trotsky y nietzsche

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Últimamente, nuestra literatura periodística se ha vuelto excesivamente respetuosa “ante la muerte”. […] Nosotros podemos y debemos ser imparciales con la personalidad de nuestros adversarios sociales, rindiendo –si hay tiempo y lugar- el debido homenaje a su sinceridad y demás virtudes individuales. Pero un adversario –sincero o no sincero, vivo o muerto- sigue siendo un adversario, y sobre todo si es literato, ya que en sus trabajos sigue vivo incluso después de su muerte; si ignoramos esto, estamos cometiendo un crimen social: “la falta de resistencia activa –dice un célebre pensador ruso- es un apoyo pasivo”. No conviene olvidar esto incluso ante la trágica presencia de la muerte. Las consideraciones arriba señaladas nos han incitado a dedicar algunas palabras al filósofo Friedrich Nietzsche, recientemente fallecido y, en especial, a aquellos aspectos de su teoría relativos a sus concepciones y juicios sociales, sus simpatías y antipatías, su crítica social y su ideal social. Muchos explican la filosofía de Nietzsche por el carácter de su persona y de su vida. Siendo un hombre extraordinario, al parecer, no pudo avenirse pasivamente a la situación en que lo puso la enfermedad. El aislamiento forzado de la vida social debió incitarlo a elaborar una teoría que no solo le diera la posibilidad de vivir en tales condiciones, sino también le diera sentido a esa vida. Como consecuencia de su enfermedad, surgió el culto al sufrimiento. […] Pero el culto del sufrimiento es solo una particularidad –y además no muy característica- del sistema filosófico de Nietzsche, una particularidad que algunos críticos e intérpretes de nuestro filósofo colocan infundadamente en primer plano. El eje social de todo su sistema filosófico (si se nos permite agraviar los escritos de Nietzsche con un término tan vulgar a los ojos de su autor como el de “sistema”) es el reconocimiento del derecho privilegiado de algunos “elegidos” de gozar libre y gratuitamente de todos los bienes de la vida; estos felices elegidos están liberados no solo del trabajo productivo, sino incluso del “trabajo” de dominación. […] la casta superior es la casta de los “amos”, de los “creadores de valores”, de los “legisladores”, de los “superhombres”… Ella da orientación a la actividad de todo el organismo social. Desempeñará entre la gente, en la tierra, el mismo papel que dios, según la fe cristiana, desempeña en el universo… Por lo tanto, ni siquiera el “trabajo” de la dominación recae sobre los superiores, sino apenas sobre los más elevados entre los inferiores. En lo que respecta a los “elegidos”, a los “superhombres”, ellos, liberados de toda obligación social y moral, llevan una vida llena de aventuras, diversión y risa. […] Más arriba hemos hablado del culto al sufrimiento. Se sobreentiende el sufrimiento físico, del que ninguna lealtad de los “esclavos” puede liberar al “superhombre”. Respecto a los sufrimientos vinculados con los desarreglos sociales, el “superhombre” debe ser, desde luego, completamente libre. Si para el “superhombre” (y solo para el superhombre im Werden ) aún queda algún trabajo obligatorio, es el del autoperfeccionamiento, que consiste en la minuciosa eliminación de todo aquello que pueda mover a “compasión”. El “superhombre” que sucumbe al sentimiento de compasión, lástima, simpatía, incurre en una caída. De acuerdo con la vieja “tabla de valores”, la compasión es una virtud; Nietzsche la considera la tentación suprema y el más tremendo de los peligros. El “último pecado” de Zaratustra, la más terrible de todas las desgracias que debe padecer, es la compasión. Si se ablanda ante un

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Escrito de Trotsky sobre Nietzsche

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Últimamente, nuestra literatura periodística se ha vuelto excesivamente respetuosa “ante la muerte”.

[…] Nosotros podemos y debemos ser imparciales con la personalidad de nuestros adversarios sociales,

rindiendo –si hay tiempo y lugar- el debido homenaje a su sinceridad y demás virtudes individuales. Pero

un adversario –sincero o no sincero, vivo o muerto- sigue siendo un adversario, y sobre todo si es

literato, ya que en sus trabajos sigue vivo incluso después de su muerte; si ignoramos esto, estamos

cometiendo un crimen social: “la falta de resistencia activa –dice un célebre pensador ruso- es un apoyo

pasivo”. No conviene olvidar esto incluso ante la trágica presencia de la muerte.

Las consideraciones arriba señaladas nos han incitado a dedicar algunas palabras al filósofo Friedrich

Nietzsche, recientemente fallecido y, en especial, a aquellos aspectos de su teoría relativos a sus

concepciones y juicios sociales, sus simpatías y antipatías, su crítica social y su ideal social.

Muchos explican la filosofía de Nietzsche por el carácter de su persona y de su vida. Siendo un hombre

extraordinario, al parecer, no pudo avenirse pasivamente a la situación en que lo puso la enfermedad. El

aislamiento forzado de la vida social debió incitarlo a elaborar una teoría que no solo le diera la

posibilidad de vivir en tales condiciones, sino también le diera sentido a esa vida. Como consecuencia de

su enfermedad, surgió el culto al sufrimiento. […]

Pero el culto del sufrimiento es solo una particularidad –y además no muy característica- del sistema

filosófico de Nietzsche, una particularidad que algunos críticos e intérpretes de nuestro filósofo colocan

infundadamente en primer plano. El eje social de todo su sistema filosófico (si se nos permite agraviar

los escritos de Nietzsche con un término tan vulgar a los ojos de su autor como el de “sistema”) es el

reconocimiento del derecho privilegiado de algunos “elegidos” de gozar libre y gratuitamente de todos

los bienes de la vida; estos felices elegidos están liberados no solo del trabajo productivo, sino incluso

del “trabajo” de dominación. […] la casta superior es la casta de los “amos”, de los “creadores de

valores”, de los “legisladores”, de los “superhombres”… Ella da orientación a la actividad de todo el

organismo social. Desempeñará entre la gente, en la tierra, el mismo papel que dios, según la fe

cristiana, desempeña en el universo…

Por lo tanto, ni siquiera el “trabajo” de la dominación recae sobre los superiores, sino apenas sobre los

más elevados entre los inferiores. En lo que respecta a los “elegidos”, a los “superhombres”, ellos,

liberados de toda obligación social y moral, llevan una vida llena de aventuras, diversión y risa. […]

Más arriba hemos hablado del culto al sufrimiento. Se sobreentiende el sufrimiento físico, del que

ninguna lealtad de los “esclavos” puede liberar al “superhombre”. Respecto a los sufrimientos

vinculados con los desarreglos sociales, el “superhombre” debe ser, desde luego, completamente libre.

Si para el “superhombre” (y solo para el superhombre im Werden ) aún queda algún trabajo obligatorio,

es el del autoperfeccionamiento, que consiste en la minuciosa eliminación de todo aquello que pueda

mover a “compasión”. El “superhombre” que sucumbe al sentimiento de compasión, lástima, simpatía,

incurre en una caída. De acuerdo con la vieja “tabla de valores”, la compasión es una virtud; Nietzsche la

considera la tentación suprema y el más tremendo de los peligros. El “último pecado” de Zaratustra, la

más terrible de todas las desgracias que debe padecer, es la compasión. Si se ablanda ante un

desdichado, si lo enternece ver el dolor, entonces su destino está decidido: ha sido derrotado, su

nombre debe ser eliminado de las listas de capitación de la casta de los “amos”.

Antes de ponerse a edificar su ideal positivo, Nietzsche debió someter a crítica las normas socio-

estatales, jurídicas y sobre todo morales que predominan en la actualidad. Consideró que era necesario

“transmutar todos los valores”. Al parecer, ¡qué ilimitado radicalismo, qué formidable audacia de

pensamiento! “Nadie antes de él –dice Riehl– había examinado los valores de la moral, nadie había

intentado emprender la crítica de los principios morales”. La de Riehl no es una opinión aislada, lo que

no impide, por otra parte, que sea del todo infundada. La humanidad ha sentido más de una vez la

necesidad de una revisión radical de su bagaje moral, y muchos pensadores realizaron este trabajo con

más radicalismo y más profundidad que Friedrich Nietzsche. Si el sistema de este último tiene algo de

original, no es el hecho de la “transmutación”, sino más bien su punto de partida: el afán, la necesidad,

el deseo del “superhombre” y la “voluntad de poder” que les es subyacente; tal es el criterio para

valorar el pasado, el presente, el futuro… Pero incluso ello es una originalidad de dudosas propiedades.

El propio Nietzsche dice que, en la investigación de las morales que han reinado y que reinan en la

actualidad, tropezó con dos corrientes principales: la moral de los amos y la moral de los esclavos. La

“moral de los amos” constituye la base de la conducta del “superhombre”. Este carácter ambiguo de la

moral atraviesa efectivamente toda la historia de la humanidad y no fue Nietzsche quien lo descubrió.

[…] Para los amos, y solo para ellos, fue creada la moral del superhombre. ¡Vaya novedad!, ¿no es

cierto? Hasta nuestros terratenientes de la época del régimen de servidumbre, que tenían tan pocos

conocimientos, sabían que existen personas de sangre azul y personas de la plebe, y que lo que se exige

de las primeras es severamente censurado en las segundas. […]

Pero si bien la filosofía de Nietzsche no es tan original como puede parecer en un principio, es tan

peculiar que para explicarla hay que dirigirse, al parecer, únicamente a la compleja individualidad de su

autor, pues de otro modo, ¿cómo explicar que en un lapso tan breve de tiempo haya adquirido tal

cantidad de adeptos?, ¿cómo explicar que “las ideas de Nietzsche se hayan convertido para muchos –

según expresión de Alois Riehl- en símbolo de fe”? Esto solo puede explicarse por el hecho de que el

terreno en el que creció la filosofía de Nietzsche no tiene nada de excepcional. Existen grandes grupos

de personas colocadas por condiciones de carácter social en una situación tal que la filosofía de

Nietzsche les corresponde como ninguna otra. […]

En Nietzsche encontró a su ideólogo un grupo que también vive rapazmente a costa de la sociedad […]:

se trata del proletariado parasitario de calibre superior. […] Desde luego, no hay que entender lo dicho

más arriba en el sentido de que cada nietzscheano es un aventurero financiero, un predador bursátil…

La burguesía ha extendido su individualismo mucho más allá de los límites de la propia clase, gracias a

los vínculos orgánicos de su sociedad […]

La sociedad burguesa ha elaborado determinados códigos morales, jurídicos, etc., cuya transgresión está

rigurosamente prohibida. La burguesía explota a los demás, pero no le gusta que la exploten a ella.

Ahora bien, los Übermenschen de distinto género arrancan gruesos pedazos del fondo burgués de la

“plusvalía”, es decir, viven directamente a costa de la burguesía. Obviamente, no pueden colocarse bajo

el amparo de las leyes éticas de aquella. Deben por eso elaborar principios éticos convenientes para su

usanza. Hasta tiempos recientes, esta categoría superior del proletariado parasitario no tenía ninguna

ideología acabada ni nada que le diera la posibilidad de justificar con motivos “superiores” su actividad

depredadora. La justificación de la rapacidad de la burguesía industrial “sana” por sus méritos históricos,

sus capacidades organizativas, sin las cuales parece que no podría existir la producción social, esta

justificación, obviamente, no sirve a los caballeros de la hausse y de la baisse (alza y baja), a los

aventureros financieros, al “superhombre” de la bolsa, a los chantajistas políticos y periodísticos sans

scrupule (sin escrúpulos); en una palabra, a toda esa masa del proletariado parasitario que se ha

adherido fuertemente al organismo burgués y que de un modo u otro vive –y, en general, no vive mal- a

costa de la sociedad, sin darle nada a cambio. Algunos representantes de este grupo se contentaban con

la conciencia de su superioridad intelectual sobre aquellos que se dejaban (¡y cómo no hacerlo!)

“esquilar”. Pero todo el grupo (bastante numeroso y siempre creciente) tenía necesidad de una teoría

que diera derecho a los intelectualmente superiores a “atreverse”. Esperaba por su apóstol y lo

encontró en la persona de Nietzsche. Abiertamente cínico y de gran talento, Nietzsche apareció ante

ellos con su “moral de los amos”, con su “todo está permitido”, y este grupo lo elevó a las nubes… […]

Encontrándose en una situación de equilibrio social inestable, hallándose hoy en la cima del bienestar

cotidiano y mañana en riesgo de caer en el banquillo de los acusados, este sedimento maligno de la

sociedad burguesa debió encontrar mucho más apropiada la prédica de Nietzsche sobre una vida llena

de aventuras que la prédica pequeñoburguesa sobre la moderación y la pulcritud pronunciada por

cualquier vulgar y trivializador fariseo como Samuel Smiles –padrino de la pequeña burguesía que recién

comienza a desarrollarse-, o que la prédica fundada sobre las severas premisas racionalistas de la moral

utilitaria de Bentham –líder espiritual de la gran burguesía británica “sana”, escrupulosamente honesta

(en sentido mercantil, obviamente)… […]

El sistema filosófico de Nietzsche, como ya se ha señalado en más de una ocasión –por otra parte,

incluso por el mismo Nietzsche-, contiene no pocas contradicciones. He aquí algunos ejemplos: aunque

Nietzsche reniegue de la moral moderna, esto concierne principalmente a aquellos aspectos (como la

compasión, la misericordia, etc.) que regulan –por cierto, solo formalmente- la actitud hacia aquellos

“cuyo número es excesivamente grande”. Por el contrario, los “superhombres”, en sus relaciones

recíprocas, no están en modo alguno liberados de obligaciones morales. Cuando Nietzsche habla de

estas relaciones, no teme emplear palabras tales como bien y mal e incluso respeto y agradecimiento.

[…]

En vista de estas contradicciones no es sorprendente que bajo la bandera del nietzscheanismo pueda

haber, por lo visto, elementos sociales totalmente contrapuestos. Cualquier aventurero “sin linaje”

puede ignorar por completo el respeto nietzscheano por las tradiciones aristocráticas. Toma de

Nietzsche solo lo que corresponde a su posición social. La divisa: “no hay nada verdadero, todo está

permitido”, se ajusta mejor que ninguna a su usanza. […]

No pretendíamos, por supuesto, hacer una crítica exhaustiva de las extravagantes creaciones de

Friedrich Nietzsche, de este filósofo en poesía y poeta en filosofía; y sería imposible hacerlo en los

marcos de un artículo de periódico. Solo queríamos bosquejar a grandes rasgos el terreno social que se

mostró capaz de engendrar el nietzscheanismo, no en tanto sistema filosófico contenido en cierta

cantidad de tomos y que, en gran parte, se explica por los rasgos puramente individuales de su creador,

sino en cuanto corriente social que suscita una atención particular, en la medida en que se trata de una

corriente de actualidad. Nos ha parecido tanto más imprescindible reconducir el nietzscheanismo de las

alturas filosófico-literarias a los fundamentos puramente terrenales de las relaciones sociales por cuanto

un enfoque puramente ideológico del nietzscheanismo, condicionado por los aspectos subjetivos de la

simpatía o antipatía hacia las tesis morales o de otro género de Nietzsche, no conduce a nada bueno.