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Los esfuerzos de la Iglesia católica no son suficientes para atender todas las demandas de la Amazonía. Ante esta situación, ya se han alzado algunas voces reclamando que el Sínodo para la región, convocado por el papa Francisco, aborde las alternativas ministeriales a la escasez de presbíteros y misioneros que hoy acompañan a aquellas comunidades. nuevos caminos para la evan- gelización del Pueblo de Dios, especialmente los indígenas, a menudo olvidados”. No es gratuito que al obis- po de Roma, como pastor, le preocupe el ‘olvido’ en el que se encuentra la ‘porción del reba- ño’ de la Panamazonía. Como reza el Evangelio, “la mies es mucha, pero los obreros pocos”. Los esfuerzos de la Iglesia ca- tólica no son suficientes para atender las demandas de una región tan basta como ances- tral, pluriétnica y multicultural (ver recuadro), donde los pue- blos originarios viven, a me- nudo, “sin la perspectiva de un futuro sereno, también a causa de la crisis de la selva amazóni- ca, pulmón de vital importancia para nuestro planeta”, como ha señalado el propio Francisco. En este sentido, no son pocas las voces que ya se han mani- festado en torno al imperativo de abordar, durante el Sínodo, la cuestión ministerial, para dis- cernir qué hacer ante la insu- ficiencia de misioneros y pres- bíteros que acompañan a las A ntes de que el papa Francisco convocara una Asamblea Especial del Sínodo de Obispos para la región Panamazónica –prevista para octubre de 2019–, se ba- rajaba la posibilidad de que el anuncio podría darse durante su visita a Puerto Maldonado, en Perú, el próximo 19 de enero, cuando viaje por primera vez a territorio amazónico. “Nosotros hacíamos nuestras cábalas de que el Papa, de repente, nos lo anunciaría aprovechando su estancia en la Amazonía perua- na”, comenta a Vida Nueva el obispo del vicariato apostólico de Puerto Maldonado, David Martínez de Aguirre Guinea. Contra todo pronóstico, y a pesar de que ya había expre- sado su deseo de organizar un Sínodo que pusiera su mirada en la Amazonía –como com- partió con los obispos peruanos durante la visita ad limina de este año–, Francisco se anticipó a comunicar durante el ánge- lus del pasado 15 de octubre que la asamblea sinodal del año 2019 buscará “identificar ÓSCAR ELIZALDE PRADA. BRASIL ¿Un nuevo ministerio para la 8 VIDA NUEVA

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Los esfuerzos de la Iglesia católica no

son suficientes para atender

todas las demandas de la Amazonía.

Ante esta situación, ya

se han alzado algunas voces

reclamando que el Sínodo

para la región, convocado por el papa

Francisco, aborde las

alternativas ministeriales

a la escasez de presbíteros

y misioneros que hoy

acompañan a aquellas

comunidades.

nuevos caminos para la evan-gelización del Pueblo de Dios, especialmente los indígenas, a menudo olvidados”.

No es gratuito que al obis-po de Roma, como pastor, le preocupe el ‘olvido’ en el que se encuentra la ‘porción del reba-ño’ de la Panamazonía. Como reza el Evangelio, “la mies es mucha, pero los obreros pocos”. Los esfuerzos de la Iglesia ca-tólica no son suficientes para atender las demandas de una región tan basta como ances-tral, pluriétnica y multicultural (ver recuadro), donde los pue-blos originarios viven, a me-nudo, “sin la perspectiva de un futuro sereno, también a causa de la crisis de la selva amazóni-ca, pulmón de vital importancia para nuestro planeta”, como ha señalado el propio Francisco.

En este sentido, no son pocas las voces que ya se han mani-festado en torno al imperativo de abordar, durante el Sínodo, la cuestión ministerial, para dis-cernir qué hacer ante la insu-ficiencia de misioneros y pres-bíteros que acompañan a las

A ntes de que el papa Francisco convocara una Asamblea Especial

del Sínodo de Obispos para la región Panamazónica –prevista para octubre de 2019–, se ba-rajaba la posibilidad de que el anuncio podría darse durante su visita a Puerto Maldonado, en Perú, el próximo 19 de enero, cuando viaje por primera vez a territorio amazónico. “Nosotros hacíamos nuestras cábalas de que el Papa, de repente, nos lo anunciaría aprovechando su estancia en la Amazonía perua-na”, comenta a Vida Nueva el obispo del vicariato apostólico de Puerto Maldonado, David Martínez de Aguirre Guinea.

Contra todo pronóstico, y a pesar de que ya había expre-sado su deseo de organizar un Sínodo que pusiera su mirada en la Amazonía –como com-partió con los obispos peruanos durante la visita ad limina de este año–, Francisco se anticipó a comunicar durante el ánge-lus del pasado 15 de octubre que la asamblea sinodal del año 2019 buscará “identificar

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comunidades panamazónicas y, en el caso de los ministros ordenados, presiden la cele-bración de la misa dominical.

El director de las Obras Misio-nales Pontificias de Brasil, Mau-rício da Silva Jardim, explica a Vida Nueva que “el hecho de que el 70% de las comunidades de la región panamazónica no tengan acceso a la misa sema-nal es uno de los desafíos que deberán considerar los padres sinodales”, así como “la forma-ción de laicos y laicas para la iniciación a la vida cristiana”, y “la valoración de vocaciones locales a la vida consagrada y al ministerio ordenado”, re-conociendo la riqueza de sus culturas.

Por su parte, el teólogo brasi-leño Paulo Suess, especialista en misionología y asesor del Consejo Indigenista Misione-ro, sostiene que “los criterios para escoger a los presbíteros no están adaptados a la Ama-zonía”. En diálogo con esta re-vista, Suess asevera que, “en vez de dejar a las comunida-des sin Eucaristía, necesitamos cambiar los criterios para los ministros autorizados para ce-lebrar la Eucaristía: ¡ha llegado el momento de encaminar un ministerio presbiteral para la Amazonía, o desde la Amazo-nía para el mundo!”.

En efecto, al constatar que existe una cierta “reserva mi-nisterial” frente a la partici-pación de los indígenas en los procesos de evangelización, “mantenida a través de patro-nes culturales, en la formación, e impuestas universalmente en las Iglesias particulares”, Suess considera que, “para el acceso a los ministerios de liderazgo eclesial más decisivos, como el de los presbíteros u obispos, la Iglesia exige, además del celi-bato, una formación académica culturalmente inadecuada y económicamente inaccesible a los pueblos indígenas”.

Definitivamente, “el Sínodo deberá repensar el tema del ministerio sacerdotal”, propone también Alfredo Ferro Medina, coordinador del Servicio Jesuita Panamazónico que funciona desde Leticia, en la triple fron-tera entre Colombia, Brasil y Perú. En declaraciones a Vida Nueva, el jesuita colombiano reconoce que “el abandono en la Panamazonía es una reali-dad: hay comunidades que no han sido visitadas desde hace 12 o 15 años, pues son de difícil acceso y es necesario dos o tres días, entre los ríos y las selvas, para llegar allí”. Adicionalmen-te, la ‘pastoral de conservación’ permanece, mientras que la ‘conversión pastoral’ sigue siendo una asignatura pendien-te: “Hemos vivido en una Igle-sia muy clerical, ante lo cual necesitamos que la Iglesia sea laical, que la responsabilidad la asumamos todos”.

Ferro aspira a que “el Sínodo abra una puerta para ampliar los ministerios a una mayor participación de mujeres y lai-cos. El ministerio sacerdotal incluso podría ser asumido por hombres casados, como han propuesto algunos, entre ellos monseñor Erwin Kräutler”. Kräutler es uno de los defen-sores de la tesis de que presidir

la celebración de la eucaristía no debe ser una prerrogativa de un sacerdote célibe. “No se trata de poner en jaque el celibato. Dos tipos de ministros sagra-dos, célibes y casados, podrían complementarse y enriquecerse mutuamente, y sería una ga-nancia inmensa para la Iglesia”, ha dicho el obispo emérito de Xingú (Vida Nueva nº 3.034).

La idea de que hombres casados con fe demostrada (viri probati) puedan asumir algunas funciones sacerdota-les no es nueva, como anota Suess, si bien resulta actual y pertinente para la realidad panamazónica: “En la Iglesia primitiva eran los ancianos los que celebraban la Eucaristía. Retomar esta antigua tradición, hoy referida a la expresión viri probati, seguramente va a ser una propuesta del Sínodo. Se trata de que la Iglesia, que es sacramento de vida, asuma co-lectivamente esta carencia y la sane colectivamente: un grupo de viri probati podría celebrar conjuntamente la Eucaristía”. Al fin y al cabo, la Iglesia está llamada a ser una ‘comunidad de comunidades’, como dijeron los obispos en Aparecida.

Encuentro con los mapuches y con las comunidades de la Amazonía Como ha confirmado en las últimas horas la Santa Sede, en su próximo viaje a Chile y Perú, del 15 al 22 de enero, Francisco se reunirá con indígenas mapuches y dedicará un día a la Amazonía. En Chile, será en las ciudades de Santiago, Temuco e Iquique donde el Papa se verá con representantes de la etnia mapuche, a la que pertenecen algo más de un millón de personas del total de 17,3 millones de chilenos. Entre otros sitios, el Pontífice acudirá a un centro penitenciario femenino y se encontrará con las comunidades locales en la Casa Madre de Santa Cruz. Ya en Perú, Bergoglio mantendrá el encuentro con los pueblos de la Amazonía en el Coliseo Regional Madre de Dios, en la localidad de Puerto Maldonado, al que seguirá una visita al Hogar Principito, donde viven menores en situación de vulnerabilidad.

Algunos esperan que el Sínodo abra la puerta a una mayor participación de mujeres y laicos en las comunidades

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Dar estos pasos requiere, sin duda, altos niveles de osadía y creatividad frente a las estruc-turas existentes. Más aún, se necesita una fuerte ‘conmoción sinodal’ para “mirar la realidad, escuchar los gritos de los po-bres y de la Tierra, hacer una reflexión teológica y pastoral, y dar pistas para orientar por dónde debería caminar la Igle-sia en la Amazonía”, como pro-pone Ferro, evocando el método ver-juzgar-actuar, propio de la Iglesia latinoamericana.

“Ciertamente, el Papa nos quiere bien despiertos, quie-re una Iglesia activa, atenta a los pueblos indígenas, donde ellos sean los protagonistas de la evangelización, una Iglesia que esté atenta al cuidado de la ‘casa común’, en diálogo y abierta a todos”, destaca el obispo Martínez de Aguirre, al tiempo que asegura que el Sí-nodo es un estímulo para seguir trabajando en los preparativos del encuentro socio-cultural que sostendrá Francisco con los representantes de al menos una veintena de comunidades originarias de la Panamazonía, en el coliseo Madre de Dios, donde tendrá la oportunidad

de “percibir con sus cinco senti-dos el ambiente panamazónico y las realidades de sus cultu-ras”, como si se tratara de un pre-sínodo.

Por otra parte, ante la incon-mensurable riqueza que encie-rra el bioma panamazónico, con sus variedades de especies ani-males, vegetales y minerales, y la milenaria herencia de sus pueblos, el Sínodo representa una inédita oportunidad para la defensa de la ‘casa común’ y la promoción de una auténtica ‘ecología integral’, a tenor de los planteamientos de la encíclica Laudato si’, que conlleva, inevi-tablemente, a revisar, repensar e incluso reinventar la misión evangelizadora, y que por tan-to tiempo la Iglesia ha llevado adelante en esta región.

La parresía del PapaFue el propio papa Francisco quien, en su encuentro con el Episcopado brasileño en 2013, con motivo de la Jornada Mun-dial de la Juventud de Río de Janeiro, subrayó que “la Iglesia no está en la Amazonía como quien tiene hechas las maletas para marcharse después de ha-berla explotado todo lo que ha

podido”. De ahí que haya pedi-do a obispos “que sean valien-tes, que tengan parresía” para incentivar y lanzar el ‘rostro amazónico’ de la Iglesia.

Un año después, nacería la Red Eclesial Panamazónica (RE-PAM), presidida por el cardenal brasileño Cláudio Hummes, uno de los abanderados –junto con los obispos de la Panama-zonía y algunas conferencias episcopales de América La-tina– de la idea de solicitarle al Papa la celebración de un Sínodo para la Panamazonía (ver entrevista en pp. 14-15).

Desde entonces, la REPAM ha buscado articular los esfuer-zos y las iniciativas del Conse-jo Episcopal Latinoamericano (CELAM), la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosos (CLAR), Cáritas América Latina y el Caribe, y la Comisión Episcopal para la Amazonía de la CNBB, “para denunciar los signos de dolor que están afectando y atentan-do contra la vida en el territorio amazónico, pero también para ir tejiendo algunas perspectivas en común que ayuden a pensar qué tipo de Iglesia es necesaria hoy, en este momento, para la

Hay comunidades que no han sido visitadas en años por sacerdotes debido a su difícil acceso

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realidad amazónica”, recuerda a Vida Nueva Mauricio López, su secretario ejecutivo.

Entre el elenco de proble-máticas socio-ambientales de la Panamazonía, denunciadas reiteradamente por la Iglesia y por distintas organizaciones, “la degradación acelerada de recursos vitales como el agua, los bosques y la tierra eviden-cia las letales consecuencias del supuesto ‘desarrollo’ im-pulsado por el agronegocio, los proyectos de megaestructuras, así como el extractivismo”.

Consultado por Vida Nueva, el comboniano Dário Bossi, directivo de la Red Iglesias y Minería, confirma que las agre-siones contra la Panmazonía están aumentando, “dado que las empresas multinacionales e incluso los Estados ya han agotado los recursos en otras regiones, y la Amazonía es una nueva frontera para el extracti-vismo minero que busca expan-dirse en estas tierras, todavía ricas en minería, que además representan un particular inte-rés por la espesura de sus selvas y la abundancia de agua”.

La propuesta del Gobierno brasileño de extinguir la Re-serva Nacional de Cobre y sus Asociados (RENCA), y sus nueve áreas ambientales protegidas, así como las tierras indígenas Waiãpi y Rio Paru D’Este, para permitir que compañías mine-ras exploten este enorme terri-torio, que comprende 46.450 km2 –equivalente al tamaño de Suiza– entre los estados de Pará y de Amapá, es un caso altamente representativo de la voracidad avasalladora del extractivismo en la Amazonía.

“Afortunadamente hubo una fuerte reacción, no solo por par-te de la Red Iglesias y Minería, sino de la REPAM, la CNBB y otros movimientos eclesiales y sociales, que nos permitió de-tener –al menos por el momen-to– la fatal iniciativa”, revela

el padre Dário, resaltando “la importancia de unirnos como Iglesia y de apoyarnos unos a otros ante las amenazas de la casa común y la persecución, criminalización y exterminio que padecen nuestros líderes”.

En palabras de Sebastião Diego Cardoso dos Santos, joven indígena líder del pue-blo Arapyú, en el oeste de Pará (Brasil), quien actualmente par-ticipa en movimientos indíge-nas de resistencia, “en nombre del desarrollo, se ha perdido el respeto a nuestros lugares sagrados, que están siendo destruidos por hidroeléctricas, ferrovías, hidrovías, minerías,

deforestación… ¿Por qué? –se pregunta–, nosotros no hemos salido de nuestras tierras para destruir los lugares sagrados de nadie. Sin la tierra no tenemos cómo alimentarnos, sin los ríos no tenemos qué beber, sin la selva no tenemos cómo vivir”.

Aunque Sebastião no par-ticipa activamente en la vida de la Iglesia, y considera que la religión católica traída por los portugueses fue “invasiva, perjudicial y violenta”, alberga la esperanza de que “el Sínodo ayude a que muchos vuelvan su mirada hacia la Amazonía para conocer las realidades que están viviendo los pueblos originarios”. Además, consi-dera que “la Iglesia podrá ser nuestra aliada en la medida que respete las concepciones, la religiosidad, la cultura y el ‘buen vivir’ de los pueblos indígenas, y nos ayude a de-fender nuestros derechos en la Panamazonía”, refiere a este semanario.

Doralice Pereira da Silva, del pueblo Macuxi, originaria de la Tierra Indígena Raposa do Sol y coordinadora regional de la Pastoral de la Juventud Indígena, destaca también la importancia de “contar con la

Asociaciones eclesiales participan activamente en defensa de los indígenas

Pluriétnica y multiculturalA lo largo de sus 7.747.571 km2 de superficie, que incluye a nueve países de América del Sur (Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Guayana, Guayana Francesa, Perú, Surinam y Venezuela), 33 millones de personas –principalmente niños y jóvenes– habitan la Panamazonía a la orilla de sus ríos, en aldeas, pequeños poblados y ciudades, y algunas metrópolis como Manaus, cuya población supera los 2,1 millones.Si bien es cierto que históricamente la Amazonía ha recibido importantes flujos migratorios que han contribuido a su diversidad étnica, la región también sobresale por su multiculturalidad ancestral derivada de su población indígena, estimada en tres millones, incluyendo algunos pueblos que viven en aislamiento voluntario. En el territorio se hablan unas 300 lenguas provenientes de 70 familias lingüísticas.

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ayuda de la Iglesia –que está obligada a reparar los errores del pasado–, para que se conoz-can las verdaderas necesidades de nuestros pueblos”.

La comunidad a la que per-tenece Doralice es testigo de “las masacres, el destierro de tierras, la mortandad infan-til y el suicido de jóvenes que perdieron la esperanza de un nuevo mundo”. Sin embargo, “el liderazgo de los pajés y sus maracas nos da fuerza y coraje a pesar de las historias pasa-das”, comenta a Vida Nueva.

“El pedido de los pueblos indí-genas a la Iglesia, que he cons-tatado en varias oportunidades, es de presencia y cercanía, que estemos con ellos y les acom-pañemos en el camino de la vida, celebrando las alegrías y enfrentando las diversidades juntos”, añade la misionera laica Verónica Rubí, de Argen-tina, quien forma parte de la comunidad mixta de Tabatin-ga de los Hermanos Maristas, viviendo el carisma educativo con los niños, los adolescen-tes, los jóvenes y los pueblos indígenas, en comunión con las Iglesias particulares de la triple frontera. “También integramos una red de enfrentamiento a la

trata de personas de la triple frontera”, puntualiza Verónica a esta revista. “La Iglesia –afir-ma– necesita salir de sí misma para ir al encuentro del otro”.

Los clamores de los pueblos originarios y de la ‘casa común’ –que el Sínodo deberá priori-zar– ya comienza a perfilar la inminencia de un giro evangeli-zador de impronta Amazónica, inédito como recoge Suess:

Queremos el fin de la Iglesia colonial, que impone celebra-ciones, ministerios y minis-tros totalmente desenraizados de nuestra realidad. Queremos una Iglesia pluri-cultural, donde la diversidad en el Espíritu Santo sea legí-timamente reconocida. Queremos una Iglesia Pue-blo de Dios, cuyos ministros estén físicamente presentes en las comunidades y tengan un vínculo étnico con nuestra cultura originaria. Queremos una Iglesia que en todas las instancias se haga proféticamente solidaria con nuestras luchas por el terri-torio, donde vivimos y por la dignidad de la vida. Queremos una Iglesia incul-turada que nos ame así como somos, santos y pecadores.