un oasis en la ciudad
DESCRIPTION
El Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe de Medellín.TRANSCRIPT
El jardín Botánico Un oasis en la ciudad
Al entrar al Jardín Botánico se tiene
la sensación que deben sentir
quienes encuentran un oasis en
medio del desierto. Es inmediato el
cambio de temperatura y el
ambiente hostil de afuera se
convierte en tranquilidad. De
entrada te recibe una edificación
circular que es un buen reflejo de lo
que encontrarás al interior; éste
ingreso es como una iniciación, que invita a cambiar de formas y estructuras, a dejar la cuadrícula de
la ciudad afuera para sumergirte en un mundo circular.
Se requiere calma para recorrer el Jardín, disponer
mente y cuerpo para apreciar las múltiples formas,
colores, olores y sonidos que ofrece; para apropiarse de
cada uno de los espacios que lo conforman. Inicio mi
caminada en el sentido contrario a las manecillas del
reloj y en una de las bancas, ubicadas al lado del camino
me detengo y me dejo llevar por los sonidos. Dirijo mi
mirada arriba y veo como el viento juega con las hojas de
los árboles más altos, las sacude a su antojo en un vaivén
rítmico, es imposible no cerrar los ojos y dejarse acariciar
por este mismo viento y ser parte del juego. Pasan un
tiempo de regocijo hasta que a lo lejos escucho un
vendedor ambulante anunciando sus productos con un
megáfono, es una voz que reconozco, es una réplica
exacta de la voz de un vendedor de aguacates que pasa
por cualquier barrio de Medellín o del vendedor de
mangos o mandarinas en el centro de la ciudad; es el
mismo tono, la misma fuerza, el mismo discurso, ésta
voz me aterriza, me saca de mi estado de contemplación
y con un poco más de realidad en la cabeza continúo el
recorrido.
Es inevitable caminar por esta circunvalar y no detenerte constantemente para apreciar una hoja de
forma llamativa, el color deslumbrante de una flor, un gran árbol de raíces exuberantes o un olor
particular que entra hasta lo más profundo de ti para esculcar en los recuerdos; y de eso parece
tratarse esta recorrido, de un viaje a la memoria. Veo a lo lejos el Teatro Suramericana y recuerdo a
Cerati tocando su guitarra, mientras abajo en el lodo cientos de jóvenes disfrutaban extasiados de
su música. Las imágenes de las luces y el concierto se van difuminando para dar paso a otras de
hombres y mujeres danzando alrededor de tambores y fuegos en el “Día Fuera del Tiempo” una
celebración que suelen hacer aquí el 25 de julio de cada año distintas comunidades. Y nuevamente
las imágenes son desplazadas por otro recuerdo que me hace sonreír, un círculo de mujeres
compartiendo alimentos y un niño que con pasos torpes aún, camina en medio de ellas. Sacudo mi
cabeza, como si así los recuerdos fueran a sacudirse y sigo la marcha.
Ante mis ojos se eleva una construcción que parece salida de un cuento de ciencia ficción, una
estructura de varios pisos cubierta de vidrios, que le permiten al transeúnte ver lo que pasa adentro.
Es el Edificio Científico, y como su nombre lo evidencia, es un espacio dedicado al campo de la
investigación científica. En este lugar se encuentra el Herbario del Jardín, todo un piso dedicado a la
conservación y clasificación de colecciones secas; de inmediato recuerdo el herbario que hice en el
colegio, la recogida de las hojas para secarlas dentro de un libro gordo y luego pegarlas, nombrarlas
y describirlas. A estas alturas del recorrido, pareciera que el Jardín Botánico estuviera hecho para
evocar el pasado.
A pesar de querer mantener mi mente en blanco mientras
camino y de querer tener una meditación activa, es
imposible calmar el parloteo interno, callar las voces que
emocionadas me van describiendo lo que ven mis ojos; -
mira que árbol tan grande!, Uf!!!, que flor más hermosa,
como se llamará este insecto?. Decido dejar el camino y
adentrarme en el jardín, escucho loras en lo alto de una
palma buscando ya refugio, veo nadar a algunos patos en el
lago, mientras otros se persiguen por las orillas y unos
inmóviles parecen posar sobre una piedra para un pintor
invisible.
Está cayendo la tarde y el
Jardín a esta hora está
cerrado al público;
arreboles rosas y naranjas
completan el lienzo.
Caminan hacía mi dos
hombres que visten
chaquetas amarillas con
hojas de diferentes tonos
de cafés, pretenden ser
un camuflado de
jardinero; me saludan
cordialmente y continúan su ruta; me quedo pensando en estos expertos y su importancia para el
Jardín, no solo por sus cuidados y conocimientos, sino porque se han convertido en una fuente de
recursos para el mismo. Y es que por toda la ciudad los vemos a ellos transformándola desde el
paisajismo, embelleciéndola y cuidando las plantas.
Los domingos en la tarde este espacio se llena de vida, cientos de personas recurren a el para
dispersarse y salir de la cotidianidad en los múltiples espacios que ofrece el jardín. Los árboles y
plantas se aprestan para convivir con gente de diferentes sectores de la ciudad que vienen de picnic
o a comerse un fiambre, como prefieran nombrarlo. Es normal ver niños con balones, otros
comiendo algodón de azúcar, parejas de enamorados caminando de la mano o sentados bajo la
sombre de algún frondoso árbol, o señoras con colchonetas que
vienen a saludar al sol en su clase de yoga, todos ellos se
congregan en este mismo espacio.
Paso cerca del Restaurante In Situ y se me hace agua la boca al
pensar en el ceviche de camarones y mango viche que sirven allí,
continúo la marcha y me quedo encantada con la construcción
colonial que hay en este sector del jardín, pareciera que el
tiempo se ha detenido en ésta casa blanca y azul.
Para recordarme que no es así, que el tiempo ha seguido
avanzando, solo me bastó girarme 180°. Frente a la casa está el
Orquideorama, y me da la impresión que estuviera en un panal
de abejas gigante, su estructura en madera sirve para crear un
espacio al aire libre protegido de la lluvia.
Y es aquí donde nuevamente empiezan a desfilar por mi memoria
múltiples recuerdos. Muy cerca se escuchan las notas de un
saxofón, entremezcladas con el murmullo de las voces y el tintineo de las copas que brindan;
sentadas alrededor de las mesas mujeres hermosas con sus mejores vestidos, acompañadas de
hombres recién afeitados y perfumados; recorriendo el lugar se ven los novios posando para la
cámara y los meseros que se mueven ágilmente como exhibiendo una coreografía muchas veces
ensayada. Es de noche, la luz que emana de las velas, combinada con las antorchas y los faroles de
luces amarillas logran crear el ambiente romántico con el que tanto soñaba la hija de uno de los
empresarios antioqueños más reconocidos. Sonrío con desdén al pensar en la opulencia de algunas
bodas y para ayudar a safarme de ese pensamiento se vienen a la mente un concierto de
“Cantoalegre” en este mismo lugar y el espacio se llena ahora de mamás con sus hijos moviendo las
manos y haciendo muecas mientras entonan la canción de un sapo.
Este espacio del Jardín es seguramente el que más eventos alberga; bodas, ferias, festivales,
conciertos y hay uno que es probablemente el más importante para la ciudad: La Fiesta del Libro y la
Cultura. Por esos días hay todo un despliegue técnico y logístico para construir los stands de las
librerías y editoriales; además para los montajes de las conferencias, charlas, conversatorios y
demás actividades se toman todos los rincones del jardín, para que escritores, lectores, estudiantes,
niños, jóvenes, abuelos; en fin, toda la ciudad, se den cita aquí y disfruten de la palabra como medio
para crear.
Ya es hora de dejar el Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe, llamado así en honor a uno de los
naturalistas antioqueños más reconocidos; me interno en el bosque húmedo a través del sendero y
disfruto la sombra y el frio que producen las plantas que aquí se encuentran; cada vez hay más
sonidos de insectos y animales que no logro identificar, grillos y algunas ranas supongo, apresuro mi
paso por que empieza a darme un poco de susto la soledad en esta oscuridad.
Salgo al lugar donde inicié mi recorrido y siento que no solo recorrí un espacio físico, recorrí también
la historia de nuestra ciudad, de sus transformaciones, de sus gentes; hice un recorrido por mi
propia historia recurriendo a la memoria. Y quedo con la certeza de que el Jardín Botánico no es
solo el pulmón de la ciudad, también es su corazón, su memoria, su oasis.
Andrea Trujillo Rendón