un análisis de la biblioteca de babel
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Un análisis de LA BIBLIOTECA DE BABEL (de Jorge Luis Borges)Noé Jirik afirma que en muchos cuentos de Ficciones, “el libro es el motor principal, el centro en torno del cual gira lo que se cuenta” (El Fuego de la especie, p. 142). En “La Biblioteca de Babel” se trata de explicar la existencia del universo, al que muchos llaman Biblioteca, el cual es interminable e infinito. La Biblioteca no es más que un símbolo y este universo, a su vez, posee un orden, que también por ser infinito es impenetrable.
Jitrik establece también, que la acumulación en la Biblioteca de todas las posibilidades resulta, en su sincronía, la negación de la posibilidad del conocimiento. En este cuento, afirma el autor, los libros giran incesantemente; son la imagen de lo ya resuelto e inmodificable y, por lo tanto, repetición. Dice Jitrik que la biblioteca es “infierno indestructible en el que se congela la mente humana” (El Fuego de la especie, p.145).
El rol de los libros es central en el cuento: ellos son de naturaleza informe y caótica, y la vida de los bibliotecarios gira en torno a explicar la existencia de estos libros; en torno, por ejemplo, a conjeturas sobre el idioma en que están escritos. Los bibliotecarios tienen la certeza que los libros están compuestos por los mismos 25 símbolos: el espacio, la coma, el punto y las veintidós letras del abecedario. Sin embargo, encuentran una gran incógnita en el momento de intentar descifrar esos volúmenes ilegibles: el intento de interpretarlos es constante, pero estos caóticos libros son impenetrables. Sostienen que:
“en algún anaquel de algún hexágono (…) debe existir un libro que sea cifra y el compendio perfecto de todo los demás (…)” (Ficciones, p.41)
y también, que uno de los bibliotecarios lo ha recorrido y descubierto que el libro es análogo a un dios. Este simbolismo, el de un libro que sea la existencia perfecta de todos los demás, permite llegar a la conclusión que los libros que nombra Borges son hombres, que habitan la biblioteca (el universo).
Borges explica que, a pesar de la imposibilidad de penetrar el entramado tejido por alguna divinidad, al que llama universo, no puede el hombre desistir en la tarea de planear esquemas humanos para la explicación de la existencia y los límites de dicho universo. Ni tampoco los intentos de los bibliotecarios de descifrar su contenido. Borges ironiza sobre este intento de los bibliotecarios:
“Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones del árabe clásico” (Ficciones, p.39)
Además, este tópico de la confusión de lenguas hace pensar la conexión del título del cuento con el mito cristiano de la Torre de Babel, en la antigua
Babilonia. En aquel lugar, los habitantes habían construido una torre para llegar al Cielo, y habían pagado con un castigo divino, el de la ininteligibilidad entre las lenguas que se hablaban en dicho centro urbano. La referencia en el cuento a la diversidad de lenguas y a los innumerables idiomas que se hallan fuera del alcance de los humanos, es muy clara.
De la visión caótica del universo emerge la imagen favorita de Borges: el laberinto. Este representa el vehículo a través del cual Borges lleva su cosmovisión a casi todos sus relatos.
“La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden)(…).” (Ficciones, p.42)
Jitrik afirma que el libro se “construye sobre un lenguaje que tiene detrás un pensamiento” y que “en la medida en que el libro se magnifica frente a la acción, en la medida en que, por consecuencia, el pensamiento se agiganta, esas figuras como el laberinto indicarán no tanto una forma de ser del mundo sino una dificultad del pensamiento.” (El fuego de la especie, p.148).
JUEVES, 10 DE MARZO DE 2011
Punto Literario : Análisis en torno a la Biblioteca de Babel.
*Una mirada al apasionante cuento de Borges "La Biblioteca de Babel" donde la temática de la infinitud y la finitud se hacen presentes.Por Luis Felipe Caneo.
Una de las problemáticas abordadas por la humanidad a lo largo de la existencia es el tópico de la infinitud y la finitud, un tema que el gran escritor argentino José Luis Borges aborda en diversos cuentos, como en la Biblioteca de Babel. Es un cuento inserto dentro del libro Ficciones que narra la historia de un bibliotecario que relata su experiencia de vida en cuanto a la función que realiza
en el día a día. Lo interesante del planteamiento de Borges dice relación con la metáfora utilizada: la biblioteca es el semejante del universo, de lo infinito[1].
Es importante señalar que el gran filósofo y matemático Pascal describían al universo, lo infinito, como una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna, un razonamiento posible de hallar en la Biblioteca de Babel como queda graficado en la siguiente frase: “La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible”. Es posible, además, de hallar en el cuento la tesis pitagórica de Nietzsche: éste dice que el universo se repite en forma cíclica, tal como ocurre con la Biblioteca: “Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que repetido, sería un orden: el Orden)”.
Al buscar las razones de la utilización de lo infinito en la Biblioteca, éstas se explican no por una búsqueda de la verdad sino por un anhelo de asombro y diversión intelectual. A lo anterior, debemos sumar que Borges, una vez que vio los efectos de la Segunda Guerra Mundial, tomó conciencia de que en sus escritos resaltaba el nacionalismo, por lo que decidió en sus creaciones futuras enfrentan a los personajes a ideas.
La Biblioteca de Babel se ve una comparación entre el universo y la biblioteca infinita que está compuesta por una multitud de galerías hexagonales e idénticas. Una biblioteca que está gobernada por dos axiomas: el primero de ellos dice relación con que la biblioteca existe desde la eternidad y el segundo de ellos es que los libros están conformados por una combinación aleatoria de 25 signos ortográficos.
El rasgo infinito y totalizador de la biblioteca en cuestión nos lleva al problema eje del cuento de Borges: “Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. […] A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable”.
Una mirada al narrador del cuento
Para comprender los escritos es clave identificar el tipo de narrador que prima en la obra y cómo éste se expresa en el relato, un ejercicio que haremos con la “Biblioteca de Babel”. Es así como a lo largo del cuento reseñado es posible de hallar dos narradores: el primero de ellos es un narrador
personaje[2] y un narrador editor[3], el grado de conocimiento que se observa en ellos se explica por la función desarrollada dentro de la historia: en el caso del primero hallamos un conocimiento total ya que él nos cuenta una experiencia propia[4], en el segundo presenta un conocimiento relativo ya que su misión es aportar antecedentes a la historia y en ese sentido desconoce muchos aspectos de la misma. Tiene una estructura abierta el relato, dado a que al final de la obra, del escrito, señala que la biblioteca es infinita y siempre mantiene el mismo orden, por lo que cualquier viajero en la historia de la humanidad va a hallar el mismo orden. Fiel al estilo Borges, concluye “La Biblioteca de Babel”[5] con un final sin terminar, abierto.
Al buscar el punto de hablada en el relato, éste lo hallamos en el narrador personaje: está él en la biblioteca al final de su vida. Un momento en la vida en que desea relatara la historia de la Biblioteca para traspasar el conocimiento que tuvo en torno a la biblioteca, con el fin de que en el futuro sepan quién fue y donde se desarrolló su vida; al mismo tiempo, anhela que al dar a conocer los secretos de la biblioteca, por decirlo de alguna manera, alguien puede optar por el honor y la sabiduría que en su vida no hallo.
La “Biblioteca de Babel” muestra a lo largo de sus páginas una historia visible y otra oculta: la primera de ellas nos narra las experiencias de un sujeto, que se expresan mediante el narrador personaje, en torno a su lugar de trabajo: la biblioteca y la segunda, por su parte, se refiere a la problemática de la infinitud y finitud en la existencia humana y como lo anterior influye en la concepción en torno a la biblioteca. Dos historias que, al final de cuentas, configuran un lector: el que está leyendo el cuento, es decir, todos nosotros, haciéndonos una invitación en forma implícita a reflexionar sobre las ideas de la infinitud en nuestro día a día.
En resumen, en el cuento citado vemos como Borges refleja en el relato el enfrentamiento entre un personaje protagonista, el bibliotecario, y la idea de la infinitud que a la larga genera una duda en torno a si realmente sabemos qué es la finitud o es simplemente una sensación mental, una ficción que la certeza a nuestra existencia. Una interrogante que, al igual que los cuentos de Borges, queda abierta, sin respuesta.
[1] Lo que quiere hacer Borges es destruir la certeza que tenemos hoy en día en torno a la finitud, uno de los fundamentos de la realidad. Ante este escenario, el lector se ve inserto en un ambiente de imposibilidad de representación de lo infinito.
[2] Éste es un narrador que utiliza la primera persona, sabemos que es bibliotecario y ya está en el final de sus días, es viejo. Este narrador se encuentra dentro de la historia, ya que dado a sus características nos cuenta una experiencia propia.
[3] La función del citado narrador fue poner el epígrafe, las notas al pie de página etc. Sabemos con respecto a él que realizó su trabajo en el Mar del Plata en el año 1941, mas mayores detalles se desconocen. Este narrador se halla fuera de la historia, pues su función dice relación con aportar detalles sobre aspectos de la historia.
[4] Allí está la clave para entender porque a uno de los narradores de este cuento se le denomina narrador autoral.
[5] El relato en el cuento está fundamentalmente en presente, dándole el paso al pasado cuando el narrador recuerda viejos tiempos de su vida y futuro se hace presente al imaginar su muerte.
http://elmundodeayeryhoy.blogspot.com/2011/03/punto-literario-analisis-en-torno-la.html
Sobre la des-construcción de “La Biblioteca de Babel”
o El imperio de la Metáfora
Raquel Bórquez B.
Instituto de Literatura y Ciencias del LenguajePontificia Universidad Católica de Valparaíso - Chile
Localice en este documento
“…Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora consideradas como monedas, sino como metal…” Friedrich Nietzsche
1. No resulta del todo curioso leer en “La retirada de la metáfora” [1] a Jacques Derrida aludiendo a una biblioteca para “representar” los dominios de la metáfora en la cultura occidental. Una biblioteca sin límites perceptibles, en la que deambulamos, concientes o no, en un sofisticado vehículo que no ostenta estabilidad ni permanencia, sino que, por el contrario, tiene la sugerente propiedad del traslado perpetuo en un viaje infinito y la necesidad constante de la transformación de su forma, su velocidad y su dirección. Este “vehículo” imprescindible se torna ante nuestros ojos como aquello que nos funda, aquello que nos justifica y nos “significa”: el lenguaje. Sin embargo, detenerse a indagar en el carácter metafórico de éste es a su vez otra forma de patentizar una ausencia siempre disfrazada de otra cosa: de presencia, de verdad, de fundamento, es decir, de la falacia de un centro inmutable. Esta pretendida estabilidad nos da la medida de nuestra cultura. Hemos construido o escrito el “universo” asumiendo una presencia sublime que anula a partir del olvido la cualidad tropológica de la palabra. Ahora bien, “dentro” del discurso filosófico, la “metáfora” es un concepto que, no obstante lo antes sugerido sobre ella, es utilizado para validar una metafísica de la presencia que caracteriza el saber occidental, cuyo antecedente podríamos encontrar ya en la Poética de Aristóteles. Esta validación de la presencia a partir de la metáfora (nominación de una cosa con un nombre que designa otra, cuya lógica es la semejanza o la analogía) se justifica a partir de la oposición entre un “sentido propio” y un “sentido figurado” de lo dicho. Queda expuesta así aquella instancia propia de la metafísica y el reconocimiento de la metáfora en beneficio de ésta, de ese significado “propio”, literal, al que alude constantemente el discurso occidental logocéntrico. A partir de estos presupuestos no es difícil comprender el lugar que ocupa la literatura en relación a otros discursos humanos que aluden a una verdad imperecedera. Porque el lugar de la literatura es el espacio de la escritura, entendida como pura figuración, topoi predilecto de la ficción, del engaño, de la mentira. Sin embargo, una vez relegada a un margen escrupulosamente dibujado, queda el misterio de lo oscurecido, aquello que atrae perversamente, como la metáfora, que siempre oculta algo, o lo demora. Ese “algo”, lo aplazado o diferido constantemente, no parece ser otra cosa que un vacío, una carencia disfrazada una y otra vez a partir de una “pasión” que constituye su único movimiento: el de la proliferación del significante, la constatación del juego interminable que funda el “imperio de la metáfora”. Ahora bien, recordar el carácter tropológico del lenguaje, poniendo en crisis así la transparencia de cualquier representación, es abogar por la existencia de una “archiliteratura”, concepto a partir del cual es posible considerar el “lenguaje serio” como “un caso especial del poco serio” (Culler 1984: 160) y el discurso filosófico, en palabras de Derrida, como “un género literario particular, que extrae las reservas de un sistema lingüístico , organizando, forzando o desviando un sistema de posibilidades tropológicas que son más antiguas que la filosofía” (Cit. en Culler 161).
2. Jorge Luis Borges, identificado por Sarlo como “un escritor en las orillas” [2] es también un viajero en el límite de ese abismo que configura la palabra. Así, en “La biblioteca de Babel” [3] se nos describe el universo como una biblioteca cuyo centro, sugerido a partir de su descripción arquitectónica, es el vacío, el abismo infinito. No obstante, ese vacío dibujado está circunscrito por una cantidad ilimitada de anaqueles que, en su conjunto, constituyen el mundo por donde el hombre-bibliotecario deambula. Habitante perpetuo de la escritura, nuestro protagonista nos da la medida del universo: veinticinco símbolos ortográficos a partir de cuya inestimable combinación se produce la infinitud de libros que conforman el universo, cuyo centro vacío es imposible de fijar: “La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible”. (Borges 113).
Es a partir de estos rasgos presentes en “La Biblioteca de Babel” que los argumentos desconstructivos nos permiten no sólo identificar gran parte de la escritura borgeana con
estos postulados, sino que también proponer una lectura de este relato a partir del uso de algunas de las herramientas críticas que derivan de la propuesta teórica de Jacques Derrida. De esta forma, el propósito inmediato de este trabajo es situar dicho cuento en los parámetros antes referidos, tomando como eje central de esta revisión la dimensión tropológica del lenguaje que sitúa todo texto en los dominios de una “literatura generalizada”, lo que implica, a su vez, concebir el habla como otra forma de escritura que se sustenta en la repetitividad potencial de todo signo. Por otro lado, a partir de este eje, abordaremos el tratamiento que la pareja “hombre/dios” recibe en el texto borgeano y los alcances de esta oposición que desde la eternidad ostenta una jerarquía interesante de desentrañar a partir de la problemática que en este cuento dice relación con la escritura.
Babel: La unidad desconstruída y el “Dios” demoledor.
“La Biblioteca de Babel” nos sitúa ante una primera referencia intertextual que aparece en el Génesis de la Biblia, donde se relata un episodio en que Dios, al ver a los hombres proyectar la construcción de una torre, cuya altura pretendía llegar al cielo, interviene despojando a los hombres de su lengua única, sembrando la confusión y dispersándolos por la faz de la tierra [4]. A partir de este mito no sólo es posible determinar el supuesto “origen” de las diversas lenguas por mandato divino, sino que también reafirmar la naturaleza caótica del universo/biblioteca. Desde esta perspectiva, el origen de la biblioteca, del universo, de la escritura, no es otro que Dios, fuente de la verdad, culpable de la confusión reinante. Nos encontramos así frente a una concepción logocéntrica de la escritura que hunde sus raíces en un libro “sagrado” que ha marcado gran parte de la historia occidental, pues, como bien señala Jacques Derrida, el logocentrismo domina el concepto de escritura al asignarle al logos el origen de toda verdad. Por otro lado, es también “La Biblioteca de Babel” aquel espacio concebido caóticamente para impedir el acceso al “cielo”, negando toda posible igualdad entre el hombre y Dios. La “Biblioteca” es concebida así como otra forma de la divinidad, biblioteca que a lo largo de casi todo el relato ostenta una inquebrantable mayúscula inicial que contrasta con la pequeñez del hombre-bibliotecario. Siguiendo esta idea, podemos encontrar que tan sólo en un momento el hombre común y corriente se corona con la mayúscula divina: es el Hombre del Libro, el hombre que ha tenido el privilegio de leer el libro total, es decir, aquel que convoca en sus páginas todos los libros y cuyo lector es “análogo a un Dios” (Borges 122). Pero e ahí que las “trampas” del texto afloran significativamente desde un supuesto “margen” del relato en cuestión. Así, el comienzo de la primera cita que firma el “editor” de “La biblioteca de Babel” dice: “El manuscrito original no contiene guarismos o mayúsculas.” (Borges 114).
Tomando en consideración esta cita, es posible abordar el texto haciendo uso de una “lógica de la suplementariedad como estrategia interpretativa” (Culler 125) mediante la cual podemos explicar la importancia de reparar en aquellos espacios periféricos del texto, como en nuestro caso lo es el pie de página referido. Explica Culler que la marginalidad de algo puede comprenderse precisamente a partir de las razones que han motivado la exclusión o postergación de aquello que se dice en ese espacio textual relegado, que actúa como un “suplemento” que cumple la función crucial de “suplir” una carencia, un vacío del texto central que, por lo tanto, posibilita y necesita para su existencia de ese “otro” texto. Así, el “pie de página” señalado anteriormente resulta crucial y de significativa importancia para dar cuenta del mecanismo desconstructivo que opera en este texto a partir de este “injerto marginal” [5], ya que éste sugiere subrepticiamente que el texto que se presenta inmediatamente al lector no es el original,
ni siquiera una reproducción fiel, muy por el contrario, es un texto que manifiesta una manipulación de la escritura que, por un lado, siembra la duda respecto del origen, y, por otro, sugiere que la “Biblioteca” es situada en un nivel fundamental, divino y metafísico de manera intencionada, como producto de la maniobra de alguien, en nuestro caso, del editor.
Ante este panorama descrito, la problemática de la “presencia” se implica en la de la escritura. Desde esta perspectiva es sumamente significativo retomar la discusión que establece Derrida cuando señala que la historia de Occidente o de la metafísica es la historia de los sucesivos nombres que a lo largo del tiempo ha recibido el centro, o el deseo de éste. Este centro, a partir del cual se constituye la estructura, ha estado sucesivamente habitado por metáforas, inaugurándose así, un juego de sustituciones sin comienzo ni fin. Dice Derrida con respecto al centro o a la “presencia central” que “no ha sido nunca ella misma, ya que desde siempre ha estado deportada fuera de sí en su sustituto.” (Derrida, La escritura y la diferencia 385). Entonces, concebida de esta manera, la noción de centro se desestabiliza, el centro mismo se difumina cediendo lugar a un vacío habitado por signos que se sustituyen hasta el infinito. “La Biblioteca de Babel”, por su parte, ostenta una estructura cuyo centro, ya habíamos señalado, es el vacío, lugar también de la muerte a partir de una “caída infinita”. Pero ese centro, a su vez, puede encontrarse en cualquier parte, no ostenta fijeza ni dimensiones establecidas. No obstante, la búsqueda de centro es un deseo manifiesto en el protagonista del texto borgeano. La presencia es eternamente buscada, pero dicha empresa termina siempre en el fracaso. Dadas las características de “La Biblioteca”, de su forma ortográfica de imponerse y de los alcances del complemento de su nombre, ésta simboliza también la presencia divina:
(Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso, sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.). (Borges 113).
La “Biblioteca” ha sido descrita anteriormente como “una esfera”. Esta forma circular no sólo hace referencia a la forma del mundo, después de todo, la Biblioteca también lo es, sino que además alude a ese libro total descrito en la última cita, ese libro que es Dios y que todo lo abarca. Sin embargo, esta creencia implica una sospecha. Se hace referencia a la oscuridad propia de la palabra, a una dimensión nunca presente, nunca inmediata, a partir de la cual está constituida toda escritura, toda biblioteca. Esa dimensión nunca presente alude a lo que Derrida identifica con el juego que instaura un sistema de diferencias. De esta forma, el absoluto y la jerarquía no es concebible, porque así como la “Biblioteca” es infinita y su centro puede estar en cualquier parte, “la ausencia de un significado trascendental extiende hasta el infinito el campo y el juego de la significación.” (Derrida, La escritura y la diferencia 385). Es entonces a partir de la proliferación del significante, de la escritura, que se compensa la carencia de presencia, de origen, de fundamento eternamente buscado, deseado:
…En aventuras de esas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses que en algún anaquel del universo haya un libro total (…) Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique. (Borges 122-123)
A partir de esta cita es posible deducir una vez más aquella oposición entre el hombre y Dios. También queda explícitamente señalado el orden divino de la “Biblioteca”. Confirma esta oposición la alusión a los espacios históricamente connotados por el cristianismo: el cielo y el infierno. Ambos espacios representan a Dios y al hombre respectivamente y a la jerarquía que ostenta el primero sobre el segundo, deducible además por las dimensiones espaciales a las que aluden (arriba-abajo). Por otro lado, el lugar que habita el hombre-bibliotecario es el espacio maldito, demoníaco a partir del cual se garantiza la oposición radical, Dios-hombre, cielo-infierno, Biblioteca-bibliotecario, verdad-escritura. Sin embargo, pese a que el hombre habita la “Biblioteca” se encuentra perdido en ella. La búsqueda del libro total, de la verdad, del sentido es perpetua, no hay centro. De hecho, la “Biblioteca de Babel”, es quizás aquel intento humano de alzarse al cielo, de llegar a Dios, toda la biblioteca es una búsqueda, toda la escritura una proliferación que sale al encuentro de una justificación, de un sentido siempre postergado, inalcanzable. Es la escritura la mejor “metáfora” de ese descentramiento que opera a nivel de todo discurso y que justifica, a su vez, las dimensiones abismales, infinitas de la biblioteca. He escrito “biblioteca” con minúscula. Y es que, finalmente, nuestro protagonista da con la solución para el “antiguo problema” (la inconexión entre lo que dicen las letras en el dorso de un libro y lo que contienen):
La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). (Borges 126).
Es el único momento en que la gran “Biblioteca” abandona su corona divina para dar paso al hombre, al bibliotecario que no es otro que el lector ávido, aquel encargado de comprobar que el único “orden” posible es aquel que se realiza sólo a partir del caos, desorden que se “ordena” a partir de la repetición, es decir, a partir de la “escritura”. Como señala Jonathan Culler en su explicación de Derrida, “esta repetitividad es la condición de cualquier signo. Una secuencia de sonidos puede funcionar como significante sólo si es repetible, si es susceptible de ser reconocida como “la misma” en diferentes circunstancias.” (93). La repetición, entonces, funda el “Orden” y como repetir un signo es no fijar una intención significativa concreta por parte de éste, el “orden” con mayúscula, que vuelve a aludir a una presencia trascendental, se desfigura inmediatamente por la repetición que alude al vacío constantemente sustituido por diversos contenidos. De esta forma la oposición Dios-hombre, en la cual el primer término goza de una jerarquía superior respecto del segundo, queda desconstruida en el propio relato a partir del ejercicio del descentramiento. Para garantizar este cuestionamiento “La Biblioteca de Babel” finaliza con una cita “ejemplar”:
Letizia Álvarez de Toledo ha observado que la vasta Biblioteca es inútil; en rigor, bastaría un solo volumen, de formato común, impreso en cuerpo nueve o en cuerpo diez, que constara de un número de hojas infinitamente delgadas. (…) El manejo de ese vademecum sedoso no sería cómodo: cada hoja aparente se desdoblaría en otras análogas; la inconcebible hoja central no tendría revés. (Borges 126).
La “Biblioteca Total” y el juego de la combinación
Son dos los axiomas que nos presenta el narrador de “La Biblioteca de Babel”, el primero es que La Biblioteca existe desde la eternidad, el segundo, que el número de símbolos ortográficos es veinticinco. A partir de la proclamación de estos axiomas podemos una vez más detectar como se va entretejiendo en el texto la oposición Dios-hombre y algunas de sus implicancias antes descritas. En relación a la primera “verdad” se establece una comparación entre la escritura humana; imperfecta, ruda y la escritura divina; puntual, delicada, simétrica. Todo esto para justificar la hipótesis de que el universo-biblioteca sólo puede ser obra de un dios, mientras el hombre bien puede ser producto del azar. La distancia que separa a los hombres de los dioses es precisamente la escritura. Sin embargo, a partir de la descripción de esta distancia que toma por ejemplo a la escritura, se infiere una vez más cierta oposición que sólo es justificable para el caso que nos convoca, a partir de la inserción de sus términos en un sistema de diferencias. Dice el texto:
Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas. (Borges 114).
A partir de esta cita se observa que la escritura humana comprende la exterioridad del libro, mientras la escritura divina comprende el interior. Esto señala la interdependencia de ambos términos para su mutua significancia y la igualdad de lo términos para este propósito fundamental. Pero también podemos percibir una vez más que lo divino está situado en un centro que, como hemos revisado, representa el vacío suplido por una escritura infinita que tiene su “origen” en el juego de la combinación. Situémonos ahora en el axioma que se nos propone en segundo lugar, la existencia finita de símbolos ortográficos a partir de los cuales se puede decir todo lo que sea expresable:
Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros (…) Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. (Borges 116-117).
Surge así la “Teoría de la Biblioteca Total” cuyos anaqueles registran todas las posibles combinaciones de esos veinticinco símbolos ortográficos: “Lo repito: basta que un libro sea posible para que exista. Sólo está excluido lo imposible.” (Borges 122). Sin embargo, surge aquí una contradicción aclaradora. Hablar de totalización, siguiendo los postulados desconstructivos que plantea Derrida, no tendría sentido, ya que la naturaleza del lenguaje excluye precisamente la totalización y, dado el vacío que detenta, posibilita el juego de las sustituciones infinitas que anulan la presencia absoluta. De esta manera, la totalización “puede juzgarse imposible en el sentido clásico: se evoca entonces el esfuerzo empírico de un sujeto o de un discurso finito que se sofoca en vano en pos de una riqueza infinita que no podrá dominar jamás. Hay demasiadas cosas y más de lo que puede decirse.” (Derrida, La escritura y la diferencia 396). Ese sujeto recién aludido es también el viajero de nuestra Biblioteca que ha dedicado su vida a buscar la justificación del universo de la escritura. Esa razón se resuelve tan sólo en el juego, que permite, a partir de las sustituciones, suplir una falta. La pareja Hombre-bibliotecario / Dios-Biblioteca, sólo se puede concebir al ser considerada su mutua dependencia. Como dice Derrida, “no se puede determinar el centro y agotar la totalización puesto que el signo que reemplaza al centro (Dios- Biblioteca) [6], que lo suple, que ocupa su lugar en su ausencia, ese signo se añade, viene por añadidura, como suplemento.” (La escritura y la diferencia 397).
Finalmente, una vez acechada la naturaleza incierta de esta biblioteca infinita, es imprescindible recordar que a la entrada de cada uno de sus hexágonos nos recibe “un espejo que fielmente duplica las apariencias” (Borges 112). Si ponemos atención en este espejo, es imposible no reparar en la metáfora que encierra su superficie y por la que a su vez él mismo es encerrado. Tropo de la apariencia infinita, que implica que lo que vemos es también otra cosa que siempre se opone al ser como presencia. Es ese espejo ubicado en cada zaguán de la biblioteca el que nos invita o nos advierte silenciosamente sobre la naturaleza del mundo en el que nos adentramos, un mundo singular, imperio de la figuración o de la escritura entendida en el más completo sentido de la palabra, que nunca es total.
NOTAS
[1] Derrida, Jacques. 1989. La desconstrucción en las fronteras de la filosofía. España: Ediciones Paidós Ibérica.
[2] Sarlo, Beatriz. 1995. Borges, un escritor en las orillas. Buenos Aires: Ariel.
[3] Borges, J. L. 1996. “La Biblioteca de Babel”. Ficciones. Buenos Aires: Emecé Editores. De aquí en adelante, todas las citas de este cuento corresponderán a esta edición.
[4] Génesis 11:1-9
[5] Entiéndase “injerto” como aquel procedimiento a partir del cual un texto se hace cargo de sus afirmaciones por medio de su propio proceso de enunciación.
[6] El paréntesis es mío.
OBRAS CITADAS
Borges, J. L. 1996. “La Biblioteca de Babel”. Ficciones. Buenos Aires: Emecé Editores.
Culler, Jonathan. 1984. Sobre la deconstrucción. Madrid: Cátedra.
Derrida, Jacques. 1989. La desconstrucción en las fronteras de la filosofía. España: Ediciones Paidós Ibérica.
Derrida, Jacques. 1989. “La estructura, el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas”. La escritura y la diferencia. Barcelona: Antrophos.
Sarlo, Beatriz. 1995. Borges, un escritor en las orillas. Buenos Aires: Ariel.
© Raquel Bórquez B. 2007
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero35/bbabel.html
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“La Biblioteca de Babel” de Jorge Luis Borges
Por El Documentalista Enredado
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Publicado el Viernes, 10 de febrero de 2006
La biblioteca de Babel es un cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges, aparecido por
primera vez en la colección de relatos "El jardín de senderos que se bifurcan" 1941), colección
que más tarde fue incluida en "Ficciones" (1944).
El relato es la especulación de un mundo compuesto de una biblioteca de todos los libros
posibles, sus libros están arbitrariamente ordenados, o sin orden, preexiste al hombre y es
infinita.
El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez
infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por
barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores:
interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco
largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los
pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto
zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquirda y a
derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer
las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo
remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres
suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa
duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el
infinito… La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos
en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.
Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca
de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo
que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no
faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi
cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la
caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que
las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de
nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal.
(Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular
de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso;
sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen
clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es
inaccesible.
A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel
encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas;
cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro.
También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán
las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la
solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital
de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.
El primero: La Biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la
eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto
bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su
elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el
viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir
la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos
trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del
interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.
El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace
trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el
problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los
libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las
letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy
consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice Oh tiempo tus
pirámides. Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas
cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos
bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la
equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano… Admiten que los
inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa
aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo
falaz).
Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas
pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios,
usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la
derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso,
lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables M C V no pueden
corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que
cada letra podia influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la
página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa
vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido
aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.
Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los
otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un
descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que
en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del
guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de
análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos
ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la
Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de
elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También
alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos
libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus
anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos
(número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los
idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el
catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia
de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico
de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio,
la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las
interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no
escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.
Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de
extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto.
No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún
hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones
ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de
apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y
guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce
hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su
Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras
maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al
fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se
enloquecieron… Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del
porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la
posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es
computable en cero.
También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen
de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en
palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el
idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro
siglos que los hombres fatigan los hexágonos… Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yolos
he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin
peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez,
toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie
espera descubrir nada.
A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre
de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros
preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran
las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un
improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a
promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos
que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete
prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.
Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los
hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y
condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición
de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los "tesoros" que su
frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda
reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único,
irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de
facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la
opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas
por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los
urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los
naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.
También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún
anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el
compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un
dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto.
Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos
rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso
un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el
sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito… En
aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece ínverosímil que en
algún anaquel del universo haya un libro total
Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la
humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de "la Biblioteca
febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo
lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira". Esas palabras que no sólo
denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto
pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras
verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un
solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que
administro se titula Trueno peinado, y otro El calambre de yeso y otro Axaxaxas mlö. Esas
proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación
criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca.
No puedo combinar unos caracteres
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que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no
encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y
de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar
es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta
volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos—y también su
refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el
símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías
hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la
definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).
La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de
que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se
prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola
letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente
degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los
suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que
la especie humana—la única— está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada,
solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible,
secreta.
Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que
no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en
lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar—lo
cual es absurdo. Quienes lo imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de
libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y
periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los
siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un
orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.
Mar del Plata, 1941
http://www.documentalistaenredado.net/327/la-biblioteca-de-babel-de-jorge-luis-borges/
Ficción y realidad en La biblioteca de Babel de Borges
Categoría: Ensayos
Creado en Miércoles, 10 Diciembre 2008 10:01
Escrito por Mariana Zegers Izquierdo
Ficción y realidad en La biblioteca de Babel de Borges
Breve relato propio
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La biblioteca de Babel, de Jorge Luís Borges,
es una descripción y visión profunda del universo (es decir, la biblioteca) y del posicionamiento del ser humano en éste. El narrador del relato es representado, ya que aparece inserto dentro del texto, jugando un rol protagónico. Dicho cuento pertenece a la ficción, lo cual es indudable. Sin embargo: ¿aquello implica la inexistencia de trozos de realidad en el texto? El presente trabajo se propone demostrar que sí es posible observar una relación con la realidad en La biblioteca de Babel. Además se hará una análisis sobre la pertinencia de dividir tajantemente lo imaginario de lo real.
Borges, escritor argentino, nace en Buenos Aires (1899) y muere en Ginebra (1986). Dado que provenía de una familia acomodada, tuvo la oportunidad de visitar Europa. Realiza un viaje a España, que marcó su carrera. Allí se vincula con movimientos vanguardistas, formando parte del ultraísta. Cuando vuelve a Argentina, participa activamente del proceso vanguardista latinoamericano. Esta es considerada la primera etapa de su obra, la que se caracteriza por una marcada tendencia esteticista.
En una segunda etapa el autor se aleja de las vanguardias, llegando a criticarlas muy duramente. Esto es visible, a modo de ejemplo, en su rechazo a “(…) la idea de lo nuevo y la idolatría de la máquina” (Schwartz 80). Sin embargo, aunque “ (…) cuestionará la deconstrucción formal a ultranza en la que se sumergen los autores vanguardistas, hay que destacar que no deshecha un principio básico de la estética vanguardista: la obra de arte es en sí misma un centro significante; que toda obra posee una legalidad interna a partir de la cual se despliega el sentido del texto, descartando con ello una concepción estética que entiende el sentido del arte en una relación especular con la realidad” (Cisterna, diapositiva 12). Empero, cabe mencionar que el hecho de que la obra adquiera independencia del contexto histórico, no quiere decir que no aluda a éste de alguna manera.
La biblioteca de Babel forma parte de la segunda etapa en la obra del autor, como el resto de sus cuentos. El principio que opera en los cuentos de Borges tiene que ver con la construcción de una realidad alternativa: la ficción. Para dicho autor la realidad es imposible de abarcar cognitivamente. Se exhibe de manera caótica y azarosa. Frente a ese caos, el hombre tiene como alternativa la literatura. Por medio de ésta,
puede darle lógica, sentido y comprender ese entramado que es la realidad, que se le presenta como algo indescifrable, ilógico y sin sentido.
Según Borges no existe una realidad fuera de la conciencia. No hay una gran verdad, una que sea universal Al contrario, el idealismo que profesa dicho escritor es totalmente relativista. No hay un mundo, sino muchos dependiendo del individuo: no es la verdad, es mi verdad. Aquí se observa que no hay un universo real y uno imaginario. Ambos se entremezclan, conformando infinitas realidades, que varían de un ser a otro.
El teórico literario Thomas Pavel (simbolista) afirma que la ficción, al ser una construcción, obtiene independencia de la realidad. Además puede “ influenciarnos vigorosamente, de manera no muy diferente a una colonia asentada en otro país, que desarrolla su estructura propia y singular para más tarde llegar a afectar en diversas formas la vida de la madre patria” (Pavel 177-178). Luego de hacer esta analogía, el autor declara que la ficción no tiene en todos los casos un contenido ideológico que pueda influir en la realidad. Dice: “ A menudo, los arreglos ficticios pretenden elevar al máximo la distancia entre realidad y ficción” (Pavel 178). Para aseverar lo dicho, presenta el caso de La biblioteca de Babel.
Si se toma en cuenta el movimiento vanguardista ultraísta al que perteneció el autor, se puede hacer una relación con la tesis de Pavel. Esta corriente promueve la total autonomía del objeto artístico ante su contexto. Se renuncia a cualquier función referencial, no habiendo necesidad de volver a la realidad para comprender la obra. Al haber sido Borges militante ultraísta, se podría deducir que su propósito efectivamente era alejarse lo más posible de la madre patria, prescindiendo de la necesidad de volver a la realidad para entender el texto en su amplitud. Pero las intenciones del autor se separan de la obra en gran parte de las teorías literarias recientes (esto es algo que Pavel no considera, razón por la cuál se puede discutir con él). El lector adquiere relevancia en el análisis del texto. Por lo mismo, es importante considerar su opinión: si el destinatario ve en este cuento una referencia a la realidad, es porque de cierta forma, aunque sea casi impenetrable, ésta existe (por cierto, siempre apoyado en las marcas textuales). Sin embargo, una conclusión radical en torno a esto es compleja, teniendo en cuenta que hay infinitos posibles lectores, sometidos a infinitas subjetividades e infinitos contextos.
Al tomar en consideración una teoría literaria que distingue y separa la vida del autor del sentido del texto, el hecho de que dicho autor halla pertenecido al movimiento ultraísta poco importa a la hora de analizar La biblioteca de Babel (además hay que recordar que este cuento no pertenece a su etapa ultraísta). Por lo demás, en el caso de que se quisiera establecer algún tipo de vínculo, el mismo Borges afirma, acerca de su participación en las vanguardias: “Estoy arrepentido de esa participación en escuelas literarias. Hoy no creo en ellas. Son formas de la publicidad o conveniencias para la historia de la literatura. Actualmente, no profeso ninguna estética. Creo que cada tema impone su estética (…) Desconfío de una estética preliminar, sobre todo de una estética previa. Hoy, cuando pienso en esa escuelas, pienso que fueron un juego y, a veces, un juego hecho para la publicidad, nada más. No obstante, tengo un buen recuerdo de aquellos amigos, pero no de nuestras arbitrarias teorías” (Schwartz 82).
Al hacer un análisis de la presente obra, sí se puede percibir un vínculo con la realidad. A modo de ejemplo, en el texto se halla manifiesta la lucha del hombre por el conocimiento, por encontrarle respuestas certeras a lo desconocido, lo que trae nefastas consecuencias: “Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos se disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron…” (Borges 468). Se puede observar claramente como este cuento aporta conocimiento sobre el conocimiento mismo.
El saber que crea este texto de ficción es bastante extenso. Detrás del ejercicio racional del escritor, subyace una serie de imágenes simbólicas que nos entregan visiones de la sociedad. La Biblioteca, es decir, “El universo” (Borges 465) se presenta ante el lector como un lugar interminable, complejo en su estructura y nunca posible de conocer en su cabalidad. Esto tiene mucho que ver con la idea que los hombres tenemos del cosmos, algo inconmensurable, que a ratos nos deja estupefactos debido a nuestra incapacidad de conocerlo certera e íntegramente, pero también debido a nuestra capacidad de maravillarnos. El universo de la obra, tal como el real, perdura por sobre la especie humana: “la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta” (Borges 471).
La biblioteca de Babel, a raíz de lo ya mencionado, abre las puertas a una reflexión esencial en la experiencia humana: la permanente búsqueda del hombre por descubrir aquella certidumbre que se encuentra oculta en algún recoveco del cosmos “nos anula o nos afantasma” (Borges 470). Creer que existe una verdad implacable y hacer de nuestro fin su búsqueda, nos priva de todos los posibles sentidos y goces que puede brindar la vida.
A través del presente relato de Borges, el lector puede conferirle múltiples significados a lo angustiante de su existencia, con el fin de equilibrarla. Esto contribuye, en un aspecto funcional, a la profundización del conocimiento del ser humano sobre si mismo y ofrece una posibilidad de mejorar su existencia. Por lo mismo, es evidente que la ficción influye directamente en la historia, determinándola. Si el universo es la biblioteca y lo que allí sucede representa elementos del mundo existente, entonces este texto sí es capaz de incidir en la realidad.
Si se considera que el lenguaje es algo ficticio, al ser una invención arbitraria, donde la palabra no tiene relación directa y natural con lo que representa, y éste es el primordial instrumento que tenemos para conformar nuestro universo existente y a nosotros mismos, entonces es probable que una gran porción de lo que creemos parte del mundo real sea un imaginario.
El pensamiento nace de la capacidad imaginativa, por lo que la construcción de la sociedad es producto de la ficción. A partir de imaginarios (como los conceptos de nación, economía, familia, moral, religión, política, etc.) la sociedad se autoconstruye y el modo en que ésta se piensa, es deconstruyendo aquellos sentidos. En otras palabras: la realidad se reflexiona a si misma a través de la ficción. Como consecuencia, separar drásticamente las fronteras entre lo real y lo imaginario puede ser una tarea infructuosa y hasta sin sentido. Hacer una lectura unilateral de los textos ficcionales; siempre en función de definir lo que es ficción y lo que, supuestamente, es realidad, nos limita el acceso a los múltiples significados, saberes y enseñanzas que nos pueden proporcionar estas obras.
Breve relato propio
A continuación se profundizarán, a través de un breve relato propio, las visiones y pensamientos del narrador.
En busca de Dios ( el libro cíclico) he recorrido los interminables hexágonos del universo, revisado los anaqueles. En mis viajes he presenciado hombres imponiendo inadmisibles estructuras, con el único fin de exterminar potenciales contrincantes; otros peregrinos
ansiosos, soñadores, egoístas. He visto miles de ambiciosos en busca de su Vindicación y, a momentos, he sido yo uno de ellos. Vagabundos sagaces, patriotas implacables, abnegados creyentes, nihilistas y falsos revolucionarios. Mi vida se cansa de infames visiones, pero cuando de súbito lo frígido se me vuelve sugestivo recobro las esperanzas. El universo se mantendrá incólume.
Bibliografía
-Borges, Jorge Luís. Obras completas, volumen I, La biblioteca de Babel. Buenos Aires: Emece, 1974.
-Cisterna, Natalia. Jorge Luis Borges, PowerPoint.
-Garrido, Antonio. Teorías de la ficción literaria, Las fronteras de la ficción, de Thomas Pavel. Madrid: Arco/Libros, 1997.
-Schwartz, Jorge. Las vanguardias latinoamericanas, México, Fondo de cultura económica, 2006.
RINCON DE LOS ESCRITORES
http://www.larmancialtda.com/ensayos/ensayos/ficcin-y-realidad-en-la-biblioteca-de-babel-de-borges/bibliograf-iacute-a