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TODO UNCONFLICTO DESANGRE

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TODOUN CONFLICTODE SANGRE

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El incidente parecía incomprensible, sobre todo tra-tándose de la viuda de Rosenberg, tan digna, tanaustera, tan pagada de sí . Nadie creyera que labuena señora, con su gran corpulencia y sus años, fue-se capaz de armar lío tan grotesco . A lo mejor . . .esos conflictos anímicos . . . Como a la pobre se leveía tan rara después de su dolencia . . . Sin embar-go, todo hacía comprender que se trataba de excesi-vos cocteles . ¡Insensata! Y, para colmo de males,haber hecho ese escándalo cuando más concurrido es-taba el Club y cuando aquella verbena prometía pro-longarse toda la noche . Vaya usted a saber qué ha-bría en el fondo . . . Por lo pronto ya el enredo eragrande.

La terraza bullía plena de gente que iba de un ladoa otro recogiendo noticias . Casi nadie bailaba, talera la inquietud originada por el curioso caso, y eranvanos los enormes esfuerzos de la orquesta por dis-traer al público .

Cada nuevo detalle corría de mesa en mesa, exa-gerado, como sucede siempre que anda en juego lahonorabilidad de una persona.

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Los faroles chinescos, meciéndose en el aire, po-nían su nota alegre y multicolor sobre las cosas ysobre el falso asombro reflejado en los rostros .La defensa o ataque de la viuda de Rosenberg

provoco enconadísimas discusiones . Defendíanla loshombres aduciendo mil razones de crédito, y, en cam-bio, las esposas, la atacaban con verdadera acrimo-nia. No obstante, era difícil analizar los hechos, puesaquello ocurrió en el bar del Club precisamente cuan-do todos bailaban, de modo que la orquesta amorti-guó los chillidos que, según alguien dijo, había lanza-do la señora de Rosenberg .

Quienes daban más fe de la trifulca referíanla asu antojo, llegando a confesar que, entre la grescaque se formó en el bar, vieron apenas a una enormeseñora debatiéndose airada y dando gritos mientrasla conducían hacia la puerta del Club .

De manera que la reputación de la señora de Ro-senberg quedó pronto mezclada a maliciosas sonri-sas y a esos ambiguos comentarios que se profierencon grandes aspavientos .

Pero las discusiones tenían más visos de verosimi-litud en una mesa de las más apartadas, en torno dela cual aglomerábanse numerosas personas procuran-do acercarse a la única fuente lógica de información .No ignoraban que el más autorizado comentador delhecho tenía que ser el médico de la señora de Rosen-berg, pues estuvo con ella, y porque muchos decían

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que se trataba de un caso de trastorno obsesivo . Sinembargo, como ya conocían el proverbial geniecillo deldoctor Serge, no se habían atrevido a interrogarlodirectamente . Preferían insinuar, como al desgaire,alguna que otra suspicacia malévola con la vaga es-peranza de provocar la explicación del doctor . Peroel bendito neurólogo no parecía percatarse de aquelasedio o era más zorro de lo que se temían, pues ahíestaba mirando hacia la mar plácidamente como siaquella historia no le incumbiera. Fastidiados, re-solvieron al fin dejarlo solo con su pipa en los labios.Allá él y su paciente.

¡Lástima de verbena! Hubiera sido agradable pro-seguirla toda la noche, pero el escándalo de la señorade Rosenberg había dejado un rastro de oprobio, y,además, ya era tarde. Por cierto comenzaba a soplarun airecillo mas bien helado y no era el caso de pescaruna gripe ; de manera que aún los más rezagados se fue-ron despidiendo . Los señores, hablando de la guerra,del alza de los precios y de lo bien que andaban losnegocios ; las señoras, indignadas aún del alboroto,prometiéndose todas, a su turno, llamarse por telé-fono al día siguiente para indagar noticias ; si bien,ya en el vestíbulo, detuviéronse un rato para hincar-le aún los dientes a la infeliz causante de aquel re-vuelo .

-¡Qué bochorno!

-¡Quién nos lo iba a decir!

-¡Con esos aires de honorabilidad!

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-¡Mira, me alegro! ¡Ya me tenía cansada con esecuento de la raza aria pura!-Malhaya la pureza !-¡Imagínate! . . . ¡Parece que la cosa fue con un

negro . . .!-¿Ese era el odio que les tenía?-¡Pues vaya un asco!Finalmente se fueron .En la calle quedó, como una rúbrica, la nube del

humo que dejaban los autos .La terraza había quedado desierta . Los empleados

comenzaron a prisa su tarea de limpieza . Y, mien-tras unos recogían la vajilla, los otros empujaban lasmesas y barrían los residuos . Menos mal que ya po-drían retirarse . Un sueño largo les vendría de peri-llas. Al fin de cuentas les había convenido aquel bo-chinche de la señora de Rosenberg puesto que otrasverbenas proseguían hasta el alba . Unos señores queestaban en el bar eran los únicos que insistían en que-darse, pero, al cabo de poco, protestaron sepa Diospor qué causa y se marcharon furiosos . Ya sólo ha-bía quedado, allá distante, con su pipa en los labios,aquel viejo doctor . ¿En qué pensaba? ¿Hasta quéhora pensaría continuar en la terraza? Los emplea-dos estaban ya habituados a esa y otras manías . Allísolito vería salir la aurora . Ellos en cambio teníanque apresurarse . ¿Qué les podía importar que elbuen anciano se expusiera al sereno toda la noche?

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En efecto, el doctor no parecía darse prisa . Ter-minado el bullicio y la malsana curiosidad de la gen-te, prefería meditar sobre el percance de la señorade Rosenberg .

Tenía él muy pocos años de vivir en el Istmo . Labarbarie europea lo había empujado hasta Américacon una enorme "J" en su pasaporte . JUDIO. Yhubo de abandonar la clínica que tenía en Viena acu-sado de enemigo del régimen por haber atendido a va-rios prófugos . Sufrió mil sinsabores y escapó porfortuna de aquel infierno. En el Istmo, después delnoviciado en las provincias centrales, pasó a la Ca-pital ; prestó servicios como médico interno ; dió se-ñales de ser un buen neurólogo, y al fin logró el per-miso para poner su clínica psicoanalítica . No tardómucho tiempo en abrirse campo . Su clientela, forma-da casi toda por señoras neuróticas y adineradas, cre-ció rápidamente . De ese mismo contacto con el granmundo obtuvo amplio prestigio y posición económica .

Desde antes de tratarla, ya tenía referencias de laseñora de Rosenberg. Ella, a pesar de que llevabasangre judía en las venas, repudiaba su raza ; figu-raba como alemana pura, y evitaba todo posible con-tacto con refugiados semitas . Se sabía que era par-tidaria del nuevo orden y de la fe racista y que, de-bido al accidente de que fué víctima, no la llevarona un campo de concentración al declararse la guerra .Un abogado truhán y amistades valiosas la ayuda-ron a salvar su negocio . A pesar de ello, cuando ya

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se vió libre del gran riesgo, comenzó a darse tono y aburlarse de los judíos refugiados . Por eso al doctorSerge no le era muy simpática la arrogante viuda .

Fué grande su sorpresa cuando se le anunció que laseñora de Rosenberg deseaba verlo . Su primera reac-ción fué tan violenta que se negó a atenderla . Laenfermera se quedó extrañadísima (la señora esta-ba allí en el despacho a pocos pasos, podía haber es-cuchado) pero cumplió las órdenes, trasmitiéndolasa su manera : El doctor Serge tenía otro compromi-so ; no le sería posible recibir a la señora de Rosen-ber. La orgullosa alemana, que no esperaba aquello,sintióse herida . ¿Cómo? ¿No quería darle audien-cia el doctorzuelo judío? ¡Pues, nada de eso! ¡Ten-dría que recibirla de todos modos! Y, empujada porsu propia soberbia, entró de golpe al gabinete priva-do del doctor Serge . Sorprendido a su vez, el buenneurólogo estuvo a punto de mandarla al demonio,pero mejor optó por enfrentarse.-¡Usted perdone, doctor, pero es urgente! -dijo

ella .-¿En qué la puedo servir? ¿No le anunciaron que

tengo un compromiso?Entre tanto, la cohibida enfermera se volvía toda

gestos desde la puerta tratando de excusarse ante elmédico y procurando indicarle que aquella irreflexivapaciente debía estar loca.

La opulenta matrona se había dejado caer sobreun diván y respiraba con gran dificultad. Al verle

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el rostro de angustia que la asfixia le producía, eldoctor Serge sintió cierta gozosa piedad. Y, domi-nando su enfado, le dijo a la enfermera :-Tráigale un vaso de agua.Ejecutada la orden, la enfermera salió .

Restablecida, la señora de Rosenberg procuró seramable con el doctor, y contestó a sus preguntas sinalterarse ni dejar de mentirle en algunos datos comoen el de la edad . El doctor Serge la dejó fantasear .Ya comenzaba a interesarle el asunto . Pero cuandoella dijo que había sido paciente del doctor Vieto, in-terrumpió la consulta .

-En ese caso debe usted perdonarme, señora, pe-ro me es imposible atenderla .

La señora insistió . Sólo un neurólogo como élpodía estudiar sus trastornos. Ella sabía muy bienque sus dolencias eran de índole psíquica . Y además-"Aquel médico será un buen cirujano, pero no en-tiende nada de complejos anímicos ni cree en el psico-análisis . . . Usted comprenderá . . . No hace otra cosaque chancearse conmigo . . . ¡Imagínese! . . . Dice quelos conflictos psíquicos son mistificaciones propias degente rica . . . Que yo no tengo nada, que estoy sanay más robusta que un buey . . . ¡Insufrible! . . .

¿Qué culpa tenía ella si a pesar de haber estadotan grave había logrado recuperar su brío y su for-taleza?

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-Estuve casi de muerte, doctor . . . Hubiera vistoqué herida! . . . Perdí toda mi sangre . . . Mire,aquí . . . Fué en la nuca . . . Aún puede verse la ci-catriz . . .

-Sí, sí . . . Yo no le niego que sea verdad . . . Pe-ro si quiere que la atienda, tráigame una autorizacióndel doctor Vieto .-No hace falta . . . Fué él mismo quien me reco-

mendó . . .

-¡Acabemos . . . ! ¿No será otra mentira?La señora quiso montar de nuevo sobre las furias,

pero, ya dominada, se aproximó al teléfono y, al finde mil protestas contra el servicio, conectó a ambosdoctores. Y, claro, el doctor Vieto se mostró entu-siasmado con aquel cambio . Sí, era él mismo, quienlo había sugerido .-¡Por supuesto, me parece magnífico! . . . Lo que

ella necesita es distraerse, conversar con alguno queesté dispuesto a oírle sus chifladuras . . . Ya ustedcomprenderá que está más sana que un buey . . . Detodos modos, véngase por acá para mostrarle el his-torial clínico de esa señora . . . Hay ciertas cosas queella debe ignorar . . . ¡Se lo advierto! . . . Pero hága-me el favor de no decirle a ella nada . . . Después us-ted sabrá . . . Sí, venga a verme cuando lo crea opor-tuno . . .

El doctor Serge agradeció la atención y prometióla visita para muy pronto .

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En las facciones de la señora de Rosenberg creyóel doctor notar una infantil alegría . Seguramentese sentía satisfecha. Había triunfado. Y aún ha-ciendo un esfuerzo contra su orgullo no tuvo másremedio que confesarle la gran confianza que poníaen él .

-Sí, doctor, en sus manos me sentiré mejor . ¡Yalo presiento! ¡No hay duda!

El doctor Serge le exigió a su paciente, como pri-mera instancia, un detallado recuento de sus dolen-cias, pero como éstas estaban muy ligadas a peripe-cias cotidianas, ella se vió obligada a relatarle su vida .

Había salido de Alemania cuando apenas comenza-ba el nuevo orden, contratada con otros profesores pa-ra un colegio alemán de Guatemala . Ella era jovenaún y se sentía adalid de la nueva fe . Sus compañe-ros la molestaban mucho por su gran corpulencia ypor su paso marcial . Decíanle que su fe era tan gran-de que hasta en el caminar había adoptado el paso deganso. Usaba lentes de carey y sus vestidos eran se-veros. No transigía con nada que fuese en contra delnuevo credo . Fué un viaje tan feliz que aún seguíasiendo uno de sus recuerdos predilectos . Sobre todoporque en la travesía se enamoró de uno de aquellosinolvidables compañeros de grupo, el profesor Her-mann Rosenberg, quien fué más tarde su esposo . Vi-vieron varios años en Guatemala dedicados a la ense-ñanza, y educando, a su vez, a los mellizos que les

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hablan nacido del matrimonio . No quisieron más hi-jos porque los dos muchachos bastaban para su dicha .Verdad es que el nuevo orden exigía muchos hijos,pero eso era en el Reich y no en la América . Losmellizos crecieron tan robustos que daba gusto ver-los . Llevaban ya quince años en Guatemala cuandoel buen Hermann Rosenberg vió cumplido su anhelode prestarle su colaboración al Führer : fué nombra-do agente de propaganda en Centro América con re-sidencia en las cercanías del Canal . Se trasladarona Panamá. Allí la dicha les fué más placentera por-que hicieron fortuna . Como ella era mujer empren-dedora y poco amiga de estar ociosa, abrió un peque-ño almacén de novedades que obtuvo una acogida sinprecedentes entre el mundo elegante . ("No olvide us-ted, doctor, que el señor Rosenberg era también ad-junto a la Embajada de Alemania") . La tienda fuécreciendo y convirtióse de pronto en la suntuosa CA-SA DE MODAS ROSENBERG . Todo marchaba bien,y, como Hitler dió en invadir a Europa, los señoresde Rosenberg se prometían un porvenir halagüeño .Los muchachos, que eran ya unos fornidos mocetones,recibieron dos becas especiales del Tercer Riech paraestudiar en Berlín . Era un regalo del Führer, y el se-ñor Rosenberg quiso ir él en persona a llevar a los"niños", con la alegre esperanza de estrecharle la ma-no a "nuestro Führer" . La señora de Rosenberg ha-bría deseado tanto hacer el viaje en compañía de suesposo y de sus hijos, pero no fué posible . Ella tenía

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que permanecer en el Istmo para atender el almacény los asuntos secretos . El barco en que viajabanlos Rosenberg tenía bandera yanqui . Habrían desea-do hacer el viaje en un buen trasatlántico de la HAM- BURG AMERICAN LINE, pero órdenes son órdenes.

El fiel agente alemán llevaba la importante misión deinvestigar el paquebot yanqui . Hacía diez días ape-nas que había zarpado cuando estalló la guerra . Sur-gieron del océano miles de submarinos que a lo me-jor estaban al acecho para ese gran momento . Bom-bas, fuego, torpedos. ¡El meremagnum : La señorade Rosenberg no pegaba los ojos . Estaba ne viosísi-ma . Pasó noches de insomnio desde el instante ele ladeclaración de guerra . ¿Para qué diablos se les, ha-bría ocurrido hacer ese viaje? ¿No estaban mástranquilos en Panamá? Una mañana llamaron porteléfono al almacén. Eran las doce del día . Las em-pleadas habían salido todas. La señora de Rosenbergestaba preparando las cuentas y esperando su Ply-mouth. ¿Por qué tardaba ese auto? Hacía muy po-co que, por recomendación de una amiga, había admi-tido a su servicio a un chofer antillano . No le agra-daban mucho los negros a la señora Rosenberg . Másbien los despreciaba . Le producían un desagrado es-pecial . Pero eran por lo menos sumisos . Y, además,el tal Joe caía simpático. Era un hombre fornido,muy robusto, con una amplia sonrisa que dejaba en-trever su dentadura blanca y bien alineada . ¿Porqué se demoraba? Había ido a hacer el cambio elebatería, pero caramba, ya debía estar de vuelta . ¡Mal-

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dito negro! ¡Todos eran iguales! En ese lapso ha-bía sonado el teléfono. La señora creyó que a lo me-jor era Joe para anunciarle algún nuevo percance conlas autoridades o sabe Dios qué enredo. Pero no erael chofer. ("A ver, ¿quién habla? De la Embajadasí . . .") Le trasmitieron la tremenda noticia . Eltrasatlántico en que viajaban los suyos . . . sí, sí . . .lo habían hundido . . . sí, sí . . . No había podido sal-varse nadie . . . ¡Mein Gott! . . . No volvería ella aver a sus dos hijos ni a su adorado Herman . . . Ha-bían hallado la muerte producida por bombas alema-nas . . . Sus mismos compatriotas le quitaban la dichaa la señora Rosenberg . . . Pero era un sacrificio enhonor del Führer . . . ¡Heil Hitler! . . . Ella sintió quetodo le daba vueltas . . . Perdió el conocimiento . . .Cayó pesadamente de espaldas . . . Y ya no supomás . . . Se había enterado más tarde que, al caer deaquel modo, su nunca fué a golpear precisamentesobre un objeto de hierro que le produjo una gravísi-ma herida . . . Quedó allí sin sentido hasta la hora enque llegó su automóvil . Afortunadamente el chofertenía consigo una llave ; al abrir, vió a la señora ten-dida sobre un charco de sangre ; y, suponiendo que setrataba de un crimen, llamó a la policía . Vino elagente de turno . Llegaron las empleadas, Se aglo-meró la gente. Solicitaron una camilla al Hospital .Pero una empleada aconsejó apresurarse . La más le-ve demora podría serle fatal a la señora de Rosenberg .¡Pobrecita! Ya había perdido tanta sangre . De ma-nera que entre Joe, las empleadas y el policía la con-

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dujeron al auto . Y, ya en él (¡Apúrate, Joe!) al Hos-pital . . . El doctor Vieto, llamado a tiempo, ordenóhacerle una transfusión de sangre . . . Ella, incons-ciente, no se enteró de nada. Menos mal que el Doc-tor hizo milagros, pues, de allí a poco tiempo, la se-ñora pudo salir al campo en calidad de convalecien-

te . . . Descanso, sol, mucho sol, mucho aire y nutri-ción le aconsejó el doctor . . . Siguiendo el régimenrecuperó sus fuerzas, se sintió como nunca y regresóal almacén . . . Sin embargo, desde hacía varios díashabía empezado a soñar las pesadillas más raras . . .Eran algo nunca experimentado . . . Salía de ellas ja-deante, sudorosa, deshecha . . . Sentía en la nuca lasensación de que iba a hundirse de pronto en un abis-mo del que ya no saldría . . . Era horrendo, terrible . .Aquel conflicto la podría enloquecer . . .

Al terminar su relato, la paciente respiraba con an-sias, trasudaba.

El doctor Serge le ofreció nuevamente un vaso deagua.

-¡Cálmese usted! ¡No tema! Pero . . . dígame,¿por qué imagina usted que se halla al margen de lalocura?

-No sé . . . Esas pesadillas horribles . . . Les tengotal horror que no me atrevo a dormirme . . . Paso aveces gran parte de la noche en un forzado desvelo . . .

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Pero el sueño me rinde finalmente y me sumerjo enla inaudita visión . . . Muchas veces despierto de esossueños lanzando agudos gritos y con cierta opresiónmuy parecida a la asfixia . . . Mi doncella tiene quefriccionarme con alcohol y hacerme oler amoníaco . . .Después respiro fuerte, cobro alientos y me sientomejor . . . Pero si vuelvo a dormirme, se repite lapesadilla con más intensidad . . . Es horroroso, doc-tor . . . ¡Sí, yo presiento que voy a enloquecer!

-Bueno . . . Veamos . . . Procure usted contarmesus pesadillas . . . No trate de mentirme . . . Seríainútil y hasta perjudicial . . . Es preciso que ustedlas cuente en orden y con exactitud . . . No omita na-da, por grotesco que sea, ni mucho menos detallesbochornosos . ¡Sí, es preciso que usted lo cuente todo!

-¡ No, doctor! ¡No, doctor! ¡Me pide usted loimposible!

-¿Por qué? ¿Sus pesadillas son entonces (¿cómodecirle?) obscenas??

La señora de Rosenberg bajó el rostro afligida .Su exuberante busto subía y bajaba como órgano deiglesia. Temblaba toda . Se estremecía a intervaloscomo si la atacara la fiebre . Al fin habló sin levan-tar la cabeza .

-Yo debo estar pagando algún pecado, doctor . . .Sí, debe ser como un castigo del cielo . . . Ya ustedsabe muy bien que no transijo en los asuntos racia-

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les . . . siempre fui partidaria de la raza aria pura . . . Poreso, en Alemania, odié a la raza judía . . . Siempre lavi como una raza plebeya . . . (Usted perdone, doc-tor . . .) Luego, más tarde, cuando me vine a Améri-ca, noté la mezcolanza de razas que hay en el Istmo . . .la gran desproporción del tipo blanco en relación conlos negros . . . Y, debo confesarlo, sentí la imprescin-dible necesidad de que triunfara el nuevo orden . . .Había que exterminar todas las razas de extraccióninferior . . . Y, sobre todo, a los negros . . . Yo los hevisto siempre en mi concepto como una raza esclava . .Por eso los detesto . . .Me producen cierto asco, ciertaespecie de repulsión . . . Y, ahora, tengo un miedo an-gustioso de que se verifique en mí lo que imagino . . .No puedo ni pensarlo . . . Sería horrible, doctor . . . Es-ta obsesión es un castigo del cielo contra mi orgullovacuo. Pero, no puede ser . . . ¡Es necesario que nosuceda!-¿Qué es lo que teme usted?-¡Me da vergüenza decirlo!-Haga un esfuerzo .-Doctor, ¿cómo expresarlo? ¡Me estoy volvien-

do . . . negra!El doctor Serge no pudo reprimir una carcajada.

Jamás había escuchado un despropósito más absurdo .La señora de Rosenberg sudaba . Se sentía deprimi-

da, humillada, con ganas de llorar . ¿Por qué motivoaquel doctor tan adusto se reía como un idiota cual-quiera? ¿Se burlaba él acaso de sus complicaciones?

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¡Al diablo el viejo tonto! ¡Judío al fin!Menos mal que ya el doctor había cortado su risa .-Pero, dígame usted, señora mía, ¿cuando demo-

nios ha visto que ninguna persona cambie de piel ode color como quien cambia de ropa? ¡Ni que fuéra-mos camaleones !

-¡Sí, sí! ¡Yo los he visto! Aquí en el Istmo sehan dado varios casos . Van cubriéndose de enormesmanchas negras y al fin se ponen prietos .

-Y, dígame, señora, ¿ya ha notado en su cuerpotales manchas?

Sí, algunas . . . pequeñitas . . .-¿Me las puede mostrar?-Son muy pequeñas, doctor. Se burlaría usted de

mí. Ya se ha reído bastante . Mejor es que le cuentemis pesadillas, sólo entonces dejará de reírse . Estoysegura de que ha de interesarle mi extraño caso .Ya verá . . . Ya verá . . .-Sí, me interesa . . . ¡Me interesa muchísimo . . .

Puede usted comenzar . . .

Tomó su lápiz y se dispuso a oírla .La señora respiró con afán ; se enjugó el rostro ;

y procuró ordenar, antes que nada, el laberinto deimágenes -confuso, indescifrable- que era su mun-on onírico . Por fin, se decidió :

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-¿No ha visto usted alguna de esas películas detíteres animados de las que surge un mundo de colores,v de juguetería?

-Sí, señora, pero . . .

-No se impaciente . . . Verá . . . Mi primer sueñofué algo muy parecido . . . Me veía pequeñita comoAlicia en el país de las maravillas y caminaba congran dificultad sobre un declive inestable . . . Yo su-bía lentamente y haciendo un gran esfuerzo por en-tre dos hileras de columnas muy blancas . . . Me di-rigía, jadeante, hacia la cúspide, donde se destacaba,sobre un cielo rojizo, una gran cruz plateada, resplan-deciente . . . Era una especie ele Gólgota . . . Lo quemás me extrañaba era que el Cristo no era el rubioMesías magro y doliente, sino un negro fornido . . .Como yo estaba lejos, no podía distinguirlo debida-mente, pero algo me decía que él se burlaba de mí,que me alentaba con cierta picardía como gozoso deque yo padeciera . . . Aquel ascenso era duro y agota-dor . . . Yo notaba que mis dos pies se hundían enuna masa maleable . . . No era fango ni cera, puesde pronto advertí que iba subiendo sobre un rojo cal-vario de carne humana . . . Pero hallaba a mi pasoagudas puntas hirientes como lanzas . . . La loma ibaerizándose de espinas cada vez más enormes . . . Yosentía que sangraba por pies y manos . . . Mas, alfluir, mi sangre no me causaba pena sino más bienplacer . . . Y, a lo lejos, oía un rumor curioso queaumentaba, aumentaba . . . Parecía de tambores . . . De

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repente estalló una carcajada de increíble volumencomo si la emitiera un gigantesco amplificador . . .Y la gran loma erizada comenzó a estremecerse comosobrecogida por un gran terremoto . . . Los vaivenesde aquella masa amorfa me hicieron dar mil saltos ypor fin me lanzaron en el espacio . . . Mientras caíaal abismo seguía oyendo la infernal carcajada, y en-tonces me di cuenta de haber salido de la boca de unnegro . . . La masa movediza por la que había as-cendido era su lengua y las columnas sus dientes . . .Y aquel cíclope negro se reía, se reía . . . Me desper-té horrorizada . . . Pero mi gran sorpresa fué queaún estando despierta, seguía oyendo la risa desespe-rante . . . Toqué el timbre, nerviosa, y, al entrar midoncella, le pregunté quién se reía de esa manerasarcástica . . . Y, ella, muerta de risa me contestó :"Es Joe, el chofer, que nos divierte bailando "jiter-bug" . . . Algunas horas después, cuando fui a en-trar al auto, vi la cara sonriente del antillano, y pa-recióme notar que me miraba con cierta picardía . . .Parecerá algo absurdo, pero la cara de él era la mis-ma que había visto en mi sueño . . . Todo aquello mepareció muy raro, y, por supuesto, me invadió undesagrado definitivamente invencible . . .

Fatigada, quedó un rato en silencio . El doctorSerge parecía interesado tomando apuntes, y, sin al-zar el rostro, la ordenó :

-Siga usted.

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-Al día siguiente tuve el segundo sueño . . . Oíauna música vocinglera, estridente . . . Y, atraída porella, fui internándome en corredores sin fin . . . Eranpasillos muy largos que no acababan nunca . . . Yoseguía tras el ritmo, fascinada, nerviosa . . . De re-pente me encontré en una iglesia de caprichosos ar-cos muy luminosos y oí un coro de negros en el que aveces las voces se alejaban hasta perderse o regresa-ban de súbito mezcladas a un estruendo de bombos yplatillos . . . Luego me ví rodeada de mujeres y dehombres de color que parecían en plena Africa . . .Saltaban, se movían, hacían cabriolas . . . Y sudaban,hedían . . . En medio de ellos bailaba Joe, reído . . .Todos ellos parecían epilépticos . . . Queriendo refre-narlos, yo comencé a gritarles : ¡Basta ya ! 1 Bastaya! . . . Pero era inútil. . . Aquel ritmo podía másque mis gritos . . . Y tan irresistible fué la mágicazambra, que empecé a hacer cabriolas y a (lar brincos,presa (le cruel insania . . . No podía detenerme . . . Yuní mi voz al coro con tal vehemencia que mis cuer-das vocales se proyectaron fuera de mi garganta . . .Vibraban a medida que subían mis aullidos . . . Porinstantes se iban haciendo tensas como si enormesdedos las estiraran . . . Iban ya a reventarse, ya lassentía estallar . . . En ese instante pude salir del sue-ño . . . Estaba exhausta, sudaba . . . Y aún creí per-cibir entre mis ropas el mal olor que despedía aquellagente . . .

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-¿No oyó ninguna música al despertarse?-No, doctor. Si la hubo, sería mientras dormía .

-Sí, es posible . . . Alguna radio vecina . . .-Probablemente .-Y su primera reacción después del sueño ¿cuál

fué? ¿Quiere decírmela?

-Sentí un asco profundo contra mí, contra mi cuer-po, ya que seguía percibiendo, aún bien despierta,aquella especie de tufo a sobaquina . . . Pensé que, alo mejor, entre mis sábanas . . . mi doncella . . . nosé . . . Como ella misma acomodaba mis ropas . . .Todo eso era posible . . . Sin embargo, me demoré enel baño, friccionándome con jabón de azucenas ; meempolvé todo el cuerpo ; me eché luego unas gotas demi mejor perfume . . . Respiré satisfecha . . . Y, con-vencida de haberme equivocado, salí hacer unascompras . . . Yo recuerdo que hizo un día sofocan-te . . . Volví a casa sudando . . . Y, al cambiarme,sentí de pronto el tufo de mis axilas . . . Me volvícomo loca . . . Corrí de nuevo al baño . . . Oh, québochorno, ya no podía dudar . . . Era mi cuerpo el queexhalaba el hedor . . . Desde entonces creí notar quemis mejores amigas y aún mis clientes se manteníandistantes . . . Huían de mi hedentina . . . ¡Que ver-güenza, doctor! . . . Para calmarla no tuve más re-medio que recurrir al uso de deodorantes . . . Y fuédesde esa fecha cuando empecé a notar que iba vol-viéndome negra . . .

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-Es un trastorno curioso. Sin embargo, tranqui-lícese usted . . . ¿Tuvo otros sueños?-Sí doctor, no enseguida, sino dos días después . . .

Debó advertirle que la noche siguiente la pasé desve-lada por temor a mis sueños . . . Luego, en el alma-cén, durante el día, llevé un trajín enojoso . . . Sinembargo, esa noche, tuve que ir a una fiesta, me bebíalgunas copas y regresé algo tarde . . . No hice másque acostarme y, al minuto, me sumí como en un sueñode plomo . . . Sufrí entonces mi tercera pesadilla . . .Me encontraba en una tienda de modas que era y noera la mía . . . Veía detalles que me la recordaban,pero era más lujosa y enorme . . . Lo más extrañoera la clase de mercancía en venta . . . Objetos rarosdel Africa, elefantes, pajarracos horribles y máscarasgrotescas . . . Entre el nutrido público que inundabala tienda vi a unas americanas en uniforme . . . Yo,en mi sueño, les tenía cierta inquina no sé por qué . . .Les notaba cierto aire de soberbia que me chocaba . . .Y decidí demostrarles que era una impertinencia talarrogancia, porque al fin y al cabo la raza aria seimpondría sobre el mundo . . . Me aproximé a aten-derlas, y, refinando mi inglés, hice el elogio de mimercadería : "Lo más chic de Sudáfrica, señoras . . .elefantes del más fino nylón . . ." Pero sentí que mivoz no era mi voz, era otra . . . Sonaba altisonante ydesagradable, como si la que hablara no fuera yo sinouna verdulera antillana . . . Noté que, al escucharme,

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cuchichearon con marcado sarcasmo . . . Yo procuréinsistir avalorando la calidad de mis máscaras . . .Pero mi voz seguía tornándose áspera . . . Se rie-ron todas con un tono de mofa que me ofendió . . .No lo podía tolerar, y, ciega de ira, me lancé a apos-trofarlas, sólo •que les hablaba en puro slang antilla-no . . . Todo el público y, más aún, mis empleadas,se echaron a reír . . . Eran torrentes de risa, carca-jadas histéricas, aullidos . . . Y en medio del estruen-do infernal yo oía un agudo alarido que no acababanunca . . . Pensé que era el sonido de la sirena dealarma . . . Pero intuí de pronto que lo que hacíaese ruido era sin duda la bocina de mi auto . . . Mirésobre el gentío y vi a lo lejos a Joe, muerto de risa,sonando el claxon . . . Me entró una furia tal que melancé contra él . . . En la carrera, tropecé con un mue-ble, me caí, di tres saltos y recibí en la nuca un golpefuerte que me privó . . . Me vi rodeada de enfermerasy médicos . . . Distinguí entre estos últimos al doctorVieto, con su túnica blanca, quien se me aproximabatrayendo entre las manos una enorme inyección y medecía muy reído : "¡Voy a pintar tu sangre de negropara ver si resulta mi experimento!" . . . Le pregun-té de qué se trataba ; me respondió : `¡Voy a volvertenegra para que seas jovial y más humana!' . . . Pro-testé . . . Me debatí enfurecida . . . Pero me habíanligado . . . Todo esfuerzo era inútil . . . Y el doctorse acercaba . . . Pero no era el doctor, era Joe el ne-gro disfrazado de médico . . . Yo miraba asustadaaquella enorme inyección y daba gritos de pánico . . .

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El, sonriendo, se aproximó hasta mí . . . Me alzó lablusa (¡que horror!), y zás, de golpe, me clavó la in-yección en pleno vientre . . . Sentí un fuego, un ar-dor que me corría por las venas . . . Y comprendíenseguida que mi piel se iba cubriendo de manchascomo la de un leopardo . . . ¡Qué tormento, imagíne-se! . . . ¡Sentía mi blanca piel toda veteada de ne-gro! . . . Probé una atroz angustia . . . Aquellas man-chas se extendían poco a poco, se unían unas conotras, me iban cubriendo el cuerpo . . . Y, de repente,yo me vi -sin mirarme- toda negra y salvaje . . .Lancé un aullido trágico y desperté . . . Tenía la ropasudada, y mi primera impresión me hizo pensar quelo que había sudado era pura tinta . . . Corrí, ner-viosa, al espejo, y me miré todo el cuerpo . . . Sólohalle unas manchitas como lunares . . . No eran mu-chas, era una, pero de todos modos compré varias po-madas contra las manchas . . . Debía estar prevenidaporque ya preveía mi sino triste . . . Yo iba a volver-me negra . . . No tenía escapatoria . . .-¿Y ha notado otras manchas después de aqué-

lla?-Sí, doctor, ya le he dicho. Se van haciendo

grandes .-Déjeme examinarlas .Con fingido pudor y a duras penas ella desabro-

chóse, descubrió el busto enorme y le mostró compun-gida una gran mancha sanguínea, amoratada .

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-Ya me lo imaginaba -dijo el médico-- ; se hafrotado la piel con toda clase de ungüentos y se laestá irritando . Se ha provocado usted una necrosis .-¿Y eso viene de negro?-No, de muerte, de mortificación . Pero, sigamos .

¿Tuvo otro sueño?-¡Sí! Fué anoche . . . ¡Qué pesadilla Horrenda!

¿Me la quiere narrar?-No sé si debo, doctor . . .-¡Haga un esfuerzo!

-Sentía un olor a guiso, tan agradable, que desper-tó mi apetito . . . Veía una cinta de humo culebrean-do ante mí para atraerme como he visto en los cines . . .Fui siguiendo tras la azul hebra de humo . . . Y pocoa poco me acerqué a la cocina . . . La negra cocinerame saludó como si se tratase de alguna vieja amis-tad . . . Tal irrespeto, me pareció extrañísimo . . . So-bre todo porque le había prohibido hacer en casa men-junjes como aquél . . . Pero no hice gran caso, poroler la fragancia del sabroso guisado . . . La vieja co-cinera lo revolvía tranquila, indiferente, tarareandoun tantito . . . ¡Qué olor más agradable! . . . ¡Sentíun hambre terrible! -¡Sírveme un poco de eso -ledije- . . . Me sirvió . . . Yo devoré la ración golosa-mente y me relamí de gusto . . . -"Qué comida tanrica, ¿de qué la has hecho?" Me miró sonreída :

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"¡Bacalao, mi señora, plato de negro!" . . . Me sentíavergonzada . . . Pero me entró de pronto un entu-siasmo jovial, resuelta a todo, y comencé a canturreara voz en cuello : "¡Jolinyú! ¡Jolinyú!" . . . Me hallé(le golpe en una fiesta de negros en compañía deJoe . . . Ya no lo odiaba . . . Nos comprendíamosbien . . . Cruzábamos frente a hileras de mesas quecontenían cariados manjares . . . Yo deseaba pro-bar aquellas cosas . . . Y Joe me iba obsequiando detodo un poco . . . Vi en una enorme cesta unas fruti-tas amarillas, brillantes . . . Oh, pero no eran frutas,eran ajíes picantes . . . Sentí un capricho loco de co-mer, de picarme . . . Me arrojé sobre el cesto y empe-cé a atragantarmc codiciosa . . . ¡Qué fuego en todoel cuerpo' . . . Ya los labios me ardían y se me hincha-ban como labios de negra . . . Ale vino una gran sed . . .Y me ofrecieron (le un vino tenue, dulce, rojizo,que llamaban serril . . . Bebí con ansias y derraméuna parte . . . Ale corría por el cuello, por el seno y elvientre . . . De pronto se elevó en el vasto ambienteun coro en el que todos repetían incansables la mis-ma frase : "Calalú, calalú . . . Ají, ají . . . Calalú, Ca-lalú . . . A,jí, ají . . . El negro Joe se me acercó jurioso ...Los demás va bailaban con saltos espas-

módicos . . . Y yo bailé con Joe . . . Sentía la fuertepresión de sus (los brazos y respiraba - su hedor a sel-vajina . . . Le miré la gran boca llena de risa . . . Meestremecí jadeante . . . Y él me estampó en la bocaun beso fuerte, carnoso penetrante. Me desperté an-gustiada . . . Y al regustar aún sobre mis labios el

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sabor de los suyos, me invadió tal disgusto, que mearrojé del lecho y fui a enjuagarme precipitadamen-te . . . Me di en imaginar que el negro Joe podía serun adepto a la magia negra o al rito del vudú . . .¡Tenía que ser así . . . El era quien me estaba embru-jando . . . Y, así, a medio vestir, cubierta apenas conmi bata de noche, lo llamé a mi despacho y lo despe-dí . . . El pobre tonto se quedó consternado . . . ¿ Porqué lo licenciaba? . . . No había hecho nada malo . . .Oh, al contrario, debía aumentarle el sueldo . . . ¡Quécinismo . . . ! Lo hice salir, furiosa, y, afortunadamen-te, se marchó sin chistar . . . Corrí a bañarme, libreya de su infujo . . . Pero ahora temo más . . . Puedevengarse . . . Quizá qué pesadillas logre infundir-me . . . Yo enloquezco, doctor.

Debo decirle que esa transformación que va ope-rándose en mí sigue un proceso lento pero fatal . . .Ya no me atrevo a conversar en inglés, pues cuandolo hago me vuelvo tartamuda y sólo acierto a balbu-cir tonterías . . .

-Son sus nervios, señora . . .

-Sí, lo mismo me dice el doctor Vieto, pero quédiría usted si le confieso que hasta el cabello se meha vuelto correoso?

-Será porque ha abusado del jabón . . . La pota-sa . . . Usted sabe . . .

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-¡ Oh, doctor! . . . ¡Es tremendo! . . . Me estoy vol-viendo negra .

-No pretendo contradecir su tesis . . . Pero ahoradéjeme usted el tiempo suficiente para intentar almenos un análisis del material onírico . . . Venga averme mañana . . .

Cuando la introdujeron, ese otro día, al despacho,vi¿) al doctor preocupado . ¿Habría encontrado la so-lución? La hizo sentar frente a él . Y ella notó queiba a decirle algo horrendo . No hallaba las palabras .Se notaba. Le hablaba de mil tópicos sin entrar enmateria . (Hacía un calor endiablado) . Finalmentepareció decidirse :-Debe usted prepararse, señora, debo darle una

noticia tremenda . . . Procure refrenarse y no se afli-ja, que todo saldrá bien . . . Vengo ahora mismo dever al doctor Vieto . . . He sostenido con él una mo-vida conversación . . . No hemos estado de acuerdo . . .Sin embargo, creo que el único medio de curarla esdeclarándole una verdad que usted debió conocer des-de hace tiempo . . . Sólo su subconsciente está ente-rado de esa verdad, pues sus sentidos se apercibieronde ella cuando usted se encontraba en una especie decoma . . . Fué durante el colapso que usted sufrió alcaerse y producirse una herida . Para ser más exac-tos, verificóse mientras le practicaban la transfusión . .En el substrato de su mundo interior la transfusión . . .fuerzas opuestas . . . Ese choque continuo constituye

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la causa de su trastorno . . . Es necesario que afronteusted cuanto antes la realidad . . . El psicoanálisis sebasa casi siempre en extracciones de verdades ocul-tas, dolorosas, que actúan contra el sujeto desde losbajos fondos del subconsciente . . . Mientras no selas haga llegar a la conciencia seguirán allí ocultasproduciendo esos complejos anímicos y esos sueños te-rríficos que usted me ha relatado . . . ¿Está dispues-ta a conocer la verdad?

A la señora de Rosenberg se le helaron las manos .No podía resolverse . Iba invadiéndola una penosaagonía. Su irrefrenable curiosidad se impuso al fin .

-¡Estoy resuelta! - repuso .¿Cuál sería esa verdad tan tremebunda que iban a

revelarle? Tenía que ser muy grave tanto misterio . . .A lo mejor el doctor había entrevisto en sus sueñossus pasiones ocultas . . . ¡Qué vergüenza! . . . No seatrevía a mirarlo . . . Lo escuchaba con la cabezabaja, y así estuvo mientras hablaba el médico .

La voz sonaba cauta :-El doctor Vieto me ha contado en detalle lo de la

transfusión . . . Y como quiero que usted se enterede ello lo menos bruscamente posible ,le narraré laescena desde el preciso instante en que a usted la deja-ron semi-inconsciente en una cama del Hospital . Ha-bía perdido gran cantidad de sangre . Usted estabaentre la vida y la muerte . Era cuestión de minutos .

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Y así lo comprendieron las enfermeras al escucharlas órdenes del doctor Vieto : "¡Transfusión! ¡Emer-gencia! ¡Pidan donantes!" No existía en ese tiem-po el banco de sangre ni había plasmas sanguíneosbien ordenados . . . Había que recurrir a los muyescasos donantes que se ofrecían. Probaron con al-gunos, pero sin resultados satisfactorios . Y lo gravedel caso era que usted iba perdiendo las fuerzas . ¿Quéhacer? El doctor Vieto ya perdía la esperanza. Semovía por la sala, nervioso trastornado . Ya ustedsabe cómo la estima a usted. En ese instante leanunció la enfermera que alguien se había ofrecidoespontáneamente . Era un donante de sangre univer-sal . El doctor Vieto se volvió todo júbilo . "¡Pron-to! ¡Hágalo pasar!" . . . Y entró el donante de san-gre . . . Usted, señora, nunca llegó a saber quién diósu sangre para salvarla . . . Quizás ha sido injustacon él . . . Esa es la cruda verdad que le ocultaron yque voy a decirle . . . Aquel donante, señora, era Joeel negro, su robusto chofer . . .Anonadada, la exuberante señora lanzó un gemido

sordo. Tan enorme le resultaba aquello que no pensó si-quiera en un posible desmayo . El doctor Serge la mi-ró retorcerse como una boa herida .

Suspiraba. Silbaba.-¡Qué desgracia ! ¡Qué infamia !¿Era posible que hubieran hecho aquello con ella?-Ya le he dicho, señora, se trataba de su vida o su

muerte.

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-Mejor hubiera sido morir .

-No sea insensata, señora. Trate de dominar-se . . . La primera reacción . . . así de golpe . . : com-prendo . . . Pero no es para tanto . . . Se pone ustedtan mala como si el doctor Vieto la hubiera transfor-mado en un monstruo . . .-¡ Sí! ¡Sí! ¡Esa es la palabra! ¡Me ha irracio-

nalizado !

-Sus escrúpulos me parecen ridículos . . . Ya sa-be usted muy bien que la pigmentación de la piel notiene nada que ver con una sangre o con la otra . . .Ya eso está demostrado perfectamente . . . Frene,pues, esos nervios y escúcheme . . . El trastorno deusted tiene su origen en esa lucha interna de dos fuer-zas contradictorias : un yo que odia a los negros y otroagradecido, simpatizante, humano . . . Procure com-prenderme : cuando le trasfundieron la "odiada" san-gre de Joe, sufría usted un estado de transición en-tre la vida y el sueño . . . Sus sentidos captaban larealidad a medias . . . Y fué su subsconsciente el queocultó avaramente todo ese gran acervo de sensacio-nes penosas y amorfas . . . Por eso fué un error nodeclararle los hechos . . . No habría sido difícil con-vencerla de que así debió ser . . . Ya ha visto, encambio, cómo esa lucha interna de fuerzas en tensiónle ha motivado un serio trastorno . . . Ahora ya pue-de hallar la explicación de sus sueños . Debe saberque Joe, el donante, sintió la sensación de ser un ni-ño, (tan débil se encontraba por la falta de sangre),

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y eso le provocó un curioso ataque de risa . . . Aque-lla risa nerviosa fué un hecho insólito . . . Todos secontagiaron ; sobre todo, porque ya el gran peligrohabía pasado . . . De manera que, médico, ayudante yenfermeras se echaron a reír . . . Ese es un dato queaparece en sus sueños con insistencia . . . Además,en su profundo sentir, desde ese instante, surgió co-mo una especie de reconocimiento hacia el buen Joeque había ofrecido su sangre para salvarla, pero esagratitud chocaba siempre con su prejuicio idiota con-tra los negros . . . Y esa continua lucha es el factor de-cisivo de su conflicto . . . Poco a poco, con la ayuda deusted, haré el análisis de sus distintos sueños . Quizáeso la distraiga . . .

La señora de Rosenberg sollozaba sumisa y angus-tiada . No sabía ni qué hacer ni qué pensar. Lahabía invadido tal anonadamiento que daba pena ver-la. El doctor Serge no podía reprimir cierto pruri-to de mofa que se unía a su piedad. Seguramente laseñora de Rosenberg le notó entre los labios algúnvago reflejo de ese goce íntimo (sobre todo cuando leoyó decir : "Es necesario que usted le dé las graciasa su chofer!") . . . porque, recuperando bruscamentesus bríos, lo fulminó con ojos de hiena y dirigióse ala puerta vociferando :-¡Es una burla grosera! ¡Es un escarnio que se

me ha hecho! ¡Yo veré a mi abogado! ¡El doctorVieto me las ha de pagar! ¡Oh, ya verá lo que esbueno!

Tiró tras sí la puerta y se marchó furibunda .

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El doctor Serge se quedó consternado . En ese ins-tante apareció su enfermera muy asustada . Y era talsu expresión, que el doctor Serge dejó correr su risaespontáneamente .

Después llegó a saber que, al salir de su clínica, laseñora de Rosenberg había tomado un taxi, y, rojade ira, se le había presentado al doctor Vieto en elHospital a reclamarle su sangre . Quería de todos mo-dos que se la devolvieran o implantaba una demandaformal. No hubo maneras de hacerla comprender sudespropósito. Para colmo de males, el doctor Vieto,solterón sempiterno, venía haciéndole el juego a lasoberbia matrona . De manera une, no sabiendo quéhacer, le echó la culpa de todo al doctor Serge, lla-mándolo imprudente y lenguaraz . ¿En qué quedabael juramento de Hipócrates?

El asunto tuvo sus idas y venidas . Por fin, de mu-tuo acuerdo, resolvieron practicarle a la viuda otratransfusión . Fué difícil, puesto que la señora poníasus condiciones . No admitía cualquier sangre . Debíaser de ario puro . Dónde diablos la iban a conseguir .Por fortuna, después de mil exámenes, resultó com-patible la sangre de un marinero mofletudo y enorme .Era más rubio que el más puro Sigfrido con todo yser bien yanqui . La señora lo miró con recelo de unoy de otro costado como si se tratase de alguna mer-cancía. Pero, a la postre, se decidió . Se hizo en vo-landas la endemoniada transfusión (no fuera el casode que se arrepintiera) y resultó tan benéfica para

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la paciente, que hasta aquellos doctores más inconfor-mes tuvieron que aceptar que el caso clínico de la se-ñora de Rosenberg debía anotarse en los anales delHospital como una mixta y bien lograda experienciade cirugía y psicoanálisis .

La señora de Rosenberg se fué a convalecer a unrinconcito campestre . Ambos doctores, unidos ya encordial amistad, iban a verla cada fin de semana. Lapaciente se sentía muy mejor . Sus pesadillas la de-jaron en paz . Y, como todo hacía suponer que sutrastorno había desaparecido, regresó al almacén .

El doctor Serge no la había visto más desde suvuelta .

Una mañana recibió una llamada del doctor Vieto .Lo invitaba para una cena en casa de la señora deRosenberg. Le tenían preparada una gran sorpresa .No se podía excusar. Era un asunto muy íntimo querequería su presencia. Sólo estarían los tres .

El doctor Serge ya tenía un compromiso para esanoche .

-¡Oh, imposible!-repuso.- Lo lamento. Créa-me que lo lamento, pero debo asistir a esa verbenadel Club en beneficio de los niños judíos desampara-dos . . .

-Nada de eso, doctor. Después de cena, si le pare-ce bien, iremos juntos al Club.

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Y como aún el doctor se retraía, le confesó el gransecreto :

-Queríamos darle a usted una sorpresa, pero yaque se empeña le diré que se trata de nuestro com-promiso matrimonial . . .

En efecto, cuando llegó a la casa de la viuda ya es-taban listos los cocteles . La señora ya había bebidoalgunos y hasta podía decirse que se había propasa-do. Se le veía jovial, muy femenina y acaso algoprocaz . El doctor Serge pensó que, embellecida co-mo estaba esa noche y bien trajeada, la señora de Ro-senberg era indudablemente una mujer estupenda.

El doctor Vieto, sobrepasado él mismo en sus cocte-les, se sentía muy feliz. Dentro de poco iba a tenerun hogar . Era ya hora. Buena falta le hacía. Yhabía encontrado a la mujer adecuada : sana, buenay hermosa .

Cenaron y bebieron alegremente. La señora exage-ró sus cocteles y se sentió indispuesta . El doctor Vie-to le aconsejó quedarse, ya que no era prudente, en elestado en que estaba, presentarse en el Club . Peroella estaba tan repleta de júbilo y de whisky, que nola convencieron sus argumentos. Quiso ir de todosmodos y no hubo más remedio que acompañarla .

Cuando llegaron al Club ya era muy tarde, y comoestaba repleto, no hallaron sitio alguno donde sentar-se . Había un gentío de mil diablos . El bullicio eraatroz. Música, risa, alegría y mucho alcohol . En lo

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que menos pensaba todo aquel público era en los pobresniños desamparados . El doctor Vieto no vió otra so-lución que estacionarse en el bar . Ya habría manerade encontrar algún sitio desocupado .

Allí en el bar la locura había encontrado su cauce .Todo el mundo gritaba, daba saltos y bebía en abun-dancia. La señora de Rosenberg no tardó en conta-giarse de aquel ambiente . Lo que más extrañaba aldoctor Serge era que la señora había empezado a darmuestras de una insólita sobreexcitación. Le parecíanotarle cierta proclividad hacia los gestos vulgares yprocaces . De repente la señora se encaprichó en be-ber cerveza . El doctor Vieto se opuso severamente .Aquella mezcla podía sentarle mal . Pero ella tantoinsistió, que fué preciso complacerla enseguida . Bebióuna vaso tras otro y comenzó a tatarear "God saveAmerica". De repente derramó su cerveza, escupióal suelo, y muy contenta, lanzó un agudo "Jupy!!!"como cualquier marino . Después, sobrecogida por unarepentina tristeza, se desbordó en llantitos . No habíaduda de que la curda era grande .

El doctor no sabía ya qué hacer . Menos mal que,como había tanta gente en el mismo estado, nadiehacía mucho caso de la señora de Rosenberg. De to-dos modos, allí en el bar hacía un calor insufrible .Tan densa era la atmósfera que hasta se respiraba congran dificultad . Lo indispensable para ella era airefresco, de lo contrario se iba a sentir muy mal . Y

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el doctor se dirigió a la terraza, con la esperanza dehallar alguna mesa desocupada .

El doctor Serge, que había estado observando a laseñora, se le acercó piadoso :-Usted, señora, tiene aún una gran pena .La señora no pudo contener un angustioso sollozo

y confesó, que en efecto, todavía padecía de pesadillaspor sus remordimientos . Veía siempre en sus sue-ños a Joe, sonriente, pero no había querido confe-sarlo por no causarles una desilusión .

-Ya se lo he dicho, señora. Lo que usted necesitaes no ser ingrata . Debe darle las gracias a su do-nante .

La señora quiso aún enfurecerse, pero le vino unhipo sonoro y consiguió dominarse . Después, comocambiando de idea, sonrió benévola y decidió :-¡Oh, es cierto! ¡Debo darle las gracias! ¡Po-

bre Joe!

El doctor Vieto volvió sin haber dado con una mesalibre. De todos modos quería hallar algún sitio cer-ca del mar. Pero a quién diablos pedírsela . Si hu-biera un camarero a quien dirigirse . Parecían todossordos, alocados . No querían hacer caso . . .

En ese instante se acercó a la señora un camareroantillano .-¡Joe! -dijo ella-. ¿Tú que haces por aquí?

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Tan espontánea y cordial fué su pregunta, que am-bos doctores se miraron sonrientes . No había dudade que estaba curada . De lo contrario se habría pues-to furiosa contra su fiel chofer, quien, según ella, erael causante mayor de sus trastornos .

-Yo ahora soy camarero, señora, -repuso Joe- .¿Quiere usted una mesa? ¡Inmediatamente! -E ibaa alejarse a prisa, muy ocucioso, cuando ella lo de-tuvo .

-¡ No ! ¡ No! . . . Que vaya Serge a buscarla . . .Yo quiero hablar contigo. Es necesario . . . Deseo dar-te las gracias . . . ¡Pobrecito! . . . Vamos a un sitioaparte . . .

Los doctores quisieron disuadirla, pero ella se obs-tinó. No hubo maneras de quitarle aquella idea ex-travagante. Y se alejó tambaleando, con Joe del bra-zo, hacia el salón de fumar . Menos mal que, comotodos bailaban en ese instante, tal escena pasoinadvertida . . . El doctor Serge convenció al doctorVieto de que era preferible dejarla hacer su voluntad .Ella quería desahogarse . Al fin y al cabo no seríanada grave. Era posible que ella después quisieravolver a casa .

Sin embargo, como se demoraba, el doctor Vieto,ya bastante nervioso, resolvió darle término a la gro-tesca comedia .

-¡Voy a ver qué sucede!- Y fué a buscarlos .

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R O G E L

O

S I N A. N

Todo aquello le parecía ridículo al doctor Serge, yestaba por marcharse, cuando oyó un alarido. Corrióhasta el saloncito y vió una escena de horror . Allí,tendido sobre la alfombra blanca, estaba Joe sobreun gran charco de sangre. La señora de Rosenberg,desgreñada, demente, lanzaba unos chillidos escalo-friantes .

Se aglomeró la gente .-¿Qué pasa?-¿Qué sucede?La señora de Rosenberg había matado a Joe. Na-

die podía entenderlo. El doctor Vieto se llevó en suautomóvil a la demente .

El doctor Serge, entre tanto, reconoció el cadáver .Tenía una herida enorme en plena nuca . Un tajo queparecía causado por un hacha africana . No habíanada qué hacer. Ya era un asunto del Juez. Cerróla puerta al salir y le ordenó al policía que vigilarala entrada .

La espeluznante tragedia hizo que el Club quedarapronto desierto . Mientras llegaba el juez, el doctorSerge se sentó solitario en una mesa de la terraza,frente al mar, y se quedó meditando . . . meditando . . .Era tan suave la brisa . . .

Cuando lo despertaron advirtió con sorpresa quelas primeras luces del sol naciente brillaban sobre elmar. Quiso excusarse

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-Me he quedado dormido . . . ¡Qué desagrado! . . .

¿No ha venido aún el Juez?El camarero se le quedó mirando .-¿Qué Juez?-¡El que venía! . . . ¿No vienen siempre los jue-

ces cuando hay crímenes?

-"¿Qué le pasa al doctor?" -pensó el empleado .Y en voz alta repuso :-¡Pero si aquí no ha habido ningún crimen!-¡Cómo va a ser! . . . Entonces . . . ¿lo habré so-

ñado todo? . . .-Lo que hubo fué el escándalo de la señora de Ro-

senberg.-¡Pero, hombre! . . . ¿En qué quedamos? . . . ¿Lo

soñé o fué verdad?

-¡Cómo! ¿No supo?-¡No me pongas nervioso! Dime, ¿qué fué lo

que hizo la señora de Rosenberg?-Bueno . . . ¡Algo bochornoso! . . . Verá . . . ¡La

sorprendieron con un zopenco negro!

-¡Caramba! ¡Eso es más grave!...

Se puso en pie de un salto .Murmuró-¡Pobre Vieto!Luego, alzando los hombros, agregó :

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-Al fin y al cabo, debemos darle gracias al Diosde los judíos . . .

Ya dispuesto a marcharse, puntualizó :

-¡Vaya un conflicto de sangre!

Y muy orondo y feliz, el doctor Serge se encaminóa su clínica .