepultó al pecado y así nacimos como criaturas nuevas. Pero a lo largo de nuestra vida vamos constatando que nuestra fe necesita crecer, que caemos con mucha facilidad en el pecado, y que lo que proclaman nuestros labios que creemos no lo vivimos, es decir, nuestras palabras nos dicen que somos cristianos mientras que nuestras obras constatan que no lo somos totalmente. De ahí que debamos ir descubriendo lo importante que es tener unidad de vida donde nuestros labios proclamen lo que nuestras obras realizan o, lo que es lo mismo, que nuestras obras transmitan lo mismo que nuestros labios.

Ya desde el Antiguo Testamento se nos indican las disposiciones interiores que el hombre debe tener para que su vida esté convertida a Dios: el hombre debe ser justo, piadoso, humilde, sincero (cf. Miq 6, 8). Incluso podemos llegar más lejos "los hijos rebeldes no deben contentarse con llorar y suplicar confesando sus pecados, deben cambiar su conducta y circuncidar su corazón" (Jer 3, 21-25; 4, 1-4). Debemos ir descubriendo que en la conversión cotidiana está la vida, que cuando dejamos actuar a Dios nuestra vida es transformada y nuestra tristeza es cambiada por alegría: la alegría de la conversión. Conversión que no es otra cosa que volver los ojos hacia Aquél que nos ha sacado de la tristeza y la angustia del pecado. Miramos a Cristo poniendo los medios para cambiar de actitudes, para apartar de nosotros todo lo que en nuestra vida nos aparte de nuestra identificación con Él.

Jesús ha venido para que los pecadores nos convirtamos. Por ello debemos tomar conciencia de nuestro estado de pecadores y volvernos a Jesús con confianza. Lo que cuenta es la conversión del corazón que hace que uno vuelva a ser como un niño pequeño (Mt 6,16ss). Es cierto que la conversión implica una voluntad de transformación moral, pero sobre todo es llamamiento humilde, acto de confianza, acto de fe: "Dios mío ten piedad de mí que soy un pecador" (Lc 18, 13). La conversión siempre es una gracia preparada por la iniciativa divina, la respuesta que debemos dar por nuestra parte se concreta en la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32). La fe debe incluir siempre una transformación moral y al mismo tiempo un acto positivo de confianza en Cristo. No podríamos transformar nuestra vida si realmente no creyéramos en quien puede cambiarla. La fe siempre implica amar, es decir, solamente amando a Cristo podemos confiar en que Él es capaz de eliminar nuestra miseria.

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Esa conversión a la que nos conduce el encuentro con el Señor no es un acto aislado en un momento concreto de nuestra existencia. Es un continuo volver la mirada a Cristo, comenzando y recomenzando muchas veces a lo largo de nuestra vida, rectificando la intención, pidiendo perdón y retomando el camino tantas veces perdido.

De esta forma, con nuestro esfuerzo diario y con la ayuda de Dios a través de la oración y del encuentro con el Señor en los sacramentos, vamos poco a poco conformándonos más con Cristo, haciéndonos uno con Él. Cada día un paso más, limando asperezas que me impiden entregarme a los otros, venciendo mi pereza, mi vanidad, mi egoismo, luchando cada día por ser un verdadero apóstol que lleve a los demás el mensaje de salvación del Señor Jesús. Y no hay ejemplo que convenza mejor que el de aquel que, como nosotros, cae y vuelve a levantarse con humildad y son su confianza puesta en el perdón que Cristo siempre le brinda.

1. Partiendo de la vida (ver)

1. Podría poner un hecho de vida que muestre mi firme voluntad de enmendarme en aquello en lo que siempre acabo cayendo; o, por el contrario, otro hecho que deje ver mi desesperanza por cometer siempre la misma falta.

2. Busca un hecho de vida en el que se vea cómo a pesar de mi comportamiento aparentemente intachable o humanamente justificable, he sentido la necesidad de la confesión y el perdón de Dios en nuestra conciencia.

3. Busca un hecho de vida en el que se reflejen los frutos de alguna confesión o encuentro penitencial con el Señor a través de alguna acción o actitud que cambiara en mi vida.

4. Piensa si alguna vez algún familiar o amigo te ha recriminado por algún mal ejemplo que has podido dar en determinada ocasión, y cómo esto influyó para que cambiaras.

2. Iluminación desde la fe (juzgar)

A) Palabra de Dios

Jesucristo nos propone en varias ocasiones que para ser verdaderamente hijos de Dios, tenemos que hacer una completa conversión de corazón: Lc 7, 36-50; 15, 4-32; 19,5-9.

Muchas veces nos ocurre lo mismo que a los judíos del tiempo de Jesús, pues nuestra dureza de corazón no nos permite creer en Él con todas sus consecuencias: Hch 28, 24-27; 2 Co 3,16ss..

B) Magisterio de la Iglesia

En la Encíclica Reconciliatio et Paenitentia se nos habla de la reconciliación con Dios, de volver nuestros ojos hacia Dios: leer los números 5 y 6. Pero sobre todo se nos habla del esfuerzo del cristiano para responder a Dios y cambiar su vida: 21 y 22.

Conviene también mirar en el Catecismo de la Iglesia Católica el tema de la justificación donde se expone que el hombre movido por la gracia se vuelve a Dios y se aparta del pecado: CEC 1987-2002.

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La Carta Pastoral "Convertíos y creed en el Evangelio" de nuestro Arzobispo: el capitulo IV habla de la Iglesia como lugar de conversión. También nos puede ayudar a descubrir cómo en el encuentro con Cristo nuestra vida debe cambiar. También de nuestro Cardenal nos puede ayudar la Carta Pastoral "Hacia la casa del Padre: Cuaresma y sacramento de la reconciliación": fundamentalmente el numero 9.

3. Compromiso Apostólico (Actuar)

Como compromiso de grupo podemos proponernos la celebración de un acto comunitario de la Penitencia o una Liturgia de la Palabra que nos ayude a ser más conscientes de la necesidad de la conversión. Celebraciones que podremos ofrecer para toda la Parroquia. También podemos promover alguna charla, conferencia o catequesis sobre la confesión, la penitencia, el pecado, la misericordia divina.

Cada uno puede proponerse el hacer examen de conciencia diario, para ver en qué cosas debe cambiar en mi vida de oración, en el estudio o trabajo, en la ayuda que presto a los pobres, en mi compromiso apostólco... O bien puedo tomarme en serio la confesión sacramental frecuente, cada quince días, por ejemplo, la concrección y revisión del Plan Personal Militante o el tener dirección espiritual que nos ayude a adquirir un verdadero espíritu de conversión.

TEMA 4: LA FE COMO ENCUENTRO"María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra"

(Lc 10, 39)

Objetivo

Darnos cuenta de que la fe es encuentro gozoso con el Señor y que debemos alimentarla en la oración y en los sacramentos.

Introducción

Es muy probable que todos nosotros tengamos la experiencia de haber visto revitalizadas o fortalecidas nuestras convicciones en cualquier materia, a raíz de un encuentro con alguien que para nosotros representa autoridad y que defiende tesis que coinciden con las nuestras. Opiniones que parecían dormidas encuentran nuevos argumentos que las despiertan y cobran así una nueva entidad más firme y sólida.

Para nosotros, cristianos, es el encuentro con el Señor Resucitado el que fortalece y alimenta nuestra fe, que nos es dada como un don, según hemos visto ya. Ese trato con el Señor se realiza a través de la oración, el lugar donde el hombre mira a Aquél que le ha buscado primero, y de los sacramentos, especialmente, la Reconciliación y la Eucaristía. Sin duda alguna el Señor se nos hace presente también a través de la Iglesia y sus pastores. Y aunque en este tema no podemos olvidar que el Señor también se nos muestra a través de los pobres y de los olvidados.

La Sagrada Escritura y posteriormente la historia de la Iglesia, están llenas de ejemplos de personas que han creído tras un encuentro con Dios. Abraham escucha la voz de Dios, cree y se pone en camino; Noé, a quien Dios se ha dirigido, cree y construye un arca siguiendo su mandato para que en la tierra siga habiendo vida tras el Diluvio; Moisés oye la voz de Dios que le llama desde la zarza ardiendo, cree también lo que el Señor le dice y se pone a su servicio para siempre; y en el Nuevo Testamento, la samaritana se encuentra en el pozo con Jesús, a

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través de la conversación con Él va despertando su fe aletargada y al final corre a comunicar a sus paisanos que ha encontrado al Mesías.

Es Dios quien ha tomado la iniciativa en todas estas ocasiones. Él siempre llama primero. "Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él" (CEC 2560). Así, nuestra oración es una respuesta a Aquel que nos busca.

En el lugar más profundo de nuestro ser, allí donde nadie más tiene acceso, se realiza la maravilla de nuestra relación con nuestro Padre Dios, "una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo" (CEC 2564). Un lugar al que diariamente debemos acudir para ser fieles a la llamada del Señor, para que fortalezca nuestra fe y para renovar energías que nos permitan cumplir con nuestra misión.

Cristo, Maestro de oración, nos enseña a orar con su ejemplo y sus palabras. Él siempre tiene tiempo para rezar. Incluso si ha estado todo el día curando enfermos o predicando, cuando llega la noche, se retira a orar a su Padre; da gracias, pide en toda ocasión, lleva en su oración a toda la Humanidad: "no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra creerán en mí" (Jn 17, 20).

Los sacramentos son el otro lugar privilegiado de encuentro con Cristo, el Señor. Él mismo nos abre las puertas de la Iglesia, confirma nuestra fe, consagra a sus elegidos, se nos da como alimento, perdona nuestros pecados, nos bendice y acompaña en el itinerario de nuestra vida. "Los sacramentos, 'como fuerzas que brotan' del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son las 'obras maestras de Dios en la nueva y eterna Alianza'"(CEC 1116). Acudir con frecuencia al sacramento de la Reconciliación supone tratar de estar siempre junto al Señor, dejarme iluminar por su luz y envolver con su paz; acercarse a comulgar es alimentar realmente el espíritu, dejar que Cristo tome totalmente posesión de mí, me haga uno con Él.

Los sacramentos, ordenados a dar culto a Dios y a la salvación de los hombres, están firmemente enraizados en la misión evangelizadora de la Iglesia. En especial en los tiempos actuales, pueden ser una ocasión magnífica para transmitir la fe, ya que suponen el único punto de unión entre la Iglesia y muchos alejados que pueden encontrar en una celebración de exequias, de matrimonio o de bautismo, el soplo del Espíritu que les devuelva a Cristo camino, verdad y vida.

1. Partiendo de la vida (ver)

1.- Puedo compartir con el grupo aquella ocasión en que en mi compromiso apostólico sentí una relación directa entre los frutos de mi labor y la vida de oración intensa que llevaba; o por el contrario, aquella otra vez en la que, flojeando en la oración, parecía que nada de lo que intentaba llegaba a buen puerto.

2.- Puedo recordar también algún momento de encuentro fuerte con el Señor en unos ejercicios o una peregrinación y cómo eso influyó en mi vida.

3.- Narrar hechos de vida que dejen ver cómo es mi oración, si acudo a ella para estar con el Señor que me espera, si es agradecida y solidaria o si por el contrario, está llena de peticiones de todo tipo y de prisas.

4.- Hechos de vida en los que pueda verse mi actitud al acudir a los sacramentos: si me guía un afán de encontrarme con Cristo, de estar cada día más cerca de Él y no permitir que nada nos separe, o si por el contrario, me mueve

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cumplir con un precepto, tranquilizar mi conciencia, quedar bien ante los demás o simplemente, la costumbre..

2. Iluminación desde la fe (juzgar)

A) Palabra de Dios

El Evangelio está lleno de ejemplos de personas que han visto aumentada su fe después de encontrarse con Jesús: la samaritana Jn 4, 1-30; Marta, la hermana de Lázaro: Jn 11, 25-27; los discípulos de Emaús: Lc 24, 13-35.

Jesús nos enseña a orar con su propia oración: Mt 11, 25-27; Jn 11, 41-42 y nos exhorta a orar por los perseguidores: Mt 5, 44-45, en paz con el hermano: Mt 5, 23-24, "en lo secreto": Mt 6, 6.

Dos pasajes preciosos sobre la oración: María, hermana de Lázaro, a los pies del Señor escuchando sus palabras: Lc 10, 38-42 y María Santísima guardando los acontecimientos y meditándolos en su corazón: Lc 2, 19.

El relato del bautismo de Jesús como momento cumbre de la manifestación de Dios: Mc 1, 9-11; Jesús perdona los pecados: Lc 5, 18-20; Lc 7, 36-50; la institución de la Eucaristía: Mc 14, 22-24.

B) Magisterio de la Iglesia

Del Catecismo de la Iglesia Católica destacamos los números que dedica a la oración como don de Dios: CEC 2559-2561; como Alianza: CEC 2562-2564 y un epígrafe titulado Jesús enseña a orar: CEC 2607-2615.

Sobre los sacramentos véase especialmente: CEC 1122-1129. Este tema es tratado en profundidad por nuestro Cardenal en el documento La transmisión de la fe: esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia, en especial recomendamos los números 6-7;10-12; 17-18; la llamada a la conversión en el sacramento de la Penitencia en relación con la familia se puede ver en FC 58.

En la encíclica Redemptoris missio hace el Papa una preciosa relación entre misión evangelizadora y espiritualidad: RM 87-90; también esta encíclica recoge el lema de nuestra campaña: La fe se fortalece dándola, en el número 2.

La espiritualidad de los seglares como nexo de unión íntima con Cristo y fundamento del apostolado: AA 4; ChL 57-58; la oración en familia y los padres como maestros de oración en FC 59-62

De la exhortación apostólica dedicada a san José, Redemptoris custos, destacamos el capítulo titulado El primado de la vida interior, que abarca los números 25-27.

3. Compromiso Apostólico (Actuar)

La necesidad de tener un compromiso firme de oración es algo que un militante de Acción Católica tiene muy claro, porque el Señor le llama para estar a su lado y porque él necesita estar junto al Señor. Nunca viene mal volver sobre esos compromisos y renovarlos y revitalizarlos. Podemos hacerlo pero en un sentido muy concreto: puedo comprometerme a liberar mi oración de tanta palabrería o hacerla más agradecida o tener más en cuenta las necesidades de los demás, incluso de los que no me son cercanos o están enfrentados conmigo.

Otro compromiso precioso sería enseñar a orar a mis hijos, mis nietos, los niños o muchachos de mi catequesis; sin prisas, con mi ejemplo, haciendo una oración dirigida sobre algún texto apropiado, descubriéndoles que Cristo les espera para

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estar con ellos y desea que estén junto a Él.

También me puedo comprometer a acudir con más frecuencia a los sacramentos, sobre todo al de la Reconciliación, y vivirlo como encuentro en la intimidad con Cristo, que me perdona y me recibe de nuevo. Tampoco estaría mal plantearme ir a comulgar como si cada vez fuese la única, desterrando la rutina y siendo plenamente consciente de la maravilla de recibir a Jesús que se me da en alimento.

Como grupo podemos vivir el Retiro mensual como verdadero encuentro de oración en común. Animándonos mutuamente a asistir a Ejerciciós Espirituales como momento privilegiado de oración y encuentro con Cristo.

TEMA 5: LA FE COMO CAUSADE NUESTRA ALEGRÍA"El Dios de la esperanza os llene de toda alegría y paz en la fe"

(Rm 15, 13)

Objetivo

Descubrir que la fe en Cristo, muerto y resucitado, es fuente de la única alegría que es verdadera, aún en medio de las dificultades y exigencias de una auténtica vida de fe.

Introducción

Frecuentemente verás en los periódicos de nuestra sociedad del bienestar informaciones sorprendentes sobre el malestar y la tristeza que se esconden en tantas manifestaciones de la vida: tantos anuncios de felicidad artificial, tantas vidas fracasadas, índices de depresiones y falta de sentido…, en definitiva: signos de tristeza para vivir. Y resulta que la tristeza, como decía Cicerón, es una "enfermedad del alma". Igual esto te ha llevado a pensar en lo necesaria que es la alegría y la felicidad en la vida cotidiana… y también a reparar en lo difícil que debe ser encontrarla… y no digamos conseguirla. La alegría es necesaria, pues es signo de que se han cumplido nuestras necesidades y esperanzas, pero… ¿quién es capaz de conseguirla?

Quizás hayas pensado alguna vez que debe existir un secreto para ser feliz, pero feliz de verdad, más allá de la simple satisfacción pasajera. Y casi seguro que coincides con alguno de los grandes hombres que, pensando sobre la vida, han llegado a intuir que el secreto de la verdadera alegría, algo tan necesario como difícil, debe entrar en el ámbito de lo sobrehumano. Así B. Pascal, para quien las alegrías del mundo son la mejor demostración de que la creación es imagen de Dios, o F. von Schiller, quien escribe en la "Oda a la alegría" (con la que Beethoven corona su novena sinfonía): "¡Alegría, hermoso destello de los dioses! Todos los hombres vuelven a ser hermanos allí donde tu suave ala se posa".

Este anhelo que todos tenemos, halla una respuesta segura y sorprendente en la Palabra de Dios, pues siempre que se habla de alegría en los libros sagrados, ésta se refiere a la acción de Dios en la vida, a la comunión con Dios y con los hermanos, en una palabra: a la fe. Durante muchos siglos fue ésta la experiencia del pueblo elegido: la acción de Dios en la vida de Israel es motivo de alegría y alabanza. Como se ve en innumerables salmos, la actuación del Señor es "nuestra alegría y nuestro gozo" (Sal 118, 24).

Con la venida de Jesús, "el Mesías alegre" prometido por los profetas (cf Is 42, 4), se produce una asombrosa avalancha de alegría en el mundo (no tienes más que leer los capítulos 1 y 2 de san Lucas para verlo). Tanto en el anuncio del Reino que hace Jesús con sus parábolas y milagros, como en su trato con la gente, lo

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verás como fuente de alegría, alegría que sobrepasa a la tristeza de la muerte en su Resurrección. El Espíritu Santo que Cristo resucitado regala al que cree en Él tiene como fruto precioso la alegría (Gal 5,22), que se convierte por ello en distintivo de todo aquél que vive en el Reino de Dios (Rm 14, 17).

Por eso los cristianos encontramos la alegría al seguir a Cristo en la fe, como lo han hecho tantos santos antes que nosotros. Y es que tu alegría, como cristiano, tiene su fundamento en el triunfo de la Resurrección de Cristo, pues en ella la salvación de cada hombre y la misma redención del mundo se han verificado: toda realidad ha sido salvada. La fe en Cristo resucitado nos ayuda a ver que todo tiene arreglo, todo tiene cumplimiento, todas nuestras aspiraciones están salvadas de la frustración. Y además nos certifica que somos hijos de Dios, amados por un Padre que nos cuida siempre, pues "nos lleva grabados en sus palmas" (Is 49, 16).

Así, tu fe te lleva a la esperanza en que tu porvenir está ya salvado y asumido por el amor redentor de Cristo, que es un amor que salva: "alegraos, porque vuestros nombres están escritos en los cielos" (Lc 10, 20). Por eso la paz y la alegría acaban resultando connaturales a tu vida cristiana, basada en la fe, la esperanza y la caridad (¿quién es capaz de amar sin alegría? o ¿quién es capaz de ser alegre sin amar?).

Por tanto, lo contrario a la vida de fe es la tristeza, que nos ha de preocupar cuando nos vuelve miopes y no nos permite ver la claridad del amor de Dios en todas las cosas que nos pasan. De hecho, la tristeza suele venir cuando abandonamos a Cristo, como aquel joven rico que "se fue triste" al rehusar la llamada de Cristo (Mc 10, 22). La única tristeza buena, como decía L. Bloy, es "la tristeza de no ser santo", es decir, cuando nos damos cuenta de lo mucho que nos separa de Dios y nos arrepentimos para volver, en Él, a la alegría. Dejarnos llevar por cualquier otra tristeza nos hunde en un pozo sin fondo (cf. 2Cor 7, 10), mientras que sólo ser fieles a Dios nos da un alegría "que nadie nos puede arrebatar" (Jn 16, 22).

Sin embargo a veces tenemos la impresión de que las exigencias de la fe se oponen en la vida real a que seamos felices. Por ejemplo, cuando la fe nos exige algo difícil, cuando nos cansa nuestro compromiso, cuando nuestro testimonio cristiano causa indiferencia, e incluso oposición o burla, de los demás… Y es que la alegría que promete la fe no exime del esfuerzo y de la exigencia. Más aún, porque nuestra fe es exigente, puede dar la alegría verdadera: poco se aprecia lo que cuesta poco. Si vas venciendo las dificultades con la ayuda de Dios irá naciendo en ti lo que dice uno de los himnos de la liturgia pascual: "la alegría dada a luz en el dolor". Es la paradoja de la última bienaventuranza (Mt 5, 11-12), el misterio de que seguir a Cristo es fuente de felicidad también cuando se nos hace cuesta arriba. Pocos cristianos han expresado como san Pablo la necesidad de ser feliz, el carácter de mandamiento nuevo que tiene la alegría. Pues bien: cuando más insiste en la alegría es en la carta a los filipenses, escrita en el momento de las mayores persecuciones, en medio de las terribles dificultades que sufrió en Éfeso (1 Cor 15, 32). En el sufrimiento el cristiano puede estar alegre, porque completa lo que falta a la Pasión de Cristo (Col 1, 24), fuente de luz y salvación para todos.

No deben asustarnos las dificultades y exigencias que conlleva vivir de verdad la fe en Cristo, pues, como dice san Pedro, "en ella os alegráis, a pesar de que por ahora, si es necesario, estéis afligidos momentáneamente por diversas pruebas" (1Pe 1, 6). En la perseverancia en las dificultades encontrarás la verdadera alegría, que se consumará un día en el cielo, en la victoria total de Cristo sobre todos tus problemas (Ap 19, 7).

La alegría en la vida de fe es la mejor estrategia para transmitir a los demás este don precioso que Dios nos ha regalado. Poca gente se sentirá atraída por un cristianismo gris, aburrido, acomplejado o tristón. Lógico, pues sería un cristianismo, en el fondo, falso. Y una "verdad a medias" no atrae a nadie. El

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testimonio de la alegría sencilla y verdadera de los primeros cristianos (Hch 2, 46) fue un gran acicate para que muchos descubrieran la fe en Cristo. Que María, la primera que se alegró con la venida de Cristo (Lc 1, 28), "la causa de nuestra alegría", nos ayude a descubrir la fuerza que tiene la fe para hacernos felices en toda circunstancia, y a saber transmitirla con alegría.

1. Partiendo de la vida (ver)

1. Buscar hechos de vida en los que haya descubierto que la fe responde realmente a mis necesidades y esperanzas. O por el contrario, si hay problemas en la vida que me entristecen y no veo qué luz pone la fe en ellos.

2. Hechos de vida en los que vivir la fe con más generosidad y compromiso me ha hecho feliz, aun negándome algo a mí mismo.

3. Hechos de vida que muestren si en las celebraciones de la Iglesia encuentro la alegría de Dios. O por el contrario, si las vivo de modo rutinario o tristón.

4. Hechos de vida en los que he vivido de la fe en medio de las dificultades para afrontarlas con paz y alegría, evitando la desgana y la desesperanza.

5. Hechos de vida en los que mi alegría haya sido medio para acercar a la gente de mi ambiente a Dios.

2. Iluminación desde la fe (juzgar)

A) Palabra de Dios

La oración del creyente se caracteriza por la alegría ante las acciones de Dios: Sal 42, 5; 68, 3-4; 100, 2-3; Lc 1, 47. Dios siempre entra en nuestra vida prometiendo alegría y salvación: Is 44, 23; 49, 13.

El cristiano tiene como mandato estar alegre: 2 Cor 13, 11; Fp 2, 18; 3, 1; 4, 4; 1 Ts 5, 16. Sólo puede admitir la tristeza si le acerca a Dios: 2 Cor 7, 9-10.

La alegría ha de encontrarse también en la exigencia de la fe: 1 Pe 4, 13, pues la promesa de Cristo a los que le siguen es la bienaventuranza (alegría) en medio de las dificultades: Mt 5, 1-13. Cristo da la alegría que nadie borra aún en medio del dolor: Jn 16, 20-24. El testimonio de Cristo hace feliz aunque sea en la persecución: 2 Cor 7, 4-7.

La alegría es fruto de la presencia del Espíritu Santo: Rm 14, 17; Gal 5, 22..

B) Magisterio de la Iglesia

El Concilio Vaticano II declara que Cristo es el centro de la alegría del hombre: GS 45; también Juan Pablo II en NMI 28. La alegría es distintivo de la misión de los laicos en la iglesia: AA 33; la tribulación por transmitir la fe es fuente de alegría: AG 13-2 y 24-2.

Insiste también en la alegría asociada a la celebración de las fiestas cristianas, especialmente el domingo: LG 50-3, SC 106.

Juan Pablo II recuerda la alegría de la fe en el Gran Jubileo: NMI 9. Es experiencia de los santos que la fe une el sufrimiento con la alegría: NMI 27. El apostolado es transmitir una noticia alegre: NMI 56.

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Pablo VI escribío una exhortación Apostólica dedicada toda ella a la alegría cristiana que recomendamos, además, por su belleza y brevedad. Su título es Gaudete in Domino..

3. Compromiso Apostólico (Actuar)

Como compromiso personal podría buscar cada uno algo concreto que le tenga triste, e iluminarlo con la fe para encontrar la alegría. También hacer con alegría (sin poner mala cara) algo que nos cueste habitualmente (tareas pesadas, aburridas, atender a algún compañero que nos sea especialmente cargante…). Otra posibilidad es revisar si participo con alegría en las celebraciones litúrgicas a las que suelo asistir, cambiando lo que sea necesario.

El compromiso de grupo puede ser organizar alguna actividad (visita, función, exposición…) que lleve la alegría cristiana a algún sitio en donde se palpe la tristeza o el dolor (residencias de ancianos, hospitales, centros especiales…). También podemos poner especial atención y participación en la próxima fiesta que se prepare en nuestra parroquia, como signo de que el cristiano tiene como modo propio de divertirse hacer felices a los demás.

TEMA 6: LA FE COMO VÍNCULO"Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gal 3, 28)

Objetivo

Tomar conciencia de que nuestra fe, recibida como un don, no la podemos vivir y alimentar individualmente, sino con nuestros hermanos en el seno de la Iglesia.

Introducción

Todos los que estamos haciendo la presente campaña de revisión de vida tenemos una cosa en común: nuestra fe en Jesucristo, regalada por el Espíritu, que nos permite decir al Señor "Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Es seguro que la inmensa mayoría de nosotros podamos concretar esta acción del Espíritu donándonos la fe, en un rostro humano preciso con nombre y apellidos. Alguien, en un momento dado de nuestra vida, nos presentó la grandeza de Dios. Y a partir de ese momento, nosotros respondemos a la llamada y nos ponemos en camino tras los pasos del Maestro. Siguiendo este proceso de nuestra historia llegaremos a la Iglesia, pues esa persona a la que nos hemos referido, es seguro que estuviera en su seno. Nuestros padres, un catequista, el párroco de nuestro pueblo, esa religiosa que se cruzó en nuestro camino, un amigo que nos invitó a sus reuniones, etc, etc. no nos presentaron sus vidas, sus ideas o sus convicciones, sino que nos introdujeron en el seno de la Iglesia, "en el pueblo que Dios reúne en el mundo entero" (CEC 752).

Nos dice el Concilio Vaticano II que "Dios quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa" (LG 9). De esta manera podríamos decir que si el hombre es un ser social por naturaleza, el creyente debe ser Iglesia por naturaleza. Es en su seno donde podemos vivir con plenitud nuestra fe, pues es en ella donde podemos alimentarnos de la Palabra y del Cuerpo de Cristo. A ella pertenecemos desde nuestro bautismo y a ella debemos unirnos desde la madurez de nuestra fe. Y unirnos de una manera plena y consciente, activa y participativa. Amándola y sintiéndonos orgullosos de pertenecer a ella y con el constante deseo de darla a conocer a los demás. Mal entenderíamos la misión de los laicos dentro de la Iglesia si pensáramos que somos meros espectadores del trabajo de los sacerdotes, religiosos o consagrados. No habríamos

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entendido los numerosos mensajes del Concilio a los seglares, la Exhortación Apostólica Christifideles Laici de Juan Pablo II o las Cartas Pastorales de nuestro Cardenal-Arzobispo, don Antonio María Rouco.

Así pues, cada uno de nosotros debe meditar a la luz del Espíritu, cuál es su lugar dentro de ella, pues también es responsabilidad nuestra y necesita de nuestro trabajo, de nuestra oración, de nuestra dedicación, de nuestro cariño. Al fin y al cabo si trabajamos duramente para que nuestra familia tenga una casa digna, una comida digna, un vestido digno, unos momentos de dispersión y de ocio dignos, debemos trabajar también duramente para que las distintas necesidades eclesiales se vean cubiertas. Y en este trabajo tener en cuenta los caminos que nos proponga la Iglesia por medio de sus organizaciones o representantes. No como francotiradores haciendo la guerra por nuestra cuenta, sino dentro de los proyectos pastorales para conseguir esos fines. Todos nos alegramos cuando se nos indica algún campo en el que podríamos trabajar, pero no podemos dejar de tener iniciativas personales y también como Asociación para llegar a más gente y ser más eficaces en el trabajo apostólico.

De ahí que sea fundamental conocer de primera mano qué es lo que en cada momento desea de nosotros nuestro pastor, para lo cual nada más sencillo que estar atentos a su predicación, escuchando su palabra o leyendo aquellos documentos que con tanto trabajo y cariño elabora para nosotros, máxime desde nuestro carisma de militantes de la Acción Católica, que nos llama a trabajar desde nuestra responsabilidad, unidos entre nosotros a la manera de un cuerpo orgánico junto con la jerarquía para conseguir el fin apostólico de la Iglesia, que no es otro que la santificación de este mundo .

1. Partiendo de la vida (ver)

1.- Mostrar hechos de vida en los que se refleje cómo a través de la fe me he sentido unido a personas que aparentemente estaban muy distantes de mí.

2.- Tomar algún hecho de vida en el que, a través de mi fe, yo haya atraído a alguien al seno de la Iglesia, o por el contrario, cuando al ocultarla o no mostrarla públicamente, alguien ha perdido la oportunidad de acercarse a ella.

3.- Presentar algún hecho de vida que muestre cómo he proclamado a los demás con cariño y orgullo mi pertenencia a la Iglesia Católica, o si en alguna ocasión no he manifestado dicha pertenencia ocultando así mi fe.

4.- Narrar algún hecho de mi vida en el que muestre cómo me he sentido responsable de la Iglesia y cómo he actuado a partir de ese momento..

2. Iluminación desde la fe (juzgar)

A) Palabra de Dios

Las primeras comunidades son un ejemplo maravilloso de la vida en común a través de la fe: Hch 2, 42-46; 4, 32-34; 5, 12-16.

El apostol Pablo se dirige a los romanos para que se comporten los unos con los otros dentro de la Comunidad "según la medida de la fe": Rom 12, 3,13. Este mismo apostol presenta la fe en Cristo como razón de la unidad: Gal 3, 26-29, y llama a la unidad de los creyentes apelando a nuestra única fe: Ef 4, 1-6.

En su epístola, san Judas nos muestra los deberes para con los demás edificándonos sobre nuestra santísima fe: Ju 20-30.

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B) Magisterio de la Iglesia

Podríamos repasar los números del Catecismo que se refieren a la Iglesia y en especial del 772 al 776. También deberíamos fijarnos en los números 897 y siguientes, mostrando una especial atención al 900.

Podemos releer el capítulo 4 (nn. 15-22) de la Apostolicam Actuositatem donde el Concilio nos habla de las varias formas (individuales o asociadas) del apostolado seglar.

Del n. 32 al 44, la ChL nos habla de los laicos y su llamada a la misión. Aunque convendría la lectura de todos los números, recomendamos encarecidamente el 33.

3. Compromiso Apostólico (Actuar)

Podríamos aprovechar los compromisos del presente tema para reavivar profundamente nuestra fe, tanto individual como de grupo trabajando por la Iglesia.Individualmente nos podemos responsabilizar de alguna acción concreta, como puede ser aceptar algún cargo en mi grupo o mi centro, ponerme al servicio de mi párroco en algo concreto que necesite y que no encuentre quién lo haga, colaborar con las acciones que emprenda la Acción Católica (iniciación, revista Así, etc.).

También se podría pensar en hacer algo con los componentes de mi grupo o centro que en la actualidad, y por las razones que sean, se encuentran alejados de nuestras actividades. Puede ser un buen momento para acercarnos a ellos tanto a nivel individual como de grupo ofreciéndoles nuestra compañía e incluso animarles a su vuelta activa.

También sería bueno pensar que la fe se fortalece dándola, llevándonos este pensamiento a realizar obras concretas de acercamiento a la fe que profesamos de aquellos que sepamos alejados del Señor.

Como compromiso de grupo, podríamos plantearnos el analizar nuestro centro, viendo si están cubiertos todos los cargos de nuestra asociación y comprometernos a cubrir inmediatamente cualquier vacante que detectásemos. Y si nuestro centro no tiene este tipo de necesidades, podríamos hacer una llamada al Consejo Diocesano ofreciendo nuestro grupo para lo que allí se necesitara.

TEMA 7: LA FE COMO OLVIDO DE UNO MISMO"Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gal 3, 28)

Objetivo

Descubrir que la fe nos proyecta al encuentro con los más necesitados y ver en ellos el rostro de Cristo.

Introducción

Todos tenemos o hemos tenido la experiencia de que es en el trato con los demás y cuando salimos de nosotros, cuando nos encontramos con nosotros mismos. Aún así, y con esta experiencia tan vital, muchas veces no respondemos como deberíamos a lo que nuestra fe nos propone, y la reacción que nos provoca, o que nos parece más sencilla, es encerrarnos en nosotros mismos. Sin embargo, sabemos que la fe es un don de Dios, y como el Papa nos dice en la NMI, por su naturaleza está abierta a la caridad. Por eso no podemos dejar de proyectarnos

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hacia la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano (NMI 49). Esta caridad implica muchas veces negarse a uno mismo, saliendo de sí al encuentro del otro, haciendo realidad aquello que Jesús mismo nos dice: "quién quiera seguirme, que cargue con su cruz y me siga" (Mc 8,34).

Por esto, no podemos quedarnos en nuestras propias preocupaciones, sino que hay que estar abiertos a las necesidades de los que nos rodean (pobreza material y espiritual, mujeres maltratadas, inmigrantes, increencia....) salir de nosotros mismos. Esto nos muestra que nuestra fe no es algo pasivo, sino que la fe en Dios es activa y se expresa mediante la caridad. Así que, la respuesta al Amor de Dios, que nos salva por Cristo, se manifiesta eficazmente en el amor y en el servicio a los hombres. Porque, ¿para qué vale la fe sin las obras? "Muéstrame tu fe sin obras, que yo te mostraré por las obras mi fe" (St 2, 18).

Esta dinámica de amor a Dios y al hermano, que lleva implícita la fe, nos la muestra el mismo Jesús en su mandamiento del Amor: "Amaos unos a otros como yo os he amado" (Jn 13, 34). Por esto, nadie puede ser excluido de nuestro amor, y es en los que están más cerca de nosotros, y especialmente en los pobres, donde podemos encontrar el rostro de Cristo de una manera más patente, en cuanto que Jesús mismo se ha querido identificar con ellos: "He tenido hambre y me habéis dado de comer, he tenido sed y me habéis dado de beber" (Mt 25, 35-36).

Este testimonio precioso de Sta. Rosa de Lima nos puede ayudar a salir de nosotros mismos, y a descubrir en nuestra vida el dinamismo propio de la fe, poniéndola al servicio de los más necesitados para no sofocarla: "El día en que su madre le reprendió por atender en la casa a pobres y enfermos, ella respondió a su madre: cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Dios" (CEC 2449).

Los cristianos no pretendemos tener el monopolio de la solidaridad y del amor a los pobres. Está en las entrañas de cualquier hombre, creyente o no. Por otro lado, los Estados y los diferentes responsables del bien público adquieren el compromiso de buscar para todos el bien común. Sin embargo los cristianos no podríamos olvidarnos de las necesidades de nuestros hermanos los hombres que hay a nuestro alrededor y, muy en concreto de los que viven en situaciones de necesidad y que no pueden vivir con una mínima dignidad humana.

No podemos hacerlo porque sirviéndoles a ellos servimos al mismo Señor, a quien pretendemos amar a través de nuestra caridad con los hombres: "Si alguno dice: 'amo a Dios' y aborrece a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4, 20). Además el mejor testimonio que los creyentes podemos dar de nuestra fe y de nuestro seguimiento al Señor es el del amor al prójimo. Así lo vivieron las primeras comunidades cristianas y así debemos vivirlo los cristianos del siglo XXI: "todos los creyentes vivian unidos y tenían todo en común (...) repartían los bienes entre todos, según la necesidad de cada uno" (Cf. Hech 4, 44-45) y por eso "gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar" (Hch 4, 47).

No podemos olvidar tampoco que el ejercicio concreto y entregado de los cristianos a los necesitados a servido para que muchos indiferentes y alejados se acerquen a la Iglesia. Nuestros compromisos apostólicos pueden ser muy importantes a la hora de invitar a amigos y familiares que están apartados de Dios, pero que tienen buenos sentimientos y a los que sería dificil invitarles a actos concretos y expresamente de la Iglesia pero que sí se les puede pedir que nos acompañen, o que se comprometan a colaborar en esas actividades de ayuda a los más pobres y que pueden transformarse en un motivo de encuentro con Cristo y de conversión.

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1. Partiendo de la vida (ver)

1. Narra momentos en los que las desgracias, problemas y necesidades que te rodean, las hayas tomado como pura rutina y no te hayan afectado.

2. Comenta hechos de vida que muestren que tus obras de caridad han nacido de la oración, y de la relación con Cristo, y no por activismo o solidaridad mal entendida.

3. Piensa si estás al tanto de las pobrezas y miserias de la gente que está a tu lado, o si por el contrario "no sales" de tu propio yo y grupo.

4. Puedes poner en común hechos de vida en los que se vea como te interesas por los problemas de los países más desfavorecidos y procuras enterarte de sus males y al menos has rezado por ellos.

2. Iluminación desde la fe (juzgar)

A) Palabra de Dios

Santiago nos muestra cómo lo que hemos escuchado y aprendido hemos de ponerlo por obra, si queremos ser verdaderamente libres: St 2, 22-25, y nos advierte que la fe sin obras no salvan, y que está realmente muerta: St 2, 14-23.

El mismo Jesús nos dice que todo aquel que quiera seguirle, es decir, no negarle, ha de negarse a sí mismo, coger la Cruz y caminar tras Él. Porque así salvará su vida: Mc 8, 34.

El primer mandamiento referido al amor a Dios está unido intrínsecamente al amor al prójimo: Gal 5,14; Mt 11, 4-5, porque la fe alcanza su plenitud en el amor al prójimo.

B) Magisterio de la Iglesia

El cristiano debe aprender a hacer su acto de fe en Cristo interpretando el llamamiento que él dirige desde el mundo de la pobreza (NMI 49-51) "la caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras".

También desde el Concilio Vaticano II se nos insta a que toda actuación apostólica debe tener su origen y su fuerza en el amor: AA 8.

Para profundizar más en la raíz de la fe como proyección a los demás, mirara el Catecismo: CEC 2443-2449.

El señor Cardenal ha escrito una Carta Pastoral que nos ayudar a la reflexión de este tema: Desde luego conviene leer VIC nn.3-4.

3. Compromiso Apostólico (Actuar)

Sería un buen momento para plantearse, siempre desde la oración, y desde la petición al Padre, para que nos dé los sentimientos de Cristo, profundizar en el conocimiento de los problemas que nos rodean, en el barrio, en los lugares que frecuentamos. Salir de nosotros mismos para el encuentro con el otro, como ancianos, menores sin escolarización, drogadictos y otras situaciones, para hacer una obra de caridad y ver el rostro de Cristo en ellos.

Como grupo de Revisión de Vida, se puede proponer conocer las asociaciones

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caritativas que existen en la Diócesis como Manos Unidas, Cáritas, congregaciones religiosas… que tengan proyectos internacionales y apoyarlas mediante algún apadrinamiento, cuota o nuestra participación activa.

TEMA 8: LA FE COMO MISIÓN"Ay de mí si no evangelizara" (1 Co 9, 16)

Objetivo

Percibir que todo cristiano es apóstol en virtud de su Bautismo, llamado a anunciar el Evangelio a toda criatura y a asumir esta misión divina con gozo, ilusión y responsabilidad.

Introducción

El Papa Juan Pablo II (NMI 40) nos ha vuelto a llamar la atención sobre un asunto de singular importancia en la vida de la Iglesia y de todo creyente: la necesidad de la evangelización, que el apóstol de los gentiles, San Pablo, sintió admirablemente en sus propias carnes: "ay de mi si no evangelizara"(1 Cor 9, 16). Esta experiencia de Pablo ha de ser la de todo cristiano, cada uno según su estado y condición.

Alimentarnos de la Palabra de la Vida, para ser servidores de la Palabra es algo prioritario en la Iglesia. En efecto; somos llamados a anunciar el Evangelio con nuevo ardor, con el ardor que encendía la Iglesia de los orígenes, en la nueva situación cultural que vivimos que está pidiendo a gritos una nueva evangelización. La experiencia diaria y real de Cristo que tenemos los cristianos ha de lanzarnos a anunciar a todos los hombres su persona, su verdad y su amor. "Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo" (NMI 40). Esta es la experiencia de muchos hijos de la Iglesia a lo largo de los siglos: al hombre que ha conocido la grandeza y el amor de Dios revelado en el Hijo y presente en la Iglesia, le duele en el alma que sus hermanos no lo conozcan y está dispuesto a lo que sea necesario para anunciar a todos el nombre de Cristo. ¿Es también nuestra experiencia?, ¿nos quema la falta de Jesucristo a nuestro alrededor ?

Esta misión es para todos nosotros, miembros de la Iglesia, miembros de Acción Católica, no sólo para algunos, "no podrá ser delegada en unos pocos especialistas, sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del pueblo de Dios" (NMI 40). Muchas veces en nuestra vida palpamos nuestra desgana, nuestra cobardía, cuando hemos de anunciar a Jesús, ese Jesús que queremos vivir cada día en su Iglesia, en la Acción Católica de Madrid. Llega la hora de alzar la mano en clase, de invitar a alguien a un retiro, a una actividad de la Acción Católica, llega la hora de decir una palabra de aliento al amigo o compañero que pasa apuros y no cree o cree poco y los respetos humanos nos atenazan, ¿o no? Pero esta acción misionera nuestra, que está dirigida a todos y que es responsabilidad de todos los creyentes, no puede ser indiscriminada sino que debe ser inteligente, adaptada a las circunstancias, ambientes y situaciones de la vida de las personas y areópagos de mundo moderno. No podemos hablar igual a nuestro hermano que a nuestro jefe, a un niño, a un sobrinillo o en clase, ante el profesor y los compañeros. El lenguaje y la forma que necesitamos es diferente. También Jesús, nuestro Señor, les hablaba en parábolas, pues así entendían el mensaje del Reino que Él predicaba. El gran Pablo, celoso por anunciar a Cristo, no hablaba igual a una comunidad evangelizada que a una que iniciaba el camino de la fe: "De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, no alimento sólido, porque aún no erais capaces (1 Co 3,1)

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En esta misión ilusionante nos preceden muchos hombres y mujeres, entre los que podemos destacar a san Francisco Javier, el gran apóstol de Asia, patrono universal de las misiones y santa Teresa de Lisieux, que se consumía por predicar a Cristo en su Carmelo y que por su oración fue declarada patrona universal de las misiones. Estos y muchos otros interceden por nosotros y nos estimulan a esta misión que constituye "la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda" (EN 14).

1. Partiendo de la vida (ver)

1.- Presentar hechos de vida en los que se muestre la tristeza y la desilusión de algún ambiente en el que vivo, carente de signos cristianos, un ambiente no evangelizado, falto de fe, esperanza y caridad y cual es mi postura ante esta situación.

2.- Mostrar algún momento de mi existencia en el haya vivido mi misión de apóstol, en mi ambiente profesional o cualquier otro ámbito de mi vida, con la consiguiente alegría de poder ser servidor de Cristo en la tarea evangelizadora, a pesar de haber sufrido por el nombre de Cristo. También podemos hablar de alguna experiencia en que el receptor de la buena noticia sea yo mismo.

3.-Contar algún acontecimiento de mi vida en el que aparezca mi miedo a evangelizar, mi esclavitud al "qué dirán", a la imagen social, con su consecuente desazón o remordimiento de conciencia por no confesar a Cristo ante los hombres.

4.-Describir alguna situación vital real que me ha ocurrido en la que he podido dar gracias a Dios y alegrarme por las maravillas y frutos de vida cristiana que Él ha hecho en alguna persona o ambiente por medio de la valentía de algún miembro de la Iglesia..

2. Iluminación desde la fe (juzgar)

A) Palabra de Dios

Cristo resucitado nos envía a la misión universal, con la certeza de que Él está con nosotros hasta el fin del mundo: Mt 28, 18-20; Jn 20, 21; Mc 16, 15-18.

Los discípulos tenemos vocación a anunciar el Evangelio en pobreza de vida, para que brille más claro que el que da la vida sólo es Él, Cristo. Además se nos pide la oración para que el Señor envíe operarios a su mies: Lc 10, 1-16.

Cristo es claro: A quien le confiesa a Él ante los hombres, Él lo declara ante el Padre y quien no lo hace Él lo niega ante el Padre: Lc 12, 8-9.

El libro de los Hechos nos presenta a la Iglesia primitiva llena de celo por anunciar a Cristo. Podemos verlo en todo el libro de Hechos. En concreto puede valernos el apostolado de Felipe con el eunuco de la reina Candace (Hch 8, 26-40) o el discurso de Pablo en el areópago de Atenas (Hch 17, 22-34), como ejemplos de arrojo y celo por anunciar a Cristo..

B) Magisterio de la Iglesia

El Concilio Vaticano II nos alienta a todos los laicos a evangelizar, como propia misión, en virtud de nuestro bautismo y confirmación, para el incremento del cuerpo de Cristo: LG 33.

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Igualmente AG 21 nos exhorta a todos los laicos a evangelizar y señala que el testimonio de Cristo es nuestra mayor obligación.

El Concilio considera tan importante la cuestión del apostolado de los laicos que promulgó un decreto sólo para este asunto: Apostolicam Actuositatem, de la cual merece la pena leer los números 2 y 3.

El apostolado de los laicos aparece también en el CEC 900, 904-906, como vocación propia de los laicos y participación en la función profética de Cristo.

El papa Pablo VI en EN 70-71 comenta la misión de los laicos en la cristianización de las realidades temporales y el papel evangelizador de la familia. En línea semejante el Papa Juan Pablo II en RM 71-72. Este Papa nos recuerda constantemente la tarea de la nueva evangelización: ChL 33-34.

En nuestro mundo de secularización e increencia la evangelización constituye un asunto que está muy presente en los planes y corazón de nuestro obispo. En el plan pastoral de la diócesis del 2000-2001 nos exhorta e invita a una ardiente "proclamación de la fe, la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar en Jesucristo nuestro Señor" (n. 9). De esta carta interesan especialmente los números 10-12, 24 y 28..

3. Compromiso Apostólico (Actuar)

Como compromiso de grupo podemos organizar, de acuerdo con los párrocos, una misión popular con los demás feligreses, en la cual invitemos a la fe y presentemos la fe en el barrio. Difícil pero apasionante. O bien organizar una oración a favor de la evangelización o una misa votiva por la evangelización. Por último podemos intentar organizar un coloquio o cursillo sobre la evangelización que nos ayude a formarnos para la misión. Basta para ello buscar alguien capaz de dar estas charlas o coloquio.

El compromiso personal puede ir dirigido a anunciar a Cristo a una o varias personas con nombre y apellidos o invitarlos a alguna actividad concreta de Acción Católica (ejs: un Retiro, grupo de Revisión de Vida, Aula de Teología, Béjar). También se puede asumir algún compromiso personal de oración a favor de la evangelización y el apostolado o asumir el compromiso de la formación para trasmitir más y mejor: Apuntarme a la Escuela de Catequistas "Montesclaros" o a alguno de los cursos que se nos ofrecen en la Parroquia o en la Vicaría sobre temas de actualidad o liturgia, o asistir a los cursos de verano que se organizan para los jóvenes intentando llevar a gente nueva o al Aula de Teología. O tal vez leer y estudiar la EN o RM o AA.

De otro estilo también puedes renovar la gracia de tu Bautismo leyéndo con detención el Ritual del Sacramento o lo que de él se escribe en el Catecismo.