teoria de la democracia debate contemporaneo

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Sartori en este segundo volumen analiza cuestiones ya planteadas en la Antigua Grecia, siguiendo una linea de argumentación historica y muestra cómo el desarrollo del discurso central de la politica ha ido descartando las definiciones inadecuadas y los significados errónes tales como poder, coacción, libertad o igualdad.

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Teoría de la democraciaEl agotamiento de los ideales

Giovanni Sartori

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Giovanni Sartori

El valor hedonístico asociado a las mercancías está en función de su escasez; y esto se aplicatambién a las «cosas buenas». Cuando tenemos satis, es decir, bastante, estamos satisfechos;pero la satisfacción alimenta la insatisfacción: el hecho de tener bastante de alguna cosa nos hacedesear alguna otra cosa. Normalmente, el occidental tiene bastante libertad, busca el bienestar yla seguridad y, por eso, «valora» un Estado protector que atienda a sus necesidades. Sinembargo, la espiral de las necesidades no tiene límites y virtualmente no tiene fin y, a lapostre, habría que satisfacer no ya las necesidades, sino los deseos. Con este panorama, losideales occidentales se han transformado y se han atenuado.

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• La obra de Daniel Bell The End of Ideology (publicada en1960) lleva el subtítulo On the Esxhaustion of Political Ideas.¿Qué declinaba?, ¿las ideologías o los ideales? El debatesubsiguiente apenas si arrojó luz alguna sobre el problema.Debido a que no había acuerdo sobre la idea de ideología, nisobre su demostración, los que participaron en la discusiónno llegaron prácticamente a comunicarse entre sí. Lapolémica amainó con la revolución del campus y a fines delos sesenta se estaba de acuerdo tácitamente en que unamarea ideológica había demostrado la falsedad de laprofecía. En el transcurso de los ochenta nos enfrentamos denuevo al interrogante

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• ¿qué es lo que se ha agotado? Si no es la reservade las ideologías, ¿es la de las ideas? Volveré a lasideas en seguida. Pero lo primero es lo primero. Yel proceso de agotamiento al que hemos venidoasistiendo durante unos dos siglos es el de losideales. Los ideales occidentales son cada vezmenos «ideales», es decir, creenciasvalorativas, en el sentido moral del término. Loque es tanto como decir que en el fondo, y en lasuperficie, la crisis de ideales —la que no puedenegarse— es la crisis de la ética.

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• Debido a un buen número de razones, ninguna de ellas totalmente convincente, la última filosofíaoccidental del hombre como «ser moral» fue la ética de Kant. Quizá la moral separada de la religión, nosea suficiente. Quizá el progreso (el ideal) nos ha llevado a un camino diferente, y el progreso técnico nosha permitido proseguir nuestra senda de animales utilitarios y autosirvientes. Una vez invocadas todas lasrazones, el hecho sigue siendo que el hombre de Occidente se ha ido transformando generación trasgeneración y de manera creciente en un hombre económicamente mentalizado. Difícilmente cabríaimaginar que los hombres de la Revolución Gloriosa, de la Convención de Filadelfia, de la RevoluciónFrancesa y de las revoluciones de 1848 concibieran la política como «quién consigue qué, cómo» —a lamanera de Lasswell. Pero cuando Lasswell redujo la política a un problema de «conseguir», nadie sealarmó ante la crudeza de su opinión; era lo que era.

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• En los años cincuenta, cuando RaymondAron dio una serie de razones explicativas dela profecía del fin de la ideología, nadie sesorprendió especialmente de que suargumentación fuese del todo económica.«En una economía de crecimiento —escribióAron—, el problema de la distribuciónadopta un significado que es totalmentediferente del que tenía durante siglos. Lariqueza general solía parecer una cantidadcasi fija…. Si alguien tenía demasiado, esosignificaba que lo había detraído de algúnotro. Pero cuando la riqueza de lacolectividad crece sostenidamente cada añoun cierto porcentaje, el ritmo y la velocidaddel incremento es más importante que elproblema de la redistribución, incluso paralos no privilegiados.»

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• En esencia, el argumento era el siguiente: de unlado, tenemos un pastel y, de otro, se nos planteael problema de cómo cortarlo. A la economía lepreocupa el tamaño del pastel; el cómo cortarlo—esto es el reparto— es asunto de la política. Sila proporción entre el tamaño del pastel y elnúmero de comensales permanece más o menosconstante, el problema principal, o al menos elque permite adoptar distintas soluciones, es elproblema político de cómo debería dividirse.Pero si es fácil conseguir más pasteles o un pastelmás grande, el problema económico de hacer unpastel más grande suplanta al problema políticode quién se va a quedar con la mayor parte delpastel.

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• De donde se sigue que la política, y en particular la ideología política, será menos importante en elmundo del mañana. A largo plazo, todos se darán cuenta de que lo que interesa más no es la lucha declase sino el tamaño del pastel. El argumento parte de la base de que el pastel crece a un ritmo notablepor encima del crecimiento demográfico, y por tiempo ilimitado. Pero, ¿puede aumentarindefinidamente y lo bastante aprisa el pastel? ¿Ha empezado una era de riqueza que durará largotiempo? ¿Puede la revolución industrial tecnológica mantener el aumento de la riqueza para todos yextenderla al resto del mundo? La lógica del argumento puede ser impecable (aunque lo dudo), pero suspremisas fácticas son endebles.

• El crecimiento implica un consumo de recursos mayor y más rápido y, sobre todo, de unas reservaslimitadas de recursos irrenovables. En particular, a medida que se han ido sucediendo, una tras otra, lasrevoluciones industriales, las fuentes de energía fósil (carbón, petróleo y gas) se han consumido a unritmo exponencial. Desde hace tiempo, todos sabíamos que la energía barata se acabaría en cuestión dedécadas. Tanto si el abastecimiento futuro proviniera de reservas fósiles aún sin detectar, como de lasplantas nucleares o de los inventos tecnológicos (es decir, de energía renovable obtenida del viento, delagua y del calor solar), en todos los casos estaba claro que la energía barata que había alimentado lamaquinaria del progreso industrial durante unos dos siglos se iba a encarecer; y una energíacostosa, aparte su escasez, es por sí sola una razón suficiente para no proyectar en el futuro lastendencias del pasado.

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• A fortiori, el crecimiento ha ido mermando nuestros recursos renovables: bosquesdestruidos; tierras fértiles ahora desertizadas; ríos, lagos e incluso mares contaminados;probables restricciones del suministro de agua. No podemos limitarnos a considerar que seha acabado la energía. Hay que pensar también en que habrá que pagar la elevada facturaderivada de los efectos de la actividad productiva y consumidora y de los desastresecológicos. Y ciertamente es ésta una factura que habrá que cargar a la prosperidad.

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.¿Cómo se explica entonces que tantoseconomistas de renombre nos hayan estadodiciendo —al menos hasta que les sorprendió lacrisis petrolífera— que la «escasez organizada»había sido reemplazada definitivamente, o entodo caso, en el futuro previsible, por unacivilización de la abundancia?. Uno tiene laimpresión de que todos los economistas hanestado pronosticando el crecimiento y la riquezasostenidos sin considerar seriamente lascondiciones y los límites del crecimiento de losrecursos a largo plazo. De ahí que en la actualidadno conservemos sino la relativa esperanza en unasalvación futura, fruto de los descubrimientoscientíficos y la innovación tecnológica. Y puestoque lo único que nos queda es laesperanza, esperemos.

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Pero si esto es así, el tiempo es de vital importancia; y la cuestión es que elcrecimiento acelerado «consume» más rápidamente el tiempo que podemos llegar anecesitar para que la ciencia y la tecnología nos salven a tiempo. El crecimiento cero ylas sociedades estabilizadas no son una perspectiva atrayente y quizá su único méritoresida en ganar tiempo —tiempo para que los avances científicos posibiliten lasustitución de recursos no renovables por recursos renovables. Pero si el tiempo esesencial, también lo es ganar tiempo

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• Si los economistas del crecimiento han sido unos miopes y se han despistado, los científicos sociales nolo han hecho mejor. Cualquiera que fuese la intención de la profecía del final de la ideología, estabaclaro desde el principio —sin necesidad de poseer una especial capacidad de retrospección— que setrataba de una especulación de corto alcance limitada en el tiempo y en el espacio. En elespacio, porque las únicas sociedades reconciliadas son, o serán, aquellas cuya producción económicasobrepase significativamente su crecimiento demográfico. Y en el tiempo, porque el marxismo no esnecesariamente la última de las ideologías, y no debe confundirse el declinar de una ideologíaespecífica con la desaparición de la ideología como tal. En realidad, tenemos que distinguir entre elgénero y la especie, es decir, entre la ideología como categoría conceptual y sus manifestacioneshistóricas, tales como el marxismo y el nacionalismo actuales. Así, por ejemplo, en los paísessubdesarrollados está probablemente surgiendo una ola de nacionalismo y de mesianismo político. Porotra parte, tampoco podemos confiar plenamente en la duración prolongada de la paz industrial en lasdemocracias industriales privilegiadas. Es plausible que una sociedad próspera, cuyo problema centralno sea ya el trabajo —en el sentido original de esfuerzo, fatiga, dolor— sino el ocio, sea menosvulnerable a los ataques violentos del extremismo. Sin embargo, no debemos presuponer que laprimera reacción ante una vida de abundancia sea la propia de generaciones acostumbradas a ella.

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• El perfeccionismo y la desilusión surgen como consecuencia del desarrollo económico (no a los nivelesmás bajos de carencia), y el «gran vacío» de una era de ocio tiene que crear nuevos rebeldes, nuevasactitudes de protesta y otras dificultades imprevistas. Ya que el ocio nos permite almacenar energía queno sabemos cómo emplear. Y si no tenemos nada que hacer, ¿qué haremos?

• Quizá nos estamos acercando al final de los sustitutos y, por la misma razón, de las ilusiones, de lasilusiones sostenidas por sucedáneos. Dado que el pastel ya no aumenta en la misma medida que suscomensales (nunca lo ha hecho realmente en la mayor parte de Latinoamérica, África y Asia), deberíamosdarnos cuenta de que no existe la curación económica para los males que o son económicos, y de que enun sentido más general, una persona amoral (o post-moral) difícilmente creará una sociedad buena.Hemos ido demasiado lejos en la asimilación del comportamiento político a la conducta económica, entratar de convencernos de que la política se reduce a conseguir, y en la búsqueda de lo que Kincaidgráficamente denomina «la política del cuerpo», es decir, de una buena vida cuyas pautas «son el dolor yel placer». Puesto que el hombre no posee una naturaleza en el sentido naturalista, sino que es lo quepiensa que es, es perfectamente posible hacer de él un animal económico. En realidad, es lo que hemosprocurado hacer por todos los medios. Según Kant, el reino de la moral es el ámbito de las «accionesdesinteresadas» (compensan por sí mismas), de la conducta que no está movida por una recompensamaterial. Los científicos sociales, sin embargo, nos dicen que «interés» significa «motivación» y que, por lotanto, una acción desinteresada es un disparate, que equivale a la inactividad (pues no actuamos a menosque nos mueva algo a hacerlo). en una paz dependiente de un equilibrio de terror nuclear. Nuestrossistemas nerviosos están debilitados, vivimos en el miedo al mañana, de un mañana en verdad aterradoren el que la perspectiva de la autodestrucción no es precisamente ciencia ficción

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• La ética no es el dominio de los «intercambios», el hombre moral de acambio de nada. Pero se nos dice que todo supone un intercambio. Lamáxima del hombre moral es que o debe hacerse a los demás lo que noquiere que los demás le hagan a él. En cambio, nosotros maniobramosincansablemente para trasladar a los otros las cargas que no deseamos paranosotros mismos. Jamás sociedad alguna ha sostenido la noción de que susmiembros no tengan deberes ni obligaciones. Pero nosotros cada vezestamos más convencidos de que estamos «legitimados», legitimados pararecibir; la revolución de las expectativas crecientes ha generado rápidamenteuna sociedad de personas que se creen con derecho a recibir.

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• Mientras el hombre moral era empujado hacia los bastidores, «el hombre racional» salía a escena.Ciertamente la tradición utilitaria racionaliza la ética, reduciéndola al interés ilustrado y a largo plazo decada individuo. La ética kantiana pertenece también a las teorías racionales (no a las religiosas, ni a lasbasadas en el sentimiento) de la moral. Podría argüirse, por lo tanto, que lo que se hace por motivosmorales se lleva igualmente a cabo por medio del argumento racional. Por ejemplo, si necesitamos quela economía progrese, debemos preocuparnos —como animales racionales y calculadores—de que elcrecimiento económico no disminuya ostensiblemente por causa de un apetito creciente de distribucióny de consumo. De forma análoga, cabe argüir racionalmente que los beneficios sociales tienen unoscostes sociales y que, en consecuencia, los derechos sin obligaciones, el recibir sin dar, son posturasirracionales. Y lo son; pero en conjunto y a muy largo plazo —ciertamente más allá de nuestra posición yde nuestro horizonte. Como egoístas y calculadores no es racional poseer una mente cívica; puede serirracional, por ejemplo, perder el tiempo votando, y sería irracional pagar por un servicio público si lopodemos obtener gratis. De igual modo, cuanto mayor es una organización, menos racional resulta parasus miembros compartir sus cargas y promover sus fines colectivos. En resumen, es «racional» (entérminos de coste-beneficio) para cada individuo ser un parásito social; ganará más explotando a losotros.

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• Decía que nos estamos acercando al final delos sustitutos, que hemos alcanzado el límitede los recambios. Entre ellos se encuentra, a mijuicio, la idea de que es racional sermoral, simplemente no funciona de esa forma.Si pedimos que el hombre racional reemplaceal hombre moral imponemos a ambos unaspautas de comportamiento excesivamenteelevadas. El momento de la verdad, diferidodurante tanto tiempo, ha llegado, y la verdades que no puede existir allí donde una sociedadbuena sin «bien», es decir, no puede existir allídonde la política se reduce a economía, losideales a las ideologías y la ética, al cálculo, sila política no es ética, la fábrica socialnecesita, sin embargo, un hombre moral (juntoal hombre político). El agotamiento quepresenciamos es, por lo tanto, el de los idealesético-políticos que han alimentado a lacivilización occidental y han producido, acontinuación, nuestras democracias liberales.

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• Es obvio que el progreso técnico es de por sí un poderoso factor concurrente en el agotamiento de losideales. Pero yo no diría, como suele hacerse, «que el mal reside en la base industrial que sirve defundamento a nuestra civilización», ni que «una sociedad dominada por las máquinas, dependiente dela rutina de las fábricas y de las oficinas, que se celebra a sí misma en el acto del consumoindividual, termina por no ser suficiente para conservar nuestra fidelidad». Es cierto que nuestrasociedad está «dominada por el proceso de las máquinas»; pero ¿por qué? Para que no pongamos elcarro delante de los bueyes, estamos dominados por las máquinas porque, para empezar, estamosexcesivamente mentalizados por la economía; porque hemos perdido, al perder la ética, las lealtadesque nos mantienen. Por lo tanto, a mi juicio, el progreso tecnológico contribuye (no es un factorfundamental) al agotamiento de los ideales en otros dos sentidos. Primero, la riqueza de las sociedadesindustriales avanzadas crea una sociedad «asentada», blanda, carente de nervio. Segundo, el progresotecnológico produce un exceso de población y una superorganización, es decir, un medio en el que elindividuo es un número y en el que se siente cada vez más impotente y reprimido. Es menesterafrontarlo: esas condiciones conducen a ideales de rechazo y de rebelión, a ideales negativos en lugar depositivos. La sociedad abierta o, como diría Dahrendorf, la sociedad «que ofrece posibilidades»presupone una sociedad que no esté saturada, lo cual no es seguramente nuestro caso.

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• Además, la historia nos ha sometido a prueba, quizá con demasiada severidad. Estamoscansados, inadaptados, inquietos y, admitámoslo, asustados. La religión del progreso se haconvertido, en palabras, de Kingsley Martín, «en un evangelio de la aceleración». Desde la época de laRevolución Francesa y de la primera revolución industrial tenemos prisa; y el cambiorápido, incesante, no da tiempo para adaptarse. A mayor abundamiento, una «evolución rápida eraestimulante y los hombres olvidaron… preguntar hacia dónde se dirigían tan apresuradamente». Paracolmo, hemos sufrido la cruel experiencia de dos guerras mundiales; y apenas hemos salido del estadode guerra, de guerra real, nos hemos precipitado directamente en la atmósfera cargada de la guerra fríay, en seguida,.

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• El Leviathan de Hobbes apareció en 1651después de la mortandad provocada por unaguerra civil. Para Hobbes y para muchos de suscontemporáneos, la meta suprema parecía ser lapaz social; para lograrla, Hobbes construyó lateoría de la omnipotencia del Estado. Con lasdebidas matizaciones, es posible en nuestrasituación establecer un cierto paralelismo.Nosotros también en nuestro estado deextenuación deseamos la paz a cualquier precio.Y como el evangelio de la aceleración nos hatraído no el progreso moral, sino el material, nosaferramos desesperadamente a este beneficiotangible. Cueste lo que cueste, pedimos que seproteja nuestra existencia; y, para conseguirlo, esposible que estemos otra vez dispuestos, comolo estaban los contemporáneos de Hobbes, aconfiar nuestro destino a quien nos prometalibrarnos de Harmaguedón y cuidar de nosotros.

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• En última instancia, puede ser que la razón final de la crisis, sin mencionar la falta de cordura, de lademocracia liberal sea que estamos mimados, dominados por «las necesidades corporales» y asustados.Si así fuera, no hay razón para todo el alboroto y la excitación en torno a la democracia «real» la libertad«total» y la justicia «verdadera». Se trata de los fuegos artificiales que ponen fin a un acontecimientosocial. Empero, la verdad del asunto es muy distinta.

• No es la libertad real lo que nos preocupa; es que simplemente ya no valoramos la libertad comotal, sino el Estado que atiende a nuestras necesidades y dispensa beneficios. No nos preocupa la libertadni la democracia porque somos blandos, porque nuestra mente sólo piensa en cosas materiales, porqueestamos agotados y porque, para colmo, noti nulla cupido, lo que nos es conocido nos aburre. Noobstante, no estoy muy seguro de que éste sea el diagnóstico definitivo

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Este texto es la transcripción del capitulo, del libro “Teoria de la democracía. Volumen II, LAPOBREZA DE LA IDEOLOGÍA, El agotamiento de los ideales , de Giovanni Sartori, impreso enAlianza Editorial.

Pontevedra, 8 de noviembre de 2013

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INCUPLIMIENTO¿HAY QUE FIARSE DE LOS POLITICOS?

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