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EL MUNDO QUE VIENE

ZYGMUNT BAUMAN 

« Éste es el mundo en el que vivimos: riqueza para muy pocos, austeridad para casi todos 

- Cuando usé la metáfora de la «modernidad líquida», me refería en concreto al período que arrancó hace algo más de tres décadas. Líquido significa, literalmente, «aquello que no puede mantener su forma». Y en esa etapa seguimos: todas las instituciones de la etapa «sólida» están haciendo aguas: de los gobiernos a las familias, pasando por los partidos políticos, las empresas, los puestos de trabajo que antes nos daban seguridad y que ahora no sabemos si durarán hasta mañana

Los últimos treinta años han sido una orgía del consumismo. Hemos vivido de prestado durante todo ese tiempo, seducidos por las tarjetas de crédito y por las triquiñuelas de los bancos, que se lucran prestando dinero y cobrando el interés. Endeudarse se había convertido en un hábito. Hasta que estalló la burbuja, se acabó el espejismo y descubrimos que estábamos intoxicados

-Cuando usé la metáfora de la «modernidad líquida», me refería en concreto al período que arrancó hace algo más de tres décadas. Líquido significa, literalmente, «aquello que no puede mantener su forma». Y en esa etapa seguimos: todas las instituciones de la etapa «sólida» están haciendo aguas: de los gobiernos a las familias, pasando por los partidos políticos, las empresas, los puestos de trabajo que antes nos daban seguridad y que ahora no sabemos si durarán hasta mañana

R.–Los últimos treinta años han sido una orgía del consumismo. Hemos vivido de prestado durante todo ese tiempo, seducidos por las tarjetas de crédito y por las triquiñuelas de los bancos, que se lucran prestando dinero y cobrando el interés. Endeudarse se había convertido en un hábito. Hasta que estalló la burbuja, se acabó el espejismo y descubrimos que estábamos intoxicados

R.–A nivel personal, no hay más remedio que adaptarse a la nueva realidad y vivir de una manera más consecuente y responsable. Pero lo que están haciendo los gobiernos es aplicar una «austeridad» de doble rasero: pobreza para la mayoría y riqueza para los banqueros, los accionistas y los inversores

R.–Estamos desde hace tiempo en manos de los poderes económicos. Los políticos no son más que intermediarios, y da igual que esté en el Gobierno Zapatero que Rajoy. Los inversores mandan y han sustituido a los consumidores (y no digamos a los ciudadanos) como referencia

. Lo que ocurre es que el estado social fue creado para un mundo sólido como el que teníamos y es muy difícil hacerlo viable en este mundo líquido, en el que cualquier institución que creemos tiene seguramente los días contados.

R–El capitalismo se lleva trasformando desde su invención y ha demostrado una gran capacidad para adaptarse a las situaciones más difíciles. Su naturaleza es esencialmente la de un parásito: se apropia de un organismo, se alimenta de él, lo deja enfermo o exhausto y salta a otro. Eso es lo que está ocurriendo desde que arrancó esta forma de capitalismo en la era de la globalización

R.–Yo le dediqué un libro a la «utopía de los jardineros», que idearon sociedades en total armonía con la naturaleza. Pero esa utopía ha dejado paso a lo que yo llamo «la utopía de los cazadores», la del individualismo a ultranza: yo cazo lo que me apetece, sin importarme si dejo para comer a otros y menos aún pensando en el futuro del bosque…

R.–Ése es el gran problema. La falta de confianza en los políticos es un fenómeno a nivel mundial. Y la razón de fondo es que los políticos no tienen ningún poder, el estado no tiene poder. En el mundo globalizado en el que vivimos, las decisiones las toman los poderes económicos que no entienden de fronteras. El gran reto del siglo XXI va a ser precisamente acabar con el divorcio entre poder y política.

R.– Ante situaciones de inestabilidad económica la gente busca seguridad, es cierto. El problema es que los gobiernos no tienen ya el poder para proporcionar ese tipo de seguridad: la de tener cierta estabilidad laboral, poder formar una familia, mandar a tus hijos a la escuela… La seguridad que ofrecen los gobiernos es de un carácter muy distinto: ya vimos el cerrojazo paramilitar de toda una ciudad como Boston para poder cazar a dos niñatos.

R–Soy muy consciente del tremendo problema del paro juvenil, que es algo ya común a todos los países occidentales, pero que se manifiesta muy cruelmente en España. Cuando más de la mitad de los jóvenes no tienen trabajo, cuando muchos de ellos se ganan la vida en trabajos basura después de haber sacado títulos que no les sirven para nada, la gran pregunta es: ¿qué futuro estamos construyendo? Estamos ante la primera generación que por primera vez contempla la posibilidad de vivir peor que sus padres. R.–Lo más difícil es discernir entre usar la tecnología y ser usado por ella. Ese uso crítico de la tecnología tiene que ser vital en la educación… Yo valoro sin duda las nuevas herramientas y he vivido lo suficiente para subirme a la revolución de internet. Pero le voy a decir una cosa: una de las cosas sólidas que aún aprecio es el periódico. Me gusta leer las historias en papel.

A nivel personal, no hay más remedio que adaptarse a la nueva realidad y vivir de una manera más consecuente y responsable. Pero lo que están haciendo los gobiernos es aplicar una «austeridad» de doble rasero: pobreza para la mayoría y riqueza para los banqueros, los accionistas y los inversores

-Cuando usé la metáfora de la «modernidad líquida», me refería en concreto al período que arrancó hace algo más de tres décadas. Líquido significa, literalmente, «aquello que no puede mantener su forma». Y en esa etapa seguimos: todas las instituciones de la etapa «sólida» están haciendo aguas: de los gobiernos a las familias, pasando por los partidos políticos, las empresas, los puestos de trabajo que antes nos daban seguridad y que ahora no sabemos si durarán hasta mañana

R.–Los últimos treinta años han sido una orgía del consumismo. Hemos vivido de prestado durante todo ese tiempo, seducidos por las tarjetas de crédito y por las triquiñuelas de los bancos, que se lucran prestando dinero y cobrando el interés. Endeudarse se había convertido en un hábito. Hasta que estalló la burbuja, se acabó el espejismo y descubrimos que estábamos intoxicados

R.–A nivel personal, no hay más remedio que adaptarse a la nueva realidad y vivir de una manera más consecuente y responsable. Pero lo que están haciendo los gobiernos es aplicar una «austeridad» de doble rasero: pobreza para la mayoría y riqueza para los banqueros, los accionistas y los inversores

R.–Estamos desde hace tiempo en manos de los poderes económicos. Los políticos no son más que intermediarios, y da igual que esté en el Gobierno Zapatero que Rajoy. Los inversores mandan y han sustituido a los consumidores (y no digamos a los ciudadanos) como referencia

. Lo que ocurre es que el estado social fue creado para un mundo sólido como el que teníamos y es muy difícil hacerlo viable en este mundo líquido, en el que cualquier institución que creemos tiene seguramente los días contados.

R–El capitalismo se lleva trasformando desde su invención y ha demostrado una gran capacidad para adaptarse a las situaciones más difíciles. Su naturaleza es esencialmente la de un parásito: se apropia de un organismo, se alimenta de él, lo deja enfermo o exhausto y salta a otro. Eso es lo que está ocurriendo desde que arrancó esta forma de capitalismo en la era de la globalización

R.–Yo le dediqué un libro a la «utopía de los jardineros», que idearon sociedades en total armonía con la naturaleza. Pero esa utopía ha dejado paso a lo que yo llamo «la utopía de los cazadores», la del individualismo a ultranza: yo cazo lo que me apetece, sin importarme si dejo para comer a otros y menos aún pensando en el futuro del bosque…

R.–Ése es el gran problema. La falta de confianza en los políticos es un fenómeno a nivel mundial. Y la razón de fondo es que los políticos no tienen ningún poder, el estado no tiene poder. En el mundo globalizado en el que vivimos, las decisiones las toman los poderes económicos que no entienden de fronteras. El gran reto del siglo XXI va a ser precisamente acabar con el divorcio entre poder y política.

R.– Ante situaciones de inestabilidad económica la gente busca seguridad, es cierto. El problema es que los gobiernos no tienen ya el poder para proporcionar ese tipo de seguridad: la de tener cierta estabilidad laboral, poder formar una familia, mandar a tus hijos a la escuela… La seguridad que ofrecen los gobiernos es de un carácter muy distinto: ya vimos el cerrojazo paramilitar de toda una ciudad como Boston para poder cazar a dos niñatos.

R–Soy muy consciente del tremendo problema del paro juvenil, que es algo ya común a todos los países occidentales, pero que se manifiesta muy cruelmente en España. Cuando más de la mitad de los jóvenes no tienen trabajo, cuando muchos de ellos se ganan la vida en trabajos basura después de haber sacado títulos que no les sirven para nada, la gran pregunta es: ¿qué futuro estamos construyendo? Estamos ante la primera generación que por primera vez contempla la posibilidad de vivir peor que sus padres. R.–Lo más difícil es discernir entre usar la tecnología y ser usado por ella. Ese uso crítico de la tecnología tiene que ser vital en la educación… Yo valoro sin duda las nuevas herramientas y he vivido lo suficiente para subirme a la revolución de internet. Pero le voy a decir una cosa: una de las cosas sólidas que aún aprecio es el periódico. Me gusta leer las historias en papel.

Estamos desde hace tiempo en manos de los poderes económicos. Los políticos no son más que intermediarios, y da igual que esté en el Gobierno Zapatero que Rajoy. Los inversores mandan y han sustituido a los consumidores (y no digamos a los ciudadanos) como referencia

-Cuando usé la metáfora de la «modernidad líquida», me refería en concreto al período que arrancó hace algo más de tres décadas. Líquido significa, literalmente, «aquello que no puede mantener su forma». Y en esa etapa seguimos: todas las instituciones de la etapa «sólida» están haciendo aguas: de los gobiernos a las familias, pasando por los partidos políticos, las empresas, los puestos de trabajo que antes nos daban seguridad y que ahora no sabemos si durarán hasta mañana

R.–Los últimos treinta años han sido una orgía del consumismo. Hemos vivido de prestado durante todo ese tiempo, seducidos por las tarjetas de crédito y por las triquiñuelas de los bancos, que se lucran prestando dinero y cobrando el interés. Endeudarse se había convertido en un hábito. Hasta que estalló la burbuja, se acabó el espejismo y descubrimos que estábamos intoxicados

R.–A nivel personal, no hay más remedio que adaptarse a la nueva realidad y vivir de una manera más consecuente y responsable. Pero lo que están haciendo los gobiernos es aplicar una «austeridad» de doble rasero: pobreza para la mayoría y riqueza para los banqueros, los accionistas y los inversores

R.–Estamos desde hace tiempo en manos de los poderes económicos. Los políticos no son más que intermediarios, y da igual que esté en el Gobierno Zapatero que Rajoy. Los inversores mandan y han sustituido a los consumidores (y no digamos a los ciudadanos) como referencia

. Lo que ocurre es que el estado social fue creado para un mundo sólido como el que teníamos y es muy difícil hacerlo viable en este mundo líquido, en el que cualquier institución que creemos tiene seguramente los días contados.

R–El capitalismo se lleva trasformando desde su invención y ha demostrado una gran capacidad para adaptarse a las situaciones más difíciles. Su naturaleza es esencialmente la de un parásito: se apropia de un organismo, se alimenta de él, lo deja enfermo o exhausto y salta a otro. Eso es lo que está ocurriendo desde que arrancó esta forma de capitalismo en la era de la globalización

R.–Yo le dediqué un libro a la «utopía de los jardineros», que idearon sociedades en total armonía con la naturaleza. Pero esa utopía ha dejado paso a lo que yo llamo «la utopía de los cazadores», la del individualismo a ultranza: yo cazo lo que me apetece, sin importarme si dejo para comer a otros y menos aún pensando en el futuro del bosque…

R.–Ése es el gran problema. La falta de confianza en los políticos es un fenómeno a nivel mundial. Y la razón de fondo es que los políticos no tienen ningún poder, el estado no tiene poder. En el mundo globalizado en el que vivimos, las decisiones las toman los poderes económicos que no entienden de fronteras. El gran reto del siglo XXI va a ser precisamente acabar con el divorcio entre poder y política.

R.– Ante situaciones de inestabilidad económica la gente busca seguridad, es cierto. El problema es que los gobiernos no tienen ya el poder para proporcionar ese tipo de seguridad: la de tener cierta estabilidad laboral, poder formar una familia, mandar a tus hijos a la escuela… La seguridad que ofrecen los gobiernos es de un carácter muy distinto: ya vimos el cerrojazo paramilitar de toda una ciudad como Boston para poder cazar a dos niñatos.

R–Soy muy consciente del tremendo problema del paro juvenil, que es algo ya común a todos los países occidentales, pero que se manifiesta muy cruelmente en España. Cuando más de la mitad de los jóvenes no tienen trabajo, cuando muchos de ellos se ganan la vida en trabajos basura después de haber sacado títulos que no les sirven para nada, la gran pregunta es: ¿qué futuro estamos construyendo? Estamos ante la primera generación que por primera vez contempla la posibilidad de vivir peor que sus padres. R.–Lo más difícil es discernir entre usar la tecnología y ser usado por ella. Ese uso crítico de la tecnología tiene que ser vital en la educación… Yo valoro sin duda las nuevas herramientas y he vivido lo suficiente para subirme a la revolución de internet. Pero le voy a decir una cosa: una de las cosas sólidas que aún aprecio es el periódico. Me gusta leer las historias en papel.

. Lo que ocurre es que el estado social fue creado para un mundo sólido como el que teníamos y es muy difícil hacerlo viable en este mundo líquido, en el que cualquier institución que creemos tiene seguramente los días contados.

-Cuando usé la metáfora de la «modernidad líquida», me refería en concreto al período que arrancó hace algo más de tres décadas. Líquido significa, literalmente, «aquello que no puede mantener su forma». Y en esa etapa seguimos: todas las instituciones de la etapa «sólida» están haciendo aguas: de los gobiernos a las familias, pasando por los partidos políticos, las empresas, los puestos de trabajo que antes nos daban seguridad y que ahora no sabemos si durarán hasta mañana

R.–Los últimos treinta años han sido una orgía del consumismo. Hemos vivido de prestado durante todo ese tiempo, seducidos por las tarjetas de crédito y por las triquiñuelas de los bancos, que se lucran prestando dinero y cobrando el interés. Endeudarse se había convertido en un hábito. Hasta que estalló la burbuja, se acabó el espejismo y descubrimos que estábamos intoxicados

R.–A nivel personal, no hay más remedio que adaptarse a la nueva realidad y vivir de una manera más consecuente y responsable. Pero lo que están haciendo los gobiernos es aplicar una «austeridad» de doble rasero: pobreza para la mayoría y riqueza para los banqueros, los accionistas y los inversores

R.–Estamos desde hace tiempo en manos de los poderes económicos. Los políticos no son más que intermediarios, y da igual que esté en el Gobierno Zapatero que Rajoy. Los inversores mandan y han sustituido a los consumidores (y no digamos a los ciudadanos) como referencia

. Lo que ocurre es que el estado social fue creado para un mundo sólido como el que teníamos y es muy difícil hacerlo viable en este mundo líquido, en el que cualquier institución que creemos tiene seguramente los días contados.

R–El capitalismo se lleva trasformando desde su invención y ha demostrado una gran capacidad para adaptarse a las situaciones más difíciles. Su naturaleza es esencialmente la de un parásito: se apropia de un organismo, se alimenta de él, lo deja enfermo o exhausto y salta a otro. Eso es lo que está ocurriendo desde que arrancó esta forma de capitalismo en la era de la globalización

R.–Yo le dediqué un libro a la «utopía de los jardineros», que idearon sociedades en total armonía con la naturaleza. Pero esa utopía ha dejado paso a lo que yo llamo «la utopía de los cazadores», la del individualismo a ultranza: yo cazo lo que me apetece, sin importarme si dejo para comer a otros y menos aún pensando en el futuro del bosque…

R.–Ése es el gran problema. La falta de confianza en los políticos es un fenómeno a nivel mundial. Y la razón de fondo es que los políticos no tienen ningún poder, el estado no tiene poder. En el mundo globalizado en el que vivimos, las decisiones las toman los poderes económicos que no entienden de fronteras. El gran reto del siglo XXI va a ser precisamente acabar con el divorcio entre poder y política.

R.– Ante situaciones de inestabilidad económica la gente busca seguridad, es cierto. El problema es que los gobiernos no tienen ya el poder para proporcionar ese tipo de seguridad: la de tener cierta estabilidad laboral, poder formar una familia, mandar a tus hijos a la escuela… La seguridad que ofrecen los gobiernos es de un carácter muy distinto: ya vimos el cerrojazo paramilitar de toda una ciudad como Boston para poder cazar a dos niñatos.

R–Soy muy consciente del tremendo problema del paro juvenil, que es algo ya común a todos los países occidentales, pero que se manifiesta muy cruelmente en España. Cuando más de la mitad de los jóvenes no tienen trabajo, cuando muchos de ellos se ganan la vida en trabajos basura después de haber sacado títulos que no les sirven para nada, la gran pregunta es: ¿qué futuro estamos construyendo? Estamos ante la primera generación que por primera vez contempla la posibilidad de vivir peor que sus padres. R.–Lo más difícil es discernir entre usar la tecnología y ser usado por ella. Ese uso crítico de la tecnología tiene que ser vital en la educación… Yo valoro sin duda las nuevas herramientas y he vivido lo suficiente para subirme a la revolución de internet. Pero le voy a decir una cosa: una de las cosas sólidas que aún aprecio es el periódico. Me gusta leer las historias en papel.

El capitalismo se lleva trasformando desde su invención y ha demostrado una gran capacidad para adaptarse a las situaciones más difíciles. Su naturaleza es esencialmente la de un parásito: se apropia de un organismo, se alimenta de él, lo deja enfermo o exhausto y salta a otro. Eso es lo que está ocurriendo desde que arrancó esta forma de capitalismo en la era de la globalización

-Cuando usé la metáfora de la «modernidad líquida», me refería en concreto al período que arrancó hace algo más de tres décadas. Líquido significa, literalmente, «aquello que no puede mantener su forma». Y en esa etapa seguimos: todas las instituciones de la etapa «sólida» están haciendo aguas: de los gobiernos a las familias, pasando por los partidos políticos, las empresas, los puestos de trabajo que antes nos daban seguridad y que ahora no sabemos si durarán hasta mañana

R.–Los últimos treinta años han sido una orgía del consumismo. Hemos vivido de prestado durante todo ese tiempo, seducidos por las tarjetas de crédito y por las triquiñuelas de los bancos, que se lucran prestando dinero y cobrando el interés. Endeudarse se había convertido en un hábito. Hasta que estalló la burbuja, se acabó el espejismo y descubrimos que estábamos intoxicados

R.–A nivel personal, no hay más remedio que adaptarse a la nueva realidad y vivir de una manera más consecuente y responsable. Pero lo que están haciendo los gobiernos es aplicar una «austeridad» de doble rasero: pobreza para la mayoría y riqueza para los banqueros, los accionistas y los inversores

R.–Estamos desde hace tiempo en manos de los poderes económicos. Los políticos no son más que intermediarios, y da igual que esté en el Gobierno Zapatero que Rajoy. Los inversores mandan y han sustituido a los consumidores (y no digamos a los ciudadanos) como referencia

. Lo que ocurre es que el estado social fue creado para un mundo sólido como el que teníamos y es muy difícil hacerlo viable en este mundo líquido, en el que cualquier institución que creemos tiene seguramente los días contados.

R–El capitalismo se lleva trasformando desde su invención y ha demostrado una gran capacidad para adaptarse a las situaciones más difíciles. Su naturaleza es esencialmente la de un parásito: se apropia de un organismo, se alimenta de él, lo deja enfermo o exhausto y salta a otro. Eso es lo que está ocurriendo desde que arrancó esta forma de capitalismo en la era de la globalización

R.–Yo le dediqué un libro a la «utopía de los jardineros», que idearon sociedades en total armonía con la naturaleza. Pero esa utopía ha dejado paso a lo que yo llamo «la utopía de los cazadores», la del individualismo a ultranza: yo cazo lo que me apetece, sin importarme si dejo para comer a otros y menos aún pensando en el futuro del bosque…

R.–Ése es el gran problema. La falta de confianza en los políticos es un fenómeno a nivel mundial. Y la razón de fondo es que los políticos no tienen ningún poder, el estado no tiene poder. En el mundo globalizado en el que vivimos, las decisiones las toman los poderes económicos que no entienden de fronteras. El gran reto del siglo XXI va a ser precisamente acabar con el divorcio entre poder y política.

R.– Ante situaciones de inestabilidad económica la gente busca seguridad, es cierto. El problema es que los gobiernos no tienen ya el poder para proporcionar ese tipo de seguridad: la de tener cierta estabilidad laboral, poder formar una familia, mandar a tus hijos a la escuela… La seguridad que ofrecen los gobiernos es de un carácter muy distinto: ya vimos el cerrojazo paramilitar de toda una ciudad como Boston para poder cazar a dos niñatos.

R–Soy muy consciente del tremendo problema del paro juvenil, que es algo ya común a todos los países occidentales, pero que se manifiesta muy cruelmente en España. Cuando más de la mitad de los jóvenes no tienen trabajo, cuando muchos de ellos se ganan la vida en trabajos basura después de haber sacado títulos que no les sirven para nada, la gran pregunta es: ¿qué futuro estamos construyendo? Estamos ante la primera generación que por primera vez contempla la posibilidad de vivir peor que sus padres. R.–Lo más difícil es discernir entre usar la tecnología y ser usado por ella. Ese uso crítico de la tecnología tiene que ser vital en la educación… Yo valoro sin duda las nuevas herramientas y he vivido lo suficiente para subirme a la revolución de internet. Pero le voy a decir una cosa: una de las cosas sólidas que aún aprecio es el periódico. Me gusta leer las historias en papel.

Yo le dediqué un libro a la «utopía de los jardineros», que idearon sociedades en total armonía con la naturaleza. Pero esa utopía ha dejado paso a lo que yo llamo «la utopía de los cazadores», la del individualismo a ultranza: yo cazo lo que me apetece, sin importarme si dejo para comer a otros y menos aún pensando en el futuro del bosque…

-Cuando usé la metáfora de la «modernidad líquida», me refería en concreto al período que arrancó hace algo más de tres décadas. Líquido significa, literalmente, «aquello que no puede mantener su forma». Y en esa etapa seguimos: todas las instituciones de la etapa «sólida» están haciendo aguas: de los gobiernos a las familias, pasando por los partidos políticos, las empresas, los puestos de trabajo que antes nos daban seguridad y que ahora no sabemos si durarán hasta mañana

R.–Los últimos treinta años han sido una orgía del consumismo. Hemos vivido de prestado durante todo ese tiempo, seducidos por las tarjetas de crédito y por las triquiñuelas de los bancos, que se lucran prestando dinero y cobrando el interés. Endeudarse se había convertido en un hábito. Hasta que estalló la burbuja, se acabó el espejismo y descubrimos que estábamos intoxicados

R.–A nivel personal, no hay más remedio que adaptarse a la nueva realidad y vivir de una manera más consecuente y responsable. Pero lo que están haciendo los gobiernos es aplicar una «austeridad» de doble rasero: pobreza para la mayoría y riqueza para los banqueros, los accionistas y los inversores

R.–Estamos desde hace tiempo en manos de los poderes económicos. Los políticos no son más que intermediarios, y da igual que esté en el Gobierno Zapatero que Rajoy. Los inversores mandan y han sustituido a los consumidores (y no digamos a los ciudadanos) como referencia

. Lo que ocurre es que el estado social fue creado para un mundo sólido como el que teníamos y es muy difícil hacerlo viable en este mundo líquido, en el que cualquier institución que creemos tiene seguramente los días contados.

R–El capitalismo se lleva trasformando desde su invención y ha demostrado una gran capacidad para adaptarse a las situaciones más difíciles. Su naturaleza es esencialmente la de un parásito: se apropia de un organismo, se alimenta de él, lo deja enfermo o exhausto y salta a otro. Eso es lo que está ocurriendo desde que arrancó esta forma de capitalismo en la era de la globalización

R.–Yo le dediqué un libro a la «utopía de los jardineros», que idearon sociedades en total armonía con la naturaleza. Pero esa utopía ha dejado paso a lo que yo llamo «la utopía de los cazadores», la del individualismo a ultranza: yo cazo lo que me apetece, sin importarme si dejo para comer a otros y menos aún pensando en el futuro del bosque…

R.–Ése es el gran problema. La falta de confianza en los políticos es un fenómeno a nivel mundial. Y la razón de fondo es que los políticos no tienen ningún poder, el estado no tiene poder. En el mundo globalizado en el que vivimos, las decisiones las toman los poderes económicos que no entienden de fronteras. El gran reto del siglo XXI va a ser precisamente acabar con el divorcio entre poder y política.

R.– Ante situaciones de inestabilidad económica la gente busca seguridad, es cierto. El problema es que los gobiernos no tienen ya el poder para proporcionar ese tipo de seguridad: la de tener cierta estabilidad laboral, poder formar una familia, mandar a tus hijos a la escuela… La seguridad que ofrecen los gobiernos es de un carácter muy distinto: ya vimos el cerrojazo paramilitar de toda una ciudad como Boston para poder cazar a dos niñatos.

R–Soy muy consciente del tremendo problema del paro juvenil, que es algo ya común a todos los países occidentales, pero que se manifiesta muy cruelmente en España. Cuando más de la mitad de los jóvenes no tienen trabajo, cuando muchos de ellos se ganan la vida en trabajos basura después de haber sacado títulos que no les sirven para nada, la gran pregunta es: ¿qué futuro estamos construyendo? Estamos ante la primera generación que por primera vez contempla la posibilidad de vivir peor que sus padres. R.–Lo más difícil es discernir entre usar la tecnología y ser usado por ella. Ese uso crítico de la tecnología tiene que ser vital en la educación… Yo valoro sin duda las nuevas herramientas y he vivido lo suficiente para subirme a la revolución de internet. Pero le voy a decir una cosa: una de las cosas sólidas que aún aprecio es el periódico. Me gusta leer las historias en papel.

Ése es el gran problema. La falta de confianza en los políticos es un fenómeno a nivel mundial. Y la razón de fondo es que los políticos no tienen ningún poder, el estado no tiene poder. En el mundo globalizado en el que vivimos, las decisiones las toman los poderes económicos que no entienden de fronteras. El gran reto del siglo XXI va a ser precisamente acabar con el divorcio entre poder y política.

-Cuando usé la metáfora de la «modernidad líquida», me refería en concreto al período que arrancó hace algo más de tres décadas. Líquido significa, literalmente, «aquello que no puede mantener su forma». Y en esa etapa seguimos: todas las instituciones de la etapa «sólida» están haciendo aguas: de los gobiernos a las familias, pasando por los partidos políticos, las empresas, los puestos de trabajo que antes nos daban seguridad y que ahora no sabemos si durarán hasta mañana

R.–Los últimos treinta años han sido una orgía del consumismo. Hemos vivido de prestado durante todo ese tiempo, seducidos por las tarjetas de crédito y por las triquiñuelas de los bancos, que se lucran prestando dinero y cobrando el interés. Endeudarse se había convertido en un hábito. Hasta que estalló la burbuja, se acabó el espejismo y descubrimos que estábamos intoxicados

R.–A nivel personal, no hay más remedio que adaptarse a la nueva realidad y vivir de una manera más consecuente y responsable. Pero lo que están haciendo los gobiernos es aplicar una «austeridad» de doble rasero: pobreza para la mayoría y riqueza para los banqueros, los accionistas y los inversores

R.–Estamos desde hace tiempo en manos de los poderes económicos. Los políticos no son más que intermediarios, y da igual que esté en el Gobierno Zapatero que Rajoy. Los inversores mandan y han sustituido a los consumidores (y no digamos a los ciudadanos) como referencia

. Lo que ocurre es que el estado social fue creado para un mundo sólido como el que teníamos y es muy difícil hacerlo viable en este mundo líquido, en el que cualquier institución que creemos tiene seguramente los días contados.

R–El capitalismo se lleva trasformando desde su invención y ha demostrado una gran capacidad para adaptarse a las situaciones más difíciles. Su naturaleza es esencialmente la de un parásito: se apropia de un organismo, se alimenta de él, lo deja enfermo o exhausto y salta a otro. Eso es lo que está ocurriendo desde que arrancó esta forma de capitalismo en la era de la globalización

R.–Yo le dediqué un libro a la «utopía de los jardineros», que idearon sociedades en total armonía con la naturaleza. Pero esa utopía ha dejado paso a lo que yo llamo «la utopía de los cazadores», la del individualismo a ultranza: yo cazo lo que me apetece, sin importarme si dejo para comer a otros y menos aún pensando en el futuro del bosque…

R.–Ése es el gran problema. La falta de confianza en los políticos es un fenómeno a nivel mundial. Y la razón de fondo es que los políticos no tienen ningún poder, el estado no tiene poder. En el mundo globalizado en el que vivimos, las decisiones las toman los poderes económicos que no entienden de fronteras. El gran reto del siglo XXI va a ser precisamente acabar con el divorcio entre poder y política.

R.– Ante situaciones de inestabilidad económica la gente busca seguridad, es cierto. El problema es que los gobiernos no tienen ya el poder para proporcionar ese tipo de seguridad: la de tener cierta estabilidad laboral, poder formar una familia, mandar a tus hijos a la escuela… La seguridad que ofrecen los gobiernos es de un carácter muy distinto: ya vimos el cerrojazo paramilitar de toda una ciudad como Boston para poder cazar a dos niñatos.

R–Soy muy consciente del tremendo problema del paro juvenil, que es algo ya común a todos los países occidentales, pero que se manifiesta muy cruelmente en España. Cuando más de la mitad de los jóvenes no tienen trabajo, cuando muchos de ellos se ganan la vida en trabajos basura después de haber sacado títulos que no les sirven para nada, la gran pregunta es: ¿qué futuro estamos construyendo? Estamos ante la primera generación que por primera vez contempla la posibilidad de vivir peor que sus padres. R.–Lo más difícil es discernir entre usar la tecnología y ser usado por ella. Ese uso crítico de la tecnología tiene que ser vital en la educación… Yo valoro sin duda las nuevas herramientas y he vivido lo suficiente para subirme a la revolución de internet. Pero le voy a decir una cosa: una de las cosas sólidas que aún aprecio es el periódico. Me gusta leer las historias en papel.

.– Ante situaciones de inestabilidad económica la gente busca seguridad, es cierto. El problema es que los gobiernos no tienen ya el poder para proporcionar ese tipo de seguridad: la de tener cierta estabilidad laboral, poder formar una familia, mandar a tus hijos a la escuela… La seguridad que ofrecen los gobiernos es de un carácter muy distinto: ya vimos el cerrojazo paramilitar de toda una ciudad como Boston para poder cazar a dos niñatos

-Cuando usé la metáfora de la «modernidad líquida», me refería en concreto al período que arrancó hace algo más de tres décadas. Líquido significa, literalmente, «aquello que no puede mantener su forma». Y en esa etapa seguimos: todas las instituciones de la etapa «sólida» están haciendo aguas: de los gobiernos a las familias, pasando por los partidos políticos, las empresas, los puestos de trabajo que antes nos daban seguridad y que ahora no sabemos si durarán hasta mañana

R.–Los últimos treinta años han sido una orgía del consumismo. Hemos vivido de prestado durante todo ese tiempo, seducidos por las tarjetas de crédito y por las triquiñuelas de los bancos, que se lucran prestando dinero y cobrando el interés. Endeudarse se había convertido en un hábito. Hasta que estalló la burbuja, se acabó el espejismo y descubrimos que estábamos intoxicados

R.–A nivel personal, no hay más remedio que adaptarse a la nueva realidad y vivir de una manera más consecuente y responsable. Pero lo que están haciendo los gobiernos es aplicar una «austeridad» de doble rasero: pobreza para la mayoría y riqueza para los banqueros, los accionistas y los inversores

R.–Estamos desde hace tiempo en manos de los poderes económicos. Los políticos no son más que intermediarios, y da igual que esté en el Gobierno Zapatero que Rajoy. Los inversores mandan y han sustituido a los consumidores (y no digamos a los ciudadanos) como referencia

. Lo que ocurre es que el estado social fue creado para un mundo sólido como el que teníamos y es muy difícil hacerlo viable en este mundo líquido, en el que cualquier institución que creemos tiene seguramente los días contados.

R–El capitalismo se lleva trasformando desde su invención y ha demostrado una gran capacidad para adaptarse a las situaciones más difíciles. Su naturaleza es esencialmente la de un parásito: se apropia de un organismo, se alimenta de él, lo deja enfermo o exhausto y salta a otro. Eso es lo que está ocurriendo desde que arrancó esta forma de capitalismo en la era de la globalización

R.–Yo le dediqué un libro a la «utopía de los jardineros», que idearon sociedades en total armonía con la naturaleza. Pero esa utopía ha dejado paso a lo que yo llamo «la utopía de los cazadores», la del individualismo a ultranza: yo cazo lo que me apetece, sin importarme si dejo para comer a otros y menos aún pensando en el futuro del bosque…

R.–Ése es el gran problema. La falta de confianza en los políticos es un fenómeno a nivel mundial. Y la razón de fondo es que los políticos no tienen ningún poder, el estado no tiene poder. En el mundo globalizado en el que vivimos, las decisiones las toman los poderes económicos que no entienden de fronteras. El gran reto del siglo XXI va a ser precisamente acabar con el divorcio entre poder y política.

R.– Ante situaciones de inestabilidad económica la gente busca seguridad, es cierto. El problema es que los gobiernos no tienen ya el poder para proporcionar ese tipo de seguridad: la de tener cierta estabilidad laboral, poder formar una familia, mandar a tus hijos a la escuela… La seguridad que ofrecen los gobiernos es de un carácter muy distinto: ya vimos el cerrojazo paramilitar de toda una ciudad como Boston para poder cazar a dos niñatos.

R–Soy muy consciente del tremendo problema del paro juvenil, que es algo ya común a todos los países occidentales, pero que se manifiesta muy cruelmente en España. Cuando más de la mitad de los jóvenes no tienen trabajo, cuando muchos de ellos se ganan la vida en trabajos basura después de haber sacado títulos que no les sirven para nada, la gran pregunta es: ¿qué futuro estamos construyendo? Estamos ante la primera generación que por primera vez contempla la posibilidad de vivir peor que sus padres. R.–Lo más difícil es discernir entre usar la tecnología y ser usado por ella. Ese uso crítico de la tecnología tiene que ser vital en la educación… Yo valoro sin duda las nuevas herramientas y he vivido lo suficiente para subirme a la revolución de internet. Pero le voy a decir una cosa: una de las cosas sólidas que aún aprecio es el periódico. Me gusta leer las historias en papel.

Soy muy consciente del tremendo problema del paro juvenil, que es algo ya común a todos los países occidentales, pero que se manifiesta muy cruelmente en España. Cuando más de la mitad de los jóvenes no tienen trabajo, cuando muchos de ellos se ganan la vida en trabajos basura después de haber sacado títulos que no les sirven para nada, la gran pregunta es: ¿qué futuro estamos construyendo? Estamos ante la primera generación que por primera vez contempla la posibilidad de vivir peor que sus padres.

Lo más difícil es discernir entre usar la tecnología y ser usado por ella. Ese uso crítico de la tecnología tiene que ser vital en la educación… Yo valoro sin duda las nuevas herramientas y he vivido lo suficiente para subirme a la revolución de internet. Pero le voy a decir una cosa: una de las cosas sólidas que aún aprecio es el periódico. Me gusta leer las historias en papel.

DOUCE

NOTA:

Extraído de la entrevista con ZYGMUNT BAUMAN . Autor: Carlos Fresnedsa