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martes, 10 de abril de 2012 Charles S. Peirce sobre Comunicación. Jurguen HABERMAS. en Textos y contextos, Ariel, Madrid, 1996. Peirce opinaba que todos los signos son fragmentos de un texto superior no descifrado y que esperan que se los interprete. Peirce no habla a menudo de comunicación. Esto es sorprendente ya que está convencido de la estructura lingüística del pensamiento. “Toda evolución del pensamiento debería ser dialógica” (4.551). Todo signo exige dos cuasi – conciencias (cuasi-minds): “un cuasi usuario y un cuasi interprete, y aunque ambos son uno (una sola mente) en el signo mismo, tienen que ser distintos. En el signo están como soldados”. Peirce habla de una cuasi conciencia porque quiere abordar la interpretación de los signos en términos más abstractos, desligándola del modelo de comunicación lingüística entre hablantes y oyentes e incluso de la base del cerebro humano. Pensemos en las operaciones de la inteligencia artificial o en las formas de funcionamiento del código genético. Peirce pensaba en el trabajo de las abejas y en los cristales pero también se puede pensar en las operaciones de inteligencia artificial o en la forma de funcionamiento del código genético. Trata el proceso de comunicación en términos tan abstractos que la relación comunicativa entre hablantes y oyentes desaparece y la relación entre signo e intérprete puede agotarse sin residuos en la llamada “relación con el interpretante”. Por “interpretante” entiende la imagen o impresión que el signo provoca en el espíritu de un intérprete. Esta intención explica la posición de Peirce en una carta a lady Welby de 1908 donde dice: “Defino un signo como cualquier cosa que esté determinada por otra llamada su objeto, y que determina un efecto sobre una persona, ese efecto lo llamaremos interpretante, de suerte que el último

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martes, 10 de abril de 2012

Charles S. Peirce sobre Comunicación. Jurguen HABERMAS.

en Textos y contextos, Ariel, Madrid, 1996.

Peirce opinaba que todos los signos son fragmentos de un texto superior no descifrado y que esperan que se los interprete.Peirce no habla a menudo de comunicación. Esto es sorprendente ya que está convencido de la estructura lingüística del pensamiento. “Toda evolución del pensamiento debería ser dialógica” (4.551).Todo signo exige dos cuasi – conciencias (cuasi-minds): “un cuasi usuario y un cuasi interprete, y aunque ambos son uno (una sola mente) en el signo mismo, tienen que ser distintos. En el signo están como soldados”.Peirce habla de una cuasi conciencia porque quiere abordar la interpretación de los signos en términos más abstractos, desligándola del modelo de comunicación lingüística entre hablantes y oyentes e incluso de la base del cerebro humano. Pensemos en las operaciones de la inteligencia artificial o en las formas de funcionamiento del código genético. Peirce pensaba en el trabajo de las abejas y en los cristales pero también se puede pensar en las operaciones de inteligencia artificial o en la forma de funcionamiento del código genético.Trata el proceso de comunicación en términos tan abstractos que la relación comunicativa entre hablantes y oyentes desaparece y la relación entre signo e intérprete puede agotarse sin residuos en la llamada “relación con el interpretante”. Por “interpretante” entiende la imagen o impresión que el signo provoca en el espíritu de un intérprete. Esta intención explica la posición de Peirce en una carta a lady Welby de 1908 donde dice: “Defino un signo como cualquier cosa que esté determinada por otra llamada su objeto, y que determina un efecto sobre una persona, ese efecto lo llamaremos interpretante, de suerte que el último viene así inmediatamente determinado por el primero. Mi inserción de “sobre una persona” tiene por objeto ganarme la benevolencia del lector pues desespero de hacer entender mi propia concepción más amplia”. En otra carta de 1909 avisa que el análisis no debe limitarse a la economía sígnica del lenguaje humano y a la gramática del lenguaje humano, ni mucho menos de una determinada lengua. El título “gramática especulativa” anuncia el ambicioso proyecto de una semiótica general que se extienda al universo de todos los signos. El concepto de signo se concebirá de modo que se adapte por igual a los signos naturales y convencionales, a los signos prelingüísticos y lingüísticos, a las oraciones y a los textos, a los actos de habla y a los diálogos.Tal semiótica tiene como punto de partida el signo elemental, pero al estudiar las propiedades, funciones, posibilidades de interpretación y reglas de transformación del signo particular debe subrayar todos los elementos constitutivos de los signos comunicativamente empleados y de sus enlaces gramaticales. A tal fin, no basta con una consideración de tipo lingüístico (por ejemplo, la consideración estructuralista de Saussure).En cambio, la perspectiva del lógico tiene la ventaja de enfocar las expresiones tanto bajo el aspecto de su posible verdad como de su comunicabilidad. Así, una oración asertórica, bajo el aspecto de su susceptibilidad de verdad, guarda una relación epistémica con algo en el mundo: representa un estado de cosas; bajo el aspecto de su empleo en un acto de

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comunicación guarda simultáneamente relación con una posible interpretación por un usuario del lenguaje, es decir, resulta apta para la transmisión de una información.Lo que en el plano del lenguaje proporcionalmente articulado se diferencia así en una relación epistémica con el mundo y en una relación comunicativa con el intérprete, Peirce lo advierte en el plano del signo elemental, distinguiendo dos relaciones: la de “estar por” y la de “estar para” (standing for… y standing to…).PEIRCE integra la función expositiva del signo (standing for) con su interpretabilidad (standing to) del siguiente modo: el signo determina su interpretante conforme a la relación en que él mismo está con el objeto que él representa. Como signo cuenta todo lo que lleva a otra cosa (sus interpretantes) a referirse a un objeto en la forma en que él mismo se refiere a él. Sólo en virtud de esta relación triádica puede el signo representar un objeto.Lo que el signo representa permanece indeterminado, por tanto, al hablar aquí de objeto no podemos contar de antemano con un objeto identificable ni mucho menos con un estado de cosas. Pero no debe perderse de vista la circunstancia de que PEIRCE para explicar la función expositiva del signo, por rudimentario que pueda ser lo representado, no recurre a la relación diádica de un “estar por otra cosa”. Para poder cumplir la función expositiva el signo tiene que ser a la vez interpretable: “una cosa no puede estar por algo sin estar para algo por algo”.“El signo no puede establecer la relación epistémica con algo en el mundo si no se dirige a la vez a un espíritu interpretante, es decir, si no pudiera emplearse comunicativamente. Sin comunicabilidad no hay representación.La relación epistémica del signo con algo en el mundo no se aísla de la relación comunicativa con una posible interpretación. Pero simultáneamente, PEIRCE insiste en una anonimización del proceso de interpretación, del que borra al intérprete. Y tras borrar así al intérprete, sólo quedan corrientes de secuencias despersonalizadas de signos en las que cada signo se relaciona como intérprete con el que le precede y como interpretandum con el que sigue. Esta versión tan abstracta tiene la ventaja de no restringir de antemano la semiosis a la comunicación lingüística, sino de dejarla abierta a otras especificaciones. Pero se plantea la cuestión de si el concepto de signo dejará efectivamente abiertas las especificaciones que son menester para la etapa de comunicación que representa el lenguaje proposicionalmente diferenciado, o si no ocurre que más bien las prejuzga.PEIRCE persigue algo así como la génesis lógica de los procesos de los signos. Para ello parte de las estructuras complejas del lenguaje, para tratar de acercarse tentativamente a formas más primitivas, por vía de determinaciones privativas. PEIRCE habla de un proceso de “degeneración”. En tal procedimiento sólo pueden abstraerse aquellos aspectos de la etapa semiótica superior para los que, en la correspondiente etapa semiótica inferior, no quepa encontrar formas previas que les sean constitutivas. Entre esos aspectos, PEIRCE cuenta las relaciones intersubjetivas entre hablante y oyente y las correspondientes perspectivas del participante de primera y de segunda persona.Piensa que la estructura semiótica básica puede también aclararse sin que sea menester recurrir a formas previas de la intersubjetividad. Por lo menos interrumpe sus análisis lógico - semióticos allí donde entran en juego las perspectivas de hablante y oyente.¿Qué consideraciones podrían haber llevado a PEIRCE a prescindir de los aspectos intersubjetivos del proceso que el signo representa? Defenderé la tesis de que PEIRCE no puede definir la relación del signo con el interpretante con independencia de las condiciones del entendimiento intersubjetivo, por rudimentarias que estas condiciones sean.

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Y no puede hacerlo mientras se haya de explicar el concepto básico de la representación mediada por signos con ayuda de sus conceptos semióticos de verdad y realidad, pues éstos remiten a su vez a la idea regulativa de una comunidad de investigadores que opera bajo condiciones ideales. Considero necesario una semiótica planteada en términos intersubjetivistas. Explicaré esta tesis en cuatro pasos.1. Recordaré la crítica que en los años ‘60 y ‘70 hace a la filosofía de la conciencia.2. Los dos problemas que se siguen de la transformación semiótica que PEIRCE efectúa de la doctrina kantiana del conocimiento.3. Las soluciones propuestas quedan bajo la premisa de procesos de aprendizaje orientados, la cual admite una lectura débil y, por cierto, en términos intersubjetivistas, pero PEIRCE prefiere a esa interpretación una interpretación fuerte, estructurada en términos cosmológicos.4. La teoría de la evolución natural tiene para la semiótica consecuencias indeseables; conduce a un concepto platónico de persona, definido en términos privativos, que es difícil poner en conocimiento con nuestras mejores intuiciones.

1. (Crítica a la filosofía de la conciencia). Ese tercer mundo de las formas simbólicas que media entre el mundo interno y el mundo externo se abre por la doble vía de la experiencia religiosa y de la investigación lógica. “La religión no es algo dentro de nosotros y, sin embargo, tampoco es algo fuera de nosotros, sino que más bien guarda con nosotros una tercera relación, la de existir en nuestra comunión con otro ser” (108). Mientras que para el Peirce trascendentalista queda en primer plano esa fuerza de unir sin coerciones que caracteriza a la comunicación, para el Peirce especialista en lógica, lo decisivo es otra cosa, la idea de que “todo pensamiento es una palabra no expresada”.En su primera lección en Harvard, Peirce realiza antes que Frege y Husserl, una aguda crítica del psicologismo. La lógica no tiene nada que ver con procesos internos o con hechos de conciencia, sino que consiste en operar con signos y con propiedades que están realizadas en las expresiones simbólicas mismas. Las propiedades lógicas “pertenecen a lo que está escrito en el encerado, por lo menos tanto como a nuestros pensamientos”.Peirce no extrae de esto un platonismo del significado. Pues todo símbolo remite de por sí a interpretaciones posibles, es decir, a una indeterminada cantidad de reproducciones de su contenido semántico dentro del tiempo. Los símbolos al igual que los signos, en general, son aquello que significan, sólo en relación con otros signos y estas relaciones sólo pueden a su vez actualizarse con ayuda de operaciones que por su parte se extienden en el tiempo. La transformación de expresiones simbólicas exige tiempo. Por eso el mundo de las formas simbólicas guarda una relación interna con el tiempo. PEIRCE aprendió con Hegel que “el pensamiento cae en el tiempo”. Pero en su discusión con Kant, Peirce no se ocupa de este tema desde la perspectiva de una temporalización del espíritu. Antes lo que le interesa es la permanencia que la corriente de conciencia cobra al convertirse en espíritu encarnado en símbolos.Con el título de “Sobre el tiempo y el pensamiento” estudia cómo el flujo de nuestras vivencias puede cobrar la continuidad y cohesión de sentimientos, deseos y percepciones que comunican unos con otros. El puro sucederse de vivencias distintas, separadas, de las cuales cada una que es absolutamente presente en puntos temporales diversos, no podría explicar cómo las ideas pueden venir determinadas, es decir, configuradas, por ideas precedentes conforme a una regla. También las ideas pasadas tendrían, por así decir, que

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quedar fijadas en el espíritu para poder quedar así compuestas y articuladas con las ideas que le siguen. La clave para la explicación de esta “reproducción” por la que vendría posibilitado el “reconocimiento” la ofrece la interpretación semiótica de la conciencia. Si los conocimientos son signos, pueden producirse cuantas réplicas se quiera y transformarse en otros conocimientos. “Así el carácter intelectual de las creencias por lo menos es dependiente del pasaje de un signo a otro”. Su fuerza constitutiva de continuidad la deben los signos a esa referencia al tiempo que, con referencia al pasado en lo que se refiere al objeto y - con referencia al futuro en lo que se refiere al interpretante - les es inmanente.Con la transformación semiótica de la teoría kantiana del conocimiento se abren el camino para una filosofía crítica de la conciencia que provoca un giro planteado en términos de pragmática del lenguaje. La arquitectura de la filosofía de la conciencia venía determinada por la relación sujeto - objeto, que se interpretaba como representación. En el paradigma del pensamiento representativo el mundo objetivo es concebido como la totalidad de los objetos representables y el mundo subjetivo como la esfera de nuestras representaciones de objetos posibles. El acceso a esa esfera de interioridad lo abre la relación consigo mismo del sujeto de las representaciones (o la autoconciencia), es decir, la representación de las representaciones que nos acontece tener de los objetos. Peirce destruye esta arquitectónica al reinterpretar en términos semióticos el concepto básico de “representación”: de la relación diádica de la representación resulta la relación triádica de la exposición mediada por signos.En forma explícita esa exposición se presenta como una proposición que representa un estado de cosas. Con ello parece como si la perspectiva psicológica sólo quedase sustituida por una perspectiva semántica; el lugar de la relación sujeto - objeto lo ocupa la relación entre lenguaje y mundo.Pero surge una primera complicación. Una proposición predicativa simple se refiere a un objeto singular en el mundo, pero le atribuye una determinación que sólo encuentra expresión en un predicado o en un concepto universal de suerte que no queda claro si más si ese universal pertenece al mundo o pertenece al lenguaje.Más interesante es otra complicación. El signo proposicional no sólo hace referencia a un objeto, sino que remite a una comunidad de interpretación. La exposición de un hecho se sirve de una oración asertórica que puede ser verdadera o falsa pero la exposición misma es un acto de afirmación con el que el hablante entabla frente a un destinatario una pretensión de verdad susceptible de discutirse.La fuerza ilocucionaria la cobra una afirmación porque el hablante (por lo menos implícitamente) ofrece una razón o argumento, mediante el que trata de obtener el asentimiento de su destinatario. Por eso se dirá más tarde que todo enunciado es la forma rudimentaria de un argumento. En el paradigma de la filosofía de la conciencia la verdad de un juicio se hace depender de la certeza del sujeto de que su representación corresponde al objeto. En cambio, tras el giro pragmático la verdad de un signo proposicional necesita demostrarse por la referencia de ese signo al objeto y ello a la vez mediante razones y puedan ser aceptadas por una comunidad de interpretación. En el nuevo paradigma, el papel del sujeto no lo asume el lenguaje sino la comunicación mediada por argumentos de quienes se ponen a hablar entre sí para entenderse sobre algo en el mundo. El sitio de la subjetividad pasa a ser ocupado por una práctica intersubjetiva de entendimiento que genera de por sí secuencias infinitas de signos e interpretaciones. Esta concepción surge de una crítica demoledora del paradigma de la filosofía de la conciencia. En esa crítica seguía por los seis puntos de vista siguientes:

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a. la crítica metodológica se endereza contra la introspección, la cual seguía por evidencias privadas acerca de supuestos hechos de la conciencia sin poder distinguir entre apariencia y realidad sobre la base de criterios susceptibles de comprobación. En cambio las expresiones simbólicas y los complejos de signos representan hechos accesibles para todos cuya interpretación queda expuesta a la crítica pública. No cabe apelar a un particular en vez de a la comunidad de investigadores (community of investigators) como última instancia en lo que se refiere a enjuiciamiento.b. La crítica epistemológica se dirige contra el intuicionismo que afirma que nuestros juicios se componen de elementos inmediatamente dados o de ideas o datos sensoriales absolutamente ciertos. Pero ocurre que ninguna vivencia por elemental que sea, puede alcanzar su objeto sin mediación simbólica. En un proceso de experiencia que por principio es discursivo no puede haber ningún inicio absoluto. Todas las cogniciones, sean conscientes o no, están lógicamente determinadas por conocimientos previos.c. De ello se sigue la crítica a una teoría que en términos fundamentalistas, toma a la autoconciencia como punto de partida. En realidad sólo concluimos acerca de un mundo interno de estados mentales y de sucesos psíquicos a partir de nuestro saber de hechos externos. La hipótesis de un sí mismo se impone mediante la experiencia del error cuando una opinión tenida en principio por verdadera resulta ser simplemente “subjetiva”.d. La crítica a la construcción kantiana de una “cosa en sí” se dirige contra un fenomenalismo que, al concebir el pensamiento representativo conforme al modelo del espejo, cae en la tentación de suponer una realidad oculta tras los fenómenos, al igual que el espejo, también la realidad habría de tener un reverso que escapa a lo que en el espejo queda reflejado. Efectivamente, la realidad impone a nuestro conocimiento restricciones, pero sólo en la forma de que desmiente falsas opiniones tan pronto como nuestras interpretaciones fracasan al hacerle frente. Pero de ello no se sigue que la realidad pudiera escapar a mejores interpretaciones. Antes real es aquello y sólo aquello que puede convertirse en contenido de representaciones verdaderas.e. La duda sobre la duda cartesiana se dirige contra la concepción de un sujeto sin mundo que se enfrentaría al mundo en conjunto. La conciencia individual no constituye una mónada encapsulada en sí misma, que pudiera asegurarse de un golpe de de la totalidad del ente, distanciándose de todo mediante una duda supuestamente radical. Antes todo sujeto se encuentra ya siempre en el contexto de un mundo que le resulta familiar. Este trasfondo masivo de convicciones no puede ponerlo escépticamente en cuestión a voluntad y en conjunto. Una duda hueca, abstracta no puede representar conmoción alguna para las autoevidencias que integran el mundo de la vida; por otra parte no hay nada que en principio pueda quedar cerrado a la corrosión de la duda real.f. Finalmente, Peirce apunta contra el privilegio de que es objeto el sujeto cognoscente sobre el sujeto agente. Nuestras convicciones están entretejidas con nuestras prácticas. “Una creencia que nunca es base de ninguna actuación deja de ser una creencia”. Así el espíritu situado encuentra una encarnación en el medio simbólico del lenguaje al tiempo que en el medio simbólico de la praxis. El pensamiento articulado en una elocución queda reconectado con la acción y la experiencia a través de la opinión del espíritu interpretante. Todo miembro de esta cadena ofrece una estructura triádica que explica la función representativa de los signos, y por lo tanto, es él mismo del tipo de un signo.

2. Pero también esta filosofía de la conciencia semióticamente transformada se ve alcanzada por las viejas cuestiones epistemológicas. ¿Cómo es posible la objetividad de la

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experiencia si el espíritu semióticamente encarnado se ve atrapado en el círculo mágico de los discursos y las prácticas y permanece encadenado por la cadena de significantes? PEIRCE destruye dos dogmas: el mito de lo inmediatamente dado y la ilusión de la verdad como certeza de nuestras representaciones. Pero se ve confrontado con la cuestión de si, en lugar de los dogmas del empirismo corriente, no se ha limitado a introducir un empirismo de segundo orden, un empirismo renovado en el nivel de los sistemas de signos, pasar por detrás de los cuales nos resultaría tan imposible como pasar por detrás de los primeros principios o de los hechos últimos. Es en la respuesta de estas dos preguntas donde Peirce demuestra su originalidad. En rigor son tres respuestas innovadoras que propone:• la teoría de los signos presimbólicos;• la doctrina de las conclusiones sintéticas y• la idea regulativa de un consenso último o de una opinión final (ultimate agreement or final opinion).

• ¿Cómo es posible la objetividad de la experiencia? Por un lado el contacto entre signo y realidad se establecerá a través de la experiencia, por otro, esta experiencia queda absorbida en un continuo de procesos mediados por signos. Tiene que demostrar cómo las cadenas de signos que a través de las operaciones de inferencia lógica pueden proseguirse sin fin, pueden sin embargo abrirse a la realidad. Tiene que demostrar la posibilidad de un anclaje de las cadenas de signos en la realidad.El punto de partida para la solución propuesta lo constituye la estructura de la oración predicativa simple como forma semiótica de juicios de percepción. La proposición se compone de dos elementos de los que uno, la expresión de sujeto, es decir el sujeto de la oración, establece la referencia al objeto, mientras que el otro contiene la determinación predicativa de ese objeto. A partir de ahí desarrolla una distinción entre existencia y realidad. La relación diádica, entre el término referencial y su objeto es una relación existencial que refleja el surgimiento de una confrontación con la realidad, pero no es esa realidad misma. El estado de cosas real sólo viene representado por la oración completa.La primera jugada en la génesis lógica de la proposición es la conocida distinción entre símbolo, índice e icono. También con independencia de los signos representadores, es decir, de los símbolos susceptibles de verdad (es decir, las proposiciones), hay signos que están en una relación denotativa o en una relación de semejanza con los correspondientes aspectos de la realidad. De ello se concluye que la expresión de sujeto y predicado han de articularse formando oraciones para poder cumplir una función expositiva explícita, descansan genéticamente sobre una capa más vieja de signos índices e íconos que ya de por sí hacen referencia a un objeto y que pueden encontrar interpretante.A este primer paso en la arqueología de los símbolos lingüísticos sigue la ampliación de la esfera de los signos simbólicos y no simbólicos, pero todavía convencionales, que hasta ahora hemos considerado con tres clases de signos no - convencionales o naturales. Mientras los argumentos, proposiciones y términos, así como los índices y representaciones icónica que aparecen autónomamente, guardan una relación convencional con sus objetos, las señales y los signos expresivos que Peirce introduce como “sinsignos” o cualisignos dependen de un nexo causal o de similitudes de forma y configuración. Más tarde volvió a diferenciar esta clase de signos una vez más pero sin llegar a un último sistema de ellos.Las raíces del árbol semiótico de las oraciones predicativas simples se ramifica sin fin, llegando hasta una profundidad en la que, por lo menos por el momento, escapan a ojo de esa reconstrucción que procede en términos privativos.

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• Esta consideración apoya la pretensión de objetividad de la experiencia mostrando que las fases iniciales de nuestra experiencia antepredicativa escapan al control de una elaboración consciente, es decir, de una elaboración explícitamente discursiva; son algo que se nos impone.Estos aportes elementales de información, dotados de evidencia sensible, que PEIRCE llama “percepts” no por ello son menos falibles que los juicios de percepción que se obtienen de ellos. Ellos mismos pueden desempeñar el papel de “premisas primeras”, también ellos se deben a aquellos casos límites de inferencias abductivas, que nos sobrevienen como evidencias instantáneas y que, por tanto, se limitan a ocultar ante nosotros su falibilidad. “Si el precepto o juicio perceptual fuera de una naturaleza enteramente ajena a la abducción, uno podría esperar, que el percepto se encontrase enteramente libre de cualquiera de esos caracteres que son propiamente interpretaciones, mientras que es difícil que pueda dejar de tener tales caracteres”.Ciertamente tales perceptos y juicios perceptivos que transitan una y otra vez a través de las exclusas de la praxis convirtiéndose así en habituales, pueden convertirse en el contexto incuestionado que representa la trama de certezas propias del mundo de la vida. Ninguna de estas convicciones adquiridas en la práctica está de por sí protegida contra una posible problematización, pues el contacto con la realidad establecido a través de la acción ofrece sólo para el caso de fracasos, es decir, de experiencias negativas, un buen criterio para la evaluación de las opiniones “invertidas” en los planes de acción.Pero si la objetividad de la experiencia no puede asegurarse por una base indubitable, queda la esperanza de conseguir un método que garantice la verdad en la adquisición de conocimientos y en su comprobación racional. Como núcleo de tal racionalidad procedimental, PEIRCE considera las reglas del pensamiento inferencial. Esta lógica utens la reconstruyó en forma de una teoría de los juicios sintéticos. La circulación entre formación de hipótesis, generalización inductiva, deducción y nueva formación de hipótesis sólo pone en perspectiva una elaboración autocorrectiva y un aumento acumulativo del saber, si se maneja correctamente la abducción. El silogismo abductivo es el único elemento propiamente ampliador del conocimiento, pero a la vez está bien lejos de resultar vinculante. Para la inducción él cree poder demostrar a través de consideraciones atinentes a teorías de la probabilidad que “a largo plazo” se puede confiar en ellas. Pero sólo una formulación racional de hipótesis podría cerrar el círculo de generalización inductiva y deducción.La cuestión de cómo es posible la objetividad de la experiencia se plantea entonces como la cuestión de cómo puede explicarse el hecho cuasi trascendental de procesos generales de aprendizaje. O bien la teoría de los juicios sintéticos necesite una fundamentación objetiva en la realidad, de suerte que pueda mostrarse cómo la naturaleza misma dirige nuestra formación de hipótesis. A esta alternativa vuelve el Peirce tardío. O bien la carga de la prueba, que la experiencia y el pensamiento inferencial no son capaces de soportar solos, ha de distribuirse y desplazarse hacia un miembro más en la cadena de los procesos semiótico a saber, a la argumentación. La discusión es algo que él consideró siempre como “piedra de toque de la verdad” (Kant): “Sobre la mayoría de los asuntos por lo menos, la experiencia suficiente, la discusión y el razonamiento llevarán a los hombres a un acuerdo”. Y por discusión no entiende PEIRCE una competencia en la que una de las partes trata de imponerse retóricamente a la otra, sino una búsqueda cooperativa de la verdad a través del intercambio público de argumentos. Sólo así puede servir la discusión de “test de comprobación dialéctica”.

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• El que la racionalidad procedimental operante en la práctica cotidiana y metodologizada en la ciencia sólo pudo desplegarse bajo las condiciones de discursos racionales es algo que en “La fijación de la creencia” empieza fundamentando en términos históricos, contra el poder de la costumbre, contra el control del pensamiento y contra un apriorismo que no parece consistir sino en una realización de deseos, en la modernidad se ha impuesto la autoridad racional de un aprendizaje dirigido por la experiencia y mediado por la discusión y la argumentación. Pero el hecho de que la elaboración inferencial de la información dependa de un intercambio público y no coercitivo de argumentos, es algo que merece una explicación más allá de las referencias históricas. Esto se explica a partir de la propia estructura triádica del signo la circunstancia de que el proceso de conocimiento mediado por signos sólo puede funcionar bajo tales condiciones operativas.Un signo sólo puede cumplir su función expositiva estableciendo una relación con el mundo intersubjetivo de los intérpretes a la vez que una relación con el mundo objetivo de las entidades. Por eso la objetividad de la experiencia no es posible sin la intersubjetividad del entendimiento. Este argumento puede reconstruirse en cuatro pasos:

1. En una lejana analogía con el argumento de Wittgenstein del lenguaje privado, PEIRCE acentúa la conexión interna entre experiencia privada y comunicación pública. La experiencia tiene siempre algo de privado porque cada uno dispone de un acceso privilegiado a sus propias vivencias, pero al mismo tiempo el carácter sígnico de estas vivencias remite más allá de los límites de la subjetividad. Un signo expresa algo general al representar algo. Por eso no puede encontrar ningún interpretante que estuviese en exclusiva posesión de una conciencia individual. De esta participación transubjetiva en interpretantes se torna consciente el individuo en el instante en que, en confrontación con el otro, se percata de estar en un error.

2. Esta confrontación de opiniones adoptará la forma racional de una argumentación porque en esta forma de comunicación también puede hacerse explícito lo que ya está implícito en toda proposición. La fuerza ilocucionaria del acto de afirmación significa que el hablante hace a un destinatario la oferta de apoyar su enunciado mediante un argumento. PEIRCE dice: de desarrollar un argumento partir de la proposición. El discurso racional en el que un proponente defiende pretensiones de validez frente a las objeciones de oponentes es la forma reflexivamente desarrollada del proceso semiótico general.

3. Como las reglas de la inferencia sintética no garantizan de por sí resultados concluyentes, no podrían proyectarse sobre el plano semántico como si se tratase de un algoritmo, la elaboración argumentativa de informaciones cobrará la forma de una práctica intersubjetiva. Ciertamente, en la argumentación, los posicionamientos positivos o negativos de los participantes se regularán exclusivamente mediante buenas razones, sólo que la decisión acerca de qué deba contar con una “buena razón” habrá de tomarse en la propia discusión. No hay ninguna instancia superior que el asentimiento de los otros producidos dentro del discurso y, por tanto, racional en cuanto obtenido dentro del discurso.

4. Ciertamente, la objetividad del conocimiento no puede depender del asentimiento de un número contingente de participantes y, por tanto, del asentimiento de ningún grupo particular. En otros contextos, pueden producirse mejores argumentos que desmientan lo

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aquí y ahora tenido por verdadero. Con el concepto de realidad, a la que necesariamente se refiere toda exposición, presuponemos algo trascendente. A esta referencia es a lo que puede dar aceptabilidad racional de una elocución mientras nos movamos dentro de una comunidad particular de lenguaje o de una forma particular de vida. Pero como no podemos salir de la esfera del lenguaje y de la argumentación, la referencia a la realidad, realidad que no se agota en “existencia”, sólo puede establecerse de forma que proyectemos una “trascendencia desde dentro”. A ello sirve el concepto contrafáctico de opinión final o de un consenso alcanzado en condiciones ideales. La aceptabilidad racional y con ello la verdad de una afirmación, la hace depender de un acuerdo que pudiera alcanzarse bajo las condiciones de comunicación de una comunidad de investigadores idealmente ampliada en el espacio social y en el tiempo histórico. Si entendemos la realidad como suma de todas las afirmaciones verdaderas en este sentido, puede tenerse en cuenta su trascendencia sin necesidad abandonar la conexión entre objetividad del conocimiento e intersubjetividad del entendimiento. “Lo real es aquello en lo que, tarde o temprano, la información y el razonamiento acabarán en definitiva resultando y, por tanto, es independiente de las veleidades tuyas o mías. Por tanto, el origen mismo del concepto de realidad muestra que este concepto implica esencialmente la noción de una comunidad sin límites definidos y capaz de un indefinido aumento del conocimiento”.

3. De este modelo semiótico de conocimiento se sigue la imagen de un proceso de interpretación racionalmente controlado en el que hombres y palabras se educan mutuamente. El mundo de los hombres, semióticamente estructurado, se reproduce y desarrolla a través del medio que representan los signos. En uno de los polos la experiencia y la acción orientada a la obtención de fines aseguran un contacto con la realidad mediado por signos: “los elementos de todo concepto entra en el pensamiento lógico por la puerta de la percepción y hacen su salida por la puerta de la acción enderezada a un fin”. En el otro polo el intercambio de los argumentos se produce siempre respecto a, y anticipando, condiciones de una comunicación ideal contrafácticamente presupuestas. En este polo los procesos de aprendizaje controlados por los problemas que van surgiendo, que se han estado moviendo de forma más o menos espontánea entre ambos polos conforme a las reglas de la inferencia sintética, se han vuelto reflexivos. Esos procesos de aprendizaje han sido tomados a cargo por una comunidad de investigadores que conscientemente se controla a sí misma. Ésta está obligada a una lógica “cuya esencial finalidad es comprobar la verdad por medio de la razón”. La experiencia y la argumentación guardan entre sí la relación de tensión que se da entre lo privado y lo público. Acción cotidiana y argumentación guardan entre sí la relación de tensión que se da entre certezas de sentido común y conciencia de falibilidad radical.Tanto el sentido común como la ciencia operan con la suposición de una realidad independiente. Pero aquello que en nuestra praxis consideramos irrebasable e indubitable tiene el estatuto de una certeza precrítica aún cuando de ningún modo resulte de antemano inmune a las objeciones. En el ámbito del saber argumentativamente comprobado nos hemos tornado conscientes de la falibilidad de cualquier evidencia. Para atribuirnos, sin embargo, la verdad, necesitamos del punto de referencia compensatorio que representa la opinión final. Verdaderas son sólo aquellas afirmaciones que en el horizonte de una comunidad indefinida de comunicación volverían a confirmarse una y otra vez.

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De esta comprensión semiótica del conocimiento, la realidad y la verdad, se siguen consecuencias para los conceptos de signo e interpretación. Hasta aquí hemos partido de que el signo consigue ejercer su efecto en el espíritu del intérprete, de que el interpretante reproduce en cierto modo el objeto representado por el signo. En una interpretación estricta esto significaría que “una representación es algo que produce otra representación del mismo objeto y que en esta segunda representación interpretante la primera representación es representada como representando a un objeto. Esta segunda representación debe tener a su modo una representación interpretante y así hasta el infinito, de modo que el proceso representación nunca llegaría a estar completo”. Sin embargo, este regreso infinito sólo se produciría si el proceso de interpretación se cerrara circularmente sobre sí mismo sin una estimulación continua desde fuera y sin la elaboración discursiva. Pero esta descripción sólo se acomoda a la fase inicial en la que le interpretante provocado antes de toda experiencia actual se refiere a ese “objeto inmediato” que es inmanente al signo como significado suyo. El empleo fáctico del signo en una determinada situación exige un interpretante que se refiera al “objeto dinámico” en un horizonte específico de experiencia. Este objeto es externo al signo y exige de los intérpretes experiencia sensible y experiencia práctica, conocimiento del contexto, así como elaboración discursiva de informaciones. Tampoco en eso se agota la interpretación de un signo, al tener esa interpretación por meta una representación explícita, es decir, una representación susceptible de verdad, anticipa la posibilidad de un interpretante definitivo. Y este se refiere al objeto, tal como se mostraría a la luz de un consenso ideal, a un objeto final. Sólo la orientación por la verdad hace justicia al sentido de las expresiones simbólicas que “representan” algo en el sentido de que los intérpretes pueden servirse de ellas para entenderse sobre algo en el mundo. Entender, entendimiento y conocimiento son conceptos cada uno de los cuales hace recíproca referencia a los demás.La interpretación de los signos está entretejida con la interpretación de la realidad; sólo así cobra la corriente de interpretaciones una dirección. El texto original de la naturaleza no se desmorona en el torbellino de significantes. La estructura del primer signo lleva ya escrita la finalidad de una exposición adecuada y completa de la realidad. Sin embargo, se sigue una consecuencia que preocupó a PEIRCE desde el inicio: al cabo los procesos de aprendizaje, precisamente por esa estructura semiótica, no pueden salirse del círculo de los signos que interpretamos. Al cabo los límites de nuestro lenguaje se convierten en los límites del mundo.Este círculo semiótico se cierra más implacablemente aún si ampliamos con aspectos lingüísticos los análisis lógicos acerca del lenguaje. Entonces se ve que en los casos límites la abducción lograda presupone un cambio innovador del lenguaje mismo, a saber, de la perspectiva de nuestra visión del mundo. En casos extremos nos damos de bruces con los límites de nuestra comprensión; y las interpretaciones que vano trabajan con problemas en los que nuestra interpretación da con sus límites quedan empantanadas. Sólo se ponen otra vez en movimiento cuando los hechos conocidos se muestran de otra manera a la luz de un nuevo vocabulario, de suerte que problemas que habían tocado fondo pueden plantearse de forma enteramente nueva y desde perspectivas mucho más prometedoras. Esta función de apertura del mundo que tienen los signos fue algo que PEIRCE pasó por alto.Pero esto no significa que la fuerza universalizadora que tienen los procesos de aprendizaje hubiera de quebrarse necesariamente en los límites de un lenguaje particular o de una forma concreta de vida. Todas las lenguas son porosas y todo aspecto del mundo nuevamente abierto se queda en una proyección vacía mientras su fecundidad no se acredite en procesos

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de aprendizaje que esa nueva manera de ver el mundo haga posibles. Pero esta relación entre constitución lingüística del mundo y solución intramundana de problemas no hace sino iluminar de forma mucho más neta la cuestión que inquietaba a Peirce.Si los límites de la semiosis significan los límites del mundo, entonces el sistema de los signos y la comunicación entre los usuarios de signos pasan a ocupar una posición trascendental. En la estructura del lenguaje, en la que los sujetos se representan la realidad, no se refleja la estructura de la realidad misma. Estas consecuencias nominalistas que Peirce combatió durante toda su vida sólo parecen poder evitarse si el círculo semiótico no sólo abarcase el mundo de los sujetos capaces de lenguaje y de acción, sino que abarcase a la naturaleza en conjunto, a la naturaleza misma y no sólo a nuestras interpretaciones de la naturaleza. Sólo entonces el topos clásico del “libro de la naturaleza” perdería su carácter metafórico y todo fenómeno natural se transformaría, si no en una letra, sí por lo menos en un signo que determina la secuencia de sus interpretantes. Y en esa fantasía creadora de hipótesis que opera en toda abducción lograda, no haría sino emerger en el plano de la conciencia aquello que en la evolución natural estaba ya previamente pensado. Las inferencias sintéticas recibirían así un fundamento in re.Pero este idealismo semiótico exige una naturalización de la semiosis. El precio que Peirce paga por ello es la anonimización y despersonalización de ese espíritu en el que los signos provocan sus interpretantes. Este es el lastre de metafísico con el que el Peirce posterior carga su semiótica.El gran aporte de la semiótica es la ampliación del mundo de las formas simbólicas por encima de las formas lingüísticas de expresión. Nuestro lenguaje proposicionalmente diferenciado, no sólo lo puso en contraste con los lenguajes de señales, Peirce no sólo analizó esas especies de índices e íconos intencionalmente empleadas, que alcanza la autonomía por debajo del nivel de los signos lingüísticos. Mostró cómo interpretamos, como si de signos lingüísticos se tratase, indicios causales y gestos expresivos espontáneos, así como similitudes morfológicas con las que nos encontramos. Con ello abrió al análisis semiótico nuevos ámbitos, por ejemplo, el mundo de signos extraverbales en cuyo contexto está inserta nuestra comunicación lingüística; las formas estéticas de exposición y las formas expresivas de las artes no proposicionales. Finalmente, el desciframiento abductivo de un mundo social simbólicamente estructurado, del que se nutre nuestra práctica comunicativa cotidiana.El mundo de la vida, que de por sí viene estructurado simbólicamente, constituye una red de contextos implícitos de sentido, que se sedimentan en signos no lingüísticos, pero accesibles a la interpretación lingüística. Las situaciones, en las que los participantes en la interacción se orientan, están saturadas de pistas, guiños y rastros delatores, a la vez vienen marcadas por rasgos estilísticos y caracteres expresivos, intuitivamente aprehensibles, que reflejan el “espíritu” de una sociedad, la “tintura” de una época, la “fisonomía” de una ciudad o de una clase social. Si se aplica la semiótica de Peirce a esta espera producida por los hombres, pero de ninguna manera dominada por ellos con voluntad y conciencia, resulta también claro que el desciframiento de los contextos implícitos de sentido, es decir la comprensión del sentido, es un modo de experiencia: la experiencia es experiencia comunicativa.Y si tenemos en cuenta este caso paradigmático de una plétora de sentido no articulada lingüísticamente, que se objetiva en signos presimbólicos, en signos de carácter preconvencional, tanto más clara resulta una circunstancia, a saber, aun cuando los signos naturales carecen de autores que le den un significado, sólo pueden encontrar un significado

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para intérpretes que sean capaces de hablar. ¿Cómo podrían encontrar sus interpretantes si no hubiera intérpretes que pudieran disputar con razones acerca de la interpretación de esos signos? Pero precisamente esto exigiría un idealismo semiótico que proyectase la semiosis dentro de la naturaleza y supusiese que el proceso de formación de nuevos hábitos de comportamiento, controlado y regido por la interpretación de signos, se extendiese más allá del mundo humano, a los animales, las plantas y los minerales.

4. Peirce estaba convencido de que “de ninguna manera el hábito es exclusivamente un hecho mental. Empíricamente encontramos que algunas plantas tienen hábito. La corriente de agua que secaba ella misma un lecho está desarrollando un hábito”.Una naturaleza que se desarrolla en forma de un proceso semiótico abre los ojos y se convierten participante virtual de la conversación practicada entre los hombres. Este pensamiento extrae su capacidad de estimulación de la idea de que podemos llegar a conversar con la naturaleza y soltar la lengua de las criaturas no redimidas. Entonces, como Marx pensaba, a la naturalización del hombre correspondería una humanización de la naturaleza. Pero de la versión romántica que Peirce da de esta herencia de la mística judía y protestante, de la filosofía romántica de la naturaleza y del trascendentalismo, se sigue otra consecuencia completamente distinta: el lenguaje de los hombres, al quedar absorbido en ese contexto de comunicación omniabarcante, perdería precisamente aquello que le es específico. Es lo que se hace patente en ese concepto de persona, el cual todo lo que convierte a la persona en un individuo sólo logra determinarlo en términos negativos a partir de la diferencia con lo universal, a saber, a partir de la distancia del error respecto de la verdad y del alejamiento de la comunidad en que el egoísta se sitúa. Lo individual es lo meramente subjetivo y egoísta. “El hombre individual, al no manifestarse su existencia separada sino por la ignorancia y el error, en tanto que es alguna cosa aparte de sus congéneres, o de lo que él o ellos deben ser, no es más que una negación”.Así también en el antiplatónico Peirce acaba imponiéndose la peor herencia del platonismo. El realismo de los universales, que Peirce pone en movimiento, convierte a la evolución cósmica en portadora de una indetenible tendencia a la universalización, de una tendencia a cada vez más organización y cada vez más control consciente. La consecuencia que estoy considerando no se sigue de por sí del realismo de los universales, sino sólo de una versión semiótica de lo universal como una representación mediada por signos, así como de la interpretación de la evolución como proceso de aprendizaje. Ambas cosas sólo dejan ya ver por un solo lado la comunicación en la que se impone esa tendencia a la universalización: esa comunicación no puede considerarse como entendimiento entre yo y otro sobre algo en el mundo; antes el entendimiento existe solamente a causa de la representación y de una representación cada vez más completa de la realidad. Este privilegio de que es aquí objeto la referencia que el signo representativo guarda con el mundo, frente a la referencia que el signo comunicable hace a los intérpretes, determina que el intérprete pase a un segundo plano frente al interpretante. Y esto le resulta al último Peirce tanto más plausible porque así la doctrina de las inferencias sintéticas recibe una fundamentación en las leyes de la evolución natural. Si los procesos de aprendizaje de la especie humana no hacen sino proseguir en forma reflexiva los de la naturaleza, entonces pierde también fuerza y valor propio la argumentación, es decir, aquello que uno tiene que decir a otro, pierde también fuerza y valor propio la fuerza de convicción del mejor argumento. Lo que la argumentación podría aportar por sí misma, a saber, la unificación no coercitiva entre individuos que tratan de aclararse unos con otros, confrontando sus opiniones diversas,

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sucumbe a la fuerza niveladora de un universalismo que empuja hacia arriba mediante inferencia a partir de la realidad mis. La pluralidad de voces del entendimiento intersubjetivo se convierte en un mero epifenómeno.Es interesante que Peirce sólo puede representar el entendimiento de un intérprete con otro recurriendo a una función emocional entre yo y tú: “Cuando comunico mis pensamientos y mis sentimientos a un amigo con quien estoy en plena simpatía, de modo que mis pensamientos pasan a él y yo soy consciente de lo que él siente, ¿no estoy viviendo en su cerebro al mismo tiempo que en el mío y ello en el sentido más literal?”Así, la universalización de un consenso no sólo significa la disolución de contradicciones sino también la extinción de la individualidad de aquellos que pueden mutuamente contradecirse, su desaparición en una representación colectiva. Peirce entiende la identidad del individuo, al igual que Durkheim, como imagen simétrica de la solidaridad mecánica de un grupo: “Así el alma del hombre es una determinación especial del alma genérica de la familia, la clase, la nación, la raza a la que pertenece”. Sólo G. H. Mead, un pragmático de la segunda generación, entendería el lenguaje como el medio que “socializa” a quien actúa comunicativamente, en la medida en que a la vez le restituye individualidad. Las identidades colectivas de familia, clase y nación guardan una relación de complementariedad con la identidad del individuo. La identidad personal no puede quedar suprimida y superada en la colectiva mediante generalización. Yo y el otro sólo pueden concordar en una interpretación y compartir las mismas ideas en la medida en que no vulneren las condiciones de la comunicación lingüística y mantengan una relación intersubjetiva que los obliga a adoptar entre sí la relación de una primera persona o una segunda persona. Pero esto significa que cada uno de ellos ha de distinguirse de su destinatario como ambos en primera persona del plural buen distinguirse en común de los otros como terceras personas. En cambio, la medida en que la dimensión de la posibilidad de contradicción se cierra, la comunicación lingüística se encoge hasta reducirse a una especie de comunión que ya no necesita del lenguaje como medio del entendimiento.Peirce hizo en una ocasión a los que hegelianos la objeción de que pasaban por alto el momento de la dualidad que se expresa en la resistencia externa de los objetos existentes. Pero él pasa por alto ese momento de dualidad que la comunicación se nos pone de manifiesto como contradicción y diferencia, como la peculiar forma de ser y comportarse de otro individuo. Pero esa individualidad, cuando se trata de un gran filósofo, puede también expresarse en su filosofía. En este sentido está en su razón Peirce cuando señala: “Cada hombre tiene su propio carácter peculiar. Este carácter entra en todo lo que hace, pero en cuanto que entra en todo su conocimiento, se trata de un conocimiento de las cosas en general. Es, por tanto, la filosofía del individuo, su manera de ver las cosas, la que constituye su individualidad”. Publicado por unlzsemio2007 en 13:25 0 comentarios

UNLZ - FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES - Cátedra: Semiología.

FUNDAMENTACION.

La materia Semiología se dicta para alumnos de diferentes Carreras lo cual supone distintas expectativas e intereses. Sin embargo, también se cuenta con un sustrato común en relación al reconocimiento de los fenómenos comunicacionales y lingüísticos en la medida en que

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Lingüística y Principios de Semiología es correlativa de Análisis del Discurso. A partir de estos supuestos es que se propone el estudio de los fenómenos discursivos contemporáneos desde la metodología semiológica y del análisis del discurso. Como se sabe, estas orientaciones resultan de una confluencia marcada por distintas perspectivas teóricas (la lingüística, en primer orden, pero también hay que reconocer los aportes de la antropología, filosofía, sociología, psicoanálisis, etc.) que, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, sobre todo en Europa, Estados Unidos y también América Latina, van consolidándose como opciones singulares y eficaces para el estudio y el análisis de los fenómenos comunicacionales masivos. Somos, existimos y nos relacionamos a partir del lenguaje. Es él el que nos permite tener la primera organización del mundo. A partir de allí somos capaces de diferenciar los objetos, reconocer los afectos y ubicarnos en la sociedad. De allí que la relación entre lenguaje, pensamiento y realidad sean problemáticas privilegiadas de estudio. Sin embargo el lenguaje se expresa a través de discursos que, según sus propios mecanismos de estructuración y reiteración, pueden ser recortados en diferentes y, a veces arbitrarias, clasificaciones. Así reconocemos un discurso jurídico, un discurso científico, un discurso publicitario, un discurso pedagógico, etc. El concepto de discurso es uno de los más polémicos y conflictivos. Sus plurales acepciones hace que sea preciso ubicarse desde una perspectiva para, a partir de allí, comenzar el trabajo. En nuestro caso optamos por la definición que señala que “hay que entender discurso en su extensión más amplia: toda enunciación que supone un hablante y un oyente, y en el primero, la intención de influir de alguna manera en el otro”. Pero además del estudio de los fenómenos estructurantes de cada discurso importa también dar cuenta de los mecanismos a partir de los cuales un sujeto se apropia de la lengua, la organiza, le da su propio matiz y posibilita el desencadenamiento de plurales sentidos. Es lo que conocemos como fenómenos enunciativos. Ellos aparecen enmarcados en ese gran apartado que se refiere a la enunciación. La relación entre la definición de discurso propuesta y la noción de enunciación es importante porque marca las relaciones discursivas en términos de efectos sobre los sujetos. Los discursos se instalan en la sociedad, vertebran y condicionan las relaciones sociales. De aquí surge otro gran tema que se refiere a los modos de producción y circulación de los discursos. Cuando hablamos la base estructurante gira en torno a describir, narrar o argumentar. Incluso, tal vez se pueda afirmar que en realidad la última, argumentar, rige a las otras dos. Esto implica estudiar los fenómenos que provoca el discurso en términos del proyecto que se formula el locutor cuando pronuncia un discurso y, al mismo tiempo efectos, supuestos o reales, que se tienen sobre quienes reciben los discursos, ya sea que se los ubique como público, opinión pública, auditorio, destinatarios o cualquier otro concepto afín. En el presente cuatrimestre la materia estará organizada sobre la base de tres ejes temáticos: el que gira en torno al concepto de signo, el de la enunciación y el de la argumentación. Ellos estarán orientados al estudio y la aplicación práctica en dos géneros discursivos: el discurso mítico y el discurso político. Los otros temas teóricos que se tocarán servirán como soporte de los indicados anteriormente.

OBJETIVOS

La materia se dicta, como se indicó más arriba, para alumnos que cursan distintas carreras, se da por descontada una base de conocimientos comunes referidos a problemáticas comunicacionales y a conceptos básicos de la lingüística contemporánea. Esta situación es la que se da por supuesta cuando se trata de introducir a los alumnos en los grandes

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desarrollos teóricos de la semiología con la intención de alcanzar, al concluir el cuatrimestre, los siguientes objetivos:

• que estén en condiciones de incorporar una metodología semiológica y de análisis del discurso para el estudio de los discursos masivos.• que estén en condiciones de reconocer las estructuras subyacentes a los discursos.• que sean capaces de conocer las características específicas de los discursos propuestos.• que puedan reconocer la particularidad del relato cinematográfico y sus efectos.• que puedan trabajar con los elementos teóricos brindados en pequeñas aplicaciones de fenómenos discursivos.• que puedan reconocer los mecanismos argumentativos desplegados por los emisores de mensajes académicos y de los medios masivos.

CONTENIDOS

UNIDAD 1. LA SEMIÓTICA DE CHARLES S. PEIRCE. Componentes binarios. Relaciones diádicas y triádicas. Distintas concepciones acerca del signo. El signo en Peirce. Inducción, deducción y abducción. Primeridad, Segundidad y Terceridad. Gramática, Lógica y Retórica. Distintos tipos de signos. Sistemas semióticos y sistemas semánticos. Sistemas de modalización primaria y secundaria. Pragmatismo.

UNIDAD 2. ARGUMENTACIÓNCaracterísticas del discurso argumentativo. Explicación y argumentación. La argumentación en la época clásica. Retórica y dialéctica aristotélicas. Ejemplos y entimemas. Formas directas e indirectas de la argumentación. Los "topoi" argumentativos. El modelo argumentativo en Perelman y Toulmin. Ejemplos, ilustraciones, modelos. La noción de auditorio. Argumentación y Pragmadialéctica. El modelo argumentativo de van Eemeren. Esquemas argumentativos y estructuras de la argumentación.

UNIDAD 3. LA TEORIA DE LA ARGUMENTACIÓN CONTEMPORÁNEA.Las teorías de la argumentación después de Perelman y Toulmin. Evaluación y crítica de los dos modelos teóricos. El proyecto filosófico de Toulmin. Lógica jurídica y Nueva Retórica. Argumentación y valores. Persuasión y disuasión. La emoción en la argumentación.UNIDAD 4. MITO Y DISCURSO POLÍTICO.El mito como elemento semiológico. Forma, concepto y significación. Mito y creencia. El mito y el discurso político. Mito e imaginario político. Los conjuntos mitológicos. Comunicación y ciudadanía. Prácticas sociales y representación simbólica. El lenguaje televisivo. El discurso noticioso y la fabricación del ‘acontecimiento’.UNIDAD 5. ENUNCIACION El sujeto en la lengua. Enunciación. Discurso/historia. Enunciador, enunciatario. Géneros discursivos y textos. Deícticos. Personas. Tiempos verbales. Localizaciones espaciales y temporales. Mundo comentado y mundo narrado. Subjetivemas. Los apelativos. "Dictum" y modalidades. Unidad 6. PRAGMÁTICA Presupuestos y sobreentendidos. Implicaturas conversacionales. Ruptura de la isotopía estilística. Intertextualidad y polifonía. Discurso directo, indirecto y discurso indirecto libre.

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Enunciados referidos. Coherencia, cohesión y orientación argumentativa. Secuencias textuales. Clasificación y relaciones en el interior del texto.BIBLIOGRAFIA OBLIGATORIA Se indica sólo la bibliografía de lectura obligatoria y sobre la que se realizará la evaluación según los criterios explicados más abajo con un asterisco (*), el resto debe considerarse como bibliografía complementaria.

UNIDAD 1. LA SEMIÓTICA DE CHARLES S. PEIRCE.(*) Roberto Marafioti, Charles S. Peirce. El éxtasis de los signos, Biblos, Buenos Aires, 2004. (*) Charles S. Peirce, "Algunas consecuencias de cuatro incapacidades", en El hombre, un signo, Crítica, Madrid, 1996. (*) Habermas, J. “Charles S. Peirce sobre Comunicación”, en Textos y contextos, Ariel Filosofía, Madrid, 1996.(*) Roberto Marafioti, “El regreso del pragmatismo”, mimeo, 2012. Material disponible sólo para los alumnos de la Cátedra.(*) Charles S. Peirce, Selección de textos, disponible en la fotocopiadora de la Facultad.(*) -------, ¿Qué es un signo?, en www.robertomarafioti.com (*) -------, Fundamento, Objeto e Interpretante, en www.robertomarafioti.com (*) -------, Del razonamiento en general, en www.robertomarafioti.com.(*) Roberto Marafioti (2012), “El regreso del pragmatismo”. Mimeo.Umberto Eco, "Límites naturales: el umbral superior" y "El interpretante", en Tratado de Semiótica General, Barcelona, Lumen, 1977, pp. 57-66 y 133-140.E. Benveniste: "Semiología de la lengua", en Problemas de Lingüística General II, Siglo XXI, México, 1971.Harold Weinrich, "Mundo comentado/mundo narrado", en Estructura y función de los tiempos en el lenguaje, Madrid, Gredos, 1975, (Adapt. de la cátedra).D. Maingueneau "1. El aspecto indicial, Problemas de tipología", en Introducción a los métodos de análisis del discurso. Problemas y perspectivas, Hachette, Bs. As., 1980, págs. 116-136.R. Marafioti (Comp.), Elena P. de Medina y E. Balmayor, Recorridos semiológicos. Signos, enunciación y argumentación, Buenos Aires, EUDEBA, 1997.Juan Magariños de Morentín, El signo. Las fuentes teóricas de la semiología. Saussure, Peirce, Morris, Hachette Universidad, Buenos Aires, 1983. Umberto Eco, Signo, Labor, Cali, Colombia, 1994. Herman Parret, Semiótica y Pragmática. Una comparación evaluativa de marcos conceptuales. Hachette, Buenos Aires, 1993. Carlo Sini, Semiótica y filosofía, Hachette, Buenos Aires, 1985. Émile Benveniste, Problemas de lingüística general I y II, Siglo XXI, México, 1977.

UNIDAD 2. ARGUMENTACIÓNFrans van Eemeren, Argumentación, Análisis, Presentación y Evaluación, Biblos, Buenos Aires, 2006.Aristóteles (2004), El arte de la Retórica, EUDEBA, Buenos Aires.(*) Plantin, Christian, La argumentación. Biblos, Buenos Aires, 2012.

UNIDAD 3.

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(*) Frans van Eemeren y Peter Houtlosser, "La Retórica en la pragmadialéctica", en www.robertomarafioti.com(*) Roberto Marafioti, Los patrones de la argumentación. La argumentación en los clásicos y en el siglo XX, Biblos, Buenos Aires, 2003. Vincenzo Lo Cascio, Cap. 5 "La gramática argumentativa", Cap. 6 "Los indicadores de fuerza", Cap. 9 "Lenguajes especiales" en Gramática de la argumentación, Alianza Universidad, Madrid, 1998.Stephen Toulmin, Cap 3 La forma de los argumentos en Los usos de la argumentación, Península, Madrid, 2007, p. 129 – 191(*) Roberto Marafioti (ed.), Teoría de la argumentación. A 50 años de Perelman y Toulmin, Biblos, Buenos Aires, 2010. Atienza, Manuel, Para una teoría de la argumentación jurídica, en www.robertomarafioti.com

UNIDAD 4. MITO Y MITOLOGÍAS POLÍTICAS.

Barthes, Roland (1999) [1956]. “El mito, hoy”, en Mitologías, México, Siglo XXI.Girardet, Raoul, (1999). Mitos y mitologías políticas, Nueva Visión, Buenos Aires.Riorda, Mario (2006). “Los mitos de gobierno. Una visión desde la comunicación gubernamental”. En Hologramática. Facultad de Ciencias Sociales UNLZ, Año III, Número 4, V2. ISSN 1668-5024Mata, María Cristina (2002). “Comunicación, ciudadanía y poder: pistas para pensar su articulación”. En http://www.dialogosfelafacs.net/dialogos_epoca/pdf/64-05MariaMata.pdfChampagne, Patrick (2000). “La visión mediática”. En Bourdieu, Pierre. La miseria del mundo. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. Thompson, John (1998) Los media y la modernidad. Barcelona, Paidós. Capítulos 1 y 3.Farré, Marcela (2004). El noticiero como mundo posible: estrategias ficcionales en la información audiovisual. Buenos Aires, La Crujía. Capítulos 1 (hasta punto 1.4 inclusive) y 6.

UNIDAD 5. ENUNCIACIÓN.O. Ducrot: "La noción de sujeto hablante", en El decir y lo dicho , Hachette, Buenos Aires, 1984, págs. 251-277. E. Benveniste: "Semiología de la lengua", en Problemas de Lingüística General II, Siglo XXI, México, 1971. E. Benveniste: Cap. V "El aparato formal de la enunciación", en Problemas de lingüística general II, Siglo XXI, México 1971, págs. 82-91. E. Benveniste: "De la subjetividad en el lenguaje", en Problemas de lingüística general II, Siglo XXI, México 1971, Tomo I, p. 179-187. O. Ducrot, "La enunciación", en El decir y lo dicho , Hachette, Buenos Aires, 1984, p. 133-147. O. Ducrot y T. Todorov: "Enunciación", en Ob. Cit., p. 364-368. M. I. Filinich, Enunciación, Enciclopedia semiológica, EUDEBA, Buenos Aires, 1998. D. Maingueneau, "El carácter no unitario del discurso: Enunciados referidos e interferencias léxicas", en Introducción a los métodos de análisis del discurso. Problemas y perspectivas, Hachette, Bs. As., 1980, págs. 137-144. M. Bajtín, Estética de la creación verbal, Siglo XXI, México, 1982.

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R. de Beaugrande y W. Dressler, Introducción a la lingüística del texto, Ariel, Barcelona, 1997.Courtine, Jean-Jacques, Análisis del discurso político (El discurso comunista dirigido a los cristianos), Langages N° 62, Junio 1981, Paris.

UNIDAD 6. PRAGMÁTICA.Stephen Levinson, Pragmática, Teide, Barcelona, 1989. O. Ducrot y T. Todorov: "Pragmática", en Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, Siglo XXI, México, 1980.Jacques Moeschler y Anne Reboul, Diccionario enciclopédico de pragmática, Madrid, Arrecife, 1999. John Lyons, Cap. 1 y 3, en Semántica, Teide,Barcelona, 1977. AA. VV., Manual de lectura y escritura universitarias, Biblos, Buenos Aires, 2003, Introducción, caps. 1 y 4. Anexos, 1, 2, 3, 4, 5. J. M Adam, Textes, discours, types et genres. Études de Linguistique Appliquée 83, jul-sept 1991.

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA.

O. Ducrot y T. Todorov: "La semiótica", "El signo" y "Sintagma y paradigma", en Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, Siglo XXI, México, 1980, págs. 104, 111, 120 - 127, 129 - 135.Umberto Eco, "El signo" en Signo, Barcelona, Labor, 1988, págs. 5-12.Estrada, Andrea. La tragedia según el discurso. Así se siente Cromañón (Evidencialidad y formas de percepción de la enunciación pasional). Prometeo, Buenos Aires, 2010.Gérard Deladalle, "La filosofía de Peirce", en Leer a Peirce hoy, Gedisa, Barcelona, 1996.Juan Magariños de Morentín, "Charles Sanders Peirce: sus aportes a la problemática actual de la semiología", en El signo. Las fuentes teóricas de la semiología: Saussure, Peirce, Morris, Hachette, Buenos Aires, 1983, pp. 81-111.Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca, Tratado de la argumentación. La nueva retórica, Gredos, Madrid, 1986.----------, De la justicia, Centro de Estudios Filosóficos, UNAM, México, 1964Stephen S. Toulmin, Los usos de la argumentación, Peninsula, Madrid, 2006.Abric, J. C. et al.(1994): Pratiques sociales et représentations, París, P.U.F. Adam, J. M. (1991): "Cadre théorique d'une typologie séquentielle" en: Textes, discours, types et genres, ELA 83 (Juillet-Septembre 1991).Alvarado, Maite (1994): Paratexto, Buenos Aires, Oficina de publicaciones, CBC, UBA.Angenot, Marc (1982): La parole pamphlétaire. Contribution à la typologie des discours modernes. Paris: Payot.Karl-Otto Apel (1997), El camino del pensamiento de Charles S. Peirce, Visor, Madrid. Bajtin, M. (1976) [1930]: El signo ideológico y la filosofía del lenguaje, Buenos Aires, Nueva Visión.Benveniste, Emile (1987 [1974]): Problemas de lingüística general, México, Siglo XXI.Beugrande, R.de y Dressler, W.(1997[1981]): Introducción a la lingüística del texto. Barcelona, Ariel. Cassany, D. (1991) Describir el escribir, Buenos Aires, Paidós. Gérard Deladalle, Leer a Peirce hoy, Gedisa, Barcelona, 1996.

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MODALIDAD DE DICTADO DEL CURSO.Se trata de un curso estructurado en clases teóricas y en trabajos teórico- prácticos. El desarrollo de la materia prevé la exposición a cargo del docente titular y del Jefe de Trabajos Prácticos para las clases teóricas y de los docentes encargados de las clases prácticas. Al mismo tiempo se promoverá la ejercitación con los alumnos de modo de poner en evidencia la correlación entre los conceptos teóricos y las posibilidades que brinda su aplicación práctica. La lectura del material bibliográfico resulta imprescindible para ir siguiendo el desarrollo del curso.En el año 2012 se dictarán las Unidades 1 a 4. Los contenidos de las Unidades 1 a 3 se dictarán en las clases teóricas. Los contenidos de la Unidad 4 se dictarán en las clases prácticas.EVALUACION

Esta prevista la evaluación del total del dictado en las clases de la materia a través de dos exámenes. Un examen parcial corresponderá a las clases prácticas. Otro examen general se tomará en el horario de teóricos y tendrá la modalidad de evaluar tres aspectos.

1. Control de lectura de la bibliografía obligatoria.2. Preguntas de comprensión que tratan de poner en juego la elaboración personal del alumno a través de las necesarias relaciones que pueden existir entre los textos.3. La aplicación de los conceptos teóricos a una propuesta práctica.Este tipo de trabajo se habrá realizado antes en clase, en esa oportunidad se proveerá a cada alumno de un texto para que lo analice. En caso de estar ausente en un examen o de reprobarse se podrá acceder SOLO un examen recuperatorio (el ausente o el reprobado) pero en esta oportunidad se incluirán el conjunto de los temas previstos aún cuando no

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hayan sido dados en clase. El día del parcial de prácticos no se dictará clase teórica.MODALIDAD DE EXAMEN LIBRE.Los alumnos que opten por esta modalidad deberán dar un examen escrito que incluirá la totalidad de los contenidos del programa de la materia. Si se aprueba la instancia del examen escrito se pasará a dar un examen oral.Se evaluará la bibliografía obligatoria más los contenidos que figuran en la bibliografía complementaria de las diferentes unidades del presente Programa.Roberto Marafioti – Marzo de 2012. Publicado por unlzsemio2007 en 13:23 0 comentarios Entradas más recientes Entradas antiguas Página principal Suscribirse a: Entradas (Atom)

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